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LA MUJER EN LA EDAD MEDIA.
1. María, la mujer idealizada; Eva, la visión misógina de la mujer. 2. La mujer en la sociedad musulmana medieval. 3. La mujer en la sociedad judía medieval. 4. La mujer en la sociedad cristiana medieval. 5. Mujeres destacadas en la edad media.
1. María: La visión idealizada de la mujer medieval; Eva: la visión misógina.
De acuerdo con el ideal caballeresco, la Virgen María es el compendio de
todas las virtudes y perfecciones físicas y espirituales, el Bien Absoluto. Antes del
siglo XII era un personaje de importancia relativamente menor, como se pone de
relieve en su escasa presencia
en el Arte. Además, en esas
pocas ocasiones en que
aparecía en pinturas y
esculturas, siempre lo hacía
junto a su hijo, de lo que se
deduce que la única razón de ser
era por su condición
de “Teotokos”, término griego
que significa “Madre de Dios”. El modelo a seguir en las representaciones
románicas de la Virgen con el Niño es el creado por artistas bizantinos, que la
muestran habitualmente sentada, con el niño en su regazo, el cual hace la función
de un trono. Sus caracteres eran bastante arcaicos (frontalidad, hieratismo, escaso
interés por la proporcionalidad o los detalles anatómicos) y -muy importante- sin
que se estableciera relación alguna entre ambos personajes.
Sería ya en los siglos finales de la edad media cuando María comenzó a
adquirir un protagonismo creciente, tanto en la devoción popular como en el culto,
lo que se refleja en el Arte. Por eso en el estilo triunfante en esa etapa, el gótico,
son abundantísimas las representaciones pictóricas y escultóricas de la Virgen con
el Niño, y lo mismo se puede deducir de la dedicación a Santa María de infinidad
de templos. Hay una progresiva humanización de la escena, para lo cual era
preciso resaltar la maternidad de María. El resultado final es la representación de
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unas figuras –madre e hijo- cada vez más bellas,
de formas armoniosas y dinámicas, creciente
expresividad y, sobre todo, con una relación de
intimidad entre ambas. Ejemplo perfecto es
la Virgen Blanca de la catedral de Toledo,
esculpida en alabastro en la segunda mitad
del siglo XIV, que representa a María de pie, en
una postura muy natural sosteniendo con el brazo
izquierdo al niño, en tanto que éste juguetea con la
barbilla de la madre, la cual muestra una amplia
sonrisa de felicidad. Se trata de una situación
profundamente humana.
Pero no olvidemos un dato fundamental: María es virgen, es pura. Su hijo,
Jesús, había sido concebido milagrosamente por obra y gracia del Espíritu Santo.
Por tanto, su maternidad no es natural. De ahí que María no fuese
verdaderamente representativa de la mujer real, la de carne y hueso, sino de la
idealización en la mentalidad de la época de la mujer que fue madre de Dios.
Por el contrario, Eva era vista
digna de toda desconfianza, por su
tendencia innata a la perfidia, el rencor y
la indiscreción. Ningún defecto, vicio o
maldad le era ajeno, según era el sentir
general de la época. Esa es la idea de la
mujer que frecuentemente nos transmite
la literatura medieval, que estuvo casi
íntegramente escrita por hombres,
bastantes de ellos sacerdotes o frailes,
cuyo punto de vista acerca del sexo
femenino solía ser especialmente negativo. Igualmente las artes figurativas nos
muestran a una Eva pecadora y culpable, a veces de una forma tan explícita que
la figura demoniaca de la serpiente adquiere una fisonomía femenina, como se
puede observar, por ejemplo, en un relieve de la Catedral de Notre Dame de París,
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de estilo gótico, que representa la escena del Pecado Original descrita en
el Génesis. La sociedad de aquel tiempo daba por supuesto que esos caracteres
atribuidos a las mujeres eran consustanciales a su débil naturaleza, de ahí que
debieran ser permanentemente custodiadas y vigiladas por un hombre, primero el
padre o el hermano, a quienes tomará el relevo el marido tras contraer matrimonio.
2. La mujer en la sociedad musulmana medieval.
La llegada de los musulmanes a la Península Ibérica a comienzos del siglo VIII,
el dominio que ejercieron en gran parte de su territorio y la posterior islamización de
la mayoría de la población hispanogoda (muladíes), supusieron la plena
integración de al Ándalus en los modelos sociales, religiosos y culturales del mundo
árabe. Se impuso el tipo de familia patriarcal y poligámica, que permitía al hombre
tener hasta cuatro esposas, aunque
ello estaba en función de su
capacidad económica. Incluso, por
si cuatro no fueran bastantes, los
más potentados podían sumar sin
límites concubinas a su harén. De
hecho, el prestigio de estos
hombres poderosos estaba en
consonancia con su tamaño (el del harén, se entiende). Según explica el
escritor Jesús Greus en Así vivían en al Ándalus, solo las concubinas que daban un
hijo a su señor conseguían el codiciado título de “princesas madre”, lo que les
confería el privilegio de tener una fortuna personal y emanciparse cuando muriese
su señor, siempre que el hijo fuera varón.
La educación de las hijas quedaba a cargo de sus madres y también el de los
hijos varones en sus primeros años, hasta que éstos alcanzaban cierta edad,
momento a partir del cual era el padre el que se encargaba de esa labor, así como
de acompañarlos a la mezquita, que además de lugar de oración también tenía la
condición de centro de enseñanza del Corán y de la doctrina islámica en general.
Se deduce que muy pocas mujeres musulmanas tuvieron ocasión de aprender a leer
y escribir. Y muchas menos las instruidas en las artes, las ciencias, la música o la
poesía.
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Cuando las mujeres
andalusíes salían de casa
generalmente lo hacían para
acudir a la oración en la
mezquita o a los baños
públicos (hammam), a lo que
eran muy aficionados tanto
hombres como mujeres, que
asistían en horarios distintos. Además de la función meramente higiénica, los baños
cumplían otras para sus usuarias: el cuidado del pelo, recibir masajes y perfumes, la
depilación y, en suma, eran lugar de encuentro, de ocio y de charla. Desempeñaban
un papel similar a las antiguas termas griegas y romanas, en las que encontramos
su antecedente directo. Las musulmanas en la Edad Media, especialmente las de
clase alta, cuidaban mucho su aspecto exterior. Adornaban sus cuerpos con
ropajes de colores vivos, aunque siempre mantenían cubierta la cabeza, y lucían
numerosos adornos y complementos: brazaletes, collares, diademas, broches, etc.
Pero lo cierto es que las mujeres musulmanas salían poco a la calle. Muy al
contrario, pasaban días y días sin salir de sus casas. Cuando el tiempo era bueno,
solían permanecer en un patio interior porticado (como los famosos que se han
conservado en Córdoba o también en el Albaicín granadino). Allí podían sentirse a
sus anchas, en la intimidad, a salvo de miradas indiscretas.
3. La mujer en la sociedad judía peninsular.
Desde tiempos remotos la sociedad judaica o judía se fundamentaba en
un régimen estrictamente patriarcal, en el que el varón ejercía una autoridad
absoluta e indiscutible. De ello se deriva la posición de inferioridad jurídica de la
mujer, cuyo papel social se reducía normalmente a encargarse de los trabajos
domésticos, además de la reproducción. Por ello las niñas eran educadas por sus
madres para prepararlas de cara a su futuro matrimonio. De ellas se esperaba que
tuviesen muchos hijos, pues para una mujer casada suponía una gravísima
deshonra el no tenerlos. La esterilidad incluso podía ser causa legal de disolución
del matrimonio, pues en el caso de que diez años después de celebrarse éste
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siguiera sin haber embarazo, el marido podía entregar a la esposa una “carta de
repudio”.
Por otro lado, la Ley judía no consideraba condenables las agresiones del
padre a la hija o del marido a la mujer, ya que se daba por sentado que tenían una
finalidad perfectamente justificada, cual era corregir o enmendar su conducta.
Además cuando una mujer judía se casaba, entregaba como dote unos bienes que
de ese mismo momento pasaban a ser propiedad del marido. Y lo mismo sucedía
con otros que pudiese aportar posteriormente, tanto si los había heredado como si
eran fruto de su trabajo fuera de la casa. En cualquier caso el esposo podía disponer
libremente de todos ellos.
El Código de las Partidas, escrito a lo largo del reinado de Alfonso X el
Sabio de Castilla en la segunda mitad del siglo XIII, castigaba a las cristianas que
yacían con moros o judíos a perder la mitad de sus bienes la primera vez; si reincidía,
lo que perdían era de la totalidad de su patrimonio; y en caso de volver a reincidir, la
condena era a muerte. No deja de ser curioso cuando se trataba de una mujer
casada, la misma ley dejaba a voluntad del marido la sentencia: matarla o absolverla.
El Talmud, la obra sagrada que recoge
las tradiciones, obligaciones y prohibiciones
de los judíos, rechazaba radicalmente la
educación femenina y su desarrollo
intelectual. Lo que sí era práctica corriente era
que las niñas aprendieran a realizar alguna
actividad artesanal, generalmente relacionada
con la confección de tejidos, que pudieran
desarrollar profesionalmente en el futuro: tejedoras, colcheras, tintoreras,
costureras, pañeras…, aunque siempre se trata de una actividad secundaria
respecto a la función primordial a la que estaban predestinadas: las tareas
domésticas y la procreación y cuidado de la prole.
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4. La mujer en la sociedad cristiana medieval.
En la Europa cristiana la situación de cada mujer dependió en buena medida
de su posición social y nivel socioeconómico, al igual que en cualquier época
histórica, la nuestra incluida.
En líneas generales, padecían una situación discriminatoria y opresiva.
Con respecto al matrimonio, aunque se exigía el libre consentimiento de ambos
contrayentes en la celebración de los matrimonios, estos solían ser concertados por
el padre de la novia y el de su futuro marido. Las mujeres cristianas tenían una
alternativa de vida en la que el hombre no desempeñaba papel alguno, que era
dedicarse por completo a Dios, como monjas.
Las damas ocupaban el estrato social más alto en
la Edad Media, nacidas en el seno de familias
aristocráticas, contaban desde su infancia con
ciertos privilegios, pues recibían una formación que
incluía el aprendizaje de la lectura y escritura,
aritmética, economía y música, así como los modales
propios de su estatus superior (la cortesía). Cuidaban
mucho su imagen para diferenciarse del resto de
mujeres, por lo que vestían lujosos vestidos y se
adornaban con joyas. Numerosas criadas estaban a su
servicio y cuando la dama era soltera o viuda, ostentaba un gran poder pues ejercía
de “señora feudal” a todos los efectos, encargándose de la administración y
protección de las posesiones familiares.
Solamente un escalón por debajo de las anteriores estaban las
mujeres burguesas, las hijas, hermanas, esposas o viudas de los dueños de
negocios artesanales, comerciales o financieros que daban vitalidad económica a
las ciudades, a quienes había que añadir a los que hoy denominamos “profesionales
liberales” especializados en determinados servicios de alta cualificación a la
sociedad (abogacía, medicina, escribanía). También estas mujeres debían contar
con la formación necesaria para hacerse cargo del negocio en caso de ausencia
temporal o permanente del hombre.
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Las monjas eran en la Edad Media mucho
más abundantes de lo que son en la actualidad. Con
independencia de su vocación espiritual, algunas de
ellas elegían ese tipo de vida apartada del mundo
porque eran “segundonas” en una familia de pocos
recursos, de ahí que no pudieran contar con la dote
suficiente para casarse. O también porque fuese una
mujer que había cometido lo que entonces se
consideraba un grave pecado, por lo que para
redimirse la “pecadora” se encerraba en
un convento. Y no era infrecuente que se tratase de
una fémina que no estaba conforme con el matrimonio que habían negociado sus
padres para ella y, como no se avenía a transigir con la voluntad paterna, era su
única salida honorable, y también para su familia.
Las monjas eran, con diferencia, las mujeres que más posibilidades tenían de
acceder a la cultura, algunas incluso podían aprender el latín y el griego y escribir
obras literarias. Este es el caso de una alemana del siglo XII, Hildegarda de Bingen,
que puede citarse entre las personas más cultas de su tiempo. Fue abadesa,
compositora, escritora e impulsora de reformas en la Iglesia. En el año 2012, el papa
Benedicto XVI la canonizó y le otorgó el título de “Doctora de la Iglesia”.
Una situación muy especial era el de las llamadas “beguinas”, que
eran mujeres laicas aparecidas en el siglo XII. Pese a no ser monjas, solían hacer
vida en común y dedicaban su tiempo a labores humanitarias, como cuidar enfermos,
pobres y huérfanos. Su máxima aspiración era llegar a tener una relación directa
con Dios, en lo que es un claro antecedente del futuro misticismo. Ese
planteamiento vital tan diferente y alejado de la Iglesia oficial les ocasionó múltiples
problemas y condenas por parte de la jerarquía eclesiástica (incluso le costó la vida
a una célebre beguina francesa, la escritora Margarita Porete, acusada de herejía
y ejecutada en la hoguera en 1310). Las beguinas hicieron además una aportación
de extraordinaria importancia a la cultura: traducir a las lenguas vulgares los libros
religiosos que estaban en latín. De hecho, están consideradas por los filólogos como
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un elemento clave en la aparición de la literatura en algunas lenguas modernas,
como el alemán o el francés.
En cuanto a las mujeres campesinas o menestrales (obreras urbanas),
que eran la inmensa mayoría, lamentablemente para ellas sus posibilidades de
recibir educación eran escasísimas, por no decir nulas. A lo más que podían aspirar
era a acceder a alguna de las escuelas elementales ubicadas normalmente en
conventos de ciudades y pueblos, donde aprendían oraciones, canciones y costura.
Tanto si eran casadas como
en las demás situaciones
personales y familiares, debían
compaginar las labores
domésticas, que se consideraban
propias de su naturaleza
femenina, con el trabajo fuera de la
casa, bien en el campo o bien en
talleres o comercios. Muy habitual
era el oficio de criada o empleada doméstica, que entonces, al igual que ahora,
estaba poco reconocido y peor remunerado.
Al contrario de lo que se ha transmitido tradicionalmente, la mujer medieval
participaba en una gran variedad de tareas u oficios, no sólo los que tradicionalmente
se le han atribuido. Sabemos que, en el mundo rural, era jornalera, segadora, lechera
o plantadora, pero fue en las ciudades, donde participó de una mayor diversidad de
oficios.
Gracias al estudio de registros de los distintos gremios, de los fueros
municipales y de los libros de fábrica con las cuentas de las obras de las catedrales,
hoy sabemos las mujeres que intervenían, las tareas que realizaban y los salarios
que cobraban. Por ejemplo: un registro de gremios de Marsella de 1297 recoge hasta
150 oficios en los que aparecen trabajadoras.
Las mujeres trabajaron en las grandes catedrales góticas, acarreando y
suministrando materiales de construcción desde los talleres y logias hasta la obra,
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portando agua. Por este trabajo percibían aproximadamente la mitad de lo percibido
por los peones menos cualificados. Como ejemplo, en Gerona varias cofradías de
oficios agrupaban a hombres y mujeres, 'cofrades y cofraderas', que ejercían de
canteras, carpinteras y albañiles. Encontramos los mismos datos en Burgos, Toledo,
Zaragoza y en otras ciudades. Es a partir del siglo XV cuando se prohíbe la
incorporación de mujeres a los gremios y cofradías, convirtiéndose la mujer en un
ser jurídicamente incapaz.
Las mejor pagadas eran las
'argamaseras' o amasadoras, las
carpinteras y las que trabajaban en
las vidrieras, pues eran oficios para
los que se necesitaba una cierta
preparación. La mayoría son
anónimas, sin más referencias que
su sexo, dedicación y sueldo;
mujeres sin nombre que ejercían las labores más duras y menos cualificadas y que,
además, se dedicaban a las labores domésticas y a la crianza. Son ejemplos de
estas anotaciones: “mujer que lamina el yeso”, “mujer que ayuda en la obra”, “mujer
que limpia donde se empareda el ladrillo”. Es decir, las mujeres obreras estaban
tan menospreciadas que en esas listas no figura ni siquiera su nombre, a diferencia
de los varones. Y, naturalmente, es algo obvio que se encargaban de las faenas
menos cualificadas, las más duras y peor pagadas, pues sistemáticamente su
salario se reducía a la mitad de lo que cobraban los peones varones.
Pero es en la producción textil donde hay una mayor participación femenina a
distintos niveles del proceso. Hilar era la tarea femenina del Medievo,
independientemente del grupo social.
Las mujeres, además, participaban en la gestión del patrimonio rural,
comercializaban todo tipo de productos o regentaban tabernas. Resulta por ello
imposible nombrar todos los oficios que desempeñaban las mujeres durante la Edad
Media.
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En lo más bajo de la sociedad cristiana se encontraban las prostitutas, que
vivían en barrios extramuros y estaban permanentemente expuestas a
las enfermedades venéreas y a sufrir violencia y escarnio público. Además
debían vestir ropas diferentes a las de las demás mujeres, de colores llamativos.
5. Mujeres medievales célebres y relevantes.
Es cierto que las mujeres de la Edad Media
tuvieron grandes dificultades para acceder al
conocimiento, pero esto no es una característica solo
de estos siglos. Todavía en el siglo XIX, e incluso en
el siglo XX, las mujeres no accedían a la enseñanza
en igualdad con los hombres, pues el acceso a la
educación ponía en peligro la aceptación de su papel
tradicional asignado.
Pero al contrario que las mujeres de las clases
bajas, las nobles cultivaron algunos saberes y
muchas de ellas dominaron la escritura, la lectura, la
música y aprendieron otras lenguas.
Cabe preguntarse hasta qué punto las mujeres medievales cristianas
aceptaban de buen grado su condición discriminada. Los datos objetivos inducen
a pensar que la inmensa mayoría de ellas opinaban que sí: todo, absolutamente
todo, les hacía considerar “normal” o “natural” esa situación subalterna que
padecían, empezando por los valores que recibían de sus propias madres. Pero
hubo alguna excepción a esa regla general, siendo el caso más sonado el de la
veneciana Christine de Pizán, que vivió entre los siglos XIV y XV.
Christine, mujer de amplia cultura, hija de un físico y alquimista veneciano
que llegó a trabajar en la corte del rey francés Carlos V, fue autodidacta y aprendió
varios idiomas. Tras enviudar a los 25 años cuando tenía a su cargo a tres hijos
pequeños, se dedicó a escribir obras literarias con gran éxito de ventas, lo que le
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permitió dedicarse profesionalmente a ello. En algunos de sus libros denunciaba la
desigualdad entre sexos, animaba a sus congéneres a concienciarse de la injusticia
que padecían y trataba de demostrar que su naturaleza -la de las mujeres- no era
perversa, contradiciendo la opinión general. Por ello se la considera precursora
del feminismo. Su obra más célebre se titula La ciudad de las damas, la publicó
en 1405 y obtuvo una gran difusión.
Otra mujer medieval destacada fue Sabina von Steinbach, de quien se cree
que a comienzos del siglo XIV fue maestra de obras de la catedral de Estrasburgo
y autora de algunas de sus esculturas. Al parecer también intervino en la
construcción de las catedrales de Magdeburgo y París.
En las universidades europeas, que se desarrollan a partir del siglo XIII, en su
mayoría fundadas por religiosos, estuvieron prohibidas a las mujeres. A pesar de ello
hay algunas anécdotas curiosas como la de Polonia, en el siglo XIV, donde una joven
se disfrazó de hombre para ir a seguir los cursos de la universidad de Cracovia, pero
al cabo de dos años, se descubrió el fraude y fue expulsada.
Otro ejemplo sería el de Salerno, cerca de Nápoles, Italia, donde funcionó a
partir del siglo X una escuela libre de medicina, tal vez la más antigua de Europa,
que otorgaba sus diplomas a mujeres, concediéndoles licencia para practicar la
medicina y la cirugía. En esta Escuela Médica Salernitana estudió Trótula de
Ruggero, que está considerada como la primera ginecóloga de la historia. Vivió
en el siglo XII y escribió en latín una amplia obra, Las dolencias de las mujeres, en
la que defendía ideas muy novedosas (y atrevidas) para su tiempo, como que la
infertilidad podía ser debida a problemas del hombre, y no solo de la mujer; o
también el uso de hierbas para mitigar los dolores del parto, contraviniendo así el
mandato-castigo divino (“con dolores de parto darás a luz los hijos”; Génesis 3,16).
En Bolonia y en Montpellier también hubo gran número de estudiantes
femeninas en medicina, algunas de ellas dejaron escritos tratados de ginecología. A
partir de final del siglo XIII, se señala la presencia de mujeres practicando la
medicina, la cirugía y la oftalmología en las grandes ciudades europeas, París,
Londres, etcétera. La mujer, sin embargo, se vio poco a poco sustituida por el varón
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en la práctica del arte de la medicina y cirugía, para desaparecer finalmente de esta
profesión en el siglo XVI
La alsaciana Herrada de Lansdberg, del siglo XII, abadesa de la abadía de
Hohenburg, cerca de Estrasburgo, fue otra mujer de amplísima cultura que escribió
una obra titulada Hortus deliciarum (“El jardín de las delicias”), que constituyó una
especie de compendio de los saberes de su tiempo. Algo así como
las Etimologías de san Isidoro (siglo VII) o la futura Enciclopedia de los filósofos
ilustrados del XVIII.
Hubo también abadesas destacadas en los reinos cristianos peninsulares,
como Inés Laynez del Real Monasterio de Las Huelgas, quien protagonizó
controversias con el papado y los obispos por 'abusos del orden sagrado'.
Mención especial merece Isabel de Villena, abadesa y considerada la
primera escritora en lengua valenciana. Su obra se centra en las mujeres que
rodearon la vida de Cristo y parece que tuvo un gran reconocimiento en su época,
siendo considerada en algunos sectores como otra precursora del feminismo en el
siglo XV.
Uno de los mejores ejemplos de individualidad creadora y de autoridad es el
de En o Ende, la más antigua de nuestras pintoras medievales. Fue quien dirigió las
iluminaciones de una de las versiones del Beato de Liébana, firmada en 975, en el
monasterio de San Salvador de Tábara (Zamora) y que se conserva en la biblioteca
de la catedral de Girona. Los datos sobre la vida de Ende son desconocidos, pero
parece que fue monja del monasterio de Tábara o de algún monasterio asociado a
este. Tampoco está claro que fuese maestra del taller de iluminación, aunque el
hecho de que su nombre esté delante y en mayor tamaño que el de Emeterio, su
colaborador, nos dice que debió de ser una persona de importancia y autoridad. Ende
no tiene que ser necesariamente un caso único. Las mujeres artistas existen desde
que el arte existe y siempre han conseguido salirse de los cauces establecidos; la
Edad Media no parece una excepción.
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La lista de mujeres que tuvieron un papel importante en la política en la Edad
Media es amplia, pues en los reinos cristianos hispánicos y del resto de Europa hubo
numerosas reinas que ejercieron de tales (dejando aparte a las simples consortes),
sin olvidar a algunas otras que fueron amantes de un rey, posición que les permitió
influir en los asuntos de gobierno (es el caso de Leonor de Guzmán, amante del
monarca castellano Alfonso XI, del siglo XIV, de quien fue su principal consejera).
Resulta casi una obviedad citar como la más decisiva de las reinas hispánicas
a Isabel I de Castilla, mujer de fuerte carácter y firmes ideas, como se demuestra
en el hecho de que fuese ella quien eligiese a su marido, el entonces príncipe
Fernando de Aragón. Una vez en el trono, Isabel dirigió con firmeza la política
castellana y su opinión fue definitiva en asuntos tan trascendentes y controvertidos
como el apoyo a la expedición de Colón, la guerra de Granada, la expulsión de los
judíos o la creación del Tribunal del Santo Oficio.
Hubo incluso mujeres que se dedicaron a la guerra, la actividad masculina por
excelencia. Como la reina francesa Leonor de Aquitania, que participó en la
segunda Cruzada a mediados del siglo XII. O la reina consorte de
Inglaterra, Berenguela de Navarra, casada con el célebre Ricardo Corazón de
León, participantes ambos en la tercera Cruzada a fines de la misma centuria. O,
más aún, la que con seguridad es la más famosa de las mujeres guerreras de toda
la Edad Media: Juana de Arco (beatificada en 1909 como santa Juana de Arco),
nacida en la región
francesa de Lorena,
que solo vivió 19
años, pero
suficientes para
tener ocasión de
dirigir con éxito al
ejército francés
enfrentado a
Inglaterra en la Guerra de los Cien Años. Detenida y acusada de herejía, fue
condenada a morir en la hoguera en 1431.
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En resumen, naturalmente que hubo mujeres que destacaron en muy diversos
campos durante la Edad Media, lo que, dada la discriminación que sufrían en todas
partes, fue especialmente meritorio. Pero ello no invalida que se trata de
excepciones a la regla general: que fueron los hombres quienes monopolizaron
el poder en todos los ámbitos (el familiar, el social, el político, el económico, el
cultural y el religioso). Y que en ese mundo masculino a las mujeres les tocaba
ejercer un papel muy secundario, el que le reservaron los varones.
Texto adaptado usando como fuentes:
- Publicaciones de Jesús Ramírez Álvarez en el magazine cultural “Pilades” en la
serie “Historia silenciada de las mujeres”.
- Artículo “Los oficios de las mujeres en la Edad Media”, publicado por el Colectivo
De Mujeres Por la Igualdad En la Cultura en el periódico La Opinión de Murcia.
- Arteguías. Mujeres en la edad media.
- “Los Ojos de Hipatia”. Web sociocultural.
Ficha 3. La mujer en la edad media.
a) Elige una de las mujeres que se citan en el texto u otras que destacaran en época
medieval y haz una breve biografía de la misma y di porqué la has elegido.
b) Elige un rol de una mujer medieval, del lugar, momento histórico y grupo social que
desees. Escribe un texto de mínimo 15 líneas representando su rol y hablando por su
boca diciendo lo que tú crees que sería su pensamiento en la época que le tocó vivir.