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La luz y la sombra Integrando la dualidad para llegar a la unidad

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La luz y la sombra

Integrando la dualidad para llegar a la unidad

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Todas las mujeres estamos conectadas a la dualidad de luz y

sombra a través de nuestro ciclo menstrual, que cambia, al igual que

cambia la luna en el cielo, sin necesidad de que ambas cosas coincidan

de manera exacta.

La mujer es cíclica, en esa ciclicidad la luz y la sombra van de la

mano, ya que no pueden existir la una sin la otra. De la vida a la

muerte navegamos esa ciclicidad, no es excluyen, sino que se

contienen ambas a sí mismas y la otra parte, dentro una unidad.

Ambas forman parte de vivir en el “no hay afuera”.

Estas dos fases, luminosa y sombría, son ciclos de expansión y

contracción, la misma expansión y contracción que podemos ver en

nuestra respiración, estamos hacia adentro y hacia afuera todos los

segundos de nuestra vida. Es el ciclo de la neuma, inspiración y

espiración. Nuestro corazón también tiene ese ciclo de expansión y

contracción, donde se llena y se vacía. La luna en el cielo se llena y se

vacía, la misma Tierra se llena y se vacía.

Ser cíclicas es formar parte de infinitos círculos concéntricos que

se relacionan entre sí, aportando y nutriendo de manera constante.

No se puede renunciar a una de las dos partes que nos componen,

como no se puede renunciar a la fase de la espiración en la respiración

porque tampoco habría inspiración.

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La preovulación y la ovulación sería la parte luminosa de la

mujer, unida a la luna creciente y la luna llena, luz en el cielo, luz en

nuestro cuerpo y nuestra psique, y si llevamos más allá esa

correspondencia, podríamos ver en la Tierra, la parte luminosa de la

primavera y el verano, como la parte que da vida.

Es el momento de poner en acción lo que hemos soñado y

planificado en la muerte, en la parte más sombría del ciclo, comienza

a formarse la vida.

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La premenstruación y la menstruación, son nuestra parte de

sombra, la luna mengua en el cielo hasta desparecer por completo y

oculta su luz. En la Tierra, el otoño y el invierno nos lleva a la marea

de la muerte, o, más bien, a la ocultación de la vida, ya que la vida

nunca muere del todo, tan solo se oculta, al igual que la luna nueva

es la ausencia de la luz lunar, pero no muere, tan solo se oculta.

Como hembras mamíferas, no seguimos el ciclo de sangrado y

celo de las mamíferas, justo, al contrario, nuestro ciclo de sangrado

nos aleja de la concepción, y, podemos ver, que nuestra sexualidad,

aunque cíclica también, puede estar disponible todo el tiempo, y no

solo como una herramienta meramente reproductiva.

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Muchas de nosotras ya hemos entrado en el calendario circular

del tiempo, midiendo nuestros ciclos a través de la menstruación y de

la luna, hallando coincidencias ocultas durante años, que nos han

hecho mucho más poderosas, independientes y comunitarias al

mismo tiempo. El tiempo circular es un tiempo sagrado que no

depende de poner o quitar fechas en el calendario y puede ser un

tiempo particular para cada una, no hay que cumplir un calendario

lunar exacto, no se trata de la perfección de la circularidad, se trata de

descubrir la propia circularidad y ciclicidad que no tiene que

parecerse a ninguna que cumpla una norma.

La oscuridad ha sido demonizada durante milenios, fijando los

cultos de los Dioses, con la Gran Madre y Sus cultos ya desplazados,

en el sol su ciclo. Todo lo relacionado con la sombra fue ocultado,

condenado. Así nos condenaron a nosotras también, a renunciar a esa

parte nuestra, a salir de la ciclicidad inherente y a culpar a nuestra

menstruación, nombrándola de miles de maneras despectivas,

podemos ver que en inglés se hace referencia a ella como “the curse”,

la maldición. Nuestro gran don dual y la vez completo en sí mismo,

fue expoliado de nuestras vidas, y nuestro espíritu y nuestra psique,

maltratadas de forma sistemática, ya que no podemos dejar esa

ciclicidad, aunque nos desconecten de ella, al igual que una leona no

puede dejar de ser lo que es, una predadora, aunque viva en un

zoológico. Podrán tenerla cautiva, pero no podrán inhibir sus propios

instintos y, en cuanto esté libre, podrá ser lo que siempre ha sido.

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Igualmente nos pasa a nosotras, cuando nos liberamos de la

oscuridad como algo feo, sucio, maldito o negativo y aceptamos la

oscuridad y la sombra que vive en nosotras, y que vemos reflejadas

en la luna y en la Tierra, comenzamos a vivir en lo sagrado, y nos

convertimos en activistas de la vida. Bendecir esa oscuridad como un

don y no como una maldición, alejará muchas de las heridas que

ahora estamos sufriendo.

Los arquetipos menstruales de la mitad oscura, como la bruja,

la curandera, la chamana, la vieja, la sabia, han sido demonizados

durante centurias, se las ha quemado, perseguido, torturado y puesto

en los cuentos populares como el origen de todos los males, seres a

los que había que destruir.

Bruja sigue siendo un insulto de lo más utilizado, decir que eres

una curandera, da pie a que te pongan la etiqueta de “vendehumo” o

timadora. Los dones inherentes de la bruja como arquetipo, que todas

nosotras despertamos en nuestra menstruación, no se han erradicado,

tan solo están dormidos. Ser una anciana, una vieja en nuestros días,

es, primeramente, estar fuera de la sociedad, apartada y aparcada,

desoída del todo, cuando antes ser anciana era ser sabia, era ser

escuchada por todo lo aprendido y todo lo vivido. Ahora la escucha

de nuestras abuelas se ha transformado en sordera por parte de la

sociedad.

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Sin embargo, ser joven o ser madre, que parece lo más

luminoso, también tiene su sombra. Está siendo explotado por la

sociedad en la que vivimos, como los grandes valores de consumo.

Ser joven es algo que vende, hacerte mayor, pero sin que se note es

seguir enganchada a la juventud, rechazando en lo que te estás

convirtiendo. Sigue siendo el rechazo a nuestra parte oscura y

sombría, una manera más de ignorar el camino que nos lleva a la

muerte.

Así que, la luz y la sombra no tienen una frontera de definida,

y se incluyen la una a la otra, como el símbolo del yin y el yang

oriental. Somos duales y mucho más. Toda esa luz y esa oscuridad

tienen muchos matices de cambios de color, como la luz de la luna,

que cambia de manera gradual, creciendo hasta la plenitud y

decreciendo lentamente hasta la oscuridad. Como la Tierra, que pasa

de la nieve a los primeros brotes, y de los árboles floridos a los frutos,

de la cosecha al granero y volvemos al invierno.

Mas allá de la dualidad, está la inherente e infinita ciclicidad.

Aceptar la dualidad hace que se abran infinitas puertas de conciencia,

que se descorran los velos de los infinitos mundos. Se trata de un paso

de trascendencia.

Mariam Cárcel

Sacerdotisa de la Gran Madre

Partera del alma