La perdida del ser querido2011

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Llucià Pou Sabaté La pérdida del ser querido

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Cuando perdemos alguien a quien queremos viene un duelo, y es necesario consolar; aquí me gustaría ofrecer una ayuda...

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Llucià Pou Sabaté La pérdida del ser querido

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Me presento. Me llamo Luciano, o Llucià, que es como me han llamado desde pequeño en mi casa, mis amigos, en mi tierra de Gerona. Ahora ando por Granada, ciudad de singular belleza.

Hay dos palabras importantes: vida y muerte, amor y sacrificio,

alegría y dolor… y vemos que éste es como una moneda con dos caras, una mala que es agonía y otra éxtasis, camino para la gloria, como la cruz,

Aunque aquí tratemos solo de la pérdida, pongo el índice de

los siguientes libros que formarán el camino de las lágrimas: 1: el duelo por el ser amado muerto; 2: la enfermedad 3: la angustia y el dolor interno, soledad... 4: el mal de amor (amor imposible, no correspondido, etc.); 5: el dolor por los inocentes (¿cómo Dios permite esto?); 6: el dolor de Dios (el Padre del hijo pródigo, que sufre), el dolor de Cristo en la Cruz; el pecado; 7: la salida del dolor: dar consuelo a los demás; los 7 dolores de la Virgen, el consuelo de la Madre.

Otros libros míos: -Mi querida Misa -Esperanza y salvación -Orar (meditación para jóvenes, siguiendo la liturgia) -Cristo Maestro, modelo del educador -Carta a un cónyuge con dudas

Las fotos son de la red, y si alguna tiene algún derecho de

autor me gustaría saberlo para sustituirla por otra o hacer lo que sea oportuno. También me gustaría que me hagáis sugerencias al e-mail que pongo a continuación.

Pedidos: [email protected] c/ Nª Sra. de la Salud 2, 1º U

18014 – Granada – tel 617027236 www.impresiondigitalgami.com

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ÍNDICE:

Presentación……………………………………………………4

1. El camino de las lágrimas………………………………….…7

2. El Tren de la Vida…………………………………….……….8

3. El cristiano ante la muerte…………………..…….……….20

4. La muerte digna……………………...………....….……....22

5. La vida humana es sagrada………………………...……....29

6. Azul. La Belleza de lo simple. .......................................... …35

7. A veces el duelo viene ya antes de la muerte .................... 40

8. El arte de rehacerse de los golpes. ..................................... 42

9. Confiar, dejarse llevar… ..................................................... 45

10. Dolor y crecimiento personal... ........................................ 64

11. Titanic o la frialdad del destino ......................................... 74

12. Pretensión de inmortalidad. .............................................. 75

13. La locura y rabia, primera reacción ...................................76

14. Lo sagrado y el hecho religioso ........................................ 84

15. Liturgia para los difuntos… ............................................. 86

16. Dios no nos quita nada, lo da todo ................................... 88

17. "Tierras de penumbra" ..................................................... 94

18. El dolor puede ser la mejor medicina .............................. 99

19. Canto a la vida no nacida................................................. 101

20. Tristeza y dolor, compañeros saludables ....................... 123

21. Recomendaciones para recorrer el camino .................... 128

22. Entrevista a la Dra. Elizabeth Kubler Ross ...................... 133

23. Etapas del camino. .......................................................... 177 24. Duelo: etapas y tipos. ...................................................... 192

25. Ayudar a otros a recorrer el camino ............................... 203

26. Hablar del ser querido que ha muerto ........................... 206

27. Como abordar el tema con los pequeños ....................... 207

28. Es muy bonito poder despedirse ...................................... 211

29. Espíritu positivo ............................................................... 216

30. Hacia una conclusión… resumiendo. ............................. 218

31. Aceptar la muerte ............................................................ 222

32. El sufrimiento, la cruz de Cristo y alegría ....................... 229

33. El amor, más fuerte que la muerte………………………235

34. El consuelo ....................................................................... 223

35. Una carta que sólo tú podrás leer……………………….235

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Presentación: Llevo años con ganas de escribir

sobre el dolor, para recoger algunas reflexiones, lecturas y sobre todo experiencias del diálogo que tengo día a día con la gente que sufre, y aunque no sea una cosa completa aquí va...

“¿Por qué no escribes algo para la gente que sufre la

pérdida de un ser querido?”, me dijo un amigo un día… y por ahí empezamos. El dolor no es bueno, tampoco es el mal, es síntoma de un mal. De ahí salen muchas cosas, unas también son positivas… sólo se engendra con dolor... No sé si es el dolor más fuerte, porque alguna enfermedad, como la depresión y otras formas de sufrimiento, también son fuertes. Agradeceré mejorar estas páginas con vuestras aportaciones.

Son muchas las preguntas que nos llegan día a día

sobre el porqué sufrir, y me gustaría ofrecer algo a mano ágil, y de pocas páginas para acompañarte, para que tú puedas acompañar a esas personas… pero siempre es la compasión lo más importante que podemos ofrecer en esos momentos: com-pasión es acompañar en las emociones, y -como no- acompañarles al consuelo de Dios.

El consuelo puede

llegar por muchos caminos… "En una ocasión, dice el Dr. V. Frankl, un viejo doctor en medicina general me consultó

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sobre la fuerte depresión que padecía. No podía sobreponerse a la pérdida de su esposa, que había muerto hacía dos años y a quién él había amado por encima de todas las cosas. ¿De qué forma podía ayudarle? ¿Qué decirle? Pues bien, me abstuve de decirle nada y en vez de ello le espeté la siguiente pregunta: -¿Qué hubiera sucedido, doctor, si usted hubiera muerto primero y su esposa le hubiera sobrevivido?” -“¡Oh!”, dijo, ¡para ella hubiera sido terrible, habría sufrido muchísimo!” A lo que repliqué: “Lo ve, doctor, usted le ha ahorrado a ella todo ese sufrimiento; pero ahora tiene que pagar por ello sobreviviendo y llorando su muerte”. No dijo nada, pero me tomó de la mano y, quedamente, abandonó mi despacho.

Al dolor del duelo seguirán otros, como la

enfermedad, dolor interno, mal de amor, dolor por los inocentes, y el consuelo de Dios y los demás.

El sufrimiento deja de ser en cierto modo

sufrimiento en el momento en que encuentra un sentido, como puede serlo el sacrificio". Chesterton consolaba a una viuda con estas palabras: “Lo que ahora vemos es su ausencia, pero su muerte no es su ausencia, sino su presencia en algún otro lugar”.

Entrar en el misterio del dolor y el sufrimiento nos

merece respeto. Dedico estas páginas a estas personas, comenzando por mi madre de quien he aprendido a vivir la muerte de mi padre, tantos parientes, amigos… a cada uno, cada una, que pasa por esos momentos de la muerte de un ser querido, y os pido que me ayudéis a mejorarlas para que sirvan a otros, pues aquí no hago más que verter

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esas experiencias vividas juntos, con alguna cita que me parece que ilustra esas vivencias, algunas reflexiones con las que hemos rezados juntos...

Llucià Pou Sabaté, 1-2 de noviembre 2009, Fiesta de todos los santos y Memoria de todos los difuntos.

“Aunque no lo quieras pasarán los años y siempre surgirá quien te haga daño. Se irán los hijos del nido materno en pos de sus metas y superación. Quedarás tranquila, en paz, sosegada, es ley de la vida, es una lección. Aunque no lo quieras quedarás muy sola cuando se mueran tus seres queridos, sentirás la ausencia, el vacío profundo, y la soledad te tendrá afligida- Aunque no lo quieras, sumarás el tiempo. La carne marchita, el surco de arrugas, probará en silencio que ya estamos viejos. Aunque no lo quieras quedarás cesante porque te ha llegado la jubilación y habrá mas espacios para tus labores, para caminatas y la diversión. Solamente Dios estará contigo en las horas buenas y en la aflicción y será tu escudo, tu norte y tu guía mientras permanezca en tu

corazón” (Trina). 1. El camino de las lágrimas.

Cuando dentro sentimos esa pérdida que nos llena de vacío. En tiempo de

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prodigios (Marta Rivera de la Cruz, 2007) es una novela donde la protagonista, Cecilia es la única persona que visita a Silvio, el abuelo de su amiga del alma, un hombre que guarda celosamente el misterio de una vida de leyenda que nunca ha querido compartir con nadie. Cecilia, sumida en una profunda crisis personal tras perder a su madre y romper con su pareja, encontrará en Silvio un amigo y un aliado para reconstruir su vida. Ahí se dice: “Si bien es cierto que vivimos tiempos crueles, también es cierto que estamos en tiempo de prodigios” (Sergio Pitol, El arte de la fuga) pues de todo se puede aprovechar en la vida, ya que ha pasado, pues hay que vivirlo, aceptarlo, no amargarnos más de la cuenta, pues “las peores aflicciones son las que nos causamos a nosotros mismos” (Sófocles, Edipo Rey). Ahí aparecen junto a los recuerdos buenos los reproches. ¿Por qué me cerraba en estas situaciones? Uno deja de depender de los padres, del cordón umbilical… “Quizá porque intuía que hay cosas que queremos que nadie comprenda, cosas que pertenecen al territorio sagrado de esas decisiones que ni siquiera nosotros mismos sabemos por qué tomamos. Mi madre jamás preguntaba por qué. Aceptaba. Justificaba. Llegado el caso, y si era posible, disculpaba incluso. Pero lo que no hacía era juzgar… ahora que nuestra madre se había marchado, iba a faltarle un guía, un maestro en el arte intrincado de la bondad, de la generosidad, de la entrega.

Cuando nuestra madre murió, envidió intensamente

la condición maternal de mi hermana. Ahora que no podía llamar madre a nadie, alguien la llamaba madre a ella”. Y es verdad, uno olvida las penas cuando siente las de las demás, cuando siente el amor de los demás, “un clavo se quita con otro clavo”… el hueco que deja una pérdida

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nunca se llena, y se puede mitificar, pero también puede irse llenando de matices, a veces también grises, traumáticos, y así mientras nuestra protagonista ve que “en los bancos había padres leyendo el periódico, parejas besándose, jubilados matando el tiempo de su eterno domingo”, piensa: “creo que uno de los más raros momentos de la infancia es aquel en el que descubres que tus padres te mienten. Hay algo que se quiebra, una especie de decepción sorda, de mudo reproche hacia aquellos en los que habías depositado tu confianza absoluta en la seguridad de que nunca iban a engañarte”. Todo forma parte de una madeja, que a veces se mitifica y se construye de nuevo, pero otras se mantiene con sus traumas y momentos felices.

2. El Tren de la Vida. Corre por Internet un relato:

cuando nacemos y subimos al tren, encontramos dos personas queridas que nos harán conocer el viaje hasta el fin: nuestros padres. Lamentablemente, ellos en alguna estación se bajarán para no volver a subir más. Quedaremos huérfanos de su cariño, protección y afecto. Pero, a pesar de esto, nuestro viaje debe continuar; conoceremos otras interesantes personas, durante la larga travesía, subirán nuestros hermanos, amigos y amores. Muchos de ellos solo realizarán un corto paseo, otros estarán siempre a nuestro lado compartiendo alegrías y tristezas.

En el tren también viajarán personas que andarán de

vagón en vagón para ayudar a quien lo necesite. Muchos se bajarán y dejarán recuerdos imborrables. Otros en cambio viajarán ocupando asientos, sin que nadie perciba que están allí sentados. Es curioso ver cómo algunos pasajeros

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a los que queremos, prefieren sentarse alejados de nosotros, en otros vagones. Eso nos obliga a realizar el viaje separado de ellos. Pero eso no nos impedirá, con alguna dificultad, acercarnos a ellos. Lo difícil es aceptar que a pesar de estar cerca..... No podremos sentarnos juntos, pues muchas veces otras son las personas que los acompañan.

Este viaje es así, lleno de atropellos, sueños,

fantasmas, esperas, llegadas y partidas. Sabemos que este tren sólo realiza un viaje, el de ida. Tratemos, entonces de viajar lo mejor posible, intentando tener una buena relación con todos los pasajeros,

procurando lo mejor de cada uno de ellos, recordando siempre que, en algún momento del viaje alguien puede perder sus fuerzas y deberemos entender eso. A nosotros también nos ocurrirá lo mismo: seguramente alguien nos entenderá y ayudara. El gran misterio de este viaje es que no sabemos en cual estación nos tocará descender.

Pienso en cuando tenga que bajarme del tren,

¿Sentiré añoranzas? Mi respuesta es: “Sí”; dejar a mis hijos viajando solos será muy triste. Separarme de los amores de mi vida, será doloroso. Pero tengo la esperanza de que en algún momento nos volvamos a encontrar en la estación principal y tendré la emoción de verlos llegar con muchas

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más experiencias de las que tenían al iniciar el viaje. Seré feliz al pensar que en algo pude colaborar para que ellos hayan crecido como buenas personas. Ahora, en este momento, el tren disminuye la velocidad para que suban y bajen personas. Mi emoción aumenta a medida que el tren va parando... ¿Quién subirá?, ¿Quién será? Me gustaría que tú pensaras que desembarcar del tren no es solo una representación de la muerte o el término de una historia que dos personas construyeron y que por motivos íntimos dejaron desmoronar.

Estoy feliz de ver como ciertas personas, como

nosotros, tienen la capacidad de reconstruir para volver a empezar, eso es señal de lucha y garra, y saber vivir es poder dar y obtener lo mejor de todos los pasajeros.

Agradezco a Dios

que estemos realizando este viaje juntos y a pesar de que nuestros asientos no estén juntos, con seguridad el vagón es el mismo.

“Pérdida”… ¿Qué

es “pérdida”? Algo tan amplio que va desde la

ruptura de un matrimonio, el fin de una relación de pareja, el alejamiento forzado de las personas que amamos, la pérdida de un empleo, los cambios físicos repentinos

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debidos a una enfermedad o accidente, la pérdida de bienes (para algunos también, aunque para muchos quedan lejos de las relaciones personales), la desilusión por ciertos objetivos e ideales al ver que las personas nos han fallado y que aquello no era lo que esperábamos… Cuando nos acontece todo eso debemos pasar por un proceso de duelo. Es un camino sinuoso y complejo que supone una experiencia intensa a nivel psíquico, emocional, mental y espiritual. Aquí nos centraremos en el duelo ante la muerte, y más adelante otros tipos de pérdida, pero está claro que algunas ideas sirven para toda pérdida… Es importante aprender a tomar conciencia de nuestros sentimientos y emociones y también a expresarlos con precisión y de forma no agresiva. Todos, sin excepción, hemos tenido y/o tendremos conflictos, pérdidas, enfermedades y muerte. Todos, en algún momento, acompañamos en este camino difícil a otra persona que las padece. Existe la posibilidad de construir relaciones creativas y de calidad en situaciones vitales muy duras (Cómo crecer a través del duelo, Rosette Poletti, Barbara Dobbs, 2008).

El desafío de la pérdida: la palabra tiene su origen

en el prefijo “per”, que quiere decir al extremo, superlativamente, por completo, y a continuación se compone de “der”, que es un antecesor de nuestro verbo dar. Y dice J. Bucay: “partiendo de esto pensé que la etimología me obligaba a pensar en la pérdida como la sensación que tiene quien siente que ha dado todo a alguien o a algo que ya no está. ¿La palabra pérdida tiene que ver con haber dado lo máximo? Y entonces pensé: "No, no puede ser. ¿Dónde está el error? Porque cuando uno da, en general, no siente la pérdida, en todo caso lo perdido es

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lo que alguien, la vida o las circunstancias te sacan". Y me acordaba de Nasrudím... Él anda por el pueblo diciendo: - He perdido la mula, he perdido la mula, estoy desesperado, ya no puedo vivir.

-No puedo vivir si no encuentro mi mula. -Aquel que

encuentre mi mula va a recibir como recompensa mi mula. Y la gente a su paso le grita: -Estás loco, totalmente loco, ¿perdiste la mula y ofreces como recompensa la propia mula? Y él contesta: -Sí, porque a mí me molesta no tenerla, pero mucho más me molesta haberla perdido. Porque el dolor de la pérdida no tiene tanto que ver con el no tener, como con la situación concreta del mal manejo de mi impotencia, con lo que el afuera se ha quedado, con esa carencia de algo que yo, por el momento al menos, no hubiera querido que se llevara. Quizás, pienso ahora, ahí está la base etimológica de la palabra. La pérdida nos habla de conceder mucho más de lo que estoy dispuesto a dar. Quizás en el fondo yo nunca quiero desprenderme totalmente de nada, y la vivencia de lo perdido es tema del "ya no más". Un "ya no más" impuesto, que no depende de mi decisión ni de mi capacidad. Así que este dolor del duelo es entonces la renuncia forzada a algo que hubiera preferido seguir teniendo. ¿Pero cómo podría evitarlo?”

Muchas veces, esta pérdida afecta a algo vital, lo

que más queremos, y llegamos a pensar que la vida no tiene sentido, pero la realidad es más rica, como decimos en misa: “la vida no se acaba, se transforma”, y comienza una Vida. A veces, tomamos un aspecto de la realidad, “sentimos” una parte, absolutizamos eso que sentimos, y aunque sea “normal” que eso pase, no que “me pase a mí”, y nos parece que eso es lo real y que durará siempre,

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pero no es así -sigue Bucay-: “las emociones redundan en que yo me prepare para la acción. Y esta acción de alguna manera me va a conectar con el estímulo.

Aunque conexión también puede querer decir salir

corriendo, porque conectarse quiere decir estar en sintonía con lo que está pasando. Dicho de otra manera, hay una relación entre lo que hago, lo que siento, lo que percibí y el estímulo original.

Esta respuesta (mi respuesta) me conecta durante

un tiempo con la situación y la modifica (aunque más no sea, en mi manera de percibir el estímulo). La conexión, en el mejor de los casos, llegado un momento se agota, se termina, pierde vigencia y entonces vuelvo a estar en reposo. Este ciclo, que se llama ciclo de la experiencia, se reproduce en cada una de las situaciones, minuto tras minuto, instante tras instante, día tras día de nuestras vidas. También cuando este estímulo es la muerte de alguien. Lo que me pasa a mí en este caso recorre exactamente el mismo circuito: percibo la situación del afuera, me conecto con una determinada emoción, movilizo una energía, que se va a tener que transformar en acción para que establezca contacto con esa situación concreta, hasta que esa situación se agote y vuelva al reposo”. Esta elaboración se da, no sólo frente a la muerte de alguien, sino en muchas otras pérdidas, nuestra conexión no se agota con lo real, hay un apego y un desapego, tanto en las pérdidas grandes como en las pequeñas: “Cada pérdida, por pequeña que sea, implica la necesidad de hacer una elaboración; no sólo las grandes pérdidas generan duelos sino que toda pérdida lo implica. Por supuesto que las grandes pérdidas generan

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comúnmente duelos más difíciles, pero las pequeñas también implican dolor y trabajo. Un trabajo que hay que hacer, que no sucede solo. Una tarea que casi nunca transcurre espontáneamente, conmigo como espectador.

Si bien hay cierta parte que ocurre naturalmente, la

elaboración implica como mínimo cierta concientización, un darme cuenta y un hacer lo que debo. Un camino no por elegido y necesario forzosamente placentero…, un camino doloroso”.

Nos parece que muchas cosas son para siempre y

vamos viendo que se acaban, aunque sólo sea porque las personas nos morimos, el “para siempre” sólo sirve de cara a las eternidades, y si tengo esto claro miraré con otros ojos muchas cosas que tomo para toda la vida, y podré aferrarme tranquilo a ellas, porque estarán a mi lado hasta mi último minuto. Pero también es posible que aunque yo he decidido que estén conmigo para siempre, sea abandonado por esa persona, pierda esa cosa, cambie esa situación… Y si tengo un sentido de trascendencia de mi vida, y me “curto” a base de las crisis de cada día, estaré preparado para la siguiente pérdida.

Crisis en latín significa decisión (del griego “krino”:

yo decido, juzgo) y significa una mutación que se produce en una enfermedad, o en cualquier proceso físico o histórico, o momento delicado o conflictivo en un asunto importante, para mejoría o empeoramiento. Comparte etimología con cribar (qué tomo y qué dejo de lo que tenía), con criterio (saber escoger lo bueno de entre muchas cosas, tomar el camino justo), con crítico (momento importante, problema, dificultad, trance),

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crisálida (fase de reposo en el que el animal ni se alimenta ni se mueve y sufre una metamorfosis completa para desarrollarse por ejemplo en mariposa, algo maravilloso). No es que la crisis sea buena, pero no nos podemos adaptar a esos cambios de la vida y no podemos crecer en ellos sin el efecto bofetada. En relación a duelo, nada parece ahogar el dolor insoportable, a veces, al inicio sobre todo, pero luego tiene sus etapas, de crisis en relación a sufrimiento.

Crisis = cambio, no es estable, pero la

transformación depende de ti, puedes hacer que el cambio puede ser a tu favor. Tomar la iniciativa, hacer algo, no solo a nivel de intenciones y menos de quejarse solamente, pues va bien para desahogarse, pero en la justa medida, si no nos configuramos negativamente, nos “pasamos de rosca” y lo vemos todo negativo y arrastramos a los demás a nuestra negatividad, y nos rehúyen. Crear un ambiente solidario es siempre la solución, a base de tener en cuenta los demás, porque si los demás están mejor yo también, lo que mueve todo es el amor, y mi principal misión será siempre que los demás estén bien, así estaré yo mejor. La crisis será buena si la sabemos gestionar. Así lo decía Álex Rovira en La buena crisis. Lo importante no es la realización de los deseos sino lo que los deseos hacen para que nos realicemos. Trabaja con discapacitados, y ha visto que podemos mucho cuando se nos exige: hay muchas potencialidades dentro de nosotros que al ponernos a prueba salen, tenemos dentro un poder inmenso, que se desarrolla cuando vemos que los demás dependen de nosotros... Hemos de poner la inteligencia al servicio del amor, esa es la fuerza del corazón, que mueve el mundo…

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(en youtube se puede ver a ese autor explicando en la tele estas ideas).

Pienso que las emociones nos colapsan como en

Romeo y Julieta, o El jardinero fiel, y esas ideas románticas absolutizan un momento presente pero no tienen en cuenta a los demás: si yo me muriera por una tristeza sería como dejarme llevar por un aspecto de la vida, pero es mejor tomar distancia de ese sentimiento dominante, ver más allá de él, ver la realidad entera: a la familia y a los amigos, a Dios por encima de todo, que me pide no abandonar. Sería mejor luchar más, para llevar todo adelante, no retener a quien se ha ido, no querer “atraparlo” ni irme con él, no apegarme, no encerrarme en el duelo, abrirme a la vida que continúa y saber que él/ella estarán contentos si yo me dedico a los que están vivos, como me dediqué a él/ella cuando estaba conmigo.

¿Cómo prepararnos a esta libertad?: Disfrutando de

la vida. A veces estamos con miedo, enfrascados en una espiral de búsqueda de seguridades, que no nos deja paz… ¿Cuándo puedo yo disfrutar de algo si estoy vigilando que nada ni nadie me lo arrebaten? Recuerdo que hace tiempo me encontré unos gemelos de camisa, que debían ser de oro, y en un traslado de vivienda pensé que los había perdido, y sentía mucho la pérdida, pero al encontrarlos ya no me decían nada: de hecho, casi no me los he vuelto a poner… Reconozco que es una postura tonta eso de tener cosas que no usamos… también, hace tiempo, me regalaron una colonia buena y después de un par de años de casi no usarla la regalé a mi madre que le saca más provecho. Así, nos aferramos a las cosas inútiles, retenemos también el dolor con fuerza para que nadie

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pueda quitárnoslo. Dice Bucay que lo que sigue a aferrarse siempre es el dolor. “El dolor de la mano cerrada, el dolor de una mano apretada que obtiene un único placer posible, el placer del que no ha perdido, el único placer que tiene la vanidad, el de haber vencido a quien me lo quería sacar, el placer de "ganar", pero, ningún placer que provenga de mi relación con el objeto en sí mismo. Esto pasa en la estúpida necesidad de mantener algunos bienes inútiles. Esto pasa con cualquier idea retenida como baluarte. Esto pasa con la posesividad en cualquier relación, aún en aquellos vínculos más amorosos (padres e hijos, parejas). Lo que hace que mis vínculos, sobre todo los más amorosos, sean espacios disfrutables, es poder abrir la mano, es aprender a no vincularnos desde el lugar odioso de atrapar, controlar o retener sino de la situación del verdadero encuentro con el otro”, que hemos de aprender en el camino del encuentro, que sólo puede ser disfrutado en libertad.

Mucha gente cree que no aferrar significa no estar

comprometido, como la moda, que algunos han introducido de las filosofías orientales. Siempre nos apegamos a quienes queremos, ponemos el corazón, me aferro a quienes son importantes para mí, y los existencialistas decían que entonces mi aferrarme es símbolo de mi interés y por lo tanto es egoísmo... pero si no hay algo de apegamiento no hay compromiso, la frialdad es desamor. Hoy volvía de Misa y estaban unos jóvenes de mañana, después del botellón de primavera, y me dice uno: “-Padre, ¿le gusta la música?” Le contesté que sí. Siguió él: “-Es la alegría del corazón, da la emoción a la vida, sentimiento a las cosas…” Iba a seguir, pero me volví y le dije: “¿Sabes cuál es lo que mueve la música de la vida, el corazón de las personas?...: el amor… Eso es lo que nos

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da vida, música a todo lo que hacemos” La chica del lado sonrió con él, y los demás, iban con la resaca pero compartieron eso conmigo y me dijo el chico: “eso, el amor…” y al ver lo distinto de nuestra situación: ellos vestidos de bohemios hippies y yo de sacerdote, añadió: “cada uno en sus cosas”… Ya no seguimos concretando…

¿Dónde está el equilibrio? Como siempre, es

cuestión de amor. Y hay que procurar no caer en simplicismos de pasarse por frío o meloso con argumentos de que es necesario porque... “Esto es lo mismo que deducir que como los muertos no toman Coca-Cola, si tomas Coca-Cola te volverás inmortal”. Hay quien piensa que es necesario enfadarse para poder hablar, sin darse cuenta que muchas veces es una impresión subjetiva, que generalmente hace que la gente se aleje. Es lo mismo que justificar el absurdo argumento de las guerras que se hacen para garantizar la paz. En las dos puntas están los que hacen sufrir inútilmente a los demás, volcando en ellos sus continuos sufrimientos: y los que por no hacer sufrir a los demás se beben el dolor y no corrigen nunca. El compromiso está en un equilibrio entre la posesión enfermiza que nunca tiene bastante y el desapego del que no quiere implicarse con nada ni con nadie. No poner el corazón es una posibilidad, la del egoísta, un seguro contra el sufrimiento, pero se paga una prima: no amar. Sigue Bucay: “No enredarse afectivamente con nada ni con nadie… Posiblemente no consigas no sufrir pero sufrirás mucho menos; lo que seguramente perderás en el trato es la posibilidad de disfrutar. Porque no hay forma de disfrutar si estoy escapando obsesivamente del sufrimiento. Y la manera de no padecer "de más" no es no amar sino que es no quedarse pegado a lo que no está. La

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manera es disfrutar de esto y hacer lo posible para que sea maravilloso, mientras dure. Quiero decir, vivo comprometidamente cada momento de mi vida, pero no vivo mañana pensando en este día de ayer que fue tan maravilloso. Porque mañana debo comprometerme con lo que mañana esté pasando para poder hacer de aquello también una maravilla. Mi idea del compromiso es la del anclaje a lo que está pasando a cada momento y no a lo que vendrá después. Y creo que quedarse pegado a las cosas es vivir cultivando el pasado, cultivando lo que ya no es. Es ocuparme de los tomates que ya no están, descuidando la lechuga que necesita de mí ahora.

¿Qué pasa si uno se anima a descubrir su relación

con el otro cada día, qué pasa si uno renueva su compromiso con el otro cada noche? ¿Será esto una actitud "light", poco comprometida?

Yo digo que no. La herramienta para no sufrir no

debería ser el no compromiso sino el desapego. Si mañana esto que tanto placer te da se termina, sé capaz de dejarlo ir: pero, mientras está, todo debe ser compromiso”.

Pienso que la libertad implica un compromiso de

amor que puede ser para siempre, y una manera de vivir el compromiso actual como bueno es no tocarlo, no manosearlo. Las cosas que se quieren mantener, cuidarlas con esmero: familia, amistad. Pero sin miedo, respetando la libertad, como hizo Jesús con sus apóstoles, en aquel momento de crisis: “¿también vosotros queréis iros?”, y ellos reafirmaron su lealtad: “¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna”. Esos compromisos abarcan la afectividad, hay un apegamiento, que es bueno, mientras

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no sea enfermizo, como veremos también al hablar del mal de amor al referirnos al amor y la dependencia en el cuarto paso del camino de las lágrimas. Se decían dos amigos que se habían cambiado de lugar de residencia:

“-Siento tanto tu ausencia, que te hayas ido… sufro mucho”.

-“Me da pena, casi prefiero que no me hubieras conocido, para que no sufrieras…”

-“¡Nunca…! ¡Prefiero sufrir!” 3. El cristiano ante la muerte. La pérdida más grave,

la definitiva, es la muerte: he dedicado a este tema otro escrito, que al principio llamé Vida más allá de la muerte, pero después lo integré dentro de un libro más amplio con el título Esperanza y salvación, porque no vivimos pensando en el cielo sino que ya estamos aquí viviendo en esperanza esa Vida que luego gozaremos, la salvación comienza con ese amor que compartimos en el Señor. Pero, de todas formas, nos impacta cuando llega esa realidad, el trance definitivo, la debilidad e impotencia que sentimos cuando alguien ha muerto, ante el despojo de un difunto, un cadáver a quien quisiéramos dar vida y no podemos, el realismo de ese momento sin trampa nos deja consternados.

Los parientes, amigos, familiares y la comunidad

cristiana: un clima muy complejo. El cuerpo del muerto genera preguntas, cuestiones insoportables. Nos enfrenta ante el sentido de la vida y de todo, causa un dolor agudo ante la separación y el aniquilamiento. Mirar un cadáver es algo terrible. A mí me gusta rezar ante el difunto, pero entiendo a mis amigos cuando dicen que al morir no quieren ser vistos. A mí tampoco me gustan esas colas de

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gente que va a ver a alguien cuando ha muerto, cuando podían haberlo visitado antes, mientras estaba enfermo, y dicen cosas muy “sentidas”, y sueltan lágrimas de cocodrilo… Corre por Internet un hermoso poema, que se titula Ahora que estoy vivo:

“Prefiero que compartas conmigo unos minutos,

ahora que estoy vivo y no una noche entera, cuando yo muera.

Prefiero que estreches suavemente mi mano ahora que estoy vivo, y no que apoyes tu cuerpo sobre mi cadáver, cuando yo muera.

Prefiero que me hagas una breve llamada ahora que estoy vivo y no que emprendas un inesperado viaje, cuando yo muera.

Prefiero que me regales una sola flor, ahora que estoy vivo, y no que envíes un hermoso ramo, cuando yo muera.

Prefiero que eleves por mí una corta oración, ahora que estoy vivo (además de) una eucaristía cantada y concelebrada, cuando yo muera.

Prefiero que me digas unas palabras de aliento ahora que estoy vivo, y no un desgarrador poema, cuando yo muera.

Prefiero que me escribas unas cortas palabras, ahora que estoy vivo, y no un poético epitafio sobre mi tumba, cuando yo muera.

Prefiero disfrutar de los más mínimos detalles tuyos, ahora que estoy vivo, y no de grandes manifestaciones de pesar, cuando yo muera.

¡La vida nos da la hermosa posibilidad de demostrar nuestros afectos a los seres amados, no la desaprovechemos!”

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Ese ser querido, del que tantos recuerdos tienes,

que cuando te enfadabas con él pensabas que a pesar de todo si se muriera lo sentirías, que entrelazó su vida con la nuestra, ahora hay que enterrarlo. Y después del funeral, en Granada se llevaba al cortejo fúnebre por el paseo más bonito de la ciudad, a los pies de la Alhambra, al lado del río, camino al cementerio, por eso se llama así: el Paseo de los tristes, también lo dijo Becquer: “¡Qué solos y tristes se quedan los muertos!"

4. La muerte digna. Hoy se puede prolongar la vida

gracias a los progresos de la ciencia y la tecnología. El trasplante de órganos, incluido el corazón, es una maravilla. Pero también se puede provocar una larga dolorosa agonía sin sentido: lo hemos visto en muchos casos, y se ha ido formando una ética al respecto. El derecho a una "muerte digna" es un tema importante, como veremos en el libro 2 del camino de las lágrimas, al tratar de la enfermedad terminal. Cuando el cuerpo ya ha cumplido su ciclo normal de vida, no hay obligación de recurrir "a métodos extraordinarios" para prolongar la vida, según lo define la Iglesia. El enfermo tiene derecho de pedir que lo dejen morir en paz, como recordamos que dijo Juan Pablo II: “dejadme ir a la Casa del Padre”.

Instrucciones previas (o testamento vital).

Recuerdo un buen hombre, que me mandó un modelo de esos, privado, muy sentimental, que dejaba cualquier decisión en manos de un hijo en caso de enfermedad. Le hice ver que estaba poniendo al hijo en tentación de quitarle la vida en caso de necesidad, pues él era millonario... convino conmigo en que era mejor el de la

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Conferencia Episcopal, de directivas anticipadas, accesible por Internet, respetuoso con los valores morales y la dignidad del enfermo.

“No volverás nunca más / pero perduras / en las

cosas y en mí, / de tal manera / que me cuesta / imaginar-te absente / para siempre” (Miquel Martí Pol). Ante la muerte de un ser querido, nos vienen a la mente muchas cosas... así me lo decía una persona amiga: “son reflexiones que nos vienen a la cabeza desde que ha muerto ella. Pido y a Dios que nos ayude a encontrar respuestas ciertas. Abracémonos y démonos vida, para poderla dar”. Ante la muerte de una amiga que había muerto debido a un testamento vital –la familia accedió a que no la alimentaran, cuando sin salir del coma cogió una infección-, escribía:

-“¿De qué nos sirve el don de profecía, si ese ‘amor’ no da la vida...?, si no hay amor, no hay vida” Y yo pensaba que sí, que somos ignorantes, pues sabemos de muchas cosas pero no sabemos responder qué es ese amor que da vida...

“¿Nosotros podemos decidir si vale más nuestra vida que la suya? ¿Tiene más valor la nuestra?” Estos días he visto “El circo de las mariposas”, un corto estupendo, donde el cine se hace humanidad, lo he colgado en mi blog, http://alhambra1492.blogspot.com .

“¿Es el sufrimiento que la limita, o bien la muerte decidida libremente?” Sobre esto no tengo ni idea: pero, en los párrafos siguientes intentaré explicar algo de lo que se dice, porque vemos dentro de nosotros que hay algo divino, que nos dice que no somos dueños de la vida, y que conecta con la pregunta siguiente:

“¿El amor que se le daba, quien lo recibirá?… Su vida”. Es el gran misterio: el enfermo es fuente de amor, en

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esos planes misteriosos de amor. Curiosamente, es la primera vez que veo escrito eso de esta manera, y tengo ganas de desarrollarlo.

“La alegría de vivir, quizá, no la tenía, pero el don de la vida, sí. ¿Quizá la tenemos nosotros, esa alegría…? Antes de nacer, esta vida que defendemos, tampoco la tiene, aún” (esa alegría). Es decir, no podemos “medir” la vida con bienes que parecen esenciales, como aún el mismo gozo, la calidad de vida, porque ¿quién se atreve a definir lo esencial de la vida, fuera de la misma vida?

“Pedimos vida, esta vida para toda la humanidad, y cuando nos toca ponernos a favor de la vida, ¿qué hacemos? ¿No nos desentendemos, a veces? ¿Quién nos lo da el derecho sobre la vida? Dios, es quien nos lo da”. Sobre esto, no tengo nada que añadir, está todo dicho… Así es. La película reciente “Amazing Grace” sobre el diputado inglés que consiguió la abolición de la esclavitud, luchando contra todos los intereses y la pasividad de la cultura de la época, es un ejemplo a imitar ante la batalla actual de la dignidad de la vida humana, tanto en el nacimiento como ante la muerte. No podemos quedar pasivos, como muchos, en tiempos de Hitler, o de la esclavitud, ante tantos que mueren. ¿Qué queremos que digan de nosotros, nuestros sucesores? Estos días, un obispo irlandés, reconocía ante la opinión pública: me porté mal escondiendo los abusos de algunos sacerdotes… me daba cuenta, pero no supe ir contra la costumbre de no castigar suficientemente aquello…

“La alegría y la paz, ¿de qué nos ha de venir? –De Dios, que renueva los corazones arrepentidos, que renueva la vida: la misericordia de Dios”. Así es.

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Y tomo de un comentario del blog: “Al leer esta entrada se me viene a la cabeza algo que ha pasado en dos ocasiones ya en mi familia, la primera vez, mi abuelo, de 90 años casi agonizante, se sabía que mas de dos días no iba a durar, alguien sugirió adelantar el momento desconectándolo del respirador porque ‘ya no estaba entre nosotros’, mi madre se opuso tajantemente con estas palabras: ‘ni hablar, su vida, es suya hasta el último momento, aunque no me oiga mientras esté ahí yo le veo y puedo seguir diciéndole que le quiero’.

Años más tarde pasó algo parecido con una tía mía,

ante la situación irreversible alguien dijo que mejor era que la muerte llegará cuanto antes, mi tía no sufría sino que ya no conocía a nadie y realmente iba a morir en breve tiempo. Mi madre otra vez alzo su voz, esta vez vino a decir: ‘Puro egoísmo, queréis que sea rápido para aliviaros vosotros vuestro trabajo con ella y vuestro propio sufrimiento, su vida es suya y a mí no me importa darle parte de la mía cuidándola el tiempo que le quede.’

En los dos casos las palabras de mi madre hicieron

que el resto callara y tanto mi abuelo como mi tía se fueron cuando Dios quiso”. Pienso que ahí se ilustran muy bien el punto clave que intento tocar: 1) la dignidad de la vida está en la misma vida sagrada, en sí misma, no en ninguna circunstancia de esta vida (conciencia, salud, utilidad, etc.); 2) el enfermo nos está dando humanidad a nosotros, es fuente de amor...

En la atención de los enfermos terminales hay

conflictos de interpretación. Una cosa es prescindir de aquellos métodos extraordinarios y otra es la de provocar

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la muerte positivamente: crimen, que es llamado eutanasia. Tampoco podemos llamar "muerte digna" al suicidio. Ni estamos obligados a posponer dolorosamente el momento de la muerte, ni podemos provocarla.

La eutanasia es ahora un debate parlamentario en

los países de occidente, como una función teatral de los que se llaman progresistas. De una parte, se plantea la solución de casos de enfermedad muy dolorosa o de muerte segura. Y en el fondo está la emoción que hemos tenido todos con motivo de la muerte del tetrapléjico Ramón Sampedro. Fue llevado por las Asociaciones de ayuda a morir a que deseara la muerte, porque su equilibrio mental era deficiente en esas circunstancias en las que hay tendencias depresivas. Se va diciendo que la mayoría de la gente según las encuestas apoya la eutanasia, en ciertos casos, y estos argumentos que se van llevando al cine. La película Mar adentro es un ejemplo de una sensibilidad exquisita y una mentira al servicio de una ideología, quizá por el resentimiento que el director tiene contra la religión. Al ver las noticias vamos participando de estos sufrimientos, y acabamos por decir: “efectivamente, hay que hacer algo”.

De otra parte tenemos la novela “Ámsterdam” que

nos muestra en toda su crudeza adonde lleva una ley hecha para “ayudar” al débil pero que deja la puerta abierta a que se use la eutanasia como medio legal de eliminar a quien le tienes manía. En este caso, dos amigos egoístas, que a causa de una confusión, de un malentendido sobre una mujer que los dos se disputan, se desean la muerte uno al otro, en un momento determinado. Consiguen el certificado médico para matarse sobre la base de que el

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otro está depresivo y su vida no reúne condiciones para ser vivida. El entuerto no se puede resolver por la muerte de los protagonistas, como en los mejores dramas del Shakespeare. Tenemos casos reales como uno que pasó en Lieja: confundirse de paciente en la aplicación de la eutanasia. O el doctor Shipman, que mató a 15 pacientes ingleses con diamorfina: se fue sospechando de él al quedarse con las herencias de los pacientes. Es lógico que los médicos teman la eutanasia para no ser considerados potenciales verdugos y puedan caer sospechas sobre su honorabilidad profesional; pero en una profesión con tal índice de paro, los hay para todos los gustos y efectivamente algunos no temen la amenaza bíblica: “exigiré satisfacción por la vida del hombre... quien derrame la sangre verá la suya derramada”.

La dignidad humana descansa sobre todo en la fe en

Dios, que nos dice que es sagrada. A partid de aquí, le vamos poniendo cosas: que la persona esté consciente, inteligente, que sea guapa, etc. El gran Ingmar Bergman ha creado films preciosos en su planteamiento sobre la esencia de la persona y su sentido de la vida, pero al no poder dar respuesta queda frustrada esta búsqueda y deja una puerta abierta a la eutanasia en sus últimas declaraciones televisivas. Al final, murió de muerte natural… Hoy día, una vez perdida la confianza en la “diosa razón” y destrozada la voluntad por Nietzsche, nos queda la herencia sentimental freudiana. Como decía Bergman en una de sus películas, somos muchas veces educados para el éxito y las cosas de trabajo pero “emocionalmente analfabetos”, ya que dependemos de unas modas y una de ellas es que la eutanasia es progresista. Libertad, gritamos, pero ¿dónde está la responsabilidad?; una vez atropellada

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la dignidad de la persona, caemos en el mundo de la tiranía (como en la película “Matrix”), y esto es algo muy pero muy peligroso: aquí no se juzgan las intenciones de una persona que opta por morir, sino que se está hablando de una legislación sobre la vida, que es algo de lo más serio, y no frívolamente.

Una persona puede concebir su muerte como la

única opción para poner fin a su sufrimiento, y de ver que requiere la ayuda de un tercero, dicen a favor de la eutanasia. Pero si bien algunos no encuentran solución a la situación incurable, intolerable, insoportable, a la sensación de inútil, la solución siempre pasa por los cuidados paliativos: alguien que le haga sentir la alegría de vivir, cambiar la sensación de inútil por sentir que importa a otros. Una sociedad para la que –fuera de términos de producción o de sujetos de consumo- no somos nadie, está dispuesta a eliminar los incapacitados tanto por incompetencia laboral o enfermedad, los “parásitos”, pero matar a alguien es una cosa muy seria y un camino sin retorno, que hay que pensarse dos veces.

Una cosa es no castigar (tolerar) una asistencia al

suicidio, como el caso de Sampedro, y otra legislar sobre su aprobación, dando así carta blanca a los que quieran ofrecernos una “condena a muerte”. Toda nuestra sociedad se fundamenta en el derecho a la vida, y si se vulnera este principio –como ya se hace con el aborto- la lógica de la vida deja paso a una incertidumbre, a una sociedad salvaje y tenebrosa. Sin que esté presente en las intenciones de los legisladores, nos puede conducir luego a diversos tipos de selección de las personas, una legislación que favorece formas de nazismo.

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La experiencia es que, en algunos sitios donde hay

aprobación de la eutanasia, se ha pasado del suicidio asistido a la eutanasia de enfermos terminales, para seguir después con los enfermos crónicos, con los que pasan por enfermedades físicas, con los que tienen problemas psicológicos, como el caso de aquella persona que pidió morir en un estado de depresión y, efectivamente, la ayudaron a morir con atención médica, en lugar de ayudarle a sobrellevar el peso de la desgracia familiar que le estaba afectando. Así, se va yendo de la eutanasia voluntaria a la involuntaria, la que llaman "terminación del paciente sin petición explícita.

¿Dónde está la frontera, que cuando se cruza se va

contra el hombre? ¿Cuándo es el hombre un lobo para el hombre? Cuando nos saltamos la dignidad humana. Esto nos lleva a la pregunta: ¿hay una verdad sobre el hombre, sobre los derechos humanos, o todo son opiniones del momento?

5. La vida humana es sagrada, porque tiene esencias divinas, para vivir la vida eterna. En paleontología sabemos que nos encontramos con restos humanos cuando tenemos entre los testimonios arqueológicos tumbas, actos culturales o artísticos, generalmente también de tipo religioso. En ellos podemos descubrir la idea que las diferentes culturas tenían del más allá. También había ritos de entrar en contacto con los difuntos (inhumación en la casa, trepanación de cráneos, comer ritualmente el cerebro, espiritismo, y más tarde las historias de apariciones, fantasmas, ánimas en pena, y ese

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mundo supersticioso que aún dura de trasponer los dinteles de la muerte y saber algo del más allá.

Una luz en las tinieblas. Jesús nos dice: "Yo soy la Luz del Mundo. Quien me sigue no andará en tinieblas"; nos descubre el sentido de la vida, y nos habla de la vida más allá de la muerte. A la muerte de Lázaro, le dice a Marta: "Yo soy la Resurrección. El que cree en Mí, aunque muera vivirá. El que vive por la fe en Mí, no morirá para siempre" (Jn 11,25); y también nos habla de la Vida eterna: "yo soy el Pan vivo bajado del Cielo; el que coma de este Pan, vivirá para siempre… El que come mi carne y bebe mi sangre, vive de la vida eterna y yo lo resucitaré en el último día" (Jn 6,51.54).

Así, el cristiano sabe que la muerte no solamente no

es el fin, sino que por el contrario es el principio de la verdadera vida, la vida eterna.

En cierta manera, desde que por los Sacramentos

gozamos de la Vida Divina en esta tierra, estamos viviendo ya la vida eterna. Nuestro cuerpo tendrá que rendir su tributo a la madre tierra, de la cual salimos, por causa del pecado, pero la Vida Divina de la que ya gozamos, es por definición eterna como eterno es Dios.

Llevamos en nuestro cuerpo la sentencia de muerte

debida al pecado, pero nuestra alma ya está en la eternidad y al final, hasta este cuerpo de pecado resucitará para la eternidad. San Pablo (Rom 8,11) lo expresa magníficamente: "Mas vosotros no sois de la carne, sino del Espíritu, pues el Espíritu de Dios habita en vosotros. El que no tuviera el Espíritu de Cristo, no sería de Cristo. En

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cambio, si Cristo está en vosotros, aunque el cuerpo vaya a la muerte a consecuencia del pecado, el espíritu vive por estar en gracia de Dios. Y si el Espíritu de aquel que resucitó a Cristo de entre los muertos está en vosotros, el que resucitó a Jesús de entre los muertos dará también vida a sus cuerpos mortales; lo hará por medio de su Espíritu, que ya habita en vosotros".

El cristiano, iluminado por la fe, ve pues la muerte

con ojos muy distintos de los del mundo. Si sabemos lo que nos espera una vez transpuesto el umbral de la muerte, puede ésta llegar a hacerse deseable.

El mismo San Pablo, enamorado del Señor, se queja

"del cuerpo de pecado" pidiendo ser liberado ya de él. "Para mí la vida es Cristo y la muerte ganancia" (Fil 1,21) "Cuando se manifieste el que es nuestra vida, Cristo, vosotros también estaréis en gloria y vendréis a la luz con El" (Col 3,4).

En esperanza de cielo… Sin la esperanza, todo

consuelo es difícil1. Por desgracia somos tan carnales, tan terrenales, que nos aferramos a esta vida. Después de todo, es lo único que conocemos, lo único que hemos experimentado.

Queremos vivir la vida, que es la que tenemos… Al

menos, cuando las cosas van bien, estamos enfrascados en la vida, y nos lleva y el tiempo pasa volando… Nos parece –como diremos luego- que estamos hechos para este mundo tan bonito, y que el cielo, el más allá, puede

1 Debo estos párrafos a las notas que tomé de un texto del que no recuerdo el autor.

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esperar; sin embargo, sin perder la atención a las cosas de la vida y sus goces -también hay penas- San Pablo nos enseña que fue arrebatado en éxtasis para tener un atisbo de los que nos espera más allá, y no puede describirlo con palabras humanas: "Ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni vino a la mente del hombre lo que Dios tiene preparado para los que le aman" (1 Cor 2,9), son cosas que el hombre no sabría expresar.

Ante lo efímero de los goces o sufrimientos de esta

vida, el mismo Apóstol nos recomienda en la carta a los Colosenses: 3,1-4, "Buscad las cosas de arriba, donde se encuentra Cristo; pensad en las cosas de arriba, no en las de la tierra".

Envejecer es maravilloso. El instinto de conservación

y la falta de fe, nos hacen tener horror al envejecimiento irremediable, como dice la canción de Luz: “con el veneno sobre tu piel”. Da pena ver a personas entradas en años intentar inútilmente defenderse de la calvicie, de las canas, de las arrugas... Quisieran detener el tiempo, beber en la fuente de la eterna juventud. Antes, al acercarse el sacerdote al altar para celebrar Misa, proclamaba con el salmo: “entro al altar de Dios, al Dios que alegra mi juventud”, se refiere a esa juventud eterna del amor, decía San Josemaría, y San Pablo nos escribe: "Por eso, no nos desanimamos. Al contrario, mientras nuestro exterior se va destruyendo, nuestro hombre interior se va renovando día a día. La prueba ligera y que pronto pasa, nos prepara para la eternidad una riqueza de gloria tan grande que no se puede comparar. Nosotros, pues, no nos fijamos en lo que se ve, sino en lo invisible, ya que las cosas visibles duran un momento y las invisibles son para siempre" (2 Cor 4,16-18).

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Cuando en las reuniones de antiguos alumnos

vemos que van faltando miembros de nuestra promoción, que van muriendo, pensamos que se van gastando nuestros días, que un día llegará nuestra muerte, que es lo inevitable. Y en cambio hemos de cambiar el chip, verlo como una entrada a la casa del cielo, con la conciencia jubilosa de que estamos siendo llamados por Dios: la meta está ya cerca. San Ignacio de Antioquía, anciano y camino al martirio, avanza gozoso al encuentro con Dios y escribe a los romanos: "Mi amor está crucificado y ya no queda en mí el fuego de los deseos terrenos; únicamente siento en mi interior la voz de una agua viva que me habla y me dice: ' Ven al Padre. No encuentro ya deleite en el alimento material ni en los placeres de este mundo’”.

¡Qué maravilla llegar a comprender que la muerte es

el inicio de la verdadera vida y que todo esto no ha sido sino un ensayo, un camino, una invitación!

La liturgia de los difuntos. La reforma litúrgica del

Concilio Vaticano II abandona los ornamentos color negro en las Misas de Difuntos, signo de duelo, para destacar el consuelo y esperanza: "A pesar de todo, la comunidad celebra la muerte con esperanza. El creyente, contra toda evidencia, muere confiado: "En tus manos encomiendo mi espíritu" (Lc 23,26). En medio del enigma y la realidad tremenda de la muerte, se celebra la fe en el Dios que salva… En el corazón de la muerte, la iglesia proclama su esperanza en la resurrección. Mientras toda imaginación fracasa, ante la muerte, la iglesia afirma que el hombre ha sido creado por Dios para un destino feliz. La muerte corporal será vencida."

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La iglesia festeja el misterio pascual con el que el

difunto ha vivido identificado, iniciada en el Bautismo, la posesión de la bienaventuranza: "Dios, Padre Todopoderoso, apoyados en nuestra fe, que proclama la muerte y resurrección de tu Hijo, te pedimos que concedas a nuestro hermano N. que así como ha participado ya de la muerte de Cristo, llegue también a participar de la alegría de su gloriosa resurrección" (oración colecta). Y en la oración sobre las Ofrendas: "Te ofrecemos, Señor, este sacrificio de reconciliación por nuestro hermano N. para que pueda encontrar como juez misericordioso a tu hijo Jesucristo, a quien por medio de la fe reconoció siempre como su Salvador".

"La muerte, es por tanto, un momento santo: el del

amor perfecto, el de la entrega total, en el cual, con Cristo y en Cristo, podemos plenamente realizar la inocencia bautismal y volver a encontrar, más allá de los siglos, la vida del Paraíso" (Romano Guardini)

La mejor y más completa respuesta al problema de

la muerte la encontramos en los escritos de San Pablo. Recordemos la, magnífica frase: "Al fin de los tiempos, la muerte quedará destruida para siempre, absorbida en la victoria" (I Cor 15,26).

Con el realismo que caracteriza a la Iglesia Católica,

toda la liturgia de Difuntos, ofrece a Dios sufragios por los muertos, sabiendo que todos, en mayor o menor grado, hemos ofendido a Dios, pero con la plena confianza en la infinita misericordia divina, que garantiza al final el goce de la bienaventuranza. Por ello el libro del Apocalipsis nos

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enseña: "Bienaventurados los que mueren en el Señor" (Ap 21,4).

Repetimos una y otra vez al orar por los nuestros:

"Dale Señor el descanso eterno y brille para él la Luz Perpetua". Descanso de las luchas y fatigas de esta vida; luz para siempre, sin sombras de muerte, sin tinieblas de angustias, dudas o ignorancias. La luz total de contemplar la gloria de Dios en todo su esplendor, en la consumación del amor perfecto y eterno.

"La Muerte es la compañera del amor, la que abre la

puerta y nos permite llegar a Aquel que amamos" (San Agustín). "La Vida se nos ha dado para buscar a Dios, la muerte para encontrarlo, la eternidad para poseerlo" (P. Novet).

6. Azul. La Belleza de lo simple. Muy por encima de

"Blanco" y ligeramente superior a "Rojo" (aunque Irene Jacob trabaja muy bien, no tiene la prestancia de Juliette Binoche), es una película intimista llena de símbolos, que con silencios y música describe, una música, una lírica del dolor. Trata de una mujer que vivía para su marido, que sacrifica todo por él y que ese es su único interés, no la mueve ni la vanidad ni la notoriedad, era feliz con su marido y lo

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sacrificaba todo por él y su hija. Hipnotizados, se nos involucra en la tragedia de esa mujer de 33 años que pierde al marido –que conduce el coche- y a su única hija en un accidente de carretera, que pierde el sentido de la vida de modo que haberlos perdido le deja un vacío que no puede o no quiere llenar. Tras llegar a la conclusión de que las ataduras de la vida sólo pueden hacerte sufrir, decide deshacerse de todo lo que tiene, tanto de todos los recuerdos materiales como de cualquier cosa que pueda recordarle a su familia, desapareciendo de la vida pública para siempre. Se suele decir que sólo el que no tiene nada es verdaderamente libre, y ella quiere utilizar ese principio para seguir viviendo con el menor sufrimiento posible.

Juliette Binoche es buscada porque su marido era

un famoso compositor que estaba terminando una sinfonía para celebrar en la Unión europea el nuevo milenio. Ella lucha por estar lo más sola posible, no necesitar a nadie, pero llega el momento en el que todos necesitamos a alguien y a ella le llega también ese momento. Durante la

película averiguamos que el verdadero talento musical no era el del marido sino que ella era la compositora. Se nos

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habla de cómo las almas rotas se enfrentan de nuevo a la vida, bajo el signo de libertad que Kieslowski da al color azul de la bandera francesa: la que Julie va buscando cuando decide aprender a vivir de nuevo, y para ello liberarse de pasados, de recuerdos, de ataduras y de trampas. Y en ello se empeña aunque el destino la golpee una y otra vez recordándole su sufrimiento: pero ella sigue adelante. Hay algo por lo que no se atreve a suicidarse, algo misterioso la lleva a estar viva y descubrir un motivo para una vida nueva. Aquella vida por la que quería morir no era cierta. Conmueve profundamente sin obligar al llanto y, todo ello, sin apenas palabras: la luz con tono azul, el agua, la extraordinaria música y los ojos de la Binoche son los medios para ese precioso lenguaje.

La película investiga la compleja realidad de la

libertad individual, y lo que causa el cambio no es algo positivo, sino el dolor de una mentira. Julie aspira a hacer tan grande como pueda su capacidad de vivir sin

compromisos, ataduras, recuerdos, antiguas amistades, viejos objetos. Prescinde de lo que la puede condicionar y se sumerge en una vida independiente, solitaria y anónima. No trabaja, no cumple horarios y no busca nuevas amistades.

Siente con dolor su vacío emocional (acaricia las imágenes de TV del funeral con la sombra de sus dedos). Vemos la profundidad de su soledad, la firmeza de su humanidad, la sinceridad de su compasión, la autenticidad de su solidaridad, su serena templanza y su disposición de ayudar

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a los demás. Es cuando casualmente descubre la infidelidad del marido que constata que ella sigue viva, acepta la mentira por la que vivía antes, y rectifica decisiones recientes. La libertad individual es un proceso de lucha y de conquista que ha de cambiar de estrategia cuando los referentes cambian. Y se encuentra enamorada de Olivier. Con notable generosidad atiende a las necesidades de sus criados y de su madre. Al descubrir que va a nacer un hijo natural de su marido, dispone todo como para el heredero. Continúa una inacabada partitura de su marido, se trata de un "Concierto para la unificación europea" cuya parte coral recoge el texto, en versión griega, del himno de San Pablo (capítulo 13 de la 1ª carta a los Corintios), donde se afirma que el amor (la caridad) sobrevivirá al tiempo: "Si no tengo caridad, no soy nada (...) La caridad nunca acaba. Las profecías desaparecerán, las lenguas cesarán, la ciencia quedará anulada". Libertad para amar, titula Vicente Huerta otro comentario sobre el film (del anterior no tomé nota del autor). Juliette descubre que es una libertad sin sentido la que no va con amor, que es el que da sentido a cada vida personal, y la persona es un ser necesitado de sentido. Una libertad sin amor no es nada, como dice el himno de San Pablo (1 Cor 13). Es imposible vivir sin que nada importe: al final, siempre nos quedamos con algo. En el caso de la protagonista está esa lámpara azul de la que no quiere desprenderse, y la música, que no la abandona, por más que ella quiera deshacerse de las partituras. Consciente de que no puede liberarse plenamente del pasado (“libertad de”), va tomando, casi sin darse cuenta, decisiones (“libertad para”) que le permiten establecer encuentros y compromisos amorosos con el pasado y con nuevas relaciones: relación con Olivier, que siempre estuvo enamorado de ella, con la amante de su marido, que espera

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un hijo del compositor fallecido, etc. Acompañamos a Julie en su peculiar viaje interior desde ese estado oscuro y angustioso en el que se encuentra tras el accidente hasta encontrar el camino que le conduce a la plenitud y al amor. Es, sin duda, un itinerario doloroso, un calvario que Julie recorre doliente y desconcertada, al principio: confiada y segura, después. Poco a poco, va superando temores y angustias a la vez que su carácter se va fortaleciendo, asumiendo el reto de una nueva vida, que será creativa y fecunda en la medida en que asume también su pasado. Pero, sobre todo, lo que vemos es la valentía y la generosidad de una mujer que es capaz de rectificar. Vemos un ascenso desde los infiernos para aprender el verdadero significado de la libertad. Libremente –con una libertad superior y creativa perdona a la amante de su marido y se muestra espléndidamente generosa con ella. Libremente, asume la tarea de terminar el inacabado “Concierto para la unificación europea”. Libremente, aunque de un modo tan natural que parece lo más normal, como si no pudiera actuar de otra manera. Misteriosa “solidaridad” la que liga libertad y necesidad: “¡no puedo hacer otra cosa!” es a la vez el lamento del esclavo y el gozoso postulado del amante.

La autonomía, en las personas, puede entenderse

en clave de independencia o en clave de autoposesión, en un sentido negativo (“libertad de”) o en un sentido positivo: “libertad para” coger las riendas de mi vida y conducirla hacia algo que valga la pena. Sería de desear que todos sepamos trascender la primera fase de la libertad, como hace la protagonista de este film, y miremos más allá de la libertad misma: hacia lo que esa libertad apunta. La libertad interesa porque hay algo más allá de la

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libertad misma, que la supera y marca su sentido: el bien, todo aquello que, por ser bueno, merece la pena que nos comprometamos. Así, entendemos que la libertad de una persona se mide por la calidad de sus vínculos: es más libre quien dispone de sí mismo de una manera más intensa. Ya no depende de lo exterior, de lo que pasa fuera, en el mundo, en los demás, sino de lo que uno quiere. Quien no se siente tan dueño de sí mismo como para decidir darse del todo porque le da la gana, en el fondo no es muy libre: está encadenado a lo pasajero, a lo trivial, al instante presente. Libertad y compromiso no se oponen, sino que se potencian. Para Kieslowski el tema importante era aprovechar las oportunidades que la vida te presentaba, era eso algo decisivo. Pocos como él han sabido filmar la música, captar los presentimientos (basta recordar La doble vida de Verónica), recoger el dolor interior, debatirse en las dudas existenciales; y hacer conectar al espectador con esas mismas emociones y participar en esos sentimientos.

7. A veces el duelo viene ya antes de la muerte: “Creo que el ver así a su hija fue para ella mucho peor que el propio cáncer. Carmina adoraba a su madre. Intentaba ayudarla, pero, sencillamente, era incapaz” (sigue la novela).

“El dolor es una estación

de paso. Un lugar de tránsito donde a veces no queda más remedio que detenerse antes de seguir el viaje. Ojalá hubiese podido renunciar a ese apeadero, pero no fue posible. El dolor no invita. Aparece, sin más, y entonces no

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queda otra opción que hacer un alto en el camino y enfrentarse a la certeza de que nada podrá ser igual, que el resto de viaje se ha visto alterado por esa parada intempestiva, por esa parada indeseable, por esa parada que ha tocado en suerte. Qué ironía, llamar suerte al roce mezquino de la desgracia, al contacto íntimo con la aflicción. Qué estúpido resulta llamar suerte a la desventura”.

En tiempo de prodigios se sigue diciendo que el

dolor elige con los ojos cerrados a quien le corresponde interrumpir la marcha y conocer un territorio incógnito regido por reglas distintas, por normas particulares, donde nada de lo que usábamos sobre la vida nos resulta de provecho. Existen muchos lugares comunes que en principio deberían ser de ayuda para orientarnos en el dolor y, sobre todo, para salir de él. Pero, ni las frases hechas, ni los buenos consejos, ni las recomendaciones resultan demasiado útiles. Ni siquiera la colaboración de quienes ya han estado allí, al otro lado de la frontera. “Frente al dolor, y en el dolor, uno siempre se encuentra solo. La necesidad de ayudar a mi madre lo ocupó todo. Así vencí mi miedo. Y supe entonces que, a mi manera, también podría resistir el dolor sin venirme abajo.

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Fue lo primero que aprendí al morir mi madre: que la fortaleza del alma humana no conoce límites. Que estamos hechos para aguantar absolutamente cualquier cosa. Sí, ya sé que existen casos de personas que se han trastornado después de sufrir una tragedia, pero esos ejemplos son la excepción y no la regla. El instinto de supervivencia y el afán por conservar la cordura son, en muchos casos, muy superiores al propio sufrimiento. Por eso el dolor casi nunca nos mata, ni nos vuelve locos. Nos mutila por dentro, eso sí, pero ¿es que no puede uno vivir lisiado?”

8. El arte de rehacerse de los golpes. “Resilencia”

es una palabra nueva en psicología, es la capacidad de resistir ante las contrariedades y rehacerse, adaptarse a las situaciones sin romperse, para mantenerse, y luego volver a la situación estable, óptima. Las personas tienen la posibilidad de sobreponerse a las crisis, y construir positivamente sobre ellas, aprovecharlas para hacer palanca sobre lo positivo que hay en algo malo, y moverlo. La palabra, llamada también “resiliencia”, se aplicaba hasta hace poco a los cuerpos físicos como metales, para indicar la cualidad por la que se doblaban sin romperse y volvían a la situación original. Es la cualidad de las personas para resistir y rehacerse ante situaciones traumáticas o de pérdida. “La resiliencia se ha definido como la capacidad de una persona o grupo para seguir proyectándose en el futuro a pesar de acontecimientos desestabilizadores, de condiciones de vida difíciles y de traumas a veces graves” (Héctor Lamas).

Esto, como se ve, tiene interés para explicar cómo

hay que resistir y hacer frente a las adversidades de la vida, desgracias de todo tipo, sin rompernos, “pues aunque nos

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doblemos al principio, después somos capaces de asumir los traumas padecidos y desarrollar recursos internos latentes de los que ni siquiera éramos conscientes (…) el mismo hecho desolador (una pérdida traumática y repentina de un ser querido, el diagnóstico de una enfermedad grave, un terrible revés económico) a unos les afecta de tal manera que no logran reponerse en meses y en años y les sume en una profunda depresión, llevándoles al abandono de sí mismos y al deterioro físico y psíquico, mientras que otros, pasados los primeros días, todo lo superan y no quedan afectados. Es más, algunos se sienten fortalecidos tras la superación del trauma y afirman que les ha servido como lección y experiencia práctica de cara al futuro” (Bernabé Tierno). Lo que influye no son tanto los hechos objetivos, sino la interpretación que sobre ellos se hace. En el estudio llevado a cabo por Fredrickson y colaboradores a partir de los atentados de Nueva York el 11 de septiembre de 2001, se encontró que la relación entre resiliencia y ajuste tras los atentados estaba mediada por la experimentación de emociones positivas. Así, se afirma que las emociones positivas protegerían a las personas contra la depresión e impulsarían su ajuste funcional. De hecho, se ha sugerido que la experimentación recurrente de emociones positivas puede ayudar a las personas a desarrollar la resiliencia. Por otro lado, parece ser que la experimentación y expresión de emociones positivas elicitan a su vez emociones positivas en los demás, de forma que las redes de apoyo social se ven fortalecidas.

Las emociones son tendencias de respuestas, con

un gran valor adaptativo y que se presentan con manifestaciones fisiológicas, la más clara en la expresión del rostro. Son consecuencia de la experiencia subjetiva

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ante los hechos, es decir del procesamiento y evaluación de la información recibida. La tendencia a la tristeza no es algo inhumano, y por tanto no hay que obviarlo, pues así como el dolor es la respuesta a un mal físico, o el remordimiento, un síntoma de un mal moral, así también cuando el cuerpo no puede hacer frente a un dolor excesivo se desmaya, o el alma se deprime. Por eso la psicología positiva está bien, pero no cuando quiere rechazar toda tristeza, pues también tiene un sentido en la vida mientras no sea excesiva, mientras no esté “averiado” este mecanismo, y sea algo enfermizo. La huida de la realidad es una solución pasajera, que tiene diversas formas: una es no pensar en el trauma, y esto lo letarga en el tiempo, otras huidas son químicas (sexo, alcohol, drogas…). Para llegar a la solución, la forma de intervención no ha de ser la huida sino enfrentar al sufriente con su dolor, en cuanto le sea posible es decir cuando tenga los medios para poder superar aquello. Es cierto que si alguien no tiene medios para pensar, mejor que no piense y se dedique a leer novelas, a pasear o viajar, pues quien no tiene resortes para resolver un problema que no se lo plantee. De todas formas, mejor es darle recursos para poder resolverlos, cuanto antes. Si bien es cierto que los traumas considerables nos hacen más vulnerables a infecciones, enfermedades cardiovasculares, estrés y depresiones, también lo es que una actitud de capacidad de encajar estos golpes hará que como las abejas extraen miel del tomillo, las personas sensibles suelen sacar ventajas y provecho de las circunstancias más adversas. A la larga, transforman las dificultades en oportunidades. Esta capacidad de transformar la crisis en maduración personal hace que la persona adquiera libertad personal y ya no dependa de las circunstancias, sino que sean las que sean,

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también en las experiencias de su infancia, etc., la persona se erige en arquitecto de su propio destino. En el fondo, es su vocación, un ser “en construcción”, abierto a autodeterminarse. Su optimismo vital les hace crecer ante el desafío, cuando otros se achican y pierden el equilibrio interior: de los limones (amarguras de la vida) saben hacer limonada, están abiertos a la esperanza. La resiliencia no es absoluta ni se adquiere de una vez para siempre, es una capacidad que resulta de un proceso dinámico y evolutivo, que varía según las circunstancias: se sitúa en este contexto de psicología positiva; pero, si uno tiene fe, sabe que Dios nos ama y que no permitiría nada malo, si no sabe sacar de aquello algo mejor, que todo es para bien, en el sentido de que Dios reconduce todo hacia nuestro bien. Entonces, al saber que lo mejor siempre está por llegar, se puede luchar de manera mucho más profunda en este sentido positivo de la vida, y concretarlo en el aprendizaje de la resilencia.

9. Confiar, dejarse llevar… Cuenta Bucay del alpinista, desesperado por

conquistar el Aconcagua que inició su travesía después de años de preparación, pero quería la gloria para él solo: por lo tanto, subió sin compañeros. Se le hizo tarde, no se preparó para acampar, decidido a llegar a la cima y le oscureció. La noche cayó con gran pesadez en la altura de la montaña, ya no se podía ver absolutamente nada. Todo era negro, sin visibilidad, no había luna y las estrellas estaban cubiertas por las nubes. Cansado, por un acantilado, se resbaló y se desplomó por los aires... cayó rápido, pero esos momentos se hicieron largos: podía ver veloces manchas oscuras que pasaban en la misma oscuridad y la terrible sensación de ser succionado por la

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gravedad. Seguía cayendo... y en esos angustiantes momentos, le pasaron por su mente gratos y no tan gratos momentos de la vida, y sintió el tirón fuerte... Sí, como todo montañero, estaba asegurado, y las cuerdas tienen elasticidad, aguantan hasta 10 toneladas…

En esos momentos de quietud, suspendido por los aires, no le quedó más que gritar: "ayúdame, Dios mío..." De repente una voz grave y profunda de los cielos le contestó: "¿qué quieres que haga?"

-"Sálvame, Dios mío.” -"Si confías en mí, corta la cuerda que te sostiene...” Hubo un momento de silencio y quietud. El hombre

se aferró más a la cuerda y reflexionó... Cuenta el equipo de rescate que por la mañana

encontraron colgado a un alpinista congelado, medio muerto, agarrado con fuerza, con las manos a una cuerda... a dos metros del suelo...

Y concluye Bucay: “... ¿Y tú?... ¿Qué tan confiado

estás de tu cuerda?... ¿Por qué no la sueltas? Y yo digo, a veces no soltar es la muerte. A veces la vida está relacionada con soltar lo que alguna vez nos salvó. Soltar las cosas a las cuales nos aferramos intensamente creyendo que tenerlas es lo que nos va a seguir salvando de la caída. Todos tenemos una tendencia a aferrarnos de las ideas, a las personas y a las vivencias. Nos aferramos a los vínculos, a los espacios físicos, a los lugares conocidos, con la certeza de que esto es lo único que nos puede salvar. Creemos en lo "malo conocido" como aconseja el dicho popular. Y aunque intuitivamente nos damos cuenta de que aferrarnos a esto significará la muerte, seguimos anclados a lo que ya no sirve, a lo que ya no está,

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temblando por nuestras fantaseadas consecuencias de soltarlo.

Cuando hablamos del camino de las lágrimas

hablamos de aprender a enfrentarnos con las pérdidas desde un lugar diferente. Quiere decir no sólo desde el lugar inmediato del dolor que, como dijimos, siempre existe, sino también desde algo más, desde la posibilidad de valorar el recorrido a la luz de lo que sigue. Y lo que sigue, después de haber llorado cada pérdida, después de haber elaborado el duelo de cada ausencia, después de habernos animado a soltar, es el encuentro con uno mismo. Enriquecido por aquello que hoy ya no tengo pero pasó por mí y también por la experiencia vivida en el proceso. Pero es horrible admitir que cada pérdida conlleva una ganancia”. Esto es difícil entender, cuando uno está sujeto a emociones que aparecen como la única verdad, pero luego cuando más negra es la noche “amanece Dios”. Así, hay como una revelación en cada persona y en cada acontecimiento, la vida es como un camino en el que vamos encontrando las pruebas cuando estamos preparados, para continuar en la misión, es como un ir descubriendo el sentido de la vida, del por qué de las cosas. Así, los fracasos, el dolor, las penas, nos van preparando para algo a lo que antes no serviamos, como el gusano que en el crisol del dolor, se transforma en mariposa…

“Que cada dolor frente a una pérdida terminará

necesariamente con un rédito para mí. Y sin embargo no hay pérdida que no implique una ganancia, un crecimiento personal”. Para algunos sufrimos porque hay algo deseado que no tenemos, porque algo estamos perdiendo, porque creemos que para algunas cosas ya es tarde. Por ejemplo,

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decía Buda que el sufrimiento tiene una sola raíz y esa raíz es el anhelo. Y el anhelo al que Buda refiere es el deseo. Y como esto es la raíz del sufrimiento, el sufrimiento tiene solución. La solución es dejar de desear. Deja de pretender tener todo lo que quieres y el sufrimiento va a desaparecer. El sacerdote jesuita Anthony De Mello jugaba a veces en sus charlas: - ¿Quieres ser feliz? Yo puedo darte la felicidad en este preciso momento, puedo asegurarte la felicidad para siempre. ¿Quién acepta? Y varios de los presentes levantaban la mano... - Muy bien -seguía De Mello- Te cambio tu felicidad por todo lo que tienes, dame todo lo que tienes y yo te doy la felicidad. La gente lo miraba. Creían que él hablaba simbólicamente. - Y te lo garantizo –confirmaba -No es broma. Las manos empezaban a descender... y él decía: -Ah... No quieren. Ninguno quiere. Y entonces él explicaba que identificamos nuestro ser felices con nuestro confort, con el éxito, con la gloria, con el poder, con el aplauso, con el dinero, con el gozo y con el placer instantáneo. No parecemos dispuestos a renunciar a nada de lo deseado. Aunque sabemos que gran parte de nuestro sufrimiento proviene de lo que hacemos diariamente para tener estas cosas, nadie consigue hacernos creer que si renunciamos a esto dejaríamos de sufrir”.

Y sin embargo esto no está tan claro. Esta postura

no es humana, porque basa ser feliz en la ausencia de vínculos, en no tener corazón. Tiene algo de verdad, claro: “Somos como el alpinista, aferrados a la búsqueda de las cosas como si fuera la soga que nos va a salvar. No nos animamos a soltar este pensamiento porque pensamos que sin posesiones lo que sigue es el cadalso, la muerte, la desaparición. Y entonces no hay ninguna posibilidad de

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dejar de sufrir, porque esta idea, la de soltar las cosas para recorrer el camino más liviano, es desconocida. Sabemos que lo conocido nos ocasiona sufrimiento pero no estamos dispuestos a renunciar a ello. Todo esto genera en nosotros una cierta contradicción. Porque nos es imposible dejar de desear y también es imposible poseer infinitamente y para siempre todo lo que deseo. No somos omnipotentes, ninguno de nosotros puede ni podrá jamás tener todo lo que desea”.

Cuando no tenemos a alguien presente, lo seguimos

llevando dentro, vive en nuestro corazón. No es el tener y el perder lo que nos hace felices o infelices, pues son parte de la vida, sino la actitud que tenemos ante la vida, eso es lo que puede o no hacer que nuestra vida sea considerada feliz.

Sigue Bucay: “Vivir esos cambios es animarnos a

permitir que las cosas dejen de ser para que den lugar a otras cosas nuevas. Elaborar un duelo es aprender a soltar lo anterior. Sin embargo, si tengo miedo de las cosas que vienen y me agarro de las cosas que hay, si me quedo centrado en las cosas que tengo porque no me animo a vivir lo que sigue, si creo que no voy a soportar el dolor que significa que esto se vaya, si voy a aferrarme a todo lo anterior... Entonces no podré conocer, ni disfrutar, ni vivir lo que sigue”. Claro que cuando uno pierde cosas que quiere, siente que le duele y a veces sufre mucho por lo que no está. “El peligro está en que me aferre a personas o cosas del pasado, de mi infancia, que yo me quedara pensando en lo lindo que fue ser niño, o que me quedara aferrado a la época cuando era un bebé y mi mamá me daba la teta y se ocupaba de mí y yo no tenía nada que

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hacer más de lo que tuviera ganas, o me quedara aferrado, dentro del útero de mi mamá, pensando que este estado supuestamente es ideal.

”Imagínate que me quedara en cualquier etapa

anterior a mi vida, que decidiera no seguir adelante. Imagínate que decidiera que algunos momentos del pasado han sido tan buenos, algunos vínculos han sido tan gratificantes, algunas personas han sido tan importantes, que no los quiero perder y me agarro como a una soga salvadora de estos lugares que ya no estoy.

”Esto no serviría, esto no sería bueno para mí ni para nadie.

”Seguramente moriría allí, paralizado. Y sin embargo, dejar cada uno de estos lugares fue doloroso, dejar mi infancia fue doloroso, dejar de ser el bebé de los primeros días fue doloroso, dejar el útero fue doloroso, dejar nuestra adolescencia fue doloroso. Todas estas vivencias implicaron una pérdida, pero gracias a haber perdido algunas cosas hemos ganado algunas otras. Puedo poner el acento en esto diciendo que no hay una ganancia importante que no implique de alguna forma una renuncia, un costo emocional, una pérdida. Esta es la verdad que se descubre al final del camino de las lágrimas: Que los duelos son imprescindibles para nuestro proceso de crecimiento personal, que las pérdidas son necesarias para nuestra maduración y que ésta a su vez nos ayuda a recorrer el camino: madurar es aprender a soltar; aprender a soltar es madurar. En la medida en que yo aprenda a soltar, más fácil va a ser que el crecimiento se produzca; cuanto más haya crecido menor será el desgarro ante lo perdido; cuanto menos me desgarre por aquello que se fue, mejor voy a poder recorrer el camino que sigue. Madurando

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seguramente descubra que por propia decisión dejo algo dolorosamente para dar lugar a lo nuevo que deseo”.

-Gran maestro -dijo el discípulo-, he venido desde

muy lejos para aprender de ti. Durante muchos años he estudiado con todos los iluminados y gurús del país y del mundo y todos han dejado mucha sabiduría en mí. Ahora creo que tú eres el único que puede completar mi búsqueda. Enséñame, maestro, todo lo que me falta saber. Badwin el sabio le dijo que tendría mucho gusto en mostrarle todo lo que sabía pero que antes de empezar quería invitarlo con un té. El discípulo se sentó junto al maestro mientras él se acercaba a una pequeña mesita y tomaba de ella una taza llena de té y una tetera de cobre. El maestro alcanzó la taza al alumno y cuando éste la tuvo en sus manos empezó a servir más té en la taza que no tardó en resbalarse. El alumno con la taza entre las manos intentó advertir al anfitrión: -“¡Maestro,... maestro!” Badwin como si no entendiera el reclamo siguió vertiendo té, que después de llenar la taza y el plato empezó a caer sobre la alfombra. –“¡Maestro –gritó ahora el alumno-, deja ya de echar té en mi taza! ¿No puedes ver que ya está llena?” Badwin dejó de echar té y le dijo al discípulo: -“Hasta que no seas capaz de vaciar tu taza no podrás poner más té en ella. Hay que vaciarse para poder llenarse. Una taza, dice Krishnamurti, sólo sirve cuando está vacía. No sirve una taza llena, no hay nada que se pueda agregar en ella. Manteniendo la taza siempre llena ni siquiera puedo dar, porque dar significa haber aprendido a vaciar la taza”.

¿Qué es vaciarme? Tengo que aprender a mostrarme

vulnerable, a admitir aquel vacío, que todo ha cambiado,

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que ya no está. “Voy a tener que deshacerme del contenido de la taza para poder llenarla otra vez. Mi vida se enriquece cada vez que yo lleno la taza, pero también se enriquece cada vez que la vacío... porque cada vez que yo vacío mi taza estoy abriendo la posibilidad de llenarla de nuevo.

Toda la historia de mi relación con mi crecimiento y

con el mundo es la historia de este ciclo de la experiencia del que ya hablamos. Entrar y salir. Llenarse y vaciarse. Tomar y dejar.

Vivir estos duelos para mi propio crecimiento.

Aunque no siempre el proceso sea fácil, aunque no siempre esté exento de daño…”

Del mismo modo, cuanto mayor sea el apego que

siento a lo que estoy dejando atrás, cuanto más poderoso sea el pegamento, mayor será el daño que se produzca a la hora de la separación, a la hora de la pérdida…. Por eso, queda limitado el ejemplo anterior de los orientales, de Buda, de Di Mello… Si uno no ama no sufre. Porque el que ama se arriesga a sufrir.

“Nadie crece desde otro lugar que no sea haber

pasado por un dolor asociado a una frustración, a una pérdida. Nadie crece sin tener conciencia de algo que ya no es”.

Sobre todo, ese soltar amarras, es un dejarse llevar

por la confianza con Dios, no aferrarnos a los proyectos demasiado elaborados, dejar que la mano de Dios los rehaga, como el alfarero hace de nuevo el jarrón con el

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barro fresco… Él sabe más, Él nos lleva a todos, nos dice como a Pedro: “sígueme”. Aquello que perdemos ahora, nos lo dará con creces, 100 veces más.

Madurar siempre implica dejar atrás algo perdido,

aunque sea un espacio imaginario. Elaborar un duelo es abandonar uno de esos espacios anteriores (internos o externos), siempre más seguros, más protegidos, previsibles. Dejarlos para ir a lo diferente. Pasar de lo conocido a lo desconocido. Esto, irremediablemente, nos obliga a crecer. Que yo sepa que puedo soportar los duelos, y sepa que puedo salirme, si lo decido, me permite quedarme haciendo lo que hago, si esa es mi decisión.

Hay momentos de crisis en que nos parece que ha

llegado el final, que nada vale la pena. Caen por el suelo las concepciones religiosas, como le pasó a Abraham (o a los pueblos de América con la conquista de España). En el caso de Abraham, nos han explicado que Dios le pedía que matara a su hijo. A unos padres cuesta entender a un Dios así, cuando en realidad, ahí Dios puso fin a los sacrificios humanos. Aunque la Biblia lo explica de otra manera, según lo que le pasaba por la cabeza a Abraham o a quien escribiera. Así, nosotros vemos la realidad según lo que nos pasa por la cabeza, pero la realidad decimos que es más compleja y en realidad es más completa, nunca la vemos por entero… ¿Qué quiero decir? Un comentario que hace Juan Pablo II me ayudará: “Así pues, estamos llamados a colaborar con Dios, mediante una actitud de gran confianza. Jesús nos enseña a pedir al Padre celestial el pan de cada día (cf Mt 6,11; Lc 11,3). Si lo recibimos con gratitud, espontáneamente recordaremos también que nada nos pertenece, y debemos estar dispuestos a donarlo: «A todo

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el que te pida, da, y al que tome lo tuyo, no se lo reclames» (Lc 6, 30).

”La certeza del amor de Dios nos lleva a confiar en su providencia paterna incluso en los momentos más difíciles de la existencia. Santa Teresa de Jesús expresa admirablemente esta plena confianza en Dios Padre providente, incluso en medio de las adversidades: «Nada te turbe, nada te espante; todo se pasa. Dios no se muda. La paciencia todo lo alcanza. Quien a Dios tiene, nada le falta. Sólo Dios basta» (Poesías, 30).

”La Escritura nos brinda un ejemplo elocuente de

confianza total en Dios cuando narra que Abraham había tomado la decisión de sacrificar a su hijo Isaac. En realidad, Dios no quería la muerte del hijo, sino la fe del padre. Y Abraham la demuestra plenamente, dado que, cuando Isaac le pregunta dónde está el cordero para el holocausto, se atreve a responderle: «Dios proveerá» (Gn 22, 8). E, inmediatamente después, experimentará precisamente la benévola providencia de Dios, que salva al niño y premia su fe, colmándolo de bendición.

”Por consiguiente, es preciso interpretar esos

textos a la luz de toda la revelación, que alcanza su plenitud en Jesucristo. Él nos enseña a poner en Dios una inmensa confianza, incluso en los momentos más difíciles. Jesús clavado en la cruz, se abandona totalmente al Padre: «Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu» (Lc 23, 46). Con esta actitud, eleva a un nivel sublime lo que Job había sintetizado en las conocidas palabras: «El Señor me lo dio; el Señor me lo quitó; bendito sea el nombre del Señor» (Jb 1, 21). Incluso lo que, desde un punto de vista humano, es

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una desgracia puede entrar en el gran proyecto de amor infinito con el que el Padre provee a nuestra salvación”.

Hace poco leí un resumen, no sé donde, y que lo

tomo prestado, lo anoto aquí seguido: Nuestra vida forma parte de un plan divino, dentro

del cual misteriosamente, aunque no lo entendamos, tiene

un lugar el sufrimiento. Si primero aprendemos que “no hay

mal que por bien no venga” representa una gran

oportunidad para que demos frutos y lleguemos al cielo

prometido.

-Nuestra vida forma parte de un plan divino... "Lo que no estaba en mis proyectos se encontraba en los proyectos de Dios. Y cuanto más a menudo se me presentan tales acontecimientos, tanto más viva se hace en mí la convicción de fe de que no existe el azar -visto de la parte de Dios-, que toda mi vida, hasta en sus menores detalles, está prevista en el plan de la providencia divina y que ella es, ante los ojos de Dios que lo ve todo, una coherencia inteligible perfecta" (Edith Stein). Esta filósofa alemana, monja carmelita y mártir, murió en Auschwitz, y tiene una gran riqueza interior sobre la “ciencia de la cruz” como se titula una de sus principales obras.

"¿No se venden dos pajarillos por un as? Pues bien,

ni uno de ellos caerá en tierra sin el consentimiento de vuestro Padre. En cuanto a vosotros, hasta los cabellos de vuestra cabeza están todos contados" (Mateo 10,29).

"Decid a aquellos que se escandalizan y se rebelan

de lo que les pasa: todo procede del Amor, todo es

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dispuesto para la salvación del hombre. Dios todo lo hace con este objetivo" (Santa Catalina de Siena).

"...Colaboradores a menudo inconscientes de la

voluntad divina, los hombres pueden entrar deliberadamente en el plan divino, con la actividad, con la oración y también con el sufrimiento" (Catecismo, 307).

"El fuego limpia el oro de su escoria, haciéndolo más

auténtico y más preciado. Igual hace Dios con el siervo bueno que espera y se mantiene constante en la tribulación" (San Jerónimo Emiliano).

"La principal razón de la creación no fue que el

hombre pudiera amar a Dios, aunque también fue creado para amarlo, sino que Dios pudiera amar al hombre, que pudiéramos convertirnos en objetos en los que el amor divino pudiera "complacerse". Pedir que el amor de Dios se contente con nosotros tal como somos significa pedir que Dios deje de ser Dios. Habida cuenta de que Dios es el que es, su amor tiene que ser dificultado y rechazado por ciertas manchas de nuestro actual carácter por imperativo de la naturaleza misma de las cosas. Y como Él nos ama previamente, tiene que afanarse por hacer de nosotros seres dignos de ser amados" (Clive S. Lewis, en "El problema del dolor").

-Lo siguiente que hemos citado era ver que dentro del plan de Dios se encuentra el sufrimiento.

"¿Cómo estás? ¿Aun te tiendes sobre tu espalda? ¿Cuánto tiempo tendrás que seguir así? ¡Como te debe de amar el Señor para darte tanta porción de su sufrimiento! Debes de ser feliz, porque eres su elegida"

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"Siento escuchar que el ruido en tu oído aun persiste, te mantiene despierta toda la noche y que los calmantes no te alivian. Así es como el Señor trata a sus amigos. Siento que la operación de tus dientes y mandíbulas no hayan tenido éxito y que te hayas tenido que operar de nuevo... Pediré al Señor que no colme sus regalos en tan rápida sucesión, ya que necesitas un descanso" (Madre Teresa de Calcuta. Fragmentos de dos cartas dirigidas a Jacqueline de Decker).

“El Señor me ha admitido al misterio de la

vergüenza; es más, a esta hermana le ha concedido el privilegio de comprender, totalmente, la fuerza diabólica del mal... Me iré con mi hijo. No sé donde, pero Dios, que de repente ha roto mi mayor alegría, me indicará el camino que habré de seguir para cumplir su voluntad”. (Lucy Vetruse. Novicia, violada por los serbios junto con otras dos hermanas religiosas. Testimonio publicado en "Cataluña cristiana" que se hacía eco de "Alfa y Omega").

"No quiero sufrir por sufrir, ni sufrir con resignación. Quiero que mi dolor sea esperanzado y no de sabor estoico. Yo me resigno al dolor porque sé que Dios me ama y cuando ahora me da esta misión es porque sabe que puedo cumplirla. Esto me llena de orgullo, pues Dios confía en mí. Espero no defraudarle." (Anónimo. Un salesiano).

"Nada nos puede pasar que Dios no haya querido. Todo aquello que Él quiere, por malo que nos pueda parecer es, no obstante, lo que hay de mejor para nosotros" (Santo Tomás Moro. Pronunció estas palabras, consolando a su hija, poco antes de su propio martirio).

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"Os quiero exponer o recordar qué es su voluntad. No os pensaseis que quiera darnos riquezas, placeres, honores, ni todos los otros bienes de la tierra. Os quiere demasiado para daros eso, y, en cambio, aprecia mucho lo que vosotras le podéis dar: ved aquí, pues, porque os quiere recompensar dignamente y os da su Reino, incluso ya desde ahora en esta vida. ¿Queréis saber como se comporta con aquellos que le piden de todo corazón que cumpla en ellos su voluntad? Pedídselo a su Hijo glorioso, que también le dirigió esta misma súplica en el huerto. Él le rezó con la firme resolución de cumplir su voluntad, y rezó con todo su corazón. Y mirad como su Padre la realizó su voluntad: entregándolo a toda clase de trabajos, dolores, injurias y persecuciones, para dejarlo, finalmente, morir sobre una cruz.

Viendo, hijas mías, qué dio a quien más amaba,

podéis entender cual es su voluntad. Estos son los dones que nos hace en este mundo. Los mide según el amor que nos tiene. Da más a quien más quiere y menos a quien quiere menos, según el coraje que descubre en cada uno de nosotros y el amor que le tenemos. Aquel que le quiere mucho, ve que puede sufrir mucho por Él; pero verá que puede sufrir poco aquel que le quiere poco. Y yo estoy persuadida de que la fuerza de soportar una gran cruz o una de más pequeña tiene por medida la misma del amor" (Santa Teresa de Ávila).

"No hay que mirar de donde vienen las cruces. Siempre vienen de Dios. Ya sea un padre, una madre, un esposo, un hermano, el rector o el vicario, es Dios quien nos brinda el medio de probarle nuestro amor."

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"La cruz es el regalo que Dios hace a sus amigos" (San Juan María Bautista Vianney, "El Cura de Ars").

"No existen errores, ni coincidencias. Todos los acontecimientos son bendiciones que se nos dan para que podamos aprender." (Elisabeth Kübler-Ross).

"Los árboles que crecen en lugares sombreados y libres de vientos, mientras que externamente se desarrollan con aspecto próspero se hacen blandos y fangosos; sin embargo, los árboles que viven en las cumbres, agitados por muchos vientos y constantemente expuestos a la intemperie, golpeados por fortísimas tempestades y cubiertos de frecuentes nieves, se hacen más robustos que el hierro" (San Juan Crisóstomo).

"En la infancia de la vida espiritual, cuando comenzamos a dejarnos guiar por la mano de Dios, se percibe con fuerza e intensidad la mano que dirige: se ve con claridad qué es lo que hay que hacer u omitir, pero esto no dura siempre. Quien pertenece a Cristo tiene que vivir toda la vida de Cristo. Tiene que alcanzar la madurez de Cristo y recorrer el camino de la Cruz, hasta Getsemaní y el Gólgota" (Edith Stein).

"Dios no ama como nosotros quisiéramos que

amara cuando proyectamos en Él nuestros sueños. De esa forma, sólo nos ahorraría el sufrimiento al precio de un paternalismo por el que dejaría de ser el Amor" (François Varillon, de "La humildad de Dios").

"No es el camino que es difícil, es lo difícil que es

camino" (San Juan Crisóstomo).

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"Hemos de aprender a afrontar los sufrimientos, porque la mayor parte de los sufrimientos proviene de huir de ellos" (Anónimo).

"Si un día el dolor llama a tu casa, no grites, no cierres puertas y ventanas, más bien ábreselas. No digas que se ha equivocado de puerta, que no ha llegado aun tu hora y que tenía que haber ido a casa del vecino. Ábrele la puerta para que entre. Dale el lugar de honor. Siéntate a su lado. Ofrécele el sitial para el huésped esperado. Y, sobre todo, no te lamentes: tu voz te privaría de oír su palabra, si es que tiene algo para revelarte enseguida. Estate atento, porque al lado del dolor siempre está el ángel invisible y mudo que, en un momento determinado, se te aparecerá para hacerte señal de inclinar la cabeza" (Un ciego, a los diez años de serlo. Recogido por J. M. Alimbau, "Palabras para la vida").

"Era una de las últimas noches de su estancia en este mundo. Estábamos en el hospital Ramón y Cajal. José Luis había pasado una noche que se podría calificar de espantosa, pero sin quejarse. Yo estaba sentada a su lado. De pronto le oigo decir: `Qué noche tan feliz si tú hubieras podido dormir. Me quedé sin palabras y tardé en reaccionar. ¿Qué has dicho José Luis? Y él, repitió exactamente la misma frase: `Qué noche tan feliz si tu hubieras podido dormir.´

No necesito deciros lo que yo sentí ni explicar dónde

está la "cara" y donde está la "cruz" de aquella noche. La cruz para él fue que yo no durmiera; la cruz para mí fue verle sufrir. La cara para él fue el don que Dios le concedía

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de una inmensa paz en el dolor. La cara para mí sigue siendo, sin dudarlo, haber podido estar aquella noche a su lado y recibir la lección del amor que no se deja vencer por el dolor" (Ángeles Martín Descalzo, "Buenas noticias", sobre la muerte de su hermano José Luis).

"Jesús, pasando, vio a un hombre que era ciego de nacimiento. Sus discípulos le preguntaron: - Rabí, ¿Quién pecó para que naciera ciego: él o sus padres?

Jesús respondió: - No ha sido por ningún pecado, ni

de él ni de sus padres, sino para que se manifiesten en él las obras de Dios..." (Juan 9,1-3).

-Sobre el siguiente apartado, lo de que las dificultades son oportunidades...

"Cuando Dios borra es que va a escribir algo"

(Jacques Benigna Bossuet).

"La desgracia abre las almas a una luz que la prosperidad no sabe distinguir" (Lacordaire).

"Ha llegado el dolor... vendrá también la paz; ha llegado la tribulación... vendrá también la purificación. El oro no brilla en el crisol sino en la joya" (San Agustín).

"No soy ninguna santa y como cualquier persona tengo también momentos de debilidad. Además, creo que ni siquiera a un santo se le exige que renuncie a todas sus aspiraciones, a todas sus esperanzas y a todas las alegrías de la vida. Por el contrario, estamos en la tierra para vivir, y hay que acoger con agradecimiento todo lo bello que nos

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ofrece la existencia. Sencillamente, es preciso no ceder a la desesperación cuando las cosas se presentan de manera diferente de como las habíamos imaginado. Hay que pensar en lo que queda, pues, a fin de cuentas, estamos aquí sólo de visita y todo lo que hoy experimentamos con tanto dolor se revelará al final como una realidad mucho menos importante de lo que se había creído, o bien habrá tenido una significación muy distinta de la que hoy percibimos nosotros" (santa Edith Stein).

"Jesús cuenta y recoge las espinas de tu camino para cambiarlas y transformarlas en piedras preciosas con las que algún día te coronará en el cielo. ¿Qué importa sufrir en el exilio unos años para merecer una eterna felicidad?" (Santa Teresa de los Andes, carta a su padre).

"Hay muchos bienes que no existirían sin los males; la paciencia de los justos, por ejemplo, no existiría sin la malignidad de los perseguidores..." (Santo Tomás de Aquino, "Suma contra gentiles").

"Sufrir es descender a una mina. Saber sufrir es extraer una gema de incalculable valor" (N. Salvaneschi).

Cuenta Anthony de Mello: vi en la calle a una niña aterida de frío, mal vestida y con pocas posibilidades de salir adelante: "Me enfadé y dije a Dios: ¿Porque permites estas cosas? ¿Por qué no haces nada para solucionarlo? Durante todo el día Dios no dijo nada. Pero llegada la noche, de repente, Dios me respondió: Ciertamente, que he hecho algo. Te he hecho a ti" (Anthony de Mello).

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"Aprovecha tu enfermedad para cambiar tu manera de vivir, y descubrirás que ella, más allá del síntoma y del dolor, es una oportunidad" (María Prieto).

"Escogí, como protagonista de una novela, a una mujer con una experiencia muy limitada y muy convencional. La mujer decía `Tuve unos padres maravillosos, una infancia feliz, un matrimonio perfecto, unos hijos adorables y dinero suficiente para comprar lo que quisiera. Lo tenía todo. Apenas había sufrido. Un día su marido murió de repente. Y entonces se convirtió en un ser humano" (Doris Lessing).

Contaba Frankl que no eran los más fuertes los que superaron Auschwitz, sino los que tenían un motivo y una esperanza: mujer, hijos, tarea… sabían que si algo no les aniquilaba, les fortalecía, que si no podían esperar nada de la vida, había que ver lo que la vida esperaba de ellos, y después del infierno, queda el fruto: “la vivencia del hombre que regresa al hogar es coronada por la inefable sensación de que, después de todo lo que sufrió, ya no precisa temer a nada en este mundo, excepto a Dios” (Frankl).

Lo mismo asciende a uno y hunde a otro, gloria y

ruina, santidad o desesperación, abandono en Dios o incredulidad, misterio o absurdo, ventana hacia la trascendencia o instrospección morbosa. Como dice Ionesco: “la tristeza humana, del dolor de vivir, del miedo a morir… de nuestra sed de lo absoluto”

“Nadie fue ayer, / ni va hoy, / ni irá mañana / hacia

Dios / por este mismo camino / que yo voy; / para cada

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hombre guarda / un rayo nuevo de luz el sol… / y un camino virgen Dios…

Desde que salí del infierno / y soy amigo de los ángeles / hablo de otra manera. / Esto me enseña / que me voy a morir pronto / y que estoy aprendiendo / como se debe hablar con Dios”…

Uno a quien se le murió su hermano, se decía:

“cuando me cuesta alguna cosa, lo hago por mí... y por él”. En la película “El Rey león”, cuando el hijo le pregunta al rey padre si estarán siempre juntos, el padre le dice: “allá en las estrellas están los reyes que nos miran... cuando yo esté allí estaré mirándote, no te dejaré...” Hay gente que no piensa, que como en la “Montaña mágica” de Thomas Mann no tiene recursos para pensar en la muerte.

10. Dolor y crecimiento personal. Unas palabras por

Internet, que estaban pintadas en una pared en la ciudad de Oklahoma, en el lugar donde se había producido un tiroteo:

-Dije: "Dios, me duele." Y Dios dijo: "Lo sé." -Dije: "Dios, he llorado tanto..." Y Dios dijo: "Para

eso es que te di lágrimas." -Dije: "Dios, estoy tan deprimida..." Y Dios dijo: "Por

eso es que te di el brillo del sol." -Dije: "Dios, la vida es dura." Y Dios dijo: "Por eso es

que te di a seres queridos." -Dije: "Dios, mi ser más querido murió... " Y Dios dijo:

"El mío también." -Dije: "Dios, es una pérdida tan grande... " Y Dios

dijo: "Vi al mío clavado en una cruz." -Dije: "Dios, pero tu ser más querido vive... " Y Dios

dijo: "El tuyo también."

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-Dije: "Dios, duele." Y Dios dijo: "Lo sé." Felicidad y sufrimiento. Me decía hace poco un

chico: "cómo permite Dios que haya sufrimiento, niños abandonados, guerras sangrientas, desgracias familiares... Cuando me expliquen esto, entonces creeré en Dios". Este punto es central en la vida del hombre. El enigma del dolor y de la muerte, no sólo lo que me pasa a mí (lo individual) sino también el ajeno, provoca la gran angustia de la sociedad contemporánea (ya lo dice san Pablo, en la carta a los Romanos 8, 19-21). El dolor de todos repercute en mí, y la mente busca el sentido, y sufre más por no saber cómo responder a las preguntas ¿Qué sentido tiene el dolor, los niños que mueren, almas inocentes que sufren?

Para un cristiano, hay una relación entre la felicidad

y el sufrimiento, y precisamente la señal de distinción de la doctrina de Jesús es la cruz (que es camino para la felicidad, la gloria), el sentido del dolor como salvación. Phil Bosmans, autor del "best Sellers" "El secreto de la felicidad" (más de 5 millones de ejemplares, editado recientemente en Planeta Testimonio), decía que "el único remedio para ser un poco feliz es aceptar la cruz... No es fácil, pero la cruz puede ser un signo positivo en la vida. Un signo que ayuda a ver con más claridad y a relativizar las cosas sin valor". No es fácil, y hay quien ve en esto conformismo, y se lamenta de su suerte, y envidia otras personas con menos desgracias, que se lo pasan mejor.

Los estudiosos han investigado mucho sobre la

clave de la felicidad, de las motivaciones para vivir. Algunos piensan que la motivación primaria del hombre es el instinto de placer (el del sexo y diversas formas de

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hedonismo, como diría la escuela de Freud). Otros piensan que es el afán de poder (quien busca el dinero por encima de todo, o el poder de la política o la influencia social y la vanidad de la gloria, como diría la escuela de Adler)... Son pobres ambiciones humanas, pues esto no basta, no se trata de esto, decía Viktor Emil Frankl (+1997), creador de la psiquiatría moderna abierta a la trascendencia: la persona se mueve en la vida por la "voluntad de sentido"; es decir, que la persona no se mueve por impulsos, como por instintos empujada "desde atrás"; no, su motor "está delante", en la meta intelectualmente conocida y libremente aceptada. Me gustó la obra de Susanna Tamaro "Donde el corazón te lleve", en la que se muestra un diálogo entre una mujer madura y su nieta. Esta le dice a la abuela que se va a Estados Unidos, pues así aprovecha el tiempo y aprende idiomas. La abuela, que ve la "huida" de la chica, le dice que lo importante en la vida no es "no perder el tiempo", que no se trata de correr y hacer muchas cosas, pues la vida no es una carrera sino un "tiro al blanco", no se trata de correr más sin saber a dónde ir, sino de tener un objetivo, y estar centrado en él.

A este propósito puede venir bien la historia de una

princesa triste de leyenda, que sueña felicidades extrañas asomada al ajimez del castillo. De pronto, entre las flores aparece su hada madrina y le dice: - La felicidad va a venir por estos caminos; si logras conocerla, ve tras ella y te dará la dicha que sueñas. Desapareció el hada después de haber tocado con su varita mágica los rosales. Y apareció un hada magnífica, adornada con todo tipo de joyas de oro y plata. La siguió la princesa anhelante y al ver que no era dichosa con ella, le preguntó:

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-¿Eres tú la felicidad? - No, contestó: soy la riqueza. - Por eso, dijo la princesa, sentía yo a tu lado sabor de tierra despreciable en mis labios. Y apareció enseguida otra hada cubierta con un manto de estrellas. La princesa caminó con ella, y al notar el corazón vacío, le preguntó: -¿Eres tú la felicidad? - No, contestó: soy la gloria. -Por eso -dijo la princesa- sentía yo a tu lado llena de humo y de viento la cabeza. Y apareció después otra hada, sonando cascabeles de alegría. La princesa la siguió y al ver en sus ojos una niebla triste, le preguntó: -¿Eres tú la felicidad? -No: soy el placer. - Por eso -dijo la princesa- sentía yo en el alma un peso de ilusiones muertas. Y apareció una viejecita astrosa, pero agradable, con un rostro surcado de lágrimas, entre las que miraba sonriente. La princesa la siguió. Caminaba por caminos largos, de abrojos y espinas, y sentía la princesa como un descanso parecido al placer. Y en medio de un bosque se trocó en la más admirable de las hermosuras. -¡Oh! -gritó la princesa, cayendo de rodillas- ¡Tú eres la felicidad! -No -contestó ella-. ¡Soy el sacrificio! La felicidad completa no existe en esta vida; pero entre todas las apariencias del mundo, soy la única verdadera.

¿Qué significado tiene esto? "El dolor es privación de bienestar y la tristeza es privación de la alegría". Son cosas distintas, no incompatibles. "No todo el dolor es malo ni todo el placer es bueno. Es más, muchas veces el placer y la

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alegría, intencionalmente buscados, conducen al dolor y a la tristeza. Y, sin embargo, el dolor y la tristeza bien aceptados y conducidos pueden ser el principio de una salud psíquica -y globalmente humana- más plena y sólida. El placer o la alegría, desconectado de raíces antropológicas- fundadas en el amor, la verdad y la libertad-, pueden convertirse en un falseamiento existencial que derivaría en un desmoronamiento del hombre" (J. Cardona, "El hombre ante el dolor").

Vuelvo a Tiempo de prodigios… Se dedicó a trabajar como una loca… “Era una niña, y no imaginaba que la entrega al trabajo pudiese ser una forma de dar esquinazo momentáneo a la desesperación”. Siempre hay alguien que nos anima, que nos sirva de modelo, aunque no se lo digamos: “Alguien excepcionalmente valiente, que a pesar de su congoja quería salir adelante, que era capaz de encarar su desgracia y seguir viviendo. Esa mujer nunca lo supo, pero con los años se convirtió para mí en un referente moral. Me dije siempre que, al llegar a la hora del dolor, querría estar hecha del mismo material que ella”.

“El dolor nos quita muchas cosas, y a cambio nos

deja otras. En esos meses me he negado a captar que el dolor nos hace crecer, que nos vuelve más sabios e, incluso, un poco más buenos. Que nos descubre facetas que ignorábamos sobre nosotros mismos y también sobre los demás. Por eso es necesario aprovecharse del dolor, exprimirlo hasta el fondo, exigirle una cuota de aprendizaje a cambio de todo aquello de lo que nos ha privado. He escuchado mil veces que la desgracia hace aflorar lo más bajo del ser humano. Yo no puedo estar de acuerdo. Al menos, en mi caso no fue así. La enfermedad de mi madre,

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su muerte, me mostraron una nueva dimensión del mundo y de las personas, y puedo jurar que nada ni nadie resultó ser peor que lo que parecía. Más bien al contrario. Lo que ocurre es que, en un principio, no me tomé el trabajo de pensar en ello. La pesadumbre llenaba hasta los rincones más pequeños de mi inteligencia, de mis sentidos, de mi capacidad de análisis. Era incapaz de ver más allá de la pena inmensa que sentía, de experimentar algo que no fuese un pesar profundísimo. Incapaz de buscar entre los restos del naufragio, los últimos indispensables para seguir adelante, como un moderno Robinson”.

“Tras el desbordamiento de un río, en sus márgenes

se forman las llamadas tierras de aluvión, que son de una fertilidad extrema. Cuando en el pasado las crecidas fluviales arrasaban poblados enteros, los campesinos sabían aprovechar aquellas tierras nacidas del desastre que serán generosas y devolvían en forma de cosecha un buena parte de lo que el agua se había llevado. Ahora que admito lo mal que lo he hecho durante todos estos meses, me he propuesto explorar el dolor, que después de haber arrasado una parte de las vidas de otros de los míos ha debido de dejar entre los escombros algunas cosas que debería conservar y que podrían servirme de ayuda para continuar con mi vida”…

A veces, pensamos que “la gente es mala, pero no

estoy segura de que sea vedad…” pues de golpe aparecen “desconocidos que pasan por nuestra vida y dejan en ella una reserva de ternura gratuita que no nace del interés, ni de la conveniencia, ni de la obligación. Surge de algo limpio y misterioso: de la bondad humana”.

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También olvidamos las penas cuando cuidamos a los demás: “Cuidar de un ser amado encierra una belleza única y proporciona una paz que es imposible conocer de otra forma… algo que me aligeraba el alma y me hacía sentir, por primera vez en mi vida, que lo que estaba haciendo era realmente valioso e importante y que tenía sentido en sí mismo”. Por eso, recuerda que “cuando estaba cuidando físicamente a mi madre, a pesar de la gravedad de su estado, a pesar de que ese acercaba la muerte, sentía algo parecido a la felicidad… qué experiencia grandiosa la de poder cuidar de alguien a quien se ama tanto… ahora lo sé: la risa venía del profundo amor que nos profesábamos, del deseo de sentirnos vivas, de imaginar, por unos segundo, que teníamos verdaderos motivos para reír…

”Recuerdo el día que nevó. La ciudad estuvo

bellísima durante unas horas… ”Creo que ha llegado el tiempo de aprender a llorar

por mi madre, sin histerismos, sin aspavientos, yo sola, acompañada por su memoria y por su ausencia. Ahora soy consciente del valor de cada lágrima, y me siento aliviada porque, seis meses después, por fin puedo llorar como hay que hacerlo, con la dignidad que mi madre se preocupó de inculcarme y el abandono de quien conoce el peso exacto de la tristeza. Se acabaron los reproches, se acabaron las preguntas…

”Qué estupidez cometí al buscar excusas para no

abandonarme a una legítima tristeza. Preferí sentir rabia antes que estar triste,… hacer reproches al recuerdo de mi madre antes que dolerme por su muerte. Por fortuna, uno casi siempre está a tiempo de dar marcha atrás y volver a

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empezar. A tiempo de aprender a hacer la cosas de forma correcta.

”Antes dije que el dolor es una forma de estación de

paso. Ahora creo que puede ser también un punto de partida”.

Me gusta pasear por el parque dando patadas a las

hojas muertas… en ciertos momentos, va viniendo el recuerdo de la persona perdida, pues eso es re-cuerdo (re-cor), volver a llevar al corazón, volver a vivir ahí… “Ella se reía y decía que no se hubiese cambiado por ninguna otra mujer. Había sido feliz así, lavando pañales… tener un horario de veinticuatro horas sin paga de beneficios ni posibilidades de ascenso… qué suerte tener una madre siempre presente, preparada para secar lágrimas, para curar una rodilla herida, para consolar, para reñir incluso…

”Porque era feliz con la vida que había escogido y

no tenía nada que echar en cara a nadie… mujer completamente feliz. Y ahora me doy cuenta de cómo esa circunstancia marcó mi niñez. La convivencia diaria con la alegría es el mejor regalo que puede recibir un niño… nunca nos dio por pensar que, entre tantas mujeres insatisfechas, entre tantas mujeres decepcionadas con su suerte, entre tantas mujeres que renegaban de su condición de amas de casa, había un puñado de mujeres dichosas a las que gustaba lavar pañales, planchar camisas y hacer potajes, que no se sentían como un fracaso el haberse consagrado a sus familias. Cuando torcemos el morro ante las vidas de estas muertes, no pensamos en ellas sino en nosotras mismas inmersas en una existencia así, que se nos antoja vacía de todo contenido…. No es lo

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mismo, había dicho. Tenía razón. Los tiempos habían cambiado, y ella lo había visto antes que nadie. Le gustaba su vida, pero, al mismo tiempo, no quería una vida como la suya para ninguna de sus hijas”.

Piensa como la madre soñaba con su boda… “Todas

las madres, la mía también, quieren ver a su hijas vestidas de blanco…” En los momentos duros hay que acudir a la memoria, que “desarrolla un mecanismo para defender los buenos recuerdos de las asechanzas del olvido. Y que lucha por preservar todas aquellas cosas buenas que servirán para reconstruir nuestras vidas. Los recuerdos de un tiempo mejor pueden parecer dolorosos, pero uno descubre que son también el único andamiaje para sobrevivir a la pérdida”. Aunque se diga que “No existe un dolor mayor que recordar el tiempo feliz en la desdicha”

(Divina Comedia), los buenos recuerdos son una especie de tabla de náufrago a la que agarrarnos en los peores momentos, “el único andamiaje para sobrevivir a la pérdida”, se nos dice en la novela… los buenos recuerdos iluminan la ausencia y aunque a veces agudizan el dolor, en otras ocasiones lo dulcifican y proporcionan al espíritu una serenidad misteriosa, como si se intuyese que el sufrimiento merece la pena. Supongo

que uno llega a esta conclusión cuando ha sido capaz de aprender a administrar la tristeza, a manejar e lenguaje cifrado de la pena.

”Que cada día que ella viviera era un día más que

ganaba, que ganábamos todos… jamás fui tan feliz como

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durante aquella época en la que todo tenía un nuevo sentido y cobraba una intensidad mucho mayor. Supimos que se nos estaba regalando un tiempo precioso y teníamos la firme decisión de aprovecharlo... la risa genera endorfinas, unas hormonas que tienen eficaces agentes anticancerígenos, así que a diario mandábamos a todo un ejército…”

Esos momentos en los que se está viviendo un

duelo a cámara lenta son ambivalentes: “el dolor de después es parte de la felicidad de ahora” (Lewu). “Me di cuenta de que me gustaría que un día alguien sintiera por mí lo mismo que yo sentía por mi madre…” tenía ganas de tener ese hijo para “inculcarle un puñado de valores elementales, dejarle luego elegir un camino, darle libertad para decidir sobre sí y sobre su vida. Y algún día, cuando llegase el momento, comprobar que ese niño, que esa niña, eran ya un hombre o una mujer capaces de tomar decisiones, de ser independientes, de construir su propia vida. Y capaces, también de seguir amando a su madre”. Sin que haya nunca “el desencanto, que es lo último que debe presidir la relación entre dos personas que se quieren”. La madre es la imagen de la “que se pasó la vida sacrificándose para que no tuvieran que hacerlo sus cuatro hijos”. “La desdicha nos hace madurar, nos vuelve adultos en cuestión de horas”. Recuerdo un chico al que se le murieron en pocos meses padre y madre, y cómo maduró, pasó de irresponsable a persona reflexiva y capaz de llevar la casa de campo… aunque no se lo deseo a nadie, claro.

11. Titanic o la frialdad del destino, era un artículo firmado por Jordi Estapé sobre aquel barco imponente del que decían “que ni Dios podría hundir”, y que se llevó

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consigo al fondo del mar a la mayor parte de los miles de pasajeros en el viaje inaugural. Esa tragedia del Titanic es un compendio de la condición humana cuando se desliga de Dios, de sus contradicciones...

La película de James Cameron (que en la segunda

mitad calca y se recrea en las tomas de Fellini, en su testamento E la nave va…) nos lleva a la gran paradoja de la vida, la insoportable ligereza del ser, y a la incoherencia de unas ilusiones truncadas de forma irremisible por un cúmulo de fatalidades. Es la historia de unas personas que

tienen la oportunidad de elegir su final mientras todo se hunde sin retorno a su alrededor. Muchos tienen 2 horas para situarse en la línea que divide la vida y la muerte. Están los

gentlemen que prefieren esperar la muerte tomando una copa en el bar con toda la flema del mundo, o los admirables músicos de la orquesta que afrontan sus últimos minutos tocando. La situación nos desnuda de toda pretensión y nos pone cara a cara, aunque sea por unos instantes, ante el iceberg, ante la fría noción de destino. O ante la conciencia: la ley de nuestro corazón, donde radica nuestra dignidad: precisamente en la obediencia a esta voz, a esta ley que no nos hemos dado a nosotros mismos, que nos dice lo que hemos de hacer y que está por encima de lo que me gusta, y que puede estar por encima del instinto de vivir. A veces, puede dictar cosas como morir por defender la verdad, o por amor, por la vida de otras personas, por no traicionar a los que han

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depositado en nosotros su confianza. Esta ley puede ser desvirtuada: puedo vivir de otra manera, pero sigue viva… También, a veces, puede encontrarse perturbada, y es cuando sufre el cataclismo de una muerte.

12. Pretensión de inmortalidad. Nadie es tan capaz de vivir la profundidad y lo terrible que es la muerte como al contemplar la muerte de quien se ama… en la India las viudas morían con el marido, o se recluían en casas especiales, como sepultadas en vida. Agua es una película donde se ve el drama que aún dura, pues esto pasa incluso con niñas de muy pocos años que se las casa con viejos. Es importante tratar sobre la inmortalidad del alma, como ya hizo Platón en sus Diálogos (Fedón). La madre sigue queriendo al hijo muerto, y el amigo al amigo que se muere no le dice, por poca fe que tenga: “vete a criar gusanos” sino “nos veremos, en algún sitio”, y si amar es decir "¡que bueno que tu existas!" "amar a una persona es sentir que se dice: tú no morirás" (G. Marcel), "el amor es más fuerte que la muerte, no puede apagar este fuego ningún arroyo por grande que sea" (Cantar de los cantares), la separación tampoco. Si la inmortalidad no existe, el amor se frustra, y todo acaba, es engañoso y provisional; entonces es imposible amar del todo y para siempre; podemos amar porque somos inmortales, sabemos que somos inmortales porque sabemos amar, y el amor que no ha nacido para ser eterno no ha existido nunca… El deseo de felicidad también nos habla de inmortalidad, pues es algo necesario; pero si se viera truncado por la muerte sería ilusión engañosa. Es una esperanza no exenta de inseguridad en que es bueno desear la felicidad, que tiene consistencia este deseo. El

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amor, la felicidad, el deseo de dar la vida nos habla de inmortalidad. Consiste en un núcleo inmortal que pervive más allá de la muerte, "la parte superior del alma", la inteligencia y las potencias espirituales, indestructibles por ser inmateriales (si los actos son inmateriales, su facultad también lo es). Solo es mortal lo que tiene cuerpo, el alma no, y esto lo saben todos pues siempre los hombres han enterrado a los muertos (lo hacían hace miles de años los primitivos; incluso comer sus entrañas con fines rituales), esto está arqueológicamente probado hasta la saciedad. Y decir que esto que todos viven (psicológica y socialmente) es sugestión, es una hipótesis gratuita e indemostrable. Es verdad que la inmortalidad del alma admite pruebas indirectas, como las dichas, pero no hay ningún tipo de prueba de su mortalidad. Del mundo de los muertos, espíritus vivos, no sabemos nada sino que es un misterio

(muy pocos piensan hoy que no hay misterios, que todo es demostrable). De esto se encarga la religión. Decía Einstein: "Lo más hermoso que podemos experimentar es el misterio"...

13. La locura y rabia, primera

reacción. Clive Staples Lewis (Belfast 1898-Oxford 1963), profesor de Oxford y Cambridge, escritor de casi todas las temáticas posibles y un buen apologeta, sufre en su carne el zarpazo del sufrimiento: la muerte de su esposa, y decía que la muerte de los amigos le desnudaba como un árbol que pierde hojas, pero que la pérdida de su amada fue algo mucho

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peor, que fue el hacha que cayó sobre la base del árbol, hiriéndolo en su raíz, a fondo, en la profundidad de su alma. En el libro Una pena observada, cuenta como perdió a su mujer y quiso anotar en un cuaderno sus propias reacciones, y observar las primeras reacciones de desconcierto, rabia, protesta airada, y las sucesivas, hasta el final, cuando el ser querido vuelve al fin como apacible y amorosa compañía invisible, pero –decía Lorenzo Gomis- "para que ese proceso llegue a su término hace falta tiempo y a veces ayuda. Recuerdo que mi abuela decía: 'cuando perdí mi costat...' El marido, la pareja, era en vieja expresión popular el costado, y cuando el costado, el apoyo, la compañía falta se nota el hueco, el vacío". Y es que "la muerte es el termómetro del amor". Sobre todo nos impactan las experiencias de la muerte de los demás, entonces tomamos en un sentido nuevo, más auténtico, la muerte. Cuando una madre pierde un hijo, es la expresión máxima de esta verdad.

Cuando aquella madre perdió a su hijo único en accidente de coche, se deshizo la familia. El marido siguió trabajando de jardinero, pero tuvo que abandonar la casa. La mujer ya no lo quiso, no lo aceptó. Y es que nuestras estructuras psicológicas pueden quedar “averiadas” ante un trauma fuerte. De ahí que sin que sea una droga, usemos nuestro instinto espiritual pues lo necesitamos, nos abandonemos en Dios: nos abramos al misterio, al Absoluto que llamamos Dios. Esta apertura a la trascendencia no nos quita el sufrimiento, pero le da un sentido, y nos hace sufrir menos, da razón de nuestra esperanza, "porqué, entre el absurdo y el misterio, he optado por el misterio" (Jean Guitton). ¿No nos parece absurdo que una persona desaparezca, y caiga en el vacío y quede destruido el amor que tenía, y la nobleza, la rectitud

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de vida, su inteligencia, el afán de eternidad...?, ¿No es mejor optar por el misterio, que da sentido y reordena todo esto que no conocemos? Guitton, como todo creyente, opta decididamente por el misterio.

Pierre Chaunu como historiador decía que "se

puede pronunciar el discurso de la muerte-caída en el vacío, que es el discurso de la absurdidad total, pero ningún grupo humano no lo puede asumir durante mucho tiempo y sobrevivir”. El homo sapiens "vive la muerte de los seres amados en un horizonte de inmortalidad. Para el cristiano, este misterio tiene un rostro, y un rostro humano. Es Jesucristo". Y la Iglesia es el cuerpo místico de Jesús, comunión en este Cuerpo del que Jesús es cabeza, y todos unidos, inter conexionados en el espacio y tiempo… morir es sólo cambiar de casa, es una fiesta de vida. No nos bastaría pedir un deseo mágico de 90 años más de vida a un mago, y un segundo deseo de otros 90, porque en

realidad no queremos años, lo que ansiamos es la eternidad, mirar hacia el cielo, "el mediodía, que es la eternidad" (S. Juan de la Cruz). No una sala de aburrimiento que a veces nos han

pintado, sino un instante mágico, fuera de las coordenadas vitales de espacio y tiempo, donde hay todo lo que nos llena en esta vida y aquello que nos gustaría gozar. Y "cuando se imagina la muerte como la puerta de escape a la eternidad, se entrevé algo a la luz de la esperanza".

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Ante el dolor, que es inevitable y que constituye parte integrante de la existencia humana, hay que descubrir su sentido, su «porqué» y, entonces, no resultará tan incisivo. No hay nada tan demoledor como sufrir y no saber por qué se sufre, y no hay nada tan liberador como encontrar la verdad, con el conocimiento de la finalidad —que siempre existe— del dolor. Julián Marías afirma: “C. S. Lewis es, sin duda, el que prefiero entre los autores británicos de nuestro siglo... Y acaso llegó en estas páginas al fondo de sí mismo, y no es casual, porque en ellas entra en últimas cuentas con quien había sido y era todavía, en la radical experiencia del amor, el sufrimiento y la esperanza”. Anagrama (Barcelona 1998) lo presenta en el excelente castellano de Carmen Martín Gaite, cuando ella también tuvo cerca el dolor): es un valiente enfrentamiento con lo más íntimo y recóndito de nuestros sentimientos ante el sin sentido aparente de la muerte de la persona amada.

“El dolor es un ensayo de la muerte”, dirán Héroes del silencio en una canción. Y afirma Lewis que el dolor físico puede ser mucho más fuerte que el moral, que el cuerpo aguanta mucho más porque la mente es capaz de distraerse en otras cosas: no estoy de acuerdo, pues hay gente que –incapaz de resolver el tema- se vuelve deprimida o loca. Pero la idea del castillo de naipes que todo dolor desmonta es muy gráfica y real. Y quiere buscar el autor un sentido benévolo del dolor, contemplando a Dios no como el Sádico sino como un cirujano que “cuanto más acendradas sean su bondad y su esmero, más inexorable se mostrará en manejar el bisturí. Si cediese a nuestras súplicas, si interrumpiese la operación antes de darla por concluida, todo el dolor padecido hasta ese momento no habría servido para nada. Pero ¿es posible creer que una tortura llevada a tales extremos le venga

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bien a nadie? En fin, cada uno que piense lo que quiera. Las torturas tienen lugar. Si son innecesarias, es que no existe Dios o que el que hay es malo. Si existe un Dios bienintencionado, será que esas torturas son necesarias. Porque ningún Ser medianamente bueno podría inflingirlas o permitírselas, si hubiera otro remedio”. Así, nos encontramos con una visión del dolor como un instrumento en manos de Dios por el que nos dice –parafraseando a Salinas- “quiero sacar de ti tu mejor tú”, en el sentido de un dentista que necesita molestar para encontrar la perfección. O mejor –como indica san J. Escrivá, en un tono que recuerda al escultor Miguel Ángel- el dolor es el martilleo del artista divino que quiere quitar a golpe de cincel lo que sobra, para sacar de nosotros otro Cristo.

Muchas veces decimos “ojalá hubiera muerto yo en vez de...” y dice Lewis que “no se puede saber hasta qué punto va en serio esta oferta, porque en realidad no se ha apostado nada. Si de repente ‘sufrir en vez de ella’ se convirtiera en una posibilidad real, entonces por primera vez nos daríamos cuenta de la importancia de su significado. ¿Se nos ha permitido esto alguna vez? Se le permitió a una Persona, según nos han contado, y me doy cuenta de que ahora puedo volver a creer que Él hizo en nombre de otro todo lo que es posible hacer en ese sentido. Y Él contesta a nuestro balbuceo: ‘No puedes y no te atreves. Yo pude y me atreví’”. Es el sentido del martirio, y de la Cruz de Jesús, el sentido del Amor, que consuela nuestro dolor como veremos en otro lugar.

¿Qué experimenta el hombre ante el dolor, qué

piensa en su conciencia? C. S. Lewis había escrito 20 años antes el ensayo El problema del dolor, en un esfuerzo

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intelectual por esclarecer este misterio. Pero cuando lo experimentó en su piel, todo fue distinto, ya no era algo enigmático sino sufrido, y el diario que redactó a raíz de la muerte de su esposa Joy Davidman proclama este lamento sufriente: «Cada día no sólo vivo en pena, sino pensando lo que es vivir en pena». No sirve ninguna estrategia para que el dolor no duela. Lo único que está en sus manos es tratar de dar sentido al dolor que necesariamente ha de ser padecido. Los primeros días, hay rebeldía: tambalean las convicciones religiosas más profundas: "sentimientos, sentimientos, sentimientos. Vamos a ver si en vez de tanto sentir puedo pensar un poco... yo sabía que estas cosas, y otras de peores, ocurren a diario. Y habría jurado que contaba con ello. Me habían advertido –y yo mismo estaba sobre aviso- que no contara con la felicidad terrenal. Incluso ella y yo nos habíamos prometido sufrimientos… Claro, que es diferente cuando una cosa así le pasa a uno y no a los demás, cuando pasa en realidad, no a través de la imaginación”. Es un replantearse todo desde la presente situación: “Sí, pero a pesar de todo, ¿puede suponer una diferencia tan enorme para un hombre en sus cabales? No. Ni tampoco para un hombre cuya fe no fuera de pacotilla y al que de verdad le importaran los sufrimientos ajenos. La cuestión está bien clara. Si me han derribado su casa de un manotazo es porque era un castillo de naipes, y yo no lo sabía”. La sensación de pequeñez y desnudez es total: “La fe que ‘contaba’ con todas estas cosas no era fe, sino simplemente imaginación… si a mí me hubieran importado –como creí que me importaban- las tribulaciones de la gente, no me habría sentido tan disminuido cuando llegó la hora de mi propia tribulación. Se trataba de una fe imaginaria jugando con fichas inocuas donde se leía ‘enfermedad’, ‘dolor’, ‘muerte’ y ‘soledad’. Me parecía que

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tenía confianza en la cuerda hasta que me importó realmente el hecho de que me sujetara o no. Ahora que me importa, me doy cuenta de que no la tenía…” y entonces es una prueba de fe: «es muy fácil decir que confías en la solidez y fuerza de una cuerda cuando la estás usando simplemente para atar una caja. Pero imagínate que te ves obligado a agarrarte a esa cuerda suspendido sobre un precipicio…». A propósito del ejemplo de la cuerda, pienso en alguna ascensión de escalada artificial, en la que me he visto colgado de la cuerda en un momento de descanso, sólo de una cuerda, y el pensamiento de que estoy pendiente de un hilo ha venido a mi cabeza repentinamente. El pensamiento de la muerte convierte a Dios en un presupuesto necesario, deja de ser una hipótesis innecesaria cuando no pienso en teoría sino en “mi muerte”.

Luego, con los días y semanas, va abriéndose una luz en la noche: «conviene entenderlo a derechas. Dios no ha estado ensayando un experimento sobre mi fe o mi amor con vistas a poner en claro su calidad. Esta calidad ya la conocía Él. Era yo quien no la conocía... Él siempre supo que mi templo era un castillo de naipes. Su única manera de metérmelo en la cabeza era desbaratarlo». No es muy exacto lo que dice, pero refleja el estado en que uno está dolido y se plantea el “por qué”. Es la hora de la verdad, ensayada y preparada en el tiempo, en el ejercicio de pequeñas cosas: “los jugadores de bridge me dicen que tiene que haber algún dinero circulando en juego porque si no ‘la gente no se lo toma en serio’. Parece que esto también es algo así. Se puede apostar por Dios o por la negación de Dios… depende de lo que se haya expuesto en el envite el que éste sea serio o no lo sea. Y nunca se entera uno de lo serio que era hasta que las apuestas se

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disparan a una altura horrible; hasta que se da uno cuenta de que no está jugando con fichas o con calderilla, sino que lo que está en juego es hasta el último penique que puede llegar a adquirirse en el mundo”. Es la hora de la prueba real… experimenta el dolor como miedo, como tedio y también como rebeldía frente a Dios. El sufrimiento ha convertido su vida en un «callejón angosto» y en un sinsentido. El dolor tiñe la vida con una sensación de permanente provisionalidad: «Antes nunca llegaba a tiempo para nada, ahora no hay nada más que tiempo, tiempo en estado casi puro, una vacía continuidad». Hay sensación de egoísmo, y que eso es «justo lo que no debe ser… Me he quedado horrorizado. Por la forma en que he venido hablando, cualquiera tendría derecho a pensar que lo que más me importa de la muerte de H. son sus efectos sobre mí mismo». La realidad queda deformada cuando se observa así, el sentimiento la ve como el palo metido en el agua que aparece torcido, algo sin sentido. Y la confianza va entrando en el alma: «Mi pensamiento, cuando se vuelve hacia Dios, ya no se encuentra con aquella puerta de cerrojo echado…

Vayamos al fondo de la cuestión: ¿Se debe

necesariamente sufrir?, ¿el dolor es inevitable?: es algo que «no somos capaces de entender», dice que en cualquier caso «Dios nos hace daño solamente por nuestro bien», dice Lewis, pero en realidad también aquí hemos de corregirle, pues no es Dios quien lo quiere sino que lo permite. Se ha hablado mucho de que Dios envía enfermedades o desgracias y que es una forma de castigar, pero no podemos hablar así, eso no se corresponde con lo que sabemos de Dios, más bien lo que sabemos es que deja que pasen las circunstancias diversas o las consecuencias

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de la libertad, pero no lo dejaría si no sacara de aquello –sea lo que sea- un bien, si estamos abiertos a su amor, y en la oración vemos las cosas como Él las ve. Aguantar es la única actitud ante el dolor, pero se lleva mejor cuando intuimos un sentido en la esperanza de que se nos revelará el “por qué” más tarde. «Más de una vez tendremos aquella impresión que no logro describir más que como una risa sofocada en la oscuridad. La sensación de que una simplicidad apabullante y desintegradora es la verdadera respuesta»: cuando la vida parece absurda, en medio de la profunda soledad sufriente, hay «una forma especial de decir: no hay respuesta. No es la puerta cerrada. Es más bien como una mirada silenciosa y en realidad no exenta de compasión. Como si Dios moviese la cabeza, no a manera de rechazo sino esquivando la cuestión. Como diciendo: Cállate, hijo, que no entiendes»… y vemos que no estamos solos, vamos con Jesús en la Cruz camino de la resurrección. ¿Es esta la respuesta?

14. Lo sagrado y el hecho religioso. Pertenece intrínsecamente al hombre la apertura al absoluto. La religiosidad no es algo teórico sino eminentemente práctico, que no sólo significa en sus gestos simbólicos una actitud sino que realiza algo grande, ese encuentro con Dios, por eso el arrodillarse expresa adorar, enterrar muertos la fe en la inmortalidad...; en cambio, ver el fallecer como fin de trayecto, suena a fracaso, es algo deprimente, y para quien no cree todo acaba unos palmos bajo el suelo. Hace poco me decía uno que se declara ateo, que les hablara a sus hijos de una pregunta que le hacían sobre dónde iría él, cuando muriera… hablé a sus hijos del cielo, y al ver que ante la pregunta de la muerte, él prefería para sus hijos la respuesta de un sacerdote, le comenté: “lo

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que de verdad piensas no es lo que dices, sino lo que quieres explicar a tus hijos… o sea que no eres tan ateo como dices”. Para quien está abierto al más allá, hay un sabor de victoria, después de consumar una carrera. Y es muy importante ver la manera de tomarnos las cosas…

Cuando hay un “para qué” hacer las cosas, es más

fácil el “cómo hacerlas”, y entonces ya no es masoquismo sufrir, si el sufrimiento tiene un sentido de amor. Entonces, cuando el amor lleva al sacrificio, el dolor –por ejemplo ante los seres queridos que han fallecido- adquiere un valor, no sólo como recuerdo, sino actualización del amor que no desaparece: me gusta repetir que el amor que no ha nacido para ser eterno no ha existido nunca. Esta memoria de los difuntos nos ayuda a portarnos mejor y así en los momentos de desfallecimiento el pensamiento puede ser: “¿qué le pondría contento a...?” y esto anima a luchar: “he de hacerlo por mí y por él, por ella...” se adquiere una madurez y sentido de responsabilidad. A aquellos niños que querían saber de dónde estaría su padre cuando muriera les recordé el diálogo de la película de “El Rey león” cuando el hijo le pregunta al león padre si estarán siempre juntos, y contesta él: “allá en las estrellas están los reyes que nos miran... cuando yo esté allí estaré mirándote, no te dejaré...”

Hay una comunicación entre los de aquí y los que

han cruzado el río de la vida, y podemos ayudarles con nuestros esfuerzos y sacrificios (el sentido profundo de los sufragios por los difuntos) y ellos nos animan como espectadores que están viendo jugar un encuentro deportivo, están animando a nuestro partido, pues estamos corriendo en el campo y ellos desde la grada:

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“¡venga, ánimo... mete este gol!” Y volviendo al ejemplo de los dulces que se preparan en las fiestas, aquella sonrisa o detalle de servicio será un ingrediente para este manjar que se amasa con amor.

15. Liturgia para los difuntos… caen las hojas secas,

y las ilusiones de la vida en muchos, por la vejez. Hace casi 500 años, en Ávila muere Beatriz de Ahumada y mientras los sacerdotes terminan las ceremonias dice: “Teresa, que venga Teresa”. La niña de 12 años entra y le dice: “¡bendita, bendita!”, y expira. Teresa, llorando en su habitación, dice a la Virgen: “Señora, ya veis que no tengo Madre, sed vos en adelante Madre mía”. La Virgen nos acompaña siempre, y en el Avemaría rezamos por las dos palabras importantes: la vida que comienza con el nacimiento, el fruto del amor (“bendito el fruto de tu vientre”) y la muerte, el dolor (“ruega por nosotros pecadores… en la hora de nuestra muerte”). Y en otros momentos le pedimos de mil formas “no nos desampares ahora y en la hora de la muerte”.

Alrededor del altar la Iglesia recuerda a los

hermanos que Dios llamó a su presencia. Desde el comienzo los cristianos han querido honrar a sus difuntos por medio de la Santa Misa. En efecto, en la Eucaristía renovamos incruentamente el sacrificio de la Cruz, es decir, se actualiza el momento en el que Cristo murió por nosotros. La muerte de Cristo es modelo, ejemplo y paradigma de la muerte de sus discípulos, un canto a la esperanza para sus seguidores, pues su muerte no es la conclusión de la vida, sino que se abre a la Resurrección. Hay algo más después de la muerte; la resurrección de Cristo nos abre las puertas a una vida sin ocaso al que todos estamos llamados. No un fin, sino un comienzo.

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Tampoco es la separación definitiva, sino una separación esperanzada, sabiendo que un día nos encontraremos con nuestros seres queridos. Quedó tan grabada esta realidad en la mente y vida de los primeros cristianos que incluso hubo un cambio de nombre en los enterramientos de sus difuntos. El mundo pagano denominaba necrópolis, los cristianos cementerio (dormitorios), porque ellos esperan, como en un sueño, el momento de su resurrección corporal. También ha quedado reflejado en la liturgia esa apertura a una vida futura:

- hay dolor, pero hay esperanza; - hay muerte, pero hay una vida nueva (vita mutatur,

non tollitur: la vida cambia, pero no acaba, dice el prefacio de difuntos);

- es el dies mortis, pero también es el dies natalis : el día de la muerte y el día del nacimiento (a la Vida);

- cuesta la separación, pero a la vez hay paz. En Camino (de S. Josemaría Escrivá) se nos dice: “A

los otros, la muerte les para y sobrecoge. A nosotros, la muerte -la Vida- nos anima y nos impulsa. Para ellos es el fin, para nosotros, el principio” (738). “¿Has visto, en una tarde triste de otoño, caer las hojas muertas? Así caen cada día las almas en la eternidad” (Camino, n. 736)… dan el salto a la vida eterna. Ello nos ha de hacer pensar y darnos cuenta de que un día, la hoja caída seré yo. Por eso hemos de vivir cada jornada que comienza como si fuera la última de nuestra vida.

Por ahí vemos que muchas personas andan por la

vida sin temor a Dios y sin esperanza, sin pararse nunca a pensar en ese mundo, el definitivo, que se encuentra más allá de su visión exclusivamente humana. La meditación de

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los novísimos, nos ha de ayudar a rectificar la marcha de nuestro andar terreno, a aprovechar mejor el tiempo, a no dejarnos absorber por los cuidados y necesidades de la tierra, a no permitir que nuestro corazón se encharque con lo de aquí abajo, a fomentar el horror al pecado, y a sentir la urgencia de un apostolado constante más intenso, más descarado, más exigente. "Morir es una cosa buena ¿Cómo puede ser que haya quiénes tengan fe y, a la vez, miedo a la muerte?… Pero mientras el Señor te quiera mantener en la tierra, morir, para ti, es una cobardía. Vivir, vivir y padecer, y trabajar por Amor, eso es lo tuyo" (S. Josemaría, Forja 1037).

“El tiempo es un tesoro que se va, que se escapa,

que discurre por nuestras manos como el agua por las peñas altas. Ayer pasó, y el hoy está pasando. Mañana será pronto ayer. La duración de una vida es muy corta... Es corto el tiempo para amar, para dar, para desagraviar. No es justo que lo malgastemos, ni que tiremos ese tesoro irresponsablemente por la ventana; no podemos desbaratar esta etapa del mundo que Dios confía a cada uno” (id, Amigos de Dios 39). La muerte da una luz importante para vivir en el tiempo. De una parte vivir con intensidad el presente hoy, ahora,

16. Dios no nos quita nada, lo da todo. A veces se

quiere resolver la cuestión de una pérdida diciendo “lo ha querido Dios”, y entonces se atribuye a Dios una voluntad sádica, como diría la canción de Perales: “es un ladrón… que me ha quitado todo”. Conocí una chica que estaba muy enfadada con Dios a raíz de la muerte de una amiga suya.

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-“Dios, espero que seas bondadoso, abre los brazos porque subirá el ángel que perdiste en la tierra… Ella no lo merecía”. Y como solía rezar y poner estos “niks” en el facebook le pregunté qué le pasaba y ya me contó: “¿Te he hablado alguna vez de una mujer de mi pueblo, que me ha hecho siempre de aya? Ha pasado por una vida muy complicada… quería las flores como si fueran hijas suyas. De joven tuvo que trabajar para cuidar a sus hermanos. Su padre no la valoraba, por ser mujer… se casó, tuvo dos hijos, uno con síndrome de Down. Luego se le murió el marido, cuando ellos eran aún pequeños. Luchó sola por los dos hijos. El que estaba bien se casó con una bruja. Ella siguió en casa con su hijo enfermo. Al cabo de poco la nuera la separó de su hijo y lo puso en una institución para hijos con minusvalías, y nunca podía ir a verle. Luego, quizá hace 5 años, la hizo poner a ella en una residencia, diciendo que estaba loca, cosa que es mentira. Se le murió el hijo que tenía en el internado. Y ella se estaba dejando morir. Pero dijo que no quería, que deseaba seguir enseñándonos cosas, a mí y a mi hermana. Y así comenzó a luchar por sobrevivir. Este enero hizo 93 años, todos sabíamos que le quedaba poco tiempo, comenzó a volverse sorda, y ella lo notaba. Se ponía a llorar mucho por eso. El lunes pasado quería ordenar el armario, para no dar trabajo a las monjas que la cuidan, y cayó. La han tenido que operar y salió adelante, a pesar de tener los pronósticos en contra de que lo superara. Y ahora está estirada en la cama, llena de tubos, sin poder hablar, sin poder moverse. Y lo peor es que ella se da cuenta. Y lo único que hace es llorar. Siempre, por Navidad, le llevábamos un regalo y ella se gastaba lo que tenía, lo que le daba la Cruz roja, para hacernos un regalo. Y lo más bonito es que siempre lloraba… solo que la fuéramos a ver un rato lloraba de

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felicidad. Sabes que a mí también me gusta escribir… y en una ocasión me pidió escribir algo con ella porque a ella también le gustaba mucho, y pienso cumplir su sueño… ella no pasará de esta semana… por eso odio a tu dios, por darle una muerte así. Estoy de acuerdo que tenga que morir, pero: ¿por qué así?”

-No lo sé, Anna, pero pienso que Dios nos ha puesto

para que ayudemos a que no estén solas estas personas que se merecen tanto amor, especialmente éstas. ¿Me entiendes?

-Pero es que ella no quiere nunca que la vea cuando está enferma, aunque esté resfriada…

-Pues es igual, ve a verla, dile que necesitas verla porque la quieres. Pues esto es lo que necesita ahora.

-Llevo todo el día hecha caldo, si lo he intentado, pero me he echado atrás…, no me veo con fuerzas. Estaba en el pasillo y la oía respirar, aquella respiración de estar sufriendo.

-No pasa nada, igual otro día te atreves, le tomas la mano y le dices: estoy aquí, siempre te llevo en el corazón. Y le dices que te ha dado amor, y le das gracias por todo.

-Siempre le he dicho que en realidad era ella mi abuela, y lo sabe.

-Pues con esto tiene bastante para ser feliz, vive de esto.

-Siempre me decía: no hace falta que me digas estas cosas con palabras, porque tus ojos me lo dicen todo. Una cosa, si hablas con Dios para criticarle, representa que te oye, ¿no?

-Sí, claro. -Pues igual me manda una tormenta de rayos para

fulminarme… ¿si de veras existe porqué hace esto?

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-No, tonta, no te hará daño, y lo que preguntas es la gran pregunta, el por qué deja que las cosas pasen y no hace nada para pararlas.

-Pues hay cosas que no debería permitir… además ella siempre ha creído en Dios. Y siempre ha estado rezando. Ningún día faltaba a Misa.

-Ya, yo también se lo digo, pero ella ha sido, y es feliz, en medio de todo esto, y el que no cree no vive feliz, se amarga.

-Pienso en una locura: que si lo encontrara lo mataría…

-Rezo por todo esto, quéjate a Dios que es tu manera de rezar, y estate tranquila que verás alguna luz, yo también te ayudaré a pensar en esto... y confía, que Él sacará de esto algo bueno, no sé como.

Luego, pasados unos días, cuando ya murió… ella sigue:

-Sí, la fui a ver. Lo más fuerte es que estoy indiferente. Y me da rabia, porque he seguido con la vida normal y me doy asco. Esta mañana cuando mi madre me llamó para el entierro me daba pereza, y no quería ir, he ido por obligación, y por el camino mi madre lloraba, mi hermana también, y yo iba en plan pasota con las manos en el bolsillo y tal…

-Tranquila, es que la emotividad reacciona diferente en las personas. Cuando quieras hablamos del tema, porque te saldrá a su hora el dolor.

-Después, en la iglesia, mi hermana y mi madre llorando y yo estaba como si no pasara nada, pero cuando me han dado el recordatorio me he puesto a llorar, pero de rabia, he sentido mucha rabia, y no quería sentirla, porque era rabia hacia su familia, por todo lo que le habían hecho, y si no he dicho nada ha sido porque he pensado que si ella

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en vida prefería estar callada yo no era nadie para decir nada. Y cuando me he puesto a llorar era de rabia, no de impotencia… y mi hermana me ha visto y se ha puesto a llorar cogida de mi mano, y cuando mi madre nos ha visto también entonces les he dicho de irnos y me he ido de su entierro. Quedaba muy poco, pero me he dicho, no estaba bien, pero es que he visto tanta falsedad, tanta que no podía, la rabia me comía por dentro. Y después hemos ido al cementerio, y yo otra vez indiferente…

Cuando era pequeña yo creía mucho, estuve a medio año de hacer la primera comunión. Después de ir a catequesis y todo el rollo, cabreé a todo el mundo. Se murió una bisabuela mía y me fui a llorar a la puerta de atrás de la iglesia. El cura me vio

y me hizo entrar y me contó que eran cosas de la vida, y que si Dios se la había llevado era porque ya había acabado su trabajo aquí. Hasta aquí lo entendí. Pero al cabo de dos semanas mi mejor amiga murió atropellada por un camión, y también fui a ver el cura, le pregunto que por qué se la había llevado si todavía era muy joven y le quedaban muchas cosas para vivir… La respuesta del cura fue que Dios se llevaba a su lado a la gente buena y mi respuesta fue sincera: "Pues si tu Dios se lleva a la gente buena está diciendo que yo soy mala, además es un egoísta, que se haya llevado mi abuela lo entiendo porque era mayor, pero la Silvia no tenía porque llevársela”. Y me fui corriendo. Después el cura vino a casa para hablar conmigo. Pero me escapé al cementerio. Tenía 7 años. Hacía mucho tiempo

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que no recordaba esto, y nunca lo había contado. Siempre era mi madre quien lo contaba.

-Comienzas a contar tus cosas, a sacar lo que llevas dentro, y eso es bueno. Yo no tengo soluciones, pero sé que ayuda salir de estos muros que has construido, la barrera que separa de los demás. Te da miedo la confianza con los demás, no hemos de tener miedo sino confiar…

-Sí, tengo miedo de todo… y no sé por qué. Me siento como muy sola. No tengo a nadie con quien hablar de verdad, algo con Jordi, luego me han traicionado algunos chicos en quien he puesto la confianza, y me he cerrado, lo he pasado mal… ahora me cuesta hablar contigo, aunque por otra parte lo necesito… es que yo desde lo de mi amiga he ido en contra de la religión y todo eso. La que enseña en el Cole me tiene mucha manía porque siempre le rompo las teorías, ahora voy contra la gente que cree en Dios y eso… pero como Jordi me dijo que hablara contigo, y creo que no quiere nada malo… pero me enfadé y te puse verde el primer día.

-No me engañaste, se puede intuir que vas en contra y te haces la dura por fuera porque por dentro eres delicada y has tenido heridas en el corazón. Te sientes débil, insegura. Confía más en ti misma…

-Te haré caso… -¿Te das cuenta de que

estás dejando el orgullo de lado?

-Ya no tengo nada que perder… tengo miedo de creer, por el “prestigio” de mi pensamiento… no sé si creo

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o no quiero creer… pero tú intenta hacerme creer en Dios, por favor.

-No quiero coaccionarte, tranquila; prefiero que no creas a que lo hagas sin querer de verdad, si a veces te sientes obligada dímelo, yo amo mucho la libertad, y si quieres envíame los escritos que me cuentas.

-Son demasiado cutres, y la mayoría hablan solo de muerte y eso… escribo cuando estoy muy depre, y deprimen mucho… escribe tú, manda lo que quieras de lo que te escribo y digo, que me gustará leerlo luego…

-Muy bien… ahí va eso. 17. "Tierras de penumbra". Richard Attemborough

dirigió la película con este título, que trata de C. S. Lewis y los últimos días de su esposa hasta su muerte. Escribió ya años antes, en 1940, “El problema del dolor” su propósito era resolver el problema intelectual presentado al sufriente por el sufrimiento. Esta elucidación intelectual del problema del dolor es una necesidad urgente para quien sufre, pues el doliente no sólo se duele de padecimientos físicos sino también de la misma conciencia del dolor como aporía, como callejón sin salida. Por eso la reflexión sobre el sentido del dolor resulta inevitable. Con todo Lewis observa con agudeza que una filosofía del dolor nunca podrá llegar a ser un analgésico adecuado para embotar el sufrimiento: «Cuando el dolor tiene que ser sufrido, un poco de valor ayuda más que mucho conocimiento; un poco de simpatía humana ayuda más que mucho valor, y el más leve rastro de amor de Dios es lo que ayuda más que cualquier otra cosa». Tampoco la fe cristiana es para el creyente una especie de opio espiritual que le evite la experiencia lacerante del dolor. El dolor es siempre doloroso; es más, la misma conciencia de la inevitabilidad

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del dolor duele a su vez, decía José Miguel Odero: lo único que el teólogo puede y debe proponerse con su discurso es, pues, inyectar en el dolor la esperanza o lo que es lo mismo: «mostrar que la vieja doctrina cristiana de ser perfeccionado a través del sufrimiento no es increíble». Esa credibilidad del sentido cristiano del dolor se capta generalmente por vía de testimonio. El hombre es capaz de reconocer algo llamativo en la existencia de algunos cristianos, siempre que éstos vivan el dolor como algo que, sin ser bueno en sí mismo, tiene con relativa frecuencia efectos buenos: «He visto —reconoce Lewis— gran belleza de espíritu en algunos que sufrían reveses (...) y he visto que la enfermedad final produce tesoros de fortaleza y humildad en individuos que eran muy poco valiosos».

En casos como estos cabe contemplar en el dolor

una piedra de toque de la infinitud propia de la libertad humana, pues el dolor revela al hombre la hondura de su propia libertad. El hombre es libre ante el dolor, porque es capaz de no sucumbir ante él, sino que por el contrario el hombre posee la paradójica capacidad de reconducir el dolor hacia su propia felicidad. El hombre es libre frente al dolor, porque puede vencer al mal que es el dolor aun antes de que el dolor sea suprimido.

¿Cómo es posible esta victoria del hombre sobre el

dolor? Para responder con hondura a esta cuestión hemos de preguntarnos por las condiciones de posibilidad del dolor. El problema del dolor puede aparecer como tal problema —y no meramente como un dato— cuando se nos presentan dos realidades aparentemente contrarias: por una parte se debe dar en nosotros mismos la experiencia del dolor y la viva comprobación de la

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presencia de este mal en el mundo; pero por otra parte el dolor sólo llega a ser problema cuando simultáneamente tenemos la convicción de la bondad y la sabiduría del Creador del mundo.

En efecto, para un materialista que sólo contempla

la posibilidad de que una energía desconocida e impersonal explique suficientemente el cosmos y la vida humana, el dolor es tan sólo un dato molesto o, en todo caso, una plaga a erradicar, pero sólo en este último sentido le resulta problemático. Es decir, para un materialista el problema del dolor se reduce a un problema técnico: encontrar analgésicos adecuados”. Que es lo que pasa en el mundo de hoy: simplemente buscar la cosa técnica, llegando a la barbaridad de eliminar el paciente cuando no se puede eliminar el dolor. Cuando en realidad es el dolor un reclamo para el misterio del hombre, como las cebollas, para que vayamos a capas más profundas, de su eternidad.

“Por el contrario, la fe cristiana en un Dios bueno y

omnipotente suscita el problema del dolor en sus términos más paradójicos, cuando enseña a la vez que el Hijo de Dios beatísimo muere en la cruz padeciendo sufrimientos atroces”.

Tierras de penumbra es una gran película de Richard

Attenborough que está basada en lo que ya hemos dicho del matrimonio de C. Lewis (Anthony Hopkins) con Helen Joy (Debra Winger). Ella influye muy positivamente en él, se trata de una amistad estrictamente intelectual, cuando de repente se diagnostica a H.-Joy un cáncer… se casan para que ella tenga la nacionalidad británica, y el amor, que llega inesperadamente, hace salir a Lewis de su rutina, pues

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vivía "encerrado en la cárcel de sí mismo", se sentía solo y tenía miedo de poner el corazón en los demás. Por eso, al probar el amor y serle arrebatado, cuando el cáncer se lleva a Joy, él queda sumido en un profundo duelo. Había dicho que Dios permite que los hombres sufran por un sentido; que mientras que otras cosas como la injusticia y el error pueden ser ignorados por el que las sufre, el dolor no, “sentimos” que sufrimos, y escuchamos algo que en la conciencia nos grita: “el dolor es el megáfono que Dios usa para despertar a los sordos”; son ilusiones destrozadas, arde la rebelión, pero es oportunidad para quitar el velo de la apariencia de las cosas y ver la realidad de nuestra contingencia... Pero ahora, Lewis no “sentía” más que el corazón en carne viva, no ve sentido al dolor ("si conociera algún modo de escapar de él, me arrastraría por las cloacas para encontrarlo"): escapar del callejón sin salida. No sirven las palabras: «un poco de valor ayuda más que mucho conocimiento; un poco de simpatía humana ayuda más que mucho valor, y el más leve rastro de amor de Dios es lo que ayuda más que cualquier otra cosa».

Sentimos entonces que nos duele perder a personas

queridas, damos gracias a Dios por haberlas tenido… y seguimos cumpliendo nuestra labor, que después de la depresión, del cansancio, siempre es posible y necesario recomenzar. Recomenzar es renovarse, pensar en los demás (también en “sacrificio” por la persona que hemos perdido, y que necesita nuestra alegría). Uno crece cuando enfrenta el invierno aunque pierda las hojas. ¿Lloraste mucho?... Fue limpieza en el alma. “Y la vida continúa” es una película-documental de Abbas Kiarostami con una serie de momentos mágicos sobre las consecuencias del terremoto que ha asolado la zona de Roudbar (Irán, 1990),

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y que ha dejado muchas familias destrozadas, y muchos huérfanos. Como en la primera película (“El sabor de las cerezas”) también aquí va un hombre en coche (esta vez acompañado por su hijo: haciendo seguramente honor a “La strada” de Federico Fellini, su película favorita) en busca de un actor real, que él dirigió en otra película, y vemos los fortuitos encuentros con los supervivientes (frases mágicas, como: "nadie puede apreciar la juventud si no es viejo, nadie puede apreciar la vida si no ha visto la muerte"), diálogos en pura contemplación de un mundo que renace, un coro que clama por reconstruirse y volver a empezar, la necesidad de seguir viviendo “mientras tanto"… “Y la vida continúa”.

Va naciendo una luz, la esperanza de que uno crece,

también con el testimonio de otros: «he visto —reconoce Lewis— gran belleza de espíritu en algunos que sufrían reveses... y he visto que la enfermedad final produce tesoros de fortaleza y humildad en individuos que eran muy poco valiosos». Se le revela al hombre la hondura de su propia libertad, porque es capaz de no sucumbir ante el dolor fuerte, sino que posee la paradójica capacidad de reconducirlo hacia su propia felicidad, puede superarlo: no con analgésicos, sino al contemplar que el Hijo de Dios muere en la cruz por amor, "el sufrimiento es el cincel que Dios emplea para perfeccionar al hombre". Ahí no hay palabras: "Él sabe más"… "vivimos en tierras de penumbra"; pero "hay luz en la oscuridad".

18. “El dolor puede ser la mejor medicina. Llorar

una pena profunda, como la muerte de un familiar o el final de un amor, contribuye a hacer más fuerte a la persona y a enfrentarse con mayor decisión a las adversidades del día a

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día”, “en muchas ocasiones el llanto, la rabia, la adaptación de lo sucedido y una visión real pero optimista de la vida bastan para superar el bache”, dicen en el Congreso Nacional de Psiquiatría en Valencia 2008. Las mujeres han perdido numerosos espacios de comunicación que históricamente les han servido para compartir angustias y sobrellevar su dolor (José Manuel Iglesias). Los sentimientos reprimidos tienden a surgir y ensombrecer momentáneamente nuestra conducta afectiva; un fardo de sentimientos y heridas que quizá cuando nos sentimos amados surgen, cuando podemos ser nosotros mismos sin miedo. La psicología, aliada con las técnicas orientales, propone un modo de enfrentar la vida basado en aceptar con serenidad lo que no puede cambiarse, tener el valor para modificar lo que debería cambiarse y de sabiduría para distinguir entre ambos. Decía Bernstein: "creo que el más noble de los dones del hombre es su capacidad para cambiar". Conviene fomentar la flexibilidad, adaptación, capacidad para vivir en la incertidumbre, tolerancia ante las frustraciones y muchas otras pericias para no caer en la versión patológica de la tristeza. La tristeza se puede adormecer con el consumismo, drogas y alcohol o de antidepresivos que actúan elevando los niveles de la serotonina natural, una sustancia que tiende a mejorar el estado de ánimo pero la parte más importante es lograr resurgir de una crisis aprovechando la oportunidad para crecer como persona. Con una alegría que proviene de nuestro interior nos ayuda a vivir con conciencia plena y atención al momento presente, que ayuda a obtener beneficios de tranquilidad, paz mental para aceptar las cosas como vienen, verlas como son realmente y no como parecen, darnos cuenta de que lo que parece permanente, en realidad no es. Una vida consciente vive en el momento

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presente, observa sin enjuiciar ni reaccionar desabridamente, pues sabe que en gran parte la insatisfacción, tristeza y temores provienen de los pensamientos negativos sobre el pasado y el futuro. Aunque todo nos enriquece… En el ámbito de las emociones, por ejemplo, no deberíamos elegir la alegría y rechazar la tristeza sistemáticamente, pues para algo está. No juzgar la experiencia como inadecuada en algún sentido, pues como el estiércol mezclada con la tierra sirve de abono para la vida nueva, todo sirve si se sabe aprovechar. Por tanto, nos conviene no cerrar los ojos como el avestruz y abandonar todo intento de hacer que las cosas sean diferentes: aceptar todo, que no es resignarse sino el primer paso para una respuesta inteligente. Y no preocuparse mucho por los pensamientos que nos vienen, que sólo son acontecimientos mentales y nos define menos que los hechos y las palabras. La persona se define por lo que hace en primer lugar (“por sus frutos los conoceréis”), luego por lo que dice y muy en tercer lugar por lo que piensa o siente… Escoger la vida que tengo, ahí está la primera clave de mi vida. Luego, aceptar con severidad las cosas que no pueden cambiarse...

cambiar lo que se pueda, y a trabajar (Isabel S. Larramburu:

www.isabel-larraburu.com/articles/article054.p

hp).

19. Canto a la vida no nacida. Jornada a favor de la vida. Celine Dion contaba, al acabar de tener un hijo, que ella vivía gracias

a un sacerdote católico, pues cuando su madre quería

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abortar al saber que iba a tener el hijo n. 14, le dijo que no podía acabar con una vida que no le pertenecía, "que no tenía derecho a ir contra la naturaleza", y por eso vivió la cantante del tema de "Titanic": "a partir de ese momento de recuperarse del desánimo, ya no perdió ni un minuto en autocompadecerse y me quiso tan apasionadamente como amó a los anteriores”. Elizabeth Klein cuenta que con una infección de vagina y con 3 hijos que cuidar, por un error quedó embarazada a sus 40 años. Recibió una fuerte presión psicológica para abortar, ante el riesgo de síndrome de Down de la futura criatura, y ella había escrito sobre este “derecho” de la mujer, y deseó el aborto, “hasta que, tumbada en una litera donde tendría lugar la amniocentesis, vi por la pantalla del scanner la cabeza perfectamente formada del niño que lleva dentro… ¡sentí que yo amaba a aquel niño!” y esta visión transformó el embarazo de “accidente” a “positivamente querido”. “Y desde que ha nacido no puedo entender la vida sin ella… es un hijo de propina". Cuando una madre aborta, queda llena de tristeza: “siento no haberte amado, lo siento mucho”… suelen decir. Luego, la depresión, se van con la tristeza de no haber tenido los recursos para amar. Son decisiones diferentes. Una, la de tener un hijo a 40 años, cuando podía tener tranquilidad, y prefiere la propina de un hijo; la otra, que no se atreve a aceptar el regalo de la vida, y la apaga.

Gobiernos y leyes pro-aborto. Se ha ampliado el

aborto en España. El problema para muchos políticos no es si se mataba o no a un ser humano, que eso parece que no les importa, sino “hacer carrera”. La batalla sobre este tema no ha acabado, pues está en la opinión pública. Habría que apelar a la verdad interior de las cosas y no a las

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modas o a las votaciones. La pregunta es: “¿se puede votar todo, o hay valores que están fuera de cuestión?” Pues Hitler también fue apoyado por una mayoría en Alemania y en Austria. Una joven de diecisiete años fue a abortar fuera de España. Una semana más tarde escribía: “¿Sabes? Hay momentos en los que me siento tan ridícula, que me ahogo en una gota de agua. Me siento sola y estoy notando una falta de interés por todo lo que me rodea. Sé que no soy la única que ha pasado por esto y sé también que otras lo han tenido mucho más difícil, pero me siento tan indefensa e inútil, tan niña e inexperta que me falta la suficiente fuerza de voluntad para volver a empezar. Quisiera hacerte entender lo extraña que me siento. Las noches me están siendo largas y los días son inacabables. Basta cualquier cosa, cualquier gesto, para que sienta cómo las lágrimas se asoman a mis ojos. No puedo, no debo llorar porque tendría que dar una explicación al hacerlo. Te necesito, pues no he asimilado todavía lo que hecho. Cuando pienso que antes para mí la máxima realización era tener un hijo, me siento como una sucia hipócrita... El tiempo borra las heridas, pero yo sé que... hay cosas que jamás se olvidarán. Sólo soy una adolescente... creía ser una mujer. La realidad me ha hecho ver que no soy más que una niña... Ahora mi destino no tiene más que un fin: recobrar la alegría de vivir, pues la vida es el más que todos los regalos del mundo y no se la puede rechazar” (María G., en “Misión Joven” 1985). Son valores que tienen que acogerse en la opinión pública, por encima de utilitarismos: la famosa cuestión planteada estos días, bajo aspectos más o menos dramáticos: “si no quiero este nacimiento, ¿para qué sirve esta vida?” El argumento de la adolescente violada no es

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tan fuerte, pues basta dar una información, de que como ante cualquier veneno, también en este caso de agresión injusta basta un simple lavado interno. El que estos valores aniden en la mente de la opinión pública, y el primero el valor de la vida humana, significa que aniden en cada corazón, pues el corazón de los hombres es la única arma que puede ganar el egoísmo del mundo, y la batalla del amor es la única clave de la felicidad.

Recuerdo que cuando Celine Dion tuvo un hijo, se

habló también que ella vive gracias a un sacerdote católico, pues cuando su madre quería abortar al enterarse que iba a tener el hijo número 14, le dijo que no podía acabar con una vida que no le pertenecía, "que no tenía derecho a ir contra la naturaleza", así decía la cantante de la canción de Titanic. Y “en cuanto mi madre se recuperó del desánimo, no perdió ni un minuto en auto-compadecerse y comenzó a amarme tan apasionadamente como había amado a todos los demás hijos".

Pienso que en este tiempo de tanta "cultura de la

muerte" es muy bueno reflexionar sobre las imágenes que ha publicado por ejemplo National Geografic, y que están publicadas en la red, por ejemplo en http://www.youtube.com/watch?v=H_IIIibwyXo y los videos siguientes que ahí se señalan, aquí pongo una foto de la secuencia. Se sigue en 3 y 4D, técnicas de ecografías, etc. cómo evoluciona la formación de la criatura desde la concepción hasta el nacimiento.

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Elizabeth Klein decía en un artículo que, con una infección de vagina y con 3 hijos, se quedó por un error del control de natalidad-en estado, con sus 40 años. Recibió una presión psicológica muy fuerte, ya que ella había escrito sobre el derecho de la mujer a abortar, pero "al menos por esta vez, pensaba que eso no era para mí. En el mejor de los casos, el aborto es una decisión difícil y dolorosa, algo que no se hace sin una grave necesidad", dijo. Le presionaron con que podría ser que naciera el bebé con el síndrome de Down, y deseó el aborto. "Hasta que, tumbada sobre la camilla donde tendría lugar la operación, y vio en la pantalla del scanner la cabeza perfectamente formada del niño que llevaba dentro, y... ¡Yo quería ese niño!"; esa visión "transformó mi último embarazo de

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accidente en algo positivamente querido. Desde que nació la pequeña ya no podemos entender la vida sin que estuviera ella", porque les alegra la vida. El título del artículo es "un hijo de propina".

¿Todas actúan así? No. Vemos otro caso, el de Elinor

Nelson, que al recibir la noticia de otro embarazo, cuando tenía también 3 hijos, precisamente trillizos (por fecundación artificial, ya que no podía tener hijos, pensaba, pero ocho meses después quedó en estado). Tenía miedo de matar a su hijo, "me repugnaba la idea de tumbarme en una mesa de operaciones y que me sacaran esa vida de mi interior con una aspiradora". El radiólogo le enseñó la localización del feto, y hasta el latir del corazón y las dimensiones. Cuando abortó, estaba "abrumada de tristeza. 'Me sabe muy mal no haberte querido –le dije al feto-. Me sabe muy mal". Después, la depresión, que se fue por fin... pero quedó la profunda tristeza de no haberlo querido. Son dos decisiones diferentes. Una, la de tener un hijo a 40 años: ya no podrían ir al cine o salir, pero tenían la propina de un hijo, cuando los demás ya habían crecido; el otro, una joven que no se ve con corazón de tener otra criatura: no quiso el regalo ("The Human Life Review", Nueva York 1993). En el mismo lugar Stan Sinberg publica que estaba en un banquete de boda, y dijo enfadado, ya que era partidario del aborto, que un amigo ya tenía un hijo sólo un año después de casarse. La madre, que estaba al lado, le explicó después de que ella lo había tenido con él "un poco pronto", y quería abortar "por no ir con traje de novia en estado", pero que su padre dijo que no encontró a nadie para hacer el aborto (en realidad, parece que no buscó demasiado...). "¡Qué ironía!: Yo, partidario del

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derecho a abortar, estoy vivo gracias a que mi madre no tuvo este derecho".

Mientras tanto, es necesario emprender acciones de

apoyo para evitar que las mujeres se vean abocadas a recurrir al aborto, y defender el derecho a la vida de los no nacidos. Lo otro "es una salida traumática a una situación aún más traumática "(L. Origlia), y es allí donde debe ir la política, a solucionar estas situaciones traumáticas... pues tenemos que defender que nadie es árbitro de la vida humana ya existente. No debemos juzgar la culpabilidad que tienen las madres que matan los hijos antes de que nazcan: la madre tiene un instinto (todo lo sabemos, por los psicólogos) que el trauma del aborto se graba muy fuerte en el alma de la madre, porque ella sabe que tenía un ser humano en su vientre, que era su hijo, estar vivo, y que no está aquí... La sociedad debe procurar otras vías para solucionar los problemas reales que puede tener una madre, para no verter a ninguna persona hacia soluciones aparentes, que no arreglan nada, y lo estropean todo.

Viviana es una chica de buen corazón, le costaba

abrirse, decía, porque “es un tema delicado… fue el año pasado, algo que nunca pensé que me pasaría a mi, pero la vida es así, sorpresas que nos tiene preparada, llevaba 2 meses con este chico, no sé cómo pasó y me quedé embarazada, no sabía qué hacer; la primera cosa que me pasó por la cabeza fue el aborto: no tenía ni idea de qué me pasaba, lloré y mucho, me sentí fatal, no lo sentía mío a ese bebe, en casa no sabe nadie, lo sabe una persona, que no me apoyó en la decisión que tome…

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-Sigue, ya imagino lo que sufriste… -El chico con el que salgo no tiene ni idea, habíamos

hablado de que no estábamos preparados para eso… -Sé que hice mal, y aun me duele lo que hice, pero

creo que Dios que lee nuestros mas profundos pensamientos sabrá que estoy arrepentida por ello, no podía tenerlo no estaba preparada para ser mama…

-Es verdad que Dios lee nuestros pensamientos y nos perdona siempre… antes de que le pidamos perdón.

-Fue bastante doloroso, algo que nunca en mi vida me podré olvidar; antes de todo, era diferente, vivía con esa ilusión de ser madre, pero cuando tuve la oportunidad no fui capaz de serlo… mi primera decisión fue no tenerlo. Pero vi un power-point con un mensaje sobre la vida del no nacido y me sentí mal, porque era como que esas palabras esa personita me las decía…

-Ya, pero como tanta gente aborta quizá no lo hiciste pensando en matar, sino que te dejaste llevar por el ambiente, en el que uno no piensa que es tan grave.

-Tenía muchas ganas de contarlo a alguien para sentirme mas tranquila, en paz con Dios…

-Hoy (lunes de la 5º semana de cuaresma) en la Misa

sale el encuentro de la miseria humana con la misericordia divina. Traen una adúltera para matarla, y vemos la actitud de Jesús: - “Mujer, ¿dónde están los que te acusaban? ¿Ninguno te ha condenado? - Ninguno, Señor. - “Yo tampoco te condeno; vete y no peques más”. El sentirse perdonado va muy ligado a la correspondencia de amor. Quien se sabe amado y perdonado, devuelve amor por Amor: «Preguntaron al Amigo cuál era la fuente del amor. Respondió que aquella donde el Amado nos ha lavado nuestras culpas» (Ramon Llull). Ponernos cara a cara ante

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Dios, mirar a los ojos del Señor en la Cruz, es acudir a manifestarle personalmente nuestros pecados en el sacramento de la Penitencia, donde Jesús sigue diciendo: “Yo te absuelvo de tus pecados...”

-Bueno, creo que me he alejado de Dios, y se que Él

no nos castiga pero con esto, me he apoyado con todo mi corazón en él, al contártelo me he abierto a Dios. Desde hace tiempo lo había abandonado un poco, antes de esto me han sucedido cosas, por culpa mía, porque me lo he buscado… pero siempre he rezado y le pido que me ayude a confiar en mi misma, a saber siempre seguir por el buen camino de la vida… el año pasado fue bastante mal, tuve una decepción amorosa, luego me robaron del coche los documentos, un día que salí un viernes y bebí y me cogieron los polis con alcoholemia y me multaron, y me quitaran el carnet por tres meses…

Dejamos aquí a Viviana. Pasa el tiempo, y las

secuelas salen. Recuerdo una chica que abortó, y me encontré un mensaje en el móvil: aún conservo la grabación (para ejemplo de otros, ella lo quiso), pues es sintomática de lo que no se dice que pasa a quien pasa por esto, aquí la transcribo: “era para hablar contigo… no paro de dar vueltas a todo lo que pasó, todo lo que hice… no puedo… pienso en ello noche y día… cuando me voy a dormir cojo mi peluche y me lo pongo en la barriga, pensando como si estuviera en estado… no sé… no sé (piensa en su hijo) se me hace muy duro, si pudiéramos hablar un rato, porque yo ya no sé qué hacer, estoy desesperada…”

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Había sido ligera de cascos, hecho de Stripped, etc. Luego, con el tiempo, se rehizo y conoció el amor; hace poco me mandaba una foto de un hijo y vivía feliz… Pero volvamos a Viviana, la chica del carnet y la fiesta, que todavía anda un poco perdida, pues al cabo de un tiempo…

-Me da mucha pena decírselo y a la vez vergüenza;

sé que no debía haberlo hecho y no tengo perdón de Dios, estuve embarazada por segunda vez. Realmente siento lo que hice; Dios sabe lo mal que me siento por lo que hice; no sabía qué hacer, esta vez el padre del bebé lo supo… fue mi novio, se lo conté, la primera vez no lo supo, me siento arrepentida por lo he hecho y es cada noche que pienso en ello, él me dijo que me apoyaba en la decisión que tomase, el no me dio a elegir, la decisión la tome yo sola.

-Dios perdona siempre... -Él aún es inmaduro, no

me apoyaba en la manera que yo quería, me sentía sola en el tiempo que estuve casi no llamaba una vez a la semana, ahora lo hace también pero yo necesitaba y quería mas por parte suya. Es muy doloroso a parte de saber que uno no sabrá nunca que podría haber sido un niño o niña.

-Ya, es algo que no conozco pero por lo que he visto en otras chicas luego es duro pensar en el niño, he visto

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que con el tiempo se les va la pena cuando son madres. La paz de Jesús es importante, y tienes que ir centrando esto que tienes dentro que es buscar el amor y no perderte, no puedes volver a hacerlo, ya te dejaré leer algo si quieres, pero ser madre es algo estupendo, y no puedes hacerlo más. Te lo tienes que plantear: valorar el amor, la maternidad, todo esto, que comenzamos a hablar...

-Esta vez es diferente a la primera me siento mas dolida, necesito realmente confesarme por el pecado tan grande que he cometido, pero sabe no pensaba en mí pensaba en el bebe, que padre le tocaría que a lo mejor mas adelante seriamos solo los dos y un niño creo se merece tener a sus padres juntos sea para bien o para mal.

-No es verdad, el hijo siempre es un don y una madre lo tiene que aceptar, te lo tienes que plantear: valorar el amor, la maternidad...

-Pero es difícil, una madre sola le cuesta mucho, yo al menos no tenia planeado tener un bebe ahora... pero gracias por escucharme.

-Ya... pero las dificultades no son imposibles, en cambio hay cosas que no hay que hacer nunca... pero hay mucha ignorancia... se dicen muchas mentiras, como tú hay mucha gente engañada... seguiremos... tranquila, y ya hablaremos cuando puedas, ¿vale?

Recuerdo que “pro-vida” difundió la carta de una

mujer que pedía su publicación, y me parece interesante comentar algunos puntos breves de la misma: "Veréis, son

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las siete menos cuarto de la mañana del 25 de diciembre del 2000, otra noche más en blanco. Hace cuatro días, a pesar de todo, dormía. Ahora el sueño es una utopía. Tengo 31 años y he matado deliberadamente a mi hijo". Como se decía en la película “una historia verdadera”, también esta chica cuando supo que estaba embarazada decidió no contárselo a nadie, ni siquiera a su novio, con quien estaba pasando un tiempo en Estados Unidos. "Pasé un mes y medio de angustia controlada, fingiendo que todo iba bien, pero estaba embarazada y angustiada. Todas mis preguntas eran, ¿Qué voy a hacer? ¿Engordaré? ¿Se me notará? ¿Que voy a hacer yo con un niño?".

Sumisa en pensamientos negativos sobre su vida,

que le parecía “absurda”, seguía diciendo: “volví a España tan pronto como pude, calculando el tiempo que tenía para llevar a cabo mis planes: librarme de aquello que me incordiaba". Es la huida hacia delante, quitar el problema de la manera más rápida, sin saber que muchas veces la recta no es el camino más certero para llegar a los sitios. Fue a abortar acompañada de una amiga, hablando de cosas intrascendentes, como el que va “al dentista”, pero por dentro estaba confusa. Me recuerda el espléndido guión de la película “Solas”, en la que mientras que por un lado no desea el niño, y pasan por su cabeza los intentos de fuga (de la vida, o de la situación de maternidad a través del aborto) por otro lado la ayuda de los que le rodean le hace desear la vida: es la amistad de un abuelete, el cariño de la madre que está siempre presente aun cuando no está físicamente con ella porque se fue de casa...

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Cuando falta este apoyo, puede pasar de todo, y luego suele venir el remordimiento... y esto es lo que le pasa a la de la carta: “¡Dios santo! que imbécil soy. Ahora, cada minuto pienso en mi niño, pienso que soy egoísta, fría, criminal... no puedo dejar de pensar en ello". Es tremenda la soledad de quien no tiene presente que no hay que actuar en los momentos bajos sino esperar, porque es posible salir adelante "como tantas y tantas mujeres", que aunque se hagan tonterías siempre “se puede ir adelante”. Entonces vienen pensamientos negativos: “Y ahora, ¿quién me perdonará esto? Mi niño ya no está, yo estoy vacía,

completamente vacía".

"Quiero que Dios me perdone, pero creo, que lo que he hecho es tan duro, tan cruel, tan bestial, que ni siquiera Dios

puede perdonarme. Ni mi niño, que no ha tenido la oportunidad de ver el sol, ni el mar, ni de respirar... de nada". Aunque es comprensible este

movimiento interior de amargura, y con la ayuda de una acogida de afecto por parte de quienes pueden ayudarles, ese dolor dará paso así a esperanza... Juan Pablo II, en un

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precioso texto de la Encíclica sobre la vida, apunta que nunca es tarde para transformar el remordimiento en arrepentimiento, y anima a esas madres a que dirijan la energía que sienten por reparar hacia obras de apertura a los demás, y pidan perdón a sus hijos que están en el Señor (hay una comunicación aún con los que ya no están entre nosotros, por la oración).

Sigue la carta: "He sido su juez y le he condenado a

muerte sólo por el hecho de ser, de estar dentro de mi, ¡¡¡pobrecito mío!!!! Mi niño, por el que ahora estoy llorando, y del que no tenía conciencia antes... Ahora le pido perdón, con todo el dolor de mi alma y me sigo sintiendo mal, cada vez peor. No sé por que no salí adelante, con mi tripita, tan contenta.

”Ahora le pongo carita, lo veo en cualquier sitio, el pobre, mi niño, estaba ahí, sin hacer nada, tan solo estando, sin saber nada, sin pedir nada, estaba por que sí, pero estaba, ahora ya no está, no se donde está, no se lo que siente... sólo quiero que este bien, a salvo de mí". Quien piensa estas conmovedoras palabras ya no está dentro de la “cultura de la muerte” sino que se está abriendo a la vida, aunque la herida quede abierta, a modo de hacer así penitencia: "no creo que esté neurótica, sólo pienso que he liquidado textualmente a mi propio hijo y me siento sola, vacía e insensible. Incluso pienso que no sé si alguna vez sabré ser madre. Necesitaré ayuda por muchos años, y creo que no lo olvidaré jamás".

Se hace nuevas preguntas: "¿Por qué no me hice

cargo? ¿Por qué no le dejé vivir? ¿Por qué he sido tan calculadora?... Sólo hay un ‘por qué’ con respuesta: ¿por qué me siento tan mal? Es sencillo, porque lo he matado,

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sin pensarlo apenas, sin el más mínimo remordimiento inicial, pero ahora me gustaría tenerlo dentro de mí, creciendo, esperando su momento para llegar al mundo, y esperar el momento de tenerlo entre mis brazos, de besar esa piel tan suave que tienen los bebés, de decirle que es mi hijo y que le quiero, que le cuidare ¡ya no puedo! mi niño o mi niña no está, lo maté, y yo sigo caminando, y el mundo se sigue moviendo sin el, sin ella, y yo ya no soy la misma, ahora no me quiero, me desprecio profundamente, ahora cuando ya no tiene solución me arrepiento... ya ves que estúpida, que inútil, ahora lo quiero sentir, como antes".

El final de la carta es de petición de perdón: "Pero

ya, no puede ser... espero mi niño, que algún día me puedas perdonar… yo no me lo perdonaré mientras viva". Quizá el perdón más profundo, el que aún no ha conseguido la autora de este relato, sea el perdón de sí mismo. En el fondo, consiste seguramente en abrirse al perdón de Dios, acogerlo de verdad. Quizá sea el mal más fuerte del mundo de hoy, el no perdonarse a sí mismo y de ahí viene el

resentimiento... El duelo por el niño no nacido: la sanación y la apertura al perdón a los demás y a uno mismo.

Leo un libro-congreso: "Aceite en las heridas",

donde cuentan de una chica que abortó y quería suicidarse: "quiero estar con mi hijo". Otra pudo confesar en aquel momento de delirio de querer matarse: "Estaba decidida: o

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el confesonario o el puente"... Sí, hay traumas... hay que ayudar a vivir el “duelo”…

En Japón, existen rituales de luto para los abortos.

Preparan a menudo estatuas pequeñas para representar a sus niños abortados en los templos budistas, inscriben los nombres, los visten con ropas de bebé, les traen regalos de dulces y juguetes para aliviar su sufrimiento, y piden a los monjes que recen por ellos. Piensan que los "bebés de agua" son demasiado pequeños para tener alma, y que vagan desorientados en las orillas del río que separa la tierra de los vivos de la de los muertos, a la espera de alguien que les ayude a traspasarlo...

"Un templo budista en Taipei ofrece hacerse cargo

de centenares de pequeños fantasmas de bebés abortados voluntaria o espontáneamente para evitar que vuelvan a aparecerse a sus padres. Se dice que estos espíritus de los bebés hostigan a los vivos de varias maneras: perturbando el sueño con lamentos especiales, estropeando los tratos comerciales, agriando las aventuras amorosas e incitando a suicidarse. Pagando, el templo de Misericordia pone un hombre al niño nonato, quema incienso por su alma dos veces al día, y celebra oficios religiosos especiales dos veces al año. Se cree que, haciéndose cargo de esta forma de los espíritus infantiles, se liberan del odio y pueden entonces reencarnarse".

Una obra de teatro muestra una mujer mayor con varios hijos y síntomas: repugnancia por el olor de café, náuseas matutinas... no quiere al hijo y toma diversos medios: monta a caballo, se baña en ginebra, toma laxantes... llora mucho pero nada... al final se confiesa de que no está arrepentida de querer librarse del hijo, y le dice

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el cura: "no te preocupes por eso, hija mía. Cuando seas mayor, te alegrarás de haber tenido este niño"... Y la narradora dijo:

-Cuando mi madre me contó esta historia, era

anciana y dijo: "y en efecto, estoy contenta". Aquella mujer era mi madre, y ese niño era yo.

Las personas cambian, la vida es imprevisible, las

madres tienen sentimientos ambivalentes y ese espíritu de contradicción, la volubilidad es parte de la vida, y somos sorprendentes...

“La violencia engendra violencia”, reza el adagio. Un

niño de 8 años estaba disgustado por un accidente mortal, y en clase de religión intentaron consolarlo. Él respondió: “si Adán y Eva no hubieran comido aquella manzana, las cosas malas no pasarían. ¡La explosión de ayer no hubiera ocurrido! Cuando yo crezca, voy a hacer una máquina del tiempo y mataré a Adán y Eva”. El aborto es un crimen que pesa sobre toda la familia. E. Joanne Angelo (Tufts University School of Medicine, Boston) explica la perspectiva clínica del aborto, donde se ven las consecuencias psicológicas de esos traumas, las muchas caras del dolor del postaborto en las mujeres, los hombres y los niños no están a menudo reconocidas o están mal diagnosticadas. Suele ser –después de un aborto voluntario- un dolor “singularmente profundo porque está considerablemente oculto”. Como no hay funeral, parece que no hay duelo. “Los arrebatos de emociones inesperadas –dolor, vacío, culpa, depresión, desesperación y pensamientos suicidas- pueden inundar su conciencia en la fecha en que el niño cumpliría años, en el aniversario

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anual del aborto, en el día de la Madre o del Padre, Navidad, en el nacimiento de otro bebé, en el momento de otra muerte en la familia, viendo a un niño que tenga la edad del suyo o un bebé en un anuncio de la televisión”. Y los mismos sonidos y recuerdos que le evocan al niño serán motivo de continuo sufrimiento, son los espectros que se llevan dentro, y si no se confían a la pareja, ésta “nunca podrá entender sus cambios de humor, su dificultad para la intimidad, sus relaciones ambivalentes con los niños subsiguientes” o las pastillas y dificultades para poder dormir. Esto vale también para los hombres, “el sentimiento de vacío puede durar toda una vida, porque los padres son para siempre padres, incluso de un niño muerto” (Vicent Rue).

Pero el peso es muy fuerte para los hijos, de antes y

después. A un niño de 5 años se le dice “mamá tiene un bebé en su vientre. El bebé puede no estar bien. Mamá y papá van a ver al doctor. Si el bebé no está bien, el doctor va a devolver al bebé a Dios”. El niño que escucha esto se queda ya inquieto, ya no está seguro del amor incondicional de sus padres, ha percibido algo, y esto le llevará a mentir y ocultar cualquier problema a partir de entonces, por el miedo de la pérdida de la estima que necesita de ellos para la supervivencia. Esta intuición es tan poco previsible, como la premonición del caso que sigue: “Cuando tenía cuatro años decidí de repente que no quería ya jugar con las muñecas. Quería un bebé real. Un día cogí mi muñeca y, aunque parezca extraño, la enterré al fondo del jardín. Sólo unos años más tarde comprendí que mi madre había abortado cuando yo tenía cuatro años. Ahora veo que, para proteger la imagen que tenía de mi madre como un ser inocente, intenté hacerme responsable del

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aborto de mi madre. He estado llevando la culpa toda mi vida y he padecido terriblemente”.

Gracias a Dios, cuando se invita a esas víctimas a

contar sus historias en un clima de compasión y se les presenta la misericordia amorosa de Dios, se puede aliviar su carga y curar su dolor, como el río del profeta: “allí donde penetra esta agua lo sana todo, y la vida prospera en todas partes donde llega el torrente… producirán frutos nuevos, porque esta agua viene del santuario. Sus frutos servirán de alimento y sus hojas, de medicina”.

“Una reflexión especial quisiera tener para vosotras,

mujeres que habéis recurrido al aborto. La Iglesia conoce cuántos condicionamientos pueden haber influido en vuestra decisión, y no duda de que en muchos casos se ha tratado de una decisión dolorosa e incluso dramática. Probablemente la herida aún no ha cicatrizado en vuestro interior. Es verdad que lo sucedido fue y sigue siendo profundamente injusto. Sin embargo, no os dejéis vencer por el desánimo y no perdáis la esperanza. Antes bien, comprended lo ocurrido e interpretadlo en su verdad. Si aún no lo habéis hecho, abríos con humildad y confianza al arrepentimiento: el Padre de toda misericordia os espera para ofreceros su perdón y su paz en el sacramento de la reconciliación. Os daréis cuenta de que nada está perdido y podréis pedir perdón también a vuestro hijo, que ahora vive en el Señor. Con la ayuda del consejo y la cercanía de personas amigas y competentes, podréis estar con vuestro doloroso testimonio entre los defensores más elocuentes del derecho de todos a la vida. Por medio de vuestro compromiso por la vida, coronado posiblemente con el nacimiento de nuevas criaturas y expresado con la acogida

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y la atención hacia quien está más necesitado de cercanía, seréis artífices de un nuevo modo de mirar la vida del hombre” (Juan Pablo II, Evangelium Vitae 99) .

Las heridas del aborto se juntan a otras en el

corazón de una madre. A veces pensamos que las heridas se curan en todos por igual, y es falso. San Francisco de Sales decía: "el alma que se eleva del pecado a la vida devota puede compararse con el amanecer, que no elimina la oscuridad inmediatamente, sino de manera gradual. La curación lenta es siempre la más segura, y las enfermedades espirituales, como las del cuerpo, llegan a caballo, a gran velocidad, pero suelen partir lentamente y a pie". Lo más importante junto a la confianza con Dios, en curarse de todo tipo de penas, y de los problemas de la vida, es la paciencia! Los sacerdotes, para no hacer daño a las almas, deberían conocer el Catecismo (n. 1465): como el hijo pródigo con el Padre, como la mujer pecadora con Jesús, así ha de sentirse el alma, y no ante el Sanedrín de los que le sueltan a uno la Ley... prefiero la Misericordia de Dios a los inquisidores que volverían a llevar a Jesús a la Cruz...

Dios perdona siempre, los hombres muchas veces,

pero la naturaleza no perdona, lo registra todo... algunas células del niño dicen que pasan a la madre, que ya no olvida ese hijo. Pueden transferirse a los hijos sucesivos, que podrían desarrollar una conciencia intuitiva de la existencia de hermanos mayores (también el padre puede desarrollar cambios hormonales permanentes durante el embarazo de la pareja, y quizá también estos los podría transmitir)...

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Si una mujer ha sido madre, ya es madre, eso no se quita... y no puede quedarse con el trauma, sino pasar del remordimiento al arrepentimiento, y saber que "si Dios me ha perdonado, yo he de perdonarme".

Un aborto es el fracaso de una comunidad, que no

ha apoyado la decisión de una persona, y la reparación ha de ser también de todo el tejido de la comunidad... ayudar a esa persona porque sufre: es mirarse al espejo y pensar que ha dañado a un inocente, y se ha dañado en su imagen, más profunda, de su continuidad en el "yo", por eso hay muertes, rápidas o lentas (bebida, droga...), por eso es importante llegar al perdón, a la conversión, a perdonarse a sí mismo, ¡y la vida continúa!

Yvette Camou cuenta que “una comunidad judía de

Tucson está presentando una obra de teatro que se llama 'Rachel´s grief'. Próximamente se va a presentar en una parroquia Católica cercana. Es de la tradición Yiddish, muy parecida a las historias que escribió Isaac Bashevis Singer, pero escrita por un Rabbí. Ha sido adaptada en Inglés, más no sé si tenga alguna versión en Español. La persona que promueve esta obra en Arizona es Católica y confiesa que ella misma abortó, cuenta el peso de esos remordimientos y pesadillas en su vida. Es de Phoenix. Abortó cuando tenía 19 años y la dejó su novio; después de 8 años se casa con un hombre muy bueno y tienen un hijo. Era muy feliz en este matrimonio hasta antes de que naciera el bebé. Después de que nació este bebé, extrañamente empezó a tener pesadillas horribles, donde se le aparecía el bebé abortado, vivía atormentada y no dormía. Empezó a tomar pastillas para dormir, pronto le diagnosticaron depresión y tomaba Prozac, se refugió en el alcohol y ya su matrimonio

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andaba 'por la calle de la amargura'. Su marido ya se había acostumbrado a que ni cena preparaba y aunque no habían hablado de divorcio, ella esperaba que se lo pidiera en cualquier momento, pero decía en ese entonces que no le importaba. Su esposo la llevó al siquiatra que le diagnosticó severa depresión y le advirtió de los daños que se estaba causando con el alcoholismo....pero seguía igual y lloraba mucho. Un día que ya no soportaba su dolor, fue a un templo de Chandler, Arizona por la mañana. Se puso a llorar desconsoladamente frente a una estatua de la Virgen Fátima. Salió un sacerdote de su oficina y le preguntó porqué lloraba tanto. Jamás había visto a ese sacerdote pero extendió sus brazos y lo abrazó. Él la invitó a platicar en su oficina. Dice que se sentía aterrorizada, que no le quería decir nada de sus pesadillas y el porqué. Al fin, el sacerdote logra sacarle la verdad y le dice que Dios quiere perdonarla. Le pide que le revele al marido la verdad sobre su pasado pero ella le dice que imposible porque la abandonaría. Entonces el sacerdote le hace ver que sí amaba a su esposo, que no le era indiferente como le había dicho antes. Se ponen a orar y le asegura que todo saldrá bien, que le dijera la verdad y él estaría pendiente de ella. Esa noche llegó a casa su marido y ella ya tenía lista la cena, cosa que le extrañó a él. Dice que tenía ya ganas de platicar con él. Después de la cena, le dijo que tenía algo muy serio que decirle y que estaba dispuesta a aceptar su decisión. Le contó todo, él la escuchó y no comentaba nada, casi al terminar ella de hablar y pedirle perdón, a él se le salieron las lágrimas de los ojos. Se quedaron viendo uno al otro por unos instantes hasta que él finalmente le dijo que la perdonaba, que le hubiera gustado saberlo antes y se comprometió a ayudarla para que se recuperara completamente. Esa misma noche, ya no hubo pesadillas y

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durmió muy bien. Se sentía tan feliz que ni las pastillas tomó. A mediodía llamó al sacerdote para contarle lo sucedido. Dice que está consciente de que debe una vida al Señor pero le ha ofrecido un apostolado ayudando a todas esas muchachas que son madres solteras o que están desorientadas para que no aborten”.

El perfil sicológico de esas personas queda tocado

muchas veces, es un dolor que necesita de grupos de soporte. Se ofrecen terapia de grupo por pasos, algo así como lo que hacen en Alcohólicos Anónimos. “Conozco a dos que trabajan en plantas de manufactura, una es ejecutiva y la otra es obrera. Ambas dicen que los sicólogos no han sido muy efectivos. La ejecutiva se ha acercado a Dios pero todavía sufre de depresión (antes del aborto no padecía esto) y ya no puede tener hijos porque le dañaron su útero; mientras que la obrera vive llorando, no se ha acercado a Dios, toma mucho y cuando está ebria dice "perdóname, virgencita". Le han llamado la atención recientemente por su ausentismo en el trabajo; se siente condenada por su familia.

Una observación curiosa que han comentado un

par de sicólogos mexicanos en programas de TV: 'mientras se sienten hundidas en el trauma, cantan canciones de Lupita DÁlessio'. Lupita D' Alessio canta temas de amargura en su relación con los hombres. http://www.youtube.com/watch?v=-yWJ8v7V8mE. Tiene otras más por el estilo”.

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20. Tristeza y dolor, dos compañeros saludables. Hemos hablado de que el duelo puede ser algo fructífero. Se vuelve la persona comprensiva, madura en el amor, libre y sin ataduras, asume riesgos y se lanza con coraje a llegar adonde quiere de verdad ir y nunca llegó antes por miedo y afán de seguridades. Y en el acto de dejar atrás hay algo de salir al encuentro. Y cada adiós oculta silencioso una bienvenida. La existencia es una mezcla extraña de finales y principios. Y las despedidas mucho más un tema de la vida que de la muerte… otros que sufrieron primero crecieron después desde el dolor. Es por eso que sé que no estoy sola, que avanzo día y noche acompañada. Que hay otros que dejando su marca en el camino encontraron más tarde… caminando, el sentido verdadero de haberlo recorrido (Marta Bujó, No todo es dolor).

En el lenguaje de todos los días solemos equiparar el

dolor con el sufrimiento, y la tristeza con la depresión. Si buceamos en las etimologías del duelo encontraremos que más allá de la hablada relación con el dolor existen además otras derivaciones interesantes. Una es la que relaciona el origen con duelo, que quiere decir batalla, pelea entre dos;

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y que sugiere que en el proceso interno de la elaboración de una pérdida, se establece una lucha, un duelo de hegemonías entre la parte de mí que atada a la realidad acepta la pérdida, y la que quiere retener, la que no está dispuesta a soltar lo que ya no está. La otra derivación lingüística se vincula a dolos que quiere decir engaño, estafa, falsedad y que nos lleva a pensar en el engaño de todos los que nos han ayudado a creer que podríamos conservar para siempre lo que amábamos, y que todo lo deseado podría ser eterno (dolor = pena ; duelo = guerra como enfrentamiento entre dos partes ; dolor = engaño de la eternidad). Vamos a recorrer este camino poniendo el acento en la vinculación del duelo con el dolor por lo perdido, pero no olvidemos que una guerra sucede en nuestro interior y que el bando de "los buenos" es el que quiere aceptar que lo ausente ya no está.

Este Camino de las lágrimas está muy bien descrito

en el libro de este título de Jorge Bucay, que ahora seguiré aquí tomando algunas ideas. Componentes de este camino son la interacción entre negación, dolor, tristeza, sufrimiento, superación. Hay 3 maneras de recorrer el camino frente a la pérdida, pero no existe más que un camino saludable, el del proceso de elaboración del duelo normal. La negación de la pérdida es un intento de autoprotección contra el dolor y contra la fantasía de sufrir. Si bien es cierto que una etapa normal del recorrido puede incluir un momento de bloqueo de la realidad desagradable, lo consideramos un desvío cuando la persona se estanca en esa etapa y sigue negando la pérdida más allá de los primeros días. El desvío hacia el sufrimiento en cambio, es la decisión de no seguir avanzando. Es una especie de pacto con la realidad que

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conjuga un mayor dolor ante la posibilidad de tener que soltar lo perdido y mi deseo de no soltarlo nunca. Y entonces nos detenemos y nos apegamos a lo que se fue, instalándonos en el lugar del sufrimiento. Sufrir es cronificar el dolor. Es transformar un momento en un estado, es apegarse al recuerdo de lo que lloro, para no dejar de llorarlo, para no olvidarlo, para no renunciar a eso, para no soltarlo aunque el precio sea mi sufrimiento, una

misteriosa lealtad con los ausentes. En este sentido el

sufrimiento siempre es enfermo. Es como volverse adicto al malestar, es como evitar lo peor eligiendo lo peor. El sufrimiento es racional aunque no sea

inteligente, induce a la parálisis, es estruendoso, exhibicionista, quiere permanecer y necesita testigos. El dolor en cambio es silencioso, solitario, implica aceptación, estar en contacto con lo que sentimos, con la carencia y con el vacío que dejó lo ausente. El sufrimiento pregunta por qué aunque sabe que ninguna respuesta lo conformará, para el dolor en cambio se acabaron las preguntas. El proceso de duelo siempre nos deja solos, impotentes, descentrados y responsables, pero sobre todo tristes. El dolor conecta con un sentimiento: la tristeza. Una emoción normal y saludable, aunque displacentera, porque significa extrañar lo perdido. Aunque la tristeza puede

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generar una crisis, permite luego que uno vuelva a estar completo, que suceda el cambio, que la vida continúe en todo su esplendor. La más importante diferencia entre uno y otro es que el dolor siempre tiene un final, en cambio el sufrimiento podría no terminar nunca. La manera en que podría perpetuarse es desembocando en una enfermedad llamada comúnmente depresión. Por si no queda suficientemente claro, depresión no es tristeza y el uso popular indistinto es un gran error y una fuente de dañinos malentendidos. La depresión es una enfermedad de naturaleza psicológica, que si bien incluye un trastorno del estado de ánimo, excede con mucho ese síntoma.. Partiendo del significado de "depresión" como "pozo, hundimiento, agujero, presión hacia abajo o aplastamiento" entenderemos la enfermedad como una disminución energética global que se manifiesta como falta de voluntad, ausencia de iniciativa o falta de ganas de hacer cosas, trabajos, actividades, etc. En la afectividad se expresa como tristeza, vacío existencial, culpa, sensación de soledad. En la mente se crea pesimismo, acrecentamiento de pensamientos cada vez más dominantes de inseguridad y temor.

Puede haber

unas causas externas de la depresión: las desilusiones afectivas, los conflictos interpersonales, la marginación o

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aislamiento por parte de otras personas, la jubilación, los problemas económicos, la muerte de un ser querido, un fracaso matrimonial, etc. Remedios: Si el individuo deprimido pudiera mejorar lo que opina de sí mismo, del mundo, de sus propios pensamientos; si no olvidara practicar alguna actividad física y centrara la atención en comunicarse con personas más optimistas y escucharlos atentamente; si escuchara Mozart, asistiera a cursos, desarrollara su creatividad e intentara ser más útil a la sociedad a la que pertenece, podríamos decir sin duda que ha mejorado su pronóstico y por ende su futuro… reintegrar al que queda al ambiente en donde la persona ya no está y construir nuevas relaciones para conseguir reajustarse a la vida normal. Esta actividad requiere mucha energía física y emocional, y es común ver a personas que experimentan una fatiga abrumadora. Este agotamiento no debe llamarse depresión porque muchas veces es una vivencia transitoria en un duelo absolutamente normal…

Qué es el duelo. El duelo es el doloroso proceso

normal de elaboración de una pérdida, tendiente a la adaptación y armonización de nuestra situación interna y externa frente a una nueva realidad. Elaborar el duelo significa ponerse en contacto con el vacío que ha dejado la pérdida de lo que no está, valorar su importancia y soportar el sufrimiento y la frustración que comporta su ausencia. Convencionalmente podríamos decir que un duelo se ha completado cuando somos capaces de recordar lo perdido sintiendo poco o ningún dolor. En su libro, Bucay cuenta síntomas de esos momentos, que pueden ser incluso fisiológicos, como - Dolor de espalda. - Temblores. - Hipersensibilidad al ruido. - Dificultad para tragar. - Oleadas de calor. - Visión borrosa. Y estas son

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algunas de las conductas más habituales después de una pérdida importante: - Llorar. - Suspirar. - Buscar y llamar al ser querido que no está. - Querer estar solo, evitar a la gente. - Dormir poco o en exceso. - Distracciones, olvidos, falta de concentración. - Soñar o tener pesadillas. - Falta de interés por el sexo. - No parar de hacer cosas o apatías.

21, Recomendaciones para recorrer el camino de las

lágrimas (y sobrevivir). “El pesar oculto, como un horno cerrado, quema el corazón hasta reducirlo en cenizas” (W. Shakespeare).

21.1.-Permitiste estar de duelo. Date el permiso de

sentirte mal, necesitado, vulnerable... Puedes pensar que es mejor no sentir el dolor, o evitarlo con distracciones y ocupaciones pero, de todas maneras, con el tiempo lo más probable es que el dolor salga a la superficie. Mejor es ahora. Acepta que posiblemente no estés demasiado interesado en tu trabajo ni en lo que pasa con tus amistades durante un tiempo, pero métete en el duelo con todas sus consecuencias.

21.2.- Abre tu corazón al dolor: Permítete el llanto. Te

mereces el derecho de llorar cuanto sientas. Posiblemente sufriste un golpe brutal, la vida te sorprendió, los demás no supieron entender, el otro partió dejándote solo. Nada más pertinente que volver a nuestra vieja capacidad de llorar nuestra pena, de berrear nuestro dolor, de moquear nuestra impotencia. No escondas tu dolor. Comparte lo que te está pasando con tu familia y tus amigos de confianza... Llorar es tan exclusivamente humano como reír. El llanto actúa como una válvula liberadora de la enorme tensión interna que produce la pérdida. Podemos

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hacerlo solos si esa es nuestra elección, o con nuestros compañeros de ruta para compartir su dolor, que no es otro que nuestro mismo dolor. Cuando las penas se comparten su peso se divide. Cuando el alma te duele desde adentro no hay mejor estrategia que llorar. No te guardes todo por miedo a cansar o molestar. Busca a aquellas personas con las cuales podes expresarte tal como estás. Nada es más impertinente y perverso que interrumpir tu emoción con condicionamientos de tu supuesta fortaleza protectora del prójimo.

21.3.- Recorrer el camino requiere tiempo. Vive

solamente un día cada día. 21.4.- Sé amable contigo. Aunque las emociones que

estás viviendo sean muy intensas y displacenteras (y seguramente lo son) es importante no olvidar que son siempre pasajeras... Uno de los momentos más difíciles del duelo suele presentarse después de algunos meses de la pérdida, cuando los demás comienzan a decirte que ya tendrías que haberte recuperado. Sé paciente. No te apures. Jamás te persigas creyendo que ya deberías sentirte mejor. Tus tiempos son tuyos. Recuerda que el peor enemigo en el duelo es no quererse.

21.5.- No tengas miedo de volverte loco. 21.6.- Aplaza algunas decisiones importantes. 21.7.- No descuides tu salud. De todas maneras es

bueno no deambular "buscando" el profesional que acepte recetar los psicofármacos para "no sentir", porque lejos de ayudar puede contribuir a cronificar el duelo.

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21.8.- Agradece las pequeñas cosas. Es necesario

valorar las cosas buenas que seguimos encontrando en nuestra vida en esta situación de catástrofe. Sobre todo, algunos vínculos que permanecen (familiares, amigos, pareja, sacerdote, terapeutas), aceptadores de mi confusión, de mi dolor, de mis dudas y seguramente de mis momentos más oscuros. Para cada persona lo que hay que agradecer es diferente: seguridad, contención, presencia y hasta silencio.

21.9.- Anímate a pedir ayuda.

21.10.-Procura ser paciente con los demás.

21.11.- Mucho descanso, algo de disfrute y una pizca

de diversión. Recuerda que hasta el ser querido que no está querría lo mejor para vos. Los malos momentos vienen por sí solos, pero es voluntaria la construcción de buenos momentos. Empieza por saber con certeza que hay una vida después de una pérdida, préstale atención a las señales y oportunidades a tu alrededor. No las uses si no tienes ganas, pero no dejes de registrarlas.

21.12.- Confía en tus recursos para salir adelante.

Acuérdate de cómo resolviste anteriores situaciones difíciles de tu vida. Si quieres sanar tu herida, si no quieres cargar tu mochila con el peso muerto de lo perdido, no basta pues con esperar a que todo se pase o con seguir viviendo como si nada hubiera pasado. Necesitas dar algunos pasos difíciles para recuperarte. NO existen atajos en el camino de las lágrimas. Vas a vivir momentos duros y emociones displacenteras intensas en un momento en el

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que estás muy vulnerable. NO te exijas demasiado. Respeta tu propio ritmo de curación: estás en condiciones de afrontar lo que sigue, porque si estás en el camino, lo peor ya ha pasado. Confía en ti por encima de todas las dificultades, no te defraudarás. El pensamiento positivo te transforma siempre en tu propio entrenador.

21.13.- Acepta lo irreversible de la pérdida. Aunque

sea la cosa más difícil que has hecho en toda tu vida, ahora tienes que aceptar esta dura realidad: estás en el camino de las lágrimas y no hay retorno. Pensar que desde el cielo el otro está y me cuida es un excelente aliado, pero esto no quita la desaparición física. Necesito hacer el duelo. Las dos cosas son necesarias: el cielo y la tierra.

21.14.- Elaborar un duelo no es olvidar. Es recordarlo

con ternura y sentir que el tiempo que compartiste con él o con ella fue un gran regalo. Es entender con el corazón en la mano que el amor no se acaba con la muerte.

21.15.- Aprende a vivir

de "nuevo"..

21.16.- Céntrate en la

vida y en los vivos.

21.17.- Define tu

postura frente a la

muerte.

21.18.- Vuelve a tu fe.

21.19.- Busca las puertas abiertas.

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21.20.-Cuando tengas una buena parte del camino ya

recorrida háblales a otros sobre tu experiencia. No minimices la pérdida, ni menosprecies tu camino. Contar lo que aprendiste en tu experiencia es la mejor ayuda para sanar a otros haciéndoles más fácil su propio recorrido, e increíblemente facilita tu propio rumbo. Es la historia del que tira piedras de una bolsa en la noche, en la orilla, y por la mañana ve que la última que queda es de oro: ojalá podamos ser sabios para no llorar por aquellas piedras que quizá desprevenidamente desperdiciamos, por aquellas cosas que el mar se llevó y tapó y podamos, de verdad, prepararnos para ver el brillo de las piedras que tenemos y disfrutar en el presente eterno de cada una de ellas.

Hemos de vivir sin miedo, sabiéndonos parte de la

familia de Dios, que Cristo formó en su Iglesia, y que nos llamará en el momento más oportuno, como el jardinero corta las flores de su jardín cuando están más bellas. Dios, nuestro Padre, no actúa con sus hijos como un cazador furtivo que mata a sus presas cuando están desprevenidas, sino, que es un jardinero que recoge las flores y los frutos cuando están en su mejor momento, cuando están en sazón. Así ha actuado con quien encontramos a faltar, con quien sufrimos su ausencia.... Después de una vida, llena de frutos y de bien, la ha llamado a un descanso de gozo y alegría. Aunque cueste la separación, Dios sabe más. Ha sido para todos -difunto, familiares y amigos- lo mejor. Aceptemos y acatemos sus santos designios. A la vez pedimos y hacemos sufragios por su alma, para que goce de la visión beatífica y el Señor le colme de dichas. Es el mejor recuerdo que podemos tener y la mayor ayuda, ofrecer por su alma el sacrificio de Jesús. Acudimos a la

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Santísima Virgen que como Madre Dolorosa acompañó a Jesús en el momento de su muerte, para que tenga también piedad de este su hijo y hermano nuestro y le recoja en sus brazos. También acudimos a S. José, el patrono de la buena muerte. Ninguna criatura ha muerto tan bien acompañada como el Santo Patriarca. En aquel momento estaban con él Jesús y María. Le rogamos que interceda ante su Hijo por esta persona que llevamos en el corazón... y goce de la felicidad sin término.

22. Entrevista a la Dra. Elizabeth Kubler Ross (Fue una gran experta en el tema del dolor y la

muerte, acompañó en los momentos de morir a más de 20.000 personas, y se preocupó y elaboró una explicación sobre el más allá; fue una experta en humanidad. Pongo sus respuestas en cursiva. Si está algo chiflada o no, cada uno es libre de opinar, pero es bonito lo que dice. Claro que alguna cosa no es real del todo, porque los que mueren no tienen aún cuerpo… pero basta tomarlo como un cuento para explicar algo real, con un ropaje fantástico, o mágico. También hay que decir que la pobre quería comprender a todos, de cualquier religión, y exagera el parecido entre religiones, le falta algo: en Jesús somos todos llamados a la salvación, sea cual sea el camino -la religión- que uno siga en rectitud de conciencia. Quería poner estas notas al principio para orientar en esta lectura…)

La muerte, una graduación: Luego de ayudar a

enfrentar la muerte a miles de personas, lo que viene después ya no es misterio para usted. Describe los distintos estadios del desprendimiento del cuerpo, la capacidad para percibir todo cuanto ocurre en el momento de la muerte y que no morimos solos. Y lo dice claramente. Me pregunto

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cual es su respuesta a los críticos que ven todo como una fantasma. ¿Cómo puede usted estar tan segura?

Bien, se trata de la diferencia entre creer algo y saber

algo. Investigué todo esto durante quince años y si, mas allá de la sombra de toda duda. Lo que la gente experimenta a cada paso en las experiencias cercanas a la muerte es verificable.

¿Cómo? Para verificar la integridad de la persona al

desprenderse del cuerpo físico, entrevistamos a ciegos que no habían tenido percepciones luminosas durante diez años o mas y les preguntamos qui vieron durante sus experiencias cercanas a la muerte, y nos describieron qui ropas usaba la gente, aquí joyas, relojes y armazones de anteojos llevaban. Al volver a la vida son tan ciegos como murciélagos, como antes.

¿Qué puede decir del concepto de encontrarse con

los seres queridos en el momento de la muerte? Eso es fácil de verificar. Lo controlé con niños que

habían sufrido accidentes familiares múltiples donde la mayoría, no todos, resultó muerta. Los niños seriamente heridos son enviados siempre a unidades de traumatología o de quemados, y no se les dice quienes murieron en el accidente. Los visito dos o tres días antes de la muerte. En un momento determinado se produce en ellos un cambio psicofisiológico. Cuando están en coma, despiertan; cuando estuvieron muy inquietos, se calman. Entonces les hago compañía y les pregunto: ¿Puedes contarme qué experimentaste? Y no me miran a mí, sino a través de mí. Es como si interrogaran qué razón me llevó a formular este interrogante. Y entonces dicen con toda calma e increíble

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serenidad: "Ahora todo esta bien. Papa y mama me están esperando". En quince años no tuve un solo caso de un niño que no mencionara a otra persona que le precediera en la muerte en por lo menos diez minutos.

¿El chico sabe de la muerte de miembros de su

familia y usted no, o no hay otro medio por el cual pueda saberlo?

No son informados. Todos mantienen el secreto temiendo que al saber la muerte de su mama abandonen toda esperanza y dejen de luchar por la vida.

Usted trabaja mucho con niños moribundos y dijo

que son diferentes de los niños sanos y posiblemente también de los adultos moribundos.

Sólo son diferentes los chicos que estuvieron enfermos por mucho tiempo, porque su reloj espiritual comienza a funcionar antes. En los niños normales, esto suele no ocurrir hasta la adolescencia. Pero un niño de nueve años que tuvo leucemia desde los tres, pasó dos tercios de su vida en un hospital, sin ir a la escuela, sin amigos. Hay mucho sufrimiento, y esto estimula el desarrollo prematuro del reloj espiritual. Por eso los chicos que han estado enfermos son muy diferentes de los que mueren jóvenes, atropellados por un automóvil.

¿Estos chicos son capaces de compartir sus

experiencias? Usted se refiere a ellos como teniendo experiencias extracorpóreas. ¿Pueden compartir estas experiencias con sus padres?

Depende de la clase de padres que tengan. La mayoría de mis pacientes pequeños pudo compartir esas experiencias.

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¿No es esto demasiado amenazante para ellos? Para cierta gente lo es, pero pienso también que

están preparados por la enfermedad del chico y esta abiertos a diferentes cosas de las que antes no eran receptivos.

Es difícil enfrentar la muerte de un niño. ¿Por qué

cree usted que algunos nacen solamente para pasar unos pocos días en este mundo?

Pienso que los pequeños que mueren jóvenes vienen al planeta Tierra como maestros. Y la muerte de un niño es una enseñanza increíble. La gente cambia totalmente, como 180 grados.

¿De manera que Usted cambia por las experiencias

que ellos tienen? Sí. ¿Y usted los ve como elegidos, y no como

infortunados? No, no son infortunados Ellos están en la “escuela”

sólo por un breve tiempo, en tanto nosotros pellejos viejos, debemos aprender durante cincuenta, sesenta, setenta, ochenta noventa años.

¿Quiere decir que, en realidad, aprendieron tanto

que pueden irse pronto? Sí, o que vinieron con un propósito específico: ayudar

a sus padres a tener mayor comprensión, amor o compasión. Es también por medio de los niños, creo, que usted

aprendió de ángeles guardianes y otras cosas que suenan a fantasma de escuela dominical.

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!Oh, mucho! Y cuando ingresan al primer grado sus padres dicen: "No hables con esos amigos imaginarios. Ya eres un chico grande". Y eso los hace callar la boca. Pero al estar moribundos los perciben nuevamente y siguen hablando con ellos.

¿Cada persona tiene un ángel guardián? Sí ¿Qui papel juegan en nuestra vida? Obviamente, no

nos ayudan a evitar tragedias. No. Lo que no les esta permitido es ayudarnos a

interferir con nuestra libertad de elección. La libertad de elección es el más grande de los dones de Dios. Pero somos responsables por todas las elecciones y de cada consecuencia de esas elecciones. Las tragedias son oportunidades de crecimiento y de aprende por qui estamos en un cuerpo físico. Nadie gustaría de una vida donde todo esta servido en bandeja de plata, carente de tormentas de viento.

¿Y los guías están allí para consolarnos? Nos guían, nos conectan con al gente apropiada en el

momento oportuno, en el lugar correcto. Literalmente nos guían para que nos mantengamos en el camino, en la ruta principal, para que podamos cumplir la misión o el propósito que elegimos antes de nacer.

Si conectamos eso al concepto de sincronicidad de

Karl Jung, ¿el ángel guardián nos ayuda a reconocer ese evento sincrónico?

Sí. No hay coincidencias. Yo las denomino "manipulaciones divinas" si en toda su vida no chequea mas

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que las llamadas coincidencias, entonces sabrá hasta qui punto es guiado, dirigido y amado.

¿De manera que eso tiene significado? Sí, significado positivo. Todos los períodos de la historia tienen grandes

tragedias. Actualmente la gente muere de hambre en Somalia y mas cercanamente tenemos, por ejemplo, la epidemia de sida. ¿Cual es el propósito de estos sufrimientos?

Creo que Dios esta detrás de todo esto. Estamos en medio de la Madre Tierra, porque la Madre Tierra también tiene sida, esta muriendo por la polución, por nuestra negligencia, por arrojar materias tóxicas. Y pienso que todo el planeta esta en un periodo de renacimiento, de renovación y construcción y mi intuición -no mi conocimiento-es que estas pocas almas heroicas optaron por tener sida para intensificar la limpieza del planeta, para que la gente se torne menos gomita, menos agresiva, menos discriminatoria, y tenga mas amor, comprensión y compasión.

¿De modo que sufren por nosotros y por la Tierra? Sí. Y es una enorme intensificación natural de su

crecimiento espiritual. Pienso en el concepto de Nietzsche del "amor fati"

(el amor al propio destino), pero temo que puede ser difícil amar ese destino personal cuando uno se esta muriendo de hambre o de sida.

Uno de mis guías me dijo que deseaba volver a la Tierra una vez más. Quería morir de hambre siendo niño por nuestra polución, nuestra negligencia. Y le dije:" ¿Puedes ser tan estúpido? Y con gran amor y serenidad respondió: "Eso intensificaría mi compasión."…

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¿Tuvo usted alguna experiencia extracorpórea que

la afirmara en sus conclusiones? He tenido varias experiencias. ¿Fueron atemorizantes? No. Fueron deliciosas, absolutamente deliciosas.

Pienso que una vez tenidas estas experiencias la mayoría de las personas no quieren volver. Yo sabía que mi tarea no estaba terminada; por eso debía volver.

¿Su tarea no esta terminada? Obviamente, no. Por eso sigo aquí… (habla de una purificación) Cada ser humano lo hace

cuando realiza su propia revisión. Usted debe revivir cada acción, cada pensamiento, cada palabra que pronunció.

¿Cada uno de nosotros tiene esto encomendado? Cada uno debe hacerlo por sí mismo. Y entonces usted

también conoce las consecuencias de cada acción, cada palabra y cada pensamiento. Y esto es -hablando simbólicamente, no literalmente -atravesar el infierno, porque entonces ya sabemos acerca de toda la ayuda recibida en vida, cómo todo se forzó para ayudarnos en el camino correcto, hacia la derecha o la izquierda, y cuan poco lo apreciamos hasta estar en contacto con nuestro guía.

(Explica que el infierno sobre todo es) el creado por

nosotros mismos. Recuerdo que cuando quise adoptar veintiocho bebés de los asilos de Virginia, se desató un infierno. Dispararon con armas a través de la ventana de mi dormitorio. Tuve que volver a casa con un patrullero policial delante de mi coche y otro detrás…

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Si la muerte es una experiencia tan positiva como

usted la describe, ¿cómo afectara nuestro proceso de duelo cuando lo sepamos?

Extrañamos terriblemente a los seres queridos; extrañamos su presencia; extrañamos su risa; extrañamos mil momentos. Pero también sabemos que si realmente quisimos -no con amor condicionado- volveremos a estar juntos por más tiempo que en este plano físico. Y esto nos ayudara un poco más a superar el más grande temor o el más grande dolor. Perder a alguien a quien se quiere es una experiencia dolorosa. Y si en la infancia uno aprendió a derramar lagrimas y sabe que con lagrimas y tiempo esto puede curarse, se la pasa mejor de adulto. Pero si alguien fue criado con "Eres un mariquita, otra vez llorando, si no dejas de llorar te daré un motivo para que llores", entonces, al perder un ser querido, se pone la cara estoica, sin lamentaciones, y el proceso de duelo dura mucho mas.

De manera que la tristeza es por la nostalgia de cómo era estar con esa persona en la Tierra, pero seguramente atemperada por el hecho de que lo que está pasando es mucho mas positivo de lo que, por ejemplo, nos hicieron creer (a veces en) las iglesias.

Cuando usted dice graduarse... Para mí, la muerte es una graduación. Significa que ya

sabemos lo que vinimos a aprender y enseñado lo que vinimos a enseñar. Y entonces podemos graduarnos.2

La vida, la muerte, y la vida después de la muerte3

2 http://www.grupos-renacer.com/p_leer.html. 3 Ahora lo tomo de su libro: Elísabeth Kübler-Ross, La muerte: un amanecer.

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Quisiera hablaros de algunas experiencias que hemos podido tener a lo largo de los últimos diez años y que se refieren a la vida, a la muerte, y a la vida después de la muerte, y esto después de estudiar seriamente el campo de la muerte y de una vida después de la muerte. Después de habernos ocupado durante muchos años de los enfermos moribundos, hemos entendido que nosotros, los humanos, no hemos encontrado aún respuesta a la pregunta quizá más importante de todas, a pesar de que nuestra presencia en la tierra se re-monta a millones de años: la definición, el significado y el fin de la vida y de la muerte. Me gustaría compartir con vosotros algunos aspectos de las investigaciones en el campo de la muerte y de la vida después de la muerte. Pienso que ha llegado el tiempo de reunir todo lo descubierto por nosotros, en un lenguaje accesible a todos, con el fin de estar capacitados para ayudar, eventualmente, a los hombres que deben afrontar la pérdida de un ser querido. Sobre todo cuando se trata de una muerte repentina en la que no podemos entender por qué nos sucede ese drama. También hay que conocer estas cosas cuando se trata de asistir a los moribundos y a sus familias. Además, siempre escuchamos estas preguntas: « ¿Qué es la vida? ¿Qué es la muerte? ¿Por qué los niños tienen que morir, sobre todo los más pequeños?». Por diferentes razones, hasta el presente no hemos dado a conocer con la debida amplitud los resultados de nuestras investigaciones. Desde hace largo tiempo estudiábamos las experiencias del umbral de la muerte, pero en nuestro espíritu guardábamos el hecho de que se trataba solamente de una experiencia del umbral de la muerte y no de la muerte verdadera. Antes de saber qué les sucedía a las personas al final de esa transición, hemos preferido no hablar de nuestras investigaciones, con la

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preocupación de no propagar verdades a medias. Lo único que publicó el centro Shanti Nilaya sobre este tema fue una carta que yo escribí e ilustré con lápices de colores, a un chico de nueve años del sur de los Estados Unidos que tenía cáncer y que me planteaba en una carta esta pregunta emocionante: «¿Qué es la vida? ¿Qué es la muerte? ¿Por qué los niños mueren y deben morir?».

Anteriormente la gente tenía un contacto mucho

más estrecho con todo lo referente a la muerte y creía en un cielo o en una vida después de la muerte. Solamente hace cien años que empezó este proceso en virtud del cual cada vez es menor el número de personas que sabe con certeza que después de abandonar el cuerpo físico nos espera otra vida. Pero no es ahora el momento ni éste el lugar para demostrar este proceso.

Actualmente estamos ya en un nuevo tiempo de

valores espirituales (en oposición a los valores materiales), aunque no hay que identificar la expresión valores espirituales con religiosidad. Se trata más bien de una toma de conciencia, de la comprensión de que existe algo mucho más grande que nosotros que ha creado el universo y la vida, y que en esta creación representamos una parte importante y bien determinada que puede contribuir al desarrollo del todo.

En el momento del nacimiento cada uno de

nosotros ha recibido la chispa divina que procede de la fuente divina. Esto quiere decir que llevamos una parte de este origen, y gracias a ello nos sabemos inmortales.

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Mucha gente empieza a comprender que el cuerpo físico no es más que una casa, un templo, como nosotros solemos llamarle, el «capullo de seda» en el que vivimos durante un cierto tiempo hasta la transición que llamamos muerte. Cuando llega la muerte abandonamos el capullo de seda y somos libres como una mariposa. Nos servimos de esta imagen del lenguaje simbólico y la utilizamos al hablar con los niños moribundos o con sus hermanos y hermanas.

A lo largo de estos últimos veinte años me he

ocupado esencialmente de enfermos moribundos. Al empezar este trabajo no estaba interesada en la vida después de la muerte, incluso no tenía una idea precisa sobre la definición de la muerte, dejando de lado, por supuesto, la definición desde el punto de vista médico, que evidentemente me era familiar.

Cuando se reflexiona sobre la definición de la

muerte, muy pronto se comprende que nos referimos únicamente al cuerpo físico, como si el hombre sólo fuera esa envoltura. Yo misma formaba parte del conjunto de científicos que no habían cuestionado nunca esa concepción. Creo que la definición de la muerte volvió a adquirir notoriedad en el curso de la década de los años sesenta, cuando se planteó el problema de los trasplantes de órganos, sobre todo los de hígado y corazón. Desde el punto de vista ético, miles de científicos cuestionaron seriamente el momento en que se tendría derecho a tomar de alguien un órgano para trasplantarlo a un enfermo con el objeto de procurar salvar su vida. En los últimos años, el deber de afrontar estos problemas ha provocado varios planteamientos de tipo jurídico. Nuestro materialismo ha alcanzado un punto en el que los médicos fuimos acusados

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por personas que pretendían que tal miembro de la familia aún vivía cuando se le había quitado el órgano en cuestión, o bien se nos acusaba de haber esperado demasiado tiempo para realizar el trasplante, prolongando quizás inútilmente la vida del enfermo del que se trataba. Las compañías de seguros contribuyeron también a poner en evidencia este problema porque en el momento de un accidente familiar con frecuencia les resulta importante saber cuál de las personas falleció primero, aunque sólo se trate de minutos.

En este caso sólo cuenta el dinero y se trata de

saber en quién revierte. Es inútil decirles que estas querellas me hubieran dejado indiferente si no hubiera tenido que afrontar tales problemas por razón de mi trabajo y de mis propias experiencias junto a los moribundos. Yo soy por naturaleza una persona semicreyente, algo escéptica, para decirlo prudentemente, y como tal no me interesaba la eventualidad de una vida después de la muerte, pero ciertas observaciones se repetían con tal frecuencia que me vi forzada a asomarme a la cuestión. En aquella época empezaba yo a preguntarme por qué nadie había estudiado aún este problema, no por razones científicas precisas o para poder hacer uso de las conclusiones en caso de un proceso judicial, sino únicamente por curiosidad natural. El hombre existe sobre el planeta Tierra desde hace millones de años. Con todo, en su forma ac-tual —en aquella que comprende su semejanza con Dios— no es demostrable que se trate de algunos millones de años. Cada día los hombres mueren por todas partes. Y nuestra sociedad, sin embargo, no ha realizado ningún esfuerzo para estudiar la muerte y llegar a una definición actualizada y universal de la muerte humana,

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mientras que ha triunfado enviando hombres a la luna y logrando igualmente que regresaran sanos y salvos. ¿No resulta extraño?

En el período en que estaba entregada a mi trabajo

con los moribundos y además daba clases, mis estudiantes y yo misma decidimos un buen día intentar buscar una definición actualizada y universal de la muerte. En alguna parte se ha dicho: «Pedid y se os dará. Buscad y encontraréis. Llamad y se os abrirá». En otras palabras: «Llegará el Maestro cuando el discípulo esté preparado». Esta frase resultó justa para nosotros puesto que ya durante la primera semana, después de enunciar la pregunta y habernos comprometido a encontrar la respuesta, vinieron a vernos algunas enfermeras para compartir con nosotros una experiencia provocada por una mujer que estaba en cuidados intensivos por decimoquinta vez. En esta ocasión se esperaba su muerte, y de nuevo consiguió salir del hospital para vivir durante semanas o meses. Podemos decir ahora que fue nuestro primer caso de una experiencia del umbral de la muerte.

Mientras estábamos estudiando este caso, yo

vigilaba junto a mis pacientes moribundos, con una atención y una sensibilidad acentuadas, todos estos fenómenos inexplicables que se presentaban justo antes de la muerte. Eran numerosos los que comenzaban a «alucinar» y a repetir las palabras de los parientes que habían muerto antes que ellos y con los que parecían tener una especie de comunicación, aunque yo no podía ver ni entender a esos seres. Observaba también que aun los enfermos más rebeldes y difíciles se calmaban poco antes de su muerte y se desprendía de ellos una paz solemne

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apenas cesaban los dolores, aunque sus cuerpos estuvieran invadidos por tumores o metástasis.

Podía observar también que inmediatamente

después del fallecimiento, el rostro de mis enfermos expresaba paz, equilibrio y una expresión solemne de júbilo, y esto era tanto más incomprensible en los casos en los que el moribundo poco antes de morir se encontraba en un estado de cólera, de agitación o de depresión.

Mi tercera observación, y sin duda la más subjetiva,

era el hecho de que estando siempre muy próxima a mis enfermos, y comunicándome con ellos con un amor profundo, influyeron en mi vida al tiempo que yo influía en la de ellos, de una forma muy personal e incisiva. Sin embargo, minutos después de su muerte mis sentimientos por ellos ya no existían, lo que me extrañaba tanto que me preguntaba si yo era normal. Cuando los miraba en su lecho de muerte, tenía la impresión de que se habían quitado el abrigo de invierno, como cuando llega la primavera, ya que no les hacía falta nada más. Tenía la certeza increíble de que esos cuerpos no eran más que unas envolturas y de que mis queridos enfermos ya no estaban en la cama.

Se sobreentiende que yo, como científica, no tenía

explicación sobre ese fenómeno y tenía por ello la tendencia a dejar de lado estas observaciones, y seguramente hubiera mantenido esta actitud si la señora Schwarz no hubiera producido un cambio en mí.

Su marido era esquizofrénico y cada vez que tenía

una crisis intentaba matar a su hijo menor, que era el único

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de sus muchos hijos que vivía todavía en casa. La enferma estaba convencida de que si moría ella demasiado pronto su marido perdería el control y su hijo estaría en peligro de muerte. Gracias a una organización de ayuda social llegamos a colocar al hijo cerca de familiares, así la señora Schwarz dejó el hospital aliviada y liberada sabiendo que, aunque no viviera mucho tiempo, su hijo al menos estaba seguro.

Esta enferma volvió a nuestro hospital después de

un año, más o menos, y fue nuestro primer caso de una experiencia en el umbral de la muerte. Tales experiencias han sido publicadas estos últimos años en numerosos libros y periódicos y son por consiguiente conocidas por el gran público. Por su informe médico, la señora Schwarz fue admitida en un hospital local de Indiana, puesto que su estado crítico no le permitía un traslado hasta Chicago, que estaba demasiado lejos. Recuerdo que estaba muy delicada, y que la ubicaron inmediatamente en una habitación privada. Entonces comenzó a reflexionar sobre si debía desafiar una vez más a la muerte o si podía dejarse llevar tranquilamente para abandonar su envoltura. Fue entonces cuando vio entrar a la enfermera, echar una mirada sobre ella y precipitarse fuera de la habitación. La señora Schwarz se vio deslizarse lenta y tranquilamente fuera de su cuerpo físico y pronto flotó a una cierta distancia por encima de su cama. Nos contaba, con humor, cómo desde allí miraba su cuerpo extendido, que le parecía pálido y feo. Se encontraba extrañada y sorprendida, pero no asustada ni espantada.

Nos contó cómo vio llegar al equipo de reanimación

y nos explicó con detalle quién llegó primero y quién

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último. No sólo escuchó claramente cada palabra de la conversación, sino que pudo leer igualmente los pensamientos de cada uno. Tenía ganas de interpelarlos para decirles que no se dieran prisa puesto que se encontraba bien, pero cuanto más se esforzaba en explicarles más la atendían solícitamente, hasta que poco a poco comprendió que era ella únicamente la que podía entender, mientras que los demás no la oían. La señora Schwarz decidió entonces detener sus esfuerzos y perdió su conciencia, como nos dijo textualmente. Fue declarada muerta cuarenta y cinco minutos después de empezar la reanimación y dio signos de vida después, viviendo todavía un año y medio más. Compartió su experiencia con mis estudiantes y conmigo en uno de mis seminarios. No necesito decir aquí que este caso representó para mí algo nuevo, puesto que yo no había oído hablar nunca de tal experiencia de muerte aparente, aunque era doctora en medicina desde hacía tiempo. Mis estudiantes se extrañaron de que no clasificase esta experiencia simplemente como una alucinación, una ilusión o como la desintegración de la conciencia de la personalidad. Querían a toda costa dar un nombre a esta vivencia para identificarla, clasificarla y no tener que pensar más en ella.

Estábamos convencidos de que la experiencia de la

señora Schwarz no era un caso aislado. Esperábamos ahora descubrir otros casos similares e incluso eventualmente recoger suficiente información como para saber si la muerte aparente era un acontecimiento frecuente, raro o únicamente vivido por la señora Schwarz.

No necesito decir, puesto que en la actualidad es

notorio, que numerosos investigadores médicos y

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psicólogos, así como los que estudian los fenómenos parapsicológicos, se han propuesto el registro estadístico de casos como el nuestro, y en el transcurso de los últimos años han proporcionado más de veinticinco mil en el mundo entero.Lo más sencillo será resumir lo que estas personas, que están clínicamente muertas, viven en el momento en que su cuerpo físico deja de funcionar. Lo llamamos simplemente experiencia de muerte aparente o del umbral de la muerte (near death experience) puesto que todos estos enfermos, una vez restablecidos, la han podido compartir con nosotros. Más adelante hablaré de lo que les ocurre a los que no vuelven más. Es importante saber que de todos los enfermos con alteraciones cardíacas graves y que han vuelto después de una reanimación, solamente un diez por ciento guarda el recuerdo de las experiencias vividas durante su paro cardíaco. En otro orden, esto se comprende fácilmente teniendo en cuenta que también todos soñamos y sólo un pequeño porcentaje de personas recuerdan sus sueños al despertarse.

Hemos ido reuniendo tales experiencias en varios

países además de las recogidas en los Estados Unidos, Canadá y Australia. La persona más joven tenía dos años y la mayor noventa y siete. Disponemos así de experiencias del umbral de la muerte de hombres de orígenes culturales diferentes, como por ejemplo los esquimales, aborígenes de Australia, hindúes, o pertenecientes a distintas religiones como los budistas, protestantes, católicos, judíos y los que no pertenecen a ninguna religión, comprendidos los que se consideran agnósticos o ateos. Era importante poder hacer el recuento de los casos en ámbitos religiosos y culturales tan di-ferentes como fuese posible, con el fin

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de estar bien seguros de que los resultados de nuestras investigaciones no fuesen rechazadas por falta de argumentos. A lo largo de las mismas hemos podido probar que esta experiencia del umbral de la muerte no está limitada a un cierto medio social y que no tiene nada que ver con una u otra religión. Tampoco tiene ninguna importancia que esté precedida por un asesinato o un accidente, por un suicidio o por una muerte lenta. Más de la mitad de los casos de que disponemos, relatan las experiencias después de una muerte aparente brutal, de manera que las personas no han tenido tiempo de prepararse o de esperar ningún acontecimiento.

Después de haber reunido muchos casos durante

muchos años, podemos decir que en todas estas experiencias hay ciertos hechos que se pueden retener como denominador común.

En el momento de la muerte vivimos la total

separación de nuestro verdadero yo inmortal de su casa temporal, es decir, del cuerpo físico. Este yo inmortal es llamado también alma o entidad. Si nos expresamos simbólicamente, como lo hacemos con los niños, podríamos comparar este yo, que se libera del cuerpo terrestre, con la mariposa que abandona el capullo de seda. Desde el momento en que dejamos nuestro cuerpo físico nos damos cuenta de que no sentimos ya ni pánico, ni miedo, ni pena. Nos percibimos a nosotros mismos como una entidad física integral. Siempre tenemos conciencia del lugar de la muerte, ya se trate de la habitación donde transcurrió la enfermedad, de nuestro propio dormitorio en el que tuvimos el infarto o del lugar del accidente de automóvil o avión. Reconocemos muy claramente a las

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personas que forman parte de un equipo de reanimación o de un grupo que intenta sacar los restos de un cuerpo del coche accidentado. Estamos capacitados para mirar todo esto a una distancia de metros sin que nuestro estado espiritual esté verdaderamente implicado. Permitidme que hable de estado espiritual, puesto que en la mayoría de los casos ya no estamos unidos a nuestro aparato de reflexión física o cerebro en funcionamiento.

Estas experiencias tienen lugar, a menudo, en el

momento mismo en que las ondas cerebrales no pueden ser medidas para poder probar el funcionamiento del cerebro, o cuando los médicos no pueden ya comprobar el menor signo de vida. En el momento en que asistimos a nuestra propia muerte, oímos las discusiones de las personas presentes, notamos sus particularidades, vemos sus ropas y conocemos sus pensamientos, sin que por ello sintamos una impresión negativa.

El cuerpo que ocupamos pasajeramente en ese

momento y que percibimos como tal, no es el cuerpo físico sino el cuerpo etérico. Más tarde hablaré de las diferencias entre las energías física, psíquica y espiritual que originan este cuerpo.

En este segundo cuerpo temporal nos percibimos

como una entidad integral, como ya he mencionado. Si nos hubiese sido amputada una pierna, dispondremos de nuevo de nuestras dos piernas. Si fuimos sordomudos, podremos de nuevo oír, hablar y cantar. Si una esclerosis en placas nos clavaba en la silla de ruedas con trastornos en la vista, con problemas de lenguaje y parálisis en las piernas, podremos cantar y bailar.

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Es comprensible que muchos de nuestros enfermos

reanimados con éxito, no siempre agradezcan que su mariposa haya sido obligada a volver a su capullo de seda, puesto que con la vuelta a nuestras funciones físicas debemos aceptar de nuevo los dolores y las enfermedades que les son propias, mientras que en nuestro cuerpo etérico estábamos más allá de todo dolor y enfermedad.

Muchos de mis colegas piensan que este estado se

explica por una proyección de deseos, lo que pa-rece lógico. Si alguien está paralítico, sordo, ciego o minusválido desde hace años, espera sin duda el tiempo en que el sufrimiento termine, pero en los casos de que disponemos no se trata de proyecciones de deseo y esto se deduce de los hechos que relataremos seguidamente.

En primer lugar, la mitad de los casos de

experiencias en el umbral de la muerte que hemos recogido, son el resultado de accidentes brutales, e inesperados, en los que las personas no podían prever lo que les iba a suceder. Por no hablar más que de un caso, citaré el de uno de nuestros enfermos que perdió sus dos piernas a consecuencia de un accidente en el que fue atropellado y el conductor se dio a la fuga. Mientras se encontraba fuera de su cuerpo físico incluso vio una de sus piernas en el suelo, y fue perfectamente consciente de encontrarse en un cuerpo etérico absolutamente perfecto y tener sus dos piernas. No podemos supo-ner que este hombre sabía de antemano que perde-ría las dos piernas y que su visión era sólo la proyección del deseo de andar de nuevo.

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También hay una segunda prueba para eliminar la tesis de una proyección del deseo y nos llega por parte de los ciegos que a lo largo de este estado de muerte aparente dejan de serlo. Les pedimos que compartieran con nosotros sus experiencias. Si sólo se hubiera tratado en ellos de una proyección del deseo, no estarían capacitados para precisar el color de un jersey, el dibujo de una corbata o el de-talle de los dibujos, colores y cortes de prendas que llevaban los presentes. Interrogamos a una serie de personas con ceguera total y fueron capaces de de-cirnos no solamente quién entró primero en la habitación para reanimarlo sino describir con pre-cisión el aspecto y la ropa que llevaban los que esta-ban presentes, y en ningún caso los ciegos dispo-nen de esta capacidad.

Además de la ausencia de dolor y la percepción de

integridad corporal, en un cuerpo simulado perfecto que podemos llamar cuerpo etérico, los hombres toman conciencia de que nadie llega a morir solo. Hay tres razones que lo afirman, y cuando digo «nadie» entiendo igualmente el que muere de sed en el desierto a algunos centenares de kilómetros de la persona más cercana, como el as-tronauta que atraviesa sin meta el espacio en su cápsula, después de haber fracasado la misión, hasta finalmente llegar a morir.

Cuando nosotros preparamos para la muerte —y

esto es frecuente con niños que tienen cán-cer—, nos damos cuenta de que todos tenemos la posibilidad de abandonar nuestro cuerpo físico y llegar a lo que llamamos una experiencia extracorporal.

Todos tenemos estas experiencias a lo largo de

ciertas fases del sueño, pero son pocos los que se dan

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cuenta de ello. Los niños que mueren, y sobre todo los que están preparados interiormente, tie-nen una espiritualidad mayor que los niños sanos de su misma edad, y toman mejor conciencia de sus breves experiencias extracorporales. Esto los ayuda en el momento de su tránsito porque se fa-miliarizarán más pronto con su nuevo entorno.

Los niños y adultos nos hablan de la presencia de

seres que les rodean, les guían y les ayudan en el momento de su salida del cuerpo. Los niños pe-queños les llaman con frecuencia «compañeros de viaje». Las iglesias les han llamado «ángeles de la guarda», mientras que la mayoría de los investiga-dores les llaman «guías espirituales». No tiene nin-guna importancia la designación que les demos, pero es importante saber que cada ser humano, desde el primer soplo hasta la transición que pone fin a su existencia terrestre, está rodeado de guías espirituales y de ángeles de la guarda que le esperan y le ayudan en el momento del paso al más allá. So-mos siempre recibidos por aquellos que nos prece-dieron en la muerte y que en otro tiempo amamos. Entre aquellos que nos acogen pueden encon-trarse, por ejemplo, los hijos que perdimos precoz-mente, o los abuelos, o el padre o la madre u otras personas muy cercanas a nosotros en la tierra.

La tercera razón por la que no estamos solos en el

momento de nuestra transición es porque des-pués de abandonar nuestro cuerpo físico (lo que puede ocurrir antes de la muerte verdadera) nos encontramos en una existencia en la que no hay ni tiempo ni espacio y podemos desplazarnos instan-táneamente donde queramos.

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La pequeña Susy, que muere de leucemia en un hospital, está acompañada permanentemente por su madre. La pequeña se da cuenta de que cada vez le será más difícil dejarla pues ella se inclina a veces sobre su cama y murmura: «No te mueras, querida, no me puedes hacer esto. No podré vivir sin ti». Esta madre —y se parece a muchos de nosotros— culpabiliza al moribundo. Susy, que ha abando-nado su cuerpo durante el sueño y también en es-tado de vigilia para ir allá donde tenía ganas, tiene la certeza de una existencia después de la muerte y pide sencillamente a su madre que se vaya del hos-pital. En estas situaciones los niños suelen decir: «Mamá, tienes aire de cansada. ¿Por qué no te vas a casa para ducharte y descansar? De verdad, yo es-toy muy bien». Quizá media hora después suena el teléfono de casa y alguien del hospital dice: «Se-ñora Schmidt, estamos desolados al tener que in-formarle que su hija acaba de morir». Desgracia-damente, estos padres se culpabilizan después. Se avergüenzan y se reprochan por no haberse que-dado media hora más y haber podido estar presen-tes en el momento de la muerte de su hijo. Estos padres no saben generalmente que nadie muere solo. Nuestra pequeña Susy había deshecho ya sus contactos terrestres, había adquirido la capacidad de abandonar su envoltura y liberarse de ella rápi-damente para volver con la velocidad del pensa-miento cerca de su mamá o su papá o hacia cual-quier persona que la atrajese. Como ya lo dije anteriormente, todos llevamos el sello divino. Re-cibimos ese don hace millones de años y además del libre albedrío, también recibimos la capacidad de abandonar nuestro cuerpo y no sólo en el mo-mento de la muerte, sino también en momentos de crisis después de un

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agotamiento, en circunstan-cias extraordinarias, así como en diferentes fases del sueño.

Viktor Frankl ha escrito un maravilloso libro:

Thesearchfor meaning (El hombre en busca de sentido), en el que describe sus vivencias en un campo de concentración. Probablemente es el científico más conocido y el que mejor ha estudiado las experiencias extracorporales.

Hace unos quince años, cuando el interés por estos

temas era todavía mínimo, ya consignaba los relatos de gente que había tenido caídas en la mon-taña y veían cómo se desarrollaba su propia vida como una película. Estudió las experiencias visua-lizadas durante los pocos segundos de la caída, para llegar a la conclusión de que en éstas no inter-viene el factor tiempo. Muchas personas han te-nido una experiencia semejante al ahogarse o en otras situaciones de gran peligro.

Nuestras investigaciones en este campo han sido

confirmadas por experiencias científicas realizadas en colaboración con Robert Monroe, el autor del libro Journeys out of the body (Le voyage hors du corps). Yo misma, no sólo he vivido una experiencia extracorpórea espontánea, sino también otras que fueron inducidas en laboratorio bajo la vigilancia de Monroe, observadas y corroboradas por varios sabios de la Fundación Menninger, en Topeka. Actualmente muchos sabios e investigadores vuelven a tener en cuenta sus métodos y los encuentran realizables y opinan favorablemente. Estas investigaciones los llevan obligatoriamente a reflexiones más profundas

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concernientes a otra dimensión que se concilia difícilmente con nuestro pensamiento científico tridimensional.

De la misma manera se nos han reclamado pruebas

concluyentes por afirmar la existencia de guías espirituales, de ángeles de la guarda y de parientes que precedieron al muerto, presentes en el momento del pasaje para recogerles. Pero, sin embargo, ¿cómo probar científicamente una afirmación repetida tan a menudo?

Como psiquiatra, para mí era interesante imaginar

que miles de hombres sobre la tierra tenían la misma alucinación en el momento de su muerte, es decir, la percepción de la presencia de parientes o amigos muertos antes que ellos. Después de todo, había que intentar saber si detrás de esta afirmación de los moribundos no había una verdad. He-mos intentado pues encontrar los medios para verificar estas afirmaciones, y poder probarlas seguidamente como exactas o desenmascararlas sencillamente como proyecciones del deseo.

Para ello pensamos que la mejor manera de estudiar

este problema era sentarnos a la cabecera de la cama de los niños moribundos después de accidentes familiares. Centramos estas investigaciones en los días de fiesta, como el 4 de julio, el Memorial Day, el Labor Day, los fines de semana, etc., ya que familias enteras tenían la costumbre de desplazarse en sus grandes automóviles.

En estas colisiones frontales muchos miembros de

la familia morían en el acto y otros eran llevados a diferentes hospitales. Puesto que me ocupo particularmente de los niños, me propuse como tarea el

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sentarme a la cabecera de los que estaban en estado crítico. Yo sabía con certeza que estos moribundos no conocían ni cuántos ni quiénes de la familia ya habían muerto a consecuencia del accidente. Para mí era fascinante, por ello, comprobar que conocían siempre muy exactamente si alguien había muerto y quién era.

Yo me siento a su lado, los observo tranquilamente,

algunas veces les tomo la mano. De esta manera percibo inmediatamente cualquier agitación que tengan. Poco antes de la muerte se manifiesta a menudo una apacible solemnidad, lo que representa siempre un signo importante. En ese momento yo les pregunto si están dispuestos y si son capaces de compartir conmigo sus actuales experiencias y me responden a menudo en los mismos términos de aquel niño que decía: «Todo va bien. Mi madre y Pedro me están esperando ya». Yo ya sabía que su madre había muerto en el lugar del accidente, pero ignoraba que Pedro, su hermano, hubiera muerto también. Poco tiempo después supe que su hermano Pedro había fallecido diez minutos antes.

Durante todos estos años en los que hemos reunido

tales casos no hemos oído nunca a un niño mencionar en esas circunstancias el nombre de alguien que no hubiera fallecido ya, aunque sólo fuera unos minutos antes. Para mí eso se explica solamente porque esos moribundos han percibido ya a sus familiares. Éstos los esperan para reunirse de nuevo con ellos en una forma de existencia diferente. A pesar de estos datos, son muy numerosas las personas que no pueden imaginarse semejante desarrollo.

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Otra experiencia me emocionó más que las de los niños. Se trata del caso de una india americana. En nuestros documentos tenemos pocos elementos referentes a los indios, puesto que ellos hablan poco del morir y de la muerte. Esta joven india fue atropellada en una autopista por un mal conductor que se dio a la fuga después. Un extranjero se detuvo para ayudarla y ella le dijo calmadamente que no había nada que hacer, salvo prestarle el siguiente favor: si un día, por casualidad, se encontraba cerca de la reserva india, que fuera a visitar a su madre y le transmitiera el siguiente mensaje: «Que estaba bien y que su padre estaba ya muy cerca de ella». Después murió en los brazos del extranjero, que quedó tan impresionado por lo sucedido que se puso inmediatamente en camino para recorrer una gran distancia que nada tenía que ver con su itinerario. Al llegar a la reserva india supo por la madre que su marido, el padre de la joven, había muerto de un fallo cardíaco sólo una hora antes del accidente que había tenido lugar a más de mil kilómetros de allí.

Disponemos de numerosos casos como éste en que

los moribundos, ignorantes del fallecimiento de uno de los suyos, dicen, sin embargo, cómo fueron recibidos por él. También sabíamos que estos enfermos no tenían ninguna intención de convencernos de la no existencia de la muerte, sino que únicamente querían compartir con nosotros una experiencia que consideraban como un hecho. Si vosotros mismos estáis dispuestos a abriros a estas cosas sin prejuicios, podréis tener vuestras propias experiencias en este terreno. Si se suscitan, se obtienen fácilmente.

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En cada auditorio de ochocientas personas, al menos hay doce individuos que han tenido una experiencia semejante del umbral de la muerte y estarían dispuestos a compartirla con vosotros si no os cerraseis a tal información por la crítica, la negatividad, el juicio y la idea fija de ponerle inmediatamente a ese informe la etiqueta de psiquiátrico. La única razón que impide a estas personas hablar de su experiencia es la increíble actitud de nuestra sociedad, que se obstina en ridiculizar o en negar estas cosas, pues nos molestan y no cuadran con nuestros preceptos ni con nuestras ideas científicas o religiosas. Todos estos hechos que yo os he relatado os llegarán en una situación crítica o un poco antes de vuestra muerte.

No olvidaré nunca mi caso más dramático, en el

«pedid y se os dará» con relación a una experiencia del umbral de la muerte. Se trataba de un hombre al que toda su familia iría a buscarlo a su lugar de trabajo el día de Memorial Day para visitar a unos parientes en el campo. Cuando el autobús en el que viajaban sus suegros, su mujer y sus ocho hijos estaba en camino, entró en colisión con un camión de carburante. Habiéndose inflamado la gasolina se esparció sobre el autobús y abrasó a todos los ocupantes. Cuando el hombre tuvo conocimiento del accidente permaneció algunas semanas en estado de shock y de embotamiento total. No se volvió a presentar al trabajo pues no era capaz de dirigir la palabra a nadie y finalmente, y para resumir la historia, se convirtió en una persona viciosa que bebía medio litro de whisky al día y se drogaba con cualquier clase de producto, incluso la heroína, para calmar su dolor. No fue capaz de volver a trabajar de forma regular y terminó en la cuneta, en el sentido literal de la palabra.

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En el curso de mis agotadoras giras yo había dado ya

dos conferencias en Santa Bárbara sobre el tema de la vida después de la muerte cuando un grupo del personal sanitario me pidió una conferencia más. Al aceptar esta tercera conferencia me di cuenta de que estaba cansada de contar las mismas historias y me dije a mí misma: «Dios mío, ¿por qué no me envías a algún oyente que haya tenido una experiencia en el umbral de la muerte y que esté dispuesto a compartirla con los demás? Así yo podré descansar y los oyentes tendrán un testimonio de primera mano sin tener que escuchar únicamente mis historias de siempre. En ese momento el organizador del grupo me pasó unas líneas escritas que contenían un mensaje de carácter urgente enviado por un hombre que vivía en un asilo destinado a los vagabundos. Solicitaba poder contar su experiencia personal del umbral de la muerte. Interrumpí la conferencia y le envié la respuesta aceptando su intervención. Algunos minutos después, tras un veloz recorrido en taxi, el hombre hizo su aparición. En lugar del negligente vagabundo que yo esperaba, teniendo en cuenta el tipo de domicilio en que vivía, subió al estrado, frente al público, un hombre correctamente vestido, de porte sofisticado, que deseaba compartir con nosotros la experiencia que había vivido.

Contó cuánto se había alegrado con la expectativa

del encuentro familiar aquel fin de semana, y cómo sobrevino el trágico accidente en el cual todos sus familiares perecieron quemados. Habló de su tremenda impresión inicial, que lo paralizó. No podía creer al principio que fuese verdad que de golpe se convirtiese en un hombre solo, él, que había tenido hijos, ya no los tendría

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más, habiendo perdido a toda su familia en ese único accidente. Describió luego su actitud al no poder superar semejante prueba, convirtiéndose de miembro de una familia burguesa, esposo y padre, en un vicioso vagabundo, alcoholizado permanentemente, consumiendo cualquier tipo de drogas, y, en una palabra, tratando vanamente de suicidarse. Nos explicó también el último recuerdo que tenía de esa vida que llevó durante dos años: él estaba acostado, borracho y drogado, sobre un camino bastante sucio que bordeaba un bosque. Sólo tenía un pensamiento: no vivir más y reunirse de nuevo con su familia. Entonces vio aproximarse un camión, y al no tener la fuerza suficiente como para alejarse fue literalmente aplastado por él.Nos contó cómo en ese preciso momento se encontró él mismo a algunos metros por encima del lugar del accidente, mirando su cuerpo gravemente mutilado que yacía en la carretera. Entonces apareció su familia ante él, radiante de luminosidad y de amor. Una feliz sonrisa sobre cada rostro. Se comunicaron con él sin hablar, sólo por transmisión del pensamiento, y le hicieron saber la alegría y la felicidad que el reencuentro les proporcionaba. El hombre no fue capaz de darnos a conocer el tiempo que duró esa comunicación y encuentro con los miembros de su familia. Pero nos dijo que quedó tan violentamente turbado frente a la salud, la belleza, el resplandor que ofrecían, lo mismo que la aceptación de su actual vida y su amor incondicional, que juró no tocarlos ni seguirlos, sino volver a su cuerpo terrestre para comunicar al mundo lo que acababa de vivir, y de ese modo reparar sus vanas tentativas de suicidio.

Enseguida se volvió a encontrar en el lugar del

accidente y observó a distancia cómo el chófer estiraba su

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cuerpo en el interior del camión. Llegó la ambulancia y vio cómo lo transportaban a urgencias de un hospital, donde lo ataron a una cama. Fue en ese momento cuando volvió a su cuerpo y se despertó, arrancando las correas con las que lo habían atado. Se levantó y abandonó el hospital sin mostrar el menor síntoma de delírium trémens o de intoxicación por los abusos de drogas y alcohol.

De repente se sintió curado y restablecido, y se juró

a sí mismo no morirse mientras no hubiese tenido ocasión de compartir la experiencia de una vida después de la muerte con la mayor cantidad de gente posible. A leer en un periódico local el artículo sobre mi presencia en Santa Bárbara, se decidió a mandarme el mensaje a la sala de confe-rencias. Al comunicar su experiencia al auditorio, pudo cumplir la promesa que se hizo después de tener su breve y feliz encuentro con su familia.

No sabemos lo que fue de ese hombre, pero no

olvidaré nunca el fulgor de sus ojos, su alegría y su gratitud por haber sido guiado a un lugar en el que se le permitió hablar en una tribuna sin que nadie pusiera en duda sus palabras ni se burlara de él, y así poder participar a cientos de trabajadores de la salud su profunda convicción de que nuestro cuerpo físico es sólo una envoltura pasajera que rodea un yo inmortal.

En la actualidad la cuestión se plantea con toda

naturalidad: ¿qué pasa después de la muerte? Hemos estudiado el comportamiento de los niños de corta edad que no han leído ni el libro de Moody, La vida después de la vida, ni el material literario sobre el tema que haya podido salir en los diarios, y que tampoco conocen testimonios

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como los de este hombre del que nos hemos ocupado y que acabamos de relatar. Incluso un niño de dos años nos ha permitido participar de su experiencia, de lo que él había considerado ya como la muerte. En todas las experiencias ha quedado de manifiesto que personas que profesan diferentes religiones ven apariciones distintas según su religión. Quizá nuestro mejor ejemplo es el de este niño de dos años. Como resultado de un medicamento que le inyectó un médico, tuvo una reacción alérgica de tal violencia, que el médico llegó a declarar que estaba muerto. Avisaron al padre, y mientras el médico y la madre lo esperaban, ésta abrazaba a su hijo, gimiendo, llorando y sufriendo atrozmente. Después de un tiempo, que le pareció una eternidad, el niño con palabras que podían haber sido las de un hombre viejo, dijo: «Mamá, yo estaba muerto. Estaba con Jesús y María. Y María me dijo repetidas veces que mi tiempo aún no había llegado y que yo debía volver a la tierra. Pero yo no quería creerle. Y como ella veía que yo no quería escucharla, me tomó suavemente de la mano y me alejó de Jesús diciendo: “Pedro, debes volver. Debes salvar a tu madre del fuego”». En ese momento volvió a abrir los ojos y añadió con sus propias pa-labras: «¿Sabes, mamá? Cuando me dijo eso volví corriendo hacia ti».Durante trece años esta madre fue incapaz de hablar de este episodio con nadie. Estaba muy deprimida y hacía una interpretación errada de las palabras dirigidas por María a su hijo.

Había entendido que su hijo un día la salvaría del

fuego, es decir del infierno, pero lo que no entendía era por qué le esperaba el infierno precisamente a ella, que era una buena cristiana, creyente y que trabajaba duramente. Intenté explicarle que había interpretado mal el lenguaje

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simbólico y que ese mensaje era un regalo único y maravilloso de María, que, como todos los seres del plano espiritual, era un ser de amor total e incondicional. Ella no podía criticar ni juzgar a nadie, contrariamente a los seres humanos, en quienes tales cualidades de sensibilidad faltan todavía. Le solicité que durante un momento hiciera abstracción de sus pensamientos para permitir que su cuadrante espiritual e intuitivo le respondiera. Y luego le dije: «¿Qué habría sentido usted si María no le hubiera devuelto a su Pedro, hace trece años?». Ella tomó su cabeza con las dos manos y exclamó: «Dios mío, eso habría sido el infierno». Por supuesto que no tuve necesidad de plantearle la cuestión: «¿Comprende usted ahora por qué María la ha preservado del fuego?». Las Sagradas Escrituras abundan en ejemplos de lenguaje simbólico y si la gente escuchara más a menudo su parte intuitivo-espiritual, en lugar de envenenar los mensajes de esa maravillosa fuente de comunicación con su propia negatividad, sus miedos, sus sentimientos de culpabilidad, sus ganas de castigarse a sí mismos y a los demás, también comenzarían a comprender el maravilloso lenguaje simbólico de los moribundos cuando éstos intentan confiarnos sus preocupaciones, sus conocimientos y sus percepciones. Comprobamos también que personas que per-tenecen a distintas religiones ven apariciones diferentes y seguramente no necesito precisar que un niño judío no se encontrará nunca con Jesús y que un niño protestante no verá nunca a María. Esto no quiere decir que estos seres no se ocupen de los niños que pertenecen a otras religiones, sino senci-llamente que cada persona obtiene lo que más ne-cesita. Los seres que nos encontramos en la vida después de la muerte son aquellos a los que más quisimos y que murieron antes que nosotros.

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Después de haber sido acogidos por nuestros

padres y amigos en el más-allá, por nuestros guías espirituales y ángeles de la guarda, pasamos por una transición simbólica que a menudo se describe como un túnel. Algunas veces se vive como un río, otras como un pórtico, siempre según los valores simbólicos respectivos. Mi propia experiencia fue en una cima de montaña con flores silvestres, por la sencilla razón de que mi representación del cielo se refiere a las montañas y a las flores silvestres que fueron la alegría y felicidad de mi juventud en Suiza. El concepto de cielo depende, pues, de fac-tores culturales.

Después de haber pasado por una transición visual

muy bella, digamos una especie de túnel, nos acercamos a un manantial luminoso que muchos de nuestros enfermos han descrito y que a mí me fue dado a conocer. Pude vivir la experiencia más maravillosa e inolvidable, lo que se llama la conciencia cósmica. En presencia de esta luz, que la mayoría de los iniciados de nuestra cultura occi-dental llaman Cristo, Dios, Amor o simplemente Luz, estamos envueltos en un amor total e incondicional de comprensión y de compasión.

Esta luz tiene su origen en la fuente de la energía

espiritual pura y no tiene nada que ver con la ener-gía física o psíquica. La energía espiritual no puede ser creada ni manipulada por el hombre. Existe en una esfera en la que la negatividad es imposible. Esto quiere decir también que en presencia de esta luz no podemos tener sentimientos negativos, por mala que haya podido ser nuestra vida, y sean cuales fueren nuestros sentimientos de culpabilidad.

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En esta luz que muchos llaman Cristo o Dios es también imposible ser condenado puesto que Él es amor absoluto e incondicional. En esta luz nos damos cuenta de lo que pudimos ser y de la vida que hubiéramos podido llevar. En presencia de esta luz, rodeados de compasión, de amor y de com-prensión, debemos revisar toda nuestra vida para evaluarla. Ya no estamos unidos a la inteligencia fí-sica que ha limitado nuestro cuerpo terrestre; por lo tanto, ya no estamos atados a un espíritu o cere-bro físico que nos limita, y poseemos el saber y la comprensión absoluta. Es ahora cuando debemos revisar, evaluar y juzgar cada pensamiento, cada palabra y cada acto de nuestra existencia y cuando comprendemos sus efectos sobre nuestro prójimo. En presencia de la energía espiritual, no necesitamos una forma física. Nos separamos del cuerpo etérico y volvemos a tomar la forma que teníamos antes de nacer sobre la tierra, entre nuestras vidas, y la que tendremos en la eternidad, cuando nos unamos a la Fuente, es decir a Dios, después de haber cumplido nuestro destino.

Importa mucho comprender que desde el principio

de nuestra existencia hasta nuestro retorno a Dios conservamos siempre nuestra propia identidad y nuestra estructura de energía y que entre los millares de seres de todo el universo no hay dos estructuras de energía iguales; por lo tanto, no existen dos hombres que sean idénticos ni siquiera si se considera el caso de los gemelos homocigotos. Si alguien dudara de la grandeza de nuestro Creador no tiene más que reflexionar en el genio que hace falta ser para crear millones de estructuras energéticas sin una sola repetición. Así recibe cada hombre el don de su singularidad. Podría compararse esto a los infinitos copos

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de nieve que caen sobre la tierra, todos diferentes en sí. Me fue concedida la gracia de ver con mis propios ojos físicos, en pleno día, centenares de estas estructuras energéticas en movimiento. Parecían copos con pulsaciones, colores y formas diferentes. Así seremos después de la muerte y así hemos existido antes de nuestro nacimiento.

No se necesita espacio ni tiempo para trasladarse de

una estrella a otra, ni del planeta Tierra a otra galaxia. Las estructuras energéticas de estas mismas entidades pueden encontrarse entre nosotros. Si tan sólo tuviéramos ojos para ver nos daríamos cuenta de que no estamos nunca solos, sino rodeados de entidades que nos guían, que nos aman y nos protegen. Intentan guiarnos y ayudar-nos para que permanezcamos en el buen camino con el fin de cumplir nuestro destino.

Hay veces, en momentos de gran dolor, de gran

sufrimiento o de gran soledad, en que nuestra per-cepción aumenta hasta el punto de poder recono-cer su presencia. También, podríamos hablarles por la noche antes de dormirnos y pedirles que se muestren a nosotros, y hacerles preguntas conmi-nándoles a darnos las respuestas en los sueños. Los que recuerdan los sueños saben que muchas de nuestras preguntas encuentran una respuesta. En la medida en que nos acercamos a nuestra entidad interior, a nuestro yo espiritual, nos damos cuenta de cómo somos guiados por esta entidad interior que es la nuestra y que representa nuestro yo omnisciente, esta parte inmortal que llamamos: « mariposa».

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Quisiera ahora compartir con vosotros algunos aspectos de mis propias experiencias místicas que me han ayudado a saber, más que a creer, que todo lo que está más allá de nuestra comprensión cientí-fica son verdades y realidades abiertas a cada uno de nosotros.

Deseo destacar en forma especial que

anteriormente yo no tenía ninguna idea de una conciencia superior. No tuve nunca gurú, y no he sabido ni tan siquiera meditar. La meditación es fuente de paz y comprensión para muchas personas no sola-mente en Oriente, sino cada vez más en nuestra parte del mundo. Es cierto que yo entro en mí misma cada vez que hablo con los enfermos mori-bundos, y son quizás esas miles de horas que he pa-sado junto a ellos, sin que nada ni nadie pudiera molestarnos, las que constituían una meditación. Visto desde este ángulo, efectivamente medité mu-chas horas.

Estoy convencida de que para tener experiencias

místicas no es necesario vivir como un eremita en la montaña ni estar sentado a los pies de un gurú en la India. Cada ser tiene un cuadrante (un cuarto) físico, emocional, intelectual y espiritual. Pienso también que si pudiéramos aprender a liberarnos de los sentimientos desnaturalizados, de nuestra ira, de nuestros miedos o de nuestras lágrimas no vertidas, podríamos encontrar de nuevo la armo-nía con nuestro yo verdadero y ser tal como debié-ramos ser. Este yo verdadero está compuesto de estos cuatro cuadrantes, que deberían equilibrarse y dar un todo armonioso. No podemos alcanzar ese estado de equilibrio interior más que con una condición: la de haber aprendido a aceptar nuestro propio cuerpo-físico. Debemos llegar a expresar nuestros sentimientos

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libremente sin tener mie-do de que se rían de nosotros cuando lloramos, cuando estamos enfadados o celosos, o nos esforzamos en parecemos a alguien por sus talentos, dones o comportamientos. Debemos comprender que sólo existen dos miedos: el miedo a caerse y el miedo al ruido. Todos los otros miedos han sido impuestos poco a poco en nuestra infancia por los adultos, pues proyectaban sobre nosotros sus pro-pios miedos y los transmitían así de generación en generación.

Sin embargo, lo más importante de todo es

aprender a amar incondicionalmente. La mayoría de nosotros hemos sido educados como prostitu-tas. Siempre se repetía lo mismo: «Te quiero si…» y esta palabra «si…» ha destruido más vidas que cualquier otra cosa sobre el planeta Tierra. Esta pa-labra nos arrastra hacia la prostitución, pues nos hace creer que con una buena conducta, o con unas buenas notas en la escuela, podemos comprar amor. De esa manera nunca podemos desarrollar el sentido del amor o la gratificación de uno mismo.

Cuando éramos niños, si no cumplíamos la vo-luntad

de los adultos, éramos castigados, y sin embargo una educación afectuosa habría podido hacernos entrar en razón. Nuestros maestros espi-rituales nos han dicho que si hubiéramos crecido en el amor incondicional y en la disciplina no ten-dríamos nunca miedo de las tempestades de la vida. No tendríamos más miedo, ni sentimientos de culpabilidad, ni angustias, pues éstos son los únicos enemigos del hombre. «Si cubrís el Gran Ca-ñón del Colorado para protegerlo de las tempesta-des, no veréis nunca la bella forma de sus rocas.»Como ya he dicho, yo no buscaba un gurú y no intentaba meditar ni llegar a un nivel

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de conciencia superior, pero cada vez que, a través de un enfermo o de una situación de la vida, tomaba conciencia de algo negativo en mí, buscaba la manera de enfrentarlo con el fin de alcanzar un día esa armonía entre mis cuadrantes físico, emocional, intelectual y es-piritual. Y cuando hacía «mis deberes» y me intentaba aplicar a mí misma lo que enseñaba a otros, me encontraba cada vez más colmada de experiencias místicas. Éstas eran el resultado tanto de un intercambio de pensamientos con mi yo espiritual, intuitivo, omnisciente, que comprende todo, como de la toma de contacto con fuerzas conductoras que vienen de un mundo intacto. Permanen-temente nos rodean y esperan la ocasión para transmitirnos no sólo el conocimiento o algunas indicaciones, sino también para ayudarnos en nuestra comprensión de nuestra razón de ser y más particularmente sobre el significado de nuestra tarea aquí en la tierra, permitiéndonos cumplir nuestros destinos.

Viví una de mis primeras experiencias en el curso de

una investigación científica en la que me fue permitido abandonar mi cuerpo. Esta expe-riencia fue inducida por medios iatrógenos en un laboratorio de Virginia y vigilada por algunos sabios escépticos. En el transcurso de una de ellas fui atraída de mi cuerpo físico por el jefe del labora-torio, que estimó que había partido demasiado pronto y demasiado deprisa. Ante mi gran cons-ternación, él interfirió así en mis propias necesida-des y en mi propia personalidad. Después del si-guiente intento decidí soslayar el problema de una intervención ajena programando yo misma mi sa-lida para ir más rápido que la velocidad de la luz y más lejos, donde ningún ser humano haya esta-do durante una experiencia extracorporal. En el

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mismo momento en que ésta fue inducida, aban-doné mi cuerpo a una velocidad increíble.

Lo único que recuerdo de la vuelta a mi cuerpo físico

fueron las palabras shanti nilaya. No tenía ni idea del significado o de la interpretación de esa palabra. Tampoco tenía noción de dónde había es-tado. Lo único que sabía antes de volver es que es-taba curada de un estreñimiento casi total así como de un problema dorsal muy doloroso que me había impedido incluso recoger un libro. Ahora bien, después de esta experiencia extracorporal pude comprobar que mi intestino funcionaba de nuevo y que podía levantar un saco de cincuenta kilos sin cansancio ni dolor. Las personas que estaban pre-sentes me decían que había rejuvenecido veinte años. Cada uno de ellos intentaba obtener otras in-formaciones sobre mis experiencias. Yo no supe dónde había estado, hasta que aprendí algo más la noche siguiente.

Esa noche la pasé sola, en una pensión aislada en

medio del bosque de Blue Ridge Mountains. Poco a poco, y no sin miedo, me di cuenta de que había ido demasiado lejos en mi experiencia extracorporal y que ahora debía sufrir las consecuencias de mi propia decisión. Intenté luchar contra mi cansan-cio, presintiendo que «aquello» llegaría, y sin saber lo que «aquello» podía ser. En el momento en que me abandoné tuve probablemente la experiencia más dolorosa y solitaria que un ser humano pueda vivir. En el propio sentido del término, viví en mí misma las miles de muertes por las que habían pa-sado mis enfermos. Agonizaba en el sentido físico, emocional, intelectual y espiritual. Fui incapaz de respirar. En medio de esos sufrimientos físicos yo era perfectamente consciente

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de que no tenía a na-die cerca para ayudarme. Debía atravesar esa no-che completamente sola. En esas horas atroces no tuve más que tres des-cansos muy breves. Estos dolores se podrían com-parar con las contracciones de un parto, salvo en que aquí se sucedían sin interrupción. En los mo-mentos de descanso en los que conseguí respi-rar profundamente, ocurrieron algunos aconteci-mientos importantes en el plano simbólico que sólo entendí mucho más tarde. En el momento del primer descanso yo pedía un hombro en el que apoyarme y en efecto yo pensaba que aparecería el hombro izquierdo de un hombre en el que podría apoyar mi cabeza para poder soportar mejor mis dolores. Apenas se había formulado esta demanda una voz profunda y serena, pero llena de amor y compasión, me dijo sencillamente: «No te será concedido».Después de un tiempo infinitamente largo me fue acordado otro plazo. Esta vez yo pedía una mano que yo habría podido coger. Y de nuevo esperaba que una mano surgiera por el lado derecho de mi cama y que yo podría cogerla para soportar mejor mis dolores. Se dejó oír h, misma voz: «No te será concedida».En el tercero y último descanso decidí no pedir más que la punta de un dedo. Pero enseguida añadí, dado mi carácter: «No, si no me es dada la mano, renuncio a la punta de los dedos». Claro que cuando yo decía punta de los dedos lo que quería era una presencia, aunque no pudiera engan-charme a la punta de su dedo. Y por primera vez en mi vida, la salida fue la de la fe. Esta fe llegaba del saber profundo de que yo disponía de la suficiente fuerza y del coraje como para poder sufrir sola esta agonía. De pronto com-prendí que sólo tenía que cesar en mi lucha, trans-formar mi resistencia en sumisión apacible y posi-tiva, y decir sencillamente «sí».En el mismo momento en que dije «sí» mental-mente, cesaron los sufrimientos. Se calmó

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mi res-piración y desapareció el dolor físico. En lugar de esos miles de muertes fui gratificada con una expe-riencia de renacimiento que no podría ser descrita con nuestro lenguaje.

Al principio hubo una oscilación o pulsación muy

rápida a nivel del vientre que se extendió por todo mi cuerpo. Esto no fue todo, porque esta vi-bración se extendió a todo lo que yo miraba, fuera el techo, la pared, el suelo, los muebles, la cama, la ventana y hasta el cielo que veía a través de ella. Los árboles también fueron alcanzados por esta vi-bración y finalmente el planeta Tierra. Efectiva-mente, yo tenía la impresión de que la tierra entera vibraba en cada molécula. Después vi algo que se parecía al capullo de una flor de loto que se abría delante de mí para convertirse en una flor maravi-llosa y detrás apareció esa luz esplendorosa de la que hablaban siempre mis enfermos. Cuando me aproximé a la luz a través de la flor de loto abierta y vibrante, fui atraída por ella suavemente pero cada vez con más intensidad. Fui atraída por el amor ini-maginable, incondicional, hasta fundirme comple-tamente en él.

En el instante en que me uní a esa fuente de luz

cesaron todas las vibraciones. Me invadió una gran calma y caí en un sueño profundo parecido a un trance. Al despertarme sabía que debía ponerme un vestido y unas sandalias para bajar de la mon-taña y que «esto» ocurriría a la salida del sol.

Cuando me desperté de nuevo una hora y media

más tarde aproximadamente, me puse el vestido y las sandalias y bajé de la colina. En ese momento caí en el

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éxtasis más extraordinario que un ser hu-mano haya vivido sobre la tierra. Me encontraba en un estado de amor absoluto y admiraba todo lo que estaba a mí alrededor. Estaba en comunión amorosa, con cada hoja, con cada nube, brizna de hierba y ser viviente. Sentía incluso las pulsaciones de cada piedrecilla del camino y pasaba «por en-cima» de ellas, en el propio sentido del término, in-terpelándolas con el pensamiento: «No quiero pi-saros porque podría haceros daño», y cuando llegué abajo de la colina y me di cuenta de que nin-guno de mis pasos había tocado el suelo, no dudé de la realidad de esta vivencia. Se trataba sencilla-mente de una percepción como resultado de la conciencia cósmica. Me fue permitido reconocer la vida en cada cosa de la naturaleza con este amor que soy incapaz de formular.

Me hicieron falta varios días para volver a

en-contrarme bien en mi existencia física, y dedi-carme a las trivialidades de la vida cotidiana como fregar, lavar la ropa o preparar la comida para mi familia, y necesité varios meses para poder hablar de mi experiencia. Pude compartirla con un grupo de gente maravillosa que no juzgaban sino que comprendían y que me habían invitado a Berkeley, en California, con ocasión de un simposio sobre psicología transpersonal. Después de haber parti-cipado, este grupo le dio un nombre a mi experien-cia: «Conciencia Cósmica». Según mi costumbre, me dirigí rápidamente a una biblioteca por si en-contraba un libro que tratase de este tema, para po-der comprender su significado también en el plano intelectual. Gracias a este grupo aprendí que «Shanti Nilaya», que me fue comunicado cuando me fundí en la energía espiritual (el primer manan-tial de energía), significa el abra y el puerto de paz final que nos espera. Ese

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estar en casa al que volve-remos un día después de atravesar nuestras an-gustias, dolores y sufrimientos después de haber aprendido a desembarazarnos de todos los dolores y ser lo que el Creador ha querido que seamos: seres equilibrados entre los cuadrantes físico, emocional, intelectual y espiritual. Seres que han comprendido que el amor verdadero no es posesivo y no ponen condiciones con el «si…».

Si vivimos una vida de amor total estaremos sanos e

intactos y seremos capaces de cumplir en una sola vida las tareas y los fines que nos han sido asignados.

La experiencia que acabo de relataros (hablo de ella

más tarde) cambió mi vida de una manera que no os sabría explicar. Creo haber comprendido también en aquella época que si yo difundía mi conocimiento sobre la vida después de la muerte tendría que pasar literalmente por miles de muertes, puesto que la sociedad en la que vivo intentaría aniquilarme, pero la experiencia y el saber, la alegría, el amor y la excitación que siguen a la agonía son recompensas siempre superiores a los sufrimientos.

Elísabeth Kübler-Ross habla sobre la vida, la muerte, y la vida después de la muerte, por ejemplo en su libro La muerte: un amanecer, con una visión optimista con respecto a lo que tenga que pasar. Por eso, en una entrevista le preguntan: Si la muerte es una experiencia tan positiva como usted la describe, ¿cómo afectara nuestro proceso de duelo cuando lo sepamos? Y responde: “Extrañamos terriblemente a los seres queridos; extrañamos su presencia; extrañamos su risa; extrañamos mil momentos. Pero también sabemos que si realmente

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quisimos -no con amor condicionado- volveremos a estar juntos por mas tiempo que en este plano físico. Y esto nos ayudara un poco más a superar el más grande temor o el más grande dolor. Perder a alguien a quien se quiere es una experiencia dolorosa. Y si en la infancia uno aprendió a derramar lagrimas y sabe que con lagrimas y tiempo esto puede curarse, se la pasa mejor de adulto. Pero si alguien fue criado con "eres un mariquita, otra vez llorando, si no dejas de llorar te daré un motivo para que llores", entonces, al perder un ser querido, se pone la cara estoica, sin lamentaciones, y el proceso de duelo dura mucho mas.

De manera que la tristeza es por la nostalgia de

cómo era estar con esa persona en la Tierra, pero seguramente atemperada por el hecho de que lo que esta pasando es mucho mas positivo de lo que, por ejemplo, nos hicieron creer las iglesias.

Sí, pero pienso que dentro de unos veinte años,

cuando todo el mundo sepa esto, se celebrara cuando alguien se gradúe y se estará triste cuando alguien nazca. Exagero un poco, no demasiado”.

Cuando usted dice graduarse...

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Para mí, la muerte es una graduación. Significa que ya sabemos lo que vinimos a aprender y enseñado lo que vinimos a enseñar. Y entonces podemos graduarnos”. 23. Etapas del camino.

Ya vimos la “vida” y ahora nos toca algo de teoría.

En la segunda parte del libro hablaré de la doctrina católica con más profundidad. Sigo aquí a Bucay, y dejo su lenguaje argentino, aunque la maestra que más ha trabajado este tema y de la que se toman las ideas es Elizabeth Kubler Ross, de la que ya hemos dicho bastante. Imaginemos que alguien se lastima. Supongamos que un joven sano jugando al fútbol descalzo con sus amigos en un campo. Corriendo un pase para meter un gol pisa algo filoso, una piedra, un pedazo de vidrio, una lata vacía y se lastima. El joven sigue corriendo, alcanza la pelota y a pesar del dolor que siente al afirmar el pie para patear le pega a la pelota con toda su fuerza venciendo al arquero y ganando el partido. Todos festejan. Un compañero le advierte de la mancha roja que deja en el pasto en cada pisada. El joven se sienta en un banco y al mirarse la planta del pie se da cuenta del tajo sangrante que tiene cerca del talón. ¿Cómo sería la evolución normal y saludable para esta herida? ¿Cuáles son

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las etapas por las que va a pasar esta herida? Tal como vimos, muchas veces, en un primer momento todo ocurre como si no pasara nada. El muchacho sigue corriendo la pelota, la señora sigue cortando el pan con el cuchillo filoso y el carpintero no nota que se lastimó hasta que una gota de sangre mancha la madera. En ese primer instante, muchas veces, ni siquiera hay sangre; el cuerpo hace una vasoconstricción, achica el calibre de los vasos sanguíneos, inhibe los estímulos nerviosos y establece un período de impasse, un mecanismo de defensa, más fugaz cuanto mayor sea la herida. Inmediatamente aparece el dolor agudo, intenso y breve, a veces desmedido, que es la primera respuesta concreta del cuerpo que avisa que algo realmente ha pasado. Y después la sangre, que brota de la herida en proporción al daño de los tejidos. La sangre sigue saliendo hasta que el cuerpo naturalmente detiene la hemorragia. En la herida se produce un tapón de fibrina, plaquetas y glóbulos: el coágulo, que sirve entre otras cosas para que la herida no siga sangrando… Cuando está el coágulo hecho, empieza la etapa más larga del proceso. El coágulo se retrae, se seca, se arruga, se vuelve duro y se mete para adentro. El coágulo se transforma en lo que vulgarmente llamamos "la costra, cascarita".

Pasado un tiempo, los tejidos nuevos que se están

reconstruyendo de lo profundo a lo superficial empujan "la costra" y la desplaza hacia afuera hasta que se desprende y cae. La herida de alguna manera ya no duele, ya no sangra, está curada; pero queda la marca del proceso vivido: la cicatriz.

Etapas de Sanación de una herida. 1-

Vasoconstricción. 2- Dolor agudo. 3- Sangrado. 4- Coágulo.

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5- Retracción del coágulo. 6- Reconstrucción fisular. 7- Cicatriz. Este es más o menos el proceso evolutivo normal de una herida cortante. Si esto no sucede, algo puede estar funcionando mal. Quiero decir, si un paciente ante una herida cortante más o menos importante no sangra, está mal. Uno podría pensar "mira que suerte, no perdió sangre"; a veces puede no ser una gran suerte, un herido en estado de shock no sangra y podría morir. Y por supuesto cuanto más grande es la herida, más larga, más tediosa y más peligrosa es cada etapa. Siempre es así, cuánto más grande es la herida, más tarda en cicatrizar y más riesgo hay de que algo se complique en algún momento de la evolución. Si nos estancamos en cualquiera de estas etapas siempre vamos a tener problemas. De todas maneras no traigo esto para explicar cómo evoluciona una herida cortante sino porque hace poco me sorprendí al darme cuenta de la enorme correspondencia que existe entre las etapas que cada uno pude deducir por su propia experiencia con lastimaduras y la situación aparentemente compleja de elaborar un duelo. Un duelo es, como hemos dicho, la respuesta normal a un estímulo, un hecho que nos hiere y que llamamos pérdida… Porque la muerte de un ser querido es una herida, dejar la casa paterna es una herida, irse a vivir a otro país es una herida, romper un matrimonio es una herida. Cada pérdida funciona, en efecto, como una interrupción en la continuidad de lo cotidiano, como una cortadura es una interrupción en la integridad de la piel. Si entendimos cómo se sana una herida, vamos a tratar de deducir juntos qué pasa con la elaboración de un duelo. Por esta coherencia del ser humano veremos que los pasos que sigue la sanación emocional son básicamente los mismos, no se llaman igual, pero como vamos a ver, con un poco de

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suerte, quizás resulten equivalentes. Vamos a tomar como ejemplo de pérdida la situación de muerte de un ser querido.

Cuando nos enteramos de la muerte de alguien muy querido lo primero que sucede es que decimos "no puede ser". Pensamos que debe ser un error, que no

puede ser, decimos internamente que no, pensamos que es demasiado pronto, que no estaba previsto, que en realidad "estaba todo bien"... Esta primera etapa se llama la etapa de la incredulidad. Y aunque la muerte sea una muerte anunciada, de todas maneras hay un momento donde la noticia produce un shock. Hay un impasse, un momento de negación y cuestionamiento donde no hay ni dolor; la sorpresa y el impacto nos llevan a un proceso de confusión donde no entendemos lo que nos están diciendo. Por supuesto que cuanto más imprevista, más inesperada, sea la muerte, cuánto más asombrosas sea la situación, más profunda será la confusión, más importante será el tiempo de incredulidad y más durará. Esto tiene un sentido, el mismo que tiene en la herida la situación de impasse, esto es "economizar" la respuesta cicatrizadora si la cosa no tiene importancia y es algo que va a pasar rápidamente; bien, la psiquis también se protege hasta evaluar... por las dudas... por si fue un error... por si acaso

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sea yo el que haya entendido mal. Nos protegemos desconfiando de la realidad, entrando en confusión para permitirnos la distancia de esta situación. No se puede pasar directamente de la percepción a la acción o de la percepción al contacto, va a tener que existir un proceso, va a tener que pasar un tiempo. Y este tiempo que hace falta se logra forzando mediante este pequeño congelamiento del shock la no-respuesta. Así que la primera cosa que va a pasar es que la persona va a tener un momento donde va a estar absolutamente paralizada en su emoción, en su percepción, en su vivencia y lo que va a tener es un momento de negación, de desconfianza, un tiempo de impasse entre la parálisis y el deseo de salir corriendo hacia un lugar donde esto no esté pasando, la fantasía de despertar y que todo sea nada más que un sueño.

Esta etapa puede ser un momento, unos minutos,

unas horas o días como sucede en el duelo normal, o puede volverse una negación feroz y brutal. En los niños esta historia funciona a veces con un riesgo absoluto; y mientras el mundo y su familia están evolucionando el chico está como si no hubiera pasado nada, está paralizado en esta situación, en realidad negando todo lo acontecido porque no saber por dónde metabolizarlo. A veces pasa, en medio de un velatorio, con un chico que tiene 10,12,15 años y a veces más y está como si nada. Uno piensa que debería ser totalmente consciente de lo que está pasando y entonces pregunta:

-¿No quería a su abuelo, a su madre, a su hermano? -Lo quería muchísimo, estamos todos muy

sorprendidos.

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Está en esta etapa de la incredulidad, a veces en situación de negación patológica y muchas otras en una normal respuesta de defensa frente a lo terrible, un intento no demasiado consciente de NO enloquecer.

Lo fundamental no es la negación sino un estado

confusional. La persona en cuestión no entiende nada, no sabe nada de lo que pasa y aunque aparezca a veces muy conectado no tiene cabal registro de lo que está sucediendo. Cuando se consigue traspasar esa etapa de incredulidad no tenemos más remedio que conectarnos con el agudo dolor del darnos cuenta. Y el dolor de la muerte de un ser querido en esta etapa es como si nos alcanzara un rayo. Después de todos nuestros intentos

para ignorar la situación, de pronto nos invade toda la conciencia junta de que otro murió. Y entonces la situación nos invade, nos desborda, nos tapa, de repente un golpe emocional tan grande desemboca en una brusca explosión. Esta

explosión dolorosa es la

segunda etapa del

duelo normal. Es la etapa de la regresión.

¿Y por qué la llamamos "regresión? Porque lo que en los hechos sucede es que uno llora como un chico, uno patalea, uno grita desgarradoramente, demostraciones para nada racionales del dolor y absolutamente

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desmedidas. Actuamos como si tuviéramos cuatro o cinco años. NO hay palabras concretas, no decimos cosas que tengan sentido, lo único que hacemos es instalarnos en estado continuo de explosión emocional. Intentar razonar con nosotros en ese momento es tan inútil como sería explicarle a un niño de cuatro añitos por qué su ranita fue aplastada por un auto. En esta etapa tampoco hay ninguna posibilidad de quien está de duelo nos escuche. El de la primera etapa porque estaba en shock por la noticia, negando, evitando y confundido; este otro porque está desbordado por sus emociones, absolutamente capturado por sus aspectos más primarios, sin ninguna posibilidad de conectarse, en pleno dolor irracional. Así como en la herida física de pronto el dolor me avisó y me di cuenta de que me había lastimado, y cuando supe empecé a sangrar, así mismo cuando las emociones desbordadas empiezan a salir para afuera, empiezo a sangrar. Y la sangre que sale ahora es la tristeza: es la furia.

Es el primer sangrado, la tercera etapa, la que

empieza después de tener conciencia de lo que pasó: se llama la etapa de la furia. (sigo a J. Bucay en su brillante exposición). Ya he llorado. Ya he gritado… ahora

toca enfadarme: la Furia es bronca, mucha, mucha, mucha bronca. A veces muy manifiesta como bronca y otras veces disimulada, pero siempre hay un momento en el que nos enojamos. ¿Con quién? Depende... A veces nos enojamos

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con aquellos que consideramos responsables de la muerte: los médicos que no lo salvaron, el tipo que manejaba el camión con el que chocó, el piloto del avión que se cayó, la compañía aérea, el señor que le vendió el departamento que se incendió, la máquina que se rompió, el ascensor que se cayó, etc., etc. Nos enojamos con todos para poder pensar que tiene que haber alguien a quien responsabilizar de todo esto. O nos enojamos con Dios. Lo hemos visto con la chica a la que se le murió su amiga. Si no encontramos a nadie y aún encontrándolo nos ponemos furiosos con Dios y empezamos a cuestionarlo. O quizás nos enojamos con la

vida, literalmente con la vida, con la circunstancia, con el destino. Y arremetemos contra la vida que nos arrebata al ser querido. Lo cierto es que con Dios, con la vida, con uno

mismo, con el otro, con el más allá, con alguien, siempre hay

un momento en el que conectamos con la furia. Ahora con

este y después con el otro. O no. En lugar de eso o además de eso nos enojamos con el que murió. Nos ponemos furiosos porque nos abandonó, porque se fue, porque no está, porque nos dejó justo ahora, porque se muere en el momento que no era el adecuado, porque no estábamos preparados, porque no queríamos, porque nos duele, porque nos molesta, porque nos fastidia, porque nos complica, porque, porque, sobre todo porque nos dejó solos de él, solos de ella. A veces si muere mi mamá, me enojo con mi papá porque sobrevivió. Me enojo con el hermano mayor de mi padre, porque él vive y mi papá se murió. Sea con el afuera, sea con las circunstancias, sea con Dios, con la religión, con el vecino, sea con el que no tiene nada que ver o con quien sea, me enojo. Me enojo con cualquiera a quien pueda culpar de mi sensación de ser abandonado. No importa si es razonable o no, el hecho es que me enojo. Pero, ¿cómo puede ser que yo me enoje? La

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verdad es que yo sé que los otros no son culpables de esto que los acuso. Lo que pasa es que la furia tiene una función, como la tiene el sangrado... Esta furia está allí para producir algunas cosas, como la sangre sale para permitir el proceso que sigue.

La tristeza todavía no va a aparecer porque el

cuerpo se está preparando para soportarla. La furia tiene como función anclarnos a la realidad, traernos de la situación catastrófica de la regresión y prepararnos para lo que sigue; tiene como función terminar con el desborde de la etapa anterior pero también intentar protegernos, por un tiempo más, del dolor de la tristeza que nos espera. Para que pare la sangre habrá que taponar la herida con algo. Algo que sea justamente el resultado del sangrar. Porque si el paciente siguiera sangrando se moriría. Si el paciente siguiera furioso se moriría agotado, destrozado por la furia. En el proceso natural de la elaboración de un duelo aparece tarde o temprano una etapa de la culpa. Nos empezamos a sentir culpables. Culpables por habernos enojado con el otro (se murió y yo encima haciéndole daño). Culpables por enojarnos con otro. Culpables con Dios. Culpables por no haber podido evitar que se muriera. Y empezamos a decirnos estas estupideces: ...por qué le habré dicho que vaya a comprar eso... Culparnos es una manera de decretar que yo lo habría podido evitar, una injusta acusación por todo aquello que no pudimos hacer... por no haberte contado lo que nunca supiste, por no haberte dicho en vida lo que hubiéramos querido decirte, por no haberte dado lo que podíamos haberte dado, por no haber estado el tiempo que podíamos haber estado, por no haberte complacido en lo que podíamos haberte complacido por no haberte cuidado lo suficiente, por todo

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aquello que no supimos hacer y que tanto reclamabas. Pero la culpa también es una excusa, también es un mecanismo. La culpa es una versión autodirigida del resentimiento, es la retroflexión de la bronca. Está configurada de la misma sustancia que la furia, como el coágulo es de la misma sustancia de la sangre. La culpa no dura porque es ficticia y cuando se queda nos estanca en la parte mentirosa omnipotente y exigente del duelo. Pero si no hacemos algo que nos detenga, naturalmente aparece la retracción del coágulo, como pasa con la herida. Voy metiéndome para adentro, voy volviéndome seco. Y llego a una etapa, la quinta, desde lo subjetivo la más horrible de todas, la etapa de la desolación. Y esto me conecta con la impotencia.

Y como si fuera poco aquí está también nuestro

temido fantasma, el de la soledad. La soledad de estar sin el otro, con los espacios que ahora quedaron vacíos. Conectados con nuestros propios vacíos interiores. Conectados con la certeza de que hemos perdido algo definitivamente. No hay muchas cosas definitivas en el mundo, salvo la muerte. Nos damos cuenta de que las cosas no van a volver a ser como eran y no sabemos con certeza pronosticar de qué manera van a ser. Y tomo absoluta conciencia... y siento la sensación de ruina... como si fuera una ciudad desvastada...

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como si algo hubiera sido arrasado dentro de mí... como si yo fuera lo que queda de una ciudad bombardeada. (Me acuerdo de las imágenes de Varsovia después de la destrucción de los nazis, nada en pie, sólo escombros). Así me siento... como si de mi interior sólo hubieran quedado escombros. Este es el momento más duro del camino. En

honor a esta etapa se llama el camino de las lágrimas, esta

es la etapa de la tristeza que duele en el cuerpo, la etapa de

la falta de energía, de la tristeza dolorosa y aplastante. No es una depresión, si bien se le parece, claro que se le parece. ¿En qué? En la inacción. La depresión aparece justamente cuando me declaro incapaz de transformar mi emoción en una acción. A veces los deprimidos no están tristes, están deprimidos, pero no están tristes. Y éstos están tristes, no sé si están deprimidos, quizás sí, quizás no, pero lo que seguro están es desesperados... Están verdaderamente desesperados. Pero no es la desolación de la sinrazón. Cuando nos encontramos con estas personas y las miramos a los ojos, nos damos cuenta de que algo ha pasado, de que algo se ha muerto en ellos. Y es bien triste acompañar a alguien que está en este momento. Es triste porque comprendemos y sentimos.

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Porque nos "compadecemos" de lo que le pasa, quiero decir "padecemos con" esa persona. Es lógico que así sea porque quien se ha muerto en realidad es este pedacito de la persona que de alguna manera llevaba adentro. Impresión que lleva a muy buen negocio a los espiritistas y a toda esta gente siniestra que aprovecha estos momentos, sabiendo que quien está de duelo está sumamente vulnerable. Se trata de verdaderas seudoalucinaciones, que si bien son normales no dejan de obligarnos a pensar dónde anda nuestra salud mental. Si vuelvo a la que fue la casa de mi abuela y percibo su olor, esto no tiene ningún misterio, es el olor del lugar que asocio con mi abuela. Ahora bien, si yo voy a un lugar donde sé que mi abuela nunca estuvo y reconozco su olor, debe ser que hay un aroma que me hace acordar al de mi abuela, y no porque mi abuela esté por ahí, si se me ocurre pensarlo así posiblemente mi situación emocional me esté jugando una mala pasada. Una seudo imaginación no es una alucinación: yo sé que lo que estoy percibiendo no es, pero lo estoy percibiendo. Uno tiene la sensación, aunque sabe que es su cabeza la que está haciendo la trampa. Es muy fuerte pasar por estos momentos y muchos llegan a asustarse. Lo malo de esta etapa de desolación es que es desesperante, dolorosa, inmanejable. Lo bueno es que pasa, y que mientras pasa, nuestro ser se organiza para el

proceso final, el de la cicatrización, que es el sentido último de todo el camino. Pero cómo podría prepararme para seguir sin la persona amada si no me cierro a vivir mi proceso interno, cómo podría reconstruirme si no me retiro un poco de lo cotidiano. Eso hacen la tristeza y el dolor por mí, me alejan, para poder llorar lo que debo llorar y preservarme de más estímulos hasta que esté preparado para recibirlos, me conectan con el adentro para poder

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volver al afuera a recorrer los dos últimos tramos del

camino de las lágrimas: el de la fecundidad y el de la

aceptación. Ahora podemos comparar los esquemas para

confirmar la correspondencia más completa entre la Herida y el Duelo: * Vasoconstricción = Incredulidad * Dolor agudo = Regresión * Sangrado = Furia * Coágulo = Culpa * Retracción del coágulo = Desolación * Reconstrucción tisular = Fecundidad * Cicatriz = Aceptación.

En el final mismo de esta etapa de desolación

empezamos a sentir cierta necesidad de dar. Seguramente está muy lejos de ser la salida, pero es el principio de ella, un intento de resolver en mi cabeza lo que no puedo resolver en los hechos. Este principio de salida se llama identificación y me acerca al establecimiento de la etapa de fecundidad. Pero si sigo diciendo que era la encarnación de lo perfecto, que era el más lindo niño que nunca existió y que era demasiado para este mundo y por eso Dios lo quería con él, estoy perdido. Erré el camino y la revaloración se transformó en idealización. Ya no estoy viendo las cosas. No hay nada peor que confundir valorar con idealizar; una me permite elaborar el dolor, al otra lamentablemente es una manera

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de no salirse de él, hacer habitaciones – museos o consagrar la vida a un recuerdo idealizado - canonizado. Un ejemplo sobre idealización: recuerdo un hombre aún joven que tenía una mujer muy buena, que sufrió una larga enfermedad; tenían 6 hijos. Cuando murió la mujer todos le aconsejaron que no se casara con ninguna otra mujer, por el honor de la esposa difunta, cuando en realidad él necesitaba una esposa y los hijos una madre, pero el entorno había idealizado aquella mujer y les costaba la idea. Cuando me preguntó le dije que por supuesto era libre de volverse a casar, cosa que hizo al cabo de poco tiempo y con alegría de los hijos (y de la joven esposa nueva, que sería pronto madre). El desagradable nombre técnico de este proceso es momificación de lo perdido. Una de las historias que corren por Internet hablan de la historia del amor que escapa de una isla que se hunde, pero nadie le quiere llevar, hasta que una barca le recoge: la sabiduría le dirá que aquella barca es la del tiempo, pues “es el único que puede ayudarte cuando el dolor de una pérdida te hace creer que no podrás seguir”.

El proceso de identificación es un puente entre la

oscuridad del túnel del duelo y la luz posterior. Puente necesario, porque sin identificación no puede haber fecundidad. ¿Qué es fecundidad? Es empezar a hacer algunas cosas dedicadas a esa persona, o por lo menos con conciencia de que han sido inspiradas por el vínculo que tuvimos con ella. Voy a transformar esa energía ligada al dolor en una acción. Este es el principio de lo nuevo. Esta es la reconstrucción de lo vital, este es el comienzo: lograr que mi camino me lleve a algo que de alguna manera se vuelva útil para mi vida o para la de otros. Quiere decir resituarse en la vida que sigue (lo que hemos contado al

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principio: “y la vida continúa”). Es decir, por amor a él cuidará de los vivos, él estará contento si yo estoy contento, si hago feliz a los que me rodean.

La segunda cosa que quiere decir aceptar es

"interiorizar". Recuerden, venimos de la identificación (Él era como yo) y de la discriminación (pero no era yo). Y sin embargo yo no sería quien soy si ni siquiera lo hubiera conocido. Algo de esa persona quedó en mí. Esto es la interiorización. La conciencia de lo que el otro dejó en mí y la conciencia de que por eso siguen vivas en mí, las cosas que aprendí, exploré y viví. Lacan dijo algo fantástico respecto del duelo: "Uno llora a aquellos gracias a quien es." Y a mí me parece increíblemente sabio este pensamiento, esta idea: Gracias a algunas personas yo soy quien soy, sea yo consciente o no del proceso… persona, cosa, situación o vínculo que ha sido fundamental en mi manera de ser. Y aquí termina el camino. ¿Por qué? Porque me doy cuenta de todo lo que esa persona me dio y de que no se lo llevó con ella, me doy cuenta de que puedo tener dentro de mí lo que esa persona dejó en mí y encuentro que esta es una manera de tener a la persona conmigo. Entonces descubro que ya no tengo que seguir cargando con el cadáver por la vida. La discriminación y la interiorización me permitirán aceptar la posibilidad de seguir adelante, a pesar de que como en todas las heridas también quedará una cicatriz. ¿Para siempre? Para siempre. ¿Entonces no se supera? Se supera pero no se olvida. Cuando el proceso es bueno las cicatrices ya no duelen y con el tiempo se mimetizan con el resto de la piel y casi no se notan, pero están ahí. Cuando yo hablo de esto me toco el muslo izquierdo y digo "acá está, esta es la cicatriz de la herida que me hice cuando me lastimé, yo tenía diez años".

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¿Me duele? No, ni siquiera cuando me toco. No me duele. Pero si uno mira de cerca la cicatriz está.

24. Duelo: etapas y tipos.

El duelo normal. Parálisis 1. Incredulidad - Negación - Confusión - Llanto explosivo. 2. Regresión - Berrinche – Desesperación. 3. Furia - Con el causante de la muerte - Con el muerto por abandono. 4. Culpa - Por no haberlo podido salvar - Por lo que no hicimos - Impotencia – Desasosiego. 5. Desolación - Seudoalucinaciones - Idealización - Idea de ruina. 6. Fecundidad - Acción dedicada - Acción inspirada. 7. Aceptación - Discriminación – Interiorización.

Después del recorrido. “En medio de este

atolladero de angustia encontré la fuerza para luchar y salir adelante. Quizás me di cuenta de que mi esposa no hubiese querido verme así. Algo me hizo aferrarme a la vida y al amor” (Williard Kohn). Supongo que hay algunas cicatrices más memoriosas que duelen para siempre. Pensar que alguien puede terminar de elaborar el duelo de un ser querido en menos de un año es difícil, si no mentiroso. El primer mes es terrible, los primeros seis meses son muy

difíciles, el primer año es bastante complicado y después empieza a hacerse más suave. No hay que olvidar que si he vivido casi toda mi vida reciente sabiendo que otro existía, vivir el duelo de su ausencia implica empezar una nueva historia. Y esto tiene que ver con el habernos alejado de los ritos. Los ritos están diseñados para el aprendizaje y la adaptación del

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hombre a diferentes cosas. Entre ellas, para que el individuo acepte la muerte y acepte la elaboración del duelo. Los ritos tienen que ver con la función de aceptar que el muerto está muerto y con la legitimación de expresar públicamente el dolor, lo cual, como vimos, es importantísimo para el proceso. Los ritos, aprendí, son importantes. Las costumbres populares, las tradiciones, protegen esos ritos.

El duelo patológico: el duelo de las heridas que

nunca cicatrizan. En el hospital uno ve hombres y mujeres que vienen con heridas que tienen dos o tres años, y uno no entiende por qué pero pregunta y descubre lo que pasa: cada vez que llegan a la casa se arrancan la cascarita, porque les molesta, porque les pica, porque queda fea. Y vuelven a empezar. No hay que rascarse, hay que animarse a vivir el dolor de la etapa de la tristeza desolada y dejar que el río fluya confiando en que somos lo suficientemente fuertes para soportar el enorme dolor de la pena.

Tipos de duelo: La muerte es algo natural,

incontrastable e inevitable. Hemos manifestado permanentemente la inequívoca tenencia a hacer a un lado la muerte, e eliminarla de la vida. Hemos intentado matarla con el silencio. En el fondo nadie cree en su propia muerte. (Vamos a repasar varios tipos de duelo, en el primero pondré el consuelo de la Eucaristía. En otro folleto me extenderé sobre la consideración de la esperanza y las verdades eternas). En el inconsciente cada uno de nosotros está convencido de su inmortalidad. Y cuando muere alguien querido, próximo, sepultamos con él nuestras esperanzas, nuestras demandas, nuestros goces. No nos dejamos consolar y hasta donde podemos nos negamos a sustituir al

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que perdimos. Ante el dolor de la muerte de una persona querida, sobre todo si es joven, algo tan inesperado, no lo entendemos, y vemos que no podemos hacer nada. Entonces, sentimos la necesidad de rezar. Dios pone en nuestras almas este sentimiento, esta necesidad. Del más allá sabemos lo que Jesús nos ha dicho: “yo soy la resurrección y la vida, el que cree en mí vivirá”. La muerte del cristiano es una participación en la muerte de Jesús. Que Jesús haya muerto en la Cruz es la prueba de que no nos deja solos en el sufrimiento, y que Jesús haya resucitado es prueba de nuestra resurrección.

El amor humano nos hace entender el amor de Dios,

un amor que ha de ser eterno. Cuando un ser amado nos ha dejado sabemos que el amor no acaba con la muerte, el amor es más fuerte que la muerte, y hoy le decimos: “hasta pronto”. Para él, la muerte ha sido un cerrar los ojos a la tierra y abrirlos a la vida eterna, un nacimiento nuevo. Para nosotros, un no verle pero saber que está en Dios, y en la Misa podemos encontrar a los que están en el Señor, pues aquí está el Señor. A veces, puede entrarnos miedo al pensar en la muerte. Hemos de llenarnos de esperanza. Mirad que un acto de contrición, un acto de amor, una petición de perdón, Dios lo valora inmensamente: Acuérdate de mí cuando estés en tu Reino, le dijo el buen ladrón a Jesús, su respuesta inmediata fue: ¡en verdad te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso! es evidente que Dios quiere que aprendamos la lección. El fruto de esta Eucaristía que aplicamos por el alma de los difuntos para que alcance el descanso eterno, está indisolublemente ligado al gran bien de un profundo cambio de vida en mi y en cada una de vosotros: un cambio interior y exterior: Un cambio de planteamientos, de objetivos, de horizontes vitales, de costumbres, de diversiones, ...

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Jesucristo tuvo palabras muy duras para los judíos de su tierra: 'Mirando no veis y escuchando no entendéis... ‘viviendo tan cerca de Él, fueron tan frívolos, tan vulgares, tan superficiales que no supieron descubrir ni tan siquiera a un Hombre de bien, no sólo no le reconocieron como Dios sino que le condenaron a muerte.

El suicidio. Por más que lo intentas, nunca

conseguís entender las razones que lo llevaron a tu ser querido a quitarse la vida. El suicidio deja siempre detrás de sí muchas preguntas.

Es natural sentir mucha rabia y enfado hacia la

persona que se suicidó. Si cuando se muere te enojas con el difunto aunque haya muerto en un accidente, cuánto más te enojarás cuando él o ella decidieron morirse.

Creo que si el suicida supiera el daño que produce en la familia cercana, sobre todo en los hijos cuando los hay, no se suicidaría. Si de verdad uno supiera lo que los hijos irremediablemente piensan cuando su padre o madre se suicida: "Ni siquiera por mí. Ni siquiera yo era una buena razón. Ni siquiera pensó en mí". Y esto es muy doloroso para sustentar después la propia autoestima. Me parece que esto confirma que el que se suicida no puede pensar con cordura en ese momento. Es un mártir de su enfermedad, decía el sacerdote ante la muerte de una persona que se tiró por la ventana pensando en que era mala, y era buenísima, en esos momentos, me decía un psiquiatra, todos los casos que había conocido sólo podían captar el descanso. Así se explica que hagan cosas raras como aquella madre que dejó todo limpio y los niños bien dormidos, antes de irse de casa y matarse. No captan la realidad, sólo la necesidad de liberarse de la situación de

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agobio, y buscan un descanso, una liberación de su angustia, sin pensar en las consecuencias que tiene eso para los que le rodean, que necesitan de su presencia.

Duelo por viudez. La muerte del cónyuge es lo más

duro, solo comparable con la pérdida de un hijo. Puede llegar a ser un dolor tan fuerte que a uno la muerte de la compañera le había roto el corazón… literalmente. Pero mejor decirlo con un poema:

AL ETERNO AUSENTE: “Sublimiza la música, se riega por el ser y se evoca el pasado, todo lo que fue ayer. Pernocto en la distancia, en tu ausencia infinita, mientras vaga tu imagen entre penas contritas. No se cuánto tiempo me quede por vivir, pero el que se me añada será un invierno frío, que mezclará quimeras con momentos de hastío. Mi tiempo fue tu tiempo en entrega y dedicación, ahora abro los brazos para estrecharte y sólo quedan las manos cruzadas sobre mi corazón”. Cuando la realidad conocida se rompe, lo seguro y

ordenado se vuelve caótico. El mundo parece hostil y nada puede aliviar la incertidumbre y la inseguridad. Y cuando la

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responsabilidad de mantener el provisorio orden ahora compartida con otro que ya no está, aparecen la desesperación y el vacío.

Lista de cambios (dolor): Muerte del cónyuge 100; Condena en la cárcel 91; Muerte de un hijo 83; Divorcio 80.

Cuando un hijo se muere y la pareja se mantiene

unida, hay dos a los que les está pasando lo mismo, hay alguien que puede comprender lo que nos pasa. En cambio cuando la pareja es la que muere, a nadie, repito, a nadie, le está pasando lo mismo, estamos verdaderamente solos en nuestro dolor. Con frecuencia el que sobrevive muere poco después.

Dicen los viudos y

las viudas: "El dolor de la pérdida de la pareja desgarra y uno se pregunta cómo seguir viviendo". Asi decía un poema: “CÓMO ME DUELE

Me dueles en lo mas profundo y me siento cansada

como si desandara por confines distantes a lo largo del mundo.

Me duele el no sentirte, el siempre recordarte, el saber que no existes, la búsqueda incesante de ese verbo elocuente que pueda convencerme de la cruel realidad y en simple explicación, mi pena la

aliviara. Me duele mirar el infinito y mas nunca encontrarte. Mi corazón quedó como una llaga abierta

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Y en cada evocación, me punza y se despierta” (Trina Lee de Hidalgo). "El silencio hiere los oídos, el hogar se convierte sólo en una casa". "El llanto y la rabia se vuelven tu diaria compañía". "No podes definir si sentís pena por el que se fue o por vos mismo". "¿Cómo seguir respirando, caminando, haciendo lo cotidiano sin ella?". "¿Mi capacidad de amar podría seguir existiendo?". "Uno se siente como una baraja de naipes arrojada al aire". Hay que luchar por rehacerse…

Un hombre que pierde a su mujer puede sentirse

desconsolado, pero difícilmente desamparado porque las mujeres estructuran su subjetividad en torno a los vínculos, mientras que los hombres la construyen en torno de su trabajo.

"Yo soy yo y todos aquellos a quienes amo". La persona que murió no se pierde, porque es interiorizada emocionalmente. Lo que queda vacante es el lugar de los

roles que ocupaba.

"Cuando murió mi esposa viví su muerte como un terremoto. Fui perdiendo de a poco a todos mis amigos. No sabía cómo se pagaba la luz,

dónde se compraba la fruta ni cómo se conseguía la leche. Mis hijos me trataban como si fuera un inútil.

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Un día los junté a todos y les dije: "Un momento, me quedé viudo, no descerebrado". Ese día todo empezó a retomar su rumbo.

Después de la muerte de tu pareja es muy difícil

permitirse una nueva relación. No es indispensable hacerlo pero es importante saber que es posible.

Pérdida de un hijo: cuenta E. Rojas: “La

trascendencia es lo que te permite mirar por sobreelevación. Hay una perspectiva inmediata y otra mediata. La reacción inmediata ante la muerte de mi hijo Quique, es sentirse partido por la mitad. Mi mujer, sin exagerar, estuvo un año llorando” (Olaizola, Más allá de la muerte, p. 82). Mientras él ve la situación global, ella percibe cada detalle de la realidad. Mientras él piensa qué hacer ella actúa intuitivamente, mientras él es lógico ella se vuelve cada vez más sensible. Mientras él se pelea con el adentro, ella se enfrenta con el afuera. Mientras él solamente suspira ella se anima a llorar. Y entonces frente a la muerte de un hijo muchas veces sucede que: Ella necesita hablar sobre la muerte y vuelve sobre los detalles. Él se siente incómodo con el tema y preferiría no hablar más sobre el asunto. Ella no consigue empezar a adaptarse a los 18 o 24 meses. Él empieza a acomodar su vida a los seis u ocho meses. Ella siente deseos frecuentes de visitar la tumba. Él prefiere no volver a pisar el cementerio. Ella lee libros, escucha conferencias o asiste a grupos. Él se refugia en el trabajo, su hobby o las tareas de la casa. Ella no tiene prácticamente ningún deseo sexual. Él quiere hacer el amor para buscar un mejor encuentro. Ella sabe que su vida ha cambiado para siempre. Él quisiera que ella vuelva a ser la de antes. Mantener la pareja unida es, pues, todo un

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desafío. Vuelvo a E. Rojas: “Como psiquiatra, acostumbrado a contemplar el sufrimiento ajeno desde dentro, a través de esos representantes que son la depresión, la ansiedad, la inseguridad, los complejos y tantas cosas más, vuelvo a lo esencial: la necesidad de tener puntos de referencia claros. Y ahí cobran especial relieve las creencias. Las ideas van y vienen, se mueven dentro de nosotros, mientras que las creencias son la tierra firme y sólida donde nos apoyamos. El que no tiene creencias va flotando por la vida sin asidero” (ibid, p. 87). Es importante mantenerse lo más unidos posibles, sin asfixiar ni colgarse de la compañía del otro. Es imprescindible aprender a poner en palabras lo que está pasando para ayudarse mutuamente, porque es casi imposible pasar por este dolor y sobrellevar esta situación sin tu pareja.

Ideas de que el otro es de alguna manera responsable de la muerte. Sentimientos de impaciencia e irritabilidad hacia el otro. Falta de sincronicidad en los momentos de mayor dolor o las recaídas. Falta de coincidencia en las necesidades sexuales.

Después de enunciar todas estas diferencias y

dificultades es fácil entender por qué una de cada cuatro parejas termina separándose.

Es imprescindible alejarse todo lo que se pueda de la

gente desubicada que quiere "ayudar" en este momento tan difícil. Porque la mayoría de los conocidos o familiares cercanos no tiene ni idea de qué hacer con este tema y dice pavadas porque cree pavadas.

Pero hay que comparar el dolor con un préstamo.

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Debemos devolver el préstamo algún día. Entre más

tardemos en hacerlo, más altos serán los intereses y las multas. Nadie tiene mala intencionalidad, pero los que te quieren, que no soportan verte sufrir, son capaces de sugerir para solucionar la amenaza a SU integridad que representa tu dolor: "Que otro hijo es la solución a tu dolor." "Que necesitas olvidar a tu hijo y seguir con tu vida." "Que tienes que sacar las fotos de tu hijo de tu casa." "Que hay que pensar en otras cosas". Lo cierto es que nada saben de lo que nos pasa. Quizás por eso la elaboración del duelo por la muerte de un hijo es el evento más solitario y más aislante en la vida de una persona ¿Cómo puede entender alguien que no ha pasado por lo mismo, la profundidad de este dolor? Muchos padres dicen que los amigos se convierten en extraños y muchos extraños se convierten en amigos. Lo mejor para hacer es aceptar la profundidad del dolor como la reacción normal de la experiencia más difícil que una persona puede vivir. Los grupos de apoyo o de autoayuda son un paraíso seguro para que los padres que han perdido un hijo compartan lo más profundo de su pena con otros que han pasado por los mismos sentimientos. Muchos grupos de apoyo están llenos de personas fuertes y comprensivas dedicadas a ayudar a padres que sufren la pérdida de su hijo para que encuentren esperanza y paz en sus vidas. En estos grupos los padres aprenden a saber que no están enloqueciendo. A sentirse solidarios en un todo con lo sucedido. A aceptar que les pasa lo mismo que a muchos otros. A compartir el duelo con autenticidad basado en el amor por su pareja y en el sincero cariño que sentían por quien hoy no está.

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Pérdida de un

embarazo. "Sólo hay una cosa que me puedo imaginar más terrible que la muerte de mi hijo: No haberlo siquiera conocido." Cuentan que había una vez un señor que padecía lo peor que le puede pasar a un ser humano: su hijo había muerto. Desde la

muerte y durante años no podía dormir. Lloraba y lloraba hasta que amanecía. Un día, cuenta el cuento, aparece un ángel en su sueño. Le dice: - Basta ya. - Es que no puedo soportar la idea de no verlo nunca más. El ángel le dice: -¿Lo quieres ver? Entonces lo agarra de la mano y los sube al cielo. - Ahora lo vas a ver, quédate acá. Por una acera enorme empieza a pasar un montón de chicos, vestidos como angelitos, con alitas blancas y una vela encendida entre las manos, como uno se imagina el cielo con los angelitos. El hombre dice: -¿Quiénes son? Y el ángel responde: - Estos son todos los chicos que han muerto en estos años y todos los días hacen este paseo con nosotros, porque son puros... - ¿Mi hijo está entre ellos? -Sí, ahora lo vas a ver. Y pasan cientos y cientos de niños. – Ahí viene -avisa el ángel. Y el hombre lo ve. Radiante como lo recordaba. Pero hay algo que lo conmueve: entre todos es el único chico que tiene la vela apagada y él siente una enorme pena y una terrible congoja por su hijo. En ese momento el chico lo ve, viene corriendo y se abraza con él.

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Él lo abraza con fuerza y le dice: - Hijo, ¿por qué tu vela no tiene luz?, ¿no encienden tu vela como a los demás? - Sí, claro papá, cada mañana encienden mi vela igual que la de todos, pero ¿sabes lo que pasa?, cada noche tus lágrimas apagan la mía. Así, ellos están contentos si seguimos luchando, con alegría, dándonos a los demás, viviendo.

25. Ayudar a otros a recorrer el camino. Sin embargo, a pesar de esta certeza, podemos observar los siguientes datos: 90% de las personas sufren trastornos del sueño durante el duelo, 50% padecen seudo alucinaciones auditivas o visuales, 35% dicen tener algunos síntomas similares a los que condujeron al fallecido a su muerte, 10% de los parientes más cercanos y amigos íntimos enferman gravemente durante el primer año de duelo. Los suicidios y las muertes por accidentes son 14 veces más frecuentes entre los que han sufrido en el último año la pérdida de un ser querido que en la población general. Si bien la mejor herramienta para esta ayuda es el amor, cuánto mejor será nuestra presencia y acompañamiento si además de nuestros sentimientos y cuidados, fuéramos capaces de aportar la comprensión adicional que nos da tener algún conocimiento de lo que está sucediendo dentro de su pena y alguna herramienta para aliviar su dolor. Para poder acompañar saludablemente a un familiar o amigo que ha perdido algo o a alguien valioso es posible hacer muchas cosas, pero es necesario dejar de hacer algunas otras.

Transcribo aquí abajo una pequeña lista incompleta

de algunas premisas importantes Tener en cuenta las actitudes que no ayudan.

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-No le digas que lo comprendes si no pasaste por una situación similar.

-No intentes buscar una justificación a lo que ha ocurrido.

-No te empeñes en animarlo ni tranquilizarlo, posiblemente lo que más necesita el otro es que lo escuches.

-No le quites importancia a lo que ha sucedido hablándole de lo que todavía le queda.

-No intentes hacerle ver las ventajas de una nueva etapa en su vida. No es el momento.

-Evita las frases hechas. La incomodidad nos mueve a recurrir a expresiones que no ayudan para nada: "Tienes que olvidar." "Fue mejor así…" Dejar que se desahogue. Sentir y expresar el dolor, la tristeza, la rabia o el miedo frente a la muerte de un ser querido es el mejor camino que existe para cerrar y curar la herida por la pérdida. Estás equivocado si piensas que dejarlo llorar no sirve más que para añadir dolor al dolor. Estás equivocado si crees que ayudar a alguien que sufre es distraerlo de su pesar. Es mediante la actualización y la expresión de los sentimientos que la persona en duelo se puede sentir aliviada y liberada. No temas nombrar y hablar de la persona fallecida por miedo a que se emocione. Si llora, no tienes que decir o hacer nada en especial, lo que más necesita en esos momentos es tu presencia, tu cercanía, tu compañía y tu afecto. Tampoco temas llorar o emocionarte con su llanto. No hay nada de malo en mostrar tu pena, en mostrar que a vos también te afecta lo que ha pasado, en mostrar que te duele ver a tu amigo o familiar en esa situación. Lo que más necesita el que está de duelo, por lo menos en estos momentos, es una oreja para poder hablar, un espacio para sentirse débil y un hombro para llorar. Esta

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es quizás la premisa más importante para recorrer el camino de las lágrimas con un ser querido: NUNCA interrumpas la expresión del dolor. Mucha gente corta intencionalmente las expresiones emocionales del otro con una supuesta intención de protegerlo de su sufrimiento pero ocultando (a veces sin siquiera saberlo) la verdadera intención: protegerse de sus propias emociones dolorosas. No se ven capaces de afrontar el diálogo, huyen de él por cobardía: hablan de sus males, hablan de frases hechas, y se van, incapaces de escuchar, de acompañar, de empatizar, y sobre todo del silencio, de dejarse abrazar por el amigo, le dejan con su soledad.

26. Hablar del ser querido que ha muerto. Procurar el tiempo necesario para el duelo. Si no sabes qué decir, no digas nada. Escucha, estate presente, sin pensar que tienes que dar consejos constantemente o estar levantando el ánimo. No palmees su espalda mientras le decís que tiene que sobreponerse, ya lo hará a su tiempo. El principio del camino de las lágrimas suele ser muy acompañado, pero a poco de andar la mayoría de los que se acercaron y prometieron seguir han desertado. El contacto puede mantenerse de muchas maneras.

Una visita, un café, un paseo, una carta, un e-mail o

una llamada telefónica pueden romper su soledad y recordarle al ser querido que allí estemos. Las fiestas y los aniversarios son momentos particularmente dolorosos en los que suele ser muy importante estar cerca de la persona en duelo. Uno de los reclamos que silenciosamente hacen aquellos que elaboran un duelo es: "¿Dónde está ahora, un año después, todos lo que se ofrecieron acompañarme?".

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Colaborar en las tareas. Si no sabes qué hacer, piensa en cómo podrías colaborar en algunas tareas cotidianas. La ayuda en el papeleo puede ser la mejor manera de dar una mano en los primeros momentos. La más desacreditada de las ayudas y una de las más importantes es ayudar a estableces y llevar adelante los rituales funerarios (entierro, velatorio, avisos fúnebres), porque en momentos difíciles los ritos son importantes. Este es unos de los roles que sólo los amigos del corazón se atreven a desempeñar. Todas las sociedades han desarrollado rituales (costumbres o ceremonias) alrededor de la muerte de un ser querido. Los ritos cambian de cultura en cultura y de tiempo en tiempo, pero su sentido es siempre el mismo: cumplir por lo menos con cinco importantes funciones: 1... Preservar a los supervivientes y ayudarlos a enfrentarse a la muerte. 2... Mostrar la realidad de la pérdida y la expresión pública del dolor de los familiares y amigos. 3... Hacer conocer la pérdida al grupo social y permitir la expresión de solidaridad y apoyo. 4... Despedirse del difunto. 5... Reconfirmar que el grupo continúa viviendo, celebrando el triunfo de la vida.

27. Como abordar el tema con los más pequeños.

¿Cómo hablar a los niños?. Los niños son un espejo de lo que hay en los mayores, en su interior, y sólo cuando nosotros podemos hablar de la muerte con paz, cuando no tenemos miedo de hablar de la muerte, podemos hablar

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con ellos de la muerte, comunicarles esperanza, serenidad. Pueden entender que Dios tiene preparada una casa para los que le aman. No le diremos a una niña: “Dios necesita a tu madre más que a ti”, porque de ahí podría nacer tristeza, resentimiento contra Dios y contra la vida. Sino “tu madre está en Dios, y algún día, cuando muramos, estaremos con ella y con Él”.

Vuelvo a Tiempo de prodigios… uno de los

protagonistas sufrió un trauma, intentó suicidarse “pero soy un miedica y me fui al hospital a que me hicieran un lavado de estómago”. Dejó la empresa en la que trabajaba y se fue a pasar una temporada con su abuela, que vivía en mitad de ninguna parte: “decidí que lo mejor que podía hacer era pasar aislado el resto de mi vida. Ya sé que suena estúpido”… A veces algunos se exigen demasiado y se rompen… se une con la pérdida, y es duro… “hice un esfuerzo sobrehumano para no dejarme arrastrar por todo aquel caudal de tristeza que amenazaba con asolar mi vida”.

Una madre estalló en sollozos explicando a su hijo la muerte del abuelo. Y el niño: “madre, ¿por qué lloras?” y ella: “porque amaba mucho a tu abuelo”, y él “cuando tú te vayas, yo quiero ir contigo”. Había entendido el amor y también afrontar la muerte con fe y confianza… hay que procurar no esconder a los niños los misterios de la vida y de la muerte. Si no piensan en ella como abandono, algo que por tanto genera miedo, angustia y soledad, por eso necesitan una respuesta ante las grandes preguntas y no que los alejen dejándolos en manos de algún pariente lejano sin darles explicaciones, haciéndoles el vacío y generando cierto tabú o trauma, por deformación en sus experiencias emotivas. Mirando la caja ya cerrada de la

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madre que había muerto, señalando donde iría la cabeza, decía la hija de pocos años: “¿Dónde está mamá, aquí?” Lo que necesitan es sentirse tranquilos en esos momentos, al lado de los que aman, de los que se desviven por ellos. Y aprovechar los momentos y lugares apropiados para compartir la información relacionada con la muerte, como también la que se refiere al amor y el nacimiento de la vida. Así acompañarles en su dolor con fe y amor, en el clima de la familia. El episodio de Jesús y Lázaro, en el Evangelio de san Juan 11, es un buen relato para hablar del tema en la perspectiva de la eternidad.

Psicoterapia profesional. La terapia es indicación

casi obligada en personas que manifiestan un duelo complejo y anormal. Porque cuando un paciente se queda estancado en el lugar del duelo y no puede salir durante un pequeño tiempo, él mismo empieza a sentir que no puede hacer nada para salirse de donde está trabado.

Ni siquiera puede, pobre, escuchar a quien lo quiere

ayudar y esta última frase nos conecta con la paradoja. Es una persona que necesita ayuda para poder

recibir ayuda. Los cuatro temores más frecuentes del niño son

enunciados en general de esta manera: "¿Fue culpa mía la muerte?""¿Me va a pasar a mí cuando cumpla... años?" ""¿Quién me va a cuidar?"

"¿Con quién voy a jugar ahora?"... Lo más habitual es

que el niño elabore el duelo alternando fases de preguntas

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y expresión emocional, con intervalos en que no menciona para nada el asunto.

Respetar su manera de afrontar la pérdida. No escondernos de los niños para llorar. Si ve que los adultos intentan esconder y disimular

sus sentimientos, aprenderá pronto a no expresarlos y se sentirá solo con su dolor.

Cuando le mostramos lo que sentimos, el niño nos

percibe más cercanos y es más fácil que nos diga él también lo que le está pasando. (son un espejo de lo que son los mayores, de cómo nos comportemos ellos se rigen…)

Resumiendo. La muerte es una realidad que nos

acompaña en nuestra vida. Desde que nacemos, todos sabemos que hemos de morir. Es un hecho natural, pero cuesta mucho tratarlo con naturalidad. Por eso hay que ir preparando el terreno para abordar y hablar de esta realidad con nuestros hijos.

El duelo en el adolescente. Por otra parte, atravesar un período de desvalorización y cuestionamiento de sus padres es una forma normal, aunque difícil, de separarse de ellos. Si desafortunadamente su padre o su madre fallecen mientras está alejándose física y emocionalmente de ellos puede experimentar un gran sentimiento de culpa, y la necesidad de separarse que experimentaba puede hacer el proceso de duelo más complicado.

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Este tipo de conflicto puede tener como resultado que el adolescente renuncie (duelo aplazado o congelado) a vivir su propio duelo y transforme el proceso en rabia, miedo e impotencia la antesala de empezar a preguntarse por qué y para qué vivir.

De todas maneras lo más significativo del

acompañamiento es, como su nombre lo indica, la presencia: estar cerca en las muchas veces difíciles momentos finales. Cuentan de un soldado que fue a buscar a un amigo herido, pasando por encima de la opinión de los superiores pues tenía que cruzar las líneas enemigas y era muy peligroso, y era casi seguro que no estaba vivo… “cuando le encontré todavía vivía… me acerqué y le tomé las manos. Él abrió los ojos y me miró… casi sonrió…. Valió la pena, antes de morir en mis brazos me dijo ‘sabía que vendrías’”.

“El que muere no puede llevarse nada de lo que

consiguió pero se lleva, con seguridad, todo lo que dio” (padre Mamerto Menapace). Bienvenidos los tres: vos, tu risa y tus lágrimas. La manifestación de la elaboración es la resignificación de lo perdido o la transformación del dolor en fecundidad.

28. Es muy bonito poder despedirse del paciente enfermo, si él quiere, por eso se trata de establecer un diálogo para ver qué quiere saber de su estado, y brindar calidad de vida hasta los últimos instantes, de manera que algunos de los pasos que caracterizan el trabajo paliativista, como el alivio del dolor, el control de síntomas (insomnio, falta de apetito, ansiedades, etc.), el acompañamiento a la familia, y el profundo respeto por el

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momento que se está atravesando, sean el marco de cuidado y preparación del paciente para su muerte digna. Junto a mi equipo de trabajo me doy cuenta a diario, que en nuestra sociedad es todavía muy difícil abordar estos temas. De hecho quienes se asoman a esta problemática, y muy a menudo con mucha dificultad, son sólo aquellos que están transitando por el duro momento de tener que incorporar a su cotidianeidad, términos tales como: enfermedad terminal, quimioterapia, dolor, morfina, etc... Para el común de la gente, la muerte sigue muy lejos, casi ausente. Para aquellos que lidian todos los días en hospitales, o en el mejor de los casos en su propia casa, teniendo un enfermo terminal a quien cuidar, será un bálsamo saber que se puede recorrer este camino, acompañados con otro trato y otra mirada. Tal vez puedan ser ellos los más cercanos a comprender lo que el Dr. Hugo Dopaso, dedicado hace años al trabajo e investigación del buen morir, escribe respecto de la necesidad básica del paciente terminal: “Al llegar a esta fase de su enfermedad, el paciente necesita morir. Al final de sus días la muerte le resulta necesaria, aunque mucho cueste admitirlo. En esa instancia, morir deviene una necesidad en los niveles físico, mental, emocional y espiritual…. Sólo hay que estar cercano a morir para comprenderlo cabalmente. Por eso es que el paciente lo percibe mejor, y antes que la familia. Para él la lucha terminó aunque siempre mantenga alguna esperanza. En realidad terminó la primera parte: su lucha contra la enfermedad: todavía le resta morir. Necesita y desea, aunque con miedo, dejarse llevar hacia la muerte. Pocas veces esta verdadera necesidad del ser humano es reconocida y aceptada. Nadie parece advertirla” (“El buen morir” Ed. Era Naciente) El gran dilema está planteado: hablar de la muerte está vedado. Tal vez sea el más difícil

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de los temas, y caer en la lógica del “avestruz” es lo que genera ulteriores dificultades. Si desconocemos (¡o no queremos conocer!) circunstancias que emergen cercanas a la muerte, pues será muy difícil comunicarnos con un enfermo terminal e identificar sus necesidades, reconocer sus prioridades o calmar sus síntomas. Corremos el riesgo de tener actitudes que puedan leerse como una especie de abandono, o por el contrario, llevar a cabo procedimientos que terminan siendo meramente invasivos (“encarnizamiento terapéutico”). Cualquiera de estas dos situaciones nos quita la posibilidad de poder acompañar de una forma digna y amorosa el proceso de despedida. Si las miradas comienzan a ser esquivas, si las preguntas tienen respuestas evasivas, si el médico ya no viene porque no hay más por hacer, el enfermo (o su familia) puede percibir que se los ha abandonado. Para que ello no ocurra es necesario coordinar las diferentes áreas del cuidado del enfermo, de modo de facilitar la aceptación del proceso, no sólo para morir en paz, sino sobretodo, para vivir lo más activamente posible frente a las circunstancias que propone transitar el misterioso camino hacia nuestra muerte tan temida.

Un día

transitando por la senda del dolor, me tope con un cuento, extraordinario dice así mas o menos, “Una mujer le pide a Dios que le regrese a su hijo de la muerte Dios en su infinita bondad le responde que si, pero

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ella debe antes, encontrar en el pueblo donde vive, a alguna familia que jamás haya experimentado una perdida de algún familiar por muerte. Por supuesto no encontró a nadie, todos habían pasado, vivido la perdida, de alguien amado hijos, padres, hermanos, abuelos, tíos, primos, esposos, novios, amigos etc. Ella se dio cuenta que no era la única, tampoco la primera, ni la ultima.”

Dejar ir en libertad, camino necesario… algunas

veces he podido asistir a moribundos. Un padre moría en el hospital Sant Llátzer de Terrassa, su hija llegaba de desde otra ciudad mientras él agonizaba. Le di la unción de los enfermos, serían las dos de la madrugada, y antes que llegara la hija se dejó ir, se fue… así murió y pensé que era una lástima que no esperara a su hija, pero eso de morirse debe ser algo duro y era libre de aguantar mientras quisiera y lo que quería al parecer lo que esperaba antes de irse con el Señor era la gracia del Sacramento.

Quizá es necesario pesquisar, detectar y evaluar si

tengo el “cadáver” de unos recuerdos que hacen daño, que hay que enterrar. Porque consumen mi energía que hay que poner al servicio de los que viven conmigo, y así hago memoria de los que ya no están, pero viven en el Señor, de los que viven en mi memoria, y también me piden separarme de lo que se terminó.

En “El Rey Juan” Felipe habla con Constanza que ha

perdido un hijo, y gime, y él enfadado: “lloras tanto que parece que quieras más tu dolor que a tu hijo”, y ella: “el dolor de que mi hijo no esté vive en su cuarto, duerme en su pieza, viste sus ropas, habla con sus mismas palabras, y me acompaña a cada lugar adonde me acompañaba antes

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mi hijo, ¿cómo podría no querer a mi dolor, si es lo único que tengo?

El dolor a veces, acompaña al que sufre, en el mismo

lugar que antes acompañaba la persona. No importa qué lugar ni cuánto ocupaba el desaparecido en tu vida, el dolor está listo para ocupar todos esos espacios. Y esta sensación de estar acompañado por el dolor no es agradable, pero por lo menos no es tan amenazante como parece ser el vacío. Por lo menos el dolor ocupa el espacio. El dolor llena los huecos. El dolor evita el agujero del alma. ¿Qué pasaría si no estuviera el dolor llenando los huecos? Quizás simplemente podría vivir dentro de mí las cosas que el otro dejó. A veces el proceso es el de aceptar renunciar a alguien que no murió, pero que ya no está, porque su enfermedad o el paso del tiempo lo cambiaron tanto que ya no es de la manera en que era. Puede estar aquí físicamente, tiene su misma cara pero no la misma expresión, tiene su misma voz pero no sus mismas palabras Ya no es la misma persona. Ya no es. Y sin embargo está. No allá afuera sino aquí, adentro. Y cuando puedo llegar a darme cuenta de eso puedo recuperar la alegría de estar vivo. Porque estar vivo significa poder sostener vivo a este otro que vive en mí. La vida es la continuidad de la vida, más allá de la historia puntual, cada momento se muere para dar lugar al que sigue, cada instante que vivimos va a tener que morirse para que nazca uno nuevo, que nosotros después vamos a tener que estrenar (como dice Serrat). Hace falta estrenarse una nueva vida cada mañana si es que uno decide soportar la pérdida. Pero si seguís llevando la anterior, la anterior y la anterior, tu vida se hace muy pesada. A mí me parece que la vivencia normal de una pérdida tiene que ver justamente con animarse a vivir los

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duelos, con permitirse padecer el dolor como parte del camino.

Quiero poder abrir la mano y soltar lo que hoy ya no

está, lo que hoy ya no sirve, lo que hoy no es para mí, lo que hoy no me pertenece. No quiero retenerte, no quiero que te quedes conmigo "porque yo no te dejo ir".… Pueden llevarse algunas cosas de ese otro. Pero no pueden robármelo porque de alguna manera ese otro sigue estando dentro de mí.

29. Espíritu positivo. Leí esta noticia: “Cuatro años

habían pasado desde la muerte de mi padre, por un accidente de coche, y aquella era la última audiencia del juicio. Mientras el juez leía la sentencia –seis meses de reclusión, con la condicional- el chico que lo mató, su mujer y el padre parecían muy deprimidos: se les veía sufrir mucho. Salimos todos de la sala, pero yo no podía irme así como así… junto a mi hermana alcancé aquellas personas y nos presentamos. Noté una actitud defensiva hacia nosotros, pero me apresuré a tranquilizarles: ‘si esto les puede alegrar los ánimos, sepa que no le guardamos rencor’, dije

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al que lo había atropellado, y nos dimos la mano con fuerza. Había aprendido de alguien que hemos de aprovechar la ocasión, para oír la voz de Dios dentro de nosotros. La felicidad que sentía en aquel momento ciertamente me venía de haber sabido, en aquel preciso instante, ‘aprovechar la ocasión’ para mirar al dolor del otro olvidándome de mí”.

Hay quien se hunde ante la desgracia, otros se

sobreponen, unos cultivan el resentimiento, otros el perdón: según lo que plantamos cosechamos: quién planta flores, cosecha perfume; quien siembra trigo, cosecha pan; quien planta amor, cosecha amistad; quien siembra alegría, cosecha felicidad. Ser positivo vale la pena en todos los sentidos, tanto en bienestar espiritual, como también en lo corporal que es la base de lo demás, pues alarga la vida: la ciencia está trabajando en una posible relación directa entre el bienestar psicológico y la salud. El bienestar psicológico puede suponer una diferencia de hasta dos años más de vida. “Hasta ahora –dice Carmelo Vázquez, doctor y profesor de la Complutense de Madrid- sabíamos que la depresión y otras emociones negativas, como la ira y el estrés, roban años. Se ha estimado que, en conjunto, padecer depresiones graves reduce aproximadamente en dos años la esperanza de vida. Pero, ¿qué sucede con las emociones positivas? La satisfacción vital, el placer de vivir o el disfrute cotidiano han sido casi invisibles para la ciencia… se empieza a considerar que el bienestar mental es algo tan esencial que incluso está directamente relacionado con la esperanza de vida”.

El valor de la alegría se va considerando en la

medicina, fruto de esa interacción entre lo espiritual y lo

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somático; ya sabíamos que el sufrimiento mata: el dolor moral, ante una preocupación o enfermedad psicológica, destruye el organismo; ahora se ve refrendado esto en estudios médicos: “en los países en los que hay un mayor nivel de bienestar psicológico o de felicidad se vive casi dos años más, de media, que en los países con un nivel de bienestar menor”. En algunos países como los mediterráneos, hay una ligereza por la vida y como una despreocupación por los problemas o más sentido del humor, y esto ayuda. También en algunos ambientes concretos se ve cómo las personas que tienen más optimismo, alargan más su vida; así, se ha analizado algún convento, y “aquellas monjas que durante su juventud sentían y expresaban con más intensidad y frecuencia emociones de dicha y felicidad morían casi ocho años más tarde que aquellas que habían tenido más dificultades para percibir en sí mismas, y manifestar, esas sensaciones de disfrute y alegría”.

En parte, todo depende de cómo aprendemos de

los errores, y los aceptamos: “considerar un acto fallido como un fracaso impide que se consolide el aprendizaje, ya que se rechaza la oportunidad de extraer la experiencia de ese acto. Un niño cae al suelo cientos de veces antes de aprender a caminar; necesita identificar las posturas inestables para después evitarlas y conseguir el equilibrio. Y es que el cerebro registra el mayor número de opciones posibles hasta encontrar la más idónea para sus propósitos.

Si no se archiva adecuadamente cada experiencia,

surge la idea de fracaso, que no es ni más ni menos que una forma equivocada de codificación de la vivencia. La

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diferencia entre los recuerdos clasificados como éxito y los etiquetados como fracasos está únicamente en el modo en que se archivan. Un sencillo cambio en la manera de guardar los recuerdos transforma los fracasos en experiencias positivas.” Así aprendemos, y lo mejor siempre está por llegar.

30. Hacia una conclusión… resumiendo lo dicho,

llamando de otro modo a las etapas del duelo4: Primera etapa: el impacto. Notamos la rigidez

interior, que nos aprieta la garganta, algo que no entendemos, como un golpe en la boca del estómago, una búsqueda de encontrar un sentido a todo aquello.

Segunda etapa: insensibilidad. Es como la anestesia,

las cosas no parecen reales, es ir como sonámbulo, incapaces de ver con claridad. No es momento de buscar grandes respuestas a las cosas… Y en medio de todo, la esperanza de que Dios es Padre, que nos dará comprensión y consuelo, como Jesús consoló a Marta y María a la muerte del hermano Lázaro.

Tercera etapa: fantasía y culpa. Muchas veces oigo

decir a quien pasa por esos momentos: “se ha ido, pero me da la impresión de que aún está aquí”. Se trata de una etapa complicada, pues sigue habiendo con el difunto una relación afectiva intensa, y las experiencias siguen presentes en el pensamiento. A veces se deja todo igual en la habitación, todo limpio y ordenado: ropa planchada, etc., pero es mejor que otros usen las cosas que él, que ella quería. Durante este periodo pueden aparecer momentos 4 Sigo ahora a Harold Bauman, Cuando el sufrimiento nos envuelve.

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de culpa: ¿y si hubiéramos ido a otro médico? Es penoso ver entonces el sentido atávico de buscar un “chivo expiatorio”, un culpable, tal vez en los médicos, o en la pastilla que se le ha administrado o el tratamiento que no se le ha dado. ¿Y si le hemos matado con esto…? Acusaciones, rencillas familiares, malentendidos y enemistades por cosas dichas por amigos que no se entienden en el buen sentido… Todo esto forma parte del proceso… no nos ha de sorprender. Si hay algo de cierto en ello, afrontar esos sentimientos de culpabilidad, porque si no se manifestarían con uno mismo u otros miembros de la familia. ¿Cómo reparar eso que podríamos haber hecho mientras estaba vivo? Hacerlo con los que están vivos, así él, ella, estará contento desde el cielo, si cuidamos los que están vivos, en su memoria. Este es el auténtico sentido de sacrificio, quitando todo elemento masoquista, pues el sufrimiento tiene un sentido de amor. Entonces, cuando el amor lleva al sacrificio, el dolor –por ejemplo ante los seres queridos que han fallecido- adquiere un valor, no sólo como recuerdo, sino actualización del amor que no desaparece: el amor que no ha nacido para ser eterno no ha existido nunca. Esta memoria de los difuntos nos ayuda a portarnos mejor y así en los momentos de desfallecimiento el pensamiento puede ser: “¿qué le pondría contento a...?” y esto anima a luchar: “he de hacerlo por mí y por él, por ella...” se adquiere una madurez y sentido de responsabilidad. Se “nota” que ellos nos animan… a que nos portemos bien, nos ayudamos mutuamente.

Cuarta etapa: explayar el dolor. Las lágrimas…

Jesús lloró. Hay que pasar por esta experiencia de expansionar el dolor. Las emociones retenidas podrían

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provocar una implosión, no hay que reprimir las cosas que hacen trauma, la expansión de emociones proporciona una limpia de impurezas y es medicina para la persona que puede así compartir su dolor. La esposa de un joven tenía cáncer, y él la acompañó hasta la muerte, volvió a casarse, tenía una buena relación con Dios, y al cabo de dos años, al hablar con un cura y comenzar a abrir el corazón y verter los sentimientos que escondía, se fue liberando de emociones contenidas, se puso a llorar como un niño, y en ese momento comenzaba su curación… Jesús lloró ante las hermanas de Lázaro, compartió su dolor y expresó el suyo.

Quinta etapa:

recuerdos dolorosos. Puede durar meses… nos fijamos en aquel lugar vacío, en la iglesia y en la mesa, lo recordamos ante el amigo íntimo y en aquel lugar común, y

el dolor nos vuelve a atacar. Hemos de admitir y aceptar esos recuerdos. Necesitamos encontrar alguien que comparta, que escuche nuestras penas de manera compasiva y comprensiva. Es bueno hablar libremente de nuestro dolor de vez en cuando, exteriorizar nuestros sentimientos.

Corremos el riesgo de conservar exclusivamente los

buenos recuerdos del difunto hasta convertirlo en un ídolo. Es bueno recordarlo como era, con virtudes y defectos, y quererlo así, como era, tal como lo hemos vivido como

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experiencia. Para vivir esta nueva situación, sin el, sin ella visiblemente a nuestro lado, es necesario dar este paso, aclarar nuestros recuerdos, y compartirlos con las personas con quienes tenemos confianza.

Sexta etapa: aprender a vivir de nuevo. Decíamos

antes: “y la vida continúa…” y es así, hay que consolidar la vida. Rehacer la vida. Cuando alguien muere, algo nuestro ha muerto también. Perder una persona querida es como si nos amputasen un miembro. Reconocerlo, aceptarlo, es llegar a poder comenzar de nuevo, de esta nueva forma. Podemos renovar la manera como entender la voluntad de Dios, y el proyecto que tiene sobre nosotros. Podemos comenzar a apreciar de una manera nueva cómo Dios nos ama, y tiene cuidado de nosotros. Ahora bien, nos conviene evitar acciones precipitadas y compulsivas. Cuando alguien muere, nos sentimos motivados a hacer promesas, impulsados por la emoción del momento… no: nuestras decisiones serán más acertadas si las hacemos en la plegaria a Dios, precedidas de una serena reflexión, cuando ese momento esté superado. Una mujer perdió su hijo de 7 años, y prometió subir a la montaña del pueblo y bajar al cementerio, cada día, para visitar la tumba del niño. A pesar de tener hijos y nietos, hasta su vejez mantuvo su palabra gastando horas diarias en cumplir aquel propósito. ¿Amor o idolación? Estaba impidiendo que se fuera, lo estaba reteniendo… en lugar de dedicar su vida a los que tenía, a los vivos que la necesitaban, se entretenía en dedicar sus energías emotivas en alguien que no podía beneficiarse de esas atenciones, un fantasma. Aferrada a su dolor, no pudo experimentar su nueva vida. Mucha gente, después de recorrer su itinerario doloroso, acaba rehaciendo su vida, dedican horas a su nueva familia o a un nuevo trabajo o

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asumen nuevas responsabilidades, comienzan a vivir de nuevo con un objetivo bien claro. Y a los otros, hay que animarles: recordarles que él, que ella, estarán contentos si él está contento, si sigue su vida. Como aquella mujer que antes de morir le dijo al marido: “Cuida de los niños, y tú busca alguien que te cuide, cásate, que desde el cielo también te cuidaré, y estaré contigo”.

31. Aceptar la muerte. Ir a visitar la familia del

difunto, a su casa, es una buena manera de acompañarles, mucho mejor que enviar una tarjeta aunque ésta tampoco sea mala idea, pero siempre sabe mejor dar la mano o un abrazo, poder compartir un rato juntos, hacer compañía. También el hecho de ver al difunto, su rostro, ayuda a este proceso curativo. Partimos de la convicción de que ha vuelto a la casa del Padre, como se despidió Juan Pablo II pidiendo que ya no hicieran más para alargar su agonía: “dejadme ir a la casa del Padre”. El cuerpo de quien hemos amado queda frío, nos hace sufrir. Cuando vi el cuerpo de un santo sacerdote consumirse por un cáncer recé por su curación, pero en su fase final, cuando ya los ojos estaban resecos, sin vida para volver a abrirse, e imaginé cómo estaba por dentro y en su cerebro por falta de respiración, ya mi oración era: “en tus manos te lo encomiendo, Señor”. Si aquella persona ha vivido abierta a Dios, podemos estar seguros de que va con Él, y aunque de una parte sentimos su pérdida, tenemos el gozo de saber que está en paz, feliz en la gloria. Sobre todo si tenemos una visión de la muerte positiva, si la aceptamos, transmitiremos esta sensación de paz, seremos ayuda para los demás, para los que sufren el duelo. En lugar de echar la culpa a Dios: “¿por qué Dios ha permitido esto?” miramos con paciencia a este Dios que deja que las cosas sigan su

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curso sin hacer habitualmente milagros, y sabe sacar de todo algo de bien, reconducir la historia sin anular los hechos, aquel accidente, aquella guerra… “¿Por qué Jesús murió en la Cruz?”, me preguntaba un niño el otro día. Podía haber hecho un sacrificio más pequeño para salvarnos, pero quiso pasar por todo, para que nos sintamos comprendidos… Tenemos la esperanza cierta que dio Jesús en Betania a las hermanas de Lázaro, pues cuanto más íntimo es el lazo que nos une al difunto más fuerte es el dolor y más necesario es este consuelo… el Evangelio como respuesta de Jesús, y la explicación que Juan Pablo II hace en su escrito sobre el dolor. Desde una aproximación más laica lo mejor que he encontrado es la vida y escritos de Elizabeth Kubler Ross. Por ejemplo, en una entrevista le preguntaban:

-Creemos que el hecho de perder a una persona

querida, es un duelo que nunca se supera. -Se pueden buscar maneras o soluciones que

atenúen el dolor y el pesar, de forma que se pueda continuar con la vida diaria, sin caer en una depresión continua o enfermedad derivada, pero nunca superarlo.

-También

creemos que las formas o soluciones para llegar a un alivio del duelo, son privativas de cada situación

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personal, por lo que no se pueden establecer formulas genéricas.

-El primer paso, si se puede establecer como

indispensable y necesario para todas las situaciones, y es el DESEO de buscar una forma de paliar o atenuar el dolor y el pesar constante.

-Si este deseo no existe, si NO SE DESEA salir de la

pena, el dolor y el duelo serán permanentes y constantes, diariamente.

-A partir de este primer paso, las soluciones deben

de adaptarse a cada individualidad. -Es curioso el comprobar, que las culturas/religiones,

que más temor tienen al hecho de la muerte, son las más recientes en el tiempo, como la cultura judía, la católica (con sus ramificaciones) y la mahometana, todas derivadas de la Biblia. Estas culturas/religiones, que son las que mas dramatizan con el hecho de la muerte, son las que mas enfatizan con el premio final, de un paraíso feliz, en otra vida más placentera. Siendo esto así, ¿por que nos desesperamos, lloramos y nos apenamos cuando una persona querida llega a esa otra vida? ¿No pecamos de egoístas, deseando retenerla con nosotros, cuando nuestra religión nos dice que va a otra vida donde será más feliz que nosotros? Por otro lado, tampoco hace falta ser un practicante asiduo de cada una de estas culturas/religiones, para darnos cuenta, que lo que nos dicen estas culturas, y otras más antiguas, relativos al paso a otra existencia, distinta a la nuestra corporal, a través de la muerte, es cierto, y que la muerte es una transición tan necesaria

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como el nacimiento. Curiosamente, siendo tan distintas estas culturas (Budismo, Sintoismo, Católicos, Brahmanes, Musulmanes), todas coinciden en el mismo tema: ¡hay una vida, una existencia, después de la muerte, que mejora la situación corporal-sensorial-física que tenemos actualmente!

Cuando le preguntan por la muerte de los niños

pequeños, dice que el mundo es como una escuela, y ellos aprendieron pronto la lección, y:

-vinieron con un propósito específico: ayudar a sus padres a tener mayor comprensión, amor o compasión. Es también por medio de los niños, creo, que usted aprendió de ángeles guardianes y otras cosas que suenan a fantasma de escuela dominical.

¡Oh, mucho! Y cuando ingresan al primer grado sus padres dicen: "No hables con esos amigos imaginarios. Ya eres un chico grande". Y eso los hace callar la boca. Pero al estar moribundos los perciben nuevamente y siguen hablando con ellos.

-¿Cada persona tiene un ángel de la guarda? -Sí -¿Qué papel juegan en nuestra vida? Obviamente, no

nos ayudan a evitar tragedias. - No. Lo que no les esta permitido es ayudarnos a

interferir con nuestra libertad de elección. La libertad de elección es el más grande de los dones de Dios. Pero somos responsables por todas las elecciones y de cada consecuencia de esas elecciones. Las tragedias son oportunidades de crecimiento y de aprende por qué estamos en un cuerpo físico. Nadie gustaría de una vida

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donde todo esta servido en bandeja de plata, carente de tormentas de viento.

-¿Y los ángeles están allí para consolarnos? - Los ángeles nos conectan con la gente apropiada

en el momento oportuno, en el lugar correcto. Literalmente nos guían para que nos mantengamos en el camino, en la ruta principal, para que podamos cumplir la misión o el propósito que elegimos antes de nacer.

Si conectamos eso al concepto de sincronicidad de

Karl Jung, ¿el ángel de la guarda nos ayuda a reconocer ese evento sincrónico?

-Sí. No hay coincidencias. Yo las denomino "manipulaciones divinas"; si en toda su vida no chequea más que las llamadas coincidencias, entonces sabrá hasta qué punto es guiado, dirigido y amado.

Los cambios se hacen muy lentamente. Es muy

distinto un tipo de muerte de otra, pues según ella el impacto que tenemos es más o menos fuerte: si es esperada y prevista, y hemos tenido oportunidad de ir preparándonos hemos hecho ya una parte de este proceso de duelo, como es el caso de las enfermedades terminales que van adentrándonos en la experiencia del dolor: cada vez que vamos al hospital dejamos una parte de nosotros, y cuando muere ya hemos muerto un poco, y en unos meses podemos comenzar a rehacernos y recuperarnos. Por eso extraña a veces, como el caso del marido que volvió a casarse al cabo de unos meses, pues los niños necesitaban una madre y él se sentía ya con ánimos de contraer matrimonio: “¿cómo es que no se muestra más afectado, más tiempo, por la muerte de su esposa?”, no es que se resignara demasiado deprisa, es que ya vivió el

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duelo desde antes, se ha ido adaptando durante la larga enfermedad, incluso antes que todo el grupo familiar o de amigos se apercibiera, y al presentarse una persona capaz de ayudarlo a rehacer su vida, ve ahí también la mano de Dios, y con razón. Es la variedad de casos que muestra las caras del dolor.

La muerte no es el final. Esta es la idea que nos

mueve, la esperanza que nos da vida, que nos empuja a tratar la vida con respeto y a al cuerpo con dignidad. Así, con la fe en la resurrección, nos será más fácil pensar en las personas tal como las hemos conocido vivas, porque viven en el Señor que es mucho mejor. Sabe que no es el final, para el alma de una persona. Y el Cristo vivo está presente en cada uno de los que sufren, como se hizo presente a las hermanas de Lázaro a su muerte para consolarlas. No nos deja solos. Cuenta una historia que el río de la muerte aparece muy hondo, ancho e impetuoso, pero en realidad es hondo según la fe del que lo pasa, hay que cruzarlo en la fe en el Rey. Con su presencia, tenemos su fuerza y lo podemos todo.

Y también tenemos la ayuda de nuestros hermanos

en la fe, animarse mutuamente, compartir una comida. Compartir es amarse, es sentirse amados, unidos, consolados. Pero es asumir un riesgo, y es que al querer a los demás nos cuesta separarnos de ellos, pero es ley de vida, mejor es la amistad y sufrir la separación que no quererse, y quedarse mustios, secos sin amor. Ya Jesús nos proporcionará ese consuelo cuando dejemos el corazón a rastras, lacerado por el dolor. La resurrección de Jesús es el inicio de una vida de resurgir después de una muerte física, es un signo de esperanza después de la aflicción. Con la

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fuerza de Jesús podemos ir renovando nuestra vida, y de un sufrimiento acaparador podemos pasar a una situación de paz y esperanza. Sabemos que por la muerte compartimos la resurrección de Cristo y nos encontraremos con los que nos despedimos.

32. El sufrimiento, el sentido de la cruz de Cristo y

la alegría. Ante una familia destrozada por la muerte de la madre, el sacerdote dice en la Misa: "no sé por qué, no encuentro explicación". No pretende explicar, sino celebrar la Misa, la memoria viva de quien vino a sufrir con nosotros. Paul Claudel escribía: "El Hijo de Dios no vino a destruir el

sufrimiento, sino a sufrir con nosotros. No vino a destruir la cruz, sino a tenderse sobre ella. Nos ha enseñado el camino para salir del dolor y la posibilidad de su

transformación". Recuerdo una familia que atendí con la madre en coma con una embolia cerebral, que al final

murió. En el entierro, decía el marido, delante de una hija: “era un ángel, doy gracias a Dios por los años que nos la ha dejado con nosotros, por los años que hemos gozado de su compañía.” Me recordó lo que dijo san Agustín ante la muerte de su madre Mónica: “no nos entristezcamos por haberla perdida, sino que agradezcamos haberla tenido con nosotros”.

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El amor transforma el dolor en esperanza, y es que el dolor no se entiende más que mirando la cruz de Cristo, y el misterio de la Cruz nos lleva a la esperanza y la felicidad. La alegría tiene sus raíces en forma de cruz, decía san Josemaría, y respondía así sobre una situación familiar desgraciada por una muerte: "Hay muy poco tiempo para amar. Díselo a ellos de mi parte, de parte de quien estuvo enfermo... Insísteles que el Señor del Cielo es su Padre y que el tiempo para amar es corto. ¡Que amen aquí! Y que el amor se manifiesta en el dolor. Hay una vieja poesía -¿me perdonáis si me pongo cursi? A mí me dejáis hacer de todo; sois buenísimos… La poesía es muy mala, pero el concepto es bueno:

"Mi vida es toda de amor y si en amor estoy ducho es por fuerza del dolor pues no hay amante mejor que aquel que ha llorado mucho". Y los hombres

también lloramos. Pero éstos, que se enjuguen las lágrimas. Porque lo que está haciendo Dios con ellos es manifestarles su predilección. Les esperan ¡tantos goces! Les espera tanta felicidad y para siempre, ¡díselo!".

Cristo ilumina el sentido del dolor y de la muerte. Él

vino a la tierra para salvarnos, "es el Emmanuel, el Dios-con-nosotros, un Dios que comparte la suerte del hombre y participa de su destino... si en la historia humana está presente el sufrimiento, se entiende entonces por qué Su omnipotencia se manifestó con la omnipotencia de la humillación mediante la Cruz. El escándalo de la Cruz sigue siendo la clave para la interpretación del gran misterio del sufrimiento, que pertenece de modo tan integral a la historia del hombre... todo está contenido en esto: todos

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los sufrimientos individuales y los sufrimientos colectivos, los causados por la fuerza de la naturaleza y los provocados por la libre voluntad humana, las guerras y los gulag y los holocaustos, el holocausto hebreo, pero también, por ejemplo, el holocausto de los esclavos negros de África" (Juan Pablo II). "Dios está siempre de parte de

los que sufren.... El hecho de que haya permanecido sobre la Cruz hasta el final, el hecho de que sobre la cruz haya podido decir como todos los que sufren: 'Dios, mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?’ (Marcos 15, 34), este hecho, ha quedado en la historia del hombre como el argumento más fuerte. Si no hubiera existido esta agonía en la cruz, la verdad de que Dios es amor estaría por demostrar.

¡Sí!, Dios es Amor, y precisamente por eso entregó a

Su Hijo, para darlo a conocer hasta el fin como amor. Cristo es el que 'amó hasta el fin' (Juan 13, 1).

Ya decía Santa Teresa: "siempre estimé padecer;

sale el alma del dolor afinada para el cielo, como el oro, del crisol". Así, como dirá su discípula Teresa del Niño Jesús,

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podemos sentirnos juguetes en las manos de Dios, que quita el envoltorio a través del sufrimiento para ver lo que hay dentro, lo que hay en el corazón, y el alma enamorada sabe besar la mano que le hiere... Al cristiano no se le quita la cruz, pero se da a ella un sentido: asociada al misterio de la redención se hace anuncio de Cristo muerto y resucitado. Y si con el Crucificado se recorre el camino del sufrimiento, con El se recorrerá también el camino de la gloria de la resurrección, cuya alegría no es parangonable al sufrimiento del presente (Romanos, 8, 18).

“El Evangelio no es la promesa de éxitos fáciles. No

promete a nadie una vida cómoda. Es exigente. Y al mismo tiempo es una Gran Promesa: la promesa de la vida eterna para el hombre, sometido a la ley de la muerte; la promesa de la victoria, por medio de la fe, a ese hombre atemorizado por tatas derrotas. En el Evangelio está contenida una fundamental paradoja: para encontrar la vida, hay que perder la vida; para nacer, hay que morir; para salvarse, hay que cargar con la Cruz. Esta es la verdad esencial del Evangelio, que siempre y en todas partes chocará contra la protesta del hombre” (Juan Pablo II).

"Por Cristo y en Cristo se ilumina el sentido del dolor

y de la muerte, que fuera del Evangelio nos envuelve en la más profunda oscuridad" (Gaudium et spes, 22). Esta fuerza salvadora de Cristo tiene su continuidad (aunque está completada en su Pasión) día a día: Cristo sufre en cada hombre que sufre, está haciendo la redención y en la medida que somos más conscientes de este sentido del dolor unido a la Cruz de Cristo, aceptando y amando esa cruz, en ese sentido "habéis de alegraros en la medida en

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que participáis en los padecimientos de Cristo, para que en la revelación de su gloria exultéis de gozo" (1 Pedro 4,13),

La verdad religiosa sobre la muerte es consoladora

pues asegura que la muerte no es el final de todo. Es más, la muerte de algún modo, lleva a conseguir la aspiración universal del hombre de triunfo del bien sobre el mal.

Miguel de Unamuno responde a un amigo que le

decía “no pienses en la muerte, es insano y egoísta, y es inútil”: “No veo orgullo, ni sano ni insano. Yo no digo que merezcamos un más allá, ni que la lógica nos lo muestre; digo que lo necesito, merézcalo o no, y nada más. Digo que lo que me pasa no me satisface, que tengo sed de eternidad, y que sin ella me es todo igual. Yo necesito eso, ¡lo ne-ce-si-to! Y sin ello no hay alegría de vivir, ni la alegría de vivir quiere decir nada. Es muy cómodo esto de decir ¡hay que vivir, hay que contentarse con la vida! ¿Y los que no nos contentamos con ella?

Laureano López Rodó fue invitado en un programa televisivo a título póstumo. Fueron muchas las preguntas curiosas sobre una vida de mucha actividad, y por último le pedían una frase a modo de Epílogo de su vida. Él repitió lo de Teresa de Ávila: “nada te turbe, nada te espante. Todo se pasa. Dios no se muda. La paciencia todo lo alcanza. Quien a Dios tiene nada le falta. Sólo Dios basta”. Como dice el gran poeta Juan de la Cruz, hay una sed de infinito y de ventura, toda miel es algo finito, no es eso lo que hay que buscar, pues cansa el apetito y empalaga el paladar. Nos hacemos ídolos que el fuego de la pasión quema, nos hacemos fuego que apaga el agua del tiempo y la rutina, nos hacemos agua que viene con las nubes y se seca al

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cabo de poco. Todo parece una estatua de sal que está lamiendo el agua y desgastando...

Pero la fe hace cantar a Joan Maragall: "sea la muerte para mí un nacimiento más alto". “La fe embellece la muerte y la hace dulce, alegre, preciosa y deseable si se despoja de toda idea de destrucción, que tan espantosa la hace a la mayoría de los hombres, y representándola como un rescate de esta cárcel terrena, en la que se suele agonizar más que vivir" (Gioberti). Así no hay que maquillar esos momentos de la vida. “La fe no es una anestesia contra el dolor de la separación de quienes amamos. La fe, sin embargo, es capaz de convertir la percepción de la realidad que vivimos, que a menudo es trágica, desesperante y sin sentido, en una visión dramática de la vida: ‘Es dura esta situación por la que paso, pero no es la última palabra de la realidad. Recobraré la esperanza, el aliento y las ganas de vivir..., porque tengo a alguien que está siempre a mi lado, Jesucristo, la razón de mi vivir y de mi morir y la persona que me ayudará a superarlo’” (A. Pou, monje de Montserrat). No se trata de un camino de superación del dolor, un “comerse el coco”, sino la conciencia de que –dentro del misterio- todo tendrá un sentido. Tiene que ver con toda la fe cristiana, como dice S. Pablo: Dios resucitó a Jesús, y "si es cierto que los muertos no resucitan, Dios no ha podido resucitarlo. Porque si los muertos no resucitan, Cristo no ha resucitado tampoco" (1 Cor 15,15). “Es fuerte el amor como la muerte”, dice la Escritura. “Es fuerte la muerte, que puede privarnos del don de la vida. Es fuerte el amor, que puede restituirnos a una vida mejor. Es fuerte la muerte, que tiene poder para desposeernos de los despojos de este cuerpo. Es fuerte el amor, que tiene poder para arrebatar a la muerte su presa

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y devolvérnosla. Es fuerte la muerte, a la que nadie puede resistir. Es fuerte el amor, capaz de vencerla, de embotar su aguijón, de reprimir sus embates, de confundir su victoria. Lo cual tendrá lugar cuando podamos apostrofarla, diciendo: ¿Dónde están tus pestes, muerte? ¿Dónde está, muerte, tu aguijón?” (Balduino de Cantorbery, tratado 10).

El río de la vida es camino de eternidad, y podemos decir: “Mis días se van río abajo, salidos de mí hacia el mar, como las ondas iguales y distintas (siempre) de la corriente de mi vida: sangres y sueños. / Pero yo, río en conciencia, sé que siempre me estoy volviendo a mi fuente" (Juan Ramón Jiménez).

33. El amor, más fuerte que la muerte. Cuando una persona nos deja, su alma puede seguir

cerca de nosotros, de un modo misterioso. Voy a decirlo con palabras de Trina Leé de Hidalgo, enamorada como se ve en sus poesías, nadie diría que ya murió su marido, pero sigue vivo en su corazón. Es bonito, sí, ver que el amor es más fuerte que la muerte... así acaba el cántico del amor que recoge la Biblia. Ibn Arabi, sufis islámico dijo que es porque el amor lo lleva uno dentro (esto lo recoge Dante, Garcilaso de la Vega, y la filosofía inmanente) pero los cristianos decimos que es que al amor que no ha nacido para siempre no ha existido nunca, por eso continúa... a pesar de la distancia, de cualquier distancia...: “A TI AMOR, perdido entre las sombras de los atardeceres, / en la fragancia intensa de elegantes rosas, / en el ruido del viento que sobre mi, se mece, / en tus cosas intactas que al verlas me conmueven... / en las fotos hermosas como recuerdo eterno, / que le daban fulgor a tu abierta sonrisa, /

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en las gotas de agua que caen en el invierno / en la tristeza inmensa que me invade de prisa...

”A ti, amor, ausente sin regreso, / por ti viste de

negro, mi pena tan profunda, / te brindo en holocausto, la savia de mis besos / con este ramillete que engalana tu tumba...”

A TRES AÑOS DE TU AUSENCIA: La ausencia es

infinita, insondable, como el dolor que alberga nuestra interioridad. Es como apretar las manos y saber que sólo encontramos el vacío impregnado de nostalgias y añoranzas, es como precipitarse en un río y no importarnos que nos arrastre la corriente, porque a veces, o constantemente, caemos en un letargo que sólo lo limita la tristeza y entonces nos sumergimos en evocaciones, en lo que fue y nunca se repetirá. Y veremos el esplendor de los paisajes que tanto admiramos en los constantes paseos pero aunque estén radiantes ya nada será igual porque faltas con tu sonrisa y alegría, tus sueños puros, ideales supremos y al contemplarlos visualizando todo lo que la vista abarca, se escapan presurosos los recuerdos igual que estas lágrimas que mojan mis mejillas… ya nada es igual desde que te fuiste, a pesar de recibir tantas compensaciones de mis hijos como para suplir lo que nunca mas me podrá plenar.

Tres años han pasado y mas que nunca, el dolor me

ha servido de aliciente e inspiración para escribir hasta la saciedad y el cansancio, para dar consejos sobre el máximo aprovechamiento del amor y de las manifestaciones que lo caracterizan. El tiempo es oro y no sabemos cuando nos hiera con el dardo de las ingratas sorpresas… yo te amé

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intensamente, me abriste tus manos bondadosas, tu corazón sencillo, humilde y sincero y floreció el jardín de la ilusión y volé junto a ti acunando un cúmulo de ensueños y proyectos y me abrí como una rosa para darte mi esplendor, pureza e inocencia y nuestro amor fructificó en los hijos que hoy me llenan de orgullo y tratan de aliviar lo que no pueden.

Si, un manantial de hermosos sentimientos manó de

tu corazón y de tu voluntad, los mas dignos ejemplos como aquel sembrador que cosecha los frutos venturosos y fuimos uno solo como la espiga al viento, o el pecíolo al capullo, o las hojas a las ramas, o el tucusito al néctar de las flores, o las estaciones que animan nuestra vida. Mientras te tuve, qué sencillo fue admirar, querer, apreciar, y aún sabiendo que debemos prepararnos para la muerte no tomé las suficientes lecciones para aprender a estar sin ti, sin el TERECIO que fue y estará en mi hasta el nuevo encuentro….

Todo gira en torno tuyo: / la música, la brisa, / la rosa

que abrió su lozanía / al dejar el capullo. Todo viene de ti / y vuelve a ti, / como el aroma

esparcida / que brinda galentemente / el alhelí. Todo en ti se concentra / y todo en ti, se funde / aún

en la alegría / tu recuerdo confunde. Confunde el sentimiento / para tornarlo triste / igual

que los colores / con que mi ser se viste.

Tú… Tú la que se robó mi corazón a la que nunca diré adios Tú la dueña de mi vida entera quédate por siempre en ella... imagen de mis sueños y hada de donde la belleza es elaborada

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Tú, con la que mi corazón palpita Tú con que cada poesía me inspira y hace que mi mundo exista pero solamente eres tú la que me consquista no se cómo decirte lo mucho que te amo no sabes cuánto soy felíz al tanerte a mi lado no tienes idea de cuánto te he esperado es que mi amor a tí solo he buscado es que eres a mi vida lo que siempre he añorado. CANDELA DE VACACIÓN (dedicado a mi esposo Terecio Hidalgo): Te extraño, por todas esas cosas que juntos compartimos, por tus frases graciosas, tus halagos y mimos, porque eres la esencia de mi sencillo hogar y aún en vacaciones, no te puedo olvidar. Te extraño, por esas nimiedades que plenan la rutina , el olor del café que en espirales sube y que yo te preparo, mientras el carro pules. La partida al trabajo aún de madrugada, la llegada en la tarde con la mente agotada, la alegría del toñeco que sale a recibirte y con paso apresurado, el garaje va abrirte. El otro, mas tranquilo, te espera en la salita, después comenta alegre, su serie favorita. Ya se acerca la hora de la familiar cena y mas tarde a leer o a ver televisión, o a conversar con otros, ocurrencias amenas. Los niños se acurrucan con el dedo en la boca, plácidamente duermen, acostarlos me toca. Y luego planifico lo que haré al otro día, mentalmente, a tu lado, no me siento vacía. Por esas tonterías que llenan de emoción no te puedo olvidar ni aún de vacación!.

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TE AMO: Te amo en la profundidad del sentimiento, en lo que tu me inspiras y siembras, en las semillas que de ese amor van fructificando y por su fortaleza, no se las lleva el viento. Te amo en la distancia, en la sutil presencia, en el cúmulo de ansias hasta en la eterna ausencia, en ese amor intenso de reciprocidad, en la paz que me brindas, en la simple amistad. CUANDO VENGAS POR MI Cuando vengas por mi, será el día mas feliz de mi existencia. Renaceré por ti, en ese otro confín, misterio o ciencia. Me vestiré de gala, confundiré entre flores mi presencia, igual que los aromas de rosa y alhelí o la pureza blanca de las calas. Cuando vengas por mi, estaré reposada, en calma, en paz, y ese recuerdo hiriente, ya no será reflejo de los surcos marcados en mi faz. Cuando vengas por mi, se apagará ese íntimo dolor que me lastima, esa añoranza eterna que lacera, esa herida clavada cual espina. Cuando vengas por mi, comenzará otro ciclo en nuestras vidas, tal vez mas puro, hermoso, espiritual,

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con un punto y seguido en nuestra existencia peregrina. Se romperá el silencio, hablarán las miradas, florecerá el apego que por muchos intentos no lo he podido obviar. Cuando vengas por mi, los ángeles en coro, celebrarán el anhelado encuentro. Dios estará mirando desde su amplio trono, mientras que traspasamos la fuerte luz que nos conducirá a nuevos aposentos. Cuando vengas por mi…. SIN QUERER Lo hiciste sin querer e igual me hiere, aún sin intención, cómo me duele ese viaje sin tiempo ni regreso. Descansa en paz amor, no son reproches, es el eco del alma desgarrado, que mi Dios me brinde su consuelo y me de su perdón si esto es pecado. ME GUSTA CUANDO LLUEVE Me gusta que este día la lluvia me acaricie y se oiga el golpe tenue de gotas al caer, la tristeza que invade ebria de sutilezas, la añoranza infinita de no volverte a ver. Me gusta tu recuerdo, las cosas que dejaste, el reflejo que en otros, cual rosas cultivaste. Me gusta cuando llueve porque estoy como ausente, fundida con tu esencia, imaginariamente.

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VERSOS SUELTOS. Veo tu tierna figura, sólo en la imaginación, mientras siento una fisura en el propio corazón. Me he quedado en la orfandad con tu esencia, por mi sombra. Te fuiste a la eternidad y aún mis labios te nombran. El que piensa que muriendo va a termiar la agonía, no ha pensado en la agonía del que se queda sufriendo. Aunque el alma esté tan fuerte en un instante se humilla, cuando sin desear quererte, domina el amor, su orilla. Yo vengo de mi despecho con el alma atormentada, enredando la certeza de que no valemos nada. Para qué tanto pensar en otro que no responde? y sentir que el corazón te lo destrozan de golpe?.. Quiero dejar mi agonía escondida entre las sombras, pues no existe melodía que a mi dolor le responda. Sin ti no habrá claridad ni panorama seguro, sólo un sendero desierto colmado de soledad.

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De tanto pensar en ti, de nuevo empiezo a creer, que tu esencia se quedó confundida con mi ser.

PENSANDO EN TI Estoy pensando en ti, no puedo evitarlo. Estás en mi como el aire que respiro, como los rayos del sol que me alumbran, como el agua de la lluvia que salpica. Siempre estarás en mi porque eres la esencia de mi ser igual que el nudo que nos ata a nuestra madre o el azul del cielo condensado y engalanado de nubes blanquecinas. Estás en mi, todo gira en torno a ti, y aunque no pretendiera, aunque tu te hayas ido, sigo contigo porque una fuerza invisible a ello se empecina. A TI AMOR, perdido entre las sombras de los atardeceres, en la fragancia intensa de elegantes rosas, en el ruido del viento que sobre mi, se mece, en tus cosas intactas que al verlas me conmueven... en las fotos hermosas como recuerdo eterno, que le daban fulgor a tu abierta sonrisa, en las gotas de agua que caen en el invierno en la tristeza inmensa que me invade de prisa... A ti, amor, ausente sin regreso, por ti viste de negro, mi pena tan profunda, te brindo en holocausto, la savia de mis besos

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con este ramillete que engalana tu tumba... A ti, amor: distante en el espacio, lejano por la ausencia física, cercano en el corazón donde vives, perduras, lates, suspiras, anidando en un palpitar el recuerdo permanente por donde voy, donde estoy, en lo que haga, disfrute, persiga, logre. A ti, amor, elevo mi plegaria. Las horas silenciosas van marcando en el tiempo la cicartiz profunda de mi alma solitaria. A ti, amor, a quién mas puede ser?, si sabes que plenaste mis ansias de querer.. Por ti, vivo y persisto, amo, lucho y proclamo, porque aunque ya te fuiste sigo sintiendo amor y hasta al morir, persiste.

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EL TIEMPO QUE VIVÍ CONTIGO El tiempo que viví contigo, fue largo y placentero. Marchamos unidos de las manos buscando un nuevo derrotero. Hoy miro atrás todo lo que ha pasado y no me arrepiento de los miles de minutos compartidos. Aunque ahora todo esté esfumado me complace evaluar lo ya vivido. El tiempo para ti, ya caducó, quedo yo sumergida en el recuerdo dándote sin querer, postrer adiós. No supe mas de ti... Hoy la soledad es mas profunda, pero la aprovecho al máximo mientras te recuerdo insistentemente... Solamente separamos la vida, se bifurcó el camino, quizás mañana volvamos a encontrar nueva corriente y surja otro sendero radiante lleno de plantas y rosas, de colores y sinfonías sobre las cuales revotarán animadamente variadas mariposas.... No supe mas de ti, pero estás aquí, aquí muy dentro, y sigues siendo el dueño de mis sentimientos.... No supe mas de ti tu presencia física se ha esfumado en el tiempo, no se repite tu eco entre las montañas, ni siquiera en el interior de la casa, pero todo grita tu nombre entre las fotos, en las neuronas, la memoria y el recuerdo,

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en las vivencias y anécdotas, las ocurrencias amenas, el compartir en incontables viajes, el cafecito mañanero que ya no te sirves, el ruido del carro para emprender la faena... Nada somos, ya no me llamas ansioso para que resuelva y ayude en tus inquietudes, el amor se partió y ahora ocupa mas espacio en mi corazón... porque dejaste el tuyo flotando en las estrellas y yo lo he recogido para que no se muera como tu. No supe mas de ti aunque permaneces en mi corazón, en la imaginada presencia física que se perdió en confines ignorados que muchos anuncian pero a donde mis pasos no pueden llegar aún deseando fundirme en tu presencia. No supe mas de ti y mientras llega el encuentro prometido titila la tristeza que se abre voraz para lastimarme como la boca desafiante del dragón. No supe mas de ti, parece un siglo el tiempo de tu ausencia

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en mi vida, la rutina, la costumbre, el amor que prodigabas. Pero estás allá en la tumba sola y fría, inerte, silente, sin pensamientos ni acciones, y estás aquí, en cada rincón, en el anhelo eterno de lo que fue y sólo sucederá nuevamente en el recuerdo que nunca morirá. No supe mas de ti y me quedé inerte, sentada a la vera del camino mientras contemplaba con tristeza la naturaleza, nada me animaba, sólo pensaba en tu regreso imposible hasta que me convencí después de enjugar lágrimas y esperar vanamente, que no puedes hacerlo aunque quisieras, que los muertos no tienen retorno, ni pensamientos, ni angustias, ni siquiera saben si otros sufrimos, si su ausencia nos deja en el vacío inmenso como ahogándonos dentro de un remolino que gira y gira y en su viraje, permite retornar la calma. TU VOZ Me gusta escuchar tu voz porque es suave y dulcita y me plenan tus murmullos

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de una dulzura infinita. Cuando la escucho, me arrullas, despiertas todos mis bríos, siento ansias de vivir y me vuelvo pequeñita. Quiero decirte mil cosas, de pronto, callada quedo, la turbación no me deja expresarte lo que pienso. Me gusta escuchar tu voz, es para mí un aliciente, es la corriente de vida que me brinda su torrente. Déjame oírla aunque sea en el día un minuto, te oiré hablar y hablar mientras que yo, la disfruto. Deja que flote en el aire, esa sensación divina, no me dejes sin tu voz, pues sabes que me fascina!. AMOR FRAGANTE Tu amor es esencia que se mece en el viento. Llega su aroma con el paso presuroso de florida primavera. Luego se vuelve a perder, tal vez a ignotos paisajes, dejándome confundida entre el vaivén del recuerdo y mi propio sentimiento. Cuando creo que ya no volveré aspirar de su pureza y fragancia el huracán de tu amor campanillea en el eco: que aunque haya pasado el tiempo no se pierde la

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constancia. EL ARTE DEL QUERER es necesario porque sin él seríamos ermitaños, no habría comunión espiritual ni brújula que guíe el sentimiento, quererte, que te quiera o el quererme, para sentirme grande e importante, para tener la dicha de recibir y dar, para la evaluación individual. COPLAS AL AMOR Vivir sin amor es vano. El amor es lo mas bello que ennoblece al ser humano. Hay amor en una flor, en la aurora, las estrellas, en la sonrisa de un niño, el abrazo del hermano. Hay amor en la mirada, en el dejo de ternura, la pareja enamorada, en el gesto de amargura. Hay amor en el silencio de las idílicas noches, en la entrega, la pasión, e innumerables promesas que se escapan en derroche. Hay amor en la esperanza de los hijos que levantas, en los triunfos compartidos, en recuerdos y añoranzas. En todo lo que sucede

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pues es mensaje de Cristo que el amor debe existir y ha de ser infinito. (El amor es la esencia de la vida y el centro de nuestro accionar, sin él no podemos vivir y me refiero a tantas clases de amor: el maternal, fraterno, de amistades, el de pareja, el que le profesamos a Dios, entre otros). ENAMORADO Mi adoración es pájaro alegre que va pasando la mar. Pienso en ti y al evocarte, una dulzura infinita se me filtra por las venas y me empieza a emborrachar. Si tu piel roza conmigo, el calor de esa caricia, hace el corazón cantar. El canto me embriaga, siento que ilumina el mundo y deseo ardientemente, de tu aliento, libar. Olvido quien soy y te llamo amor, tu eres la verdad, luz de mi razón. Olvido quien soy y te quiero amar aunque solitaria me vuelva a quedar”.

34. El consuelo de los demás, el consuelo de Dios. “¡Lo único que sé de mí es que sufro…!”, dice el alma desconsolada. Duns Scoto evocaba la desolación humana en aquel “la persona es la última soledad” que quiere ser escuchada, solicita respuesta, como decía Juan Bautista Torelló, necesita consoladores, no simple consuelo. Es decir, no solo requiere “solatio” (solaz, alivio, pensar cosas bonitas) sino “consolatio” (alivio-comunión, alguien que le

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abrace), como dice el salmo 63: “el dolor me rompe el corazón, estoy desesperado. Busco un consolador y no lo hallo”, por eso quien sufre no busca sermones ni palabras, sino que el que está sumido en la tristeza lo que necesita es la compañía y abnegación del amigo, la dimensión femenina de llorar juntos: “bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados” (Mt 5,5), y el que no tiene quien está a su lado le pasa aquello de “he llorado mucho por la noche, porque mi consolador está lejos de mí” (Jer 1,16).

No todos los amigos saben hacerlo, como los de

Job: “sois todos unos consoladores pelmazos” (Job 16,2). Recuerdo un sacerdote muy bueno agonizando, contento de estar acompañado, y yo veía a unos parientes que le hablaban deseosos de preguntarle: “¿estás bien?, ¿cómo te encuentras?, ¿deseas algo?” y al final el moribundo dijo: “sí, ¡que os calléis!” Quería compañía, pero que no le agobiaran, morir tranquilo… él tenía el consuelo de Dios: “Yo, yo mismo os consolaré. Transformaré vuestra tristeza en alegría… El Señor dice: Os llevaré en brazos y jugaréis sobre mis rodillas. Como una madre consuela a sus hijos, así os consolaré yo” (Is 65,11-13). Es difícil esta simpatía, que no consiste en dar al otro lo que le gusta sino lo que le conviene, no es sensiblería sino contacto y distancia a la vez, com-padecer tiene esa comunión evangélica de “si un miembro sufre, todos sufren; si un miembro se alegra, todos se alegran con él” (1 Cor 12,26) y ahondando en ello sigue san Pablo: “Cristo es quien nos consuela en toda tribulación… sabedores de que, así como participasteis en nuestros padecimientos, así también participaréis en los consuelos” (2 Cor 1,3-7). Comenta Torelló: “Cristo conforta, pues, no sólo porque por ser verdadero Dios conoce al yo

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individual que sufre en su soledad, ni porque Él haya dado respuesta a la pregunta sobre el sentido del dolor, sino porque Él mismo es la respuesta a todos los interrogantes del hombre. Cristo no ha resuelto el misterio, sino que lo ha hecho precisamente más profundo y mayor: Mysterium Crucis.” La gran paradoja que decía Juan Pablo II, más allá de toda razón según san Pablo, que resplandece en la noche pascual, pues Cristo venció a la muerte, pero sigue de algún modo sufriendo en cada sufriente, Jesús está queriendo consolar a cada persona que sufre, sufrir con ella.

Y nosotros hemos de llevar consuelo que necesita

quien pasa por momentos de dolor. No hay técnicas generales, pues nada peor que “despachar” a esas personas con estereotipos, frases hechas, como si fueran niños o idiotas… “se necesita decisión y presencia de ánimo, no para ‘exigir’ sino para despertar posibilidades adormecidas, fuerzas amodorradas, libertades y esperanzas inhibidas…”

La manera mejor de salir de la espiral del dolor,

cuando no se puede curar, es trascenderlo: cuando se sufre por una persona, cuando se pasa de aguantar a aceptar, cuando se pasa al ofrecimiento, a la vida como donación y sacrificio, y entonces ya no es algo impuesto el dolor sino libre, como Jesús que da la vida (la penitencia por ejemplo es expiación querida, a diferencia del castigo que es expiación impuesta).

La esencia del sacrificio no es el dolor, sino el amor,

no somos masoquistas… así “Cristo nos consuela en todas nuestras tribulaciones, para que podamos consolar a otros

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en cualquier aflicción con el consuelo con que nosotros mismos somos consolados por Dios” (2 Cor 1,4).

Juan Pablo II a modo de compendio puso en

«Salvifici Doloris» lo que dice la Iglesia sobre este gran misterio: el «sufrimiento parece ser particularmente esencial a la naturaleza del hombre», el cual desde su nacimiento es frágil de manera que su cuerpo experimenta la sed, el hambre, el calor; si se corta, sangra y experimenta el dolor en su carne, de hecho el mismo Cristo, lo vivió en toda la magnitud que cualquier hombre lo puede vivir, e incluso hasta el mismo extremo. La fe nos dice que por el pecado entró el mal en el mundo, y la muerte. Pero que Dios permitió todo esto, porque de ahí sacaría un bien. Dios no quiere la muerte: es el cuerpo que muere, aunque Dios ha creado el cuerpo que muere. Deja que las cosas pasen, y de ahí saca un bien… Cuando llega el encuentro con cada alma tras la muerte, Cristo nos prepara la morada celestial con su obra redentora, cuando hayamos concluido nuestro tiempo aquí en la tierra.

Jesús ha roto el círculo infernal de la muerte

encerrada en sus límites; ha abierto la puerta de la esperanza, un camino que conduce a alguna parte, allá donde el amor existe. -“Yo soy el Camino, la Verdad, la Vida. Nadie viene al Padre sino por mí”: El es la única senda que enlaza el Cielo con la tierra. Mientras iba una hija al entierro del padre, murió en coche… la madre, desconsolada, me decía: “me estrellaría la cabeza contra la pared, si sirviera de algo… pero tiene que haber algún sentido… no es posible tanto absurdo”. Y mirando su otra hija, pensaba: “yo que quise solo una, menos mal que Dios me dio otra, sino que haría ahora… me queda este

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consuelo”. En medio de todo, la voz de Jesús: «No se turbe vuestro corazón. Creéis en Dios: creed también en mí» (Jn 14,1). A la derecha del Padre, Él acaricia como un sueño ilusionado de su misericordia el momento de tenernos junto a Él, «para que donde esté yo estéis también vosotros» (Jn 14,3). Santa Teresa de Ávila decía que esta vida es como una mala noche en una mala posada, pero el Señor nos acompaña siempre ahí donde estamos.

Nuestro dolor produce una soledad y sobre todo

angustia al ver que la vida se escapa sin remedio, que la permanencia de esa persona no continúa. Esta experiencia absolutiza lo negativo, sin duda fruto de la debilidad del pecado original que ha nublado el entendimiento humano impidiéndole ver que a pesar de la ausencia entre nosotros su vida se encamina hacia la eternidad. Pero Jesús nos dio la clave para leer bien –no con la cabeza, que es imposible, sino con el corazón- ese lenguaje del dolor: con el amor. Cuando pensamos en el dolor de los demás llevamos mejor el nuestro… cuando pensamos en la cruz de Jesús, llevamos mejor la nuestra porque nos la dejamos llevar por Él, y la vemos como camino a la gloria. Dios mismo permitió que Jesús, siendo su Hijo único, experimentara el dolor máximo. Jesús muere en medio de dolores atroces en su cuerpo, pero con una infinita paz. «El sufrimiento humano ha alcanzado su culmen en la pasión de Cristo. Y a la vez ésta ha entrado en una dimensión completamente nueva y en un orden nuevo: ha sido unida al amor, a aquel amor del que Cristo hablaba a Nicodemo, a aquel amor que crea el bien, sacándolo incluso del mal, sacándolo por medio del sufrimiento, así como el bien supremo de la redención del mundo ha sido sacado de la cruz de Cristo, y de ella toma constantemente su arranque. La cruz de Cristo se ha

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convertido en una fuente de la que brotan ríos de agua viva».

Podemos ahora decir que con Jesucristo y sobre

todo en Cristo, el hombre puede vivir el misterio del dolor y el sufrimiento en paz. Y es que en Cristo, el hombre es liberado de todos sus temores, principalmente el de la muerte eterna. Con ello, el sufrimiento no es ya capaz de atemorizar al hombre, no tiene ya poder sobre él pues el pecado ha sido sometido por la cruz de Cristo. Quien vive en Cristo, no obstante que al igual que sus hermanos en la humanidad, se verá sometido a la destrucción de su carne, como único medio para alcanzar la vida en el Paraíso, su respuesta al sufrimiento no será de desesperación sino de paz. Fortalecido con la gracia del Espíritu Santo, podrá descubrir en el sufrimiento, un auténtico camino de redención y podrá unirse, como Cristo, de una manera más íntima al Padre. Además, Cristo habiendo padecido por y con nosotros, es ahora una auténtica fuente de consolación para todos aquellos, que como él, nos vemos envueltos en el misterio del dolor (cf 2 Cor 1,5). Nos introduce en la vivencia terrena del Reino. (Debemos decir terrena, pues sabemos que en el cielo ya no hay llanto, ni dolor, sino únicamente gozo, alegría y paz). Cuando el hombre une sus sufrimientos a los de Él, se abre misteriosamente para él un nuevo modo de ver las cosas, las personas e incluso sus propios padecimientos (cf 2 Tes. 1,4-5; Ernesto María Caro Osorio).

Sin lugar a dudas que uno de los elementos que

hacen que el hombre pueda atravesar el misterio del sufrimiento y del dolor en paz, es la aceptación amorosa de la cruz. Para Cristo, el martirio de la cruz no fue únicamente

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aceptado como si no hubiera ninguna otra alternativa, Jesús no se «resignó» a sufrir, sino que amó y se entrego a la cruz. Es por ello que cuando el sufrimiento, la enfermedad, la desgracia es asumida por el hombre, ésta pierde su efecto destructor, para convertirse en el medio por el cual caminamos hacia la vida eterna, pues conscientes de que el deterioro de nuestra carne y en general de nuestro cuerpo no es un castigo de Dios, sino precisamente es el proceso natural por el cual Dios pensó en llevarnos a vivir eternamente con él (que es parte de todo este misterio), le devuelve al hombre la confianza y la esperanza, con la cual puede atravesar con paz el misterio del sufrimiento. «La cruz de Cristo arroja de modo muy penetrante luz salvífica sobre la vida del hombre y, concretamente, sobre su sufrimiento, porque mediante la fe lo alcanza junto con la resurrección: el misterio de la pasión está incluido en el misterio pascual.» De ahí surge el perdón y brota la esperanza, y el sufrimiento no prevalece sobre él, no lo privar de su propia dignidad.

Aparece entonces una especial unión con Cristo,

que tratamos en otro librito que trata del consuelo del Señor y la Virgen, que va aparte porque nos sirve para todos los tipos de dolor en los que nos encontremos. Y es que con ellos podemos olvidar nuestro dolor al sentirnos en la certeza interior de que "completo lo que falta a los padecimientos de Cristo"; que en la dimensión espiritual de la obra de la redención sirvo, como Cristo, para la salvación de todos, también de esa persona querida que he perdido, ¿que he ganado? Es vivir el misterio con paz y saber que este sufrimiento no es esterilidad, sino fuente de redención y transformación, no solo de aquel que sufre, sino de todo el mundo. «El sufrimiento, más que cualquier otra cosa, es

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el que abre el camino a la gracia que transforma las almas. El sufrimiento, más que todo lo demás, hace presente en la historia de la humanidad la fuerza de la Redención».

Finalmente, el sufrimiento nos abre los ojos para ver

el de los demás y hacer de Buen Samaritano, honrar los que han muerto cuidando los que viven, pues la vida continúa… y él/ella desde el cielo estará contento si actuamos así. Y así le ayudamos. «No nos está permitido "pasar de largo", con indiferencia, sino que debemos "pararnos" junto a él. Buen samaritano es todo hombre, que se para junto al sufrimiento de otro hombre de cualquier género que ése sea. Esta parada no significa curiosidad, sino más bien disponibilidad». Y pasaríamos de largo si nos encerramos demasiado en nuestro luto, si dejamos que se amarguen a nuestro lado por causa de nuestro dolor morboso. No se trata solo de tener compasión, sino de buscar el medio para hacernos presentes y solidarios, para verdaderamente acompañarlo mientras transita por en medio del misterio del dolor. Es por ello que «en el programa del reino de Dios, el sufrimiento está presente en el mundo para provocar amor, para hacer nacer obras de amor al prójimo, para transformar toda la civilización humana en la "civilización del amor". En este amor el significado salvífico del sufrimiento se realiza totalmente y alcanza su dimensión definitiva».

Cuenta Isabel Allende que su hija Paula a los 28 años

cayó enferma. “Estuvo en coma durante un año y cuidé de ella, en casa, hasta que murió en mis brazos en diciembre de 1992... Durante aquel año de agonía y el siguiente de duelo todo se detuvo para mí. Paralizada en su cama, mi

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hija Paula me enseñó una lección que ahora es mi mantra: sólo tienes lo que das. Es gastándote a ti misma como te enriqueces. Paula trabajó como voluntaria ayudando a mujeres y niños ocho horas al día, seis días a la semana, nunca tuvo dinero, pero necesitaba muy poco. Cuando murió no tenía nada ni necesitaba nada... Por Paula no me aferraré a nada más. Ahora prefiero dar a recibir. Soy más feliz cuando amo que cuando soy amada. Adoro a mi marido, a mi hijo, mi nieto, mi madre, a mi perro... Y, francamente, no sé siquiera si les gusto. Pero ¿qué importa? Amarlos es mi alegría. Es al dar cuando conecto con otros, con el mundo y con lo divino. Es al dar cuando siento el espíritu de mi hija en mi interior, como una dulce presencia".

La muerte es el único paso, la puerta que

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conocemos para la gloria, y por tanto la felicidad: «Si, por tanto, no es posible sin la resurrección que la naturaleza llegue a mejor forma y estado, y si la resurrección no puede hacerse sin que preceda la muerte, la muerte es algo bueno en cuanto que es para nosotros comienzo y camino de un cambio para mejor» (San Gregorio de Nisa, Oratio consolatoria in 68). Cristo con su muerte y su resurrección transformó la muerte: «Como extendiendo la mano al que yacía, y mirando por ello a nuestro cadáver, se acercó tanto a la muerte cuanto es haber tomado la mortalidad, y con su cuerpo dio a la naturaleza el comienzo de la resurrección” (id, Oratio catechetica magna, 32). En este sentido, Cristo «cambió el ocaso en oriente» (Clemente de Alejandría, Protrepticus, 1170).

El dolor y la enfermedad, que son un comienzo de la

muerte, se asumen de una manera nueva (GS 18), por la aceptación del dolor y de la enfermedad permitidos por Dios, nos hacemos partícipes de la pasión de Cristo, y por el ofrecimiento de ellos nos unimos al acto con que el Señor ofreció su propia vida al Padre por la salvación del mundo: «completo en mi carne lo que falta de las tribulaciones de Cristo por el bien de su cuerpo que es la Iglesia» (Col 1,24), “para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo» (2 Co 4,10). No nos es lícito entristecernos por la muerte de los amigos «como los demás, que no tienen esperanza» (1 Ts 4,13). Por parte de estos, «con lamentaciones lacrimosas y con gemidos» «se suele deplorar una cierta miseria de los que mueren o su extinción casi total»; a nosotros, como a Agustín en la muerte de su madre, nos consuela este pensamiento: «ella [Mónica] ni moría miserablemente ni moría del todo» (Confesiones, 9,12,29; CTI). Es la «muerte en el Señor» (cf Ap

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14,13) deseable en cuanto que lleva a la bienaventuranza, y se prepara con la vida santa: «Desde ahora, sí —dice el Espíritu—, que descansen de sus fatigas, porque sus obras los acompañan» (Ap 14,13).

35. Una página en blanco y una carta que los demás

no pueden leer. Ella dió un salto tan pronto vió al cirujano salir de

la sala de operaciones. Ella dijo: “Cómo está mi pequeño? Estará bien? Cúando lo puedo ver?” El cirujano dijo: “Lo siento. Hicimos lo que pudimos, pero él no pudo.” Sally dijo: “Porqué a los niños les puede dar cáncer? Será que Dios no los cuida más? ¿Dónde estabas, Dios, cuando mi niño te

necesitaba?" El cirujano le preguntó: “Te gustaría estar un tiempo a solas con tu hijo? … Una de las enfermeras estará afuera en un

momento, antes de que lleven al niño a la Universidad.” Sally preguntó a la enfermera si podía quedarse con

ella mientras se despedía de su pequeño. Ella pasó susdedos amorosamente a través del

cabello rizado y rojizo del niño. “Te gustaría guardar un pedazo de su cabello?”,

preguntó la enfermera.

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Sally asintió que sí. La enfermera cortó un pedazo de cabello, lo colocó en una bolsa de plástico y lo entregó a Sally.

La madre dijo: “Fue idea de Jimmy donar su cuerpo a la Universidad para estudiarlo. Él dijo que podía ayudar a otros… Primero le dije que no, pero Jimmy dijo: Mamá, no lo voy a usar más cuando muera. Tal vez pueda ayudar a otro niño a pasar un día más con su mamá.”

“Mi Jimmy tenía un corazón de oro. Siempre pensando en los demás. Siempre queriendo ayudar a los demás si podía…”

Sally caminó afuera del Children's Mercy Hospital por última vez, despues de haber pasado la mayoría de los 6 últimos meses allí. Colocó las pertenencias de Jimmy en el asiento del pasajero.

El conducir al hogar fue difícil. Y más difícil entrar en la casa vacía… Cargó las pertenencias de Jimmy, y la bolsita de plástico con su cabello hasta la habitación de su hijo.

Comenzó a colocar los carritos y las otras cosas personales de vuelta en el lugar exacto donde él las tenía en su cuarto.

Ella se dejó caer sobre su cama y abrazando su almohada, lloró hasta quedar dormida. Era alrededor de la medianoche cuando despertó.

Y colocada al lado de ella en la cama había una carta.

La carta decía: “Querida Mamá, sé que me vas a extrañar; pero no pienses que yo te olvidaré, o dejaré de amarte, no estaré solo físicamente

alrededor tuyo

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para decirte “Te Amo” … Yo siempre te amaré, Mamá, aún más cada día.

Algún día nos volveremos a encontrar. Mientras tanto, si quieres adopta otro niño y así no estarás tan sola, eso estará bien para mí.

El podrá usar mi cuarto y mis viejos juguetes. Pero, si decides adoptar una niña, a ella

probablemente no le gustará jugar con las cosas de niños… Tendrás que comprarle muñecas y cosas de niña, tu sabes…

No estés triste pensando en mí. Éste es un lugar realmente maravilloso…

La abuela y el abuelo me reconocieron tan pronto llegué aquí y me mostraron todo el lugar, pero tardaré mucho tiempo en verlo todo.

Los ángeles son extraordinarios. Me encanta verlos volar.…, y ¿ sabes?, Jesús no se

parece a ninguna de las fotos que pintan de Él. Aún así tan pronto lo ví, lo reconocí, sabía que era

él…, ¡Jesús mismo me llevó a conocer a Dios!, y ¿sabes qué, mamá?, Dios me sentó en su rodilla y habló conmigo, ¡como si yo fuera alguien importante…!

Ahí fue cuando le dije que yo quería escribirte una carta para despedirme de tí y decirte cómo me siento ahora… Pero yo creía que no se permitía. Pero ¿sabes qué mamá?, Dios me dió papel y su pluma personal para que yo te escribiera esta carta.

Creo que Gabriel es el nombre del ángel que te llevó esta carta.

Dios me dijo que te contestara una de las preguntas que le hiciste…: “¿Dónde estaba Él cuando yo lo necesitaba?”

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Dios me dijo que estaba en el mismo lugar conmigo, como cuando Su hijo Jesús estaba en la cruz.

Él estaba justo ahí, según está siempre con todas sus pequeñas criaturas… Pero de todos modos, Mamá, nadie más puede ver lo que te he escrito… Sólo tú...

Para todos los demás, ésto es sólo un pedazo de papel en blanco.

No es fantástico?... Tengo que devolverle ahora la pluma a Dios.

Él la necesita para escribir más nombres en el Libro de la Vida.

Esta noche voy a sentarme a la mesa con Dios para comer. Estoy seguro que la comida será sabrosa…

Oh!, olvidé decirte... Ya no siento ningún dolor... Ya no me duele más…

El cáncer se fue. Estoy felíz porque puedo estar de pie y correr…, sin sentir más dolor y así Dios no me vé angustiado y dolorido…

Por eso Él envió al ángel de la misericordia a rescatarme... El Ángel dijo que era una entrega especial…! …………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………….…………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………

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y muchas más cosas coglads, que espero que te gusten.

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