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LA TRAMA de Carlos Luis Pavía Molina

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LA TRAMA

de

Carlos Luis Pavía Molina

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Capítulo I

En los años en que los venteros, trajinantes y los mayorales se hallan en todo su apogeo, una tarde del mes de junio, cuando el sol comienza a plasmar su fuego en el horizonte, un hombre a caballo transita por el camino de Las Cavanas. El caballero tendrá unos cuarenta años, cabellos canos, facciones nobles, aspecto marcial y mirada altiva y serena. Todo en él indica que es uno hombre de fibra, que ha gastado la flor de sus años al servicio de las armas. Su traje tiene más de dómine de lugar que de hijo de Marte, pues viste un levitón negro de cúbica, chaleco y pantalón de dril de color de tierra y sombrero redondo. De las ancas del caballo cuelgan unas alforjas de lona. De vez en cuando detiene el paso del corcel, se alzaba sobre los estribos y dirigiendo una mirada en derredor suyo, exclama: -¡Nadie! ¡Es extraño! Y exhalando un suspiro, se limpia el sudor de la frente, sacude un golpe con las bridas, al cuello del animal que le hace tomar un paso más ligero. Así las cosas, el viajero llega poco antes de ponerse el sol, a un caserío situado en la falda de un monte, en el mismo linde del camino. Y sin desmontar, entra en aquel hospitalario apeadero de caminantes. El posadero, que es un hombre rechoncho y colorado, sale a recibirle. El caballero desmonta y entregándole las bridas, le pegunta: -¿Cuál es su pila, amigo? -Zoilo, señor para servirle. -Bien. Trate usted con cuidado a mi caballo, pues ha hecho una jornada de siete leguas y además, tenga la bondad de disponer un cuarto, si lo hay en el piso bajo, que tenga vistas al campo. -Pues mire que es casualidad; El número uno, me lo acaban de dejar libre y tiene la condición que usted desea. –Responde el posadero. Y alzando la voz en son de mando, exclama:

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-Evodia! La llave del número uno para este caballero. El viajero descuelga las alforjas de la grupa del caballo y sigue a la mujer por un largo pasillo, donde a la izquierda se ve una larga hilera de puertas y a la derecha, un jardín con una fuente en el centro. Una vez en el cuarto, deja el sombrero y las alforjas sobre una silla y se sienta en otra. -¿Quiere el señor alguna otra cosa? –Pregunta la mujer del posadero. -No; Prefiero descansar. Yo avisaré cuando necesite algo –Contesta el viajero. -Está bien, señor. –Sale y cierra la puerta tras de si. El huésped al quedarse solo, se dirige a las alforjas, saca de una de ellas un par de pistolas de arzón, un tintero de campaña, una cartera y unas hojas de papel. Examina durante unos minutos el campo que se ve a través de la ventana y dejándose caer sobre una de las sillas, pone los codos sobre la mesa, la frente sobre las palmas de sus manos y se queda unos minutos en actitud reflexiva. De vez en cuando, sus labios se entreabren para dejar paso a un suspiro y a estas palabras: -¡Hoy tampoco! ¡Es extraño! Mientras tanto, comienza la noche. El viajero parece no haber reparado en ello, cuando unos golpes en la puerta del cuarto, le sacan de su meditación. Rápidamente oculta las pistolas debajo de la almohada de su cama y abre la puerta. El posadero, con un velón en la mano se presenta: -Santas y buenas noches nos de Dios, distinguido huésped –Dice con cierto tono cortés-. Ante todo, dispénseme usted si vengo a molestarle, pero me he dicho ¡que diantre! Aquel caballero no tiene luz, así que voy a llevársela, porque no quiero que en mi casa, carezcan de nada los que me favorecen con su oro. El ventero deja el velón sobre la mesa y dirige una mirada a los objetos del forastero, que en ella se hallan. Mientras el huésped se pasea por la habitación con marcada indiferencia. Zoilo, se para junto a la mesa y le dice:

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-A propósito. El caballero se detiene y va junto a él. El mesonero le mira y pregunta: -Puesto que veo tintero y papel sobre la mesa ¿Tendría la bondad de extender la papeleta? -¿Papeleta de qué? –Demanda el forastero. -¡Calle usted señor, que hace algunos días que no nos dejan en paz! –Se queja el ventero-. Somatenes, destacamentos de tropas, guardias… ¡Qué sé yo, cuanta gente armada, transita por estos caminos! Y lo peor de todo, es que me exigen una relación de los viajeros que se hospedan en esta casa, porque según habladurías, se le sigue la pista a un personaje, parece ser que muy importante, por no sé qué fechoría que ha cometido contra la Corona. El caballero se sienta junto a la mesa, coge una pluma y se dispone a escribir: <Hoy 11 de febrero de…ha pernoctado en esta venta D. Félix Veracruz Lemarroy…>. -¿Es esto, lo que necesita? –Pregunta el huésped, alejando de sí, el recado de escribir. -Esto será –contesta el ventero-, porque yo no se leer. Y se guarda el papel en el bolsillo del chaleco, añadiendo: -Supongo que el señor querrá que le sirvan la cena. -Si. Mande usted que me traigan si es que hay, una perdiz escabechada con su guarnición y luego ya se verá. -¡Vamos que si hay! ¿Quiere vino el señor? -Una jarra del mejor que haya. Zoilo sale del cuarto y poco después Evodia hace sonar sus nudillos en la puerta: -Buenas noches, señor. Vengo a disponer la mesa. D. Félix retira los papeles y la cartera, y los deja sobre la cama. Evodia lo dispone todo y el viajero comienza a cenar. Al término le dice:

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-Pienso abandonar el alojamiento antes que amanezca; Me espera una jornada larga y quiero aprovechar las horas de claridad. Así pues, me hará usted el obsequio de decir al posadero que me de la cuenta, por si no nos vemos. Ella sale a transmitir la orden del huésped, y el posadero no tarda mucho en entrar con un candil en la mano: -Que aproveche –dice-, dejando la lamparilla colgando del ojo de la llave- ¡Con que se marcha el señor! -Si, antes que despierte el día. -Entonces daré orden al mozo de cuadra que tenga aviado el caballo. –Y rascándose el cuello, continúa-: El gasto de la bestia y del señor son cincuenta y siete reales vellón, sin contar la propina. D. Félix entrega al posadero más de lo que pide, diciendo: -Puede usted dar lo que sobre, al mozo de cuadra. -Gracias señor, así lo haré. Que tenga buen viaje y que Dios le guarde –Se mete el dinero en el bolsillo del mandil y sale al pasillo. Mientras tanto el viajero, se ha quedado solo en la estancia; Cierra la puerta, se sienta junto a la mesa, abre la cartera y saca de entre uno de sus departamentos, un medallón de oro. Es el retrato de una mujer joven y hermosa. Los ojos del huésped, se fijan de un modo apasionado, en aquella delicada imagen que tiene delante. -¡Oh! ¡Mi pobre Laura! –Se dice-. Quién sabe si me queda tiempo para revelarte un secreto que tu ignoras ¡Quién sabe si tal vez mañana…! D. Félix Veracruz se pasa la mano por la frente y exhalando un suspiro, deposita un beso en el medallón. -Es necesario no confiar en mi suerte –Se vuelve a decir-. Escribamos; Hagamos que revele la pluma, lo que tal vez le esté prohibida a las palabras. Dios quiera que entre mis perseguidores, encuentre un corazón generoso, que se encargue de cumplir mi última voluntad –Coge unas hojas y se dispone a escribir. Después de una hora, deja la pluma sobre la mesa: -Ahora lo sabrá todo.

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Y recogiendo cuidadosamente el medallón, la cartera y el cuaderno, lo guarda en uno de los bolsillos de su casaca. Saca del bolsillo un reloj: -¡Las doce! ¡Tampoco esta noche! La incertidumbre es peor que la evidencia. Si yo me atreviera a preguntarle al posadero… -Medita un momento-. No, no; Sería una imprudencia. La papeleta que se exige todos los huéspedes, me dice bien claramente que se me busca, y que si caigo en manos de la justicia, no me queda otro recurso que morir. Sin embargo, todo debe estar dispuesto para mi fuga, y si llego a la costa… Apaga la luz y se asoma a la ventana. La noche esta serena. La brisa gime en las quebradas de los vecinos barrancos y en las ásperas ramas de las encinas. De repente cesa el murmullo del viento y se escucha el precipitado paso de unos caballos, mezclado con el ruido de los sables de la caballería, al chocar con los estribos de los jinetes. De pronto, divisa en la oscuridad un pelotón que al parecer, se acerca hacia la posada. No hay duda: Distingue los cascos y las banderolas de las lanzas; Son los soldados de la Caballería Real. Se retira precipitadamente de la ventana, coge las pistolas y después de montarlas, dice con marcado acento: -La defensa es mi natural aliada ¡venderé cara la vida! En este instante las tropas, pasan por delante de la ventana. La enumera: Son veinte jinetes. Una sonrisa de desprecio asoma a sus labios: ¡Tantos para uno! –Se dice con cierto aire de jactancia ¡Oh! ¡Mucho respeto debo inspirarles! Cuando pasa el último jinete, Félix se asoma de nuevo a la ventana. La partida sigue su camino, hasta llegar a un extremo de la posada y una vez allí, detienen la marcha y el que sin duda manda la tropa, les ordena: -¡Desmonten! Es preciso descansar; la jornada ha sido larga y los caballos necesitan agua.

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El huésped desde la ventana, oye dos golpes dados sobre la puerta de la posada.

Capítulo II Aquellos golpes resuenan en el fondo de su alma, como una sentencia de muerte. D. Félix, a pesar de la oscuridad dirige una mirada en torno suyo. De repente, abandona la ventana y corre hacia la puerta que da paso a la habitación, pero a la mitad del camino se detiene y una sonrisa de indiferencia cruza por sus labios. Después encogiéndose de hombros, se dirige de nuevo a la ventana y sentándose en el alféizar con las piernas hacia fuera, dice para sí: -Esperemos. Afortunadamente, la oscuridad de la noche me favorece. Mientras tanto, en el interior de la posada, el dueño a voces, pone en movimiento a toda la servidumbre. -¡Abran con veinte de a caballo! –Grita el jefe de la partida, mientras da golpes en la puerta. -¡Quién va! –Pregunta el ventero-. Los tiempos no son los más a propósito, para abrir la puerta a media noche a gente, que llama en son de guerra. ¡Eh! Menos palabras buen hombre y abra usted sin miedo, a un capitán de la Reina y a los jinetes que le acompañan. El ventero con una inclinación de cabeza y un candil en la mano, hace deslizar los cerrojos por las guías y la puerta girando sobre sus goznes, deja franco el paso a las tropas. En cuanto a Félix, que ha escuchado al ventero y al capitán, espera que entre en la posada el último jinete y se dirige luego a la puerta: -¡Oh! ¡Si al menos tuviera cerca mi caballo…!

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Fija su mirada atreves de la ventana, cuando cree distinguir una silueta que levantándose de una zanja, comienza a acercarse por el campo hacia la venta. Félix oprime entre sus manos las culatas de las pistolas, dispuesto a usarlas, en cualquier momento. Un golpe resuena en la puerta de su cuarto, mientras Félix se desliza desde la ventana, a la arena del camino. La silueta, mientras tanto, a unos cien pasos de distancia, permanece inmóvil, confundiéndose con los arbustos del monte. Un segundo golpe vuelve a sonar en la puerta, seguido de la voz del posadero: -Abra usted señor Félix, abra sin miedo. Soy yo Zoilo. El silencio de la noche, lleva la voz del posadero hacia el lugar, donde se encuentra la silueta: -¿Félix? –Pregunta ésta. -¡Es él! –Se dice y avanza hacia el monte, hasta encontrarse a unos pasos de distancia el uno del otro- ¡Pedro! -¡Mi capitán! –Responde una voz en la oscuridad. -Ah! ¡Por fin…! –Exclama Félix. -¡Diablos! Estaba seguro que te encontraría ¡Escapemos! -¿Pero como? Mi caballo se ha quedado en la posada. -No importa; El mío nos espera en el barranco inmediato. Con él, llegaremos donde te puedas poner a salvo. -¿Y tú? -¡Bah! A Pedro Campoy, no le persiguen las tropas de la Reina, en cualquier ciudad puedo encontrar buen acomodo. -Sin embargo… -Nada. Es preciso no perder tiempo. Sigamos, que trabajo les doy y no poco, para que nos echen mano. Soy bastante práctico en estos momentos. Vamos antes que salgan a nuestro encuentro. Y los dos caballeros, toman a buen paso por una vereda, perdiéndose entre la maleza.

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Mientras tanto, el posadero con una candil y acompañado por el jefe de la partida y cuatro hombres, llama por tercera vez a la puerta del cuarto número uno. Los soldados llevan los sables desenvainados y el capitán, dos pistolas amartilladas. -¡De pesado sueño goza el fugitivo! ¡Derribarla! –Ordena el capitán a sus soldados, mientras le da una patada a la puerta El oficial, sus hombres y el posadero con el candil, entran en el cuarto y mientras registra cada rincón y las alforjas que Félix ha dejado allí, grita: -¡Aún no puede estar lejos! –Se vuelve hacia los soldados-: ¡A caballo! ¡Hemos de alcanzarle! Minutos después, la caballería abandona la venta divididos en cuatro partidas. Don Zoilo, en el umbral de la puerta les ve alejarse a galope por el camino: -¡Vayan con Dios! –Hace una pausa-. Entre unos y otros, me han dado una noche de perros –se dice- y después de todo, el forastero debe ser un hombre de bien, porque si hubiera querido marcharse sin pagar… En fin, a río revuelto… Cincuenta y siete reales por la cena y el caballo que se ha quedado en la cuadra, bien me sirve de recompensa por el mal rato que me han hecho pasar. Pero si he ser franco, me alegraría infinito que no le alcanzaran. Cierra la puerta y se encamina a su cama donde pronto, se queda profundamente dormido.

Capítulo III Han pasado tres meses desde que Félix escapó.

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En esta época del año, el estío toca a su fin; Las aguanieves revolotean sobre los charcales y los arroyos, y el sol se empieza a ocultar entre las nubes. Hace años, un caballero llegó al pueblo de Noas, en donde se vendía judicialmente una casa por dos mil reales. Este hombre, hizo entrega del dinero al escribano el cual, extendió la escritura a nombre del forastero. Después éste, se dirigió a la iglesia para hablar con el párroco, abandonando el pueblo al día siguiente. Con gran curiosidad por parte de los feligreses, el sacerdote se dirigió a la casa del arrabal y allí comenzó a disponerlo todo, para recibir a los nuevos propietarios. Se blanqueó la fachada, se limpió el tejado, se podaron los árboles y se trasladaron media docena de gallinas y un gallo, desde el corral del cura al gallinero. Cuando la limpieza y los reparos terminaron, los vecinos de Noas vieron detenerse una mañana a la puerta de aquella casa, un carro y un coche de colleras; El carro conducía los muebles y el coche a los inquilinos que debían habitarla. El cura, que esperaba a los forasteros, abrió la portezuela y bajaron dos mujeres; Una de ellas tendría más de cincuenta años y la otra más joven, los dieciocho. Ésta se llamaba Laura y Antonia la de más edad. De vez en cuando, el dueño de la casa, venía a visitarlas. Y así transcurrieron las cosas, hasta que a la primavera del año siguiente, el forastero no volvió. -¡Vamos Laura! –Habla Antonia-. Haz el favor de decirme las que debo escoger, porque a mi todas me son igualmente gordas. -No, no; Elige tú –Responde Laura-. Ya sabes que no me gusta esa idea para salir de la pobreza. -Es preciso hacerlo; Nosotras necesitamos dinero. El señor escribano es rico y además quiere aumentar su corral. Pues bien, le damos una docena de gallinas y él, nos dará algunos reales para cubrir necesidades un mes y hasta tanto, vendrá don Félix. -¡Ah! ¡No, Antonia! No vendrá; Me lo dice el corazón.

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-Para no venir sería preciso que hubiera muerto. -¡Dios no lo quiera! -¿Le crees tú capaz de abandonarnos? -Pregunta Antonia, persiguiendo a las gallinas por el corral. -Sería ofenderle, pensarlo así. -Pues entonces… -La última vez que vino a visitarnos, fue el quince de mayo; Han transcurrido pues cinco meses. -Verdaderamente su ausencia es muy extraña. -Ni una noticia suya… Antonia guarda silencio y piensa: -Don Félix, si no fuera por algo serio, nunca habría dejado pasar tanto tiempo sin venir a vernos ¡Jesús que pesadumbre! Y dice: -Si al menos no hubiera muerto don Custodio, el párroco que tanto interés se tomó por nosotras. Pero ¿qué haremos ahora? ¡Solas, sin recursos de ningún género! ¡Oh! Verdaderamente si, don Félix no vuelve, no sé qué vamos hacer. Al cabo de un rato, llaman a la puerta del jardín. Antonia se dirige a Laura: - Será el escribano que viene a recoger las gallinas y aún no las hemos elegido. Conque haz el favor de decirme las que deben separarse. -No. Antonia abre la puerta que entre y que elija él; Que las se lleve todas, si con eso quedamos en paz. Lo primero es saldar la deuda y luego, abandonaremos el pueblo. Antonia va hacia la puerta. -¡Señora Antonia! –Se oye una voz, desde la parte de fuera- ¡Tenga la bondad de abrir! -Vamos, que lo dicho: Es el escribano –Responde Antonia hablando consigo misma y levantando la voz, contesta-: ¡No tenga usted cuidado, que ahora le hago pasar! –Y abre. Don Cosme no viene solo, le acompañaba su hijo Daniel, de veintidós años:

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-Buenos días tengan ustedes, señoras. –Saluda entrando en el jardín- ¿Han sabido algo de don Félix? -Nada, por desgracia -Contestó Antonia. -¡Qué diantre! –Responde don Cosme, el escribano-. Ese buen señor, debe haber muerto y no podía haberlo hecho en peor ocasión, porque sus asuntos financieros están bastante enredados. En fin, eso ya lo saben ustedes. La última vez que vino a Noas, debía encontrarse muy apurado, porque ni siquiera me pagó la renta del trimestre y la verdad, es que si no aparece será preciso hacer algo, porque el dinero siempre hace falta. -Señor Cosme –interviene Laura-, puede usted disponer de esta casa y de los intereses, como mejor convenga, puesto que para ello dejó poderes don Félix. -En fin. Por ahora y para que no piensen que me motiva solo el interés –contesta el escribano-, nos llevaremos las gallinas y la pareja de faisanes para nuestro corral. Y si dentro de quince días don Félix no se presenta, entonces… Creo que no ha de faltarnos comprador para la casa, aunque debo advertir que la propiedad está muy a la baja. -No importa –Responde Laura-, haga lo que esté estipulado en la escritura. D. Cosme y Daniel entran en el gallinero, escogen las aves, vuelven a atravesar el jardín, salen hacia el carro que han dejado en el borde del camino, meten a los animales en la parte trasera y se marchan. Al día siguiente llega a la posada de Noas un forastero. Éste, se dirige a la iglesia y le pregunta al párroco: -¿Sabría usted decirme, dónde puedo encontrar a la señorita Laura Avonavia y a su cuidadora, doña Antonia Céspedes? -Sí. Son dos feligreses de esta parroquia. Las encontrará al final del pueblo, no es difícil; Es la última casa que verá siguiendo este camino recto. –Hace una breve pausa y continúa- ¡Ah! ¿Sin duda, traerá usted noticias del padrino de la señorita? -Traigo su última voluntad. -¿Ha muerto?

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-No lo sabemos con certeza. Soy depositario de una misión que me encomendó don Félix, en el caso de que él desapareciera. -¡Dios reciba con benevolencia su alma, si ha sido separada de su cuerpo! –Murmura el sacerdote y sigue-: Pero, dígame ¿Cuál es su nombre? Y ¿Cómo es que conoce usted a don Félix? -Perdone, no me he presentado. Soy oficial del ejército de su Majestad la Reina, subteniente para más señas, y mi nombre es Pedro Campoy. Hace una pausa, mientras se sientan frente a una mesa, en la sacristía: -Verá –Continúa el oficial-: Al Capitán Félix Veracruz y a mí, al intentar huir de un pueblo, nos hizo prisioneros una partida de la caballería real y acusados de desobediencia, nos trasladaron a la Prisión de la Isla del Lanagal. Un día, al amanecer se lo llevaron, no sé si para fusilarle o para ponerle en libertad. El caso es, que antes de salir del calabozo y mientras que los soldados preparaban su traslado, me pidió que si un día lograba yo la libertad, viniera a este pueblo, Noas, para hablar con el Padre Custodio, protector en su ausencia, de las dos mujeres; Laura y Antonia y hacerle llegar su última voluntad. No sé cuánto tiempo transcurrió después; En la soledad de mi cautiverio, se me hacían las horas eternas. Así que un día aparecen un oficial y dos soldados y me pusieron en libertad sin más explicaciones, ni yo las quise pedir, ni tampoco pregunté que había sido del capitán. Solo que lo primero que tenía que hacer era, cumplir la promesa que le hice, y aquí me tiene. -Lo siento caballero; El Padre Custodio hace tiempo que murió y lo que forma parte de la historia de esas dos señoras y don Félix, se fueron al cielo con él –Hace una pausa-: En lo único que puedo ayudarle es en decirle donde viven. -No se preocupe. Mañana iré a verlas Hoy descansaré en la posada. Y mañana, después de la entrevista, me marcharé. El párroco y don Pedro salen de la iglesia: -Ve, siguiendo este camino, se topará con la casa; Ahí es. –Dice el cura-. Que Dios le guarde. -Gracias padre. Me ha sido de gran ayuda.

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Se ha hecho tarde. El sol declina hacia el ocaso. Antes de llegar a la posada, se cruzó con un grupo de soldados a caballo que en ese momento entran en el pueblo.

Capítulo IV -Necesito un aposento para esta noche con sábanas limpias, palangana con agua, toalla y ventana. –Le dice al posadero. -Mal andamos de espacio señor. Porque como usted habrá podido observar, la división que ha llegado lo ha invadido todo. -¿Pues que ocurre? -¡Toma! ¡Pues no ha habido mal somatén en la comarca! -¿Algún bandido? -Poco menos, pero ¡quiá! –Contesta el posadero-. Porque si no estoy mal informado, es al cabecilla de los republicanos al que persiguen los soldados de la reina. En este momento, varios de ellos entran en la posada. -Sería posible ¿qué se me sirviera la cena en mi cuarto? -Por supuesto señor. Daré orden a la servidumbre para que se cumpla su deseo. Pero además, es de agradecer, porque así me deja un sitio más en el comedor para la tropa, que mire como viene de sedienta y hambrienta. Pedro ocultando su rostro, se levanta de la mesa y sube las escaleras que conducen a las habitaciones. A solas, empieza a recordar la despedida de Félix, antes de abandonar la celda: “…pues bien, Pedro ¿para qué ocultarlo? En mis palabras, encontraras la historia de la señorita Laura Avonavia. Su madre era una mujer de la vida licenciosa. Cuando nació la niña, como tantas madres solteras, la entregó al cuidado de las monjas del Convento de la Encarnación Agustina y de ahí, no sé si como acto de caridad o de conveniencia por

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mi parte, la saqué a la edad de quince años, le puse un ama, la di casa donde pudiera estar a su lado, unas veces en una ciudad y otras, en los cercanos pueblos en donde yo vivía, como en el que está ahora, Noas, y una educación adecuada, para que en un futuro pudiera llevar una vida digna. Y a mí ella, algo que echaba en falta; Juventud y alegría de vivir. Así pues amigo, te pido que si logras la libertad y si tu tiempo te lo permite, te acerques al pueblo que te menciono y hables con don Custodio, el cura párroco. En el Cuartel de A. Farnesio y en mi despacho de capitanía, hallarás dos cartas y un cuaderno; Una de ellas es para dársela al cura, con instrucciones para la subsistencia de las dos mujeres, la otra, es la confesión de lo que me movió a sacarla del convento y en cuanto al cuaderno de campaña, con direcciones de compañeros republicanos, podrás hacer de él, el uso que más te cuadre… Luego, se sacó por la cabeza un medallón que le colgaba del pecho y recuerdo que me dijo: Cuando la encuentres, dáselo. Después, unos soldados entraron en el calabozo y se lo llevaron”

*** Laura, coge un canastillo con una labor y se sienta en el jardín, junto a la ventana. Mientras Antonia, aprovecha la ocasión para salir en busca del escribano: -Yo sé que don Félix, mi señor, debe mucho dinero a ese viejo avaro; Pero las gallinas y los faisanes, forman una cuenta aparte –dice- y vamos a ver si me las paga. –Y sale de la casa llevándose esa esperanza. Desde la puerta del jardín, Daniel, el hijo de don Cosme, saluda a Laura: -Dios guarde a usted ¿Puedo pasar? Ella levanta la mirada de la labor: -Entre usted, Daniel. Solo tiene que empujar la verja. Se le acerca: -Buenos días señorita Laura. -Buenos días, Daniel –Hace una pausa- ¿Hay comprador para la casa? -Ninguno que yo sepa, por ahora… -Pues entonces ¿A qué se debe su visita?

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Daniel coge una silla del jardín y se sienta junto a ella: -Señorita Laura, confiando en que usted me perdonará el atrevimiento de visitarla y en gracia, a la intención que aquí me conduce, he venido… -Se calla y mira al suelo. -Usted dirá… -Verá, comprendo que mi conducta le parecerá extraña y que por ello, siento vergüenza, pero no me importa; Me guía el apego que siento por usted, señorita Laura, que me parece buena y desamparada –Nueva pausa-. Por eso es, que vengo a decirle que es preciso que se revista de fuerza y paciencia, para prevenirse de mi padre, de mi hermana Dorotea y del pueblo. -Defenderme ¿de qué? Qué daño he hecho yo a su familia y al pueblo. -Daño ninguno, sabido lo sé yo -Daniel se acomoda en la silla-. Por parte de mi padre y aconsejado por mi hermana y aprovechándose de que su protector no aparece, pretenden que pierda usted la hacienda que posee. –Mira la casa y a su alrededor-. Lo sé yo y debe saberlo usted. Y con respecto a los vecinos, ya se sabe; La murmuración de la gente lleva y trae… Y en este caso, su amistad con don Félix no deja títere con cabeza. -Le agradezco que me ponga sobre aviso Daniel -deja la labor-, pero no creo que llegue a tanto la maldad de la gente de Noas, como para hacernos daño a mí y a la señora Antonia; Dos mujeres que no han hecho mal a nadie ni aquí, ni en ningún otro sitio en donde hayan estado. Me apenan sus palabras –pausa- y sobre todo, me asustan. -Vamos, no hay que temer. Bien es verdad que don Félix, el protector de usted, tomó a cuenta de la casa una cantidad bastante respetable e hizo con mi padre una escritura a retroventa. Cierto es también, que el plazo se cumple dentro de pocos días y que mi hermana, es muy capaz de obligar a mi padre a despojar a ustedes de estos bienes, a no ser que se pague la suma estipulada, que si mal no recuerdo, asciende a veinte mil reales; Pero como siempre contra los males suele haber remedios, yo tal vez tenga uno, para sacarla a usted de este conflicto.

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-Daniel, aún no comprendo la intención de su visita. Ni sé a donde quiere ir a parar. Lo que si tengo claro, es que no tenemos ese dinero para pagar y que no pierdo la esperanza de volver a ver a mi noble protector y que él, nos sacará del apuro. -Mi intención está muy clara; Es usted. Y la propuesta… - medita sus palabras antes de seguir-, que le ofrezco a cambio es la siguiente; Vera señorita Laura: La larga ausencia del pueblo de don Félix, nada bueno nos indica, pero yo sé dónde está esa escritura y el fuego puede hacerla desaparecer. -¡Lo que usted me propone, es una indecencia! –Laura se levanta de la silla y se acerca a la puerta de jardín-. Le ruego que me deje sola. Daniel la sigue: -¿Sabe usted señorita Laura lo que es la miseria? –Pregunta después de una pausa- ¡Oh! Bien se conoce que usted lo ignora, de lo contrario no desecharía mi proposición. -Cuando es deshonesta si, prefiero la pobreza. Además, lo que usted me propone tendrá su premio ¿no es verdad? Porque yo no creo que un hombre como usted, arroje al fuego veinte mil reales, que tarde o temprano han de ser suyos, solo porque le inspiro caridad. -¿Y quién lo duda señorita Laura? Ya se lo he dicho antes. Cuando un hombre se dispone a hacer armas contra su familia en defensa de una mujer, es indudable que espera alguna recompensa. -¿Y qué recompensa sería esa? –Pregunta Laura cada vez más alterada. Abre la puerta del jardín. Daniel baja la mirada y se sujeta a los barrotes de la puerta: -Tengo veintidós años, soy letrado y deseo salir del pueblo para establecer despacho en Miranda; Allí se puede aspirar a algo más que en Noas –Hace una pausa-. Mi linaje posee una fortuna considerable; Casi toda ella procedente de la dote de mi madre; Hay pocos bienes que sean gananciales –Nueva pausa-. Mi padre es un avaro de cuidado y tiene la mala costumbre de tratarme como a un chiquillo ¡y me he cansado de la tutela que sobre mí ejerce! Y no está lejos el día que le pida lo que me

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corresponda y me marche –Calla mientras la mira a la cara fijamente-. Entonces ¿Qué me impide que pueda tomar estado? Nadie y nada. Pues bien señorita, si usted… -¡Calle! –Exclama Laura- ¡No puede haber nada en común entre nosotros! De usted por terminada esta visita y le pido que no se dirija a mí, si los términos en que viene son de índole personal. Y ahora por favor, váyase. -Usted Laura –contesta Daniel algo afligido-, sin duda no ha meditado lo que acaba de decirme. -Ciertas proposiciones, no deben ni tan siquiera meditarse, porque son inalcanzables. Antonia acompañada por Pedro Campoy, se acerca por el camino que conduce a la casa y se detienen a la puerta del jardín. -Por aquí caballero, por aquí –El ama le muestra a Pedro el lugar-. Esta es la casa que en el pueblo me dijo usted que buscaba –sonríe con franqueza- y ella es, la señorita Laura. –Mira a Daniel- ¿Y qué hace usted aquí? Él, responde con una sonrisa forzada y se dirige a Laura: -Hasta la vista señorita. Espero que volvamos a reanudar nuestra conversación, en otro momento más propicio. Y le ruego que medite mis palabras; Las creo ventajosas para usted, atendiendo a las circunstancias por las que atraviesa. Se aleja por el camino. Antonia, Laura y Pedro Campoy, permanecen en la puerta del jardín.

Capítulo V Apenas desaparece por el horizonte el hijo del escribano, Antonia Céspedes murmura entre dientes: -Vaya con Dios y la del humo, que no me gusta ver por aquí pájaros de mal agüero –Luego se dirige a Pedro-: Pase usted caballero, pase usted

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dentro de la casa, puesto que me figuro y ya me ataca la impaciencia, que nos trae noticias del señor. Me lo encontré en el pueblo y me dijo que le conocía y que quería hablar con nosotras –Le dice a Laura. -Bien ama -responde ella-, deje que se explique. Entran y se sientan en una pequeña sala de estar. -Bien. Me llamo Pedro Campoy; Subteniente del ejército –Mira a Laura-. No sé si ya le ha dicho su ama, cual es el motivo de mi visita; Ella y yo, algo hablamos de la razón que me trae hasta aquí –Hace una pausa y continúa-. Fui compañero de armas de Félix Veracruz, amigos y fugitivos de los soldados de la Reina, por nuestros ideales republicanos… -Ha muerto, ¿verdad oficial? –Laura le corta. Pedro sonríe y hace un ligero movimiento con la cabeza: -No. No se preocupe. Laura vuelve a interrumpir: -¡Lo sabía! ¡Sabía que estaba vivo! -¡Déjale terminar! Así no acabaremos nunca de enterarnos –Interviene Antonia. -Perdone –Se disculpa. -En resumen; El capitán y yo, fuimos encarcelados en la Prisión Militar de la Isla de Lanagal. Un día los centinelas vinieron a buscarle al calabozo y se lo llevaron –Pausa-. No he vuelto a saber nada más de él. Por eso le decía señorita, que no sé si esta muerto o no. En su despedida me solicitó que si algún día, yo lograba la libertad, viniera a este pueblo, para hacerles entrega de esto. Se queda mirando a las dos mujeres y deja encima de una mesa la cartera, con las dos cartas y el medallón. Durante unos segundos los tres permanecen en silencio. Luego el oficial continúa: -Al principio traté de ponerme en contacto con él; Buscarle, pero fue inútil; No he encontrado ninguna pista que me indique a donde pueda estar. Cuando dejen de perseguirnos y tal vez, si ha sobrevivido aparezca, de eso puede estar segura –Mira a Laura fijamente- La quería mucho lo sé y no la dejará sola.

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A ella se le humedecen los ojos. -Perdido mi amo, si es como usted dice que vive –exclama Antonia- ¡por esos pueblos de Dios! -Mira al oficial- ¿Qué va a ser de nosotras? –Ahora, vuelve la mirada hacia Laura-. Sobre todo de ti ¡Pobre señorita! Porque yo, al fin y al cabo soy vieja y cuando mis brazos pierdan fuerza, no ha de faltarme alguna casa de asilo, donde por caridad me recojan. Pero ¿y ella? acostumbrada al mimo y las carantoñas. -Si me dejan pluma, tinta y papel donde escribir, les puedo dejar mi dirección, por si necesitan ponerse en contacto conmigo. Laura, le trae a la mesa lo pedido: -Gracias don Pedro. Él, mientras escribe se dirige a las dos mujeres: -Antes de irme, pasaré por la Iglesia para decirle al Padre Carlos que por su mediación, tendrán ustedes noticias mías y del Capitán Veracruz –pausa-, si logro encontrar su paradero. Y yo, de ustedes –Deja la tarjeta encima de la mesa junto a la cartera-. Permítanme que insista; Si necesitan algo no duden en ponerse en contacto conmigo; Para cualquier cosa –Otra pausa-. Vuelvo a mi ciudad de origen; Miranda y a mi Barrio de Valsalobre; Allí vive mi madre y allí, intentaré pasar desapercibido y rehacer mi vida, si puedo hasta que la Reina se marche para dejar paso a una república en libertad y justicia. -El capitán –dice Laura-, nunca me habló de política. -Es usted muy joven, señorita Laura –responde el oficial-, para comprender la situación de injusticia y desigualdad por la que atraviesa el país. Tal vez dentro de varios años, entienda lo que le digo. Y sobre todo, cuando salga de este pequeño pueblo, donde lo más importante que pasa, son los monótonos días y se encuentre con la realidad de una sociedad pobre y oprimida. Antonia la mira: -Espero que la señorita y yo, nunca tengamos que salir de Noas. -Pues bien doña Antonia. Señorita Laura; Ha sido un placer conocerlas –Se levanta-. Una vez cumplida la misión que me ha traído

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hasta aquí, me marcho y recuerden, pueden contar conmigo para cualquier cosa. Laura y Antonia le acompañan hasta la puerta del jardín. -Muchas gracias don Pedro –Le dice la joven-. Sus palabras me han servido para tranquilizar mis dudas. Añade Antonia: -Esperamos sus noticias muy pronto. Y cuídese mucho de sus perseguidores; La tropa armada, nunca es de fiar. -No se preocupe. Pedro sale al camino y por un recodo de éste, desaparece. Esta misma noche, Laura lee las cartas del capitán; En una le explica sus orígenes y en la otra, su intención de sobrevivir y encontrarla. Luego, las guarda junto con el medallón en la cartera y llama a Antonia: -Es muy tarde –le dice-, vamos a acostarnos. Mañana le mandare recado a don Cosme con la buena nueva; Mi capitán vive y vendrá a buscarme –Y continúa- ¡Por cierto, Antonia! ¿En que ha quedado lo de las gallinas que fuiste a cobrar? -¡Ese viejo avaro, ojala se le atraganten!

Capítulo VI Al día siguiente en el comedor de su casa, el escribano les enseña un sobre a sus hijos: -Sabéis –dice-, que me ha escrito una nota la señorita Laura y me comunica, que su protector vendrá pronto a buscarla. Dorotea lee la carta que le entrega su padre y responde: -Eso ¡habría que verlo! Es mucho decir. Ese capitán amigo suyo, ya no vuelve al pueblo. Si no lo ha hecho hace meses ¡como para aparecer ahora! Me extraña. Eso es una estratagema de ella y de su criada, para darle largas al asunto –Hace una pausa y mira al padre-. Me supongo que usted ¿se incautará de la finca?

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-Si no pagan lo que deben, en cuanto venga la escritura –Responde él. Sigue Dorotea: -Me gustaría averiguar, que misteriosa existencia envuelve a esas dos mujeres. Bueno, Antonia es la mucama está claro, pero ¿y Laura? ¿De donde ha salido esa chica? Y sobre todo ¿Quién es ese misterioso protector? Que venía, se entrevistaba con el Padre Custodio, se metía en la casa y apenas pisaba el pueblo y luego, se marchaba y hasta ahora… ¿Es su amante? –Pausa-. Yo me inclino a creerlo así –Mira a su padre y a su hermano-. A vosotros os engaña, a mí no; Esa es un de esas señoritas melindres de Miranda, que ponen sus vidas en manos de un señorito acomodado, para que las mantenga –hace otra pausa-. Me han dicho que ayer, un oficial, estuvo hasta la caída de la tarde en esa casa. -¿Un militar? –Pregunta su padre- ¿De esos que están en el pueblo? -El Padre Carlos, sabe quién es; También estuvo hablando con él. Debe ser uno de esos soldados de la Reina, que han venido a perseguir a unos fugitivos republicanos. Daniel, toma la palabra: -¡Oh! ¡Pero que cotorreo de viejas comadres! Y además, habláis sin ningún conocimiento. El oficial que estuvo en la casa ¡es uno de los que anda buscando la justicia! -¿Lo han detenido? –Pregunta ella. -Creo que no, hasta que se marchen los soldados de pueblo, andará escondido en alguna parte de Noas –Daniel se levanta de la mesa-. Me marcho a la taberna. Vendré para la cena, haber si para entonces mi hermana y usted, se han puesto de acuerdo en la venta de la casa donde para la muchacha. Por cierto padre, las escrituras de retroventa ¿las conserva usted, cierto? -Y a buen recaudo, es dinero, hijo. De camino a la tasca, Daniel se cruza con Celerina; Mujer de mediana edad, cuyos remedios caseros son conocidos en toda la comarca; A base de ungüentos y yerbas, lo mismo sana la gota que un resfriado: -Buenas tardes, Daniel.

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-Buenas las tenga usted, señora Celerina ¿A dónde va? ¿En busca de algún remedio para sus enfermos? -¡Ay hijo! Los que nacemos con la cruz del trabajo sobre los hombros, pocas veces podemos estar en casa mano sobre mano. Al término de caminar juntos un trecho, ella sigue: -Pero olvidaba preguntarte por tu padre y por tu hermana. -Ella bien y él, poco a poco con su gota. -¡Vamos! Eso es menester –responde-, ya que dinero no les falta, bueno es que también gocen de salud; Que venga a verme y algún remedio encontraremos para sus articulaciones. -Si es verdad, señora Celerina, pero para el caso, es como si igualmente nos faltara, que ya conoce usted su carácter; Del puño cerrado, que se dice. -¡Ah! ¡Que Dios le bendiga! Don Cosme es un hombre muy económico. -Demasiado a veces, señora Celerina, demasiado –pausa-, pero ahora que la encuentro, hablemos de otra cosa. -De lo que quieras hijo –responde-, si lo que me vas a decir es cosa larga, entremos en mi casa. -Tiene razón. Que necesito aconsejarme de usted y es mejor a cubierto. La casa es contigua a la de Laura. Cierra la puerta, entran en una sala y le indica a Daniel una de las dos sillas, sentándose ella en la otra: -¿Quieres que te lea las cartas? -No señora. No quiero eso. -Entonces, tú dirás. Daniel, se queda pensativo y sigue: -¿Ha visto usted entrar o salir, a un militar de la casa de la señorita Laura? -De ahí entra y sale mucha gente; Tu padre, la maritornes, el cura, el aguador… No ves que me coge enfrente ¡Ciega estaría!

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-Por eso mismo es que vengo a hablar con usted y creo que nos podemos entender, pues pagaré bien el servicio que usted me preste. -Mucho lo dudo, si ha de salir el pago de tu bolsillo. -Pagaré del mío o del de otro, a usted debe serle igual, con tal de que cobre. -¿Y qué es lo que deseas saber de ese militar? -Si vuelve a visitarla. -Pues esa misión me va resultar un tanto entretenida ¡celar a un amante noche y día! La apertura te va salir cara. -Eso no debe preocuparla –Hay un breve silencio-. Con que ¿Quedamos convenidos? -Convenidos habrá que quedar –Contesta ella- ¿Y por qué de la vigilancia? –Pregunta con cierta curiosidad-. Celos tal vez… Y quieres quitarle del camino ¡Ay malandrín! Lo sabe tu padre que andas faldero. -No es eso señora Celerina; Ese oficial es antimonárquico, desertor, fugitivo y quiero ponerle en manos de la justicia –Otra pausa-. Eso es todo. Ella hace un movimiento de duda con la cabeza y responde: -Quedamos convenidos en que yo celaré la puerta de la señorita, pero hemos de convenir también, lo que yo vaya ganando por ese trabajo. Porque hijo mío, yo soy una pobre mujer que se busca la vida fuera de casa, en el campo, recogiendo plantas y frutos con los que hago alquimia curativa, y como comprenderás, si hago una cosa no puedo hacer otra. –Le mira lastimosamente. -Tiene razón. –Pausa-. Si usted desempeña bien la misión y me dice donde se esconde el fugitivo, le entregaré veinte reales por cada día que pase ocupada en ese menester –Daniel saca dos monedas del bolsillo, las pone encima de la mesa y añade-: Aquí tiene usted el jornal de un día. Celerina se guarda el dinero y responde: -Dios te lo pague hijo mío –Se reclina hacia delante en la silla- ¿Y cómo se yo que es el hombre que buscas?

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-Para empezar, no es ningún vecino del pueblo –pausa-, es joven y no se que más decirle para que entienda. Estoy seguro que en cuanto le vea, sabrá quién es. -Vestirá uniforme ¿no dices que es militar? -No lo se. Pero como le digo: Será verle y saber quién es. -Está bien –responde ella un tanto impaciente. -Le recomiendo a usted, el más impenetrable secreto sobre lo que hemos hablado. -Pierde cuidado, Daniel, se callar cuando me conviene. -Si algo ocurre, me avisa inmediatamente. Los dos quedan un momento en silencio, al final habla ella: -Tienes que saber una cosa, que tu padre no sé porqué, me tiene mala voluntad y me ha prohibido entrar en tu casa. -No hay que hacerle caso; Ya sabe como es de raro. No le eche usted cuenta –pausa-. Si tiene algo que decirme déle el recado al tabernero y su señal me indicará, que debo venir a verla. -Entones puedes irte tranquilo, que ni una mosca entrará en esa casa sin que yo la vea. Trato cerrado. Daniel, sale al camino con dirección a la taberna. Celerina coge una silla, sale con ella a la puerta de la calle y murmura: -Este trabajo es de los que no matan; Veinte reales diarios por cotillear. Esta fortuna caída del cielo, no hay cristiano que la desprecie.

Capítulo VII Sobre las cinco de la tarde, en su casa de Valsalobre, doña Estrella Capdepón, madre de Pedro Campoy, deja un libro encima de un velador y hace sonar una campanilla. Poco después se presenta una doncella: -¿Está en casa el señorito Pedro? -No lo sé, señora. Si quiere voy a ver.

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-Mire en su despacho y dígale que cuando le sea posible, quiero verle. La doncella sale y doña Estrella vuelve a coger el libro. Al cabo de unos minutos, Pedro entra en el salón y saluda a su madre: -Perdona que no haya venido a verte cuando he llegado –Se sienta frente a ella-. Para qué querías verme ¿te ocurre algo? Estrella hace una pausa antes de contestar: -A mí no. Pero a ti creo que si –Deja el libro encima de una mesa-. Me gustaría saber que está ocurriendo en esa cabeza tuya –la señala. -Ya sabes que no tengo secretos para ti –Pedro se levanta de la silla y se sienta junto a ella en un sofá. -Que yo me figure, tienes por lo menos dos. Pedro le sonríe: -Te refieres… y no se trata de ningún secreto a mi situación profesional y al viaje que he hecho a Noas, ya te lo dije, fue para hablar con la señorita Laura. -No comprendes que estoy preocupara, sobretodo por tu carrera ¡mira que si te detienen los soldados de la Reina! ¡A qué te metes en líos de republicanos y monárquicos! ¿Quién te ha puesto esas ideas en la cabeza? –Pausa- ¡Ah! Ya se… Ese amigo tuyo que anda desaparecido, el Capitán Félix, como era… ¡Veracruz! –Estrella mira a su alrededor con cierto aire de grandeza- ¿Tú crees que tu forma de vida es acorde con una república? ¿Qué persigues? ¿Dejar esta casa y vivir en un chamizo, con la gente pobre? ¡Tienes la cabeza a pájaros! -Es todo lo contrario; Lo que se pretende no es que nosotros vivamos peor sino que ellos mejoren su condición de vida y tengan las mismas oportunidades que nosotros. Que haya más igualdad y menos injusticias. Y eso se lograría si se cambiara esta monarquía obsoleta y pasiva, por una república moderna y progresista. –Otra pausa. La mira fijamente-. Ahora no lo entiendes, pero el día que cambie la situación y puedas ver los progresos, lo comprenderás. -No necesito comprender absolutamente nada. A mis años y con mi experiencia, lo he comprendido todo y es por eso que veo el peligro donde tú no lo ves. –Le toma una mano-. Ten cuidado hijo, es mucho lo

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que sacrificas, por lo que yo considero un juego de muchachos jóvenes, llenos de nuevas ideas inalcanzables. Pedro, le sonríe con ternura: -Pierde cuidado madre, no soy un botarate que no sabe lo que hace. Se lo que quiero yo y lo que quiere mi país, y como yo, piensa mucha gente. –Larga pausa, al final sigue-: Y lo otro era… ¡Ah! Mi viaje a Noas. Doña Estrella le interrumpe: -A esa tal Laura ¿qué relación le une con el Capitán Félix? Pedro tarda en responder: -Es su protector. -¡Ah! ¿Es huérfana? -Su madre al nacer, la puso al cuidado de las monjas del Convento de la Encarnación Agustina. -¡Que drama! –Responde con cierta ironía y sigue-: Y bien, cuéntame ¿Cómo ha ido la entrevista? -Le entregué las cartas y el medallón que me encargó Félix –piensa un instante- y también les dije que si necesitaban algo… -¿…necesitaban? –Su madre le interrumpe- ¿Quien más vive en esa casa? -…que me escribieran aquí a Valsalobre –continúa-. Laura no está sola como puedes comprender, con ella vive un ama, doña Antonia, una señora que la cuida y atiende la casa. -Pues ese capitán, debe tener mucho dinero para mantener dos casas; Donde él resida y la de esa chica –Pedro no responde y ella continúa- ¿Y si tu amigo no aparece? -Tendrían que abandonar el pueblo y empezar de nuevo en otro sitio –Se inclina en su asiento y mira fijamente a su madre-. Por eso les propuse que se vinieran a Miranda, porque aquí en Valsalobre, a Laura siempre le sería fácil encontrar un trabajo de ama de llaves, institutriz… Además, he pensado que como tú estás muy bien relacionada, pues que con alguna de las familias que tú conoces, se podría colocar –Pausa, para esperar una respuesta y añade- ¿Qué te parece? -Te ha impresionado esa chica ¿eh?

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-Me han impresionado su carácter y su situación. -Ya… Los dos hacen una pausa. Al final dice Pedro: -Sobre mi situación profesional, me han propuesto trabajar en el periódico local de Valsalobre, para llevar la sección de crítica de arte, hasta que pueda incorporarme de nuevo al ejército –Pausa-. Cuando ha venido Elena para decirme que querías verme, estaba preparando las cosas –Mira el reloj de la pared-. ¡Ah! ¡Diantre! Son las seis, tengo que marcharme, empiezo esta tarde –Le da un beso-. Esta noche te prometo, que vendré a estar un rato contigo para leerte unas cartas del Capitán Veracruz. Pedro sale de la habitación. Estrella coge de nuevo el libro.

Capítulo VIII A las nueve de la noche Pedro regresa a su casa. Después de la cena, conduce del brazo a su madre a su despacho, la sienta en una butaca, él ocupa otra y colocando enfrente una mesita y un quinqué al alcance de la mano, dice: -Como te prometí antes de irme –coge una cartera y de ella saca varias hojas manuscritas-, te voy a leer unas cartas del Capitán Veracruz, que escribió durante el tiempo que estuvimos prisioneros en la Isla Lanagal, y donde se refleja el amor que siente por Laura, su lealtad al ejército y su sentido de la justicia social. -Esta bien –Dice doña Estrella con dosis de paciencia-, pero si me canso lo dejamos para mañana; Me duele la cabeza y quiero acostarme pronto. Pedro ordena las hojas y lee:

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<Querida Laura: Desde mi cautiverio deseo relatar los episodios de mi vida que más útiles considero para ti, para mis compañeros de armas y para mis enemigos. En manos del oficial don Pedro Campoy deposito estas misivas, para que si algún día desaparezco, lleguen a tu poder y tengas un verdadero recuerdo del hombre que te ha llevado en lo más profundo de su alma, durante toda su vida>. Hace una pausa en la que Estrella interviene: -Y estas cartas ¿Por qué no se las diste en Noas? -Quiero tenerlas yo y hacerlo más adelante –Otra pausa-. Si viene a vivir a Miranda y se encuentra mas fortalecida, se las daré –Continúa-: <Perseguido, amenazado, encarcelado y notando tras de mi en cada momento la muerte por parte de los soldados de la Reina, mal podré escribir estas páginas con la claridad que intento lleguen a ti, mi amada Laura. A falta de sosiego, buscaré el recurso de la sinceridad de mi corazón, para que me comprendas y perdones sin en alguna ocasión te has sentido herida>.

II <Cuando la sangre hierve en las venas. Cuando el fuego de la juventud inflama el cerebro. Cuando los sueños predominan sobre la realidad. La vida pasa por nuestra existencia con severa monotonía y sin apenas darnos cuenta, la hemos perdido. Luego, dirigimos nuestras miradas al pasado y lloramos inútilmente su irreparable pérdida por cosas que no tienen importancia>. Pedro hace una pausa para mirar a su madre y preguntarle: -¿Qué te parece? Ella le apremia: -Continúa. <Comienzo pues, a escribir estas cartas en presencia de la muerte y juro por la eterna salvación de mi alma, que ha nadie conscientemente he pretendido hacer daño. Por muy severas que te parezcan algunas apreciaciones, no las juzgues en base al odio o a la pasión, están inspiradas por una conciencia tranquila, por un alma que no guarda rencor y por un

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hombre que nada espera y que perdona con toda la sinceridad de su corazón a sus enemigos. No te ocultaré mis debilidades y pecados, el velo de la hipocresía me repele; Solo la voz de la verdad y la razón, guiarán mi pluma. Cuando conozcas la historia que te relato, serás dueña de dedicarme tu desprecio o tu amor. Solo te pido que me juzgues con benevolencia, porque el hombre más honrado la necesita, cuando va a ser juzgado por sus semejantes>.

III <Acababa de cumplir dieciocho años, cuando resonó en la patria el grito de la independencia. Un ejército invasor saqueaba nuestros pueblos y a arrasaba los campos. La sangre hervía en mis venas y desoyendo los consejos de mis padres, corrí a empuñar un fusil para defender a mi país y desde aquel día tronqué los libros por las armas; El estudiante se convirtió en militar. Cinco años después cuando regresé a mi pueblo, era oficial, pero mi madre había muerto ¡Pobre! ¡Perdona las lágrimas que por mi derramaste! Solo después de tú muerte, cuando los años y las vicisitudes me enseñaron a vivir, fue cuando conocí el inmenso amor que me profesabas. Dios en su eterna recompensa habrá puesto en tus manos la palma del martirio>.

IV <Un año después vencido el ejército invasor, dejaba en los campos los jirones de sus banderas derrotadas; La guerra había tocado a su fin. Secos mis ojos de presenciar tanta muerte y consolado mi corazón, por el bálsamo universal del olvido, me fui a vivir a Miranda soñando con las nobles aspiraciones de un soldado, que no tiene otro patrimonio que su espada. ¡Oficial con veintitrés años! No me parecía absurdo pensar, que mi carrera acabaría en lo más alto del escalafón. Luego, con el paso del tiempo, la madurez que te dan las gentes que conoces con sus penurias y sus injusticias sociales con respecto a una sociedad más rica y próspera,

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desemboca en un cambio radical de tu forma de pensar, de ver la vida como es, y como sería si tu hicieras algo por remediarlo. Más tarde me convencí de que el valor y la honradez, no encuentra siempre la misma recompensa en el ejército. Muy pronto nuestras ideas progresistas chocaron con la de los conservadores y monárquicos, que nos acusaron de perseguir a la Reina para expulsarla del país y proclamar una república, nada más lejos de la realidad; Nuestra pretensión simplemente era, que en nuestra patria se produjera un cambio político, no institucional. El favor y la intriga, suelen ser caminos muy fáciles para medrar entre los altos mandos y fuimos acusados y perseguidos, algunos hasta la muerte, por los soldados al servicio de la infamia. Bien querida mía, yo desempeñaba como te digo el empleo de segundo oficial en un escuadrón de caballería y algunas condecoraciones ganadas en el campo de batalla, honraban mi pecho más de una vez rasgado por el plomo enemigo. La consideración de mis jefes y mi hoja de servicio eran mi nobleza, mi gloria y mi fortuna. Servía en mi escuadrón, un comandante de nombre Víctor Mohedano, que a mi amigo Pedro Campoy y a mí, nos denunció al Alto Tribunal Militar, primero por conspiración contra el Ejército de Su Majestad y luego, según su versión, por abandonar a un superior en situación de servicio…>. Pedro se da cuenta que su madre se ha dormido en la butaca y deja de leer. Con lentitud deposita los manuscritos encima de la mesita, llama a Elena y entre los dos la llevan a su habitación.

V <Mi amada, cuando un hombre se halla a las puertas de la muerte, solo la verdad y la justicia, guían su pluma a través de las hojas en blanco>. A la misma hora, al día siguiente, ocupando ambos las mismas butacas, frente a la misma mesita y con el mismo quinqué, Pedro continúa la lectura:

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<La traición, la deslealtad, el abuso de confianza y la mentira del Comandante Mohedano…> Doña Estrella le interrumpe bruscamente: -¡Ese! ¡Ese Capitán Félix, es quien te ha metido esas ideas en la cabeza! ¡Ideas que te van a costar la carrera, hijo! –Pausa-. Y entonces ¿qué harás? Pedro, continúa sin prestar atención a sus palabras: <…fue lo que provocó nuestra enemistad y aunque nunca me enseñé con él, por su parte fue motivo suficiente para que se convirtiera en el peor de mis enemigos. Un día mi sección, recibió la orden de salir de inmediato de Miranda a conducir un convoy para el Batallón de La Caba, protegiendo al mismo tiempo las operaciones de la División del General Castaños. Esto sucedió a últimos de julio; El calor era insoportable hasta el punto de que nuestro coronel enfermó. Desoyendo el consejo del teniente médico, permaneció al mando tres días, hasta que sin conocimiento cayó del caballo a causa de la fiebre, viéndonos en la obligación de llevarle al pueblo más cercano; Éste era Noas, donde tú querida mía vives ahora. Pasamos la noche en tiendas de campaña y al día siguiente viendo que el coronel no podía continuar, le dejamos allí bajo mi responsabilidad y partimos hacia Renifes, otro pueblo cercano a Noas más grande, donde podíamos alojar en barracones a los soldados, encuadrar a los caballos y preparar la guía del convoy. Víctor fue alojado en casa del boticario y yo en la del barbero, que vivía enfrente. Durante la noche hizo un calor extremo; Me ahogaba en mi habitación y abrí la ventana deseando respirar un poco de aire. En la habitación de enfrente se veía luz por los intersticios de uno de sus balcones. Era el dormitorio de Víctor Mohedano. Transcurrió una hora cuando vi que se abría la puerta de la calle y por el paso de carruajes, salía un hombre montado. A pesar de la oscuridad creí reconocer a un sargento de mi escuadrón, del que me llamó la atención dos cosas; La primera que fuera de paisano y esbozado y la segunda,

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que los pasos de su caballo eran sordos y silenciosos, como si tuviera los cascos forrados de cuero, como así se les pone cuando se quiere que pasen desapercibidos>.

VI <Apenas la luz disipó las sombras de la noche, me dirigí a la plaza semicircular y rodeada de soportales donde en parecidas circunstancias, solemos reunirnos los oficiales, para recibir las ordenanzas del día. Poco después, supe por mi asistente, que Víctor Mohedano había enviado a un sargento a Miranda con una orden expresa y urgente. Crucé la plaza y fui a casa del boticario para preguntarle a Victor. -El Sargento Gallardo perteneciente a la Unidad, no estaba presente al pase de lista de esta mañana ¿Usted conoce el motivo? Víctor frunce las cejas y respondió: -El sargento ha salido de Renifes con mi permiso hacia Miranda –Hace una pausa-. Es todo cuanto puedo decirle>.

Capítulo IX Doña Estrella sigue con cierto desinterés el relato. -Yo fui a verle a Renifes, para darle una noticia… Ella le interrumpe, algo impaciente: -Explica en una de esas cartas, cómo conoció a esa chica. -Todo llegará, madre. Por supuesto que si ¿Te cansas? -Es que su vida castrense no me interesa mucho. -Pues debería; Porque en ellas explica, porque tuvimos que huir de los soldados de la Reina y buscar refugio en los pueblos de la comarca. -Sigo pensando que desprecias un futuro prometedor, por un ideal inalcanzable. Es lo mismo ser oficial del ejército de Su Majestad La Reina, que trabajar en un periódico… Pedro sigue leyendo:

I

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<Cinco días permanecimos en el pueblo, sin explicarnos la razón que para ello tenían nuestros mandos. A la mañana del tercer día se tocó a botasillas; El Sargento Gallardo se había incorporado a la Unidad y decidido a descubrir el motivo de su ausencia, y sospechando del Comandante Víctor Mohedano, llamé a mi asistente por si de alguna menara conocía el motivo de tan apresurado viaje. -Luis –le pregunté- ¿a qué ha ido el Sargento Gallardo a Miranda de noche, embozado y a caballo calzado? -Yo, mi capitán… -No te preocupes, puedes estar tranquilo, lo que me cuentes será confidencial. -Mi capitán –me contestó-, nada puedo decirle a punto fijo; Pero lo que es cierto –baja el tono de voz-, es que el sargento se marchó de Renifes con un mensaje para el Cuartel General del Ejército. -No sabes su contenido ¿verdad? -Pues no, mi capitán. Como usted puede comprender… -Claro, tienes razón –Hice una pausa-. Puedes retirarte y gracias. Luis me saluda militarmente y responde: -Si no ordena usted ninguna otra cosa… Y se alejó hacia los soportales de la plaza. Al cuarto día vino a verme mi buen amigo –deja de leer y mira a su madre- Padrito Campoy, para darme una desagradable noticia. En la cantina del pueblo y ante una mesa en un rincón apartado del local, me dice: -Se a qué ha ido Gallardo a Miranda –hizo una pausa-, ha entregado una carta al Alto Tribunal Militar contra nosotros; A mí, Víctor me acusa de republicano y a ti, además de republicano también te acusa de abandonar al coronel al mando, en un pueblo y continuar sin él la misión encomendada>. Pedro deja de leer y de entre las cartas busca otra, mientras le comenta a su madre: -Ves, ahora lo explica todo.

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Estrella sonríe no muy convencida. II

<Partimos de aquel pueblo; Mandaba la avanzada Víctor Mohedano. El camino que durante la jornada debíamos atravesar, no era el más conveniente para un convoy custodiado por la caballería. Se podía haber elegido otro más apropiado, y sobre todo, más franco para el caso de un ataque sorpresa, puesto que una división enemiga recorría aquellos cerros. Entramos en un angosto barranco; El menos experto en estrategia militar, al ver las dificultades que presentaba el terreno para la caballería, hubiera pensado que era una temeridad penetrar en este campo, y que solo debería adoptarse esta opción en un caso extremo. El Sargento Gallardo iba a su lado. Al declinar la tarde la columna hizo un alto en una pequeña aldea, Campezo, que se hallaba en la falda de un monte. Entonces se nos transmitió la orden de que allí deberíamos esperar a las fuerzas del General Castaños. Las casas que había, apenas bastaron, para servir de alojamiento a la División; Muchos soldados acamparon en la plaza de la aldea o en las afueras, en tiendas de campaña. A las diez de la noche Luis Pastrana, mi asistente, vino a verme acompañado de un pastor de vacas. -Mi capitán –me saludó-, indudablemente, sin intención, y perdone la confianza, pero el Comandante Mohedano, nos ha llevado al encuentro del enemigo; Sus tropas se hallan a dos leguas de la pedanía. El vaquero aquí presente, que conoce bien la zona, les ha visto deambular por los alrededores –hizo una pausa-. Se lo digo mi capitán, para que sepa usted a qué atenerse y si tiene alguna duda, pregúntele a él, que me dará la razón. Por las explicaciones del pastor me convencí, de que al saber las tropas enemigas de nuestra presencia, el convoy y el regimiento caerían en su poder en muy poco tiempo. Pero ¿Cómo oponerme a las órdenes de mi superior? Sin embargo decidí entrevistarme con Mohedano.

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-Luis –antes le dije a mi asistente-, si en una hora no he vuelto a mi tienda, puedes comunicar mi arresto a los demás oficiales. -De acuerdo, mi capitán>.

III <El comandante Víctor Mohedano se hallaba en su tienda, cuando uno de sus asistentes le anunció que yo, deseaba verle. Me concedió el permiso y pasé: -Mi comandante –le dije- Vengo hablar con usted, sobre el servicio. -Si, dígame –me interrumpió. -Se trata –respondí-, de nuestra situación en esta aldea –Hice una pausa-. Bueno, en realidad de nuestra situación desde que el coronel tuvo que abandonar el mando y usted, se hizo cargo de la Unidad. Ocurre que de un momento a otro podemos caer en poder del enemigo. El atravesar el cerro con la caballería ha sido una irresponsabilidad y el acampar aquí, con el enemigo a las puertas, otra. Si usted cree que mi actitud merece un castigo porque me considere en rebeldía, lo aceptaré no porque me considere culpable, todo lo contrario, lo que pretendo es que la misión salga lo mejor posible, sin bajas y que las tropas tengan la mayor seguridad, sino porque el uniforme que visto me obliga a obedecer a mis superiores, aunque estos no estén actuando de la manera más eficaz –Hice otra pausa-. Mi comandante –repuse-, el convoy que conducimos, es de suma importancia para la División del General Castaños y de nosotros depende, que ellos puedan llegar a tiempo a impedir el avance de las tropas enemigas –y añadí- ¿Se da usted cuenta? Mohedano, que estaba sentado ante una mesa pequeña, en la que se podía ver pluma, tinta y algunas hojas, se incorporó despacio y con gesto serio me contestó: -Además de ir usted en contra de SM La Reina, de las ordenanzas militares –me miró fijamente- y de sus superiores, duda de mi capacidad de mando, se revela contra su superior y le tacha de irresponsable –se me acercó-. Yo creo que no es usted consciente de sus palabras; Me está acusando de poner en peligro a nuestros hombres ante el enemigo, a la misión que nos han encomendado, a la seguridad de nuestra Reina y a

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mi país –No respondí-. No es usted un mal soldado, pero tiene las ideas equivocadas sobre lo que significa lealtad y patriotismo –Después de otro silencio, añadió-. Vaya usted arrestado a su alojamiento y espere allí mis órdenes. -Mi comandante –le contesté con determinación-, la sangre que he vertido por la independencia de mi patria, me concede el derecho de aconsejar a mi superior cuando veo que un peligro inminente nos amenaza. Si usted se obstina en no dar disposiciones para salvar el convoy, yo se lo que debo hacer –Y sin esperar su respuesta, salí de la tienda>.

IV <Te confieso mi querida Laura, que mi pensamiento en aquellos instantes era sublevar a las tropas. La oficialidad en mi alojamiento, permanecimos por espacio de una hora deliberando, sobre la decisión que se podía tomar. A eso de las doce de la noche, oímos una descarga cerrada que nos hizo saltar de los asientos. -¡El enemigo! –Exclamó mi sargento, desenvainando el sable. Recuerdo que armado con dos pistolas salí a la calle; En la plaza del pueblo la gente se asomaba a los balcones gritando, mientras otros, bajaban de sus casas a meter en los pasos de carruajes los carros y cerraban con grandes cerrojos los portones. Nuestras tropas, atacadas por las divisiones enemigas más numerosas y mejor preparadas, se batieron desesperadamente, pero con la gran desventaja que supone la caballería, cuando se la sorprende desmontada y en terreno escabroso. El convoy cayó en poder del enemigo y la mayor parte de nuestro regimiento, quedó hecho prisionero. Yo pude escapar con algunos hombres de mi escuadrón. A mi asistente le mandé a Miranda con una carta, para mi amigo y camarada Pedro Campoy –hace una pausa, mira a su madre y continua-, donde le explico lo sucedido. Pero tres meses después acusado por el Comandante Mohedano me formaron un consejo de guerra. Éste, que no pudo huir

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por estar herido, me culpó de la pérdida del convoy por desobedecer las órdenes de un superior, conspiración y deserción. Al poco tiempo fui hecho prisionero, juzgado y encarcelado en la Prisión Militar de Lanagal, desde donde te escribo>.

V <Esta guerra terminó; Pero otras no menos sangrientas, se ven en el horizonte de la historia. La libertad se levanta, para combatir el despotismo. El progreso presenta la batalla a los partidarios del oscurantismo. El país, deseoso de progresar, intenta ponerse al mismo nivel de las demás naciones. El conservadurismo de los conventos, se halla próximo a ser reemplazado por la libre deliberación de los congresos, por el poderoso órgano de la prensa libre, que se quita la máscara de la censura, para criticar los actos de los gobiernos. Así las cosas y apenas escuchar el primer grito de libertad, desnudé de nuevo mi espada, para unirme a sus banderas y sacrificarle mi vida>.

Capítulo X -Ahora madre explica el Capitán Veracruz, como inicia su relación con Laura. He querido leerte en primer lugar estas cartas, para que veas que no es tan descabellado el enfrentamiento que nos une a los dos, en contra de la monarquía. Pero en fin, tú desde tu posición defiendes unos principios políticos que yo respeto y hasta los entiendo, pero que no comparto. -Estaría bueno, que a mis años, intentases cambiar mi forma de pensar –calla un instante frunce el ceño y continúa- y por todo lo que conlleva; Buen gusto, finura, distinción…Todo eso que a ti te parece tan mal. Pedro sonríe:

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-No es que me parezca mal. Me parece injusto que todo eso que tú has dicho, lo tenga una pequeña parte de la sociedad y no la mayoría. Doña Estrella, se inclina en la butaca para decir: -A mí esa relación del Capitán con la chica, me parece que no está bien. Claro, que con esas ideas tan liberales y progresistas, cualquier cosa es válida, aunque vaya en contra de los principios básicos de la moralidad que toda persona decente debe tener; Sacar a una jovencita de una casa de acogida y llevársela a vivir con él… –Mueve negativamente la cabeza. Pedro la mira durante unos segundos y saca de un sobre una de las cartas.

I <Querida Laura, te voy a hablar de tu madre; Se llamaba Susana. Su juventud, su belleza y bondad me cautivaron desde el primer momento que la encontré. Han transcurrido muchos años; Además me hallo a las puertas de la muerte. Momentos son estos, para que descubras tus orígenes y mi relación con una parte de la vida de tu madre y otra parte de la tuya. Mi nombre, junto con los de otros compañeros, estaba puesto en la lista de sospechosos por liberales. Contaba con buenos y leales amigos, como –deja la lectura y mira a su madre- Pedro Campoy, que esperaban, como yo, el momento de desnudar las espadas por la causa. Por precaución y después de verme perseguido, pedí la licencia temporal del ejército, viviendo pues una época, en la que me encontraba de paisano en Miranda sin otra cosa que hacer que divertirme. Un día la casualidad me introdujo en unos de esos salones, donde por espacio de algunas horas, agita su cetro de cascabeles la reina de la locura, transformando la cabeza de los que bailan a su alrededor, en muñecos de titiritero; Era un baile de disfraces. Contemplaba distraído desde un extremo del salón, aquel hormiguero que gritaba al compás de la música, cuando descubrí una máscara que vestía un dominó de raso blanco. La careta de terciopelo negro, hacía resaltar la blancura de sus mejillas, sus labios sonrosados, su barbilla hendida por el centro y un

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largo y fino cuello, que se dejaba ver por los huecos del capuchón, me cautivaron. Su pelo negro formando ondas naturales, caía en desorden sobre sus hombros. Bajo los anchos pliegues del dominó, se adivinaba un talle esbelto. La máscara se sentó a mi lado; Sus ojos brillaban a través del antifaz. Las largas pestañas, un tanto levantadas, salían por los agujeros de la careta. Por un breve momento me la quedé mirando; Me pareció fascinante y que con tanta energía le hablaban a mis sentidos sus encantos, que no supe como reaccionar>.

II <-¡Que solo estás! –Me dijo- ¿Te aburres? -Antes tal vez; Pero ahora ya no. Ella sonrió: -Me llamo Susana ¿Y tú? -Félix. -Si te molesta que me halla sentado contigo, me lo dices y me marcho. -Estoy encantado de que estés aquí. -Esa es una frase de rutina; No me conoces. -Sin embargo te adivino. -Eso es peligroso; Y si me imaginas como en realidad no soy ¡Menuda desilusión luego! ¿No? -Se pierden tantas ilusiones a lo largo de la vida… -¡Que me vas a contar a mí! Recuerdo que hizo una pausa y levantando la mirada, dijo: -Mi sueño era ser cantante y actuar en un gran teatro, con mucha gente aplaudiendo… -Volvió la mirada hacia mí- Y mira a lo que me dedico ahora… -¿A ser una ficha de dominó? Soltó una carcajada, dejando ver una parte de sus dientes a través del antifaz: -Si solo fuera eso…

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-¿Qué edad tienes? –Le pregunté. -Veintisiete ¿Por qué? -Parece por lo que se adivina debajo de la máscara, que tienes menos. -No –Otra pausa-. No soy una niña –Me miró a los ojos fijamente-. Tengo incluso una hija. Es pequeña. Ella si que es una niña. La tuve que dar en acogida al Convento de la Encarnación Agustina; Las monjas me la cuidan. Se llama Laura. Y tú ¿Estas casado? -No ¿Y tú? -Soy soltera –Durante un instante mira a su alrededor como distraída. Luego me vuelve a mirara mí y me preguntó- ¿A qué te dedicas? -Es una historia muy larga, que no merece la pena contar –Hice una pausa-. Digamos que ahora no trabajo; Simplemente me dedico a divertirme y para lograrlo, he entrado aquí. -¡Hombre! Pues has venido al lugar apropiado. –Me puso una mano encima de una de las mías. -Y empiezo por invitarte a cenar ¿aceptas? -Está bien. Pero antes debo pasar por mi casa, no está lejos de aquí, me cambio, porque no me parece serio ir vestida así y nos vamos ¿Te parece? -Desde luego. Las máscaras, las luces, la música y el bullicio de la gente de nuestro alrededor, poco a poco se fueron disipando. Nos dirigimos a la puerta y salimos a la calle>.

III <Nuestra relación se formalizó durante varios años y aunque no vivíamos juntos, si nos veíamos casi a diario en su casa, en la mía o en cualquier lugar discreto, donde podíamos dar rienda suelta a nuestro amor. Algunas veces, bastantes, no recuerdo cuentas con exactitud, pero muchas fueron las veces que la acompañé al convento; Eras una niña preciosa, bueno, como ahora; Te venías con nosotros el fin de semana, un sábado después de comer, te llevábamos a casa, por lo general a la suya, te ponía un vestido nuevo comprado con toda la ilusión del mundo y los tres nos íbamos a montar en unos caballitos de una feria que

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ponían cerca de la casa, a merendar o a pasear calle arriba y abajo hasta la hora de la cena. Luego, al día siguiente domingo al caer la tarde, te devolvíamos al convento llena de besos, ternuras y regalos ¿Lo recuerdas? Con el paso del tiempo, no teníamos secretos el uno para el otro; Ella conocía mi vida tan al detalle, como yo la suya; Las familias, amigos y enemigos de ambos, entraron a formar parte de nuestra existencia cotidiana de tal manera, que las tristezas, los miedos y las alegrías de cada uno, eran compartidas como si formasen parte de uno solo. -Decididamente –le dije en una ocasión- voy a pedirte que te cases conmigo>. Doña Estrella le interrumpe: -¡Que vergüenza! Pedro continúa: <-Piensa a lo que te expones –Me respondió tu madre. -No me importan las consecuencias; En las campañas, en los destinos fuera de Miranda, en los destacamentos y sobre todo en la soledad de las largas y silenciosas noches, soñaba compartir la vida con alguien como tú. Me hizo callar: -Súbitamente te apasionas. Espera a que pase el acoso al que estás sometido por parte de la justicia militar, a que la situación política se calme, a que vuelvas al ejército y que seas el dueño de tu destino. Entonces lo pensamos –Pausa-. Además, aún pueden pasar muchas cosas; Nunca se sabe lo que nos depara el destino. -Es que no quiero esperar. -No es el momento más oportuno. Hazme caso Félix. Eres el hombre más buscado de país. Sería una imprudencia>. De nuevo le interrumpe doña Estrella: -A mi esa mujer me da muy mala espina. Para empezar su vida, según se desprende de las cartas, no es la de una señorita; De salón en salón, de baile en baile acercándose al primero que llaga. De su hija puede que me dé pena ¡El angelito qué culpa tiene! ¡El angelito que a estas alturas ya es

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una mujer! Pero bueno, en aquella época... Pero en fin… Mejor que su madre será, aunque en el modo que tiene de ganarse el sustento, no se le diferencia mucho… ¡Pero de ella! ¡De esa Susana no me fío ni un pelo! Esa mujer esconde algo y si no se dio cuenta tu amigo, perdona hijo, pero es que era tonto. -En esto madre, si que puede que tengas razón. -¡Tú siempre hazme caso, hijo! Que no es que yo sea más lista que tu, que no es eso. Es que soy mas vieja y la vida me ha enseñado cosas que tú ni siquiera te imaginas.

Capítulo XI

I <Al reponerme de la sorpresa, por el rechazo de tu madre y pensando que aquello no había sido mas que una broma suya, procuré borrar de mi memoria lo ocurrido esa tarde. Sin embargo, poco después me hallaba en mi casa y un pensamiento extraño, me anunció lo que había de desprenderse de aquella negativa. No podía conciliar el sueño. Al amanecer me quedé dormido. Serían las doce de la mañana cuando escuché pasos en mi habitación, era el servicio que me entregaba una carta; Le pedí que me abriese el balcón, me senté junto a él, rompí el sobre y leí: <Don Félix Veracruz: Si aprecia en algo su vida, esta noche a las diez, estará en las gradas del Convento de los Agustinos Recoletos>.

II <Confieso que la lectura del anónimo me causó profunda impresión. El lugar en el que se me citaba, era harto sospechoso para mí. ¿No podría ser una emboscada? Medité por espacio de algún tiempo el camino que debería seguir.

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La extremada confianza no acredita el valor. No acudir a una cita propuesta en estos términos, no debe tomarse por cobardía. Sin embargo, el corazón tiene por naturaleza un enemigo infatigable, que siempre se muestra dispuesto a hacer armas contra su tranquilidad; El amor propio. -Mi honor me tendrá por un cobarde si falto –Me decía-¡Además, esto puede ser una broma de mis amigos! Cuento, sobre todo, con uno fiel y valiente, a quien le consulto todas mis dudas, se llama Pedro Campoy ¡Seguro que ha sido él, que por gastarme una broma, me cita con un anónimo en ese lugar tan tétrico y solitario! ¡Iré, si iré! Además, he arriesgado otras veces la vida, que no quiero ser avaro con ella, en esta ocasión>. Al llegar a este punto de la lectura, doña Estrella le dice: -Te sentirás cansado, porque no lo dejas para mañana. Yo tengo sueño y me quiero acostar –Dirige una mirada al manuscrito que se halla sobre la mesa- ¿Aún falta mucho? -Mañana seguimos –Responde Pedro.

III <Después de comer, al medio día fui a buscarle y le enseñé el anónimo>. Levanta la mirada de la lectura: -Se refiere a mí –Le dice a su madre-. Yo, por entonces aún en activo, me encontraba destinado en Fare, como sabes muy cerca de Miranda. No has sido tú ¿Verdad? –Me preguntó. Sigue leyendo: <-Desde luego que no –Me respondió Pedro-. Nunca se me ocurriría gastarte una broma sobre tu seguridad y menos, en tus circunstancias. -¿Qué puedo hacer? Y si es una emboscada y me arrestan. -No vayas. Tu reputación nada pierde por faltar a esa cita. -Sin embargo… -Mira Félix –repuso sin dejarme terminar-, yo en tu lugar, quemaría esa carta y no volvería a acordarme más del tema.

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Dudando entre seguir el consejo de mi leal amigo, o los impulsos de mi corazón, llegó la noche. Una hora antes de lo consignado en la carta, me decidí y metiendo dos pistolas en ambos lados de la cintura, entre el pantalón y la camisa y algún dinero, salí de casa resuelto a vender cara mi vida. Llegue; Aquel sitio estaba solitario. La noche fría, suave y la luna iluminaba las ramas de los árboles, una parte del camino y la fachada del Convento de los Agustinos. No tuve que esperar mucho tiempo, pues apenas me había detenido, apareció un hombre que me preguntó: -¿Capitán Félix? -Así es –Respondí, mientras cogía la culata de una de las pistolas por precaución. -Puede usted seguirme, por favor. No tenga reparos. Unos caballos nos esperan en el Ventorro de La Maroje. Y aquel hombre que vestía un calañón e iba envuelto en una capa de color pardo, tomó el camino que conducía a la puerta de los Recoletos>.

IV <Llegamos a las afueras de Miranda y a unos cincuenta pasos de la muralla, se detuvo delante de una puerta, a la que llamó. A la luz de la luna, pude leer en caracteres de bermellón, un rótulo que se balanceaba lentamente colgando de dos apliques: “Ventorro de La Maroje”. El hombre de la capa, intercambió algunas palabras con la dueña del establecimiento y nos franqueó la entada. No dejó de llamarme la atención que los clientes estuvieran a oscuras, pues al entrar no vi luz alguna. El hombre me dijo: -Tenga usted la bondad de esperar un momento, que voy a sacar a los animales. Entró por un paso de carruajes estrecho, largo y oscuro, y a los pocos minutos, volvió a salir, con dos caballos cogidos por las bridas cuyos

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cascos retumbaban en el suelo empedrado, en las paredes y en el techo del callejón. -Monte usted en el que más le agrade –Volvió ha decirme-. El otro será para mí. -Me es igual, puesto que no sé dónde vamos y es lo que más me inquieta, en este momento. -Hasta donde se pueda llegar de un solo galope, sin que revienten los animales. –Respondió en tono jocoso-. Pero si es usted buen jinete, le recomiendo éste, que le arde la sangre en las venas –Y le daba unos golpecitos en el encuello. -Esta bien –Y monté. El delante y yo detrás, tomamos el camino que conduce a la Azalea, pueblo a las afueras de Miranda. Media hora después, cruzamos La Huerta del Quinto y dejando a la izquierda el antiguo mirador del condestable, nos deteníamos delante de una cerca, que a juzgar por su aspecto, debía ser de un jardín. -Aquí es –Dijo. Echamos pie a tierra y mediante una aldaba, llamó a una puerta de hierro. Inmediatamente, se presentó una mujer, que por su atuendo juzgué que se trataba de una sirvienta. Mi guía, a través de un ventanuco, le dijo algo que no pude oír y ella abrió la puerta. -Bueno caballero, aquí le dejo. Que Dios le guarde y hasta después –El hombre de la capa cogió a los caballos por las bridas y desapareció por detrás de la casa. -Sígame usted –Me dijo la sirvienta-. La señorita le está esperando>.

V <Atravesamos el jardín y llegamos al edificio. La joven que me acompañaba, sacó una llave del bolsillo de un delantal blanco, abrió una puerta y luego, señalando hacia el interior de un pasillo, me dijo: -Por aquí.

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Subimos unas escaleras. La oscuridad era casi completa. Por precaución, puse mi mano en la culata de una de las pistolas. Al final, cruzamos otro pasillo. Querida Laura. Aún no se explicar, si las emociones que experimenté aquella noche, eran producto del miedo. El peligro se percibe menos cuando se ve la luz frente a frente, porque se le puede combatir. La ignorancia de lo que puede acontecernos, empequeñece el espíritu del ser más temerario. Nunca, ni en la más cruenta batalla, había sentido lo que experimente al subir aquella escaleras y cruzar aquellos pasillos silenciosos, como un camposanto>.

VI <Cuando por fin entramos en una habitación, la doncella colocando su mano sobre mi hombro, me dijo: -Espere un momento. Me quedé solo. Transcurrieron unos quince minutos; Aquel tiempo fue un siglo para mí. Me entretuve en recorrer el salón mirando las paredes cubiertas de molduras. Detrás de mi, sentí una pisadas; La criada se acercó y me condujo hacía otra puerta oculta por una cortina de terciopelo. La descorrió y la tenue luz de una lamparilla de cristal azul, iluminó una parte de una mesa, una librería, un sillón y un canapé. La doncella que hasta ahora me había acompañado, me señaló la mesa y dijo: -Acérquese usted; Ahí está la señorita –Y salió. Avancé unos pasos sin apartar mi vista de aquella mujer, que apenas entre la penumbra se le distinguía la cara. -¡Félix! ¿Eres tú? –Me dijo ella-. Pero ven, siéntate. Y con un ademán me indicó un sillón que se hallaba al lado del canapé>.

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Capítulo XII Por la mañana muy temprano, antes de que Pedro bajase de su habitación, doña Estrella ya está en la sala, sentada junto a la mesa y esperando a que su hijo le acompañe a desayunar. Al cabo de unos minutos y mientras Elena les sirve, Pedro sentándose frente a su madre, le dice: -Susana, una muchacha acostumbrada desde muy joven a relacionarse con banqueros, funcionarios y sobre todo militares, no supo acomodarse a la vida de familia, a la que intentó llevarla el Capitán Félix y al cabo del tiempo, sucumbió a los placeres de los salones, fiestas y regalos de los oficiales que seguían cortejándola. Uno de estos era el Comandante Víctor Mohedano ¿le recuerdas? –Su madre asiente con la cabeza-, que poco a poco la fue atrayendo hacia sí. -Ya decía yo, que esa chica no era de fiar –Responde doña Estrella. Pedro, continúa leyendo:

I <Esa voz tan familiar para mí, comenzó a tranquilizar a mi espíritu. A la vez que me iba acercando a la misteriosa mujer, me olvidé de mis precauciones y me avergoncé de mis temores. Sin embargo, la aventura continuaba y no podía prever el desenlace. En más de una ocasión, la sangre ha corrido por situaciones que en principio, no parecían hostiles. El perfume de algunas flores, suele a veces, ocultar el soplo de la muerte; La sonrisa de unos labios puede ser más temible que el acero de una espada. Mi querida Laura. Aquella mujer que tenía delante de mi, era tu madre. Hacía mucho tiempo que nuestra relación se había roto; Ella, acostumbrada a otro tipo de vida, no supo adaptarse a la mía y decidimos seguir caminos diferentes. Pero una cosa quedó clara; La promesa que le hice al romper sería perenne e inquebrantable y fue, que si algún día ella, no pudiera hacerse cargo de ti por las razones que fuesen, yo te cuidaría. Así se lo juré y así lo he hecho no sé si con

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acierto, o con la misma intención que en un principio pensé que debería ser nuestra relación, pero lo que si sé, y de lo que puedes estar segura, es que te quiero y que mientras Dios me de vida, me tendrás a tu lado. La lamparilla de cristal azul alumbró por completo su cara y su figura. Luego se levantó, descorrió las cortinas y la luz de la luna terminó por iluminar el resto de la estancia>.

II <La saludé con frialdad: -Susana, buenas noches –Me acerqué un poco más-. Fiel a mi honor, acudo como ves, a esta llamada anónima ¿Has sido tú? ¿Qué significa esto? –Miré a mí alrededor-. Todo este teatro. -No lo sé. Me ha pedido Víctor, que viniera a esta casa y que esperase a un oficial. No sé más. -¿Y tu hija? –Le pregunté después de un largo silencio. -En el Convento de la Encarnación sigue –Hizo una pausa- Espero que continúe firme, la promesa que me hiciste. -La muchacha no es culpable de nada y por tanto, no tiene porqué pagar las culpas de otros. -Ella es mejor que yo; Es buena y limpia de alma. -Cuando te conocí en aquel Salón Apolo ¿recuerdas? Te acercaste a mí; Llevabas un disfraz de dominó y una máscara de raso negra –hice yo la pausa- ¿Sabes lo que pienso? que cuando estabas conmigo, jamás te la quitaste. Y ahora ¿caerá por fin esa careta? -Siempre he sido sincera contigo; cuando estábamos juntos y en este encuentro también. -Esto no es una cita, es una emboscada y tú eres partícipe de ella junto con el Comandante Mohedano; El que vendió a sus compañeros de armas, el que traicionó a su país, el que acusó a honrados oficiales, ha sido capaz de urdir esta maniobra contra mí y a la que tú te has prestado no sé con qué intención. Y bien, vine pues a la asechanza preparado y dispuesto a defenderme, pero una vez conocido el cómplice del traidor, aquí están mis armas –y dejé las pistolas sobre una silla-. Me tienes a tu

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disposición puedes mandar que me arresten para dar cuenta a la justicia de una culpa que mi conciencia desconoce. Ella colocó sobre mi boca una de sus manos, mientras que con la otra apoyando su dedo índice en sus labios, me indicó que me callara>.

III <Muchas veces al recordar este episodio de nuestras vidas, he pensado como ahora, entre los húmedos muros de esta prisión, que como puede cambiar la vida noble que yo le ofrecí, por la descarriada que escogió, y la respuesta eres tú; Quiso darte una vida mejor que la suya y para ello, no dudó en asociarse con gente que la llevaría a la ruina moral a cambio de la riqueza material>.

IV <-Ten prudencia –Me dijo- ¿Qué piensas de mi conducta?-Añadió después de un breve silencio. -Nada –Exclamé-. Pero ten la seguridad que se ha levantado dentro de mí, un sentimiento desconocido hasta ahora; La decepción. Luego dejó caer una de sus manos sobre mi frente y dijo: -Mi conducta no tiene disculpa; Pero soy ¡tan desgraciada! Entonces me pidió que me sentara a su lado y me contó una historia llena de amargura>.

V <-Yo necesito explicarte mi conducta. Si tu me desprecias, lloraré mi suerte con la resignación de la que cree haberse confesado con la verdad, ante los ojos del hombre que por espacio de varios años fue el gran sueño de su vida –exhaló un suspiro, como si tomase fuerzas para continuar-: Hace algún tiempo, durante la guerra un oficial herido, iba en busca de su escuadrón por la barrancada de Pesvul. De vez en cuando, detenía el paso de su caballo para contemplar, según me contaba cuando le conocí, los cuerpos de sus compañeros tendidos sobre el campo. Cubrió con un pañuelo la herida que rasgaba su frente y se encaminó barranco adelante, ignorando hacia donde se dirigía. A la media hora, al término del camino en un pequeño valle, descubrió a unos quinientos pasos una cabaña>.

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Pedro levanta la mirada de la lectura, ve que su madre se ha dormido y decide continuar al día siguiente.

Capítulo XIII

I <Apenas el oficial llegó a la puerta de la cabaña medio en ruinas, sin duda por las balas de cañón, descubrió un cuadro desolador; Dos cuerpos ensangrentados yacían en el suelo. Eran los cadáveres de un hombre y una mujer, que a juzgar por sus trajes de campesinos debían ser sus moradores. En otra habitación adjunta, separada por una cortina que pendía del techo y sobre un colchón en el suelo estaba Susana tu madre, sentada sobre él, con los brazos cruzados a la altura del pecho, tiritando de frío y miedo, y con la mirada fija en un trozo de cielo gris, que se veía a través de un ventanuco>.

II <-Pues bien Félix –Susana continuó su relato-, en esta cabaña, en Sirotil poblado a las afueras de Miranda, hacia el norte –hace una pausa y sigue- ¿Lo conoces? Este oficial encontró los cuerpos de dos campesinos y a mí escondida en un rincón y sobre una colchoneta. Se acercó: -¿Necesita ayuda? Le miré. Del pañuelo que cubría su frente, traspasaba una pequeña mancha de sangre en forma de estrella. -¿Quién es usted? –Le pregunté con cierto temor. -No se preocupe –Respondió él-. Soy un oficial de la Reina –hizo una pausa-. Me llamo Víctor. La interrumpí: -¿Te dijo el apellido?

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-En ese momento no. Luego me enteré que era Mohedano –Otra pausa. Le miré la frente-. Está usted herido, tiene el vendaje manchado de sangre. -No es nada; Es superficial –Miró el techo- ¿Puede usted caminar? -Creo que si. -Hemos de salir de aquí; En cualquier momento se puede venir a bajo la cabaña. Me levanté y le dije algo avergonzada: -No quiero pasar junto a los muertos. Me dan miedo. Me contestó que cerrara los ojos. Me cogió por el brazo y salimos>.

III <Al llegar al arrabal, junto a las primeras casas, vimos que había soldados enemigos. Yo, que conocía el barrio le dije que podíamos entrar en un mesón, donde había trabajado cuando me vine de mi casa a Miranda. -¿Adónde vais? –Nos preguntó uno de los soldados. -¡Paso! –Exclamó Víctor- ¡Paso franco a una dama y a un oficial desarmado! Y entramos. El sombrío lugar tenía al fondo la barra, a la izquierda una escalera y a la derecha varias mesas distribuidas alrededor de una columna. Unos soldados apuraban un cántaro de vino. Nos acercamos al mesonero. En primer lugar habló Víctor: -Necesitamos ayuda –Se apoyó en una de las sillas. -¡Jesús! –Respondió éste, mientras se limpiaba las manos con el bajo del mandil- ¡Está usted sangrando! -No es nada. Solo un rasguño. Pero así y todo, necesitamos su asilo por una noche. -¡Y qué quiere que haga yo! Susana intervino: -¿Se acuerda usted de mi, señor Iván? –Me miró de arriba a abajo-. Soy Susana Avonavia; Estuve trabajando con usted hace tiempo.

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-Su cara me suena señorita, pero si quiere la verdad, no daría mi brazo derecho por decir que la conozco. -Entonces ¿Cómo se su nombre? -¡Y qué se yo! –Hizo una pausa-. Si yo no digo que no sea cierto. Digo que no me acuerdo. Por aquí pasan a diario muchas señoritas acompañando a la tropa; Unas se quedan y otras no. En cualquier caso le repito al militar ¿Que qué quiere que le haga yo? Aquí, al final de la calle hay un doctor. También está el cura que sabe de sanar mataduras, caídas y roturas de huesos ¡y sin intervención divina! pero yo ¡ni agua milagrosa que le diera le sanaría esa frente! -No se preocupe. Yo le diré lo que vamos a hacer. Verá, en primer lugar nos proporciona una habitación con sábanas limpias, palangana, una jarra con agua caliente, paños de secar y la cena. -Por todo eso no hay que penar. Déme media hora y estará servido ¿Pueden subir la escalera? -Yo le ayudo –Contesté. Le cogí por la cintura y en la primera planta, ocupamos la primera habitación del rellano; En ella había una cama, una silla, una mesa, una jarra, un soporte para la palangana y un bacín. -La tropa que están abajo es republicana ¿verdad? –Le preguntó Víctor al tabernero, antes de que saliera. Éste se volvió desde al marco de la puerta: -Ya señor. Si que lo sé, señor. Usted sabe –cierra la puerta, se acerca y sigue en voz baja-: Yo soy leal a la Reina. Pero hay que comer y pagar el mantenimiento de esta su casa. Y si para ello hay que dar cobijo al enemigo ¡pues bien venidos sean sus reales! ¿Me entiende? Le interrumpí: -No es eso, señor Iván. Creo que el oficial se refiere a otra cosa. Que si le deja que se explique, lo entenderá. -Pues ya me dirá el caballero, a qué viene si los soldados son monárquicos o republicanos, si lo que me importa a mi son los reales que le van a dar de comer a los míos.

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-Viene don Iván –continuó Víctor-, a que preferimos comer aquí y no abajo con esa tropa. Así que si no le viene mal, nos sube también la cena y otra silla. -¡Ah! ¡No hay ningún problema! Si me da media hora se lo preparo todo –Salió. Cuando el señor Iván nos trajo los paños, el agua y la cena le curé la herida, nos aseamos y en la sobremesa, se interesó por mi vida tanto como yo por la suya. Me contó que le habían herido en Renifes mientras dirigía a sus tropas hacia el enemigo. Que pudo escapar antes de caer en poder de los republicanos, que en la huida me encontró a mí y que andaba buscando a un oficial desertor, contrario a la monarquía y que por su culpa habían perdido un convoy. Yo le relaté parte de la mía; Le hablé de mi hija y de mi penuria. Le expliqué el motivo de hallarme en la cabaña; Cuando las tropas enemigas entraron en Miranda, conocí a un oficial, con él me dirigí a Sirotil y en un enfrentamiento contra las tropas de la reina, me refugié en ella. -¡Es la verdad, Félix! -Será la verdad –Contesté yo- ¿Pero por qué me han citado aquí? Y tú, ¿qué papel juegas en esta historia? -Deja que continúe –Hice una pausa-. No sabía que se trataba de ti. Hace aproximadamente un mes, nos encontramos en un local en Miranda. Hablamos; Me contó que había localizado por fin a los militares opositores al régimen y que a uno de ellos lo iban a traer aquí en una fecha venidera. Ese día, me llamó y me pidió que le acompañara hasta que él se presentase, yo accedí, te repito sin saber que eras tú, y aquí me tienes, pidiéndote por favor que me creas porque es la verdad. -No sé qué pensar. -Tú te has portado conmigo, primero como el mejor amante que haya tenido y luego, como un hermano ¿Qué motivo tengo para traicionarte? Cuando pasó la noche, nos dirigimos a la Parroquia de la barriada>.

IV

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<Al vernos, el anciano sacerdote nos dijo: -Tiene mala pinta esa herida; Se está cerrando en falso y para curarla necesita ser desinfectada. -Para eso vengo, señor cura –Respondió él-. Pero además, queríamos pedirle que nos proporcionase un medio de transporte para volver a Miranda>. Pedro Campoy, recoge las cartas y le pregunta a su madre: -¿Qué opinas de todo esto? -Un tanto rocambolesco. Pero vamos, en resumen; Ella es una fulana, tú amigo un pazguato y el tal Mohedano para mí, es el único que se salva de la quema, porque al fin y a la postre, es fiel con los principios por los que ha sido educado; Respetar a su Patria y a su Rey. Sobre la tal Laura, no la conozco y no puedo opinar sobre ella, pero vamos, que conociendo el ambiente donde se ha desarrollado su niñez y su juventud, no me extrañaría que fuese de la misma cuerda que la de su madre. El despacho es amplio y con mucha luz natural. Tiene las paredes cubiertas de madera color oscuro. Con una librería, un balcón con unas cortinas de raso azules. Varios cuadros con temas de caza que adornan las paredes, una mesa pequeña, unas butacas, una alfombra, una lámpara de bronce y su mesa en el frontal de una ventana. La tarde empieza ya su declive y los rallos del sol rojizo, iluminan una parte de la mesa, una de las paredes y la mitad de la alfombra. -¿Eso es todo lo que has sacado en conclusión, hasta ahora? -¡Qué más quieres! Visto lo visto, por ninguno de ellos merece la pena sacrificar una carrera ¡Ni por ellos ni por las causas que defienden! -¡Eres imposible, madre! -Soy realista. Mira hijo, el mundo real te dará de comer y el ideal, sueños inalcanzables.

V <Al terminar su historia, Susana tenía los ojos llenos de lágrimas: -Desde que dejamos de vernos, he seguido tu vida paso a paso a través de Laura, cuando ibas a verla al convento. Ahora no sé lo que va a ser de nuestras vidas. La situación es distinta y no sé lo que nos espera,

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ni tampoco para qué estás aquí. En cualquier caso, haré todo lo que esté en mi mano para que no te ocurra nada y podamos estar de nuevo juntos en cualquier lugar del mundo –Se fue hacia la puerta e hizo sonar una campanilla, que pendía de una cinta de raso verde del dintel. Luego me pidió que tuviera paciencia y que esperase. Más tarde, apareció la sirvienta, a la que le ordenó: -Dígale a don Ramiro que prepare los caballos en los que han venido y cuando estén, me avisa –Hizo una pausa- ¡Ah! Y todo ello aprisa y con la discreción más absoluta. -No se preocupe señora, así se hará –salió. -Señora… -Repetí con ironía. -Vamos Félix, estoy tratando de ponerte a salvo y tú me vienes con sornas. A los pocos minutos volvió aparecer la sirvienta: -Haga el favor de acompañarme, señor. Cogí las pistolas, me las puse en el cinto y me despedí de ella, con un beso: -Gracias. -Nos veremos pronto>.

VI <A las cinco de la madrugada salí de la casa. Don Ramiro, me esperaba con los caballos junto a la verja del jardín. Durante el camino le hice algunas preguntas referentes a nuestro destino; Nada sabía y nada me dijo. Cuando llegamos a la Puerta de los Recoletos, comenzaba amanecer y allí nos separamos: -Según me mandan, ya puede usted seguir solo, señor. Que Dios le acompañe y le guíe. Le di algunas monedas: -Esto es para que bendiga usted con buena jarra de vino, el recuerdo de esta noche. -Gracias señor –Espoleó a su caballo, yo al mío y seguimos caminos opuestos>.

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Capítulo XIV

I <Susana, por razones que entonces no podía revelarme, me pidió que no la viera: -Una imprudencia tuya -dijo-, me traería problemas. Te avisaré para una cita. Transcurrieron diez días y por fin un aviso, me hizo volver a las gradas del Convento de los Agustinos Recoletos>. -No cambia tu amigo ¿Eh? Sigue con la venda en los ojos –Comenta doña Estrella.

II <Me recibió entre sus brazos y desde este momento, aquel gabinete se convirtió para mi, en un paraíso. Un día me dijo: -Tenemos que hablar Félix, siéntate a mi lado. La obedecí y entonces observé, una inusual palidez en su rostro. -¿Te ocurre algo? –Le pregunté. -Estoy un tanto indecisa y asustada. -Por qué. -Si Víctor supiera… ¡Me mataría! -¡Estando yo aquí, nunca! –Exclamé-. Si la clandestinidad no te asusta y si me quieres como creo yo, te ofrezco un porvenir unido. -Víctor me ha pedido vivir juntos. -¡Imposible! ¡Ay del que se atreva a disputarme tu amor! Ella se sonrió y apoyando su mano sobre mi cara, dijo: -¡Preveo Félix, que vamos a ser muy desgraciados!>.

III <Querida Laura, como la hora de mi muerte en esta celda la presiento cercana, te voy a contar el desenlace fatal que tubo tu madre. Habían transcurrido algunos meses después de la última vez que nos vimos, cuando recibí una carta suya con una dirección a la que debía dirigirme.

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Al llegar a un piso sombrío de unos de los barrios más deprimidos de Miranda, me la encontré en una cama, a su lado un médico y una mujer para mi desconocida. Susana, les hizo un ademán, para que nos dejaran solos y así lo hicieron. Entonces me senté a su lado y me contó, que le habían diagnosticado una tisis. Que estaba muy avanzada y que debía guardar reposo en la Casa de Salud de Cervosa. Y añadió: -Tienes que hacerte cargo de Laura hasta que me cure. Te escribiré. Prefiero que le dediques el tiempo que puedas a ella, que no a mí. No vengas a verme. Ella necesita más cuidados que yo. Te escribiré a la última dirección que tengo. -Pero quiero saber cómo evoluciona tu enfermedad y darte cuenta sobre la vida de Laura. -Por carta. El sanatorio a donde voy, es de la beneficencia. Está en la sierra de Cervosa. En mitad del campo y a varios días de viaje. Además, es un lugar frío, deprimente, triste y solitario, y con personas enfermas. No quiero que mi hija conozca un sitio así. No le digas que estoy ingresada y ni mucho menos lo que me pasa. Si te pregunta, le dices, que estoy bien, que sigo trabajando y que pronto iré a verla. Y si no quiero que vengas tu, es porque la dejarías sola en Miranda como poco, más de una semana y eso no quiero que ocurra ¿Entiendes? Serían las doce de la madrugada. El doctor y la mujer entraron al cuarto húmedo y oscuro, en el que además de la cama, había una mesa, una silla y un ventanuco enrejado. Me pidieron que saliese al descansillo de la escalera. Que iban a prepararla para el traslado. A la media hora salieron los tres; Susana llevaba un abrigo excesivamente grande y en la mano una maleta. Bajaron la escalera y salieron a la calle. Yo, entré de nuevo en la habitación y sentí una soledad y una tristeza enormes>.

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<Por entonces Blanca V, esa Soberana, que abandonó a su patria para unirse a Trask III, en vez de defenderla; Esa Reina, que aplaude al aliado por las victorias que alcanza en nuestro país y denuncia a los valientes que arriesgan su vida, por la liberación del vergonzoso cautiverio del despotismo; Esa, que hoy conspira con los realistas y mañana con los liberales, está llevando a cabo una revolución institucional tan equivocada, que nos está costando sangre, a los que verdaderamente amamos a nuestra patria. Incómoda con el liberalismo, Blanca V hizo pedazos la constitución que había jurado y los heroicos diputados de Miranda que habían salvado el honor nacional, fueron perseguidos con insistencia por todo el país. Así que comenzó una nueva huida, para los seguidores del progreso. Los monárquicos sacudieron el polvo de sus añorados uniformes, vitorearon a Blanca V y desenvainaron sus vengativos sables. Yo ante estos acontecimientos, me vi en la obligación de exiliarme y aunque al principio arriesgué mi vida permaneciendo unos días en Miranda, no pude querida Laura, despedirme de ti. Entonces comencé una existencia azarosa; Soldado de la libertad, combatí a la sombra de la bandera de Kowalski III. En medio del peligro que por todas partes me amenazaba, ni en un solo momento me olvide de ti, ni de tu madre. La situación política fue cambiando; Los partidarios de la libertad triunfaron sobre el despotismo y en teoría La Reina volvió a abrazar la constitución: “Marchemos todos y yo la primera, por la senda constitucional”. Regresé a Miranda. Fui a verte aun de uniforme ¿recuerdas? Y luego sin que tú te enterases, le escribí a tu madre al sanatorio>.

V <Pero aunque sea para mi muy doloroso evocar el pasado, quiero decirte, que intenté por todos los medios que me estaba permitido, ponerme en contacto con tu madre en el Sanatorio.

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Transcurrió el tiempo. Yo sufrí las alternativas políticas de la época. Su recuerdo no se me borraba de la memoria; Habían pasado ocho años sin tener noticias suyas y decidí viajar a la Casa de Salud de Cervosa. Los médicos me dijeron que su débil naturaleza, no pudo resistir la enfermedad y que había muerto. Regresé a Miranda. Te saqué del Convento y te llevé conmigo para compartir una casa, las alegrías, las tristezas y en definitiva; La vida. Luego al enterarme que Víctor Mohedano continuaba buscándome, no ya por cuestiones políticas sino militares, compré una casa en Noas, contraté a una preceptora y te llevé allí, para protegerte>. Pedro se dirige a su madre: -¿Vas comprendiendo ahora? -Si claro; Un inmoral, primero a la madre y luego a la hija.

VI Se publicó una amnistía y algunos seguidores del progreso, pudieron regresar a sus hogares, siempre y cuando que no tuvieran algún proceso pendiente por asociación ilegal. Laura continuaba en Miranda. <…Y yo pasaba a los ojos de la sociedad como tu padre>.

Capítulo XV

I <Pronto comprendí el futuro que me esperaba, por tener una causa pendiente con la justicia militar. Recuerdo –levanta la mirada de la lectura- la última tentativa de fuga, en compañía de mi gran amigo Pedro Campoy –Sigue leyendo-; Me encontraba en la posada de un pueblo, cuando una noche llegó a buscarme Pedro; Me asomé a la ventana de mi habitación al escuchar

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que se acercaba la caballería, luego vi una silueta y oí una voz entre los matorrales en la linde del camino, que conducía a la posada que me era conocida. Cuando me acerqué por el monte, entre los arbustos le encontré. A duras penas en plena noche, montamos a caballo y huimos antes de que nos descubrieran los soldados de la Reina, que acababan de llegar –Levanta de nuevo la mirada, hacia doña Estrella y sigue-. Nos refugiamos en una casa que tiene su madre en la Sierra de Velviches, pero era imposible permanecer en ese lugar por mucho tiempo y nos dirigimos hacia la costa, para embarcar hacia el extranjero. Las penalidades que sufrimos y los heroicos esfuerzos de Pedro por salvarnos, fueron inútiles y caímos en manos de la ley y el Consejo de Guerra al que nos sometió la justicia militar, dictó la pena de muerte>.

II <Tú, Pedro, compañero de armas, amigo y fiel confidente. Te ruego que si yo desapareciera y tú quedases con vida, cosa que deseo de todo corazón, le hagas llegar a Laura además de las dos cartas, el cuaderno, que como te dije encontrarás en mi despacho en el cuartel de Galapagar y el medallón, estas otras que he escrito desde nuestro cautiverio.

Como ya sabes, Laura vive en Noas. En este mismo pueblo reside también un venerable cura párroco, que es depositario de mi testamento. Su nombre es Custodio.

Suerte, mi buen amigo. Un abrazo. Félix Veracruz Lemarroy>. El reloj de la chimenea marca las once de la noche. Durante unos segundos doña Estrella y su hijo permanecen en silencio. Por fin, Pedro dice: -¡Ah! ¡Si tú conocieras a Laura! -Es tarde –Contesta ella-. Me voy a mi cuarto y ya veremos mañana, si conviene que esa chica se venga a Valsalobre o no –Antes de salir del

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despacho, se para en el marco de la puerta y se vuelve-: Además, no solo vendría ella, si no que se traería a su criada. -Si, claro. Tres días después a media mañana, Estrella en un coche de caballos de “camino”, llega a la casa de Laura en Noas. Al colocar su mano sobre el llamador, la señora Celerina le grita desde el patio de su casa: -¡¿A quien busca, buena señora?! -¡A una chica que se llama Laura! –Se va acercando hasta el borde del camino, frente a la casa de Celerina-, y que vive con su preceptora –se para antes de cruzarlo-, doña Antonia. -¡Ya no están ahí! –Abre la verja, cruza el camino y se le acerca. -Pero se sabrá a donde se han marchado ¿Donde podré encontrarlas? –Le pregunta Estrella. -Lo que es eso, me parece difícil, porque no han dicho nada a nadie y además ¡vaya usted a saber que metas tienen los tres! -¿Que tres? -Esa chica, la joven, Laura, se ha ido con un chico que le ha robado a su padre los ahorros por acompañarla. La otra, Antonia, no sé si va con ellos o no. -Mire –Estrella responde pacientemente-, yo a quien busco es a la señorita Laura Avonavia… Celerina la interrumpe: -¡Si, si! Si sé a quién dice. La chica que vivía ahí y que más de un militar ha venido a verla ¡Bueno y también algún que otro civil, también la visitaba! ¡Que ya lo creo! Y que tiene una señora que la cuida –Se le acerca aún más y sigue-: La señorita Laura, abandonó ayer por la mañana el pueblo sin decir a nadie ni media palabra. Yo, como vivo enfrente, la vi salir con un lío de ropa. En fin, eso no tiene nada de particular, porque según parece, don Cosme, la obligaba a dejar la casa. Pero lo escabroso, lo que ha puesto al pueblo en un santiguarse, ha sido la fuga de Daniel, el hijo del escribano, que después de robar a su padre no sé cuantos miles de onzas de oro y dejándole una carta, que da a entender que va detrás de

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la joven ¡Tunante! Su padre está enfermo; Como que dicen los doctores, que del disgusto capaz es, de perder la pelleja. Por otra parte, la verdad sea dicha, señora, lo que es Laura, nos ha dado chasco a todos, porque era tan modosita, tan poca cosa que… Pero bien dice el refrán; Que bajo una mala capa, suele esconderse un buen vividor ¡y lo que es, que esos chicos se divertirán! Pues ya lo creo; Jóvenes, sanos, bien parecidos y con dinero ¡qué más pueden desear! A cuerpo de rey pueden vivir sin moscas que les incomoden. Estrella, viendo que ya no tiene nada que hacer en el pueblo se despide de Celerina y sube al coche diciéndole al cochero: -¡A Valsalobre! Celerina se tapa la boca con un pañuelo, para protegerse del polvo que levantan las caballerías y las ruedas del carruaje por el camino. Cuando Estrella llega a su casa, Pedro la está esperando: -¿Qué noticias me traes? ¿Has hablado con ella? -Ha huido del pueblo con un joven. El hijo de un escribano –Le va diciendo, mientras entra en el salón y se sienta-. No pienses más en esa chica. No es de fiar, como no lo era su madre. Si el que nace para cuarto, no llega nunca a ochavo. -Eso no es siempre así, madre. A mí eso que me cuentas me parece muy raro. -Convéncete tu mismo. Bastante he hecho con ir a buscarla, para traértela puesta en bandeja de plata –Le mira desde su butaca- ¡Sabes el trabajo que me ha costado ir y volver, en ese destartalado coche de caballos! Pero si no está, no me la puedo inventar. Se ha ido del pueblo con un chico, que le ha robado la fortuna a su padre. Y esa es la verdad. Pero tú, dale con la venda en los ojos, como tu amigo Félix.

Capítulo XVI En la Sierra de Axel, en el pequeño pueblo de Alucardi, vive un matrimonio de campesinos.

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Él se llama Arcadio y es labrador. Ella, Sonia y su único hijo, Semión. Éste, había mostrado desde pequeño una profunda aversión por la labranza de los campos, pero en cambio, sentía un profundo interés por el estudio. Sus padres, abuelos y demás parientes, eran analfabetos y para escribir su nombre, se limitaban a poner una cruz a tinta sobre un papel. De modo que Semión, era el asombro del pueblo, porque a los diez años sabía leer y escribir. El Padre Sucita, párroco del pueblo, le propone a su familia darle estudios más avanzados: -Dejar las cosas tal como están –les decía-, es una locura. Si no quieren que se marche del pueblo, pues que se quede en su casa y mientras tanto, yo le enseñaré latín y cuando tenga los once o doce años, le mandamos a Miranda con un trajinante o iría yo a llevarle, que amigos tengo en los conventos, que le tenderían una buena mano protectora, en el caso que en los primeros meses, no se desenvolviese. Y dicho y hecho; Semión abandona el pueblo a la edad de doce años, sin más patrimonio que un morral de lona a la espalda, y un palo de abeto entre las manos, para defenderse de las alimañas durante el camino. En el morral lleva una camisa, un par de medias, un pedazo de queso, un pan casero y una carta del Padre Benito Sucita, para un fraile del Convento de San Michele. Semión sale llorando a lágrima viva del pueblo; Al terminar la primera legua se enjuga las lágrimas, se sienta a la sombra de un árbol, come el queso y el pan, se queda dormido y al cabo de una hora aproximadamente, camina las otras dos leguas que le quedan y entra en Miranda por el Arrabal de Sirotil, hasta la puerta misma del Convento de San Michele. Al transcurrir de los años y solo de vez en cuando, Semión le escribe una carta al párroco y éste, les dice a sus padres: -El chico está bien. -¡Dios le bendiga! –Contesta la madre sonándose la nariz y secándose las lágrimas.

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Y el padre: -¡Cuando nada pide, nada debe faltarle! Así que pasa el tiempo, cuando una mañana, un hombre de unos cincuenta y cinco años, se presenta en la Plaza de Alucardi sobre un carro tirado por un mulo. Es Semión, que regresa después de cuarenta y tres años de ausencia. No conoce a nadie, ni nadie le conoce a él. Desorientado se encamina sobre el carro a la casa de sus difuntos padres, que se ha convertido en un montón de ruinas; Se para un momento frente a las paredes medio derruidas por el paso del tiempo y empieza a recordar los juegos de su infancia, junto a su familia. Desciende del carro. Se queda meditando un rato y a pie, se dirige a la Casa del Concejo, donde se presenta a la anciana madre del la primera autoridad del municipio, doña Fulgencia: -¡Ah! –Dice ésta-. Según parece, usted es aquel arrapiezo que se marchó a licenciarse a Miranda y a quien llamaban Semión El Listo. Él sonríe y responde: -Yo soy, señora. -¡Válgame el Señor! ¡Cómo ha cambiado usted! ¿Quién le habría de conocer? Semión, este mismo día toma posesión de los bienes que en herencia le habían dejado sus padres, exceptuando un par de mulas y una burra que según disposición testamentaria, se vendieron para los gastos del entierro y la Misa por el bien de sus almas. La casa hace vente años que permanece cerrada y las viñas y las tierras durante todo este tiempo sin cuidar. De manera que según la calificación del judicial, no hay modo de sacarles ningún beneficio. Sin embargo Semión, siente un gran aprecio por ver al cabo de tantos años el corral de su casa, el nogal y la higuera, a cuya sombra aprendió las lecciones de latín que le daba el Padre Sucita; Aquellos dos árboles que le recuerdan su niñez, le hacen volver a los años más felices de su vida.

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A lo que se ha dedicado en Miranda durante cuarenta y tres años, es un secreto para los vecinos de Alucardi. Nadie habla de ello, ni preguntan; Solo se conforman con ver, que a lo largo de varios meses la casa se recompone, los campos se labran, la viña se poda se limpia y se replanta. Al cabo de estas tareas, por las que pagó un bien jornal a los vecinos que quisieron ayudarle, llegó un carro cargando cuatro grandes cajas; Dos de ellas con muebles, otra con libros y papeles, y la última con un piano. En el jardín, Semión lee un libro bajo uno de los árboles, cuando oye una voz que desde la puerta del corral, le dice: -¿Da usted su permiso? Éste levanta la mirada: -¡Ah! Eres tú David –Deja el libro encima de sus rodillas, se quita las gafas y continúa-. ¡Vaya! Según veo, has venido a devolverme las partituras que te presté ¿Qué te parece este tipo de música? David, nueve una mano en el aire antes de contestar: -¡Sublime! Pero para comprender su valor sería preciso que la ejecutara un coro ¿No le parece? -Pues me parece algo difícil de conseguir en este pueblo –Responde Semión. David suspira: -A los del pueblo, le bastan las variaciones que yo les toco en el órgano de la Iglesia; Cuatro notas bien combinadas y nada más –Levanta los ojos al cielo-. El arte sublime de la música aquí, no se eleva más allá de polvo del camino ¡Pero en Miranda…! Semión, le interrumpe: -¿Sabes a quien le di clases de canto en Miranda? –Hace una pausa- ¿Recuerdas a una vecina del pueblo, una niña que vivía junto a tu casa? –Calla un instante-. Susana Avonavia. David hace por recordarla y Semión continúa: -De mujer, se marchó de Alucardi con el pretendido sueño de ser cantante. Me lo contó un día que coincidimos en un parque. También me

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dijo, que había encontrado un trabajo de mesonera para la subsistencia. Bueno, el caso es que al decirle yo que daba clases de música y literatura, me pidió que si le hacía un precio especial, le diera unas de entonación. -¿Y lo hizo? –Pregunta David. -Al principio sí; Dos o tres meses y luego dejó de venir –Le mira con picardía-: Y tú ¿Cuándo te desposas? Porque digo yo, que candidatas no te faltarán. -Creo que nunca don Semión. Sigo soltero; Mis dos amores son mi madre y la música. Usted me entiende; Ya ve, aquí toda la vida dedicado al arte y al cuidado de mi madre. -Te comprendo –Contesta Semión. David, continúa: -Pero como le decía, en Miranda ¡Oh! En Miranda, aquello es otra cosa; El arte y las libertades personales, giran en otra esfera más ancha y permisiva. Semión le vuelve a interrumpir: -Y como lo sabes, si nunca has salido del pueblo. Tarda en responder y luego dice: -Porque me lo ha contado gente de Alucardi, que ha vivido allí –Hace una pausa-. Hay un público que oye, que aprecia y que distingue. Además dispone de poderosos recursos para embellecer los pensamientos de un alma soñadora como la mía. A usted, don Semión, que con tanta bondad me ilustra y me alimenta mi afán de saber y que con tanta paciencia corrige mis torpezas, a usted como digo, le debo el haber descubierto el artista que hay en mí –Alza la mirada al cielo-. Yo vivía en las tinieblas, sin conocer más luz que la de la claraboya de la Iglesia donde está el órgano, y usted me ha abierto las ventanas del templo de una música inmortal –Baja la mirada y continúa con cierta pesadumbre-. Pero luego, después del sueño, me encuentro con este pueblo, solo, con el viejo órgano de la Iglesia, donde interpreto siempre la misma pieza a la misma gente y día por día –Suspira. Semión, que ha escuchado con imperturbable atención las palabras de David, mueve pausadamente la cabeza y le dice:

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-Así es hijo, el arte necesita espectadores. Eso mismo le dije a Susana, cuando me la encontré en Miranda. Eso es cierto. Pero no lo es el pensar, que si se marcha uno del pueblo, triunfa; Tan bueno público es éste como aquél. A la hora de apreciar si una pieza es sensible o una birria, cualquiera vale –Hace una pausa-. Por otra parte, mis años de experiencia me han aconsejado siempre resignación ante el destino que a cada cual, le ha reservado la vida. Tú, debes resignarte a vivir al lado de tu madre en Alucardi y desempeñando tu modesta plaza de organista. Bueno sea, que de vez en cuando hagas alguna excursión a la ciudad, que siempre las ideas se refrescan en los viajes, pero de eso a establecerse en la Villa y Corte, porque consideres que ese público es mejor que este ¡hay gran distancia! Y por si esto fuera poco, existen también las dificultades por las que tendría que pasar un joven pobre, inexperto y modesto como tú. -Yo reconozco señor Semión, que usted no me aconseja nunca más que el bien. Sé que es usted un sabio, que ha recorrido el mundo a base de desengaños y canas, pero yo soy joven y siento dentro de mí una voz –pausa- como la que sentía usted cuando se fue, o como la que sintió Susana, que me incita a luchar. Mi madre como usted, también me reprende, pero no sabe lo que yo siento porque ella es una mujer modesta y resignada a vivir en este lugar; Su alma ni ambiciona, ni teme, tan solo espera auxiliada por la fe que un día Dios la llame a su lado. Pero todos los temperamentos no son iguales, por eso estoy resuelto a abandonar el pueblo. -¡Vamos David! –Responde Semión, después de una pausa- Deduzco según lo que me acabas de decir, que Alucardi te ahoga. Que esto es demasiado estrecho para ti; Que necesitas más ruido y más vida, y quieres abandonarnos para llevar tus notas de organista a otras gentes. Enhorabuena, yo a tu edad también soñaba con el triunfo, pero luego, al cabo del tiempo, cuando se me abrieron los ojos al mundo real desperté y me reí de mis sueños. El ser humano, es el animal mas incorregible que se conoce; Solo escarmienta en cabeza propia. Más yo, que no tengo nada de poeta, voy hablarte como acostumbro hacerlo a los que ven sobre la tierra la materia, antes que el espíritu. Con que trae una silla, siéntate a

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mi lado y responde –Cuando David obedece, continua-: Ante todo una vez en Miranda ¿Qué vas hacer? ¿De qué vivirás? -Copiaré música –Responde David. -Segundo y grave inconveniente ¿Qué harás con tu madre? -Dejarla en la aldea; Está sana como un roble ¡y como comprenderá, no me la puedo llevar conmigo! –Pausa-. Vivir como usted me propone, tocando el órgano en la Iglesia del pueblo y sintiendo lo que yo siento aquí –se da uno golpes en el pecho- ¡es una muerte sin final! -¡Eres terco como una mula! –Responde Semión-. Yo te aprecio y deseo hacer algo en tu provecho; Aplacemos pues esta cuestión y espera que yo vaya a Miranda, y veremos lo que se puede conseguir, ya que no me faltan amistades tan fuertes como el acero. -¡Oh! ¡Esa esperanza que usted me ofrece, me vuelve a la vida! –Exclama David con entusiasmo-. Y si alguna vez llego a escalar un puesto en la cima de la música, juro no olvidar nunca a mi bienhechor. Semión sonríe y contesta: -No deseo para ti la gloria, me bastaría con que tuvieras popularidad; Esta es más provechosa porque la primera se adquiere por lo regular después de muerto y de poco sirve ya, mientras que la segunda, da fruto en vida y se regocija el cuerpo y el alma. -Lo sé, señor Semión. Sé que al principio lo pasaré mal. A mí, como le pasó a Susana y a tantos otros que se fueron a la Corte, sentiré como se hieren las delicadas fibras de mi corazón. ¡Oh! ¡Es tan triste la vida del artista, que da respeto tomar esta decisión! Pero y luego… -Alza la mirada-. Es tan placentera la consecución de este sueño, que todo se da por bien empleado. Cuando el reloj de la vecina torre da las doce campanadas, David se despide de Semión y se dirige a su casa, donde María, su madre le pregunta nada más verle entrar: -Me ha dicho el de la botica, que te ha visto en el jardín de la casa del señor Semión Gautier. -Sí. Tenía que devolverle unas partituras, que me había prestado. Ya sabes que tiene un piano y de vez en cuando me deja tocarlo.

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-Habéis hablado del pleito que mantienes con el cura, sobre las piezas que se deben tocar al órgano en las misas, funerales y bodas y como siempre, te habrá puesto la solución por el lado más pesimista ¿Verdad? -Ya conoces su carácter. Sin embargo me aprecia y se ha ofrecido a ocuparse de mí, cuando me vaya a la Corte. -Tú confías en que la gente aprecie tu talento y la gente no se para en admirar talentos, sino en el peculio que de ellos pueda sacar; Los músicos sin el estómago lleno, no suenan lo mismo. Y si no ¿Qué pasa en las fiestas de Alucardi? ¿Eh? Primero se bebe, luego se come y luego toca la orquestina. -Echaré de menos sus consejos madre –La mira con ternura y sigue- ¡Y hablando de fiestas! –Se sientan uno frente a otro junto a una mesa-. El señor Semión se encontró a Susana Avonavia en Miranda; Al principio trabajando en un mesón, luego quiso ser cantante y después le perdió la pista. -¡Otra con pájaros en la cabeza! Y cuando eso pasa, o los retienes, o se escapan volando cada uno por su lado hasta que te dejan la mente vacía –Mueve la mano alrededor de su sien y se acomoda en la silla-. Mira hijo, yo veo que la tristeza te consume. Por ahora, aún no te sucede nada alarmante, pero de seguir así, tal vez mañana enfermes y eso es lo que yo no quiero que pase. Si tanto empeño tienes en trasladarte a la Corte ¡vámonos en buena hora! Cuando quieras. Mientras tú encuentras ocasión de utilizar tu talento, yo asistiré en casas de fortuna y ¡Dios quiera que no nos muramos de hambre! En la vida que nos ha tocado vivir, no debe uno apurarse sobre todo, si no te falta salud. David sonríe distraído. Más tarde se levanta y cuando va a salir del cuarto, ve un sobre encima de un velador: -Una carta madre ¿De quién es? -¡Ah! ¡Sí! Olvidé decirte –Pausa-; Ha sido el cartero que la ha traído aquí, porque la Iglesia a donde va dirigida está cerrada y el cura en un entierro en Chilrednam. David lee el remite y la dirección:

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“Sanatorio de la Beneficencia. Casa de Salud de Cervosa. Parroquia de… Alucardi…” La abre y sigue leyendo: “Señor cura párroco de… Le enviamos las pertenencias personales… del paciente doña Susana Avonavia Jeane, fallecida el…” A los dos meses David Jamaná, decide abandonar el pueblo en busca de gloria y fortuna. Le acompaña Semión. Su madre doña María, se queda en la aldea.

Capítulo XVII El café de Yury en Miranda es un establecimiento bohemio, sombrío y alumbrado por una lámpara de aceite en cada una de sus cuatro paredes. Sobre una tarima, en un rincón aún más oscuro, David hace sonar una música cadenciosa en un viejo piano. En una de las mesas cercana a la tarima, están sentados sus amigos Boris Belchite y Cesar Palazuelos. Cuando David acaba su intervención, se sienta con ellos; Viste una levita de paño negra, un chaleco de piqué, un pantalón de lana, un sombrero de felpa y una bufanda de estambre. -¡Muchas gracias por vuestros aplausos; Me han llegado al alma! –Les dice con ironía mientras coge un taburete, lo acerca a la mesa y se sienta. -Tu actitud me hace pensar, que no estás en nada conforme con tu actuación –Dice Boris- ¡Pues nosotros tampoco! –Ríen. -Eso que has interpretado ¿Lo has compuesto tú? –Pregunta Cesar. -¡Bah! Hace siete meses que estoy aquí ¡Y aún no he salido de este tugurio! Para componer se necesita soledad y paciencia –Mira a su alrededor y con actitud despectiva, continúa-. Y aquí ¿vosotros creéis que puedo tener eso? La gente gritando, entrando y saliendo ¡Por Dios! -¡Estás perdiendo al más fiel aliado que tiene la juventud! –Dice Cesar.

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-¡La esperanza! –Añade Boris. -No me precio de escéptico, pero tal vez me encuentre en el camino de serlo; Ya no creo en nada, ni en nadie, ni en mi mismo –David baja la mirada, mientras pasa los dedos en círculos por el aro de un vaso-: Soy un fracasado. -Entonces te aconsejo que te pegues un tiro –Le responde Boris. -¡Psh! ¡Quién sabe si será ese el desenlace de mi vida como músico! –Pausa-. Hace más de seis meses, que dejé en el pueblo a mi madre, a mis amigos y a los sueños, pensando en llenar los teatros con mi música ¡Y ya me veis! En este antro, aporreando ese desafinado piano y pasando más hambre que un menesteroso. -¡Ten paciencia hombre! –Responde Cesar-. Mira, yo hice lo mismo que tú, pensando en triunfar como pintor, me fui de Bigass –Señala a Boris-. Éste, soñando con ser poeta, también dejó su ciudad y su gente ¡Y henos aquí! Sin perder la esperanza de que algún día la diosa fortuna, nos señale con su varita mágica. -Estás equivocado con respecto a mí –Le responde Boris- ¡Yo soy rico desde hace unos días! -¡Tú! –Exclaman los otros dos. -¡Si yo! Qué os extraña ¿No puede ser rico un poeta? -Todos sabemos que no –Dice Cesar. Interviene David: -Puesto que tienes dinero ¿Nos invitas a un café? -¡Por fin alguien dice algo inteligente! –Exclama Cesar. -Os invito ¡Pedir menesterosos! –Responde Boris en tono jocoso. -Pero dinos ¿cómo lo has conseguido? –Cesar se vuelve y le grita al mozo- ¡Tres cafés! -¡A mí con tostada! –Dice David. -¡Y a mí también! –Habla Cesar. -¡Tres cafés con sus respectivas tostadas! –Ordena Boris y añade-: Apuesto doble contra sencillo, que no habéis comido. -Yo lo he hecho en casa de Pedro Campoy; Con él y con su madre, doña Estrella de Capdepón –Responde Cesar-. Es un buen amigo, que

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entiende de pintura y que además, trabaja de redactor en el periódico de Valsalobre y en la página de arte cada jueves, inserta alguna referencia de salas de exposiciones, donde logro colocar algún cuadro. -La vida no es justa; Todo está fuera de lugar; Unos tienen demasiado y a otros les falta lo básico –Habla David. -Pero la revolución de los pueblos oprimidos se avecina y entonces… -Añade Boris. El mozo coloca el servicio sobre la mesa y una vez que se aleja, dice David: -Pero explícanos ¿de dónde te ha venido ese dinero? Porque solo de tus gacetillas en el diario local… -¿Creéis en fortunas repentinas? –Pregunta Boris. -¿La has robado? –Inquiere Cesar. -¡Ya sé! ¡Te has hecho con la botica del algún licenciado difunto! –Habla David. -¡Pues estáis en un error! –Boris acerca aún más el taburete a la mesa-: Esas fortunas llovidas del cielo existen, y puesto que os hallo en tan buena disposición de aprender, voy a contaros de que manera pasaron los quince mil reales y un reloj de oro, del bolsillo de un desconocido al mío. -Te escuchamos con el más palpitante interés –Responden los amigos. Se abre la puerta del café y entra Daniel. Durante unos segundos, mira a su alrededor y cuando ve la mesa donde están David, Cesar y Boris se acerca. Boris se dirige a los otros dos: -Ahí está mi héroe. Os lo recomiendo; Es un personaje muy peculiar. Luego os diré lo que no puedo deciros ahora. Daniel llega a la mesa; Viste de riguroso luto. Los tres amigos se levantan y le saludan.

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Capítulo XVIII Antes de que Estrella de Capdepón viajase a Noas en busca de Laura, ésta comprende que es preciso abandonar el pueblo. Además, desea cumplir las instrucciones que le había dado por carta, el Capitán Félix: Don Cosme el escribano, me prestó una cantidad de dinero a cuenta de la casa donde vives, que no le he podido devolver; Por tanto le pertenece. Pero aún te queda un recurso amor mío, en el caso de que tu insolvencia, no pudiera hacer frente a las deudas acude a mi buen amigo de armas; Don Vladimiro Zelo Gorquié, en Miranda. Él te ayudará. La carta adjunta que te remito presentada por ti, bastará para que te abra las puertas de su casa. Besos mi amor. Tú Capitán Félix. Así que firmemente resuelta, llama a Antonia y le informa: -He tomado una decisión. -¿Qué? ¿Nos amenaza otra desgracia? –Responde Antonia. -Para nosotras va a comenzar una nueva vida y como deseo que sea pronto, en los próximos días abandonaremos el pueblo. -¿Y a dónde vamos? Lo has pensado bien ¡Nada más que así porque si, dejar todo esto! –Mira a su alrededor-. Y lanzarse a la aventura, me parece una temeridad, pero en fin, tú mandas ¡Ay! Si estuviera el capitán, no lo consentiría ¿Y sabes por qué? ¡Porque es una locura! -No se puede hacer nada más. Sabes de sobra, que ya no es nuestra la casa. -Si que lo sé. Pero hablando con don Cosme… -Parece mentira ¡como si no le conocieras! ¿Tú crees que se le movería el alma? Es inútil. Nada lograríamos. Además, quiero cumplir la voluntad de mi capitán. -Bueno, no me opondré, ya que no hay otro remedio. Pero ¿a dónde vamos que más valgamos? -A Miranda. En busca de un compañero de armas de Félix, Vladimiro Zelo Gorquié y del oficial Pedro Campoy ¿Recuerdas cuando vino a

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Noas el ofrecimiento que nos hizo? Así pues querida aya, antes de que nos echen, debemos irnos nosotras. -Si, comprendo –Responde Antonia con tristeza-. Pero yo no puedo seguirte; Debemos separarnos. Ese don Pedro según me pareció el día que estuvo aquí y por las cartas del amo, que no es nada más que un pobre oficial ¡O sea que no tiene mucho dinero que digamos! Y bastante hará con que te abra los brazos y te reciba en su casa ¡a ti sola! Cosa, que le agradeceré toda mi vida ¡Pero no a mí; A una señora mayor enferma y quejosa! Por mi, no debes apurarte; No ha de faltarme un rincón, donde dar con mis huesos como ha de ser. Yo había creído que tú me cerrarías los ojos, pero Dios no lo quiere de esta forma y debemos resignarnos. -¿De verdad piensas lo que me has dicho? Laura hace una pausa esperando una respuesta y al final sigue: -¿Me vas a dejar que viaje a Miranda sola? Que me instale –Le coge las manos-. Que busque al oficial Campoy –Otra pausa-. Vamos ¡que me abandonas a mi suerte! Se sientan una frente a la otra y habla Antonia: -Sin duda con los años, he perdido la facultad de hacerme entender. En ningún momento he pensado en dejarte sola. Haremos el viaje juntas y estaremos de igual modo en la capital, el tiempo que haga falta. Pero si encuentras cobijo en casa de don Pedro –recalca-, que vive con su madre, entonces yo tendría que buscarme la vida bajo otro techo porque ya sabes el refranero; Barco con dos capitanes a mandar, al fondo del mar. Se quedan en silencio. Esta misma tarde, se presenta Antonia en casa del escribano a decirle, que su señorita desea abandonar Noas al día siguiente. Acto seguido Cosme, Daniel y Antonia, se dirigen a la de Laura. Una vez aquí, el escribano le enseña la escritura y el precio estimado por el juez: -Quedando la casa por mía –dice-, que don Félix Veracruz Lemarroy me restan cinco mil reales como así lo acreditan los documentos del juez. -En este caso –responde Laura-, también le haré entrega del mobiliario y otros contenidos, y mi protector no le deberá nada.

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Don Cosme se encoje de hombros y mirando en derredor, contesta: -No sé si estos muebles valen cinco mil reales pero en fin, que luego no digan que a uno le mueve la avaricia. Ella le propone: -Puede usted hacer almoneda y con los enseres… A la mañana siguiente Laura, le hace entrega de las llaves a Daniel: -Diga usted a su padre que mi aya y yo, solo nos llevamos este lío de ropas, que no es por cierto de las mejores. Esa queda en los cajones y armarios así como también la cubertería y vajilla ¡Ah! Y algunas gallinas en el corral. Daniel, se hace un hueco entre la puerta y Laura, y entra el recibidor: -Si me lo permite señorita Laura, que le haga una pregunta –Calla esperando una respuesta- ¿A dónde se marchan? -A Miranda –Responde. -Y ¿En qué medios? Si me permite otra interrogante. -Desde aquí hasta Villasanjurjo, a pie y luego en tren a la ciudad ¿Por qué me pregunta eso? -La propuesta que le hice un una ocasión en ese porche, no terminó bien ni para usted ni para mí. Yo no estuve prudente y reconozco que me precipité al proponerle, que me hiciese un lugar en su corazón; Le pido humildemente disculpas y para redimir el error, permítanme que las acerque a Villasanjurjo, en nuestro “coche de camino” Laura medita la respuesta y responde: -Está bien –Hace una pausa-. Preferimos salir pronto y que no se nos caiga la tarde. -Gracias señorita Laura. –Responde exultante Daniel-. Si me concede una hora, voy a la cuadra, preparo el faetón y vuelvo –Se guarda las llaves y sale. De regreso, la alquimista Celerina desde el zaguán de su casa, observa cómo llega Daniel, suben al coche Laura y Antonia, y levantando una nube de polvo, abandonan el pueblo. En la estación Daniel, se queda inmóvil en el andén.

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Está pálido. De vez en cuando sus labios se entreabren, para dar paso a una sonrisa. Cuando se pierde de vista el tren, suspira y murmura en voz baja: -Ella me ignora y creo que me desprecia, pero conseguiré que me quiera y ¡ay del que se atreva a disputarme su amor! Vuelve a sonreír. Sale de la estación sube al coche y regresa a Noas. Mientras tanto, las dos mujeres sentadas una junto a la otra, se han dormido. Al cabo de dos horas Antonia se despierta y a través de la ventanilla distingue las siluetas de los edificios, y una especie de atmósfera que embriaga, que aturde y envenena: -¡Mira! Aquello es Miranda –Despierta a Laura- ¡Lo ves! –Extiende el brazo. -Que lejos aún –Responde soñolienta. -Si; Falta legua y media, pero eso no es nada. -¿Qué haremos al bajar? -No dejaremos de encontrar algún carruaje, que nos acerque al barrio principal. -Creo que mis pies, aún tendrán fuerzas para recorrer la ciudad; La recuerdo cuando era niña y estaba en el Convento de la Encarnación. Me figuro que hoy habrá cambiado y modernizado. -¡Calla! –Exclama Antonia mirando las orejas de Laura- ¿Y los pendientes de oro? ¿Cómo es que no los llevas puestos? -Los dejé en la cocina sobre la mesa, junto a los cubiertos. -Pero ¡eso está muy mal hecho! -¿No era todo de don Cosme? -¡Todo, todo no! ¡La casa y los muebles! Vaya con Dios y que no escape de todo mal ese miserable avaro. Pero los pendientes de oro y los cubiertos ¡algunos de plata! ¡Eso no! ¡Esas cosas son tuyas! ¡Ay, si yo me doy cuenta antes…! -Vamos, no te pongas así ¿Qué faltan me hacen a mí unos pendientes de oro? No me llevo mi ropa ¡pues entonces!

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-Ropa –Antonia hace una pausa-. Ropa ¡y nos la comemos! ¿No? Y en cambio los pendientes de oro se empeñan, o se venden y es dinero ¡Vamos que ocurrencia! Huir por piernas y dejarle el botín al enemigo. -Antonia no te enfades, que ya verás como dentro de unos días estamos en casa de don Pedro. -¿Habrás cogido su dirección y la carta del capitán? Laura, introduce la mano en un bolsillo que le cuelga de su muñeca izquierda, saca un sobre y se lo entrega: -Llévalo tú, A media tarde llegan a la estación. Laura apoyada en el brazo de Antonia y después de caminar unas dos horas, llegan a un soportal, en cuyo interior se halla un edificio de arquitectura señorial. -Aquí debe ser y si no, no sigo caminando –Dice Laura, alzando la mirada hacia el número que se ve encima de una puerta. Frente a la entrada, hay una verja que da a un jardín. -¿Dan ustedes su permiso? –Entran y pregunta Antonia. Al extremo del jardín responde una voz: -¡Adelante quien sea! Lo atraviesan y junto a una tapia, ven a un hombre de unos cincuenta años, que viste un largo gabán de paño verde: -¿Qué se les ofrece? –Sostiene entre sus manos un azadón, que deja en el suelo. -Dispense usted caballero, si le hemos interrumpido –dice Laura-, pero según las señas que nos han dado, en unos de estos pisos debe vivir un oficial llamado Pedro Campoy de Capdepón. El hombre da unos pasos hacia delante, bordea un estrecho camino y extiende el brazo: -Ven ustedes esas ventanas en el tercero, pues entran por el portal que se encuentra debajo y ahí es –Se las queda mirando unos segundos, y continúa- ¿Son ustedes familia suya? De Estrella y Pedro, digo. -¡Oh! No –Responde Antonia. -Venimos de Noas, y resulta que hace como…

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Antonia la interrumpe: -Dispénsela usted caballero. Es que tiene la mala costumbre de eternizar una explicación que se resuelve a lo corto –Sonríe-. Para que me entienda. La señorita y yo, tenemos con él y su madre una amistad, y ya que hemos venido a Miranda, hemos pensado acercarnos a saludarles. -Pues lo siento, pero no están. Se han ido de vacaciones a Susayolande donde ella tiene una quinta; Un lugar muy sano –Las observa-. Pero, parece que se sienten fatigadas –Se dirige a Laura-. ¡Diantre! Está usted pálida. Venga, aquí hay un banco, primero se sientan y luego me dicen en qué puedo serles útil. -Verá –habla Laura- es que llevamos andando por la ciudad un par de horas, y quisiéramos descansar en algún sitio cómodo y limpio. Continúa Antonia: -Usted no sabrá de una fonda, donde podamos cobijarnos –pausa y añade- y que pille cerca; Por esta zona, vaya. Él sonríe: -Por aquí cerca, difícil lo veo. Pero… -Hace una pausa y se dirige a Antonia- ¿Son madre e hija? Por lo que deduzco. -No señor –Responde Laura-. Es mi aya. Pero por el cariño que nos tenemos las dos y el tiempo que llevamos juntas, puede usted considerarlo de esa manera. -En resumen –interviene Antonia-. Como le decía con anterioridad, don Pedro Campoy y su madre doña Estrella son muy amigos de don Félix Veracruz, un oficial de su Majestad la Reina muy apreciado en la Corte ¡Si señor! Laura mira perpleja a su aya y dice cuando ésta, le da un empujón con el codo: -Si señor. Cierto es. -¿Conocen ustedes a don Félix Veracruz? -Así es señor –Contesta Laura. -Lo de muy apreciado en la Corte… eso me extraña. -Bueno –Dice Antonia-, ahí tal vez exageré un poco. -Nosotras no sabemos nada más, que le conocemos –Añade Laura.

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-Bueno. El caso es que me vengo a referir. Que si quieren, pueden alojarse en mi casa, aunque sea por esta noche ¿Si no les parece mal? Está cayendo la tarde, están cansadas y entre que vienen y van… -Se dirige al poyo de la puerta, donde una anciana tiene la mirada perdida en un horizonte-. Aquí Matilde mi señora y yo, basta que sean amigos de nuestros vecinos y de don Félix, para que pongamos un cuarto a su disposición y descansen. Las dos mujeres se miran y responde Antonia: -Pues no sabe cuánto se lo agradecemos mi señorita y yo. Que buena falta nos hace descalzarnos y reparar los huesos, sobre todo los míos. -Y si es preciso, se paga el alojamiento –Añade Laura. -¡No diga eso, señorita! Son ustedes nuestros huéspedes y como amigos de doña Estrella y de su hijo, también lo son nuestros –Se dirige a Antonia en tono confidencial-. Vera, mi señora esta sorda y casi ciega, pero además, no anda muy bien de la cabeza, ya sabe, los años… -Antonia asiente con un gesto-. Así que en el gallinero encontrará usted tres gallinas y un gallo; Mate usted uno de ellos y condiméntelo del modo que más le venga bien, que yo voy a por algunas cosas que nos harán falta para aderezarlos. Se emboza con una capa, coge una cesta y sale a la calle por el jardín.

Capítulo XIX Daniel llega a su casa y entra en el despacho de su padre: -Aquí tienes la llave de la casa, de la señorita Laura –Las deja encima de la mesa. Se vuelve a abrir la puerta: -Según comentarios ¿ya se ha ido del pueblo la mantenida? –Pregunta Dorotea. -Si, se ha marchado –responde Daniel-, ella y su criada.

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-Me imagino, que habrá venido a buscarla, alguno de los oficiales que conoce –Vuelve a decir Dorotea en tono irónico. -Laura se ha marchado a pie –le responde Daniel con gesto airado-, acompañada por su leal Antonia y sin más equipaje, que un lio de ropa. -Entonces, la esperarán en Miranda –Contesta su hermana. -Laura es una joven desgraciada –exclama Daniel-, y haces mal en ensañarte con el mal ajeno. -¡Yo! ¡Pero bueno! Tampoco hace falta que te pongas así, es natural que la vayan a buscar, a eso me refería. El escribano, mira a su hijo por encima de sus gafas y dice: -¡Este chico es tonto! En vez de regañar con tu hermana, más valdría que terminaras de ordenar los recibos pendientes y tuvieras cuidado de no poner errores, como acostumbras. Daniel, se sienta frente a una mesa supletoria y empieza a trabajar. Durante este día y siguiendo su costumbre, no despega los labios. A las diez de la noche, se retira a su cuarto, cierra la puerta y se deja caer sobre la cama. Una tenaz idea se ha alojado en su mente; Abandonar el pueblo y seguir a Laura. Pero para eso es preciso dinero y en este momento de lucha interna sonríe con insidia, y murmura entre dientes: -¡Mañana tendrá una sorpresa! ¡Oh! Va a ser un golpe de efecto grandioso. El estúpido, el que todo lo hace mal va por fin a sacar las uñas y a herirle en sus sentimientos, como él ha herido los míos durante años. Daniel espera a que la casa esté en silencio. Se sienta sobre la cama, se pasa la mano por la frente y dice: -Todos duermen. Se levanta y mira por la ventana, abriendo unos centímetros los visillos: -Incluso los vecinos. Aprovechemos la ocasión. Se quita los zapatos, entra en el camaranchón donde guarda los atavíos de las caballerías y saca una ganzúa y un candil.

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Luego, se dirige al despacho de su padre. Entra, enciende el candil, tienta la pared hasta llegar a un clavo de donde cuelga una llave. La coge, deja la ganzúa sobre una mesa, abre el cajón y lo primero que se le presenta ante sus ojos, es un lio de trapo viejo y envuelta en él, una cartera grande de badana repleta de billetes de banco. La coge y deja una nota en su lugar. Luego, coloca las cosas como estaban y se vuelve a su cuarto. Se sienta sobre la cama y oprime entre sus manos la cartera. Sus labios se entreabren y suspira: -¡Ahora, tengo que huir! Sale del cuarto y se encamina hacia la cuadra; Ensilla una yegua y a galope, enfila el camino hacia Miranda Son las dos de la madrugada. En el silencio de la noche, retumban los cascos y un ligero polvo se levanta a su paso. Al día siguiente, don Cosme baja al despacho. Al cabo de una hora se extraña de que su hijo no esté pasando recibos y llama a Dorotea: -No le he visto esta mañana –Responde ésta. A media tarde la paciencia del escribano ha subido de tono. Después de buscarle por toda la casa y por los principales lugares del pueblo, entra en la caballeriza y al no encontrar la yegua, una sospecha terrible cruza por su mente. Su cara se descompone. Como si temiera que su pensamiento fuera real, corre hacia su despacho llamando a gritos a su hija. Aparta un sofá, se acerca al clavo, coge la llave, abre el cajón de la mesa y grita: -¡Hijo infame! ¡Me has robado! –Y cae sin sentido sobre la alfombra. Dorotea antes de ir en su ayuda, lee deprisa la nota que ha dejado su hermano en el lugar de la cartera y se la guarda dentro del escote. Luego, se acerca a su padre. En la cama don Cosme recibe al médico del pueblo. Éste, le indica a Dorotea que ha sufrido un ataque al corazón, que está muy débil y que necesita reposo. Cuando se queda a solas con su hija, le pide a ésta, que se siente a su lado:

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-¡Dios maldiga a tu hermano que es la causa de mi muerte! Me ha robado cerca de dos millones de reales, en billetes de banco –Pone una mano sobre la de ella y le da unas palmadas-. Mira hija, que ya, solo me quedas tú en quien pueda confiar. Baja a la bodega y detrás de la tinaja marcada con el número seis, verás un arcón y dentro unas bolsas de piel de vaca; Ábrelas y ven a decirme lo que encuentres. Dorotea no se hace repetir la orden. Cuando llega al lugar indicado y ve en su interior, gran cantidad de joyas y cubertería de plata, exclama: -¡Oh, Dios mío! ¿Es posible que este tesoro, haya estado en casa escondido durante años? –Piensa un instante-. Es preciso tener controlado a mi hermano, si no pobre de mí… Y sube a la habitación. -Creí que no dabas con el sitio –Le dice su padre, cuando la ve entrar-. Como no volvías, estuve por bajar a buscarte. -¡No hay nada padre! Nada, el arcón solamente, pero vacio. Don Cosme, levanta una mano al cielo, luego se golpea la frente y dice: -¡Seis y dos ocho! Mi fortuna ¡Ocho millones me ha robado ese mal hijo! Dorotea hace comprender a su padre, que después del robo, su caudal se ha reducido a unas cuantas hanegadas de tierra y a tres o cuatro casas en la aldea. Que ella no es ambiciosa y que perdona a su hermano, pero por si algún día, después de haber derrochado sus millones, acude al pueblo a pedirle la mitad de la hanega y de las casas, deseaba tener un documento para sujetarle. Don Cosme, comprende lo que quiere decirle su hija y accede a redactar un documento a su favor y a legalizarlo, con la firma del cura párroco y la del médico como testigos. Luego, dicta un testamento, instituyéndola como única heredera de todas las pertenencias que le quedan. A la semana don Cosme muere. Dorotea se viste de luto y comenta por todo Noas:

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-No tengo ambición; Con las tierras y las casas que mi padre me ha dejado, me basta para vivir. Perdono a Daniel ¡Que Dios le perdone también, el mal que nos ha hecho! Una mañana recibe una carta de su hermano: Hermana mía: Aunque me creas un miserable, no he podido permanecer indiferente, a los acontecimientos ocurridos durante mi ausencia de ésa. Así que, por medio de un paisano, he sabido la muerte de nuestro padre, y el triste desconsuelo en el que te hallas. Dime si me has perdonado, y qué puedo esperar de ti. Si me contestas la dirección es: Miranda… Tu hermano Daniel. Dorotea medita la contestación y escribe: Daniel, tú has sido la causa de la muerte de nuestro padre, y sabiéndolo él, te ha maldecido al morir. Tu infame proceder, gracias a mi, ha quedado oculto en parte; Es un secreto de familia y solo de ti depende, que se entere el pueblo entero. La carta que me escribes, solo ha templado en parte, mi justo resentimiento. Si aceptas las condiciones que te impondré tal vez lo olvide todo. Nuestro encuentro no debe hacerse en el pueblo, porque se hallan muy recientes los sucesos. Te espero en una de las casas que tenía nuestro padre, la que está en el Huerto de Abluva. Situada como está, a media legua de Noas y tomando precauciones, nadie podrá verte. Tú hermana Dorotea. Al día siguiente Dorotea se instala en la casa, teniendo la seguridad de que su hermano, acudiría a la cita. Al segundo día de permanencia, sobre las diez de la noche, cuando ella está leyendo junto a una ventana en la planta baja, se oye un aldabonazo. Deja el libro encima de una mesa, coge una luz de candil y abre la puerta. Es Daniel.

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-Ven –Le dice. Su hermano la sigue y le conduce a la habitación que poco entes ocupaba. Él viste un gabán negro, simétricamente abrochado hasta el cuello y un hongo del mismo color. Esta muy pálido. -Siéntate –Le pide su hermana. Daniel obedece.

Capítulo XX -Tu padre ha muerto por tu causa Daniel bien lo sabes, pero antes ha tenido tiempo de maldecirte y desheredarte –Él, exhala un suspiro. Dorotea continúa-: Los dramas familiares no deben salir de este entorno. Yo he sido prudente, muy prudente y he evitado el escándalo. En el pueblo, te consideran más bien un aturdido que un inmoral, pero esa opinión puede variar tan pronto como yo quiera, porque nuestro padre viéndose morir, legalizó un documento que explica tu conducta para con él. Además, tengo la carta que dejaste en el cajón, donde se encontraba el dinero. No lo olvides. -Yo he sufrido con santa resignación –responde Daniel- por espacio de muchos años, el duro tratamiento de nuestro padre, a quien no le he merecido nunca el menor aprecio y tú lo sabes. Las vejaciones se fueron haciendo cada vez más frecuentes, sobre todo, desde mi adolescencia y esto agrió mi carácter. Yo no solo ante sus ojos, sino a los de todo el pueblo, era considerado como un imbécil incapaz de hacer las cosas bien –Calla un momento-. He sufrido mucho. He pasado noches terribles; En una de esas noches, se apoderó de mí un vértigo incontrolado y me dirigí a su despacho, con el objetivo de robarle el dinero suficiente como para huir del pueblo, pero la fatalidad favoreció mi desgracia y puso la cartera al alcance de mi mano. Te juro por Nuestro Señor, que en principio ignoraba lo que contenía. Solo cuando llegué a Miranda lo supe; Ciento

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noventa mil reales, ni uno más. Comprendo que es tarde para arrepentirse y lo siento con todo mi corazón. -Nunca es tarde para rectificar –Contesta su hermana. -¿Qué puedo hacer? ¿Qué debo hacer? –Exclama mirándola fijamente. -Escucha –contesta ella-, nuestro padre al morir, sabiendo que tú le habías robado su fortuna, me nombró heredera de unas tierras baldías, cuatro viñedos y cuatro casuchas en el pueblo –mira a su alrededor- como ésta, y esta es la que mejor se conserva y mira como está de humedades y deterioros. Todo ello, traducido a dinero, apenas llega a la mitad de lo que contenía la cartera que te llevaste. Por tanto, que yo he salido perjudicada en más de sesenta mil reales –Pausa-. Pero yo no soy ambiciosa ¡Bien sabe Dios que no! –Otra pausa-. Lo que deseo es evitar el escándalo en el pueblo. Puedes quedarte con esos dos millones, pero te pido por lo que te pueda suceder el día de mañana, que hagamos una escritura en la cual figure que me cedes tus propiedades y peculio –Se detiene. -Siendo mi hermana única, todo quedaría para ti. -Sí. Pero fíjate que te casas… Y tienes hijos. -¿No tienes el testamento de padre a favor tuyo? –Pregunta Daniel. -Si, y una declaración firmada por el cura y el médico, que por cierto dicho sea de paso te honra bien poco y además, una carta tuya que te infama bastante, pero ya te he dicho que lo ocurrido es un asunto de familia y no quiero que Noas, viéndome disfrutar de la fortuna conocida de nuestros padre, crea que yo le obligué a que te desheredase, cuando en realidad soy la perjudicada. Al cabo de un silencio interviene Daniel: -¿Solo lo que había en la cartera, las casas del pueblo, las tierras y viñedos, tenía padre? ¿No había un joyero con alhajas de nuestra madre? De pequeño yo jugando en la bodega, creo recordar esconderme entre las tinajas donde había un arcón… Dorotea le interrumpe: -Con ropa. Claro, con ropa de nuestra madre ¡Y ya ni está esa ropa! Ahí va a estar… ¡después de los años que hace que murió la pobre!

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-¿Y las joyas de oro? -¡Ah! Ni idea tengo yo. Si te atreves a entrar en el pueblo después de lo que has hecho, baja a la bodega y mira en el arcón, y si está, que lo dudo, no hallarás nada dentro. En la última reforma que se hizo en la casa y en la bodega para limpiarla de humedades, todo se tiró; Ropa y arcón. Y si no me crees, lo dicho; Entra en el pueblo, ves a la casa y míralo tú mismo –Le observa fijamente y recalca-: Te repito, que yo he salido perjudicada. -Pero si lo que quieres es acreditar que yo te vendo la mitad de mis casas y tierras, partiendo conmigo generosamente lo que te pertenece, el pueblo murmurará preguntando con razón ¿De dónde has sacado esa, quinientos mil reales, para comprar la parte de su hermano David? -Cierto –Responde ella-. Si yo te doy ese dinero sin vender las propiedades, diría el pueblo que de donde lo he sacado, pero es que antes de extender la escritura, voy a vender lo que tenemos en Noas y tú me harás una carta de pago por la mitad de lo que resulte de la venta ¿Entiendes? -Sí. Y luego reduces la venta a capital. En fin, en tus manos lo dejo. Mañana me vuelvo a Miranda y ya me dirás, como se van desarrollando las cuentas. Dorotea sonríe y añade: -Pienso trasladarme a la Corte. -¡Tú a Miranda! -Si, yo ¿Qué te extraña? Daniel se encoje de hombros. Dorotea continúa: -Tengo veintiséis años y me aburre la vida de la aldea. Soy dueña de mi voluntad y como te digo, quiero vivir en Miranda. -¿Sola? –Pregunta Daniel. -No contigo. Necesito una sombra y elijo la de mi hermano ¿Qué mejor que esa? Veo que te asombra mi resolución.

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-Si por cierto para qué negarlo –Calla un instante-. Creí que te gustaba vivir en Noas. Que la mucha gente te ahogaba. Que no ibas a aguantar el tiberio de una gran ciudad. -Las personas cambiamos, cuando cambian nuestras vidas; Yo estaba aquí, porque padre me necesitaba, pero ahora… –Calla unos segundos-. Entonces regresa, alquila una casa en una calle céntrica y disponlo todo. Yo, mientras tanto haré las gestiones en el pueblo, para enajenar las propiedades y dentro de un mes más o menos nos volvemos a reunir –Pausa-. Ahora ya, tengo preparada una habitación para que pases lo que queda de la noche y mañana al caer la tarde, te vuelves a Miranda. Daniel, cumple al pie de la letra, las instrucciones que le da de su hermana y al mes, se hallan instalados en una casa situada enfrente de la de Pedro Campoy.

*** La noche del robo a su padre, cuando al amanecer Daniel llega a Miranda, abandona a la yegua antes de entrar en la ciudad y comienza a deambular por las estrechas calles buscando una fonda, donde refugiarse, descansar y meditar sobre su situación. En una callejuela estrecha y húmeda llegada por una tenaz llovizna, lee colgando de un rótulo: “Fonda Laurel”. Entra y alquila una habitación; Se encierra, abre la cartera y empieza a contar los billetes. Luego, la guarda cuidadosamente en un armario ropero que hay frente a la cama y se echa encima de ésta. Aunque había pasado la noche en el campo, a lomos de la yegua, no podía dormir. Por fin se levanta y empieza a pasear por el cuarto. De pronto se detiene delante del espejo del armario y se dice: -¡Oh! Es preciso que deseche de mi alma, estos escrúpulos de conciencia que me atormentan Mi padre, se merece el castigo que le espera mañana –Piensa un instante y continúa-: Dicen que los placeres se imponen a los remordimientos; Soy rico, soy joven ¡así que a por la buena vida!

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Coge el llamador de la campanilla, que cuelga del dintel de la puerta por fuera y un mozo se presenta: -¿Ha llamado? ¿Qué desea? -Manda que me sirvan el desayuno en el cuarto –El mozo va a girar para salir, cuando Daniel añade- ¿Conoces algún sastre que me pueda hacer un traje completo, antes del almuerzo? -Conozco sastrerías de trajes hechos, señor –Le responde. -Pues bien, mientras desayuno, harás que venga un dependiente de sastrería ¿Me has entendido? -Si señor –Le responde y sale. A las doce del medio día, Daniel, sale de la fonda luciendo un gabán de castor negro, un traje de paño y unas botas de charol. Al llegar a la calle Reilly, se detiene en una relojería y por cuatro mil reales, se compra un reloj de oro y una leontina. Luego, entra en una barbería y por último, alquila un coche de caballos y se para enfrente de la casa donde, según las señas que Laura le dejó a su padre, vive Pedro Campoy. Mientras el cochero descabeza un sueño sobre el pescante, Daniel espía los soportales de la casa. Al cabo de unas horas, aparece una mujer en la puerta de una de las casas; Es Antonia. Ya no le queda duda alguna; Laura vive allí. Y asomando la cabeza por la portezuela, le dice al cochero: -¡A la fonda Laurel! Éste se despereza y hace andar a la caballería.

Capítulo XXI Después de haber huido del pueblo, Daniel Omsagry pasa en un continuo sobresalto los dos primeros días de su permanencia en Miranda. A la Mañana del tercero, se dice:

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-¡Esto es un sin vivir! ¡Necesito información del pueblo! Saber si hay más dinero invertido en casas, fincas o alhajas. Joyas. Mi madre tenía muchas joyas. Recuerdo cuando era niño, en la bodega, un arcón… Después de meditar la forma de enterarse, tiene una idea: Enviar a un emisario, para que averigüe sus dudas. En un principio piensa en el mozo de la fonda, pero cree que para esto, es necesario alguien de mucha confianza y que al mismo tiempo sea lo bastante astuto, como para no infundir sospechas a los parroquianos y sobre todo a su hermana. Es preciso buscar a otra persona, que pueda presentarse en calidad de comprador de una casa o de unas tierras y dirigirse para ello, a casa del escribano y así, comprobar sus bienes. Pasa el día reflexionando sobre cómo llevar a cabo su plan y por la noche, se dirige a un teatro. En uno de los entreactos paseando por los pasillos, le llama la atención un joven, que habla acaloradamente con otros dos. La disputa es sobre la obra que se está representado, y no deja de sorprenderle la energía y la altivez, con que contesta a sus contertulios. Al día siguiente tomando todas las precauciones necesarias, se dirige a los soportales donde había visto a Antonia y en donde, presumiblemente vive Laura, para ver si la casualidad le depara la ocasión, de hacerse el encontradizo y poder hablar con ella. Al cabo de media hora, ve enfrente un cartel encima de un portal que pone: “Café Yury”. Entra. Esta desierto; Solo una mesa está ocupada por un caballero vestido con gabán y sombrero alto. Al acercarse puede comprobar, que se trata del joven de los pasillos del teatro Tívoli, del día anterior. Encima de la mesa, tiene un tintero de barro de la Álcora y un pliego de papel sellado en donde escribe. De vez en cuando, se queda en actitud reflexiva y vuelve escribir. Se sienta frente a una mesa, junto a un ventanal y cuando se acerca el criado para servirle, le pregunta: -¿Quién es ese joven?

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Éste, le mira durante unos segundos y responde: -Un estudiante ¡y poeta! Se llama Boris Belchite. -¡Hombre, un intelectual! ¿Y qué estudia? ¿Lo sabe usted? -Leyes. Va para abogado –El mozo se da unas palmadas en la frente-. Tiene mucho de aquí, según dicen mis amos. -Pinta de las dos cosas tiene –Daniel le vuelve a observar-. Según su vestimenta, no debe sobrarle el dinero. -¡Rico, calle usted señor! ¡Que ha de ser, si es más pobre que las ratas! –Hace una pausa-. Pero eso no quita, para que tenga mucha cabeza para la escritura –Le vuelve a mirar-. Ahí le tiene usted, enfrascado en sus historias. -¿Esta aquí de huésped? -No señor. Viene un día que otro almorzar con sus amigos; David Jamaná, un músico que ameniza a los clientes, tocando ese piano –lo señala- y otro, que se llama César Palazuelos y que pinta cuadros de personajes –se rasca la barbilla-, y por poco dinero, se calientan el estómago. Daniel le observa de nuevo: -¿Y qué está escribiendo ahora? ¿Una novela? -No señor –Sonríe-. Es que verá usted, como se le da bien eso de escribir, se gana algunos reales redactando propuestas. La que escribe ahora, es una exposición que hacen los vecinos de esta Ronda, al señor jefe político del barrio, para que pongan farolas y arreglen los caminos, porque las noches que no hay luna, que son las más, se rompe uno la crisma contra los árboles y los poyos de las puertas. -¿Y cree usted que aceptaría, si yo le convidase almorzar? -¡Ya lo creo! Y de muy buena voluntad –Mira un reloj en la pared de enfrente-. Por la hora que es, ya no pienso que vengan sus amigos, así que siempre almorzará mejor con usted, que si lo hace solo –Le mira con cierta ternura-. El pobre, no come otra cosa que sopa de cebolla y bacalao con patatas. -¿Hay pollo en esta casa? –Pregunta Daniel. -Si señor y bien cebados –Responde el mozo.

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-Pues mire, disponga que maten dos y que los preparen lo más pronto posible. Luego ya veremos, si se me ocurre algo más. Ahora vaya y en mi nombre, le presenta la invitación. Poco después Boris, se acerca a la mesa de Daniel. Éste, se levanta y le alarga la mano diciendo: -Usted me dispensará si le interrumpo en sus ocupaciones. Le vi a usted anoche en el teatro Tívoli y le encuentro ahora en este café, además estudia leyes, yo soy abogado y me gusta el teatro. En fin, acabo de llegar a la ciudad, no conozco a nadie… -Hace una pausa y continúa después-. Por todas estas razones, me tomo la libertad de invitarle a mi mesa –Le señala una de las sillas. Se sientan. Boris que oye sus palabras con una sonrisa en los labios, le contesta: -Con mucho gusto caballero. Pocos parroquianos entran a este tugurio, hablando con la espontaneidad que usted me acaba de demostrar. He notado que su sinceridad, le brota del corazón y eso me agrada. Acepto el convite, aunque con el sentimiento de no poder devolverle la fianza, porque soy un pobre estudiante –baja el tono de voz-, y poeta. Boris, observa la cadena de oro que cuelga del bolsillo del chaleco de Daniel, el brillo de su ropa nueva y piensa que tiene delante a un joven caballero de familia acomodada de provincias, que ha venido a la Corte a derrochar su dinero, en busca de nuevas aventuras, y a casarse con una chica de su misma condición social, pero con el desparpajo y libertad de una de la gran ciudad. Después de hablar una hora, de las posibilidades que ofrece una ciudad como Miranda para triunfar, Daniel le lleva al terreno que le interesa: -Por lo que llevamos conversado, veo que a usted eso de ser estudiante no le peta mucho ¿cierto? Su vocación verdadera es la de escribir poesía; Escritor en suma, es lo que usted persigue para su futuro. También deduzco que vive usted al día económicamente; Un trabajo aquí, un poema en un periódico de menor tirada, o la redacción de un documento reivindicativo para la administración –Hace una pausa, mientras le

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observa detenidamente-. Yo me atrevo a proponerle un trabajo sencillo, para el que se requiere ingenio y diplomacia a partes iguales, cualidades que creo usted posee. -Usted me honra –Boris sonríe-. Espero con ansia saber de qué se trata y sobre todo, bueno usted mismo se ha dado cuenta de mi situación… de la cantidad de dinero que me correspondería por ese trabajo. -Quince mil reales es el precio y el trabajo bien sencillo, se reduce a que se traslade mañana mismo, al pueblo de Noas –hace una pausa- ¿lo conoce? -No ¿Está lejos de Miranda? -En absoluto. Se trata de buscar la oficina del notario don Cosme Omsagry y preguntarle, si tiene a la venta alguna casa. -Efectivamente, no puede ser más sencillo –Boris, calla un instante y luego pregunta- ¿Y si me dice que si? -Le pide usted un precio y le da de plazo tres días para darle contestación. -¿Y quiere usted que yo me encargue del asunto? –Pregunta Boris, algo extrañado. -Mucho me complacería. -Si está cerca de aquí ¿por qué no va usted mismo y hace la gestión? A mi figúrese, salgo con beneficio, pero pagar quince mil reales por hacer semejante pregunta, perdone que me extrañe, pero algo raro hay en todo esto. -Exacto. Yo podría hacerlo, pero no quiero, y si pago esa cantidad es porque de la respuesta que usted me traiga, puedo sacar más caudal –Pausa-. Digamos que yo le voy a pagar por hacer esta gestión, no para que la entienda. Es la realidad. Se quedan un momento en silencio. Al final habla Boris: -Está usted en su derecho de reservarse las razones que le mueven a pedirme que haga este servicio, como yo estoy en el mío de preguntarle la forma, en se me van a pagar los quince mil reales.

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-En efectivo –Daniel se inclina hacia delante, y apoya los brazos en la mesa-. Seis mil mañana antes de partir, y el resto a la vuelta ¿le conviene? -Pues lo acepto –Boris sonríe. -Gracias. Daniel hace un gesto de satisfacción y continúa: -Me interesa que vuelva cuanto antes. -Partiré mañana mismo. -¿Y regresará en el día? -Eso quisiera yo claro pero depende del medio de locomoción, que me proporcione usted. -Le buscaré un carruaje que pueda ir y venir en cinco horas. Hay tres leguas y el camino es bueno. De modo, que si se marcha usted a las seis de la mañana, podríamos almorzar juntos a las dos en este mismo sitio. Ya ve que le sobra tiempo con holgura, por si tiene que hacer alguna que otra tarea propia, como escribir un poema o incluso, dedicarle algún rato al estudio. Boris sonríe y contesta: -Hace tiempo que no cojo un libro para estudiar –Pausa-. Caballero ¡Quedamos convenidos! –Le estrecha la mano satisfecho. -¡De acuerdo! Y ahora ¿quiere acompañarme a buscar el carruaje? –Le pregunta Daniel. -No. Lo siento. Tengo que recoger las firmas de los vecinos y redactar el documento. -¡Ah! Si es verdad, sobre el alumbrado. Boris, se fija de nuevo en la cadena de oro, que cuelga del bolsillo del chaleco y le dice: -Verá don Daniel… Éste, le interrumpe: -Creo que podemos tutearnos; Somos aproximadamente de la misma edad y acabamos de cerrar un trato económico, que nos beneficiará a ambos ¿No te parece?

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-Está bien Daniel –se inclina hacia delante y vuelve a fijar su mirada en la cadena-, seguro que al final de esa leontina, hay un valioso reloj ¿me equivoco? –Hace una pausa y le mira a los ojos-. Creo que la premura de la misión, se merece añadir esa joya –mira de nuevo el bolsillo del chaleco- a los quince mil reales ¿No crees? Daniel lo piensa un instante y responde: -De acuerdo, pero entonces, voy a encargarte otro asunto –Pone el reloj encima de la mesa. Boris, le mira con cierta extrañeza y Daniel continúa: -No hay porqué sobresaltarse amigo. Se reduce a indagar, si vive en esa casa de enfrente –la señala a través del ventanal-, una joven llamada Laura Avonavia. Boris se guarda el reloj y la cadena en el bolsillo del gabán, y responde: -A eso puedo complacerte al instante. Conozco al jardinero que seguro, me dará razón de ella. Si cuando acabemos el postre, me esperas un rato, te digo lo que averigüe. Una media hora después, Boris Belchite regresa al café, se sienta junto a Daniel y le dice: -Esa joven a la que te refieres vive en el número diecinueve en el piso bajo, donde el jardinero la tiene alquilada una habitación para ella y su criada. Daniel se extraña: -¿En casa del jardinero? No eran esas las informaciones que nos llegaron al pueblo, cuando se marchó. -Es lo que he averiguado y es lo cierto –Continúa después de una pausa-. Porque la he conocido; Estaba su aya, mi amigo el viejo jardinero y también la joven cosiendo a la sombra de un árbol –Alza la mirada-. Comprendo que te hayas fijado en ella; Es muy hermosa; Nunca había visto una cara tan dulcemente triste y unos ojos tan expresivos. Amigo ¡dichoso tú, que tienes buena posición para cortejarla! –Mueve la cabeza de un lado a otro-. En cambio yo, me he de apañar con alguna criada,

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alguna camarera o alguna desconocida, que a altas horas de la noche, deambule sola por la calle. -Con los quince mil reales, puedes darle un vuelco positivo a tu vida –Responde Daniel-. Además del reloj y la cadena, que en caso de apuro… -Eso quiero. En primer lugar, pagaré aquí los almuerzos y desayunos que le debo al dueño y después, le saldaré a la casera la pensión –Calla un momento-: Nosotros apenas nos conocemos, no hay pues motivo para que la confianza sea completa. La casualidad nos colocó frente a frente. Si nuestra amistad en vez de ser de hoy, contase con un año de existencia, me atrevería a darte un consejo con respecto a esa chica. -Atrévete amigo mío –Contesta Daniel-. Las simpatías no tienen tiempo limitado. Basta a veces un saludo, para que surja la confianza y tú me has sido simpático desde el primer momento. -Gracias, eres correspondido por eso, por el almuerzo y los quince mil reales. -Y el reloj con la cadena –Añade Daniel. -Te diré, que si te interesa la joven del jardín, conozco un medio para verla y acercarte a ella, cuando dispongas del mejor memento, para declararle tus intenciones. -¡Oh! –Responde Daniel, con una inmensa alegría- ¡Y qué medio es ese! -Muy sencillo; Conozco esas casas y a sus vecinos, por redactarles las actas para los jefes de distrito. Pues bien, alquilas la habitación del piso inmediato, que tiene una ventana con persianas entrelazadas y que toma las luces de un patio –Pausa-. Desde esta ventana a vista de pájaro, se ve el jardín y sólo te quedará esperar a que ella salga. -Entonces, hoy lo arrendamos –Responde Daniel exultante. -Hay un inconveniente. -¿Cuál? -Que está alquilado a un estudiante. Daniel se queda pensativo y después responde: -Pero ese obstáculo no será difícil de superar si se le prima ¿no te parece?

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-Debes ser muy rico, cuando todo lo arreglas con dinero. Daniel después de una breve pausa, responde con un tono de humildad -Mi padre sí que lo es. Y ahora yo, me estoy resarciendo del daño, las humillaciones y las penurias que él me ha hecho padecer durante muchos años. En fin, no quiero amargarte el día con mis complejos de la infancia ¡aprovechemos lo que tenemos y a vivir! -¡Está bien! ¡Eres el dueño de la fortuna y tú mandas!

Capítulo XXII Al día siguiente, según lo acordado Boris acude al Café Yury, donde le espera Daniel: -Muy pronto has vuelto –Le dice. -Sí. Apenas he permanecido media hora en el pueblo. -¿Has visto a don Cosme Omsagry? -Según las noticias que me han dado, murió anoche de un ataque al corazón de resultas según parece, de un disgusto que le dio un hijo suyo –Boris cambia el tono de expresión-. Un joven, según los vecinos, algo reprimido y que arto del trato despótico de su padre, se fugó de la casa, llevándose sus ahorros. -¡Ha muerto! ¡No pensé que pudiera tener este desenlace! –Exclama Daniel y se queda meditando en silencio. Boris, que desde un principio comprende que algún lazo une a su amigo, con el escribano de Noas, continua explicando su viaje al pueblo, pero sin los detalles dolorosos para Daniel. Éste, le pide a Boris que guarde el más profundo silencio sobre lo sucedido, dando su palabra de honor de no desvelar a nadie su secreto. Cumpliendo así, hasta tal punto la promesa, que no les cuenta a Cesar Palazuelos y David Jamaná, nada de lo ocurrido.

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Daniel, siguiendo las órdenes de su hermana, ha alquilado una casa en la calle Nicolás Yeruve, en frente de la que ocupan los vecinos de los sopórtales, en la Ronda de Valsalobre. Mientras todo se dispone para la llegada de Dorotea a la Corte, la amistad de Boris y Daniel se acrecienta. Daniel, los momentos que tiene de esparcimiento, se los pasa en la pequeña habitación, desde donde ve el jardín. Por la ventana contempla a Laura. Muchas veces siente deseos de abrir la persiana y llamarla, pero recordando la sequedad con que siempre le ha tratado, decide esperar. Transcurridos quince días, los preparativos de la nueva casa de Daniel y Dorotea van tocando a su fin. Una tarde que Daniel contempla desde su atalaya a Laura, observa que ésta, tiene su mirada puesta en la puerta que da al jardín. Su actitud le indica que alguien ha entrado. Luego Laura, se sienta junto a un árbol. Más tarde entra un caballero y lo hace junto a ella. Cuando Daniel le ve de frente, busca en su memoria una idea que le indique, donde ha visto antes aquel hombre, y recuerda que fue en su pueblo Noas, el día que se supo la desaparición de don Félix Veracruz. Después observa como el caballero y ella hablan, mientras el jardinero y Antonia podan unas ramas. A la caída de la tarde, ve también como Antonia le hace un gesto de premura a Laura y ésta, coge una labor, se despide del caballero y entra en el portal número diecinueve. Daniel hace por recordar con más ahinco: -… el día que se supo la desaparición de don Félix, llegó al pueblo un oficial… Estuvo en casa de Laura, hablo con ella y con Antonia. Si ¡ya recuerdo! El día que yo le propuse relaciones llegó él en compañía de Antonia, para darle la noticia. Y luego yo, le pedí a la señora Celerina que le espiase, por si volvía a verla –Piensa durante unos segundos- ¡Pedro! ¡Pedro Campoy! –Hace una pausa-. De esto se deduce que si ella salió de Noas, es porque él la esperaba en Miranda.

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Daniel muy entrada la noche abandona la habitación, y a la mañana siguiente, se dirige al Café Yury, donde le espera Boris y una carta de su hermana. Boris, que a pesar de los quince mil reales, no ha cambiado de gabán ni de sombrero, nota nada más verle, que algo le ocurre a su amigo: -¿Qué pasa? ¿No será que tienes como yo, problemas de liquidez? –Le dice en tono irónico. -¡Problemas de liquidez tú! ¿Y los quince mil reales? ¿Y el reloj? -¡Pregúntale a mis acreedores! Bueno ¿qué pasa? -¡Ay Boris! ¡Amigo mío! –Exclama Daniel, algo afligido-. Anoche me llevé un gran disgusto. -Supongo, que ese sufrimiento lo habrás experimentado en tu faro de vigía ¡vamos! que ha sido esa chica la causante de tu dolor. -Sí. Así es –Le responde Daniel con gesto de disgusto. -¡Vaya! Cuenta lo que te sucede, a ver si encontramos un remedio. Que ya sabes que yo soy especialista en mal de amores y lo digo, porque lo he sentido en mis propias carnes. Daniel espera unos segundos para responder: -La he visto. -Si, como a diario ¿Y por eso te abates así? ¡Qué demonios! Pierdes el tiempo lastimosamente y en vez de ir al grano, te vas por las ramas ¡Cuando le dirás lo que sientes por ella! -Ya lo hice y me rechazó. -Pues lo intentas otra vez. -Si conocieras a esa joven… -Se queda pensativo y con la mirada perdida. -La he conocido. Ya te lo dije. Además –continúa Boris-, teniendo como tiene una criada de confianza y tú, siendo rico como eres… -Antonia es insobornable. -¡Bah! -No lo dudes. -Bueno, como quieras. Cuéntame ¿qué te ha sucedido? -Ha tenido una cita con él.

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Boris suelta una carcajada: -Pero ¿Quién es él? –Le pregunta. -Tienes razón; Estoy loco, entre el asunto del pueblo y esto… Bien, a lo que voy; Es un oficial, se llama Pedro Campoy. Le vi por primera vez en Noas, hablando con ella, entonces tuve una sospecha y ayer, se corroboró. -¡Vamos si! ¡Antiguos amores son los peores! –Boris se queda un momento pensativo y luego sigue- ¿Pedro Campoy? Me suena ese nombre ¿vive en esas casas de los soportales, enfrente mismo de la tuya? –Vuelve a reír- ¡También es casualidad! -¿Le conoces? -Un poco. Aunque no tanto como César. -¿Y quién es ese César? -Un amigo mío; somos tres, ya te he hablado de ellos en alguna ocasión; David que es músico, César y yo. César es un buen chico; pinta cuadros y se empieza a abrir paso en el mundo del arte a fuerza de pasar calamidades, y de hacer vida social, aunque no le guste, pero que no tiene más remedio, si quiere colocar alguna de sus obras. Daniel se queda cabizbajo: -Quisiera vengarme del que me está quitando la felicidad. Boris se toca la frente y responde: -¡Tengo una gran idea! Claro, que para citarles aquí a esos dos… -¿A qué te refieres? –Pregunta Daniel impaciente. -A ese oficial. Se me ha ocurrido que entre mis amigos y yo… Sobretodo César –Boris le mira atentamente. -Para que no vea más a Laura, te refieres. -Algo así, verás. Como te he dicho, César hace vida social, para lograr darle salida a sus cuadros. Y casualmente conoce a la madre de ese caballero, se llama Estrella de Capdepón, de hecho, ha comido en su casa varias veces –hace una pausa-, podemos hablar con él para que te presente a esta señora, y a través de ella… ¿Lo entiendes? Daniel se queda pensativo. Después, se sientan en una mesa.

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Terminada la comida, Boris le dice que necesita dinero para reunir a sus dos amigos en el café Daniel le entrega quinientos reales: -¿Tienes bastante? –Le pregunta. -Creo que sí. Si no, ya te lo diría –Contesta guardándose el dinero-. Ahora me marcho, que tengo que pasar por un periódico a ver si me insertan unos versos, en la página de relatos por entregas –Da unos pasos y se vuelve para añadir-: Y ya sabes, sobre las ocho de la tarde estaremos aquí, acude y te contamos. Daniel al quedarse a solas, ve sobre la mesa la carta de su hermana, la abre y la lee: <Hermano mío: Aún no he podido realizar las gestiones de las que hablamos, en nuestro último encuentro. Pero el deseo que tengo de vivir en Miranda, me pone en el caso de nombrar en ésta, a una persona que se encargue de mis negocios. Así pues, espérame mañana en la casa con todo dispuesto. Dorotea>. A las ocho de la tarde, Daniel entra de riguroso luto y muy serio en el Café de Yury. David, César y Boris, se levantan para saludarle y éste, se lo presenta a los otros dos.

Capítulo XXIII Días después que doña Estrella volviese de Noas sin Laura, Pedro Campoy, procura inútilmente reconciliarse con el sosiego. Busca en el trabajo del periódico una salida pero su ingenio se muestra tan estéril, que arrojando lejos de sí la pluma, exclama: -¡Ah! El corazón me dice, que se calumnia sin razón a esa pobre joven. Es imposible, que aquellos ojos que conocí en Noas, oculten un alma innoble. Mi madre ha sido engañada por las gentes de ese pueblo

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Pero yo sabré la verdad. Buscaré a Laura y cuando la encuentre, si es inocente como estoy seguro de que lo es ¡ay de sus detractores! Al cabo de unos meses, a la vuelta de un viaje que hace con su madre a Susayolande, la suerte hace que Pedro encuentre una pista sobre su paradero, justo encima de su mesa, en la redacción del periódico en Valsalobre. Esa mañana, al entrar en las oficinas, le entregan un pliego en cuyo sobre pone: <A. D. Pedro Campoy –Urgente- de S. S. y A., Boris Belchite>. Pedro Campoy se dirige a su despacho con la cartera bajo el brazo, rasga el sobre y lee: <Sr. Pedro Campoy: Mí distinguido señor. Ruego a usted encarecidamente, ampare con la eficacia que sabe hacerlo un periódico de oposición y liberal como ese, la justa solicitud que los vecinos de la Ronda de Valsalobre en las casas de los soportales, elevan al Jefe Político de Distrito, para que lo más pronto posible, sean instaladas unas farolas en las cornisas y que éstas se adoquinen, por la seguridad de los vecinos abajo firmantes. Le ruego eleve esta solicitud a las autoridades pertinentes para su publicación, en la página de cartas y reclamaciones al director. Suyo afectísimo. Boris Belchite>. La lectura de esta solicitud, hace sonreír a Pedro y por curiosidad, se pone a repasar la lista de los vecinos de la barriada, a la cual él pertenece. Al llegar a las firmas, no puede contener una exclamación de sorpresa: <… Vladimiro Zelo Gorquié, teniente retirado>. -¡Oh! Pero este hombre… ¡Nuestro jardinero es militar! Ignoraba que lo fuese y sabiendo que yo lo era hasta la excedencia, porque me ha visto infinidad de veces de uniforme, ¿cómo es que no me ha comentado nada? Qué raro –piensa un instante-, por mera curiosidad periodística, quiero averiguar cómo y porqué, un oficial ha terminado de jardinero en mi casa –Vuelve a sonreír-. Indagaré.

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Pregunta en el Ministerio de la Guerra, en el Instituto de Clases Pasivas y en ningún sitio, saben darle razón sobre él. Después de varios días, pierde interés por la vida de su floricultor y vuelve a pensar en el paradero de Laura. Buscando en su memoria todos los caminos que pudieran conducirle a encontrarla, recuerda las palabras que su amigo Félix Veracruz, le había dicho la víspera, en que los soldados de la Reina le sacaron de la celda, en la Prisión Militar de Lanagal: <…es un valiente veterano, que la recibirá con los brazos abiertos y será sin duda, como un padre para ella. Ha sido mi sargento de confianza, durante muchos años y ahora, que por la edad está a punto de la reserva, le han ascendido a teniente. …ya he dispuesto, que si a mí me matan y tú, no pudieses hacerte cargo de mi Laura, que ella y su fiel Antonia, acudan a este leal compañero, que le dará toda la protección que necesite>. Después de este recuerdo, busca en el libro: “Memorias de Guerra” del General Belauste, una relación de todos aquellos jefes, oficiales y suboficiales, que participaron de alguna manera en los enfrentamientos de los republicanos, contra las tropas de la Reina y en uno de los capítulos lee: “… que una modesta casita propiedad del sargento Vladimiro Zelo Gorquié, había servido algunas veces de refugio, al Capitán Félix Veracruz, durante la contienda” -¡Será posible! –Se dice- ¿Habrá alguna relación, entre mi jardinero y el hombre que se iba a hacer cargo de ella? ¿Y si fueran la misma persona? ¡Cuando se lo cuente a mi madre, no se lo va a creer! Y diciendo esto, sale de la redacción con la rapidez del que persigue un sueño. Media hora después, un coche simón sale por el portillo de la cochera a toda prisa. Cuando llega a los soportales de Valsalobre, observa a una mujer que sale por la puerta de la verja del jardín hacia el camino, con un cesto de mimbre colgando de uno de sus brazos. Es Antonia.

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Pedro baja del carruaje, despide al cochero y la sigue hasta ponerse a su lado: -Buenos días, señora –Le dice. Antonia al principio, le mira con recelo y luego exclama: -¡Calla! ¿Es usted, señorito Pedro? ¡Vaya que es casualidad! Ya lo es, encontrarnos en una ciudad tan grande como esta. -No es casualidad, señora. -¡Cómo! -Estaba esperando. -¿A mí? -A usted y a Laura. -¡Ah! Eso es otra cosa. -Porque supongo que viven ustedes en casa del jardinero. -Si señor ¡y grandísima es su caridad! Don Vladimiro es un santo. -Y al que nunca me cansaré de bendecir, porque hace meses que las busco inútilmente. -¡Ah! Pues yo se lo explico si es menester – Con un brusco ademan, se cambia el cesto de brazo -; Nos vinimos de Noas con la dirección que usted nos dio. Aparecimos aquí y aquí en la casa del jardinero que nos acogió estamos hospedadas, hasta que usted y su madre volviesen de Susayolande –Echan andar despacio. -¿Hacia dónde va usted, Antonia? –Le pregunta. -Al mercado. Ahí mismo es ¡Bueno, que tonta! Como si usted no supiera dónde está. Son los nervios de haberle encontrado –Sonríe- ¡Cómo se va alegrar la señorita, cuando le vea! -La acompaño, si no le parece mal. -¡Que me va parecer mal! Con mucho gusto señorito. Después de caminar en silencio durante un trecho, habla Pedro: -¡Ah! Usted no puede figurarse, la de calumnias que he tenido que oír sobre la Laura. -¡De Laura! ¿Y qué le han contado? –Pregunta Antonia, en actitud amenazadora.

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-Yo supongo, que usted ama a esa joven como a una hija y nada debo ocultarle –Pausa-. Unos meses después del día que tuve la dicha, de visitarlas en el pueblo ¿lo recuerda? -Así es señorito, como si fuera hoy –responde Antonia-, que iba usted de uniforme –mira para otro lado y se ruboriza- tan guapo ¡que daba gloria verle! Pedro continúa: -Mi madre, cediendo a mis instancias, se presentó en Noas para repetir el ofrecimiento de acogida, que yo les había hecho en aquella visita. Pero Laura no se hallaba en el pueblo y una tal –piensa un instante- señora Celerina le dijo, que había huido con un joven. -¡Mentira! ¡Infamia! ¡Como agarre a esa bruja, le arranco la lengua! –Exclama Antonia-. El chico novicio, al que se refería la endemoniada víbora, no es otro que el hijo del escribano y tan solo nos acompañó en su coche de caballos, al pueblo de al lado, para coger un tren que nos trajese aquí, y no tener que hacer el camino andando –Se queda pensativa, y como si una idea se le hubiese venido a la memoria de repente, añade-: Ese muchacho, nada más conocerle me calló mal; No sé, me dio mala espina, pero en este caso se portó como un caballero ¡hasta la misma estación nos acercó en su carruaje! ¡Todo un detalle! –Vuelve a la actualidad y continúa- ¡Vamos, difamar a mi señorita esa gente que no ha salido nunca del palo de la dehesa! -Yo no lo he creído nunca –dice Pedro- y trato de buscarla, para que me explique porqué abandonó el pueblo tan de repente. -No se preocupe señorito, de que se entreviste usted con ella, me encargo yo –Y continúa defendiendo a Laura- ¿Con qué en el pueblo, se han atrevido a dudar de su virtud? ¡Ah! Si todas esas lenguas viperinas, estuvieran a la altura de mi mano, no les quedarían muchas ganas de hablar ¡Falsos! ¡Esos comentarios son falsos, señorito! Por modelo, deberían tenerla las más honradas y a buen seguro, que nada habrían de perder –Se saca un pañuelo del bolsillo del abrigo y se suena la nariz-. Si nos hemos marchado del pueblo ha sido, porque don Félix, tenía según parece empeñada la casa y la señorita Laura, para hacer frente a esa

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deuda, entregó todo cuanto poseía al usurero don Cosme ¡que Dios castigue en lo que más le duela! Hasta unos pendientes de oro, que guardaba con mucha estima, le dio la pobre inocente –Llegan a las puertas del mercado, hace una pausa y continúa-: Llegamos a Miranda en tren sin más bienes que lo puesto, como dos pordioseras y gracias al buen corazón de don Vladimiro, que nos recibió con los brazos abiertos, que si no a estas horas ¡Dios sabe lo que hubiera sido de nosotras! –Hace la señal de la cruz sobre su pecho. -¿Cuándo podré verla? –Le pregunta impaciente Pedro. -Cuando usted quiera. Al lado de su casa estamos. -Ya, pero no me refiero a eso. Usted me entiende doña Antonia; No se trata de verla solo, sino de hablar con ella y si puede ser, sin testigos de vista. Ella sonríe maléficamente: -Desde luego; Me tengo por zorra vieja –Le mira a la cara, con la misma sonrisa-. Pero para una cita no puedo asegurarle nada sin hablar antes con ella. Usted comprende. Hay una pausa, al final habla Pedro: -¿Tardará usted mucho en hacer la compra, doña Antonia? -Pollería y fruta; están los puestos uno al lado del otro; una media hora larga. -¿La puedo acompañar otro rato? y así me cuenta usted más cosas; Que desde que las vi en el pueblo, han tenido que pasarles muchas historias. -Si señorito –Hace un gesto con la cabeza-. Cuando le diga a Laura ¿a que no sabes con quien hecho la compra? No se lo va a creer. -Y yo a mi madre, doña Antonia.

Capítulo XXIV

Desde que Pedro Campoy supo la identidad de Vladimiro Zelo, muchas tardes, después de sus paseos con Laura por el jardín, va a visitar al veterano militar.

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-Después de tantos años siendo vecinos, cómo no me dijiste que habías sido compañero de mi amigo, el Capitán Veracruz. -Lo pasado, pasado queda. Hay episodios en la vida de todo hombre, que es mejor olvidar; sobre todo, si con el recuerdo, nos vienen a la memoria los seres queridos y que ya no están a nuestro lado. Hay otros momentos, que tampoco merece la pena traerlos a la memoria; Como guerras, sucesos o enfermedades. Yo señor… Pedro le interrumpe: -No me llames de usted, por favor. Vladimiro sigue: -…cuando dejé la milicia igual que tú, bueno…, lo tuyo es diferente, estás en situación de excedencia y en cualquier momento puedes volver, pero yo estoy jubilado. Ya me considero un civil y no me parecía serio presentarme como militar, porque en realidad no lo soy. -Bien camarada. Hablemos de tu generosidad; Quería darte las gracias, por acoger en tu casa a doña Antonia y a Laura. -No tienes por qué dármelas. Era un caso de humanidad. Además, tenemos sitio de sobra. Ellas ocupan dos habitaciones, un baño y la cocina compartida, así como el resto de la casa como es lógico. Y no sería de justicia reconocer, que tanto ellas como yo, sacamos provecho de la situación; Como sabes, mi esposa no está bien de salud, ni de mente; No se entera de nada y vive en otro mundo. Así que yo, le pago un jornal a doña Antonia por dedicarse a las tareas domésticas. Mi mujer está atendida y descansada, yo me puedo dedicar al cuidado del jardín y ellas están recogidas; cómo ves, todos hemos salido ganando y todo, gracias a nuestro buen amigo el Capitán Félix que esté donde esté, parece que nos ha arreglado la vida tanto a ellas, como a mí. -Y espero que a mí también me la arregle –Pausa-. Más que arreglarla, cambiarla diría mejor. -¿Y eso? –Pregunta Vladimiro con curiosidad- ¿Cambiar tú de vida? -El tiempo al tiempo –Pedro le mira con gesto bondadoso-. Me alegro compañero de que estés aquí, formando parte de esta comunidad familiar

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–Le pone una mano en el hombro-Y si necesitas algo, ya sabes dónde me tienes. -Gracias Pedro. En silencio contemplan el jardín y los soportales, desde uno de los bancos del porche. Habla Vladimiro: -Me gustaría que en este momento, apareciese el capitán por esa puerta. Y los dos se quedan con la mirada puesta en la calle. Las citas entre Pedro y Laura en el jardín cada vez son más frecuentes; Al principio les acompañan Antonia y Vladimiro, luego Antonia, y por último a solas. De vez en cuando doña Estrella desde su ventana les vigila. Todos observan con ternura a los amantes menos Daniel, que sufre de celos, al verles a través de la persiana de su pequeña habitación. Al cabo de unos meses. Una noche Antonia, al término de sus tareas acude al dormitorio de Laura. -¿Te he despertado? –Le pregunta. -No –Responde Laura sentándose en la cama- ¿Qué ocurre? -Quiero hablarte, antes de que vuestra amistad –hace una pausa-, la de don Pedro contigo me refiero, pase a ser otra cosa más seria –Acerca una silla y se sienta junto a la cama-. Puesto que nos hallamos a solas, aprovechemos este momento para hablar de lo que puede ser la solución a tu futuro. No pretendo ocupar con mis consejos, el puesto de tu madre, eso es impensable, lo sé por experiencia. Tu sin embargo por desgracia perdiste a la tuya siendo pequeña ¿la recuerdas? –Laura afirma con un gesto de cabeza-. Así que, si me lo permites y sin que mis palabras parezcan que trato de inmiscuirme en tus sentimientos, te voy hablar de madre a hija. Laura le coge una de las manos: -Eres como una madre para mí. Así te considero y espero que lo sigas siendo siempre. Gracias.

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-Dejemos aparte los agradecimientos; Yo he procurado hacer lo que debía y nada más y aun así, no pago ni con mucho el cariño y la compañía, que tú me das a mí. Pero ese no es el caso. Volvamos al asunto ¿sabes quién es Pedro Campoy? -Creo que si –Se queda un momento pensativa-. La verdad es que mucho no sé. Pero bueno, lo principal para… -titubea- para conocerse de una manera normal –Se va tocando uno a uno, los dedos de la mano mientras va diciendo-; Ha sido militar, ahora no lo es, trabaja en un periódico y que vive en las casas de aquí cerca, en los soportales ¿Qué más necesito saber? ¡Ah! Es amigo de mi capitán. No sé más. El dormitorio es pequeño; Tiene una cama, una mesa de noche, un armario, una palancana, un escritorio, una ventana a un patio interior, un espejo y todo ello iluminado, por la tenue luz de una lamparilla de aceite, que le da al recinto un tono rojizo sobre un baile de sombras. -Pues yo te diré el resto –Contesta Antonia-; El señorito Pedro es ni más ni menos, que un joven a la moda y rico. Su madre se codea con gente… -calla, para encontrar las palabras adecuadas- digamos, de costumbres conservadoras y de moral muy estricta. Que no ves, que yo le he tirado de la lengua al señor Vladimiro y no paraba de ponerles por las nubes, en la alta sociedad. Y aunque él, como todo muchacho joven y sin sentido, tenga ideas liberales –recalca la frase-, que por ese motivo se tuvo que ir del ejército, siempre le quedará el rescoldo de una educación estricta. Y más viviendo con su madre –tuerce los labios- que algo, aunque sea poco, influirá en él. Y para su hijo querrá una señorita de su misma condición –La mira, como esperando un gesto de comprensión-. Ya sabes; De las que van a conciertos y a fiestas de postín –Le acaricia en pelo, en un gesto de ternura-. Y tú Laura, eres pobre en bienes de fortuna, rica solo en virtudes y por si esto fuera poco, de casa cuna. Sin embargo, esta moneda, no tiene para todo el mundo el mismo valor. No digo yo, que para el señorito Pedro no la tenga; Me guardaré muy mucho, de juzgar el desinterés y la nobleza de ese joven, pero te miro como una hija y debo velar por tu felicidad. Una sola sospecha, suele a veces empañar la reputación de una joven. El señorito Pedro, nos visita

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diariamente con una exactitud poco común y para que estas visitas sean sin ningún objetivo, es preciso saber pues a qué atenernos. Laura, que comprende lo que Antonia quiere decirle, fija la mirada en ella y le pregunta: -¿Qué es lo que debo hacer? Sus visitas son tan inocentes, que no puedo imaginar… Antonia, le coge una de sus manos y continúa: -Escucha bien; Yo soy una mujer ruda. Una pobre mujer, que carece de la delicadeza, que situaciones como esta reclaman. Te conozco desde hace ocho años. Conozco a los chicos jóvenes, porque he sido moza. Te quiero como una hija y tú felicidad es lo que más me interesa en este mundo –La mira fijamente-. He observado vuestras entrevistas y o mucho me engaño, o tú y el señorito os amáis con toda el alma –Laura baja la mirada y Antonia sigue-: Hacéis una pareja ideal, pero ten presente que no hay amor sin dolor ¡Y cuidado! Porque una cosa sois vosotros y otra, los intereses de la gente que os rodea. Aquí, cada cual arrima sus carantoñas a los que son de su misma sangre –Le sonríe-. Cuando os veo pasear uno al lado del otro, platicando con la mirada, no puedo menos que sentirme orgullosa de tenerte. Que el alma se me refresca y le doy a Dios gracias por seguir viva –Se le humedecen los ojos-. Y estoy segura, de que si tu madre viviera, sentiría lo mismo que yo; Un placer que no me cabe dentro del pecho. Pero los jóvenes hija mía, son vulnerables como los vientos de marzo y hoy les entusiasma lo que mañana les fastidia –Pausa-. En buen hora, que tú no pienses en esas cosas, pero yo debo pensarlas por las dos, por eso te pido que me digas si él te ha declarado su amor. -No –Responde tajantemente. Antonia hace un gesto de disgusto y contesta: -Está bien. En ese caso, esperaremos a ver qué pasa. Cuando Antonia se levanta de la silla, Laura dice: -De todas maneras, estoy confusa. -¿Confusa? Explícate –Antonia se vuelve a sentar. -Lo que siento por Pedro, no lo había experimentado antes por nadie.

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-¿Ni por el Capitán Félix? -Era otro sentimiento –Hace una pausa-. Más que un sentimiento, era una sensación. Antonia se la queda mirando: -De acuerdo –Suspira y se levanta de la silla-. Ahora vamos a dormir, que mañana puede cambiarnos la vida. Laura sonríe: -Siempre dices lo mismo –Se mete en la cama. -Y algún día acertaré. Apaga el farolillo y sale. Al día siguiente, a la hora de costumbre, Pedro se acerca a Laura que está sentada en un banco del jardín leyendo. -Buenos días don Pedro –Le dice y deja el libro a un lado, sobre el banco-: Hoy ha bajado usted antes. Él se sienta junto a ella: -El trabajo de un periódico es lo que tiene; Una gran parte de él lo puedes hacer desde tu casa y luego lo llevas a la redacción. No es como cuando estaba en el ejército; Al cuartel tienes que ir todos los días –Hace una pausa y sigue-. O a la guerra. Ella después de un silencio, le pregunta: -¿No piensa usted volver al ejército? Pedro tarda en responder: -Por ahora no; En el periódico gano más dinero, el trabajo es sencillo y no tengo tanta responsabilidad. Saluda a Vladimiro, que en este momento pasa por delante del banco, regando un parterre. Laura le sonríe. Pedro continúa: En la sociedad civil y en el ejército, ahora la situación está tranquila, pero en cualquier momento puede cambiar y entonces, tendría que volver a empuñar las armas –La mira fijamente-. La verdad señorita Laura, por ahora estoy bien así y mis pensamientos van dirigidos a temas más personales –Después de unos segundos deja de mirarla y sigue-: Quería darle las gracias por haber acudido a mi ofrecimiento –La vuelve a mirar-

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La estuve buscando desde que mi madre volvió de Noas y cuando me enteré, que vivía en casa del noble Vladimiro, sentí que era el día más feliz de mi vida. Laura mira al frente y responde: -Yo también quería agradecerle, la buena acogida que tanto usted como su madre, nos han dado. Estoy segura que sin ustedes, nos hubiera sido imposible sobrevivir en Miranda –Después de un silencio, sigue-: Y también como no, gracias al bueno de don Vladimiro, que nos abrió las puertas de su casa. -Siento una gran satisfacción al ayudarlas, para mi no supone ningún sacrificio, al contrario –Deja pasar unos segundos en silencio y le pregunta- ¿No se les habrá pasado por la mente, marcharse de aquí? ¿Verdad? -¿Y a dónde íbamos a ir? -Tiene usted razón. -¿Por qué me pregunta eso? -Porque si no la viera todos los días, no sería feliz –Ella le sonríe tímidamente-. Bien señorita Laura. Ahora debo irme; Tengo que llevar unos documentos a la redacción –Se levanta. -Hasta luego, Pedro –Le sonríe y coge el libro. Cuando él va a salir por la verja, entra Antonia con la cesta de mimbre colgada del brazo. -Buenos días, doña Antonia –La saluda. -Buenos días nos de Dios, don Pedro. A trabajar ¿no? -Eso es. Y usted ¿de hacer la compra? -Que remedio ¡hay que comer y si no, al hoyo! –Tuerce un poco el cuello y mira a través de la verja- ¿Y la niña? -Pues ahí la he dejado, en el banco leyendo. -Es que a estas horas el sol se agradece. -Ha esperado que saliera ella de casa, para salir él al cielo. -¡Mira! Le veo muy contento y ocurrente esta mañana. -Feliz. -¿Le puedo hacer una pregunta?

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-Si señora. -¿A qué hora viene usted de trabajar, esta tarde? -Pues verá doña Antonia depende del trabajo que halla en la redacción del periódico. En resumen; tarde. -Es que con su permiso, quería hablarle. -¿De qué se trata? -No. Nada importante. Ni nada malo. Ni nada que no tenga solución, como todas las cosas que se puedan arreglar hablando –Sonríe y se cambia el cesto de brazo-. Ahora no me entiende ¡pero me entenderá! -Pues dígame usted cuándo y dónde quedamos para hablar de ese asunto, y le diré si me viene bien. -Mañana a la mañana –levanta el cesto en vilo- lo agarro de nuevo, nos acercamos al mercado y hablamos. -Me parece bien. -Sobre las nueve y media –Antonia entra al jardín. -Hasta mañana señora. Pedro sale a la acera y cierra la verja.

Capítulo XXV Un mercado ha de tener tres características fundamentales; El bullicio, el olor y el ruido. Pues bien, este de Miranda no es una excepción; La gente entra y sale. Se arremolina en los puestos y a gritos vendedores y compradores, se esfuerzan en entenderse. Nada más entrar huele a sal y a humedad. En un mesón, enfrente de su puerta principal, Antonia y Pedro, se sientan en una mesa. Antonia habla muy nerviosa y deprisa: -He pensado don Pedro, que para no hacerle perder a usted su tiempo, que a buen seguro vale más que el mío, que antes de acercarme a los puestos, vamos, que antes de entrar en el mercado hablemos y así, si

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usted se tiene que ir después, pues se va y punto. Y yo, como una reina, hago mi compra y me desahogo antes con usted. Porque para eso le he pedido que me acompañase, para desahogarme de un pensamiento que tengo aquí –se toca la sien- y que no me deja sitio para lo demás. Se acerca el mesonero y le pone a cada uno, un agua con azúcar. -Bueno. Tranquilícese que me tiene atónito. No será para tanto, buena mujer. Que se atropella con sus propias palabras y al final ni usted ni yo, nos vamos a enterar de nada. Dígame ¿Qué le pasa? Ella se echa hacia adelante en la silla: -Pues mire señorito, que yo soy vieja y diabla y ya se sabe el dicho; Que más sabe el diablo por viejo que por diablo. Perdone la confianza, pero a mí me parece que usted y mi señorita se aman –Calla y le mira, como esperando una respuesta urgente y clara. Pedro suelta una carcajada: -¡Para decirme eso, tanto misterio! Pero mujer… -Y le tengo otra pregunta, que aún no he terminado –Bebe de un trago el contenido del vaso. -Diga y no se preocupe. Él apoya los brazos en la mesa y en tono apacible continúa: -Mire doña Antonia, para su tranquilidad le digo, que conozco a la señorita Laura desde hace muchos años. Desde que era pequeña, a través de lo que me contaba y me dejó escrito el Capitán Veracruz –Se echa hacia atrás en la silla- ¿Qué es lo que teme? ¿Cuáles son sus dudas? Me da la sensación, de que trata de defenderla de mí. Como si no se fiera de mis intenciones ¿Me equivoco? -No es eso señorito Pedro. Yo le aprecio mucho. Y ella y yo, le estamos muy agradecidas ¡Jamás pensaría que usted, no es de fiar! Yo no estoy hecha a tratar con gente letrada y a lo mejor no digo bien, lo que quiero decir y lo digo mal. Él le responde: -Es muy fácil; Dígame lo que piensa en este momento, sin más rodeos.

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-Gracias señorito por sus ánimos. Así la cosa, es más fácil para mí. Toda la noche pensando si le parecerá mal la pregunta que le quería hacer y qué fácil me lo pone ¿Usted la quiere? -¿Si estoy enamorado de ella, se refiere? -Eso es señorito. Para el caso, es lo mismo. -Pues sí; Lo estoy –Se vuelve a echar hacia adelante-. Y además, quiero casarme con ella –Le sonríe afablemente- ¿Qué le parece? -¿Se lo ha propuesto a ella? -No. Estaba esperando para hablar con usted. -¡Conmigo! ¿Y qué campanilla toco yo en esta misa? Quién tiene que saberlo es ella. -Cuando alguien pretende casarse con una joven, se suele pedir su mano a la familia. Y su familia más cercana es usted ¿no? Antonia mueve la cabeza de un lado a otro: -Dicho así parece sencillo. Mi permiso lo tiene. De todas maneras, creo que se lo ha debido decir a ella lo primero. Porque de qué le valdría mi permiso, si ella le dice que no. A no ser que usted tenga ya la seguridad, de que su respuesta va a ser afirmativa. -Alguna seguridad, si que la tengo. Ya le he dicho que la conozco muy bien. Pero además, es que ya llevamos hablando muchos meses y claro… Antonia se queda un momento pensativa y luego se atreve a preguntar: -¿Usted ha reparado –mientras habla, pasa la mano por el asa del cesto, como distraídamente- que su mundo, no es el mismo que el suyo? -Para mí, todas las personas viven en el mismo mundo, que es el mundo de los seres vivos. Pero dejando aparte esta reflexión, le puedo asegurar, que nuestros mundos son el mismo; Ella es una joven soltera, muy atractiva, educada en un convento y yo, me gano la vida escribiendo ecos de sociedad y crítica de arte en un periódico de zona y soltero. No veo ningún inconveniente en unir nuestros mundos. Pero aunque no fuese así, igualmente querría casarme con ella. -¿Y qué va hacer ahora? –Le pregunta-. Porque que lo sepa yo… -Y usted ¿qué cree que debo hacer?

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-Pregúntele a ella –Ahora es Antonia, la que se apoya en la mesa- ¿Quiere que le repita lo del viejo y el diablo? Pedro hace un gesto de incredulidad. Ella continúa: -Si desea saber lo que piensa mi señorita ¡pregúntele! Que quiere ¿Qué yo se lo diga y que vaya usted sobre seguro? –Hace una pausa-. Yo sé lo que le va a responder –ríe-, pero no se lo voy a decir. Para aprender a nadar, hay que mojarse; Así que, o se tira usted al agua solo, o no hay baño. Pedro le sonríe y Antonia sigue: -Y antes de que usted se marche a su trabajo y yo a la compra, me gustaría preguntarle otra cosa, ya que me ha dado bula. -Pregúnteme –Responde él. -Y a su madre ¿qué le ha parecido la ocurrencia? -No lo sabe. -¿Y cuándo se lo va a decir? -Primero declararle mis sentimientos a Laura y luego si la respuesta es afirmativa como espero, mi madre le pedirá su mano a usted. -Muy bien señorito -Antonia se levanta. Después lo hace Pedro, y ambos se dirigen hacia la puerta del mesón. -¿Estará ella ahora en el jardín? –Él le pregunta. -No lo sé ¿Qué hora es? Pedro, saca su reloj del bolsillo del chaleco: -Las once y media. Una vez que han salido a la calle, Antonia mira el cielo: -Pues según la hora y como se presenta la mañana de lluvia, se debe haber metido en la casa. -Pues doña Antonia, ha sido un placer conversar con usted sobre este asunto, que como ha visto es muy importante para todos y que a todos nosotros, nos va a cambiar un poco la vida –y añade- ¡para bien! -Le pediré a Dios que así sea ¡que falta nos hará! -¿Qué teme usted ahora?

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-Por experiencia sé señorito Pedro que los cambios, aunque se hayan perpetrado para bien, siempre esconden alguna arista para intentar cortarnos la felicidad. -Vaya… ¡sea usted optimista mujer! -Para eso hace falta tener algo que perdí hace muchos años; Juventud –Echa a andar-. Y me voy, que me cierran los puestos. Cruza y se aleja. Pedro le sonríe y desde la acera, le grita: -¡Hasta luego doña Antonia y gracias por sus consejos! Se sube el cuello del gabán y camina hacia la redacción del periódico. Es feliz. De vuelta a su casa, entra en el jardín y al no ver a Laura, se dirige a la de Vladimiro, para preguntar por ella. En un acogedor cuarto de estar, decorado con una pequeña librería, una mesa auxiliar, una ventana y una mesa camilla con cuatro sillas, se encuentra Laura: -Buenos días –Pedro mira su reloj-, tardes ya. Es la hora de comer, perdone que venga de visita a esta hora tan poco común, pero es que deseaba hablar con usted. Ella, deja una labor sobre la mesa y le señala una de las sillas. -Siéntese –Le dice. -No, no, verá, solo he venido a pedirle, que me conceda una entrevista no en el jardín como de costumbre, si no en otro lugar. -¿En otro lugar? –Pregunta extrañada. -Es importante lo que quiero decirle y me parece que el sitio adecuado debe ser, si no le parece mal, el templete que hay en el Parque Berlanga, junto a la Plaza del Conde de Caimada –Calla un momento y pregunta- ¿Sabe donde le digo? -Si –Contesta ella y añade- ¿Ocurre algo? Le noto alterado. Pedro sonríe: -No me ocurre nada. Ni ocurre nada malo a nadie. Ella insiste: -¿Antonia está bien?

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Él, apoya las palmas de las manos encima de la mesa, se inclina y contesta con un punto de impaciencia: -Laura, de lo que quiero hablarle no es de mí, ni de su aya –mira hacia la puerta-, ni siquiera de Vladimiro, ni de usted, sino de nosotros dos ¿entiende? -Si, si. Es que su propuesta me ha cogido de sorpresa. No lo esperaba. Me da la sensación que debe ser algo serio y como usted dice, para los dos –hace una pausa y sigue- creo entender de qué se trata y por eso iré. Dígame cuando y a qué hora, y Antonia y yo, estaremos allí. -Mañana a las cinco de la tarde ¿le parece? -De acuerdo, don Pedro. -Gracias Laura. Necesito explicarle mis sentimientos. -Muy bien, amigo mío –Le mira fijamente y le pregunta cambiando de tema- ¿Quiere quedarse almorzar? -No gracias.voy a casa; Tengo que preparar algunas críticas de teatro para mañana llevarlas al periódico y quiero acabar cuanto antes, para tener el resto de la tarde libre. -Está bien. Hasta luego. -Adiós Laura. Sale de la casa, atraviesa el jardín y entra en la suya. -¿¡Eres tú, Pedro!? –Al oír la puerta, grita su madre desde el comedor. -Sí. Ahora me siento a la mesa ¡empieza tú a comer! Entra en su cuarto, se echa sobre la cama y piensa: -Mañana puedo ser el hombre más feliz del mundo, o el más desgraciado. En la Plaza del Conde de Caimada en el centro de Miranda, está el Parque Berlanga; Con centenarios árboles a ambos lados de los caminos, que lo cruzan en forma de estrella. Salpicadas por los vértices de los paseos, varias estatuas de seres mitológicos decoran el paisaje. Los bancos estratégicamente situados, le ofrecen al paseante la oportunidad de relajarse, contemplando esta parte de la naturaleza. Y por último, un templete con una terraza y una fuente.

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Cuando llega Pedro, Laura y Antonia se sientan en uno de los bancos que lo rodean y al cabo de quince minutos, Antonia decide marcharse y se despide: -Dentro de dos horas vendré a por ti, Laura. Después de quedarse solos, Pedro le pregunta: -¿Conocía este lugar? Laura mira a su alrededor: -Hará como un mes, vine con Antonia, el señor Vladimiro y su mujer… -Interrumpe la frase y se pone la palma de la mano en la frente. -¿Le molesta el sol? –Le pregunta él. -No puedo abrir bien los ojos. -Si quiere usted, nos vamos a otro sitio –Pedro observa que enfrente hay un banco a la sombra y se cambian de lugar. Laura continúa: -…que como usted sabe, no está bien de salud y el médico que la atiende, le ha aconsejado que salga de la casa y de paseos al aire libre. Dejan pasar algunos minutos en silencio y luego Pedro, se le queda mirando y le pregunta: -Usted ya se imagina por qué le he pedido que viniera ¿Verdad? –Ella hace un gesto afirmativo-. Lo que siento por usted, no ha surgido en estos días. En la primera entrevista que tuvimos en el pueblo, me di cuenta que era un ser maravilloso; Alguien como nunca había conocido y desde entonces, no pude quitarme de la cabeza la idea de no volver a verla. Luego aquí, en Miranda, cuando llegué del pueblo y le iba leyendo a mi madre, las cartas que el Capitán Veracruz dejó escritas y supe, cómo había sido su niñez en ese convento, su paso por la casa del capitán y su estancia en Noas, me cautivó su vida difícil y llena de penurias. Y así y todo, ha tenido usted la valentía de mantener, a pesar de todo eso, un espíritu alegre y un corazón lleno de ternura. Luego la busqué por todos los medios que me fueron posibles, hasta que la encontré –hace una pausa y la mira a los ojos- y no quiero perderla otra vez. Así que le pido, que nuestra amistad se convierta desde ahora, en una relación formal –Le cambia el tratamiento-: Quisiera saber que sientes por mí.

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Laura baja la vista, luego le mira y responde: -Yo algo intuía. No me ha cogido de sorpresa, entre otras cosas, porque a mí me ocurre algo parecido –También le cambia el tratamiento-. Veras, yo nunca he estado comprometida. Ni me han cotejada nunca, de una manera seria. Como tú conoces, he tenido una niñez y tengo una juventud muy poco social; Me refiero a asistir a bailes, visitas de cortesía, reuniones de amigas, teatros… En fin, a todos esos lugares, donde se suelen reunir las jóvenes de mi edad. Mi vida fuera de los muros del convento, se ha reducido primero, a vivir con el capitán y luego con Antonia –Calla un momento y luego sigue-: La única persona, a la que considero mi cómplice eres tú. A tu lado me siento feliz, tranquila y las horas se me pasan en un momento. Las cosas y los sitios que compartimos, me parecen nuevas y las veo de otra manera más positiva –Mira a ambos lados-. Como por ejemplo, este parque –Hace una pausa-. Si todo eso significa amor, pues es que yo también te quiero y acepto encantada, que nuestra amistad se formalice en algo más profundo y eterno. -Gracias Laura. Te prometo, que voy hacer todo lo que esté en mi mano, para que tu felicidad sea la principal razón de mi vida –Le coge una mano- ¿Quieres que demos un paseo? -Vendrá Antonia a buscarnos –Responde ella. -Es pronto –Pedro mira su reloj-. Nos da tiempo a volver. Cuando salen del templete y comienzan a caminar por el paseo, Laura le dice: -Se lo tenemos que decir a… Él la interrumpe: -Antonia lo sabe, Vladimiro lo intuye y a mi madre le diré, que le pida tu mano a doña Antonia. Ella le mira con gesto sorprendido: -¡Antonia lo sabe! ¿Cómo que lo sabe? Pedro sonríe y comienzan a caminar lentamente.

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Al llegar él a su casa, son las nueve y media de la noche y por medio de Elena, le pide a su madre que pase al salón, porque quiere hablar con ella. Entra, se sienta en un sillón tapizado de raso azul claro y le pregunta, un tanto preocupada: -¿Qué quieres hijo? La verdad, es que cada vez que viene Elena a decirme, que me quieres decir algo, me echo a temblar; O es para dejar el ejército, o porque quieres leerme la vida y milagros de un amigo tuyo, ese tal Félix Veracruz que te hizo republicano, o para decirme que te haces reportero de un periódico y ¿de qué se trata ahora? -Que me voy a meter a fraile –Al ver la cara de asombro de su madre se echa a reír y continúa- ¡No! Es una broma. No es eso –Se sienta frente a ella-. Nunca he tenido secretos para ti –Estrella mueve la cabeza en tono afirmativo-, todas las decisiones te las he consultado, mientras que otras, te las he dicho una vez que ya había tomado la decisión ¿verdad? Bueno, pues esta vez es una de esas, en que la decisión es mía. Doña Estrella, se acomoda en el sillón y responde: -Solo a mi entender, puede tratarse de dos cosas; Que dejas el periódico para volver al ejército, cosa que me alegraría infinito, o que te casas con esa joven, con la que te pasas el día en el jardín. -Lo segundo –Responde tajantemente y se acerca aun más a su madre- Amo a Laura como nunca lo había hecho a ninguna otra chica. Ni a ninguna de esas hijas de tus amigas, que tú te empeñabas en presentarme. Mi vida sentimental ha sido un desastre; Unas veces porque la milicia no me dejaba tiempo libre. Luego la política, los disturbios, las persecuciones y la guerra. Más tarde, el nuevo trabajo en la redacción, que hasta que me adapté tuvo que pasar un tiempo. Así que ahora, que parece que mi vida se estabiliza, quiero cambiarla en algo que me ilusiona –Hace una pausa-. Estoy dispuesto a dar este paso. Ella le mira con ternura y contesta: -Solo tu felicidad, es lo que ambiciono en este mando ¿Qué quieres de mí?

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Al día siguiente por la tarde, en el cuarto de estar de la casa del jardinero, doña Estrella en compañía de su hijo y en presencia de Vladimiro, le pide a doña Antonia la mano de Laura. Por la noche en su dormitorio, doña Estrella se dice: -Efectivamente no me equivocaba; En esta ocasión también es para que me eche a temblar.

Capítulo XXVI Hace tres meses que Dorotea, en compañía de su hermano se ha establecido en su nueva casa, cerca de los soportales. De pie junto al balcón, descorre los visillos y mira hacia la acera de enfrente, donde se ve a un hombre con un caballo de la brida. Dorotea permanece inmóvil. Después de quince minutos, ve salir a Pedro Campoy. Éste, durante unos segundos habla con el hombre que sostiene las bridas. Luego observa como Pedro se monta en el caballo y le sigue con la mirada hasta, que desaparece al doblar la calle. Se aleja de la ventana y se deja caer sobre el saliente de una butaca. -¿A dónde irá tan ligero? –Se pregunta- ¡Pobre de mi hermano! –Piensa-. Estoy por asegurar, que el robo a nuestro padre y el huir luego de la aldea, no fue por venganza, sino por seguir a Laura y encontrarla. Y una vez que lo ha hecho, lo único que ha conseguido es que le devore el despecho, le ahogue la envidia y no haya adelantado un paso en conquistarla ¡Pardillo! –Se queda mirando la ventana-. Si yo tuviera la ocasión de conocer personalmente a Pedro Campoy, se habrá cerrado el círculo de mi nueva y próspera vida en Miranda. Ese hombre está prendado de Laura, desde que la conoció en el pueblo, porque no había más que verle la cara, cuando la tenía delante –Se queda pensativa y luego sigue-. Tengo que conseguir que Pedro se fije en mí. Se levanta, se dirige a la puerta y tira del llamador de la campanilla.

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Al momento se presenta una criada. -Irene ¿Ha venido a comer el señorito Boris? –Le pregunta Dorotea. -Hace un buen rato, que se halla en el despacho del señorito Daniel, esperándole –Contesta. -Dígale usted, que venga a verme cuanto antes y avise a mi hermano cuando llegue. Boris entra en la sala de estar; Su aspecto ha cambiado. Su traje es nuevo y una naciente patilla en forma de hoz, le da cierta distinción a su rostro. También Dorotea, intenta parecer elegante en cuanto a su forma de vestir, su peinado, el modo con que se mueve, saluda y se expresa muchas veces ridículamente exagerado. -Hola Dorotea. Me ha dicho la criada… -Sí. Tenemos que hablar antes de que llegue Daniel. Se sientan en ambas butacas; Enfrente de una mesa de té y junto a una chimenea. -Estoy a tus órdenes –Habla Boris. -Tú eres nuestro amigo íntimo; No tenemos secretos prácticamente ¿Verdad? –Dorotea se le queda mirando y sonríe. -Yo no me canso nunca de darle las gracias a la casualidad, que me presentó la ocasión de conocer a Daniel. -Es un poco… -Dorotea busca la palabra adecuada, para definir a su hermano- transparente digamos ¿verdad? Buen chico, pero sin terminar de cocer, como si le faltase un hervor ¡vaya! -Lo importante, es que sea leal consigo mismo y con los demás. Ella cambia de conversación: -Te he pedido que vinieras, porque quiero que me hables de Pedro –se calla un momento como esperando una respuesta-, Pedro Campoy ¿sabes quién te digo, no? -Si claro ¿Y qué quieres que te diga de él? Lo principal lo sabes; Ha sido militar, ahora es redactor en un periódico… ¿y qué más puedo decirte? -¿Es cierto que se va a casar? –Le pregunta Dorotea.

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-Así es. Con esa joven que vive ahí enfrente, en casa del jardinero, mi buen amigo Vladimiro. Y también cerca de su novio. Se llama Laura. Laura Avonavia; La enamorada de tu hermano, que por más que le empujo, no se atreve a decirle nada. -Lo sé. Lo sé. Se lo de mi hermano. Y también la conozco a ella, de cuando vivía con su aya en mi pueblo. Lo que no ignoraba, es que se había hecho novia de Pedro –Se impacienta por temor a que llegue Daniel-. Verás, de eso se trata; Como él nunca va a dar ese paso, yo había pensado que para ayudarle, le podías presentar a alguien a Pedro, para quitarle de la cabeza a esa chica. -Eres retorcida y mala ¿Eh? –Le contesta Boris, con una sonrisa maléfica. Luego se queda un momento en silencio y añade- También le podíamos presentar a Laura a otro pretendiente, para que así, te dejara el campo libre y que Pedro se fijara en ti. -¿Quién es el retorcido y malo, ahora? -Nunca he pretendido ser un santo; Esos nunca son felices. -Desde el mismo día de mi llegada a la Corte y mi hermano nos presentó, en seguida comprendí que eres uno de esos hombres, que no se detienen ante nada. -Es una opinión que me honra mucho –Sonríe. Ella continúa: -De modo, que en vez de aconsejarle que terminase con tu amistad, le insté para que la continuara aún más. -Así me lo comentó y no olvidaré nunca el aprecio, que se me demuestra. -Sin embargo, seré franca; No me gusta que te aproveches del infeliz, sacándole el jugo; Que si un reloj, que si un traje… -Hace sonar sus labios, en señal de desacuerdo- ¿Lo próximo qué será, una casa? -Yo había pensado un caballo, pero… -¡Boris…! –Replica ella. -Es una broma. Está bien, reconozco mi culpa –se pone una mano sobre su pecho-, no volveré a pedirle dinero. -Ni un caballo tampoco.

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Él niega con un gesto de cabeza. Dorotea sigue: -Y hablando aún con más franqueza, reconozco que detrás de este favor que te pido, se esconde algo de egoísmo por mi parte. Él sonríe y responde: -Me lo he figurado ¡a qué negarlo! En esta historia se nota algo más, que buscarle novia a tu hermano. -Boris. Pedro y Laura se aman y me temo, que no esté muy lejano el día que un sacerdote bendiga esa unión. -¡Bah! Eso aún no ha sucedido –Responde él. -Pero temo que suceda; O por mejor decir, es preciso que ese enlace no se verifique –continúa en tono de súplica-. Daniel, pobre de espíritu, no es el hombre más adecuado, porque teme y se sobresalta, ante la sola idea de hablar con ella. -Te comprendo –Se queda pensativo y luego dice-: Además sabe de sobra que Laura le odia y prefiere amarla en silencio, antes de obtener una respuesta negativa. Es preciso buscar a otro hombre –Vuelve a quedarse pensativo. Habla Dorotea: -Pero ha de ser un joven capaz de inspirarle amor. Y que sea apasionado y valiente. Que tenga armas con las que convencer –Calla un momento y sigue, como recordando algo más-. ¡Ah! ¡Y que no le conozca! A ti te conoce y a él también. Boris hace una mueca con los labios en señal de desagrado: -Entonces mi amigo César Palazuelos, en quien pensaba en este momento, tampoco puede ser. Dorotea le mira con gesto de curiosidad y Boris al notarlo, le aclara: -Un pintor, un artista, un soñador, un solitario que solo vive para sus pinceles; Un bohemio. Y que además, muchas veces, ha estado comiendo en casa de doña Estrella, la madre de Pedro junto con la misma Laura y su criada Antonia. No es el más adecuado –Se da una palmada sobre su rodilla- ¡Ya lo tengo! ¡El otro! Nuestro amigo David, el músico. -Y ese joven ¿se prestará ayudarnos? –Pregunta Dorotea.

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-Espero que lo haga, porque no conozco a nadie más. -¿Y cómo es? Se queda un momento pensativo y responde: -Un músico que toca el piano de ocho a once de la noche, en el Café Yury –Pausa-. Físicamente normal; Joven y fuerte, pero con un alma de artista y noble. David es un pobre huérfano que hace unos años, se vino de su pueblo a triunfar a Miranda. Y como te he dicho, toca el piano en el café que frecuentamos los amigos y donde le colocó un parroquiano del establecimiento, un tal Semión Gautier, un señor misterioso, que según parece de vez en cuando, se va de retiro a su pueblo cercano a la corte, y permanece allí largas temporadas. Es una especie administrador general de una marquesa, que protege a nuestro joven artista. -¿Cuándo podremos verle? –Pregunta Dorotea. Irene entra para anunciar que Daniel ha llegado. Boris se despide de Dorotea y antes de salir le dice: -Ya te avisaré. Por el pasillo, camino del despacho, le pregunta Daniel: -¿Has leído los carteles del Tívoli? -Sí. El viernes se estrena ese drama de T. Wilas –Responde Boris-. Ya tengo las entradas ¿vendrás conmigo, verdad? –Alza la voz, para que le oiga Dorotea- ¡Esta vez, te invito yo! -¡Y será aplaudido! –Exclama con marcado acento irónico Daniel. -La crítica asegura esta mañana que es una buena obra, pero suele equivocarse muchas veces –Contesta Boris. Entran en el despacho. -¡Oh! Silbarán. Silbarán. Con la vergüenza que me da a mí, si lo hacen –Daniel pone un gesto compungido-. Es cierto, no lo puedo soportar. Lo paso tan mal, como el autor el día del estreno. Prefiero ir mañana, cuando lea la crítica. -No Daniel, las entradas son para hoy y es hoy, cuando vamos a ir. Verás, no hay motivo para desesperarse. Los triunfos de los dramaturgos, suelen ser amargos. Los aplausos del público, se humedecen muchas veces con lágrimas de sangre y los autores, ya están acostumbrados y no

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les importa ni una mala crítica, ni un silbido. Ya verás como nuestro periódico está esperando el estreno, para comerse el autor. Porque has de saber amigo mío, que en todas las épocas de la vida del teatro, el autor no es otra cosa que un cadáver al que se le puede zarandear impunemente. -Me dices eso, para que me tranquilice. Irene les avisa de que pueden pasar al comedor, donde les espera Dorotea. Daniel continúa: -Ya verás como a ese drama lo patean y yo, me moriré de vergüenza. -Eres como un niño –le contesta Boris-, te aturdes y ofuscas siempre sin ningún motivo. Pero afortunadamente, yo veo claro y estoy contigo para ayudarte ¡y apropósito de ayuda! –Se levantan y se encaminan hacia la puerta del despacho- Necesito que me cedas el cuarto de los soportales. -¡Cómo! ¿Dejarte la atalaya desde donde veo a mi amada Laura? ¡Eso es imposible! -¿Por qué? –Pregunta Boris tajantemente. Daniel titubea antes de contestar: -Porque la necesito. -Y yo también la necesito –Responde Boris y pregunta de nuevo- ¿No te fías de mí? -Sí. Pero es que me pides… ¿Cuánto tiempo? -Confío en que poco. -¿Y para que lo quieres? Boris, que simula perder la paciencia le lanza una mirada inquisidora y le dice: -¡Está bien! No me la dejes. Ya buscaré otro lugar por otros medios. Daniel después de dudar un momento, le entrega las llaves y entran en el comedor donde les espera Dorotea sentada a la mesa. Al final de la comida, Boris le pide permiso a Daniel, para utilizar su despacho y una vez en él, le escribe una nota a Dorotea. Luego la introduce en un sobre y le dice a Irene que cuando él se marche, y ella esté a solas, se la entregue a su señorita. La nota dice:

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<Mañana a las cinco de la tarde, te espero en el Café Yury. Boris>. *** Sobre la tarima de madera, David interpreta una melodía al piano. Al fondo del local, y semiocultos por una de las columnas que lo jalonan, Boris y Dorotea, están sentados ante una mesa. Boris dice: -Ahí está. Lo ves. Ese es David ¿qué te parece? Ella tarda en responder mientras le mira atentamente, luego contesta: -Bueno, así a simple vista, me parece normal. A lo mejor cuando le conozca… Espero que tenga talento para conquistar a Laura, que es de lo que se trata. -David es de cuna pobre; Con mucha frecuencia, le he oído hablar con entusiasmo del campo; De lo sano que es su pueblo. En cambio aquí, se queja de la habitación donde vive, que es un cuarto interior, sin ventilación, sin sol y triste. Por lo que se ve, Laura, también es pobre y no vive precisamente en un palacio, sino en la casa de Vladimiro, el jardinero de los soportales; Puede que estén hechos el uno para el otro. -Boris –dice ella- la ayuda que te pido, es una de aquellas en que se interesa el corazón. Te hablo desde la amistad; Lo tengo todo menos a Pedro Campoy, al cual amo desde que le vi en Noas. No quiero quedarme soltera y pasarme la vida, cuidando al bobo de mi hermano. Si Pedro rompe relaciones con Laura puedes contar con mi eterno agradecimiento. Él le sonríe amablemente: -Ahora, cuando acabe de actuar le haré una seña para que se acerque y te lo presento. Además, tengo las llaves de la habitación que tiene Daniel en los soportales y que voy habilitar como nido de amor, para el pianista y esa joven. Lo demás, déjalo de mi cuenta. -Gracias Boris. Se quedan en silencio, esperando que termine el músico su actuación.

Capítulo XXVII

Semión se halla en Miranda.

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Ha venido a comprar algunos libros antiguos, al estreno de una obra de teatro, a visitar a su discípulo David Jamaná y a seguir trabajando de administrador al servicio de doña Beatriz Belmonte, Marquesa de Patallo. Cuando David Jamaná, se vino a la Corte en busca de fama y fortuna como músico, le acompañó Semión y no tardó mucho en proporcionarle una plaza de pianista, en el Café Yury: -Ya estás en la Corte –le dijo- ¡que Dios te ilumine y te ayude! Procura vivir con modestia y economía, pues con ocho reales diarios que te van a pagar en esa guarida de estudiantes, no puede extenderse mucho el brazo en esta ciudad. Búscate una casa de huéspedes limpia y barata. Y sobretodo decente, porque sabrás que en estas hospederías se refugian convidados de mala ralea. Y como para esto, necesitarás dinero en el momento, lo más conveniente es vender lo que más superfluo. Que luego que te halles establecido ya procuraré buscarte música que copiar. En fin David, se bueno y cuenta siempre conmigo. Él siguió solo en parte los consejos de su protector, y alquiló una buhardilla, en una calle cercana al café por la que pagaba sesenta reales al mes. Lo primero que hace nada más llegar Semión a Miranda, es ir a varias librerías y visitar a David en la buhardilla. Da unos pasos por el entorno mirando a su alrededor y con una sonrisa de satisfacción, le dice: -Esto es mejor que vivir de hospedaje; Es tu casa y entras y sales cuando quieres. Sin testigos de vista, y dejas salir y entrar, a quien tú quieras ¡eso está bien! -A su disposición –David le responde. -Yo tengo casa en Miranda; Las veces que vengo, vivo en el Palacete de doña Beatriz; Allí poseo un gabinete para mí solo ¡hasta con servicio de criados! David se queda pensativo y luego responde: -Pues si hablase usted con ella de mi música… Porque la verdad don Semión, que ya me cansa un poco, lo de tocar a diario en ese café. Que estoy como en el pueblo; Allí era el órgano en la Iglesia y siempre la

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misma pieza y aquí, la misma pieza solo que en un café. Ya sé yo y usted también lo sabe, que a esas alturas se prodiga ir a los teatros y seguro que esa señora marquesa, conocerá algún empresario artístico, que se avenga hacerme una prueba. No solo ya, por subir un escalón en el oficio, sino por pasar de los ocho reales diarios a los diez o doce –Toma asiento y sigue-: Mire sin ir más lejos le digo, que un amigo quiere que conozca a una joven de merecer y ya le he dicho, que como no me ayude él en la intendencia, guardarropía y nido, mejor sigo con el celibato. -No te preocupes hombre. Ya te dije, que abrirse paso en este oficio, era muy difícil. Yo hablaré con ella en cuanto pille un resquicio.

*** El palacete está situado en la zona centro de Miranda. La fachada es barroca. Tiene varios salones y es frecuentado por la sociedad aristocrática y artística de la Corte. En uno de estos salones; En el más pequeño. Delante de una mesa auxiliar y junto a un balcón Beatriz lee el periódico local. Al terminar extiende un brazo y con la mano, hace sonar un timbre. Rosa, la doncella se presenta en la puerta. -¿Está don Semión? –Le pregunta Beatriz. -Si señora. -Dígale usted que venga. La Marquesa de Patallo, tiene cuarenta y seis años. Es alta y muy delgada. Cuando Rosa se vuelve y sale, mira el diario que ha dejado sobre la mesa y murmura: -Es extraño que un autor tan respetado, se quiera indisponer con la sociedad que le mantiene. Pues si no es con nosotros ¡a ver con quién va a llenar el teatro! Semión entra en el gabinete: -Me ha dicho Rosa, que deseaba verme –Se pone delante de ella y le hace una pequeña reverencia. -Siéntese Semión –Mira una butaca que hay enfrente.

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Él la obedece y luego ella, le señala el periódico y continúa: -Lea usted ese suelto, por favor. Semión lo coge: <…con este título se estrenará muy en breve en el Teatro Tívoli, un drama en tres actos de T. Wilas. Nosotros, que hemos asistido a la lectura, aseguramos al autor un brillante éxito. El argumento aunque con algunas variantes, está inspirado en la decadente sociedad aristocrática de Miranda. Y además se asegura, que algunos de sus personajes son muy conocidos de la alta vida social, de la ciudad. ¡Nada puede haber tan interesante para el espectador, como la vida real! Nosotros esperamos con impaciencia la noche del estreno, para ver recompensados los esfuerzos del dramaturgo más prolífero de la Corte, y a quien le damos anticipadamente la enhorabuena. Pedro Campoy>. Cuando Semión termina, Beatriz vuelve a decirle: -Quiero leer esa obra, antes que se ponga en escena. -Eso es algo difícil, señora. -No quiero que ese autor por falta de imaginación ponga en entredicho a nuestra sociedad ¿Ha visto quien lo firma? Semión vuelve a coger el periódico y responde: -Un tal Pedro Campoy. -Me suena su nombre; Creo que conozco a su madre, doña Estrella de Capdepón. Ese chico que… Bueno –Se interrumpe- ¡Lo que interesa es la copia! Pues hable con él y pregúntele, como se puede hacer con una ¿Tan difícil le parece? Y si es preciso, háblele de mi; Dígale que su madre y yo, hemos coincidido en algún acto benéfico. -Hace dos días que la busco señora, de hecho, el venirme de Alucardi estando de asueto, ha sido, además de ir a las librerías de viejo, el hacerme con una copia de esa obra. Tengo un vivo interés en conocer el argumento, porque mucha gente que aparece como personajes, son conocidos míos. Si hemos de dar crédito a lo que se dice de ella, es una obra notable y en ese caso, del mal el menos porque una historia

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costumbrista de Miranda, escrita por un autor como T. Wilas, enorgullece más que difama. -Veo con disgusto Semión, que se toma usted un poco a la ligera este asunto. -La señora marquesa no dice eso con el corazón. Nunca se me ocurriría, tomarme a chirigota, los asuntos que preocupan a la señora; Pues hace más de veinticinco años, que le doy pruebas de lo contrario. Además, si ese drama es lo que creemos, por egoísmo propio debe interesarme leerla, porque ¡quién sabe si yo represento también algún papel! ¡Oh! Verdaderamente sería gracioso, que me viera siendo personaje de una obra de teatro. -Sigue sin darse cuenta señor Gautier. Se trata de una obra política, con la que el autor pretende poner al pueblo en contra de la monarquía ridiculizándola; Se trata de una obra subversiva. Mientras ella habla, él saca un recorte de prensa del bolsillo de su gabán y dice: -La señora, para tranquilizar su alma, haría bien en leer este apunte del número de ayer. Beatriz lee: <Se asegura en círculos literarios, que la nueva obra de T. Wilas, que se está ensayando en el Teatro Tívoli, es un ataque directo a la monarquía y a la nobleza de este país. Nosotros creíamos más diga y mas elevada, la misión de este autor dramático ¡Pobre y desgraciada pluma, la que apoya su imaginación, en atacar a nuestra sociedad, para enfrentar de nuevo al pueblo que tanta sangre derramó años atrás! Estaremos pendientes de esta obra, para dejar la verdad en su sitio, castigando con nuestra crítica a quien se lo merezca>. -¿Quién lo ha escrito? –Pregunta Beatriz. -Lo ignoro. Pero parece que tenemos defensores, que nunca están de sobra.

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-El que lo ha escrito más que nuestro defensor, lo es de la Reina y de la monarquía. Me horroriza pensar que tuviéramos que volver a las persecuciones, a los alborotadores republicanos y a la guerra. -Me permitirá que le diga señora, que el ataque a nuestros enemigos, nos defiende. -Bien, sea como usted quiera; Nos defiende, pero no acaba con ellos. Por eso, tenemos que hacerlo nosotros. Terminemos lo más pronto posible con este enojoso asunto. Según el periódico y los críticos, ese señor nos vapulea y como no quiero volver a pasar por lo que pasé ¡tráigame una copia! -Esta bien señora. Hoy mismo, procuraré entrevistarme con los responsables y complacerla. -Pues eso es lo que deseo –Se queda un momento pensativa y añade-: Y ahora necesito que ese caballero T. Wilas, acuda a mis reuniones. -¿Ha meditado fríamente la señora marquesa, tal decisión? –Le pregunta con humildad. -Sí. Prefiero tenerle como amigo, que como enemigo. Semión se incorpora, coge su cayado y antes de abandonar el salón, le pregunta: -¿Cuándo le parece bien, que le presente a mi protegido? Es un buen músico, pero no tiene suerte; Malvive tocando el piano en un café de bohemios y poetas y la verdad, que pasa calamidades. Además, siempre es generoso ayudar a los desvalidos y la señora, se distingue por su buen corazón. -Puede presentármele cuando quiera. -Entonces mañana, si me le permite. Ella hace un gesto de aprobación. Semión continúa: -Ahora mismo, voy a ver si puedo hacerme con un ejemplar de ese malhadado drama, que tanto desazona a la señora. Sale del gabinete.

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Capítulo XXVIII Semión Gautier tiene el aspecto de un hombre de bien. El ancho gabán de paño, los zapatos abalanes, el sombrero, el corbatín de terciopelo, su rostro bondadoso y su cabello blanco, forman un conjunto agradable, que inspira confianza. Además, en sus labios siempre se dibuja una sonrisa. Su conversación es amena, pues como él dice: He corrido mucho mundo y he leído muchos libros. Semión, sale del palacete, con su papel bien aprendido de cómo pedirle la copia al autor de la obra y para ello, se dirige a la calle Farnesio deteniéndose en la portería del escenario, del Teatro Tívoli. Saluda al portero y sube unos peldaños hasta el escenario. -¡Diantre! –Se dice- ¡Aquí están de más los ojos! ¡No se ve ni gota de agua! Y extendiendo los brazos para no tropezar, avanza algunos pasos en dirección a las cajas de los bastidores del proscenio. De pronto, siente un golpe en la espalda y alguien le dice: -¡Dispense usted caballero! Se vuelve y ve a un joven con una chaquetilla rosa, y un pantalón de punto muy ceñido, que sujeto con una mano al marco de un bastidor, hace estiramientos con las piernas. -No gano para sustos –Se dice Semión-. Si consigo la copia bien puede la señora marquesa, pagármela a peso de oro. Y levantando la voz, le contesta al joven: -No hay de qué. Perdóneme usted a mí, que casi le tiro al suelo. Él le responde: -Esto está tan oscuro que ya, ya… Semión le observa y le pregunta: -¿Con quién tengo el gusto de hablar? -Elpidio Flores, caballero. -Por lo que veo, trabaja usted aquí ¿Sabría usted decirme, dónde está el autor del drama?

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-¿Qué drama? -Ese que se anuncia en los carteles del autor T. Wilas. -Pues no sé. Porque lo que se está representando ahora es un ballet –Descorre una pequeña cortinilla y señala al escenario-. Pero mire, aquél señor que va con una vela en la mano, lo sabe todo; Es el segundo apunte. Puede usted preguntarle. Semión le da las gracias y cruzando el escenario, se dirige a él: -Dispense caballero si le interrumpo –Le dice. -Soy con usted en un momento –Le responde. Luego se marcha a la parte contraria del escenario, le entrega una hoja de papel a una dama y regresa a donde Semión le espera-. Señor mío ¿qué tenía usted que decirme? -Si no me equivoco ¿la obra que se está ensayando se titula Alta Sociedad? -Si señor. -¿Y el autor es T. Wilas? -El mismo. -¿Se halla en el teatro? El segundo apunte mira de un lado a otro, detiene la vista en un lugar del escenario y responde: -Es aquél caballero del gabán oscuro, que está conversando ahora con la primera actriz, Leonor Marugán –Les señala. -¿Y se le podría hablar? -Si espera usted a que concluya el acto segundo, no creo que haya inconveniente. -No tengo prisa; Aguardaré. -Entonces puede usted esperar aquí. No tardará mucho. Con su permiso, les voy a dar la salida –Y con la vela y un cuaderno, se dirige al foro. Cuando Semión se queda a solas en una parte del escenario, oye como la primera actriz, que viste un capote de terciopelo color lila y una manteleta de piel blanca, le pregunta a T. Wilas: -¿Es cierto lo que me dijeron anoche en el hotel?

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-¿y qué te dijeron? Ella ríe: -Que los personajes y la historia, son reales y que muchos de ellos, viven en esta ciudad. -¿Qué fábula carece de realidad, si el escritor se propone describir las miserias de la vida? –Contesta. -Esa no es la respuesta que yo quiero saber. -Pues hazme la pregunta más clara, porque no sé lo que quieres que te responda. -A mí me han dicho, que tú conoces a la dama cuyo papel desempeño y en ese caso, si tú me dices quien es, podría hacerlo más real ante los ojos del público. Semión piensa: -¡Vaya una actriz, que imita en vez de interpretar! –Se frota las manos-. Doña Beatriz puede estar tranquila; Esto va a ser un desastre. T. Wilas le pone a Leonor, las palmas de las manos sobre los hombros y le responde: -Veras Leonor; Precisamente porque se ha corrido la voz de que los personajes son reales conviene que estén disfrazados con algo de fantasía para eso –hace una pausa-, para que sean personajes reales de la obra y no de la aristocracia de esta ciudad ¿Lo entiendes? La suelta, coge una silla, atraviesa el escenario, se dirige donde la concha del apuntador y se sienta. Una vez terminado el ensayo, Semión se acerca de nuevo al segundo apunte, para recordarle que desea hablar con el autor. Al instante ve como T. Wilas va hacia él. Semión le sale al encuentro, con la mano extendida para decirle: -¿Me supongo que tengo el placer de estar hablando con el autor de Alta Sociedad? El señor T. Wilas. -El honor es para mí, don… -Hace una pausa esperando una respuesta. Semión duda un instante y luego reacciona: -¡Ah! Semión. Mi nombre es Semión Gautier. -¿En qué puedo servirle, don Semión?

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-Ante todo le advierto, que yo soy ajeno a los asuntos de los bastidores así es que no sé, si me comisión será inoportuna en este momento –Le sonríe. T. Wilas se inclina y espera por si él, tiene algo más que añadir, y le contesta: -Estamos como ve –mira a ambos lados- en pleno ensayo, así que le ruego caballero, que su visita sea lo más breve posible. -Pues el caso es –responde Semión, con el sombrero entre las manos y una sonrisa- que he recibido una carta de Alucardi, en la cual se me suplica interceda con usted, para que me permita hacerme con una copia de su obra, pues quiere representarla para su beneficio, una actriz de aquella capital –improvisa un nombre-, Felisa Zorrilla que así se llama señor, y por no perder tiempo… -No tengo inconveniente en que se le dé –contesta el autor-, pero con una condición; Que no se estrene allí antes que aquí. Semión se inclina y responde: -Pierda usted cuidado, que así se lo haré saber en mi carta de respuesta. Y yo le doy a usted, en nombre de la señorita Zorrilla y en el mío propio, las más expresivas gracias. -No vale la pena –Responde el dramaturgo y dirigiéndose al segundo apunte, le dice-: Señor Jare, encárguese usted de que se le entregue a este señor, una copia de la obra que estamos ensayando. Después T. Wilas se despide de Semión y vuelve a reunirse con la primera actriz, para dar comienzo al ensayo del acto tercero. -Mañana a estas horas, tendrá usted la copia –Le dice Jare a Semión. -¡Caramba! –Responde éste, haciendo sonar sus labios en señal de disgusto-. Se me hace un perjuicio muy grande, porque vivo a varias leguas de Miranda, y tengo que perder hoy y mañana porque mi oficina de representación artística se queda cerrada. Ya ve usted caballero, que son dos días seguidos… -Mueve los dedos en señal de dinero- ¿No podríamos arreglarlo, de modo que me llevase ahora, una de las copias que se les dan a los actores para que hagan el corrillo? –Hace una pausa-.

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Así usted se libera hoy de mi presencia y a mí, no me hace perder dos días de ganancias. El señor Jare se mete entre los cortinajes y sale a los diez minutos, con un pliego de hojas: -Dele usted gracias a que hay de sobra, que si no… -Se lo agradezco, señor Jare –Semión coge los cuadernos y sigue-: Esto significa que hoy duermo en mi casa. Cuando baja las escaleras del escenario, y avanza hacia la puerta con la copia en el bolsillo del gabán, se dice: -¡Vamos, que he representado a las mil maravillas mi papel! Y eso que no soy cómico. La señora marquesa, bien me puede ayudar con mi alumno, hay que ver el mal trago que me han hecho pasar estos tres cuadernos, que según parece, contiene el fin de la monarquía en el país. Y dicho esto, sale del teatro.

Capítulo XXIX Semión se dirige a la calle Mercenada, con dos objetivos; Leer la obra antes que Beatriz y ver a su alumno David Jamaná. Al llegar al número cinco, la portera le detiene mientras se recoge el bajo descosido, de un mandilón de percal: -¿A dónde va usted, señor? –Le pregunta. -Arriba. A la buhardilla, a ver al señorito David. -Pues si no quiere subir en balde, ciento treinta escalones no pase, porque no está en la buhardilla. -Pero le habrá dejado una llave ¿la tiene usted, verdad? Verá, soy su maestro de música. -¿Es usted don Semión? -Si señora. El mismo. -Se ha mudado. -¿Cuándo? –Pregunta sorprendido.

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-Ayer –Le responde. -¡Eso es imposible! ¡Sin decirme nada! -El señorito David, ha retardado una semana su mudanza esperándole a usted, y como no sabía dónde encontrarle, se marchó al fin, dejándole una carta –entra en el chiscón y sale con ella en la mano-, que es esta –Se la entrega. Semión la lee: <Mí admirado maestro: La casualidad me ha proporcionado una casa llena de luz, limpia y confortable. Perdone si me he venido sin consultarle ¡una semana esperándole y sin podérselo decir! Y por fin me decidí. Como desconozco la dirección de doña Beatriz, la señora Marquesa de Patallo a donde me dijo que se alojaba, no he podido ir a buscarle. Le espero en mi nueva casa, en el Barrio de Valsalobre, en los soportales, en el número veintiuno, para contárselo todo. Tengo un piano y algunas macetas que me recuerdan los campos de nuestro pueblo, y aunque secas por la estación en la que estamos, anuncian ya brotes para la próxima primavera. Le aguardo. Su amigo siempre. David>. Cuando Semión termina la lectura, hace una mueca con los labios en señal de desagrado y encogiéndose de hombros, dice: -Pues señor, no entiendo una palabra. Pero a fin, que de aquí, a donde indican las señas hay gran distancia y la impaciencia me corroe; Así que luego es tarde. Y se encamina rumbo a la dirección indicada. Al llegar observa desde la acera, que es una vivienda muy pequeña, con un balcón a la calle y una cortina blanca sobre él. Sube las escaleras y se para en el descansillo frente la única puerta que hay. Llama y al momento le abre una joven con un pañuelo en la cabeza, un guardapolvo azul claro y unas zapatillas blancas.

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Vuelve a cerrar dejando la puerta entornada: -¿Qué desea? –Le pregunta, asomando su media cara por la rendija. -¡Soy don Semión! Vengo a ver al señorito David –Le grita desde el descansillo. Se oyen unos pasos y aparece él: -¡Abra! ¡Abra del todo, Adelaida! Es un amigo. Ella obedece y sale al descansillo mientras dice a voces: -¡Ahora vuelvo, señorito! ¡Le traeré algo para la comida y la cena! –Baja la escalera. -¡Vaya con Dios mujer! –Le responde David y luego saluda eufórico a su maestro- ¡Profesor! ¡Qué ganas tenía de verle! –Le abraza-. Adelante ¡Oh! ¡Con qué gusto le recibo en mi nueva casa! Pase. Semión absorto, le sigue hasta una sala y exclama: -¡Esto es muy bonito! –Mira a su alrededor-. Pequeño, pero acogedor. No es una habitación de hospedaje. No es una buhardilla ¡pero es un piso! –Hace una pausa, mientras continúa mirándolo todo-. Reducido, pero un piso, que para ti solo… -Mira hacia la puerta y le pregunta- ¿Y esa? David sonríe y le responde: -Adelaida. Es una criada. Una joven que me viene cada día; Lava, limpia, hace la compra y me prepara la comida y la cena. -¡Pero chico! ¡Vives como un marqués! -Efectivamente –Contesta David-. Aquí, un músico puede componer lo que quiera. Aquí los pensamientos, se elevan más que en una mísera buhardilla donde la única inspiración que te puede venir es la del suicidio porque te invada la melancolía. -¿Y cómo has conseguido esto? –Semión se impacienta por saber. David coloca junto a una mesa, una silla para su maestro y otra para él: -Ni yo mismo, puedo explicarme la casualidad que me ha traído hasta aquí. Pero no le ocultaré nada. Sentémonos cerca de la ventana, que toma las luces del jardín y desde la cual, se ven los soportales.

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La sala, que es la pieza principal de la casa, aparte de la cocina y un baño, tiene en sus cuatro ángulos cuatro figuras, sobre unas rinconeras de mármol blanco, que representan las cuatro estaciones. En las paredes cuelgan enmarcados en negro, algunos retratos de los músicos más importantes del momento. El suelo, está cubierto por una gruesa alfombra de nudo. Los muebles son de madera de pino barnizados en claro y una lámpara de cristal de seis brazos, cuelga del techo. En un rincón junto a la puerta, se ve un piano de palosanto y a su lado, un arpa enfundada. En el centro de la sala, hay una pequeña mesa redonda y sobre ella, un jarrón lleno de dalias y ramas de hierbaluisa, que perfuman el ambiente. El sol ilumina todo el espacio y debajo de la ventana se ven varias macetas con flores y plantas. Semión, lo examina todo y luego le pregunta: -Vamos cuéntame ¿Cómo ha sucedido esto? -¿Conoce usted a mis amigos? Los jóvenes que se reúnen en el Café Yury, en la mesa que está cerca de la tarima del piano. -Sí. Sí. Creo que uno es poeta y el otro pintor. -Bueno esas son sus pretensiones a muy largo plazo; Ahora están estudiando. Pero si, efectivamente; El poeta es Boris Belchite y el pintor César Palazuelos. Pues bien, uno de ellos, Boris, un día al terminar mi actuación en el café, me presentó a una amiga suya, la señorita Dorotea Omsagry, una joven amante de la música, joven y rica. Y a la semana siguiente ella, me regaló este piano –Lo señala. -¡Hala! Entonces ¿ha sido el amor, el que te ha proporcionado este pequeño paraíso? –Le dice Semión. -Amor por mi parte hacia ella desde luego que no. Si lo que quiere es atraparme, se puede quedar con todo esto –Mira a ambos lados. -¡Hombre! Siempre es bueno tener una admiradora, nunca se sabe si un día la puedes necesitar. David continúa: -Fuimos a su casa, muy ceca de aquí, en los soportales y permanecí en ella interpretando varias piezas, hasta las cinco de la tarde. Luego me

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sirvieron una espléndida merienda y ella, Dorotea, al parecer interesada por mi porvenir porque Boris le había contado la mala situación económica por la que pasaba me hizo la siguiente propuesta: Que fuera su maestro de música y que aceptase como retribución esta casa. En fin, querido profesor, para rebatir mis escrúpulos, tanto la señorita Dorotea como Boris, insistieron de tal manera, que me vi en la obligación de aceptar, aunque solo por el término de un año, mientras mejorase mi posición. Esto pues –lo señala- que usted ve, no es mío, pero puedo disfrutarlo durante ese tiempo. -¡De modo que tienes una discípula! –Le dice Semión. -Sí. Y además rica, porque paga una onza mensual. -¡Vamos ya cambia la situación! Y como una buena noticia, nunca viene sola, yo vengo a ofrecerte un discípulo que también te pagará de igual manera. -¡Dios mío! ¡Cuente, cuente don Semión! -Hablé de ti a la señora Marquesa de Patallo y como sé, que tiene un hijo estudiando solfeo, le pregunté si podía recibirnos en una ocasión que tuviera libre en su palacete, para hablar de este asunto y me contestó que sí. De tal modo, que el día que vayamos a verla, nuestra conversación ha de centrarse en este derrotero. -¡Oh! Qué fortuna –Responde eufórico David. -Esto es mejor que copiar música ¿Eh? -¡Ya lo creo! Voy a ensayar, aprovechando que está usted aquí –Se levanta y va hacia el piano. -¡Eh! Tiempo tienes para eso –Semión le detiene y David se vuelve a sentar-: Escucha. Mañana a las doce del medio día, vendré a buscarte para ir al palacio de la marquesa. Pero hijo, como en esta corte se valora más lo externo que lo interno, conviene producir buen efecto, sobre todo la primera vez. No es solo en donde y como vives, si no como vistes también. Así que será preciso, hacer un pequeño sacrificio, hasta que cobres los primeros jornales y cómprate alguna ropa –Le analiza-. Tú gabán se encuentra en un estado deplorable y un profesor de música, nunca debe ir mal vestido, ni dar síntomas de hambruna y penuria. Mira

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que yo conozco a la señora marquesa y en lo primero que se fija, es en la facha de la gente. Y por otra parte, en Miranda, es preciso gastar guantes y sombrero. Zapatos nuevos y limpios. Traje que no brille a fuerza de lavados y restregones. Patilla de hacha bien recortada y pelo de igual porte. Eso produce un ciento por ciento de éxito bien sea en los negocios, en el amor, o en lo social. -Querido maestro, hasta que cobre como usted bien dice, no tengo un real para ese gasto de armario –Exclama Daniel con gesto preocupado. -Si ya lo supongo, pero yo no estoy tan pobre, que no pueda hacerte un empréstito de seiscientos reales. Cantidad con la cual, te puedes transformar por completo de los pies a la cabeza. ¿Y si no puedo devolverle esa cantidad? -¿Tengo yo prisa en cobrarte? Si no me la pagas tal día hará un año. Si me la pagas mejor, porque eso indicará que tus clases y conciertos, marchan bien. Además, yo no tengo parientes y a ti, te quiero como a un hijo. Así pues, no se hable más del asunto –Deja sobre la mesa un billete de quinientos reales y una moneda de cien. -Muchas gracias don Semión. La verdad, es que conmigo se porta como un padre –David se vuelve a levantar e intenta darle un abrazo. Semión le responda antes de que lo consiga: -¡Venga ya, basta de abrazos! Lo que yo hago por el bien de los demás, me sale de dentro. Como a mí me ayudaron cuando de chico me vine a Miranda, y después de joven también, pues me gusta hacerlo a mí. En este momento entra Adelaida. Semión continúa diciéndole a David: -Con que procura mañana al medio día, estar vestido con la ropa nueva –Ahora se dirige a la muchacha-: Mira tú le acompañas a la sastrería, para que no le engañen. Él te dirá los detalles. Pues los músicos por lo regular, vivimos en las nubes, y no sabemos comprar bueno y barato. Y después, es preciso que le observes si lo comprado, le sienta bien. -Pero ¿el qué, señor? –Pregunta ella, un tanto extrañada.

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-Él te lo explicará –Semión se levanta-. Yo tengo prisa y te dejo –Se despide yendo hacia la puerta-. Con que a las doce y bien vestido ¿Eh? -Así será, profesor –David cierra la puerta. Semión se dice mientras baja la escalera: -¡Diantre! ¡No he leído la obra!

Capítulo XXX Cuando Semión se marcha, David se sienta junto al piano, levanta la tapa despacio y empieza a improvisar sobre el teclado. Después muy lentamente, como si quisiera que el tiempo no pasase, se asoma a la ventana y ve a dos hombres y a una mujer, paseando por el jardín. Éstos son Laura, Pedro y Vladimiro. Luego se dirige a donde está el arpa, la desenfunda y rasga sus cuerdas parsimoniosamente. Poco después, Adelaida le avisa que tiene la comida en la mesa: -Señorito –le dice-, hace usted una música muy bonita ¿se la inventa usted? -Es una improvisación –Le responde. -¿Suya? David la mira con cara de asombro y le responde: -¡Toma! ¡De quién habría de ser! -Pues es muy bonita. Se queda callada un momento y luego continúa: -Si le parece bien, cuando termine usted de comer y yo de fregar, le acompaño a lo que dijo el señor que ha estado aquí. Sale del cuarto. David se encoje de hombros y después de varios minutos la llama para preguntarle:

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-Adelaida –Hace una pausa y sigue-: Mire con disimulo por la ventana y dígame si conoce a las personas que están en el jardín. Ella le obedece y se vuelve para responder: -Sí. Esta mañana, cuando hacía la casa, me asomé y vi al señor de edad trabajando la tierra y las plantas ¡Y menuda maña que se da el hombre! –Mira de nuevo a través de los cristales y se vuelve hacia David-. Ese que pasea con los dos novicios, es quién yo digo –Sonríe. -Y a los jóvenes ¿los conoces? -No. -Gracias Adelaida. -¿Le he servido bien? –Pregunta con cierta preocupación. -Muy bien Adelaida –Le dedica una mueca de sonrisa. Ella da media vuelta y se pone frente a la pila de fregar. Al terminar de comer, David se asoma de nuevo y ve a Laura y a Pedro, sentados en un banco. Transcurrido un cuarto de hora, siente una mano sobre su hombro, se vuelve y comprueba que es Boris: -Bunas tardes, David –Le saluda con ironía-. No hay como tener un alma de músico, para volar por los espacios imaginarios, olvidándose de los pobres mortales que tienen la desgracia de vivir en el mísero presente de lo terrenal. Hace un rato que estoy aquí y no me has oído abrir la puerta, ni has sentido mis pasos, ni el saludo que le he dedicado a tu criada –baja la voz y tocándose la sien, continúa-, un poco retrasada, por cierto. -Disculpa amigo mío, pero estaba pensando en una melodía que he improvisado; Me senté en el piano, luego en el arpa y… Boris que se ha acercado a la ventana mientras habla David, se vuelve y le dice: -Con que improvisando una melodía ¿eh? Lo que te tenía tan distraído cuando he entrado, es esa joven que está entada en un banco –Se separa de la ventana y se sienta junto a la mesa-. Pues esa improvisación se llama Laura; Es una joven soltera y muy atractiva. Como habrás observado, tiene un bonito cabello negro. Unas abundantes pestañas

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como abanicos. La piel muy blanca. Y muy hermosos y profundos ojos negros. David le pregunta, mientras se sienta frente e él. -¿Y el joven que la acompaña? ¿Es su prometido? -¡No por Dios! –Sonríe-. Se trata de un amigo. Un vecino suyo. Nada serio para ella. Se llama Pedro Campoy y trabaja como crítico de arte y sociedad, en el periódico local de Valsalobre –En tono despectivo-; Una gacetilla de barrio –Hace una breve pausa y sigue-: Si te interesa, te la presento. -Por ahora no. Primero tengo que centrarme en otras cosas. Boris, observa una hoja sobre el piano y cambia de conversación: -Has dibujado un pentagrama ¿vas a componer algo? -No. Aún no. -Los buenos pensamientos hay que inmortalizarlos. -Esta armonía la tengo impresa en la memoria, pero todavía no la he pasado al papel ¿Quieres oírla? -Con mucho gusto. En esto, aparece Adelaida para decir: -Me tengo que ir. Es muy tarde y no puedo esperar más que mi madre no me deja que ande sola, cuando llega la anochecida. Le dejo la cena preparada –Sale y cierra tras de sí. -¡Hasta el próximo día y gracias! –Le grita David, una vez que ya se ha ido. Luego se sienta al piano. Boris, ocupa una butaca detrás de él y apoya un brazo en la mesa. David empieza a tocar y su amigo exclama con entusiasmo, a cada momento: -¡Bravo! ¡Magnífico! Cando termina, le dice: -Me gusta. Espero que esta noche, toques así en el Yuri. Estoy seguro, que producirá un gran efecto. Decididamente David, eres un gran músico –Se levanta y le pone una mano en el hombro- Necesitamos encontrar un poeta que escriba un libreto de ópera.

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David se vuelve y le contesta: -Tú eres poeta. -Sabes, podemos ganar mucho dinero -Se queda pensativo mientras se pasea por el cuarto y añade-: Tengo que madurar esta idea; Tú escribes la música y yo la letra. Luego frunce el ceño, tuerce los labios, se pone un dedo en los labios y se vuelve a quedar pensativo. David se levanta rápidamente del piano y le pregunta: -¿Conoces un buen sastre? ¿O una tienda de ropa hecha? -Si, claro –Le señala su traje. -¿Me acompañarías? Mañana tengo que ir al palacete de la Marquesa de Patallo con mi profesor para concertar unas clases de solfeo y necesito dar buena impresión. -De acuerdo. -¡Se me había olvidado! Tiene razón el maestro; Vivo en el limbo. Salen de la casa, bajan la escalera a toda prisa y en la acera, añade David: -¡Ah! ¡Y también una barbería! ¿Conoces tú alguna? -Si hombre. No te preocupes.

*** Mientras tanto en el jardín, Laura le dice a Pedro: -Ayer fue cuando oí ese piano por primera vez. -¿Tenemos un vecino músico? –Pregunta él, mirando hacia la ventana. -Así parece. Cuando el señor Vladimiro sale a cuidar el jardín y yo a leer, no sabes cómo nos ameniza la jornada. Estamos sorprendidos, no solo por la música tan bonita que toca, sino porque es una casa tan pequeña; Casi una habitación, que nos sorprende que coja un piano. -Si solo tiene el piano y una mesa, puede… ¿Pero quién es? –Pedro deja de mirar la ventana. -No lo sabemos –Pausa-. Antonia dice, que hasta que no lo averigüe, que no vive tranquila. Y ella, con lo cotilla que es, estoy segura que esta misma noche, ya lo sabe. -¿Te gusta la música? –Le pregunta.

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-¡Oh! Mucho –Responde ella-. Me produce una sensación de calma y serenidad. -Pues bien ¿Por qué no aprendes? -Soy muy mayor para eso. Él sonríe: -Para aprender a tocar un piano, no importa la edad que se tenga. Deberías decidirte a dar ese paso y con más razón, cuando según creo, tienes ya algún camino adelantado. -Muy poco; Siendo niña, aprendí en el convento algo de solfeo y a ejercitar los dedos sobre el teclado, pero ya no recuerdo nada de aquello. Se queda en silencio durante un tiempo y luego sigue: -Esa noticia en el periódico del estreno de la obra de teatro; La que lleva tu nombre al pie ¿Me puedes dar una copia? Pedro le responde algo extrañado: -Sí. Mañana cuando vaya a la redacción, traeré un ejemplar atrasado, porque ese número es de fecha… Bueno, no recuerdo -Pausa-. No sabía que te interesaba el teatro. Ella le mira como avergonzada y le dice: -No sé si me interesa o no, porque no he ido nunca a ninguna función. Es que verás te parecerá raro, pero es que tiene su explicación: El periódico que compra don Vladimiro todos los días, cuando él lo termina de leer me lo da, y yo lo que escribes tú y viene tu nombre, lo recorto y lo guardo en una caja que tengo a propósito. Pero el número en el que sale la reseña de la última obra, no sé que ha hecho Antonia con él, que no lo encuentro ni vivo ni muerto y por eso quiero que me lo traigas. Pedro se echa a reír: -Bueno ¡Coleccionas mis firmas del periódico! -Las firmas no, lo que escribes y que está firmado por ti. -No te preocupes. Lo tendrás –Después de un silencio, le pregunta- ¿Te gustaría ver la obra? -Si claro ¿Cuándo se estrena? -Dentro de ocho días ¿Nunca has ido a un teatro? -Nunca. Ya te he dicho –Responde ella, con seguridad.

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-Pues iremos y además ¡el día del estreno! que es el día más importante para el autor, para la crítica y sobre todo, para el gran público; Este día, ha llegado a ser una batalla entre todos ellos. El enemigo, como saben los autores no es el crítico, sino el público, que en definitiva es el que tiene la última palabra; Si una obra ha recibido las más enardecidas críticas, pero la gente hace correr la voz de que es estupenda, la obra y el autor están salvados. En este momento, Vladimiro se les acerca y se sienta con ellos.

*** Después de cruzar un portal, se entra en un patio y en él, hay una puerta con un letrero sobre ella, que pone: <La Voz de Valsalobre>. Próximo a esta puerta, y justo debajo de una ventana, se halla trabajando un zapatero remendón. El local en donde está el periódico, es un bajo con una nave principal que es la redacción y a su alrededor, las oficinas. Nicolás Jarasana, uno de los redactores jefe, hace llamar a Pedro Campoy a su despacho, donde se encuentran también los periodistas Andrés Luchín, Alejandro Puljeria y Simón Matrena. -¿Qué opinión tienen los lectores de Miranda, de nuestro número extraordinario? –Pregunta Nicolás Jarasana. -La opinión en general –contesta Alejandro Puljeria-, es que no se ha recibido a La Voz, con el entusiasmo que se esperaba. Dicen algunos críticos además, que nuestra revista es chabacana y de taberna. Y que si continuamos por este camino, nuestros días en la calle, están contados con los dedos de una mano. -¿Chabacana? –Responde Pedro Campoy-. Pues, esperamos al que se sienta ofendido; Que nos busque y nos encontrará. -Señores –exclama Simón Matrena-, los diarios de barrio como el nuestro, deben ser directos, libres e imparciales. Además en Valsalobre, tenemos un público fiel, que nos lee asiduamente. -Pedro ¿se nos ha presentado alguna censura? –Le pregunta Nicolás Jarasana.

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-Tres nos llegaron esta mañana, pero en vista de las razones que nos asistieron para publicar, las han retirado. -¡Tiene razón Pedro! –Exclama Andrés Luchín-. Aquí no se rectifica; Nuestro diario es independiente ¡Duro con todo lo que merezca crítica! -Solo así, podemos tener alguna esperanza de sobrevivir –Responde Pedro Campoy-; Los diarios que no son independientes y son dirigidos por políticos, banqueros y aristócratas, mueren por consumación. Al menos este es mí parecer señores. En este país, para que le oigan a uno, es preciso hablar alto y claro. La sumisión y la cobardía, no sirven para nada. -Ya habéis oído –interviene Nicolás Jarasana con algo de ironía- al otrora militar en su arenga –Los demás ríen-. Ese tiene que ser nuestro credo; Libertad e independencia –Hace una pausa y continúa-. ¡Ah! Se me olvidaba ¿Ha venido T. Wilas? –Les mira uno a uno-. Nos comunicó hace varios días, que se iba a pasar por aquí. -No le he visto –Responde Pedro Campoy. -Habrá leído el número donde hablamos de él –Dice Simón Matrena. -Aunque así fuera, no creo que venga. Su obra está a punto de estrenarse y necesita estar presente en el ensayo –Habla Andrés Luchín. -Es mejor esperar al estreno y hacerle la entrevista después –Pedro Campoy, les mira unos segundos y luego añade-: Bueno, eso es lo que me parece a mí. -¿De acuerdo? Les pregunta al resto Nicolás Jarasana, y una vez que éstos contestan afirmativamente, saca unos papeles doblados del bolsillo de la chaqueta y les dice, poniéndolos encima de la mesa: -Si queréis repasar las cuentas del mes que termina… Alejandro Puljeria los ojea un momento y pregunta: -¿Qué recaudación se ha hecho hoy? por ejemplo. -Apenas se han vendido cincuenta números, como mucho –Responde Nicolás Jarasana. Alejandro Puljeria se levanta y sale dejando a sus compañeros leyendo el resumen del presupuesto.

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A los pocos minutos entra de nuevo con un fajo de mil reales, que deja encima de la mesa, mientras les dice: -Esto es de mi bolsillo y espero, que cuando se recupere el periódico, se me devuelva. Cógelo Nicolás –se dirige a él- y repón las deudas –Hace una pausa y continúa-: Si no queremos que este diario local desaparezca, y le tengamos que dar la razón a los que ya nos han enterrado, no podemos consentir que solo se vendan cincuenta números en un día; Hay que levantar esa cantidad como sea. Mientras que los periodistas se devanan los sesos, en cómo hacer llegar el diario a sus lectores. El zapatero del patio, que oye en silencio la conversación a través de la ventana, enciende una colilla de cigarro de papel amarillento y se dice para sí, recogiendo sus bártulos: -Ahí los prójimos, acaban como el rosario de la Aurora. Me parece a mí, que estos silbantes de camisa y corbatín, el día menos pensado se devoran vivos los unos a los otros. De todos modos, me gustaría estar aquí, para verlo. Y el remendón después de guardar sus atavíos en el zaguán, se emboza en su capa y sale del patio hacia la calle, con el contento de haberse ganado el jornal, sin ofender ni a Dios ni a su prójimo.

Capítulo XXXI Semión llega a la zona de servicio del palacete y se encierra en su cuarto. Dos horas después, ha leído la comedia de T. Wilas. -Que lástima que el autor y yo no nos hubiésemos conocido antes de escribir la obra ¡le hubiera podido contar tantas cosas…! –Sonríe maliciosamente y sacándose del bolsillo del chaleco, una pequeña caja de plata, se pone en la boca un pellizco de tabaco- ¡Bah! Que la vida ociosa no conviene sobre todo a los que nos hacemos viejos. Es preciso trabajar, para vivir el mayor número de años posible –Continúa con su monólogo-

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¡Ay! ¡Este alumno que está en el limbo! Porque según parece, como aún no tiene ropa adecuada tendremos que esperar a mañana, para presentarle a la señora marquesa ¡Estos artistas jóvenes; Esos seres que se precian de tener un alma elevada, cuando por lo regular son planas, en el sentido de la responsabilidad! Semión, con la vista fija en un punto de su cuarto, de vez en cuando coge una pizca de tabaco de la caja que aún tiene entre sus manos, y se lo mete en la boca. De pronto, inhala un profundo suspiro y dice: -¡Diantre! ¡Si son las cinco! Será preciso ver a la señora marquesa, para entregarle el manuscrito. Poco después entra en el gabinete de Beatriz: -Buenos tardes, señora –La saluda. -¡Que! ¿Ha podido encontrar la copia? –Le pregunta. -Si, aunque con muchas dificultades y con más imaginación que Nuestro Señor, para inventar el mundo ¡Aquí está! –Lo deja encima de una mesa supletoria-. Si la señora no me necesita, me retiro. Me figuro que deseará leerlo enseguida y a solas. Semión sale. Beatriz coge el libro y se sienta.

*** En casa de Dorotea y Daniel Omsagry, Boris Belchite se ha instalado accediendo a la invitación de los dos hermanos. En la parte ocupada por Daniel, se le ha dispuesto un gabinete con su dormitorio. Así Boris, se ha librado de las malas caras de su patrona. La suerte para él, ha mejorado bastante; Buena mesa, buena cama, coche cochero y caballo, cuando lo necesite. Y disponer con frecuencia del capital de Daniel, son mejoras de gran peso, para un joven estudiante y poeta, acostumbrado a vivir en los umbrales de la miseria. En su gabinete, Boris se halla medio tendido en una butaca, mientras reflexiona sobre su futuro:

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-Si David desbanca a Pedro Campoy por el amor de Laura, Dorotea concebirá esperanzas de ser amada por él. En este caso, mis planes se entorpecen un tanto; Pero eso está aún por venir. Lo probable es que el periodista, hundido en la melancolía por la pérdida de Laura, no quiera saber nada de Dorotea y entonces… Ella y su dote pasarían a mí poder. Esto será un golpe maestro; David puede casarse con la joven del jardín y yo, con la hermana de Daniel. Esto es lo que me conviene y todos mis esfuerzos deben dirigirse a lograr este fin. Esta intriga poco daño puede causarme. La cuestión es tirar la piedra ocultando la mano. Tengo bien cogidos los hilos, para que no se rompa la madeja y puesto que he tenido la suerte de conocer a estos dos lugareños, seamos cautos, no se vayan a escapar de la mano estos dos pardillos –Sonríe y añade-: Dorotea y Daniel, son dos seres sin escrúpulos dominados por la ambición. Daniel cree que no lo sé, pero estoy seguro que él tuvo algo que ver en la muerte de su padre. Me aprovecharé de estas circunstancias para conseguir mi propósito –Cierra los ojos, como si acariciara un idílico porvenir. En esta actitud le sorprende Daniel: -¿Duermes? –Le pregunta acercándose a la butaca. -No. Meditaba el modo de conseguir la felicidad ¡Bah! Una quimera. -Te envidio Boris; Siempre tienes buen humor. Boris se sienta correctamente: -En cambio tú; Joven, rico y libre, siempre estás taciturno, lo cual no es muy sano. -¿De qué me sirve el oro? Si no tengo lo que mas anhelo –Le contesta Daniel, compungido. -¡Blasfemo! –Exclama Boris, empleando una entonación de comedia trágica-. Amigo Daniel, la paciencia es la aliada más fiel y poderosa, para las luchas del amor; Te la recomiendo. -Es que tal vez mañana será tarde; No puedo tener calma. -Confía y aguarda tu oportunidad. Mira, no quiero verte con esa cara melodramática. Te propongo que vayamos a comer a una fonda ¿aceptas? Daniel se encoge de hombros.

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-¿Eso quiere decir que sí? –Pregunta Boris-. Haces bien chico. El mal humor debe combatirse con el estómago lleno –Se levanta y le pasa un brazo por los hombros-. Te voy a llevar a un sitio, que vas a salir cebado como un gorrino ¡Ah! Eso sí, es caro; Así que coge dinero. Daniel responde lacónicamente: -Vamos a donde quieras. Y los dos salen a la calle.

*** Cuando Beatriz termina de leer la obra de teatro, se queda unos minutos reflexionando. De pronto, levanta la cabeza y volviéndola hacia la puerta, pregunta: -¿Quién está ahí? -Dispénseme señora marquesa, si vengo a interrumpirla –Responde Semión, avanzando uno pasos. -¡Ah! Es usted –Le dice- ¿Qué ocurre? -La curiosidad es un mal enemigo, que anda suelto por nuestra mente y no nos deja nunca tranquilos. Así pues, venía con impaciencia a saber, si la señora ha leído el texto, y a presentarle al joven músico del que le hablé. -Si, lo he leído –Responde muy seria. -Y habrá comprobado, que en nada puede afectar la fábula a su honor. -Según me dice, el que no la ha leído es usted. -De arriba abajo, señora; Hasta la palabra fin; Dos horas de mi tiempo estuve entregado a ella. -¿Y piensa que salgo bien parada? No es solo un atropello a la monarquía, es un ataque personal a la aristocracia de Miranda y a mí, personalmente –Coge un abanico-. La única diferencia es que ahí –señala los cuadernos-, en vez de llamarme Beatriz Belmonte, Marquesa de Patallo, me hace llamar, Beatriz Horcajo, Marquesa de Basarau. Que por cierto el autor no sé de dónde ha sacado ese título nobiliario, tan ridículo. -Como es lógico se lo habrá inventado señora –Le responde él, con sumisión. Beatriz sigue:

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-Pues si como dice, se ha leído la obra entera ¡le ha puesto poco interés en el empeño, porque no se ha enterado de nada! -La señora me perdonará pero le he puesto el mismo interés que le pongo a los asuntos de la casa, durante tantos años que llevo a su servicio –Hace una pausa y continúa-. He intentado descubrir algún resquicio, por donde el honor de la señora, se pudiera ver perjudicado, y mi torpeza tal vez, no ha logrado descubrirlo. -No pongo en duda su lealtad –le responde más tranquila-, ya sabe que se le ha recompensado. -Lo sé. Cuando el estado de mi bienestar hacía peligrar mi estancia en la Corte, la señora marquesa tuvo la gentileza de darme en pago a mis servicios doscientos mil reales. Con esta fortuna, me fui a mi pueblo, a donde volvía después de cuarenta y tres años. Y en donde tengo fama de hombre rico y generoso. Pero la fama es algo, que no siempre va precedida de la justicia y por eso, le doy poca importancia. No me quejo de mi suerte. Como le digo, hace muy cerca de cuarenta y pico de años que salí de mi pueblo, pobre como el Santo Job en el muladar y gracias a los Reverendos Frailes del Convento de San Michele, a mi fornido estómago, a mi robusta complexión y a mi afán de aprender, llegué a hacerme maestro de música, nutrido con la sopa del convento, y a la letrada atmósfera de las librerías. Beatriz hace un gesto impaciente que no pasa desapercibido para Semión, pero éste, que se encuentra dispuesto a refrescarle la memoria, lo pasa por alto, y reanuda el hilo de su interrumpida narración: -Hace de esto aproximadamente veinticinco años, y no me canso nunca de bendecir y alabar a la providencia, que me hizo conocer la señora marquesa. -Si, si ¡Recuerdo todo eso perfectamente! Pero no sé a qué viene traer a la memoria ahora, tan larga historia –Beatriz vuelve a impacientarse. -Para demostrar a la señora, que no soy ingrato. -¡Basta! –Le grita.

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-Está bien. Sentiría que mis palabras, hubieran incomodado a la señora marquesa, pues bien sabe Dios, que no ha sido esa mi intención. Y ahora… Semión, cuando se vino de Alucardi a Miranda, los frailes del Convento de San Michele, le proporcionaron a la edad de dieciséis años, un trabajo de copista de música de órgano, en varías cofradías de la región. Luego ya, con dieciocho años, pasa a ser estudiante de música en una academia, que se costeaba él de su trabajo y vive como muchos estudiantes de aquella época; Con su manteo raído, con su bicornio roto y sucio, y su cuchara de palo para sopa, presta siempre a dar la batalla en cualquier plato. Terminados sus estudios de solfeo, Semión se agencia una plaza de profesor en el pueblo de Peralta-Moreno y aquí, conoce a Beatriz, la que más tarde sería Marquesa de Patallo. Beatriz es hija única de don Casiano Belmonte Sotomayor, recaudador de impuestos de la localidad; Hombre probo y honrado, que usaba capa, en todas las estaciones del año, que no gastaba un cuarto en nada superfluo y que amaba a su hija hasta el punto, de no negarle ningún capricho por raro que éste fuese. Aunque había diferencia de edad, Semión y don Casiano se hacen amigos, por la afición en común a la música y por lo tanto, también de su hija Beatriz, con la que comparte lectura y alguna clase de arpa. Semión, listo, simpático y servicial. Su aplicación y su prodigiosa memoria, le hacen pasar por un hombre de talento y mayor de lo que en realidad es. Así las cosas, un día se presenta en el pueblo don Germán Sapolski, en busca de los aires sanos del lugar para su bronquitis. Está en posesión del título aristocrático de Marqués de Patallo. Es además, profesor de literatura universal. De treinta y dos años. Alto, muy delgado, vestido con suma exquisitez. Tiene la nariz aguileña, puntiaguda y las facciones muy marcadas

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Al cabo de cinco meses, en compañía de don Semión que les hace de cochero a cambio de mil reales, el marqués y Beatriz se fugan del pueblo camino de la Corte. -…si la señora marquesa me lo permite, está aquí el joven del que le hablé. -¡Ah! –Responde ella, dejando el abanico encima de una mesa y añade-. ¡Que pase! Hágale entrar. Aquella misma noche se presenta David. El joven músico está completamente transformado, gracias a un sastre y a un barbero. Semión le mira con orgullo. Él, Beatriz y David entran en una sala adyacente con unos ventanales a su alrededor que la inundan de luz. Las paredes están tapizadas en rosa pálido. Unas butacas. Una alfombra de nudo cubre el suelo y a un lado, en un extremo, hay un piano con una banqueta delante. David se sienta, levanta la tapa del teclado y empieza un concierto de media hora. Al acabar, Semión acompaña a su alumno a la puerta del palacete y al despedirse, le da unos pequeños golpes en el hombro con la palma de la mano y le dice: -Creo que le has causado un buen efecto a doña Beatriz. Te doy la enhorabuena anticipada y casi puedo asegurarte, que tu suerte está hecha, porque ella tiene muy buenas relaciones y las utilizará a favor tuyo, conque valor que estás ahora en tu mejor edad. Vete enseguida a tu casa, que es muy tarde y a estas horas, solo deambulan gentes de muy mala vida. Buenas noches –David empieza a caminar por la acera, cuando Semión le detiene- ¡Espera! ¡Ven! Vuelve –David retrocede y se pone a su lado-. Mira –le dice Semión-, la señora marquesa sabe por mí, que vives muy lejos. La noche se ha echado encima y además, está tan cruda que puedes coger una pulmonía. Así que ven conmigo al patio de cuadras, que uno de sus carruajes te llevará a casa. David sube al coche y se despide de nuevo.

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Poco después Semión, vuelve a entrar en el gabinete de Beatriz: -Vengo –le dice- a recibir las órdenes de la señora. -Me agrada ese joven; Me parece un buen profesor. Mañana puede usted participarle, que le señalo como maestro de música, para mi hijo Manuel, por quinientos reales al mes. -Doy a la señora las gracias, en nombre de mi alumno. -He observado en él, que no lleva reloj –dice ella. -Es músico que empieza, señora. Es pobre. -Pues bien. Se dirige a un mueble al fondo de la sala, abre una caja de música, tira de un pequeño cajón, saca un billete de mil reales que introduce en un sobre, y se lo entrega a Semión, diciéndole: -Tenga usted a bien comprarle uno, con su correspondiente leontina y déselo en mi nombre, como premio a su esfuerzo. Un maestro de música, también debe saber la hora en que vive. Después Semión en su cuarto de la zona de servicio se dice: -Tiene buen corazón, a pesar de su mal genio a veces como todos los mortales. Si vamos a ver, todos estamos hechos de la misma tierra y es la misma tierra, la que en su día, nos acogerá de igual manera a todos.

Capítulo XXXII Doña Estrella recibe en su casa un número del periódico, La Voz de Valsalobre. -¡Oh! Dios mío –Exclama después de leer la noticia de su posible cierre-. Si Pedro se entera… Reflexiona y continúa diciéndose: -Aunque como es lógico, lo más seguro es que ya lo sepa. Oye pasos en el corredor inmediato y precipitadamente lo guarda, en el cajón de un mueble, en la sala donde se encuentra. Pedro entra y se dirige a ella:

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-Buenos días ¿Cómo estás? –Le pregunta, dándole un beso en la mejilla. -He pasado mala noche, pero eso no tiene importancia; Es debido a la edad ¿Y tú? -Pues… Yo tengo noticias que darte. -¿Buenas o malas? –Inquiere Estrella-. Porque últimamente abundas más las segundas. -Para mí la primera es mala. Para ti, no. Ella se levanta de una butaca, saca el periódico del cajón y lo deja encima de una mesa: -Es posible que yo sepa algo; Cierra La Voz ¿Verdad? -No es seguro; Depende de los ejemplares que se vendan dentro de los próximos meses. Después de un momento de silencio, ella le pregunta: -¿Por qué has dicho que la noticia, era buena para mí? Pedro le sonríe y responde: -Si cierra el periódico, tendré que pedir el reingreso en el ejército y eso, es lo que tú siempre has querido. -Yo siempre quiero lo mejor para ti. Y a mí me parece, que si quieres formar una familia, tú porvenir se presenta mejor tanto social como económicamente en el ejército, que no en un periódico local, que no es ni siquiera de ámbito ciudadano y ni mucho menos nacional, si no de una barriada, y mira cómo va a terminar… Por cierto ¿habéis fijado ya Laura y tú, la fecha de boda? -La verdad es que no. Y menos ahora, que no sé cuál va a ser mi futuro. -Tú futuro, si fueses práctico y te dejases de idealismos que no conducen a ninguna parte, está al lado de los poderosos; Y esos, son los únicos que te pueden quitar el hambre el día que vengan mal dadas. El pueblo al que tú defiendes, y por el que estás perdiendo tú tiempo y tú porvenir, está ahí, porque necesitamos servirnos de él, pero sabiendo guardar las distancias con él.

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-A veces quiero pensar que no es mi madre la que habla, sino esos amigos tuyos de la alta sociedad, como reza el título de T. Wilas, los que lo hacen. Y me duele creer que tú compartas sus pensamientos –Se levanta y le vuelve a dar un beso en la mejilla-. Bueno madre, a ver si un día con tiempo, logro convencerte de que estás en un error. Ahora me voy. Tengo que hacer algunas compras y una visita. Doña Estrella, antes de que su hijo salga, le pregunta: -¡Oye! Antes has dicho primera noticia ¿hay más? Pedro se vuelve y contesta: -Se trata de un vecino nuevo que toca el piano y el arpa. Vive justo al lado de nuestra casa y en frente de la de Vladimiro. -¡Ah! ¡Sí! –Responde ella-. Le he oído alguna vez. Toca como un maestro. Es un virtuoso. Cuando le he visto en persona, me ha parecido un joven agradable y muy callado; Con poca experiencia social diría yo, pero que hace una música prodigiosa. -Pues a ese joven que se llama David, es a quién voy a ver ahora. Tiene a toda la comunidad ensimismada y hemos decidido Laura, Vladimiro, otros vecinos y yo, que le vamos a integrar en nuestro grupo, porque cuantos más seamos a defender los derechos de Valsalobre ante el Jefe de Distrito, más beneficios alcanzaremos para el barrio ¿No te parece? De nuevo se despide de ella y sale de su casa.

*** Zacarías, el criado de la Marquesa de Patallo que viste una librea azul y plata, le entrega a Adelaida un estuche de tafilete y una carta. David, está leyendo una partitura junto al piano. Son las doce de la mañana. Adelaida se dirige a él y le dice: -Dispense si vengo a interrumpir, pero han traído esto –Lo pone sobre la tapa del piano. David lo abre y exclama: -¡Es un reloj! ¡Y una leontina!

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La mira, luego vuelve a observar los regalos con más detenimiento, y le pregunta: -¿Y dices que es para mí? -Al menos, eso dijo el criado que lo trajo y me lo dio. -Un criado… -Hace un gesto de asombro. -Eso. Sí señorito. Vestido como visten a los maceros los domingos, en la Casa Consistorial de mi pueblo. Eso dijo –Repite. -Pero… Se habrá equivocado ¿Quién puede regalarme a mí, un objeto de tanto valor? -También me dio el macero una carta, puede que si la lee, salgamos de dudas. -¡Eso! –exclama él-. La carta lo explicará –Rompe el sobre y vuelve a exclamar- ¡Es letra de don Semión! Empieza a leer: <David hijo: La señora marquesa, quedó tan sumamente complacida de tu talento, que así te marchaste, me encargó que te remitiera el adjunto regalo. Grande ha sido mi alegría, porque bien sabe Dios, que nada en el mundo me interesa tonto, como verte triunfar en la música y que puedas llegar a la cima que yo no alcancé nunca. Muchos me tienen por egoísta, pero los que así me juzgan no me conocen. Yo me precio de filósofo y dejo a cada cual con sus apreciaciones sujetándome tan solo, a lo que me dicta mi conciencia. Esta noche si puedes, ven a verme al palacete. Se que la señora y las visitas que halla, te oirán con gusto; Siempre es bueno relacionarse con gente de posición; Ellos te darán más que quitarte. Esta mañana me ha hecho muchas preguntas sobre ti, de la vida que llevas y de la que has llevado. ¡Ah! Olvidaba decirte, que la señora te señala quinientos reales al mes, como profesor de música para su hijo Manuel. Como ves tus asuntos marchan bien y siguiendo así, antes de mucho, tendrás que dejar el café de Yury que tan poco dinero te produce y que tan esclavizado te tiene.

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Adiós y no dejes de venir esta noche, en cuyo caso que espero que así sea, entrarás por la zona de servicio; Aquella por donde salimos y cogiste el coche de caballos ¿Recuerdas? Y preguntarás a los criados por mí, para que yo te acompañe a la presencia de la señora. Semión. Deja la carta encima de la mesa, saca el reloj del estuche, le pone la leontina y se lo guarda en el bolsillo. -¡Has visto Adelaida! ¡Es para mí! Es un regalo de una señora que le gusta mucho la música. -Ya le dije yo, que tocaba ese piano como los ángeles. -¡Quinientos reales al mes me paga, por darle clases a su hijo! ¿No te parece un sueño Adelaida? -Si señorito. -Esto es mucho más de lo que yo podía imaginar. Y luego este reloj y esta cadena… -Lo saca y lo contempla de nuevo-. Debe haberle costado mucho –Se lo enseña-. Míralo bien; Es de oro –Se lo guarda otra vez. -¡A ver si lo pierde! Que como dijo el otro señor de edad, que vino a verle ¡vive usted en el limbo! Se queda callada un momento, mientras se recoge el pelo por debajo del pañuelo que lleva en la cabeza, y continúa: -Bueno señorito, ya hemos salido de dudas ¡Ve como era para usted! Si bien claro me lo dijo el macero. Se va hacia la puerta, mientras murmura entre dientes, la conversación que tuvo con el criado: -¿Es aquí donde vive don David…? …Pues sí señor, aquí vive ¿Qué se le ofrece?... …¡Ah!... Pues yo vengo a… Cuando David se queda solo, se sienta junto a la mesa y medita: -Luego decían en el pueblo, que Semión era mala persona, huraño y egoísta ¿Sin su ayuda, hubiera conocido yo a esa señora, que tantos favores me dispensa? ¿Sin su apoyo estaría en Miranda? ¿Y en camino de crearme un porvenir sin apreturas económicas? ¡Nunca podré pagarle, lo que está haciendo por mí! Aparece otra vez Adelaida sin guardapolvo, y vestida de calle:

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-Ya que tiene reloj nuevo –Le señala el chaleco- ¿Tendría usted la bondad, de decirme la hora? David mira con orgullo la esfera y le responde: -Son las dos y veinte minutos. -Pues yo ya me voy, que se me ha hecho tarde. Como siempre, la comida y la cena, la tiene usted debajo de un paño húmedo en la fresquera. En esto llaman a la puerta y ella se dirige abrir, mientras dice: -¡Si traerán otro regalo! Voy a verlo –Abre. Es Pedro Campoy: -A los pies de usted señorita –Le saluda besándole la mano. Ella aún con la puerta abierta, sonríe, vuelve la cabeza y le grita a David: -¡Pues sí, es otro regalo! ¡Y este viene del cielo y creo que es para mí! Pedro sigue presentándose: -Me llamo Pedro Campoy y vengo encargado por el vecino del cuarto bajo, a ofrecer a usted su casa. -¡Ah! –Responde Adelaida-. Es usted el que pasea por el jardín, con un señor mayor y una señorita… Pedro la interrumpe, señalándola con un dedo: -Ese. Ese mismo. -Tenga la bondad de pasar caballero –Le pide ella. David sale a la entrada: Adelaida les presenta y se despide: -Este señor es Pedro Campoy. Viene de parte de los vecinos del jardín, a ofrecerle su casa. Y yo me voy que es tarde –Baja la escalera. -Caballero… –David, con un gesto de su mano le hace pasar a la sala, le indica una butaca y continúa-: Mi nombre es David Jamaná. Nacido y criado en un pueblo. Nuevo en la Corte y poco avanzado en el trato de gentes, ignoro por completo las leyes de la etiqueta. Sin embargo, hoy mismo, pensaba bajar a ofrecer mis respetos a su padre y a su hermana. Pedro sonríe y contesta:

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-No es mi padre; Verá, se llama Vladimiro; Es un amigo de confianza, a quien aprecio, y en su nombre, vengo a ofrecer a usted su casa y sus servicios ¡Y también la mía, por supuesto! -¡Ah! Perdone. Yo creía… -No se preocupe; Es natural que aún no nos conozca. Solo nos ha visto a través de la ventana –la mira-, y no sepa quiénes somos y que parentesco nos une –Hace una pausa y sigue-: La señorita Laura no es mi hermana, es mi prometida. -¡Caramba! –Contesta David-. Le pido disculpas de nuevo. Pedro le sonríe: -Nosotros no hemos podido evitar el deseo y la curiosidad, de conocer al artista que nos ameniza con su música todos los días, nuestros paseos por el jardín. -Ustedes me honran demasiado. -Nada de eso caballero. Pedro Campoy, saca un ejemplar de La Voz de Valsalobre del bolsillo de su gabán y se lo entrega: -Solo la justicia ha dirigido mi proceder y en prueba de que no soy el único que reconoce su mérito, le traigo esta hoja local, donde en un suelto se habla de usted. -¿Habla de mí la prensa? –Le pregunta sorprendido David. -Bueno si a esto se le puede llamar prensa, si. Hoy solo se ocupa en una pequeña nota. Mañana quién sabe… -¿Y cómo ha llegado aquí mi música si no me conoce nadie en la barriada? -Por medio de una carta anónima, diciendo que tenemos un vecino compositor –Se le queda mirando con una sonrisa. Después de leerlo, David deja el diario encima de la mesa, y responde abrumado: -No sé cómo expresar mi gratitud. Verdaderamente señor Campoy, hay momentos en que la providencia, parece que se complace en derramar sus beneficios sobre los más desfavorecidos, y hoy para mí, es uno de ellos.

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Se levanta, coge la carta de Semión y se la entrega. Luego le enseña el reloj, se vuelve a sentar y continúa: -Poco antes de venir usted, me han dado otra alegría. Pedro duda en leer la carta y ante su insistencia, accede. Cuando acaba la deja encima de la mesa y pregunta: -¿Da usted clases de música? Ese es un paso importante. -Sí. En el palacete de la señora Marquesa de Patallo, a su hijo Manuel. -¡La Marquesa de Patallo! –Exclama Pedro. -Si ¿La conoce? –Pregunta David. -Mi madre más que yo. Solo he tenido ocasión de hablar con ella, una o dos veces en mi vida. Es una señora de gran talento. Según parece, ha viajado mucho en vida de su difunto esposo. Son famosas las reuniones que tienen lugar en su palacio ¿Ha asistido usted alguna vez? -Nunca. Además, me sentiría fuera de lugar; No estoy acostumbrado a esos fastos. Lo mío es la música. -No se pierde nada. Son aburridísimas. Lo único que hacen, es quitarse la palabra los unos a los otros, para ver cuál de ellos despelleja primero, al que está ausente. David hace un gesto de sumisión: -Además, yo estaría de sobra en un sitio así. -¡Bah! No diga eso. Mientras tenga un piano, para que hablen sus notas, en lugar de usted ¡todo arreglado! -Eso es cierto. Pedro se levanta: -Bien amigo. Cuando quiera, baje al jardín y le presentaré a don Vladimiro y a mi prometida. Se dirigen hacia la puerta. David le dice: -Así lo haré. Y de igual manera, un día vengan ustedes aquí –mira a ambos lados-, que aunque como usted ve, es una casa muy pequeña, nos las arreglaremos para estar a gusto. -Gracias –Pedro le estrecha la mano y sale.

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Capítulo XXXIII Esta misma noche, a eso de las once, Boris entra en la casa de Daniel. Pregunta por él a Irene y ésta, le responde: -Ha venido de muy mal humor, y se ha encerrado en su habitación diciendo, que no le moleste nadie. -¿Y la señorita Dorotea? –Vuelve a preguntarle. -Mandó recado, para que usted la viera en su gabinete, nada más llegar. Boris entra y la saluda: -Es un poco tarde ¿no? Ya me iba a mi habitación, pero me ha dicho Irene que me esperabas. También me ha comentado, que tu hermano está en su cuarto y que no quiere hablar con nadie. -Ya sabes cómo es –Responde ella-. Cada día que pasa está más raro. Creo que la muerte de nuestro padre, le afectó bastante. -Y en las circunstancias en las que ocurrió su muerte, pues también ha podido influir en su estado de ánimo. Dorotea le interrumpe con cierta curiosidad: -Circunstancias… -Bueno… –Él titubea-. Según sé murió de repente; Estaba en su casa, se sintió mal y… Es lo único que sé. Cambia de conversación: -¿Para qué querías verme? ¿Ocurre algo? -No, no. Únicamente quiero que me informes de la relación de tu amigo David con Laura. A una seña de Dorotea, se sientan. -No hay ninguna relación por ahora, pero está a punto de haberla. -¿De veras? –Responde ella con una sonrisa de satisfacción. -¡Y tanto! Acabo de estar con él, y el infeliz ¡está loco de contento! Y bien es verdad, que yo en su lugar, también lo estaría ¡Menuda suerte está teniendo! –Hace una pausa-. Bueno, la verdad sea dicha, yo tampoco me puedo quejar. -¿Pues qué ocurre?

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-Todo lo mejor que podíamos esperar. -¡Adelante! –Dorotea se impacienta. Boris sonríe y continúa: -Pedro Campoy, ha estado de visita en casa de David, para ofrecerle los servicios de Vladimiro y como en ella vive hospedada Laura, pues… ¿Lo entiendes? –Se inclina hacia adelante. -De modo que él mismo… -Si, él mismo ha subido al cuarto del músico para decirle –Cambia la entonación de su voz-: Cuando usted quiera, puede bajar a vernos, que le recibiremos con los brazos abiertos. -¿Y qué ha respondido? -¡Toma! Se ha puesto el gabán nuevo, se afeitó, se peinó, se colocó la cadena y el reloj de oro, que le ha regalado la Marquesa de Patallo, y bajó a la casa del jardinero, en donde pasó la tarde –Hay un silencio-. Y en donde me figuro que por fin habrá conocido a Laura. -¿Y tú le ves capaz de conquistarla? –Exclama Dorotea. -¡Nada más fácil! Elegir entre la sensibilidad del artista y su independencia, o al periodista de pacotilla, cuya sumisión hacia su madre es enfermiza, dime tú, ¿a quién elegirá? -¿Y tienes indicios de que se haya fijado en ella? -Al menos las pruebas así lo indican; Yo le he sorprendido a veces, asomado a la ventana, tan abstraído en su contemplación, que ni siquiera se daba cuenta de mi presencia. -Pero si el amor de Laura hacia Pedro Campoy, es tan firme como para casarse con él no conseguiremos nada. Hemos acordado un año de plazo y un año se pasa enseguida. -No conviene perder la esperanza, amiga mía. No han de faltarnos recursos, para desbaratar sus arrumacos. Boris calla un momento y sigue: -Yo solo veo un obstáculo; La Marquesa de Patallo, doña Beatriz; Una dama de la nobleza, viuda, mujer de mundo, rica, muy hermosa y que sabe lucir sus encantos como nadie. -¿Y qué tiene que ver esa señora con David?

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-Pues… Me temo que mucho, Dorotea. Llevo viviendo en la Corte desde que empecé a estudiar leyes, hace… -recuerda-, mas de tres años y he conocido mujeres, que cuando ven que el término de su lozanía está cerca, no reparan en entregar su pasión, al primer joven cariñoso y sensible que conocen; Dos armas, que sabiéndolas manejar, son infalibles ante un corazón maduro y solitario, como el de la dama en cuestión. -¿Tienes sospechas? -Nada puedo asegurar, por ahora. -Entonces… -Esta dama, le ha señalado una pensión de quinientos reales al mes, por darle clases de música a su hijo Manuel. -Pues no veo nada, que me haga sospechar, de otra clase de relación. -Además, le ha regalado un reloj de oro y la leontina. -¿Crees tú, que el dinero de esa señora, podría inclinar el corazón de David en su favor? -No solo su fortuna… -¿Cuántos años tiene? –Le pregunta inquieta Dorotea. -Cuarenta y dos. -Por mucho dinero que posea, por mucho palacio que tenga, y por mucha pasión que le ponga, no creo que un joven, con la sensibilidad de David, la eligiera a ella, en vez de a Laura –Le mira fijamente-. Si fueras tú, ¡sí! -¿Me crees interesado? –Le pregunta él con una sonrisa. -¡Hombre! ¡Y bastante! Además, si no te considerase así, no te hubiera elegido, para que me ayudases en esta trama –Le responde ella. -El dinero y el amor de un día, a un artista romántico e independiente como es él, no creo que le sea muy apetecible una mujer como Beatriz. No obstante es joven, y puede caer en la tentación. Por lo que nos ha contado a los amigos del café de Yury, se vino de su pueblo a la Corte, con su maestro el señor Semión buscando triunfar como músico, y creo que es eso lo que pretende, antes que el amor de aventura y la riqueza fácil. -¿Quién es ese tal Semión? –Pregunta Dorotea.

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-Además de cómo te he dicho, ser el maestro de música de David y vecino del mismo pueblo, es el depositario de todos los secretos de la marquesa. Hasta vive en el palacete. Después de un silencio habla Dorotea: -Boris, yo no tengo secretos para ti; Ni un solo momento pasa, sin que bendiga el momento que nos unió para llevar a cabo nuestras ambiciones; La tuya, es dejar los estudios, y ganar el suficiente dinero, como para dedicarte a escribir tus poemas, sin trabajar. Y la mía, es, lo único que me falta; El amor de Pedro Campoy. Si se realizara mi sueño, yo sabría hacer que los tuyos se cumplieran. Boris le sonríe complacido: -Te lo agradezco. Y haré todo lo posible para que se cumplan nuestros deseos. -¿Tienes algún plan? –Le pregunta ella. -A través de don Semión, intentaré averiguar la verdadera relación que existe entre David y la marquesa. -Pero tú a ese señor, no le conoces. -Don Semión según reseñas es un hombre muy sociable. Le pediré a David que me lo presente. -La verdad Boris, que a veces logras confundirme. -Pues precisamente me conviene todo lo contrario para salir airoso. Él se levanta y comienza a caminar hacia la puerta: -Confía en mis gestiones. Ya verás cómo antes de lo que piensas, se nos presentará la ocasión de que puedas conocer a Pedro Campoy y a su madre doña Estrella –Hace una breve pausa y sigue- ¡Ah! Quería decirte que estoy en tratos con una editorial, para que me publique un libro de poemas y necesitaba pagar la distribución. -Enhorabuena. Pero ten presente, que desde que nos ha conocido a mi hermano y a mí, tu vida ha cambiado por completo; De ser un mísero estudiante a vivir como un noble ¡Hasta te hemos dado un cuarto en esta casa! –Señala hacia arriba-. De un tiempo a esta parte, no haces más que pedir dinero para esto o para lo otro… No intentes burlarte de mí,

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dándome largas a los favores que te pido para sacar provecho durante meses, porque puedes perderlo todo. -¿Piensas que no me tomo el suficiente interés? –Regresa a su lado-. Dame un plazo para que conozcas a Pedro, y si no se cumple, hacemos cuentas ¿De acuerdo? -¡Cuentas! ¿Pero qué cuentas? Si nada de lo que tienes, te pertenece. -Antes de lo que te imaginas vas a conocerle. Te lo juro. Ella, se queda unos segundos mirándole y finalmente dice: -Recuerda siempre una cosa, que al simple de mi hermano es fácil engañarle, pero a mí no. -Lo tengo presente desde que te conocí. -Pues no lo olvides nunca, amiguito –Hace una pausa y le pregunta- ¿A cuánto asciende esa distribución del libro? -Doscientos reales. -¿Y cómo se llama la editorial? Boris le sonríe y responde: -Topete. Está en la calle Rafael Torralba, trece; Puedes ir y preguntar. -No me retes que igual lo hago. Mañana tendrás el dinero y recuerda; Yo no me dejo engañar. Boris vuelve a sonreírle: -Me retiro a mi habitación. Ya es tarde y mañana, necesito madrugar. Así que si no tienes nada más que decirme… -Ya te he dicho suficiente. Cuando se queda sola, se deja caer en una butaca: -El corazón me dice que Laura, acaba casándose con Pedro Campoy.

Capítulo XXXIV En esta época Beatriz tiene cuarenta y dos años. Independiente, rica, viuda y con talento para las relaciones sociales, pasa en la Corte por ser una señora a la moda, cuya alta sociedad se la disputa en todas las reuniones.

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Su ingenio y su conversación siempre amena y culta, es ponderada por todos cuantos la conocen. David, le ha causado un gran efecto. A las nueve de la noche está en la sala de música esperando al joven artista. Algunos troncos arden en la chimenea. Una lámpara de cristal esmerilado, derrama su luz sobre los muebles. Beatriz, lleva un vestido de tisú de seda y una boa de pluma de cisne, enrollada a su garganta. Está reclinada sobre un sofá de terciopelo verde esmeralda. De vez en cuando, dirige la mirada hacia la puerta y luego, al reloj colocado sobre el mármol de la chimenea. Más tarde, extiende el brazo hacia un pequeño velador, y coge un libro. Como la luz de la lámpara no es suficiente, hace sonar el botón de un timbre. Pronto, Rosa la doncella, coloca sobre el velador una bugía verde mar, con candelero de plata y pantalla de cristal azul. Se pone a leer. Algún tiempo después, deja el libro sobre la alfombra y murmura: -¡Que fastidio! Luego mira el reloj y continúa: -¡Las nueve y media! ¡Oh! Es preciso que David, deje ese cafetín. Un genio como el suyo, no debe utilizarse en distraer a los clientes de un café de mala muerte. Vuelve a llamar al timbre y Rosa, se presenta de nuevo: -¿Desea algo la señora? -¿Ha llegado ya don Semión? –Le pregunta. -Solo el Comandante Moreno, pero como la señora me dijo que no recibía a nadie… -Has hecho bien –Pausa-. Es un beato, que no sabe hablar más que de santos y vírgenes –Y le ordena-. Cuando llegue don Semión, que me vea.

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Cuando la doncella sale, Beatriz, recoge el libro que había dejado sobre la alfombra y se pone a leerlo; El volumen contiene, una selección de historias sobre personajes de toda índole. De pronto, sus ojos se fijan en una de estas historias que le llama la atención y empieza a leerla: <Flay Monderssen, un genio de la música de Hiriassy, que a los dieciocho años había compuesto una ópera titulada “En el profundo bosque”, fue más tarde comisionado por el Rey de Kameltore, para introducir la ópera Hiriassiana en su reino. Un artista como Monderssen y protegido por un monarca, no tardó mucho en ser solicitado por la aristocracia, que se apresuraba a abrirle las puertas de sus salones. La Princesa Carolina de Gryssé, era una de las más entusiastas admiradoras del inspirado músico. Pero la princesa, aunque fuera en otros tiempos un prodigio de hermosura, tenía ahora cuarenta y cuatro años, y algunos signos de madurez, empezaban a marcar su cara, su cuello y sus manos. Una noche Monderssen, había recibido una invitación de la princesa, para pasar la velada en su palacio. El músico acudió a la cita, pero su asombro fue grande, al encontrar en su gabinete a ella sola cuando en verdad, esperaba hallar reunida a la aristocracia de Kameltore. Sin embargo el joven, no demostró asombro alguno; Antes por el contrario, tomando asiento al lado de la princesa, comenzó a hablar del entusiasmo que el rey demostraba por la música y de lo mucho que arte, iba a significar para su pueblo y para la monarquía. No era esta la primera vez que Monderssen, se veía perseguido por la princesa, pero él, un joven de talento, supo disimular el mal efecto que la tenacidad de aquella mujer le causaba. La princesa, que había concebido por el genio de Hiriassy, una pasión sin límites, creyendo que la ocasión le era propicia para dedicarle su amor, se le acerca hasta el límite de su cuerpo y le dijo:

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-Monderssen, me sé de memoria vuestras óperas. Ni una sola de sus melodías, es desconocida para mí. Ni el más insignificante compás, ha dejado de sonar en mi alma, como el canto de un coro de ángeles. Ni la última nota de vuestros románticos sonetos, han sido indiferentes a mi corazón. Carolina se detuvo para exhalar un suspiro. Monderssen se separa unos centímetros y responde: -Usted me honra demasiado y desde ahora, le ofrezco tener en más estima mis humildes inspiraciones musicales. Carolina repuso: -Después de esto, adorado Monderssen, os he hecho venir para deciros, que os amo con toda mi alma y con todo mi corazón. El músico cayó de rodillas ante ella, le cogió las manos, las cubrió de besos y exclamó: -¡Ah princesa! Yo también os amo. Sería engañar a mis sentimientos negar por más tiempo lo que yo…>. Aquí Beatriz, deja la lectura y se queda pensativa. ¿Era aquello un aviso de la providencia? El libro que contenía la historia del músico y la princesa, se hallaba sobre el velador hacía tres semanas. Lo había abierto varias veces, sin encontrar el relato que acababa de leer. Por casualidad, había encontrado una historia que tenía algo de similitud con ella. De repente se levanta y cogiendo la bugía, va a mirarse en el espejo. Entonces, viendo su imagen, se dice sonriendo: -¡Bah! La princesa Kameltoriana y yo, no nos parecemos en nada; Ella es una mujer avejentada y yo, aún conservo el brillo de la juventud. Además, esa historia es ficticia y aquí hay algo real. Se sienta de nuevo, corrige los pliegues de su vestido con delicadeza, rasga con furia las hojas que contienen la historia de Flay Monderssen, y las arroja a las llamas de la chimenea. En este momento, el péndulo del reloj da las diez y media. Pocos minutos después, se levanta el portier para dar paso a Semión y a David.

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La visita de David esta noche, aparece como una exigencia de Semión y no, como una cita de la marquesa. -Ante todo –le dice- pido disculpas a la señora, por presentarme a estas horas de la noche, con mi protegido. -¡Ah! Son ustedes; David y Semión –Contesta ella, de un modo natural-. Adelante señores –Se dirige a David-: El talento tiene la entrada libre en mi casa. La tenue luz de la lámpara, el lujo de la estancia y la belleza de Beatriz, impresionan a David de tal manera, que solo responde con una sonrisa forzada. -David –dice Semión con acento pausado-, que aun no tiene el honor de conocer el buen corazón que posee la señora marquesa, creyendo molestarla, temía subir a darle las gracias por los favores que le dispensa. Le hace una seña y él continúa: -Señora –David adelanta unos pasos-, criado en un pueblo, sin la costumbre de tratar a las gentes de la Corte. Ignorando los más sencillos rudimentos de sociedad temo lo confieso, cometer alguna inconveniencia en estos instantes. Allá en el pueblo, mi vida se reducía a estudiar música, a tocar el órgano en la iglesia y a cuidar a mi madre. Sin más amigos que mi maestro –señala a Semión- y mi piano, mi sueño incesante era la música; Mi esperanza más soñada la Corte y mi única ambición la gloria –Le vuelve a mirar-. Don Semión, siempre bueno para conmigo, se reía en ocasiones oyendo mis descabellados planes ¡Pero quien arranca del alma de artista sus sueños! Así que cuando mi noble protector comprendió, que el retenerme en el pueblo era inútil y que estaba resuelto a venirme a la Corte, accedió a ser mi guía y mi maestro, durante todo el proceso de adaptación a Miranda; Todo cuanto soy se lo debo; Por él amo la música y por él, tengo la honra de hallarme en presencia de la señora marquesa. Beatriz se levanta y se le acerca: -Siga usted pensando así, David. Descubro con satisfacción que además de ser usted un virtuoso, posee una sensibilidad poco común, en un joven de su edad –Luego se dirige a Semión, que permanece un poco

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más alejado de la escena-: Veo amigo mío, que allí en su pueblo… -Calla para que intervenga él. -Alucardi, señora –Responde. Ella continúa: -…bien, Alucardi. En la soledad de los montes y en medio del silencio de los valles, también se aprende a expresar los sentimientos del corazón. -Efectivamente señora –Añade Semión-. Y usted lo sabe, que nació y de pequeña se crió en uno; Peralta-Moreno ¿Lo recuerda? Ella sonríe. Él continúa: -El corazón no entiende de maestros para sentir –Mira a David-. Por mucho que yo me esmere en que aprendas a poner tus dedos en el teclado, si a éstos no les guía tu ternura, no habremos logrado nada. He leído en un libro, que todos los preceptistas del mundo, no podrían enseñar cómo se derrama una lágrima. El sentimiento no se halla sujeto a reglas; Brota del alma, se evapora por los ojos y su perfume parte en busca de otras fibras que puedan comprenderle. David se ha sentado en un sillón cerca del confidente donde se halla la marquesa. Semión se despide: -Yo, con su permiso me retiro a mi cuarto; Los años no me dejan estar mucho tiempo de un lado a otro, y necesito darles reposo. -Vaya usted, mi fiel Semión –Responde Beatriz David, a instancias de la marquesa, se sienta frente al piano y empieza a tocar. Beatriz de pie, y apoyados los brazos sobre sus bordes, le escucha. Al transcurrir media hora, los dedos del joven compositor, caen con energía sobre el teclado, marcando el último compás. Luego, hace girar el taburete, se la queda mirando y le dice: -He terminado. La señora marquesa me tiene a sus órdenes. -Mientras le oía –responde ella- he tenido una idea. -¿Sería una imprudencia preguntarle cual?

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-¿Y por qué iba a serlo? ¡No por Dios! –Le sonríe y sigue-: Lo que yo pensaba era, que usted con su talento, debería escribir una ópera. -¡Pobre de mí, señora! Eso sería un trabajo muy ímprobo. -¿Le falta inspiración? -Lo que me falta es tiempo. Entre las clases de música, las horas que paso en el Café Yury improvisando y si además, me pongo a componer… -¿No tiene usted fe en sí mismo? -Nunca me ha faltado. Si así fuera, no estaría en la Corte. -El músico que improvisa como usted, sin un libreto que le inspire, puede hacer mucho el día que lo tenga. -¡Oh, si eso fuera cierto! -Para salir de dudas, se puede probar. -¿Pero dónde está ese libro? Yo señora, soy desconocido aquí en Miranda y… -Los grandes maestros, no se iniciaron con una reputación y antes de escribir su primera obra, seguro que no les conocía nadie. -Sin embargo, es tan difícil… -Ya buscaremos un poeta que nos escriba un libreto –Beatriz se sienta en el confidente, le indica a David el sillón que tiene a su lado y exclama- ¡Ah! Soy una despistada; Se me había olvidado enseñarle la compra que le he hecho hoy. Quiero que mi hijo, aprenda también a tocar el arpa. Y le señala un extremo de la sala, donde se ve un objeto cubierto con un lienzo blanco. David se levanta, lo descubre y le lleva junto al confidente, donde se halla la marquesa: -Es preciosa –Le dice-. Es una obra de arte. Oigamos sus notas –Pulsa las cuerdas brevemente y continúa-. Cuando se toca un arpa, los demás sonidos desaparecen. Este instrumento tiene algo de espiritual ¿No es verdad, señora marquesa? -Sobre todo, cuando quien lo toca es usted. David empieza a interpretar una sonata. Beatriz a su lado, va inclinando el cuerpo muy despacio, hasta el punto de apoyar su pecho sobre el hombro del músico.

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Él se estremece y sus manos arrancan de las cuerdas, un par de notas falsas. Entonces ella, inclina un poco más la cabeza y el aliento de su boca orca la frente de David; Unos centímetros más y sus labios, hubieran podido posarse en la boca del intérprete. Esta confianza, desorienta al joven músico, y sus dedos recorren las cuerdas cada vez con más torpeza. Al término de la sonata, ella endereza su cuerpo, tomando una postura más natural. David se levanta y coloca el arpa en su sitio. La situación comienza a hacerse embarazosa para ambos, cuando se oyen unos pasos en la habitación inmediata y luego, una voz que dice: -¿Da usted su permiso, señora Marquesa? -Adelante Semión. Adelante. El profesor entra sonriendo y dice: -La señora marquesa, es tan entusiasta del arte, que no se ha dado cuenta de la hora que es. Antes cuando me marché, me dolían tanto los huesos de mi cuerpo ya un tanto marchito, que me senté en un sofá, me quedé dormido y al despertar de ese primer sueño tan relajado, y ver que David no estaba en la zona de servicio, supuse que todavía continuaban ensimismados con el piano y el arpa, como dos niños con su primer juguete. Beatriz mira el reloj de encima de la chimenea y exclama: -¡Cielos! ¡Tiene usted razón! Se nos ha ido el santo al cielo –Luego, se dirige a David y le pregunta- ¿Quiere darme el brazo, para acompañarme hacia la puerta? -Si señora marquesa, con mucho gusto –Le responde. Y los dos, seguidos por el profesor salen del gabinete.

Capítulo XXXV

Al día siguiente por la tarde, en un salón del palacio Beatriz y David, están a solas.

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Ella por la mañana, le había solicitado a Semión, que le concertase una cita con el músico. Cada vez existe más confianza entre los dos. -Pues si David –le dice-, desde mañana me voy a dedicar a buscarte un escritor de nota, para que te escriba un libreto. Y el día que un público entusiasmado te arroje flores al escenario, tendré para mí la satisfacción de haber sido yo, quien haya descubierto tus posibilidades. -Cuidado señora, no de un giro la vida y me silben, porque entonces… -Estoy segura de que eso no va a ocurrir. -La señora confía demasiado en mí. -David ¿quieres concederme un deseo? -¿Puedo yo negar algo a mi generosa protectora? -Te pido, que cuando estemos solos como ahora, me llames Beatriz. Mi nombre de pila suena más… -Hace una pausa y mueve una mano en el aire- cercano que el título que me dejó mi esposo. Después, llena dos copas de vino de guinda y continúa: -¡Brindemos por la primera obra del maestro! David, la bebe de un solo trago y la deja sobre la mesa. Beatriz se ha levantado para sentarse en un sofá, que está delante de la chimenea. Él, gira la cabeza como buscándola, cuando oye que le dice: -Estoy aquí, amigo mío. Se sienta a su lado: -No la encontraba –Mira a su alrededor-. Como este salón es muy grande, no solo me pierdo yo, si no que a veces, como se mueva usted de lugar, también la pierdo. -A propósito, me ha dicho Semión que tu casa es pequeña. -Desde luego que lo es. Aunque antes era aún peor, porque vivía de patrona en una lóbrega pensión de mala muerte, hasta que un amigo me proporcionó una habitación con baño y cocina en el Barrio de Valsalobre, en un lugar conocido como Los Soportales, y la verdad que estoy muy contento. -¿Y vives solo?

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-Si –Añade después de un silencio-: Me viene a diario una criada a limpiar –Se levanta-. Señora marquesa… Ella le interrumpe, poniéndose el dedo índice en los labios: -¡Eh! ¡Chsss! ¿En qué habíamos quedado, cuando estemos solos? -¡Ah! Si, perdona. Hasta que me acostumbre… -Sonríe abiertamente-. Beatriz, me tengo que ir al café, para amenizar a la clientela. Si cuando acabe no es muy tarde, me paso por aquí para darte las buenas noches. -Te estaré esperando.

*** Adelaida, descorre muy despacio, la cortina que separa el chiscón donde duerme David, de la sala y se acerca de puntillas: -¿Duerme usted, señorito David? –Pregunta en voz baja. -No ¿Qué quieres? –Él se despereza. -Como tenía los ojos cerrados… -Solo descansaba –Repite- ¿Qué quieres? ¿Necesitas dinero para el mercado? -No señorito. Pero si tiene usted sueño pues nada, pero son las once de la mañana, y como a las doce ha convenido con ellos, en que bajaría a la casa de los vecinos… -¡Tienes razón! –Se levanta precipitadamente-. Me vestiré con ropa adecuada; Tengo que causar buen efecto. -¡Sobre todo a la señorita del jardín! ¡Ay! Casamentero… -¡Que sabrás tú! -Más de lo que usted se piensa galanteador. Que se le hacen los ojos pavesas cuando la ve. -Cotilla… -¿Quiere que mientras tanto le disponga un desayuno? -Haz lo que quieras. Poco después ella, descorre del todo, la cortina de la alcoba. David, abre la ventana y mira hacia el jardín; El sol ilumina la modesta habitación. Laura se halla sentada en el porche de su casa con la mirada fija en un parterre que tiene delante.

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Luego se levanta, y comienza a caminar despacio, por uno de los senderos que bordean la casa. David la contempla. Después, exhala un suspiro, y retirándose unos pasos de la ventana se deja caer sobre una silla y se lleva las manos a la frente. Al cabo de media hora, cuando entra Adelaida para decirle que el desayuno está dispuesto, permanece en la misma postura: -¿Qué le pasa señorito? –Le pregunta inclinándose hacia él. -No me pasa nada. Solo estaba pensando. -Cuando usted guste, en la mesita junto al fogón, tiene un tazón de café con leche y una hogaza de pan. -Voy –Contesta David. Adelaida coge una de las sillas de mimbre, que está junto a la pared, se acerca a la mesa y se sienta a su lado: -¿Por qué trasnocha usted tanto, señorito? Ahí está, muerto de sueño por las mañanas. Que yo le veo cuando llego; Eso no es sano y puede que enferme. Él se encoge de hombros. Ella continúa: -¿A qué hora vino esta noche pasada? -A las cuatro. -¡Jesús y María! –Exclama Adelaida-. Trabaja muy lejos de aquí y la noche le quita años a la vida. David la mira con un punto de ternura y le responde: -Adelaida, me recuerda usted a mi madre, en los consejos que me daba en Alucardi; Mi pueblo –Sueña, levantando la mirada hacia un punto en la pared-. Allí, nos acostábamos poco después de las oraciones, cuando repicaban las campanas de la torre de la Iglesia; Misa de ocho, cena y cama. Recuerdo que mi madre, para que las sábanas estuvieran calentitas, ponía un cazo a la lumbre, llenaba con ese agua una botella y la ponía entre ellas. Luego, al acostarme, me acurrucaba, me tapaba mucho hasta las orejas y con ese calorcito y su beso de buenas noches, me quedaba dormido como un lirón, porque a la mañana, había que madrugar para ir

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al campo a las labores –Mira de nuevo al tazón y mientras desmenuza un trozo de pan en él, continúa-. La vida de los artistas en las grandes capitales, se hace de noche –Se la queda mirando para añadir-: Gracias de todas formas, por interesarse por mi salud. -A veces me preocupa usted señorito –Pausa-. Le veo como con desamparo –Hace un gesto con los labios-, y eso me hace pensar, que puede que necesite ayuda. David mira su reloj: -¡Son las doce y me esperan los vecinos! –Se levanta de la mesa y sale escaleras abajo. Adelaida, se ha sentado a coser junto a la ventana y de vez en cuando, alza los ojos de la labor para dirigir la mirada al jardín. Una de las veces, ve entrar por la verja, a una señora con el rostro cubierto por la blonda de una capota de terciopelo negro. Junto a ella, camina un caballero. -¡A ese señor le he visto yo en otra parte! ¡Ese caballero, ha estado alguna vez en esta casa! ¡Sí! No tengo duda. Estuvo aquí a ver al señorito –piensa mientras les ves acercarse al portal-, pero no una, sino que varias veces. No hay duda, es el señor Semión –Hace una pausa, mientras se fija en ella, con más atención- ¿Y quién será la dama empiringotada, que le acompaña? En la acera de la muralla de los soportales, está parada una carretela y junto a ella, un lacayo. Cuando llegan a la entrada, se paran delante de la casa y ve como Semión, extiende el brazo y le indica a su acompañante el portal. -¡Dios mío! ¿Vendrán aquí? ¡Y yo con esta bata de percal! Sus mejillas se tiñen de color rosa, y antes de reponerse del susto, se oye la campanilla de la puerta. Les abre. -Buenos días Adelaida. A buen seguro, que no te esperabas visita a estas horas. Le dice Semión entrando, seguido por la dama:

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-Mira, la señora que viene conmigo, es la Marquesa de Patallo, doña Beatriz –Se la presenta. Ésta, levanta el velo de la capota y cogiendo cariñosamente con el índice y el pulgar de su mano, la barbilla de Adelaida, le da un beso en la mejilla, y le dice: -Si hija mía. He querido conocer in situ, el lugar donde vive el profesor de música de mi hijo Manuel, y me he dicho allá vamos –Se quita el abrigo y el sombrero-. David es un joven de grandes cualidades –Hace una pausa mientras observa la decoración, y continúa-. Esta visita le parecerá a usted un atrevimiento a una hora tan intempestiva pero me perdonará la buena intención. -Señora… Yo… ¡Ah! ¡Tanta honra para mí el recibirla! –Responde Adelaida un tanto nerviosa-. Y perdóneme a mí, que no esté dispuesta para la ocasión, pues me pilla con el uniforme de limpiar; El mandil, la bata y el pelo rizo por la humedad del sudor que se me pone… -Se retoca el cabello. Semión le dirige una mirada de complicidad y sonríe. Beatriz se sienta en una butaca junto a la ventana, examina con atención la sala, y mirando a Adelaida, le pregunta con una gran sonrisa: -¿Con que este es el estudio del genio? –Y luego dando un suspiro, continúa-. En mi casa, no tengo una habitación tan alegre como esta –Se dirige a Semión- ¿Verdad? -Seguro que no, señora –Responde éste. Interviene Adelaida, mientras se sienta en otra silla, entre Beatriz y Semión: -Si, lleva razón, es muy alegre. Sobre todo para gente como yo, acostumbrada al burgo, como aquel que dice –Se revuelve en el asiento-. Ni en mi casa de Gaudioso mi pueblo, entra tanta luz y tanto sol, como aquí. -¡Ya lo creo! –Dice Semión-. En Alucardi, como mi casa es la última del pueblo en el camino de Aceber, y se puede decir que está ella sola, en pleno campo, el sol entra hasta que se pone por el horizonte.

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-Y usted, hija mía –Habla Beatriz- ¿Echa de menos aquella vida? ¿Es usted feliz en Miranda? -Estoy bien donde tengo trabajo y dinero para mantenerme. Y en cuanto Miranda, nada puedo decir porque no la conozco –Hace un gesto de disgusto-. Salgo muy poco, sabe usted… Beatriz le responde: -Debe salir y distraerse. No todo va a ser trabajo. Adelaida se sonroja y esboza una sonrisa para responderle: -¡Bah! Señora. Ya vendrá el día que me case y me retire un guapo señorito rico. Y entonces, dejaré de limpiar casas ajenas, y me lo pasaré de fiesta, todo el día. -¿Pero dónde demonios ha ido este chico? –Pregunta Semión un tanto impaciente. -Esta abajo –Responde Adelaida. -¿Y donde es abajo? –Vuelve a preguntar Semión. -En casa de los vecinos ¿No sabe que el señorito tiene un discípulo? Semión y Beatriz se miran entre sí. -No sabía tal cosa –Contesta Semión- ¿Y quién es? -La mocita del cuarto bajo; La casa del señor Vladimiro el jardinero –Dice Adelaida. -¿Es una niña? –Pregunta Beatriz- ¿La hija de ese señor? -¡Niña! Qué ha de ser ¡No señora! Ni es su hija tampoco –Responde Adelaida-. Es una joven tan hermosa como los ángeles. -¿Cómo se llama? –Pregunta Semión. -Laura –Le responde Adelaida y añade-. Laura Avonavia. -¡Avonavia! –Exclama Semión, sorprendido- ¡Jesús! ¿Será familia de una vecina, que hace años vivía en mi pueblo? Aquélla era Susana. Susana Avonavia. Adelaida insiste: -Si señor, así se llama. Y yo creo que al señorito… Semión le hace un gesto para que se calle. Beatriz le pregunta: -¿La conoce usted?

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-No señora –Contesta Adelaida-. De vista sí, porque la he visto por la ventana –la señala-, pero en persona, así de hablar con ella, pues no. Beatriz se dirige a Semión: -Lo mismo esta chica, es hija de la que usted conoció en su pueblo; Esa tal Susana ¿Qué ha sido de ella? -Murió hace años –Responde Semión. -Si ustedes quieren, le llamo al señorito –Dice Adelaida-. Como los vecinos se pasan el día en el jardín, desde esta ventana se les puede dar una voz. -Tiene razón la chica, es preciso avisarle –comenta Semión- ya que la señora marquesa se ha dignado a venir… -Se dirige hacia la ventana. -¡No! ¡No! –Exclama Beatriz, deteniéndole con un ademán-¿Para qué interrumpirle? Mi visita solo tiene un objetivo; Conocer la casa del profesor de mi hijo. Ya subirá cuando termine la clase. -Temo que tarde mucho –Añade Adelaida. Beatriz se levanta, se dirige a la ventana, y a través de la persiana ve sentados en un banco junto a un árbol a Laura y David. Algunos pasos más alejados, esta Vladimiro. Luego se dirige a Adelaida: -Nos vamos querida. La dejamos con su tarea, y perdone por haberla interrumpido. Espero que David la lleve un día a mi casa. ¡Ah! Y me ha hablado muy bien de usted; De lo dispuesta que es, y de lo bien que cuida de la casa y de él. -Gracias señora ¿Pero de verdad no quiere que le llame? –Adelaida insiste. -No hija. No hace falta. Solo dígale, que han estado aquí Beatriz y Semión, y el motivo de la visita. Los tres se dirigen hacia la puerta de la calle, se despiden con un beso en la mejilla, y cuando Adelaida se queda sola, nota que tiene el cuello de la bata y el pelo por la nuca, mojado de sudor nervioso. Una hora después, David entra en la casa: -Sabes Adelaida –le dice- lo bien que se está abajo, y lo simpáticos que son nuestros vecinos. Vengo encantado, verás –se sienta junto a la

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mesa y hace que ella también lo haga-, el señor que estuvo aquí don Pedro Campoy, don Vladimiro el jardinero, y sobre todo la señorita Laura… Adelaida le interrumpe: -¡Ya! Como que a usted esa señorita, le ha entrado por los ojos y se ha quedado a vivir en su corazón ¡Y de qué manera! ¡Calla insensata! ¡Qué sabrás tú! –Se levanta, se dirige a la ventana y le pregunta- ¿Y tú? ¿Te has aburrido aquí sola? -Pues se engaña señorito, porque me he puesto a coser y a cantar ¡y he tenido auditorio! David se retira de la ventana: -Si la vecina del jardín y yo, que te hemos oído. Adelaida, se da un golpe con la mano abierta en una pierna, por encima de la bata y responde: -Sin contarles a ustedes, me han oído cantar dos personas en esta habitación. -¿De veras? –Mira a su alrededor y dice con cierta ironía-. Pues no veo a nadie más que a nosotros. -¡Nada menos que una señora marquesa! ¡Ah! ¡Y el señor Semión! -¡Cómo! ¿Ha venido la marquesa? ¿Y Semión? -¡Y me ha hecho una visita de cerca de una hora! –Mueve la cabeza y las manos, en señal de asombro- ¡Y a mí sola nada menos! –Se cuenta los dedos de la mano de uno en uno-. Y yo, hablando con ellos de tú a tú de mi aldea, de la luz que entra por la ventana, del pueblo del señor Semión, de… ¡Bueno, como si me conociera de toda la vida! –Se le acerca- ¡Y me ha llamado hija! Menuda señora fina, pero sin ser estirada ¿me entiende? ¡Bueno! ¿Y usted de qué la conoce? -¡Y usted sin avisarme! ¡Sabía que estaba ahí mismo! Me hubiera dado una voz por la ventana y subo enseguida. -Ella me lo prohibió. Dijo que solo venía a conocer… –calla un momento, mientras piensa en una palabra, luego sigue-: in… no sé qué de situ, parece que dijo, la casa del profesor de su hijo. Si no ¡que trabajo me hubiera costado a mí vocearle!

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-¿Y si era algo importante? -Pues entonces, me lo hubiera mandado ella, o el señor Semión y le hubiera voceado ¡Ve que fácil! ¡Jesús! Para usted todo es un mundo ¡Ah! Y también me ha dicho, que no deje usted de llevarme un día a su casa –En tono cariñoso- ¡Ah! Y que usted le ha hablado muy bien de mi –Se vuelve a contar los dedos de la mano-: Que si soy muy hacendosa, que lo bien que le cuido, que… En esto llaman a la puerta, se acerca a ella y le hace pasar a Boris. Éste coge una silla, y se sienta junto al taburete que ocupa David: -¡Salud, genio! –Le saluda, dándole unas pequeñas palmadas en la espalda. -Me alegro de que hallas venido –Le responde David. -¿Puedo serte útil? En ese caso me doy la enhorabuena. -¿Cuento con tu amistad? -Ponla a prueba y mis acciones te responderán ¿Pero qué es lo que te sucede? Adelaida aparece en la habitación vestida de calle: -Les dejo señoritos. Cuando va a salir, se vuelve y dice: ¡Ah! Dígale a su amigo que me ha venido a ver nada menos ¡que una marquesa! -Está bien, se lo diré. Hasta mañana y gracias por toda su labor –Contesta David, con cierta paciencia- ¡Jesús! Es muy buena mujer, pero pesada como ella sola. Cuando se quedan solos, continúa Boris: -¿Te ha ofendido alguien y necesitas un padrino? En ese caso, estoy a tú disposición; Me conozco de memoria las reglas del duelo –Hace una pausa y pregunta- ¿Una marquesa…? -No tiene importancia; Ya te contaré. Y no se trata de un duelo; No es eso. Me encuentro en una situación indecisa. Cuando tú has llegado, estaba confuso. -Cuéntame y buscaremos una solución.

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-Pues bien; Si tú amaras con toda tu alma a una joven hermosa, inteligente y dulce, pero de clase humilde. Y entre tu paso se colara otra mujer, esta rica, de la alta sociedad pero madura ¿Tú, qué harías? ¡Ah! Olvidaba decirte ¡es viuda y con un hijo! -Entendámonos –responde Boris- y tratemos esta cuestión con calma ¿Quiénes son esas dos mujeres? David duda la respuesta por un momento y luego dice: -Por ahora, prefiero mantener sus nombres en secreto. Más que nada, porque ni yo mismo estoy seguro de lo que siento, y si lo que siento, es realmente amor o solo, un capricho juvenil –Hace una pausa-. En mi vida, han existido dos amores; Mi madre y la música. Pero esta sensación por estas dos mujeres, es nueva para mí. Y tanto si estoy con ellas o no, el sentimiento es el mismo. En resumen amigo mío; Primero tengo que entender lo que me pasa y luego te diré quienes son. -Guárdate esos nombres en buena hora, si así lo quieres. No es mi deseo que te violentes. Aunque sin conocerlas, es más difícil para mí, darte un consejo, pero no obstante procuraré complacerte. -Gracias Boris. De la joven, puedo decirte que no estoy seguro de que ella me pudiera corresponder. De la noble viuda sí, sin ninguna duda. Boris, acerca un poco la silla al taburete que ocupa David, y comienza a darle sus consejos.

Capítulo XXXVI -Primero, a la viuda rica, la mantendría cerca de mí con promesas tan dulces como falsas, para cuando me interesase su esporádica compañía. Porque chico, una jamona bien conservada no tiene precio y su amor, puede ser tan provechoso como los entremeses, para una comida de fonda. Y si a eso se le añade que es rica, y que de vez en cuando, se le puede sacar algún que otro real ¡pues mejor que mejor! Segundo, como no soy partidario de los casamientos por interés, porque tarde o temprano

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dan malos resultados, si la joven modesta y pobre, llevase todas las condiciones que exige el corazón de un genial artista, procuraría conquistar su aprecio, importándome un rábano que la cortejara otro joven más rico que yo. Y tercero, una vez conseguido esto, pondría de patitas en la calle al inoportuno que pudiera ser un obstáculo para mi felicidad. David se queda pensativo y luego le pregunta: -Pero ¿y si esa joven reúsa mi amor? -El caballero de corazón ardiente, no debe nunca perder la confianza en sus empresas. Una continua gota de agua, horada una roca. Unos labios que no cesan de repetir te amo, tarde o temprano, reciben su recompensa. -¡Habló el poeta! –Contesta David. -¡Oh! ¡Y la voz de la experiencia! Por qué te crees que llevo tantos años en Miranda sin estudiar, sin trabajar y viviendo como un marqués ¡Ah! Amigo, porque se desenvolverme entre todo tipo de situaciones. Eleva la mira al techo: -Como dijo aquel hombre de letras: La palabra puede hacer más mal, que una espada. -Si tú conocieras a esa joven… -David mira la ventana. -¡Bah! ¿Y quién te ha dicho, que no la conozco? –Responde Boris, con una sonrisa de superioridad. David le mira con cara de asombro: -¿Qué la conoces? -¿Qué te he dicho? Que llevo viviendo en la Corte mucho tiempo, y que me conozco todos los devaneos. Al principio tenía mis dudas, pero ahora, estoy seguro de saber de quién se trata y no solo de la joven, si no que la otra dama, también se quién es. -¡Chico eres una caja de sorpresas! Te podrías ganar la vida más honradamente, poniendo una portería en Miranda. Para ti, no hay secreto que nadie intente ocultar. -Prométeme ser franco si acierto y te diré los nombres. -No sé… Venga ¡de acuerdo!

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-¡Mmm! –Boris se queda pensativo y añade-: Además, te apuesto el primer jarro de esta noche en el Yury. -¡Uno solo! Hecho. -Se llama Laura Avonavia y es la bella joven del jardín. David duda la respuesta un momento. Boris le dice: -¡No vaciles! ¡Recuerda que me has dado tú palabra! -Si, es ella –Contesta el músico- ¡Para qué negarlo! -Estamos conformes y tu franqueza me obliga a ayudarte. Demos otro paso, pues creo saber algo más; El nombre de tu rival por el amor de esa chica es Pedro Campoy. -Continúa, porque ya me estás demostrando, que conoces mi vida amorosa mejor que yo. -¡Bah! Y sé aún más. -No me extraña. -La jamona rica que te asedia, es la Marquesa de Patallo. David guarda un silencio afirmativo y Boris continúa: -En ese caso y teniendo discutido el primer punto vamos al segundo; A la manera de salvar los inconvenientes que sobresaltan tu timorata imaginación. Dando por sentado el precedente, de que Laura y Pedro Campoy se aman, es preciso que sus relaciones se rompan. Si son solo amigos, entonces el asunto está resuelto y la victoria será tuya. -Boris, no estoy conforme; Lo que tú encuentras fácil yo no lo veo así. -Dispensa chico, tu no lo ves, pero yo procuraré abrirte los ojos. David, mueve la cabeza en señal de duda. Boris sigue: -En ese caso, dedícate a la rica jamona; Su amor será menos espiritual, pero más provechoso puesto que según parece, te gustan las conquistas fáciles, lo cual no dice mucho en tu favor. Como si estas palabras le hubieran herido su amor propio, David mira con altivez a su amigo. Boris, descubre la parte vulnerable del músico, y continúa:

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-La conquista de Laura, es más complicada, lo reconozco. La modestia y la virtud, son dos baluartes inexpugnables, donde muchas veces, se estrella el ferviente ardor de los conquistadores. Por el contrario, una jamona rica, en cuya frente empiezan a dibujarse las primeras arrugas de la vejez, como no quiere perder tiempo, prescinde de las ocasiones que le sean más favorables y muchas veces, le basta con extender la mano para coger el fruto sazonado sobre todo, cuando el amante es joven e incauto. Pero esto tiene un inconveniente, que se llama maledicencia. Desde el momento en que un joven pobre, traba relaciones con una vieja rica, no puede evitar las críticas y las murmuraciones. Y poco a poco, se adquiere una fama que no es muy honrosa que digamos –Se le queda mirando con cierta indiferencia y luego continúa-. Por el contrario, cuando se entrega el corazón a una joven pobre, dulce y hermosa. Cuando se trabaja por arrebatarle un te quiero a la persona deseada. Cuando se hacen sacrificios por la conquista de un amor, entonces la maledicencia se cose la boca y rinde un tributo de respeto y admiración, al joven enamorado que ha sabido ganarse el beso de su amada. David se le queda mirando con asombro: -Chico, como dicen en mi pueblo: Eres más cursi que un guante blanco –Una breve pausa-. Pero hay que reconocer, que algunas veces parecen lógicas tus explicaciones. -Lo importante, no son las palabras, sino su mensaje. Mira chico; Soy pobre y conozco la influencia del dinero en la saciedad. Pero ¡qué quieres! entre los dos ejemplos que acabo de presentarte, yo elegiría el segundo; La tranquilidad de espíritu vale más que todo el oro del mundo. La reputación de un hombre de bien, tiene algo de simbolismo, de calvario, pero al final, merece la pena la recompensa. A David, las últimas palabras de Boris, le causan un gran efecto. -¡Ea! ¡Levanta esa frente! –Exclama Boris-. Tienes toda la pinta, de un general vencido, y aún no ha empezado la lucha por el amor de Laura –Después de un silencio, le pregunta- ¿La amas? -¡Oh! ¡Con toda el alma! -¿Y a la marquesa?

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-No. Solo siento gratitud por su ayuda, para que me abra camino como músico; Es la esperanza de mi porvenir. -La esperanza… Pues chico ¡no le debes nada! -Desprecio a los ingratos y yo, estoy a punto de serlo. -Y yo también desprecio a esa clase de gente; Pero cuando se hace el favor de a uno y se pide de ciento, el no dar nada no es ingratitud, es justicia. En la vida no basta mirar el hoy, es preciso fijarse también en el mañana. Supongamos por un momento, que una mujer rica, te hace un señalado favor; Por ejemplo: Te tiende su mano para ayudarte a subir el primer escalón, que conduce a la codiciada cima del éxito. Pero esta mujer, no llena toda la ansiedad de tu apasionado corazón y a pesar de eso, por lo que tu llamas agradecimiento, le entregas tu vida ¿Crees que estás en paz con ella? ¡Pues no, amigo mío! ¿Te imaginas que has satisfecho la deuda? ¡Grave error! Puesto que si no te sientes con vocación para hacerla feliz, defraudas su sentimiento ¡La estás engañando! ¡Pues vaya una forma de agradecerle los favores recibidos! En cambio, si a esa mujer le dices: Señora, yo le debo cuanto soy, y me hallo dispuesto a hacerle a usted el ofrecimiento de mi gratitud, pero no el de mi corazón. Ella clamará al cielo si la pasión de tu amor, era su sueño. Tu conducta, será en principio muy cruel, pero amable, y desafío a que alguien sensato, me diga al juzgarte; Se ha portado con una honradez sin igual; Es un hombre digno. Consúltalo con personas de tu confianza y verás, que te dirán lo mismo que yo –Hace una pausa antes de terminar su exposición-. Te aprecio como un hermano. Deseo tu felicidad y por eso, me atrevo a abrirte los ojos, para que no cometas un error. David, se lleva las manos a la frente y responde: -Tienes razón y agradezco tus consejos, debo meditar como dices, el camino que me conviene seguir. Tendré en cuenta, que la felicidad, no consiste en la fortuna –Le mira con gesto de súplica-. Solo te pido que seas discreto sobre lo que hemos hablado. -La confianza que inspiro a mis amigos, no asoma nunca a mis labios. -Tus palabras me tranquilizan y te doy las gracias.

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-El que cumple con el sagrado deber de la amistad, no necesita el agradecimiento del amigo. Boris, hace una breve pausa y continúa: -Pero, permíteme que te haga una observación. -Dime. -Supongamos por un momento, que Pedro Campoy no te inspira ningún temor. Que te decides a declararte a Laura y ella, te corresponde. Entonces, el deseo de rodearla de comodidades, te obliga a buscar fortuna en el esfuerzo del trabajo ¡Nadie te regala nada! Y poco a poco, te vas sintiendo más orgulloso; El artista, levanta su frente satisfecho de sí mismo, y piensa: Todo cuanto me rodea, ha sido fruto de mi esfuerzo ¡Oh, David! ¡Tú no sabes lo que es, debérselo todo así mismo! El sueño es más tranquilo y los alimentos que te llevas a la boca, te saben a triunfo –Se levanta de la silla-. Te dejo. Comprendo que la soledad, te será provechosa para que medites con calma, lo que más te conviene y a eso, añade este último consejo: Tú haz siempre lo que yo te diga, pero no hagas nunca lo que yo hago –Hay otra pausa y sigue-. Supongo que esta noche irás al café de Yuri. Allí hablaremos. Pero si tienes necesidad de mis consejos a cualquier hora, ya sabes donde vivo; Me mandas un recado y estoy a tu disposición. -Hasta la noche –David sin moverse de la silla, le responde pensativo. Boris sale de la casa, satisfecho consigo mismo: -Afortunadamente, la visita ha sido oportuna. Se dice bajando las escaleras. Luego sale a la calle, se sube el cuello del gabán, se mete las manos en los bolsillos y caminando despacio por la acera, continúa pensando: -Creo que por esta vez la marquesa, ha perdido la batalla. Dorotea no debe estar descontenta con mi servicio. Hemos corrido un gran peligro, pero la partida está ganada. De todos modos, no conviene perder de vista a la jamona ¡Oh! ¡La trama se complica, pero confío en salir airoso! Dorotea ama a Pedro Campoy. Daniel a Laura. Pedro a Laura. David a Laura y ella, indudablemente está enamorada de Pedro –Ríe- ¡Y yo, de los millones de Dorotea y de los del idiota de su hermano! Esto es algo

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difícil, pero si quiero vivir sin esfuerzo, tengo que afrontar el reto. Vamos a visitar a M. J. Kelly; Ella puede ser la chispa que ponga fuego a la mina. Solo falta que acceda, después de todo, es preciso confesar, que si no tengo pleitos, es porque no hay justicia en la tierra.

Capítulo XXXVII M. J. Kelly, es una mujer que se gana la vida en el barrio marginal de Miranda, donde en otros tiempos, había conocido a Boris. Un día, la casualidad hace que ella, se encuentre con su antiguo cliente que ahora viste con elegancia; Leontina y reloj de oro, corbata de seda, chaleco y sombrero de paño corto, patilla de hacha y bastón de madera de palo santo con empuñadura de marfil. M. J. Kelly, al reconocerle en el Mesón La Moderna, concibe una esperanza de salvación, para su penosa subsistencia y le ofrece un guiño, una sonrisa y su casa. Pocos días después Boris y M. J. Kelly, tienen un encuentro para concebir un plan. Luego se lo explica a Dorotea y le dice, que para ponerlo en práctica es preciso, alquilar un sotabanco en la misma casa donde vive Pedro Campoy. Conocida la dificultad y con el visto bueno de Dorotea para llevar a cabo el plan, Boris se dirige a la casa de su antigua amante. Vive sola. La portera es la encargada de limpiarle la casa y comprarle las provisiones. Cuando llama a la puerta está acabando de peinarse. Mira por el ventanillo y al ver a Boris, dice: -¡Bah! ¡Tú eres de la casa! –Y le abre. Éste, deja sobre una mesa unos dulces, y una botella de vino de Lágrima.

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-Estaba cerca de aquí –le dice- cuando recordé, que en otro tiempo te gustaban los pasteles de chocolate, y te he comprado una docena ¡Ah! Y también la botella. M. J. Kelly, coge uno y contesta: -Has hecho bien, porque me siguen gustando ¿Te acuerdas cuando eras estudiante y venías, a que te consolara de tus miedos y soledades…? ¿Terminaste tus estudios? -No. Los he dejado. -¿Y qué ha dicho tu padre? -Hace un año que no voy a mi casa; Desde el curso pasado. Aún no saben nada. Estoy esperando que me salga un negocio, que tengo entre manos, ganar mucho dinero, decírselo y que el impacto sea menor –Calla un momento-: Mi padre, me sigue mandando dinero y mi pobre madre, provisiones de comida, como si lo necesitara –Se mira así mismo-, y ya ves que no. Pero… Prefiero esperar a ser rico –Otra pausa y sonríe- ¡Qué tiempos aquellos! La vivienda está en el primer piso, al que se sube por una escalera en círculo con la barandilla y los escalones de madera carcomida y crujiente, como si de un momento a otro, se fueran a desmoronar. Una vez en el interior, todo se reduce a un cuadrilátero de unos treinta metros cuadrados; Con un fogón al lado derecho, al izquierdo una jofaina y un bacín. Y tras una cortina descolorida al fondo, un jergón sobre una tarima. Cuatro sillas de mimbre alrededor de una mesa, y un cuadro amarillento de algo que en otro tiempo pudo ser un paisaje. Un candil lo alumbra parcialmente todo. -Hijo, los tiempos pasan –M. J. Kelly, coge otro pastel. -He aquí la razón –dice Boris- del porque las ocasiones, hay que aprovecharlas. -¡Ay! ¡Si las cosas se pudieran hacer dos veces! -Pues por eso, como solo se pueden hacer una vez, cuando se nos presentan, no hay que dejarlas escapar. Además, yo soy de la opinión, de que si se pudieran hacer dos veces, nos equivocaríamos las dos –Hace

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una pausa y luego le pregunta- ¿Qué fue de aquel rico extranjero? ¿Qué pasó con él? -¡Como olvidarle! Y sobre todo, a su gran fortuna. Amantes como… -Se queda pensativa- ¿Cómo era su nombre? ¡Bueno, como se llamase! Caen muy pocos en los brazos de chicas, que no tiene más patrimonio que… -Se coloca las manos por debajo de los pechos, y los hace saltar un par de veces. -¡Bah! Aún eres lo bastante hermosa, como para trastornar la cabeza no digo de un marqués ¡si no de un príncipe! -Muchas gracias por la adulación –Después de un silencio continúa- ¿Qué me vas a pedir? ¡Tanto pastel! ¡Tanto vino! ¡Tanto piropo! A mí no me engañas, que te conozco desde que eras un aprendiz, que no tenías donde caerte muerto –Le observa- ¡Dinero no es, porque hay que ver, como viste el señorito! Seguro que te has liado, con alguna viuda rica y solitaria. -¡Quita bruja! –Responde Boris-. Te digo lo que siento y si mi posición no fuera bastante dudosa, la pondría a tus pies como justo vasallaje a tus encantos; Pero ya que no puedo ofrecerte lo mío, voy hacerlo con lo ajeno, pues tengo dos partidos que tal vez te convengan para sacarte de algún apuro económico. -¿Y me los ofreces de balde? –Exclama ella-. Viniendo la oferta de ti, no me lo creo –Reflexiona sobre las últimas palabras dichas por él, y pregunta- ¿Partidos…? ¡O sea, clientes! -Mujer, lo he querido decir de una menara fina. -¡Entre tú y yo finuras…! ¡Uy! Que te temo… ¿Qué tengo que hacer y cuanto me va a costar? -Según y conforme –Responde él. -¡Hala! ¡Encima, hay condiciones! -Ha donde has visto tú, que los favores no se paguen. -A buena parte has ido a preguntar… -Si te portas bien y quieres ayudarme…

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-¡Pero habla por Dios, que me tienes impaciente! –M. J. Kelly se levanta, coge de una repisa junto al fogón dos jarras de barro y sirve el vino de Lágrima. -Y puesto que te veo en tan buena disposición de aprender, vamos a tratar el negocio con el cálculo y la franqueza propia, de dos buenos y antiguos amigos. -Me da a mí en no te digo donde –dice ella-, que de este negocio, la perjudicada voy a serlo yo –Y coge el último pastel. -Mi querida Marie Jeanette, lo que te propongo es un plan en el que los dos, podemos salir de pobres. M. J. Kelly le mira de arriba abajo: -Pues por lo que se vislumbra, tú ya has salido hace tiempo ¡Eh! -Todo lo que ves, es apariencia y nada es mío –Baja el tono de voz-. Regalos; El traje, el reloj, el bastón… -Señala cada cosa que dice. -¡Lo que te digo! ¡La viuda rica! ¡Eres un demonio! -¡Ay! ¡Pobre de mí! Si soy un santo varón. -Si ¡El santo Lucifer! -Iré al grano y dejemos la paja; Todo se reduce a engatusar a dos buenos partidos, que pueden convertirte en una señora. -¿Me conocen esos señores? -No. Al menos que yo sepa. -Pues entonces… -¿Tan poca es la confianza que te queda de ti misma? M. J. Kelly, se encoje de hombros y responde: -Este oficio y el de recaudador de impuestos, se nos conoce a la legua. Boris ríe: -¡Bah! La fortuna está en el carácter y tú puedes ser rica. -¡Dios te oiga! -Bien; Escucha el plan. -Si tengo que interpretar un papel, me gustaría saber de qué va la obra. -Pues como te digo, se trata de conquistar a dos caballeros. M. J. Kelly, se queda pensativa y después pregunta:

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-¿A son de qué? A ver si me vas a meter en un lío, y viene la policía a buscarme. -Ya te lo explicaré más tarde; Digamos… Que me conviene para mis intereses personales. -¡Ya! ¿Personales por el amor de una dama? ¿O personales por amor al dinero? -Por dinero; El amor de las damas, te trae complicaciones y el dinero te las quita. Como ves, la elección no tiene duda –Mira a su alrededor-. Los beneficios que espero obtener, me pueden sacar de pobre –le dedica una sonrisa-, y a ti también ¿no querrás vivir siempre en este tugurio? -Ya me parecía extraño que tú, hicieras una cosa por amor. -Y por amor lo hago… -¡Amor al dinero! Eres un avaricioso. -Según mi lema; El dinero, como último recurso, siempre podrá comprar un amor, pero un amor, nunca podrá comprar una fortuna. -Eso que lo diga yo… -En el fondo querida mía, todos somos como tú; Vendemos algo de nosotros mismos y compramos algo de los demás. Y a eso, se reduce nuestra existencia. M. J. Kelly, vuelve a la conversación anterior, diciendo: -Tendré que conocer a esos caballeros ¿No? -Esta claro –le responde- ¡como que vivirás cerca de ellos! -¡Pretendes incorporarme a tus amistades! No estás bien del cabeza, chico. Boris sonríe: -No. Pero habitarás un pequeño y alegre sotabanco, en la misma casa de estos caballeros. Luego, la casualidad hará que os encontréis en la escalera, y tampoco sería nada inverosímil, que doña Estrella… M. J. Kelly le interrumpe: -¿Quién es esa señora? -La madre de futuro plan. Ella se echa a reír: -¡Oh! ¡Además el plan, tiene una madre!

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-Si, claro; Como todo el mundo. Una señora muy agradable y tan buena como su hijo. Estoy seguro que congeniareis. -Querido Boris –dice ella con ademán resuelto-, al principio de esta conversación, convinimos que hablaríamos con franqueza, y no veo yo esa sinceridad por ninguna parte ¡Ahora resulta, que me buscas a un cliente que además, viene con su madre incluida! ¡¿Pero tú te crees que esto es serio?! ¡Me importa un pimiento, si la señora en cuestión, es buena o no! Yo hago mi trabajo y punto. Y no es mi intención hacer migas, con las madres de los clientes ¿Pero tú que te has creído que es esto? -Cierto –Responde escuetamente. Ella hace una pausa reflexiva y dice: -Cuando propones que seduzca a un pardillo con posibles y noble madre, es porque llevas alguna idea en tú cabeza, que aún no me has contado. Así que arreando ¡que es gerundio muchacho! -Quiero que conquistes a un joven llamado Pedro Campoy; Un amigo está enamorado de la novia de este caballero y si logro desunirles, recibiré una recompensa millonaria. Eso es todo. -Por el camino de la sinceridad, vamos mejor –Responde M. J. Kelly- Y el tiempo perdido ¿quién me lo paga? Porque está claro, que a mí este señor no me va a pagar, porque no sabe a qué me dedico. -Eso por su puesto. Y no me cabe en la cabeza, que hallas podido pensar que me iba a ir de tu casa, sin explicarte lo que te corresponde de la farsa. Hace una pausa entes de seguir: -En primer lugar, ganas un sotabanco decorado con el buen gusto, que tu nueva situación reclama. Mientras dure el acoso, recibirás cincuenta reales al mes y si logras el propósito, tú pones el precio. M. J. Kelly antes de responder, medita unos segundos: -No sé si fiarme de tus sucios negocios, pero acepto. -Gracias –Responde Boris, con una amplia sonrisa-. Desde mañana te instalarás en el sotabanco ¡Ah! ¡Otra cosa! Si nos vemos por esa zona, no nos conocemos –Calla un momento-. Está situado en el Barrio de

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Valsalobre, en los soportales; Yo te llevaré mañana. Y cuando venga a buscarte te traeré el recibo del casero, un mes de fianza, un mes de adelanto y la llave. Ante los ojos del vecindario, harás una vida honesta; De domingo Misa, misal y velo. -Cuando el corsario ofrece misas y velas ¡mal navega la galera! Esperemos que no nos hundamos nosotros con ella –Mira a su alrededor- ¿Será preciso que me lleve algo de aquí? Como ves, no tengo nada. -No. Solo la ropa. El sotabanco está amueblado -Entonces, te encargas tú de hacer almoneda de todo esto –Vuelve a mirar a su alrededor. -Sí. Eso déjalo de mi cuenta ¡Ah! Otra cosa; Cada jueves nos vemos en La Moderna, para que me des crónica de tu aventura. -Comprendido. -Otra advertencia. Desde el momento que te presentes en tu nueva casa, lo harás de una manera discreta; Tanto en la forma de vestir, como en tu comportamiento; Un vestido de percal, y nada de escándalos con la gente de baja estopa. -¡Oh! Descuide el señorito –Responde ella con cierta sorna- Sabré comportarme como una dama. -Con que te comportes con normalidad, bastará. -Desnudas una señorita y yo, somos iguales y tenemos las mismas cosas. Y a veces, aún vestidas algunas de ellas, son peores que yo. -Así mismo conviene –Boris, continúa con los consejos-, que te captes las simpatías de un señor que se llama Vladimiro, que hace las veces de jardinero, portero, chapucero, corre ve y dile de toda la comunidad. Porque puede que te sea de gran ayuda ¿Lo entiendes? Cuando un real puede producirnos ocho, hay que poner empeño en un sacrificio. -Pierde cuidado que sé lo que debo hacer llevo abriéndome paso en la Corte yo sola, desde que tenía catorce años. Boris se levanta. -¡Ahora que recuerdo! –Exclama ella mientras le acompaña a la puerta-. No me has dicho nada del otro cliente ¿No eran dos? -Acabemos primero con este, y luego te hablaré del otro.

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-Como quieras ¿Cuando nos vemos? -El próximo jueves. -Procuraré que así sea. Boris sale a la calle y poco después, se halla en el salón con Dorotea, dándole cuenta de todo lo ocurrido.

Capítulo XXXVIII David acude a la cita. Beatriz se encuentra en la sala de música. El joven músico después de separarse de su amigo Boris ha mantenido una lucha entre el amor y el interés; El amor de Beatriz alaga su vanidad y el de Laura, su alma. Su vecina es el ritual del amor, y en cuanto a la marquesa, es un lance ganado, pero esta batalla no deja de tener sus alicientes. Cuando entra en la estancia, Beatriz se halla reclinada en un sofá, le dedica una sonrisa y le tiende la mano: -Buenas noches amor mío -Le dice-. Me siento un poco indispuesta, y como eres de casa, me dispensarás que permanezca en esta posición. Él se sienta a su lado: -Como más cómoda te encuentres–Hace una pausa-. Ante todo, quiero pedirte perdón por no haber estado en casa el otro día, cuando fuiste a verme. Ya le dije a Adelaida, que por qué no me había avisado y hubiese subido en seguida puesto que estaba abajo en el jardín, a dos pasos de casa. Lo que no sé, es como no os oí entrar a Semión y a ti. -No tiene importancia; Había salido a hacer unas compras y al pasar por tu zona, decidimos Semión y yo, pasar a saludarte. Tienes una casa muy bonita, pequeña sí, pero eso se podría solucionar dentro de poco. Y tu criada me pareció encantadora, un poco clásica como todas, pero muy leal, y eso hoy en día es oro puro, porque no te puedes fiar de ninguna;

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Son enemigos pagados y cuando menos te lo esperas, te han traicionado contándole algún chisme al primer cotilla, que les tire de la lengua. -Sí. Me lo ha dicho; No te puedes imaginar el impacto que le has causado; Que la llamaste hija ¡Está encantada contigo! Y no te digo nada cuando me dijo, que la habías invitado a venir aquí ¡Yo creo que esa noche, no pegó ojo! Beatriz se echa a reír: -Me hizo pasar un rato delicioso –Calla un momento-. Pero hablemos de nosotros. Hace un gesto apasionado y continúa: -Entre tú y yo, siempre debería reinar la confianza. -Bueno como hasta ahora –Responde él- ¿Es que hay algún problema? -No. No es eso –Trata de encontrar las palabras adecuadas y sigue-: Las decisiones que sobre el amor toma algunas veces el corazón, no siempre pueden entenderse con exactitud. La simpatía así como el amor, se siente y nos domina, sin que nos preguntemos el por qué de nuestros sentimientos. Hace una ligera pausa durante la cual, no aparta su mirada sobre él, que permanece expectante: -Muchas veces, al encontrar un vacío intenso en mi alma, me he creído sentir la mujer más desgraciada de la tierra. El amor, esa pasión que lo embellece todo, no había derramado su chispa en mi corazón desde hace mucho tiempo, pero ahora, la casualidad ha colocado a un hombre ante mi paso y ese hombre eres tú, David. No soy lo bastante hipócrita como para ocultar el efecto, que has causado en mi espíritu haciendo que mi alma se conmueva. Tienes el derecho de juzgarme como quieras. Pero por encima de la opinión de la sociedad, está la conciencia y la mía me dice que obro correctamente. Amar no es degradarse cuando se tiene libre el albedrío. Hace muchos años, me uní a un caballero por razones puramente interesadas; Mi corazón, no tomó parte alguna en ese enlace, pero supe ser fiel al juramento que le hice al pie del Altar y delante de un Ministro de Dios. Libre hoy y dueña absoluta de mi voluntad, he comprendido que en mi corazón hay algo más que

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admiración y amistad hacia ti, pues dentro de mí se agita el germen de una nueva sensación; Este es uno de los milagros del amor que no olvidaré nunca. David permanece en silencio. Beatriz pone término a este silencio embarazoso, volviendo a decir: -El otro día, después de salir de los soportales, en tu casa, tuve un pensamiento al que solo le falta tu aprobación para darle forma; Vives muy lejos y las noches de invierno son muy crudas. Yo solo ocupo el piso principal del palacio –mira a su alrededor-, así que he mandado a Semión, que te disponga un gabinete amplio en el bajo. No quiero que vivas en Valsalobre ¡Está aquella zona tan solitaria por las noches…! -¡Abandonar mi casa! –Exclama David- ¡Oh! ¡Nunca! -¿Nunca? –Le responde ella- ¿Lo has pensado bien? El cuarto que ocupas ahora, porque eso no es más que un cuartito, carece de las más elementales comodidades. Mañana si no hoy, tendrás conocidos que codicien tu trato; Los artistas no pueden carecer de ellos, y estos amigos, al saber dónde vives y en qué condiciones, no se tomarán la molestia de visitarte. -La modesta habitación que ocupo –contesta David un tanto serio-, tiene para mí un significado muy especial; Veo el campo, el cielo y el jardín… -¿Por ventura te estoy ofreciendo un calabozo? –Dice ella, procurando dominar sus sentimientos-. El gabinete que te señalo, también tiene sus ventajas; Sol, luz, el aire limpio… Pero además, es más grande que donde vives ahora –Hay una pausa. Se le queda mirando fijamente, y sigue-. Yo creo que no pierdes nada con el cambio. Todo lo contrario. Él, le responde con rotundidad: -Deseo seguir viviendo en mi modesta casa. -No comprendo la razón. David, después de buscar una respuesta definitiva, que por fin la convenciera, dice: -Además, temo que la maledicencia murmure…

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-No me preocupa en absoluto, de cómo puedan ser juzgadas mis acciones. David guarda silencio. Ella continúa: -Bien. No hablemos más del asunto. Yo había tenido esta idea, con el objetivo de ahorrarte todas las noches la molestia de ir y venir, de la ceca a la meca, pero puesto que prefieres tu casa a la mía, cúmplase tu deseo. Más tarde y para eliminar la tensión, Beatriz le pide que se siente al piano. Al cabo de media hora deja de tocar, se sienta con ella en el confidente y sin mediar palabra, empieza a besarla las manos y el cuello. Cuando Beatriz se queda sola, se levanta y se sienta en un sillón junto a una ventana. Luego coge el cordón de la campanilla, y tira con fuerza de él. Al cabo de unos minutos aparece Rosa, a la que le ordena: -Dile a Semión que venga a verme. Cuando entra, Beatriz le señala el sillón que está enfrente del de ella: -Tenemos que hablar Semión. Hágame el favor de sentarse. -A las órdenes de la señora –Obedece, con cierto aire de preocupación. -Le he pedido a David... –Hace una pausa y rectifica recalcando la frase-: Le he ofrecido esta casa –mueve la cabeza de un lado a otro-, para que viva aquí, en lugar de en ese cuchitril donde está ahora, y se ha negado en redondo ¿Me podría explicar usted mi fiel amigo, a que se debe esa actitud? Le he dicho, que el sitio donde se le habilitaría su hogar dentro del palacete, es grande, luminoso, aireado y cómodo; No tendría que desplazarse desde Valsalobre hasta aquí a diario, para las clases de Manuel. Además, desde esta casa, le coge más cerca el Café Yury ¡Pues nada! ¡Eso nunca! ¡Abandonar mi casa, nunca! Me ha contestado con tanta resolución, que me ha extrañado mucho. Tanto es así, que me ha dado por pensar que… -Hace otra pausa y pregunta- ¿No habrá otras razones que le empujen a tomar, esta actitud tan negativa? Ya insinuó algo su criada ¿Adelaida era su nombre, no? el día que estuvimos en su casa ¿Lo recuerda? El señorito, cuando se asoma a la ventana, y ve a su

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vecina en el jardín, como que bebe los vientos por ella. Fue lo que dijo. Creo sospechar querido Semión, que el motivo de tan resuelta actitud negativa, es aquella muchacha del jardín… ¿Cómo se llamaba? Laura recuerdo que era su nombre ¿Usted qué opina? Semión se acomoda en su asiento y le pregunta: -¿La señora me autoriza a que le diga con toda franqueza, lo que pienso en esta ocasión? -¡Si, claro! Para eso le he hecho llamar. No sea usted tan protocolario y dígame de una vez, lo que piensa. -Perdóneme señora. Es la educación recibida, en los libros de buena conducta de la Corte. Pero en fin… Procuraré ser más directo de aquí en adelante, saltándome el tratamiento de respeto que merecen mis nobles interlocutores –Después de un silencio, continúa-. No lo creo. Eso sería una necedad imperdonable, en un hombre de su talento ¿Enamorado de esa muchacha? ¡No lo creo! -¡Bah! ¡Bah! Los artistas, son las personas que cometen las necedades más grandes. Tengo alguna experiencia y me precio de conocer el alma humana. -Estoy atónito oyendo a la señora marquesa, pues recuerdo que la otra noche… -Sí. Aquella noche, un vértigo se apoderó de él, y cayó en mis brazos en amorosa actitud. Pero hoy precisamente, esa actitud noto que ha cambiado –Calla un momento-. Yo creí haber dado forma a un corazón noble, puro, sensible y generoso, y por primera vez en muchos años, sentí en mi alma impresiones que yo pensaba muertas. Pensé, tonta de mí, que el amor purificaría mis culpas y me entregué a sueños imposibles, y que además hoy, veo desvanecidos –Le mira con gesto resignado-. Sí, mi fiel Semión sí; He despertado de un letargo para demostrarme a mí misma, que el amor, ya no cuenta conmigo. Semión inducido ante la franca declaración de Beatriz, busca en su mente una respuesta adecuada, y dice:

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-¡Oh! No por Dios señora. De nada sirven los lamentos. Mi sistema ha sido siempre, destruir los obstáculos que se oponen a mis deseos y esto siempre, resulta positivo. -¿Qué es lo que usted propone? -Le pregunta la marquesa. -Demos por sentado que David, quiere a esa joven y que ella le corresponde. Esto que le digo, no deja de ser una suposición y no un hecho consumado, pero como está dentro de lo posible que así suceda conviene ver las cosas por el lado más feo para atacarlos con más energía. Hágame caso señora marquesa, que yo siempre la he ayudado en estos, digamos… Lances y siempre ha salido usted vencedora. Acuérdese en su pueblo, hace años ya, cuando llegó el señor Marqués de Patallo y yo, no solo le di buenos consejos, sino que en contra de sus padres y del puritanismo de todo el pueblo, les ayudé a usted y al señor marqués a escapar juntos y llegar hasta la Corte, no sin salvar grandes y duros percances. Beatriz, asiente con un gesto de su cabeza, y sonríe. Semión continúa: -Hemos quedado pues en el supuesto, que David y Laura se aman. La señora marquesa como tantas veces, puede luchar y salir airosa. Retroceder ante el amor, es un acto de cobardía y usted, no lo ha sido nunca, ante el más noble de los sentimientos. Cuando un miembro amenaza gangrenar un cuerpo, éste, se corta por lo sano; Nada más fácil, ni más racional sobre todo, cuando se poseen los útiles para practicar la operación. Semión, permanece durante el monólogo con la sonrisa en los labios, y el gesto indiferente: -Ante todo, hay que conocer las ventajas e inconvenientes de los enemigos, que deseamos quitarnos de en medio. Después, se busca el instrumento que más les pueda perjudicar y de este modo, la victoria es segura ¿Me entiende la señora marquesa? -No. Y por eso, me está dando usted miedo. -No por Dios. No tema. Solo hago mi trabajo, que consiste en que la señora sea feliz –Hace una pausa-. Debe tranquilizarse. El peligro no es

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tan inminente como supone. La virtud trasnochada va desapareciendo de la sociedad. En la actualidad, se encuentran más Dalilas que Lucrecias; Venceremos señora y David, al que usted debe perdonar su inmadurez, volverá como oveja descarriada al redil, y le pedirá perdón avergonzado de su conducta. Después Semión, saca de su caja de plata polvo de tabaco y se lo introduce en la boca. Beatriz le contesta: -Confía usted demasiado en mis posibilidades. -La señora me perdone si le digo, que se aprecia en muy poco, cuando tan insignificante peligro la amedrenta. -El amor adquiere un gran poder, cuando se arraiga en un corazón virginal. -¿Lo dice usted por David? Porque ella si es hija de quien me figuro, esa joven, y la señora me perdone la expresión, tiene de virgen lo que yo de Santo Padre. No le niego a usted, que ante los ojos de la gente no parezca una mosca muerta, pero en el fondo, sabe lo que se hace, lo que quiere, a dónde quiere ir a parar y lo que se trae entre manos ¡Que bien sé, que ha estado abarraganada con un oficial del ejército, desde que la sacó del Convento de la Encarnación Agustina, con catorce años! Además señora, contra la enfermedad del amor hay medicinas que la botica desconoce; Como los celos, la calumnia y la deshonra. -¿Qué es lo que intenta usted? –Le pregunta ella. -Ayudarla como en tantas otras ocasiones. Por ahora, no puedo perfilar mi plan. Como le he dicho antes, primero tengo que conocer al enemigo y después… Debo advertir a la señora, que es probable que las investigaciones que pienso practicar mañana, me retengan algunos días fuera de casa. Si así sucede, estaremos de enhorabuena, pero conviene que la señora marquesa, con cualquier pretexto llame a David y a Adelaida, por ejemplo… Convidándoles a comer y de este modo, yo tendré más libertad para entrevistarme con Laura. Beatriz suspira y sin mucho convencimiento, le responde:

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-Está bien. En sus manos dejo este asunto. Y sobre todo, mucho tacto; Está en juego mi reputación. -No se preocupe la señora. Hace una pausa para mirar el reloj, que está en la repisa de encima de la chimenea, y continúa: -Y ahora la dejo, que es tarde. Ella le responde con una sonrisa. Luego a solas en su cuarto, Semión se sienta en una silla cerca de una mesa, y apoyando los codos en ella y la cara en las palmas de sus manos, permanece inmóvil por espacio de madia hora. De vez en cuando, hace un movimiento de inquietud con la cabeza, y murmura: -La ocurrencia no es mala, pero tiene sus inconvenientes. Si David no viviera tan cerca de esa chica… Por último, cuando el péndulo del reloj marca las doce de la noche, se levanta, va hacia el armario, saca de uno de los estantes una caja de caoba, que contiene un botiquín de campaña, y lo deja sobre la mesa. -Estoy resuelto a llevar a cabo mi plan –Se dice-. Pero tiene un inconveniente; Si no surte efecto, puede que me cause grandes males. De todas formas, algo adelantaré. Saca del botiquín una redoma y una cucharilla de plata y luego, mirando los botes que contiene la caja, continúa: -En la antigüedad, los alquimistas y taumaturgos tenían un eficaz aliado en los venenos, cuando deseaban liberarse de algún enemigo. Éstos, hacían pócimas que mataban al año de tomarlas y a una hora determinada. Yo creo que todo esto, debe ser una fábula a la cual, han dado color histórico los historiadores que en todos los tiempos, entretuvieron el ocio de la sociedad. Los modernos soñadores, no conocemos tales brebajes; La ciencia no confía en ellos, pero en cambio, los hijos del siglo de las luces, poseemos un veneno más eficaz que no deja el menor rastro; Produce la muerte moral, que es muchas veces más útil que la física.

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Llena la cucharita de plata con el líquido que contiene la redoma, y lo ingiere haciendo un gesto de desagrado: -Con esto dormiré de un tirón, hasta mañana que amaneceré como nuevo. Luego, coloca la redoma en el botiquín y lo vuelve a dejar en el armario. Poco después se acuesta y murmura: -¡Diantre! ¡Si me he pasado con la toma y me quedo tardo, sería muy penoso! Y se duerme.

*** David, llega a su casa a las diez de la mañana y se deja caer en una butaca. Recuerda como conoció a Laura, cuando les presentó Pedro Campoy, lo cual le produce un efecto mágico. Al día siguiente baja al jardín, para darle clases de música. Ella se encuentra sentada en uno de los bancos. Se le acerca conmovido; Aquella mirada dulce, le inspira admiración y su sonrisa llena de encanto y ternura, confianza. Durante la primera lección, diríase que él, es el tímido discípulo, que no se atreve a levantar los ojos del piano y ella, la profesora. En la segunda, surge entre ellos la confianza y la simpatía, y da comienzo la atracción. -Beatriz –se dice, volviendo a la realidad- quiere comprar mi afecto como se compra un objeto. Lo que hace conmigo, lo hará mañana con otro, y el amor no debe ser un pasatiempo pasajero; Es una necesidad del alma. Calla durante unos minutos y continúa reflexionando: -Boris es un joven de mundo y un leal amigo. Tiene razón; El hombre no debe arriesgar su felicidad por un necio escrúpulo; Si Pedro ama a Laura lucharemos. Reconozco que me lleva ventaja, pero yo tengo fe en el amor que siento por ella, y eso es suficiente, para que me abra su corazón ¡Oh! Laura si supieras… La voz de Adelaida le saca de sus pensamientos:

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-¡Hola! Que lleva en esa posición de abatimiento un rato, como si estuviera a punto de ser ajusticiado y me tiene preocupada, ya ve. David se levanta y antes de cerrar las cortinas que separan su cama de la cocina, el baño y la sala, le responde: -Gracias. Si no es por ti, me quedo dormido en la butaca. Me voy a acostar, que he venido ahora de la calle y estoy hecho un guiñapo. Cuando te marches, no me despiertes. Cierra con cuidado la puerta. Me dejas como de costumbre la comida en el fogón, y si viene alguien mientras tú estás aquí todavía, que no pase sea quien sea ¿Lo entiendes? Adelaida le dedica una maléfica sonrisa y le pregunta: -¿Ni a la señorita del jardín? Él le responde: -¡Ay, cándida mujer! Esa señorita no creo que suba aquí –Y después de una pausa, añade-: Por lo menos, por ahora. -De acuerdo señorito. Y cuídese. Mira que le digo que se cuide ¡a este paso, no llega a los Santos! Termina de cerrar las cortinas y vestido de echa en la cama.

*** Abajo en el jardín, Pedro y Vladimiro se ocupan de trasplantar unos rosales. Laura, les contempla riéndose de las torpezas que cometen. -¡Oh! Eres un mal jardinero –le dice Vladimiro-, si esos rosales no florecen, será tu culpa. -De acuerdo –le responde Pedro- con dedicación y esfuerzo espero aprender y quitarte el puesto, sobre todo cuando cierren el periódico y me echen a la calle. -Entonces ¿volverás al ejército? –Le pregunta Vladimiro. Pedro mira a Laura y ésta, que permanece de pie en el camino, unos pasos más alejada de ellos, dice: -No, si yo puedo impedirlo. Pedro se pone las manos en los riñones, hace un gesto de dolor, se incorpora y si dirige a Vladimiro:

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-Ya has oído a mi sargento –se vuelve hacia ella y después a su amigo-: Me tendrás que enseñar el oficio.

Capítulo XXXIX Semión ha madurado su plan durante la noche. A las diez de la mañana se pone su traje, el sombrero, el reloj con la leontina asomando por encima del bolsillo del chaleco y apoyándose en el bastón, sale a la calle. Cuando llega a la Fuente Reatta, coge un coche de plaza y le ordena al cochero: -A Valsalobre donde los soportales; Al inicio de la Ronda y una vez allí, le indicaré. Algún tiempo después de esperar en esta dirección, observa una berlina que se para enfrente del coche de plaza. -¡Vaya ya era hora, gracias a Dios que llegan! –Exclama mirando por una de las ventanillas. Un lacayo baja del pescante y entra en la casa del músico. Media hora después, éste, sale acompañado por David y Adelaida. Abre la portezuela de la berlina, se quita el sombrero y los tres suben al coche. Cuando desaparecen por la rotonda, Semión se baja, le paga al cochero y le despide. -Ahora –se dice- entro yo en sociedad ¡Que trabajo cuesta vivir de la clase noble! Y si tengo que ser agradecido, no me puedo quejar, que hay gente que vive en una posada y yo, lo hago en un palacio. Pero así y todo hay veces… ¡Que Jesús! ¡En que líos me mete la señora! Y sigue caminando por la acera, hasta cruzar los soportales y el jardín. Una vez dentro, se detiene ante la casa del jardinero, donde ve una pequeña entrada que conduce al sotabanco y a la cocina. Cerca de la

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puerta principal, se observa a través de unas ventanas enrejadas, el interior de dos habitaciones que dan a la Ronda. Junto a una de estas ventanas, debajo de una reja y sentado en un banco de piedra, Pedro Campoy lee un periódico. Semión se acerca por un camino que bordea el jardín, y cuando está en frente, le saluda: -Buenos días caballero –Le dice-. Hermoso lugar para la lectura y el esparcimiento del espíritu –Aspira el aire-. Huele a campo y a limpio –Mira a un lado y a otro-. Como dicen las gentes de mi pueblo: Para no enfermar, el aire sano has de respirar. Y en lugar de medicina, camina. Pedro levanta la mirada del periódico y responde: -Y bien que es cierto oiga usted; A estas horas, cuando la brisa aún está fresca y limpia y se está en un sitio como este, donde el único ruido que se escucha, son los trinos de los pájaros y las hojas de los árboles, al zozobrar unas contra otras se le quitan a uno todos los males, tanto del alma como del cuerpo. Después de un silencio, Semión señala a una parte de las casas que se ven delante: -No conocía este lugar. -¿No vive usted por esta zona? –Le pregunta Pedro. -¡Oh! No, no; Verá, he aparecido aquí de una forma muy peculiar; Como tenía la mañana libre y sin ningún sitio a donde ir, he cogido un coche de plaza y le he dicho al cochero: Coja esta calle todo recto y al cabo de quince minutos pare. ¡Ah! Pues me parece una manera muy curiosa de conocer una ciudad. Semión le tiende la mano: -Mi nombre es Semión Gautier. Pedro se la estrecha: -Y el mío Pedro Campoy –Se levanta y señala uno de los bancos que hay bordeando el jardín-. Venga, vamos a sentarnos abajo, junto a los árboles, enfrente de aquellos rosales que me atreví a plantar el otro día. Abandonan el porche.

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-¡Ya me gustaría a mí, vivir en un sitio como este! Yo es que no soy de aquí –Le explica Semión-. Soy nacido en un pueblo de la Sierra de Axel, que se llama Alucardi y como podrá suponer, todo lo que huele a campo me da la vida. -Bueno –le responde Pedro, con una sonrisa y señalando las pantas y los árboles-, esto de campo… -¡Es igual! Aunque sea pequeño; Es campo y tiene flores y verde y tierra y sobre todo huele a tierra, a tierra húmeda y sana; Rezuma vida –Se le queda mirando para preguntarle- ¿Lo cuida usted? -¡Oh! ¡No! –Exclama Pedro sonriendo-. ¡Pobres plantas! –Mira hacia la casa-. Lo hace un jardinero. Se llama Vladimiro y vive ahí, en ese portal. Ese sí que tiene buena mano. Ahora saldrá a cuidarlo. Lo hace a diario; Lo mima, lo riega, lo limpia… ¡Bueno! ¡Como si fuera un hijo suyo! Semión le sonríe: -Es su entretenimiento constructivo –Mira el periódico que Pedro tiene en sus manos-. Pero siga. Siga con la lectura por Dios. Perdone que le haya interrumpido. -No se preocupe –Le responde. Luego mira de nuevo el portal y mientras Laura, Antonia y Vladimiro bajan las escaleras del porche, le dice con una sonrisa: -Además, ahí vienen los tres habitantes de la casa; El señor es el jardinero. Conforme se van acercando al banco, se levantan y Semión se quita el sombrero, y sonríe. Cuando llegan, Pedro con un gesto de su mano les señala y anuncia sus nombres: -La señorita Laura, doña Antonia y don Vladimiro. Semión les saluda uno por uno y se sientan, ocupando dos bancos a la orilla del camino que bordea el parterre. Pedro Campoy desde el banco que comparte con Semión y Vladimiro, enfrente justo del que ocupan Laura y Antonia, observa como una mujer

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vestida de negro, y acompañada por Lorenzo Chapman su casero, entran en el portal.

*** Es M. J. Kelly, que siguiendo las instrucciones de Boris, vive en el sobrado. Lorenzo, mientras suben la escalera, le explica: -Sabe señorita Kelly, es costumbre en esta comunidad que el último vecino en llegar sea presentado a la persona que más años lleve en la casa y esta persona, es doña Estrella de Capdepón; Una señora de edad, muy concienciada con la gente, y con una bondad de corazón fuera de lo común. Para cualquier cosa que necesite, no dude en acudir a ella. -Muchas gracias, señor Lorenzo –Le responde nerviosa. Se paran en la puerta del piso y antes de entrar, él le dice: -No me llame señor Lorenzo. Lorenzo a secas. Bueno, aquí es. Verá que agradable es la señora. Cuando pasan, se quedan en el recibidor hasta que Elena, les invita a entrar a un pequeño salón, donde les dice que esperen un momento. A los pocos minutos aparece doña Estrella: -Buenos días Lorenzo –Se acerca a M. J. Kelly-. Mucho gusto –Le da un beso en cada mejilla- ¿Me figuro que tú eres la nueva vecina? -Si señora –Le responde ella. -Si –Añade Lorenzo-. La señorita Marie Jeanette Kelly –la señala-, que ha alquilado la buhardilla del cuarto. -¡Adelante! –Le dice dona Estrella y le muestra uno de los sofás, que hay frente a un ventanal-. Siéntate y no me trates ni de usted, ni señora; Simplemente Estrella ¿De acuerdo? -Encantada de conocerte –Le responde M. J. Kelly-. Ya me hablado Lorenzo de ti; Eres muy agradable con toda la comunidad. -Bueno, no es para tanto. Una vez sentados, doña Estrella le pregunta: -¿Eres de Miranda? -No –Le contesta con gran desenvoltura-. Acostumbrada a disfrutar de una vida pacífica. Sin la obligación de trabajar. Me veo ahora necesitada

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de ganarme la vida como bordadora de hábitos en la Casa de Ornamentos de esta ciudad y como me era necesario un sitio donde vivir, alguien conocido, me logró este sotabanco que pongo a disposición tuya, para que siempre que lo desees, puedas venir a visitarme. -Igual te digo Marie. Mi puerta siempre estará franca para ti. Poco después se despiden y en el sotabanco, le escribe una nota a Boris: <Acabo de dar un gran paso. Creo que me he conquistado la simpatía de la madre. ¡Ah! Ahora soy bordadora de hábitos religiosos ¿Qué te parce? Te veo esta tarde en La Moderna. Un beso Marie Jeanette Kelly>.

*** En este momento, David y Adelaida están en un pequeño comedor del palacete, acompañados por Beatriz.

Capítulo XL Dorotea mientras tanto, espera con impaciencia las intrigas de Boris. Una noche ella, tiene una discusión con su hermano Daniel. Sentados uno frente al otro y delante de la chimenea, dice Dorotea: -Esto no puede continuar así; Es preciso que tomemos otro rumbo. -Mira –responde Daniel-, nada me molesta más, que oír de continuo una amenaza –Se levanta, va hacia la puerta y la cierra. -¿Por qué has hecho eso? –Le pregunta su hermana. -Lo hago por la sencilla razón, de que no quiero que nos interrumpan. -¡Daniel! -No levantes la voz, porque lo que te tengo que decir, solo quiero que lo oigas tú –Daniel se vuelve a sentar. -¡Uy! Cuento misterio… ¡Me extraña que tú, tengas algo importante que decirme!

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-Tampoco quiero que Boris se entere de esta conversación. -Boris es un buen amigo y un consejero leal. Daniel sonríe y contesta: -Hubo un tiempo en que yo creí eso mismo. Hace un gesto con la boca y después de una breve pausa, continúa: -No tengo amigos; No los he tenido nunca ni aquí, ni en el pueblo; Pensé que él, podría ser el primero, por eso le tendí mi mano y le saqué a pulso de la miseria en la que vivía ¡De acuerdo, lo confieso, a cambio de un favor! ¡Pero le ayudé! No hay acción que se haga y por muy humanitaria que ésta sea, sin un mínimo de interés, y me engañó; Es un ingrato. -¿A qué viene ese íntimo preámbulo? -Sencillamente para decirte, que se ha pasado al bando de tu amistad por interés. No es hombre que haga las cosas por pura amistad y de corazón. Le conviene más estar de tu lado, que del mío; Sus razones tendrá. No puedo seguir por más tiempo las largas que me dan sus consejos. Quiero a Laura Avonavia, del mismo modo que tú quieres a Pedro Campoy, y ¡la quiero ya! -Pues bien. Si, es cierto que le quiero. Ya ves, que no trato de ocultarte nada; Soy franca contigo y por esa misma razón voy a imponerte condiciones. Daniel se encoje de hombros: -No me asustas, si eso es lo que pretendes. -A ti te asusta todo; Eres un cobarde desde que naciste. Mira Daniel; Tú aborreces a Pedro Campoy, pero le tienes miedo y no te atreves a ponerte frente a él. A mí me importa poco el odio que le tengas, pero si quieres que siga ocultando lo que le hiciste a nuestro padre, haz que yo conozca a ese caballero; Disimula tu odio, ocúltalo como ocultas otras cosas que yo sé y procura que Pedro frecuente esta casa. De lo contrario, emplearé las armas que tengo, para que Laura se entere que eres un ladrón y un asesino. -¿Y si yo no quisiera acceder a tus deseos? -Entonces prepárate a saber, de lo que soy capaz.

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-No me asustan tus amenazas –Responde Daniel en tono despectivo. -¡No me provoques! Sabes que soy más fuerte de carácter que tú. -Terminemos Dorotea con esta discusión, que no conduce a nada. Escúchame bien; Me mudo a vivir a la casa de La Ronda. Es preciso que David la desaloje. Me habéis engañado. No quiero sufrir más tiempo la vergonzosa tutela que me imponéis, por mi supuesta fama de falta de personalidad. -¡Ah! ¿Eso quiere decir que te revelas? -Lo que eso quiere decir, es que desde este momento no cuentes más conmigo para lograr tus deseos y que mañana, iré a reclamarle a David la casa que me pertenece. Dorotea sonríe: -Será inútil porque los recibos están a su nombre. -Olvidas que soy abogado y que la notaría la llevaba yo, en ausencia de nuestro padre. La casa es mía ¿Lo oyes? ¡Mía! –Se inclina hacia adelante-. Hace tiempo que descubrí vuestras intrigas. Boris, prefiere tu amistad a la mía, por interés aunque tú creas que no es así. Pero bueno ¡Allá tú! Fui un imbécil accediendo a sus saqueos y a sus caprichos, y harto ya de tomaduras de pelo, he comprado la casa por doce mil reales, y como propietario mañana daré orden, para que ese músico la desaloje. -¡Tú no harás eso! –Contesta Dorotea muy alterada. -¿Y por qué no? Y pienso hacer más ¡Oh! Nuestro padre me llamaba estúpido, imbécil y otras cosas por el estilo y tú, a fuerza de oírle, te has convencido de que lo soy, y te atreves a imponerme condiciones ¡pobre Dorotea! En esta ocasión has sido confiada y por no herirte más, no te dedico los mismos insultos que me dedicaba a mí, nuestro padre. Dorotea, que conserva los documentos que puede utilizar contra su hermano, se levanta y saca del cajón de un escritorio, la carta con las últimas voluntades que su padre había dejado escritas. ¡He aquí mis armas! –Le grita-. Escucha y ¡Ay de ti, si te atreves a enfrentarte conmigo! Daniel hace un gesto de indiferencia Ella lee párrafos sueltos y deprisa:

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<…Es mi última voluntad, desheredar a mi hijo Daniel Omsagry por ser la causa de mi ruina y de mi muerte y nombrar a mi hija Dorotea Omsagry…> Y mirándole, extiende el brazo para enseñarle la carta: -¡Míralo bien, al final esta la firma de nuestro padre, y la de dos testigos del pueblo! En este momento Daniel, le arrebata el papel de la mano y lo arroja a la chimenea: -Ahora querida hermana ¡guerra a muerte! La oveja se ha tornado lobo y guárdate de sus mandíbulas. La separa de su lado de un empujón y sale del gabinete.

*** Anselmo Liébana, el agente de Su Majestad la Reina en tiempos de los disturbios entre monárquicos y republicanos, está retirado y tiene su casa en los callejones de la Barriada Onrubia, en el distrito más pobre de Miranda. Los muebles se reducen a un catre, una silla desvencijada, una mesa, un fogón, una escudilla, un bacín y una palmatoria de barro. Boris, le había conocido en un lupanar y éste, se lo presenta a Daniel. Anselmo, en su casa, sentado en la silla junto a la mesa, con una jarra de vino encima de está y comiendo un trozo de queso, y una rosca de pan de guacino, reflexiona sobre su vida: -Esto no puede durar; Si la situación no cambia de frente, veo un provenir muy negro para mí. Su imaginación hace una pausa, para darle un mordisco al queso, otro a la rosca, luego bebe de la jarra, y sigue: -Soy solo en el mundo como el hongo. Cuando muera, mi muerte no será llorada y por eso yo, aunque se acabase el universo, no derramaré ni una lágrima por él ¡Que se joda el capitán si me he caído del caballo que yo bien derecho iba! Todo está compensado; Vamos a cuenta. Esos mequetrefes de uniforme, que me daban cincuenta reales al mes, para que les salvara de los alborotadores jugándome la vida, ya me han olvidado. Ahora malvivo con diez mal contados, pero no me quejo. Creo que mejor

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me conviene ser positivo, que recibir golpes a diestro y siniestro, de unos y de otros. Además, mi hoja de servicios no es de las más notables y el jefe de la policía de distrito de Miranda, tiene mi nombre apuntado en su cuaderno rojo y eso amigo… ¡Cuánto menos hables, mejor! Hace una mueca de desagrado. Le da otro mordisco al pan, al queso. Bebe y continúa: -Yo no estoy mal; El que tiene cinco y necesite seis, como no le den siete es lo mismo que si no tuviera nada. Esto es así… ¡Diantre! –Llaman a la puerta y se sobresalta. Son las cinco de la tarde y la claridad, comienza a disiparse en aquella habitación interior y lóbrega. Anselmo, saca del cajón de la mesa una pistola trabucada, enciende el cabo de vela de la palmatoria, y grita: -¡Adelante, quien quiera que sea! ¡La puerta está abierta! Pone la pistola debajo del tablero de la mesa, apuntando hacia la entrada. Daniel entra en el cuarto, dirigiendo su mirada de un lado a otro. Al ver la luz de la vela, va despacio hacia esa dirección: -¿Don Anselmo…? –Pregunta en voz baja. Éste al verle, guarda la pistola en el cajón y se levanta: -¡Señor Daniel! –Le dice- ¡Tanto bueno por mi chamizo! Tome usted asiento en esta silla con cuidado, que una de sus patas flojea. Yo me colocaré en el catre. -Buenas tardes Anselmo. Cuando tiempo hace, que no nos veíamos. Usted sin duda, extrañará esta visita después de… ¿un año? En fin… ¡Lo mismo es! -Yo no cuento los años que pasan; No me interesan. Vivo el hoy; Lo pasado porque es pasado y el futuro no puedo decidirlo, así que… ¡Pues ya me explico! ¿No? –Le sonríe- ¡Ah! joven, un hombre como yo está curado de espanto. Mi tranquilidad no se altera fácilmente ¿Qué se le ofrece? Porque, aunque me alegro de verle, preferiría que el motivo de esta visita fuera para darme algo y no para pedirme, pues ya ve que lujos… Alcánceme la jarra ¡y beba usted también, que rediez!

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-Quédese tranquilo; Vengo para darle y no para quitarle. -Pues entonces esta pocilga y yo, estamos a su disposición –Mira a su alrededor- ¡Y el gato que anda por ahí, también! –Ríe abiertamente. -Muchas gracias, don Anselmo. -No hay porqué darlas ¿Qué se le ofrece ahora? ¡Siempre anda usted en pleitos y maquinaciones! -Ante todo, quisiera saber si podemos hablas con entera libertad… Porque es muy serio lo que vengo a proponerle a cambio naturalmente, de una compensación económica. -Con la misma que en un desierto. Aquí nadie puede oírnos. Pero ¿usted ha visto donde vivo? ¡Esto es el fin del mundo! Aquí no nos oye nadie –Ríe-. De vez en cuando una pelea, gritos, algún disparo y la Guardia Real –Hace un gesto con la boca-. Hoy no creo que pase nada. No se oye nada. Estamos tranquilos, así que hable y diga lo que tenga que decir, sin miedo. -Eso me da cierta confianza –Daniel arrima la silla al catre-. Quiero que haga usted memoria. Sitúese en los últimos años de su carrera; Sargento de la Guardia Real de Miranda en el Distrito de Ronda, en Valsalobre, en los soportales… ¿Lo recuerda? -¡Como olvidarlo! ¡Pues no me dieron palos! ¡Ah! Y los que di yo… -Se acuerda de dos oficiales, uno se llamaba Félix Veracruz y el otro, Pedro Campoy. Anselmo, piensa un momento y contesta: -Pero esos oficiales eran republicanos ¿No? -Efectivamente. -Félix Veracruz… de ese si me acuerdo, pero el otro… ¿Cómo era su nombre? -Pedro Campoy. -Ha pasado mucho tiempo y mi cabeza ya… -Es importante para mí que recuerde por los menos a uno; A Pedro Campoy. -Y en el caso que les recuerde… Daniel le interrumpe:

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-Vamos a centrarnos en Pedro Campoy, que es el que me interesa a mí. -A ese tal Pedro no le recuerdo. Pero en el caso contrario, sigo sin comprender la relación entre ellos y yo; primero, porque ya hace tiempo que deje el ejército. Segundo, que relación personal con ellos no tuve nunca, solo conocía sus nombres por su afiliación política. Y tercero, que los delitos que entonces pudieran haber cometido, ya han prescrito. -Vera –Daniel se inclina en la silla hacia adelante y se toma un tiempo antes de seguir-. No se trata de una detención. Se trata de un disparo. -¿Cómo dice el señor Daniel? -Un duelo ¿me entiende? Le ofrezco a cambio, comprarle una casa donde usted me diga; Bien en Miranda, o en cualquier otro lugar. No hace falta que me conteste ahora. Lo piensa y si acepta, le doy más detalles. Tenga en cuenta, que en menos de un mes puede abandonar esta pocilga, este barrio y establecerse en otra casa con todas las comodidades posibles. -No esperaba una proposición semejante, aunque viniendo de usted… Hecha un trago de la jarra, se le acerca, le guiña un ojo y pregunta: -¿Un lío de faldas? Una herencia tal vez… ¡No me veo yo en estas condiciones, batiéndome en duelo! -Puede ser un desafío para usted ¡Un hombre acostumbrado a vadear grandes peligros! –Daniel trata de convencerle. -En los lances donde se pone en juego la vida, siempre conviene obrar con mucha cordura –Se queda meditando y luego pregunta- ¿No me va a dar cuenta, de por qué quiere batir a ese caballero? -Según las leyes del duelo, es mejor desconocer las causas, para no tomar partido. -Nunca he hecho ese tipo de servicio y no creo yo, que a mis años esté capacitado para hacerlo. -¿Conserva usted un arma, de cuando servía en el ejército? –Le pregunta Daniel. -Sí. -¿Y funciona?

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-¡Por supuesto! Después de reflexionar, Daniel le propone: -Hagamos una cosa por si aún tiene alguna duda; Compro una casa en el barrio residencial de Vélez y usted se va a vivir a ella, sin ninguna obligación. Lo piensa y cuando esté seguro, y acepte, le explico todo el procedimiento a seguir ¿Le parece? -Pues me parece don Daniel ¿Que para qué quiero una casa nueva, limpia, grande…? ¡Sin recursos! Si además añadiese usted un efectivo… me pondría en la necesidad de pensármelo por lo menos ¿No le parece lógico? Mira desde el catre el pan y el queso, que están sobre la mesa, y le dice: -¡Ah! Perdón que no le haya ofrecido nada. -No se preocupe. No tengo hambre. Y sobre ese efectivo me parece justo y desde luego, con mucha razón por su parte. A ver si le parece cuatro mil reales para los gastos, mientras esté en la casa y dos mil más, para cuando acabe el duelo. -Eso ya me suena a música celestial. Anselmo, completamente transformado de vestido y aseo, se instala en su nueva casa, donde disfruta de más de ciento veinte metro cuadrados; Salón, dos baños, cocina, paso de carruajes, sillería de damasco rojo y chimenea con encimera de mármol. Pero a pesar de este crecimiento de fortuna, se guarda la llave del mísero cuarto y se dice: -Un hombre como yo, que no se sabe ni donde, ni como, ni cuándo acabará el día, debe tener un refugio por si hay que esconderse. Seguro que esta precaución, me viene de mis tiempos de militar.

Capítulo XLI -¡Magnífico acto! –Exclama Cesar, entre los corredores del patio de butacas del Teatro Tívoli

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-Con mucha fuerza ha comenzado el drama –Añade Boris. -T. Wilas es un autor de talento. -Sin duda. -Y sobre todo, ¡es interesante desde la primera escena! -He oído decir que Alta Sociedad, está basada en un hecho real y que algunos personajes, viven en Miranda. -No lo sé. Para vender mis cuadros, frecuento con bastante asiduidad los salones y no relaciono a ningún personaje de la obra, con alguien a quien yo conozca. A lo mejor más adelante, conforme vaya avanzando la representación… -¡Hombre! Yo supongo que T. Wilas, no se habrá servido de nombres y actitudes tan evidentes, como para que se descubra quienes son en realidad. -En fin, historia o fábula, lo importante es que la obra sea buena y refleje vivencias cotidianas ¿No te parece? -Y que los actores estén metidos en sus papeles. -Sin embargo, entre la gente de telón a dentro, suele decirse que el día del estreno pase lo que pase, no significa que en lo sucesivo la obra, vaya a ser un éxito o un fracaso. -¡Bah! Esas son frases de rutina, que vienen dando vueltas desde que el teatro se representaba en las corralas de los pueblos. Lo que hay de verdad, es que es muy difícil juzgar una obra por la lectura que de ella se hace y por este motivo, se equivocan los críticos más prácticos. -En fin, yo no entiendo una palabra de lo que se cuece entre bastidores, eso tú, que eres poeta –César le da un cariñoso golpe en el hombro- y no quiero opinar sobre un asunto que desconozco. Acudo a los estrenos a conocer gente para venderles mis cuadros; Lo mío es la pintura, pero puedo decirte que lo que he visto hasta ahora, me ha gustado. Boris de pie, se apoya en el respaldo de una butaca: -Una noche de estreno, es como la batalla que cada uno hace, en el día a día de su existencia; Si el autor la gana, no ha de faltar algún prójimo que se coma los codos de envidia y trate al público, poco menos que de

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estúpido, y si por el contrario la pierde, entonces se finge tenerle compasión y se afecta de un dolor y un sentimiento tan fuerte, que es capaz de batirse en duelo por su ídolo. Te digo yo César, que es mala profesión la de escribiente. -O ¡Como cuando haces una exposición de cuadros! El día del evento, arriesgas a una carta seis meses de trabajo y si el público trae una mala tarde, todas las vigilias, afanes y estudios, te dan por resultado un enorme disgusto y treinta pequeños, durante un mes. -Pues chico, me alegro de no tener talento para escribir comedias ¡claro, que con la poesía aún es peor! -¡Bah! Para qué necesitas tú el talento, la poesía, o los estudios de abogado ¡tienes doce mil reales de renta, que es el talento más envidiable que se puede tener hoy en día! ¡Ojalá me encontrara yo, un momio así! César, después de hacer una pausa en la que observa todo el anfiteatro, exclama: -¡Anda, mira quien está en el palco! ¡Es David, junto a la Marquesa de Patallo! Boris la mira durante varios segundos y responde: -¡Está bellísima esta noche! Es una jamona encantadora. César hace otra pausa mientras la mira y luego, volviéndose hacia su amigo, le contesta: -Sin duda es mayor que él –Sonríe. -¡Hombre! ¡Salta a la vista! Cuarenta y varios años; La edad que más me gusta en las mujeres y si son viudas, mejor. -Sí. Está muy guapa de expresión y estilo, pero coincidirás conmigo, que no es para exhibirla en público, cuando tú eres veinte años más joven que ella. Y menos, un día de estreno en un teatro como éste, donde acude toda la cuna y corte de Miranda. Boris se echa reír y responde: -Aquí y hoy, acude con una joven de tu edad. Veras, verás cuando le vea a solas, lo que le voy a decir… ¡Este David es que no aprende! Por más que le dices las cosas, es terco como una mula. En el palco Beatriz, David y Semión, comentan:

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-Hasta ahora es una calamidad. Los pregones del pregonero de mi pueblo, tienen más enjundia que esta obra –Dice Semión. David se ríe: -Vamos, yo no entiendo mucho, pero lo que he visto en el escenario, no es lo que se ve a diario en la calle. Yo creo que el teatro como la música, debe transmitir sentimientos y esto, es una caricatura de la vida. -No sé dónde ha tenido los ojos el empresario, para estrenar esta bazofia –Añade Beatriz. -Diga más bien, dónde tiene el sentido común. Una historia así, no se estrena –Habla Semión. -En estos salones, que algunos avanzados llaman teatros y que yo llamo corralas de cotilleo, el buen gusto es una farsa y la distinción, una fábula grotesca –Responde Beatriz. -Tiene toda la razón –Añade David-. Aquí como en los conciertos, el favoritismo y los intereses, son los que envían a una obra y a su autor al éxito o al fracaso; Si Alta Sociedad, la hubiera escrito un principiante, a estas alturas, la estarían pateando. -El público debería ser menos tolerante –Dice Semión. -¡Bah! –Responde Beatriz-. El público por norma general, es estúpido y se come lo que le echen. Frente al palco en el que se hallan Beatriz, David y Semión, están Dorotea, su hermano Daniel, Vladimiro y Pedro Campoy. -¿Quién es esa señora? –Pregunta Dorotea. Pedro se encoje de hombros y responde: -No la conozco –Y luego, como si recordara, añade-: Puede que sea la Marquesa de Patallo. Dorotea, mira a través de los gemelos y pregunta: -Y el que está su lado, es el músico vecino suyo ¿verdad don Pedro? Éste, se queda unos segundos mirando al palco y responde: -Sí. Es él. Según parece ella es una entusiasta de su música. Daniel y Vladimiro, permanecen en silencio con la mirada fija en el escenario. Una campanilla, anuncia que va a dar comienzo el segundo acto.

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*** En su casa de los soportales doña Estrella y Laura, están en el gabinete sentadas, frente a una mesa de té. La luz de una lámpara, alumbra tenuemente la habitación. Doña Estrella, mira un reloj colocado sobre una relojera de palo de rosa, que hay sobre la mesa: -Las nueve menos cuarto –Dice-. Ahora estará la obra en su apogeo ¡Dios le de suerte a ese T. Wilas! -¿A qué hora terminará? –Pregunta Laura. -De función media hora más o menos; Entre acto y acto… Lo que ocurre, es que cuando acaba, el público se queda a cambiar impresiones, las despedidas y lo saludos; ¡Hola, cuánto tiempo…! Ya sabes, el protocolo en los pasillos, en la sala de espera, en los bares, en la calle… Así que hasta las doce o más, no esperes que vuelvan Pedro y Vladimiro. -Pedro dice, que hay gente que se vanagloria de echar abajo un estreno, con una silba ¿Es posible tan poca cultura? -¡Por supuesto! –Responde Estrella-. Es condición humana, que nos ofenda todo aquello que destaca, y disfruta con el mal ajeno. Por eso, se conquistan con lágrimas los triunfos que se alcanzan de representación pública; Los políticos, los guerreros, lo artistas desde la cumbre de su gloria se les ve tan elevados, que hay gentes envidiosas que les hacen caer estrepitosamente al suelo y hasta que no les ven tirados a sus pies, no paran. El reloj que está sobre la chimenea toca nueve campanadas. Estrella deja en la mesa un cogedor de hilos y le pregunta: -¿Cómo se encuentra Antonia? -Esta mejor –Responde Laura-. Insistió en que acompañase a Pedro al teatro, pero no he querido dejarla tanto tiempo sola –Pausa- ¿Y tú? ¿Cómo que no has ido? Cuando le pregunté a Pedro al respecto, me contestó que no ibas, pero que no sabía por qué. Estrella hace un gesto de preocupación con la cabeza: -No me encuentro bien –Se lleva el dedo índice a los labios, en señal de silencio-. No le digas nada. Tengo muchos mareos, me canso mucho y

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respiro con dificultad ¡Es la vejez! Y eso se paga ¡Dios te da años de vida, para que la salud no te deje disfrutarlos! Así es y así lo tienes que tomar. -Descuida, no diré nada. Al cabo de unos minutos, Estrella le vuelve a preguntar: -¿Tenéis pensada la fecha de vuestro enlace? -No –Responde Laura algo seria. -Pero… aunque sea aproximada. -A finales del verano que viene. -O sea en otoño. -Eso es. -Te lo digo, porque preparar una boda lleva su tiempo. No se pueden hacer las cosas precipitadamente; Es de mal efecto –Estrella hace una pausa-. Tú ya me entiendes… La gente puede interpretar que os casáis corre que te corre, porque estés esperando familia. La gente de Miranda, sobre todo cierta clase de gente son muy cotillas, y a la que menos te los esperes, te han montado una historia tan real, como falsa. De la ingenuidad a la idiotez solo hay un brinquito. Tu hija mía, no seas nunca lo primero, porque sin querer puedes dar ese brinco y entonces se reirán de ti –Otra pausa- O lo que es lo mismo; Lista por mala, que estúpida por buena. Así que como veo que no nos va a dar tiempo a prepararlo todo, yo creo que deberíais retrasar la fecha. -A ver que dice Pedro –Responde Laura y después de mirar el reloj de la chimenea, añade-: Ya no tardarán en volver –Mira a Estrella con una sonrisa-. Te agradezco que me hayas invitado a pasar la tarde contigo. -Pensé que la espera se te haría eterna sola en la casa, y si Antonia no se encuentra bien… Supongo que Vladimiro también habrá ido al teatro. -¡Ya lo creo! Hace ocho días, que no piensa en otra cosa –Contesta Laura. Estrella en tono confidencial, le pregunta: -Oye ¿y su mujer? Antes salía de vez en cuando al jardín y se daba algún paseíto, pero no la he vuelto a ver más.

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-El pobre don Vladimiro, lo está pasando muy mal con su enfermedad. Dicen los médicos, que es cosa de la cabeza; Se porta como una niña chica; Como si tuviera dos años. -¡Que lastima…!

*** Este mismo día por la mañana, un hombre enjuto llama a la puerta de la casa de David. Adelaida abre y él le pregunta: -¿El señor Jamaná, don David? -Si caballero –Le responde ella. -Vengo a entregarle unos documentos, y para hablar con él –Su voz es ronca, penetrante y entrecortada. Adelaida le hace pasar: -Entre usted ¿Y qué le digo? ¿Qué quiere? Pasa mientras hace una pequeña y breve reverencia: -Pues dígale usted, que el administrador de la casa, tiene precisión de verle. Antes de que Adelaida pudiera responder, David desde su estudio, alzando un poco la voz, le dice: -¡Pase usted caballero! Yo soy el que usted busca. El hombre, mira de un lado a otro, y cuando pasa a donde se encuentra David, éste le pregunta: -¿Qué es lo que se le ofrece caballero? Y siéntese por favor. Él le tiende la mano, toma aliento, y se sienta enfrente del músico, junto a la mesa: -Perdone… Respira con dificultad y después de un breve descanso, se saca de un bolsillo del gabán un sobre, y continúa: -El subir escaleras me mata. Me ahogo tanto que no me sale la voz del cuerpo. Bien verá, soy Amadeo Boniel, el administrador del nuevo dueño de la casa… David le interrumpe: -Debo advertirle, que tengo al corriente los recibos, y una fianza de…

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-Si lo sé; Me consta que paga usted con puntualidad. Pero no es ese el motivo de mi visita. -Entonces ¿usted dirá? -Es para comunicarle que el dueño, don Daniel Omsagry –señala con un gesto de su mano, toda la estancia-, quiere el local para su uso y en consecuencia, es preciso que lo desaloje –Deja el sobre encima de la mesa, y se lo acerca. -¡Marcharme de aquí! –Exclama David. -Así es, señor. -¡Eso es imposible! Amadeo responde con estoicismo: -Tenemos una ley que le obliga. Es mejor que lleguemos a un acuerdo económico –Piensa un momento-; Una indemnización digamos, antes de que un juez decida. -¡Supongo que esa ley, no arrojará a la calle al inquilino que paga! -En esta ocasión sí. El señor Omsagry precisa mudarse a esta vivienda porque en este momento, no tiene otro sitio donde alojarse, y como este local es de su propiedad y aunque como usted bien dice, tiene todos los recibos al día, está en su legítimo derecho de solicitar que usted señor, le ceda el cuarto –Calla un instante y continúa-. Aunque le concede un plazo para que busque cobijo. -¿Y si me niego? –Le pregunta David, algo preocupado. -Debo advertirle, que se le puede desalojar y que si esto se hace por ley, pierde usted la indemnización y el plazo que en este caso, lo pone el dueño con un acuerdo más o menos largo. Si por el contrario, fuera un juez el que determinase ese plazo, éste sería no superior a treinta días. -¿Y qué plazo me da el señor Omsagry? -En principio, cuarenta días –Hace una pausa-. Siempre y cuando que haya acuerdo. -¿Prorrogable? -Como le digo, siempre que sea por acuerdo entre las partes y según la buena voluntad del inquilino, por supuesto que sí. David se queda un rato pensativo, y luego responde:

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-Esta bien. Comunique usted al señor Omsagry que antes de esa fecha, le haré entrega de las llaves, pero que si por alguna circunstancia no pudiera hacerlo, tendríamos que prorrogarla. -De acuerdo. Así se lo haré constar. David y Amadeo, se dirigen a la puerta de la calle.

*** Vladimiro Zelo y Pedro Campoy, regresan del teatro; Son las doce y media de la madrugada. Estrella y Laura, les esperan en el salón. -¡Éxito! ¡Éxito! –Exclama Pedro, dejándose caer sobre una butaca. -¿Han hecho salir al autor al escenario? –Pregunta Estrella y luego, se dirige a Laura-: Eso es síntoma de que al público le ha gustado la obra. -Si señora –responde Vladimiro-, y dos veces –También se sienta. -¡Vaya! ¡Con el miedo que tenías a que fracasara! –Añade Laura, mirando a Pedro. -La verdad es que si –Responde él-. Como el periódico le había puesto tan bien ¡figúrate si le patean! -Y pudieron ser más las veces que T. Wilas hubiera salido a escena, pero el tramoyista tardó mucho en levantar el telón, y los aplausos se debilitaron –Dice Vladimiro. -¿Estaréis cansados? –Les pregunta Estrella, y luego mira a Laura-. Nosotras también lo estamos ¿Verdad? -Sí. Y por lo menos yo, con mucho sueño. -Pues nosotros las dos cosas –contesta Pedro-, y mañana tengo que madrugar, para escribir la crítica en el periódico. -¡Así que venga! –Vladimiro se dirige a Laura-. Dejemos descasar a nuestros amigos y nosotros a casa a hacer lo propio. Ya mañana, con más tiempo, comentamos los chismorreos que le dan salsa a estos eventos –Ríen. Se despiden de Pedro y Estrella. Salen de la casa, cruzan el jardín y entran en la suya. -Voy a ver como sigue mi nodriza –Habla Laura. -Y yo mi pobre señora –Dice Vladimiro-. Ya ni me conoce.

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-Hasta mañana. ***

Al día siguiente, Semión acude a la casa de Vladimiro y en la puerta, le pregunta a Antonia por sus señores. -¡Ah! –Exclama ella- ¡Es usted, señor! ¡Vaya, cuanto me alegro de verle! Pero es el caso, que don Pedro y Laura han salido. Y Vladimiro y su señora están en casa del médico. No deben tardar ¡Pase, pase! -Entonces, con el permiso de usted voy a esperarles, si no le soy gravoso –Semión, se descubre la cabeza y entra. ¡Si señor, entre! No faltaba más. Como que se alegrarán muchísimo de verle. Abre de par en par la puerta del gabinete, y continúa: -Pase usted caballero y tome asiento. Semión obedece: -¿Y qué tal les va por esta casa? Desde la última vez que tuve el gusto de visitarles, no he sabido nada de ustedes. -Bueno yo ayer estuve un poco dengue, pero hoy ya me encuentro bien; Unas purgas y como nueva –Calla un momento y sigue-. Los demás todos sanos a Dios gracias. Bueno… La señora de don Vladimiro que ya sabe… -Vaya, pues eso es de menester porque la salud vale mucho. -¡Tiene usted razón! Solo se sabe la falta que hace, cuando se pierde. -Pero oiga usted señora Antonia; A mí cuando visito una casa, me gusta que se me trate con franqueza; Así pues, si tiene usted ocupaciones en la cocina, vaya a desempeñarlas. Yo esperaré aquí a la señorita Laura y a don Vladimiro, con cualquier cosa que se me venga a la mente. -Puesto que usted es tan amable, voy con su permiso a darle una vuelta a una fritada de patatas que tengo al fuego, y vuelvo al momento. Cuando Semión se queda solo, mira las cuatro paredes del cuarto de una en una, y de pronto dice: -Allí estará perfecto.

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Y descolgando un cuadro de Vladimiro de uniforme, saca del bolsillo de su gabán un papel cuidadosamente doblado, lo une con una punta de rispa a la madera que sujeta el marco, y lo vuelve a poner en su sitio. Luego se sienta al calor del brasero, y cogiendo al azar un libro que hay sobre la mesa, se pone a leer diciéndose así mismo: -Decididamente en la vida hay casualidades, que no pueden ser más permisivas. Se encoge de hombros, toma el badil, y aviva el fuego del brasero. En este momento, entra Antonia secándose las manos con un paño y sonriendo: -Las patatas ya están listas y con lo que aguantan el calor, solo falta que vengan ¡y a comer! ¿Se quedará usted con nosotros? -Me es imposible, pero gracias por el ofrecimiento doña Antonia. Ya tengo comprometida lo que resta de mañana y algo de la tarde. Otro día será. Antonia se sienta en frente a él: -Esperaremos a que lleguen –Se agacha y coge la badila. -Lo acabo de atizar yo, doña Antonia. -¡Ah, bien! A ver si entramos en calor y la guardia se hace más corta.

Capítulo XLII

Por los caminos del Parque Ross Locryde, con sus largas y despejadas alamedas y sus jardines. La aristocracia, los elegantes desocupados, los artistas y los militares. Así como los jinetes, cruzan con indiferencia sus miradas mientras pasean. Beatriz Belmonte envuelta en una capota de terciopelo blanco, sentada en su carretela, y dejando vagar su mirada sobre el hormiguero humano que circula por todas partes, dirige sus gemelos por la alameda de los jinetes, como si esperase encontrar a alguien. La carretela se halla parada, cerca de la última puerta del parque.

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Desde aquí, saluda con una sonrisa a los conocidos que le responden levantando la fusta en el aire, y otros tocándose el ala de los sombreros. En un momento determinado coge los anteojos, mira hacia un extremo del paseo, y murmura en voz baja: -¡Son ellos! –Hace una pausa para asegurarse-. Pedro Campoy y su amigo Luis Bohórquez, el Conde de Santa Isabel. Éstos, que se encuentran lejos del carruaje y avanzando al paso de sus caballos, comentan: -Pues sí, querido Pedro –dice Luis-, no puedes figurarte la cantidad de preguntas que sobre ti, me hizo anoche Beatriz en el teatro, al saber la amistad que nos une. Soy hombre experimentado en lances del corazón, y creo firmemente que si sabes aprovecharte, lograrías todo lo quisieras de ella. Pedro se ríe echándose hacia atrás: -Amigo mío, pienso que exageras como siempre y que confundes la curiosidad con la pasión. Pero además no sé si recuerdas, que ahora estoy comprometido -¡Pero hombre, eso que importa! Estamos hablando de una conquista fácil, al alcance de la mano y sin hacer ningún esfuerzo. No se trata del amor de tu vida, y para siempre. Yo daría mis dos mejores caballos y hasta mi jinete, por estar en tu pellejo. -Pues nada, si quieres conocerla mejor, ahí la tienes… Hasta aquí llega la conversación cuando Luis, alargando el cuello y alzándose sobre los estribos, ve a unos metros de distancia el carruaje de Beatriz. -Allí la tenemos –le indica Pedro- estoy seguro que espera a alguien. -Fíjate –habla Luis- en la dirección que pone sus anteojos para mirar; Nosotros somos el blanco y ella, el cazador. -Creo conveniente, que la primera vez que pasemos por su lado, no hagamos otra cosa que saludarla como manda la cortesía y a la vuelta, nos acerquemos ¿Te parece? –Le pregunta Pedro. -Correcto; Porque aunque nosotros sabemos, que es ella la que solicita el acercamiento, es necesario cubrir las apariencias. Poseer aun cuando

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no sea más que por quince días, un regalo como ese… merece la pena un sacrificio ¡cuidado que es bella! Y Luis Bohórquez, que pasa en este momento por delante de la carretela, se quita el sombrero hasta tocar los estribos con la copa, a manera de saludo. Pedro hace lo mismo, pero con más mesura. Beatriz, agita su mano y les sonríe. Cuando se han separado unos metros del carruaje, Luis dice de nuevo: -Decididamente estoy por las mujeres mayores de cuarenta años y sobre todo mejor si son viudas, porque cuando se enamoran preparan el terreno de un modo más directo. -No te preocupes. Dentro de un momento, vas a hablar con ella –Le dice Pedro. Cuando los dos amigos llegan a la salida, donde hacen el corro los porteadores, vuelven a retroceder. Luis mira su reloj Sabonetta: -Faltan ocho minutos, para que comiencen las carreras. Uno de los que la abren, es mi caballo Zojo con la monta de mi jinete Benítez, que tiene completa seguridad de ganar el premio. Mientras van al paso hacia donde está ella, Luis le propone: -Si te parece, nos podemos quedar junto a la carretela de la marquesa y desde allí, ver el término de la carrera; En la última valla es donde está la emoción y la meta. Un momento después se detienen junto al carruaje. Luis la saluda: -¡Ah Beatriz, buen día! Una mujer como tú, no podía faltar a este espectáculo favorito de la aristocracia de Miranda. Ella le sonríe: -Buenos días, Luis. Después saluda a Pedro Campoy con un ligero movimiento de cabeza. Éste le corresponde. -¿Sabes querida Beatriz –dice Luis-, que mi caballo Zojo tiene según se cuenta, un gran competidor?

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-No sé nada al respecto –Contesta ella. -Pues si –sigue Luis-, corre junto al caballo del embajador de Sashka. A cuyo ejemplar de su cabeza, se le han hecho copias en acero, para adornar con ellas, las puertas de las caballerizas de su país. La última vez que le vimos aquí se hicieron de oro, varios apostantes. -Sí –Responde Beatriz-. Y creo recordar, que se hicieron apuestas considerables. -En esta carrera –vuelve a hablar Luis- los caballos tienen que recorrer una distancia de cinco mil metros, saltando cinco setos de cuatro pies de altura y el último de un pie más. -Entonces, mal veo al pobre Zojo amigo mío –Le dice ella, en tono irónico. -Sin embargo, hemos visto a los demás caballos –Responde él. Se dirige a Pedro que permanece en silencio: -¿Verdad? -Este asiente. -Y exceptuando el del embajador, ninguno de ellos llega a la marca que establece el reglamento de la competición. Además, mi jinete es el más experimentado. -¿Juegas algo contra el embajador? –Le pregunta Beatriz. -Nada. Corremos por la gloria que proporciona el triunfo. Luis, se dirige luego con la mirada a su amigo, y añade: -Querida Beatriz. Este caballero, es mi camarada Pedro Campoy; Un ilustre oficial y fecundo periodista. -Nos hemos visto alguna vez. Creo que la última, fue en el teatro –Dice ella. Pedro responde: -En el estreno de Alta Sociedad. -Efectivamente –Beatriz le alarga su mano, para que él la bese y continúa-. He seguido parte de su carrera militar, a través de su madre, doña Estrella de Capdepón, y he leído algunas de sus reseñas, en el periódico de Valsalobre. Pedro, desde su cabalgadura, se inclina galantemente y le dice:

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-El elogio de una dama de talento como la Marquesa de Patallo, es de mucho aprecio para este humilde soldado ilustrado. -La modestia señor Campoy –responde ella-, es una virtud singular. Pero el hombre que sabe apreciar y describir los paisajes, las costumbres y el arte de Miranda, como lo hace usted desde su columna, sino forma parte de la primera fila de los reporteros de esta ciudad, le falta muy poco. -El concepto que usted tiene de mí me llana de satisfacción. -¡Vamos! –Interviene Luis- No seas tan humilde, hombre. Tu manera de contar los eventos de esta sociedad, es muy honesta; Todo el mundo lo dice. -La milicia ¿es su verdadera vocación, cierto? –Le pregunta Beatriz. -Así es. Lo del periódico es un accidente –Contesta él. Y añade Luis: -Pues tengamos la seguridad que en menos de un año, esta monarquía autócrata acabe, y disfrutemos de otra constitucional y democrática. Beatriz se vuelve a dirigir a Pedro sin atender los comentarios de Luis. Y dice: -Espero señor Campoy, que no será esta la última vez, que tenga la satisfacción de intercambiar diversos conceptos con usted. Los hombres de talento, enriquecen siempre una amistad. Todos los jueves, desde las ocho de la tarde, solemos reunirnos en mi casa varios amigos, para pasar un rato agradable. Se habla de todo y en particular de arte, política, sociedad, costumbres, y en donde la libertad de expresión y pensamiento, reina entre los contertulios. Si alguna de estas tardes, quiere dedicarnos unas horas, puede estar persuadido de que se le recibirá, con el mayor de los placeres –Hace una pausa- Y por favor, estamos entre amigos ¿verdad Luis? –Le mira y luego, vuelve a dirigirse a Pedro-: Llámame Beatriz y yo a ti Pedro ¿de acuerdo? Él le sonríe y contesta amablemente: -Aprovecharé gustoso esta invitación, que tanto me honra. -¡Ya vienen! Exclama Luis levantándose, sobre los estribos:

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-¡Mirar a Benítez y a Zojo, parecen dos rayos! El cielo está claro y azul transparente, como en los días de primavera. Entre una nube de polvo, avanzan los jinetes. La meta, cerca de la cual están sentados los jueces de la carrera, son el objetivo de todas las miradas. El primer obstáculo de la pista, lo saltan todos los caballos al mismo tiempo, lanzando los espectadores, un grito de ánimo a sus jinetes. A esto le sigue un aplauso y una exclamación. Mientras tanto Luis, le grita a su jinete: -¡Bravo Benítez! ¡Bravo Zojo! En este momento, pasan por delante de la carretela. El jinete de Luis viste chaquetilla blanca y la del embajador morada. Luis, no pueden contener un grito de alegría viendo que su caballo va por delante. Solo faltan unas ciento veinte varas, para llegar a le meta, cuando en el último salto Zojo y Benítez, ruedan por el suelo entre el polvo. -¡Que mala suerte! –Se lamente Luis-. Espero que ninguno de los dos esté herido. -¡Pero Dios mío! –Exclama Beatriz- ¿Y quién ha ganado entonces? Pero si el tuyo iba el primero ¡Que desgracia! -El caballo del embajador –Responde Pedro. -¡No puede ser! –Dice Luis- ¡No puede ser! ¡Qué mala suerte! Benítez, con la gorra entre las manos y sacudiéndose el polvo de los pantalones y de la chaquetilla, se acerca, les saluda con una sonrisa y le dice a Luis: -Señor conde, hemos perdido por menos de una cabeza. Suerte que lo del caballo no ha sido de gravedad –toma aliento-, solo magulladuras y podrá salir a las pistas dentro de unos días ¡Que lástima, hoy lo teníamos a la mano! Hace una pausa y dando un paso hacia atrás, le pregunta: -¿Necesita algo más de mí? -No. Y gracias. Pasa por el médico de la organización y que te mande algo para los dolores.

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Luego, se despide de Beatriz besándole la mano, clava las espuelas en su caballo y sale a galope. Pedro se ríe de la impetuosa fuga de su amigo, y dice: -Beatriz, la amistad me obliga a seguir a ese loco. -Si, tienes razón –Le contesta ella-. Corre y alcánzale, no sea que el pobre se caiga también y entonces… Pedro se lanza en su busca.

Capítulo XLIII

Beatriz se halla en el salón de su casa, cuando Semión pide permiso para entrar. -Ya me estaba impacientando –Dice ella. -Hay negocios en que se corre mucho, cuanto más despacio se va y el que nos ocupa ahora, es de esa naturaleza. Beatriz le pide que se siente. -¿Qué nuevas me trae usted? –Le pregunta. -Muchas –le responde- y todas satisfactorias. Desde mañana, podemos comenzar la actuación, si la señora gusta. -No deseo otra cosa. Las situaciones indecisas me incomodan; Me son insoportables. -Entiendo su impaciencia y por lo mismo, trato de activar el problema todo cuanto puedo. -No lo dudo. Pero sepamos que nuevas son las que me trae. -He dicho que muchas y satisfactorias y voy a probarlo –Semión continúa con entera satisfacción de sí mismo-. En primer lugar, me he captado el aprecio de todos aquellos que nos estorban; Don Vladimiro me tiene por un buen amigo, la señorita Laura por el mejor hombre del mundo y en cuanto a la criada… esa creo que come de mi mano. Pero ante todo, debo decir a la señora marquesa que estamos de enhorabuena y las casualidades se ponen de nuestra parte –Guarda silencio durante un

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momento y sigue-: David esta avisado por el casero, para abandonar el cuarto donde vive y por consiguiente, tendrá que aceptar la hospitalidad que usted le hizo en su día. -Me alegra oír eso –Dice laconiamente ella. -Otra casualidad que favorece a la señora; Pedro Campoy es el futuro esposo de Laura, la discípula de David. Beatriz le mira con asombro: -¡Ah! Con que esa joven es la querida de Campoy… -La prometida señora. La prometida. Laura es una virtud, además don Pedro la ama con todo du corazón. -¡Eh! ¡Qué me importa a mí la honra de esa mujer! –Le grita ella. -Perfectamente señora–Él adopta un tono sumiso-. Estoy de acuerdo con la señora. Por lo mismo, he procurado captarme las simpatías de la modesta joven y el jardinero, porque sabido es, que un amigo puede hacer más daño que un enemigo, porque a éste se le ve venir y al primero no. Yo entro en su casa como hombre de confianza. Por lo regular, se juzga a las gentes por el exterior y yo parezco un buen hombre, sin que esto sea necia alabanza y por tal se me tiene en todas partes. Para lograr mis fines, tengo la buena costumbre de salvar los obstáculos que se me ponen en mi camino y en este instante, los cimientos están colocados, cuando la señora guste indicarme comenzamos la obra. -¿Qué se propone usted? -Servir a la señora. Todo edificio tocándole por su base se viene al suelo. Empecemos por enviar a Vladimiro, si la señora no dispone otra cosa, a la Cárcel de Oca por infatigable conspirador y enemigo acérrimo de la Corona. -Si, pero se necesitarán pruebas que lo inculpen. -Las tendremos. Lo importante es que le prendan y Laura se quede sola. -Pero olvida usted –le advierte Beatriz- que en tal caso, Pedro Campoy se convertirá en protector de su amada.

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-Pedro Campoy señora, no puede proteger a una joven sin arrojar su honor a los pies de la murmuración. Su madre, ya estuvo protegida por un oficial y acabó por los pies de los caballos, como dicen en mi pueblo. -Se casaría con ella –Asegura Beatriz. -¿Tan pronto? No lo creo. Esa solución no haría más, que empeorar las cosas, y las murmuraciones... ¿Una boda precipitada? La gente haría comentarios y la deshonra caería sobre ella como una losa. Además ¡quién sabe si entonces, estará el columnista en disposición de proteger a nadie! La señorita en cuestión tiene otro pretendiente un tal Daniel Omsagry; Muchacho de dinero, que hizo su muy grande fortuna, gracias a la muerte de su padre en extrañas circunstancias. Este joven, es de mala intención y cobarde. A mi modo de ver señora, es el peor enemigo de Campoy, y espero que sin saberlo, nos ayude. -Veo muy confuso todo lo que usted me anuncia. -La señora lo verá claro dentro de algunos días, si me honra con su confianza –Inclina levemente su cabeza. -Pero veo difícil en estos tiempos acusar a un inocente de conspirador. -¡Bah! En el caos político en el que vivimos, nada es difícil ¡Todo lo contrario! Además, si no es la cárcel, las deportaciones son de lo más frecuentes, y solo con que dos testigos que acrediten que alguien ha hecho un mal comentario en contra de la Corona y su despotismo, para que se le envíe a La Isla de Lanagal y aquí paz y después gloria. No hace mucho, leí en un periódico que a un individuo por declararse republicano, le habían enviado con una cuerda de presos a la cárcel de Dafouces. Y como último recurso, la señora marquesa tiene buenas relaciones con gente que están en el poder y si a esto se le añade que a Vladimiro se le ha encontrado en su casa cierto documento comprometedor… -A veces me parece usted el idólatra del demonio y no sé, si hace las cosas por lealtad hacia a mi o hacia él. Pero en fin… -Calla un momento y luego sigue-: Ese documento… -Está en un sitio que le indicaré cuando llegue el caso. -Adelante –Le responde ella, no muy convencida.

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-Trataré de explicarlo de forma diferente, para que usted confíe en mí; Laura al verse sola, se refugiará en los brazos de su cobarde admirador Daniel Omsagry. Pedro Campoy en los de una señorita cuyo nombre es M. J. Kelly, y David, en los de mi señora marquesa. Don Vladimiro, a cambio de su libertad, me entregará el manuscrito “Memorias de un militar”, de don Félix Veracruz, de donde se ha… -busca la palabra adecuada- basado T. Wilas para escribir Alta Sociedad. -Malintencionado, pero ingenioso –Dice Beatriz y luego añade- ¡Ah! ¿Con que esa obra es un plagio? Interesante… -Según parece este oficial rebelde, fue hecho prisionero y encarcelado en la Prisión Militar de Lanagal de donde desapareció hace años. Se le ha seguido la pista y actualmente se ignora si le fusilaron, si fue desterrado o pudo escapar y está escondido en alguna comarca del país. De lo que estoy seguro y usted sabe señora que a mí no se me escapa una, es que el manuscrito en el que se inspiró T. Wilas para su obra, lo tiene Vladimiro o doña Estrella de Capdepón. -Sabe. A veces pienso que sería usted un extraordinario político; Es locuaz, ingenioso y cruel. -Señora marquesa –sonríe- si acepta mi plan, lo primero que le ofrezco es que David se venga a vivir a esta casa. -Acepto –Le responde con resolución. -Este seguro servidor de la señora solo busca verla feliz. Hace muchos años que ese es el móvil de todas mis acciones. -¿Necesita dinero? -Lo dejo a su voluntad. -Coja lo que necesite. -Gracias señora. Y si no tiene más asuntos que tratar… -Vaya con Dios y que él le guie. Procure verme un vez terminada la reunión de esta noche; Hoy es jueves y como sabe, espero a mis amigos. Semión se inclina humildemente y sale. A eso de las ocho y media de la tarde, en uno de los salones del palacete, Beatriz sirve un té a un grupo de conocidos.

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-¡Ah! ¡Mi general! -Se dirige a Iban Lopera, mientras le acerca una taza-. No te he visto esta mañana en las carreras ¿Está la tropa en armas? –Pregunta con ironía. -No –Responde éste sonriendo- aunque acontece con cierta frecuencia en estos tiempos, esta mañana precisamente, no. -¡Lo has oído querido conde! –Dice ella, mirando a Isaías Benjamín. -¿Qué marquesa? –Éste, se mete una trompetilla en la oreja. -¡El general dice que cuando vosotros sacáis un decreto, los pobres soldados se mueren de miedo! -No vayas a indisponerme con un ministro de la Corona… -Contesta Iban Lopera con ironía. -¿Temes visitar la Real Orden de la Isla de Mogabassio? En tal caso, prepárate de buena escopeta para cazar osos, tú que eres tan aficionado a la caza –Dice Beatriz. -A un hombre tan bravo como el general, no se le destierra, se le fusila directamente; Es lo más seguro y lo más práctico –Interviene Isaías en tono humorístico. -Isaías sabe muy bien –habla Iban Lopera-, que yo no me pronuncio nunca; Soy siempre del gobierno que gobierna. -Es lo más prudente para conservar la salud –Dice Beatriz-, pero en Oberón, por ese camino se medra poco. Desde que el regente abandonó el lar y el trono lo ocupa la incompetente de su hija, creo que son ya catorce los pronunciamientos que llevamos. -Y todos ellos inútiles –Contesta Isaías-. Después de una guerra tan desastrosa como la que acabamos de pasar, el país ya no quiere más disturbios. Nosotros nos proponemos un cambio positivo, si conservamos el poder de las cortes. -Un gobierno que durase cinco años nos arruinaría. El gobierno actual –Beatriz se dirige a él- y tú lo sabes, ministro, apenas cuenta con pocos meses de vida y apuesto, a que ya levanta la cabeza alguna conspiración. -Hubo militares –dice Isaías Benjamín- de genio inquieto y con ideas demasiado liberales, que pagaron con la vida, el exilio o la cárcel, el atrevimiento de sublevarse contra un gobierno que tenía la confianza de

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la Corona y del Parlamento. Ahora nuestra policía tiene mejores recursos, y ya se guardarán quienes intenten volver a repetirlo. -Eso quiere decir que el que se atreva a conspirar… -Dice Beatriz . -Sentirá todo el rigor de la ley sobre su cabeza –Añade Iban Lopera. -¡Pero este es el país del despropósito! Se castiga a los conspiradores con más rigor que a los criminales. Y casi todos los gobiernos escalan el poder al son de las descargas de fusilería. No hace muchos meses, tú, querido conde, buscaste refugio en mi casa de campo, para escapar de la policía y ahora… Beatriz observando que el ministro no contesta, agrega: -¡Basta ya, de hablar de política! Queremos pasar un rato agradable. Tengo que participaros dos novedades, por mejor decir, recomendaros a dos amigos que se unirán a nuestro grupo; Un oficial en excedencia y periodista, y un músico, cuyo mérito artístico, pronto conocerá el público de la Corte. -¿Y es esta noche mismo, cuando vamos a tener el honor de apreciar esas notabilidades musicales? –Pregunta Isaías. -Si –Responde Beatriz-. El músico –baja ostensiblemente el tono de voz-, es un pobre huérfano al que protejo y que espera en el salón de música, pues poco avanzado en la vida social, me ha suplicado que le permita aguardar ahí, hasta la hora del pequeño concierto que deseo ofreceos en breve. En cuanto al periodista, este caballero ya tiene más tablas en el mundo de la alta sociedad, se llama Pedro Campoy y es el columnista de arte y sociedad del diario local de Valsalobre. El Conde de Santa Isabel me asegurado que vendría con él a las nueve; Faltan cinco minutos. -¿Oh, pero Luis vive aún? –Pregunta Iban, en tono irónico. -¡Dios mío! ¿Es que le ha ocurrido algún percance? –Pregunta Beatriz angustiada. -Como dijo en las carreras, que estaba deshonrado por la caída de su jinete y de su caballo… -Dice Isaías.

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-Efectivamente –Habla Iban-, pero luego, según me han dicho en el Casino Militar ha vuelto a recobrar la honra comprando al embajador por doce mil reales, su célebre caballo Númida. -¡Pobre Luis! Siguiendo así, se arruina –Interviene Beatriz. -Me han comentado que su cuadra es más numerosa, que la del Ministerio de Seguridad –Comenta Isaías. En este momento, Zacarías levanta el portier que da paso al salón, y anuncia: -¡En Conde de Santa Isabel y don Pedro Campoy! -En nombrando al ruin de… –Dice Beatriz. -Eso quiere decir que… -Responde Luis. -…que hablábamos de tus excéntricas calaveradas querido conde, pues me han dicho que has comprado a Númida el caballo del embajador –Dice Iban. -¡Ese pérfido y émulo contrincante, bien cara, me ha hecho pagar mi derrota! –Exclama Luis. Mientras el conde saluda a los invitados, Beatriz le ofrece una silla a Pedro. -¿Cómo sigue Zojo? –Le pregunta Iban-. Yo no estuve en las carreras, pero me han dicho que la caída fue muy aparatosa. -¡Ay, mi querido general! –Responde Luis-. Zojo es ya un caso perdido, y no creo que pueda enorgullecerme más con sus triunfos; Al principio la caída no parecía tan grave, pero luego… Sin embargo, el Barón Wichikoff, el célebre caballista, acaba de asegurarme que existe un veterinario que lo sanará. Así que esta noche saldrá en posta mi apoderado en busca de esa providencia. -¡Que disparate! –Exclama Pedro- ¡No sabía nada! Si me lo llegas a decir… ¡Que disparate! Lo más conveniente a mi juicio, hubiera sido hacerle una sangría suelta al pobre animal, y asunto concluido. ¡Matar a Zojo! –Dice Luis con espanto- ¡Matar a un caballo que ha ganado cinco grandes premios en Miranda, dos en Zarias, y varios Hipódromo Internacional de Biranos! ¡Oh! Eso sería de una ingratitud inconcebible. Aunque me arruine. Aunque tenga que vender los títulos

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nobles que heredé de mis antepasados, no voy a cesar de mi empeño de curarlo. -Pero querido Luis, eso es ya una manía –Interviene Iban. -Que quieres que te diga mi respetado general; El mundo está lleno de monomaniacos y yo lo soy de… Beatriz le interrumpe: -Mono lo que se dice mono, no. Yo más bien diría que son dos las manías que tú tienes. Los demás ríen. -¡Esta bien! Dos; Lo soy de los caballos y de las damas. Se dirige a cada uno de los demás, mientras les va diciendo: -Tú del juego de las armas. Tú de la política. Él por la prensa ¡y mí querida amiga! -le coge las manos-, por todo lo hermoso que la rodea incluida ella misma. La extravagante salida de Luis, vuelva hacer reír a todos. Éste, se acerca a la mesa donde se halla el servicio de té, ser sirve una taza y regresa de nuevo a la reunión. Mientras tanto Pedro y Beatriz algo separados del grupo, conversan en un tono de voz más bajo. -Debe causar una emoción muy grata –dice ella- empezar a ser conocido en… bueno, sino en la ciudad, si por lo menos en el barrio donde escribes tus crónicas. Tus lectores ¿no te han pedido que des el salto a la novela o al teatro? Hace una pausa y continúa: -Como verás, es la amistad la que preside la reunión, aquí eres libre de expresar, lo que a buen seguro, que en tu columna no puedes. Se sientan en dos butacas, frente a una mesa y junto a una ventana vestida con unas cortinas de raso verde, y recogidas por el centro a la pared, con dos aros de bronce. -De acuerdo Beatriz. No me morderé la lengua al hablar de política y de la sociedad mirandesa –Responde Pedro-. Y en cuanto al público lo que hoy le entusiasma y aplaude, mañana lo convierte en silbidos. La gente, siempre ávida de novedades y emociones, acude a los teatros y

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devora los libros, para expresar el contento o descontento ante su propia existencia monótona y sin alicientes. -Estas siendo muy pesimista para lo joven que eres –Ella hace un gesto de disgusto con la cabeza. -Es la realidad. Conozco por su lectura, las biografías de algunos autores, y estoy en disposición de asegurar lo que digo. -¡Ah! No seré yo, una profana en la materia, la que discuta con un intelectual. -A mi me parece, que tienes el suficiente talento y coraje, como para no rendir las armas sin luchar por lo que piensas. Beatriz se siente incómoda por crear dos grupos, y para volver cuanto antes con los demás, le da un giro a su conversación con Pedro: -Me atrevería a hacerte algunas preguntas… Antes de ir con los demás invitados. Él se inclina, como esperando que ella continúe. -Tú que has hecho la crítica de Alta Sociedad –Le pregunta Beatriz- ¿es cierto que el autor se ha inspirado en personajes reales de Miranda? -Bueno… Yo no tengo mucha información al respecto, pero los indicios señalan que sí. Calla un momento y luego sigue: -Yo me limito a escribir sobre las obras que se estrenan; Su técnica literaria y su planteamiento… Lo demás lo desconozco. -¡Ah! Entonces no insisto más, y me quedo con la curiosidad –Se levanta y le dice-: Ten la bondad de darme el brazo. Luego se dirige a los demás invitados: -Señores, si gustáis pasemos a la sala de música, donde mi protegido, nos dará un pequeño concierto de piano y arpa. Entran en animada conversación.

Capítulo XLIV

Después del recital, David saluda a los invitados, se despide de ellos y en la berlina de Beatriz se marcha a su casa acompañado de Semión.

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Una vez en ella y junto a una mesa, David le pregunta: -¿De qué quería usted hablarme y a estas horas? -Se trata de tu porvenir –Le contesta Semión. -Le escucho. -Si no te aprovechas de las ocasiones favorables que se te presentan en la vida, siempre serás un mentecato. Como músico, te encuentras en un periodo importante, y no debes perder la ocasión de agarrar gorriones al vuelo. Para ti ahora, querer es poder. La felicidad se encuentra al alcance de tus manos y con extender los brazos, puedes coger la fortuna. -Debo decir a usted señor Semión, que todo ese preámbulo me tiene impaciente y que desearía saber… Semión le interrumpe: -Ya, ya. La impaciencia es uno de los vicios de la juventud; La admito y voy a satisfacerla como gustas. Si después de esto que te voy a decir, no quieres dar oídos a mis consejos, yo deploraré tu actitud, pero por eso no dejaré de aceptar lo que decidas. Semión aproxima aún más la silla la mesa, y sigue: -Tú amas a la vecina del cuarto bajo. David levanta la frente y le mira con atención. Semión continúa: -Pero ese amor es una quimera porque Laura es la prometida de Pedro Campoy. Hay un silencio. Ha empezado a llover y por un momento, se oye nada más, que el agua al romperse en el suelo de la calle, en el jardín y en los cristales de la pequeña ventana. Semión le hace una seña con el dedo índice, y prosigue: -¿Te acuerdas de aquella mujerzuela zarrapastrosa, vecina de nuestro pueblo, Susana Avonavia? Laura es su hija; Una chica criada en una casa cuna de torno, sin más oros que su juventud y sin más cultura que las cuatro reglas de escritura y ciencia. Y de su madre ya conocemos su historia… ¿Cómo se ganaba la vida? ¿Eh? De pensión en pensión… ¡Dejemos que sea don Pedro Campoy, el que cargue con esa rémora sin

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sustancia y mostros a lo nuestro! A sacarle partido a lo que la providencia divina nos ha puesto delante de nuestra nariz. Porque no solo ganarías tú, sino que yo también sacaría algo de provecho. -Pero esa es una suposición que usted se hace ¿Cómo sabe que están comprometidos? –Responde David. -Eso es una realidad; Doña Estrella, ha pedido a Vladimiro la mano de esa chica para su hijo. -¿A Vladimiro? -¡Naturalmente! ¿A quién sino? No ves incrédulo que es huérfana y no tiene donde caerse muerta. -Antonia. -¡Ya ves tú! Una vieja enferma, chiflada y cotilla –Semión hace una breve pausa-. Y en poco tiempo un sacerdote bendecirá esa unión. Laura es la prometida de Pedro. Pensar en el amor de esa señorita por tu parte, es una locura y no es que yo crea que una promesa de amor sea inquebrantable ¡No! La mala experiencia me lo ha demostrado a mi mismo muchas veces. Pero me gusta, como sabes, calcular los pormenores con frialdad y me he dicho: Pedro tiene todas las condiciones que pueden apetecerse, para cautivar por completo el corazón de una joven como esa; Es rico, tiene talento, es noble y bien parecido; Laura pobre y ávida de mejorar, se ve altamente honrada con esa unión, y no habrá poder en el mundo, al menos por ahora, que la haga cometer una infidelidad a su prometido. Las esperanzas que sobre esa joven hayas podido concebir, son un absurdo, una utopía que sin producirte ningún resultado favorable, pueden ser altamente perjudiciales para tu futuro. Mi deber es aconsejarte el camino, que te corresponde seguir; Mi obligación me impone el doloroso compromiso, de arrancar la venda de tus ojos y mostrarte la luz. Debes borrar de tu memoria el nombre de esa mujer. Apagar de tú corazón esa chispa que mañana, puede convertirse en un volcán que te consuma –Otra pausa-. Busca en fin, otra mujer que te llene el vacío que esa te deje en el alma. La suerte te favorece, pues te ha presentado ante ti, a la Marquesa de Patallo. Semión le da un marcado énfasis a las últimas palabras.

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David le vuelve a mirar fijamente y Semión insiste: -Sí. Beatriz nada ignora. Ella misma me ha confesado que te ama como nunca lo había hecho, y para que una mujer como ella, me haga semejante confesión, muy de veras tiene que amar. Muy profundo y muy arraigado, tiene que hallarse el amor en su alma, para desnudar ante mí, ese sentimiento. -Pero –objeta David- puede que solo sienta por mí, una admiración pasajera; Le gusta el arte, es sensible a la música y el tener a un pianista cerca, le haya hecho sentir… No creo que una dama de su posición, se haya fijado en mí para toda la vida. Y yo la verdad, entre eso y el amor eterno que pretendo de la señorita Laura, prefiero éste. -¡Qué sabrás tú del amor! Tú a lo más que has llegado amar, es a ese piano –Lo señala-. Lo que tú sientes por esa joven, no es amor, es pasión y la pasión querido alumno, después del primer beso se apaga como la luz de un fósforo; Al principio la llama es grande y generosa, más al cabo de unos segundos languidece, se apaga y solo nos queda el humo. Lo que te ofrece Beatriz es amor eterno y tus vacilaciones, no hacen otra cosa que entorpecer una decisión acertada, que puede cambiar el rumbo de tu vida para siempre. -Sin embargo ella es rica ¿y yo qué tengo? -Querido David, lo que acabas de decir es un absurdo; Precisamente por eso te conviene la señora marquesa. Vivimos en un tiempo, donde lo material es positivo por esencia y nadie se atrevería a no ser que fuera un imbécil, a criticar tu convivencia con ella, si no que por el contrario muchos te tendrían envidia ¡Además, según me has dicho tu mismo, tienes un plazo para abandonar esta casa! –Mira a su alrededor-. Que mejor ocasión que esta, para que te mudes al palacete… El administrador del señor Omsagry, te paga una indemnización y con ese dinero te vienes al palacio; Decoras las habitaciones a tu gusto que doña Beatriz te disponga ¡Ah! ¡Y para que te sirva, te traes a tu criada Adelaida! ¡Y a vivir! –Baja el tono de voz, para decirle en confidencia-: Y cuando algo le gusta a la marquesa es muy generosa… Admito que si fuera un adefesio rechazaras su mano, pero es hermosa, elegante y una mujer de

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moda, cuyo talento y gracia personal bastan y sobran, para trastornar la cabeza del amante más exigente. -¿Quién me asegura que ese amor es grande y verdadero? A mí me parece una mujer solitaria y caprichosa. -¡Te lo aseguro yo! –Exclama Semión-. Yo que la conozco hace más de veinticinco años, yo que soy el depositario de todos sus más íntimos pensamientos y deseos. No dudes que a su lado tienes un fructífero porvenir y que tal vez mañana, tú nombre se pronuncie con veneración. La música te ofrece un campo, donde puedes coger abundantes cosechas. La gloria te enseña sonriendo sus laureles. Pero todo eso ahora, no es más que un hermoso sueño. Pues bien ¿sabes cómo son menos agudas las espinas del que se halla sembrado el camino de la fama? ¡Cruzándolo en un elegante carruaje, tirado por dos bellos corceles alazanes, pisando alfombras darmesanas y vistiendo rico paño de sedán! Así la carrera hacia el triunfo es más corta. El tímido pájaro se convierte en águila y su vuelo se hace rápido y robusto, como la reina del espacio. Y todo eso, te lo puede proporcionar doña Beatriz. Si no lo aceptas, serás un mentecato. -Pero ¿y mi orgullo y mi decoro? Yo quiero dar mi nombre a la compañera que elija y que ella me lo de a mí. -Eres un niño y si no me inspirases lástima, te despreciaría ¿Crees tú, que cuando un artista popular se une a una gran señora, no es él, quien le da su nombre a esa mujer? David se lleva las manos a la frente: -¡Por favor, no haga que me arrepienta de haberme venido del pueblo a Miranda! -Dejando aparte las ventajas y las razones, que acabo de exponerte, demos por sentado, lo cual es un absurdo, que Laura a quien aún no le has declarado tu amor, te acepta y rechaza a su joven novio, que es rico, elegante y con un apellido de cuna ilustre. Laura pues te ama, y ambos felices pensáis en el matrimonio ¿Te casarías con ella, no sin cometer una imprudencia? Porque la cruz del desposorio, es muy pesada cuando se carece de fortuna para sostenerla; Terminado el arrumaco de los primeros meses, comenzará el hastío, la escasez y la miseria. Cuando en una casa

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falta el pan, los pensamientos se desesperan, el hambre se apodera de la mente, y la razón se ciega para realizar las acciones más abyectas que te puedas imaginar. -¡Oh! ¡Calle usted por Dios! Eso no sucederá nunca en mi caso. -El mundo está lleno de ejemplos semejantes. Pero tú no conoces el corazón humano y eso te hace caer una y otra vez, en errores que te harán sufrir mucho. -¡Es que yo trabajaría para mantener a Laura! -¡Trabajar! ¿De qué? ¿De maestro de música? ¡Con que basta en el mundo querer para obtener! ¿Y el látigo del infortunio? ¡Pobre David! Crees tú, que esos rostros cadavéricos y enfermizos, esos hombres con levitas mugrientas, esas mujeres vestidas de harapos que se encuentran por los suburbios de Miranda, que bajan la mirada avergonzados y extienden sus sucias manos mendigando ¿no quieren trabajar? ¡Estás en un error! ¿Crees que la buena voluntad engaña al hambre? El hambre enerva los nervios y le roba las fuerzas al cuerpo y lo que es peor ¡al alma! Para un afligido que salga con bien, hay mil desheredados –Pausa-. Por tu porvenir, medítalo; Si te decides a ser de la marquesa, mañana pensaremos una excusa que disculpe la conducta, que con ella has tenido en los últimos meses, y si rechazas la proposición que se te presenta ¡que Dios te proteja y te ilumine! Semión se levanta, le pone durante unos segundos una mano en el hombro, y sale de la casa. Cuando llega a la calle donde le espera la berlina, se sube y le grita al cochero: -¡A palacio!

Capítulo XLV

Aquella noche a David le costó conciliar el sueño. Cuando la luz del alba entra por los cristales de la ventana, se levanta con un solo pensamiento; Declararle su amor a Laura:

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-Si acepta –se dice-, no me importan los negros nubarrones que don Semión me pronostica. El amor convierte un chamizo en un palacio si dos así lo quieren. Semión es un hombre solitario, que no ha amado nunca y que juzga a las personas con la frialdad de los filósofos. Abre la ventana; El jardín se halla desierto. La lluvia ha cesado. Los árboles desnudos y cubiertos de escarcha, tienen un aspecto melancólico y sombrío. Deja vagar la mirada por el pequeño paraíso, donde tantas veces ha estado con ella. De pronto sus ojos se fijan en uno de los bancos de madera y sobre él, tendido un ramo de camelias. El relente de la noche y el rocío de la mañana, empiezan a marchitarlo. Entonces así, como en un sueño, recuerda que la marquesa, tenía en la mano la noche del estreno, un ramo parecido a éste que al finalizar la obra, lo había arrojado al escenario. -Estoy seguro –piensa- que Pedro se lo trajo del teatro; Él y Laura, estuvieron sentados en ese banco y ella se lo dejó ahí. Por un momento siente celos: -¿Qué consigo con este dolor? –Reflexiona- ¿Me amará ella por eso? ¡Qué disparate! Debo pensar con lógica. Espera media hora. La puerta del jardín permanece cerrada. -Cuando baje a darle la lección, le revelaré este secreto que me quema el alma. El sol empieza a salir por el horizonte, iluminando poco a poco el jardín, primero de color rojizo y después de oro. La escarcha suspendida de las ramas empieza a derretirse, formando pequeñas gotas que de una en una, y de vez en cuando, caen al suelo. Por fin, se abre la puerta de la casa de Vladimiro y aparece Laura. Lleva una cesta colgando del brazo izquierdo y un jarro de agua, en la mano derecha. Al pasar bajo su ventana, levanta la vista y le dice: -Buenos días David Es usted madrugador ¿Eh? -Me gusta levantarme pronto.

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-Eso es porque estudia usted demasiado. -¡Que remedio! No tengo otro patrimonio que la música. -Bueno es trabajar ¡pero no tanto! Después de una breve pausa, él le dice: -Quisiera pedirle a usted un favor. -¿Y qué es ello? -Que hoy adelantemos la hora de la lección; Tengo que ir al Bar Yury antes de las once. -Entonces, si usted me permite que vaya atender a la señora de don Vladimiro y luego, me tendrá a su disposición. -Gracias por la condescendencia. -¡Bah! Soy yo la que tengo que darlas; Porque con alumnos como yo, acabaría usted en la ruina. Le saluda con una mano y se encamina hacia la puerta de la casa. David, permanece en la ventana, sin apartar los ojos de la puerta. Laura vuelve a salir, se dirige al banco, recoge el ramo y regresa dónde está él: -Cuando usted guste –Le dice. -Bajo al momento –Se retira de la ventana. Minutos después, están en casa de Vladimiro Zelo sentados frente a una mesa, sobre la cual se ve un método de música. David duda un momento coloca una mano sobre el método, fija la mirada en ella y le pregunta: -¿Ha amado usted alguna vez, señorita? -Pero ¿a qué viene esa pregunta? tan inesperada –Contesta sonriendo con cierta timidez. -Solo por el deseo de saber si opina del amor, lo mismo que yo. -¡Que capricho! –Ella dirige la vista al papel de música, que se halla sobre la mesa. David que está resuelto a terminar con la incertidumbre, continúa: -Dispense usted Laura que insista pero no ha respondido a la pregunta. -¿Tanto le interesa mi opinión? -¡Oh! Mucho más de lo que usted, se puede imaginar

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-Pues siento no poder complacerle, porque la verdad, no me siento capacitada para definir el más grande sentimiento del alma humana. -El sentimiento del alma, puede expresarse sin la ayuda del talento. Ella con un gesto de su mano, se retira el pelo de la frente, le mira y después de una pausa, responde: -Pues bien, si usted se empeña y admite sin censuras mi tosca definición, no tendré más remedio que complacerle. -¡Oh! Si se lo ruego. -Pienso que la vida sin amor, es como la soledad de un desierto –Sonríe con timidez y añade-: Me parece que he dicho una cursilería, si estuviera aquí Pedro, se hubiese reído de mí. -Yo lo entiendo del mismo modo que usted; Cuando se ama con todos nuestros sentidos esa sensación se graba en el alma para, siempre –Se la queda mirando a los ojos. -Sí. Así es. David continúa con resolución: -Laura, si eso es amor, ese es el porvenir que me aguarda. Porque yo la quiero a usted con un amor tan inmenso y tan firme, que nada podrá arrancarlo de mi corazón. Ella por un momento, no sabe que responder y luego dice: -No me esperaba… No pensé que usted sintiese por mí algo así. Hace una pausa y le mira fijamente: -Usted sabe que soy la prometida de Pedro Campoy, y que en breve, me voy a desposar con él. Mueve la cabeza de un lado a otro: -Procure usted olvidarme David, y recuerde que ¡dichoso aquél, que logra vencerse así mismo! Él reflexiona unos segundos para responderle: -Si, tiene usted razón; He puesto los sentimientos por delante del sentido común –Baja la mirada durante un momento-. Sé que entre ustedes hay un compromiso de matrimonio, y así y todo… Perdone el atrevimiento. Ella le mira con cierta ternura.

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Él sigue: -Esta será la última clase de música que le doy, porque me faltaría valor, para presenciar su felicidad junto a su prometido. Mañana mismo, le escribiré una carta a don Vladimiro, excusando mi ausencia en esta casa. Hace un leve movimiento con la cabeza, y con una sonrisa forzada, continúa: -Todo se reduce a que me tenga por informal, pero no me importa. Lo prefiero, a ver diariamente la dicha de un hombre que posee por completo el corazón de la mujer que se ama. Se pone de pie y coge las partituras: -Le pido permiso para retirarme. -¡Oh! Amigo mío. No se lo tome tan a la tremenda. No me he sentido ofendida. Laura también se levanta y juntos, van hacia la puerta de la calle: -Es usted un caballero y en absoluto, quiero dejar de verle. Además, es mi profesor de música, y no entra en mi pensamiento dejar la clase porque me gusta y me siento feliz sobre todo, cuando soy yo quien interpreta –Le mira con cierta súplica-. Así, que si le parece, no se hable más de este asunto; Esta conversación, no ha existido nunca; Quedamos entonces, que es usted mi profesor y mi amigo –En las escaleras que dan al jardín, le tiende la mano, y le pregunta- ¿De acuerdo? ¿No estará dolido conmigo? -Gracias por su comprensión Laura. Es usted maravillosa. -¿Hasta mañana? -De acuerdo.

*** Cuando entra en su casa y después de permanecer una hora sentado en una butaca, exhala un suspiro y se dice: -¡Que tonto he sido! Luego se sienta junto a la mesa coge una pluma y le escribe una carta a Semión.

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Capítulo XLVI Pedro Campoy cruza la Plaza de Cristiliano Pedraza cuando oye a un chico pregonar el diario de Valsalobre. Le adquiere un ejemplar, y busca en la sección de cultura, si algún colaborador ocasional, hace mención a la crítica de la obra de T. Wilas. Luego se dirige a su casa y en el despacho, la lectura de las primeras líneas de una de las cartas, le llama la atención. Recorre los siguientes párrafos con la mirada sin apenas leerlos, y se fija en una firma: -Anselmo Liébana –Piensa- No sé quien es ¡Bah! Será un nombre supuesto. Pero no quiero precipitarme; Leamos con más detenimiento si esta crítica va dirigida a mí, a la obra, o al autor. Sigue leyendo, desde el principio y sólo lo que más le interesa: <…Se conoce que el crítico de arte y sociedad, Pedro Campoy, cuya familia frecuenta precisamente la alta sociedad, pasa por alto la mala calidad y el engendro monstruoso de la obra de T. Wilas Alta Sociedad, estrenada el... …donde se hiere con cobardía, la honra de las personas de bien de Miranda. …Este es el grotesco drama, que el público aplaudió más por lástima, que por entusiasmo. Y a la que don Pedro Campoy tacha de obra sublime, más por defender a la alta sociedad a la que él pertenece y a su madre doña Estrella de Capdepón, que por la calidad de la obra.>. Una vez acabada de leer la carta, Pedro se pone un gabán, se guarda el periódico en uno de los bolsillos, y sale a toda prisa a la calle, diciéndose: -Me gustaría conocer a este caballerete; Don Anselmo ¡Se le iban a caer encima los palos del sombrajo! Media hora después, un coche de tiro le lleva al periódico. Al entrar en la sala de redactores, se encuentra con Nicolás Jarasana, Simón Matrena, Andrés Luchín y Alejandro Pulgeria, que le esperan para preparar la composición del próximo número. -¡Hola señores!

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Pedro les saluda, se quita el gabán, saca el periódico del bolsillo, lo pone encima de la mesa, y continúa: -Antes de planificar la salida de mañana, quiero que veáis la carta que firma –aleja de sí el diario- un tal Anselmo Liébana. -Yo creo –responde Nicolás Jarasana- que no hay que darle mayor importancia. -Ese señor sin duda ha escrito eso por el simple ego de salir en un periódico y ver su nombre impreso en él, durante todo un día y conservar el número para siempre. Y el día de mañana decirle a sus nietos ¡yo una vez salí en la prensa! Mirar… -Añade Alejandro Pulgeria. -Opino lo mismo. Olvídalo –Habla Andrés Luchín. -No lo he leído. Déjamelo –Dice Simón Matrena alargando el brazo-. Yo recibo cartas como está constantemente y no les hago caso. Al acabar la reunión, y cuando Pedro Campoy se dirige a su despacho, oye a su espalda como le saludan: -Buenos días, señor… Pedro vuelve la cabeza. -Supongo que el caballero es don Pedro Campoy. -Sí. Así es. Y… -Pedro le muestra la puerta del despacho. El visitante hace ademán de entrar. Pedro abre la puerta y los dos pasan al interior. -Siéntese por favor –Le dice Pedro. Él obedece: -Gracias. Pedro se sienta junto a la mesa, enfrente de él: -¿Y usted? -Me llamo Anselmo Liébana –Cruza una pierna sobre otra, y adopta una postura relajante y cómoda. Pedro sorprendido, se inclina hacia adelante y apoyando los brazos en la mesa, le contesta: -¡Ah! ¿Con qué es usted el autor de la insultante carta, que aparece hoy en el periódico?

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-El mismo en cuerpo y alma. Y para corroborar lo dicho –le responde Anselmo. -¡Bah! –Contesta Pedro, mirándole de arriba abajo-. No tiene pinta de caballero; Apostaría con la seguridad de ganar a que es usted un emisario enviado por algún enemigo de T. Wilas, para saldar una venganza contra él. Anselmo Liébana, se desabrocha el gabán con parsimonia y le muestra su chaleco de terciopelo gris, la cadena y el reloj de oro, y tomando una actitud de autosuficiencia, le responde: -¿De verdad piensa, que soy un pordiosero al que se puede comprar? -Pues bien. Ya que tengo el honor de hablar con tan… Pedro hace una pausa intencionada, para darle énfasis a sus palabras, y sigue: -…ilustre caballero y como en la carta que suscribe, se me calumnia tanto a mí, como a mi madre y amigos, le exijo una rectificación pública y urgente. -No lo haré, porque lo que he escrito es la verdad; Usted pertenece a esa… llamada clase alta y como miembro de ella, no quiere criticar sus abusos y trapicheos. Pero además, es por vínculos familiares amigo del autor ¿y cómo va a decir la verdad de una obra que es nefasta y que parece escrita por un principiante? –Calla un momento y luego sigue- ¡Y no solo eso! Si no que usted sabe tan bien como yo, que Alta Sociedad, es un plagio de un diario escrito por su amigo, un tal Félix Veracruz Lemarroy ¿Me equivoco? Creo que hasta ahora, no he dicho nada que no sea cierto. -¿Sabe usted –responde Pedro, cada vez más alterado- que la justicia pena a los calumniadores? -Eso quiere decir ¿que deja usted a los tribunales la defensa de su honor? Anselmo se echa a reír, y sigue: -Es usted un cobarde. Pedro comprende que se trata de comprometerle, y tiene la convicción de que este hombre es un canalla, protegido por alguien para vengarse.

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Y piensa: -¿Pero de qué? ¿Y por qué? Luego le dice: -Supongo que tendrá usted un domicilio, y espero que me lo indique, para enviarle a mis padrinos. Anselmo Liébana saca una cartera de tafilete, busca en ella una tarjeta, y le responde: -Salgo a las doce y como fuera a las tres, pero hoy, por si a usted se le ocurre disponer de mi persona estaré todo el día en casa –Y se la entrega. Pedro se la guarda en el bolsillo y sale de la redacción en busca de un compañero de servicio, el Coronel Nicolás Arcadi, del Colegio Castrense y muy respetado en el ejército. El coronel, acumula experiencia en estos lances de honor, y nadie como él, para desempeñar la tarea de padrino en un duelo. El honor es para él más importante que la vida. Distinguido tanto en la forma de vestir como en el trato y celoso del decoro de sus apadrinados, lleva siempre estos desafíos, por el camino más fiable. El Coronel Nicolás Arcadi, suele decir: -Mis amigos han dado en la manía de batirse y en elegirme a mí, para que sea juez de sus pleitos de amor y de honor. Esto me pone a veces en el deseo de emigrar lejos de Miranda, pues no hay semana que no tenga que ser testigo de una desagradable escena. Lo que más me aflige de un duelo, no es el duelo en sí, sino los lamentos de los familiares; Cuando entro en una casa con mi apadrinado moribundo y renqueando, quisiera desaparecer por no oír las reconvenciones contra mí, de una madre, de una esposa o de una hermana. E incluso de alguna tata que otra, implorando a Dios y a su corte celestial, por el alma del maltrecho combatiente. Para estas buenas gentes, yo soy un monstruo. Se necesita más valor para sufrir los insultos de las familias, que para colocarse delante de un hombre, en cuya mano empuña una pistola. Pero ¡qué remedio! La amistad tiene penosos deberes que cumplir. Cuando Nicolás ve entrar a Pedro en el Casino Militar, se dice:

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-Este viene a buscarme, para un lance; Leo en sus ojos el estado de su espíritu. El coronel le da un abrazo, y ambos toman asiento en dos butacas, frente a una chimenea: -Ante todo –habla Nicolás- ¿has almorzado? -No –Responde Pedro. -Entonces, lo harás conmigo. -Gracias. Luego si quieres iremos a una fonda, pero ahora te necesito para algo importante. -¿Qué ocurre? -Toma lee una de las cartas al director –Pedro le entrega el periódico-. Está en la penúltima página y la firma un sinvergüenza llamado Anselmo Liébana. Nicolás, después de leerla, responde: -Esto es grave. -Así lo he comprendido al instante y quisiera envolver una bala en esas miserables calumnias, para enviársela al corazón. -Dispénsame si te digo, que no estoy de acuerdo. El salón donde se hallan tiene aproximadamente trescientos metros cuadrados. En sus cortinas, sus alfombras y en sus tapices, predomina el color rojo. Distribuidos alrededor de la barra del bar, con taburetes y posa brazos de piel repujada, se ven algunas butacas y sillas con mesas; Unas de café y otras de juego, estratégicamente puestas por la inmensa sala. Del techo cuelgan con simetría milimétrica, tres lámparas con brillantes chupones y porta velas de cristal. En las cuatro paredes, además de altos ventanales y cortinajes de raso, lucen los retratos de los militares más ilustres del reino de Oberón. -¡Cómo! -Responde Pedro contrariado- ¿Si te hubiesen dirigido a ti semejante insulto, no te batirías? -Quien sabe –Contesta Nicolás-. Tal vez no. Porque un oficial en activo está en una situación distinta ¿Lo comprendes? Yo, un coronel y a

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mis años, no puedo ir litigando con el primer camorrista que se ponga por delante. -¡Todos los hombres, tenemos igual honor que defender! -Tampoco estamos conformes. Pedro mira con sombro a su amigo y le dice: -No te entiendo; Los años te han hecho más conservador. -Supongamos por un momento –le aclara Nicolás- que un oficial; Hombre probo, recto, sin la más pequeña mancha sobre su honor, fuese insultado por un espadachín de oficio, cuyo brazo se haya siempre dispuesto a alquilarse al mejor postor ¿crees tú, que el magistrado se deshonraría, no aceptado el desafío? -¡Yo no me encuentro en ese caso! Además, te agradezco el interés que por mi prestigio te tomas ¡Pero debo batirme con el hombre que me ha insultado y lo haré! Nicolás se encoge de hombros, y le dice: -Esta bien, así sea si es tu deseo. Pero te advierto que un duelo, en el que los contendientes no luchan con las mismas ventajas, es un asesinato. -En estos tiempos, la igualdad de fuerzas es imposible. -Harto lo deploro, porque se abusa con frecuencia de las ventajas –Nicolás hace un gesto de conformismo. -Además, yo sigo manejando con cierta frecuencia las armas –Pedro le sonríe con cierto aire de suficiencia-; Me da igual la pistola, que el florete –Hace una mueca con los labios, en señal de desagrado-. Si te propone el sable, lo rechazas -Eso quiere decir, que estás dispuesto a batirte en regla. -Mira Nicolás, tú sabes que no soy uno de esos hombres pendencieros, que provocan un lance por la cosa más nimia. Tienes buen talento, para comprender que el insulto que se me dirige a mí y a mi madre, es terrible. Si me callo ahora ese hombre u otro, me escupirá mañana por cobarde. Mi vida de miembro, sin yo quererlo ni desearlo, de la buena sociedad no solo de Miranda sino también de Oberón, se halla expuesta a las miradas de la envidia, y de la calumnia. Figúrate yo, que he tenido que pedir la excedencia en el ejército, precisamente por defender a las clases menos

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favorecidas ¡que se me acuse ahora, de ponerme al lado de los poderosos! Si me bato con ese hombre, los que sigan su camino se detendrán. Así que, prepáralo todo; Las situaciones difíciles, deben terminarse en breve –Hace una pausa-. Te lo agradezco. -Ya que no hay otro remedio –le contesta Nicolás- sepamos quién es, ese Anselmo Liébana. Se queda pensativo durante unos segundos, y luego sigue: -De verdad que me suena ese nombre ¿A ti no? Pedro repite el nombre y contesta: -Pues no. -No sé si lo he oído en círculos militares o en… ¡No sé, pero me suena! Pedro se saca la tarjeta del bolsillo y se la entrega: -Aquí tienes su dirección. -Bien. Iré a verle hoy mismo ¿Tienes ya el otro padrino? -Lo dejo a tu elección. -Pues voy a mi reservado, me cambio y a ver si conociendo en persona a ese buscapleitos, recuerdo quien es. -¿Dónde nos vemos? –Pregunta Pedro. -Donde tú quieras –Le responde Nicolás. -Entonces a la una, en La Fonda del Cubillas. -Allí estaré. -Puedes disponer de mi coche de tiro. -Lo acepto, pues tengo que buscar a un amigo común; Luis, Conde de Santa Isabel. -Me alegro que sea él, el otro padrino. Dos horas después, Nicolás y Luis se reúnen con Pedro en la Fonda del Cubillas. -Te bates a pistola –Le dice Nicolás-, a veinticinco pasos, mañana a las ocho de la mañana, en el Camino de Mireya Magali, en un lugar llamado El Centinela; El paraje es solitario y muy apropiado para estos lances, pues se distingue una gran extensión de terreno y los curiosos no podrán sorprendernos.

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-Perfecto –Responde Pedro y dando una palmada, le dice al mozo: -Puede usted servirnos. Éste se acerca a la mesa y le encargan el almuerzo. Cuando se aleja, Luis se dirige a Pedro: -Te voy a dar mi opinión sobre tu adversario. Pedro asiente con la cabeza. Nicolás continúa: -Hemos estado en su casa hace una hora y el verle, no me ha resuelto la duda de quien pueda ser –Frunce el ceño y se queda pensativo. -Pues bien –sigue Luis-. Es un hombre ordinario y soez; Cualquiera de mis caballos, tiene más cultura. Hemos necesitado mucha paciencia, para no estrellarle una silla en la cabeza. Pero mañana en el campo del honor, no habrá tanta benevolencia y si se llega a envalentonar, yo le atravieso el cráneo de un balazo sea cual sea el resultado del duelo. -Mañana es cosa mía –Dice Pedro. -Si le hieres –Habla Nicolás-, nosotros le rematamos en el suelo. -¿Y sus padrinos? –Pregunta Pedro. -¡Sus padrinos! ¡Solo le representa uno!–Contesta Luis riendo-. Creo que con más miedo que vergüenza pues temblaba sin atreverse a articular una frase. -No sirve –Continúa Nicolás-. No sirve para un suceso, donde se juega uno la vida. Ni sabe una palabra del reglamento. El pobre hombre estaba azorado e inspiraba lástima. El mozo se acerca a la mesa y empieza a servirles -Queridos amigos –dice Pedro-, demos a Anselmo Liébana y a sus padrinos al olvido y almorcemos tranquilamente. -¡Tienes razón! –Responde Nicolás. -Primero y principal oír Misa y almorzar y si corre mucha prisa, almorzar y no ir a Misa –Añade Luis. Mientras tanto, en casa de Anselmo Liébana preparan el duelo. -Ya ve usted Daniel –le dice Anselmo-, que el asunto marcha a las mil maravillas; Mañana a las ocho es el lance.

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-Si, si. Pero ha hecho usted muy mal, en nombrarme su padrino; Yo no sirvo para esto –Se queja Daniel, muy preocupado. -¡Diantre! –Le grita Anselmo-. Pues bien poca cosa tiene que hacer; Estipuladas las condiciones, llegar al terreno, medir veinticinco pasos, cargar las pistolas con la misma cantidad de pólvora y dos balas del mismo calibre. -Sin embargo eso para mí es enojoso –Daniel cada vez se muestra más asustado. -Bueno es saber hacer de todo en esta vida. -Para nada necesito aprender algo así; No pienso batirme nunca. -¿Cómo lo sabe usted? A lo mejor un día… -Le responde Anselmo. -Sí. Lo sé positivamente. -Podría recibir usted una afrenta… -Nada, nada. Yo no me batiré nunca –Le replica Daniel. -Pues ahora ya es tarde –Le responde Anselmo. -Sería conveniente decir, que me hallo enfermo y buscar otro padrino. -¡Eso es imposible, hombre de Dios! Un padrino que ha estipulado las condiciones de un desafío, acude al campo del honor aunque esté en extrema unción ¡Solo la muerte, le liberaría de tal compromiso! Anselmo hace una breve pausa, como para tomar aire y continúa: -Además, yo quiero verle a usted cerca de mi; Eso me infundirá valor y hará, que mi ojo sea más sagaz y mi pulso más certero ¡Ah! Y procure llevar los ocho mil reales, porque como yo he tomado los cuarenta mil fijados, para en caso de muerte… Daniel hace un gesto de disgusto y exhala un suspiro: -En fin, con tal de que ese hombre muera… -Es lo más probable y por lo mismo, vuelvo a recordar a usted, que no olvide pagarme. Si le mato, partiré mañana mismo para el pueblo de Rosadelía-Norma; Por lo que pueda ocurrir, me conviene poner tierra de por medio, y necesito dinero. -Pierda usted cuidado don Anselmo. Llevaré la cantidad conmigo. Pero así mismo, no olvide llevar usted el documento que firmamos.

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-Para nada lo necesito tener. Este asunto, después de terminado es un secreto que a los dos nos conviene no revelar. Nuestra garantía debe ser el mismo interés, que nos inspire el silencio. Y puesto que ahora nada tenemos que hacer, creo muy del caso que vayamos a un tiro de pistola, a ver qué tal se encuentra mi pulso; Hace algún tiempo que no me he ejercitado, y me será conveniente disparar al menos cien tiros. Los dos salen a la calle y cogen un coche de plaza, que les conduce a las afueras de Miranda. En el descampado de Buenafuente, Anselmo prueba una y otra vez el arma. Su acierto para dar en el blanco de la plancha es tal, que Daniel, no puede menos que decir eufórico: -La muerte de Pedro Campoy cada vez la veo más segura. David ha abandonado hoy la casa de los Soportales. Ahora, tengo alguna esperanza de que Laura sea por fin para mí ¡Oh! Si pudiera deshacerme también de Vladimiro Zelo, entonces, entonces… Pero nada hay difícil, cuando se tiene dinero y voluntad para gastarlo.

Capítulo XLVII

La noche que precede a un desafío, no se halla exenta de temores. Pedro es la primera vez que se bate. Su muerte no le aflige tanto como pensar en el dolor que le va a causar a sus familiares y amigos. En su cuarto, pasadas las doce de la noche, a la luz de un candil y en completo silencio, redacta dos cartas; Una es para su madre y la otra, para Laura. Al término, las guarda en el bolsillo de la chaqueta, con el objeto de dárselas a la mañana siguiente al Coronel Arcadi. Apaga el candil y se acuesta.

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A las seis de la mañana Elena la doncella le despierta, y una hora después, sale en busca de sus padrinos que le aguardan a la puerta de la casa de Nicolás. Éste le dice: -Aún podemos esperar al médico; Me ha asegurado hallarse aquí a las siete en punto y con una hora nos sobra, para llegar al sitio indicado. El médico se llama Severiano Escalera. Le conozco de otros duelos; Es su especialidad. Se quedan en silencio. El frío es muy intenso. Al cabo de quince minutos, dice Luis frotándose las palmas de las manos, mientras le sale vaho por la boca en cada respiración: ¡Ahí está! ¡Vamos! Que si no puede contigo una bala, va a poder una pulmonía. En la carretela se ve a un caballero de unos cuarenta años. Alto, muy delgado, exquisitamente vestido, y con un botiquín de campaña a sus pies. Suben todos al coche. El doctor Escalera, inclina un punto la cabeza y se dirige a Pedro: -Según compruebo no ha habido avenencia honrosa entre los litigantes –Su voz suena ronca y profunda-.Verdaderamente es una lástima que dos hombres se maten. -Este duelo es indispensable que se lleve a cabo –Contesta Nicolás-. Ahora lo que conviene, es que salga vencedor nuestro apadrinado. -Así sea –Murmura Luis. -Pero más valdría, que no se hubiera que lamentar ninguna desgracia irreparable –Dice don Severiano. A las ocho menos cuarto, el carruaje se para a unos treinta pasos del lugar asignado para el lance. Nicolás, Luis y Pedro se bajan de la berlina. Don Severiano, permanece sentado con el botiquín sobre sus piernas; Se agacha, le alarga la mano y le dice a Pedro: -¡Buena suerte! -Gracias doctor –Le contesta.

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Luego se dirige a Nicolás: -Si muero, harás llegar estas cartas a su destino. Nicolás se las guarda, y los tres se dirigen hacia una altura que forma el terreno a la izquierda del camino, donde les esperan Anselmo y Daniel. En la parte opuesta se ve otro carruaje. Los padrinos se saludan y se disponen a medir los pasos, y a revisar las armas. Después de unos quince minutos y a la distancia convenida, Pedro Campoy y Anselmo Liébana, están frente a frente con una pistola en la mano. Nicolás, es el encargado de dar las tres palmadas de rigor. El cielo está cubierto de nubes. Suena la primera palmada y ambos a un tiempo, preparan las armas activando el percusor. A la segunda levantan los cañones a la altura de la frente, extendiendo el brazo. Y a la tercera suenan dos detonaciones. Anselmo, se eleva tres pies del suelo y poniendo los brazos en cruz, cae de espaldas; La sangre brota de su pecho, formando un charco a ambos lados de su cuerpo. Pedro, da una vuelta en redondo y cae de frente; La sangre cubre su cabeza. Los padrinos acuden a socorrer a sus respectivos. Don Severiano, tan pronto como ver caer a Pedro, salta del coche y se dirige hacia él con el botiquín en la mano. Se arrodilla junto al cuerpo de Pedro y por espacio de cinco minutos, permanece reconociendo la herida que tiene en la parte superior de la cabeza, y comenta: -El corazón late. El proyectil está alojado en la cabeza. No sé, no sé… ¡Ya veremos! Cuando termina de vendarle, añade dirigiéndose a Luis y a Nicolás: -Señores, no respondo del señor Campoy; Tal vez, antes de llegar a Miranda, se nos quede. Ignoro la gravedad de la herida. Todo es cuestión de esperar. Llévenle ustedes al carruaje con el mayor cuidado posible

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Calla un momento y mira hacia donde está Anselmo, que permanece tendido en el suelo. Junto a él, de pie y mirándole, se halla Daniel. El doctor se incorpora y continúa: -Voy a ver en qué estado se encuentra su adversario. Nicolás y Luis, llevan en volandas a Pedro al coche. Don Severiano, se acerca al lugar donde está Anselmo, le examina y después de unos minutos hace una mueca con los labios, y le dice a Daniel: -Este no necesita de la ciencia; Le basta con un sepulturero que le abra una fosa; Le han atravesado el corazón ¡Que Dios le perdone sus culpas! Daniel sin responder, se dirige corriendo hacia su berlina, se mete dentro y le grita al cochero: -¡A Miranda, rápido! Nicolás y Luis ayudados por el doctor, introducen a Pedro en la carretela y se dirigen a Miranda. El coche va muy despacio, para evitar que los movimientos bruscos del carruaje, afecten al herido. -Caballeros ¿con quién vive el señor Campoy? ¿Tiene a alguien que le cuide? –Pregunta el doctor. Los cascos del caballo y las ruedas de la berlina, resuenan en el ambiente. -Su madre y una tata; Elena –Responde Nicolás. -Y muy cerca vive la señorita Laura, su prometida –Añade Luis-. Bueno y también nos tiene a nosotros; Sus amigos. -Llevémosle a su casa –Propone don Severiano-. Es cierto que su madre, recibirá un disgusto al ver a su hijo de esta manera, pero cierto es también, que nadie le asistirá mejor que ella. -¿Y usted doctor? –Pregunta Luis. -No se preocupe –Le responde-. Permaneceré a su lado, hasta que le extraiga el proyectil y luego le haré visitas periódicas. -Gracias doctor –Dice Nicolás- ¿Y después? Don Severiano con gesto de preocupación, contesta:

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-Solo queda esperar. Cuando por fin llegan, entre Nicolás, Luis y el doctor, le suben a su casa, y ayudados también por doña Estrella y Elena, le meten en su cuarto y le acuestan. Don Severiano pide agua hirviendo, para esterilizar las pinzas y las agujas. Abre el botiquín de campaña y al cabo de unos diez minutos, empieza a extraer la bala. En el salón y en silencio, aguardan los demás.

Capítulo XLVIII

A primera hora del día siguiente, el comisario de policía del distrito de Valsalobre, Arcadio Gaudioso, recibe una carta urgente del Ministerio de Seguridad. <Teniendo noticias de una conspiración republicana, en el día de hoy, se presentará usted en el domicilio de don Vladimiro Zelo Gorquié, en la Roda de Valsalobre, número diecinueve, para proceder a su arresto y al registro de su vivienda>. Arcadio, cuando termina de leer, tira del cordón de la campanilla y al instante, entra un funcionario al que le pregunta: -¿Ha regresado ya Martín? -Acaba de hacerlo, señor –Le responde. -Dígale que cuanto antes, pase a verme -Si señor –Sale. Al cabo de unos minutos, Martín entra en el despacho: -¿Qué ocurre? Por los nervios de tu secretario deduzco que es algo importante. Arcadio le mira de arriba abajo con cara de asombro: -¿Qué te ha pasado? Parece que vienes de la guerra. Martin se sacude la chaqueta y contesta: -Acabo de llegar de un servicio urbano ¿Recuerdas el caso Nazario?

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Hace una pausa, para que Arcadio haga memoria. Luego sigue: -El bandido de caminos Avelino Nazario… -¡Ah! Pero ese caso ya hace mucho tiempo que se archivó. -¡Que va, no definitivamente! –Responde Martín, sentándose frente a su jefe-. Por casualidad, he sabido donde vivía; En una zona marginal de aquí, de Miranda. Arcadio le interrumpe: -No había vuelto a delinquir. -Pero tenía juicios pendientes por asalto. De modo que le he pedido a un compañero que vinieran conmigo y nos hemos ido a su casa. Y como ha puesto resistencia, no he tenido más remedio que abrir fuego. -Da modo que… -Su cadáver está en el hospital de zona. Y añade con la satisfacción del deber cumplido: -El último bandolero de Oberón, ha caído. -Que te crees tú eso; Acaba de venir una orden de arresto, para un asaltador de bancos que se llama… Arcadio busca sobre su mesa, y cuando encuentra una nota, lee: -…Leónidas Biencinto ¡ya lleva tres asaltos en dos meses! ¡Buena carrera! Y eso que acaba de empezar… Se le queda mirando de nuevo, y le pregunta: -¿Estás herido? -No. Solo magulladuras –Se mira- y la ropa destrozada. -¿Y cómo han sucedido los hechos? Ya sabes, que si hay muerte, es preceptivo hacer un informe. -Al principio me creyó de buena fe por mi actitud, pero cuando se apercibió de la encerrona, sacó una pistola y ¡lo cuento de milagro!, porque al disparar sobre mí, erró el tiro y la bala fue a estrellarse contra una pared de la Posada La Blanca Paloma, donde nos encontrábamos. Él salió corriendo por la calle La Encomienda y entonces yo, disparé con un poco más de acierto, y le alcancé de muerte. -¿Instantánea?

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-No jefe. Ha vivido dos horas, pero no ha declarado. -Esta bien –Le dice Arcadio y le ordena-: Seguirás la pista a su partida; Muerto el cabecilla, no te será difícil acabar con ella ¡Ah! Y no eches en falta, lo de ese Leónidas Biencinto. -En un mes. Martín hace una pausa y continúa: -Olvidaba decirte, que ha aparecido el cadáver de Anselmo Liébana en el camino de Mireya Magali. -¿Sabes pormenores? -Según indicios, no ha sido un asesinato, sino un duelo en toda regla ¡y pásmate jefe! ¿Con quién dirás, que se ha batido nuestro antiguo compañero? Arcadio se encoge de hombros, y le pregunta: -¿Con un marido burlado? -No ¡Pues nada menos, que con Pedro Campoy! -Ahí hay algo raro… -Arcadio hace un gesto de extrañeza-. La clase social a la que pertenecen los contendientes, son opuestas; No encuentro motivos en común para ponerles frente a frente. -Así es. Pero además a pocos pasos del cadáver de Liébana, se han encontrado manchas y regueros de sangre, lo cual indica, que Campoy también resultó herido y llevado a rastras algún lugar. -Tengo entendido que Pedro Campoy es republicano y que por eso, pidió la excedencia en el ejército. -Así figura en su ficha. -Procura informarte, sobre ese duelo y la afiliación política de Campoy en la actualidad. Conviene tener actualizados los datos, por lo que pudiera ocurrir. -Así lo haré, jefe. -Ahora voy a encargarte una misión un tanto… -Arcadio busca la palabra adecuada- …peculiar; He recibido una nota del ministerio, para que nos encarguemos de la detención y registro del domicilio de un militar retirado, y sospechoso de colaborar con los republicanos. Mira de nuevo entre los papeles de su mesa:

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-Se llama Vladimiro Zelo Gorquié. Y Digo peculiar, porque este pobre hombre, es un anciano que en la actualidad, trabaja de jardinero en una colonia de viviendas de Valsalobre. La verdad, no comprendo el interés que demuestra el ministerio, para ir en busca y captura de este individuo, que no ofrece ningún peligro. En fin, así sea; Elige los hombre adecuados y ponte manos a la obra. -Con uno me basta –Contesta Martín-; Yo le detengo y el otro, que haga el registro. Arcadio coge de su escritorio una hoja en blanco, redacta la orden, la sella y se la entrega: -Aquí tienes. A las doce del medio día, estando en su casa Vladimiro, su mujer, Laura y Antonia, se oye un aldabonazo en la puerta. Vladimiro se dirige a Antonia: -Abra usted, por favor –Le dice. Un momento después, dos hombres que visten de capa, se presentan en el salón, donde están; Vladimiro y Laura, sentados. En un extremo y recostada sobre un sofá, Matilde, la esposa del jardinero. Y de pie, Antonia. Uno de ellos es Martín y el otro, un policía de Ronda de Zona, que se queda de vigilancia en la puerta. Cuando Vladimiro hace ademán de levantarse, Martín le pone una pistola en el pecho, y le dice: -No se moleste en hacernos los honores. Somos agentes de seguridad, y tiene que acompañarnos a jefatura. Se dirige a las tres mujeres: -En cuanto a ustedes, les ruego que no se sobresalten; No tratamos de hacerles daño. -No tengo intención de huir y mucho menos, defenderme –responde Vladimiro, con cierta arrogancia-, porque el inocente nada ha de temer. Sin duda usted, se ha equivocado de persona. Le ruego por tanto, que guarde ese arma que sobresalta a mi mujer impedida, como puede ver, a la señora y a la señorita.

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-Nada más justo, caballero –Le contesta Martín, guardando la pistola en la funda de la sobaquera-. Y puesto que veo que es usted una persona razonable, le felicito de todo corazón. Se saca un papel cuidadosamente doblado, del bolsillo del pantalón y lee: <El agente Martín Palermo. Adscrito a la Zona de Ronda de Valsalobre, procederá a la detención y posterior traslado, a la jefatura de ese distrito a: Don Vladimiro Zelo Gorquié. Teniente retirado. Que vive en la Ronda de Valsalobre, número diecinueve, cuarto bajo, en el Distrito de Valsalobre. Y al mismo tiempo, se da la autorización, para que se haga un registro de la vivienda…>. Martín deja de leer y se la entrega. -¿De qué se me acusa? –Pregunta Vladimiro. -De conspiración. El jardinero suelta una carcajada: -¡Como no conspire con las gallinas y las plantas…! En fin, puede usted registrar la casa. Y en cuanto al arresto, debo prevenir a usted, que tengo fuero militar. Laura y Antonia, se sientan junto a Matilde, en un extremo del salón. Martín le contesta: -No lo ignoro, caballero, pero esa es una justa reclamación, que podrá usted presentar mañana a la entidad competente, yo solo me limito a cumplir una orden. -¿Y si yo me negase a cumplir esa arden? -Sería una temeridad –Le responde el agente-. Y no lo espero de usted. Además, si es inocente, como pienso, poco debe importarle este pequeño contratiempo, pues si todo sigue su curso normal, mañana será usted libre. Vladimiro medita su decisión. Mientras tanto, Martín le hace una seña al agente que hace guardia en la puerta y cuando éste se acerca, le pide que comience el registro de la casa.

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Al cabo de una hora el policía termina el registro y aparece en el salón con unas cartas firmadas por el Capitán Félix Veracruz y Pedro Campoy. Así como el escrito que dejase Semión detrás del cuadro. -Amigo mío –le dice Martín-, creo que no le será a usted difícil vindicarse y en ese caso, su arresto será corto. -¡Pues qué! ¿He cometido algún delito para que me lleven detenido? -A eso nada puedo responder caballero, pero le ruego que me siga. Vladimiro comprende que la resistencia es inútil y cede. En este momento, Laura se levanta del sillón, se acerca a Martín, y le grita: -¡Pero Dios mío! ¿Va usted a llevarse a este pobre anciano? ¡Pero si no ha hecho nada! Antonia la sigue y sujetándola por un brazo, le dice: -¡Cálmate! No será nada. Ya verás como dentro de un rato estará de vuelta; Se tratará de… testificar en contra o a favor de alguien. Luego se vuelve hacia el agente, y le pregunta: -¿Podemos acompañarle? Laura añade alterada: -Si, si eso ¿¡Le podemos acompañar!? Y así no regresa solo. -Señoras -responde Martín-, he venido a esta casa a desempeñar una desagradable misión, y espero que ustedes me perdonen el mal rato que pueda haberles ocasionado, contra mi voluntad; La orden que se me ha dado, es que solo me acompañe el señor Zelo, por tanto ustedes deben aguardar aquí a que regrese. Laura y Antonia, vuelven junto a la mujer de Vladimiro. Éste y los dos agentes, salen de la casa. Dos horas después, Martín entra en el despacho de Arcadio y dejando sobre la mesa las cartas halladas en el registro, le dice: -Ya le tienes aquí. -¿A opuesto resistencia? -Ninguna. -Más vale así. -¿Tienes más órdenes para mí?

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-No. Esta noche vete a tu casa y descansa. Mañana veremos el modo de seguirle la pista a los conspiradores. Arcadio Gaudioso, cuando se queda solo en el despacho, se pone a ojear los documentos encontrados en el registro: -Las cartas de Félix Veracruz y Pedro Campoy carecen de importancia –Piensa-. En ellas se deduce el amigo que se comunica con el amigo; Y se felicitan por la entrega al oficio de las armas. Esto no es suficiente, para enviar a un hombre al destierro. Solo un documento; El que puso Semión detrás del cuadro, es de mayor importancia; Es la clave de una posible conspiración. Arcadio, lee detenidamente la nota y murmura: -Con esto, no solo tenemos una sólida base para que permanezca detenido, sino también para juzgarle. Coge de un extremo de su mesa papel y pluma, y escribe: <Excelentísimo señor Ministro. Remito a vuecencia el documento encontrado en casa del republicano don Vladimiro Zelo Gorquié, para que en su claro proceder, examine y disponga lo que debe hacerse. Arcadio Gaudioso>. Luego cierra el sobre, tira del llamador de la campanilla y cuando entra el secretario, le dice: -¡Corriendo al ministerio! ¡Urgente!

Capítulo XLIX

Laura se abraza a Antonia y empieza a llorar: -¡Oh! –Exclama-. No comprendo. Él es un hombre bueno. -Lo sé. Y lo sabes tú –Antonia se sienta junto a ella-, pero ellos no. Y lo que nosotros entendemos por bueno, las gentes que se dedican a la política, lo entienden por malo –Hace una pausa, mientras le acaricia el pelo-. A lo mejor don Vladimiro de joven, cuando estaba en el ejército,

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pues… Mira don Félix y don Pedro eran republicanos y esta gente ahora, quiere tomar represalias. Laura levanta la cabeza con brusquedad, seca las lágrimas y dice: -¡Oh! ¿También vendrán a por Pedro? –Trata de levantarse- ¡Voy a avisarle! Antonia la detiene: -¡No! Vamos a esperar –Le hace que se siente de nuevo-. Dejemos que vuelva el señor Vladimiro, y a ver que nos cuenta. Se dirige hacia donde está la mujer del jardinero: -Vamos a llevarla a su habitación. La cogen por los brazos y la llevan en volandas hasta su dormitorio. Al día siguiente a las nueve de la mañana, suena la aldaba de la puerta. Antonia abre creyendo que es Vladimiro y se encuentra con Semión, que le dice: -Vamos, vamos; Veo que se madruga en esta casa, eso me gusta. Laura la sigue y cuando le ve, exclama: -¡Ay, don Semión! A Vladimiro, se lo han llevado preso. -¿Preso…? -Exclama él, con sutil hipocresía- ¿Pero que ha hecho, para semejante castigo? -¿Lo sé yo por ventura? –Responde Laura. -Pues cuando a alguien le prenden, por algún motivo ha de ser –Contesta Semión-. Así como así, lo llevaron sin más. Antonia continúa: -Pase al salón y le contamos. Solo podemos decirle, que ayer tarde se presentaron aquí dos policías, registraron toda la casa; Poniéndolo todo patas arriba, y después de apoderarse de cuantos papeles encontraron, don Vladimiro se vio obligado a seguirles. Semión adopta una actitud reflexiva y después de una corta pausa, dice: -Si es muy grave, muy grave. Más de lo que parece. Los tiempos que alcanzamos, no son los más apropiados para que la detención de un ser querido, se mire con indiferencia. Todo el mundo conspira y por todas partes se levantan voces republicanas. Los montes de Aipocunroc están

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llenos de insurrectos. De modo que no es extraño que el gobierno, deseando tranquilizar al país, castigue con rigor a los perturbadores del orden. Sin embargo, muchas veces amigas mías, suelen pagar justos por pecadores, y el corazón me dice que don Vladimiro es inocente y por esto, debe haber sido una equivocación. Así pues, no hay que afligirse; Las lágrimas y los suspiros, de poco o nada sirven en estas ocasiones ¡Que diantre! Dios no abandona nunca a los limpios de corazón. Afortunadamente, se me ha ocurrido dar un paseo por esta Ronda y como soy hombre agradecido, nada me complacería más que serles de alguna utilidad en estos momentos. Se deja caer sobre una silla y sacando su caja de plata del bolsillo del chaleco, se dispone a poner sobre su lengua, un polvo blanco: -Veamos –Prosigue- ¿Saben a dónde le han llevado? -No sabemos nada –Contesta Antonia. -Incluso llegamos a preguntarle a uno de los policías, que si podíamos acompañarle y nos dijeron que no –Añade Laura. -Bien, no importa. Seguramente estará en Jefatura de Zona; Allí es donde llevan a los detenidos políticos. La circunstancia de tener un amigo que lo es a su vez del alcaide, me proporcionará saber lo que deseo, y como no me gusta perder el tiempo, voy enseguida a buscar un coche de plaza y a enterarme de lo ocurrido. -¡Ah! No puede usted imaginarse lo que le agradecemos su interés –Le dice Anomia. -¿No tiene usted noticias de Pedro Campoy? –Le pregunta Laura. Semión hace un gesto de ignorancia: -Últimamente no he sabido nada de él. Y en cuanto a mi interés por el señor Vladimiro, no vale la pena agradecerlo. Lo hago de todo corazón. -Le quedamos muy reconocidas por su interés. Antonia le acerca el gabán y el sombrero, y continúa: -La señorita y yo, esperamos impacientes sus noticias. -¡Que diantre! –Responde Semión, fingiendo su apoyo-. Lo que aquí conviene es actividad política; Es indispensable erradicar los odios entre

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las clases políticas y sociales. Ustedes no se pueden imaginar, hasta donde pueden llegar los enfrentamientos políticos. En esto se levanta, vuelve a sacer la caja de plata y después de inhalar parte del contenido, saca un pañuelo de hierbas, se suena la nariz, y se dirige a Antonia: -A ver señora, tenga la bondad de hacer que venga un coche de plaza, porque el tiempo es oro y no debemos malgastarlo. Ahora se dirige a Laura: -Y usted señorita, revistase de valor, porque además de las buenas relaciones con las que cuento en Miranda, será preciso que emplee usted su fortaleza, para liberar a don Vladimiro del peligro que le amenaza. -Lo que usted diga –Contesta Laura. A los veinte minutos, el coche de plaza se detiene delante de los soportales, a la puerta del jardín. Semión se despide, asegurando volver lo antes posible, con algún resultado positivo. A las seis de la tarde, un lacayo de Beatriz, les entrega a Laura y Antonia, una carta de Semión: <Señorita Laura. Doña Antonia: Dispénsenme ustedes, si no voy a verlas, como les había prometido. Les pongo estas líneas, para tranquilizar sus naturales inquietudes. A pesar de estar incomunicado, he podido ver a don Vladimiro; Se encuentra bien de salud y de ánimo. Tengo esperanzas de que este arresto se quede, en un interrogatorio de rutina y que en breve, sea puesto en libertad. Cosa que todos deseamos. Reciban señoras, un sincero saludo de su fiel amigo. Semión Gautier>. Laura después de la lectura, deja la carta encima de una mesa en el salón y le dice a su aya, mientras suspira: -Por lo menos sabemos que está bien. -Te digo que don Semión es un hombre de ley a carta cabal –Contesta Antonia, como tratando de convencerla-. Aunque tú pienses que no es persona clara, en la que se pueda confiar. No sé que le has visto, para que

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no te fíes de él. Y en cuanto a don Vladimiro, el corazón me dice que de un momento a otro, le veremos entrar por esa puerta. ¡Ah! Dios te oiga Antonia. Dios te oiga. -¡Pues no me ha de oír, con la de rezos que le mando! ¡No faltaría más! Mira, mi corazón es muy leal; Jamás me ha dicho una cosa, que no haya salido al pies juntillas –hace una pausa y levanta la mirada- y él me dice ahora que antes de mucho, vamos a ver a nuestro jardinero sentado ahí en su viejo sillón, como si tal cosa no hubiera sucedido. -Yo soy más incrédula que tú Antonia y no espero que tan pronto nos lo devuelvan. -Y ¿para qué quieren tener en la cárcel, a un pobre viejo que no se ha metido con nadie? Esto es una equivocación. -O una mala voluntad de alguien que tenga el demonio en el cuerpo. -¡Pero qué dices criatura! –Antonia se hace la señal de la cruz- ¡Jesús! ¡Qué cosas tienes! ¡Ni mentar a Lucifer en esta santa casa! -¡Ay, Antonia! Yo no tengo ninguna experiencia política; He crecido primero en un convento y después en un pueblo, pero lo poco que sé, lo sé, porque lo he aprendido al llegar a Miranda y aquí, he oído decir en reuniones de alto copete, que aquél que con razón o sin ella, pone los pies en un calabozo del Ministerio de Orden Púbico, ve pasar los días sin que le llegue la codiciada hora de la libertad. De sobra sé que don Vladimiro no es un conspirador, como han querido hacernos creer sus enemigos. Pero además, aunque lo fuese el único pecado del que se le puede acusar, es el de querer la libertad de la gente más oprimida por la miseria y la marginación. Pero ¿quién está libre de una mala acción por parte de un adversario? Un enemigo pequeño, puede hacernos un gran daño y temo que… -No me explico porque te complaces en atormentarte ¿Quién ha de ser ese enemigo de don Vladimiro?; De un hombre inofensivo que no hace daño a nadie, que está siempre dispuesto a ayudar al primero que llame a su puerta, de un caballero con más bondad que los mismos ángeles ¡Bah! Tengamos confianza y tranquilicemos nuestros miedos –Antonia se

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levanta-. Voy a sacarnos una taza de caldo y un par de huevos pasados por agua. -No tengo gana. -Para comer eso, no se necesita tener gana. Bien es verdad, que hoy se te juntan dos grandes males; El no haber venido a verte el señorito Pedro y el haberse llevado preso a nuestro amigo, y esto es más que suficiente para quitar el apetito del más entero, pero como no podemos adivinar lo que pueda sobrevenirnos, hay que alimentar el cuerpo, para que sostenga el alma; Porque ya sabes aquello de que a tripas llevan piernas. Antonia se mete en la cocina. Laura desde el cuarto de estar, oye ruidos de cacerolas y chasquidos de luchas en el fogón.

*** Mientras tanto, en la modesta habitación donde antes vivía David y desde cuya ventana, tantas veces había contemplado el pequeño jardín, ahora la ocupan Daniel y la señora Celerina. Son las diez de la noche. La decoración ha cambiado; Tiene una sillería de gutapercha, con sus correspondientes butacas. En el centro se ve un brasero con tarima de nogal y junto a éste, una mesa redonda de caoba, sobre la que se haya una bandeja de pasteles y una botella en cuya etiqueta se lee: “Vino de Aromas”. Celerina también ha sufrido un cambio radical tanto en su forma de vestir, como en su aspecto físico; Lleva un vestido de lana oscuro, cerrado hasta la garganta y una papalina de encaje del mismo tono, y ha recogido sus cabellos blancos, con un moño a la altura de la nuca. -Mira Daniel, lo que te propones es sumamente arriesgado. Yo accediendo a tus deseos, me he venido hoy del pueblo –se mira y pone cara de desagrado- y vistiendo estas galas, por primera vez en mi vida ¡y espero que sea la última! estoy dispuesta ayudarte con suma voluntad y firme empeño, pero te repito que es muy complicado tu propósito. -Quiero que me ayude señora Celerina, porque tiene usted las condiciones que me hacen falta en estas circunstancias. Además la

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casualidad protege mis planes y no aprovecharme de ella, sería una necedad; El señor Campoy se halla gravemente herido, don Vladimiro en un calabozo y la señorita Laura, sola sin protectores que la defiendan. Le aseguro doña Celerina, que todas cuantas razones emplee para convencerme de lo contrario, serán inútiles. Hace ya mucho tiempo, que como usted no ignora, amo con toda mi alma a esa joven ¡daría mi fortuna y mi vida, por ella! Dios no me ha dotado de una de esas inteligencias, que se recomiendan por sí mismas y el fuego que devora mi corazón no asoma a mi léxico, para decirle frases encantadoras y sublimes, pero ¡no importa! ¡Ese fuego existe y él abrasará algún día, a los que hoy se burlan de mí! -Yo creo –responde Celerina- que no tienes razones, para mostrarte tan quejoso de tu suerte; Eres joven, rico y amas a una muchacha bonita, que por tener la condición de pobre, te hace más fácil que te acepte. -No señora Celerina; Me aborrece –Responde compungido-. Siempre que he intentado decirle una frase cariñosa, he visto el desdén en sus ojos y el desprecio en su sonrisa. Y eso me irrita de tal manera, que hace que mi alma sienta todas las malas pasiones de que es capaz un hombre humillado. -Mira Daniel, en esta vida las cuestiones en que toma parte el amor propio, deben estudiarse con calma antes de tomas una decisión. Tú quieres a esa chica y ella según parece, mira ese amor con indiferencia. -¡Con desprecio! –La interrumpe. -Bueno con desprecio, si quieres llamarlo así. Mira hijo, y hazle caso a esta vieja curandera; La desgracia y la felicidad, aumentan o disminuyen, según por donde se agarra la planta; Lo primero que debiste hacer, fue liberar a esa chica del amante que le hace beber los vientos y después… -Así lo he hecho doña Celerina! Como le he dicho a usted, Pedro Campoy se encuentra gravemente herido. Ella sonríe y discrepa con un movimiento de cabeza: -S, si, pero sería todo más fácil si estuviera muerto. -Si yo hubiera podido dirigir con el pensamiento, la bala que disparó el señor Liébana, a estas horas…

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-¡Como ha de ser! Y mira que me precio de alquimista y de ungüentos, sortilegios y hechizos se lo que no está en los libros de ciencia –Responde ella-. Pero a veces no todo sale a medida de nuestro deseo. Y vuelvo a repetirte que tu plan de raptar a esa joven es muy arriesgado. -Nada me importa; Estoy resuelto a todo y no desistiré. -Como quieras, pero luego no digas que no te advertí. -Sería de tontos, desaprovechar esta ocasión. -Sin necesidad de echar encantamiento te veo enfermo y maltrecho de cuerpo y alma. -¡Basta! –Le grita-. Prohíbo a usted que me pinte con negros colores el resultado de esta empresa, porque estoy decidido a llevarla a cabo. Celerina se encoge de hombros, Daniel se sirve un vaso de vino de aromas y se lo bebe de un trago. En este momento el reloj de la torre da las once. Daniel se levanta, abre la ventana y una ráfaga de viento penetra en la habitación, haciendo oscilar la luz de la lámpara. Luego se echa sobre el alfeizar de la ventana; Ni un claro de luna se ve, que disipe las tinieblas de la noche. Ni un ruido se percibe, que interrumpa el silencio; Solo de tarde en tarde, el farolero anuncia a los desvelados vecinos, la hora en que viven: -¡Las once y sereno!

Capítulo L

Daniel permanece algunos minutos asomado a la ventana, pero el aire que por ella entra es tan frío que Celerina no puede menos que advertirle: -¡Haz el favor de cerrar diantre, sino quieres que un dolor de costado, me deje inutilizada para servirte! Daniel cierra y dice con resolución: -Creo que ya es hora de bajar al jardín.

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-Piénsalo bien; Que mi intuición nunca engaña a esta vieja bruja –Le responde Celerina con cierta paciencia. -Estoy resuelto; Cuando ella torne en sí de su sorpresa, ya estará conmigo y entonces no le quedará más recurso, que aceptar mi mano. -¡Dios quiera que esta malhadada aventura, no nos cueste cara! Daniel hace un gesto de indiferencia, abre el cajón de una cómoda y saca de él, una escala de cuerda y una pequeña redoma de cristal. Después, sujeta la cuerda con fuerza a una barra de hierro y la cruza por la habitación. Celerina, que está viendo todo el proceso, le dice: -¿Por qué no bajas por la escalera, como lo haría cualquiera en su sano juicio? -¡Calla! ¡Qué sabrás tú, como actúan los galanes caballeros! ¿No has leído nunca historias en las que ellos, en briosos corceles, raptan a sus amantes? -Cada día que pasa vas a peor muchacho; Tu cabeza es una jaula de grillos. Terminada la conversación, apaga la luz, abre de nuevo la ventana, tira la escala por la parte exterior que da al jardín, y comienza a bajar por ella. Celerina que ha seguido boquiabierta la maniobra, exclama: -¡Que Dios nos saque con bien de esta trapisonda! Y temiendo la influencia del viento frío de la noche sobre su salud, entorna los maderos de la ventana, y sentándose a la lumbre del brasero, remueve el carbón con la badila. Daniel, al caer y dar con sus pies sobre la húmeda tierra del jardín se sobrecoge. Comprende que la empresa es arriesgada, pero devorado por la pasión procura serenarse y habla consigo mismo: -Retroceder sería una estupidez ¿Qué puede resultarme? ¿Qué me sorprendan? Y Bien; El amor halla siempre una disculpa; Yo no soy un ladrón, que pretende de esta guisa robar. Solo soy un enamorado que va en busca de su amada.

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Y avanza unos pasos, hasta llegar a la puerta de la casa donde vive Laura. Después, se dirige de puntillas a la venta que da a la sala de estar, y por el intersticio ve y oye lo que ocurre en el interior El silencio es sepulcral; Solo de vez en cuando, se percibe el sordo gruñido del perro del jardinero. -¡Maldito chucho! –Dice-. No me acordaba de él; Si empieza a ladrar, lo echará todo a perder. En este momento, suena un golpe en la puerta y escucha dentro de la casa la exclamación primero de Antonia, y luego de Laura. -¡Es él! -¡Gracias a Dios! Luego pasos precipitados y el ruido de un cerrojo. -¡Ya estoy aquí! Daniel cree reconocer esta voz y por un instante, tiene el pensamiento de retroceder, pero el vehemente deseo de escuchar la conversación, le detiene. -Pase, pase –Dice Laura. -Estoy seguro, que habrán pasado ustedes un día angustiado ¡Es natural! -Habla Semión. -¿Le ha visto? –Pregunta Antonia. -¿Le pondrán en libertad pronto? –Hace lo mismo Laura. -Si, le he visto y he hablado con él; Está bien y tranquilo. Pero estas cosas requieren precisamente, lo que a ustedes les falta; Calma. Mucha calma. -¡Oh! Eso es imposible ¡Como vamos a estar tranquilas sabiendo, que nuestro amigo está en un calabozo! –Dice Antonia. Daniel sigue desde fuera la conversación. -Ya lo comprendo –Responde Semión, mientras se quita los guantes-. Pero qué quiere usted, las cosas deben tomarse conforme nos vienen. -¿Cuando le veremos en casa? –Vuelve a preguntar Laura. -Cuando la justicia quiera señorita. –Contesta Semión.

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Daniel coge una banqueta del jardín, la acerca a la ventana, se sube en ella y apoya la cara en los cristales. Ve como Semión se sienta enfrente de las dos mujeres: -Verá señorita Laura –Le dice- yo he pensado que usted me acompañe a pedirle justicia a una señora, que tiene mucha influencia en el gobierno. -¿Y con eso le veremos libre? –Pregunta Laura. -Es una posibilidad. -¿Y quién es esa señora? –Interroga Antonia. -Si ella hace por acompañarme, pronto la conocerá –Le responde Semión. -Entonces vamos cuando usted quiera –Laura se levanta. -Por lo que veo ¿yo no voy? –Antonia se señala así misma, y mueve una mano negativamente. -Es mejor que se quede más que nada, por si surge alguna novedad y sobre todo, para que la esposa del señor Vladimiro no se quede sola ¿Comprende? –Semión trata de convencerla. -¡Oh! Pues tiene usted razón –Contesta el aya. Semión mira su reloj: -Son las once; Puede que sea algo tarde para el propósito. Pero en fin, probaremos; Afortunadamente tengo un coche a la puerta y cuando se camina con pies ajenos, nada está lejos. -Me cambio de ropa en un instante –Laura intenta salir. Antonia la detiene:

-¡Pero a dónde vas criatura a estas horas y con el relente! ¿No valdría más dejarlo para mañana?

Semión se queda mirando a Laura en espera de su decisión. -¡No, no! –Exclama Laura-. Se trata de liberar a Vladimiro y cuanto antes, mejor. -Tiene usted razón ¡Diantre! No conviene perder tiempo. Le han encontrado documentos que comprometen a un militar y eso es grave, sobre todo en la situación por la que atraviesa el país; Pues según parece, el gobierno se propone castigar con mano dura los delitos políticos. -Por lo mismo. Vamos –Dice Laura.

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-¡Oh! Cuanto trabajo le damos a usted –Añade Laura. -No hay que pensar en eso. Me siento feliz ayudando a mi prójimo. Laura le mira con desconfianza. Sale de la habitación, y a los pocos minutos vuelve a entrar con un vestido de lana y una chalina blanca: -Estoy dispuesta. Antonia se le acerca, la mira de arriba abajo y tocándole los hombros, le dice: -¿¡Vas a salir así, con la noche que hace!? Llevas muy poco abrigo y luego, que me duele la garganta. -Para evitar eso, llevo la chalina. -Nos espera un coche en la puerta –Interviene Semión. Antonia sale y al poco rato vuelve a entrar con un chal, que pone sobre los hombros de Laura: -Sin embargo, en este tiempo las pulmonías se dan gratis. Daniel, que siente una gran curiosidad, recoge la escala, vuelve a subir a la habitación y cogiendo una capa y una pistola del cajón de la mesa de noche de su dormitorio, le dice a Celerina: -Ahora no podemos hacer nada de lo que había previsto; Han surgido inesperados acontecimientos que me obligan a tomar otra decisión. Puede usted dormir en el sofá y vuélvase al pueblo por la mañana. Ya le contaré pormenores de por qué las prisas que llevo. -¡Pero qué pasa! –Exclama ella. Daniel sale de la casa sin responder. Llega a la puerta de la calle, donde ve un coche parado en medio del camino. -Aun no han salido –Se dice-; He llegado a tiempo. Y embozándose hasta los ojos, se oculta tras el tronco de un árbol. Al poco tiempo, se abre la puerta de la casa del jardinero y aparece en sus dinteles Antonia con una lamparilla en la mano, con la que va alumbrando el suelo, por donde deben dirigirse al coche Laura y Semión. Daniel, gracias a esta luz puede ver la cara del acompañante y exclama para sí:

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-¡Ah! Es don Semión, el protector de David, el parroquiano del Café de Yury. Y rápidamente, una sospecha cruza por su imaginación: -¿Será esto un secuestro de la mujer que codicio? Mientras tanto Semión y Laura, han subido al carruaje. Daniel desde su escondite, oye con claridad cómo le dice Semión al cochero: -Al camino de La Herrería; Una vez allí, le indicaré donde debe parar. El coche parte casi al paso y Daniel le sigue. Al llegar al Portillo de la Azucena, continúa por la Ronda sin entrar en Miranda. -¿A dónde la lleva? –Se dice Daniel-. El camino que sigue, es para salir de la ciudad ¡Si habré hecho bien en sospechar del protector de David! Para que luego digan que soy tonto. Aquí me gustaría que me vieran los que de mí se ríen. Cuando el coche llega a la Puerta de la Villa, Daniel ve con asombro que en vez de entrar en Miranda, el cochero toma el camino que conduce al puente. El caballo emprende un trote más rápido y Daniel, recogiéndose la capa sobre los hombros, se agarra a la trasera del coche resuelto a saber dónde conducen a Laura. Pasado el puente, el carruaje toma el Camino de Camarassa y el caballo hostigado por el cochero, aviva aún más el paso. Sin embargo Daniel, agarrado a la trasera del carruaje, hace grandes esfuerzos, para seguir la veloz carrera del caballo. En uno de los movimientos que hace éste, trata de afianzarse con las manos, y la capa se desprende de sus hombros, cayendo en el camino. El viento frío azota su rostro. -¡Oh! –Se dice-. Las fuerzas van abandonarme, antes de que el coche se detenga y entonces ¿de qué me habrá servido el supremo esfuerzo que estoy haciendo? Sin duda, ese miserable viejo, va a cometer alguna villanía con Laura. Si pudiera colocarme delante del caballo y detenerlo, aún podría salvarla; Llevó en el bolsillo la pistola que utilizó don

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Anselmo Liébana en el duelo y creo, que no me faltaría valor para disparar si llegara el caso. Pero esto es imposible, en cuanto me suelte caeré al suelo sin fuerzas, y el coche continuaría su marcha, sin que yo pudiera saber a donde la llevan. A penas Daniel, ha terminado estas reflexiones, una piedra en mitad del camino hace tambalear el carruaje y siente un golpe en las piernas; Se le oscurece la vista, se desvanece su mente, las manos se sueltan de la trasera y cae sin sentido sobre el suelo. Al recobrar el conocimiento se halla en una fonda de pobre apariencia; Oscura, lóbrega y rodeado de gente desconocida. -¿Dónde estoy? –Pregunta, dirigiendo una vaga mirada en derredor suyo. -¡Toma! –Le responde una voz-. En el Ventorro de La Bordadora, donde el señorito encontrará buen vino, sardinas, chorizos cocidos y fina voluntad para servirle por amor a su dinero. Daniel se restriega los ojos y recordando todo lo sucedido, exclama: -¡Mi Laura! ¡Mi Laura! ¡Qué va a ser de ella!

Capítulo LI

Tan preocupada está Laura con el arresto de Vladimiro, que no se apercibe de que el coche en vez de entrar en Miranda, coge el Camino de Puente Vélez. -¿Tiene usted confianza en que esa señora, se interese por nuestro amigo? –Pregunta Laura. -A no tenerla –contesta Semión-, no le habría hecho a usted abandonar la casa a tales horas de la noche. -Eso es lo de menos. Si logramos nuestro objetivo ¿qué importa lo demás? -Así lo espero, pues siempre que he implorado algún favor a la señora, la he encontrado propicia a ayudarme.

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Cuando el coche llega al puente, Laura mira a través de los cristales y dice: -Debe ser muy tarde; Pues las farolas están apagadas. -Si, en efecto. Es muy tarde –Repite Semión. Transcurrido un cuarto de hora, Laura vuelve a decir: -¡Oh! ¡Cuánto tardamos en llegar! Y sin embargo parece que el caballo corre mucho. -No. Va al paso –Dice él-. Como la noche está oscura y apenas se ve, seguro que habrá encontrado el cochero alguna calle desempedrada, viéndose en la precisión de dar un pequeño rodeo; Pero ya no podemos tardar. Al cabo de media hora, Laura vuelve a dirigir la mirada a través de los cristales de la portezuela, y a pesar de la oscuridad de la noche, cree ver un descampado: -Sin duda –dice- el cochero debe haberse equivocado; No veo que estemos en Miranda, ni si quiera en la periferia, solo distingo el campo. -Tal vez le haya parecido el camino más corto, yendo por el prado. -Pero hace mucho tiempo que hemos salido de casa. -Señorita Laura, el tiempo tiene la duración que le da el estado de nuestro ánimo; Cuando la impaciencia nos devora, los días nos parecen años, pero cuando estamos tranquilos, las horas simplemente son eso, horas. -Así será –Le responde ella. Y al comprobar que el tiempo pasa y que el coche no se detiene, vuelve a preguntar asustada: -¿A dónde vamos? -Al Convento de Villaverde. En el Camino de La Herrería. -¿Allí está la señora que liberará a Vladimiro? -Primero conocerá a Arcadia Gormovejo y después, a esa otra señora. Laura mira de nuevo por los cristales de la ventanilla, y viendo que atraviesan por un estrecho camino de carros a través del campo, exclama: -Señor Semión ¿a dónde me lleva usted?

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-Ya se lo he dicho, a un convento que hay en Villaverde ¿a qué viene esa desconfianza? Laura se encoje todo lo puede en el rincón de su asiento, y se pone a mirar hacia las lindes del camino, donde la luz de la luna le da un color como de plata. A la media hora el carruaje se detiene. -Ya hemos llegado –Dice Semión. En este momento, dos monjas abren la portezuela y les ayudan a bajar. Laura se queda estática. -Buenas noches –Dice una de las monjas. Y la otra añade: -Gracias a que la hermana tornera siempre está de guardia, que si no… Vamos, pasen. -Perdón por la tardanza hermanas pero es que camino y la caballería… -Semión trata de disculparse. Echan andar hacia el portón del convento que se ve a pocos pasos del carruaje. En el interior pasan a una enorme sala, con rústicas sillas, un banco junto a la pared, una mesa en el centro, dos ventanales con postigos de madera y algunos cuadros de temas religiosos. Semión nota que Laura se desvanece, y le dice a una de las monjas: -¡Acerque una luz! La señorita ha perdido el conocimiento. La hermana Patrocinio alumbra con un candil, mientras que la hermana Virginia ayudada por Semión, la llevan a una celda del piso principal; Una vez aquí, la tumban en un camastro y como el frío es intenso, la hermana Patrocinio se dirige a un armario, saca una colcha raída y la tapa. La hermana Virginia, cierra los postigos de un ventanuco y después de echar un vistazo a Laura, les dice: -Salgamos. Luego subirá la hermana Constanza que sabe de estas cosas, a ver como sigue. La hermana Patrocinio coge el candil y se dirigen a la sala. En ella, la hermana Virginia, se dirige a Semión:

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-Diga a la señora Marquesa, que a la señorita Laura mañana mismo, se le iniciará como novicia en el convento –Hace una breve reverencia y añade-: Nosotras nos retiramos; Dentro de dos horas, nos esperan las maitines. La hermana Patrocinio deja la luz sobre la mesa y salen. Semión coge el candil, se dirige a la capilla y alumbrando el rostro de Beatriz, le dice en voz baja: -la señora marquesa puede comprobar, que he cumplido mi promesa. -¿Ya está aquí? –Le pregunta. Se levanta del banco y los dos se encaminan hacia la puerta de la calle. -Si señora. Y según me ha dicho la hermana Virginia que le dijera, mañana mismo ya será novicia. -Perfecto -Beatriz hace un gesto de satisfacción. En la puerta les espera Arcadia Gormovejo; La tornera con un manojo de llaves colgando de la cintura. Semión le dice: -Ya sabe usted mis instrucciones; La dejo al cuidado de la novicia Laura. Que no le falte de nada. La señora marquesa y yo, volveremos en unos días, para comprobar que todo marcha bien. Interviene Beatriz: -Si algo fuera mal, que se acerque un mozo del pueblo a mi casa y que lo comunique ¿De acuerdo? Y Semión añade: -¡Ah! Y si pregunta la novicia el por qué de este claustro, usted no sabe nada. -Si señores. Así lo haré. Responde Arcadia, mientras les acompaña al coche que les aguarda al borde del camino. Semión aconseja a Beatriz: -Abríguese señora; La madrugada está muy fría. Los dos se suben al carruaje y se dirigen a Miranda.

***

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Este mismo día Boris Belchite, recibe una carta de Marie Jeanette Kelly refiriéndole, que Pedro Campoy se halla herido. Apenas lee la carta, indaga en los círculos de amistades, la causa del duelo y su desenlace. Y de esta investigación deduce que Daniel, ha jugado un papel importante en el drama. Bien informado, se dirige a ver a Dorotea. -Pedro está herido –Le dice. Ella se estremece de un modo notable: -¡Dios mío! ¡Herido! –Exclama. -Si y grave. Esta tarde le operan; Tiene una bala en el cráneo y se ignora el resultado de la extracción. He recibido una carta en la que me dan la noticia, después he procurado socavar información y nada ignoro –Sonríe maléficamente. Boris le entrega la carta y ella después de leerla, dice: -Pero los tribunales castigarán ese delito. -El desafío, se ha llevado a cabo, con el rigor que marca la ley en estos casos. El contrincante de Pedro, murió allí mismo en el lugar del encuentro; Su muerte será poco sentida; Era un hombre ordinario y grosero; Uno de esos matones de oficio, dispuestos siempre a batirse por un puñado de oro. Daniel tuvo buena elección con el sujeto y gracias a eso, Pedro vive. Grave, pero vive. -¡Daniel! –Dorotea hace una mueca de extrañeza- ¿Qué parte tiene mi hermano en este asunto? Boris le sonríe: -La más directa. Tú hermano es más peligroso de lo que aparenta. Le falta determinación es cierto, pero en cambio es retorcido y rico. Y no le importa sacrificar algunos miles de reales, para satisfacer sus pasiones. -¡Explícate Boris! Entre nosotros, las palabras de doble sentido y los secretos están de más. Desgraciadamente veo, que nuestra empresa encuentra obstáculos que no había previsto. -Yo pienso lo contrario. -¡Cómo!

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-Creo que nunca has estado en mejor situación, para lograr el afecto de Pedro Campoy. -Te escucho con la mayor impaciencia. -Ante todo, comienzo por decirte que ha sido tu hermano el que ha postrado a Pedro en la cama; Como a Daniel le falta valor pagó al buscapleitos Anselmo Liébana, una cantidad importante de dinero, para que le liberase de su rival, por el amor de Laura. Dorotea le interrumpe: -La estupidez de mi hermano la entiendo, pero que me favorezca la gravedad de Pedro… -Puede que esta situación haga, que se cumplan tus sueños; Por eso, debes coger una pluma y escribirle una carta a su madre concebida poco más o menos, en los términos siguientes: Señora doña Estrella de Capdepón. Con profundo dolor, he sabido la desgracia que le aflige al mejor de nuestros vecinos, al más amante de los hijos y al más noble de los hombres. Y con el espíritu sobrecogido por el dolor, escribo a usted estas líneas, para manifestarle la honda pena que experimento. Mi mayor placer. Mi único anhelo en estos momentos tan dolorosos para una madre que como usted cifra toda su felicidad en la dicha de su hijo, sería tener su consentimiento para poder presentarme en su casa y ser útil al pobre herido y a su afligida madre. No juzgue usted esta carta, más que como un arranque generoso del corazón. Soy señora, una joven que vive de sus rentas, retirada del mundo y llorando la reciente pérdida de mi padre. Vivo en la misma calle que usted. Así pues, si me honra admitiendo mi ofrecimiento de enfermera, me creeré muy honrada. Soy de usted… Cuando él termina de explicarle como debe estar redactada la carta, le pregunta: -¿Qué? ¿Qué te parece? Algo así ¿no? -Un poco cursi; Se nota que eres un poeta de pacotilla y un loro de los libros de derecho, pero servirá. -He aquí la razón por la que te he dicho antes, que el viento de la suerte te venía de cara. Y con respecto a lo de cursi; Doña Estrella rinde

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culto a la etiqueta y a la educación. Y es de todo punto imposible, que deje sin respuesta una carta concebida en estos términos. -No dudo que me conteste –Responde Dorotea con enorme júbilo. -Casi me atrevo asegurar que aceptará el ofrecimiento y en este caso, la aproximación tuya a Pedro, será un hecho. Una vez conseguido esto, como según el facultativo, debe permanecer en cama dos meses, tienes tiempo para ganar su corazón ¿Y cuanto no puede hacer una joven enamorada en este plazo, dedicándose a aliviar los padecimientos de un hombre? Además, contamos con un ayudante poderoso; M. J. Kelly; Esta muchacha va a ser en esta aventura, la que ponga el nexo de unión entre el alma del joven herido con el de la enfermera. Con que así, no perdamos tiempo; Coge una hoja de papel, vitela y escribe la carta. -Yo no tengo tu labia, para convencer a la gente; Díctamela tú. -No tengo inconveniente, siempre y cuando que me invites al teatro esta noche. Cuando termina, Plácido, un criado, la lleva a su destino. Pasan quince minutos durante los cuales Dorotea, espera impaciente de pie, detrás de los visillos. Por fin, se oye al criado en la antesala, pedir permiso para entrar. -¡Adelante! –Dice Dorotea, yendo hacia la puerta. Plácido entra en el gabinete; Lleva una pequeña bandeja de plata en la mano y sobre ella, dos cartas. Las coge y las entrega diciéndole a cada uno: -Esta es la contestación de la señora vecina y esta otra, me la dio don Lorenzo Chapman para el señor Belchite, diciéndome que es urgente. -Con tu permiso… -Le dice Boris a Dorotea, mientras abre el sobre. -Si, léela, que yo haré lo mismo con la mía –Contesta ella, mientras le hace una seña al criado, para que se retire. Su carta dice: <Señorita Dorotea Omsagry: En estos momentos de indefinible amargura, cualquier palabra de consuelo dedicada a una madre afligida es de profundo agradecimiento.

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En esta casa donde impera el dolor, no pueden cerrarse las puertas a los corazones generosos. Así pues querida amiga, puede venir cuando guste, en la persuasión de que nunca podré pagarle el consuelo que me ha inspirado la lectura de su carta. Su más atenta y segura amiga. Estrella>. Dorotea se vuelve hacia donde está Boris y le ve, con la carta entre las manos y murmurando. -¡Soy un imbécil! ¡Un cándido! Yo tengo la culpa. -¿Pero que te pasa amigo mío? –Le pregunta ella. -No es nada –Contesta muy serio. -¿Me ocultas tus penas, cuando yo te desnudo las mías? Él vacila un momento: -Pues bien –responde con resolución-, lee mi carta. Dorotea la coge: <Querido Boris: Justo Millán ha desaparecido de Miranda y como tú eres su fiador por la suma de veinticinco mil reales, no te queda otro recurso que satisfacerlos hoy mismo, a los prestamistas del casino si no quieres verte en un conflicto deshonroso ante la justicia. Te espero en el Café de Yury esta tarde a las cinco, para darte más detalles No faltes. Manuel Leguineche>. Dorotea se la devuelve y le entrega la suya diciéndole: -Amigo Boris, debes dejar el juego y las mujeres de mala vida. Nadie está libre de una desgracia, sin embargo, las que se pueden remediar con dinero, no deben afectarnos mucho. Mira lo que me escribe la madre de Pedro. Mientras Boris lee la carta, ella desaparece del gabinete, regresando al poco rato con un fajo de billetes en la mano: -Toma -le dice- y paga esa deuda del ingrato amigo, que tan sin miramientos te compromete.

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-Pero no puedo aceptar… -¡Bah! Tú más que un amigo, eres un hermano. -En ese caso, lo acepto en calidad de préstamo. -Bien, como quieras. Sé que nunca me lo vas a devolver. Con tal de que no me pidas más, me conformo. -Bueno, después de esto, ya no hace falta que me invites al teatro esta noche. -No pensaba hacerlo ni con esto, ni sin esto. Y ahora, tú a pagar esa deuda y yo, a conquistar el corazón de Pedro. -¿Y cuando nos veremos? -Esta noche a última hora. Boris sale de la casa, con los veinte mil reales en el bolsillo y diciendo: -La carta ha surtido un gran efecto; Bueno es ir explotando la mina, por si el día menos pensado se pierde el filón. Dorotea, entra en su dormitorio y comienza a cambiarse de ropa. Cuando termina, se mira al espejo: -¡Oh! –Se dice-. Doña Estrella verá en mi forma de vestir más que la vanidad, la modestia. En estas ocasiones, conviene producir buen efecto. Si conquisto las simpatías y el afecto de la madre, tal vez me sea más fácil interesar el corazón del hijo. En este instante un pensamiento asalta su mente: -¿Estará Laura junto al herido? Esto sería un obstáculo para mis planes. Pero no debo retroceder ante esa expósita. Poco minutos después Dorotea es presentada por Elena a doña Estrella en el salón de su casa.

Capítulo LII

Antonia en vano espera toda la noche y la mañana siguiente a Laura. A las dos de la tarde, se presenta en la puerta de la casa un hombre vestido de librea.

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Antonia le hace pasar y él le pregunta: -Señora ¿vive aquí un teniente retirado, que se llama don Vladimiro Zelo Gorquié? -¡Aquí es! –Contesta ella, con evidente nerviosismo- ¿Qué se le ofrece a usted? -Me llamo Amadeo, el criado doña Estrella de Capdepón y vengo a decirle en su nombre, que diga usted al señor Vladimiro tenga la bondad de pasar por su casa. -¡¿De pasar por su casa?! -Si, eso me ha dicho la señora, que le diga. -¡Pero santo varón! ¿Pero cómo ha de pasar por casa de nadie, si está preso? -¡Preso! -Si preso. -La señora ignoraba sin duda, esta desgracia y el caso es que el señorito Pedro se halla gravemente herido y por eso, doña Estrella quería que pasase el señor Vladimiro a verle. -¡Herido el señorito! -Si señora; Creo que tuvo un desafío y le trajeron a su casa muy mal herido. Calcule usted el disgusto de su madre. Antonia se lleva las manos a la cabeza: -¡Pero esto es una pesadilla! Ni en mis peores sueños… -¿Con que usted dice, que don Vladimiro se halla preso? -Si señor ¿No le digo? Se lo llevo anteanoche la policía y ni vuelve él, ni vuelve mi señorita, ni don Semión ¡ni nadie! ¡Y para postre, el señorito Pedro herido! ¡Cuando se entere la pobre Laura! Que buena verdad es, que las desgracias nunca vienes solas ¡Dios mío! Cuando el criado se marcha, Antonia dejándose caer en una silla, dice: -Esto no puede seguir así. Como Laura no venga en cinco minutos, doy parte al comisario de distrito, para que la busque. Mientras tanto, camina por la Ronda que conduce a los soportales, un hombre cubierto con una descolorida y sucia capa, y un sombrero de fieltro negro.

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Aparenta unos cincuenta años. Su barba y sus cabellos, le dan a su rostro una gravedad que impone un gran respeto. Sus ojos, tienen cierta expresión melancólica. En su mejilla izquierda y medio oculta por la barba, se observa una cicatriz que le cruza la cara desde la frente, hasta el cuello. Su traje desteñido y sus botas claveteadas, están cubiertos de polvo y barro. Un zurrón de lienzo color negro con tirantes de orillo, le cuelga de la espalda. Cuando llega a casa de Vladimiro Zelo se detiene, exhala un suspiro, se lleva la mano izquierda al pecho y mientras da un golpe con la cantera de su bastón sobre la puerta, dice: -¡Ave María! Antonia levanta la cabeza y viéndole a través de la ventana, le grita: -¡Dios le socorra, hermano! El viajero, empuja la puerta con la empuñadura del bastón y entra. Antonia va hacia él, secándose las manos en un mandil: -¡Le he dicho a usted, que Dios le socorra! –Le repite. -¡Válgame el cielo, Antonia! ¡Y qué frágil está tu memoria! –Replica el desconocido con grave voz. Ella se le acerca aún más: -¿Qué quiere usted? ¿Y qué quiere de esta santa casa? ¡Ah! Y lo más importante ¿Cómo sabe que ese es mi nombre? El avanza unos pasos, se quita el sombrero y le dice: -¿Ya no me conoces? Antonia retrocede y se lleva una mano a la boca: -¡Pues que! ¿¡Resucitan los muertos!? -No Antonia; Los muertos no abandonan sus tumbas, para visitar a los vivos. No temas, lo que ven tus ojos es real –Le sonríe-. Soy el Capitán Félix Veracruz, efectivamente. Y ahora dime ¿Dónde están Laura y mi leal amigo Pedro? Antonia se echa a llorar.

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Capítulo LIII

El día ocho de agosto del año 18…; Una mañana al romper el día, el vecindario de Covarrubias, en la alta montaña de Aidiven se reúne a las puertas de la casa por donde, según la voz pública, debe salir un reo de muerte. El condenado es Félix Veracruz; Un oficial republicano, al que los soldados de Su Majestad van ajusticiar. Un piquete de doce hombres recién incorporados a filas, y un oficial se hallan formados delante de la puerta. Puede advertirse en los semblantes de aquellos hijos de la guerra, cierta preocupación por la responsabilidad que les aguarda. Son las siete de la mañana. Se abre la puerta y sale el reo cogido del brazo del cura párroco. Los soldados abren filas; El sacerdote y don Félix ocupan su puesto. El oficial que manda el piquete, da la orden y se ponen en marcha por la calle inmediata. La sentencia debe ejecutarse, en las tapias del cementerio a quinientos pasos del pueblo. Al llegar se detienen y el oficial se adelanta con un pañuelo en la mano, para vendarle los ojos al condenado. -Señor –le dice Félix-, he visto muchas veces a la muerte de cerca; Permítame que la vea ahora frente a frente. -Mi capitán –responde el oficial-, voy a cumplir con el penoso deber que se me confía. Se vuelve para ponerse al frente del piquete y da la orden: -¡Soldados! ¡Concluyamos con la misión encomendada! Félix ve como el pelotón avanza cuatro pasos, hace la señal de la cruz sobre su pecho y espera. Suenan dos detonaciones; El capitán cae desplomado. El sacerdote corre arrodillarse a su lado; El rostro de Félix cubierto de sangre, apenas se distingue.

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El oficial creyendo haber cumplido la misión encomendada, abandona el lugar seguido por sus soldados. El cura le pide a uno de los curiosos del pueblo, que se han acercado para ver la ejecución, que ayude al sepulturero a meter el cuerpo en el interior del cementerio, rogando al mismo tiempo a los demás vecinos, que se retiren a sus casas y le encomienden a Dios el alma, del que acababan de fusilar. El Capitán es colocado al borde de una fosa recién abierta. El camposanto de Covarrubias tiene una casa y una Capilla; En la primera vive el enterrador con su hija y en la segunda, el sacerdote del pueblo. El sepulturero se sienta impasible, sobre el montón de tierra removida, que debe cubrir los restos del capitán. Y sacando una bolsa de badana del bolsillo de su chaqueta, se dice para su capote: -Fumemos un cigarro y luego le damos tierra al prójimo; Total ¿Qué prisa le corre ya? A él lo mismo le place ir al hoyo hoy, que mañana. Lía con cachaza el cigarro, enciende la yesca y se pone a fumar con enorme satisfacción. De vez en cuando se fija en el cuerpo que yace a su lado y una de las veces, dice: -¡Calla! ¡Dios en Cristo! Juraría que ha movido una mano. Pues no te lo voy a consentir; Como continúes gastándome esas bromas, te encajo en el hoyo y te cubro de tierra ¡no sea que se te ocurra echar a correr! -Ríe. Se coloca el cigarro entre los labios, se levanta para poner manos a la obra, pero cuando extiende los brazos para cogerle por los pies, cree oír un débil suspiro y ve que su pecho se agita con fuerza. -¡Canastos! –Se dice retirando las manos y rascándose el cogote- ¡Este hombre aún vive! En este momento el cura, sale de la Capilla y se le acerca: -¿Por qué no está enterrado el reo? –Pregunta.

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-¡Toma! Porque nunca había visto un reo tan vivo; Llevo mucho años de enterrador, mi padre también lo fue, y no recuerdo haber visto ningún cadáver que mueva las manos y se queje como este ¡Mire! ¡Mírele usted, señor cura! El sacerdote deduce que el piquete ha errado la ejecución, se arrodilla junto al cuerpo y comienza a reconocerle: -¡Oh! ¡Dios mío! –Exclama-. Este hombre aún respira ¡Si pudiera salvarle la vida! -Y levantándose le dice al sepulturero-: Ayúdeme y llevemos a este infeliz a su casa. -Señor cura ¿a mi casa? -¿A dónde si no? –Le mira fijamente. Poco después, el capitán se halla tendido sobre un jergón. -Escucha Juan Simón –dice el sacerdote-, tú puedes hacer una obra de caridad. Sé que eres bueno y que tu corazón no ha de vacilar en esta ocasión, pues se trata de ser útil a un hermano en penas y amarguras. -¡Ya lo creo! El señor cura no tiene más que mandar y será obedecido. -Ya lo sé. Y por lo mismo te ruego que vayas al pueblo, que busques al médico y que le traigas; Pero te encargo con mucha eficacia que a nadie, absolutamente a nadie digas, lo que ha sucedido. Piensa que si así no lo haces, además de faltar a los deberes de cristiano, caerá sobre tu cabeza la muerte de este infeliz, a quien aún podemos salvar. -Pierda usted cuidado señor cura, que su boca será medida y la mía más muda, que la de los que descansan en este santo lugar. -Anda con Dios Juan Simón y no te detengas en ninguna parte, que en estas ocasiones un minuto suele significar la vida. Cuando el sacerdote se queda solo, busca por la cocina una cazuela, y echando en ella agua y vinagre, comienza a lavarle la cara. -¡Oh, Dios mío! –Implora- Derrama tu divina misericordia sobre este ser inocente y tórnale la vida a este cuerpo, que la mano vengadora de los hombres han querido arrebatarle. De vez en cuando, pone una mano sobre el pecho de Félix y murmura: -¡Aún respira! ¡Cuán inexplicables se muestran a veces los designios del hacedor!

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El médico de Covarrubias, es un joven sin más patrimonio que su título y sus ganas de ser útil a sus convecinos. Cuando llega a casa del enterrador, el cura se halla sentado junto al jergón y le dice: -¡Doctor, salve usted a este infeliz! Éste sin responder comienzo a desnudarle con la ayuda del sepulturero y cuando termina, les explica: -Tiene tres heridas; Una en el carrillo izquierdo, que puede calificarse de ligera, pues solo se ha llevado la piel; Otra en la parte superior de la cabeza, de la que no puedo apreciar su intensad en este momento y la otra, en el hombro derecho, la cual me inspira más preocupación. Estas heridas han dejado al cuerpo desangrado. -Y bien Pregunta el sacerdote- ¿Qué podemos esperar? -Muy poco. Pero como un médico nunca debe perder las esperanzas, le haremos cuanto antes la primera cura, para lo cual, necesito que Juan Simón baje a mi casa, a por el botiquín de campaña. El practicante que ya le conoce, se lo entregará. Juan Simón sale en busca del encargo. Mientras tanto el médico y el párroco, se encargan de hacer vendas de una sábana que les da la hija de Juana Simón. De pronto el médico se para y mirando al sacerdote, le dice: -¿Sabe, pienso que deberíamos participar de lo ocurrido a la Prefectura de Gobernación? -¡Dios nos libre de semejante cosa, doctor! Darían parte de denuncia a Miranda inmediatamente y este hombre, a quien tal vez podamos salvar, volvería a ser fusilado y esa vez, con peor suerte para él. El médico se encoje de hombros y sigue cortando vendas. -Nosotros amigo mío –añade el cura-, ejerzamos en este trance la santa misión de los hermanos de la paz y la caridad, al pie del patíbulo. A Dios le importa un rábano, si este caballero es monárquico o republicano. Si piensa así o a sao. Si se viste por los pies o por la cabeza. A Dios le interesan las almas y este hombre aún conserva dentro de sí la suya;

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Dejemos que siga ahí dentro, que algún bien hará y nada más nos ha de preocupar. -Sin embrago –responde el doctor- será difícil que podamos terminar nuestra labor, sin que sepan en el pueblo… -Si el herido permaneciese en esta casa, no digo que no, pero tengo un pensamiento que para llevarlo a cabo, espero contar con usted; Esta noche le trasladaremos a la Torre de doña Elvira; Es una molinera honrada y que respondo de su silencio. -Bien pensado; En esa casa, no le ha de faltar buena cama y mejor asistencia. Y como solo se halla a tres cuartos de legua del pueblo, enclava en el monte, no será fácil que le descubran. El doctor hace una pausa, un gesto de desagrado, y sigue: -Pero este hombre, solo puede ser trasladado hasta allí, en un carro y sobre colchones. Y teniendo mucho cuidado, pues no respondo de que en un vaivén, se muera en el camino. -Así lo haremos, y para que nadie pueda revelar nuestro secreto, usted y yo solos, conduciremos el carro. -Cuando las heridas están vendadas, lo más importante es reanimar aquella naturaleza desfallecida, por la pérdida de sangre. El médico logra abrirle la boca e introducirle algunas gotas de arveja. Cuando el doctor y el sacerdote, comprenden que allí nada mas les queda por hacer, se separan quedando convenidos en que a la noche vendrán a ver al enfermo, pactando entonces según se encuentre, la hora de su traslado. A penas el cura llega a la sacristía, le escribe una carta a la molinera, concebida en estos términos: <Alma de Dios. Doña Elvira: Dispón un cuarto y una cama, para hospedar a un caballero bastante enfermo, que el doctor Elías y yo mismo, iremos a llevarte esta noche. Es conveniente guardar la mayor reserva, por las razones que ya te explicaré. Si no temiera ofenderte, te diría, que corren de mi cuenta los gastos, que este favor proporcione a tu generoso y caritativo corazón. Don Buenaventura. Párroco de Covarrubias>.

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A la hora convenida, don Buenaventura y Elías se reúnen y minutos después, se hallan en el cementerio. Juan Simón, les recibe en la puerta. -¿Cómo sigue? –Le pregunta el doctor. -Ni habla, ni se mueve. A pesar de haberle hecho beber la arveja que usted me indicó. Entran en la estancia donde se halla el herido y luego de reconocerle, dice Elías: -El pulso ha adquirido alguna fuerza, pero muy poca. En caso de salvarse, la curación será larga; Por lo menos un año. Ha perdido mucha sangre. Don Buenaventura se acerca la cama y le pregunta: -¿Cree usted que debemos trasladarle esta noche? -Es muy arriesgado, pero aquí no puede estar. -Dios proteja nuestras buenas intenciones. Y salen del cementerio. Esta misma noche a eso de las diez, un carro tirado por una mula, va por un camino vecinal que bordea la falda de un cerro. Como la luna está en creciente, puede verse al cura párroco con su sotana negra y raída, llevando a la mula del cabezal. El carro camina muy despacio; El arriero trata de evitar las sacudidas y baches, que se presentan. De vez en cuando se detiene y se inclina, para quitar del camino alguna piedra desprendida del monte. En el interior del carro, se ve al Capitán Félix tendido sobre unos colchones y al joven médico que con frecuencia, le coloca su mano sobre el pecho del herido. Por fin, después de dos horas de camino se detienen delante de una casa bañada por la clara luz de la luna. Unos perros ladran y una voz de mujer les impone silencio. Don Buenaventura se acerca al portalón, golpea las aldabas contra la madera y grita: -¡Abre Elvira, somos nosotros!

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Ella les hace pasar: -Bunas noches señor cura y la compañía. El carro entra al patio central y el herido es trasladado a una cama que Elvira le tiene preparada. -Dejémosle que descanse del viaje –Elías mira hacia la ventana-. Cierre usted doña Elvira y salgamos donde podamos hablar. Se dirigen a un cuarto de estar y allí, don Buenaventura, le relata a la dueña de la casa, todo lo acontecido en ese día. -No tengan ustedes desconfianza –Pone los dedos en forma de cruz y los besa diciendo-: Juro por esta que cuidaré del herido, como una gallina a sus polluelos. -Lo sabemos buena mujer –Contesta el párroco. Durante los tres primeros meses, Félix lucha con tenacidad entre la vida y la muerte; La esperanza de hoy, se desvanece al día siguiente. El médico a caballo, le visita dos veces a la semana y le lleva los medicamentos. Al quinto mes el capitán, empieza a decir alguna palabra y se mueve; Pide agua y se sienta en la cama. Una mañana del octavo mes, Elvira entra en el dormitorio, descorre las cortinas, abre la ventana, la luz del sol inunda el cuarto y Félix le pregunta: -¿Dónde estoy? ¿Qué me ha sucedido? Desde este momento su curación es rápida y pocos meses después, el capitán es informado por don Buenaventura, de todo lo sucedido aquel ocho de agosto, en el cementerio de Covarrubias. Cuando llega la hora de abandonar la torre de doña Elvira, es difícil reconocerle; La barba blanca y las cicatrices de la cara, le dan un aspecto demacrado y enfermizo. Don Buenaventura, que cuenta con amigos en el Convento de Zaplana a legua y media de Covarrubias, le consigue una documentación falsa y con esto, y un poco de dinero que le da don Elías, sale del pueblo completamente restablecido.

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Luego se dirige a la capital del Municipio, desde donde le urge llegar cuanto antes a Miranda.

Capítulo LIV

Cuando Antonia recobra la serenidad, hace pasar al capitán a la sala de estar y se sienta en una silla junto a la mesa del brasero, mientras atiza el carbón con la badila. -¡Pero es usted, señor! ¡Ay! ¡Que no me lo creo! –Le dice aún con el asombro en el cuerpo- ¡Usted don Félix, mi amo! Pero ¿A dónde ha estado todo este tiempo? –Le mira detenidamente, analizándole de arriba abajo- ¡Qué desmejorado viene! ¡Cuántas y grandes calamidades, que habrá tenido que pasar mi señor! -Tranquilízate Antonia. Un día más despacio, os contaré mi odisea a todos vosotros. Pero hora dime ¿Dónde está Laura? -La señorita Laura ¡Ay, señor de mi alma! En qué mala ocasión, aparece usted. Ahora que don Vladimiro está preso y que según todos los síntomas, se han llevado a la señorita Laura ¡a un convento! –Agita una mano en el aire. Félix hace un gesto de extrañeza: -¡Como que Laura a un convento! ¿Pero por qué? ¡Preso mi leal Vladimiro! ¿Y cómo es eso? –Arrastras, arrima una silla a la mesa y se sienta a la lumbre del brasero. Antonia, se saca un pañuelo del escote, se suena la nariz, se lo guarda en la bocamanga de la blusa y le dice: -Hace tres noches la policía se llevó a don Vladimiro, ya se puede usted calcular nuestra sorpresa y nuestra inquietud, después de un atropello semejante. Pasamos la noche de claro en claro la señorita yo, creyendo que le veríamos entrar por la puerta de un momento a otro. Pero ¡ya! ¡ya! Amaneció Dios, y don Vladimiro sin aparecer. Poco después, pasó a visitarnos un señor de nombre Semión Gautier, hombre, que la

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verdad se a dicha parece un santo varón, aunque ya a mí no me lo parece tanto, y al saber la desgracia que nos acontecía, pareció afligirse mucho y dijo que iba a poner en juego todas sus influencias, para sacar de la cárcel a don Vladimiro. Pasó el día, llegó la noche y volvió a presentarse don Semión diciendo que la liberación estaba difícil; Que a don Vladimiro, se le habían encontrado papeles muy comprometedores y que era preciso, que la señorita Laura fuera con él a un convento, a ver a una tal señora muy influyente en las causas de la justicia, para pedirle la libertad del preso ¡y dicho y hecho! Usted ya la conoce… La señorita tiene un corazón más bueno que el pan, y apenas escuchó que sus súplicas podrían ser provechosas a don Vladimiro, sin reparar en el frío, ni en la hora de la noche, se vistió precipitadamente y se fue con don Semión –Se da una palmada mano contra mano, en señal de huida- ¡Y aquí me tiene usted esperándola como el Santo Advenimiento, cerca de veinticuatro horas, sin saber lo que pasa y con una opresión en el pecho, que me quita el aire! El capitán responde: -¡Preso uno! ¡En un convento otra! ¡Oh! ¡Qué enorme intriga envuelve a todo esto! Antonia continúa: -Y no es eso solo, señor. Sino que hace bien poco, se ha presentado en esta casa un criado de doña Estrella, la madre del señor Campoy… Félix la interrumpe: -¡Doña Estrella! ¿Qué relación os une con la madre de Pedro? -¡Pues no es nada lo del ojo, señor! Como se suele decir –Se acomoda mejor en la silla-: Le cuento; La señora doña Estrella, le profesa a la señorita Laura un cariño, que ni el de una madre; Como que estaba todo convenido para casarla con su hijo. -¡Laura y Pedro comprometidos! -¡Vamos! –Replica ella entre suspiros-. Al principio doña Estrella era reacia a esa relación, pero ahora… ¡Si cuando yo digo, que con todo esto acabaré trastornándome el juicio! Pues verá; El señorito Pedro se presentó en Noas, a participarnos la mala nueva de la muerte de usted.

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Parece ser, que no le disgustó el trato angelical de mi señorita y le hizo ofrecimientos dignos, de una persona tan honrada y buena como él, pues le dijo: El Capitán Félix Veracruz, fue como un hermano para mí y a tal honor, si algún día precisan de mi apoyo, no tienen más que acudir en mi busca. Luego se marchó del pueblo y como el pícaro de don Cosme, nos echó de la casa, sin consideración alguna, nos encontramos la señorita y yo, como suele decirse en mitad de la calle. Entonces fue cuando nos vinimos a Miranda a refugiarnos en esta casa. Mientras tanto, el señorito Pedro mandó a su madre el pueblo en nuestra busca; Pues ¡es claro! que no nos pudo encontrar porque ya no estábamos allí. Más como para los enamorados hay cierta providencia, un día me encontré de bruces con el señorito Pedro, le referí lo que nos había acontecido, se presentó en esta casa y poco después, un día, la señora doña Estrella vino a pedir a don Vladimiro la mano de Laura para su hijo Pedro, y todos nos quedamos esperando el día del enlace matrimonial, que según los planes de los jóvenes enamorados, no debe de tardar mucho. Como ve don Félix, la felicidad pues, nos hacía viento por los cuatro costados, hasta que ocurrió de golpe todo lo malo; Meten preso a don Vladimiro, se llevan de casa a la pobre señorita y además de esto ¡Ay señor! Don Pedro, debe tener indudablemente algún enemigo oculto, pues según parece se halla gravemente herido. ¡Herido! –Exclama Félix-. ¿Herido a causa de qué? ¡Y por quien! -Nada más sé. No hace mucho, acaba de comunicármelo un criado de doña Estrella –Hace una pausa y sigue-: Un duelo, creo saber. -¡Dios mío, tengo que encontrar a Laura, visitar a Pedro y rescatar a Vladimiro! –La mira fijamente y le pregunta-: Recuerda ¿quién se la llevó? -Don Semión como le dije, señor; En un carruaje, a ver a una señora, a un convento… En este momento Daniel, aparece en el porche de la casa; Está pálido y su traje cubierto de lodo:

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-¡Antonia! –Grita y avanza hasta que ella le abre la puerta-. Dispensen ustedes si vengo a interrumpirles, pero el vivo interés que me inspira la señorita Laura… Al oír ese nombre, el capitán bruscamente se levanta de la silla y le pregunta con cierta impaciencia: -¿Viene usted a traernos noticias? ¿Sabe usted donde se halla? -¿Aún no ha vuelto? –Pregunta Daniel, mirando a Félix con curiosidad y de arriba abajo. -¡Calla! –Exclama Antonia-. Tú eres Daniel, el hijo de don Cosme; Ese viejo avaro, que nos puso en el arroyo tan pronto supo de la muerte de nuestro benefactor. -Si, yo lo soy –Responde él-. Pero nada tuve que ver con su decisión. Ese señor que usted dice, creo recordar que se llamaba Veracruz, la había comprado en retroventa y terminado el plazo, la casa paso a ser de padre. Reconozco que su comportamiento no fue muy acertado con ustedes, pero yo no soy culpable. Además, hace años que murió y dejemos pues tranquilos, a los que la tierra cubre. -Este señor tiene razón Antonia –Dice Félix-. Las culpas de los padres, no deben recaer sobre los hijos. Ella, se muestra reacia a aceptar las explicaciones de Daniel y dice: -Y no solo es lo de tu padre, sino que también se yo que en Noas, andabas rondando a la señorita Laura, a capa y espada. Félix vuelve a intervenir: -¿A qué conduce perder el tiempo recordando lo pasado? Sin duda el caballero, viene a traernos noticias de Laura –Se dirige a él- ¿Sabe usted dónde está? Antonia esboza una sonrisa irónica: -Este rufián un caballero… David le responde al capitán: -Por desgracia nada puedo decir; La casualidad me puso en situación de saberlo todo, pero una circunstancia inesperada frustró todos mis planes –Se pone un dedo sobre los labios-. Sin embargo, conozco al

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raptor; Al hombre que abusando de la confianza de los dueños de esta casa, se llevó a Laura; Ese hombre es don Semión Gautier. Interviene Antonia: -Que la tiene ese sinvergüenza ya lo sabemos ¿Pero dónde? Daniel se encoge de hombros. El capitán vacila un momento y luego se dirige a él: -¿Quiere unirse conmigo para liberarla del cautiverio? –Hace una pausa y añade- Puesto que según parece usted, es la única persona que puede darme alguna pista. -¡Sí! –Exclama Daniel, mientras hace la señal de la cruz con los dedos y se los besa. Antonia le dice al capitán: -No sé yo, si fiarme mucho de aquí, de… Don Félix continúa: -Un momento joven, porque aún no he terminado. Júreme usted por su honor… Antonia vuelve a interrumpir: -¡Honor! ¿Pero qué honor va a tener aquí milhombres? El capitán la mira con gesto serio y sigue: -…por la memoria de sus padres y por la salvación de su alma, que no revelará a nadie mi identidad. -¡Lo juro! ¡Lo juro! –Tose con fuerza y saca un pañuelo del bolsillo- ¡Oh! Si usted comprendiera lo que siente mi corazón, no manifestaría esos temores. -Pues bien joven. Yo soy Feliz Veracruz Lemarroy -¡Usted! –Exclama Daniel retrocediendo. -Si yo. Mira a Antonia: -Pero… ¿Es posible eso? ¿No estaba usted muerto? -Desaparecido –añade Antonia- no muerto, desaparecido. Si estuviera muerto, no estaría aquí platicando. Don Félix se impacienta y dice:

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-En otra ocasión más propicia, le contaré como escapé de la muerte; Ahora, solo pensemos en Laura. Así pues, le ruego que me diga todo lo que pudo averiguar sobre su rapto. -Dispense usted señor capitán, mi natural sorpresa. -Abreviemos –le dice Félix- todo lo posible; El tiempo es muy precioso en estos mementos. -Si señor. Tiene usted razón; Lo primero es el amor que me inspira, amor puro y desinteresado y que ella no ignora… Antonia, le hace un gesto al capitán, para decirle: -Ella le rechazó hace años, pero él insiste como un plomo. -¿Qué usted ama a Laura? –Le pregunta Félix extrañado. -Hace dos años capitán, que por ella abandoné mi pueblo después de muerto mi padre. Por ella compré la casa inmediata, desde donde he podido verla alguna vez en el jardín. Sé que está prometida a otro –baja la mirada- y designado con mi suerte, sufro en silencio este desamor. -Bien. Pero ahora lo principal, es encontrarla –Responde Félix-. Lástima grande ha sido, que la fatalidad no le permitiese seguir al carruaje, pues ahora sabríamos su paradero. Antonia interviene para decir: -Yo no me fiaría mucho de las intenciones de este pazguato. Pero si el señor don Félix que es el amo, decide hacerle caso, pues adelante. -Mire Antonia –Le responde el capitán-, es el único que nos puede llevar a su cautiverio, y si no… -Por eso no debemos desalentarnos –Habla Daniel-. Señor capitán, conozco al que se la ha llevado y además, tengo amistades en Miranda que si fuera preciso, pondrían en jaque a toda la policía ¡Aparecerá! ¡Si, aparecerá! Me lo dice el corazón. -Usted me da confianza, joven –Le dice Félix. -Este muchacho todo lo apaña sacándose el fajo de billetes –Interviene Antonia. Daniel continúa:

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-Esta misma noche, buscaremos a un joven músico que toca el piano en el Café de Yury; Le he visto muchas veces con el señor Gautier; El nos guiará a su paradero. -Si, no pierdan tiempo ¡Oh! Quién sabe si a estas horas… -Antonia se echa las manos a la cabeza. Daniel mira su reloj: -Son las seis de la tarde, dentro de dos horas el pianista se hallará en el café, hasta entonces nada podemos hacer. -¿Pero no sabe usted donde vive ese joven músico? -Lo ignoro, capitán; Antes vivía aquí en los soportales, pero ahora no lo sé. Daniel, mira detenidamente los ropajes de Félix y le dice: -Señor capitán, mi difunto padre se portó con la señorita Laura, de una manera bastante despiadada. Su conducta, tal vez sea la causa –mira a Antonia- de que se me mire en esta casa con recelo y desconfianza… -Le vuelve a dar otro ataque de tos. Antonia le interrumpe: -No es por eso. Es porque está mal de… -Se toca la sien. Daniel sigue: -… sin embargo, yo no soy responsable del proceder de mi padre y si no temiera ofender a usted… Félix interviene: -Jamás el rencor ha tenido cabida en mi corazón; Olvido al pasado, ya que en el presente, se ha hecho usted digno merecedor de mi confianza. -…gracias caballero. Pero permítame decirle que poseo una gran fortuna y que ella, y mi persona, están a sus órdenes –Le vuelve a mirar los ropajes-. Tal vez en las circunstancias presentes, carezca usted de fondos; Honrado y mucho quedaría yo, si aceptara usted algún anticipo de mi mano. Antonia le replica: -¡Te estás acercando a la yesca, para coger tajada y vas a terminar quemándote, gañan!

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-Gracias joven –Le contesta Félix-, pero nada necesito. Supongo que más adelante, mis queridos amigos Vladimiro y Pedro, tendrán alguna ropa para que pueda quitarme estos harapos que me cubren –Se lo toca-. Nadie me reconoce; Tal es el cambio que el infortunio ha causado a mi persona. Ya no me reconozco como el Capitán Félix Veracruz; Soy un hombre sin patria, sin posición social y con un futuro incierto; Soy nada, no lo olvide usted joven, y para ser nada, nada necesito. -Aquí no señor –Contesta Antonia con cierta pena-. Aquí y para nosotros, siempre será usted don Félix Veracruz. Después Daniel sale de la casa, diciendo que volvería antes de las ocho. Antonia se dirige a donde está sentado Félix y le dice: -Señor, pase al aseo. Si quiere le preparo un grande barreño de agua tibia y mientras tanto, le busco algo de ropa que encuentre en el ropero del señor Vladimiro. Cuando va a salir se vuelve y añade: -¡Ah! Y una copiosa olla de guiso caliente, que de seguro que de buen fogón, hará años que no se lleva cuchara a la boca. -Así es, mi fiel Antonia.

Capítulo LV Cuando Laura recobra el sentido, dirige una mirada a todo lo que está al alcance de sus ojos. -¡Gracias le sean dadas al Señor! –Le dice Arcadia. Entonces Laura se vuelve y la ve, con un frasco de agua de colonia en la mano. La hermana tornera continúa: -Hace más de media que empleo todos los remedios caseros que se conocen para devolver a usted el sentido ¡Jesús! No he visto nunca un desmayo tan tenaz; Llegue a creer que era usted difunta.

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Laura se levanta del camastro y corre hacia la puerta. Arcadia va en su busca y pasándole el brazo por el hombro, la conduce hacia una silla mientras le dice: -Vamos, vamos que no es la cosa para tanto; Aquí estará usted como la reina en su trono ¡Jesús! No parece si no, que está usted muda y lo sentiría con el alma y la vida, porque un rato de conversación no viene mal de vez en cuando. -¡Ah, hermana! –Exclama Laura- ¿Por qué se me conduce a este convento? ¡Quiero ver a don Semión! ¡Quiero salir de aquí! -Eso es querer muchas cosas y yo no tengo facultad para conceder nada, pero mañana u otro día, cuando venga el señor Gautier, entonces… Laura se vuelve a levantar y dice: -No, no. Quiero salir ahora ¿lo oye usted? ¡Ahora mismo! O de lo contrario, me arrojaré por el balcón y no faltará quien se encargue de vengarme. -La amenaza es el peor camino que pueda usted emprender. Yo estoy curada de espanto y además, los balcones están enrejados y con las mamparas echadas, así que lo más que puede hacerse, es un chichón en la cabeza el darse con los postigos. -¡Pero Dios mío! ¿Cuál es el propósito de tenerme enclaustrada? -Eso no es cuanta mía; Allá se las componga la superiora, el señor Gautier y la señora marquesa. A mi solo, lo que me han dicho: Hermana Tornera, tenga mucho cuidado con la joven que le encomendamos; Si quiere comer, que coma; Si quiere beber, que beba; Si quiere dormir, que duerma; Si quiere pasear, sáquela usted al campo y que pasee. Y en cuanto a obedecer las órdenes que me dan, puede decirse que soy como un sargento de la Guardia Real. -Está bien. Ahora dígame donde está el aseo. Arcadia se levanta de la silla y la acompaña. Cuando vuelve con ella, le dice antes de salir: -Estoy en la celda inmediata, si necesita algo, no tiene más que tirar del llamador de la campanilla, y me tendrá aquí en un suspiro.

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Cuando Laura se queda sola, se sienta en una silla junto a la mesa, apoya los brazos en ella con las manos sobre las mejillas y reflexiona: -¿Quién puede haber hecho esto? No puedo soportarlo; Guardo tan mal recuerdo de de las monjas del Convento de la Encarnación Agustina, que esto no puedo soportarlo –Mira en derredor suyo-. Ese infame hipócrita de don Semión, ha abusado de mi confianza ¡Mira que desde el primer momento sospeché de él! Tanto agasajo y pantomima no era normal. Incluso llegue a pensar, que le había inspirado alguna pasión amorosa. Mira que se lo advertí a Antonia; Ese hombre no es de fiar. Nadie regala nada y ese viejo con tanta visita a casa y tanta atención, es que a cambio, algo buscaba y mira por dónde, ha salido cierto lo que yo pensé. Como decía sor Inés, aquella monja de la Encarnación que Dios la halla perdonado, fíate de tu mejor mentor y no corras -Hace una pausa-. Debo ser valiente ante los acontecimientos que sin duda me esperan. Pedro sabrá encontrarme y Antonia… La pobre Antonia ¡qué mal lo debe estar pasando! Seguro que ella y Pedro, estarán haciendo lo imposible por encontrarme ¿Pero qué será mientras tanto de Vladimiro? ¡Oh! Quiero estar serena y me aturdo cada vez más. La celda en la que está es fría, tiste, oscura y muy pequeña; Apenas quince metros cuadrados, donde se distribuye un camastro, a su lado una mesita de noche con una jarra de barro encima y un libro de oraciones. Enfrente un armarito. En el centro una mesa y encima de ella, una imagen de la fundadora del convento y un quinqué. Una silla junto a una de las paredes. Un ventanuco y en el cabecero de la cama un crucifijo. Al extender la mano para coger la imagen, ve la nota que poco antes había escrito Semión y se la guarda en la bocamanga de la camisa. Se levanta, se acerca a la mesita de noche, coge le libro de oraciones, vuelve a la mesa, se sienta y empieza a leer hasta que anochece. A la mañana siguiente, cuando la primera luz del día se cuela por los intersticios del ventanuco, ve entrar a Arcadia. Se le acerca, mientras le dice: -Si la señorita quiere desayunar, pida lo que tenga por costumbre, que se le servirá.

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-Puede decir a esa gentuza, que no quiero nada –Responde Laura con altivez. -Lo de gentuza, no lo dirá la señorita por las pobres gentes de esta aldea que ni la conocen, ni la han faltado a usted, en lo más mínimo. Ni tampoco por las hermanas del convento, que lo único que han hecho es recogerla a petición de unos fieles de Miranda. -No hermana tornera. No lo digo por ellos; Sino por sus amigos; Semión y una señora que veníamos a ver ¡y que entre los dos, han preparado esta fechoría! -No son mis amigos. Ya se lo dije ayer tarde; Obedezco lo que me han dicho que haga y lo hago -Calla durante un momento y sigue-: Así que no quiere desayunar, que se muere el cabo que no como rancho que se suele decir por estas latitudes. -No quiero nada. -Nada es tan poca cosa, que la señorita acabará por morirse de hambre. Porque ha de saber, que a todo se acostumbra el cuerpo menos a no comer. -Si los que abusando de mi credulidad y me condujeron a este convento, creen que soy de aquellas mujeres que tienen en más estima la vida que la libertad, están en un error. Puede usted decirles que sus planes de meterme en este claustro, no les servirán de nada. -Confío en que la señorita cambie de parecer. -No creo. -No le importa enfermar si no come. -Estoy acostumbrada a pasar calamidades ¡que piensa! que soy de esas señoritas que no saben ponerse los zapatos por si solas. -Calamidades ¡que sabrá usted alma de Dios, lo que son calamidades! Calamidades las tendrá si enferma por no comer. Además, a sus años la vida tiene encantos irresistibles ¿No le importa perdérselos? -¿Aquí dentro? –Responde Laura-. Qué encantos tiene este lugar precisamente, para una muchacha de mis años. Se levanta del camastro, coge una bata del armario, se la pone y se sienta junto a la mesa.

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Continúa: -Aquí por ustedes; Las hermanas, Semión y sus cómplices, se está amenazando mi existencia. Si dejo de comer, les ahorro el trabajo de que me maten. -¡Líbreme Dios de asegurar semejante cosa! Pero ¿Quién habló de amenazas? –Se hace la señal de la cruz sobre el pecho-. Pues si la señorita no quiere comer, que no coma… Laura guarda silencio y de pronto, como si una idea le asaltase, le responde: -Es imposible que usted haga esto por Dios. Si es el dinero lo que la conduce a servir a ese hombre, deje que me vaya y su ambición será recompensada. La tornera se queda unos segundos pensativa y responde: -Eso quiere decir que usted es rica. -No lo soy, pero tengo conocidos que darían lo que poseen por verme libre. -Siempre es una ventaja, en algunas circunstancias de la vida, conocer alguien con posibles, pero no puedo hacer nada, porque hice voto de pobreza y a él me atengo sin que me pese –Hace una pausa y sigue-: Sabe que haré, yo traigo el desayuno, se lo dejo sobre la mesa y si quiere lo toma y si no… Pues ¡allá usted! Sale de la celda. Laura en el pasillo, empieza mirar detenidamente cuanto la rodea: Una hilera de puertas que son las demás celdas. Enfrente una serie de ventanas y entre ellas, unos cuadros religiosos y al fondo una escalera.

El ventanuco de la suya da a un corral.

Capítulo LVI En el Café Yury, Boris y Cesar están sentados frente a una mesa, junto a una ventana que da un patio de corrala.

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-A rey muerto rey puesto –Dice Cesar-. La columna crítica de arte sin Pedro Campoy, habrá quedado vacante y será para el primero que llegue. Se acerca a la mesa y añade bajando el tono de voz: -Así que amigo Boris… ¡Tú eres el único que escribes! -Yo no me comprometo por menos, de trescientos reales al mes –Le contesta. -Si te pagan eso, irán a la banca rota –Cesar busca al mozo con la mirada y sigue-: El que ha hecho buena suerte, es nuestro amigo David al buscarse una mujer con grande dote. -La suerte no es para el que la busca, sino para el que la encuentra –Responde Boris-. Yo no he tenido el gusto de tropezar con esa señora y me gustaría conocerla. -No te quejes, que a ti tampoco te han ido tan mal las cosas –Le mira detenidamente-. De cómo vistes ahora, a como vestías antes… Boris mueve un dedo en el aire para decir: -Cierto amigo mío, pero la vida es una cadena de acontecimientos que se eslabonan, sin que se prevea cual va a ser su fin. -Seamos francos y dejémonos de filosofías baratas. Tú no eres el de antes; Ese joven simpático, mujeriego, pendenciero… -Cesar busca la palabra adecuada-; Ahora estás como… como más introvertido. Más maduro pero en negativo; Como si te hubieras hecho responsable de tu vida de repente. Boris se mira el traje y luego responde: -Si me juzgas por la fachada sí que he cambiado, pero en mi interior sigo siendo el mismo –Se recoloca el corbatín-. Una cosa es como visto y otra, como pienso. -No hace mucho, nos unían lazos casi fraternales; Hoy solo nos vemos de tarde en tarde. Se pasan las semanas, sin que vengas al café, y David ya, ¡con la que le ha caído encima, ni para qué te cuento! Ese hace meses que no aparece por aquí. Boris hace un gesto de comprensión y trata de explicarse: -Esa no es razón para que dudes de mi amistad. Tengo negocios que reclaman mi presencia en otra parte, pero cuando quedo libre vengo a

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echar una parrafada con vosotros. Así pues, os prohíbo a ti y a David, que dudéis de mí; Soy y seré siempre el mismo. Y en cuanto a tu mala suerte, no le eches la culpa a nadie más que a ti; Tienes la masa entre las manos como suele decirse ¡pues amásala hasta darle la forma que tú desees! Y así es como hay que enfrentarse a la vida. -A que te refieres –Le pregunta Cesar. Boris se acerca aun más a la mesa y en tono confidencial, le dice: -Es muy sencillo, berzotas; El periódico, para el que escribe Pedro Campoy, que por cierto está malherido, ha entrado en quiebra ¿Quién compra un periódico local, que solo publica reseñas teatrales y bodas de la aristocracia? ¿Eh? –Hace una pausa y sigue-: Funda tú uno que trate la política a fondo; Con energía y ninguna aprensión. Dejando atrás la conciencia y buscando el provecho, antes de que te des cuenta, crecerás como la espuma y tu nombre aparecerá en las listas del Congreso. Cesar se echa a reír: -¡Un periódico político! ¿Estás loco? -Cuerdo y muy cuerdo, querido amigo ¡Te falta ambición! -Me falta dinero; Para sacar un periódico a la calle, se necesita mucho dinero. -Así es. Y puedes contar con un socio capitalista. Solo falta que digas que sí y si no lo haces, luego no digas ¡qué bien vive Boris! En cambio yo… -Hace una mueca de tristeza con los labios. -¿Y quién es ese socio? -Durante unos segundos le mira en silencio y sigue- ¡Ah! Tú. Desde que frecuentas la mistad de cierta señorita llamada Dorotea, manejas el capital que te da la gana. -Daniel. Me refiero a Daniel. Cesar se echa hacia atrás en la silla y levanta un brazo: -¡Ese ya ni nos conoce! Y menos a mí. -Busca el camino para que te conozca. -¿Cómo? Boris llama al mozo: -Por favor, dos jarras de buen vino y un par de pájaros. Luego se dirige a su amigo:

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-Bien, te enseñaré a caminar porque está visto que sin mí, no llegas ni a esa puerta –La señala. Se acerca el mozo y les sirve. Boris mientras tanto guarda silencio y cuando éste se aleja, continúa: -Daniel es tonto. No tiene amigos y hasta su hermana se ríe de él. Necesita afecto, pero sobre todo sentirse útil ante los demás. Si eres listo y sabes llevarle a tu terreno con adulaciones, tienes el éxito asegurado. Cesar después de un silencio, responde: -Puede que sea una buena idea. -Tienes que hacer algo más que estar aquí… -Boris le da una palmada en el hombro y continúa-: Os reunís unos cuantos camaradas a murmurar de los poetas y literatos. De los pintores y músicos. De los políticos y banqueros… Perdiendo lastimosamente el tiempo que os ha tocado vivir. -Sin embargo, convendrás conmigo que en esta ciudad y en este país ¿qué otra cosa se puede hacer hoy en día, que no sea eso, perder el tiempo hablando de cosas intrascendentes, en reuniones de comadres? La política de este gobierno es un desastre. -Lo mismo que la de todos poco más o menos; El mundo es así y depende de vosotros que os levantéis de la silla y deis la voz de alarma ¿y de qué mejor forma, que desde un periódico? -Tú harás fortuna querido Boris, tienes carácter para ello. -Ya tengo fortuna y precisamente la tengo por no quedarme dormido, ante los devenires de la vida. Haz tú lo mismo Cesar. El mundo recibe a los emprendedores con los brazos abiertos. -Con la única diferencia que a unos los coge de la mano y a otros, les empuja al abismo. -¿Lo intentarás? -No es tan fácil como tú crees. -La fuerza de voluntad y la fe en sí mismo, obran milagros. Cesar mira su reloj y dice:

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-En fin. Procuraré seguir tus sabios consejos y mañana me logras una entrevista con tu amigo memo, para que ponga la primera piedra de mi periódico. En este momento, se abre la puerta del café y entran Daniel y Félix Veracruz. -¡Eh, mira quien aparece! –Exclama Boris, indicando con la mirada a los recién llegados. -Si –Responde Cesar mirándoles-. El joven es Daniel, pero al viejo no le había visto nunca por aquí ¿Tú le conoces? Boris le contesta: -No. Y que mala pinta tiene; Parece un bandolero. -Este inesperado encuentro, me hace concebir esperanzas de llevar a cabo la idea del periódico –Cesar sonríe. Félix coge por un brazo a Daniel y le dice: -Ya sabe usted, que nadie debe saber quién soy. -No lo olvidaré –Le responde, mientras se vuelve-. Pero no veo a David en el piano. -Podemos preguntar al mozo por él –Aconseja Félix. -Creo más conveniente, que nos dirijamos aquellos jóvenes que ocupan la mesa del rincón. Tal vez puedan darnos noticias de lo que buscamos. El capitán viste un traje y una capa, que le ha dado Antonia de Vladimiro. Así como unas botas camperas y un bastón de caoba con empuñadora en forma de gárgola. Cuando se acercan a la mesa, los dos amigos se levantan y Boris les ofrece ambas sillas. -Ante todo señores –dice Daniel tomando asiento junto a Félix-, tengo el gusto de presentaros a este caballero amigo mío, que está de paso en Miranda. Y estos son también amigos míos –Les señala-; El señor Boris Belchite y el señor Cesar Palazuelos; Estudiante de derecho uno, y el otro de medicina. Aunque sus verdaderas vocaciones son la poesía para Boris y la pintura para Cesar –Sonríe. Félix responde, con una breve inclinación de cabeza:

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-Encantado de conocerles. Es un placer encontrarme ante tan ilustres caballeros. Daniel mira el piano y dice: -Según veo han ocurrido novedades en el café; Nuestro insigne y aventajado pianista, no ocupa su puesto, como siempre. -David –contesta Boris- ha cambiado su situación social; El pianista del Café Yury vive ahora nueve o diez escalones por encima de nosotros. -Celebro infinito su prosperidad –Dice Daniel. Boris vuelve a llamar al mozo y cuando éste se acerca, le pide otras dos jarras de vino y cuatro pajaritos. Luego comenta: -A eso se reduce su ambición, porque David tiene el feo vicio de soñar con la gloria. -¡Ah! Según eso ¿usted no es partidario de que un artista persiga el éxito? –Pregunta Félix. -¡Dios me libre de semejante pensamiento! A lo que llamo vicio, es a soñar con la gloria en lugar de ir abiertamente a buscarla allá donde se encuentre. Daniel se dirige al capitán: -Debo prevenir a usted que Boris es muy positivista. -Esa es la escuela que predomina en este siglo –Responde Boris, en tono altisonante. -Preciso es confesar, que los intelectuales que pueblan este siglo intentan que cambie para bien. -Pero Boris que se precia de lógico acaba de caer en una contradicción –Exclama Daniel. -¿Cuál? –Pregunta Boris. Daniel se saca un pañuelo del bolsillo, se lo pone sobre los labios, tose y continúa: -Dices que David, sueña con la gloria y al mismo tiempo afirmas, que ha subido de categoría sobre sí mismo. -¿Quién lo duda? –Contesta Cesar-. Nuestro músico codicia la fama de los grandes maestros. Su ambición no tiene límites; En cuanto a la

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gloria, aún se encuentra lejos del puesto que sueña, pero no lo está tanto de la fortuna. -¿De la fortuna? –Pregunta Daniel- ¿A qué fortuna te refieres? Boris le da una palmada en el hombro y le dice: -¡Se nos casa! Amigo Daniel; David se nos casa. -¡Diantre! –Le responde sorprendido y le pregunta- ¿Y con quién si no es un secreto? -¡Un secreto a voces! –Dice Boris riendo. -Nada de secreto –Interviene Cesar-. Si tú no vivieras tan encerrado en ti mismo lo sabrías también. Porque en las reuniones nos se habla de otra cosa. -Pues no sabía nada ¿Y quién es ella? Boris se inclina hacia adelante y de manera confidencial, dice: -Nada menos que con la muy noble y muy rica, Marquesa de Patallo, doña Beatriz Belmonte. -¿Pero como diantre ha llegado a conocer a la marquesa? –Pregunta Daniel. -Según parece, ha sido la música la que les ha unido –Habla Cesar. Félix pregunta: -¿Y cree usted que esa señora a la que se refieren, terminará casándose con él? O se arrepentirá el día menos pensando. Según les he oído decir, ella posee un título nobiliario y él, no es más que un músico de café. -Que se casan es seguro –Le contesta Boris-. Por lo menos, es lo que se asegura en los mentideros de la villa. -Tengo entendido, que esa señora tiene ya más de cuarenta años –Interviene Daniel, poniendo énfasis en sus últimas palabras. -En tal caso, los lleva muy bien; A pesar de la edad, para mí es muy hermosa. -Yo pienso y ha sido siempre mi estandarte, que para los placeres del corazón no hay edad –Félix les mira de uno en uno y luego pregunta- ¿No están ustedes de acuerdo? -Totalmente caballero –Responde Boris. -Estoy con usted, señor –Añade Cesar.

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Daniel guarda silencio y luego dice: -De modo que nuestro pianista, ha desertado para siempre del café. -Sí. Hoy desdeñaría tocar aquí –Contesta Cesar. -¿Sabéis dónde vive ahora? –Pregunta Daniel. -Sí. En un palacio pisando mullidas alfombras y haciéndose servir por criados de librea –Habla Boris. -¡Diantre! –Exclama Félix-. El salto ha sido grande para ese joven. -¡Ya lo creo! –Cesar se inclina hacia adelante, para decir en tono confidencial-: Y tiene coche y cochero a su disposición. -¿Sabes querido Cesar –dice Boris-, que destilas envidia? -No, en absoluto. No cambio mi vida por la suya –Hace una pausa antes de seguir-. A David tal vez le guste, pero yo no viviría en un sitio así. Boris se dirige a Daniel: -¿Por qué no le haces una visita? Vive en el primero bajo, del palacio de la marquesa. Félix exclama: -¡Cómo! ¡En la misma casa que su prometida! -A la marquesa no le importa el qué dirán –Contesta Boris. Y añade Cesar: -Hace Bien; Es preciso sobreponerse a la maledicencia. Daniel mira su reloj y dice: -Verdaderamente David, es un joven con suerte; Hace poco que vino a la capital, pobre y sin más amparo que la de su amigo Semión, y hoy… -Creo –continúa Boris- que ese señor le aprecia mucho. -Todo cuanto es, se lo debe –habla Cesar-, pues él, le presentó a la marquesa como maestro de música, y un tiempo más tarde, empezaron las relaciones. Además según parece, Semión es el hombre de confianza de esta dama en cuestión. Boris interviene: -David sin embargo, ha luchado durante algún tiempo entre el amor y el interés y solo ha cedido al interés, cuando ha visto que el amor le rechazaba.

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-¿Rechazado por quién? –Pregunta Daniel. -Frágil eres de memoria –le contesta Cesar- pues tan pronto olvidas a la joven del Portillo de Valsalobre; Laura Avonavia. -¡Laura! –Exclama Daniel. Félix trata de disimular su asombro y antes de hacer algún comentario, que delatase su relación con ella, responde: -Parece ser que esa señorita tiene muchos pretendientes. Me gustaría conocerla. Daniel le mira y Boris le contesta: -Pues, si se queda usted algún tiempo más en Miranda, puede que la conozca, caballero. Mira a Daniel y continúa: -Tú se la puedes presentar ¿verdad amigo? -Con mucho gusto –Le responde. Y luego se dirige a Cesar: -¿David, se le declaró a Laura? -Si a Laura –Contesta con cierta paciencia Interviene Boris: -David llego a amarla con todo su corazón, pero pronto se persuadió de que ella no le correspondería nunca, pues se halla en desposorios con don Pedro Campoy, así que decepcionado nuestro amigo casamentero, se decantó por la marquesa; Que duelos con pan son menos, según dicen. Cesar añade: -Doña Beatriz, la marquesa, aporta una buena dote –Ríe- ¡Oh! David es un camarada que sabe aprovechar el tiempo y las ocasiones. Félix se dirige a Boris: -Según parece, se halla usted perfectamente enterado de todo lo que concierne a ese tal David. -Soy su amigo y más de una vez, me ha consultado el camino que debería seguir, de modo que si contrae matrimonio con la marquesa, me sentiré orgulloso de haber contribuido a su engrandecimiento económico. El pobre se hallaba indeciso entre el amor y el interés, y al final ha

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prevalecido la razón, como debe ser. –Se queda mirando a los demás, en espera de su aprobación. -Y dice usted, que ese caballero… -Félix hace memoria- …Semión, es un hombre influyente en los asuntos de la marquesa. -Así lo creo, señor –Le responde Boris- a juzgar por el cargo que desempeña en la casa. Félix coge el bastón y les dice a Boris y a Cesar: -Gracias caballeros por su grata compañía. Y luego a Daniel: -Amigo mío, no debemos perder tiempo. Se levantan, se despiden y se encaminan hacia la puerta. Cuando los dos amigos se quedan a solas, comenta Boris: -Es preciso que me entere quien es ese caballero. -Para mí lo más inquietante es saber de dónde viene. Cesar hace una pausa antes de continuar: -¿No te parece un tipo muy extraño? -¿Lo dices por las cicatrices de la cara? -No sé. No solo por eso; Hay algo raro en él. Se quedan en silencio

Capítulo LVII

A las ocho de la tarde, en su casa de Miranda, Beatriz está sentada enfrente de una chimenea en el gabinete del recibidor. Al término de una hora, se descorre el portier y se presenta Semión. -¡Ah, por fin! –Exclama ella. -He venido lo más aprisa que me ha sido posible, señora. -¿Ha estado en Villaverde para ver a la novicia? Me tiene preocupada. -No comprendo porque la señora se atormenta sobre todo, cuando las circunstancias vienen a favorecernos –Hay un silencio-.

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Arcadia me ha escrito una carta –se la queda mirando y le aclara-, ya sabe la hermana tornera, en la que me participa que a la novicia, se le ha metido en la cabeza, no comer, y teme que dada su débil naturaleza, acabe por minar su salud, hasta hacerle caer enferma. Se acerca una silla junto al fuego de la chimenea, y añade: -Es preciso evitar que tal cosa le ocurra, porque nosotros somos responsables de su vida, en estas circunstancias. -No creo que llegue a tanto; Cuando le apriete el hambre, verá usted como empieza a alimentarse –Responde ella. Semión acerca sus manos al fuego y dice: -Señora marquesa si me permite le explico mi parecer sobre este asunto; Me refiero al hecho de mantener a esa joven en el convento; He pensado que puesto que el señorito David, ya vive en el palacio, y que está muy pronta su boda con usted, el motivo de enclaustrarla para que él no la vea y la olvide, ya no ha lugar ni tiene razón de ser. Así que si le parece creo, que la podíamos llevar con doña Antonia ¿Qué le parece? Y que sea su aya, la que cargue con la responsabilidad de si enferma o no enferma. Beatriz se queda un momento pensativa y luego responde: -No sé. No sé yo si él aún la quiere o si la ha olvidado ya. Y sobre todo ¿Sabe lo que más me inquieta? Y si después de la boda, y una vez que ha conquistado mi buena posición, quiere conquistar su juventud. -¡Por Dios señora marquesa! Con la confianza que usted me abre su alma, le abro yo mi opinión al respecto; Esta siendo un tanto retorcida, malpensada, pesimista y parece que se complace en ello ¿no cree? Se preocupa por nada señora. David está prendado de usted, lo sé. Y ni esa joven, ni ninguna otra mujer, podrá hacerle cambiar el amor que le profesa ¡De verdad! Ella le sonríe: -Usted siempre allanándome el camino; Cuando yo lo veo empedrado, usted me hace verlo liso. Él hace una breve reverencia:

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-Siempre a su servicio señora. Mañana temprano, iré al pueblo, hablaré con Arcadia y sobre el terreno, decidiré el camino a seguir. En esto se oye un golpe en la puerta y una voz: -¡Soy yo Beatriz! -Es David –Dice ella-. Retírese y ya me contará la decisión que tome, sobre Laura. -Así lo haré señora. Descuide. Semión se cruza con David a la salida. El cambio que ha experimentado es notorio; Pues viste traje a la moda, patilla de hacha, pelo engomado, chaleco de punto, zapatos de ante, sombrero, y bastón con empuñadura de plata. Beatriz al verle entrar, le alarga su mano y expresa su alegría, diciendo mientras se le acerca: -Te agradezco que vengas tan pronto esta noche. Él ocupa la silla que acaba de dejar libre Semión y después de besarle la mano, le dice: -Esperaba encontrarte rodeada de invitados, en una de esas tertulias que preparas. -Ya sabes que me van cansando esas reuniones, donde la etiqueta me obliga a prescindir de tu compañía; Así que he dado orden de no recibir visitas, mientras tú estés conmigo. -Eso es un sacrificio, que no puedo menos que agradecerte, porque con lo que te gusta a ti la vida social… -No creas. Últimamente estoy mejor sin toda esa algarabía. Antes, esas luchas de opinión, esas agudezas de ingenio que se mantenían en mis salones, me agradaban. Hoy pienso de distinta manera y es porque tu presencia llena todos mis momentos. El joven músico, le coge las manos y le pregunta: -¿Me amas mucho, verdad Beatriz? -¡Oh Dios Mío! No encuentro palabras, con qué expresarte lo que siento como cuando ahora, mis manos descansan entre las tuyas ¿Quién hace infinita mi felicidad sino tú, con la extrema delicadeza con la que

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me tratas? –Hace una pausa-. Aunque… Aunque algunas veces me pregunto, si dudas de mis sentimientos. -No dudo de ellos, ni tampoco de los míos hacia ti -La mira con gesto de ternura-. He venido a decirte una cosa sobre nuestro enlace; Mira Beatriz, si yo no fuera consciente de los favores que me dispensas y del amor que me profesas, sería un ingrato. Pero tengo orgullo y no seré tu esposo, hasta que me haga un nombre en el teatro. -¿Y para qué quieres tú esa gloria y ese renombre? -Quiero honrar a mi esposa. -Ya me honras con tu cariño. -¿Dudas de mis posibilidades cono autor? -Si dudase de ti en cualquier término, no vivirías conmigo en mi casa. -Entonces… -¿Y cómo piensas triunfar en el mundo de la música? -Estoy escribiendo una ópera. -¡Jesús! –Exclama ella-. La empresa es arto difícil y en lo que a nosotros respecta; Advierte que el plazo que fijas, puede ser muy largo. -No. Espero que no. El primer acto ya lo tengo. -Una vez terminada vendrán las dificultades de llevarla a escena, ya sabes; Empresarios, directores, selección de intérpretes, ensayos ¡el estreno y las críticas…! No dudo de tu capacidad como músico. No dudo de tú éxito, que sé que lo tendrás. Me da miedo el circo que rodea a ese mundo farandulero, interesado y corrompido, que es el teatro de Miranda. David alza la mirada y como si soñara, le responde: -Estrenaré en el mayor teatro del mundo; En la capital del arte -La mira fijamente-. Y tú me acompañarás –Luego hace una pausa y añade-: Todo querida Beatriz se reduce, a retrasar un año nuestro enlace. -¡Un año! Eso es una eternidad ¿No lo comprendes? -¡Bah! Tengo la certeza de que ni tú misma crees en eso que has dicho; Entre los preparativos y planificaciones de la boda, en menos de que te des cuenta, habrán pasado los meses y a mí, me habrá dado tiempo a terminar la obra. En este momento el criado, pide permiso para entrar:

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-La señora marquesa me dispensará, si me atrevo… -¿Qué ocurre Zacarías? –Ella le interrumpe. -Dos caballeros aguardan al señorito David, en su gabinete. -¿Dos caballeros? –Pregunta Beatriz. -Si señora. -¿Qué facha tienen? -El uno es joven, pálido y delgado; De media estatura y viste de luto. El otro es un señor de barba blanca, con una profunda cicatriz en la cara, y mirada triste. -¿Quiénes podrán ser? –Se pregunta Beatriz-. Con esas señas… No conozco a nadie ¡y menos con una cicatriz! -Pues con esos indicios, yo tampoco -Añade David. Ella se dirige al criado: -Zacarías, debió usted haber dicho que el señorito David no recibe a estas horas. -Así lo hice señora, pero el caballero marcial me contestó, que tenía precisión absoluta de ver al señorito y que estaba resuelto a esperarle el tiempo que fuera necesario. -Entonces, en estos casos la respuesta es: No está en casa y no volverá hasta dentro de una semana –Le contesta Beatriz-. Y si insisten; ¡A la calle con ellos! -La señora comprenderá que eso no es tan fácil de hacer, como de decir, sobre todo si uno de los caballeros peina canas. -No se pierde nada con verles –Dice David-. Diga usted que bajo al momento. Zacarías sale. David se dirige a ella, y le pregunta: -¿Me concedes permiso para verles y saber así, que quieren con tanta urgencia? -Alguna cosa que indudablemente, será una estupidez –Le responde en tono seco. -¿Quién sabe? A lo mejor es algo importante, a juzgar por la tenacidad que han puesto en verme a estas horas.

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-Comprenderás querido David, que son muy inoportunos. Y Debes acostumbrarte viviendo aquí a no ser tan condescendiente con la gentuza. Porque seguro que esos son gentuza. A nadie con un mínimo de sentido común, se le ocurre ir de visita a casa de unos desconocidos, a unas horas tan intempestivas. David se levanta y dedicándole una sonrisa, sale. Unos minutos después, se descorre la cortina de terciopelo, que cubre la puerta del gabinete y entra Semión despavorido: -Creo que la señora no ha demostrado esta vez la energía que la distingue, para seleccionar quien entra en su casa. -¿A qué viene eso? –Contesta Beatriz, un tanto seria. -De los visitantes que va a recibir el señorito David, al más joven creo conocerle; Se trata de Daniel, un buen ejemplar en lo malo se refiere; Retorcido como zorro viejo y más hipócrita, que el demonio. Al otro, al caballero de más edad, no me suena su cara, aunque a ésta, habría que echarle valor para mirarla, pues le corre una cicatriz desde la frente, hasta el cuello. Si el señorito David les recibe, cosa que está a punto de hacer, no creo que sea un acierto. Beatriz, se da una pausa antes de responder y luego le dice: -Pienso que en esta ocasión, no está usted acertado. El que mi prometido reciba o no reciba visitantes en esta casa, que es la suya también desde hace un mes, es asunto nuestro ¿No le parece? -Solo he querido advertir a la señora marquesa y no era mi intención malhumorarla. Hace años que estoy a su servicio y como ambos nos conocemos perfectamente, espero que a mis palabras, no de otra importancia que la que yo, he querido darles. -Está bien, pero no olvide que la decisión de a quien se recibe y a quien no en esta casa, me corresponde a mí y en un futuro, al señorito David. -Desde luego señora. Está muy claro –Le hace una pequeña reverencia y continúa-. Y ahora, si la señora me da permiso para retirarme, volveré a última hora para saber cuál ha sido el resultado de la entrevista. -Le enviaré recado con Elena.

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-Estaré en mi habitación, con la natural impaciencia. Sale del gabinete.

Capítulo LVIII

Después que Semión se marcha, Beatriz se queda unos minutos reflexionando y de pronto, como si una idea le asaltase en su mente, se levanta, coge una bugía, sale del cuarto, cruza un pasillo, baja una escalera excusada y se detiene en un recibidor de la planta baja, delante de la puerta que da paso a los aposentos de David. Apaga la bugía, abre la puerta procurando hacer el menor ruido posible y andando de puntillas se oculta detrás de un biombo. Desde esta posición, puede ver y oír a David, a Daniel y a Félix, que están sentados delante de una chimenea. -Usted me dispensará caballero –Le dice Félix a David-, si venimos a importunarle a estas horas de la noche, pero sabrá usted, que las circunstancias nos obligan a ello, pues se trata de salvar a una joven a quien se ha robado de su casa. Al oír esto, Beatriz se estremece. -No comprendo en qué, puedo serle yo de utilidad a esa joven –Le responde David. -Precisamente usted, es quien puede darnos algún dato, que nos haga encontrar al hombre que tuvo la audacia de cometer tan incalificable felonía. -¡Yo! No comprendo. -Si usted joven Usted que le conoce –Le repite Félix. -Pero bien ¿quién es ese hombre? ¿Cómo se llama? -Semión Gautier –Interviene Daniel. -¡Semión! ¡Mi maestro! ¡Oh! ¡Eso es imposible! -Eso mismo hubiera dicho yo –habla Daniel-, si no tuviera pruebas, para afirmar lo contrario.

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-Créame caballero –Añade Félix-, hay suficientes indicios, para acusar al señor Semión de ese delito. David se queda mirando a Daniel y éste le dice: -Amigo mío. Yo conozco perfectamente al señor Semión; Le he visto muchas veces en el Café Yury y creo, que no es tan fácil que le confunda con otro. Pero además, por si eso fuera poco, yo soy el que le vio entrar en un coche, llevando del brazo a la joven que nos ocupa. Yo soy el que siguió a ese coche, sin arredrarme la velocidad de su carrera y hubiera descubierto el paradero final, a no impedírmelo una fatal circunstancia que me hizo caer al suelo del camino. Me precio de hombre prudente y antes de arrojar tan terrible acusación sobre un inocente ha sido necesario que me convenciera sin la menor duda, de que es él, quien se ha llevado con engaño a la señorita Laura. -¡Laura! ¡Laura Avonavia! –Exclama David. -Así es amigo mío –Le responde Daniel-. La muchacha del Portillo de Valsalobre, en los soportales. Interviene el capitán dirigiéndose a David, mientras se pasa la mano por la barba: -Poderosos y terribles enemigos, deben tener Laura y su fiel Antonia, pues han caído como cuervos hambrientos sobre sus cabezas. Y no es solo eso caballero; El honrado Vladimiro Zelo, que ha acogido en su casa a estas dos mujeres, el valeroso militar, que cien veces ha expuesto su vida en los campos de batalla, se encuentra hace tres días encerrado en un calabozo; Se le acusa de no sé qué delitos políticos, y esta acusación es una infamia, una calumnia y… -¡Un momento señores! –Dice David, interrumpiendo al capitán-. Ruego a usted y a ti Daniel, que dada la gravedad de estas acusaciones y como estoy en casa ajena, hablemos en voz más baja y lo suficiente, para que podamos entendernos. Les hace una seña y les conduce hasta el extremo opuesto del gabinete. Beatriz en este punto ya no les ve, pero si les oye desde su escondite. En este lugar, le pregunta David al capitán:

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-¿Dice usted, que don Vladimiro está preso? -Sí. La policía gubernamental se lo llevó hace tres noches; Registraron su casa y encontraron unos documentos que le comprometían figúrese, un pobre jardinero que daño puede hacerle al gobierno ¡Son unos asesinos! Beatriz desde su escondite piensa: -¡Este Semión es un caso clínico! ¡Mira que se lo advertí! ¡En menudo embrollo se ha metido! Y espero que de resultas, no me salpique algo a mí. -¿Sabe usted si conspiraba? –Le pregunta David. -¡Pero cómo va a conspirar, caballero! –Exclama Félix-. Don Vladimiro es un oficial retirado del ejército. Lleva años fuera del servicio. Y su vida se reduce al cuidado de su esposa enferma y del jardín de la comunidad en la que vive –Hace una pausa y luego sigue-: Además, debe tener presente que don Pedro Campoy fue herido el día antes y todas estas circunstancias, hablan muy en contra de ese tal Semión que usted conoce. -No creo que Semión, esté relacionado con el duelo que tuvo el señor Campoy –Añade Daniel. David reflexiona unos instantes y luego responde: -Estoy confundido; Por una parte, no le creo capaz de tantas infamias y por otra ¡son tantas evidencias, que no se qué pensar! Beatriz, cada vez más angustiada, se dice: -Si todo esto, fuera de dominio público ¡Dios mío, mi buen nombre! Qué necesidad había de organizar este embrollo, pero este Semión… El capitán cada vez más impaciente, interviene: -Ahora lo importante, es hablar con ese hombre y obligarle a que confiese la verdad sobre la señorita Laura y Vladimiro. Y si ha sido él con sus malas artes, el autor de esta perfidia, pues que lo pague con la justicia o con el honor; Yo mismo, por esas dos almas, estoy dispuesto a desafiarle ¡Qué caramba! Daniel trata de tranquilizarle: -No creo que sea buena idea señor. De todas formas, a ver qué opina David –Se le queda mirando, para que tome la palabra.

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-No os podéis figurar cuanto me interesa esa joven –David sonríe-. La joven del jardín, la llamo yo. Daría diez años de mi vida, por evitarle el menor disgusto… Beatriz vuelve a murmurar: -¡Ah! Si tenía yo razón al pensar que aún la amaba… David continúa: -… pero temo arriesgarlo todo con la impaciencia ¡y adiós solución! El señor Gautier vive en esta misma casa y si llega a sospechar que le hemos descubierto, todo se habrá perdido, porque aunque yo no pueda explicarme su conducta, no dejo de reconocer que es un hombre astuto y temible su inteligencia. -Y a propósito de conducta ¿Qué le habrá llevado a castigar de esta manera, a un pobre viejo y a una muchacha inocente? –Pregunta Daniel. David le mira y le contesta: -Creo sospechar de la persona inductora. -¡No seré yo! Pues lo que me faltaba por oír -Piensa Beatriz desde su escondite. Félix se dirige a David: -Entonces ¿Qué opina usted que se debe hacer? -Francamente, no lo sé. -No perder de vista al pájaro, para que nos lleve primero, al lugar donde esta Laura y después, a Vladimiro –Aconseja Daniel. -Bueno… Es una idea –David se queda pensativo y luego le pregunta- ¿Te refieres a seguirle? -Como habéis descartado el preguntarle directamente, pues la única otra opción, es esa ¡pienso yo! -¿Y quién le sigue? –Pregunta David. -¿Sirvo yo? –Se ofrece el capitán-. Él no me conoce. -¡Pues sea usted caballero! –Exclama David y acto seguido se dirige a Daniel-: Tú viste donde se dirigía el coche ¿No? -Le perdí cuando me caí del carruaje cerca de un ventorro, que según recuerdo, se llamaba de La Bordadora. -Entonces ese debe ser nuestro punto de referencia -Indica Félix.

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-Tenga en cuenta señor –Dice David-, que el camino donde se haya ese ventorro, puede conducir a muchos pueblos. -Pero es la única pista que tenemos –Habla Daniel. -Convengamos donde reunirnos, para ir juntos al ventorro –Propone Félix. -Tengo una habitación bastante discreta –Dice Daniel. -¿Dónde? –Le pregunta David. -En la Roda del Portillo. En Valsalobre. La que ocupaste tú, antes de vivir aquí. -¡Sea pues allí! –Responde David-. Y ahora llamemos a Semión –Mira al capitán-, para que así le conozca ¡Ah! Y cuidado con lo que se dice, para que no sospeche. David, hace sonar una campanilla que hay sobre la mesa y le dice a Zacarías cuando se presenta: -Dígale usted al señor Semión, que tenga la bondad de venir. A los quince minutos, se abre la puerta y aparece Semión. Beatriz, que le ve cuando se dirige al grupo, piensa: -¡Dios mío, el que faltaba! Los demás se levantan y David le sale al encuentro: -Semión. Maestro –Le señala a los presentes-: Bueno a Daniel ya le conoce del Café Yury y este caballero –le muestra a Félix-, hombre muy culto; Gran viajero, que recorre nuestro país de cabo a rabo, así como otros lugares del mundo y como usted en ese aspecto, tampoco le va a la zaga, he querido que le conociera antes de que se marche. Los cuatro se dirigen hacia el recibidor, mientras hacen comentarios sobre la ciudad. En un momento determinado Félix dice: -Ya es tarde señores y mañana me espera un día difícil. Así que demos por finalizada esta amable conversación –Se dirige a Daniel-. Debemos irnos ¿no le parece joven? Éste duda un instante y luego reacciona: -¡Oh! Sí, sí señor.

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Beatriz espera unos minutos en su escondite, a la espera de que se hubieran ido. Luego coge la bugía, sube precipitadamente a su habitación y una vez allí, se quita los zapatos y se deja caer sobre una de las descalzadoras. A la mañana siguiente, sobre las diez, David entra en la habitación de Beatriz. Coge una silla y se sienta. Ella al verle, le dice: -¡Ah! Eres tú. Perdona, estoy tan ensimismada en la lectura de este libro, que no te he oído entrar. -Beatriz, tengo que hablar contigo de algo importante. Beatriz deja el libro sobre una mesa y se le queda mirando: -Dime. Te escucho –Le dice. -Anoche me enteré, que alguien de esta casa ha cometido una villanía que no tiene calificación decente y esa persona, vive bajo el mismo techo que nosotros. Se trata de Semión; Mi maestro y tu apoderado. Beatriz finge asombro y responde: -Tu acusación me sorprende ¿Qué delito ha cometido? -Se trata de que se han llevado de su casa y con engaño a Laura, la muchacha del Portillo de Valsalobre. Y a su casero le han detenido, por una trama que el mismo Semión urdió. Ella se levanta, se acerca lentamente a la ventana, descorre los visillos, la abre y se vuelve a sentar. -¿Todo esto tiene algo que ver, con esos caballeros que vinieron a verte anoche? -Puede. -¡Puede! ¿Cómo que puede? –Hace una pausa-. O es que si, o es que no. Si empezamos con rodeos y devaneos ¡mal vamos! -Sí. Fueron esos caballeros los que me alertaron de lo que pasaba. Semión es culpable del rapto de esa chica y de la detención del señor Vladimiro –Otra pausa-. Así de claro. Así es la verdad. -¡Eso es imposible, David! ¿Qué interés puede tener mi secretario en…?

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-Eso aún no lo sé –Le coge las manos-. Beatriz, lo más importante ahora, no es saber por qué lo ha hecho, si no que me ayudes a encontrar a esa chica y a liberar a don Vladimiro. -¡Que te ayude yo! ¿Qué puedo hacer yo por esa gente? –Se queda pensativa y añade-: Además querido David, comprende que desde mi posición, no estaría bien que me involucrase en ese tipo de situaciones ¿Lo entiendes, verdad? Si Semión se ha metido en un lío, debe ser él quien lo arregle. Y si no… ¡Hijo mío! ¿Qué quieres que haga? -Lo puedes todo. Tú tienes muchas influencias. -No lo creas. Antes sí; Cuando se reunían en esta casa grandes personalidades del arte y la política –Mira a su alrededor con aire nostálgico-. Pero de un tiempo a esta parte, apenas les veo y no tengo mucha relación con ellos. Lo sabes. Incluso ayer te comenté que mi vida social, había sufrido un cambio radical. Pero además ese Vladimiro a quien no conozco, es un reo político ¿No? -Di más bien, que es un pobre viejo inocente, con quien se ha cometido una injusticia. -Piensa David, que el gobierno se halla en la necesidad de castigar con mano firme a los conspiradores. -Perdona que insista Beatriz; Don Vladimiro es inocente. -Entonces ¿a qué sobresaltarnos por su suerte? Cuando se descubra su inocencia… -No Beatriz no; En estos tiempos que vivimos, los políticos cometen injusticias. Y la policía gubernamental hace y deshace a su antojo, por todo el territorio nacional sin contemplaciones. Tú lo sabes. Es preciso sacar a ese pobre jardinero, de los calabozos de la prefectura de La Ronda –La mira con gesto de súplica-. Y luego, que Semión nos diga dónde está oculta Laura, antes de que sea demasiado tarde. Esos señores; Los que estuvieron anoche aquí, van a ir a buscarla, pero yo no puedo esperar más, por eso me he adelantado y vengo a pedirte ayuda. -¡Y qué nos importa a nosotros el jardinero y la muchacha! –Exclama con marcados gestos de disgusto. David hace una pausa y le contesta:

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-A mí, en mi pueblo mi madre me enseñó, que había que interesarse por los necesitados. Ella se echa a reír y le responde: -¡Pero David! La sensibilidad que transmites al componer tu música, pretendes ponerla también en la vida cotidiana. Y no tiene nada que ver; Una cosa es la quimera y otra la realidad –Se inclina hacia él-. Y la vida, querido mío, no es hacerle el bien a los demás, es procurar que los demás te que hagan a ti, el menor daño posible. -No estoy de acuerdo contigo, en este punto. Beatriz se echa hacia atrás y le mira fijamente: -Te voy hacer una pregunta importante no solo para ti, si no para el futuro de los dos. -Pregúntame lo que quieras. -Ese interés que tan de repente se ha despertado en ti y por todo lo que rodea a esa chica; Que si Vladimiro, que si… ¿sabes lo que me hace preguntarme? –Hay una breve pausa- ¿Qué si por ventura aún la amas? -No sé mentir y menos ti; La he amado, pero está prometida y procuro borrar su recuerdo de mi mente. -Luego aún la amas. -La compadezco. Me rebelo contra los que quieren hacerle daño. Y si no ¿qué significa que en el corto plazo de dos meses, hallan herido a su novio, encarcelado a su casero y ella cautiva, en algún lugar que solo Dios y su miserable raptor, conocen? Es mucha casualidad ¿o está premeditado? Vuelvo a repetirlo Beatriz, es preciso que Semión nos diga dónde se halla, y con respecto al jardinero, debes poner en juego tus influencias, para liberarle de su destierro. Se queda en silencio un instante, y luego continúa: -Quiero que te quede bien claro, que no es nada personal. Es un caso de justicia. Beatriz se toma un tiempo para pensar y al final responde: -En fin. Haré todo cuanto pueda a favor de esa gente; Esta misma mañana, le escribiré una carta al Ministro de Gracia y Justicia,

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suplicándole que ponga en libertad a ese señor y con respecto a la muchacha, cuando te marches, veré a Semión para pedirle explicaciones. -Gracias querida –Le besa las manos. -No te preocupes. David se levanta: -Ahora te dejo. Volveré a la hora de comer. Ella cuando se queda sola, hace sonar una campanilla y se presenta la doncella: -Dígale al señor Semión que venga a verme –Le dice. A los cinco minutos, éste entra en el gabinete: -Me ha dicho Rosa, que quería verme la señora. -Así es Semión; Coja una silla y siéntese, que tengo que hablar con usted. Él le obedece y nada más sentarse, comienza por decirle: -Ruego a la señora marquesa, que no se sobresalte. Dicen que yo he robado de su casa a la señorita Laura y que por mí, está preso el señor Vladimiro. Pues bien, como sabe la señora, es cierto. Y lo hecho, hecho por usted ha sido; Por su felicidad y por no verla con esa cara triste, que se le pone cuando está sola. Se saca un pañuelo del bolsillo y se suena la nariz. Luego continúa: -Pero como no quiero que se disguste conmigo, por las malas artes que empeñé; Lo mismo que me he metido yo solo en este lío, pienso salir de él, yo solo. Y por supuesto, sin que a la señora le salpique un tanto así –hace un gesto con los dedos- de esta maraña orquestada por mí –Coge la silla por el asiento y se acerca aún más a ella-. Lo único que le pido es que me perdone y si merezco algún castigo salarial, pues que lo aceptaré de buen grado. -Me alegra mucho oírle decir eso; Sobre todo, lo de salpicarme a mí. Y en cuanto al salario, al término de su gestión para solucionarlo, hablaremos. -Usted no se preocupe señora. Déjeme a mí. Semión abandona el gabinete y Beatriz se sienta frente a un escritorio, coge recado de escribir y empieza a redactar una carta.

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Capítulo LIX

Pedro Campoy, permanece aún convaleciente en su casa y aunque la operación de extraerle la bala, se ha efectuado con éxito, su recuperación es lenta y difícil. Son las diez de la noche. De vez en cuando se oye en la calle, a través de la ventana entre abierta, el golpe del bastón sobre el suelo de algún sereno y el paso lento de un carruaje. La zona de la casa que ocupa Pedro, es una sala con alcoba totalmente alfombrada. En la chimenea arde y chispea la lecha y junto a ella, se ven dos butacas tapizadas de raso malva. En el centro de la habitación, hay una mesa de palo de rosa y encima sobre una bandeja; Vendas, redomas y dos bugías. Debajo de un fanal puesto sobre el mármol de la chimenea, marca las horas un reloj de bronce. Sentadas están doña Estrella, Dorotea y J. M. Kelly. -Hace tres noches que la señora no duerme de un tirón –Dice M. J. Kelly, mientras lía una vendas. -Efectivamente y espero que no le cueste una enfermedad –Objeta Dorotea, a la vez que cose el bajo de una falda. Doña Estrella, levanta los ojos de un libro y responde: -Me sería de todo punto imposible, dormir ocho horas seguidas. Dios tendrá piedad de mí y me concederá fuerzas, para llevar a cabo esta prueba. -Sin embargo señora, nosotras somos jóvenes y podríamos turnarnos todas las noches –Dice Dorotea. -Si usted da la venia, por mí sí –Añade M. J. Kelly. -Tengo la seguridad, de que no podría cerrar los ojos al sueño la noche entera y a cada hora, me levantaría con sobresalto para venir a verle, sin embargo aquí sentada en este sofá, le tengo más cerca, y de vez en cuando abro los ojos y sé como sigue –Mira el reloj y continúa-. Pero ya

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son las diez y cuarto; Hora en la que una de vosotras debe irse a descansar. -¡Pero vamos a ver señora! ¿Por qué no se acuesta usted esta noche? –Le dice Dorotea un tanto alterada. -No. Mientras mi hijo no se halle fuera de peligro, quiero permanecer a su lado. -Si ella lo quiere así, su hijo es y tiene razón ¡Que canastos! –Interviene M. J. Kelly-. Si a mí me hubiera pasado algo así con un hijo, haría lo mismo; Una madre es siempre una madre. En este momento entra un criado: -¿Qué nuevas traes Amadeo? –Le pregunta doña Estrella. -Muy poco satisfactorias, señora; Me acaba de decir la vecina, la señora Antonia, la del bajo enfrente de este piso, que la señorita Laura no aparece y en cuanto el señor Vladimiro, que continúa incomunicado en un calabozo. Estrella se dirige a las dos mujeres: -Verdaderamente, es incomprensible la desgracia que aflige a esa humilde familia. Amadeo sale del gabinete y al cabo de un rato, vuelve a entrar con el doctor Severiano Escalera. Dorotea y M. J. Kelly se ponen de pie. Estrella enciende una de las vigías y se dirigen a la alcoba donde está Pedro. Don Severiano le examina, mientras los demás esperan junto a la puerta del dormitorio. Al término de unos minutos, el médico se separa de la cama y se dirige al lugar donde están las tres mujeres. -¿Cómo sigue doctor? –Le pregunta Estrella. Él, se quita unas gafas y responde: -Algo hemos adelantado desde ayer a hoy, señora. Las heridas de la cabeza son muy difíciles de curar. Además la recuperación es lenta y nunca se sabe si la evolución adelanta o atrasa. Pero bueno, en este caso dada su juventud y su fortaleza, espero que el cambio de hoy a los próximos días, sea para mejor.

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-¡Oh! ¿Usted cree? -Esa esperanza tengo, señora. -Ya verá como entro de una semana, esa esperanza será una realidad –Añade Dorotea. -Confiamos en usted, doctor –Dice M. J. Kelly. Estrella plega las manos y exclama alzando la mirada: -¡Dios oiga mis ruegos e ilumine a la ciencia, para que me devuelva a mi hijo! Don Severiano sigue media hora más en la habitación, disponiendo los medicamentos que deben suministrar esa noche al herido, y luego se despide anunciando volver a la mañana siguiente, a primera hora. Estrella, permanece algunos minutos reflexionando y por último, levanta la frente y dirigiéndose a M. J. Kelly, le dice: -Esta noche creo que te toca a ti descansar; Son las doce ¿Por qué no te retiras a tu habitación? -Bien. No insisto en quedarme más tiempo. Buenas noches –Coge una de las bugías y sale. Dorotea con su labor y Estrella con el libro, se quedan en la sala adjunta al dormitorio de Pedro. M. J. Kelly, cruza el pasillo y se detiene delante de una puerta cubierta por una cortina de terciopelo. Después de dirigir una mirada inquieta en derredor suyo, apaga la luz de la bugía, descorre la cortina, abre el picaporte de la madera y entra; Es el despacho de Pedro. Se detiene unos segundos y luego avanza a oscuras, con las manos extendidas, como si temiera tropezar con los muebles. Cundo sus manos tocan la cortina de la ventana la descorre y a la luz de la luna se acerca a la mesa. Abre los cajones, los registra y en uno de ellos encuentra un manuscrito en cuya portada lee: “Memorias de un militar, por Félix Veracruz Lemarroy” -¡Ah! –Exclama- ¡He logrado encontrarlo! Lo guarda debajo de la chaqueta, cierra los cajones y sale. Por el pasillo camino de su cuarto, se cruza con Amadeo:

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-Buenas noches señorita Kelly –Le dice-, parece que hoy le toca a usted descansar. -Sí. Así parece. -Creo que el señorito, tiene cama para días. -Esa es al menos, la opinión del médico. Al llegar a la puerta de su habitación, se despide del criado: -Hasta mañana Amadeo. -Buenas noches señorita Kelly. Su cuarto se halla en la parte superior de la casa. Es un sotabanco reducido y alegre de luz; Se compone de una pequeña sala, una alcoba, un recibidor y el baño. La sala está esterada. Tiene dos sillas de gutapercha, una descalzadora, una mesa con un costurero encima. Una consola con un espejo y un brasero. La alcoba, sin puerta vidriera, la cubre una cortina de lona con flores estampadas. M. J. Kelly entra en el sotabanco, deja la bugía encima de la mesa junto al costurero, se sienta en una de las sillas, con marcadas muestras de fatiga y exhala un suspiro. Después saca el manuscrito de la chaqueta, lo deja sobre la mesa y mirándolo, se dice: -Entre lo de Boris y lo que le pienso sacar al viejo por esto, acabo haciéndome de oro –Pone una mano sobre la portada del manuscrito-. Según parece, debe ser muy importante cuando tanto dinero se me ofrece por él, y tanto empeño demuestra en adquirirlo ese viejo tan compuesto como asqueroso. Seamos prudentes; Yo una vez tuve la fortuna entre mis manos y la dejé escapar. Me conviene que algo así, no me suceda más; Mañana en cuanto amanezca lo leeré y después sobre lo que descubra, decido. Se quita los zapatos, el vestido, apaga la bugía y se echa sobre la cama.

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Capítulo LX

M. J. Kelly se levanta a las seis y media de la mañana y a las ocho, ha terminado de leer el manuscrito. Lo guarda en un cajón de la consola y reflexiona: -Este libro afecta a la honra de doña Beatriz, según me dijo Boris y el autor T. Wilas, ha escrito su obra tomando buena cuenta de estas páginas. El viejo que ha venido a hacerme la propuesta, me ha ofrecido cinco mil reales; Esto es algo, pero no lo bastante como para vivir con independencia. Creo que estoy en mi derecho de pedirle a ese viejo carcamal, que duplique la suma. Boris es un muchacho listo, a quien tengo simpatías; Tal vez me convenga consultar con él, sobre este negocio –Deja la mente en blanco un instante y de pronto, se pregunta- ¿Y si me pide participación? Que ese para el dinero es…; Lo huele desde lejos. No. Lo más prudente es no decirle nada –Hace otra pausa y continúa pensando-: No puedo formar una idea exacta de mi papel en esta casa. Según dice Boris, Dorotea pretende hacerse la indispensable a los ojos de doña Estrella. Pedro sin embargo, se halla comprometido con esa tal Laura, a quien no conozco aún, y que ha sido llevada por el viejo Semión, a no se sabe dónde. En esta intriga me confundo; Al principio se me dio el encargo, de quitarle a don Pedro de la cabeza a Laura y ahora, que me haga con este libro ¡En fin! Mientras que por un lado me pague Boris y por el otro, el vejete Semión, yo encantada ¡y a verlas venir, que lo que sea sonará! Abre la ventana y en esto llaman a la puerta; La entreabre y le dice Amadeo: -Buenos días, señorita Kelly. El señorito Boris, que ha entrado por la zona de servicio, me pregunta que si puede subir a verla. -Dígale que sí. Pero… Entre. Entre usted –Le hace pasar, cierra la puerta y continúa-: Bueno, usted don Amadeo, ya sabe como es la señora de la casa para las costumbres morales, así que procure que no le vea subir, ni le diga que ha venido a verme el señorito Boris ¿Vale? Amadeo le sonríe y responde:

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-Descuide señorita Kelly. Así lo haré. A los cinco minutos Boris entra en la sala del sotabanco: -No dirás que soy perezoso –Le dice sentándose en una silla, frente a la mesa. -Me extraña verte tan pronto aquí ¿Ocurre algo? -Es que si no te veo ahora, luego ya es muy difícil; Te vas a cuidar al herido y hasta por la noche no vuelves –Toma aire- ¡Diantre de escalera! Creo que tiene cien escalones. -Ciento veinte, amigo mío. Y mira lo que es acostumbrarse; Yo la encuentro ligera -Le responde ella. -Siéntate y hablemos. -Como mandes. -¿Qué ocurre? –Le pregunta Boris ¿Hay alguna novedad? -Poca cosa; Todo sigue lo mismo –Ella mira a su alrededor- Esto es de una monotonía y de un aburrimiento continuo. -Dorotea… -Se ha quedado esta noche acompañando a doña Estrella. -¿Y tú amistad con Pedro? ¿Cómo va? –Pregunta Boris. -¡Como quieres que vaya, si está mudo y durmiendo! -De modo que sigue igual. -Aún no ha abierto la boca; Verdaderamente, da lástima ver a un joven en ese estado. -Pero ¿qué dice el médico? M. J. Kelly, se encoge de hombros y responde: -Que tengamos paciencia. Es lo único que dice; Esperar a ver como evoluciona. -De manera que va para largo. -Largo y dudoso. Y esto desespera a Dorotea, y apena a doña Estrella; Es su hijo y como es natural, no ve adelantar la mejoría todo lo deprisa que ella quisiera. Kelly se echa hacia adelante y en confidencia, añade: -Aquí para nosotros dos, a Dorotea la encuentro antipática. -¡Es rica; Que más da! -Le responde Boris.

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-Entonces no he dicho nada; Tendrá la simpatía que da el tener dinero. Bastante me pesa no haber sabido antes de ahora, que esa es la mejor simpatía que existe –Eleva la mirada- ¡Oh! Cuando pienso que hoy, podría ser millonaria y vivir como una gran señora –Se lleva las manos a las mejillas- ¡que me dan tentaciones de darme de cachetes! -Vamos, no seas simple y hablemos con formalidad. -Cuando se trata de dinero, yo siempre hablo en serio –Le responde ella, con algo de dignidad. -¿Qué opinión ha formado doña Estrella de Dorotea? –Le pregunta él. -Bastante buena; Anoche, celebraba su comportamiento. Es lo más natural. Doña Estrella es una santa mujer. Una buena madre y viendo el interés que se toma por su hijo, se lo agradece con toda el alma –Hace una pausa y le pregunta-: Pero dime Boris ¿Qué diantre de intriga es esa del secuestro de la muchacha de la ronda? -Sobre eso, estoy tan a oscuras como lo estás tú. Pero me extraña el comportamiento del viejo intrigante. -Creo Boris, que el mandado que me encargaste hacer en esta casa, ya no tiene razón de ser. -¡Y cómo me iba yo a imaginar que Pedro, se iba a batir en un duelo! Ella bosteza y estira los brazos y piernas. Él continúa: -O tienes sueño o a pasas hambre. O me da a mí en la nariz, que te aburres en esta casa –Mira a su alrededor-. Estas mansiones, no son para chicas como tú. -No se cuidar de un enfermo; No lo he hecho nunca y no sé hacerlo –Otra pausa-: Y luego la señora, es buena, educada, atenta, siempre está pendiente de mi bienestar; Si meriendo, si almuerzo, si ceno. Y que mi gabinete esté limpio. Pero como comprenderás, entre ella y yo nada hay en común; Tú me dirás ¿de qué hablamos? ¡Y de Dorotea, pues ya me contarás, aún peor! -Ten paciencia. -Repito que cuidar enfermos y señorita de compañía, nunca ha sido mi fuerte.

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-Bueno, lo de señorita de compañía sí que se te da bien –Le responde Boris con cierta sorna. -¡A la fuerza ahorcan! ¡Ah! Hoy me ha llegado una buena noticia para mí. -Sepamos que es ello. -¿Te acuerdas del señor Arturo Mayer? Al notar que Boris hace un gesto de ignorancia, le aclara: -El caballero que venía a verme todos los meses y que me pagaba bastante bien. Pues está en Miranda. El otro día que salí con una compañera, me dijo que había estado en el Mesón La Moderna buscándome y como tú comprenderás, una ocasión así no se puede desperdiciar, así que… O esta situación de estar todo el día brazo sobre brazo acaba, o me largo ¿A quedado claro? En esto se mira un pequeño reloj que colgándole del cuello, se oculta entre su pecho y añade: Boris, me veo en la precisión de irme. -¿Tienes una cita? -Sí. -¿Con algún mancebo rico? -Si; Con un galán de sesenta años. -Eso es estupendo, porque pagan bien y piden poco. No quiero que por mí, le hagas esperar –Se levanta y sigue-: He venido a pagarte la mensualidad que acordamos y a saber como te van las cosas por aquí –Le deja un sobre en la mesa. -Sal tu primero; Conviene que no nos vean juntos; Don Valentín, el portero, ya me ha dirigido dos o tres indirectas de viejo curioso, que me han dejado un tanto molesta. -¡Bah! No le hagas caso. Y si ves que te incomoda me lo dices, que ya le pondré yo en su sitio. Boris sale del sotabanco. M. J. Kelly se guarda el manuscrito debajo de la chaqueta, sobre su pecho y después de esperar unos minutos sale, cierra la puerta con una llave y luego la mete debajo de la esterilla.

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Poco después entra el Café La Uña del Camello, donde Semión está solo en una mesa, tomando un tazón de chocolate. M. J. Kelly se le acerca decidida, se sienta frente a él y le saluda: -Buenos días caballero. Semión se levanta de la silla, espera de pie hasta que ella toma asiento, luego se vuelve a sentar, y le responde: -¡Oh! Señorita Kelly –Le señala al mozo-. Pida lo que le apetezca señorita Kelly ¿un chocolate tal vez? -Pues bien; Un vaso de leche con bizcocho. Semión le transmite la orden al mozo y le pregunta a ella: -Vamos a ver ¿Qué noticias me trae usted? -Buenas. -¿De veras? ¡Eso me parece magnífico! -He encontrado el libro que usted tanto deseaba tener. -¡Ah! Estupendo. El mozo se acerca a la mesa le sirve a ella la leche, los bizcochos y se vuelve a poner detrás del mostrador. Marie Jeanette Kelly coge uno, lo introduce en el vaso, le da un pequeño mordisco y dice: -¡Y lo que es más! ¡Lo he leído! Él se quita bruscamente la servilleta del cuello y exclama: -Joven ¡eso es una imprudencia! -¿A santo de qué, caballero? –Le pregunta ella. -Porque hay documentos que no deben leerse sin permiso. -Pero lo que yo he leído no es un documento, es un libro y los libros se leen. -No señorita Kelly. Lo que usted ha leído, es un manuscrito con el mismo efecto legal que una carta; Algo personal. Y las cartas usted sabe, que no se deben leer sin la autorización del autor. -Dispense que le diga caballero, que su reconvención es infundada. M. J. Kelly, le da un sorbo al vaso de leche, y continúa: -¿Cómo pretende vuestra gracia, que en el escritorio de un señor, que trabaja en el periódico y en donde tanto abundan los papeles manuscritos,

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encontrase sin leerlo, el cuaderno que buscaba? ¿Eh? ¡Digo! –Y se da un cachete en una pierna-. A no tener la virtud de la magia… ¡Usted dirá! -Bueno, el discutir eso, no nos conduce a ninguna parte. Lo ha leído usted… M. J. Kelly le corta: -De cabo a rabo ¡y por cierto! que en algunas páginas no he podido contener la risa. Semión continúa: -…y eso ya no tiene remedio. Sigo pensando que ha cometido usted, una imprudencia. M. J. Kelly le vuelve a interrumpir: -Ante todo, debo prevenir a usted caballero, que yo no soy de aquellas mujeres que se asustan fácilmente. Así pues, están de sobra las amenazas y cortapisas que me ponga, para adquirir la seguridad de mi silencio. -Joven ¿me amenaza? -No señor; Me pongo en mi sitio, a usted en el suyo y a Dios que es justo, entre medias de los dos para que reparta justicia. Semión se pone muy serio y exclama: -Acabemos con esto ¿a dónde está ese manuscrito? -En mi poder. -Ya sabe usted que la suma que le ofrezco es considerable. -Y también estas memorias, son de la mayor importancia para usted –M. J. Kelly abraza con fuerza el libro, que guarda bajo la chaqueta, y junto a su pecho. -En fin –Responde Semión un tanto impaciente- venga ese manuscrito y le entregaré a usted los cinco mil reales. Ella sonríe y responde: -Eso es muy poco. Quiero siete mil. -¡Poco cinco mil reales! ¿Está usted loca, joven? -Cuerda y muy cuerda, caballero. -Piense usted lo que dice y lo que arriesga. -Tengo y he tenido siempre la costumbre, de no hacer caso de las amenazas ¡figúrese a mí, si me habrán amenazado veces! –Hace una

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pausa y continúa-: Además, he tomado mis medidas y no retrocederé. Si usted no me entrega el dinero que le pido, no hay trato. -En este caso, nada puedo decir. A mí ese manuscrito me interesa poco. Sin embargo, daré parte de lo hablado a la persona que me autorizó a realizar el negocio, y que ella decida sobre el nuevo precio que usted pide. -Una cosa más –le dice ella-, si mañana a estas horas, no han aceptado ustedes mi oferta, estaré en el derecho de hacer de esas memorias el uso que más me convenga. -¿Dónde le podré dar a usted la contestación? -En la portería de la casa de doña Estrella a cualquier hora del día, hasta las ocho de la tarde. Semión se pone el gabán y añade: -Esta bien. Y además le digo otra cosa; Su actitud y su tono, no me parecen los más adecuados, para llevar a buen término una proposición donde se maneja tanto dinero. Y un consejo; Con amenazas en esta vida, lo único que se consigue es que éstas, se vuelvan en contra de uno. Luego le paga al mozo y sale precipitadamente del café. M. J. Kelly permanece sentada unos minutos más y luego sale, diciendo para sí: -Creo que aún he pedido poco. Ese viejo carcamal, me hubiera dado el doble. Pero en fin, como se suele decir; La avaricia rompe el saco. Con ese dinero, lo que me vaya dando don Arturo y lo de Boris, a ver si me puedo cambiar de casa y vivir como Dios manda, en un piso céntrico con todas las comodidades que siempre he deseado. Poco después M. J. Kelly entra en la casa de doña Estrella y al cruzar la antesala, ve a Félix Veracruz de pie, mirando unos cuadros que decoran la pared. Sigue por uno de los corredores y al cruzarse con Amadeo, le pregunta: -¿Quién es ese caballero que está en el recibidor? -No le conozco –Le responde-. Ha dicho que quiere ver a la señora. Le he pasado el aviso y me ha dicho que le dijera que esperase un momento, porque está el doctor Severiano viendo al señorito.

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M. J. Kelly sigue hacia su cuarto, deja el manuscrito entre las sábanas dobladas de un armario ropero, y luego se dirige a la alcoba de Pedro. Amadeo entra en el recibidor y le anuncia a Félix: -La señora dice, que tenga la bondad de pasar a su gabinete. Al entrar, ella se acerca y el capitán haciéndole una breve reverencia, le besa la mano. Estrella le dice: -Ruego a usted caballero me dispense la tardanza; Tengo un hijo enfermo y cuando usted llegó acababa el médico… Félix la interrumpe: -Señora, no ignoro la pena que a usted le aflige y bien sabe Dios, que me conduele el alma tal desgracia. Si he insistido en la necesidad de ver a usted es porque me hallo en circunstancias bien especiales. Doña Estrella, le indica una butaca y le pregunta: -En qué puedo serle útil –Se sienta. Félix a su vez, también se sienta frente a ella: -Verá señora; Fiado en la merecida fama de honradez que la acompaña de cuyo difunto esposo fui discípulo en la vida castrense y por la fraternal amistad que me une a su hijo, voy hacerle una revelación, que a enterarse de ésta la justicia civil y militar, podría costarme la vida. -Caballero –le responde ella con asombro- si tan importante es lo que usted va a revelarme, le ruego que me diga cuanto antes de que se trata. -Puede usted desvanecer ciertas dudas que me atormentan. Félix se acomoda en la butaca y continúa: -La señora no puede recordarme. Hace muchos años que no he tenido el placer de verla ¡Cambia uno tanto, cuando se cubren los cabellos de canas y la piel de cicatrices! –Hace una pausa y sigue-: Por favor señora; La edad, el cansancio y las heridas de guerra, me hacen tener la boca seca y la fatiga ahoga mis pulmones ¿podría tomar un vaso de agua? -¡Por supuesto, caballero! En seguida se le sirve. Estrella se levanta hace sonar una campanilla y al momento aparece Amadeo.

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Capítulo LXI

Félix bebe el vaso de agua de un trago y continúa: -Hace varios años, en la Prisión Militar de Lanagal, le hice entrega a su hijo, y a mi buen camarada Pedro de un manuscrito, en cuyas páginas se hallaban consignados algunos episodios de mi vida. Y además, le entregué varias cartas dirigidas a mi tutelada Laura Avonavia, para que se las hiciera llegar en el caso de que a mí me fusilaran y él, pudiera salir con vida del calabozo donde nos encontrábamos presos. Doña Estrella, se lleva una mano a la boca y después de observarle durante unos segundos, le responde sorprendida: -¿Es usted el Capitán Félix Veracruz? ¡Dios mío está vivo! Si Pedro supiera que está usted aquí… -Le vuelve a observar y añade-: Él me ha hablado de usted y verdaderamente, su vida ha sido una continua desdicha. Durante años, en Miranda, se le ha dado por desaparecido ¡El Capitán Veracruz! Félix sonríe: -Así es señora. Aunque en honor a la verdad, ahora sería coronel –Hace una pausa y sigue-: En primer lugar señora, le pido disculpas por interrumpir sus desvelos a Pedro, en estos mementos de prueba que transcurren para usted. -No se preocupe. Continúe capitán. Me interesa su historia porque también forma parte de la de mi hijo. La vida a veces es sorprendente; Continúe por favor. -Verá señora. Es más sencillo de lo que parece y no tiene nada de mágico; Como le decía, a su hijo y a mí, nos hicieron detener los soldados de la reina. Luego de permanecer varios meses, no recuerdo cuantos, en la Cárcel de Lanagal, un día los carceleros me llevaron a un pueblo y allí, una mañana, me sacaron de una casa y me pusieron de espaldas a la tapia del cementerio. Y en este lugar, el pelotón de ejecución que hizo fuego, destrozó mi carne, dejando mi alma indemne. Después se apoderó de mi cuerpo la caridad, y a fuerza de cuidados por parte de los lugareños, que Dios les premie logró tornarme la existencia.

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Casi cadáver al borde del abismo volví al mundo en momentos bien tristes por cierto –Calla un instante, mira hacia arriba y continúa-: A veces pienso doña Estrella, que cuando se está en el umbral de la vida y de la muerte, es mejor caer del lado de la parca, porque lo que te vas a encontrar si regresas, no es todo lo bueno que uno se imaginaba. Doña Estrella contempla la cicatriz del capitán. Félix al observar su actitud, dice: -Yo tengo algo de evocado de la tumba; Mi presencia causa asombro, pero ¿a qué hablar de evocados si al fin, no crucé al otro lado? Volviendo al hilo de la historia, con un nombre supuesto llegué a la Corte, donde mi primer afán ha sido y es, correr en busca de Laura, mis leales amigos y mis recuerdos… Pero ¡Ay! El infortunio no se cansa nunca en su tenaz persecución, para destruir las esperanzas de los desgraciados; Mi pobre Laura no estaba, mi leal amigo Vladimiro Zelo, había sido víctima de una denuncia infame. Entonces supe que su hijo, el generoso Pedro Campoy, último depositario de mi voluntad se hallaba gravemente herido; Laura arrebatada por un infame, Vladimiro cautivo, Pedro enfermo y mis recuerdos rotos ¡He aquí señora, el doloroso cuadro que se presentó ante mis ojos, en los momentos en los que creí que la felicidad, iba a brillar por fin sobre mi desdichada existencia! –Hace una pausa y continúa-: Repuesto de mi sorpresa, aunque con el corazón fuertemente oprimido, busqué, inquirí, pregunté y por fin, creo tener un cabo de la infame trama que se ha cernido sobre Laura, Vladimiro e incluso Pedro –Hace un breve pausa-: Y esta ha sido la causa de mi visita a usted, señora. El hombre que según todas las posibilidades, está detrás de todo esto, es Semión Gautier, el administrador de la Marquesa de Patallo. -¿Usted supone que doña Beatriz, tiene parte de culpa en este atropello? Yo la conozco de haber asistido alguna que otra vez a sus reuniones y siempre, me ha parecido una señora… -Se queda pensativa unos segundos y sigue- algo… como nueva rica; De clase humilde venida a más, pero respetable y formal –Se inclina hacia adelante, para volver a preguntarle- ¿De verdad cree usted, que ella está involucrada?

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-Así lo pienso, señora. Pero lo que no puedo explicarme, es la razón que la ha conducido a cometer tal villanía ¿Sabe usted, si la marquesa, conoce las memorias y las cartas, que yo le entregué a Pedro? -No. Pedro a nadie más que a mí, ha revelado el nacimiento de Laura y respondiendo a la voluntad de usted, nunca ha contado a nadie la vida de esa joven, ni la de su madre. -Entonces ¿Cómo se explica la conducta de ese hombre? -Debe tener alguna razón que ahora no comprendemos. Pero si le sirve de ayuda le diré, que un dramaturgo de aquí, de Miranda, T. Wilas ha escrito una obra titulada Alta Sociedad, que según se comenta, está basada en la vida de ciertos personajes nobles de la Corte, incluida la Marquesa de Patallo, doña Beatriz –Calla un momento y añade-: Es toda la información que puedo darle. -De acuerdo doña Estrella y se lo agradezco, pero eso no aclara el interés que tiene ese tal Semión Gautier, en hacerle daño a Laura, a Pedro y a Vladimiro. Y tampoco está claro, si la señora marquesa es cómplice de la trama. -Como tampoco creo yo que lo esté, el involucrar al administrador y a ella, en el desafío de Pedro. Yo he hecho mis averiguaciones y se sacado en conclusión, que el duelo que tubo mi hijo con un matón del tres al cuarto, llamado Anselmo Liébana, que por cierto murió en el envite, fue inducido por otra persona aún sin determinar. Verá usted don Félix, lo único que sabemos de cierto en esta desgracia, es que un día este personaje, acude a la redacción donde Pedro hace la crítica de arte y sociedad y después de insultarle y poner en duda la honorabilidad de nuestra familia, le reta a un duelo y claro ¡usted ya conoce el carácter de Pedro! dicho y hecho… -Si, doña Estrella –el capitán la interrumpe- Lo entiendo; El carácter castrense –Sonríe y se incorpora-. Déjelo de mi mano, que he de averiguar quién está detrás de todo esto y desenmascararlo. Señora, no quiero quitarle a usted más tiempo; Su presencia hace falta junto al lecho de su hijo. Confío en que Dios ilumine mi camino, para que pueda disipar las tinieblas que lo rodean. El suyo, para que lleve con amor su ardua

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tarea y a los que están cautivos y enfermos, para que se liberen pronto de sus cadenas. Ahora, ruego a la señora que me dispense la molestia que haya podido causarle y le suplico, que guarde el mayor secreto sobre todo lo que acabo de revelarle. -No no se preocupe por eso, Capitán Félix. Y tenga usted presente que esta casa está a su disposición –Le tiende la mano y él la besa diciendo: -Esta noche, si usted me lo permite, pasaré a interesarme por el estado de Pedro y a comunicarle lo que haya podido inquirir, sobre el paradero de Laura y Vladimiro. -Si, capitán. Se dirigen a la entrada mientras Félix le va diciendo: -No tengo palabras con que demostrarles mi profundo agradecimiento. La generosidad de Pedro ha sido tanta a lo largo de nuestra amistad que nunca podré pagarle lo que le debo. Tengan ustedes presente, que si en cualquier ocasión lo necesitan, el Capitán Félix Veracruz, se creerá muy honrado si tiene alguna vez la dicha de poderles ser útil. Se despiden en el portal y sale.

*** Luego rodea el jardín por un estrecho camino y acude a una nueva cita, con David. Éste le espera en la habitación donde tiempo atrás, transcurrieron sus noches de insomnio y resonaron las notas del piano y el arpa. La ventana de la sala se halla abierta y el músico siguiendo su antigua costumbre, se echa sobre el alfeizar, dejando vagar su mirada por el jardín. Aquel pequeño paraíso que tantos encantos tuvo en otro tiempo para él, y que tantas ilusiones hizo concebir en su creadora mente, tiene hoy un aspecto distinto; Los árboles desnudos y las flores marchitas, le dan al conjunto cierta tristeza y melancolía, definible solo por los sentidos de un alma atormentada. David lo contempla cuando oye rechinar los goznes de la puerta. Vuelve la cabeza pausadamente y ve entrar a Félix, que se le acerca con la mano extendida:

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-Me alegro de verle, caballero –Le dice. David se separa de la ventana: -Supongo que Daniel no debe tardar. A no ser que el asunto que nos ocupa, le llame a otra parte. -¿Tiene usted mucha confianza en ese chico? –Le pregunta Félix. -Apenas le conozco. Le he tratado muy poco; Alguna vez hemos coincidido en un café. En otra época, visité dos o tres veces su casa. Luego, cambiaron las circunstancias y no volví a verle. Según algunos amigos míos, se trata de un chico extraño, retraído y lleno de complejos de infancia, pero su comportamiento en esta ocasión debe inspirarnos confianza –Calla un momento, para añadir después-: Por lo menos a mí ¿usted qué opina caballero? -Dejemos aparte a ese joven ¿Qué nuevas me trae usted? –Pregunta Félix -Hable con Beatriz y me dijo, que tendremos su apoyo para encontrar a Laura y liberar a Vladimiro. El capitán hace un gesto de duda y responde: -La Marquesa nunca se interesará por ellos. -Sin embargo ella me prometió… Félix le interrumpe: -Joven, tengo más experiencia que usted; Esa dama me da mala espina y le aseguro, que en esta intriga en cómplice del señor Semión Gautier. -¡Me parece imposible! Una cosa es que no se avenga en ayudar y otra bien distinta, que esté involucrada en un secuestro y en la detención de un pobre hombre inocente. -¿Imposible? –Repite Félix-. David, se encuentra usted en la edad en la que el corazón se guía de la buena fe. Uno aprende de las caídas y yo, me he tenido que levantar muchas veces. Le digo caballero, que la marquesa no es trigo limpio. -En verdad caballero, no comprendo de donde nace esa desconfianza que le inspira Beatriz. -De la experiencia.

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Se oye como rechina contra el suelo el portón de la escalera y poco después, la aldaba da un golpe en la puerta de la vivienda. -¿Será Daniel? –Dice David. Se levanta y cuando abre, le dice Lorenzo desde el descansillo de la escalera: -Un mozo de cordel, pregunta por el señor que acaba de subir. Mira hacia un lado, entre el marco de la puerta y David, y señala a Félix: -Ese señor, digo. Félix se acerca a la puerta y le pregunta: -¿Y qué quiere de mi ese hombre? -Trae una carta –Responde Lorenzo. -Bien pues que suba o que se la entregue a usted –Le dice David. Unos minutos después, vuelve el portero con la carta en la mano: -Como no esperaba respuesta, no ha tenido inconveniente en dármela –Sale. Félix desdobla la hoja y ojea lo escrito. -¿Conoce la letra? –Le pregunta David. -No. Veamos pues, que nos dice don… Félix dirige la mirada hacia el último renglón: -¡Es un anónimo! Viene sin firma. Y empieza a leer en voz alta: <Si el caballero de la cara cortada, quiere saber el paradero de la señorita Laura, esta noche a las diez, le espero en El Puente de la Ermita, en el Camino Viejo de Reata>. El capitán se queda mirando a David, y éste le dice: -Solo Daniel sabe lo del Ventorro de la Bordadora. -Pero la hubiera firmado -Responde Félix. -No siendo suyo el anónimo, no cabe duda que alguien más conoce nuestras intenciones. -Así es, joven. -De todos modos, sin hablar primero con Daniel, creo que es una imprudencia que acuda usted a esa cita –Le aconseja David.

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Félix le responde: -Esperémosle. Y que él nos aclare las dudas, que nuestro nuevo aliado, nos deja en nuestro pensamiento.

Capítulo LXII

Cinco días después del arresto, Vladimiro permanece en un calabozo oscuro, húmedo y estrecho. Sobre un entarimado hay una colchoneta. Un cántaro de barro, una vacía y una silla de madera, son sus únicos enseres. Por un tragaluz practicado en la bóveda de la celda, penetra durante el día un poco de claridad. Algunas horas de noche, el calabocero le deja un farolillo cuya luz solo alumbra un círculo rojizo en el suelo. Vladimiro sentado en el jergón, con las manos plegadas y la barbilla hundida sobre el pecho, observa como el portón gira sobre los goznes y al carcelero que entra con un lío de ropa bajo el brazo: -¡Al buen día Vladimiro! –Le dice. -¡Buenos días Fernando! -Ha venido la señora Antonia como de costumbre –deja el lío encima de la colchoneta- a traerle esto, y… -se rasca el cogote y continúa- como bien dice el refranero que la desgracia nunca viene sola, pues que… -¡¿Otra mala noticia?! -¡Diantre! Para qué negarlo, sí señor. -¿Y qué es ello? –Le pregunta sobresaltado Vladimiro. -Que hace tres días robaron de su casa a la señorita Laura. -¡A Laura! -Así lo ha dicho la señora Antonia, a quien he encontrado tan afligida como una plañidera. Ella me dio –lo señala- ese lío de ropa para usted,

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diciéndome: “El pobre señor, no se habrá mudado desde que está en la cárcel, hágame el favor de entregarle esto” -¡Laura raptada! –Exclama Vladimiro, sin hacer caso de las palabras de Fernando. -Si señor, robada. Dice la señora Antonia que una noche, con la excusa de ir hablar a favor de usted, a casa de una señora de renombrada alcurnia y prosapia, se la llevó un caballero de nombre Semión Gautier, y que no ha vuelto más. Vladimiro fija su mirada en el pavimento del calabozo. El carcelero se le acerca, inclina el cuerpo y le dice: -¡Vamos! Valor don Vladimiro; Estos son disgustillos de la vida que luego pasan y entonces, todo se olvida. La señora Antonia a penas me vio y le hablé de tú a tú, descubrí la confianza que mi presencia le causaba. Al principio –se mira así mismo- ¡ya sabe! tuvo así, como reparos de decirme las penas que la afligen, porque un carcelero no inspira mucha confianza que se diga, pero cuando me oyó hablar de lo bien que nos caemos usted y yo, fue perdiendo los reparos y se me manifestó con mas franqueza que un querubín. Así que después del robo de la muchacha, me dijo: “Anuncie usted a don Vladimiro, que la desgracia se ha desatado entre nosotros y que al señorito Pedro Campoy, le han herido en un duelo” -¡Herido Pedro! ¡Dios mío! ¿Contra quién se ha batido ese joven insensato? ¡Seguro que ha sido por salvar el honor de alguna dama! Fernando, se sienta en el jergón junto a él, y continúa: -De su adversario y del porqué del duelo nada me dijo. Pero ¡calle! Que hay más y esta parece noticia sorprendente; Cuando me daba la media vuelta y me iba a marchar, me detiene y haciéndose la misteriosa como si temiera que alguien la escuchase, se cubre los labios con una mano y susurra: “Usted me parece un hombre de bien. Dígale a mi señor don Vladimiro, que el protector de Laura está vivo. Que una servidora, lo ha tenido frente por frente y ha hablado con él” -¡Vivo el capitán Veracruz! Pero eso que usted me dice…

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-Pues no digo más que lo que me ha dicho ella. Aunque a la verdad sea dicha, no he podido comprender eso de que está vivo y por más que le supliqué, para que me aclarase el asunto, nada más quiso decirme, excusándose con que era un secreto que no le pertenecía y que con lo dicho bastaba, para que usted quedase enterado. Vladimiro se queda en silencio y piensa: -¡Será posible que Félix Veracruz esté vivo! Sin duda es él a quien se ha referido ¡Dios mío! ¡Tengo que salir de aquí! Y le pregunta al carcelero: -¿Y no le añadió más sobre este asunto? -Nada más dijo ni de este, ni de ningún otro asunto –Se levanta-. Con que señor Vladimiro resignación, pues ya se sabe que las malhadadas no duran cien años. Y ahora con su permiso, voy a retirarme. Se dirige al portón con paso torpe y antes de salir, se vuelve y añade: -¡Ah! También me ha dado el encargo de decirle, que su esposa sigue igual. Vladimiro se queda reflexionando sobre las noticias, que acaba de recibir. A las nueve de la noche, se oyen unos pasos en el corredor y tres hombres se detienen delante del calabozo. Nuevamente se abre la puerta y entran; Uno de ellos lleva un farol en una mano y un manojo de llaves en la otra. El segundo, el distintivo de comisario de policía y el tercero, coloca sobre la silla un tintero y doblando una rodilla en el suelo, pone sobre la otra un cuaderno, para escribir la declaración del preso. El comisario, fija su mirada en Vladimiro y le pregunta: -¿Se llama usted Vladimiro Zelo Gorquié? -Si señor –Le responde éste, sentado en el camastro. -¿Durante la revolución, participó usted junto al entonces Capitán Félix Veracruz Lemarroy, en el bando republicano? -Si señor. Siete meses.

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-Hace cuatro meses, se hizo en Villa Campos-Vélez, una operación contra la corona ¿Puede facilitarnos alguna información sobre este asunto? -Sí. Me escribieron una carta para que tomase parte activa, pero como había jubilado mis armas, la rompí y no contesté. -¿Por qué no dio aviso de la trama a las autoridades, como manda la normativa? -Porque mi trabajo en este momento, es el de jardinero y nada tengo que ver ni con la política, ni con el ejército. -¿Quién firmaba esa convocatoria? -Como usted comprenderá, se trataba de un anónimo. -¿Tiene usted célula de vecino, para residir en Valsalobre? -Si señor. El comisario mete la mano en el bolsillo del gabán, saca una hoja, la desdobla, la examina y le dice luego: -¿Reconoce usted este escrito? –Lee en alta voz: <Al señor Vladimiro Zelo, toca por suerte dar el golpe definitivo, despreciando la vida y cumpliendo con su deber, se pondrá el día catorce de julio, en la acera del Ministerio de Gracia y Justicia, disparando a quemarropa y con mano segura, sobre el Jefe del Gabinete. Esta será la señal del comienzo de una nueva era, para nuestro país. ¡Los compañeros secundan el acto al grito de abajo la tiranía! ¡Viva la libertad! ¡Firmeza y valor!>. Vladimiro esboza una sonrisa y responde: -He aquí un panfleto hecho, para involucrar a un hombre inocente. Con menos motivos, se ha fusilado algún infeliz, que tenía la opinión de que el progreso era tan conveniente para el país, como la lluvia para las plantas. No conozco esa citación; Es la primera vez que la veo. -Sin embrago –le responde el comisario- fue hallado en casa de usted. -¡En mi casa! ¿Dónde? -Detrás de un cuadro. -¡Imposible!

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-Señor Vladimiro, la policía no tiene ningún interés en perder a un ciudadano pacífico. -Será cierto, pero ese papel no me pertenece. -¿Con qué se obstina en callar los nombres de los conspiradores? -Señor comisario, no comprendo una palabra de lo que usted me dice. Si ese papel se hallaba en mi casa, yo lo ignoro por completo. -Por última vez, le advierto que si habla, puede salvarse. -Pues entonces mi perdición es segura, porque nada puedo decir al respecto, porque nada sé. El comisario le señala al secretario: -Tenga usted la bondad de firmar la declaración. -Con mucho gusto. Vladimiro firma y después, se dirige al comisario: -Ahora le pediría si pudiera ser, me levantara la incomunicación pues la verdad, no es lo más cómodo para un inocente, como lo soy yo. -Se tendrá presente –El comisario mira a su alrededor y le pregunta- ¿Alguna petición más? -Sí. Libertad -Le responde Vladimiro tajantemente . -¿Tiene usted que aportar algún dato más? -Nada. Salen del calabozo y una vez en el pasillo, pregunta el secretario: -¿Qué opina usted, señor comisario? -Que es inocente -Le responde. -Así parece. Sin embargo en otros tiempos… -En otros tiempos era distinto; Hace años, habría formado parte de una cuerda de presos, para el destierro. -Tiene usted razón. Empiezan a caminar, y al cabo de unos segundos, el comisario dice: -La serenidad del preso, es lo que me ha hecho pensar que en su inocencia. Sería conveniente saber, si tiene algún enemigo que quiera perjudicarle ¿De dónde parte la denuncia? -Del Ministerio de la Gobernación, a la Jefatura Política. -Antes debió tener otro origen.

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-No lo sé, señor comisario. -Mañana veré al Ministro. Bueno es hacer de vez en cuando una obra de caridad, para que lo bendigan a uno, a cambio de las maldiciones que nos dedica el pueblo llano. -Eso es justo, señor. -Don Vladimiro zelo, en las circunstancias presentes, casi pondría la mano en el fuego sin miedo a quemarme por ese pobre viejo, que lo creo tan inofensivo como una oveja. -Opimo como usted, señor comisario. Y sería justo que esta vez, inclinemos la balanza de la justicia, a favor de él. Llegan al final del pasillo y se meten en un despacho.

Capítulo LXIII

Laura, empieza a familiarizarse con la soledad del convento donde vive cautiva. Se halla en su celda de pie junto a la ventana, cuando oye ruido detrás de la puerta. Ésta se abre y Arcadia se le acerca diciendo: -Buenas tardes señorita. Le traigo una buena noticia. Laura le hace un gesto de indiferencia. La Hermana Arcadia, se sienta en una silla y continúa: -Pues sí. Esta tarde va a venir un caballero a verla. -¡Que me importa a mí ese caballero, si no viene a traerme la libertad! –Exclama Laura. -Dicen que paso tras paso, se llega al final del camino. Laura hace un movimiento con la cabeza: -¡¿Y quién es ese que va a venir?! -¡Toma! ¿Quién ha de ser? ¡El señor Semión! La luz del sol que empieza a decaer, le va dando al cuarto un tono rojizo.

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-¡Ah! ¡El miserable que tuvo la audacia de traerme a este convento! -Vaya señorita, no juzgue usted una conducta sin saber… -¿Sin saber? ¡Qué tengo que saber! Lo que ese hombre hizo conmigo, no tiene explicación decorosa. -En fin, como usted quiera. A él y no a mí, toca defenderse. Porque yo en estas cuestiones –tuerce los labios- ni salgo ni entro. Laura, aparta los ojos de la tornera y los deja vagar por el trozo de cielo, que distingue a través del ventano. Como el crepúsculo ha comenzado a extender sus sombras, Arcadia enciende la candileja que se halla sobre la mesa, y le dice: -Verdaderamente, el agradecimiento no es la mejor virtud que a usted le adorna ¿Qué le falta en esta santa casa? ¿Dígame? Cualquier moza se desviviría por tener lo que usted tiene; Buen brasero, buena cama, un aposento limpio y ventilado, una comida decente, libros para entretener el ocio y a Dios, para lograr la vida eterna a su lado. Se queja usted de vicio. -Me falta algo que para mí, es más importante que todo eso que usted dice: Mis amigos y mi libertad. -¿Y para qué la necesita una joven, en estos malos tiempos que alcanzamos a vivir? ¿Para que un cazador la coja descuidada y la hiera de muerte? ¡Vale mucho más estar aquí, donde no se corre ningún peligro! -Donde usted ve un refugio para resguardarse de la vida, yo veo libertad, amistad y ternura. Laura, sintiendo el aire frío de la anochecida que comienza a penetrar por los resquicios del ventano, cruza los brazos a la altura el pecho, encoge los hombros y se sienta en el camastro. En este momento, se oyen unos golpes en la puerta, ésta se abre y aparece la Hermana Martirio: -Un caballero, Semión Gautier, la espera en la sala de visita –Le dice a Laura. Ella, coge una rebeca y acompañada por Arcadia, se dirigen a la planta baja. Al verle exclama:

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-¡Ya era hora, sinvergüenza! Mira que se lo advertía a mi Antonia ¡Ese hombre no es de fiar! Tiene una mirada extraña y una mueca hipócrita en la boca sin venir a cuento, que no es normal. Semión avanza con una sonrisa en los labios y cuando se halla cerca de Arcadia, le dice: -Váyase usted. Ella obedece y con una pequeña inclinación de cabeza, sale. Semión coge una silla, la coloca cerca de un banco donde está Laura, y se sienta: -Basta ver su mirada, para comprender que mi presencia le disgusta, pero eso no me altera. Me precio de conocer el alma humana y se, que se guzga a las personas por las apariencias. -¡Apariencias! –Grita Laura- ¡No señor! No le juzgo por apariencias, si no por hechos reales; Porque usted ha cometido un delito de rapto con alevosía y premeditación. -Hablando se entiende la gente y se mudan radicalmente las opiniones; No sería la primera vez que el odio, tras una explicación razonable, se torne en indulgencia. -¡Eso nunca sucederá, porque tiene usted mala conciencia! -Veo natural que usted no crea en mi buena fe. Y además, tiene motivos para estar resentida con mi conducta. Verá señorita Laura; Existe una circunstancia por la cual está usted aquí –hace una pausa- y no le puedo decir más por ahora. Las cosas vinieron de esta manera, y como todo en la vida es consecuencia de algo, pues… Más adelante, cuando le explique la razón por la que me vi obligado por una persona, y no por mi propia iniciativa, a cometer este atropello, usted lo comprenderá. -¡Mucho tengo que ver, que ha cambiado su conducta, para que pueda perdonarle! ¿Pero no se da cuenta del delito que está cometiendo? -Soy consciente de ello y de sus consecuencias. Pero como trato de explicarle señorita Laura, me he visto en la obligación en pago a favores recibidos de una persona, de traerla a usted a este convento y retenerla en él, durante un tiempo.

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-¿Cómo? ¡Como que un tiempo! ¡Yo me marcho ya! Y si no me deja ir ¡ya me buscaré yo las mañas, para salir de aquí! -Cálmese señorita Laura, que es más importante lo que le vengo a decir, que su salida de estos muros conventuales –Mira en derredor suyo-Créame. -¿Qué es más importante? ¿Qué ocurre ahora? -Verá señorita Laura. Pedro Campoy está herido por un duelo que tubo, con un individuo de mala calaña. Ella se incorpora y exclama: -¡Pedro herido! ¿Qué es lo que usted me dice? -Sí. Herido en la cabeza por una bala. -Eso no puede ser cierto. Como comprenderá, después de esto ¡como para fiarse de usted! Semión, saca del bolsillo de la chaqueta, varios periódicos de la Voz de Valsalobre y los deja encima de una mesa, diciendo: -Se puede usted misma persuadir, de la veracidad de mis palabras; Todos esos periódicos –se inclina y los señala- se ocupan de la noticia. Ella lee los sueltos donde se habla del duelo. Después, los vuelve a dejar encima de la mesa, y se queda en silencio. Él se levanta e intenta ponerle una mano sobre su hombro, pero antes de notar el tacto, Laura se incorpora, y dice: -No es nada. No me pasa nada. No necesito ayuda. -Tanto mejor, señorita –Contesta Semión, sentándose de nuevo. Laura se le queda mirando y después de unos segundos, le pregunta: -Pero de una vez por todas ¿con qué objeto, se me interna en este convento? -Sencillamente porque forma parte de una trama orquestada por alguien que no puedo decirle quien es, ni tampoco con qué fin, y de la cual, yo no soy nada más que el instrumento. -¿Trama contra mí? ¿Quién puede quererme mal, cuando a nadie he ofendido? -Señorita, es usted una joven sin experiencia e ignora que a veces, una relación nos ata de por vida a un enemigo que se llama agradecimiento.

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Con el paso de los años aprenderá, que las acciones que cometemos las personas, por muy extrañas que éstas parezcan, siempre tienen una razón de ser, y que solo se entienden si se conoce el origen de la historia. Yo sé que ahora no comprende nada, pero en un futuro no lejano, lo entenderá. -Lo único que entiendo, es que estoy presa en este convento desde hace una semana y lo único que quiero, es salir cuanto antes de él. -Hasta que la persona a quien sirvo no me lo autorice, no puedo dejarla ir. -¡Pedro está herido y quiero estar con él! -Tenga paciencia, señorita. -¿Qué perjuicio puede sobrevenirle a usted si vuelvo al lado de doña Estrella? ¡Es muy cruel que yo permanezca aquí, cuando mi prometido se muere! -La ciencia opina que puede restablecerse. -Aunque así sea, como es lógico, y usted debe comprender, tengo que estar a su lado. -Ya le digo, que primero debo hablar con la persona a quien sirvo y luego…No será mucho tiempo más, se lo aseguro. -¡Oh! ¿Como borrar por más tiempo de mi memoria, el peligro que corre Pedro y Vladimiro? Se queda un momento en silencio, y añade: -¿Y Antonia? ¡Mi pobre y leal Antonia! ¿Y la esposa del señor Vladimiro? -Doña Antonia está bien; Conoce su situación, así como la del señor Vladimiro y la de don Pedro. Su aya, como le digo está bien y tranquila; Esperando su regreso que será en breve. Semión se levanta y continúa diciendo: -Me marcho señorita Laura; Urge mi presencia en Miranda. Solo he venido, porque Arcadia mandó recado participándome, que usted no se resignaba con su suerte y me dije: Voy a tranquilizarla. Aparte de todo esto le digo, que usted ya tiene experiencia de vivir en conventos, porque se crió en uno hasta la pubertad.

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-Eso no tiene nada que ver con el ahora. Mi vida en estos años ha cambiado y quiero vivir el presente y el futuro, dejos de los claustros de un convento –Le acompaña hasta la puerta-. Así pues don Semión, hable usted con su dueño y a la mayor brevedad posible, venga a recogerme o envíe a Antonia para que me lleve casa. Semión sale al camino, se acerca al pueblo, coge un coche de plaza y se dirige al Palacio de Beatriz en Miranda. Ella le espera en la sala del gabinete. Semión se frota las manos por el frío, acerca una silla a la chimenea, se sienta y le dice: -Señora, he visto a Laura y es mi parecer, que antes que se complique la situación, debo regresarla a su casa de Valsalobre ¿no le parece? -Mi fiel secretario, estoy de acuerdo con usted; Retenerla más tiempo en el convento, ya no es lógico ¿Cómo está? Beatriz permanece sentada en un sofá junto a una mesa. Semión se levanta: -Mal señora; La he encontrado muy abatida. Dispuesta a organizar un escándalo y eso, no sería bueno ni para usted, ni para mí. -Lo que más me urge, son las memorias de ese capitán. Sería preciso que pronto estuvieran en mi poder ¿podría usted encargarse de que así sea? Él se inclina y responde: -Pierda usted cuidado señora.

*** Semión entra en una taberna de la calle Misericordia, en los arrabales de Valsalobre. La atmósfera apenas respirable, hace más opaca la luz de un velón que se halla sobre el mostrador, detrás del cual el tabernero, extremadamente gordo y de mirada sombría, se apoya sobre la barra de madera carcomida. -Buenas tardes ¿Es usted don Benito? El tabernero le mira con indiferencia, y contesta:

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-Buenas tardes. Si señor yo mismo soy ¿Y qué es lo que se le ofrece? Porque para servirle, no necesita saber mi nombre –Su respiración es fatigosa y su voz ronca. -¡Oh! Tiene usted razón perdone. Me llamo Semión Gautier y vengo en busca del señor Leónidas Biencinto. Calla un momento, y luego sigue: -De parte de Arcadia del Convento de San Juan Evangelista. Don Benito masca una varilla de mimbre que tiene entre los dientes, le observa de nuevo y le pregunta: -¡Ah! ¿Es usted el sujeto que esperaba? -Pues sí, ese debo ser yo –Le sonríe- ¿Dónde está el señor Leónidas? Don Benito va moviendo una mano en el aire, mientras se explica: -Al final de este pasillo verá usted una puerta, la empuja y entra en un cuarto; Allí le está esperando. Semión sigue las instrucciones del tabernero y el hombre que busca, se encuentra sentado frente a una mesa, con una vela de sebo alumbrando entre sombras el recinto. Leónidas Biencinto, levanta la cabeza al oír chirriar los goznes y se lleva las manos a una silla que hay a su lado, sobre cuyo respaldo cuelgan dos pistolas. Aunque Leónidas es un bandido al uso, nadie diría al ver su rostro sin pelo de barba, sus ojos claros llenos de dulce expresión, sus manos pequeñas y finas, su cuerpo flexible, su frente serena y su pelo al corte, que es el cabecilla de los bandoleros de Miranda. Pocos meses antes, había caído en manos de la policía, pero la cárcel solo pudo tenerle bajo su techo cincuenta días; Su banda había logrado ponerle en fuga. Ha nacido en Chircse, cerca de Zocoarba, un pueblo de la Comarca de Miranda. -Supongo que usted es el hombre que busco –Dice Semión- ¿Leónidas Biencinto? Él responde: -Y quién me hace esa pregunta.

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-Me llamo Semión Gautier y vengo recomendado por la Hermana Arcadia, del Convento de San Juan Evangelista –Calla un momento y sigue-: La tornera ¿la conoce usted? -No señor, pero la conoce mi socio, que para el caso es lo mismo –Le señala una silla-. Pero siéntese hombre y pida algo de comer y beber a Benito; Que ante una escudilla de loza y una jarra de vino, es como se hacen amigos. -He comido hace poco –Le responde Semión y se sienta frente a él-. Pero la jarra, no se la desprecio ¡vaya que no! Leónidas hace sonar una campanilla y le dice: -Al instante vendrá un hominicaco y se la servirá, porque aunque no siempre se tiene gana, siempre se tiene sed. En esto que entra un chico de unos catorce años; Delgado, pálido, y con unas ropas tan holgadas, que pareciesen heredadas de alguien más grueso y mayor que él. Deja una jarra y una tinaja encima de la mesa, y sale. Semión se sirve, bebe y después de poner la jarra sobre la mesa, dice: -Entonces, estará usted enterado del motivo de mi visita. -Algo sí –El bandolero se inclina hacia adelante-. Según le dijo la Arcadia a mi socio, que a usted le incomoda un caballero recién llegado; Un hombre extraño, solitario, sin nombre, de capa, sombrero de ala ancha y esbozado, botas de piel de vaca y la cara cortada en dos, por una cicatriz –Bebe y después añade-: Y quiere que yo se lo quite de en medio ¿No es cierto? Semión le sonríe, bebe de nuevo, y responde: -Comenzamos a entendernos. -Eso es lo que quiero –dice Leónidas-, que nos pongamos de acuerdo en el trabajo ¡que en el precio, eso ya es más peliagudo! ¿O no? Semión se acomoda en la silla: -Pues entonces, entremos de lleno en el asunto. -Como usted guste. Semión que parece intranquilo, mira de un lado a otro y le dice:

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-Vamos a ver señor Leónidas, no es que no me fie de este sitio, ni que me dé reparos el estar junto a usted, pero creo yo, que para tratar una cosa así… ¿No tiene usted algún lugar discreto, donde podamos ultimar los detalles? -Si señor que lo tengo. Si le parece, me manda recado con el hominicaco que nos sirvió y a esta misma hora y en este mismo lugar quedamos, y yo le acompaño a mi casa. -De acuerdo –Semión se levanta dando por terminada la entrevista. -Entonces, espero su recado señor Semión. Éste se emboza la capa y sale a toda prisa de la taberna. Leónidas continúa sentado bebiendo en la jarra. Al cabo de unos cinco minutos, entra Benito y se sienta con él: -Menudo elemento ¿Eh? Leónidas se echa a reír: -Estaba cagado de miedo. Beben.

Capítulo LXIV

Son las siete y media de la tarde en el reloj que pende en la acornada central de los soportales. Lorenzo a través del postigo, ve llegar a Semión: -¡Ah! –Exclama-. Aguarde que le abro la verja. Usted es ya como de la casa. Semión una vez que está junto a él, le pregunta: -¿La señorita M. J. Kelly? -Le espera arriba, en el sotabanco del centro ¿Quiere que le alumbre? -Gracias, pero no creo que sea necesario –Semión se inclina y mira hacia arriba, por el hueco de la escalera-; Aún entra claridad por el tragaluz –Y comienza a subir.

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Cuando M. J. Kelly, oye crujir los peldaños de madera, por los pasos de Semión, se pone a escuchar detrás de la puerta y sin dar tiempo a que llame, le abre. -Buenas tardes, señorita –La saluda. -Adelante –Responde ella. Y le hace pasar a una pequeña sala en la que hay un espejo, un velador, un cuadro, dos sillas, una librería, una cómoda y una mesa con un jarrón con flores en el centro. Semión dirige en derredor suyo una mirada recelosa. -Estoy sola –Le aclara ella con una sonrisa-. No tenga usted reparos. -¿Reparos? ¡Reparos no he tenido nunca por nada, señorita! -Y hace usted muy bien. M. J. Kelly, acerca una silla al velador, sobre el cual hay un quinqué y un libro. -Ya sabe usted a lo que vengo ¿no? –Le pregunta Semión. -Supongo que a traerme los diez mil reales –Le responde ella. -Y a recoger el manuscrito. -Estamos conformes. -Eso espero –Semión, hace un gesto con la mano-. Si tiene usted la bondad de enseñarme… -Si señor. No faltaría más. M. J. Kelly se levanta, abre uno de los cajones de la librería y saca dos cuadernos: -Aquí están –Los coloca sobre el velador. Semión alarga el brazo, los coge y empieza a leer algunos párrafos sueltos. Cuando termina, los guarda en el bolsillo interior del gabán y se levanta. M. J. Kelly, le dice: -Supongo que ese es el documento que usted desea. -Si efectivamente, este es –Le responde. -Pues bien caballero, ahora… -Le extiende la mano con la palma hacia arriba, en actitud solícita.

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Semión mueve la cabeza negativamente, y con ademán de dirigirse hacia la puerta, le dice: -Es usted una joven encantadora, a pesar del oficio que me he enterado que tiene, y no he de olvidar nunca el favor, que acaba de dispensarme. -Poco a poco señor –Se pone delante, para evitar que salga y añade-: Las mujeres como yo, cuando tratan con hombres como usted, somos bastante precavidas. Se mete la mano por debajo de los faldamentos y se saca de entre las enaguas, una pequeña pistola con la empuñadura de nácar. Semión se echa hacia atrás. Ella le apunta al pecho y le dice: -A los sinvergüenzas se les quita de en medio, allí donde se les encuentra. Semión sin dejar de mirar el arma, le responde: -¿Y quién le ha dicho a usted, que yo pretendía irme sin cumplir lo pactado? -Su proceder. -Guarde usted esa pistola. -Cuando vea sobre la mesa, la cantidad estipulada. Semión obedece. -Está bien –Dice M. J. Kelly-. Ahora si puede usted irse ¡Ah! –Le detiene- ¡Espero que esté todo! -De eso puede estar segura. Cuéntelo. M. J. Kelly se mete la pistola por debajo del mandilón, se acerca a la mesa, lo esparce con la mano y le dice: -Váyase y si quiere algo más de mí, ya sabe done me tiene. -Espero que entre usted y yo, no haya más negocios que hacer. Sale con la cabeza baja, subido el cuello del gabán, las manos en los bolsillos y a prisa coge un coche de tiro que le lleva a casa de Beatriz. -¡Ah! ¡Diantre! –Se dice M. J. Kelly, apenas se queda sola- ¡Diez mil reales! Buena suma para empezar a vivir como una señora. Se queda mirando el dinero y continúa:

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-¡Oh, la opulencia cuantos goces proporciona! Es tan triste la vida en un cuarto de pensión… -Mira a su alrededor-. O en este sotabanco, o en la calle… Como dice mi amiga Julia: En la calle, como trabajamos nosotras ¡se ve el cielo! Pero como yo le digo: Se vive tan lejos de la tierra… ¡Hoy, el vestido de percal me repugna, prefiero la seda! Se levanta, guarda el dinero en el mismo cajón donde estaban las memorias y oye unos golpes en la puerta: -¿Quién podrá ser? –Se pregunta. Se cubre con un mantón, saca la pistola de debajo de la falda, la guarda en la cómoda, y se dirige a ella: -¿Quién? –Acerca el oído a los cuarterones de madera. -Soy yo, Lorenzo, el portero –Dice desde el otro lado. -¡Ah, bien! ¿Qué ocurre? –Le abre. -Nada señorita Kelly. He subido para preguntarle si se le ofrecía algo. Como he visto subir a don Semión y que no bajaba, pues… Por si quería alguna cosa. -No necesito nada señor Lorenzo. Gracias por su interés. Además, el señor Semión, ya hace rato que se fue. -Pues no le he visto salir. -Pues ya se fue, como le digo. -En ese caso, me vuelvo a mi cubículo. -¡Ah! Y no deje de llamarme mañana por la mañana, antes de entrar en la portería. -Bien. Así lo haré. M. J. Kelly cierra, y los pasos del portero se pierden por las escaleras. -El cotilla del señor Lorenzo… Se encamina hacia la alcoba y mientras se va quitando el mantón, los zapatos y demás prendas, se dice: -Yo creo que sospecha de mí. Algo se barrunta de mi profesión. Pues mira por donde, que mañana tenía pensado darle una propina de cinco reales, y se va a queda sin ella por metomentodo.

*** Beatriz y David están en la sala de música del palacete.

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-Si –dice él-, en todo este asunto, hay un misterio que no alcanzo a comprender. La conducta de Semión, por más que yo le aprecie y tú le defiendas, no está clara. Conozco la influencia que tienes en el gobierno, por eso te pido una vez más, que te intereses por mis recomendados. -Ya he hecho todo lo que estaba a mi alcance y no puedo hacer más; El que yo tenga amigos en el gobierno, no quiere decir que ellos siempre hagan lo que yo les solicite; Hay cosas que son asequibles, otras que requieren tiempo y otras que no se pueden hacer. -Lo siento Beatriz, pero tu actitud no solo en este caso, sino que también en otros, derrama sobre mi alma grandes sospechas. -¡Cómo! ¿¡Te atreves a dudar de mi honradez!? -Dudo de todo lo que te rodea. -¡Oh! ¿Y eres tú, el que me dirige tan graves acusaciones? -¿Cómo pues, se explica la conducta de Semión? -¿¡Qué tengo yo que ver con él!? -Beatriz, basta de hipocresía. Basta de farsa; Ese hombre es tu brazo ejecutor. Es tu pensamiento. Es tu voluntad, y estoy resuelto a arrancarle la máscara a los culpables –Hay una pausa y continúa-: Si Beatriz, hace cuatro días que espero en vano una solución y tú entretienes mi impaciencia con promesas ambiguas. Vladimiro es inocente de esa conspiración de la que se le acusa y Laura, ha sido enclaustrada en un convento a la fuerza y con engaño. Vuelvo a repetírtelo, esto no puede continuar del mismo modo. Si los dos no recobran la libertad en menos de veinticuatro horas, yo sé lo que debo hacer. -¡Me amenazas! -Te aviso. -¡Oh! Dime que no me quieres, pues solo así tendrá explicación tu conducta. -No invoques al amor, para encubrir tu injusticia. -¡Eres muy cruel David! Yo abrigaba en mi alma, la esperanza de recorrer contigo una vida llena de felicidad y veo que se desvanece antes de emprenderla. Tú esta noche, has venido a hundirme en el abismo de los desengaños ¡Dios te perdone el daño que acabas de hacerme!

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-Terminemos de una vez Beatriz ¿quieres o no, interesarte por esa chica y su casero? -No puedo. -Medítalo bien. -Pero Dios mío ¿Te has propuesto desesperarme? ¿Tanto amas a esa muchacha? -No es el amor, es el deber el que me obliga a ser tenaz en mi empeño. Él se levanta de la butaca, coge la capa y sale del gabinete. Beatriz se dirige a una mesa y hace sonar una campanilla. Zacarías se presenta en la puerta: -Dígale a mi secretario que venga cuanto antes. -Aún no ha vuelto, señora. -Esta bien –Hace una mueca de disgusto y añade-: Pero cuando vuelva, que pase a verme. Puede usted retirarse. Se dirige luego al piano, levanta la tapa, se sienta frente a él y empieza a tocar una por una las teclas, de manera distraída. Al cabo de una hora, se presenta Semión. -¡Gracias al diablo! –Le dice ella, viéndole entrar en la sala. -¡Vaya un recibimiento a fe mía! Eso quiere decir que me esperaba con impaciencia. -¡Así es! -Tanto mejor. No me gusta estar de sobra en ninguna parte, pero si la señora marquesa me lo permite, me sentaré cerca de la chimenea, pues vengo muerto de frío y de cansancio ¡Diantre! Con unos pocos días como este, una fuerte naturaleza como la mía, se confiesa vencida. -Tiene usted razón; Está siendo un día cruel. Un día de prueba para ganar la gloria eterna ¡sobre todo, para mí! -No lo crea la señora, que el mío tampoco ha sido manco; A la caída del sol, me hallaba en el Convento de Villaverde. He tenido una entrevista con un bandolero de la Corte en una taberna –alza la mirada- ¡que válgame Dios que espanto daba! Desde la taberna, me he trasladado a un sotabanco, donde mi existencia ha estado a pique de fenecer. Me he cambiado de traje tres veces –toma aire- y desde allí, aquí en un suspiro –

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La mira detenidamente y exclama-: Pero… El gesto de la boca de la señora, me hace pensar en algo… Conozco esa expresión desde hace años ¿Qué le ha pasado durante mi ausencia? ¿Qué ha ocurrido aquí? -Lo que ha pasado es que David me culpa de la trapisonda de usted y la verdad, ya estoy harta. Semión saca el manuscrito el bolsillo y lo deja encima de la mesa. Luego se vuelve a sentar cerca del fuego, y le dice: -Eso es grave. Veo que las cosas han llegado a tal punto, que no queda otra que desbaratar el enredo para que nada empañe el buen nombre de usted; Eso lo primero, y después conseguir que David no la crea responsable de la trama. Se saca un reloj del bolsillo interior del chaleco, palpa la leontina, lo abre y después de mirar la hora, le dice: -Y ya que nada podemos hacer hoy, pido permiso a la señora para retirarme. Ella, le indica con un gesto de cabeza que puede hacerlo y él sale. Beatriz en su dormitorio enciende una bugía, se sienta junto a una mesa, apoya los codos, y reflexiona sobre lo sucedido.

Capítulo LXV

Al cabo de un rato meditando, Beatriz se incorpora llama a Rosa, se sienta frente al espejo del tocador y mientras se destrenza los cabellos, se deja desnudar por la doncella y se acuesta. La monótona llamada del sereno le marcan las tres y media. A las nueve se levanta, se arrebuja con una bata y se coloca frente a la chimenea de su cuarto. Algunas chispas destellean entre las cenizas. Por los intersticios del balcón, se deslizan los rayos del sol; Lo abre. Luego se dirige al llamador, para que venga Rosa. Mientras ésta llega, se sienta frente al tocador y piensa:

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-¡Como se pasan los días! De seguro que David, no habrá desvelado el sueño como yo. Si me amara tanto, como yo a él. Si sintiera como yo, dilatarse la vida ante su recuerdo, no me pediría la liberación de una mujer, cuyo nombre me subleva ¡Oh! ¡El corazón es un tirano! ¡Siempre busca más y nunca se satisface! El ruido de la puerta le hace salir de la reflexión, se vuelve y saluda a la doncella: -Buenos días, Rosa. -Buen día señora –Se acerca al tocador y coge un cepillo, mientras le dice-: Nunca… O muy pocas veces se levanta usted tan pronto ¿Se ha desvelado? -Tienes razón. Es que he pasado una noche horrible. -Lo siento, señora. -Vísteme y me peinas lo más rápido posible; He de salir. -Como usted mande –Empieza a vestirla. -¿Sabes si se ha levantado el señorito David? ¿Y Adelaida? Hoy creo que le tocaba limpieza en su gabinete. Rosa tarda en responder y al final, dice: -El señorito y Adelaida hicieron su equipaje y se marcharon anoche. -¡¿Anoche?! La doncella, se mete la mano en el bolsillo del delantal del uniforme y saca un sobre: -Si señora. Y antes, él me dio esto para usted. Beatriz lo coge: -¿Y por qué no me lo has dado nada más entrar? ¡Figúrate, que es algo importante! –Se la queda mirando. -Perdone señora. Anoche, como le digo, me lo dio, lo eché al bolsillo y ahora, cuando me ha preguntado, pues me acordé. Beatriz empieza a abrir el sobre y al mismo tiempo, le dice Rosa: -Esta bien Vete y ya te llamaré. La doncella deja la ropa encima de la cama, el cepillo en el tocador y sale cerrando sigilosamente tras de sí. Beatriz, una vez a solas y antes de empezar a leer, se dice:

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-¡Dios mío! ¿Qué significa esto? Habrá sido capaz de… ¿Tendrá la culpa de ello Laura? ¡Oh! Si fuera cierto… ¡No, no puede ser! Pero esta carta… ¿Por qué no ha venido él ha dármela? ¡Oh! Si es que le ha causado miedo mi desesperación, ha hecho bien en ausentarse sin que me vea. De este modo, maldeciré mi proceder y mi destino ¡Oh, Dios cuanto le amo! Aún en estos momentos angustiosos, durante los cuales los celos me matan, la pasión me ciega y la envidia me consume, le amo y… ¡casi me creo capaz de perdonarle si vuelve! ¡Qué incertidumbre tan terrible! Parece que me abandona la serenidad. Tengo aquí una carta de su mano. Una carta en la que acaso habrá puesto el fuego de su alma… ¡y sin embargo, no me atrevo a leerla! ¡Oh David, cuanto sufro por tu causa! Yo, que he tratado a los hombres a mi antojo, que he jugado con el amor y la fortuna, que he cruzado libre por los escollos de la pasión; Ahora me muero por ti y me rindo a tus brazos ¿Por qué? ¿Por qué? Tal vez sea todo esto un sueño y lejos de huir, estará esperando mi mano, para correr hacia mí, como un niño asustado –Eleva la mirada- ¡Que hermoso estaba la noche que le conocí! La luz de las bugías reverberaba sobre su frente; El fuego parecía exhalarse por sus ojos melancólicos y la aureola de genio iluminaba su rostro. Inclina la cabeza y fijando los ojos en la carta, comienza a recorrer las líneas con vehemencia: <Beatriz, en primer lugar es de justicia y honor decirte, que te agradezco tu protección y tu confianza. Tengo el convencimiento de que a no ser así, nunca hubiera llegado a donde estoy. Mi deseo es que en un futuro, todo se solucione entre tú y yo. Esto no es más que un alto en el camino del amor, que recorríamos juntos llenos de esperanzas, proyectos y felicidad. Pero entre tanto, no puedo permanecer bajo el techo de tu casa; No puedo, ni debo ser la causa, de que se sacrifique a una persona generosa e inocente. Adelaida y yo, nos ausentamos con el sentimiento de la gratitud en el alma y también con amargura en el corazón.

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Si tu resuelves hacer un sacrificio más en favor mío, devolviendo la libertad a los que con engaño se la han arrebatado, acudiré junto a ti de inmediato, para vivir juntos lo que Dios nos permita. Depón tu enojo y piensa, que nunca somos tan nobles y tan dignos, como cuando labramos el bien de los demás. Temeroso de ofenderte con mi presencia y que mis palabras te hicieran aún más daño, he preferido entregarle esta carta a tu fiel Rosa, para que mañana en calma recapacites. Tuyo siempre. David>. Al terminar la lectura, inclina la frente y permanece en actitud reflexiva: -¿Por qué, David? Se sienta delante del tocador: -Se que tengo que tomar una decisión y lo haré; Una decisión que debí tomar hace tiempo y no dejar en manos ajenas, mi futuro y mi felicidad. Hace sonar la campanilla y Rosa, se presenta en la estancia: Beatriz le dice: -Por favor, vísteme lo más deprisa que puedas y hazme un peinado sencillo; Tengo prisa y quiero que acabes lo antes posible. -Si señora. Si prácticamente el pelo ya lo tiene cepillado; Solo queda recogérselo y vestirla. Al cabo de treinta minutos, le dice a la doncella mirándola reflejada en el espejo: -Antes de retirarte Rosa, quiero que me hagas un recado. Rosa le presta atención. Beatriz sigue: -Sal a la calle, me buscas un coche de plaza y le dices al cochero, que se pare en la puerta trasera del palacio. Luego subes y me avisas ¡Ah! Y otra cosa; No le digas a nadie nada de esto; Ni a don Semión. Si te pregunta que donde estoy, tú no sabes nada ¿De acuerdo? -Si señora –Se dirige a un armario- ¿Qué ropa le preparo para vestirla? -Algo cómodo y sin llamar la atención. Discreto y elegante; Señorial. -Si señora.

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El carruaje atraviesa algunas calles, sale por el puente de la Zarza, se mete en un camino de siembres a las afueras de Miranda, y al cabo de unos treinta minutos, sube un repecho y a través de una calle flanqueada por árboles divisa al fondo, el Convento de San Juan Evangelista. Antes de llegar al portón, le pide al cochero que se detenga: -Espéreme aquí. Y no le impaciente el esperar, por mucho que tarde. El auriga le responde: -La señora puede ir descuidada, que aquí espero aún cuando sea el día del juicio final. Y no por otra cosa, sino porque me ha de pagar el viaje. Ella se esboza en una capa de piel y con paso decidido, se dirige a la puerta del convento. Cuando llega a los muros, la Hermana Arcadia se halla sentada sobre un cojín, en un banco de piedra corrido, recibiendo ávidamente los rayos del sol. Beatriz se detiene ante ella, se baja la capa de la boca y le dice: -Hermana, tengo necesidad de hablar con la novicia Laura Avonavia. Arcadia se pone una mano en la frente, para guarecerse del sol, la mira de arriba abajo, y le responde: -¿Y podría usted decirme con quién hablo? -Eso no importa. Baste a usted saber, que vengo autorizada para ello. -¿Autorizada por quién? Si no es mucho pedir ¡digo yo! Porque como usted se figurará, yo no puedo abrir la puerta de la clausura, al primero que venga pidiendo hablar con una novicia –Y con la palma de la mano extendida, se da un golpe sobre una de sus piernas. -Ya digo ¿qué no me reconoce? Soy Beatriz… Hace como dos meses estuve aquí… Bueno, es lo mismo. Vengo en nombre del señor Semión Gautier. La tornera se levanta, y va hacia el portón de madera de palo santo cuarteado.

Las aldabas son de hierro repujado, así como los cerrojos y los goznes. Lo empuja con gran esfuerzo, y le dice:

-¡Ya sé quién es! Usted es la Marquesa de Patallo. Perdone que al llegar no la reconociera –Hace un movimiento con la mano-. Adelante.

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Enseguida cierra por dentro, deja el cojín en el zaguán, sube una escalera precedida de Beatriz, y entran en la sala: Laura, que está leyendo la Biografía de Luis IX sentada junto a uno de los balcones, se vuelve y ve acercarse a las dos mujeres. -Laura esta señora viene hacer a usted una visita en nombre del señor Semión. Se llama… Beatriz le corta: -Deje hermana, yo me presentaré. Se quita la capa, el sombrero y lo deja encima de una silla. Luego le pregunta a Laura: -¿Me puedo sentar? -¡Si, por supuesto! –Le responde ella, dejando el libro a un lado. Luego se levanta, se acerca a la mesa y se sienta frente a Beatriz. Ésta se dirige a la Hermana Arcadia: -Puede usted dejarnos solas. Cuando me vaya, le avisaré. Arcadia se dirige a los balcones, abre los postigos y sale cerrando tras de sí. -Señorita Laura. Soy Beatriz la Marquesa de Patallo –Ante su sorpresa hace una pausa-. He venido a pedirle disculpas, por el comportamiento que ha tenido con usted mi secretario, el señor Semión Gautier, porque comprendo que no ha sido el más adecuado. -Mucho gusto señora. Le agradezco su visita y sus palabras de consuelo y acepto de buen grado sus disculpas. Y ahora, dígame por favor –mira en torno así-, porque encerrada apenas me llegan noticias de Miranda, a no ser por algún vecino de la aldea, o alguna hermana que haya ido al médico, no sé del mundo exterior ¿Y Pedro? ¿Y Vladimiro? -Señorita, ellos están bien. Ahora lo que importa es que usted recobre la libertad, después de tantos meses enclaustrada y regrese a la casa de los soportales con los suyos ¿Le parece? -¡Por Dios señora! Es lo que más deseo en este mundo. Laura se levanta y va hacia la puerta. Beatriz se vuelve para mirarla y añade:

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-Así que una vez de acuerdo en esto, avise a la Hermana Arcadia, que me consiga una entrevista con la Superiora del convento. Luego usted prepárese; Recoja en su celda lo que se tenga que llevar y con la venia de la priora y la ayuda de Arcadia, iremos por el coche que nos aguarda en el camino de salida del pueblo, para regresar a Miranda.

*** A la misma hora en que Beatriz se dispone a liberar a Laura del convento, Leónidas Biencinto, consecuente con lo que ha pactado en la taberna de la calle Misericordia, sale de su casa, se emboza con la capa hasta los ojos y se dirige con paso rápido hacia la taberna. Al atravesar el Camino de Las Yeserías, se sonríe como el que concibe una idea halagüeña y entra a donde los arrieros y trajinantes, hacen sus negocios y apuran sus necesidades vitales. Apoya los codos en el mostrador y le dice a Benito: -¡A ver, amigo; Despacha que llevo prisa! El tabernero sentado ante un carcomido brasero de hierro, sobre cuya tapa chisporrotean algunas astillas, vuelve la vista hacia la entrada, ve a Leónidas, se levanta del cajón que le servía de asiento y se dirige hacia el mostrador: -¿Qué se le ofrece al impaciente? ¡Ni tan siquiera le dejan tomar un respiro a uno! -Ponme una tortilla con chorizo, un pan de dos céntimos y una botella de vino de Dambrena. -Hechos están de hoy mismo buen amigo y nunca me esté mal el decirlo, pero no hay manos como las de mi santa para hacerlos, ni se comen mejores, a varias leguas del derredor. Leónidas, mientras se prepara la condimentación, saca un lío de tabaco y arroja otro sobre el mostrador para Benito. Al cabo de cinco minutos, el tabernero se acerca con una bandeja, coge el lío de tabaco y le dice poniéndola en el mostrador: -¡Ea! Aquí tienes la tortilla, con más de un real de chorizo, un pan que parece bizcocho y una orza de lo añejo, para resucitar muertos ¿Qué más se apetece? Hay pimientos, aceitunas, pájaros y…

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-Gracias Benito, pero tengo prisa; Solo esto y me lo llevo. Otro día será ¿Cuánto te debo? -Tres reales y seis céntimos –Le responde el tabernero. Leónidas, saca una moneda de cinco reales del bolsillo del chaleco de astracán color negro con botonadura de plata y la deja sobre el mostrador, diciendo: -No me des la vuelta. Después, parte el pan en dos, introduce en medio la tortilla de chorizo, saca un pañuelo, envuelve en él la vianda y guardando ésta y la botella bajo su capa, se emboza y se dispone a continuar la marcha. -Gracias –Le responde Benito viéndole alejarse hacia la puerta- ¡Anda y bendito de Dios vayas, buena pieza! Y guardándose el dinero se va a continuar su almuerzo ante la lumbre. Leónidas se aproxima al lado izquierdo del camino, anda con paso decidido un par de quilómetros, y al llegar a una de las veredas se detiene, como si vacilase en la dirección que debía seguir. A la izquierda se extiende un barranco accidentado y escabroso, por entre cuyas grietas aparecen flores de jaramago. A su término, se ve una hondonada; El terreno poblado de árboles y un arroyo, le hace ver las inmediaciones de las primeras casas de la Corte desde el arrabal. Después de orientarse y reconocer el terreno, baja precipitadamente y ve a unos pocos pasos de distancia, una barraca que enclavada en las horadaciones de un ribazo, aparece iluminada por un rayo de sol. Esta casa, formada por un centenar de peñascos colocados unos sobre otros, por tejas al azar sobre un techo de cañas, desmoronada por el viento, horadada por el agua y desvencijada por el tiempo, parece más bien un campo de batalla, que la vivienda de un pobre jornalero. A su puerta, se ven algunos niños gritando mientras juegan y que parecen demandar misericordia. No lejos de ellos y sentado sobre una banqueta se encuentra un hombre desarrapado y flaco, que con la cabeza inclinada y caído el pelo hacia adelante, se ocupa en hacer una ballesta para cazar pájaros, que luego malvende en las tabernas y tugurios para los comensales.

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Leónidas Biencinto, cruza por el punto más seco y menos accidentado del terreno, hasta llegar a la puerta de la casa. -¡Hola Eufemiano! –Le saluda- Gracias a Dios que te pillo en la madriguera. -¡Leónidas, hombre tú aquí! ¡Tanto honor! –Le mira detenidamente- ¡Y con esas hechuras de señorito, que se te van a poner perdidas de barro! Un hombre de tu importancia que venga a verme, tiene que ser por algo serio –Se levanta y deja a un lado la ballesta. -¿Qué te haces? –Leónidas la señala. -Casi nada. El oficio está perdido, ya lo ves; Mis chicos tirados en la p… calle y mi mujer, que continúa de trapera como siempre, pero sin encontrar un prenda en toda la Corte. -Es menester convenir, que los tiempos son rematadamente malos. -Es verdad Leónidas –Dice Eufemiano mirando a sus hijos. -Sin embargo los que como tú tienen familia, saben matarse la vida para conseguir el pan y las patatas. Leónidas hace una pausa, y sigue luego de observar a los chicos jugando en el lodazal: -Tus hijos pasan hambre, tú lo mismo y tu mujer no digamos ¡Y qué diantre! Nosotros sufrimos dos días la miseria honradamente, pero al que hace tres, si volvemos la mirada a los que dependen de nuestro jornal y no tenemos posibles para darles y por otra parte, vemos que la sociedad nos olvida, los amigos nos abandonan y los poderosos nos desprecian, entonces nos decidimos de que si no por un camino o por otro, hay ganarse el sustento, aunque sea fuera de las leyes que dictaminan los jueces. -Tienes razón Leónidas –Le dice Eufemiano, moviendo la cabeza de un lado a otro. -Antes –sigue Leónidas con añoranza- era otra cosa; Los matuteros venían alguna que otra noche a guarecerse en la cueva de tu casa y eso, cuando menos, te daba para que comieran los chicos. -Ya no acude ni uno Leónidas; El contrabando está perdido ¡Ay! Si no hubiera sido por eso… ¡No envidiaba la suerte de nadie en aquellos

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tiempos! -Alza la mirada al cielo-. Con el matute se ganaba mucho, mucho dinero. Leónidas le da una cariñosa palmada en una pierna: -¡No me lo recuerdes que me da una nostalgia…! -Hubo día que cayó una pelucona y tuve por un tiempo vida propia; Me retiré de ciertos trabajos. Me dediqué a tomar el sol en el patio con una orza de vino y dándole gusto a la gusana –Hace una pausa, mira a lo lejos y añade-: Me sentí un hombre libre. -¿Has dejado el oficio? Por lo que se oye… Eufemiano le mira fijamente y responde con determinación: -Has oído bien, Leónidas –Señala la ballesta-. Ahora me gano la vida con esto. Desde el día que ahorcaron a mi padre, solo porque quiso darnos de comer todos los días, me he vuelto otro. -Más vale así –Responde Leónidas, sentándose en un banco junto a su amigo. -¡Qué quieres! Eso de que el verdugo le apriete el pescuezo a uno… -En fin, cada uno piensa a su manera. No se hable más de ello. Después de un silencio Eufemiano le pregunta: -¿Qué te ha traído por este mundo olvidado de Dios? -Voy de paso, porque tengo que ver a un sujeto para un negocio. Yo no he pensado en ti porque ya sabía yo, como piensas tú últimamente, pero tenía que rodear por este sitio y me dije: Voy a llevarle esta tortilla de chorizo, una botella de vino de Dambrena y un pan de dos céntimos, para que si el Eufemiano está en su casa, nos lo comamos y bebamos en compañía. Los ojos del cazador de pájaros, se dirigen al envoltorio. Leónidas saca entonces la vianda, da una parte a su amigo y reparte la otra entre sus hijos, reservándose para él, un pedazo. Eufemiano entra en la casa y sale con una navaja corva de dos muelles, se sienta sobre la piedra, trincha con ansia un trozo y le pregunta a Leónidas: -¿Es productivo el negocio que me has dicho?

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-¡Vaya si lo es! Con uno solo como este que me traigo entre manos, podría ser feliz una familia entera. -¿Y puedo yo saber…? Leónidas echa un trago de la botella y contesta: -¿Qué quieres saber? Eufemiano guarda silencio. Mientras tanto los niños comen sentados junto a un árbol. Leónidas se dirige a su amigo: -Pártele un trozo a la Rogelia, que a este paso se queda sin catarlo.

Capítulo LXVI

Eufemiano tiene cuarenta años. Es alto, pálido y delgado. Unas tupidas patillas de boca de hacha, cubren sus mejillas curtidas por el sol y el frío. Viste pantalón de burdo paño, remendado por varios sitios, destrozado por otros y sujeto a los hombros por dos tirantes de orillo, que contrastan por su color oscuro, con la almilla de bayeta amarilla, que ciñe su pecho. -¿No bebes? –Le pregunta Leónidas. Eufemiano coge la botella. Después continúa comiéndose la tortilla. Sus ojos, fijos en Leónidas una veces y en la vianda otras, se vuelven de cuando en cuando hacia los muchachos, que comen alegremente sobre el empedrado hueco de una acacia. Eufemiano, lucha consigo mismo por la participación en el negocio de su amigo. Cuando terminan la tortilla, Leónidas coge la botella y alzándola, le dice: -¡Por tus hijos y por tu mujer! -¡Venga! Brindan y después se quedan en silencio.

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Al cabo de unos minutos, Habla Eufemiano: -Oye, dijiste que ibas a poner en práctica un negocio… -Sí. Y celebro que me lo recuerdes, porque se me iba pasando la hora de tratarlo. Eufemiano se frota lentamente las manos y dice señalando a los chicos, que ahora se persiguen por el descampado: -Si pudiera sacar de la miseria a estos rapaces… -El asunto –responde Leónidas con parsimonia- que te digo, puede producir cuarenta mil reales. -Mucho dinero parece –Eufemiano hace un movimiento con la cabeza, en señal de duda. -Ni más ni menos. -¿De qué se trata? -Mira Eufemiano, que tú tienes mujer e hijos… -¡¿Y el hambre que pasamos?! Con tanto dinero… -Hace un inciso para preguntar-: Porque ¿sería a medias? Leónidas mueve la cabeza afirmativamente. Eufemiano continúa: -…dejaría el negocio de los pájaros y viviría tranquilo con mi gente, en una casa en condiciones. -Por mi… Hombre, sería más fácil dos que uno solo, por la cosa de la estrategia se entiende –Le da un golpe cariñoso en el brazo-. Piénsalo bien Eufemiano, que puedes caerte en la desgracia y arrastrar con ello a los vástagos y a la Rogelia. Yo no quiero que mañana te arrepientas de haberme acompañado. Tampoco te veas en la necesidad de que como amigo, te expongas al garrote; Si tu no lo haces, ciento habrá que lo hagan. Así que por mí, no… -Háblame de ese asunto, porque estoy resuelto a ser tu cómplice. Bueno, si no te parece mal… -Eso ni se pregunta. Anda y ponte una chaqueta –Exclama Leónidas, arrebujándose en su capa.

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Eufemiano se levanta, entra en la casa y cinco minutos después, sale con una raída zamarra y en la cabeza, una ancha y puntiaguda gorra de piel de lobo: -Te escucho. Leónidas mira en torno suyo y le advierte: -Se trata de escabechar a un tipo ¿Eh? El pajarero, apura el poco vino que queda en la botella, se limpia los labios con la bocamanga y responde: -Bien está -Hace una pausa- ¿Y cómo se llama? -Y eso que más te da hombre. -Tienes razón. Es que estas cosas… Me ponen nervioso. -Pues si me has de seguir en este asunto tienes que estar tranquilo, porque si no, capaz eres de echarlo todo a perder y entonces… ¡Adiós cuarenta mil reales! Y lo que es peor –Se coge el cuello con una mano simulando la horca. -Tienes razón Leónidas. Es que como hace tanto tiempo que no hago delito alguno, pues me pillas como si de nuevas se tratase ¿Lo entiendes Leónidas? ¡De cazar pajaritos para los parroquianos de las tabernas a mandar a un prójimo al otro mundo, va un largo trecho! Y dime ¿Cuál será mi cometido? -Es muy sencillo; A ese hombre le traes aquí y le encierras en el albergue, de lo que fue cueva de matuteros y contrabandistas –Se le queda mirando y añade- ¡Ah! Y qué decir tiene que todo ello, en el más riguroso secreto. -No hay inconveniente Leónidas; Yo te prometo que no ha de sentirlo ni las ratas. -Eso me parece mejor que tengas ánimos, que te veo como enclenque. -Leónidas, está muy claro. Sin embrago… Es necesario que me des alguna garantía. Algún dinero quiero decir. En fin… El bandolero saca por toda respuesta un cinto verde, cuenta seis onzas de oro y las pone en la mano de su amigo: -A cuenta –Le dice-. Esta noche, te entregaré hasta la mitad de lo que te corresponde y el resto, cuando concluyas tu trabajo.

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Eufemiano mira las onzas y responde: -¡Lo despacharé en un decir Dios me valga! -Así me gusta Eufemiano. Y puesto que hemos establecido ya las condiciones, hablemos ahora de los medios; Esta noche a las nueve, debes esperarme en el Puente de la Ermita de Santa Gracia. -No faltaré. -El coche en el yo lleve al sujeto, se detendrá a no mucha distancia de tu casa. Nos saldrás al encuentro, le meteremos en la cueva y te entregaré el dinero convenido; Lo demás, es cosa tuya. -Ahora que lo pienso –Hace una pausa y sigue-: Lo malo de este asunto, es que mis chicos y mi mujer podrían sentirlo. -¿Y qué? Los primeros no lo han de decir y la segunda… -¡Ay, la segunda! Tú no conoces los arreones de la Rogelia cuando se pone brava ¡Sería capaz de matarme, si se entera! -¿La tienes miedo? -Yo no; Pero no he tenido nunca valor, para enfrentarme a ella cara con cara; La Rogelia gana más que yo, es madre de mis hijos, me ha librado de ir a presidio, y sobre todo ¡que pega unas voces, que te nublan el sentido! -Pues engáñala con cualquier pretexto. Además, ella es trapera y los traperos pasan la noche por la calle. -Pero no sale de casa, hasta que no deja a los chicos en la cama –Otra pausa mientras medita- ¡En fin, ya lo arreglaré! No se ganan así como así, veinte mil reales de la noche a la mañana; Ese dinero, merece el sacrificio de que le vociferen a uno. Los dos ríen. Leónidas le observa con cierta ternura y le pregunta: -Ese dinero para ti ¿es una fortuna, verdad compadre? -Ya se ve que sí –Responde Eufemiano, apretando una por una las onzas que acaba de recibir-. Para ti no Leónidas, porque tú has seguido en el oficio y has tenido suerte ¡y valor, no cabe duda! Porque para ganar dinero en esto, hay que tener valor y tú lo tienes de sobra compadre. Y has hecho fortuna. Pero yo, ya ves… -Señala la ballesta.

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-Para mi suerte y la tuya, te has decidido a ayudarme y eso, te va a sacar de pobre ¡ya lo verás! Leónidas le estrecha la mano, se tuerce la capa sobre los hombros y trepa de nuevo por el barranco. Al pisar el camino, ve aproximarse una berlina de alquiler. Cuando la tiene a cierta distancia, llama al cochero, coge la portezuela y dice mientras pasa al interior: -¡A la Taberna de Benito! -¿A dónde caballero? Por mi fe, que por el nombre… Leónidas se sonríe y repite: -A la calle Misericordia y una vez allí, le digo dónde me deja. -A escape, señor –Murmura el cochero. Y le descarga un latigazo al desventurado penco. Cuando el coche se detiene, el bandolero consulta su reloj: -Veremos si el primo es tan puntual, como yo. Le paga al cochero, entra en el figón, se sienta al fondo y pide una jarra de vino. Cinco minutos después, Semión embozado, aparece en la puerta. -¡Ya cayó el gazapo! –Leónidas se levanta, se dirige hacia él y le toca en el brazo-. Aquí me tiene usted. -A las buenas le sean dadas –Le responde Semión- ¿Cómo sabía que era yo, si vengo con embozo? -Porque amigo, solo a alguien como a usted, se le ocurre entrar de esa manera, en un sitio como este. –Le señala la mesa-. Venga y siéntese. Semión le acompaña precedido del bandolero. Cuando toman asiento, Semión le pregunta: -¿Esta en marcha nuestro asunto? -Completamente caballero. -Quiere usted decir que… -Que si las cosas salen a medida, esta noche quedará todo concluido. -En este caso… Semión se saca del bolsillo de su chaqueta un sobre, y se lo entrega diciendo:

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-…aquí tiene usted esta carta, con ella irá usted a la Ronda de Valsalobre en el número diecinueve, preguntará usted por don Félix Veracruz y se la da. -Este caballero es… -Es el hombre de quien se trata. -¿Y la carta? –Pregunta Leónidas-. Cuando usted se ha echado mano al bolsillo, pensé que se trataba de los honorarios ¡Pero ahora me sale, con que tengo que darle una carta! –Se inclina hacia adelante- ¿Y puedo saber qué función desempeña la misiva? Mire amigo, yo soy perro viejo como suele decirse y una cosa es pasarle la barbera por el gañote a un fulano y otra, que tenga que hacer de corre ve y dile con minutas y mensajes. Perdone el recelo, pero estas cosas nunca acaban a pedir de boca. -No se preocupe. Es de una persona que le interesa mucho; Una joven llamada Laura. -¿Y qué debo decirle además de entregarle la carta? -Lo que usted quiera, con tal de sacarle de su casa y llevarle con usted. Leónidas le mira con desconfianza e inquiere de nuevo: -De lo que no cabe duda, es que se trata de una venganza por algo que ese caballero le ha hecho a usted. Algo importante supongo. -Este personaje, estuvo en la cárcel cuando la revolución republicana. Logró escapar del pelotón de fusilamiento y al cabo de los años, se ha presentado en la Corte con un nombre falso. Pero he conseguido saber quién es en realidad, y porque es depositario de acontecimientos que no nos interesa que se sepan, pues… He recurrido a usted, para que sigan sin saberse ¿me entiende? Leónidas, ante la explicación parece más conforme: -En ese caso, solo nos resta una cosa. -No recuerdo… -Le responde Semión, haciendo un gesto con los labios. Leónidas le mira de soslayo, mientras lía un cigarro y le dice: -Flaco de memoria se me presenta el caballero; Ayer le dije bien claro, que en este negocio, como en el de meretriz se cobra por adelantado.

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Semión, se golpea la frente con la palma de la mano y saca una cartera del bolsillo: -Tiene usted razón; Los tratos son los tratos, amigo mío. Leónidas, mira la cartera y le responde: -Así me gusta, que sea usted previsor. -Con que vamos al negocio ¿Cuánto tengo que abonarle? Leónidas apoya los codos en la mesa, arroja al aire una bocanada de humo y dice, mientras quita las cenizas de la mesa: -Cuarenta mil reales, nada más. Semión se estremece: -¡Que! -¿Le parece a usted mucho? –Pregunta Leónidas sonriendo. -¡Por Dios! Por cuarenta mil reales, hay hombre capaz de matar a medio Miranda, en una sola noche. -Pues busque usted a ese hombre –Le responde Leónidas y se levanta. -¡Vaya! ¡Venga usted acá! –Semión le retiene. -¿Y para qué? –El bandolero se vuelve- ¿Cree usted, que voy yo a regatear la vida de un hombre, como si fuera una libra de patatas? ¡Pues no faltaba más! Semión abre la cartera: -Bien, sea como usted quiera. -Eso es otra cosa ¿Con quién se piensa que está haciendo tratos? Semión, antes de contar el dinero insiste: -Me parece prudente sin embargo, que lo tome usted en dos partes; Una ahora y la otra… -¡Bah! ¡Bah! ¡Le digo a usted, que no nos arreglamos! Semión, empieza a colocar sobre la mesa los cuarenta mil reales. Leónidas los cuenta, los revisa y después los guarda en el bolsillo interior de su chaleco: -Entonces nada más, tenemos que hacer aquí. -De qué modo puedo tener yo noticias del resultado… -Le pregunta Semión. -Aquí ¿Le parece?

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-Si –Mira a su alrededor-. Es un lugar discreto. -En ese caso, dentro de una semana contando desde hoy, al medio día le espero. Semión se levanta, le estrecha la mano y sale de la taberna. -No es mal negocio –Piensa Leónidas-. Esto es lo que se llama encontrar a la gallina de los huevos de oro. Este tal Semión, maneja dinero. Bueno es, no perderle de vista ni ahora, ni para el futuro. El tabernero, sale del mostrador y se sienta en el borde de la mesa: -¿Cómo va eso Leónidas? –Le pregunta con socarronería. -¡A las mil maravillas! El caballero ese maneja la guita con la misma destreza, que tú el puñal de descabello. -¡Te convido a una jarra de añejo, para celebrar el negocio! -Se te agradece el detalle Benito, que sabes que para mí, eres como un hermano. Y esta tu casa, la mía; El único sitio en todo Miranda, donde puedo ser yo, sin miedo a la justicia. -¿Y qué negocio es el que te proporciona tanta algazara? –Le pregunta el tabernero. Luego se levanta, coge del mostrador una botella de vino y se vuelve a la mesa. Esta vez se sienta en una banqueta, frente a Leónidas. Éste le responde: -He de llevar a casa del Eufemiano a un tipo y una vez allí… Pues ya me entiendes. -¡El Eufemiano! ¡El marido la Rogelia, la trapera! ¡Milagro será que no le ahorquen! -¿Por qué? –Pregunta Leónidas con curiosidad. -¡Toma! ¿Pues no sabes tú el maleficio de esa familia? -Hombre, algo se… -Apura el vino que tiene delante. El tabernero cree notar en la cara del bandido, cierto interés por conocer la historia y se dispone a relatarla.

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Capítulo LXVII

-El chamarilero padre del Eufemiano y vecino de un pueblo no lejano de Miranda, era un tipo muy socarrón a la par que bueno y beato; Así que igual tomaba el cuchillo y destripaba a un mal mira, que cogía el rosario y se estaba rezando una semana. Como había sido ropavejero en sus verdes años, todos le daban el apodo del chamarilero, aunque su nombre en la pila fuese Juan. Juan tenía en un principio algunas onzas de oro, una bodega con vino rancio, dos o tres negocios en proyecto y un caballo en la cuadra de su casa, para echarse de rico por el pueblo. Sin embrago, como gastaba mucho y pasaba la vida como un duque, el diablo tiró de la manta una mañana y por la tarde se vio más pobre que un mendigo. -¿Se perdió el mala cabeza? –Pregunta Leónidas bebiendo de la jarra. -¡Y tanto! –Le responde el tabernero haciendo lo mismo. Luego, se limpia los labios con el mandil y sigue: -El caballo, la casa, los vinos y las onzas, pasaron a ser propiedad del escribano del pueblo y que según noticias, conocía todas las máculas y fechorías del chamarilero. El Juan, pasó quince días en tal estado y sin duda, le sabía tan mal el saberse pobre, que se tardó en menos de lo que tardo yo en decirlo en verse flaco y pálido como un espectro ¿qué le habrá pasado a Juan? se decían unos ¿por qué estará así el chamarilero? se preguntaban otros. Y los que no decían nada y rehusaban su presencia, eran los viejos y las viejas, porque unos y otros, habían conocido joven a Juan y murmuraban que estaba condenado, porque tenía más de ochenta cuerpos enterrados en la bodega de su casa. El único consuelo de Juan, según el pueblo, era su mujer; Juan se había casado algunos años antes y como fruto del amor, tenía una criatureja desgarbada y flaca, que chupaba las entrañas de su madre y que ya se colgaba de las rodillas de su padre, para pedirle alimento y pellizcarlo de vez en cuando. La mujer del chamarilero era una santa, pero Juan que no reparaba en estos detalles, la trataba a golpes por la más mínima cosa. Una noche Juan entra en su casa, cierra y atranca la puerta como tenía de costumbre. Luego se fue al corral, sacó del pozo por sí mismo, un cubo de agua para

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aplacar la sed y dos horas después, los vecinos oyeron grandes voces en la casa y sintieron miedo por la Isidora, que era el nombre de la madre del Eufemiano. Benito se levanta, se mete detrás del mostrador para atender a unos cuantos clientes y cuando regresa, Leónidas le pregunta con impaciencia: -¿Y qué pasó? ¡Mira que me juego un dineral esta noche! A ver si a resultas de lo del padre, se me echa para atrás el hijo y… -¡No! –Le dice Benito, sentándose de nuevo a la mesa-. No es a su padre a quien tienes que temer ¡Que Dios le tenga en su gloria! –Se hace la señal de la cruz- ¡Es a la Rogelia! ¡Menudos arrestos gasta la moza! Pues veras Leónidas, que sigo la historia: Las voces se calmaron, pero algunos vecinos oyeron un ¡Jesús me valga! como el grito de un ser que desfallece y un ¡ya está! terrible y espantoso, como una maldición. A la mañana siguiente, dijo a los que le preguntaron que su mujer estaba enferma ¡y tan mala estaba, que le dieron tierra tres días después! -¿La había pasado la barbera por el gaznate? –Pregunta de nuevo Leónidas-. Esta mala vida del Eufemiano, no la conocía yo. Benito escancia más vino y sigue: -Y no pararon aquí, las fechorías del Juan; Algunos años después, comienza la guerra civil. El Eufemiano, era un muchacho travieso y malintencionado que podía manejar el chopo aunque con trabajo. Juan vio en aquello un pretexto, para quitárselo de encima como deseaba y lo alistó en las filas de la Reina. El chico obedeció por miedo a su padre, pero a la primera oportunidad, se pasó a la guerrilla porque el imberbe era liberal. Tú sabes Leónidas, cuan frecuente era en aquel tiempo, que los frailes ya por sí o por medio de otros, proporcionaban dinero a los monárquicos. Juan, que con su capa de santo se había captado las simpatías de los frailes, se hizo conductor de caudales durante algún tiempo. Una vez, hubo que remesar una gruesa partida de oro a la facción de la Reina y como Juan se ofreciese a acompañar al mismo Abad, cargaron las alforjas con el preciado tesoro, montaron en sendos mulos y quince días después, los legos lloraban a voz en cuello, la muerte del

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Abad y Juan, comenzó a comprar anegadas de tierra, casas y ganado por valor de muchos miles de reales ¿Comprendes amigo Leónidas? -Me lo figuro; A otro que le pasó la barbera. Hay gente que no se conforma con lo que tiene. -Juan cogió al fraile por los hábitos y lo arrojó al pozo. -Dios le haya perdonado –Dice Leónidas mientras bebe de nuevo. -El chamarilero se creía muy feliz, pero no contaba con la huéspeda; Una mañana recibió una carta del escribano del pueblo, concebida en los términos de amenaza por los impuestos que había de pagar. Juan ni corto ni perezoso, se resolvió; Tomó una barbera que guardó en el bolsillo de su chaqueta y al anochecer del mismo día, se fue a la casa del escribano diciendo para sí, mientras que como ido cruzaba las calles del pueblo: Se conoce que mi mujer y el fraile, le dan envidia y quiere seguir la misma suerte. Y cuando llegó y entró en la casa, se le arroja contra él y le clava la navaja en el cuello. Benito se echa un trago y suspende el relato. Se acerca de nuevo detrás del mostrador y después de servir en algunas mesas cercanas a éste, regresa con su amigo, al que se le oye preguntar con desasosiego: -¿Y qué sucediole después? El tabernero continúa: -Pues ya te puedes imaginar, con la fama que tenía en toda la comarca, le apresaron y pagó no solo por el escribano, sino también por su mujer, por el fraile y por alguno que otro más, que le añadieron. -No sabía todo eso Benito ¡Pobre Eufemiano! -Desde entonces el Eufemiano y la Rogelia, se vinieron a vivir a Miranda. El tiene los instintos de su padre, pero ella le disuade con dos voces en grito y algún que otro mandoble. -¿Y tú crees Benito, que se volverá atrás en mi asunto? -Eso no. El Eufemiano es hombre de palabra y cumple lo que ofrece; Si él te ha dicho que matará, pierde cuidado que mata. El vino y la historia han concluido. Leónidas consulta su reloj y dice:

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-¡Vaya! Empieza el trabajo sucio. -Pues hasta la noche, Leónidas Biencinto. -Hasta la noche Benito. Y embozándose en la capa sale de la taberna y se pierde por las tortuosas calles del barrio.

*** En el rectorado, mientras se tramita la salida de Laura del convento, Beatriz trata de averiguar qué clase de sentimientos guarda la joven hacia el músico. -He oído decir señorita, que ha estado prometida con el caballero Pedro Campoy. -Y lo sigo estando, señora. En cuanto sane de las heridas que le produjo el fatídico duelo, nos casaremos. -Sí. Según me comentaron, fue un enfrentamiento tremendo en el que el otro contendiente, perdió la vida –Hace un gesto con las manos, en señal de desacuerdo-. No me explico cómo el Ministerio de Gobernación, no se decide a prohibir estos litigios entre dos hombres ¿Y cómo sigue? -Por las noticias que me llegan de mi aya Antonia, está fuera de peligro. Pero el médico les ha aconsejado, que siga guardando cama la mayor parte del día. -Yo conozco a la madre de don Pedro; Doña Estrella de Capdepón, una gran señora. -Desde luego –Responde Laura –Hemos hecho bastante complicidad; Es una madre para mí. Como yo apenas tuve trato con la mía… El rectorado está en el segundo piso, junto a un pasillo en el que a un lado se ve la entrada a la capilla y al otro, un jardín con una fuente en el centro, y unas puertas de arco a lo largo de un corredor. Beatriz y Laura, están sentadas en un banco de madera repujada, en la sala de espera, enfrente del despacho de la Hermana Rectora. -¿Tiene usted alguna afición? –Le pregunta Beatriz. Laura se la queda mirando y le responde con una sonrisa: -Bueno, leer… -Se queda un momento pensativa. -La música ¿Le gusta a usted la música?

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-Me agrada oírla, pero no la entiendo. Tal vez sea falta de cultura, más que de sentido musical. -En una ocasión y la verdad, no sé por qué fue, me comentó mi secretario, que había tomado clases de solfeo, por eso le he preguntado si le gustaba la música. -Hace ya algún tiempo que sí, pero luego lo dejé. Era demasiado difícil para mí. Soy muy torpe y no tengo oído musical; Mis dedos –se los mira- no sacan notas de los instrumentos, sino mas bien, una especie de alaridos lastimeros. Beatriz se sonríe y Laura sigue: -Las monjas del convento donde me crié, nos daban clases de piano, de guitarra o de arpa, pero mi torpeza era tan grande y de forma tan continuada, que no solo no aprendí nada, sino que lo poco que pudieron las pobres enseñarme, ya lo olvidé. -Pues si algún día se decide a continuar, yo conozco a un profesor que da clases a mi hijo. Se llama David Jamaná. -¡David! Creo que le conozco yo también ¿No es un chico que vivía en los soportales en Valsalobre? -El mismo. -Ese profesor también me dio clases a mí. Su casa estaba enfrente de la mía, donde el señor Vladimiro, en el bajo. -También es casualidad. -Bueno. En Miranda, pocos profesores de música habrá, así pues, si no es uno, será el otro. -¿Y qué le parece? –Le pregunta Beatriz. -Es un muchacho encantador. -Lo ha dicho usted de una manera, que… -¡Por Dios señora! No pensará usted… Nada más lejos de la realidad. Si se figura que entre ese joven y yo… Estoy comprometida formalmente y él, está dedicado a su arte. Beatriz guarda silencio. Semión, luego que termina de entrevistarse con Leónidas Biencinto, se dirige al convento.

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Al llegar, Arcadia vuelve a estar en la puerta tomando el sol, sentada en el banco de piedra y sobre el cojín. -¡Calle! ¿Usted también aquí? –Le pregunta, mientras se pone una mano en la frente. -¡Como que también! –Exclama Semión. -¡Vaya! No se me altere usted, que no ocurre novedad en esta santa casa. Lo que quiero decirle, es que la persona enviada por usted, para recoger a la señorita está arriba, en el rectorado, esperando ser recibidas por la hermana superiora; Sor Sagrario. -¡Por mí! -Si señor ¡por usted! La señora Beatriz le digo. -Hermana Arcadia, usted debe estar equivocada. -¡Válgame el cielo! Y que memoria tan mala va echando usted… -Pues confieso que cada vez la entiendo menos. -¡Menos! Si, venga usted chanceando. Suba, suba y la verá. -¡La marquesa aquí! ¿Y a qué vino? -Eso pregúnteselo a ella, pero según entiendo yo y por lo que se prepara, a llevarse a la novicia. Semión sube al rectorado y cuando las ve a lo lejos en el pasillo, sentadas una junto a la otra, en uno de los bancos se acerca despacio mientras se dice: -¿Qué significa esto? ¡Parecen dos comadres, esperando en la cola del mercado principal! Beatriz, nada me ha comentado ¿qué intentará? Cuando llega, se dirige a la marquesa: -Señora, me sorprende verla aquí. Ella se vuelve y mira a Laura con una amplia sonrisa: -¿Por qué? He venido a sacarla del convento. Laura se queda mirando fijamente a Semión, hasta que él la saluda: -Buenas tardes, señorita. -Buenas tardes –Le responde muy seria. Semión se sienta junto a Laura y dice:

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-Por las indicaciones de Arcadia, esta es la intendencia y el despacho de la Superiora; Sor Sagrario –mira de un lado a otro- debe estar por aquí. Beatriz se adelanta a Laura, para responder: -Ya hemos hablado con ella –Hace una breve seña con la mano-. Esta ahí enfrente; Esa puerta. -¿Y qué le ha dicho? –Pregunta Semión. Interviene Laura: -Que hoy no va a ser fácil que me vaya –Baja la mirada al suelo. -Eso ya lo imaginaba yo, señorita -Dice Semión-. En un convento de clausura, no puede uno entrar y llevarse a una novicia por las buenas y así como así… -Tengamos paciencia –Añade Beatriz sonriendo. -Y además señorita Laura –Semión se dirige a ella-. Usted que ya estuvo en otro convento cuando pequeña, algo de esto ya sabe –Mira su reloj. Beatriz se inclina y entre Laura, le pregunta a su secretario: -¿Qué hora es? -Las ocho y media. Casi más –Le empieza a dar cuerda. -Está anocheciendo –Laura mira el cielo que se divisa a través de los ventanales del corredor. -¿Qué ha dicho la superiora? –Pregunta Semión. -Que se necesita el consentimiento de una persona allegada, para que se haga cargo de su custodia –Responde Beatriz- por lo menos hasta las puertas del convento y luego… Por lo visto a mí, no me dejan sacarla. Laura, deja de mirar hacia el corredor y se dirige a Semión: -Lógicamente, porque no fue ella la que me ingresó, fue usted, y a usted es al que me deben entregar, como dice doña Beatriz, hasta las puerta del convento –Hace una pausa-. Así que ya que ha venido, le corresponde dirigirse a la Hermana Sagrario y arreglarlo todo. -Creo que es una buena idea –Dice Beatriz.

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-Confíe en mí –Le responde Semión y añade-: Hablaré con esa monja esta tarde mismo, pero no puedo asegurar que esta noche salga la señorita de aquí. -Me temo que tenga razón mi secretario –Le dice Beatriz. Laura se levanta: -Eso quiere decir, que me espera una noche más entre estos muros –Mira a su alrededor. -Por lo menos señorita –interviene Semión-, ya tiene usted una fecha que ponerle a su libertad. -¿Cuánto tiempo tardará? –Le pregunta Laura. -En el día de mañana, espero que esté todo arreglado. Se levantan y empiezan a caminar por el pasillo. Semión dice: -Hablaré con la Hermana Arcadia para dos cosas; Una que la preparen una habitación, que no sea celda de novicia y dos, que le anuncia a la Hermana Sagrario, que a primera hora tengo que conversar con ella. -¿Y por qué no le habla usted ahora? –Le pregunta Laura. Semión le responde con cierta paciencia: -Señorita Laura, son más de las nueve de la noche. Estamos en un convento de clausura ¡de milagro, nos dejan caminar por estos pasillos! Y añade Beatriz: -No oye usted ¡que silencio…! Las hermanas deben estar ya en sus celdas y no son horas de visitas. Tenga usted paciencia; Solo es una noche más. -Me es muy duro –Responde Laura. Beatriz se dirige Semión: -La vuelta a Miranda, la podemos hacer en el carruaje que me espera en el camino. -¡Ah! ¿Era el suyo? –Le responde éste-. Cuando venía hacia aquí, me ha sorprendido verlo parado y me he dicho ¡qué raro! ¿Quién estará en el convento de visita? Bajan al chiscón de Arcadia y le cuentan lo sucedido.

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Luego ella y Laura se dirigen hacia una de las habitaciones reservadas a los confesores del convento.

Capítulo LXVIII

A la cerrada noche, de este mismo día y una vez que deja a Beatriz en el palacio, Semión coge una berlina y se hace conducir a los soportales de Valsalobre. Echa pie a tierra, unos cincuenta pasos antes de llegar a la casa de Vladimiro. Se emboza hasta los ojos, da un rodeo sobre el camino y se sitúa tras una tapia semiderruida, que hay frente a la casa. Las sombras de la noche, empiezan a hacerse más densas. Semión mira con impaciencia a ambos lados del camino. Consulta su reloj y por un momento, se conceptúa víctima de las estratagemas de Leónidas Biencinto. -Ese hombre –se dice-, puede hacerme perder los cuarenta mil reales y lo que es peor; Mi ascendiente con la marquesa. He ido con el dinero por delante, sin garantía de ninguna especie y él, puede chasquearme impunemente el muy bribón ¡He sido un imbécil! Ya no tendrá estímulo ninguno, que le arrastre a cometer lo proyectado; Y más cuenta le tiene gastarse el dinero a exponerse a que le ahorquen ¡Ya ni viene, ni vendrá! Y ve como se llena de sombras el camino, y se encienden las farolas. Al fin, La silueta de un carruaje aparece por el horizonte de la Ronda. El coche se detiene muy cerca de la berlina, que le había traído a él. Poco después, una sombra se dibuja entre los árboles, cruza la verja y se dirige a la casa de Vladimiro. Semión para no ser visto, se retira hasta esconderse entre los setos del jardín. Dentro de la casa Félix Veracruz y Antonia, hablan sobre todo lo acontecido en los últimos días. Una lámpara de bronce, esparce su tenue luz en la estancia.

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Antonia, tiene la mirada fija en la costura que apoya sobre sus rodillas. -Por más que inquiero –dice el Capitán Félix- no puedo dar con el origen de esta intriga. El recuerdo de mi pobre Laura, acabará con mi existencia. -Y con la mía señor, créame usted. Cuando recuerdo las horas que ella ha pasado en el jardín de esta casa y veo, que todas nuestras esperanzas, se han convertido en amargos sufrimientos, es cosa que se me parte el corazón ¡Pícaros! ¿Qué conseguís con atormentarla, si ningún daño os ha hecho? Ella tan buena, tan virtuosa, que no goza más, que con el efecto hacia sus semejantes ¿Por qué ha de verse ausente de nosotros? Sin auxilio, sin consuelo y sin la paz que este asilo le ofrece –Mira a su alrededor- ¡Creo que voy a volverme loca! Félix le hace un gesto de ternura. -Sabe señor -continúa Antonia- reconozco que soy egoísta, porque cuando me hallo entre personas que no sufren, me duele la envidia y les deseo a ellos, el mismo mal que yo tengo. Si el Señor me llamase ahora a juicio, no me salvaría ni el arrepentimiento, ni la confesión in extremis. -¡Vamos! No se atormente así –El capitán trata de consolarla. -Reconozco mi culpa, pero ¿cree usted fácil la resignación? después de haberla criado a mis pechos como quien dice, bueno ¡qué le voy a contar a usted que no sepa! De verla crecer y desarrollarse en torno mío, de haber pasado con ella, la mayor parte de mi vida y de cifrar en ella todo mi orgullo ¡y para qué, señor capitán! ¡Para qué! Para que ese tunante de Semión que el diablo lleve, venga con sus manos lavadas y nos la robe ¡Canalla! ¡Oh! Dios me persone si ofendo, pero por mucho que yo diga, nunca será bastante para echar fuera de mi pecho, el dolor y la ira que lo consume. -Sin embargo –dice Félix- no desconfío de encontrarla, mientras me quede un minuto de vida. En este momento, suena la campanilla de la puerta. -¿Quién podrá ser? –Pregunta Antonia-. Nadie acostumbra a visitarnos en estas circunstancias. -Será el doctor, que viene a ver a la esposa de Vladimiro.

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-¿A estas horas…? Le digo a usted que no, don Félix. -Abra usted y lo sabremos –Él, responde impaciente. Antonia, coge la lámpara y sale. Al llegar a la puerta, abre la rejilla y pregunta: -¡Quién va! ¡Anúnciese quien quiera que sea! -¡A la paz de Dios, señora! –Se oye una voz desde fuera- ¿Don Félix Veracruz, vive aquí? Antonia se queda un momento en silencio, sin saber que decir y al final, responde: -Si señor ¿Qué se le ofrece? -¿Está en la casa su merced? -Si señor, pero tenga usted a bien decirme su nombre, para anunciarlo. -¡Y para qué! Su merced, no me conoce. -Pues en ese caso, venga usted por la mañana. -Es que yo tengo necesidad de hablar con él ahora mismo –Contesta Leónidas Biencinto. -¿Ahora? –Pregunta Antonia, sin ceder en su desconfianza. -Si por cierto. Porque no hay tiempo que perder. Antonia hace otra pausa y se dice para sí: -¿Qué querrá este hombre? ¡Además, sabe cómo se llama realmente el capitán! Igual le trae alguna buena nueva desde fuera de Miranda, porque aquí, en la Corte, nadie sabe que es el Capitán Veracruz. Después se dirige al visitante: -Pues qué ¿tan importante es el asunto que le trae? -Señora, diga usted a don Félix, que le traigo una carta de la señorita Laura. Antonia levanta el picaporte, abre la puerta con rapidez y le dice: -¡Pase! ¡Pase usted! Leónidas Biencinto se quita el sombrero gacho con el que cubre su cabeza, echa abajo con brío el embozo de la capa, da las buenas noches y con paso decidido, entra en el cuarto donde se encuentra Félix. Leónidas viste una tosca y gruesa capa de larga esclavina y alto cuello. Calzón semi corto. Polainas de tela. Botas de piel de becerro claveteadas.

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Camisa con chorreras y chaqueta oscura con grandes solapas que por extensión, van a perderse bajo los pliegues de la capa. -Buenas y santas noches –Saluda desde la puerta. Félix que está de espaldas a ésta, se vuelve y acercándose le responde: -Me ha dicho doña Antonia, que trae usted una carta de la señorita Laura. Leónidas se la entrega. Félix la abre, la lee y después le dice a Antonia: -La carta está dirigida a usted. -¡A mí! –Exclama. -Como es lógico –Le responde el capitán-. Ella ignora todavía que estoy vivo, y que me encuentro en esta casa. -Si mejor es. Porque si se enterase así de golpe, capaz de darle un repente. El capitán se la entrega. Ella la coge y le pregunta: -¿Qué dice, señor? Que aunque yo luego la lea despacio, como yo leo; Usted me hace un resumen, si no es molestia. -Dice que está bien de salud y que pronto estará a nuestro lado. Luego Félix se queda mirando a Leónidas y acercándose más, le pregunta: -¿A quién tengo el placer de agradecerle, la entrega de la misiva? El bandolero le contesta: -Mi nombre no importa, pero quien me dio la carta se llama Semión. -¡Mira el caballerete! –Interviene Antonia- ¡Mire usted el pícaro! Así que Semión ¡menudo sinvergüenza! Cuando me lo eche a la vista ¡ya le apañaré, yo! ¡Ya! -Siéntese usted –Le dice Félix al visitante. -Con permiso –Le responde Leónidas, ocupando el asiento que se le ofrece. El capitán guarda silencio durante un tiempo. Entre tanto Antonia, lee la carta varias veces, con harta parsimonia.

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-Usted no sabe cuánto le agradecemos este servicio –Dice Félix-. Y ya que está dispuesto a favorecer a Laura, para dejarla libre, espero que me diga dónde está y de los medios que se ha servido, para mandar la carta, primero a través del señor Semión y luego con usted, caballero. -Señor –responde Leónidas- hasta la presente, la señorita debe estar bien. Yo solo soy un mandadero que me envían a por usted, para que le acompañe hasta ella. -¡Entonces! ¡Podré verla al fin! -¡Si usted va, yo también! –Añade Antonia, guardándose la carta dentro del escote. Leónidas se vuelve hacia ella: -No señora. Mi mandado es para que me acompañe solo el caballero, y el caballero solo vendrá conmigo a la quinta. -¡Pues vaya un baldón que se me hace! –Exclama-. Primero me la roban delante de mis narices y ahora, esto… -¿Partiremos esta misma noche? –Pregunta el capitán. -Si señor –le responde el bandolero- y podrá verla, hablarle y hasta sacarla de allí, si le place. -¿Y dónde está esa quinta? -Muy cerca de la entrada a la Corte, por la zona sur. Si usted quiere que le sirva de guía, antes de cinco cuartos de hora, estaremos allí. -¡Vamos pues, como halcones que lleva el viento! Y volviéndose hacia Antonia, continúa: -No tenga cuidado de mi ausencia; Vendré con la felicidad entre mis brazos. -¡Quiéralo Dios! –Responde ella, entre suspiros y señales de la cruz sobre su pecho. El capitán, se pone el sombrero, la capa, coge de un cajón de la librería un par de pistolas, y dice: -No perdamos tiempo ¡hasta la vuelta, Antonia! Ésta, le recoge el cuello de la capa hacia arriba, mientras le responde: -Señor capitán, no se vaya usted a comprometer. Leónidas interviene:

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-Pierda cuidado buena mujer; Los que guardan la quinta, son gente de orden. Quede con la paz de Dios. Félix sale delante. Leónidas, se emboza la capa hasta los ojos y desde el jardín antes de salir, tiende una rápida mirada sobre el camino. Semión que ha esperado su salida, unas veces oculto y otras paseando, sale de entre los árboles y les sigue a buen paso. Cuando llegan al punto en el que los carruajes esperan, Leónidas le dice al capitán: -Me ha parecido ver la tablilla, sobre el pescante del carruaje de las farolas verdes, y si su merced lo quiere, podemos ocuparlo, porque mejor se va en coche que a pie, y la tirada es larga. Leónidas, colocándose dentro del semicírculo luminoso que proyecta el farol, le hace una seña al cochero. -Mejor será hacerlo como usted aconseja –Dice Félix. -¿De quién será este otro carruaje? –Piensa Leónidas al verlo. -El caso es que –dice al auriga- mi hora de recogida son las doce, y son ahora las menos cuarto. -¡Llévenos y se le dará el doble! –Le grita Félix. -¿Es muy lejos? -En la barriada de Las Yeserías. El camino donde debe de parar, ya se lo indicaré yo –Le responde el bandido. -¡Bueno! Ahí me pilla de camino. Si les hace… -¡Venga pues! –Dice Leónidas, entrando en el coche con presteza. Luego lo hace Félix y ambos se sientan uno al lado del otro, en un desvencijado asiento de madera. El vehículo se pone en marcha. Semión llega al lugar donde espera el suyo, se sube y le pide al arriero: -Camine detrás de ese otro coche, pero sin que le repare ¿Entiende? -Lo que usted mande, caballero. Poco después, ambos carruajes desapareen de la Ronda.

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Leónidas comienza a hablar con el capitán, de todo cuanto puede interesar a sus propósitos y con el objeto, de que no se extrañase de los acontecimientos que iban a sobrevenirle. La noche se muestra protectora de los planes del bandolero. El aire agita las ramas secas de los árboles. Las estrellas y la luna llena tachonan el firmamento y su blanquecina luz no es suficiente para disipar las sombras del camino. El frío es tan intenso, que los cristales de las portezuelas empañados por la escarcha, ocultan a don Félix el exterior. -¿Tardaremos mucho? –Pregunta éste rompiendo el silencio. -Si su merced y yo, hubiésemos ido andando, teníamos para rato. Pero en este carruaje que nos brinda la providencia, aunque destartalado y sucio el camino se nos hará más corto. Y el cochero, que parece que ha conocido la prisa que llevamos, añadida a la que tiene él, aprieta el paso del animal que es un gusto –Calla un momento y añade-: No. No tardaremos mucho. Don Félix, en una de las curvas, trata de mirar por la ventanilla hacia el tiro, y dice: -Debemos llevar un buen caballo; Sus cascos, apenas se sienten sobre el camino, en cambio la trepidación del carruaje es más violenta. Leónidas guarda silencio; Mira de reojo a su compañero de viaje y piensa en las pistolas que lleva en el refajo. El capitán continúa: -Si mi ansiedad de verla, pudieran infundir energía al noble animal, su carrera sería más veloz que el rayo ¡Cuánto anhelo encontrarme junto a Laura! ¿Cómo está? ¿Es feliz en esa quinta? -Así. Así –Leónidas, trata de disimular su ignorancia. -En mis palabras caballero, habrá comprendido la injusticia que se ha cometido con esta muchacha. Mis enemigos, porque no pueden ser otros, se han vengado cobardemente en ella ¡Pero todo llegará a descubrirse Dios mediante! El movimiento del carruaje, hace que los dos viajeros se balanceen de un lado a otro en su interior.

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Félix sigue: -Ahora que estamos solos, le pido por favor que me revele todo cuanto sepa, sobre el secuestro de esta señorita ¿Quiénes son? ¿Qué objetivo persiguen? ¿Qué se proponen de mi?... Leónidas, entre los vaivenes de la berlina, las pistolas del capitán y las preguntas de éste, le responde un tanto nervioso: -Caballero, ya le he dicho que no sé nada, simplemente soy un emisario que le acompaña a su destino. -Está bien. De todas formas, no faltará mucho para sacarme de dudas. Poco después, el carruaje se detiene. -¿Hemos llegado? –Le pregunta Leónidas al auriga. -Si señor ¡Ea! Adonde me ordenó; A la entrada del camino de Las Yeserías–Le responde éste. Félix echa pie a tierra, le paga al cochero, y se dirige a Leónides: -¿Por dónde se va? -¡Por aquí! –Responde Leónidas sujetándole por un brazo. Mientras tanto el bandolero dice esto, una silueta cruza el camino de un lado a otro y comienza a bajar por el barranco. El capitán sospecha y amartilla una de las pistolas. Leónidas, aprieta con más fuerza el brazo y le arrastra por el despeñadero. Luego se detienen y caen sobre la pendiente. En el silencio de la noche se oye el resorte de un gatillo, que tal vez por la humedad solo cae sobre la chimenea de la pistola sin dispararse. Después alguien dice: -¡Ya está aquí! -¿Hago falta? –Pregunta una voz, que parece salir del fondo la tierra. -¡No por tu alma! Que entre mis manos, tan bien le tengo cogido por el cuello, que no ha de respirar en mucho tiempo. -¿Y qué hacemos ahora? -Ayúdame a levantarle, si no prefieres que le despachemos aquí. -¿Y el rastro? -Tienes razón. Anda con él ¿Has traído cuerda y mordaza?

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-Sí. Como dijiste. Leónidas se inclina sobre el cuerpo de don Félix, le levanta por un extremo y sigue tras los pasos de Eufemiano. La respiración fatigosa y anhelante del prisionero, y el rumor del agua que discurre por la ladera del barranco, es lo único que interrumpe el silencio de la noche. El campo aparece, como un inmenso piélago de sombras Leónidas camina desorientado. El terreno que a la mañana estaba resbaladizo, ahora ofrece resistencia a las pisadas; A veces sus polainas rozan con las plantas, produciendo un extraño rumor. -¿Falta mucho? –Pregunta al fin Leónidas con desaliento. -Veinte pasos, nada mas –Responde Eufemiano. Cinco minutos después el pajarero y el bandido, llegan a la caseta del contrabandista con su carga. Eufemiano empuja la puerta con el pie y entra primero. La luz de un candil de hierro, enganchado sobre una de las grietas del muro, hace tambalear las figuras del siniestro grupo. Don Félix, horizontalmente suspendido por Eufemiano que lo lleva de los pies y por Leónidas, que sostiene su cabeza, lleva una cuerda liada a sus manos y una mordaza sobre la boca. Eufemiano mira a Leónidas y con un movimiento de su cabeza, le señala la cueva. Éste le responde con una seña afirmativa. Eufemiano le da una patada a la puerta, espera a que el bandolero realice un pequeño semicírculo, hasta colocarse a su nivel y arrojan el cuerpo del capitán por la boca del subterráneo, cuya densa oscuridad estremece. Luego Eufemiano, se dirige a la otra puerta que comunica con el campo, la cierra y sale hacia la caseta de los trapisondistas. Una vez dentro, Leónidas se sienta sobre una caja puesta del revés, saca del chaleco un lío de tabaco, y le da otro a su cómplice diciéndole: -Puesto que has cumplido tu promesa, voy hacer yo la mía.

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Y saca del bolsillo una cartera, la abre, cuenta uno tras otro, hasta ocho billetes de mil reales y se los va dando de igual manera: -Ahí tienes –Le dice-, ocho mil reales en billetes. Faltan dos mil para la mitad del precio estipulado, pero como ya te di a cuenta seis onzas y seis onzas son noventa y seis, pues te debo cuatro, de los cuales es necesario rebajar catorce, que le debo a Benito el tabernero. -Lo mismo da –Contesta Eufemiano, sentándose a su vez frente a su amigo. Leónidas cuenta veinticuatro reales en plata menuda y se los da: -Toma. Mañana al caer la tarde, te espero donde Benito; Me llevarás la noticia de cómo va este asunto y yo, te entregaré el resto. -¿Y qué he de hacer con ese hombre? –Señala la puerta. -Despacharlo como a un choto ¿Qué has de hacer si no? Por ello hemos cobrado. Eufemiano guarda silencio. Después dice: -Ya has visto que no me acoquino y que si no es por mi… Se nos viene la nube encima. -Y por cierto, que tiene las manos duras como tenazas; Al agazaparte y echarle al suelo yo, me cogió esta mano y mira. Aunque la luz es turbia y vacilante, Eufemiano ve un cerco todo alrededor de la muñeca de Leónidas. -Yo te vengaré -responde su compañero, mirando la entrada de la cueva. -¿Y tus hijos? –Le pregunta Leónidas. -Han ido con su madre a Miranda; Llamé a Rogelia, le di una de las onzas que tú me diste y la mandé con ellos, para que les comprase ropa y calzado. -¡Bien hecho! Pero volverán antes de mucho, y… -Cuando vuelvan será tarde, pero así y todo, me conviene despachar ponto al reo, no sea que por mano del demonio me pille la trapera y me haga ella a mí, lo mismo que yo a ese –Vuelve a mirar hacia la cueva. -Entonces te dejo –Leónidas se levanta.

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-Pues hasta mañana. -Adiós Eufemiano. Piensa que con esto te puedes ganar una fortuna. -No lo olvido –le abre la puerta. Leónidas se emboza, sale al campo y vuelve a trepar por el barranco. La niebla hace más densa la oscuridad de la noche. El silencio es solemne. Cuando tiene salvada la mitad de la pendiente, cree oír unos pasos y una puerta que se cierra. Al llegar al camino distingue entre la penumbra, la silueta del carruaje que se halla parado junto al que les había traído a él y al capitán horas antes, y piensa: -Parece ser que van siguiendo mis pasos. Corre hacia la portezuela, pero antes de que pudiera abrirla, siente que una mano se posa sobre su hombro, y que alguien le habla: -¡No hay cuidado, soy yo, Semión! -¡Caramba! ¿Pero qué hace usted aquí? ¡Menudo susto me ha dado! Suerte para usted, que no tenía a mano la barbera, que si no… Pase usted –Le indica la portezuela. Semión entra, después lo hace el bandolero y el carruaje se pone en marcha. -¿Qué ocurre? –Pregunta Leónidas. -Eso precisamente, es lo que deseo saber yo. -¿Qué? No se fiaba de que fuera a cumplir el pacto y me ha seguido ¡Ay, señor! Que sepa, ¡que soy hombre de palabra y si afirmo que hago una componenda, la hago! -No dudo de su honor, pero quisiera saber ¿cómo ha salido el asunto? -Semión se impacienta. -Excelente. -¿No ha habido sospechas? -Todo resuelto; El señor leyó la carta que usted me entregó y me siguió como un cordero al descabello. -¿Y de lo otro…? Leónidas, comprende el sentido de la pregunta y responde:

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-Nada aún; Ese hombre está en buenas manos y a la noche, se le dará garrote. Semión mueve la cabeza con recelo: -Luego, ¿sigue vivo? -No importa. Mi socio está al cargo y cumplirá el pacto. Los dos hablan uno al lado del otro, sin mirarse y siguiendo los vaivenes del carruaje. -No lo dudo, pero esta tregua me perjudica. -¿Qué tregua? –Responde el bandido con aspereza-. Ese hombre está en nuestro poder y nosotros, nos encargaremos de despacharlo según lo convenido. -¡Ah! en ese caso… -Dice Semión, no muy convencido. -… En ese caso, puede darse por terminado nuestro ajuste. Semión guarda silencio. El carruaje llega a las primeras calles de entrada a Miranda, por la barrida de La Misericordia. -Bien, yo me quedo aquí –Semión hace además de coger la manija de la puerta-. Usted tendrá que… -No es molestia. Sigamos hasta que le pueda dejar en sitio seguro; Este barrio no lo conoce y capaz es de perderse. Cuando llegan a la Taberna de Benito, Semión se baja y tocándose la visera de su gorra, se despide. Leónidas entra rápidamente en la taberna, se acerca a un grupo de gateras que juegan a los dados en una mesa, llama al más desarrapado de todos y lo lleva del cuello de la camisa, hasta la puerta: -¡Mira! –Le dice- ¿Ves aquel hombre que va allí? Pues síguelo hasta que sepas a donde vive ¡que te vale dos reales el encargo! -¡Ahora mismo, señor! El chico vuelve a la mesa de juego, coge la gorra, una navaja de muelle de dos tiempos y sale corriendo hasta alcanzar a Semión. Luego Leónidas, se sienta junto a otra mesa y cuando se le acerca Benito, le dice en actitud reflexiva:

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-El hombre que paga una muerte a tan alto precio, no es ningún pobre descamisado. Su pellejo guarda el mío. Así pues, cosechemos alegres pensamientos y a cenar ¡que bien me lo he ganado! Y con su mano abierta, da un golpe seco sobre la mesa.

Capítulo LXIX

Semión aprieta el paso, como si presintiera el seguimiento de que era objeto, cruza una y otra calle, y entra por último en casa de doña Estrella. Apena atraviesa el zaguán, el portero le sale al encuentro y le pegunta: -Buenas noches ¿A dónde va? Y a estas horas. -¡Cómo! ¿No me conoce aún? –Responde Semión. -Precisamente porque no me es usted desconocido, se lo pregunto. -Entonces… -Usted va buscando sin duda, a la señorita del sotabanco, pero como la referida se ha despedido de la casa esta mañana, se lo digo, para que no se moleste en andar subiendo escaleras sin sustancia. Semión se extraña y con acento pausado, le responde: -Nos referimos a la señorita M. J. Kelly ¿Verdad? ¿Y a dónde se fue? -Mire usted –dice Valentín con cierto pesar-, no me olvidé de preguntárselo, pero doña Marie Jeanette no quiso contestarme. Ya ve usted a mí ¡que me importa! quien pierde en tal caso es ella, y solo ella. Si señor; Mañana vendrán cartas, recados, cualquier cosa de esas que son tan frecuentes en la vida y no sabré que hacer, ni que decir ¿Será culpa mía? ¡No señor! Yo he cumplido con preguntarla, para hacer frente a cualquier evento que me pueda sobrevenir. Así que la responsabilidad será de ella que nada ha previsto. Pero como los vecinos no se ocupan de estas cosas y don nadie es el que paga el pato, por aquello de que donde no hay harina, todo es mohína y que para perro flaco, todo le son pulgas, verá usted amigo, que me echarán la culpa, y aquí el portero pagará la distracción de la susodicha. Gracias a que como dijo el otro; Al mejor

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cazador se le va la liebre, y que a muertos y a idos no hay amigos, que si no… -Sí. Eso es natural. Responde Semión impaciente, y cortando el monólogo del portero, continúa: -Para el caso del que se trata, usted puede informarme lo mismo, que cuenta mía será averiguar dónde ha ido a parar M. J. Kelly. -Pues usted dirá. -¿Cómo sigue don Pedro Campoy? -Se guarda tanto misterio a cerca de la gravedad de las heridas del señorito, que me es imposible asegurarle cual es su estado. Sin embargo, a juzgar por ciertas conversaciones que les he oído a los criados de la casa, no debe hallarse peor. -Me alegro mucho. Después de un silencio, Semión pregunta de nuevo: -¿A qué hora se marchó M. J. Kelly? -A eso de las diez de la mañana. -Bien. Pues muchas gracias por su información. Se toca la visera de su gorra, en señal de saludo y sale del zaguán con dirección al palacete. Arriba, en la estancia inmediata a la alcoba del herido y en derredor de una mesa con tapete de terciopelo carmesí, se hallan doña Estrella y Dorotea iluminadas por una lámpara, cuya bomba de cristal mate, proyecta sobre ellas y el mobiliario, una media luz difusa y tenue. Una y otra hablan sobre la ausencia de M. J. Kelly, cuando Boris Belchite se presenta y toma asiento entre las dos mujeres. -¿Cómo está Pedro? –Pregunta inclinándose hacia el oído de doña Estrella. -Mejor; Hoy hemos llegado a concebir grandes esperanzas sobre su curación. -¿Si? ¡Bueno, me alegro mucho! –Dice Boris-. Pasados los primeros días y una vez hechas las primeras curas, no hay nada que temer ¿Recuerda usted que se lo dije?

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-Boris ¿Sabes algo de mi hermano? –Pregunta Dorotea. -Amiga mía, Daniel nos ha abandonado completamente; Ni en el Café Yury. Ni en otros lugares donde solía ir, han sabido darnos razón de él. -Su marcha –interviene Estrella- es por lo que veo tan misteriosa, como la de la señorita Marie Jeanette; Esa pobre chica, que vivía en el sotabanco de esta casa y que… Boris, la interrumpe: -¡Cómo! ¿Se ha ido Kelly? -Si –Responde Estrella-. Esta mañana, se ha presentado en casa como de costumbre y me ha dicho, que un amigo la llamaba a su lado con urgencia. -Un amigo… -Dice Boris, mirando de soslayo a Dorotea. Estrella de Capdepón, continúa: -Me dijo el nombre…-Piensa un instante- Arturo Mayer creo recordar –Hace una breve pausa y continúa-: Yo le contesté que si no había otro remedio, que los amigos son lo primero y a las diez de esta la mañana se fue. La verdad, que es una muchacha estupenda y ha cuidado muy bien de mi hijo; Yo he sentido de todo corazón su marcha. La débil voz de Pedro, se percibe en este momento. Estrella, se levanta y se dirige a la alcoba. Boris y Dorotea, se quedan en la sala. Él se le acerca y le dice en voz baja: -Tenemos que tratar de varios asuntos; Y uno de ellos está relacionado con mi asignación mensual. -En casa hablamos. Pedro que empieza a proferir las primeras frases, le pregunta a su madre: -¿Y Laura? -Bien. Hijo bien. Anda, que te voy a cambiar las sábanas. Estrella le coge por los pies y le hace girar hasta sentarle en la cama. Después le sujeta por la cintura y le incorpora, hasta dejarle sentado en un sofá, junto a la pared. Al acabar, le pregunta:

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-Te acuestas ¿o prefieres quedarte ahí? -Estoy harto de la cama. Se me van a entumecer las piernas. Quiero estar sentado aquí e incluso si me animo, hasta me doy un paseo por el parque. -¡Si hombre! ¡Y a estas horas de la noche! Exclama su madre, antes de abandonar la alcoba: -¿Y qué más quiere el señorito? ¡Que no me entere yo, que te levantas de ahí! Cuando Estrella entra en la sala, Boris se levanta: -Señora –le dice-, una reunión indispensable me obliga a ausentarme. Ruego a usted, que si cree útiles mis servicios me lo haga saber, para quedarme cualquier día o noche con Pedro. -Gracias señor Belchite –Contesta ella-. Le agradezco su ofrecimiento, aunque espero que no haga falta recurrir a él; Ahora se acaba de levantar, y eso gracias a Dios, es un signo de franca mejoría. No obstante si fuera necesario, en la primera ocasión que tenga, ya sé que cuento con usted. -Gracias señora –Le besa la mano y sale. El gatera enviado por Leónidas, permanece oculto detrás de uno de los arcos de los soportales esperando que Semión se aleje y cuando esto ocurre, se acerca a la portería y pregunta: -Usted perdone ¿Sabe si ese señor que ha estado aquí antes, vive en esta casa? Es que debo darle un recado y por si… -¿Quién? –Valentín le mira con desconfianza por encima de sus gafas. -Es que me manda mi amo -Titubea- de… de una tienda de huevos sabe usted ¿entiende? para un pedido. -Un señor bajo, algo viejo, con gafas y… -¡El mismo! –El chico le sonríe. -El caballero al que tú te refieres muchacho, es don Semión Gautier, administrador de la señora Marquesa de Patallo. Pero ese señor no vive en esta casa y por tanto, no me creo que le haya encargado huevos a tu dueño. Así ¡que anda y vete con el cuento a otra parte! ¡Zascandil! -¿Y donde vive?

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-¡Pero chico del demonio! –Exclama el portero- ¿Y yo que lo sé? Ese hombre vivirá en el palacio de la dicha marquesa. -¡Vaya! Pues que contento se va a poner mi amo cuando se entere –Da dos pequeños saltitos-. Pues muchas gracias y ya me voy. -Que Dios te de tanta salud, como pena dejas ¡Chisgarabís! El chico toma a buen paso la acera y apenas se aleja cien varas de la casa, comienza a correr con el temor de que se le olvide el nombre y la dirección que acaba de escuchar. Poco después, entra en la taberna y jadeando le pregunta a Benito: -¿Está el señor Leónidas Biencinto? El tabernero le indica una puerta. Leónidas le ve entrar y acto seguido, pone sobre la mesa las dos monedas prometidas. -¿Qué nuevas traes, mozalbete? –Le pregunta desde la mesa donde está sentado. -Le he seguido, como usted me ordenó –sigue jadeando-, se llama Semión Gautier y es el administrador general de la Marquesa de Patallo. Al cabo de uno segundos Leónidas rompe el silencio: -Bueno ¡pero donde vive! -Pues… en el palacio con ella –Pone cara de pena-. Pero la dirección no me la han dicho. -Es igual; Con la información que me traes, por ahora me vale. Veo que te has portado ¡Bribón! El chico coge las monedas y sale hacia la mesa, donde aún continúan jugando a los dados.

Capítulo LXX

Apenas sale Leónidas de la caseta de Eufemiano, éste cierra de nuevo la puerta, se aproxima a la luz, hace crujir los muelles de su navaja y comienza a dar paseos por el recinto.

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Su pensamiento se quiere desprender de un recuerdo que le atormenta. Su espíritu cambia entre el razonamiento y el deseo. Así pasa un cuarto de hora. Luego, se aproxima a la entrada de la cueva. Sobre su alma, se concentran las malas experiencias de su infancia. Decidido a consumar el delito, apoya las manos en la puerta del subterráneo y desliza un pie hacia el interior; Ni se ve ni se oye nada. Eufemiano retrocede con miedo de sí mismo, se endereza sobre sus pies y se oprime la cabeza con desesperación. El rumor del agua que corre bajo los cimientos de su casa, el silencio de la noche, las oscilaciones de la luz, las sombras de la estancia y el mal recuerdo de su padre durante su infancia, adquieren en su conciencia proporciones desmesuradas. Su imaginación le presenta con claridad los momentos más sórdidos de su niñez; El hogar con la figura de un padre déspota, el pozo donde encontraron los cadáveres de su madre y el fraile, y la horca… Eufemiano, está a punto de lanzar un grito de angustia y agitado por el miedo, abre un ventanuco para respirar aire. El campo aparece ante su mirada como un lóbrego abismo; Los árboles se levantan amenazadores entre las sombras, como los fantasmas de un sueño. Tan acostumbrado a la naturaleza, siente miedo de la calma de la noche. Y cualquier sombra, le sobresalta. Cierra la tronera y se sienta: -¿De qué me asusto? –Se dice-. Qué puedo temer. Estoy solo. Y también lo están el campo y los caminos. Y además, tengo la seguridad de mi brazo, que en un momento de apuro… ¿No me he visto mil veces en lances como este? –Mira a su alrededor-. Rogelia no ha vuelto. La noche me protege. Las sombras hacen que nada ni nadie, descubra estos contornos y la muerte de ese hombre, es cosa de un momento ¡Ea! Manos a la obra, que no se diga de mí, lo que del galgo; Que de miedo, se olvidó de correr. Y se dirige hacia la cueva por segunda vez.

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Al llegar a la entrada, presta atención y cree oír una voz. -¡Bah! –Se dice- ¡No quiere morir sin que se le oiga! En este momento, un soplo de viento entra por el ventano y hace que se balanceé la llama del candil; Las titilaciones de la llama, producen un efecto mágico en las paredes de la estancia; Miles de formas siniestras, se extienden sobre ellas, simulando un conjunto extravagante de sombras. Eufemiano aprieta los dientes, se guarece contra la pared y cierra los ojos. De repente va hacia la luz, ase el candil con trémula mano y se dirige otra vez al subterráneo. -La muerte de ese caballero es segura –Piensa-. Amarrado como se halla, no tiene medio alguno de defensa. Y comienza a bajar los escalones. El espacio que la intermitente y caliginosa luz ilumina, es hediondo y lóbrego. Por entre las grietas caen algunas gotas de agua y penetra el viento. En un rincón echado sobre el suelo y sin sentido, se halla el cuerpo de Félix. Eufemiano baja tres escalones más, coloca la luz en una de las grietas de los cóncavos muros, y con paso receloso se aproxima hasta tocar la frente del reo. El rostro de Félix aparece difuso entre la penumbra. -¡Vamos allá! –Dice el verdugo, doblándose las mangas de la camisa. Al mismo tiempo, unos golpes secos dados en la puerta de la cabaña, resuenan en el interior del subterráneo. Eufemiano mira hacia arriba y se pregunta: -¿Quién será? ¡Esto retarda el trabajo! Y el temor a que se descubra su propósito, le hace coger de nuevo la luz y sale a la superficie. -¿¡Quién va!? –Grita una vez en la casa. -¡Abre Eufemiano! Responde Rogelia desde fuera. Él abre.

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La puerta rechina sobre los goznes y ella, con los dos hijos, aparece en el dintel. Rogelia le mira de hito en hito y atraviesa por delante de él, para entrar. Después se cruza de brazos y mueve la cabeza con recelo. La trapera es una mejer alta y fornida. De unos cuarenta años. Cuya fisonomía es tan enérgica, como altiva y penétrate su mirada. Un pañuelo atado a la cabeza, oculta los profusos y espesos rizos de sus cabellos, que hacen aún más estrecho el ángulo de su frente y más ruda, la expresión de su cara. Rogelia, sin apartar la mirada de su marido, que parece subyugado en este momento, recorre pausadamente el trecho que la separa del ángulo que les sirve de hogar, deja sobre el suelo un lío de ropa y empieza a desnudar a los niños. Entre tanto Eufemiano, se sienta en un banquillo y empieza a picar un trozo de tabaco con la navaja. Se levanta, enciende el cigarro y vuelve a su asiento. La observa y piensa: -La Rogelia es diablo; Tan seguro estoy de que sabe lo que pasa, como de que me he de morir. Tengamos calma y esperemos a que los chicos y ella se duerman, para cumplir el empeño. El silencio insistente de ella va pesando sobre su conciencia como un remordimiento. Y Eufemiano dispuesto a interrumpirlo, dice: -¿Has comprado ropa? –Señala el lío. Ella saca de una covacha un jergón y una manta, lo mismo que si levantase una pluma y lo arroja sobre el suelo. Después acuesta a los hijos, les arropa, coge del fogón unas astillas y enciende el fuego. Eufemiano insiste: -¿No me has oído? Te pregunto, si has comprado esto –Lo vuelve a señalar. -¿Y qué es esto? –Contesta sin mirar.

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-La ropa de los chicos. -Sí. -Como no me la has enseñado… Rogelia le muestra el lío con un gesto de su mano, se vuelve de espaldas y comienza a asar unas sardinas. -¡Ahí la tienes! Con mirarla… Luego saca una hogaza de un armario y le dice mientras se sienta a la mesa: -Vamos a cenar en paz y en gracia de Dios –Le mira. -¿Y los chicos? Les has acostado en ayunas… -Como iba hacer una cosa así ¡hombre de Dios! Se han comido un bocadillo de queso cada uno en la Taberna La Mayor, del tamaño de una rueda de carro. -Oye –Le dice sentándose enfrente suya- ¿Tengo esta noche monos en la cara? Como me miras tanto. Rogelia coge un trozo de pan y una sardina. Cruza una pierna sobre otra, apoya los codos en las rodillas y responde: -Escúchame Eufemiano. Quiero que me expliques lo que ocurre; Como has ganado el dinero que tenemos y por qué te hallabas sobresaltado, cuando entré. En tus ojos he conocido que te pasa algo y por eso he esperado a que se durmieran los muchachos, para preguntarte. No me engañes Eufemiano; Bien sabes que te conozco como si fuera tu madre y que en más de una ocasión, te has librado por mí de ir a presidio ¿Me ocultarás ahora el negocio que te tiene caviloso? -Mira Roge, yo he jurado no decir ni palabro y por tanto, no puedo complacerte. Sin embargo pierde cuidado que el negocio es tan sencillo, que nada tienes que temer. Acuéstate y descansa con tus hijos y piensa en que mañana no sentiremos hambre como ayer. Ya tenéis ropa –mira hacia la despensa-, hay provisiones, nos mudaremos a una casa mejor –eleva la mira al techo-, porque esta cualquier día se nos va a caer encima, y pondremos una taberna ¡Casa Rogelia! la llamaremos ¿Qué te parece? ¿Eh? Tú tienes ángel para los parroquianos y yo amigos, que se gastarían los reales, sin reparar en ahorros.

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-Todo eso está bien, pero no dejaré de pensar en ello, hasta que no me asegures que no corre ningún riesgo tú persona. -¡Ninguno! Te lo prometo. -Me niegas tu confianza Eufemiano. No sé; Hay algo en todo esto que no me encaja. -¿Por qué? ¿Por qué te oculto los pormenores del negocio? ¡Ya los sabrás alguna vez! -Entonces será tarde. Que yo no quiero saberlo luego, si no ahora ¡Llevas unas horas que no eres tú, Eufemiano! -¡Bah! Te repito que no ¡Que son figuraciones tuyas! -¡Mías! ¡Que no se ganan seis onzas de oro, así como así! De fijo, que te han propuesto algún robo –se toca la frente- y tú, como de aquí, tienes menos sesos que un mosquito, pues has dicho ¡allá que me voy! -¡Vaya! ¡Te has empeñado en que me enfade! -No siento yo que tú te enfades, si no que tus hijos se queden huérfanos, o te pierdan de vista para siempre porque te encierren en la Isla de Lanagal ¡Acuérdate de tu padre Eufemiano! Mañana hace los años que lo ahorcaron por haber asesinado a don Miguel, a tu madre que Dios la tenga en su gloria y al fraile ¿Es qué no te acuerdas, Eufemiano? –Aparta la mirada de su marido y la dirige al ventanuco-: Aún me parece que lo veo suspendido del cordel donde el verdugo lo mecía –Le vuelve a mirar-. Cuando terminó la ejecución, tú llorabas y los del pueblo te decían: Eufemiano, muchacho, la pobreza honra, sírvate pues de ejemplo la suerte que ha llevado tu padre y quiéralo Dios nuestro señor, que tú no hagas lo que él. -Calla Rogelia. O no respondo de mí –Exclama, llevándose las manos en la cabeza. -¡¿Y qué has de hacer?! ¡Yo no te temo! –Responde ella, levantando la frente con orgullo-. Tú quieres demasiado a tus hijos, para ofender a su madre. Lo que yo te digo es el Evangelio; Es la verdad. -Sí –Le dice-. Pero me duele que me traigas esos recuerdos… ¡Tú lo sabes bien! Rogelia mueve una mano en el aire, en señal de amenaza:

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-Lo que yo sé, es que has cogido seis onzas de oro y que por ellas, te habrás comprometido a realizar alguna mala acción. -¡Ea! No seas malpensada mujer –Responde aparentando tranquilidad. Y comprendiendo que es indispensable dar una explicación, continúa: -Mira mujer; Esta mañana, cuando sentado a la puerta de la casa hacia una ballesta para cazar alondras se presenta un caballero que me dice: ¡Oiga! ¿Usted me puede hacer un favor? ¿De qué se trata? Pregunté yo. De un servicio que usted puede hacerme y que yo sabré recompensar. Me responde él. Ella le interrumpe: -¿Y quién era ese hombre? -¡No le había visto en mi vida! -¡Pues qué raro! -Déjame que siga; Va y me pregunta de nuevo, que si podía retener aquí por una noche a un hombre y que por ello me daba una gratificación. Yo le contesté que no tenía inconveniente y él me entregó esas seis onzas que ya sabes. Se la queda mirando para comprobar su reacción y continúa después de unos segundos: -El hombre a quien debemos ocultar está en el subterráneo. Nuestra única tarea es retenerlo y por ello nos dan una fortuna –Hace otra pausa-. Eso es todo lo que te ocultaba. Lo que temía decirte cuando llegaste y lo que no pretendo callar por más tiempo. Si desconfías de mi, baja y lo verás; Yo te acompañaré. -¿No me engañas Eufemiano? Mira que si tú eres granuja, yo soy granuja y media. -Te debo la vida Rogelia. Ya sabes que soy agradecido. Y que aun cuando me muestro bravo con mis enemigos, para ti soy manso como una oveja. Ella fija sus ojos en él y mueve la cabeza con aire de duda. -¿Vas a salir? –Le pregunta Eufemiano después de una larga pausa. -No. Alguna noche he de tomarme libre.

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Al acabar la cena, Eufemiano enciende otro cigarro y se aproxima aún más a la lumbre que despide el fogón. Rogelia se queda dormida en el camastro, junto a los hijos. Él se levanta, coge la luz y se dirige al subterráneo. -Esto será fácil –Piensa-. Lo mataré sin que le dé tiempo a decir un ¡Ay Jesús! Y una vez acabado el propósito, lo arrojaré a la alcantarilla con un peñasco atado al cuello y otro a los pies. Y diré a Rogelia que se ha fugado. Lo único que puede suceder es que sospeche, pero con el tiempo se le olvidará y asunto concluido. Todo irá bien si no me cogen. Mañana me darán el resto del dinero en la Taberna de Benito y con veinte mil reales, no me remorderá mucho la conciencia ¡Eh! ¡Ánimo! Que es necesario acabar la faena. El que no tembló ante las balas de los monárquicos en la guerra, no ha de aturdirse ahora por tan poco. Camina cuidadosamente hacia la cueva cuando la trapera se estremece en el jergón, abre los ojos y al observar que su marido no está en la caseta, corre hacia el subterráneo. Eufemiano comienza a bajar las escaleras. Rogelia le sigue detrás y al ver que avanza con la navaja en la mano, le grita: -¡Por tus hijos! ¡Por la memoria de tu madre que te ve desde la gloria! ¿Dónde vas? -Le alcanza y le sujeta por los hombros. -¡Déjame! –Le grita. -¡Acuérdate de tu padre, Eufemiano! –Señala el techo de la cueva. El pajarero con la boca abierta, la respiración fatigosa y arrastrando a su mujer en pos de sí, llega hasta el lugar donde Félix Veracruz se encuentra tendido. -¡Por tus hijos! –Le repite ella desesperadamente-. Mañana se verán huérfanos, me preguntarán por ti y tendré que llevarles a que presencien tu muerte en un patíbulo, como fuimos los dos a presenciar la de tu padre. -¡Déjame Rogelia! Es preciso cumplir la promesa hecha a un amigo y la cumpliré. -No. Tú eres bueno; No quieres hacerlo; Pensarás antes en nosotros. -¡Aparta o vive Dios que voy hacer lo que no pensaba hasta aquí!

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-¡¿Qué?! Matarme ¡Hiere! –Grita Rogelia, presentándole el pecho-. Mi muerte no me importa tanto, como verte en un patíbulo. -¡Quita mujer! -¡No! -Necesito cumplir mi compromiso. -¡Tus hijos son lo primero! Eufemiano, tras darle un empujón y arrojarla al suelo, pasa sobre ella y navaja en mano se dirige hacia don Félix. El capitán durante la discusión, logra sentarse apoyando su espalda contra un saliente. Rogelia se incorpora, anda unos pasos vacilantes y entre sollozos, le dice: -¡Que Dios te perdone! Eufemiano siente sobre su alma el doble efecto causado por las palabras de su mujer y la mirada del reo. Los labios del verdugo se entreabren como si no hubiese aire bastante. Se lleva las manos a la cara y se apoya en la húmeda y salitrosa pared de la cueva.

Capítulo LXXI

Eufemiano esta inmóvil ante la atenta mirada de Félix, que permanece sentado y apoyada su espalda contra la pared con la mordaza y las manos y pies atados. La luz tiembla en su mano, iluminando confusamente los ángulos del subterráneo. La mirada recelosa y la sorpresa que tiene delante, denotan que un nuevo sentimiento se ha desatado dentro de su espíritu. Entre tanto, los hijos se han despertado al oír los gritos y envueltos por las sombras de la noche, corren en busca de la luz, cuyos sombríos resplandores iluminan la entrada de la cueva.

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Eufemiano al verles entrar, se pasa la mano por los cabellos y les impone silencio con el índice de su mano sobre los labios. Rogelia se levanta del suelo, se sacude el delantal, mira a su marido y guareciendo a los niños contra su seno, les dice: -Vuestro padre os quiere dejar para siempre. Luego, les sujeta a cada uno por un brazo, corre con ellos hacia Eufemiano, les empuja hacia él y aprovechando que éste les recibe de sopetón, le quita la navaja de la mano, se dirige a Félix, le corta la mordaza y las cuerdas mientras le dice: -Perdone usted a este hombre; El no es malo. La necesidad y la pobreza que ciegan el alma y abre los ojos a la desesperación. Sabe. Eufemiano se sienta en el suelo y con la espalda apoyada en la pared, permanece abrazado a sus hijos. Ella le rodea la cintura con sus brazos. Félix al sentirse libre piensa en hacer uso de la única pistola de las dos, que aún guarda en su bota: -¡Dios mío! –Exclama. Se incorpora, se acerca a su verdugo y desechando la idea de hacer uso del arma, continúa: -Yo he visto antes a este hombre, pero ¿Dónde? Se dirige a la trapera: -¿Es su esposo, señora? -Si señor. Eufemiano se llama. Y es un buen hombre. Pero como dice el dicho: La necesidad obliga a la maldad. -Usted sabe señora ¿si ha sido soldado? -Si señor. Pero de eso hace mucho; Fue antes de vivir aquí. -¿Ha servido a la Reina? -Al principio sí. Luego se pasó a la revuelta; Su padre que lo enroló en las tropas de Su Majestad, pero al poco se pasó con los republicanos. Ya se sabe; Si sirves con los que te hacen servir… -¿Cómo se llama? -Eufemiano Garcés Valiño y yo Rogelia Sastre Sastre, para servirle. -Alguna vez ¿le ha oído usted hablar de su capitán?

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-El me ha contado algo de la guerra, pero sin mentar ningún nombre. Se queda mirando a su marido y se dirige luego a Félix: -Si me ayuda usted, le subimos y le echamos en el jergón que se le pase el soponcio. Los dos le cogen por la cintura y paso a paso, le conducen hasta el catre y le acuestan. Luego Rogelia, le desabrocha la almilla y le rocía la cara con agua. -Que descanse. Lo malo ya pasó –Dice Félix yendo hacia la mesa, donde se sienta con la trapera. -¿Así cree usted? –Pregunta ella, enjugándose las lágrimas con su falda de bayeta. -Sí –Le responde él-. Ya verá; Cuando despierte como se le habrá pasado el mal trago. Y ya que descansa, podemos nosotros continuar la conversación, sobre el tiempo que estuvo su marido de usted, en filas. En esto los hijos suben del subterráneo y preguntan a su madre, si pueden echarse también en el jergón. Ella responde afirmativamente con una seña de su mano y volviéndose hacia el capitán, le dice: -¿Qué desea saber usted? -Preguntaba si alguna vez, oyó decir a su marido el nombre de los jefes militares que tuvo durante la contienda. -Si señor –le contesta revolviéndose en su asiento-. No quisiera engañarle, pero uno de ellos, el último que tuvo antes de la licencia, se llamaba Félix Veracruz. El capitán sonríe y mueve lentamente la cabeza. -¿Por qué me pregunta usted eso? –Le requiere ella. -Luego, cuando Eufemiano se reponga comprenderá -Y cambia de conversación-. Nunca olvidaré que le debo a usted la vida, señora; Pero como quien hace lo más, puede hacer lo menos, le agradecería me dijese donde estoy –Mira a su alrededor. -Señor –contesta Rogelia-, lo que yo puedo hacer en su obsequio, es vendarle los ojos y conducirle esta misma noche al punto que usted diga. Pues por lo demás, usted mismo debe comprender, que si yo le

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manifiesto donde se halla, mañana podría hacer que se apoderase de nosotros la justicia. -¿Tan mezquino de corazón me juzga usted? ¡Que me crea capaz de premiar con tamaña ingratitud, el beneficio que ha tenido para con mi vida! Antes de que ella responda, exclama Eufemiano desde el camastro: -¡Ay mi cabeza! ¡¿Rogelia, estás ahí?! Al volver los ojos para buscarla, se encuentra con los del capitán y grita: -¡Dios del purgatorio! ¿Usted aquí? Félix se inclina: -El Capitán Félix Veracruz –Le murmura con una sonrisa-. El mundo es un pañuelo ¿Eh? -¡Usted el capitán del que hablaba mi marido! –Interviene Rogelia- ¡Fíjate si ha estado de Dios que no cometieras una locura! -¡Mi capitán! ¡Me lo daba el corazón cuando bajé a…! Eufemiano se levanta y se sienta junto a su mujer y frente a su camarada. Rogelia se acerca al camastro, arropa con una manta a sus hijos, luego se va hacia el fogón, aviva las brasas para calentar la caseta, y vuelve asentarse. -¡Cuantas veces corrimos juntos en pos de la victoria! –Le dice Fénix- ¡Cuantas otras, me enorgullecí de contarte entre mis filas! ¡Y en muchas ocasiones, vi correr tu sangre en el campo de batalla! Entonces eras valiente y odiabas todo lo que no fuera noble y justo. Y acallabas tus sórdidas cóleras por el afán del deber cumplido. -¡Es verdad! –Responde el pajarero, mirando con orgullo a su mujer. Félix continúa: -Entonces ¿qué ha podido influir ahora en tu corazón, para adulterar así tu sentimiento? ¿Qué causa te ha impulsado a intentar a asesinar vilmente a un hombre enfermo, indefenso y viejo? Rogelia interviene en defensa de su marido:

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-La miseria señor capitán. La miseria. Usted no sabe lo que sufrimos de ver a nuestros hijos sin pan. Félix le responde: -Eso le obligaría lo más a pedir limosna, pero a cometer un crimen alevoso… -Le pido perdón mi capitán –Añade Eufemiano-. Tiene razón mi señora –Mira el camastro donde duermen los chicos-. Usted no sabe lo que se sufre, cuando se tienen hijos creciendo en la miseria. -Ahora –sigue Félix- necesito que me cuentes el por qué de mi cautiverio y me digas quienes son los que lo han perpetrado, además de ti y de ese otro personaje que vino a casa… Se queda pensativo unos segundos y continúa: -No recuerdo como se llamaba y tampoco estoy seguro de que me dijera su nombre. -Mi capitán, yo no puedo decir una palabra del asunto; Solo he sido un instrumento y nada más. -Pues explícate –Requiere el capitán. -Eso –Interviene Rogelia-. Dile lo que me has contado a mí: Ese señor que cuando tú estabas sentado a la puerta del chamizo, llegó y te propuso… -Perdona Rogelia; Te mentí –Responde Eufemiano-. Ahora sí que va de veras la historia; Esta mañana, pensaba yo a la puerta de esta casa, mientras hacía ballestas para pájaros, que no tenía pan para mis hijos, cuando se me presenta un bandolero a quien conocí en una ápoca tan triste para mí, como la presente. Me dijo que me daba veinte mil reales ¡veinte mil reales mi capitán! si escondía en la cueva de mi casa, antiguo refugio de contrabandistas, y después mataba a un hombre ¡Esto es una fortuna para nosotros! Aunque muriese yo, tenía el convencimiento de que los hijos gobernados por mi mujer, no pasarían hambre. Todos los remordimientos atormentaron mi alma en aquel instante, pero venció la idea de lograr una cantidad fabulosa de dinero. Luché al principio por no hacerlo, pero al final acepté el trato. Lo que se me pidió fue, que saliese al camino esta noche, que esperase a un carruaje en el cual debía ser

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conducido el reo en cuestión y que una vez en la soledad de la cueva y amparado por la noche, le matase –Suspira. -Es decir, que el hombre con quien yo venía, era sin duda el bandolero que usted ha mencionado… -Félix se queda pensativo. Eufemiano continúa: -…le agarré a usted y ¡ojalá hubiera podido disparar sobre mí, la pistola que amartilló en el barranco! –Se dirige a su mujer-. Si no llegas en su ayuda allá abajo… ¡ahora estaríamos velándole entre sollozos y ocultándome a mí de la justicia! –Continúa-: Hice como lo había prometido; El bandolero cumpliendo su palabra, me hizo entrega de una cantidad, que con seis onzas de oro recibidas a cuenta, forma la mitad del precio estipulado. Se levanta, coge un bote de encima de una repisa, saca un fajo de billetes, se sienta de nuevo y los pone sobre la mesa: -Aquí está el dinero; He pasado más de dos horas, luchando contra mi conciencia. Pareciera que los demonios del infierno, se metieran en mi corazón ¡Que momentos más angustiosos! ¡Que negra me parecía la noche! ¡Como me asustaba la soledad! ¿No me oía usted mi capitán ir varias veces a su encuentro y retroceder a la puerta? -Si recuerdo –Le contesta. -Cuando llegó esta –señala a su mujer- sentí como algazara de verla; Casi estoy por decir, que me alegré que me entorpeciera mi propósito. La sombra de mi padre, se me aparecía colgando de la horca. La pobre Rogelia –la mira- hizo todo lo posible, por disuadirme de mi idea, pero no sé lo que pasó por mi cabeza; Resuelto a atropellarlo todo, cometí mi segunda ruindad; La de poner mis manos sobre esta que aquí donde usted la ve, es mi ángel bueno ¿M perdonas Rogelia? Ella asiente con la cabeza. Y Eufemiano concluye: -…usted ya conoce el relato. De lo que pasó después ha sido testigo. Pues bien; Disponga usted de mí, pero no me pida que le revele el nombre del que me indujo al atropello; Si usted cree que mi casa y mi brazo, pueden servirle de algo ¡aquí están!

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-Contaré con tu oferta. Pero antes… -Félix aproxima más la silla a la mesa y pregunta- ¿Te acuerdas del sargento de la cuarta bandera, don Vladimiro Zelo Gorquié? -De nombre sí. Pero no le recuerdo de cara. -Pues ese hombre que vive en la Corte y que se gana la vida como jardinero, ha sido víctima de una ruin venganza y está preso por conspirador. -¡Preso! ¿Qué ha hecho? La guerra ya hace años que pasó. -Y no paran ahí las desgracias; Una señorita a quien tenía en su casa como a una hija, ha sido internada en un convento de clausura, en contra de su voluntad. -¡Dios de Israel! –Exclama Rogelia. -Esto me hace pensar, que estas artimañas están preparadas por la misma mano –Asegura Félix. -Es posible ¡Pero qué daño han hecho ellos, señor! Al fin, usted es prófugo y lo anda buscando la justicia, pero la señorita y el sargento… -Pues para buscarlos y dar con los culpables, te necesito. Eufemiano después de quedarse pensativo, dice: -Sin que esto sea oponerme a su voluntad; Yo creo que no contamos con dos inconvenientes; Creyéndole a usted muerto sus enemigos, se expone mucho a la justicia, al presentarse de nuevo en la Corte y al mismo tiempo a mí, me matarán por encubridor los unos y por no haber cumplido el trato, los otros ¿Se acuerda usted cuando maniobrábamos para atacar al enemigo? Pues aquí el caso es el siguiente: A usted le atacan por un flanco y a mí por dos. -Tienes razón camarada –Contesta Félix-. Y para ello hay un remedio muy sencillo, que vamos a intentar poner en práctica. -A ver ¿diga usted? –Interviene Rogelia. -¿Cuándo debes informar a tu cómplice, si has consumado tu crimen? –Le pregunta el capitán. -Mañana a la noche –Contesta Eufemiano. -Y para que eso no te cause embarazo alguno, voy a decirte lo que debes hacer; En primer lugar, te mudarás hoy mismo de esta casa y

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segundo, asistirás a la cita con tu cómplice y cogerás el precio estipulado, diciendo que el trabajo está hecho. -Es decir, que… -No te preocupes; Una vez que tengas el dinero, ya te diré lo que más os conviene a tu mujer, a tus hijos y a ti. -¿No correrá ningún peligro mi marido? -No señora; Ni usted ni los pequeños. -Así lo haré, mi capitán. -Y en cuanto a mi propuesta de ayuda, no tengas reparos, lo tengo todo meditado –Le dice Félix, poniéndole una mano en el hombro. -Gracias mi capitán. -Ahora –Félix se levanta- es preciso salir de aquí, antes de que nos sorprenda el día. -¿Y a dónde van? –Pregunta Rogelia. -A un lugar seguro –Le responde Félix. -¡Pues en marcha! Eufemiano salta de la silla, se cala la gorra, se abrocha la almilla y la chaqueta, lía una manta. Coge la navaja y un trabuco que está oculto en uno de los ángulos de la guarida, y dice: -¡Adelante don Félix! Abre Rogelia y cierra en cuanto salgamos. Y no dejes entrar ni al Lucero del Alba que se acerque –La besa en la mejilla, hace lo mismo con hijos y sale. -¡Nos veremos, señor! –Le dice ella al capitán. -Por supuesto buena mujer. Y le tengo que hacer a usted un encargo; Mañana temprano, hágame usted el favor de ir a la Ronda el Portillo, en los soportales de Valsalobre número diecinueve, cuarto bajo, pregunte usted por doña Antonia Céspedes y le dice de mi parte: Soy la enviada de Veracruz. -¿Nada más? -Nada más. Yo hablaré esta noche con ella. -Buenas noches. Y tengan cuidado. Al salir Eufemiano y Félix, un rayo de luz se desliza desde la caseta al camino, disminuyendo por un momento las sombras del barranco.

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Después rechina la puerta, se restablece el silencio y el capitán asido del brazo de Eufemiano, comienzan a caminar a través de la oscuridad.

Capítulo LXXII

Para Daniel, el regreso de Félix Veracruz es una esperanza. -Si encuentro a Laura –Se había dicho- me gano la voluntad de su protector y en cuanto a ella, forzoso será que mira con alguna deferencia a su salvador. Así que decidido a comenzar sus pesquisas y recordando el lugar, donde había perdido el conocimiento a causa de la caída, establece su atalaya en la venta donde le dieron cobijo y le curaron aquel día. El Ventorro de la Bordadora a medio derruir, se encuentra a la orilla de un camino estrecho y polvoriento, donde entran y salen cazadores, trajinantes y trapisondistas del tres por cuatro. Lo único bueno del lugar, es la cocina y la ventera con mano de ángel para los huevos fritos, los pollos y el bacalao. Además, es mujer tan sana de cuerpo como de alma. Con una sonrisa tan fresca como los colores de sus mejillas y un buen humor a prueba de disgustos. Daniel se presenta en el establecimiento y encarándose con ella, le dice: -¿Tiene usted vianda para que almuerce un hombre, a quien no le falta el apetito? -Todo lo que hay en mi casa, es para los que entran por esa puerta con la intención de saciarse. Que para servir a Dios y a los parroquianos, estamos. -Pues entonces, vaya usted diciendo lo que se puede echar a perder –Tose.

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-Tengo lo que ve usted en el mostrador. Buenos pollos en el corral. Huevos frescos en la despensa y unos pimientos en adobo, que solo el olerlos, abren el apetito de un muerto. Daniel abarca las provisiones que se le presentan delante de sus ojos y responde:

-Almorzaré un par de huevos fritos y un pollo asado. -Entonces tendrá usted que esperar un poco. -No tengo prisa; El día está bueno, así que me saldré fuera a tomar el sol, que según el médico es sano para la salud. Saca un pañuelo del bolsillo se lo lleva a la boca y se sienta en un banco de piedra a la puerta de la venta. Media hora después sentado a la mesa habla con la ventera: -Hace tiempo que no comía con tanto apetito. -El aire del campo abre las ganas –Responde ella. -Así lo creo y da salud. -Pues eso. Solo se sabe lo que vale, cuando se pierde. -Cierto señora… ¿Cómo es la gracia de usted? -Agustina, para servir a Dios, y a los usuarios que honran pasarse por mi humilde casa. -Pues bien señora Agustina, ya que de salud hablamos ¿no hay en estos contornos algún pueblo donde se respiren aires puros? -¡Vaya si lo hay! No muy lejos se haya uno, que tiene fama de sano. -¿Y cómo se llama? –Pregunta Daniel. -Villaverde. -¿Y queda muy lejos de aquí? -Poco más de media hora cogiendo el camino adelante. -Y perdone que le haga tanta pregunta, doña Agustina. Pero es que me interesan por su belleza los pueblos de la comarca. -No se preocupe y pregunte lo que quiera que si puedo serle útil… Que no se nos diga que estamos aquí, solo para alimentar la barriga, sino también la vista y el oído ¿No ha reparado usted, en lo bonito que está el campo en estas fechas del año? ¿Y los trinos de los pájaros? Y… Daniel se toca la barbilla y la interrumpe:

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-Si doña Agustina. Y dígame ¿sabe si en el pueblo que me dice, existe un convento de clausura? -¡Ya lo creo! ¡Y menuda fama que tiene de austero y santo! -Y usted tendrá conocidos en Villaverde. -Una hermana tengo casada allí. -Sabe Agustina, que estoy tentado de hacerle una visita. Y si me admite de pupilo, pasarme allí un par de horas, respirando el aire puro. -A buen seguro que ella y mi cuñado, le recibirán a usted a brazo abierto. -¡Vaya! Puesto que hace sol me voy dando un paseo, que si me canso, no ha de faltarme un arriero que me ceda alguna de sus cabalgaduras, para mi regreso a la Corte. -Si señor. Pues mire usted –Señala uno de los ventanales-; Ellos viven a la entrada mismo del pueblo. Es una casita pequeña; Como de piñón y blanca como la cal. Con que pregunte usted por Jaime el marroquinero a cualquier parroquiano, le darán razón de ser, porque todo el mundo los conoce de buenos que son. -¿Y ella se llama? -Tadea. -Pues entonces, voy a verles ahora mismo. Mira su reloj y añade: -Las dos ¿Qué le debo señora Agustina? -Quince reales y tres cuartos; Porque el pollo era casi gallo, los huevos recién puestos y el vino es el que guardo en mi bodega. -No seré yo quien se queje del precio, porque he almorzado como un príncipe. Deja caer el dinero encima de la mesa y se levanta. -Sobran cuatro reales y cinco cuartos –Le dice ella. -¡Bah! Otro día le daré de menos. Con que señora Agustina, si recobro la salud, bien puedo decir que a usted se lo debo. -Me alegraré de que así suceda; Buena senda y recuerdos a mis hermanos. Daniel toma el camino de Villaverde.

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Ella haciendo pasar el dinero desde la mesa al bolsillo de su delantal, se dice mientras le ve alejarse a través de la ventana: -He aquí un caballero que agradece lo que come y paga bien; De estos entran mínimos en libra. Desde una mesa, un arriero pide un cuartillo de vino. Agustina se dispone a servirle. Daniel llega a Villaverde y se fija en un convento que a la derecha del camino y como a unos doscientos metros del pueblo, alza sus muros por encima de las copas de los arboles. Sigue andando hasta que encuentra la casa que busca, muy cerca del convento. -Tadea le recibe en la puerta de un pequeño huerto. -Verá señora. Su hermana de usted me ha dado su dirección para que viniera, porque me sería grato pasar aquí al menos unas horas, recorriendo el lugar que ya me dijo ella, que se caracteriza por saludable y acogedor. -A la Agustina no le falta la razón –Le contesta ella-. Si quisiera pasar y tomarse algo… -Pues si hace usted el favor; Como he venido andando por el camino desde la venta, pues que los pies los traigo entumecidos y calientes. Y me gustaría descalzarme y si tuviera una damajuana, meterlos en ella con sal, para que se me alivien y poder patearme el pueblo más a gusto que un San Luis. -¡No faltaría más! Entre usted caballero, que mi marido le dará conversación mientras yo, le preparo el lavatorio. -Muchas gracias, señora Tadea. Al cabo de una hora, sale a la calle y ve venir por el camino un coche que se detiene delante del convento. Semión y Beatriz se bajan y entran. Daniel se acerca al carruaje y se oculta. Después de media hora, les ve salir y subirse al coche. Cuando les pierde de vita por la vereda, regresa a casa de Tadea.

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-Me vuelvo a Miranda –Le dice-. Les estoy muy agradecido por su hospedaje. Dele recuerdos a su hermana y dígale también, que el almuerzo ha sido de gloria bendita. Y a usted señora Tadea, gracias por el lavatorio, pues por él, he podido dar dos pasos seguidos, sin que se me quejasen mis doloridos pies. Y a usted don Jaime, por abrirme los ojos que tenía cerrados en algunos asuntos de la política de este país. Ella y el marido, salen a la puerta a despedirle. Daniel coge una calesa y por el camino piensa, en cuál de sus amigos podría ayudarle a rescatar a Laura: -Boris no carece ni de ingenio, ni de valor, pero ese siendo amigo de mi hermana, puede decirse que es enemigo mío. Al caer la tarde llega a Miranda concibiendo la esperanza de encontrar consejo y se dirige al Café Yury. Cesar y Boris se hallan en una mesa; Uno enfrente del otro, con una jarra de agua en el centro y un vaso delante de cada uno. Su presencia en el café es un acontecimiento para los dos amigos, que desde el duelo, le habían buscado sin éxito. -¿Usted por aquí don Daniel? –Dice Cesar con cierta ironía. -¿A qué debemos tan inesperado regreso? –Añade Boris estrechándole la mano-. Desde la muerte de ese buscapleitos, en vano nuestros ojos te han buscado por cafés, cantinas, burdeles… Daniel coge una silla, la acerca a la mesa y se sienta: -¡Oh! Si amigos míos, he estado retraído algunos meses –tose- ¡pero vuelvo al cafetín de Yury porque aquí fue, donde tuve la honra de ver a vosotros por la primera vez! Boris y Cesar se miran como preguntándose qué nueva idea bulle en su imaginación, cuando semejantes cumplidos les dirige. -¿Traes en tu acalorada cabeza, alguna nueva empresa que nos saque de pobres? –Pregunta Cesar. -En ese caso ya sabes, que puedes contar con nuestro apoyo incondicional –Añade Boris.

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-¡Oh! Veréis, no es ese el motivo de mi visita. Pero antes de deciros… -Daniel vuelve la cabeza buscando al mozo- y puesto que nos volvemos a reunir, celebrémoslo dejando alguna ganancia al dueño del cafetín. -Lo que pasa es que… -Dice Boris, pasando los dedos por los bordes de su nariz. -No os preocupéis; Yo invito.

Capítulo LXXIII

Son aproximadamente las seis de la tarde. Leónidas Biencinto, está en un cuarto reservado para él en la Taberna de Benito. Viste corbatín de raso, pantalón y chaleco de color gris y un ancho levitón de paño negro con cuello abarquillado. Su aspecto es el de un hombre de bien y juzgado al pronto, podía tomársele por un domine de pueblo, en el cual no hace mella la moda. Tranquilo como un filósofo, da cuenta poco a poco de la merienda que tiene delante, dirigiendo de vez en cuando un vistazo hacia la puerta. Ésta se abre y aparece Eufemiano. Se detiene un momento como si vacilara y después de fijar su mirada en Leónidas, se acerca. -Toma asiento y pide lo que quieras –Dice el bandolero. Eufemiano coge una silla: -Ni el mismo diablo, te reconocería –Y se sienta frente a él. -Supongo que anoche habrás terminado tu trabajo –Le dice Leónidas, acercándole un vaso de vino. Eufemiano lo apura de un solo trago, alza la vista al techo y responde: -Que Dios le haya perdonado y a mí, que no me olvide. -¡Eso es lo que yo llamo tener palabra! Y voy a probarte, que también yo, se cumplir lo que ofrezco.

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Eufemiano guarda silencio, mientras Leónidas saca de una cartera un fajo de billetes y dejándolos sobre la mesa, dice: -Aquí tienes el resto. Eufemiano, después de dudar un momento, lo coge y se lo guarda en el bolsillo interior de la chaqueta. Leónidas, le llena por segunda vez el vaso y se lo acerca: -Me figuro, que no habrás tenido ningún problema. -Tuve la suerte de acertarle a la primera. ¿Y dónde está? -Lo eché por la alcantarilla. -En fin; Cuenta tuya ha sido y has cumplido. -Leónidas compañero –Se acerca en el asiento-. Puede decirse que nuestro trato queda terminado; Tú me has pagado y yo te he hecho el trabajo. De prudente me precio y sabido es, que mi boca en todas ocasiones de peligro, ha sido muda. Pero el hombre es de naturaleza curioso y los que nos andamos por malos pasos, debemos tener siempre a mano una callejuela, para escapar de la justicia. Se detiene, bebe y continúa: -Tú Leónidas, no eres hombre que confíe sus asuntos a manos ajenas y mucho menos, para entregar veinte mil reales a otro para que le haga su trabajo. De todo esto resulta que no es de tontos creer que hay una tercera persona. -¿Y a qué vienen todos esos rodeaos? ¿No hemos hecho un trato? -Sí. -¿No te he pagado? -También es cierto. -Entonces… -Es que yo tengo familia Leónidas. Tengo dos hijos. Y a mi padre le ahorcaron en una plaza pública. -¿Y qué tengo yo que ver con tu padre? Los hombres no se arrepienten nunca de sus acciones, sean buenas o malas –Hace una pausa- ¿Con que clase de hombre he tratado yo? Eufemiano baja la mirada, se queda pensativo y después contesta:

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-Es cierto; Los hombres de verdad deben cumplir sus compromisos sin arrepentirse, pero yo que comenzaba a pasar las noches, sin ver en mis sueños, el rostro del verdugo que ajustició a mi padre y ahora… ¿Por qué no me dices quién más está detrás de este asunto y así yo, me quedaría más tranquilo? -Pero que más da. Tus hijos Eufemiano, carecían hasta de ropa. El hambre y el frío, hubieran destruido tarde o temprano su salud y yo les he librado de una muerte cierta. Además, todo lo que estamos hablando es inútil, porque dime el que yo te diga quién me hizo el encargo ¿le devolvería la vida al reo? -No cierto. -¡Pues entonces…! –Leónidas se lleva a la boca un trozo de queso y después un sorbo de vino. Hay una larga pausa mientras el bandolero da cuenta de la merienda y Eufemiano, pica un lío de tabaco con su navaja. Cuando acaba, enciende el cigarro a la lumbre del oscilante velón y dice: -Reconozco que soy pesimista, pues siempre me complazco en pensar lo malo atormentando mi alma y como tú has dicho bien; El que está muerto no tiene cura. Pero qué quieres, soy padre de familia y si me echan mano y me ponen preso por que alguien que esté en el ajo, se haya ido de la franja, sinceramente no me gustaría mucho. Así que, quisiera pedir un favor a tu amistad. -Habla, en qué puedo servirte. -Quisiera saber quién es, el que te ha pagado la muerte de ese hombre. -¿¡Lo sé yo por ventura!? -¡Cómo! Tú lo ignoras… -Está claro. Los hombres como yo, tienen mala reputación y los cobardes les buscan para que les liberen de sus enemigos; La navaja o la pistola del bandolero, están siempre a merced de aquél, que quiera utilizarlas, pagando bien se entiende ¿Crees tú que el que ha soltado la mosca, es tan inocente como para decirme? Me llamo fulanito y vivo en…

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-Vaya pues entonces dispensa Leónidas, porque yo creía… Y como el caso podría saberse… -¿Y por quién? Cuando las cosas se hacen con prudencia, se tienen muchas posibilidades de que salgan airosas. Tres sabemos el hecho; El que dio el dinero, tú y yo ¡y a todos nos conviene callar! Así que puedes dormir tranquilo. Eufemiano se levanta. -¿Te marchas? –Le pregunta Leónidas. -Sí. Es tarde y Rogelia me estará esperando. -Vaya. Pues que pases buena tarde Eufemiano. Éste sale dejando a su amigo dando buena cuenta de la jarra de vino. Para llegar al mostrador donde está establecida la taberna, es necesario cruzar un largo y oscuro corredor, alumbrado por un farol. Eufemiano se halla a la mitad de este pasillo, cuando ve venir hacia él, al chico que había seguido a Semión días antes. Pasa por su lado y se mete en el cuarto que ocupa Leónidas. Eufemiano, por mera curiosidad se detiene, retrocede y se coloca detrás de la puerta con la oreja pegada a ésta. -¡Hola muchacho! –Le oye de decir a Leónidas- ¿Me traes alguna nueva importante? -¡Ah! Pues eso depende… -¡Vete al diablo zagalejo! –Exclama el bandido-. Supongo que cuando vienes a verme, es porque me traes nuevas del hombre, a quien te he mandado seguir. -¡Ah! Ya me puede dar usted buena paga señor Biencinto, porque le traigo lo que usted quiere saber ¡Ah! Si el celador de mi barrio supiera lo que valgo, estoy seguro que me daba una plaza de polizonte. -¡Vaya pues! Desembucha lo que sepas. -Le digo a usted señor Biencinto, que el tal don Semión Gautier, aunque sea administrador de una señora que se llama Beatriz y que es marquesa de Patallo, es hombre de mucha historia y de mucho enredo. -¡Menos preámbulo granuja!

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-Esta mañana antes de las ocho ya me hallaba yo agazapado en el quicio de la puerta que da frente por frente, de la casa donde vive ese señor. Pasa como una hora sin que ocurriera novedad y por fin, sale el Semión de marras y el corazón me dijo: Debes seguirlo, porque cuando el señor Biencinto te lo encarga, sus razones tendrá para ello. Y así lo hice; Se encamina a la Plaza del Pirgué y toma un coche de colleras. Yo echo a correr y al poco de llegar al Puente del Sannayor, el añoso se baja y se dirige a una casucha arruinada, que hay en el camino de Las Yeserías… Leónidas le interrumpe: -¡Que mala sangre! Según parece ese tal Semión, duda de mí y va a enterarse en persona, si el trabajo está hecho. -¿¡Han estado en mi casa!? –Piensa Eufemiano detrás de la puerta. -…pero sigue, muchacho –le dice el bandolero- que esto que me cuentas me interesa ¡malandrín! -…el viejo vuelve a subir al carruaje y yo, me agarro a la trasera; El mayoral, atiza dos trallas sobre el culo del penco y salimos entre una nube de polvo corriendo por el camino de Villaverde, hasta que se detiene otra vez, pero ésta delante de un convento a la izquierda del camino. El viejo entró y yo, lo hubiera hecho también de buena gana, pero me vi en la precisión de resignarme y me quedé a la parte de fuera, escondido detrás de un árbol, porque me dio necesidad de… Una hora después, sale este hombre, monta en el coche y coge el camino de vuelta a Miranda. -¿Y tú lo seguiste? –Pregunta Leónidas. -No señor. Aquel convento solitario y misterioso, me estaba dando tan grande curiosidad, que tuve por conveniente quedarme detrás del árbol cuando acabé de… y esperar por si pasaba algo más -hace una pausa, se echa mano a los labios y añade-: No tendría usted señor Biencinto… El bandolero se saca del bolsillo de la camisa de chorreras, un puñado de tabaco, lo arroja un sobre la mesa y exclama: -¡Fuma cuanto quieras, ganapán! -Muchas gracias –Lo coge y le pegunta con una sonrisa en los labios-: Qué ¿me he portado bien?

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-Estoy contento de ti, muchacho. Y Leónidas, pone una moneda de cinco reales en la mano del chico. -¡Vaya! Gracias otra vez señor Biencinto. Y si en alguna ocasión me necesita, puede mandar recado con el señor Benito que en preguntando por Rufino, me tendrá a su servicio más fijo que un reloj. Eufemiano que ha oído toda la conversación, se separa de la puerta y abandona la taberna antes de ser descubierto. Cuando llega a la calle se detiene cerca de un farol, se sube el cuello de la chaqueta, mete las manos en los bolsillos y encogido por el frío, comienza a caminar mientras reflexiona: -Ese don Semión, debe ser el hombre que ha querido quitar del medio a mi capitán. Bueno es saber el nombre de los que nos tienen mala voluntad. Leónidas sabe aprovechar las ocasiones, pero en el asunto que nos ocupa, bien puede decirse, que me he quedado con el dinero del que pagó por un crimen que no lo fue. Y por otra parte ¡Oh, fortuna ha sido y no poca! que Rogelia llamara a la puerta, cuando yo me disponía a dar garrote a un amigo. Si llego a ejecutarlo, ni nunca ni nadie, me hubiera consolado. Llega a los soportales y se detiene en el de Vladimiro: -Creo saber que es aquí –se dice- aunque no distingo bien el número -Llama. Poco después, guiado por Antonia entra en una habitación. Félix Veracruz, está sentado junto a un brasero. -Buenas tardes, mi capitán –Le saluda. -Buenas las tengas Eufemiano. -Usted extraña verme hoy aquí. -Tú puedes venir siempre que lo desees, con la seguridad de ser bien recibido. -El motivo de mi visita, es que creo haber encontrado a la persona que ha puesto en riesgo la vida de usted. -¿Y qué datos tienes para esa aseveración? Eufemiano le relata brevemente lo que ha oído en la taberna y al terminar, le responde Félix:

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-Sí. Está claro; Semión es el hombre que ha pagado por mi muerte, el que ha ingresado a Laura en el convento y el que ha hecho prisionero a Vladimiro ¿Pero, por qué? –Hay una pausa-. Y ella, la Marquesa de Patallo, la inductora –le mira-. Eufemiano ¿puedo contar contigo? -Ya sabe que si. -Gracias. Pues bien; Mi protegida Laura, ha sido robada para ingresarla en un convento y nuestro camarada Vladimiro, hecho preso injustamente; Aun sin saber los motivos, ha sonado la hora de la venganza y entre tú y yo, podemos llevarla a cabo. -Cuente conmigo, señor. Coge una silla, se sienta frente al capitán y éste, comienza a explicarle la estrategia.

Capítulo LXXIV

Semión se pasea por su gabinete, con marcada preocupación. A las cuatro de la tarde Zacarías le interrumpe, para comunicarle una visita. -He dicho que no estoy en casa para nadie, no sé cuantas veces tendré que repetir la misma orden, para que se me obedezca. -El caballero que desea hablar con usted, ha demostrado tanto empeño y dijo que era de tanta importancia, que no tuve más remedio que acceder a su petición. -¡Pues ha hecho usted muy mal! -Lo siento señor ¿usted dirá que hago? -Ya que me ha avisado, cualquiera le envía con cajas destempladas a la calle ¡pues ya sabe que estoy en casa! –Hace una pausa y sigue-: Puede usted decirle que pase. Y en lo sucesivo, cuando le dé una orden, espero que la cumpla. -Si señor. No volverá a pasar. Zacarías hace una pequeña reverencia y sale.

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Luego Semión, se sienta junto a la mesa de su despacho y fijando su mirada en la puerta, espera. Al término de varios minutos, se descorre el portier y entra Leónidas Biencinto. -Dispense usted caballero, si vengo a interrumpirle en algo –Le saluda. -No tengo costumbre de recibir por la tarde. Sin embargo, ya que ha venido hasta mi casa, haré una excepción –Le señala una silla al lado opuesto de la mesa-. Tenga la bondad de sentarse y dígame ¿en qué puedo servirle? Leónidas se sienta, deja el sombrero en el suelo junto a la silla, y dice: -No me ha engañado mi olfato al decirme, que es usted un hombre de bien y efectivamente, en su porte veo todos los signos de la demasía –se echa hacia adelante-. Pienso que usted y yo, nos vamos a entender a la primera –Vuelve a su posición inicial. -Al grano amigo –Le dice Semión, un tanto intranquilo-. El tiempo que le puedo dedicar a su visita es muy limitado. Así que al grano. -Pues bien; El grano soy yo, caballero. Semión se impacienta: -Pero ¿podré saber a qué ha demonios a venido? Pensé que nuestro asunto, se había cerrado la noche de… ¡Usted me entiende! Se le pagó y quedamos en que nunca más, volveríamos a vernos ¿No es así? Leónidas sonríe y responde con mucha parsimonia: -Me explico caballero. Solo será un minuto; Sé que la noble Marquesa de Patallo está muy relacionada, no solo con la grandeza de Oberón, sino que también, con las altas dignidades del estado. Y yo vengo confiado en que interceda usted en mi favor. -¿Y qué puede hacer la señora marquesa por usted? -Dadas sus amistades, algo muy sencillo. Además, usted es una persona influyente en esta casa. -Yo realmente soy un criado. Leónidas mira a su alrededor, se echa a reír y contesta: -Pues no lo parece, a juzgar por…

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-Se engaña. Pero a la postre, aún no me dicho, en que debe interceder la señora, a favor de usted. -Vengo a solicitar se alcance un indulto para mí. -Mucho confía usted, en el poder de la señora. Y aunque lo tuviera, eso que pide es imposible ¿Lo reconoce? -Reconozco que son varios los pecados que he cometido y sería bueno, que mi nombre quedase borrado del Ministerio de Gracia y Justicia. Porque ya se sabe el dicho: Cien que hagas una que yerres, todas las pierdes. -Lo siento caballero, pero es de todo punto imposible que la señora marquesa interese por usted –Responde Semión. -Esa negativa me desconsuela, pero no puedo persuadirme de que tanto usted, como la señora marquesa, me dejan a mi suerte. Sobre todo, yo cuando estaba dispuesto a irme al extranjero, empezar limpio una nueva vida y no volver nunca más a Oberón ¿Comprende caballero? No que así… Esta misma semana sin ir más lejos, se me achaca un crimen que según parece, se ha cometido hace pocas noches en los arrabales de Miranda y en la persona de un capitán llamado Félix Veracruz Lemarroy, así que pues, yo le ruego que se interese por mi expediente, porque como no le tome la noble marquesa bajo su protección, el día menos pensado me coge la guardia y a fuerza de golpes me salta la lengua ¡y que Dios nuestro señor nos saque a usted y a mí con bien, del berenjenal! Semión se queda uno segundos pensativo y al final dice: -Hablaré con la señora y veremos lo que se puede hacer. -No esperaba menos de la caridad de usted –Responde Leónidas inclinando ligeramente la cabeza-. Ya le he molestado bastante esta tarde, mañana si usted me lo permite volveré, para saber cómo ha recibido la señora marquesa mi súplica. Se agacha, coge el sombrero del suelo, se levanta y sale. Semión a solas, piensa: -¡Oh! Me hallo a merced de ese bandolero por el crimen del Capitán Veracruz y si no hago su voluntad, acabaremos los dos en el patíbulo ¡No, no! Es preciso poner fin a esta angustia que me consume. Los

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acontecimientos se han desbordado. Esto no puede continuar así –Se levanta y va hacia la puerta-. Es preciso hablar con la señora. Beatriz desde su cuarto de estar en el gabinete, oye llamar a la puerta y pregunta: -¿Quién es? -Soy yo –Contesta Semión. Luego abre, entra y se acerca a ella. La luz tenue de una lámpara que cuelga del techo, ilumina entre sombras el cuarto. -¿Qué ocurre? –pregunta Beatriz, desde su sillón junto a la chimenea. Semión se deja caer en un sofá: -Lo que ocurre señora, es que nos hallamos a merced del bandolero Leónidas Biencinto que si quiere, puede poner en riesgo nuestra cómoda existencia. -¡Cómo! -Ese hombre ha descubierto mi paradero, sabe quién soy y a quién sirvo y acaba de abordonar esta casa después de dejarme una súplica, que tiene mucho de amenaza. -¿No se le pagó, sin regatear el precio que él mismo puso? -Si, en efecto. -Entonces ¿qué es lo que quiere? -Su indulto. -¡Eso es imposible! -Sin embargo, lo exige. -Esa exigencia, tiene mucho de absurdo y no la podemos aceptar. -La señora marquesa me permite que le advierta, que no siempre conviene emplear el rigor. Leónidas Biencinto es un enemigo terrible, puede denunciarnos y entonces… -¿Y quién va a dar crédito a las palabras de un bandolero? -La gente, señora; La sociedad siempre está dispuesta a dar crédito a lo que tiende a herir la reputación ajena. -¿Y qué me importa a mi esa gente a la que usted teme? ¡La sociedad! ¿Puede ella devolverme las ganas de vivir? Hace tiempo, cuando soñaba

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con el amor de David, podía haber dado cabida a esos temores en mi corazón, pero hoy, solo el despecho y la desesperación inflaman mi alma; Cuando se pierde la esperanza. Cuando solo la monotonía de sobrevivir el día a día, tiene asiento en nuestro pecho, nada nos importa ya. -¡Ay señora! –Dice Semión-. Mañana cuando ese vértigo se disipe. Cuando los celos se aplaquen verá las cosas de otra manera. Comprendo señora, que he venido en mala ocasión, para tratar un asunto tan importante para nosotros, pero tomándome la libertad de hacer a la señora algunas reflexiones, me atrevo a rogarle que medite un momento la situación en la que nos encontramos; Si mañana su nombre se viera devorado por la maledicencia. Si la opinión pública destroza su honra, la distancia que hoy la separa de David, se dilatará más, haciendo imposible lo que aún no lo es. Beatriz piensa un momento y luego dice: -Si él supiera lo que hemos hecho con Laura toda avenencia entre nosotros, sería inútil. -¡Eso es señora! ¡Hay que evitar el escándalo! Porque si el bandolero habla y la trama llega a oídos de David, le habrá perdido para siempre. -Pero ¿qué puedo hacer yo? -¡Mucho! Es preciso señora, alcanzarle el indulto. -Eso no es posible. -Nada se pierde con intentarlo. -Bien y aunque así fuera ¿lograríamos vernos libres de ese hombre? -En asuntos de tanta trascendencia como el que nos ocupa, lo más esencial es evitar el peligro; Estar preparado para recibir el golpe, porque con respecto a lo demás, solo Dios sabe lo que puede suceder. La señora marquesa haría muy bien, alcanzando el indulto para ese bandido. -Usted sabe que eso es muy difícil. -Nada es difícil para la señora. -Ese hombre es un bandido, un asesino y un prófugo. Según usted mismo me ha dicho.

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-Lo reconozco que así lo dije, pero algo debemos conceder al pecador. Además, que protegiéndolo compramos su silencio, lo cual nos interesa mucho. Beatriz, con un gesto de disgusto responde: -Está bien. Haré todo cuanto pueda a favor de ese hombre. Semión se inclina en señal de agradecimiento. -¿Ha sabido usted alguna noticia de David? –Pregunta ella. -Ignoro su paradero. Hace dos días que en vano procuro encontrar su domicilio. Parece que la tierra se lo haya tragado. A pesar de eso, no pierdo la esperanza; Es pobre y no puede haber ido muy lejos el infeliz. -Pero es rico de orgullo y no volverá, hasta que esa chica no regrese a los soportales de Valsalobre. Me lo dice el corazón. Por cierto ¿cómo va el trámite de su salida del convento? -En primer término señora, el corazón suele engañarnos a veces. Y sobre la salida de la muchacha del convento, he ido en tres ocasiones a ver a la Hermana Sagrario, una de ellas con usted ¿recuerda? y no me ha dado fecha fija; Solo que ha de venir por ella un tutor, que como usted sabe, es el señor Vladimiro. Así que a esperar… -Para David volver a mi casa sería, como pedir una caridad. A parte que con su talento, no ha de faltarle en Miranda trabajo, para ganarse la subsistencia. -Demos tiempo al tiempo, señora. -Si pero no olvide usted, el averiguar su paradero. Semión se levanta y sale del gabinete. Beatriz coge un libro, atiza el fuego de la chimenea y comienza a leer.

Capítulo LXXV

Pedro Campoy está convaleciente. El doctor Severiano Escalera, le permite levantarse y dar algún paseo por el jardín.

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El péndulo del reloj que está sobre la chimenea, acaba de dar las once de la mañana. Una lámpara de cristal de color verde, alumbra la estancia. Junto a la puerta de la alcoba y sobre un velador de palo de rosa, se ven dos redomas, una copa y un libro. Estos objetos están alumbrados por una bugía con pantalla de porcelana azul. Junto al velador y sentada en un sofá, se encuentra Dorotea vestida de negro y con el pelo recogido sobre la nuca. Un poco más lejos, junto a la chimenea y embutida en una butaca, doña Estrella trata de permanecer despierta. Dorotea apoya la cabeza el el respaldo, alza la mirada al techo y empieza a pensar: -¿Habrán sido infructuosos los sacrificios que he empleado, para conmover el corazón del hombre a quién amo? ¡Laura! ¡He aquí el nombre de una mujer, que se interpone ante mi felicidad! Pedro es bueno, cariñoso y agradecido. Cuando sus ojos se fijen en los míos, comprenderá el cariño que le tengo y entonces… Desde la alcoba le llega el murmullo de una voz, se levanta y entra: -¡Pedro! ¡Pedro! ¿Necesita algo? –Le pregunta y se sienta junto a la cama. -Nada. Me encuentro bien. -Sin embargo me pareció que se quejaba usted. -¿Quejarme? En ese caso hubiera sido injusto porque estaba teniendo un hermoso sueño. -¿Y qué ocupaba su dormida imaginación? Pedro fija la mirada en su rostro y le pregunta: -¿Ha amado usted alguna vez? Dorotea baja la frente: -Sí. Y mi amor es lo bastante profundo como para alimentarse de sí mismo, aunque preferiría compartirlo con la persona a quien amo. -¡Ah! Eso es muy hermoso. -No he sido yo, es mi corazón el que ha hablado.

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-El corazón es un diamante que pone siempre de manifiesto su valor y el de usted debe ser muy extenso, pues tan nobles ideas abriga. -¡Oh! ¡Pedro…! -No quisiera ofenderla, por la franqueza que le demuestro. Dorotea guarda silencio. Él continúa: -De lo cual se deduce que usted ama, pero que la persona amada desconoce su amor. Si usted me estima en algo, después de tanto tiempo de ser mi cuidadora y si quiere honrarme con la confianza que merece un leal amigo, no me oculte su alma ¿Quién sabe si yo mañana, podré serle tan útil, como usted lo ha sido para mí durante la enfermedad? -Mi amor es un secreto, que no asomará nunca a mis labios, mientras no descubra que mi amado, siente lo mismo por mí –Responde después de un instante de vacilación. -¿No le inspiro a usted confianza? -Si, pero no puedo revelarle su nombre. -No insisto más. -¿A qué hablar de un amor imposible? -Luego él ¿no la ama a usted? -Desconoce que yo le quiero, y además, quiere a otra. -¡Ah! En ese caso, la compadezco a usted señorita, porque el amor sin esperanza, es como un fuego lento que poquito a poco, abrasa cualquier atisbo de felicidad. -Es cierto, Pedro. Muy cierto lo que usted acaba de decir; Yo amo sin esperanza que es para el amor el peor de los tormentos; El caballero que turba mi sueño y que ha dejado inerte mi espíritu, ama a otra mujer indigna de él. -¡Pobre amiga mía! Usted es víctima de uno de esos dramas de la vida, que acaban de una forma horrible. Durante un rato, solo se oye el péndulo del reloj de la sala inmediata. -Pero verdaderamente, soy una enfermera poco considerada –Dice Dorotea mirando las redomas-, pues no observo en la mesa, lo que ha mandado don Severiano.

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-¡Bah! Los médicos siempre exigen de los enfermos, más de lo que creen conveniente; Esto es una medida previsora, que redunda a favor de los pacientes. -Sin embargo usted, se encuentra aún muy débil. -¡Nada de eso, señorita Dorotea! Me siento mucho mejor y estoy dispuesto a demostrarlo –Intenta levantarse. -¡Eh! –Exclama ella-. Ni se lo ocurra hacer eso. Tiene que tomar primero la medicación. -Esta bien. Me recuerda usted a los sargentos que conocí, cuando estaba en el ejército. El reloj de la sala, marca algo más de las doce del medio día. Dorotea sale de la alcoba, se acerca al velador, dispone una medicina en un vaso y vuelve a entrar: -Es preciso no olvidar el tratamiento, que le ha mandado don Severiano; Beba usted esto y luego, es conveniente que se duerma un rato, hasta la hora de comer. -¡A sus órdenes! Dorotea le sonríe, luego sale, se sienta en la sala y coge un libro. Poco después doña Estrella se revuelve en la butaca, dirige una mirada en torno suyo y pregunta: -¿Qué hora es? -Más de las doce. -Me he quedado dormida, como una marmota ¿Ha llamado Pedro? -Hace una hora aproximadamente que lo ha hecho, he ido a ver qué quería, le he dado la medicina y se ha vuelto a dormir. Estrella se levanta, se acerca a ella y le dice: -Vamos, ahora le toca a usted descansar. -Pero si no estoy cansada, señora. Además, es casi la hora de comer. -¡Que barbaridad, como pasan las horas! Aviva el fuego del llar, con un par de troncos y sale hacia la zona de servicio. Dorotea, acerca la silla a la chimenea se sienta frente a ella y continúa leyendo.

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Al cabo de hora y media aproximadamente, doña Estrella oye la voz de su hijo, que la llama. Entra en la alcoba: -¿Cómo estás? Le pone la mano en la frente. -Dispuesto a salir a la calle, con la aprobación o sin ella, de Severiano. -No tan pronto, hijo. Cuando se han recibido unas heridas como las tuyas por arma de fuego, la convalecencia es larga; Tus lo sabes cómo militar. -¡Si comprendieras mi impaciencia! Tengo tantos deseos de ver a Laura, que no resisto por más tiempo esta situación. Sabes que me extraña mucho que ni ella, ni Vladimiro, hayan venido a verme –Fija la mirada en su madre-. Es que no se lo habéis dicho ¿Verdad? Pero les extrañará el no tener noticias mías. Doña Estrella vacila un momento y luego contesta: -Pues bien –Se sienta en la cama frente a su hijo-. Ya que no hay otro remedio, disponte a escuchar lo que ha pasado. Y comienza a contarle lo acontecido a Laura, a Vladimiro y al Capitán Veracuz. -¡En un convento mi Laura! ¡Preso Vladimiro! –Intenta incorporarse- ¡Félix vivo! Quién sabe si corren algún peligro ¡Oh! ¡Es preciso que me levante y salga a buscarlos! -¡Qué disparate! Vamos hijo, tranquilízale y no me pongas en el caso de arrepentirme, de haberte revelado la verdad. -¡Pero…! -Pero nada. No se hable más. Todo el asunto está en manos del Capitán Veracruz; Él se encarga de liberar al jardinero y buscar a Laura. -Que no hayan venido Laura y Vladimiro, tiene su explicación ¿Pero Félix, viviendo al lado? -¿Y quién te ha dicho a ti, que no ha venido a verte? Guardan silencio. Al cabo de unos minutos, entra Dorotea: -Me dice Elena, que podemos pasar al comedor. Pedro se dirige a su madre:

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-Quiero levantarme y comer con vosotros. -Ayúdame Dorotea –Le dice Estrella-. Coge del armario el batín y las zapatillas. Y entre las dos le sientan en el borde de la cama y después, se dirigen al comedor.

*** Daniel le ha cedido a David, su modesta habitación de la Ronda del Portillo de Valsalobre. Su alma de artista ha comprendido que el amor de Beatriz, solo podía proporcionarle disgustos y sacudiéndose las cadenas que comenzaba a fraguarle la astuta cortesana, se las desata y libre por fin, ha ido a refugiarse al pequeño nido, donde viera por primera vez a Laura. Además que las circunstancias han cambiado notablemente; Don Félix Veracruz, se halla a pocos metros de él y éste, sin duda, le llevará al convento donde está Laura. Persuadido hasta la evidencia de que Beatriz y Semión, han sido los raptores de Laura, se dispone a encontrarla y devolverle la libertad. Él y Adelaida, sentados junto la mesa, han terminado su almuerzo. Habla David: -No hay hombre por miserable que sea, que no tenga un día la oportunidad de hacer una buena obra a su prójimo. El corazón es un servidor más eficaz que el oro; El dinero en ciertas ocasiones, puede salvarnos el cuerpo, mientras que un buen corazón, puede salvarte el alma. -Diga usted que si señorito –Responde Adelaida. -¡Ea! –mira a su alrededor- Este recinto no es la mansión de la señora marquesa, pero tampoco está mal ¿No crees? -Ahora que lo menciona el señorito; No comprendo porque salimos de noche y a escondidas de aquella casa ¿Es que nos ha echado? ¿La hemos ofendido en algo? Una señora tan buena que parecía… -El salir de aquella manera de la casa, es una historia mía particular, que a lo mejor te la explico más adelante –David hace una breve pausa y

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sigue-: Tu Adelaida sabes, que lo que más aflige al capitán Veracruz, es la desaparición de Laura ¿Verdad? Ella le interrumpe: -¡Pobre Chica! -Todas cuantas pesquisas hemos hecho para encontrarla, han sido inútiles. Se sospecha con fundado motivo, que Beatriz y Semión, son los autores de la fechoría en contra Laura, del arresto del señor Vladimiro y del peligro que ha corrido el capitán –Se la queda mirando fijamente y continúa-: Todo esto forma parte de una intriga que desorienta al más listo, pero que tú, con tu dulce carácter puedes desbaratar. -¡Por Dios señorito! -Lo único que tienes que hacer es sonsacar a Semión. -¡Ya sabe usted, que yo aborrezco a ese hombre! -No te pido que te cases con él. -¿Y qué es lo que me pide? -Escribir una carta, que yo te dictaré. -¿A quién? -¡A Semión! ¿A quién va a ser? -¡Ay, que Dios me proteja! En que líos me mete usted; Primero, corre a la casa de la marquesa, luego me saca de allí de noche y a hurtadillas, después vuelta a esta casita de muñecas y ahora… Resueltamente ella se levanta, se acerca a una balda, coge un recado de escribir y pluma. Vuelve a la mesa y exclama: -¡Dicte! -No te puedes figurar Adelaida, el placer que me causa tu resignación. -¡Que dicte! –Le repite gritando. David piensa un instante y empieza: <Señor Semión: Mi querido casero. Hace unos días mi señorito David, sin explicación de ninguna clase, me hizo abandonar esa casa, para trasladarnos a nuestra antigua habitación de la Ronda del Portillo, en Valsalobre, donde los soportales.

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Lo que ha ocurrido entre mi señor y doña Beatriz, es para mí un misterio inexplicable, que en vano procuro descifrar. Usted sabe que respeto a mi señor; Su felicidad es más querida que la mía. Yo soñé un porvenir brillante para él y tranquilo para mí…> Adelaida deja de escribir y le dice: -¡Pero usted piensa, que el señor Semión se va a creer que esto lo he escrito yo! –Ríe- ¡Usted sabrá lo que hace! Luego continúa: <…pero ¡Ah! Mis sueños se disiparon como el humo. Y si usted conserva un resto de amistad hacia esta pobre sirvienta que le escribe estas líneas, no dudo que esta tarde de seis a siete, vendrá a verme, pues me hallará sola para descifrarme este enigma que no logro comprender. Su agradecida y humilde servidora. Adelaida>. Ésta guarda el recado de escribir, le entrega la carta y dice: -Acabo de poner palabras ahí, que no sabía que pudieran existir: Disipar, enigma, vano… -Les da una entonación sublime y añade-: No creo que ese sinvergüenza piense que eso, lo he escrito yo. -¡Perfecto! -Responde David, sin prestar atención y sigue-: Yo me encargo de que le llegue a sus manos y esta tarde, a la hora citada, le tendremos aquí. Luego guarda la carta en el bolsillo de su gabán y continúa: -No temas –Le dice a ella-, yo presenciaré la escena desde detrás de la cortina, sentado sobre mi cama y si osara propasarse, sabré castigar su atrevimiento. -¡Ay! señorito por lo que más quiera, no me deje sola con ese hombre que le tengo miedo. En casa de la señora marquesa me seguía, me desnudaba con los ojos y me decía unas cosas… ¡que a los garrulos de mi pueblo, les haría sonrojar! -En cuanto a eso, puedes estar tranquila; Tú honor es el mío –Coge el sombrero. -¿Se va? –Le pregunta. -¿Olvidas que tengo que llevar la misiva?

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David sale, en la calle coge un coche de guía y se dirige al palacete. Al término de una hora, Zacarías entra en el despacho de Semión con la carta. -¿Quién la ha traído? –Le pregunta. -Un cochero de guía, señor –Le responde el criado. -¿Con algún recado? -No. Solo que se la entregase al señor en mano y que era urgente. -¿Nada más te dijo? -De parte de la señorita Adelaida. -¿Espera contestación el cochero? -No señor. Se ha marchado. -Esta bien. Retírese. Semión al quedarse solo, deja la carta encima de la mesa y piensa: -¡Es de la sirvienta! ¿Se habrá arrepentido David, de su enfado con la señora? Pero a qué devanarme los sesos, cuando solo con romper el sobre, puedo salir de dudas. Una vez que la ha leído, la vuelve a dejar sobre la mesa, se quita las gafas y exclama: -¡Será posible! Rápidamente se levanta, se dirige a su gabinete y después de ponerse su mejor traje, el sombrero y la capa. Sale hacia los soportales en uno de los carruajes de la marquesa.

Capítulo LXXVI

En el cuarto David y Adelaida le esperan. -Es un viejo muy astuto –Dice ella-, verá como no viene. -Lo sentiría en extremo, pero no tiene porque sospechar de la cita y vendrá. Aún es temprano. Al cabo de una hora Semión llama a la puerta.

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David hace una seña y se oculta en el rincón que le sirve de alcoba. Corre sigilosamente la cortina, se sienta en la cama con las piernas cruzadas y apoya la espalda contra la pared. Adelaida abre. Semión entra en la sala con el sombrero en la mano, se quita la capa, la deja doblada en el respaldo de una silla, y hace ademán de sentarse. -¡Si por favor! –Le dice Adelaida-. ¡Oh! No puede usted imaginarse, cuanto le agradezco su condescendencia. Una vez sentados uno junto al otro; Ella continúa: -Perdone que le haya hecho venir hasta aquí. La verdad señor Semión, no sé como disculpar, el haberle dado a usted una cita ¡Pensará que soy una casquivana, o algo así! ¡Y no es nada de eso! Es que como nos fuimos a trinca pellejo, quería darle a usted una explicación y que usted me la de a mí. Porque yo en el fondo, sentí dejar la casa de la marquesa ¡vaya que sí! -Tú puedes citarme todo el tiempo que quieras; Ya sabes que mi mayor placer, es servirte y aquí me tienes. -Bueno, pues que… Adelaida duda en que decir y Semión interviene: -Mira Adelaida, tú eres una buena chica, pero tu amo es un loco de atar. Se ha fugado de la casa, sin razón lógica que disculpe su conducta. Yo sin embargo, no le guardo rencor, porque bien sabes tú y que es en vano que te lo repita, que allá en mis ratos imaginarios, había formado planes muy ventajosos para él, en los que me decía: Voy hacer de David un marqués millonario. Hace una pausa y la mira fijamente, para añadir: -Y en cuanto a ella, si acepta mi fortuna y mis achaques, la llamare mi esposa. -¡Don Semión! Como se le ocurre decirme eso… ¡Así por las buenas! Él continúa: -Pero ¡ya se ve! Los jóvenes solo ponen oídos, al impulso de su instinto, cometiendo calaveradas irresponsables que cuestan un mar de lágrimas, o que conducen paso tras paso a la miseria o a la cárcel. Porque

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si David hubiera tenido un poco más de paciencia con la señora marquesa y tu… hubieras aceptado mis proposiciones, el sacrificio ahora, no sería tan amargo ¡Que diantre! Yo soy viejo… Acerca un poco más la silla a la de Adelaida y sigue: -Voy a hablarte como vulgarmente se dice, con el alma en la mano. Esto te probará que lo olvido todo y que para nosotros, debe comenzar desde ahora una nueva vida. No soy rencoroso; Te quiero demasiado para serlo. Una mirada tuya basta, para borrar mi encono y una de tus sonrisas, para enloquecerme. Reconozco que a mis años el amor es una ridiculez, pero en tal caso, eso sería una enfermedad del alma de la que yo mismo, no puedo curarme. Sin embargo, tal vez mi edad sea una razón para que aceptes mi amor. La vida no es más que un contrato con la muerte que estamos obligados a cumplir. Todo en esta sociedad es un negocio con un interés ganancial –Hace una pausa-. Voy a explicarme para que entiendas el error que has padecido mostrándome desvío. Acerca otro poco más la silla y sigue: -Yo tengo más de cincuenta años y cerca de ochenta mil reales, aparte de una casa en mi pueblo de Alucardi; Estas son las condiciones de primer orden para marido. Medítalo bien y pesa mis palabras en la balanza de tu conveniencia. Tú tienes dieciséis años, un rostro de serafín y unos ojos negros como las moras, pero eres pobre como la Magdalena en la vida de Jesús y es preciso que eches cuenta hija mía, de que en estos tiempos que corren, ha llegado a la epopeya el positivismo y cuando un muchacho joven, tropieza con una doncella hermosa, después de examinar con una mirada casi indiferente sus gracias personales, suele preguntarle con cinismo, que dote tiene; Si la respuesta es negativa, el joven se encoje de hombros y haciendo una mueca de desprecio, toma un rumbo diferente, pero si la respuesta es positiva, irá a por su mano como un buitre a la carroña. Semión guarda silencio por un breve instante y sigue: -Ahora bien. Por regla general el que nace primero, muere antes que el que nace después. Así que dejándote heredera de mi fortuna, en el caso

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de que admitieras mi proposición, aún tenías tiempo de encontrar a un joven que te aceptara viuda y con una buena dote. Adelaida, cruza su dedo corazón sobre el índice en señal de la cruz: -¡Aggg! ¿Quién piensa en muertes? ¡Quite por Dios! -Pues es preciso pensar en todo, muchacha. Semión está sentado de espaldas a la cortina y Adelaida frente a ella. David asoma la cabeza por uno de sus pliegues y le hace un gesto, para que termine pronto la conversación. Luego la corre y se vuelve a sentar en la cama. La sirvienta afirma con una sonrisa y se dirige Semión: -Confieso señor Gautier, que tanto mi señorito como yo, hemos sido ingratos con la pobre señora, que tan cariñosamente se ha portado con nosotros. Pero yo ¿qué podía hacer si no obedecer las órdenes de mi amo? ¡Oh! Si usted lo hubiera oído –baja la mirada al suelo-, hubiese hecho lo mismo que yo hice ¡obedecer, que remedio! –En tono confidencial-: Él, tenía una razón poderosa para abandonar la casa de la señora; El orgullo. Lo conozco –Hace una mueca y mueve la cabeza de un lado a otro-. Pero no crea otra cosa ¡no!; Su orgullo es noble y sin doblez alguno, como la plana. Semión piensa un momento y luego le responde: -Tal vez aún, se pueda poner remedio. -No deseo otra cosa. -De manera que tú ¿volverías a la casa? -¿Y por qué no? ¿Tengo motivos para otra cosa? -¡De veras Adelaida! ¿De veras? Con que no me rechazas. -He meditado con calma sus palabras. Mi carácter retraído y tímido –vuelve a bajar la mirada-, no se aviene con el aturdido bullicio del mundo actual; Me place la soledad, la paz, la calma… Es más grata a mi corazón la vida del pueblo, que la de la Corte y sin ningún reparo, aceptaría la mano de un hombre honrado como usted a pesar de las canas. Pero para ello, hay un inconveniente. -Lo venceremos. Habla sin ningún temor. -Es David –Le mira con timidez.

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-Pero tu amo, no puede oponerse ni a tu felicidad, ni y a tu porvenir. -Cierto. Pero anoche mismo me dijo, cuando yo le hablé del interés que hacia mí, usted demostraba en la casa, que solo con una condición, consentiría en nuestro casamiento. -¿Y qué condición es esa? -Mi señorito afirma, que la marquesa, es la que mandó llevarse a la muchacha a Dios sabe donde –aclara- la que vivía aquí cerca, Laura, y cree a pies juntillas, que si usted fuera un buen amigo nuestro y poseedor como es, de todos los secretos de la marquesa, debería ponerse de nuestra parte, para dejar libre a la joven que nos ocupa. -Pero ¡que le importa a él, esa muchacha! ¡¿No le brinda la marquesa una fortuna y un palacio?! ¡Que no se ocupe de otra cosa más, que de hacer feliz a mi señora! -¡Ay señor don Semión! Usted no conoce a mi señorito; Es terco como un gorrino semental. Se ha propuesto encontrar a esa moza, alcanzar la libertad del jardinero que gime en un calabozo y no descansará, hasta que no logre su deseo. Semión le dirige una mirada, como si quisiera leer el fondo de su alma: -Por lo que acabas de decirme, se desprende que David ama a esa chica. -Pues eso ¿para qué ocultarlo? –Exclama ella con firmeza-. Yo creo que ese afán que demuestra por la muchacha, tiene algo de amor. Y como la felicidad de mi señorito me es tan querida, como la mía propia y esa felicidad pasa por traerla de nuevo a la Ronda, pues que si usted accede a mis súplicas y si usted me ama, como me ha dicho otras veces además de hoy, se unirá conmigo para devolver a Laura a los soportales. Semión se queda pensativo. Ella insiste: -En vano será, que busque usted disculpas para ofrecerme lo que le pido ¡que bien poco es! -¿Y si yo ignorase el paradero de esa joven?

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Adelaida mueve una mano en el aire y luego, se golpea con ella en la cadera: -¡No! ¡Usted lo sabe! Porque le he visto salir de la casa en un coche de caballos y diciendo que iba a donde para la señorita ¡Así que no me mienta! ¡Pues vaya un pretendiente, que me engaña antes de que el cura nos bendiga! -Aunque lo sepa… -Entonces… -Es un secreto que pertenece a la señora marquesa y que no me está permitido revelar. -Lo cualo quiere decir, que prefiere usted al apego de su señora, al mío propio. -No, no. Yo no he dicho eso. Es que hay compromisos en la vida, que no pueden romperse así como así. -Pues mire que raro es este compromiso; El nuestro de boda se ha roto antes de empezar. Lo que pudo haber sido, ya no lo será nunca. -¡Adelaida! –Exclama él-. Advierta que esas condiciones, tienen mucho de exigencia. Señala la ventana por donde se ve el jardín: -Solo trayéndome ahí a Laura y Vladimiro, podré conceder a usted mi mano. –La alarga y la deja unos instantes flotando en el aire. Semión vacila, se le acerca aún más y le dice: -Adelaida, yo la amo con locura, pero no me exija que le entregue los secretos de la marquesa, a quien debo cuanto soy. -Es inútil lo que usted me diga. He indicado el precio de mi mano y no retrocederé ¡Yo quiero que estén aquí mis amigos! Además, que me hacen mucha compañía. Y si usted me amase de verdad, como dice… -¡¿Que si la amo?! Desde que la vi aquí por primera vez, el día que vine con mi señora ¿recuerda? -Sí. Sí que lo recuerdo. Que me di cuenta que me miraba de una manera, que… Usted es bueno. Usted tiene un corazón noble y generoso. -Me precio de no herir a nadie por voluntad propia.

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-Ha llegado la hora, de que rompa los lazos que malamente le unen a una mujer dominada por las pasiones y que le conducirá tarde o temprano, a un fin desastroso. Por eso soy exigente y le presento a usted dos caminos; Uno que le conduce a la esclavitud de la marquesa y el otro, que podría guiarlo hasta mi corazón. Comprendo que la decisión es difícil para usted, pero mi honra lo pide así y no me apartaré de ella porque la creo de justicia –Hace un gesto de autoridad con el brazo. Semión reflexiona un momento y contesta: -Esta bien Adelaida. Pero la libertad de esa muchacha, será nuestro contrato matrimonial. -¿Y don Vladimiro? -Don Vladimiro después. -Vale. -Y saldremos de Miranda. -De acuerdo. Lo que usted diga don Semión. -En cuanto a tu señorito, le pasaré una pensión, para que continúe con sus aspiraciones de hacerse músico. -Es usted muy generoso. Semión se echa hacia atrás en la silla: -Voy a cometer una infamia. Una traición contra la señora -La mira de arriba abajo-. Pero tus dieciséis años ¡bien lo valen! Ella se queda pensativa y luego dice: -No una infamia no; Diga usted más bien una acción noble. Un día, aquí mismo, le oí decir a un amigo de mi señorito: El que protege al débil contra la tiranía del fuerte, siempre será un héroe. Inclina un punto la cabeza, se lleva una mano a la boca, y añade: -Creo recordar, que ese señorito del que le hablo, se llama Boris. -Te complaceré; Sacaré a esa chica de donde está, aunque no será fácil porque no quieren soltarla, si no es con un protector, que se haga cargo de ella, y la traeré a su casa sana y salva. -Cuando venga ¿le puedo dar a mi señorito la noticia? -No. Antes tengo que disponer algunos asuntos. -Pero ¿no se halla usted resuelto todavía?

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-Si, si. Mañana por la noche vendré aquí con esa joven. Adelaida se levanta y dice: -Sería conveniente que se fuera. David puede venir y… -Sí. Tiene razón. Semión se levanta, coge el sombrero, la capa y se marcha. Apenas se han extinguido sus pasos por la escalera, David sale de la alcoba y corre hacia su sirvienta. -¿Esta usted contento de mí? –Pregunta ella, con una gran sonrisa. -¡Te has portado como una reina de la interpretación! ¡Oh! Yo mismo llegué a creer en ciertos momentos tus palabras ¿Estás bien? -Sí. Aunque estaba deseando que se fuera; Un poco más y se me sienta encima. A cada momento, acercaba la silla a mi lugar. -¡Mañana, podemos darle una alegría al capitán! -¿Y por qué no hoy? -No debemos precipitarnos. Además, tu sátiro enamorado, podría arrepentirse en cuanto vea a su señora de frente. Creo que es mejor entrar por la puerta con Laura de la mano y decirle: Aquí la tiene usted. -Sí. Mejor será –Responde Adelaida acercándose al fogón.

*** A las ocho de la mañana, Eufemiano embozado en una capa parda y con el sombrero echado sobre la frente, sale de la casa del Portillo, atraviesa la Ronda y después de cruzarse medio Miranda, entra en el Bar de Benito. -¡Hola Eufemiano! –Le dice el tabernero desde detrás del mostrador- ¿Me traes algunas docenas de pajaritos? A fe que me hacen falta, porque no he visto gente más aficionada a los pájaros fritos, que los de Miranda. -Ayer no pude colocar mis ballestas. Me cayó otro negocio y como los pobres nos ganamos la vida, según se presenta… -¡Ah vamos! Entonces… -Eufemiano se sienta en una de las banquetas y apoya los brazos en el mostrador. El tabernero, metiendo un vaso en el barreño del agua, le pregunta: -Supongo que querrás desayunarte.

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-No tengo inconveniente, porque aún podría comulgar sin ofender a Dios. Benito levanta el brazo para dirigirlo a voluntad del cliente: -¿Qué vas a tomar? -Dame una copa de aguardiente, un bollo y un café. Luego coge su petaca de cuero y lía un cigarro. El tabernero sale de la barra y se sienta junto a él: -¿Con qué has hecho un buen negocio? –Le pregunta. -¡Pchs! Se ha ganado la marmita, para un par de meses. -¡Bien! Pues eso ya es algo y dime ¿Has dejado el matuteo? Porque hace tiempo que no me traes nada. -¡Pues qué! ¿No te dije hace tiempo, que me afanaron el caballo los cuatreros, en las mismas narices mías? -Ahora que lo mencionas, sí que lo recuerdo. -Me quedé de a pie. -¿Y por qué no compras otro? -Tal vez lo haga ahora, cuando termine el asunto que tengo entre manos ¿Ah? Quería preguntarte ¿conocer tú algún gaterrilla resuelto, que me sirva para un trabajo? -Hombre, aquí en la vecindad, conocido es un chico que según aseguran algunos clientes, es listo como una ardilla y astuto como una comadreja. -Creo saber quién es; Le vi una vez aquí hablando con Leónidas y me interesa ¿A dónde podré encontrarle? -Nada más fácil ¿Quieres que le llame? -Llámalo. Benito se acerca a la puerta que da paso a la cocina y dice levantando la voz: -¡Bernarda! ¡Asómate al patio y llama al Rufino, que lo precisan en la taberna! -¡Va! –Responde desde el fogón. Cuando éste entra, después de diez minutos, el tabernero le dice: -Oye ¡acércate!

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-¿Qué se le ofrece señor Benito? -Que te ha caído que hacer. Y se dirige a Eufemiano: -Aquí lo tienes. Te respondo de su actividad y su prudencia. Eufemiano, le da una palmada en la visera de la gorra: -El señor Benito me ha dicho que eres un zorro. -Pues que Dios le pague el piropo –Responde el chico. Eufemiano continúa: -Tengo un cometido para ti. Ven conmigo. Rufino pone cara de pesadumbre y contesta: -Es que aún no he desayunado. -Toma lo que se te apetezca del mostrador y te lo jalas por el camino, que no tengo tiempo para perder. Rufino coge media libreta de pan, una tajada de bacalao frito, se lo mete en el bolsillo de su chaqueta y responde: -Cuando usted quiera, yo ya voy servido. Eufemiano echa sobre el mostrador un real, para que Benito se cobre el gasto y éste, le devuelve catorce cuartos. -¡Ea! –Grita el ballestero señalando el mostrador a Rufino- ¡Coge esa calderilla y vamos! -Vale señor y gracias. Eufemiano y el gatera, salen de la taberna. Cuando llegan a las afueras de la barriada, entran por el camino que conduce al Portillo de la Ronda, hacia Miranda y ve que el muchacho va comiendo a su lado, se detiene y le dice: -Siéntate en ese ribazo y termina con toda tranquilidad. -Lo que es por mí, no deje usted de andar. Yo puedo comer de pie ¿Sabía usted que los caballos duermen de pie? ¡Me lo ha dicho mi tío! Bueno, pues yo puedo comer, como ellos duermen. Eufemiano, sin dar oídos a las palabras del chico, se sienta sobre la hierba y vuelve a decir: -Supongo que no te vendrá mal ganarte una ochentina de oro, como esta.

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Introduce el pulgar de la mano derecha en el bolsillo del chaleco, saca una moneda de oro y la coloca pausadamente, sobre la palma de su mano izquierda. Los ojos de Rufino brillan como el preciado metal, deja de comer y exclama: -¡Caramba, pues ya lo creo señor! Con ese dinero, me podría comprar un chaquetón de paño. -Pues sirviéndome con lealtad, te ofrezco no una, sino dos. -¡¿Dos?! –Repite suspendiendo la triza de pan, que en ese momento se iba a llevarse a la boca. -Sí. Y te aseguro rapaz que el servicio que me has de hacer, no te compromete en nada. -¿Y qué es ello? Dígalo que ya me tiene en ascuas. -Cosa de poco; Ir conmigo en un coche, que nos conducirá a un pueblo cercano a Miranda; Villaverde. Buscas la menara de entrar en el convento que tú ya conoces y cuando estés dentro, nos abres la puerta. Rufino le mira con cierta desconfianza. -Parece que mis palabras no te convencen ¿verdad? Para tranquilizarte te digo que Leónidas Biencinto y yo, somos amigos, que puedes confiar en mí y que él y yo, somos la misma persona en este asunto. -¡Ah! ¿Es que usted conoce el lío de la marquesa, el administrador y…? –Sigue comiendo. -¡Toma! Si no lo supiera ¿te hubiera buscado? Aquí de lo que se trata, es de rescatar a la señorita que está retenida en contra de su voluntad en ese convento y para ello, es preciso tapar la boca a la vieja postiguera que celosamente la guarda, no sea que nos alborote el claustro y lo eche todo a perder. -¿Y el señor Biencinto? ¿Tiene parte en este asunto? -La parte mejor –Responde Eufemiano, poniéndose la mano en los ojos, para protegerse del sol-. Para realizar nuestro pensamiento, es necesario que tú entres primero, lo cual te será muy fácil, pues yo sé que has hecho conocimiento con la Hermana Arcadia, la portera –Pausa-.

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Una vez dentro, esperarás a que el sol se ponga para abrirnos la puerta y con esto, las dos ochentinas, serán tuyas ¿Aceptas el trato? -¡Ya lo creo! -Entonces, sígueme. -Andemos pues, que ya me corroe la impaciencia de que las monedas ofrecidas, pasen a mi zurrón. Una media hora después, Eufemiano entra en la casa de Vladimiro, donde Félix se pasea intranquilo por la sala. -¡Ah! ¿Eres Tú? ¿Encontraste a ese chico? –Le pregunta el capitán. -Sí. Hay fuera está. -Entonces, no perdamos tiempo. -No tenga usted cuidado señor, que esta noche la señorita estará en nuestro poder. Pero asuntos como el que nos ocupa, conviene hacerlos, según mi experiencia con la policía, cuando el sol ha desaparecido del cielo. -Eufemiano, ha sonado la hora de la venganza y mi corazón recobra el violento ímpetu de la juventud ¡disponlo todo! -Lo importante es tener distraído al chico, no sea cosa que se nos escurra y tropiece con Leónidas de quien es partidario, le cuente y lo estropee. -En ese caso, es conveniente buscar un coche y partir ahora mismo. Yo hablaré con la señora Antonia, que está al cuidado de la mujer de Vladimiro, y estaré listo en un momento. -Lleva usted razón capitán. En Villaverde, no ha de faltarnos posada donde pasar el día y allí estará más seguro el gaterilla, que en Miranda. -Hazle entrar y prepáralo todo. Eufemiano sale al jardín y le dice a Rufino, que se halla sentado en un banco: -Entra ahí, a la casa y espera, que yo vuelvo al momento. Mientras Eufemiano sale al camino en busca de un carruaje, Rufino entra en la casa y se dirige a la sala donde está el capitán.

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Capítulo LXXVII

A última hora de la tarde, Arcadia con una taza de caldo en la mano, entra en la alcoba que semanas antes había dispuesto para ella: -Vamos, vamos señorita Laura –le dice-, tiene que tomarse esto para entrar en calor, que la noche se presenta fría. -No me encuentro bien. Es horrible lo que sucede en este convento; Hasta niegan los auxilios de un médico. -¡Un médico! ¿Y quién hace caso de galenos? ¿Saben ciencia por ventura? Ninguno de ellos, sabe curar una terciana. Solo saben recetar pócimas y ungüentos. Sacar dinero y dar sangrías. Pero la verdad del caso, es que cuando la muerte te señala con su guadaña, se te lleva por delante ¡y adiós muy buenas! –Se hace la señal de la cruz sobre el pecho. -¡Calle usted hermana! Ya que no se compadece de mí desventura. Ya que siempre la encuentro sorda a mis súplicas y a mis ruegos, evíteme al menos la molestia de oír su voz. La Hermana Arcadia se encoge de hombros, deja la taza sobre la mesita de noche, junto a una jarra de agua, y le contesta: -Yo tengo la culpa de estos desaires. Soy una tonta por dirigir a usted palabras dulces y cariñosas. En la mesa le dejo la sopa, una bugía y fósforos. Si quiere usted comer, coma y si no come, pues a no comer. Como decía aquel: O se muere el cabo, o no como rancho. Pues a mí que usted ría. Que usted llore. Que usted viva o que usted muera, me importa un rábano. Si una mañana subo y me la encuentro seca como la mojama, con cerrar la puerta y dar parte de lo ocurrido a la Hermana Sagrario, se concluyó la comisión mía, así que ¡buenas noches! Cierra la puerta de golpe y comienza a bajar pausadamente la escalera. Antes de poner el pie en el último tramo, suena la campana en el portón de la calle. Se detiene: -¡Ah! Me alegraría que fuera el señor Semión; Ya me canso de atender a esa novicia cócora y empalagosa. Como si no tuviera faena con atender cocina y puerta ¡la dichosa señorita remilgada!

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El sol desaparece lentamente y las sombras en tonos grises se plasman en los muros del convento. Termina de bajar, abre y se encuentra de frente con Rufino: -¡Calla! –Le dice- ¿Eres tú rapacín? -El mismo que viste y calza, Hermana Arcadia –Le sonríe. -¿Y qué vientos te traen por aquí? -Pues que me he dicho ¡fuera pereza Rufino! Tú tienes buenas piernas, coge el tole y vete a Villaverde de Miranda, que tal vez le convenga a la hermana, que le hagas una visita. Y dicho y hecho. -Vaya pues. Entra rapaz, entra. Que con la caída de la tarde, se ha levantado una ventisca, que penetra hasta en los huesos y las pulmonías abundan con este tiempo. Rufino pasa y ella cierra echando el cerrojo. Luego pasan a la cocina, en donde arde una buena lumbre. -¿Y las demás monjas? -Pregunta el chico. -¡Ya hace horas que duermen como marmotas! Que han de levantarse antes del amanecer para los maitines. -¿Y usted tiene bula? -Dispensa ¿Quién hace sino cocina, puerta, lava, huerto?... Además de que soy vieja –Hay un silencio y continúa-: Pero a qué viniste rapaz ¿a saber del convento, porque quieras hacerte novicio o a participarme una visita? -De visita, porque no todos los días se presentan ocasiones como las de hoy, para visitar a los conocidos. -Gracias por la cortesía -Como le digo. Arcadia dispone una mesa cerca del fuego, echa un cacillo de estofado en dos platos y le dice a Rufino que tome asiento: -Come antes que se enfríe que entres en calor. Al término de la cena ella se levanta y llevando los platos, cubiertos y una fuente a la pila, dice:

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-Espérame aquí un momento. Voy arriba a ver si la señorita quiere alguna cosa. Luego dispondré un bocadillo de queso, para que lo lleves a Miranda. -Muchas gracias hermana. Rufino se levanta, va hacia la puerta y se pone a escuchar. Cuando los pasos se van perdiendo escaleras arriba, sale de la cocina y se encamina hacia la puerta de la calle. Descorre el cerrojo y dirige una mirada hacia los árboles, que a unos cuarenta pasos del convento, se destacan. Parece dudar un momento. Da un paso para salvar el banco de la puerta y sale al campo. Después, introduce su mano en el bolsillo del pantalón, saca una caja de fósforos, enciende uno y lo tira al aire. Apenas su rápida luz alumbra un paso, Félix y Eufemiano se levantan del suelo y avanzan hacia la puerta del convento. Cuando están a cinco pasos, el muchacho les dice en voz muy baja: -Vamos, deprisa. Síganme ustedes. Entran. Rufino echa de nuevo el cerrojo: -Estamos solos; La portera ha subido a ver la señorita que ustedes buscan y las demás monjas duermen, hasta poco antes del amanecer. Mientras tanto, Arcadia ha subido a la habitación. Laura está sentada en el borde de la cama. -Pero que ¿aún no ha tomado usted el caldo? –Le pregunta mirando la taza-. No me venga con gazmoñerías con que se come usted el sopicaldo, o nos van a oír los sordos. -Es inútil que insista –Responde Laura-. Ya se lo he dicho; No me encuentro bien y prefiero acostarme sin cenar. Arcadia de espaldas a la puerta, se vuelve al oír los goznes y entre las sombras del candil, ve entrar a dos hombres. Estos son Félix y Eufemiano. El capitán acercándose a Laura, dice: -Eufemiano, vigila a la hermana.

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Cuando está frente a Laura, la coge por los hombros y la pone de pie: -¡Por fin te encuentro! ¡Alma mía! Ella, aparta algunos cabellos que le caen por su frente y le observa: -¿Quién es usted, caballero? -¿No me conoces Laura? Soy Félix; Tú capitán ¿recuerdas? Félix Veracruz, que llega a tiempo para castigar a tus enemigos. -¡Vivo! –Exclama ella y se desmaya. El capitán la deposita con ternura sobre la cama. Mientras tanto Eufemiano, lleva a Arcadia hasta una silla y le pide que se siente. Félix saca un pañuelo de la boca manga, coge una de sus puntas, la introduce en la jarra y se lo pasa a Laura por los labios, el cuello, la nuca y la frente. Poco a poco, va recobrando el sentido; Entre abre la boca, los ojos y dice: -¡Bendito sea Dios! ¿Será un sueño? El capitán la coge por la nuca y despacio la incorpora, hasta sentarla en el borde de la cama: -Tranquilízate Laura. Vengo a devolverte la libertad. Y que nadie se atreva a tocar un solo cabello de tu pelo. Estando yo a tu lado, nada ya has de temer ¡Oh! Pobre ángel mío, se que has sufrido mucho. Más no temas. Tu martirio ha concluido y va a comenzar el de tus enemigos. Luego se acerca a donde permanece Arcadia y le pregunta: -¿Quién ha traído a esta muchacha al convento? -Un señor que se llama Semión Gautier y una señora; La Marquesa de Patallo. Beatriz, creo que es su nombre. A una indicación del capitán, Eufemiano le hace una seña a Arcadia y le indica que eche a andar. Ella coge una luz y ambos salen de la habitación. Félix y Laura se quedan a solas. Él se sienta a su lado y le acaricia el pelo: -¡Cuánto habrás sufrido, ángel mío!

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-¡Que importa mi sufrimiento, cuando en este instante es tan inmensa la alegría de mi corazón! –Se le queda mirando-: Aún no me lo creo. Me tienes que contar muchas cosas; Que te ha pasado, a donde… Él, le pone un dedo en los labios: -Ahora no. Te lo contaré todo camino de Miranda. -Quiero irme inmediatamente este tétrico lugar –Mira a su alrededor. -Pronto lo haremos. Muy pronto –Le responde Félix. La besa en la frente y en este momento, se oye la aldaba en la puerta de la calle. Laura se estremece. Félix se pone de pie y le dice: -No temas. Voy a ver quién es. Mientras tanto vístete. Un coche nos espera no muy lejos, para llevarnos a casa –La vuelve a besar. Al llegar a la escalera oye una segunda llamada y murmura: -Prisa trae la visita a fe mía que hasta que no haga despertar a todo el claustro, no ha de desistir. Pero bueno es ir prevenido –se palma la culata de una pistola, que lleva en el cinto- porque en esta santa casa, deben ser contadas con una mano, las personas que vengan y menos, a estas horas de la noche. Llega a la puerta y la abre quedándose oculto tras ella. Semión entra embozado en una capa: -¿Por qué no hay luz? –Dice-. Después de hacerme esperar afuera, con el frío de este lugar, ahora esto… El capitán cree reconocer la voz y cerrando la puerta, se abalanza sobre él. Pero Semión cruza el zaguán y llega hasta la escalera que conduce a la habitación de Laura. Félix sube tras él procurando no hacer ruido y piensa: -Si le dejo avanzar más, llegará hasta su cuarto. Entonces sube un tramo de un salto, coge a Semión por el cuello y le hace girar, hasta ponerle cara a cara. -¿Me conoces? –Le pregunta el capitán, poniéndole el cañón de su pistola abre el pecho. En la oscuridad de la escalera Semión le murmura:

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-Creo que padece usted una equivocación buen hombre; No llevo nada que le merezca la pena para su necesidad. -¡Ah, miserable! ¿Me tomas por un vil ladrón? ¡Qué haces aquí! -Cuando vea quién demanda información, podré darle las respuestas que me solicita. Félix le arrastra tras de sí por la escalera, hasta conducirle a la cocina. Enciende una bugía: -Mírame bien –Le dice. Semión hace ademán de retroceder, pero Félix dirigiendo la pistola a su pecho, continúa: -No te muevas si aprecias tu existencia. -No trato de huir. Solo intento apartar de mí, el arma que me apunta. -¡Siéntate en ese banco! –Le ordena Félix. Semión obedece. Y el capitán de pie delante de él, le dice: -Me vas a contestar con claridad a las preguntas que te haga y ni tus súplicas, ni tu desprecio, me harán dejar un ápice del plan que me he propuesto. Así pues, responde que no tengo tiempo que perder. -Ante todo –Semión le interrumpe- debo decir, no como disculpa, sino como verdad palmaria, que mí venida a esta casa de recogimiento, tiene hoy otro motivo que el que usted se imagina. -¡Habla rufián! ¿Cuál es ese objetivo? -Rescatar a la joven que está arriba. -¡Tarde llega el arrepentimiento! -Ya me imagino que usted no cree en mis palabras, pero he dicho la verdad. -¡Eh! Basta ya de farsa. -No estoy tratando de ocultar la realidad, pues desde hoy he cambiado el rumbo de mi vida y me emancipo de mi dueña. -Dime ¿por qué te llevaste a Laura de la casa de Vladimiro? -Yo solo obedecía las órdenes de mi señora. -… ¿qué es la Marquesa de Patallo? -Sí. Doña Beatriz Belmonte

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-¿Conoce esa señora a mi valida? -La ha visto dos veces. -Entonces ¿Cómo se explica su odio hacia ella? -Los celos. En esto entra Eufemiano en la cocina. El capitán se dirige a él: -¿Has encontrado algún lugar seguro, donde dejarles esta noche? -Si señor; El convento tiene un sótano, bastante espacioso, donde las hermanas guardan restos de santos, cuadros y bancos de Iglesia, que me ha parecido bueno, para lo que usted dice. -¿Qué has hecho con la hermana portera? -La tengo en ese sótano. -Está bien; Coge a este individuo –señala el lugar donde se encuentra Semión- y enciérralo allí con ella. Eufemiano hace un gesto de asentimiento: -Si capitán. -¿Y el chico? –Vuelve a preguntar Félix. -Como para nada podía servirnos ya, le pagué y se hallará a estas horas, camino de Miranda. -Pues vamos a la tarea. Eufemiano se acerca hacia donde está Semión, le coge por un brazo, y le dice: -¡Levántate y vente conmigo! -¿A dónde me lleva usted? –pregunta, mirándole con cierto temor. -¡Bah! ¡Eso a ti no te importa! –Le contesta-. Tú sígueme y calla. No es esta ocasión para andarse con explicaciones. Semión le obedece y los dos salen hacia un corredor, que conduce al sótano. Mientras tanto el capitán, se guarda el arma en el cinto del pantalón y empieza a dar paseos por la cocina, con las manos cogidas atrás. Al cabo de unos minutos, Eufemiano vuelve a entrar. Félix le pregunta: -¿Están seguros ahí abajo?

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-No se escapan señor, pierda usted cuidado. Félix se le acerca y le pone una mano en el hombro: -Querido camarada. Vamos a separarnos por unas horas. Eufemiano hace un gesto afirmativo. El capitán continúa: -Tal vez mañana venga la marquesa y ya sabes lo que debes hacer –Le estrecha la mano-. Gracias Eufemiano. Tus servicios en este lance, han sido de gran importancia. Cuando todo esto termine sabré recompensarte para que ni tu familia ni tú, volváis a pasar calamidades. -¡Bah! No hay que darlas señor. Le he servido con mucho gusto. El dinero se acepta de los desconocidos, y el aprecio de los amigos –Sale. Luego el capitán, sube a la habitación de Laura: -¿Estás dispuesta? -¡Oh! Hace rato. Pensé que no venías, porque había surgido algún problema, cuando bajaste abrir el portón. -Entonces vamos. La toma por la cintura. Cuando salen al campo, Laura le mira con ternura, suspira hondo y le dice: -Este aire puro que refresca mi frente, la luna que derrama a nuestro alrededor su luz, fortalecen un ánimo, que hasta hace unas horas estaba enfermo y desfallecido. Siguen caminando por la vereda, que conduce al camino de Miranda. Una vez en él, giran hacia el pueblo que se destaca a unos quinientos pasos de este lugar, y llegan a la puerta de una posada donde les espera el carruaje. Félix ve al muchacho sentado en el poyo de la cochera, departiendo con el auriga. -¡Ah! ¿Tú aquí? –Le dice el capitán. -Si señor –Contesta Rufino con una sonrisa-. Mi primer pensamiento, cuando me pagó el señor Eufemiano y me dijo que ya me podía ir, fue marchar andando a Miranda, pero luego calculando que usted no tendría

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inconveniente en que me colocara en el pescante, me vine a la posada a esperar. -¡Has hecho bien! Laura le sonríe. Félix se dirige al cochero: -A Miranda. Y cuando entremos en la ciudad, ya le indicaré donde nos deja. -Al momento, señor –Le responde éste. Y el coche de colleras abandona el pueblo de Villaverde, llevando en su interior a Félix a Laura, y en el pescante a Rufino.

*** Mientras tanto Adelaida y David, esperan a Semión. Él comienza a impacientarse: -¡Oh! Es capaz de faltar a la palabra dada –Se pasea por la reducida habitación. -Aún no debemos desconfiar, señorito –Le dice Adelaida-. Acaban de dar las diez. David de vez en cuando se detiene, al escuchar pasos en la escalera. Después de una hora, dice de nuevo: -Lo ves Adelaida ¡no viene! Comienzan a perder las esperanzas, cuando se oye en el camino de la Ronda el sonido de las ruedas de un coche, y los cascos de una caballería. -¡Ahí está! –Adelaida corre hacia la puerta. Davis se esconde en la alcoba y corre la cortina. Al término de varios minutos, se vuelve a oír al carruaje alejándose. David sale de su cuarto y Adelaida, entra en la sala. -¡Nadie! –Dice ella. -¡Es extraño! –Murmura David-. El coche se ha detenido en la verja del jardín. -Si, pero luego ha continuado su camino y ha transcurrido tiempo suficiente, para que subiera. David se deja caer en una silla y exhala un suspiro.

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Adelaida ocupa su asiento junto la mesa, coge una labor y se pone a zurcir Después de un rato, el silencio es interrumpido por la voz de Antonia, desde el jardín: -¡Señorita Adelaida! ¡Señorito David! Los dos se levantan, corren hacia la ventana y la abren: -¿Qué ocurre? –Pregunta David. -¡Ay, Dios mío! –Exclama Antonia desde abajo, levantando la cabeza- ¡Si no me cabe la alegría en el cuerpo! ¡Si a mí, me va a dar algo! -Pero mujer ¿qué pasa? –Pregunta con impaciencia David. -¡Ay! Señorito, que va a ser –Interviene Adelaida- la esposa de don Vladimiro, que se ha… -¡Calla chica, no seas burra! No ves que ha dicho que no le cabe la alegría en el cuerpo ¡Como va a ser eso! -¡Que ha de pasar, pues! –Grita Antonia- ¡Que la tenemos en casa! ¡Que ya está aquí! -En casa ¿pero a quién señora? –Pregunta David. -¡Quien ha de ser! Laura. La señorita Laura. Y que flaca y descolorida viene la pobrecita de mi alma ¡Picarones! ¡Infames! ¡Bandidos! ¡Oh! Como me encuentre algún día al viejo hipócrita ¡le saco los ojos! Antonia abstraída con sus amenazas, no advierte que sus vecinos se han quitado de la ventana, han bajado precipitadamente la escalera y llaman a la puerta de la casa de Vladimiro Se vuelve y corre hacia ellos.

Capítulo LXXVIII

Son las diez de la mañana. Vladimiro se pasea por el corredor de la cárcel de distrito. Cuando gira para regresar al punto de partida, distingue a lo lejos la figura de un caballero de blanca barba, ancho sombrero dejando solo ver medio rostro, y capa hasta media pierna.

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Se acerca y al tenerle frente por frente, le sonríe y dice: -¡Mi capitán! –Le hace pasar a su celda-. Sabía que ibas a venir y al ver tu silueta a lo lejos, me he figurado que eras tú. -Por qué; Mi aspecto no es el mismo. Como lo sabías, viejo zorro –Dice Félix. Vladimiro le señala una banqueta: -Pero siéntate, ahí estarás más cómodo, que yo lo haré en mi jergón. Aunque aquí, pocas comodidades puedo ofrecerte. Después de contemplarle, continúa: -…Por doña Antonia; Ella que me trae todas las semanas algo de comer, tabaco y ropa limpia me contó tu fantástica historia, que aún me cuesta trabajo creer. -¡Y a mí, no creas! En dos ocasiones he estado a punto de presentarme ante Nuestro Señor, pero se ve que aún no quiere tenerme en su gloria, o por el contrario y según mis acciones, enviarme al fuego eterno y las dos veces, me he quedado en tierra. Espero que la tercera se me presente muy tarde, porque de esa, ya no me escapo. -¡Dios es justo, capitán! Pues si te ha librado dos veces de la muerte, será porque te lo merezcas y porque aún habrás de hacer mucho bien acá abajo. -Por lo pronto, una de las dos cosas que tenía pendiente de hacer, ya está cumplida; Laura ya respira libre de ese claustro, donde la tenían sometida a frío y calamidades. -Si y te lo agradezco. Antonia me lo contó la última vez que vino; El mismo día que me habló de ti, me dijo que Laura ya estaba en casa y ojala dentro de poco, pueda estarlo yo también –Le mira durante unos segundos y continúa-: Te agradezco infinito que hallas venido a verme. Esto significa que no estoy solo, y que mis amigos aún me recuerdan y me aprecian. -Por supuesto teniente. Camarada. Amigo. Nunca ni Pedro ni yo, te dejaremos solo. La situación política que atravesamos, no puede ser duradera. Solo es esclavo el pueblo que merece serlo y el nuestro, se ha ganado la libertad a fuerza de lucha y sacrificio. Hasta que una amnistía

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general, no devuelva a sus casas a los reos políticos yo continuaré siendo un fugitivo y por eso por precaución no he querido venir a verte antes. Pero hablemos de ti, porque ha sonado la hora de mi venganza –Félix se inclina hacia adelante-. Según tú expediente, o las razones que ha dado la policía para tu detención, es que cuando se registró tu casa, hallaron dos cartas y una nota en la que dice, que debías atentar contra un político. -Si –Responde Vladimiro-. Ignoro todo sobre esa nota. La primera vez que tuve noticia de su existencia, me la estaba leyendo en comisaría un agente de la policía gubernamental. Me afirmaron que se halló en mi casa detrás de un cuadro. -Alguien la ha colocado ahí para perderte ¿no crees? -Eso es lo que pensé, desde el primer momento. -¿Y no sospechas de nadie? –Pregunta Félix. -No. Creí que a estas alturas de mi vida, no tenía enemigos. -Haz memoria, viejo zorro. Vladimiro medita un momento. -Puedo concebir una sospecha pero igual es una obcecación mía; Pocos días antes de de ser allanada mi casa por la policía, un hombre se nos presentó haciendo grandes halagos de todos los que allí estábamos; Laura, Antonia, yo y ¡hasta de mi pobre señora!, que se de ella por doña Antonia y que cada día que pasa según me cuenta, está peor de la cabeza. -Lo sé. Lo sé Vladimiro ¿y sabes quién era ese hombre? -Según nos dijo; Semión Gautier. -Ese sujeto es el que internó a Laura en el convento; El administrador de doña Beatriz, la marquesa de Patallo y por la que hace y deshace a su antojo, todas estas artimañas. -¡Cómo! ¡Ah! Pues ese infame es el que me ha denunciado. -No te quepa duda. -¿Y con qué objeto? A mí ¿por qué? -La marquesa de Patallo, según voy comprendiendo, ha querido, bien por voluntad suya o por iniciativa de Semión, quitar todos los obstáculos que se iban oponiendo a sus deseos; Es una mujer muy apasionada, caprichosa, dominante y poderosa. Y si a eso le añades los celos…

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-Francamente Félix, soy hombre poco instruido en intrigas de ningún género. Prefiero coger mi azadón a tirotearme de palabra con una cortesana del gran mundo. Pero sea lo que fuere, estoy contento porque al fin estamos juntos tú y yo, y Laura está libre; Los conventos son para beatos y pesimistas y no, para mocitas de merecer guapas y con gancho para el matrimonio ¿no? mi capitán. -Razón no te falta, amigo mío. Y déjame que te diga antes que me vaya. Estoy aquí para sacarte de este lugar; Un viaje a la Isla de Lanagal, sería la muerte para ti. Allí como sabes, envían a los deportados y yo no quiero que a un fiel camarada, le ocurra una desgracia –Le coge una mano-. Ya verás como muy pronto, estarás otra vez cuidando tu jardín. Durante media hora más siguen hablando, asegurándole el capitán, que esa misma noche volverían a verse.

*** Pedro Campoy se halla sentado en una butaca, cerca de la ventana de su cuarto. Mira hacia la calle; El día es gris y amenaza lluvia. Está solo y piensa en Laura: -Tengo que salir de aquí. Esta situación me ahoga. Debo encontrar a Laura. Saber que ha pasado. Integrarme de nuevo en la vida social y laboral. Si continúo un mes más en esta situación, voy a terminar por volverme loco. Ahí afuera la gente vive, ríe, habla, grita, llora, ama… Y yo aquí, como un pasmarote, mirando por la ventana el paso de la vida. Después de esta reflexión, piensa que debe buscar el modo de salir de la casa, sin que se entere su madre. Para llevar a cabo su propósito, decide escribirle una carta a Luis Bohórquez, Conde de Santa Isabel. -Me encuentro bien –se dice- nada más natural, que dar un paseo en coche por Miranda o por el Parque Ross Locryde. Pero si se enteran aquí de mis deseos; Dorotea me ofrecerá su carruaje y mi madre, se empeñará en acompañarme. Y esto sería un obstáculo para mis planes. Estoy resuelto a escaparme ¡Le escribiré una carta a mi amigo Luis, para que

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venga conmigo! No me atrevo a salir solo, no sea que la brava decisión, me salga por la culata. Extiende la mano hacia un pequeño velador de palo de rosa y coloca un dedo sobre el timbre. Poco después se presenta el criado: -Por favor Amadeo, tráeme un tintero, un pliego de papel, pluma y un sobre. Cuando lo tiene, le dice que espere y escribe: <Querido amigo Luis: La amistad es muchas veces egoísta, pero como sé el aprecio que te inspiro, no vacilo en quitarte varias horas de tu tiempo, tal vez dedicadas a tus conquistas, para que me acompañes en una de tus berlinas a dar un paseo por la ciudad. Si lo haces, ven con discreción, pues no quiero que mi madre, ni la cuidadora, se enteren. Tu amigo. Pedro Campoy>. A su término dobla la hoja, la mete en un sobre y le dice a Amadeo: -Llévala rápido a esa dirección. Al cabo de una hora de recorrer la ciudad, se detienen en la puerta del Parque Ross Locryde. Empieza a llover. -¡Que diantre de tiempo! –Exclama Pedro- ¿A qué otro sitio se puede ir? ¡Estamos parados como pasmarotes más de un cuarto de hora! -Tienes razón –Responde Luis y dirigiéndose al cochero, le dice- ¡A la calle Manuel Cila, número trece! Y en respuesta a la mirada de su amigo, añade al mismo tiempo que la berlina se pone en marcha: -Es donde vive Beatriz Belmonte, la Marquesa de Patallo; Allí al menos, estaremos bajo techo y algo de comer y beber nos darán. -De acuerdo. Me parece una genial idea. Además, quiero hablar con ella, sobre Laura. Cuando los dos entran en el gabinete de Beatriz, Rosa les hace pasar al salón, donde ésta se halla.

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-¡Ah, señores! –Les dice, tendiéndoles la mano-. Me alegra infinito veros por mi casa –Se dirige a Pedro-: Yo te creía postrado en el lecho, pero me doy el parabién pues veo que afortunadamente no es así. -Bicho malo, nunca muere –Dice Luis. -Pero pasar. Poneros cómodos y sentaros –Beatriz les hace una gesto con la mano, señalando un par de butacas. Esperan que se siente la marquesa primero y luego lo hacen ellos. -Gracias –Interviene Pedro-. Hace unos días que el doctor Severiano me permite levantarme y pasear. Lo peor ya ha pasado. Al principio estuve postrado en cama, con muy pocas esperanzas de vida. Y aún estoy débil; Si hago un esfuerzo grande, me mareo. -Lo sé amigo mío –Beatriz le mira con gesto preocupado-. Suerte y no poca has tenido en el lance, pues según he oído, tu antagonista era hombre muy diestro en el manejo de las armas. Luis añade: -Y un miserable, que perdió la vida por un puñado de oro. -¡Ah! Yo ignoraba ese detalle –Contesta Beatriz-. Yo pensé que el duelo había sido por el amor de una dama. -No. Fue por calumnias -Dice Pedro. -Eso te enseñará a migo –habla Luis- a no tomar en lo sucesivo, tan a pecho las críticas. Interviene Beatriz: -En ocasiones, con cierto tipo de gente, no hay que ser tan impulsivo –Y les pregunta- ¿Os apetece un té con pastas? Los dos afirman. Y dice Pedro: -Es una buena lección aprendida, que de hoy en adelante me hará ser más cauto -Hace una breve pausa y sigue-: Pero si me permites Beatriz, me tomaré la libertad de hablar menos de mí y un poco más de una joven por la que me intereso vivamente. -Dime. -Ya que hemos venido, quisiera aprovechar la ocasión para interceder a favor de mi prometida Laura Avonavia, que hace tiempo fue sustraída

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de su domicilio y enclaustrada en el convento de San Juan Evangelista de Villaverde de Miranda, por un empleado de tu confianza. Luis añade: -Ese tal –baja un punto el tono de voz- empleado tuyo, es Semión Gautier, tu administrador. -Vuestras palabras me sorprenden. -Es totalmente cierto, Beatriz –Le contesta Pedro-. Y no dudo en que te unirás con nosotros en su busca y liberación. -Es sorprendente la historia de esa muchacha; Los avatares que habrá llevado en su vida ¿Verdad? –Responde Luis, mirando a su amigo. Rosa entra con la bandeja del té y la deposita encima de la mesa. -Si -Explica Pedro, respondiendo al comentario de Luis-: Yo fui durante la guerra, amigo de su procurador, el Capitán Félix Veracruz. Y si me lo permites, te contaré la razón que me obliga a interesarme por esta joven. Beatriz asiente. Pedro continúa: -Hace tiempo, huyendo de la represión a la que estábamos sometidos los disidentes por las tropas monárquicas, me acerqué a un pueblo donde se había ocultado el Capitán Veracruz. Al intentar huir, fuimos hecho prisioneros en el camino de Las Cavanas, muy cerca de este pueblo y encarcelados en la Prisión Militar de la Isla de Lanagal. Allí estuvimos varios días esperando la ejecución. Entonces fue, cuando me hizo entrega de un manuscrito, varias cartas y la recomendación de Laura, que por entonces vivía en un pueblo llamado Noas, para que me hiciera cargo de ella. Esta joven al verse sola y con su valedor desaparecido, abandonó el pueblo y siguiendo la recomendación de las cartas, se dirigió a buscar cobijo a casa de Vladimiro Zelo –Hay una nueva pausa y continúa-. Espero Beatriz, que accedas a mis súplicas y hagas todo lo posible, para que salga del convento cuanto antes. -¡Oh! Por supuesto Pedro –Se levanta y hace sonar el llamador de la campanilla-: Descuida. Luego de dirige a los dos:

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-Disculparme un momento. Ahora vuelvo. Sale del gabinete y se encierra en su habitación. Pedro se lleva la mano a la frente e intenta levantarse y no puede. Al notarlo, le pregunta Luis: -¿Te ocurre algo? ¿Estás bien? ¡Pedro! Le zumban sus oídos. Se oscurece la luz ante sus ojos. Siente un progresivo desvanecimiento. Por un instante giran los objetos en derredor suyo y por último, inclina la cabeza sobre el respaldo de la butaca, y pierde el conocimiento. Mientras tanto, Rosa se presenta en el dormitorio de Beatriz y le pone una mantilla y un abrigo. -¿Esta el coche dispuesto? –Le pregunta. -Si señora. Entra en el salón, advierte que Pedro se ha desmayado y le dice a Luis: -No tengo tiempo que perder, socórrele tú, y cuando vuelva en sí y pregunte, dile que he ido a por Laura. Sale precipitadamente del gabinete, cruza las habitaciones, baja la escalera, sale a la calle y sube al carruaje. Cuando al cabo de unos minutos, Pedro recobra el sentido, Luis le dice: -Vamos amigo, esto no ha sido nada; Un desvanecimiento causado por la debilidad natural de un convaleciente. Pedro se incorpora despacio y pregunta mirando de un lado a otro: -¿Me he desmayado? -Así es, amigo. -Cuanto tiempo he permanecido así. -No más de diez minutos. -¿Y Beatriz? -A por Laura. -¿Y por qué no me ha llevado con ella? -Pero ¡cómo iba hacerlo en las condiciones que estabas! Coge a su amigo por un brazo para ayudarse y se pone de pie:

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-Vamos Luis. Acompáñame a mi casa. Cuando llegan y subiendo lentamente la escalera, Pedro le dice: -No menciones para nada el desmayo. -Te dejo en la misma puerta y así no hay riesgo de ser indiscreto. Pero además querido Pedro, es que tengo unas cita con una dama y no quisiera llagar tarde ¿Puedes valerte por ti mismo? -Desde luego que sí. Anda, márchate y no hagas esperar a esa señorita, pues en cuestiones de amor la primera impresión que se da, es la que queda para siempre, por eso conviene que ésta sea la mejor posible. Luis tira del llamador de la campanilla y baja la escalera. Elena le abre la puerta, se encamina a su habitación, cuando su madre le sale al encuentro por un pasillo: -¿Has salido a la calle? - Si. Me ahogaba en casa. Tengo que empezar hacer vida normal. No puedo estar encerrado como un preso. Tan bueno es el aire puro y los paseos, como las medicinas. -Vienes muy pálido. -Pues no me pasa nada. Me encuentro muy bien. Doña Estrella le coge por un brazo, le acompaña al salón y le dice: -Vamos siéntate –Señala una butaca-. Tengo una sorpresa para ti. -Algo bueno debe ser, por la expresión de tu cara. -Sí. Ya lo verás. En este momento entran el Capitán Veracruz y Laura.

Capítulo LXXIX

A primera hora de la tarde, cuando las monjas se han retirado a sus celdas. Eufemiano en el convento, espera órdenes de su capitán. La soledad hace que se dispare la reflexión y Eufemiano piensa que la Hermana Arcadia, podría serle útil en el desempeño de las labores de la cocina y en la portería.

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-La monja –se dice- se halla en el sótano con más miedo que un conejo. El sitio donde duerme no es por cierto, el más cómodo y en cuanto a la cama, no creo que la encuentre muy blanda, porque con la paja de un jergón, he construido dos lechos. Debe por consiguiente, no hallarse muy a gusto y cuando una persona no está bien en un sitio, desea salir de él. Voy pues a proponerle un cambio de estancia. Enciende un candil y baja. Arcadia se halla en cuclillas sobre un montón de paja, con la cabeza hundida entre las manos y los codos sobre las rodillas. -¿Cómo va ese ánimo hermana? –Le dice, dejando el candil sujeto en una grieta de la pared. Saca una petaca de tabaco. -¿Y se atreve usted hacerme semejante pregunta? ¡Válgame Dios del cielo! –Responde ella. -Y porque no. El ánimo de uno, no tiene que ver con el lugar donde se esté ¿no le parece? –Eufemiano enciende un cigarro a la lumbre del candil. -Pero diga usted ¿lo que se propone es matarme de hambre? ¿Y que coja unos dolores reumáticos, que me den que rascar, por el resto de mis días? -¡Pues no es usted poco delicada que digamos! ¡Temprano comienza usted a quejarse! -Sí. Si le parece ¡me quejo cuando me haya muerto! ¡Qué ocurrencias tiene el hombre este! -¡Bah! Usted ha sido muy mala Hermana Arcadia y ya se sabe… que bicho malo, nunca muere. -Y lo sigo siendo, señor Eufemiano. No me tengo por santa. -Estamos conformes con eso. Usted se ha complacido en atormentar a una muchacha enclenque y sin malicia. Teniéndola enjaulada. -Cumplía lo que me mandaban lo primero. Y lo segundo, que no hacía ni más ni menos, que lo que usted está haciendo ahora conmigo –Hace una pausa y sigue- ¿Y a qué viene el que baje a hacerme estos reproches

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y acusaciones? Si ha venido a parlotear y a no dejarme libre, ya puede irse subiendo por donde bajó. -Pues a que mi amigo me ha recomendado la vigilancia de usted y la del otro señor. Pero creo que usted lo mismo puede estar vigilada en el sótano, que en la cocina o en la puerta. Así que hasta que mi amigo disponga otra cosa, puede usted muy bien encargarse del puchero y demás menudencias de la cocina y puerta. -Esta bien –Ella se levanta con gran esfuerzo y responde-. Tengo ya los huesos magullados de la mala postura –Se le queda mirando cara a cara y le pregunta- ¿Y no teme que me escape o llame a la Hermana Sagrario? -Pues está claro, que no se escapará usted, ni llamará a nadie, porque ya tendré buen cuidado yo, de que esto no suceda. -Mire usted señor Eufemiano, que quede bien claro –señala hacia arriba-. Aunque me dejara la puerta abierta de par en par, no me iría a ninguna parte; Prefiero el calor de la cocina a la humedad de aquí abajo. Y en cuanto a las monjas… Ni las llamo, ni las digo ¡Yo a lo mío! ¡Menudas son! No me harían ningún caso, como siempre. Además ellas van a lo suyo; Tenga usted por seguro, que no les conviene que se sepan los trapicheos que se traen en esta santa casa –Eleva la mirada un momento-. Porque si dijera yo algo, se tira de la manta y viene el señor Obispo y les cierra la leonera. Porque aquí viene gente muy importante de la Corte; Mismamente, esa señora Marquesa de Patallo y traen dinero y joyas… Y luego pues, reciben a cambio dispensas y bendiciones para alcanzar la gloria eterna junto a nuestro señor en Cristo ¡Ya me entiende! Pues que ellas y los otros, a callar; Si yo les traigo un saco de oro, tú te quedas aquí con esta muchacha de novicia ¡Y vaya que si! -Pues entonces dejará usted su cautiverio esta misma tarde y no eche en olvido que mi brazo y mi navaja, llegan a todas partes por lejos que sea y no miran si es usted monja o no. Ella sonríe. Eufemiano baja el candil y sube las escaleras, seguido de Arcadia. Una vez fuera, cierra la puerta claveteada del sótano.

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Él se detiene y entregando la luz a la hermana, le dice: -Bueno será, hacer una visita al señor que está guardado ahí dentro. Arcadia se encoge de hombros: -Usted manda. Eufemiano se saca del bolsillo de la chaqueta una llave troquelada, la introduce en la cerradura y con gran estrépito la hace girar: -Entre usted primero –Le dice a ella. La hermana obedece. Bajan unos escalones de piedra y se detienen en un rellano de doce a catorce pies de diámetro, donde Semión se halla echado sobre un montón de paja. Éste les mira. -¿Necesita algo? –Le pregunta Eufemiano-. Luego le traeré comida, agua y algo de aseo. Semión se vuelve de espaldas. -¡Vaya! Puesto que no quieres conversación ¡hasta luego buena pieza! –Exclama Eufemiano. Coge a Arcadia por un bazo y salen cerrando tras de sí. Cuando llegan a la cocina, ella se sienta junto a la lumbre y deja el candil encima de una mesa. Eufemiano le pone delante una cazuela con algo de comida y un trozo de pan. -Gracias. Ya echaba de menos algo caliente –Le responde. A penas han transcurrido cinco minutos, se oye la aldaba golpear en la puerta de la calle. Ambos se miran y él, colocándose el dedo índice sobre los labios, le dice: -Sígame usted en silencio. Antes de llegar a la puerta llaman por segunda vez pero esta, con más insistencia. Eufemiano mira por el ventanuco del torno: -Es una señora –Dice en voz baja. Arcadia mira a su vez y responde:

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-Es la Marquesa de Patallo. -¡Ah! –Le responde-. He aquí otro ratón que viene él solito a meterse en la ratonera. Esto ahorrará al capitán mucho trabajo. Venga conmigo. Vamos a la cocina. -¿Y no abrimos? Si llama otra vez y más fuerte, se va a despertar la hermana tornera. -No se preocupe. Vamos. Cuando llegan, él le dice: -No se mueva usted de aquí. Y deme a mí la llave. Después corre hacia la puerta de la calle y abre. Beatriz entra precipitadamente y el ruido del cerrojo y la llave al cerrarse, la hacen volverse, viendo entonces a Eufemiano: -¿Quién es usted? –Le pregunta. -A qué decirle; La señora no me conoce. -Bien ¿Y qué hace usted aquí? -Un favor a un amigo. Ella permanece un momento indecisa, pero la impaciencia le hace dirigirse hacia la escalera. -La señora me dispensará si le pregunto, porqué quiere ir arriba; Su cómplice está en el sótano y la señorita Laura en su casa. Beatriz avanza unos pasos: -Todo cuanto acaba de decirme, es un engaño –Le mira de arriba abajo-. Además ¡usted qué sabe! -Le digo la verdad. Usted interprételo como quiera. -¡Eh! ¡Canalla! –Exclama Beatriz avanzando- ¡Al punto deme el paso franco, si no quiere que le levante la tapa de los sesos! Saca una pequeña pistola el bolsillo de mano y le apunta a la cabeza. Él, la coge por el brazo donde su mano tiene el arma, lo hace girar hacia atrás, al tiempo que ella hace mover el disparador. Suena una detonación, cruza un proyectil cerca de la sien derecha de Eufemiano y va a estrellarse contra la pared. -¡Diantre! –Exclama él-. Lástima ha sido para la señora, haber errado el tiro porque ahora, es usted mi prisionera.

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Beatriz intenta darle un golpe en la cara con su mano, pero él la coge por el cuello y le oprime la garganta, hasta que pierde el conocimiento. -¡Diablo de señora! ¿La habré ahogado? –Se dice-. Soy un animal ¡Qué razón tiene mi Rogelia, cuando me lo llama! Aunque a decir verdad, aquí la dama, pelea como un mozo de cordel. Luego la coge en brazos y se encamina al chamizo donde está Semión; Abre, baja la escalera y dejándola sobre un montón de paja, le dice: -¡Eh! Amigo. Traigo a usted una compañera. No me la trate mal, que igual si se enfada, y le despanzurra de un mamporro que le vuelve la cara del revés. Sale y cierra. Cuando llega al sitio donde había tenido lugar la refriega y después de coger la pistola del suelo, la examina y se dice: -Es una antigua costumbre militar, que los vencedores recojan el botín en premio a su victoria. Parece mentira, que un arma tan pequeña como esta, tenga tanta fuerza, como para atravesar la cabeza de un hombre ¡Oh! Suerte y no poca ha sido para mí y desventura para ella, el que la bala, no haya hecho otra cosa que calentarme la oreja. Y guardándosela en el bolsillo de la chaqueta, mueve con expresión triste la cabeza y dice: -¡Pobre mujer mía! ¡Pobres de mis hijos! ¿Qué hubiera sido de ellos, si esa dama con enaguas de seda, hubiese hecho diana? Se sienta en los escalones y reflexiona: -El caso es que la presencia del capitán en esta casa, se va haciendo cada vez más indispensable ¡Si pudiera mandarle un recado! Pero ¿con quién? No tengo aquí ninguna persona de mi confianza. Verdaderamente, ha sido una imprudencia dejar ir a Rufino; Ese muchacho hubiera sido un buen emisario. Porque lo que es la hermana Arcadia, tiene trazos de ser más libre que un gorrión y una vez que la deje el campo libre ¡adiós que ti vi tararí! Y de repente, como si una luz iluminase su pensamiento, se dice: -La dama, ha debido venir hasta aquí en un carruaje. Y ese coche puede conducirme a Miranda. Todo se reduce a coger al cochero por el

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pescuezo y antes que se explique la causa de tan inesperada caricia, zambullirle de cabeza en el sótano, ponerme su levitón para el frío y en dos horas, me presento en casa del capitán. Se levanta y se dirige a la cocina: -Ya me tiene usted de vuelta hermana Arcadia. En el rato que le cito el episodio que he tenido con la marquesa, me responda ¿hay vino en este convento? -¡Pues no ha de haber! ¡Menuda bodega que tenemos! ¡Y muchas botellas y toneles que guardamos para las fiestas de San Juan de aquí del pueblo! Un tonel de dos arrobas y más bravío que un corso. Pero además, en la misma despensa encontrará usted un tarro de ginebra, una botella de ron y otra de aguardiente anisado –Calla un momento y le pregunta- ¿Pues que tiene algún invitado? -Sí. Pero guarde usted de decir nada, que ahora le cuento quien es y el porqué del convite. -En cuanto a eso pierda cuidado señor Eufemiano, que de prudente me precio. -¡Uy! ¡Que Dios me guarde de su lengua! -Que ¿Qué no me cree? -Al avío, que no conviene perder tiempo. Mientras Eufemiano dispone las botellas en la despensa, le va contando lo sucedido con la pistola, el desmayo y posterior encierro en el sótano, de Beatriz. -Ahora solo falta el invitado. Y diciendo esto, Eufemiano se dirige a la puerta de la calle. Afuera ve a pocos pasos del convento, el carruaje. Se acerca y primero observa que el cochero viste levitón con botones dorados, elegante gorra de hule con galón igualmente dorado y rica manta, colocada alrededor de sus rodillas. -La berlina –se dice-, el caballo y el cochero, huelen a casa refinada. Cuando llega a su altura, le dice: -¡Eh! ¡Buen hombre! El cochero, vuelve la cabeza y contesta:

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-¿Qué se ofrece? -La señora marquesa me encarga decirle, que permanecerá en el convento, por lo menos tres horas más y calculando yo, que a usted no le vendría mal una pieza de chorizo y un vaso de vino para matar el gusanillo, vengo a decirle que tenga la bondad de seguirme. -Lo del vino… es que no tengo costumbre y enseguida me mareo y en cuanto al chorizo francamente, no me vendría mal un refuerzo en el estómago. Pero no puedo abandonar el pescante, porque esta yegua tiene mucho poder y al verse sola… ¡podría armar un estropicio! -Pues si es esa toda la dificultad, se remedia pronto; El vino de estas monjas, entra suave por el gaznate y en vez de llegar al sentido de la cabeza, se va limpio al del gusto. Y en lo referente al animal, hay en esta santa casa, una buena cuadra y mejor cochera. -¡Ah! Yo pensaba que las monjas… -Pues qué. -Que no tenían cocheras. -¡Que ellas no van al pueblo! ¿Y como lo hacen, si no es con caballo y coche? -¡Ah! Pues entonces… -Tenga usted la bondad de dar la vuelta a la tapia; Verá un portalón claveteado y con doble aldaba. Espere allí, que voy y le abro. Pocos minutos después, el cochero y Eufemiano, se hallan sentados junto a la mesa de la cocina, mientras Arcadia calienta agua en una cazuela. -¡Diantre! –Exclama el cochero, separando el vaso de sus labios y llevándose con la otra mano, un trozo de chorizo a la boca- ¿Sabe usted, que los cosecheros de este morapio no tendrán muchos remordimientos de conciencia? El vino es puro a la par que fuerte. Eufemiano le llena nuevamente el vaso y dice: -¡Y hacen muy bien! Yo cortaría la mano al que eche un jarro de agua en una tinaja de morapio. La justicia debía castigar a los aguadores del vino, con la pena de garrote vil ¡Pero bebamos! Ya que una vez en la

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vida, se nos presenta la ocasión de saborearlo puro; Pues estas monjas, no lo aguan y no siempre se tiene esta suerte. -Entra fino el condenado, pero no es lo que decía usted ahí fuera; Luego que pasa por la garganta, no se para en el gusto ¡no! se llega hasta la cabeza y no sé si voy a ver un coche y un caballo, o toda la cuadra de mi señora la marquesa. -Y ¿Cómo se llama usted? Yo, Eufemiano y aquella del puchero de agua, Hermana Arcadia. -Rosendo Yuste, para servirle. Después de decir su nombre, deja caer la frente sobre el borde de la mesa y se queda dormido. -Mire Arcadia –Dice Eufemiano- Y luego estos hombres quieren alcanzar plaza de libertinos y con tres vasos de vino, uno de ron y medio de ginebra, le hacen dormir por espacio de tres horas y a mí, me bastan dos para mi propósito. Le coge por los brazos y la cintura, le arrastra a un banco de la capilla, le quita el levitón y la gorra, y lo tumba. Luego se pone esta ropa, lo tapa con una manta y entra de nuevo en la cocina: -Arcadia, procure mantener buena lumbre. Cuidado con lo que se dice y se habla; Si viene alguna monja, usted no sabe nada. Abajo que no vayan. Y si ven al cochero, diga que es un pobre mendigo, que le ha dado cobijo por caridad cristiana, en un banco de la capilla. Yo voy a ausentarme por algún rato. -¿Y si despierta él…? -No lo hará de aquí a dos o tres horas. Se dirige a las cocheras, monta la berlina, se encarama al pescante y sale a galope camino de Miranda.

Capítulo LXXX

Cuando Eufemiano entró en el habitáculo del sótano con Beatriz, Semión dormía. El cerrojo y la cerradura del portón le despierta, se

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restriega los ojos y aunque la luz era poca, observa que alguien deja un bulto encima de un montón de paja. Por espacio de algunos minutos permanece quieto y en silencio a la espera de una señal de vida, y después oye un gemido perlongado. Levanta la cabeza: -No me caber duda; Aquí han encerrado a alguien más. Se incorpora dolorido y exclama: -¡¿Quién se queja?! ¡Quién está ahí! -¡Beatriz! -¡Señora marquesa! ¿Es usted? Yo soy Semión. -¡¿Usted aquí?! -Si señora –Tanteando con las manos por las paredes, llega hasta ella-. Señora, aquí me tiene usted. -¿Viene a liberarme? Como ha sabido… -¿A liberarla? ¡Oh! Señora, me temo que eso no es posible. Para eso sería preciso que antes pudiera yo, disponer de mi libertad –Se sienta en la paja, junto a ella. Los dos, tienen la espalda apoyada contra la pared y apenas se miran para hablar. -Y ¿en manos de qué enemigos hemos caído? -Señora, sería más apropiado decir, que los verdugos hemos caído en manos de nuestras víctimas. -Solo los cobardes piensan de ese modo. -¿Y de qué puede servirnos el valor en este trance? Usted ha visto dónde estamos y lo que somos ahora… -Valor Semión. Valor. -¡Ah! Valor. Cuando me siento desfallecer. Cuando se trata de matarme de hambre y de sentirme sucio y solo ¿Me pide usted un signo de valentía y que la libere? ¡No vamos a salir de aquí con bien, señora! Se lo garantizo ¡Dios a abandonado a los culpables de la trama! Aquellos a quienes hemos intentado destruir con maléficas intenciones, están ahora esgrimiendo sobre nuestras cabezas, la terrible espada de su justa cólera. No son las amenazas y los ataques las razones que debemos esgrimir para

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desarmarles; Tan solo la súplica el arrepentimiento, podrán conmover sus corazones. -¡No me sea usted cursi y cobarde, Semión! -Soy justo, señora. Mañana pensará usted, como yo pienso ahora. -¡Nunca! Cuando ese Capitán Veracruz, venga a regocijarse de mi impotencia, le arrogaré al rostro mi desprecio. -La sangre señora, hierve en las venas, mientras el aliento del corazón, por una causa más o menos justa, le transmite su fuerza, pero cuando el arrepentimiento se apodera del cuerpo, las ideas palidecen, el valor disminuye y el frío de la mente enerva nuestros sentidos. -En fin. Sepamos al menos, porqué le encuentro a usted aquí. -Vine en busca de Laura. Pero me encontré con el Capitán Veracruz, acompañado de un personaje siniestro y mal encarado; A la Hermana Arcadia la encerraron en un sótano y a mí, donde usted me ve. Al cabo de un rato de silencio, habla Beatriz: -Usted, según parece ha perdido la esperanza de ser libre. -Si toda –Le responde Semión-. Nuestro carcelero sería poco congruente si nos concediera la libertad. Además, según mis cálculos no es él, quien hace y deshace en esta tramoya, sino el capitán y ese, no estaría por la labor de darnos aires, después de haber tenido aquí a su valida durante meses sin ver el sol. -¿Su valida? -Eso es lo dicen, pero vaya usted a saber. Este capitán, fue amante de su madre, Susana Avonavia, una vecina de mi pueblo Alucardi, que años atrás, se vino a trabajar a Miranda. Y ahora fíjese ¡las vueltas que da la vida! -Sabe lo que le digo Semión, que no es ese carcelero mal encarado, al que a punto estuve de liquidar con mi pistola, quien nos abrirá esa puerta ¡si no el oro! Los hombres de esa ralea se les compra y ese sinvergüenza, que casi me ahoga cogiéndome del cuello, no será invulnerable al dinero. -La señora confía demasiado en lo material porque es rica, pero no todo el mundo se vende. A ese hombre, Eufemiano, una tarde que bajó a traerme comida y aseo, le hice grandes ofertas; Se hallaba sentado en el

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mismo sitio que ocupa usted –Semión eleva la vista, como recordando-, la luz de un farol, daba de lleno en su cara y pude observar el efecto que en él, producían mis palabras. Fumaba tranquilamente. Le ofrecí, contando con el permiso de la señora, dos mil reales por mi libertad. Él lanzó una bocanada de humo y quitando la ceniza del cigarro con su dedo meñique, hizo un gesto de indiferencia y respondió: No se moleste en hacerme ofrendas. Con que después de esto, debe usted resignarse con la suerte que le ha cabido, porque no todo en esta vida, sale a pedir de boca tirando de la cartera. Y unas veces hay que tirar para los amigos y otras, hay que tirar para el oro, y en esta ocasión, me inclino más por un camarada. -¡Pues yo necesito salir de aquí! –Mira a su alrededor- No puedo resignarme a este cautiverio; La humedad de estas paredes, me aterra. Semión permanece inmóvil con la cabeza inclinada sobre el pecho. Ella le observa un momento, luego le un coge bruscamente por un brazo y sacudiéndole, exclama: -¡¿Pero es que no se le ocurre nada para salir de aquí?! No parece si no, que el miedo le ha vuelto estúpido. Él levanta la mirada y responde: -El calor de la esperanza, se ha extinguido en mi corazón. Beatriz ahoga un grito de rabia y se deja caer sobre el lecho de paja.

*** Mientras tanto Eufemiano, detiene la berlina delante de la verja del jardín. Baja del pescante y encargando a un mozo de cordel, el cuidado del carruaje, entra en la casa del Capitán Veracruz. Él y Laura, se hallan sentados alrededor de una mesa. La presencia de Eufemiano vestido de cochero, les produce una gran sorpresa. Para explicarles dice, antes de que le pregunten: -No hay que inquietarse, mi capitán. Las cosas marchan mucho mejor de lo que podíamos desear. Pero era indispensable que le dijera una buena noticia y resolví yo mismo, vestirme así –se señala el uniforme- y

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venir a dársela a toda prisa aprovechando el coche de la señora marquesa, porque a ella, ya la tengo en el convento, junto a Semión y Arcadia. -Toma aliento y dime si he oído bien lo que has dicho ¿Doña Beatriz ha ido al convento? -Así es. Por eso es que vengo de prisa y corriendo, para decírselo. -¿Y el cochero? –Le pregunta Laura. -Estas ropas son de él –Se vuelve a mirar. -¿Y cómo es que las llevas tú? –Le vuelve a preguntar, esta vez Félix. -Me hice con ellas, cuando se emborrachó en la cocina del convento, con el vino de las monjas. Le acosté a dormir la mona, en un banco de la capilla, cogí el coche de la señora y aquí me tiene. -¡Bien hecho, pardiez! –Exclama el capitán. -¿Y la marquesa, también se ha emborrachado? –Pregunta Laura, con cierta sorna. -¡Quía! –Exclama Eufemiano- ¡Esa fue peor! ¡Esa casi me mata como a un conejo! Pero eso luego les contaré, ahora señor, conviene irnos, no sea que despierte el cochero y las monjas se levanten a rezar y tengamos allí un desbarajuste. -Bien Eufemiano –Responde Félix-. Nos vamos. Luego se dirige a Laura: -Ya sabes, que con el paso del tiempo la gente cambia de parecer con respecto a las personas que se conocen, y aunque al principio según me has contado tú misma, doña Estrella te recibió con algo de recelo, ahora te profesa un gran afecto. Esta mañana me ofreió su casa y ahora me veo en la precisión, de aceptar el ofrecimiento. Pero además, que siendo la prometida de su hijo, con más motivo. -No sé porqué, no puedo quedarme aquí con Antonia, la esposa de Vladimiro, Rogelia y los niños. -Perfectamente, si eso es lo que quieres hacer. Pero si tardásemos o necesitases algo tanto tú, como los demás, ya sabes que puedes ir a verla y pedirle ayuda. -Entonces piensas que puedes tardar en volver.

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-Algunas horas. Pero hay otro motivo; Mi situación en la ciudad como ya sabes, es bastante crítica. De un momento a otro, pueden descubrirme y… -¡Oh! –Contesta ella-. Entonces ¡no vayas! -No puedo hacer eso. Debo ir y vengar el baldón y cuando todo esto termine, podremos vivir en paz. El capitán se levanta, se dirige a una sala contigua donde está la librería y un escritorio, coge recado de escribir y se sienta. Mientras tanto, en la habitación inmediata, Eufemiano y su mujer, hablan: -Dime Rogelia ¿no estás mejor aquí que en la mísera caseta del barranco del Lobo? -¡Ya lo creo, mi hombre! No verlo eso, es dar muestras de estupidez. Además, que la señorita Laura quiere mucho a nuestros hijos; Esta mañana les ha lavado, les ha peinado como querubines ¡y qué se yo! Como que me parecían otros, de lo limpios y aseaos que estaban ¡Ah! Me ha ofrecido también a enseñarles a escribir y leer, y estas son cosas que agradece siempre una madre. -Ya te dije Rogelia, que la señorita es buena y por igual sus acciones; Para mí una pizca pavisosa pero eso debe venirle de cuna y por lo tanto, sin remedio y sin culpa. -Mira Eufemiano. Yo estoy muy contenta de vivir en esta casa y también de verte a ti dispuesto a cambiar de vida. El señor capitán, me parece un hombre de bien, tosco a veces y mandón, pero eso pienso yo, que será por haber servido en el ejército. La señora Antonia, que es una bendita de Dios, me ha dicho que no ha de llover mucho antes de que se case la señorita Laura con el señor Pedro. Todo esto quiere decir, que nos podremos quedar aquí en calidad de criados, bien sea del capitán o del señor Campoy. Y como todos ellos quieren tanto a nuestros pequeños, ellos son los que van a salir ganando en este cambio. Que el que a buen árbol se arrima… Pero ¡por Dios del cielo Eufemiano! No hagas alguna barbaridad, porque yo te conozco y sé que te ciegas a veces como un toro de Veragua. Así que tú tranquilo y hacer lo que te manden.

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-Pero mujer, ya sabes que en esta ocasión yo no toco pito; El capitán manda y yo obedezco. -Si hombre. Si ya lo sé. Pero bueno es que seas prudente, porque la prudencia nunca estorba. Eufemiano oye la voz del capitán. -Don Félix me llama. Adiós Rogelia. Se levanta, le da un beso en la mejilla y entra en la sala. -Vamos a partir inmediatamente. -Estoy presto mi capitán y el coche esperando a la puerta del jardín. Félix se dirige a Laura: -Cuídate y no te preocupes. Volveré. Después de darle un beso, sale seguido e Eufemiano. Laura llama a Rogelia y le dice: -Mire, si hace usted el favor, va a quedarse al cuidado de la esposa del señor Vladimiro. Antonia y yo, nos pasamos un rato a casa de la vecina, ya sabe, doña Estrella. Si precisa alguna cosa, nos avisa. -Descuide usted señorita –Contesta Rogelia. -¿Y los niños? –Le pregunta Antonia. -Se hallan jugando en el jardín –Le responde ella. -Tenga cuidado que no cojan frío –Añade Laura-. Vamos Antonia – Le dice. Se pone una capota sobre los hombros y salen. Al cabo de unos minutos Estrella, Laura y Antonia, entran en la sala de estar de Pedro.

*** Mientras tanto Félix y Eufemiano se dirigen a Villaverde de Miranda. De vez en cuando el capitán le dice: -Vas a reventar al pobre animal; No le hagas correr tanto. -No tenga usted cuidado señor. La yegua es de buena raza y es difícil sujetarla. Además, por el mundo va quien más corre. Y a fe mía, que el pobre Rosendo Yuste, cuando despierte del pesado sueño de la juma, no va a conocer a su yegua según lo que se le hunden los ijares y se le

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dilatan las narices ¡Diantre! Corremos más de lo que parece; Ya distingo el campanario del pueblo ¡Oh! Este animal es el viento. Poco después el carruaje entra en la cuadra del convento. Eufemiano le echa a la yegua una manta por encima del lomo y dice: -Puede que esto, le evite una pulmonía. Los dos entran en la cocina. En la capilla, el chofer continúa dormido sobre el banco.

Capítulo LXXXI

El capitán, se queda mirando a la Hermana Arcadia que se halla en la cocina junto a Rosendo y pregunta: -¿Qué hace aquí? ¿No la habías escondido abajo? -La he tomado como criada –Responde Eufemiano. Veracruz reflexiona antes de hablar y luego dice: -Pensándolo bien. Es lo mejor que has podio hacer. A parte de su utilidad en la cocina y en la puerta, es que si no la ven las demás monjas merodear por esta zona se servicio, podría levantar sospechas. -Eso pensé yo. -Y este señor… Usted debe ser el cochero de doña Beatriz ¿Verdad? Eufemiano les presenta: -Rosendo, el señor Veracruz. -Mucho gusto –Dice el cochero y pregunta- ¿Y la señora marquesa? Aquí la hermana, no me ha dado razón de su paradero. -Ahora. Ahora vendrá, no se preocupe –Responde Félix-. Váyase a las cocheras y espere allí. Rosendo se levanta, mira a Eufemiano y le dice: -Si me devuelve el uniforme… -¡Oh! Si –Exclama éste-. Disculpe. Es que he salido a dar de beber a la yegua y…

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-No –Contesta Rosendo-. Perdóneme usted a mí, por haber descuidado mi labor –baja el tono d voz- y por… ¡ya sabe! Se lo advertí, que a mí el vino… -No se preocupe –Dice Eufemiano-. No se ha enterado nadie de lo sucedido. Ande –lo hace mientras habla- que me quito el uniforme, para que se lo ponga usted y haga lo que le ha dicho el señor; Vaya a las caballerizas y espere que en nada, llega la señora. -Si señor. Rosendo coge su ropa y sale. Félix se dirige a Eufemiano: -Prepara una luz, la llave del sótano y vamos. -¿Lleva usted algún arma, mi capitán? -¡Vamos amigo! Se trata de hablar con un pobre viejo y una señora ¡cómo comprenderás, no voy a bajar con artillería! -No hay que fiarse de las apariencias; La marquesa, a pesar de ser dama, lucha como un descargador de muelles. Ya le conté, como me quiso despachar con la pistola que llevaba en un bolsito de esos… -Le entrega el farol y la llave. Cuando llegan al sótano Félix abre la puerta entran mirando en derredor, cuelga el farol de una estaca en el muro y colocándose frente a Beatriz y Semión, les dice: -La providencia toma al pecador del mil formas distintas; Eufemiano, vedlos aquí ante nosotros en esta cueva, y descubre lo pobre y mísera que es el alma humana, cuando se la despoja de la tiranía y del poder social. Por su malignidad ¡se merecen el castigo eterno del Dios de la justicia! Semión se incorpora y le suplica: -¡Perdón señor Veracruz, perdón! Beatriz se pone de pie. El capitán avanza hacia ella y dejando caer una fría mirada, le dice: -Señora, le ha llegado la hora del castigo y éste, no se lo impondré yo, sino la sociedad a la que usted ha manchado con su inmoralidad y su falta de escrúpulos y recato –Vuelve la cabeza- ¡Eufemiano –grita- llévalos fuera y que se marchen!

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-Al momento –Hace un gesto con la mano señalando la escalera-. Tengan la bondad de seguirme. Semión le ofrece el brazo a la marquesa y se encaminan a la puerta. Félix coge el candil, sale el último, cierra y se dirige a la cocina. Al llegar a las caballerizas, Eufemiano les abre la puerta del carruaje y le pregunta a ella: -La señora dirá, donde quiere ser conducida. -A mi casa de Miranda. -Ya lo has oído Rosendo y cuidado con el camino, que la noche está oscura. El coche parte. Poco más tarde, en una diligencia del pueblo, la del correo, Veracruz y Eufemiano, se dirigen a Miranda.

*** Dos días después, Vladimiro se pasea por el corredor de la cárcel de distrito, cuando un caballero vestido de gabán, con una bufanda enrollada al cuello y un bastón en la mano, desemboca en el pasillo y deteniéndose delante del preso, le dice: -¿Usted es el teniente retirado don Vladimiro Zelo? -Servidor de usted –Responde. -¿Qué celda es la que usted ocupa? -La siete. -¿Tiene usted inconveniente en que entremos en ella? -Ninguno. Poco después, se hallan sentados uno enfrente del otro, en una silla y en una banqueta. El caballero se quita la bufanda y la deja cuidadosamente sobre el camastro, junto al bastón y le dice: -Soy Fabián Fábregas, abogado. Vladimiro hace un gesto de disgusto y le interrumpe: -Viene usted a notificarme la sentencia ¿a qué si? ¡Ya se ha hecho esperar!

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-Si señor –Sonríe-. Y tengo el gusto de participarle que está usted absuelto de toda culpa. En este momento, es usted un hombre libre –Saca una cartera del bolillo interior del gabán y le entrega un sobre-. Aquí tiene la orden de la Jefatura de Gobernación –Hace una pausa y sigue-: Mi cometido aún no ha terminado, pues verá, me ha encargado la Marquesa de Patallo, que le ofrezca a usted la administración de su hijo Manuel y si es el caso, que usted acepta el ofrecimiento, se pase esta tarde por su casa, a eso de las cuatro. Vladimiro aparta la mirada de la orden que había empezado a leer y se fija en el abogado. -¿Yo administrador? ¿De qué? Bienes… No entiendo. -Ese punto lo ignoro. Me limito a comunicarle lo que me ha ordenado que le diga. -Está bien. Comprendo –Reflexiona un momento-. Dígale que iré sin falta. -¿Quiere usted que se mande buscar un coche, para que le lleve a su casa? -Gracias. Prefiero ir dando un paseo; Usted comprenderá, que después de haber estado metido entre estas cuatro paredes, necesite respirar aire puro y ver gente distinta, a la que he visto a diario durante meses. Vladimiro se gurda la orden y levantándose, añade: -Gracias otra vez por la buena nueva que me ha traído. Fábregas le acompaña hasta la calle, mientras le dice: -Mi profesión, me pone a veces en los dos extremos del sentimiento humano; De llevar el luto y las lágrimas a la casa de un familiar por una sentencia adversa, a como en este caso, ser emisario de una buna noticia. Una hora después, Vladimiro llama a la puerta de su casa. Antonia abre y lanza un grito, que hace salir a la entrada a Félix, a Eufemiano, a Arcadia y a los niños. El capitán le abraza: -¡Se ha hecho justicia con los justos! –Le dice. -¡No esperaba tan pronto la libertad! Ya había perdido la esperanza de reunirme con mis amigos ¡Pero la verdad siempre florece si uno lleva la

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razón en su conciencia! Y mi razón de ser, es siempre la verdad y la conciencia de no haber hecho nunca daño a nadie, ni mal alguno a mi país. -Pasa al cuarto de estar –Le dice Félix, rectificando sobre la macha- ¡A tu casa, que diantre! -¡Válgame el cielo! –Exclama Antonia- ¡Que alegría! ¡Verá cuando se entere la señorita! Vladimiro lo observa todo, como si fuera nuevo para él y dice: -Es curioso, las cosas que antes me pasaban desapercibidas; Los sillones, los cuadros, la librería, la mesa… Ahora las miro de otro modo; Con más aprecio. Como algo mío; Que forma parte de mí y de mi vida. Félix le hace una indicación a Antonia y ésta sale hacia el pasillo, acompañada por Rogelia, Eufemiano y los niños. Cuando se quedan solos, dice Félix: -Eso es debido, a que valoras más las pequeñas cosas que te rodean. Se sientan junto a una mesa y Félix continúa: -Veo con placer amigo mío que tarde o temprano brilla para el justo la luz de la verdad. -Y tanto es así capitán. Yo la he esperado siempre. Tenía la certeza de que el gobierno, nunca me iba a deportar a la Isla de Lanagal. -Sabes que hay tantos reos ya, que a esa isla no solo están enviando presos políticos, sino que bandoleros, contrabandistas y forajidos, son huéspedes habituales de sus celdas. -No me extraña; Tenemos un gobierno cada vez mas inútil -Mira en derredor suyo- ¿Y mi mujer? ¿Y Laura? -Matilde igual; Al cuidado de Antonia y Laura en casa de doña Estrella –Mira el reloj que está sobre la chimenea-. No creo que tarde en regresar. -Y la otra mujer. -Es Rogelia, la esposa de ese hombre que has visto antes, se llama Eufemiano, y está aquí por una historia rocambolesca, que ya te contaré después. -¿Y esos dos críos?

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-Son de ese matrimonio –Félix le explica la situación-. Verás teniente; Disculpa que hayamos invadido tu casa tanta gente y de esta manera, pero los acontecimientos que se han producido durante tu ausencia así lo han aconsejado. Más adelante, cuando subas a ver a Matilde, te asees y comas algo, te lo explicaré todo de cabo a rabo. -Dime Félix, como encuentras a mi esposa; Necesito conocer una opinión ajena a la que me ha dado el doctor Cifuentes ¿Cómo la ves tú? No ha experimentado ningún cambio. -La última vez que la vi antes de ahora, fue al comienzo de la guerra y entonces era una mujer sana. Pero ahora, que quieres que te diga camarada, durante todos estos días ha estado dormida. Come, se le asea y otra vez dormida… Aunque a veces, uno no sabe si está consciente cuando te mira o simplemente, está en otro mundo. En fin, el caso es que esté donde esté, que no sufra. -Pobre esposa mía… Hay momentos como hoy, que me gustaría acercarme a ella y contarle, como por ejemplo esto de mi cautiverio, pero para qué… ¡si ni siquiera sé si me conoce! -Si es difícil entender los designios de los hombres ¡figúrate entender los de Dios! Y antes eso, resignación. El capitán hace una pausa y le cuenta todo lo acontecido, en el Convento de San Juan Evangelista de Villaverde de Miranda con Laura, Semión y Beatriz. Además, de su aventura en el Barranco del Lobo y su posterior encuentro con su asistente durante guerra civil, Eufemiano Garcés. Vladimiro a su término le responde: -Bien sabe Dios, que la felicidad de esa chica me interesa tanto, como si fuera hija mía. Después de una breve pausa, cambia de conversación: Verás Félix, hablando de esa señora Beatriz, la Marquesa de Patallo, me ha dicho un abogado suyo, el que me ha traído la orden de liberación, un tal Fabián Fábregas, que esta señora quiere que vaya esta tarde a su casa, para ofrecerme ser el administrador de su hijo Manuel ¿Qué debo hacer?

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El capitán se inclina hacia adelante: -¿Qué piensas tú? -Al principio la respuesta que le di, fue positiva pero ahora no sé qué hacer. -Acudir a su llamada. Puede que el arrepentimiento, haya comenzado a purificar los corazones de los malintencionados. Así que oirás las proposiciones sin comprometerte a nada y luego, le dices que lo has de pensar -Señala la puerta que da al jardín y añade-: A lo mejor, te conviene más eso, que esto de la jardinería y la puerta de la verja. La conciencia a veces, suele dormir en el fondo del alma de los infames, pero llega un día en que despierta, y entonces los remordimientos causan una terrible revolución en la mente, que hace cambiar de idea al que la padece. -Lo tendré en cuenta –Le responde Vladimiro. El capitán dirige una mirada al péndulo que cuelga de la pared: -Las dos menos veinte. La hora de la cita se aproxima. -Entonces voy a disponerme. Se levanta y corre al dormitorio donde está su mujer. Al cabo de un rato, coge del armario un gabán nuevo, se pasa un paño por el sombrero, coge su caña de indias y se marcha a casa de Beatriz. Félix sale de la casa con dirección a la de doña Estrella, para buscar a Laura.

Capítulo LXXXII

Al mismo tiempo que el capitán entra en casa de Estrella, Dorotea se halla en su gabinete con un libro en las manos. De vez en cuando, aparta la vista de la lectura y la dirige hacia el reloj que está sobre la chimenea. Después de unos minutos, se levanta el portier y entra Boris Belchite. -¡Ah! ¡Gracias a Dios! –Exclama, dejando el libro sobre el velador.

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Boris, pone el sombrero sobre una silla y se sienta en otra, próxima a la chimenea: -He visto a Pedro y hemos tenido una conversación larga y fructífera. Se acicala el bigote, retorciéndolo en las puntas y sigue: -Y como me precio de conocer el corazón humano, creo que tienes una enemiga, que te ha hecho mucho daño. -¡Oh! Si, Laura ¡es ella! Desde que ha vuelto, a mí en casa de doña Estrella, no se me valora como antes. Boris mueve la cabeza en señal negativa: -Estas en un error. Ningún recelo me inspira esa joven, pero me gusta colocar la verdad en su sitio y no ofuscarme. -Entonces… si no es ella ¿quién es? –Le pregunta ella. -Pedro, aunque no franca y explícitamente, me ha dado a entender que conoce nuestro plan por medio de M. J. Kelly. -¿Y cómo sabía esa, que yo voy tras Pedro? -Su perspicacia; El dinero y el amor, querida amiga mía, no pueden permanecer mucho tiempo ocultos y tú posees ambas cosas ¿O no? -Pero bien ¿qué es lo que sabe Pedro? -Lo suficiente, para que nos mire con prevención, sobre todo ahora, que tiene bajo su techo a Laura. Pero además sabe, que tú hermano fue el inductor de su duelo con ese matón del tres al cuarto y que casi le cuesta la vida. Y eso amiga mía, me pone en una situación en la que yo ya no quiero tomar parte. Mi vida ahora es distinta; Cómoda, desahogada y por fin, con el consentimiento de mis padres. Estoy a punto de terminar mi carrera de abogado y tengo mi primer libro de poesías en imprenta –Se toma un respiro antes de continuar-: Así que no cuentes más conmigo, para tus intrigas. Verás Dorotea. Déjalo ya. Es preciso no tomar consejo del resentimiento, porque no es siempre fiel. Yo también reconozco que M. J. Kelly, no se ha portado bien contigo, pero también es verdad, que después de haberse sacrificado durante más de cuatro meses, junto a la cama de un enfermo, cuando éste se restablece, todas sus caricias son para otra, como te ha pasado a ti. Pero mira, ella se ha marchado y tan feliz. Porque lo que es Pedro en la actualidad, está hecho un bebe vientos

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por esa muchacha; No habla de otra cosa, que de las virtudes y sufrimientos de su prometida y de su próximo enlace con ella. Del viaje que proyectan hacer juntos por lejanas tierras ¡y qué se yo, de cuantas otras tonterías más! Que por cierto, importan un bledo a quien las oye –Le pone una mano sobre una de las de ella-. Créeme amiga mía ¡nunca te casarás con él! -Lo que no entiendo es por qué M. J. Kelly, le ha contado esos enredos. -¡Ay! La reacción del alma humana, a veces es vengativa; Se habrá dicho; Si este no es para mí, pues que tampoco sea para ella ¡Ea! Y que se lo lleve la pazguata de la Avonavia. Se levanta, coge el sombrero y se despide: -Que la providencia te haga feliz Dorotea y no olvides, que la felicidad está en lo que por ti misma puedas conseguir, sin hacer daño a los demás. Cuando se ve en la calle, se pone el sombrero y se dice: -Esa lugareña tiene instintos melodramáticos ¡Oh! Lo que sería digno de ver, es la escena del encuentro entre ella y M. J. Kelly. Aunque no creo que eso suceda nunca. Estos dos hermanos, ganarían mucho para con Dios y para la sociedad, si volvieran a Noas a vegetar, cosa que tampoco creo que suceda nunca. Cruza la calle y poco después, Amadeo le acompaña al despacho de Pedro Campoy. Apenas Dorotea se queda sola, percibe el ruido de una puerta al girar sobre sus goznes. Daniel entra en el gabinete. Ha adelgazado bastante; La lívida palidez de su cara, tiene el color opaco de la tisis. Permanece unos segundos mirando a su hermana. Por último, avanza hacia la butaca donde está ella, se sienta enfrente y le dice: -Hola hermana. -Hola Daniel ¿Dónde has estado todo este tiempo? –Le observa-. Estas muy demacrado ¿Estás enfermo?

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-No es nada de cuidado. Según el médico, tengo que tener; Reposo, buena alimentación y aire puro. Y precisamente por eso, he venido a verte. -Explícate ¿Qué necesitas? -Vengo a decirte que me marcho de Miranda. Aquí no pinto nada. Me voy a un pueblo muy cercano a la Corte; Villasierra a ejercer de abogado y tal vez, si tengo suerte y me van bien las cosas, hasta ponga una notaría –Sonríe-. Bueno eso es contado con que me cure. Cuando llegue y me sitúe, te daré la dirección. -¿Cuándo te marchas? –Le pregunta Dorotea. -Este próximo domingo. Después de un silencio, ella le dice: -Te quedarás a cenar, para que me cuentes más despacio el proceso de tu enfermedad y tus proyectos de trabajo ¿De acuerdo? -De acuerdo. La tarde declina y la luz se va haciendo cada vez más tenue.

*** Beatriz está en el salón, junto a un pequeño velador sobre el cual se ven, algunos papeles esparcidos y recados de escribir. -Creo que lo tengo todo bien dispuesto –Se dice, mientras observa los documentos. En este momento se oye un carruaje, que entra en el paso de coches del portal de la casa. -¿Será ese caballero? –Se pregunta. La puerta del gabinete se abre, para dar paso a Semión. Beatriz le indica una silla, con una seña de su mano y le dice: -Vendrá usted cansado. -Jamás me he sentido tan fuerte para el trabajo y aún me siento con fuerzas, para resistir mucho más. Ella le sonríe y pregunta: -¿Puede usted darme cuenta de su gestión? -Sí. Antes de ocho días se realizarán los trámites. -¿Se aviene el comprador a entregar el dinero en el acto?

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-Me ha pedido por favor ese plazo, para reunir fondos. -De esa renta se excluirá como es natural, la parte que legítimamente le corresponde a mi hijo. -El reparto se ha hecho con toda la exactitud posible. -¿Qué capital le quedaría a Manuel? -Cinco millones en fincas, casas y papel del estado. -¿Y a mí? -Ciento sesenta mil reales al mes. Beatriz después de una pausa, le pregunta: -Y usted mi leal amigo ¿espera lograr sus deseos? -En ese camino estoy, señora; He vendido por quinientos mil reales, mi pequeño terreno y mi casa de Alucardi. -¿Esta usted resuelto a ingresar en ese monasterio? -Mi plan está muy meditado; Tengo sesenta años y pienso que ha llegado la hora, de apartar mis ojos de la tierra, para fijarlos en el cielo. -¿Y cómo me dijo que se llamaba? Él sonríe y responde: -San Bernardo de Alcántara. En la sierra de mi comarca; A dos pasos de Alucardi; Serenidad, aire puro y buena biblioteca; El mejor relajo, para morirse poco a poco y si sobresaltos. Beatriz dirige una mirada al péndulo y dice: -Las dos y cuarto; Ya no puede tardar. -¿Espera usted visita? -Sí. A don Vladimiro Zelo. Ya le comenté… -¡Ah! –Exclama él, interrumpiéndola- ¡Ese caballero, era uno de mis terribles remordimientos! -Hoy mismo, deben haberle puesto en libertad. -Creo de corazón, que la señora no se arrepentirá, de la confianza que va a depositar en él. -Así lo espero. -Es honrado y cumplirá fielmente. Rosa anuncia su llegada.

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Beatriz le hace un ademán a la doncella, indicando que se le deje pasar y luego, dirigiendo una mirada a Semión, le dice: -Gracias por su gestión. Después le veo. Éste, le hace una pequeña reverencia y sale. -Bunas tardes señora -Saluda Vladimiro inclinándose-. Es un honor para mí, hablar con tan ilustre dama. -El honor es mío, caballero. Tome usted asiento –Le indica. Vladimiro ocupa una silla enfrente de ella. -Doy a usted las gracias, por haber acudido a mi llamada. -Ante todo señora, le pido dispense mis rudos modales; He sido antaño soldado, ahora jardinero y carezco del protocolo que usted y esta casa, merecen. Ella le interrumpe: -Usted tiene caballero lo que busco; Honradez, franqueza y lealtad. -¡Oh! En cuanto a eso, aunque me este mal el decirlo, no hay a lo largo de mi vida ni un solo hecho, del que me avergüence. -Dichoso usted, don Vladimiro. Porque puede vanagloriarse del tesoro más envidiable que un caballero pueda tener; La rectitud de su espíritu. -Avaro de mi honra; La conservo como único patrimonio. Al cabo de una breve pausa, añade: -La señora me cita, según parece, para encargarme de una comisión y no se… Beatriz, se revuelve en su asiento y le dice: -Pues bien, don Vladimiro. No para que me lo agradezca, sino porque debo darle una explicación al motivo de esta cita y le diré, que he empleado mi influencia para conseguir su libertad. -Agradezco a la señora la generosidad, que me ha demostrado. -Era mi deber. Pero debo confesar, que me ha movido algo de interés por mi parte; Verá señor, yo necesito un caballero probo, leal y cuya conducta, pueda servir de modelo a mi hijo Manuel, y después de darle muchas vueltas a la cabeza y de descartar a varios candidatos, he pensado que usted podría… Vladimiro pone cara de asombro y responde:

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-La señora sin duda, desconoce que yo no soy hombre de letras y que si bien, no me sería difícil hacer de un recluta patán un buen soldado, o de un mangas largas un jardinero primoroso, pero encargarme de la educación de un joven, por cuyas venas corre sangre azul, me parece que es una comisión harto imposible para mis conocimientos. Y además –baja un punto el tono de voz; Casi en confidencia-, mis antecedentes republicanos… Ella le señala un escudo de oro que lleva en el dedo corazón de su mano izquierda: -No se preocupe ni por lo uno, y ni mucho menos, por lo otro; Ve, aunque aquí figura que poseo el título de marquesa, durante más de veinte años, he sido más liberal que muchos republicanos. Y en cuanto a la educación de mi hijo Manuel, en la actualidad se halla en un colegio, de donde saldrá dentro de un año para ir a la universidad. No busco pues en usted, un preceptor, sino un administrador, un apoderado que cuide de sus bienes, y que le de útiles consejos y provechosas experiencias. Y creo en verdad que para eso, basta con ser honrado. -Yo ruego a la señora que me libere de tan ardua comisión. -Comprendo que reúse al próspero destino que le ofrezco –Hace una pausa y sigue- ¡Ah! Si usted pudiera leer en el fondo de mi alma, aceptaría don Vladimiro. Pero veo, que es preciso borrar de su mente, justos temores por nuestra deplorable conducta. Le diré, que le pido humildemente perdón en mi nombre y en el del señor Semión Gautier, tanto a usted, como a la señorita Laura Avonavia. Y en prueba de este arrepentimiento sincero, le diré, que dentro de poco pienso abandonar Miranda para instalarme a vivir en mi pueblo natal; Peralta-Moreno, tal vez definitivamente –Eleva la mirada-. Cuando salí de él, era eso, un pueblo, casi una aldea, pero ahora, según me han contado, es una ciudad preciosa gracias a una fábrica de paños, que han montado. -Señora –responde con gesto conmovido-, yo soy un pobre viejo que comienza a encorvarse bajo el peso de los años y las heridas de guerra. Recibo del gobierno una modesta paga, que cubre las necesidades y aspiraciones de mi señora enferma y mías; Nada ambiciono, sino un poco

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del sol en el invierno, la sombra de un árbol en verano y un libro que me haga olvidar las largas veladas, en la estación de los fríos. La fortuna de Creso, no turbaría mi sueño, porque para disfrutar de ella, me falta ya lo principal; La juventud. Soy franco hasta el punto de confesar, que odiaba a todo cuanto rodea a esta casa, sin más razón, que la de proteger a mi Capitán Veracruz, y a su ahijada Laura, pero sus palabras me han hecho recordar, que para tomar imparcialmente una decisión es preciso oír también la versión del enemigo, así que pienso, que sus razones tendrían para hacer lo que hicieron, que no soy yo quien para juzgarles, sino el cielo, pero lo que sí me parece razonable, es que su arrepentimiento es sincero. -Así es, señor Zelo y esto que le ofrezco, además de ser por las cualidades que a mi juicio reúne, es también para compensar el daño que tanto el señor Semión como yo, le hemos causado. Al cabo de unos segundos en los que él reflexiona, le contesta: -Esta bien señora. Cuente usted conmigo, pero solo a prueba y mientras que mi salud y sobre todo, la de mi señora me lo permita. No sé si usted sabe, que mi mujer se halla postrada en cama, enferma de los nervios y me lleva mucho tiempo el estar a su lado. -Conozco su situación y le compadezco. Y si necesita que la vea algún médico especialista, no dude en pedírmelo –Hace una pausa-. Pues muchas gracias don Vladimiro por aceptar el puesto. Manuel es bueno y dócil, pero como todo joven, necesita una persona que no le haga coger malos hábitos. Verá como congenian en seguida. Vladimiro duda un instante antes de preguntar: -Si me permite la señora… -Diga. -¿Cómo es que no se encarga don Semión del muchacho? Beatriz sonríe y responde: -Don Semión deja la vida mundana y se va a un monasterio de la sierra cercano a su pueblo. -¡Que bárbaro! ¡Qué cambio! -A mí también me sorprendió.

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-En fin señora, sea como usted desea y como yo mejor lo sepa hacer. Y que Dios y el chico nos perdonen a los dos, si erramos en la decisión. Ella se levanta y le hace una seña: -Ahora si me acompaña a esta mesa por favor. Siéntese y le explico: En este documento están consignados los bienes, y antes de mi partida se le entregarán todas las escrituras necesarias. Vladimiro hace un gesto de aprobación. Beatriz continúa: -Para los gastos de Manuel, se le puede asignar quinientos reales al mes, mientras permanezca en el colegio. Luego aquí en Miranda para el curso que viene, determinará usted lo que debe hacerse ¡Ah! Olvidaba decirle, que en Miranda vivirá en esta casa, con la servidumbre que actualmente trabaja en ella y que estos desembolsos, corren de mi cuenta. -Perfecto señora. De todas formas, si alguna duda me surge, porque la responsabilidad es mucha… -¡Por supuesto señor! No tenga reparos en preguntarme lo que quiera saber y aunque mi marcha es segura, vendré una o dos veces al mes a verle a él y a saber cómo marchan las cosas. Ahora señor Vladimiro, ruego que inculque a mi hijo idas liberales, no libertinas. Que ame la justicia, el honor y la libertad. Pero sobre todo, vigile usted las amistades y las visitas que frecuente. Una mala compañía, puede echar por tierra la mejor educación y la moral más intachable. -Cuando podré conocerle, señora. -El día que se le haga entrega de la documentación. Vladimiro pide permiso para retirarse y una hora después, entra en su casa de la Ronda. Félix le pregunta: -¿Cómo ha ido la entrevista con la dama? -Ocurre mi capitán, que como dice el dicho; El diablo harto de carne, se ha metido a fraile y me deja a mí el muerto. Y le cuenta detalladamente, la reunión que ha mantenido con Beatriz. Félix le responde: -Tú has aceptado y deja que la providencia haga lo demás.

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-En este momento mi capitán, me temo que el trabajo lo tendré que hacer yo solo –Se le queda mirando fijamente-. Porque usted por lo que pienso, se irá también de Miranda… -Témelo amigo. Témelo. -Ve, yo solo ¿Y el jardín? ¿Podré cuidar del jardín? Y se aleja por el pasillo quitándose el gabán, camino del dormitorio.

Capítulo LXXXIII

El agente de policía Luis Longoria, se dirige a jefatura en la comisaria de distrito de Valsalobre. -¡Qué diablos querrá el jefe, cuando me llama con tanta urgencia! –Se dice-. No parece si no, que se ha propuesto que no arreste a Leónidas Biencinto, cuya captura se demora lo bastante, como para desacreditarme ante los compañeros y ante los mismos delincuentes. Alguien protege a ese bribón; Siempre que me hallo a punto de cogerle, me encargan otro servicio y le pierdo la pista. En fin; Cartuchera en el cañón como suele decirse, pero Dios hará que tarde o temprano, me salga con la mía y entonces, amigo Leónidas, no te arriendo las ganancias. Luis Longoria llega a la jefatura y entra en el despacho del comisario. Éste le pregunta: -¿Cómo es que has tardado tanto? A las nueve de la mañana me dieron el aviso en mi casa y cuando el reloj de los Consejos daba las diez, subía los escalones de la prefectura; No creo que eso sea tardar mucho. -¡Esta bien! Nunca te faltan razonamientos, para excusarte de tus tardanzas. -No creo que tengas quejas de mi devoción al trabajo. -¡Ay, si yo hablara! El comisario busca entre unos papeles que hay encima de la mesa, coge una nota y se la entregas a Longoria:

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-¿Qué sabes de esto? El agente la lee con detenimiento y le responde cuando llega a la dirección: -… Ronda del Portillo de Valsalobre, número diecinueve, estas señas corresponden a la casa de Vladimiro Zelo, recientemente absuelto –Se le queda mirando y pregunta- ¿Hay algún problema con él? -No. No es a ese señor a quien buscamos. Ahí también vive un caballero de barba blanca y venerable rostro, aunque traspasado por una gruesa cicatriz. El comisario coge la nota de manos de Longoria, la vuelve a poner encima de la mesa y continúa: -Se nos asegura que ese caballero, no es otro que el Capitán Félix Veracruz Lemarroy, condenado a muerte por un tribunal militar, acusado de republicano y alta traición a Su Majestad la Reina. Y no se sabe cómo ha escapado del pelotón de fusilamiento y anda huido desde hace varios años y mire por donde, que lo tenemos a unos pasos de nosotros –Apoya las manos sobre la mesa-. Quiero que averigües si es él, el fugitivo que buscamos. -Tú sabes jefe, que yo últimamente solo me dedico a los delitos de pacotilla. No creo que ese cometido, me corresponda a mí. -Precisamente eres tú la persona más adecuada para hacerlo –Se va contando los dedos de su mano según enumera-: Primero, conoces el barrio de punta a cabo. Segundo, conoces a la gente que vive en él. Tercero, ellos te conocen a ti. Cuarto, puedes contar con los chivatazos de esos delincuentes que frecuentas. Y quinto, porque yo te lo mando. -Poderosa razón ¿y qué debo hacer? -Arrestarlo y luego que el Ministerio de Seguridad Pública, decida lo que más convenga. La situación es crítica. La revolución nos amenaza de nuevo sin que surtan efectos para extinguirla, las numerosas cuerdas de deportados que salen para el Penal de Oca y para la Isla de Lanagal. Pero no podemos por eso, quedarnos de brazos cruzados. Así pues, no descuides este asunto y dedícale todo tu tiempo. El comisario coge un sobre de un cajón y se lo da, diciendo:

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-Aquí tienes la orden de arresto. Luis se lo guarda en el bolsillo y contesta: -Le daré prioridad. Sale de la jefatura y al llegar a la Glorieta de los Consejos, ve pasar un coche de plaza y lo para: -Este carruaje me conducirá al primer eslabón de la cadena. Se sube y le ordena al cochero: -¡A la calle Manuel Cila, número trece! Cierra la portezuela y vuelve a decirse: -Es preciso no perder tiempo. No creo que otro agente se me adelante y me fastidie el plan. La señora Marquesa de Patallo, está muy bien relacionada y conoce a todo el mundo en Miranda. Poco después Beatriz, le da permiso a Rosa para que entre el policía a su gabinete. Él se presenta: -Buenos días señora. Soy el agente Luis Longoria, de la gubernativa de distrito –Le estrecha la mano. -¿Qué ocurre? –Le hace una seña para que siente. -Verá señora. Una nueva denuncia, pesa sobre los vecinos de la Ronda del Portillo de Valsalobre y como usted conoce a gente de ese distrito… He pensado que a lo mejor usted, podría darme cuenta de un caballero. -¿Sobre qué caballero? Se sientan. -En primer lugar señora, le pido perdón por molestarla a estas horas tan tempranas. Espero no interrumpirla en alguna de sus múltiples ocupaciones. -No se preocupe y dígame ¿de qué caballero se trata? -El Capitán Félix Veracruz Lemarroy. Creemos que es el venerable anciano, que vive en el número diecinueve de la Ronda del Portillo en Valsalobre. -¡Qué disparate por Dios! –Exclama ella- ¡Ese honorable anciano un conspirador! Si a ese capitán lo fusilaron hace años. Ese caballero al que usted hace mención al decir, que vive en la Ronda, es un pobre hombre

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jubilado del Catastro. Y usted no querrá llevar la desolación y el luto, a una familia humilde ¿verdad que no? Luis Longoria hace una pausa y con algo de parsimonia, le responde: -Verá usted doña Beatriz –Titubea un momento y continúa después de recolocarse en la silla- Seamos sinceros; Hace como tres años que mi padre, harto de que anduviera de lío en lío y de jefatura en jefatura, me dijo: Si tanto te gusta ser detenido y calaboceado, pues ahora no vas a salir de allí, y me alistó en la policía, para tenerme recogido y que ellos, los compañeros, me guiaran por el camino de la moral y de la decencia. Desde entonces, he prestado a los gobiernos en curso, algunos servicios importantes; Siempre en el terreno de la delincuencia común; Rateros, gaznápiros, trapisondistas… para que me entienda. Nada me satisface tanto, como echar la mano encima a un descuidero ¡ven acá malandrín! le digo. Pero cuando se me encarga como hoy, que prenda a un ciudadano, solo por profesar estas o las otras ideas políticas, bien sabe Nuestro Señor, que si obedezco, es de mala voluntad y contra mi gusto y forma de pensar –Se la queda mirando con cierta incertidumbre. -Entonces hagamos lo siguiente -Hace una pausa y sigue-: La cosa cambia amigo mío, porque según tiendo yo, lo que usted pretende es ayudar a ese pobre hombre ¿No? -Si señora. Aunque pierda la confianza de mi jefe. -¿Habrá traído usted una orden de arresto? -Si señora. -¿Tiene inconveniente en entregármela? Luis mete la mano en el bolsillo interior de la chaqueta y se la da: -Aquí tiene. Beatriz se levanta, va hacia un escritorio, coge una hoja de papel, redacta una nota, la mete en un sobre, vuelve a sentarse y se la entrega, diciéndole: -Irá usted don Luis, a esta dirección y le hará entrega a ese venerable anciano de este sobre. -Así lo haré señora. Se levanta, Beatriz le acompaña hasta la puerta y le dice cuando sale:

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-Gracias y buena suerte. Una hora después Longoria, llega a la casa. Félix y Vladimiro, se hallan sentados frente a una mesa camilla, al fuego de un brasero. Llaman a la puerta. -¿Quién podrá ser? –Pregunta Vladimiro. Antes de que Félix pueda contestar, entra Eufemiano algo alterado, diciendo: -Señor capitán, creo conveniente no abrir la puerta, porque he reconocido al que llama y es nada menos, que Luis Longoria, policía de la Ronda de capa, y aunque liberal y republicano, no se achica si se da de bruces, con un delincuente de pacotilla, como es aquí mi caso. Por un momento guardan silencio, mirándose mutuamente. Por último Félix se levanta, se dirige a la alcoba y sale de ella con un par de pistolas de arzón. -¡Abre la puerta Eufemiano y que entre quien sea! –Grita el capitán-. Si me han denunciado, el que ose prenderme, pagará bien caro su atrevimiento. -Mi capitán –Dice Vladimiro- ¿No sería más conveniente, escapar por el jardín? -¡No! ¡Abre de una vez, Eufemiano! Defenderé mi libertad. Vladimiro sube a su dormitorio y baja esgrimiendo su sable castrense reglamentario: -Pues en ese caso, seremos dos a defenderla. -Puesto que los señores así lo quieren, ahora seremos tres –Añade Eufemiano, sacando su navaja barbera del cinto, mientras grita- ¡Rogelia, da paso a quien llama! Cuando ésta va hacia la puerta, Félix y Vladimiro se meten en una sala adyacente, dejando a Eufemiano a la espera de recibir al visitante. Rogelia abre la puerta, sosteniendo con una mano la badila del brasero. Luis Longoria entra con una sonrisa en los labios y mirando a Eufemiano, le dice:

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-¡Hola! ¿Tú qué haces aquí? –Le mira la navaja y añade- ¡Guárdate ese instrumento, no sea que halla una desgracia! -Yo y mi señora, estamos sirviendo a los dueños de la casa –Eufemiano se guarda la navaja en el bolsillo trasero del pantalón. Luis entra hasta el cuarto de estar, que ese halla muy cerca de la entrada. Eufemiano le sigue. -Vamos -Luis le toca con la mano en un hombro-, no temas, ni receles que vengo de paz. Tú eres un buen hombre Eufemiano y lo serías mucho más, si me dijeras donde para Leónidas Biencinto. -¡Ah! ¿Pero viene usted a buscar a Leónidas a esta casa? –Pregunta Rogelia. -No. Rogelia no -Longoria le sonríe. -Anda, vete con las críos y déjanos a mí y al agente –Dice Eufemiano. -A quien busco –habla Luis- es a un honorable anciano, con una cicatriz en la cara. -¿Y para qué lo busca usted? –Le pregunta Eufemiano. -¡Toma! Eso es cuestión suya y mía. Ya te he dicho que no vengo a prender a nadie. No receles –Se abre la chaqueta y enseña el forro-. Ya ves, ni siquiera traigo la artillería. Y para que te persuadas de mis intenciones, te autorizo para que me registres, a cambio de las muchas veces, que he hecho yo esa misma operación contigo. Longoria después de estas explicaciones, pone una mano sobre el hombro de Eufemiano y añade: -Anda, di a tu capitán –baja el tono de voz- Félix Veracruz Lemarroy, que un amigo desea verle, de parte de la señora Beatriz. Cuando Eufemiano sale para dar el aviso. Luis se pasea por la antesala, manteniendo una conversación con la trapera: -Rogelia ¿Cuántos hijos tienes ya? -Dos señor Luis. -Ya sé que eres una buena madre. -El Eufemiano, también es un buen padre, honrado y leal. -No lo dudo, pero a veces ha cometido malas acciones. -Cuando falta el pan… ¡ya se sabe!

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Aparece Eufemiano diciendo: -Que puede usted pasar, señor Longoria. El agente entra en la sala, donde se encuentra el capitán y le dice alargándole la mano: -Tengo la desgracia, no sé por qué, de infundir recelo en las casas donde entro, incluida la mía. Sin embargo, me apresuro a decirle que aquí vengo como mandatario de doña Beatriz Belmonte. -Usted dirá –Félix le señala una butaca para que se siente. -Esta señora que le menciono, me ha entregado esta carta para usted –Se la entrega. El capitán se sienta, rompe el sobre y la lee: <Don Félix. La policía conoce su paradero y su identidad. Este alerta. En don Luis Longoria puede confiar, pero no así, en la Jefatura de Distrito y muy pronto, en la de todo Miranda. Un saludo cariñoso Beatriz. Le deseo toda la suerte del mundo>. La deja encima de la mesa y le dice a Luis: -Gracias señor Longoria. Y se las dará en mi nombre a doña Beatriz, cuando tenga ocasión de verla, diciéndole además, que estimo en lo que vale el aviso que me envía. El agente añade: -Doña Beatriz también me pide decirle, que mude usted de domicilio por algunos días, pues seguro que la comisión que hoy me ha encargado a mí el comisario, puede encargársela mañana a otro. -Lo tendré presente. -Si no tiene usted algo más que encargarme… -Le dice Luis, haciendo ademán de levantarse. -Nada más. Solo repetirle las gracias por su colaboración en la causa. -Es un honor para mí –Se levanta y le estrecha la mano. Luis sale y al llegar a la puerta se encuentra con Eufemiano. -¿Se se marcha usted, señor Longoria? –Le pregunta. -Así es, buena pieza. Y la próxima vez que te vea, me has de decir la guarida de tu amigo Leónidas.

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-Como usted dice, otro día será –Abre la puerta y coge una pala del porche-. Ande, que voy a ver si apaño los rosales. Se encaminan a la verja, mientras el agente, le va diciendo: -Así me gusta hombre, que hallas cambiado de oficio; Este te traerá tranquilidad y sosiego, y el otro, penalidades y dolores de cabeza. Félix sale al jardín, cuando Luis ha desaparecido a la vista y se acerca a Eufemiano para decirle: -Parece que a doña Beatriz, se le ha ablandado el corazón. -¿Por qué lo dice? –Le pregunta Eufemiano, removiendo la tierra. -Ese agente traía una nota de ella, en la que me avisa que conocen mi identidad y que me buscan aquí, en Miranda. Eufemiano mira a las ventanas de enfrente de los soportales y le hace una seña: -Creo capitán, que debe usted pasar unos días en casa de doña Estrella. Félix se queda pensativo y luego dice: -El gobierno se halla en una posición bastante insegura, pero conviene no arriesgar. -El peligro lo evita la prudencia, señor. Así me he zafado yo, de pasar muchas noches en comisaría. A la mañana siguiente, el capitán se presenta en casa de doña Estrella. -Mucho madrugan los vecinos de la Ronda –Le dice ella. -Esta noche me ha costado Dios y ayuda, reconciliarme con el sueño –Le responde Félix. -¿Pues como? Pase. Pase –Mira a ambos lados-. Y Laura ¿no viene con usted? -No. He venido solo. Entran a un salón y Félix continúa: -Anoche cuando llegó a casa Laura se lo conté y quiso que me hubiera venido entonces. Mi fiel camarada Eufemiano, también fue de igual opinión, pero me pareció inoportuna la hora y preferí aguardar a hoy. -¡Pues qué pasa! -Me busca la policía, señora. -¡Jesús!

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-Han descubierto mi identidad. Saben quien soy, que vivo en la casa de Vladimiro y me veo en la necesidad de buscar cobijo en la suya por unos días, para evitar que me prendan. -¡Por supuesto, capitán! Por el tiempo que haga falta -Se acerca a la puerta y grita- ¡Pedro, hijo! ¡Ven! Poco después el capitán y Pedro Campoy, se sientan junto al fuego de la chimenea, rememorando aventuras pasadas.

Capítulo LXXXIV

Semión Gautier, entra en el portal de una casa de la Ronda del Portillo de Valsalobre y le pide al porteo que le entregue dos sobres a David Jamaná. Éste, tira del llamador y abre Adelaida: -Buen día don Fermín. Sea lo que sea, yo no he sido, pero dígame ¿qué se le ofrece? -Tú siempre de buen humor lagarta. Así me gusta; Que le eches sal a los amargos días que pasamos y a los que nos quedan por pasar y que según las lenguas viperinas, aún han de ser peor. -¡Calle usted hombre! ¡Que me va a echar a perder la buena mañana que espero de tener! Si es que es usted un amargado ¡Así está de flaco y enclenque! El come come, que no le deja engordar –le mira la mano donde lleva los sobres-. Bueno ¿Eso es para mí? -Tengo el encargo de dejarle esto al señorito David. -El caso es que no está. Y no es que sea como otras veces, que se esconde ¡es que ahora no está! -Entonces tómalas y cuando venga se las das. -Esta bien. Cierra, se dirige al pequeño recinto que hace de cuarto de estar y los deja sobre la mesa.

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Cuando llega David, Adelaida se acerca apresuradamente a la mesa y antes de poner en ella, los cubiertos y los platos, coge los dos sobres y se los da diciendo: -Ardía en deseos de que llegara, señorito. Dos sobres que ha traído Fermín ¡mire! En este pone para David Jamaná y en este otro, para la señorita Adelaida Campanario ¡para mí! ¿Y qué será? -¿Y quién se los ha dado a Fermín? ¿No te dijo? -Pues no. Ni se me ocurrió preguntar. Calla unos segundos y continúa algo compungida: -Ya ve con las prisas que tenía yo en preparar los garbanzos y las que tenía él, con barrer la escalera… ¡Pero ábralos rediez, que salgamos de dudas! David abre el suyo y saca un fajo de billetes y una carta. La lee: <Querido David. Te ruego que aceptes estos doscientos mil reales, para que emprendas un nuevo camino cultural en la ciudad de las artes, fuera de Miranda y de Oberón. Yo dejo la vida que he llevado hasta ahora y es mi deseo y mi voluntad increbrantable, ingresar de monje, en el Monasterio de San Bernardo de Alcántara, en la Sierra de Alucardi; Nuestro pueblo. También te pido, que si alguna vez tienes a bien hacerme una visita, me cuentes como te va en la música, que es para lo que Dios te puso en el mundo. Perdón, por el daño que te haya podido hacer mi conducta. Recibe un abrazo de tu amigo Semión Gautier>. Adelaida, que ha oído la lectura de la primera carta, a una seña de David, coge el que va dirigido a ella, lo abre, saca a su vez otro fajo de billetes y lee: <Señorita Adelaida: Como le digo a David, es mi destino con más de sesenta años, dedicarme a preparar mi alma para el Altísimo y alejarme de las

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banalidades y de la azarosa existencia, que he llevado hasta ahora en la sociedad. Sobre la conversación que hace unos días, mantuvimos usted y yo, y en la que le propuse matrimonio, le pido perdón por si mi atrevimiento pudo ofender su virtud. ¿Recuerda que le dije, que la laboriosidad y la hermosura, son los más bellos adornos, que una joven como usted pueda tener? Pero en los tiempos que alcanzamos, los jóvenes pretendientes, al dirigirle su mirada se preguntarán ¿Qué dote tiene? Así pues, admita usted, señorita Adelaida esta cantidad que le adjunto de doscientos mil reales, como testimonio de respeto y admiración, que usted me inspira. Y ya para terminar, le deseo que encuentre a un caballero que la haga feliz, porque su buen corazón, así lo merecen. Dígale a David, que si algún día viene a verme, que la lleve con usted. Semión Gautier>. Los dos se miran y se sientan junto a la mesa. Adelaida derrama unas lágrimas por sus mejillas, se saca un pañuelo del escote y secándose la cara, pregunta: -¿Y qué vamos a hacer ahora? -No sé –Responde él. Y después de un silencio, añade-: Yo quedarme con el dinero, Tú sabrás, que haces con el tuyo. Ella pone una mano sobre los billetes y dice: -¿Le va hacer una visita a la señora marquesa? -Tampoco lo sé. De lo único que estoy seguro, es que me voy a quedar con el dinero. Ahora no estoy seguro de nada más –Se queda pensativo-. Incluso a lo mejor me voy al extranjero; A la ciudad de las artes y las ciencias. -Y si se marcha ¿me llevará con usted? David se echa a reír: -Cuando llegue el momento, ya veremos. Aún han de pasar muchas cosas. Uno y otro, empiezan a contar los fajos de billetes.

***

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En el Café de Yury Cesar Palazuelos y Boris Belchite están sentados en una mesa, con dos cafés y dos medias tostadas. -Ya que según parece, te hallas más fortalecido de dinero, voy a decirte el porqué te he citado aquí –Le dice Cesar. -Dime lo que quieras, cualquier motivo sobre dinero, me es indiferente –Le responde Boris. -¡Hala! Eso me suena a melodrama barato. -Tal vez –Boris deja el sombrero en el respaldo de la silla y se acicala el bigote-. La vida no es más que una novela, que se escribe por lo regular, con lances de todo tipo y cuyo final, es un misterio hasta para su autor. -Sí. El final, solo lo sabe la propia historia –Dice Cesar. -Por lo tanto ¿para qué te vas a devanar los sesos? Si como decimos, la propia historia, te va a dar la solución. Cesar coloca una mano sobre el hombro de su amigo: -Escucha Boris. Bien es verdad, que nosotros no tenemos derecho a quejarnos de la suerte que nos ha cabido en la vida; Tú eres abogado, yo estoy a punto de terminar medicina. Tú te has empeñado en ser poeta y yo, pintor ¡Y creo amigo mío, que los dos estamos errados en nuestra verdadera vocación! Tú nunca lograrás vender un libro, como yo, nunca lograré vender un cuadro. -Habla por ti solo, amigo mío; Está a punto de ver la luz, mi primer libro de poesía ¡Éxtasis! Así es como me han dicho en la imprenta que lo van a titular. Además Cesar, cuando tanto estúpido come de su pluma. Cuando tanto imbécil, adquiere una reputación en esta inmensa babel, patria de los necios e incultos ¿quieres que yo ceje en mi empeño, de ser poeta sintiendo arder en mi mente, el sagrado fuego de la imaginación? -Te deseo de todo corazón que logres tu propósito, aunque solo sea por el empeño que le estás poniendo, te lo mereces. -Yo digo Cesar, como el célebre romano; O el imperio o la tumba. -En fin, si quieres y aunque noto que no te interesa mucho, voy a decirte el porqué de mi cita con Daniel a ver qué te parece. Tú ese

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capítulo ya lo tienes resuelto, pero yo necesito algo de dinero y he pensado que Daniel podría… Boris le corta para decirle: -Daniel se oculta de nosotros y según me han dicho, es por una enfermedad que padece. -Esta noche acudirá a la cita ¡menudo es ese para el dinero! Lo huele como un sabueso. -Lo dudo. La última vez que le vi, estaba muy desmejorado –Boris se toca el pecho-. Debe ser algo de pulmón. -Eso no cambia nada. Le seguirá gustando el dinero ¡vamos digo yo! ¡Ah! cuando venga ¡porque lo hará! –Asegura Cesar- Déjame hablar a mí. -Como tú quieras. -En la situación en la que nos encontramos, no nos vendría mal reforzar nuestros bolsillos con algunos miles de reales. Bueno, a ti que últimamente te marchan bien las cosas, no lo necesitarás, pero yo sí. Y el negocio que le voy a proponer, puede traernos muchos beneficios, sobre todo ahora que en este país, se avecinan tiempos de cambio y libertad. Boris ríe: -¡Que incrédulo eres amigo! ¿Cuándo un cambio político en este país, ha sido para bien del pueblo? ¡Nunca! Siempre es para mejorar a los poderosos y los nobles. La puerta del café se abre y entra Daniel; Se queda de pie unos segundos, mirando de un lado a otro y cuando ve donde están Cesar y Boris se acerca, coge un taburete y se sienta. -Bunas noches –Les saluda. -¡Ah! Por fin te dejas ver –Le dice Cesar. -Tengo un proyecto fuera de Miranda que me ocupa mucho tiempo –Se queda mirando al mozo y le pide que se acerque. -Y por eso te olvidas de tus antiguos camaradas –Le dice Boris. Cuando se acerca el mozo, Daniel le pide un café y un vaso de agua. -Pues si querido amigo –Habla de nuevo Cesar-. Te he citado aquí, para hablar de un negocio en el que se puede ganar mucho dinero.

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A Daniel le da un ataque de tos y cuando se acerca el mozo, bebe un sorbo de agua y contesta: -A mí y creo que a Boris tampoco por su aspecto –le mira-, nos interesa ya el dinero, como principal motivo de existencia. Yo no me encuentro bien últimamente y con el capital que tengo y el despacho que pienso montar, me defenderé con bastante holgura. Así que… Pero de todas maneras dime de qué se trata, por que a lo mejor a mi hermana le interesa. Cesar le responde: -Te acuerdas de aquel negocio que te propusimos, sobre lanzar un periódico nuevo liberal y progresista ¡pues bien! Este es el momento más apropiado para hacerlo. Boris permanece en silencio, sin prestar mucha atención. Daniel da unos pequeños sorbos de café, y responde: -Verás Cesar. Eso es lo que yo llamo dinero difícil. A mí ya no me interesa un negocio así; El lanzar un nuevo periódico en los tiempos que corren, es una insensatez. Precisamente ahora, que por la más mínima sospecha de libertario, te encierran en la preventiva durante veinticuatro horas. Boris se sonríe y añade: -Si quieres financiar tus cuadros, hay otras maneras ¡cásate con una rica! –Mira a Daniel-. Yo conozco a una. -Además –interviene Daniel-, me voy de Miranda. Necesito según el médico, el aire puro del campo. Boris se levanta: -Bueno amigos. Yo me marcho, tengo cosas que hacer en la imprenta, donde tengo mi libro a punto de ver la luz. Se despide y sale. Cesar y Daniel permanecen en el café.

*** El Capitán Félix Veracruz, se siente enfermo en casa de doña Estrella y por prescripción del doctor Severiano Escalera, debe guardar cama. Pedro se halla sentado junto a la cabecera:

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-¿Cómo estas hoy? –Le pregunta. -Sin ningún tipo de aprensión –Le responde Félix. -Ese es un buen síntoma. -Pero verás, Pedro. Lo que sí me preocupa, no es el hecho de morirme; He estado tantas veces a punto de hacerlo, que ya hasta me resulta familiar. Lo que sí me quita el sueño, es el dejar a Laura en este convulso mundo sola y a merced, de las vicisitudes de esta sociedad, cada vez más decadente, inmoral y corrompida, y en donde cualquier mañana, se vuelvan a despertar los cañones de la discordia. -No seas pesimista; Aún te quedan muchos años de existencia junto a nosotros. Don Severiano asegura, que no hay motivo de alarma. -No hay que hacer mucho caso de los médicos ¡más bien ninguno! Yo nunca lo he hecho y por eso, he escapado tantas veces de la muerte. -Félix, yo quería hablar contigo sobre Laura. -¿Pues qué ocurre? ¿Cuándo pensáis casaros? -Muy en breve. Y después, hasta que la situación política cambie, nos instalaremos en la casa de campo que tiene mi madre en Susayolande. La situación en el país no puede durar mucho; Los gobiernos cambian constantemente y las leyes que promueven, son injustas e ineficaces. El capitán pone una mano sobre la de su amigo: -Yo nunca he dudado de ti. Eres un amigo leal y fiel, desde nuestros años mozos; Aunque más mozos los años tuyos, que los míos –Sonríe-. Pero si dudo mi resistencia; Espero llegar a tiempo para ver esa unión que tanto deseáis los dos. -¡Por Dios Félix! No pienses eso. -Sí. Si lo pienso ¿Qué tiempo me queda? Un año… No lo creo. Pedro se levanta, se acerca a la puerta, tira del llamador de la campanilla y cuando entra Amadeo, le dice: -Avise a la señorita Laura, que venga. Cuando entra ella, Pedro la coge una mano y se acercan a Félix: -Querida, te he pedido que vinieras, para ver si entre los dos tranquilicemos a este enfermo, algo preocupado. Laura sonríe y contesta:

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-¿Qué te pasa Félix? ¿Qué te preocupa? Pedro tira nuevamente del llamador y le pide a Amadeo: -Dígale a mi madre, que venga. -¿Qué es lo que tratas de hacer, Pedro? –Le pregunta el capitán. Laura se sienta en una silla, junto a la cama: -No te alteres –Le pide. Cuando entra Estrella, Pedro le dice: -He resuelto adelantar la fecha de la boda –Mira a Laura-. Ya lo hemos convenido ella y yo, y estamos conformes. -¡Oh! Bien sabe Dios, que no deseo otra cosa –Responde Estrella, acercándose a Laura. Y ésta añade: -Será de hoy en ocho días -Mira a Félix-. Y para entonces, ya estarás restablecido para ser mi padrino.

Capítulo LXXXV

Una mañana, una berlina se para delante de la casa de Pedro Campoy. Se abre la portezuela y baja Vladimiro de ella, portando un estuche de terciopelo blanco y una cartera de tafilete, bajo el brazo. Lleva el mismo gabán de paño verde y el mismo sombrero que ha usado siempre, cuando cuidaba el jardín. Al llegar a la casa, le dice a Amadeo, que le abre: -Tenga usted la bondad de anunciar a la señorita Laura, que Vladimiro Zelo, desea verla. A los pocos minutos, ella entra en el salón y acercándose le dice: -¡Ah! ¡Gracias a Dios, que te vemos! Ya pensábamos que con las honras, se te habían olvidado las memorias. Él se ríe: -Veo que no has perdido tu buen humor. Así me gusta.

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-Pero vamos a sentarnos que me tienes que contar muchas cosas. Porque aunque ya sé por Pedro y Félix, tu entrevista con doña Beatriz, quiero oír de ti, como es esta nueva experiencia –le observa- que a la vista, parece positiva. -Sí. Pero ante todo deseo saber cómo sigue el capitán. -Le ha dicho don Severiano, que hoy si le apetece, puede abandonar la cama. Pero supongo que pasarás a verle. -Tan pronto como termine la comisión, que me conduce a esta casa, pues soy portador de tres mensajes. Laura hace un gesto de extrañeza. Vladimiro añade: -Dos para tu futuro esposo y uno para ti. Saca un sobre de la cartera y se lo entrega. -Con tu permiso –Le dice ella, abriéndolo. -Para eso lo traigo; Para que lo abras y lo leas. -¿Tú ya sabes lo que es? -Sé poco más o menos de que se trata. Laura lee: <Laura, don Vladimiro Zelo, portador de esta carta, lo es así mismo del regalo de boda que me atrevo a haceros. Te ruego que inclines a mi favor el aprecio y el perdón de vuestros corazones. Y os deseo con toda el alma, que Dios derrame sus grandes beneficios sobre vosotros dos, para que el amor que os profesáis, sea eterno. Un beso muy fuerte. Beatriz>. -¡Pobre señora! –Exclama Laura-. Parece arrepentida de lo que hizo ¿Y de qué regalo de boda habla? -Cada cosa a su tiempo, pequeña –Le contesta Vladimiro. -Perdón. Me parece que he pecado de interesada. -Lo dejaremos en curiosa ¿te parece? Ella sonríe: -Estoy por invitarla a mi boda.

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-No creo que asista. Se marcha de Miranda. Por eso estoy yo al cargo de la administración de los bienes de su hijo. Laura en un tono humilde, le dice: -Me gustaría decirle que la perdono. -Yo se lo diré de tu parte, no te preocupes –Se levanta-. Y ahora, por expreso deseo de doña Beatriz, voy a entregarle los regalos y la otra carta a tu prometido y si no los acepta, procura convencerle. -Los aceptará, porque yo iré contigo. -Tanto mejor. Ambos salen y se dirigen al despacho de Pedro. Éste se halla sentado frente a su mesa y escribiendo. -¿Interrumpimos? –Pregunta Laura. Pedro nada más verles entrar, se levanta: -¡Oh! Pasar; Son más importantes mi novia y mis amigos, que el trabajo. -Esto se le llama entrar con buen pie –Comenta Vladimiro-. Pero aprovechemos la ocasión, para invadir el templo del trabajador. -Sabes Pedro –habla Laura- que mi querido casero, viene con una comisión de doña Beatriz y de la que deseo, salga airoso. -Pues entonces, puede contar con que ha ganado la batalla –Contesta Pedro-. Sentaros –Señala un par de butacas- ¿Y de qué se trata? Vladimiro se sienta, saca un sobre de la cartera y se lo entrega, mientras le dice: -Primero lee esto. Pedro lo abre: <Señor don Pedro Campoy. Mi distinguido amigo. Muy en breve, vas a unirte en matrimonio con la señorita Laura Avonavia y te remito como regalo de boda, un antiguo aderezo de oro y brillantes, perteneciente a la familia de mi difunto esposo, Germán Sapolski, Marqués de Patallo. Entre las muchas amarguras que hoy ahogan mi corazón, sería tal vez la más sensible, el que rehúses al regalo que le ofrezco a tu prometida, con todo mi cariño.

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Para ti, amigo mío. Te envío también un reloj y su leontina, como regalo de boda, que espero aceptes. Don Vladimiro, es portador de la Biografía de don Félix Veracruz Lemarroy “Memoria de un militar”, para que le sea devuelta a su legítimo dueño. Cuando leas estas líneas, yo me hallaré fuera de Miranda. Pero en la primera ocasión que tenga, os invitaré a mi casa, para que me contéis cosas del enlace. Os deseo toda la felicidad el mundo. Vuestra amiga Beatriz>. Hay una pausa. Al final Pedro se dirige a Laura: -¿Qué opinas tú de esto, querida? -Que aceptes –Responde ella. Luego Pedro, se vuelve a Vladimiro y le dice: -Bueno amigo mío. Ya has oído el veredicto; Aceptamos y dale las gracias de nuestra parte. -¡Sea! –Exclama Vladimiro, dejando el estuche sobre la mesa-. Aquí están el aderezo y el reloj que es un Catalina de oro, de tres cuerpos, con su correspondiente leontina. Y el aderezo se compone de una gargantilla de treinta brillantes, rosa. -Camarada Vladimiro, desde que te codeas con la aristocracia ¡cuánto has aprendido! No sabía que entendieras de alhajas –Le dice Pedro, en tono irónico. Él las manosea y responde: -A mí me parecen unas baratijas que ahora mismo cambiaría, por un buen plato de lentejas. Laura se dirige a Pedro, para decirle: -Creo que tanta delicadeza significa arrepentimiento. Bien vale que le dedicaras algunas líneas, para agradecerle los presentes. Pedro coge papel y pluma: <Querida amiga Beatriz.

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Gustosamente aceptamos los regalos que nos haces y tanto Laura como yo, luciremos orgullosos, el día de nuestra boda. Sentimos mucho que no nos puedas acompañar a nuestro enlace, pero en cuanto vengas a Miranda, avísanos por medio de nuestro amigo Vladimiro y tendremos mucho placer, en ir a verte. Tus respetuosos amigos y admiradores. Pedro y Laura>. Se la entrega a ella: -Añade tu agradecimiento, querida –Luego se levanta y les dice-: Ahora, vamos a ver a Félix; Le enseñaremos las joyas, las cartas y la biografía. El día veintiuno de marzo, se celebra el enlace, en la Iglesia de los Santos Apóstoles de Miranda. Por parte de ella, actúa de padrino don Félix Veracruz y por parte de él, doña Estrella de Capdepón. Les acompañan Antonia, Vladimiro, Rogelia, Eufemiano y los niños. A la vuelta del viaje de novios, se instalan en la casa de campo, que posee doña Estrella en el pueblo de Susayolande, muy cerca de Miranda. En ella también viven, don Félix, Antonia, Eufemiano, su mujer y sus dos hijos. Además la finca cuenta con un guarda y un jardinero. Y la casa con un criado, doncella y cocinera. La casa está rodeada por una alameda. Pedro y Laura pasean por un camino a cuyo término se ve un cenador. Cuando llegan, él le pregunta: -¿Estás cansada? –Se sientan en un banco hecho de troncos unidos con maromas. -No. Estoy bien. -Si tienes frío, nos vamos. Ella lo niega con un gesto de su cabeza. -¿Eres feliz? –Le pregunta Pedro. -Nunca en mis dueños imaginé tanta felicidad, como la que siento ahora.

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Pedro le rodea la cintura con sus brazos, la estrecha contra su pecho y la besa. En la quinta Eufemiano y Rogelia, están en la cocina. -Vamos Eufemiano –Le dice ella- ¿No es esto mejor, que cazar pájaros o dedicarse al contrabando? -¡Ya lo creo, mujer! Aquí no se corre peligro y nuestros hijos cuentan con nobles y generosos protectores. -No puedes imaginarte que bien me encuentro en este lugar. Nuestros retoños no tendrán que pasar ya ni frío, ni hambre. Si Eufemiano, no has de olvidar nunca, que una buena acción siempre favorece. Hace una pausa y como si de repente se acordara de algo importante, añade: -¡Anda! Son las cinco, sube a ver si don Félix necesita algo, que yo voy a ver que hacen los críos. Cuando pasan por la alcoba donde duermen la siesta los niños, Rogelia apoya una mano sobre el hombro de su marido y le dice: -¿No es verdad que nuestros rapaces cada día que pasa son más hermosos? Creo que están más gordos, que cuando vivíamos en el Barranco del Lobo. -¡Toma! La señorita Laura, les ha tomado a su cargo y es claro que los chicos, llegarán a ser más sanos cada día. -Bueno anda y sube; Tal vez don Félix te necesite, ya sabes que él no echa siesta. -También tú has salido con beneficio ¿Eh? Que ya no harás más de trapera. Y le da un cariñoso azote en el trasero. Una mañana, Pedro Campoy hace un viaje a Miranda y de regreso a la quinta, le dice al capitán: -Te tengo que dar una buena noticia: Ha caído el Ministerio de Gobernación y el nuevo ministro, para congraciarse con los liberales, ha concedido una amnistía a los reos políticos. -¡Ah! –Exclama Félix desde su butaca, en el salón principal de la casa-. Pues no sé si alegrarme, porque yo estoy fuera de esa indulgencia.

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Pedro se sienta a su lado: -¿Por qué, compañero? -Porque me hallo en una posición un tanto… especial: He muerto fusilado. Pedro sonríe, saca un sobre del bolsillo de su chaqueta y se lo entrega. -¿Qué es esto? –Le pregunta Félix. -Tengo amigos en la Cámara –le da cierto énfasis a sus palabras- y he logrado el indulto del Capitán don Félix Veracruz Lemarroy. Porque has de saber compañero, que no figuras en los archivos como muerto, si no como desaparecido y a éstos, también se les indulta. He aquí el número de la orden. Se la entrega. El capitán la lee con atención y después con un suspiro de alivio, dice: -¡Será posible! –Se levanta y le abraza- Gracias Pedro. -Ahora eres dueño de tu destino y puedes solicitar si lo quieres, el retiro del ejército y a recibir algún tipo de beneficio, por tu condición de mutilado de guerra ¡oye! A lo mejor te encuentras con algunos miles de reales, que no esperabas y que son, los que más ilusión hace cuando se reciben. -Es que yo… He perdido el contacto con la burocracia militar… -No te preocupes, que yo me encargo. -¡Ah! Por cierto y hablando de amnistía ¿Tú que vas hacer? Me refiero, si vuelves al ejército. -Me lo voy a pensar. Pero aún no le digas nada a Laura.

*** En el pueblo de Villasierra, con sus hermosos huertos, sus cristalinas fuentes y sus aires puros, invitan a detenerse al viajero. A unos quinientos pasos se ve una casa de construcción rural, rodeada de tablas de vegetación y árboles frutales. El cadencioso sonido de una fuente ayuda a la meditación. Es invierno. El cielo tiene un color gris plomizo y las hojas de los árboles, alfombran el suelo. Son las once de la mañana.

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En una loma pace un rebaño y en el valle una yunta arrastra su pesada carga del cuello. Daniel se halla sentado con un libro en la mano, bajo las ramas de una acacia. A sus pies se desliza con fluidez el manantial de una fuente, que buscando su nivel, se pierde entre la hierba dejándose caer luego, en el cauce de un arroyo. Daniel está muy delgado sus ojos hundidos brillan al fulgor de la fiebre. De vez en cuando una tos seca y pertinaz, le causa una gran fatiga y le hace levar un pañuelo a la boca. Deja el libro a un lado y piensa: -Para algunas personas la felicidad es un mito. Dicen que el oro es la panacea del bienestar de la humanidad ¡Mentira! Yo he sido rico y no he encontrado el remedio para mi enfermedad, ni el consuelo para mi alma. Afortunadamente para mí esto se acaba y cuando las hojas se terminen de desprender de los árboles y la tierra las cubra, yo también habré sido cubierto por ella. Más ¡Ah! Detrás del estéril invierno, siempre vuelve la fecunda primavera; El perfumado estío, las verdes hojas, las flores y todo volverá a nacer, pero yo… ¡yo ya no volveré más! Exhala un suspiro y coge el libro. Un anciano caminando lentamente se dirige hacia la casa de Daniel. Viste un largo levitón de paño negro, un pantalón de la misma tela, un chaleco color blanco de piqué, zapatos de paño, corbata de terciopelo y sombrero de capa alta y anchas alas. Su mano se apoya en un bastón con puño de plata y borlas. Es el médico de Villasierra. Cuando llega a donde está Daniel, le saluda: -Buenos días. Él levanta la cabeza y dejando el libro sobre sus rodillas, le responde: -Don Pablo. A fe que no le esperaba hasta la tarde.

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-Hoy he adelantado la visita, porque luego tengo que ver a la esposa del leñador, que está a punto de parir y es probable que regrese entrada la noche. El doctor se sienta en el banco junto a Daniel y le toma el pulso. -Me encuentra usted peor que ayer ¿verdad doctor? –Le pregunta con cierta preocupación. Don Pablo una vez que ha terminado, le contesta: -El mal que a usted aflige, parece que no se termina de estacionar, pero no debemos perder las esperanzas. -Los facultativos de Miranda, me decían hace dos meses: Si usted se instalara en un pueblo de la sierra, tal vez recobraría la salud; He venido aquí y sigo lo mismo, si no peor. Por qué hay enfermedades que avanzan seguras hacia la muerte y otras, que sin embargo, lo hacen hacia la vida ¿Usted lo sabe doctor? -Ni yo ¡ni la ciencia! Don Pablo hace una breve pausa y llevándose un dedo los labios, continúa: -He observado que es usted uno de esos jovenzuelos que no tienen fe en nada. -¿Puede curarse la tisis en el último grado? -¿Y quién le ha dicho a usted, que se halla en ese caso? -Los doctores de Miranda. -Pues le han dicho un solemne disparate. Daniel se incomoda y dice: -El enfermo tiene derecho a que se le diga la verdad. Sobre todo a un enfermo, que reúne a los facultativos de nota alrededor de su cama y paga las consultas, al precio que le piden. -El dinero –responde Pablo- no debe violentar la rectitud de un doctor. El cual puede y hasta debe ocultar la verdad al enfermo, a los familiares y a los amigos que le rodean. Pero seamos francos Daniel, la vida no se pierde siempre por un accidente, o por una enfermedad. Muchas veces, hay en los enfermos padecimientos morales que minan poco a poco la salud y toman el carácter de enfermedad. Estos males conducen también

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a la muerte y usted, además de la tisis, es víctima de una de estas dolencias. Don Pablo hace otra pausa, mientras se saca del bolsillo del chaleco una caja con unos polvos en su interior, e introduciendo en ella el índice y el pulgar de su mano, se los lleva a la boca y sigue: -Tengo ochenta años, tres meses y catorce días; Hace pues la friolera de cincuenta y ocho años, que no hago otra cosa que recetar, pulsar y escribir papeletas de defunciones. He sido médico de un regimiento de caballería, he pertenecido a la Real Armada y por último, me he refugiado en este pueblo, donde espero y deseo, terminar mis días. Esto quiere decir, que durante mi larga carrera, he visto muchos tísicos y usted, además de esta enfermedad, tiene otras en el alma. Daniel inclina la cabeza y casi murmurando dice: -Creo que acierta en su diagnóstico, doctor. -Siempre he procurado ser muy claro con mis pacientes. Aunque algunos de mis colegas me lo recriminen y hasta yo mismo, alguna que otra vez, no esté de acuerdo con mi actitud, pero su sintomatología salta a la vista en este caso; Tiene usted un pesar que no le deja vivir. -Pero más que a esa enfermedad del alma a la que usted se refiere, a mí lo que más me preocupa en este momento, es la que afecta a mis pulmones. Don Pablo se levanta, se sacude los pantalones por las hojas secas, se apoya en el bastón y responde: -Hay que seguir con la medicación, el reposo, la buena alimentación y el aire puro de estos campos. Y ahora me voy para ver a la parturienta. Mañana volveré a verle a usted.

Capítulo LXXXVI

Esta misma noche, Daniel se halla en su cuarto de estar, sentado junto a una mesa, sobre la cual se ven algunos periódicos que le han traído los vecinos del pueblo, para que se entretuviera.

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-¡Oh! El médico tiene razón ¡Miserable de mí! –Se dice-. Me voy a morir, sin haber vivido lo suficiente, como para hacer realidad todos los sueños que me propuse ¡Que desgraciado he sido! Y que desgraciados les he hecho sentirse a mucha gente de mí alrededor –Se queda un momento pensativo y sigue-: Tal vez mi padre estaba en lo cierto cuando decía, que era un imbécil. Ahora comprendo que toda mi corta vida ha sido eso; Una idiotez. Un golpe de tos le interrumpe sus pensamientos y se deja caer sobre un sofá. Su respiración se agita y empieza a sudar. Poco después, una vecina del pueblo le comunica, que el cura párroco quiere verle. Se incorpora con dificultad, hasta sentarse. -Buenas noches –El párroco entra y le saluda-. Don Pablo, me ha dicho que usted necesita de mi servicio divino y aunque un poco tarde, he venido para atenderle. El motivo de que acuda a estas horas, es porque he tenido que disponer los atavíos de la Iglesia, para un pobre pastor y su novia en el desposorio. Pero ya estoy aquí, para ser su valle de lamentos y dolores –Se sienta junto al sofá que ocupa el enfermo y continúa-: Sobre la tierra hijo mío, el hombre en sus momentos de aflicción, tiene dos remos donde depositar sus amarguras; El de su madre y el de la Iglesia. Daniel se saca un pañuelo de la manga de la bata, se seca la boca y después de un momento de reflexión, dice: -Verá usted padre. Hace aproximadamente ocho años, yo era feliz viviendo con mi padre y mi hermana, en mi pueblo Noas. Por entonces, vivía en este lugar una joven por la cual concibió mi alma una pasión desesperada. Ella rechazó mi amor y yo debí olvidarla, pero no fue así; La amé con más entusiasmo si cabe, e hice el fatídico juramento, de que aquella muchacha sería de mi propiedad, aunque tuviera para ello que cometer la mayor de las villanías. Daniel hace una pausa para recuperar el aliento, vierte agua en un vaso, bebe en pequeños sorbos y sigue:

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-Tengo una hermana, que por entonces, engendró un odio tal hacia esta señorita, que la despojó de la casa donde vivía en arriendo y la hizo salir del pueblo, con la sola compañía de su aya y si más recursos que un mísero equipaje y lo puesto. Al verla yo en este estado; Pobre y abatida, se me ocurrió una idea criminal; Robar a mi padre y seguir a la mujer, que se había apoderado de mi corazón y de mi voluntad. Calculando ¡incauto de mí! que ella pobre y desvalida, no podría resistirse a la seducción de un joven rico, robé pues, cercanos los dos millones de reales a mi padre y abandoné el pueblo –Hace una pausa y bebe de nuevo-. A mi padre este acontecimiento le causó la muerte y en su lecho, sus últimas palabras fueron para maldecirme. Pero yo por entonces, di poca importancia a aquella maldición y estableciéndome en Miranda, comencé una vida de lujo y esplendor. Años después de estos sucesos, otra idea terrible volvió a encerrarse en mi mente; Mi hermana es inmensamente rica y yo, casi arruinado por los muchos gastos que la desenfrenada vida me había hecho llevar, calculé que muerta ella, sería yo el benefactor. El sacerdote le interrumpe y exclama: -¡Desdichado! ¡Que el Señor Misericordioso, se apiade de tu alma! ¿Y llegaste a consumar este segundo crimen? -No padre; Dos cosas me lo impidieron; Mi enfermedad y que ella, se ha ido a vivir con un estudiante de medicina y pintor de tres al cuarto, Cesar Palazuelos con la intención de fundar un periódico independiente y liberal ¡figúrese, en estos tiempos…! Después de un largo silencio, habla don Agustín: -¡Oh! Parece imposible, que el alma humana albergue tanta maldad ¡tanta estupidez! -¿Usted cree que obtendré el perdón de Dios? -Eso depende del grado de tu arrepentimiento. A Daniel le da otro ataque de tos. -¿Qué hora es? Pregunta don Agustín. Daniel mira el péndulo que cuelga en la pared y responde: -Las doce y media.

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-Debería usted descansar –Se levanta-. Acuéstese, repose y mañana volveré por aquí ¿de acuerdo? En la puerta, el párroco se vuelve y como si recordara algo importante, añade: ¡Ah! Y para que Dios le perdone, ya puede empezar desde esta noche misma los rezos, con gran seriedad de arrepentimiento. Cuando David se queda solo, se tumba en la cama sintiendo agudos pinchazos en los pulmones y la respiración fatigosa, que a duras penas, le dejan conciliar el sueño. A la mañana siguiente, a las doce y media, el párroco entra en la casa del médico. -No le esperaba a usted don Agustín ¿ocurre algo? Porque ya se sabe, cuando el sanador de cuerpos o de almas, entra en una casa, o es para ayudar a vivir o para ayudar a morir. -En este caso –responde el cura-, es para salvar un alma de las garras del demonio ¡que a fe mía, le tiene bien asido y difícil va a ser que lo suelte! -¡Pero entre! No se quede en la puerta. Se sientan en una pequeña sala de estar. Don Agustín dice: -He venido a verle para intercambiar algunas impresiones con usted. -Con mucho gusto ¿de qué se trata? –Pregunta don Pablo. -Mas bien de quien; Del forastero. De Daniel Omsagry. -¡Ah! Poca esperanza de salvación tiene por mi parte. La que a usted le corresponde, que es la del alma, esa es cosa suya y seguro que le dará mejores resultados que la mía. -Le queda poco ¿verdad? -Tiene usted padre, mucho trabajo que hacer y poco tiempo, para conseguir que el alma de ese muchacho, vuele al cielo. -Me lo temía. Pasados unos segundos, don Pablo le dice: -¿Quiere usted quedarse a comer con nosotros? Mi señora y yo, tendremos mucho gusto en que nos acompañe.

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Don Agustín duda un momento y responde: -No dejo que me insistan; Acepto y muy agradecido porque doña Etelvina hace unos potajes de ensueño. Una semana después, las elevadas cimas de Villasierra se cubren de nieve y el viento precursor del crudo invierno, termina por despojar a los árboles de sus hojas. Son las diez de la noche. Daniel está en su lecho de muerte. De vez en cuando don Agustín y don Pablo, que se hallan a su lado, intercambian una mirada. En la sala inmediata, unos vecinos oran sentados en corro sobre varias sillas, cuyos respaldos están apoyados sobre la pared. David hace un esfuerzo para hablar con el médico, pero su tenaz tos, le rinde de tal manera, que don Pablo y don Agustín, para no perturbarlo, salen de la alcoba y se sientan en una sala contigua. -No vive más de un día –Dice el médico, sacando la caja de rapé-. Es una luz que se apaga. Al cabo de una hora, don Agustín se acerca al doctor para decirle: -Mientras usted descansa un rato, voy a rezar unas plegarias junto la cabecera del enfermo. El párroco entra en la alcoba y el doctor se tiende sobre un sofá. Cuando amanece y la luz del alba entra por la ventana, Daniel está más tranquilo. La tos parece menos intensa y el sudor frío, que durante la noche había inundado su cuerpo, ahora ha disminuido. Está dormido. -Puesto que ahora descansa, voy a consagrar una Misa por su alma -Dice el párroco. -Yo aprovecharé –añade don Pablo-, para hacer una visita a la mujer del leñador que acaba de parir y vuelvo. Y antes de salir, le dice al mancebo de la botica: -El enfermo duerme. Acércate a casa de la señora Obdulia, la nodriza, que te de leche. Luego vuelves y te quedas junto a la cabecera y cuando

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despierte, le das una cucharada y si vieras que se ahoga, te acercas al pueblo a buscarme. Dos horas después vuelven. Daniel tiene los ojos cerrados, la boca entreabierta y cuando respira, le borbotea la saliva en la garganta. El doctor le toma el pulso. -¿Cómo va? –Le pregunta don Agustín. -Está inconsciente. El sacerdote le hace la señal de la cruz sobre su frente y murmura una oración. A las tres de la tarde muere.

*** En la misma semana en la que Daniel muere, un barco de transporte del Ministerio de la Gobernación, fondea en la rada de la Isla de Lanagal. Este lugar, después de la amnistía para los presos políticos, decretada por el nuevo gabinete, se ha convertido en un presidio para delincuentes, contrabandistas y bandoleros de Oberón. De la bodega del Vicente Lobo, salen a cubierta de dos en dos, con blusas grises y gorras chatas, treinta y dos confinados, arrastrando sus correspondientes cadenas. Cuando están todos fuera, los guardias les hacen formar y se les pasa lista. Un cabo de vara, se coloca delante de ellos con una hoja de papel en la mano y con áspera voz, les grita: -¡Abrid los oídos! ¡Y no me hagáis repetir los nombres, si no queréis familiarizaros con esta! –Alza la vara. El cabo les nombra uno por uno y entre ellos, dice: -¡Leónidas Biencinto! -¡Presente! –Responde. -¡Amancio Legunero! -¡Aquí está! –Contesta él. Después son trasladados a una barca, luego al puerto y una vez allí, a las cuadras del presidio.

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Un día en que los confinados se hallan trabajando en las fosas de la ciudad, Amancio deja el azadón en el suelo y le dice a Leónidas: -Compañero, esta vida no es para mí. -Sin embargo estás sano –Le responde su amigo-. Y creo que el rancho, el pan de munición, el duro petate y el trabajo cansino, te han hecho engordar –Leónidas se seca el sudor de la cara. Amancio agita la cabeza y le contesta: -No Leónidas no. Prefiero la muerte a esta vida. -Chico en este lugar, donde los honrados son los malos, uno no hace lo que quiere, si no lo que nos conviene a la supervivencia. Hace cinco días que llegamos y si mis informes no me mienten, en el libro de registro de admisión, nos citan así –Le confiere cierto énfasis a sus palabras-. Se tendrá gran vigilancia con el confinado Leónidas Biencinto Barroquer, porque es hombre inquieto y listo para la escapatoria. Y en la tuya pone: Amancio Legunero Lama. Falsificador. Así que no queda otra cosa que aguantarse y dejar que un día se lleve al otro día. -¿Y qué prefieres tú? La muerte o esta mala vida, a fuerza de palos y miseria. -Compañero, yo siempre prefiero la vida, porque viviendo, siempre mantendré la esperanza de seguir vivo –Le responde Leónidas. -Pero tú ¿no piensas en fugarte? –Le pregunta Amancio -Yo no pienso nada por ahora. Pero si veo un rayo de luz, me aprovecharé de él. -¿Cómo? En este momento Amancio da un grito y se lleva la mano al azadón, que se halla a su lado. La vara del cabo, ha caído con fuerza sobre su espalda. -¡Basta de charla! ¡A trabajar! –Le grita el vigilante. Los dos hombres inclinan el cuerpo sobre la tierra. -Afortunadamente –murmura Leónidas- ese hijo de perra, no nos ha oído. -¡Oh! Es preciso que esto acabe.

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Amancio mira de reojo en derredor suyo y aprovechando que el guardián se halla lejos, añade: -Aquí lo difícil es librarnos de las cadenas; Los aduares de los milis no están lejos. El fusil del centinela y el cañón del fuerte, no siempre que disparan dan en el blanco, lo sé por experiencia, y los presos que escapan, son recibidos por los civiles de la isla con los brazos abiertos; Como héroes ¿Te atreves? -Ya que lo pones tan compuesto –mira al suelo- y con tal de liberarme de la humillación de trabajar la tierra ¡esto no es para mí! Sea pues. -Entonces lo primero, es proporcionarse un instrumento que corte las cadenas. -Eso es difícil –Leónidas hace un gesto de disgusto. -¡Bah! Demos tiempo a la paciencia. Que nunca le ha de faltar al penado tiempo para hacerse con la libertad. Y como ven que se vuelve acercar el guardián, empiezan a cavar la tierra con más bríos. Una noche cuando el silencio se hace dueño de la cuadra de los penados, Amancio siente que un objeto roza sus manos. -Compañero –Le murmura Leónidas-. Tenemos lo que nos hace falta. -Dime y que no te oigan los guardias –Contesta Amancio. -Ya sabes que esta tarde, ha muerto en los fosos el ciento veinte; Un compañero de otro tiempo. En Miranda le hice algunos favores y él, se ha acercado a mí antes de caer enfermo y me dijo: Tengo que darte algo y hoy, bajo mi petate, he encontrado una lima de acero, para que pronto caigan estas cadenas que limitan nuestra libertad. A los quince días, el gobernador de la plaza ordena, que se trasladen unas cureñas viejas, desde los fuertes al arsenal. Para ello, es preciso pasar por la muralla de piedra y llegar al otro lado del pueblo. La cadena que une a los dos condenados, este mismo día la terminan de cortar. Además Leónidas, lleva enrollada a la cintura una faja partida por la mitad de siete varas de larga.

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A media tarde, cuando terminan los trabajos en el foso, comienzan a trasladar las cureñas. Empieza a oscurecer. Tres cabos de vara, vigilan. La casualidad y la suerte hacen, que Leónidas y Amancio sean los encargados de conducir la última pieza. Tiran de la argolla arrastrándola por la muralla de piedra y cuando se alejan de la garita del centinela, Leónidas se mete en las narices la uña de uno de sus dedos, hasta hacerlas sangrar. Suelta la cureña y se arrima a la plataforma de la muralla. Uno de los centinelas al oír la argolla, se les acerca: -¿Qué hacéis vosotros? ¡Vamos, decir! -Nada –Responde Amancio-, que a este le sale sangre de las narices. Debe ser por el esfuerzo de arrastrar la pieza. Y pregunto, con todo el respeto, si podemos darnos un respiro, para que aquí al compañero, se le pase el soponcio y en concluyendo la hemorragia, continuamos la faena. -Solo un momento –Responde el centinela. Y se aleja despacio hacia la garita. Leónidas, cuando le ve lo suficientemente lejos se quita la faja, la ata a la rueda de la cureña al borde de la muralla, lanza un extremo al otro lado de la fortaleza, se coge a ella y suspendido en el aire, se desliza hacia el foso. A una seña de Leónidas cuando está a la mitad del camino, Amancio, realiza la misma operación. Al cabo de diez minutos, el centinela para por el sitio, ve a la cureña sola y da la voz de alarma. Se acercan cuatro vigilantes, que con sus armas, abren fuego sobre los fugados desde el baluarte, hacia el foso. Al tenerse noticia en el penal, de que dos confinados han huido, se dispara el cañón de alarma y un destacamento de veinte hombres, sale en su persecución. A la mañana siguiente Leónidas y Amancio, en el puerto, tratan de coger ambos barcos, como polizones.

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-Bien compañero –Dice Amancio- Por fin somos libres de cadenas y encierros ¿A dónde vas tú, amigo? -No lo sé –Le responde-. Lo que sí es seguro, es que en mucho tiempo no volveré a Oberón y mucho menos a Miranda –se queda mirando a uno de los barcos y añade-: A donde amarre este ¿Y tú? -Lo mismo digo compañero. En algún sitio, habrá alguien que necesite una falsificación y allí estaré yo, para proporcionársela. Se dan un abrazo y esperan a la oscuridad de la noche, para subir a bordo. En el penal se consigna la fuga en el libro de registro como ejecutados en el foso, al intentar huir y todo continúa después, con la misma rutina carcelaria de siempre.

*** En la quinta, una vez a la semana el cartero del lugar, trae la correspondencia y el diario de Miranda, La Gaceta. Pedro y Laura están sentados en el porche. Son las ocho de la mañana. Ella le acerca una hoja del periódico y le dice: -¿Te acuerdas de David Jamaná? Ese joven vecino de los soportales, que tocaba el piano y que durante un tiempo, me dio clases de música a mí. Él asiente con la cabeza y responde: -Creo que se marchó al extranjero ver si triunfaba. Le acompañó su criada; Aquella muchacha pizpireta, que siempre se ponía en la ventana a cotillear. -Pues mira, en esa página pone –señala la hoja-, que en el Teatro Magallanes, ha estrenado con éxito la ópera “Debra” –Después de una breve pausa, añade-: Me alegro mucho. Por fin uno de sus sueños, se ha cumplido. Se lo merece. El sol empieza a invadir la tierra. Un hombre sale al camino, llevando del morral a un asno y a su carro, con los atavíos de labranza.

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En la cocina, se oye a los hijos de Eufemiano y Rogelia, discutir con Antonia por un desayuno. El Capitán Veracruz, como de costumbre, se ha levantado pronto, se ha puesto las botas de monta, un gabán corto y una fusta, y ha salido a caballo, hasta las lindes del pueblo. Laura y Pedro, observan el horizonte en silencio; A lo lejos aparece rojizo, luego azul muy claro y cerca, la luz. Ha empezado otro día más. Tal vez, otra época más, para los habitantes de Oberón.

FIN.

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©Edita: Carlos Luis Pavía Molina ©Autor: Carlos Luis Pavía Molina ISBN: 978-84-931707-5-5 Depósito Legal: M-33846 - 2012

Imprime: KUDEJER, S. A. Orión, 16 28042 Madrid