La última noche en Osaka

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La última noche en Osaka Carnet de viaje de un Juglar Plástico Texto e ilustraciones de Albert Tarragó

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Carnet de viaje de un juglar plástico

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La última noche en Osaka

Carnet de viaje de un Juglar Plástico

Texto e ilustraciones de Albert Tarragó

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Había llegado a Japón, por segunda vez, en marzo. Mi embarque en el aeropuerto de Barcelona se había producido sin más

contratiempos que la complicada selección de los bombones "duty free" con que quería obsequiar al máximo de personas que había conocido el año anterior. Sin embargo, mi llegada a Osaka me había deparado una gran sorpresa. Durante mi

vuelo, en una prefectura a unos cuantos kilómetros al norte de Tokio, había tenido lugar el terremoto más grande que había sufrido el país en mucho

tiempo.   Pasaron varias horas hasta que entendí las

razones por las cuales mi tren no iva a llegar hasta el pueblito de la zona costera al que me dirigía. Mi nivel del idioma, por aquel entonces, tan solo me había servido para comprender que había habido una alerta de tsunami. Por lo demás, todavía iba a

poder ir a muchas clases de japonés, hasta que finalmente el efecto de esa gran ola llegara a la

aldea en la que yo vivía.

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"自分の中にあるアイデアにたよっていくんだ。アルベルトのもつイメージか

ら全てはカタチになっていく。アイデ アとイメージがみちをつくる "

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"Conforme con la ‘idea’ que lleva consigo mismo, a partir de la ‘imagen’ de Albert todo va tomando forma. La ‘idea’ y la ‘imagen’ hacen un camino"

"Dedicatoria" - Sugaoka Shiguemasa (Poeta callejero). 2011 / La última noche en Osaka

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Concurso de sevillanas en Japón

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El Japón más remoto

Un trabajo de temporada en un parque temático de Japón dedicado a la cultura española no era algo que,

de entrada, fuera a arreglarle la vida a un desapercibido artista español. Pero, sin duda, a mí iba a suponerme

una oportuna bocanada de aire, teniendo en cuenta que la gran crisis en Europa no estaba dejando títere con

cabeza.            Poco a poco, con el paso de los días, ese aire se me había ido tornando el más puro oxígeno que jamás había respirado. Y eso no se debía tan solo a todo el jazmín que había allí plantado, ni apenas era por ese

profundo olor a océano o a casita de madera de pueblecito de pescadores. No era ni tan siquiera por los abundantes bosques de bambú de la zona, ni por esa

fragancia de río con ranas, con grandes peces de colores, tortugas y garzas enormes, como solitarios ángeles blancos al atardecer, que frecuentaban los

alrededores. Era por esa rara ensoñación que transpiraba la gente del lugar cuando se imaginaban el

remoto y exótico país del que yo procedía.

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Ser dibujante de caricaturas en un parque de atracciones era algo que nunca antes me había planteado seriamente. Aún conociendo la historia de un compañero que había ido a Japón

ocho años atrás a hacer ese trabajo y nunca había regresado, yo siempré creí que, leyendas urbanas a parte, la caricatura era un arte menor que condenaba a los artistas a trabajar por las

calles para el resto de sus días. Por esa razón, mi elección había sido pintar retratos, con la esperanza de evolucionar con la técnica y algún día ganarme un lugar en el selecto circuito de

las galerias de arte.Quién iba a decir que tras diez años pintando las cosas se verían de otro modo.

Desde mi punto de vista, la evolución de la fotografía y las técnicas de reproducción le estaban ganando la partida al arte figurativo. Así, sucedió que cuando ese viejo compañero de leyenda

de Japón un día decidió regresar, yo me conjuré para ocupar su lugar, dispuesto a dibujar lo que hiciera falta durante mi exilio.

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Hasta mi llegada a Japón la caricatura siempre me había proporcionado experiencias trascendentales sorprendentes. Trece años atrás, durante un verano, había descubierto la profesión de artista plástico de calle cuando me había decidido a dibujar caricaturas en una Rambla de Barcelona que todavía permitía trabajar a los artistas sin necesidad de estar sujetos a una licencia.

Por aquel entonces, teniendo en cuenta que me había iniciado profesionalmente dibujando cómics, ese mundo de calle se me había ofrecido como una buena alternativa a los graves problemas que la entonces reciente introducción del Manga estaba causando entre los creadores españoles de viñetas.

Desde aquel momento, las caras de personas de todos los rincones del planeta iban a empezar a formar parte de mi trabajo y, mientras las dibujaba, comenzaría a leer en ellas miles de sensaciones de lugares lejanos que se irían alojando irreversiblemente en mi mente como enigmas que algún día pugnarían por ser resueltos. Así, después de mucho tiempo desde que adoptara el arte de calle como la única forma de ganarme la vida, y tras muchos esfuerzos experimentando con la pintura, cuando ya parecía casi resignado a la técnica del retrato, inesperadamente, de nuevo había sido la caricatura lo que había dado un giro a mi carrera para permitirme conocer el lejano oriente.

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Mi antecesor en Japón se había ofrecido a colaborar con el parque de atracciones en la selección de un dibujante que le substituyera. Para ello, centró su búsqueda entre los dibujantes de la Rambla de Barcelona, que era el lugar del cual había salido ocho años atrás y con cuyo colectivo había mantenido un cierto contacto durante todo ese tiempo.

Curiosamente, los candidatos a ocupar ese puesto no habían proliferado. A medida que se había ido aproximado la fecha de firmar el contrato todos se habían ido retirando hasta quedar únicamente mi determinación por explorar culturas remotas. Así, tras formalizar el acuerdo de trabajo, con un año por delante hasta mi traslado, la evolución en firme de mi estilo hacia la caricatura iniciaba su curso. No iba a ser fácil simplificar una técnica fuertemente arraigada en el retrato clásico y su corrección estricta de las formas. Por mucho que la exageración de los rasgos del modelo estuviera clara en mi mente, me iba a resultar muy complicado simplificar al máximo un proceso de trabajo excesivamente sobrecargado de etapas técnicas. Pero lo más difícil de todo no iba a ser eso. El principal problema iba a aparecer, de súbito, al ofrecer mis caricaturas al público desde mi puesto de dibujante de la Rambla.

Hubo un buen número de caricaturistas que no iban a consentir que otro dibujante de retratos pellizcara su parte del pastel. Así, orquestaron un grupo de presión para solicitar al ayuntamiento del distrito que impidiera a los retratistas dibujar caricaturas alegando intrusismo profesional. El conflicto se enquistó y con el tiempo acabaría dando forma a la reivindicación de un grupo de artistas por la recuperación de la diversidad y el dinamismo cultural que la feria había ido perdiendo durante los 10 años transcurridos desde su ordenación administrativa.

Diversidad y dinamismo cultural

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tremendos problemas por encontrar, a contra-reloj, en ese país un papel que me funcionara bien con el cual evitar las brutales chapuzas que apenas conseguía dibujar los primeros días tras mi llegada. Así, con el afán único de hallar la paz para desarrollar mi trabajo en libertad, conseguía al cabo de unos meses superar todas las dificultades y con ello obtenía la aprobación de mis anfitriones y la ansiada renovación del contrato para la siguiente temporada.

Los japoneses, al fin y al cabo, me iban a recibir como quién estrenaba un juguete nuevo. Esperaban que el dibujante sustituto funcionara bien desde el primer día así que, para comprobar la mercancía, el mismo director del parque iba a ser uno de mis primeros clientes. Ajenos a su incumbencia quedarían mis

Todavía tendrían que pasar dos años hasta que el esfuerzo de los caricaturistas desembocara en una denuncia formal, llevada a cabo por un par de agentes de la guardia urbana, con confiscación de obras incluida. Estos iban a constatar, sin lugar a dudas, que las desproporciones de mis retratos me situaban en el ámbito de la caricatura para lo cual mi licencia de retratista no me autorizaba a trabajar. - “Un retrato debía ser como una foto” - argumentarían, sin querer entrar en discusiones acerca de Picasos, Modiglianis ni Boteros...Pese a todo ese embrollo que se estaba organizando, seguí practicando con la caricatura con la esperanza de conseguir afianzar mi trabajo en Japón para el resto de mis días. Deseaba no tener que regresar de nuevo para lidiar con este tipo de actitudes, a mi parecer antideportivas, que la masificación y el estancamiento, al amparo de la administración, le estaban causando a la feria de pintores de la Rambla de Barcelona.

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