La simbología de los elementos en la iconografía bizantina
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Disertación: El simbolismo de los elementos constitutivos de la iconografía bizantina.
Por: María Florencia Capellini y Edith Fiamingo (2007)
En principio es importante hacer una distinción entre arte profano, arte
religioso y arte sacro. El arte profano y religioso tienen en común que lo
representado viene de la inspiración del artista. El arte es su medio de comunicación,
ya sea éste de inspiración religiosa o profana. Muy por el contrario, el arte sagrado
expresa un contenido que es dado al iconógrafo a partir de la fe de la Iglesia y la
celebración litúrgica. El iconógrafo es un ministro que debe representar un arquetipo
que lo trasciende y que se encuentra vivo en la comunidad cristiana. La imagen
sagrada hace culto, es elemento esencial de la acción cultural. El ícono es una
imagen de culto.
El ícono es una expresión artística que expresa la novedad cristiana en la
historia: el misterio de la encarnación. Es simbólico: hace pensar, asociar,
reflexionar. Es arte representativo porque hace conocer. El ícono cristiano está
estrechamente ligado a esta palabra en cuanto que el único y verdadero ícono es el
Verbo hecho carne, Jesucristo. El lenguaje del ícono no es conceptual, no es sonoro,
habla a quien lo mira con corazón tranquilo y por mucho tiempo. Dios habla con un
lenguaje de pobres. La imagen sirve para llegar a todos, letrados o iletrados.
Hagamos un poco de historia. Los bizantinos designaban con la palabra icono
a toda representación de Cristo, la Virgen, un santo o un acontecimiento de la
Historia Sagrada, representación que podía ser pintada o esculpida, portátil o
monumental. Pero la Iglesia Ortodoxa moderna aplica con preferencia este término a
las pinturas de caballete y es el sentido que se le da hoy.
La Iglesia Ortodoxa no ha hecho sino acomodarse a la tradición que venía
denominando iconos, en sentido estricto, a las imágenes sacras pintadas sobre tabla
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de acuerdo con una técnica determinada –al temple- y un estilo que tenía que
ajustarse a la tradición. Esta opinión se basaba en el gran número de iconos
procedentes de la época de los Paleólogos cuando, realmente, las tablas pintadas eran
las más abundantes. Pero no siempre había sido así, especialmente durante los siglos
X y XII, la época en la que el oro, la plata, el marfil o el esmalte gozaron de la
aceptación general. Ningún ejemplo iguala, en este sentido, a la célebre imagen de
San Miguel –siglo X-, que hoy se conserva en San Marcos de Venecia. Es un
magnífico exponente d la habilidad bizantina para combinar técnicas y materiales a la
búsqueda de un efecto de conjunto: la cabeza y las manos del arcángel son de oro; su
dalmática aúna el esmalte y el oro tapizado de filigranas; sobre las mangas y alas se
desplie4gan esmaltes aplicados sobre las superficies de las curvas, alternando sus
colores con las plumas doradas, hasta lograr un maravilloso efecto sinfónico.
Para entender el éxito de los iconos hay que comprender que anuncian y hacen
presente a través de los colores lo que el evangelio afirma con la palabra, estando
presente en todos los acontecimientos importantes de la vida de los creyentes –desde
el bautismos éstos reciben un icono del santo cuyo nombre han adoptado-. Por eso
ocupan un lugar preciso en la liturgia y en la devoción privada de los fieles como
medio eficaz de conocer a los integrantes de la Iglesia celeste y unirse a ellos
imitándolos.
El icono tuvo su origen en tres géneros de paganos distintos: las imágenes
pintadas de los dioses, los cuadros de los emperadores romanos que se presentaban a
la reverencia pública y los retratos de particulares expuestos en sus casas; estos
últimos encargados en algunos lugares funerarios –retratos de El Fayum-. La
cristianización de estos géneros llevo a la formalización el icono y en el siglo VI
pasaron de evocar a una figura a convertirse en objetos de culto, como lo eran las
reliquias a las que parecían asociados. Y ya entonces se produjeron obras
deslumbrantes como el Cristo en actitud e bendecir procedente del monasterio de
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Santa Catalina del Sinaí: su intensa y triste mirada fija en el espectador provoca una
emoción difícil de describir.
Tras el triunfo de la ortodoxia los iconos fueron multiplicándose; se fijaría la
iconografía de manera paralela a la pintura monumental, se impondría la pintura al
temple sobre tabla y maduraría la idea de un iconostasio amplio.
Los iconos se pintan sobre soportes de madera, que previamente se prepara
con estuco (mezcla de cola de conejo y sulfato de cal) y se pule con una lija fina.
Luego se dibuja la imagen con un punzón y se procede a dorar la superficie con
delgadas láminas de oro. El paso siguiente es pintar la figura con sucesivas capas,
partiendo de los colores más oscuros hasta llegar a los más claros. Las pinturas que
se utilizan son al temple, son pigmentos naturales mezclados con yema de huevo y
agua desmineralizada. Existe una guía a seguir para pintarlos: Primero se delinea el
contorno y se separa en cuerpo del fondo dorado. En segundo lugar se pintan los
miembros, los ropajes y las joyas. En último lugar se realiza el semblante.
Comenzaremos por señalar que para la íconografía los colores son portadores
de un lenguaje místico y trascendente. Según el filosofo ruso de principios del siglo
XVIII, Eugenio Troubotzkoï, “los colores son utilizados por el artista con el objeto
de separar el cielo, de nuestra existencia terrenal, ahí está la clave que permite
comprender la belleza inefable de la simbología del ícono". Los iconógrafos, o
escritores de los íconos puesto que estos se escriben y no se pintan, no pueden utilizar
libremente los colores, ni darles tonalidades diversas, como tampoco puede
obscurecerlos con sombras, pues debe concretarse al color que está previamente
determinado. El Concilio II de Nicea estableció que "Solamente el aspecto técnico
de la obra depende del pintor, todo su plan, su disposición depende de los santos
Padres". es por eso que se establecieron manuales para la elaboración de ellos. En
primer lugar, al hablar sobre los colores en los íconos es necesario hacerlo sobre su
luz, pues en ellos la luz no proviene de un lugar específico como sucede en la pintura
occidental, sino que las figuras en ellos están inmersas en la luz. Pues bien, el
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iconógrafo solamente podrá utilizar los siguientes colores, a saber: dorado, blanco,
negro, rojo, púrpura, azul, verde y marrón.
El color dorado representa la luz de Dios ya que el hombre, desde sus orígenes
ha admirado la dorada luz del sol, presumiendo que provenía de la Divinidad, pues en
la naturaleza no es posible encontrar este color. En los íconos todos los fondos están
cubiertos de este color, el que se logra aplicando hojas de oro, el que es bruñido hasta
lograr su máximo brillo. Por lo tanto cualquier figura representada en ellos está llena
de la luz Divina. El manto y túnica del Pantocrátor, de la Teothokos o Madre de
Dios, algunos arcángeles y santos están decorados con elaborados dibujos con este
color pues la proximidad con Dios así lo requiere.
Si bien el blanco no es propiamente un color, sino la suma de todos ellos, es la
luz misma y representa "Vida Nueva". En el ícono de la Resurrección, la túnica de
Cristo es de ese color. Los primeros cristianos al bautizarse, portaban vestiduras
blancas como símbolo de su nacimiento a la nueva vida trascendente. Por
contrapartida el negro es la ausencia total de luz, la carencia total de color y
representa la nada, el caos, la muerte, pues sin luz la vida deja de existir. En los
íconos aparece en la gruta de la Natividad, el Niño que se encuentra fuera de ella
pues anteriormente a su venida, espiritualmente solo existía la muerte. De este color
son los condenados y los demonios en el ícono del "Juicio Final" pues para ellos la
Vida Eterna se ha extinguido.
El rojo simboliza la sangre del sacrificio, así como también al amor, pues el
amor es la causa principal del sacrificio. Este color ha sido ampliamente utilizado
por los iconógrafos en los mantos y túnicas de Cristo y los mártires. Al contrario
del blanco que simboliza lo intangible, el rojo es un color netamente humano que
representa la plenitud de la vida terrenal. En el ícono del Pretorio, Jesús viste una
túnica roja lo que hace saber que es el "Hijo del Hombre" y que está preparado para
el sacrificio.
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El color púrpura era extraído de un crustáceo del mar Rojo y se lo utilizaba
para teñir las más finas sedas. A partir del "Código Justiniano" su uso quedó
reservado exclusivamente para el emperador, sus familiares más cercanos, los
"augustos" y para algunos otros reyes. Por lo tanto en los íconos este color se hace
representativo del poder imperial. Es utilizado únicamente el los mantos y túnicas
del Pantocrátor, y de la Virgen o Teothokos. Representando que Cristo y por
extensión su Madre, detentan el poder divino. Como Cristo es también el Sumo
Sacerdote de la Iglesia, simboliza el Sacerdocio.
El color azul está relacionado con la divinidad. Los egipcios lo ligaron con la
"verdad", por lo tanto con sus dioses. En los muros de sus tumbas y templos se
pueden observar pinturas de sacerdotes cuyas vestiduras son de ese color. La
mascara funeraria de Tutankhamon está decorada con franjas de lapislázuli, para que
así fuese identificado en el más allá como un dios. Es natural que en Bizancio fuese
establecido como el color propio de Dios y de las personas a las cuales les transmite
su santidad. Michel Quenot, en su invaluable obra "El Ícono" dice: " El azul ofrece
una transparencia que se verifica en el vació del agua, del aire o del cristal. La
mirada penetra ahí hasta el infinito y llega a Dios"
El verde es el color de la naturaleza, el color de la vida sobre la tierra, del
renacimiento a la llegada de la primavera. La iconografía le otorga un significado de
renovación espiritual. En los íconos vemos multitud de ejemplos en donde es
utilizado: las túnicas y mantos de los profetas, la túnica de San Juan Bautista o El
Precursor, pues fueron ellos quienes anunciaron la venida de Cristo.
El Marrón es el color de la tierra y por lo tanto la íconografía pinta de color
marrón los rostro de las imágenes que aparecen en los íconos, para recordar aquello
de "polvo eres y en polvo te convertirás" Significa también "humildad", pues esta
palabra proviene del vocablo latino "humus" que significa "tierra". Es por ese
motivo que los hábitos de los monjes son de ese color.
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La pintura de tradición bizantina difiere radicalmente del concepto occidental
que se basa en la belleza física. Los elementos constitutivos de ella son de origen
simbólico. En los íconos, la figura humana revela una carencia total de realismo,
pretendiendo hacer patente el mensaje espiritual de esas pinturas, puesto que la
belleza interior tiene primacía sobre la estética, pues el ícono pretende solamente
cumplir con su misión evangélica.
Ahora nos referiremos a la simbología relacionada con las partes constitutivas
del cuerpo. El cuerpo humano representa el alma. Las imágenes son arquetipos, o
sea figuras alejadas de la realidad visual. El cuerpo tiene un tamaño que no busca ser
el real: debe abarcar el tamaño de nueve cabezas, teniendo el torso el tamaño de tres
cabezas. El rostro también se divide en tres partes del largo de la nariz. Esta medida
es arbitraria y responde a la evocación de la Santísima Trinidad a través del número
tres.
En los íconos, la cabeza no mantiene ninguna proporción con el resto del
cuerpo, pues en ella radica la inteligencia y la sabiduría, así como también es la
receptora de las luces de Dios. La cabeza femenina siempre es presentada cubierta
por el manto o por algún otro tocado, ocultando por completo el pelo. En los íconos
del Niño Jesús y de algunos santos, como San Nicolás, San Basilio sus cabezas son
representadas de un gran tamaño y con la frente abombada, significando que detentan
una inteligencia superior y que ésta es asistida por el Espíritu Santo. Las cabezas de
Cristo, la Virgen (Teothokos), Ángeles y santos se encuentran siempre rodeadas de
un "nimbo", generalmente dorado, que representa la "Luz de Dios".
El rostro de las imágenes es el centro espiritual del ícono. Estos rostros son
presentados generalmente viendo hacia el frente, pues "la frontalidad significa
presencia" y de esa manera tienen un contacto directo con quien las observa. Se
encuentran siempre en actitud de oración, ya que su pensamiento está puesto en el
Altísimo, sin embargo, parecen estar interrogando permanentemente a quien se
aproxima a ellas. Algunas veces los rostros se encuentran en una posición de "tres
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cuartos", es decir se dirige hacia el motivo principal del ícono, sin embargo, su vista
va hacia el frente. Algunos rostros son presentados de perfil, su explicación
icnográfica sería que los personajes así presentados aún no han alcanzado la santidad,
un ejemplo se tiene en el ícono de la "Natividad", en el que el rostro de los pastores
adopta esa posición. La íconografía rechaza tajantemente pintar la parte posterior del
rostro, es decir, la nuca.
Los ojos de las figuras que aparecen en los íconos son extremadamente
grandes y se encuentran enmarcados por cejas muy arqueadas. Comparándolos con
el tamaño de la cabeza están fuera de toda proporción, rompiendo las medidas
antropométricas, así como también con las medidas académicas establecidas por el
arte occidental.
La nariz se representa muy aguda y alargada, casi como un filamento que une
los ojos con la boca. Es pintada de esa manera para impedir el paso a las fragancias
del mundo material y poder captar solamente el olor de lo sagrado, sirviendo de
conducto al hálito del espíritu que debe inundar todo el ser del personaje representado
en el ícono.
Los iconógrafos anulan a la boca como órgano sensorial, pintándola
extremadamente fina, casi como una línea con dos pequeños triángulos que simulan
ser labios. Permanecerá invariablemente cerrada, porque la verdadera oración se
hace en silencio.
En las figuras de los íconos las orejas son representadas de dos maneras:
extraordinariamente grandes, particularmente en las imágenes de algunos santos, para
indicar que estos personajes están atentos a escuchar el llamado divino, o en la
mayoría de los casos son casi invisibles, pues solamente el lóbulo no está cubierto por
el manto o por la masa del pelo. De esa manera que la imagen permanece ajena a los
ruidos del mundo y solamente atiende a las voces de su interior.
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El mentón se representa fuerte y enérgico, aún en las figuras femeninas. En las
masculinas se adivina detrás de una gran barba. Se quiere expresar la fuerza de
espíritu.
El cuello representa la unión de la cabeza con el resto del cuerpo. La
íconografía lo representa muy alargado pues es el medio por el cual el cuerpo recibe
el aliento vivificador del Espíritu.
En los íconos, todos los cuerpos son representados altos y delgados,
desprovistos de todo volumen, el que les es proporcionado por los amplios ropajes
que ocultan cualquier apariencia sexual. La delgadez del cuerpo indica la
superioridad del espíritu sobre la carne, a la vez que acentúan su renuncia a las cosas
materiales y a todos los asuntos terrenales.
Los brazos, generalmente aparecen cubiertos por el manto, la túnica o las
vestiduras litúrgicas hasta más abajo de las muñecas. Solamente en el ícono de la
"Natividad de la Virgen", aparecen dos figuras femeninas con los brazos descubiertos
y sin ningún tocado, indicando que estas mujeres están al servicio del la figura
principal del ícono. De la bocamanga surgen las manos, dependiendo de la posición
de estas o de sus dedos será su significado. Los dedos siempre serán sumamente
largos y delgados, que simulan ser los cables conductores de la energía espiritual. En
ellos también radica el poder, pues con el dedo índice señalamos, indicamos,
ordenamos. Cuando las manos aparecen mostrando sus palmas simboliza una
súplica, una oración. Las manos del "Pantocrátor" son las más expresivas. Tres
dedos juntos simbolizan la Trinidad y los dos restantes expresan que Él es la Segunda
persona de esa Trinidad.
La composición de las imágenes fue cambiando. En un primer momento se
pintaba una sola figura en el centro de la obra. Con el correr de los siglos, las figuras
se multiplicaron y se conformaron escenas narrativas, como por ejemplo el bautismo
de Cristo, la Crucifixión, los himnos litúrgicos, los salmos etc. En cuanto a los
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rostros, estos también sufrieron variaciones. Inicialmente, eran inexpresivos, no
denotaban ningún estado de ánimo; pero luego, comenzaron a demostrar dolor,
compasión, gestos familiares y miradas más humanizadas.
El Paisaje también es un elemento simbólico. El espacio es ficticio por ello
tiene una profundidad inexistente. El fondo dorado sirve de límite puesto que
después del oro no hay nada. La tridimensionalidad no se pone de manifiesto a través
de la profundidad sino que se utiliza una perspectiva invertida haciendo que la
imagen avance hacia el espectador.
En las pinturas de tradición bizantina el campo y las montañas se ven reducidos
a simples decoraciones localizadas en un plano secundario, no están sujetas a ninguna
proporción con las imágenes centrales. Las montañas, casi siempre desprovistas de
vegetación, semejan una acumulación desordenada de rocas que desafían a la
gravedad. Los árboles y arbustos son pequeños y de escaso follaje. Las casas y
edificios no mantienen ninguna escala con el resto de la pintura y sus puertas y
ventanas están localizadas sin ningún concierto. Los interiores, generalmente, están
señalados como si fueran cortinajes decorados con diversos dibujos. Todo lo anterior
simboliza que las cosas terrenales no tienen ningún orden ni concierto y que, por lo
tanto, son perecederas.
En todos los íconos los nombres de los personajes que en ellos aparecen, se
encuentran escritos en caracteres griegos sobre el fondo dorado y a los costados de
las imágenes. Lo que bien puede ser una reiteración de la costumbre romana que los
primeros cristianos adoptaron. De acuerdo a la iconografía, el nombre activa la
presencia del personaje y le confiere un significado sagrado.
El espacio eclesiástico adquiere un valor simbólico. Está jerarquizado en tres
zonas. En primer lugar, desde el suelo hasta el arranque de los arcos, representa lo
terrestre y utiliza zócalos moldurados y paneles de mármol. En segundo lugar, los
capiteles, las cornisas y las enjutas constituyen el lugar de tránsito, o sea el paso del
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ámbito terrenal al celestial. Finalmente, las cúpulas, las bóvedas y el cuenco absidal
constituyen lo celeste y representan a la divinidad.
El arte tiene una función sustitutiva; busca acercar al hombre a lo ausente para
que tenga una ilusión ante la representación. La imagen es el elemento fundamental
para la expresión y consolidación de la fe a través de la instrucción eclesiástica. Por
ello las imágenes tienen valor simbólico.
Comencemos por las imágenes de Cristo: Según la pose en que se presente la
imagen, la misma recibirá un nombre que representa su función. Por ejemplo, Cristo
Pantocrátor aparece de medio cuerpo en la cúpula absidal llevando una aureola que
significa la gloria eterna y está acompañado de la milicia angélica y de los profetas.
Se pueden observar también los rollos alusivos a la Encarnación y los cuatro
Evangelistas en la cúpula central. Otras imágenes de Cristo son: Cristo Vencedor,
Cristo en busto, Cristo en trono y Cristo de piedad.
Continuemos con las imágenes de la Virgen María: La Virgen María también
recibe distintos nombres según la pose adoptada. La Virgen Panagía (o Virgen
Conductora) aparece sentada o de pie en posición frontal con la mano derecha sobre
el pecho y con la izquierda sosteniendo al niño. La Virgen Orante aparece de pie con
ambos brazos alzados en oración. La Virgen del Seno Grande aparece con el niño y
lleva aureola. La Virgen Nikopeia ( o de las Victorias) aparece en trono con el niño
sentado sobre su regazo. La Virgen y el Niño es similar pero en una pose más
romántica. La Virgen Eleusa (o de la Ternura) aparece con el niño en brazos con sus
rostros unidos.
Las fiestas de la cristiandad decoran la nave central. Son las siete imágenes de
la Creación, las diez imágenes del Decálogo, las imágenes de los doce Apóstoles, la
Ascensión y Pentecostés.
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Las escenas de Santos se ubican en las naves laterales. Los santos van
acompañados de los instrumentos de su martirio. El Santo de la Iglesia no se ubica
junto con los otros sino que está en una tarima a la entrada del templo.
Las representaciones escatológicas se ubican en el muro de entrada opuesto al
Pantocrátor, así como también el Juicio Final. Este último tiene su ubicación para
que los fieles lo vean a la salida del templo y recuerden su destino final.
Hay también temas simbólicos variados, tales como el Cristo como cordero en
la Santa Cena (el “amnos”), la “hetimasia” o segunda venida de Cristo (parusía) en la
cual el trono se encuentra vacío con el evangelio, la paloma y los instrumentos de la
pasión. La Santa Faz o “mandylon” y la “deisis” en la cual el Cristo juez está
flanqueado por la Virgen y San Juan, quien reza por el perdón de los pecados.
Los íconos han experimentado una evolución narrativa. Se incorporan nuevos
temas a los arriba mencionados, tales como la ilustración de los salmos, los himnos
litúrgicos, la infancia de Cristo, la Pasión y la Resurrección, acompañados de
episodios secundarios que están más cerca de la realidad. El hemiciclo absidal
también abarca a Santos y Obispos, quienes pierden su hieratismo frontal.
En conclusión, el ícono es una expresión del arte sacro cuya simbología
procura acercar a los fieles al aprendizaje y la comprensión de la fe ortodoxa. Nada
es librado al azar. Todos sus elementos constitutivos reflejan el mandato divino y nos
llevan a un contacto íntimo y sereno con la palabra de Dios y la fe.
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Bibliografía
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año académico 1986-87.
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Sendler, E., L'Icône, image de l'invisible: élements de théologie, esthétique et
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Ier et le IIe Concile de Nicée (325-787), éd. Universitaires, Fribourg, Suisse,
1976.
Se deja constancia que la disertación “El simbolismo de los elementos
constitutivos de la iconografía bizantina” que abarca del folio 1 al 12 es de autoría de
María Florencia Capellini y Edith Fiamingo. Fue presentada en la Biblioteca
Nacional (Agüero 2502), el domingo 16 de septiembre de 2007 a las 17 horas,
auspiciada por la Asociación Helenística Nostos.
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