La independencia hispanoamericana, acontecimiento internacional

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MUNDO HISPÁNICO LA INDEPENDENCIA HISPANOAMERICA- NA, ACONTECIMIENTO INTERNACIONAL Bajo la denominación de causas externas de la independencia hispanoamericana deben ser agrupados aquellos factores que pro- ducen, influyen o determinan de alguna manera o en cualquier aspecto, el proceso histórico emancipador desde fuera de las fron- teras del Imperio español en que ese proceso se desarrolla. Este complejo de causas tiene su origen más remoto en los mismos co- mienzos de la colonización, cuando las potencias europeas trataron de arrebatar a España el monopolio que ésta disfrutaba de los pro- ductos del continente recién descubierto. España, en efecto, sola- mente reconoció a Portugal el derecho a compartir con ella el do- minio del mundo y planteó y realizó su acción histórica con la mira puesta no sólo en beneficiarse exclusivamente de sus reinos americanos desde el punto de vista económico, sino en liberarlos de cualquier posible influencia de la herejía protestante europea. Este planteamiento dio a las relaciones hispanoeuropeas un motivo más de fricción, y fue así como los reinos y provincias de América se vieron envueltos directamente, como miembros de la Corona española, en la contienda que ésta sostenía con las princi- pales potencias europeas, ya que estas potencias no sólo veían en América la principal fuente de riqueza de su enemigo, sino que mantenían, frente a la doctrina medieval de la concesión pontifi- cia de tierras, la tesis de la libre navegación de los mares y del derecho a instalarse en cualquier territorio, con tal que éste no estuviera previamente ocupado por una nación amiga o lo estu- viera por España. Pues bien;' dejando aparte, por ahora, la posible trascendencia que esta idea tuviera en el planteamiento de la Reforma inglesa, como medio de rechazar y aun de combatir, in- cluso religiosamente, la doctrina pontificia, es necesario subrayar n

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LA INDEPENDENCIA HISPANOAMERICA-NA, ACONTECIMIENTO INTERNACIONAL

Bajo la denominación de causas externas de la independenciahispanoamericana deben ser agrupados aquellos factores que pro-ducen, influyen o determinan de alguna manera o en cualquieraspecto, el proceso histórico emancipador desde fuera de las fron-teras del Imperio español en que ese proceso se desarrolla. Estecomplejo de causas tiene su origen más remoto en los mismos co-mienzos de la colonización, cuando las potencias europeas trataronde arrebatar a España el monopolio que ésta disfrutaba de los pro-ductos del continente recién descubierto. España, en efecto, sola-mente reconoció a Portugal el derecho a compartir con ella el do-minio del mundo y planteó y realizó su acción histórica con lamira puesta no sólo en beneficiarse exclusivamente de sus reinosamericanos desde el punto de vista económico, sino en liberarlosde cualquier posible influencia de la herejía protestante europea.

Este planteamiento dio a las relaciones hispanoeuropeas unmotivo más de fricción, y fue así como los reinos y provincias deAmérica se vieron envueltos directamente, como miembros de laCorona española, en la contienda que ésta sostenía con las princi-pales potencias europeas, ya que estas potencias no sólo veían enAmérica la principal fuente de riqueza de su enemigo, sino quemantenían, frente a la doctrina medieval de la concesión pontifi-cia de tierras, la tesis de la libre navegación de los mares y delderecho a instalarse en cualquier territorio, con tal que éste noestuviera previamente ocupado por una nación amiga o lo estu-viera por España. Pues bien;' dejando aparte, por ahora, la posibletrascendencia que esta idea tuviera en el planteamiento de laReforma inglesa, como medio de rechazar y aun de combatir, in-cluso religiosamente, la doctrina pontificia, es necesario subrayar

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algo que se olvida generalmente al estudiar las causas y los carac-teres en la independencia hispanoamericana, a saber: que ésta nose debió tan sólo a razones o elementos existentes dentro del Im-perio, sino también a las consecuencias de la política exterior delas distintas potencias europeas. Ello hace del movimiento eman-cipador un acontecimiento internacional de trascendentales conse-cuencias en la Historia.

La empresa política exterior de España,- constituida esencial-mente por la idea de la reconstrucción de la Cristiandad destruidapor la Reforma, puso a la Corona española en casi permanenteestado de guerra con las demás potencias europeas, es decir, conInglaterra y Francia. Esa contienda alcanzó de lleno a América,cuyos rerritorios se vieron amenazados por las visitas, cada vezmás fuertes y frecuentes, de los piratas. Pero si esto sucedió du-rante los siglos xvi y xvii, en cuyo transcurso ingleses y franceseslograron establecerse en tierras americanas y hostilizar con frecuen-cia, pero sin grandes fuerzas, los dominios españoles, en el si-glo xvili cambió radicalmente la situación. En efecto, una de lascaracterísticas fundamentales de esa centuria viene dada por elcarácter eminentemente colonial de todos los conflictos internacio-nales. De ahí que, así como en los siglos anteriores, las contiendasentre las naciones se debatieron sobre todo en escenarios europeos,en el siglo xvm los sucesivos teatros de las guerras fueron los te-rritorios americanos. De este modo, las provincias ultramarinas deEspaña se vieron directamente afectadas por la guerra y en lainevitable obligación de defenderse. De qué manera influyeronestos hechos en el origen y el desarrollo del proceso histórico in-dependentista de Hispanoamérica es lo que tratará de analizarsea continuación.

Es preciso recordar, por de pronto, que desde el año 1519 lasIndias debían permanecer unidas, por encima de todo obstáculo oconsideración, a la Corona española. El emperador Carlos, enefecto, dio en Barcelona una Real Cédula, a 14 de septiembre deaquel año, que establecía para siempre el principio de la unidad yel de la no enajenación de las Indias. «Y porque es nuestra vo-luntad y lo hemos prometido y jurado, que siempre permanezcanunidas para su mayor perpetuidad y firmeza, prohibimos la ena-jenación de ellas. Y mandamos que en ningún tiempo puedan serseparadas de nuestra corona de Castilla, desunidas ni divididas entodo o en parte, ni sus ciudades, villas ni poblaciones, por ningún

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caso y en favor de ninguna persona. Y considerando la fidelidadde nuestros vasallos y los trabajos que los descubridores y pobla-dores pasaron en su descubrimiento y población, para que tenganmayor certeza y confianza de que siempre estarán y permaneceránunidas a nuestra real corona, prometemos y damos nuestra fe yy palabra real por Nos y los reyes nuestros sucesores que parasiempre jamás serán enajenadas ni apartadas en todo o en parte,ni sus ciudades ni poblaciones, por ninguna causa o razón o enfavor de ninguna persona, y si Nos o nuestros sucesores hiciére-mos alguna donación o enajenación contra lo susodicho, sea nula,y por tal lo declaramos.»

Mediante esta declaración real, Carlos I autolimitaba, como di-ce Barcia Trelles, su propia soberanía con respecto a las Indias ypara el porvenir. Pero, además y sobre todo, el Emperador decla-raba implícitamente que América no constituía una colonia de Es-paña, algo externo a ella y que pudiera ser vendido o canjeado.En definitiva, daba a los territorios americanos la «intangibilidad» ;es decir, aseguraba a sus pobladores que aquellos reinos jamás de-jarían de formar parte de la Corona española por ser algo constitu-tivo de ella o, como se diría después, por constituir parte del te-rritorio nacional (i).

La declaración de intangibilidad no tuvo, sin embargo, fuerzabastante para evitar los ataques piráticos ni, andando el tiempo,la cesión al enemigo de algún trozo de aquellos territorios, comoJamaica, por ejemplo. No obstante, la Corona continuó mantenien-do aquella idea y procuró que sus reinos de América quedasenal margen de los conflictos europeos. Así, en el tratado de Madridde 1750, España y Portugal acordaron mantener en paz a sus res-pectivos vasallos americanos, aun cuando entre ambas potenciasestallase la guerra. De este modo quedó claramente diferenciadala condición jurídico-internacional del Viejo y del Nuevo Mun-do, se estableció el principio de la divisibilidad de la guerra y sedeclaró la neutralización de América (2).

La realidad, sin embargo, se impuso en contra de esas decla-raciones. La guerra mantenida por España en Europa alcanzó tam-bién a sus provincias ultramarinas, y no siempre pudo la metró-

(1) Véase CARLOS LACALLE: «Personalidad política de Hispanoaméri-ca» (en Guadalupe, núm. 3, Madrid, 1954, págs. 14-31).

(2) CARLOS LACALLE, obra cit., pág. 23.

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poli defenderlas con sus armas. De ahí que Felipe IV, exhaustode recursos militares, tuviera que dar una orden al Consejo de In-días sobre la conveniencia de que los Estados de la Monarquía secorrespondieran unos con otros en el servicio de armas y defensapropia. De acuerdo con esta Real orden, el 6 de diciembre de 1694,el Consejo de Castilla elevó al Rey una consulta o respuesta a unDecreto, expedido en 26 de noviembre del mismo año, sobre «laconsulta que hizo la Junta de Medios de poner ejército capaz deresistir el poder de nuestros enemigos, y sobre los males externosde esta Monarquía que piden pronto remedio». Pues bien, entrelos medios que en este documento se proponen para remediar losmales y las necesidades de la Corona figura uno que el Consejojuzgaba «interesantísimo y muy digno de la reflexión» del mo-narca y de que éste lo mandase ver y examinar en Estado, ya que,si bien su puesta en práctica ofrecía «mayores dificultades», lo•consideraba tan «justo, natural y preciso que no pudiera omitirsesin ofensa de su obligación». Tal medio consistía en que «los Rei-nos unidos a la Corona de Castilla contribuyan para su propia de-fensa con la proporción correspondiente, pues así es razón y lopersuaden todos los preceptos políticos y naturales». La razón queabonaba este principio era clara. «Máxima fundamental —decíael Consejo— fue siempre en todas las Monarquías enriquecer alas Cortes con los tributos y contribuciones de las Provincias Uni-das. (España) ha seguido otras reglas con su Imperio, siendo lamás pechera y tributaria para mantener en paz y en abundanciaa los demás Reinos y provincias de esta Monarquía. Que ejecutaseesto mientras tuvo fuerzas, pudo apoyarlo el motivo de hacerseúnica y singular entre todas las Coronas en el amor, amparo yprotección de sus agregados. Mas hoy, que se ve pobre y total-mente exhausta, no cabe en la razón ni en la posibilidad que con-tribuya lo que es menester para la defensa y conservación de susReinos unidos. Y así será razón que ellos, pues son los más intere-sados y pueden, se esfuercen a mantenerse, pues Castilla no tienefuerzas para todo y hace más de lo que puede» (3).

Se ve, pues, que la Corona española, lejos de poder mantener en

(3) La orden al Consejo de Indias, en Biblioteca de Palacio, Ma-drid, ms. de la Colección Cuenca, núm. 576. La consulta del Consejo deCastilla, en Biblioteca Nacional, Madrid, ms. 10.919, fols. 58-92; los párra-fos citados, en fols. 87-88 v.

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la práctica el principio teórico de la intangibilidad de América, nosólo vio atacados sus reinos de allende el Atlántico y tuvo que acu-dir en su defensa, sino que, ya a fines del siglo xvii, se declarabaimpotente para defenderlos y pensaba que ellos mismos debíanencargarse de su conservación mediante sus recursos y fuerzaspropios. Y los americanos tuvieron que autodefenderse, en efec-to : primero, contra los ataques piráticos, más osados y frecuentescon el tiempo; después, contra las ofensivas de las armadas regu-lares, que tuvieron como resultado la pérdida de Jamaica y, másadelante, la de la Habana, aunque ésta de modo temporal; porúltimo, contra una verdadera invasión de su suelo, como la llevadaa cabo por los ingleses contra Buenos Aires, que produjo la mo-mentánea caída de la ciudad, reconquistada luego por los criolloscon sus solas fuerzas. Si para entonces esos mismos criollos mono-polizaban ya el poder económico en sus reinos y habían ido com-probando su potencia militar, que les permitía mantenerse libresde toda injerencia extraña, solamente les faltaba adueñarse delpoder político, para cuyo ejercicio se sentían también suficiente-mente preparados. La crisis de la Monarquía puso en sus manos,por último, ese poder político. En definitiva, lejana, sin recursosy conquistada la metrópoli, y poderosos y fuertes los reinos ameri-canos, la emancipación completa de éstos sólo podía demorarsemediante una política inteligente, que la Corona no supo o nopudo poner en juego.

Pero para llegar a la situación militar descrita, en virtud de lacual las provincias americanas de España se vieron directamenteamenazadas por los enemigos de ésta, fue preciso pasar por un lar-go período histórico, cuyo resultado definitivo consistió en el es-tablecimiento de un auténtico equilibrio de fuerzas entre Españae Inglaterra en América. Tal proceso comienza con la instalaciónde Gran Bretaña y Francia en la zona septentrional del nuevo con-tinente y continúa, a principios del siglo xvm, con la primera fisu-ra abierta en el compacto bloque del monopolio comercial india-no, que empezó a agrietarse con la doble concesión del Asiento deNegros y el Navio de permiso, cuya consecuencia más importantefue la intensificación del comercio ilícito. Ya con anterioridad In-glaterra había intentado establecer contacto comercial directo conla América española e incluso lo había logrado en parte a través de

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algunos agentes comerciales que, establecidos en Cádiz, usabannombres de supuestos comerciantes españoles para intervenir enlas flotas destinadas a América. Tales actuaciones hubieron de re-ducirse a la clandestinidad. En cambio, a partir de las concesionesindicadas, los ingleses establecieron factorías en las costas hispano-americanas y pudieron aumentar considerablemente, al amparo deaquellas concesiones y estas factorías, su tráfico ilícito, el cual con-taba con la inepcia o la deslealtad —caso de Guillermo Eón, porejemplo— de los representantes españoles que en Londres debíanvigilar los intereses hispanos dentro de la Compañía británica con-cesionaria del Navio y del Asiento. A veces, empero, las activida-des ilegales eran descubiertas y denunciadas, como sucedió en unainvestigación realizada por el Gobierno español, en que se hallócierto número de testimonios inapelables contra la Compañía in-glesa, que fueron exhibidos en el Congreso de Soissons. Se trata-ba de unas cartas de la Factoría de Buenos Aires a los directoresde la Compañía en 1718 y de las declaraciones juradas de las con-fidentes Mateo Plowes y Juan Burnet, y en ellas se ponía en clarola importancia del contrabando y los sobornos de que Inglaterrase valía para lograr con mayor facilidad sus fines; sobornos quecompensaba ampliamente con el producto de las mercancías co-merciadas fraudulentamente.

El comercio ilegal de los ingleses fue denunciado secretamenteal Gobierno español por Francia, potencia que ya entonces mani'festaba contra Gran Bretaña la animosidad que iba a estallar des-pués en la guerra de 1741. Así lo demuestran algunas Memoriasenviadas a España, entre ellas la que en 1725 entregó el mariscalTessé, que dio lugar a un interesantísimo informe del Intendentede Marina, don Francisco de Varas y Valdés. Dicho informe re-vela que las actividades desarrolladas por los ingleses al socaire desus factorías no se limitaban al contrabando. El Intendente deMarina, en efecto, al exponer las malas consecuencias que estabaproduciendo la concesión del Asiento, destaca la de haber dadoocasión a Inglaterra de «saber por menor la situación y defensade todas aquellas costas y provincias». El Gobierno inglés prepa-raba ya, sin duda, por aquellos años, su acción militar contra Es-paña en el Nuevo Continente, y no es aventurado pensar en elpapel que representaron en esa acción y en los acontecimientosamericanos del siglo siguiente los libros de cuentas de la Compa-

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nía del Mar del ¿ur y las aparentemente inofensivas descripcionesgeográficas que hacían sus empleados (4).

La guerra estalló, por fin, tras el paréntesis de neutralidad queconstituye el reinado de Fernando VI. España, aliada de nuevo conFrancia, vióse empeñada en un conflicto que, si bien no pudo evi-tar, la hizo sufrir graves pérdidas en sus provincias ultramarinas,como las de la Habana y Manila. i_<a paz, sin embargo, no fue one-rosa para el monarca hispano, que pudo recobrar todo lo perdido,pero produjo, en cambio- una nueva situación en América, dondese estableció un verdadero equilibrio de fuerzas entre Inglaterray España a consecuencia de la retirada francesa del Nuevo Mundo,estipulada en el tratado de París. Por eso, cuando las colonias in-glesas de la América del Norte se sublevaron, años después, contrasu metrópoli, la Corona española vio llegado el momento de rom-per en su favor aquel equilibrio y apoyó resueltamente a los co-lonos rebelados. España actuó en aquella ocasión con acierto y pru-dencia, pues era muy difícil sospechar entonces que estaba colabo-rando a la creación de una nueva potencia, que tan eficazmenteiba a contribuir a la ruina de su Imperio.

El panorama americano no se presentaba, pues, oscuro parael monarca español desde el punto de vista de la política interna-cional. Pero el estallido de la Revolución Francesa y, especialmen-te, los excesos a que llegó con la Convención, empezaron a torcer elrumbo de los acontecimientos. La guerra contra la Francia del te-rror fue, empero, aunque popular, breve y de resultados negati-vos, por cuanto no produjo el definitivo abandono de la alianzahispano-francesa. Por el contrario, el nuevo acuerdo con el Direc-torio primero, y con el Primer Cónsul después, originó un nuevochoque con Inglaterra, de efectos desastrosos para la marina es-pañola. Así las cosas, el Emperador de los franceses planeó y llevóa cabo la invasión de España, que determinó, junto con la crisisde la Monarquía, un cambio de frente radical en la política exteriordel gobierno hispano; es decir, la guerra contra el anterior alia-do y la alianza con el enemigo de la víspera. Dejando para otro

(4) Sobre el contrabando y demás actividades inglesas, véase el inte-sante trabajo de MARÍA DOLORES G. MOLLEDA: «El contrabajo inglés enAmérica. Correspondencia inédita de la Factoría de Buenos Aires» (enHíspante Madrid, 1950. X, 336-369), de donde tomo los datos que figuranen el texto.

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momento el estudio de las consecuencias de la crisis monárquicaen orden al desarrollo de los acontecimientos americanos, llegaahora el instante de analizar las que produjo la nueva orientaciónde la política exterior española en relación con los mismos acon-tecimientos.

Conocidas ya en Cádiz las noticias sobre la constitución deJuntas en Buenos Aires y en Caracas, la Regencia española recibiódel Gobierno inglés, en el mismo año 1810, un primer ofrecimien-to de mediación en el pleito hispano-amencano que acababa deiniciarse. El Gobierno español aceptó en seguida la oferta británi-ca, pero no se volvió a tratar la cuestión hasta un año después. Amediados de 1811, en efecto, el embajador de Inglaterra volvióa proponer el tema de la mediación, pero añadiendo ahora que suGobierno pretendía, al mismo tiempo- continuar el comercio conla América española. La Regencia, para entonces, continuaba esti-mando que el mejor medio de solucionar el problema hispano-americano era la intervención de Inglaterra, pero su política noiba más allá —y esto lo desconocía Gran Bretaña— de contener lainsurrección de los reinos ultramarinos. Sin embargo, aceptó lamediación con dos condiciones básicas: el reconocimiento ameri-cano de la Regencia y las Cortes y el envío a éstas de diputadosrepresentantes de los reinos de Ultramar, con arreglo a lo acorda-do previamente por el Congreso. Por otra parte, se dispuso conce-der a Inglaterra la posibilidad de comerciar con América —condi-ción exigida por los británicos como indispensable para proporcio-nar su ayuda— y no extender este permiso a la Unión angloame-ricana. Por último, la mediación así planteada debía estar termina-da en un plazo máximo de quince meses, contados a partir de lafirma del acuerdo.

Las Cortes españolas aprobaron el plan mediador sin olvidarsede afirmar unánimemente la unidad esencial de toda la Monar-quía, principio este que debía quedar a salvo e imponerse por en-cima de cualquier otro objetivo o resultado. Podía pensarse, pues,que la negociación se vería coronada por el apetecido éxito, y bajoesta impresión se dieron los primeros pasos e incluso llegaron aCádiz, el 21 de abril de 1812, los dos comisionados o mediadoresnombrados por los ingleses. Estos, sin embargo, habían manifes-tado el deseo de obtener para los hispanoamericanos una justa yliberal representación en las Cortes españolas y la amnistía y elolvido de todo lo pasado. Estos principios no constituyeron, al

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menos por entonces, dificultad grave, y es lógico pensar que hu-bieran sido cumplidos por la Regencia tan pronto como los ameri-canos reconocieran a las autoridades que gobernaban a España.Estas, empero, advirtieron en seguida que los ingleses sólo em-pleaban la mediación en beneficio propio, es decir, con el exclusivofin de obtener ventajas comerciales, y que, al mismo tiempo, ha-cían un clarísimo doble juego: por un lado, ofrecían a España susbuenos oficios para mediar en el conflicto y lograr, a cambio, laconcesión oficial del comercio con las provincias americanas nosublevadas; por otro, se entendían directamente con los reinosrebeldes y apoyaban su actitud.

Con estos antecedentes no podía extrañar el fracaso absolutoen que terminó la proyectada mediación ni el hecho de que losliberales gaditanos se refugiaran, para resolver el problema ameri-cano, en su idea de la Constitución, panacea de todos los males.Pero la tesis de una posible intervención extranjera como vía dearreglo no desapareció por completo de la mente de los gobernan-tes españoles. Así, vuelto Fernando VII de su cautiverio, tras elManifiesto de Lardizábal y planteada e iniciada ya la reacción rea-lista, el monarca volvió los ojos a las naciones de Europa. El mo-mento —se pensaba acertadamente— era el más propicio paraello. Triunfantes las potencias aliadas de la guerra contra Napo-león, Rusia, Francia, Austria y Prusia unidas ostentarían una in-fluencia y un poder muy superiores a los de Inglaterra y harían va-ler su opinión, caso que ésta continuase tratando de servirse delproblema hispanoamericano en su exclusivo provecho. Con estepensamiento, Fernando VII se dirigió a Francia en demanda demediación con sus reinos rebeldes de América, y buscó, a la vez,el asentimiento ruso para la proyectada negociación. Cea Bermú-dez, embajador español en San Petersburgo, comunicó, a este res-pecto, que Rusia vería con buenos ojos una solución del problemaamericano con la sola intervención británica, pero que el Zar es-timaba más conveniente que España, en lugar de entregarse amerced de una sola potencia, consultara con otras no interesadasdirectamente en el problema. Inglaterra, en cambio —según infor-maba Campuzano desde Londres—, no apoyaría la mediación delas naciones aliadas, pero no sólo no se desentendía de la cuestión,sino que su ministro Castlereagh se proponía presentar a sus alia-dos una memoria acerca de la pacificación de América sobre la

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base de hacer respetar el dominio de España y Portugal en aquelcontinente.

Influido quizá por esta noticia, García de León y Pizarro, se-cretario de Estado de Fernando VII, se decidió a presentar anteel Consejo de Estado una propuesta en el sentido de solicitar deInglaterra la mediación, exigiendo de esta potencia la garantía deléxito, es decir, de la unidad de la monarquía. Este plan constituíauna vuelta al pensamiento de 1812 e incurría, por tanto, en eldoble error de ensayar de nuevo un sistema de pacificación ya en-sayado y fallido, y de no considerar el cambio de situación opera-do no sólo por los progresos de la emancipación, sino tambiénpor los intereses que ahora unían con Inglaterra a los nuevosEstados.

Había, sin embargo, en 1818, un factor posiblemente favora-ble a España: la posición de las potencias aliadas, ya que éstasparecían inclinarse a resolver el problema hispanoamericano deacuerdo con los deseos del Rey Católico. Así, la negociación que-dó orientada, por fin, hacia la búsqueda de la mediación aliada conel apaciguamiento de Inglaterra, y se desarrolló con ésta y conFrancia y Rusia, principalmente.

España y Rusia estaban unidas entonces poi una estrecha y cor-dial amistad. Fue, pues, consultada en seguida la opinión de Alejan-dro I, a quien se halló dispuesto favorablemente en todos los sen-tidos. Recomendaba el Zar usar un método descentralizador en laadminutración de los reinos americanos, observar siempre lo acor-dado en los tratados de París y en los acuerdos del Congreso deViena y tomar la iniciativa del asunto, tanto en lo relativo a fijarlas bases de la mediación como en lo referente al señalamiento dellugar donde debían celebrarse las conferencias interaliadas me-diadoras.

Sobre este último punto, Inglaterra había insistido siempre enelegir a Londres, pero el Rey de España, apoyado en este caso porel Zar, había opuesto resistencia a tal designación. De este modoiba a surgir un primer punto de fricción entre las potencias, yaque la declaración británica de no mezclarse en nada si el proble-ma se discutía fuera de Londres se vio apoyada por la impersonalactitud del Imperio autriaco, totalmente entregado a Gran Bre-taña. Y, mientras tanto, España perdía el tiempo tratando de lo'grar el apoyo ruso en vez de enfocar el problema general de lamediación y discutir los puntos del memorándum inglés, que te-

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nía como principal resorte la concesión del comercio directo conAmérica.

El Gobierno español, sin embargo, había ido dirigiendo su ac-tuación hacia tres fines concretos; aconsejarse a sí mismo el buentrato a los prisioneros insurgentes y el fomento de su marina, paraatraer a los rebeldes por la generosidad y estar en situación devencerlos por la fuerza; ofrecer Madrid para sede de las conferen-cias e informar a las potencias sobre la verdadera situación de lasprovincias americanas sublevadas. Paralelamente, los diplomáticosespañoles continuaron sus gestiones ante los Gobiernos aliados, es-pecialmente los de Francia e Inglaterra, los cuales coincidían enpedir a España que fijase las bases de la proyectada mediación y elsitio donde negociarla. En otras palabras, ofrecían un compás deespera alegando unas supuestas dilaciones españolas en lo relativoal fondo de la cuestión. España, por su parte, no veía posible niconveniente hacer una manifestación pública de principios en aquelasunto, pues entendía que éste debía presentarse como un resulta-do convenido entre las potencias, máxime después de haber ex-puesto ya claramente sus puntos de vista y sin ser culpable de queéstos no hubieran contado con la unanimidad de sus aliados.

El verdadero problema, por lo demás, radicaba en el hechode cohonestar las exigencias británicas con la posición española,que se debatía entre dos polos irreconciliables: creer que la me-diación era indispensable y considerar inadmisibles las condicionesinglesas. Por eso, tras larga y prolija deliberación en el Consejo deEstado, Pizarro se decidió por activar el negocio de la mediacióny, al mismo tiempo, tomar medidas prontas y eficaces, al margende ella, entre las cuales ninguna se consideró mejor que la de pre-parar una expedición militar al Río de la Plata, aparte de haceralgunas concesiones comerciales a los extranjeros, conceder unaamplia amnistía a los desterrados españoles, fomentar la marina yla propaganda unionista, acabar con la «rivalidad desdeñosa de laMetrópoli con sus provincias» y usar más la persuasión que la fuer-za en el nuevo Continente.

Todo este plan reformador no hizo, empero, olvidar la nego-ciación con las potencias europeas. Así, dos meses antes de que Pi-zarro presentara dicho plan, en abril de 1818, el Gobierno ruso vinoa coincidir con los de Inglaterra y Francia en «hacer conocer a laEspaña que a ella sola y exclusivamente pertenecía, por su propiointerés y dignidad, conservar la iniciativa en esta negociación,

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proponiendo a las Potencias mediadoras las bases sobre que debíaentablarse». Podía decirse, pues, que la negociación se hallaba enun punto muerto, aun cuando el Gabinete británico había hechosaber, el 20 de abril, que desistiría de su idea del armisticio, peroañadiendo que vería complacidamente la ratificación por Madridde las bases propuestas en enero de 1817, es decir, la amnistía,las concesiones personales a los hispanoamericanos y la libertadde comercio.

Este último punto era, por lo referente a Inglaterra, el ver-dadero caballo de batalla, y resultaba, por tanto, imprescindibleconvencer a los ingleses de que obtendrían mayores beneficioscomerciales ayudando a la pacificación que auxiliando a los insur-gentes. Pese a todo, como el interés primordial de España radica-ba en el curso de la negociación, el secretario de Estado español,plegándose a los deseos británicos y sabiendo que éstos acusabana España de inconsistencia y poca claridad en su actitud, preparóuna nota con las «constantes» bases hispanas, que fueron comuni-cadas a las Cortes de Europa en nota del 17 de junio. Dichas basesfueron las siguientes: «1.a Amnistía general para los insurgentesal tiempo de su reducción. 2.a La consideración de los Americanosidóneos en los empleos y demás gracias con igualdad a los Espa-ñoles Europeos. 3.a El arreglo de las relaciones mercantiles de aque-llas Provincias con respecto a las Potencias Extranjeras bajo deprincipios francos y acomodados al nuevo aspecto y situación po-lítica de aquellos Países y de la Europa. 4.a Una disposición bienpronunciada en S. M. C. a adoptar en el curso de la negociacióncuantas medidas puedan presentarle sus Altos Aliados, compati-bles con el verdadero objeto a que se dirige y con lo que pidesu alta dignidad y la conservación de sus derechos, tanto en favor desus Provincias de Ultramar cuanto acerca del modo de planteartan interesante empresa.»

Esta nota, al parecer, estuvo determinada también por el pen-samiento de llevar el problema americano a las Conferencias deAquisgrán, para lo cual se habían hecho gestiones con Rusia yGran Bretaña, que no dieron resultado positivo, pues las poten-cias, según aseguraba el duque de San Carlos, observaban con in-diferencia y aun con placer la emancipación de América. Que estoera así vino a confirmarlo la respuesta inglesa a la nota españoladel 17 de junio; respuesta que constituía una nueva dilación, apesar de la posibilidad, manifestada vagamente por Castlereagh,

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de invitar a un representante español al Congreso de Aquisgrán.En cualquier caso, la actitud británica era clara para nuestro em-bajador en Londres: «Que en esta mediación la Inglaterra, quees la única poderosa y efectiva, trata de sacar el mejor partidopara su comercio y sus relaciones, y que por más sacrificios que sehagan no prestará a la España los efectivos para sujetar a los re-beldes en el caso que las mejores, más liberales y más acertadasmedidas no bastasen para atraer a la razón a aquellos descarriadosvasallos de S. M., y acaso si llegase la cuestión a este punto, podríatemerse que unos y otros abrazasen, por celos de las ventajas quepodrían sacar en el comercio, el partido más fuerte, que por des-gracia y por fatalidad no es el de España)) (5).

No dejó Pizarro sin adecuada réplica la falta de franqueza, lasdilaciones y cambios de Inglaterra, y viendo que de ésta no cabíaesperar nada positivo, decidió inclinarse hacia la solución francesa,que era favorable al establecimiento de monarquías en América yque parecía dispuesta a plantear en Aquisgrán esta cuestión. Taltesis contaba, sin embargo, con la oposición de Fernando VII, aqyien no se ocultaba que la adopción de esa medida produciría ladefinitiva consumación de la Independencia, si bien ésta se lograsede un modo gradual y dentro del orden monárquico. Por eso elGabinete madrileño se limitó, por de pronto, a seguir atentamenteel desarrollo de los acontecimientos en lo referente a la proyectadareunión europea en Aquisgrán. De este modo pudo saber que laspotencias estaban decididas a no admitir la presencia allí de un re-presentante español e incluso que pensaban invitar, o habían invi-tado ya, a algunos agentes de los rebeldes hispanoamericanos. Estaactitud originó, junto con una enérgica protesta española, dosnuevas gestiones con Castlereagh, cuyo último resultado fue la con-fesión británica de no emplear con los insurgentes otras armas quelas de la persuasión ni aceptar la presencia del monarca hispano—que la había solicitado— en el Congreso de Aquisgrán, ya queno estando de acuerdo las potencias en la conducta a seguir en elproblema americano, dicha presencia podría resultar inútil y aunperjudicial. Y como San Carlos insistiera en sus puntos de vista, ellord inglés le replicó secamente: «Pues, amigo, no puede serotra cosa.»

(5) Véase mi citado estudio La "pacificación de America" en 1818, pá-ginas 22-55. El texto del duque de San Carlos, en pág. 56. Lo subrayadova en cifra.

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Pudo haber terminado aquí definitivamente el diálogo entabla'do con Inglaterra, pero el embajador de España aún insistió en susargumentos y logró que el lord inglés aceptara su memorándumy prometiera estudiarlo en consejo de Gabinete. Así lo hizo éste ymostró su desagrado ante el escrito de San Carlos. La posición bri-tánica era clara: no aceptar ninguna concesión a cambio de unamediación hostil o de apoyo armado a España contra los insurgen-tes hispanoamericanos, y no hacer nada conducente a la prontaterminación de la guerra entre éstos y la metrópoli, ya que Ingla-terra encontraba su utilidad en la continuación de la contienda, quele proporcionaba la exclusiva en el comercio americano.

Tales ideas eran apoyadas por la opinión pública inglesa. Es-paña podía, por tanto, echar mano de uno de estos dos recursos:cambiar esa opinión pública para que ésta forzase al Gobierno a va-riar de política o dimitir, y buscar la ayuda de las demás potenciasa base de hacer ver a éstas el egoísmo británico. Esto último ya sehabía intentado, como se vio más arriba, pero ahora nuevamentese iba saber que Rusia estimaba también que la mediación euro-pea sólo podía tener un carácter pacífico, y que Francia no habíaabandonado su idea de fundar varias monarquías en América.

El recurso a las potencias había fracasado. El Gobierno españolno desechó, sin embargo, la posibilidad de estar representado enAquisgrán, e incluso llegó a nombrar plenipotenciarios —el duquede San Carlos y el marqués de Casa Irujo— y a proveerles de lascorrespondientes instrucciones. Pero ya Fernando VII había deci-dido abandonar la vía de la mediación europea, y sustituyó a Gar-cía de León y Pizarro por el marqués de Casa Irujo en la primeraSecretaría de Estado, con lo que se produjo un viraje definitivo enla política internacional española y en la referente al problemahispanoamericano.

La nueva orientación se basó en dos premisas fundamentales:deshacer la negociación entablada con las llamadas Grandes Po-tencias de Europa y dedicar todos los esfuerzos a la preparaciónde la expedición militar que se había acordado enviar al Río de laPlata. En otras palabras: prescindir de la posible colaboración eu-ropea e intentar una solución exclusivamente española del proble-ma americano mediante el empleo de la fuerza armada. Tal cam-bio de sistema no carecía de fundamento, ya que la experienciahabía demostrado la inutilidad de confiar en las potencias de Eu-ropa. Sin embargo, tampoco de la intervención militar cabía espe-

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rar mejor fruto, ya que si contaba con el asentimiento ruso, te-nía en contra, aun antes de hacerse a la mar, todo el poder britá-nico. Por lo demás, dadas las malas condiciones de la Península,no era difícil prever que la expedición carecería de la fuerza ne-cesaria. Los liberales, por último, se encargaron de hacer fracasarel intento, mediante la sublevación del ejército destinado a Amé-rica, que puso fin al sistema absolutista y abrió un nuevo períodoen la política americanista de España (6).

El triunfo del régimen liberal produjo, en efecto, un cambiosustancial en el plan de pacificación de América, y así lo ilus-tra el envío de comisionados al nuevo Continente. Ello, sin embar-go, no supuso el total abandono del sistema de recurso a Europa,e incluso en 1822 volvió el Gobierno a caer en el error de solici-tar de nuevo la ayuda inglesa a cambio de ventajas comerciales.Las potencias, empero, no habían cambiado de actitud en los cua-tro años transcurridos desde 1818, y si alguna —Gran Bretaña, eneste caso— modificó sus puntos de vista, fue para pasar a la acciónen contra de España, contando para ello con la aquiescencia deEstados Unidos, cuya influencia en el Nuevo Mundo fue hábil-mente manejada por Canning para dar la última batalla al poderespañol en aquellas tierras e impedir que interviniese en ellas cual-quier poder extraamericano; que no otra cosa significa el célebremensaje del Presidente Monroe, inspirado a éste por el primer mi-nistro inglés.

La apelación a Europa fracasó, pues, nuevamente. Pero Fer-nando VII no cejó en su empeño, y tan pronto como se vio re-puesto en el trono como soberano absoluto, reincidió en las nego-ciaciones con sus sedicentes aliados. Pero si antes Inglaterra selimitó a obstaculizar con dilaciones y engaños la gestión diplomá-tica, después de Verona su actitud fue más clara, pero más opues-ta a los deseos de España. Así, comenzó hablando de la pacifica-ción sobre la base del reconocimiento de la independencia hispano-americana por todas las potencias aliadas; continuó declarandoque si la metrópoli se oponía a esta solución, el Gobierno británicono sólo permanecería neutral, sino que establecería relaciones di-plomáticas con los nuevos Estados, y terminó por negarse a asis-tir a la proyectada conferencia de París, que, por consejos de Fran-cia, solicitó Fernando VII se celebrara. Mientras tanto, el Gabi-

(6) Ibidem, págs. 58 y siguientes.

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nete francés conducía su política hacia la obtención de ventajas co-merciales, aunque tuviera que compartirlas en pie de igualdad conlos demás en virtud de la declaración española de libre comercio,que Chateaubriand logró obtener del monarca hispano, quien es-peraba alcanzar con ella la ansiada mediación efectiva de las Cor-tes de Europa.

Estas, en efecto, accedieron a reunirse en París, pero la nega-tiva inglesa hizo inútil esa buena disposición de ánimo y destruyóla nonnata conferencia. España, sin embargo, no lo consideró asíy se dispuso a llevar adelante sus planes de reconquista con la co-laboración aliada, la cual sería, a juicio de los consejeros de Indias,más activa y eñcaz por tratarse de un negocio que interesaba almundo entero y por no desmentir en el Nuevo Mundo las máxi-mas de legitimidad proclamadas en el viejo Continente. Como seve, el error español era evidente, ya que pensar en la intervenciónaliada en América con tan precaria base equivalía a desconocertotalmente las declaraciones de Monroe sobre tal intervención y elsentido auténtico de la política internacional europea con respectoal pleito hispanoamericano.

Pese a todo, el Gobierno español no modificó su pensamientoy, para imponerlo, organizó toda una campaña propagandística, en-caminada a crear en Europa una psicosis de intervención, y dentrode España otra de reconquista. La propaganda no surtió, empero,ningún efecto favorable en el exterior. Por el contrario, Inglaterra,según venía anunciando meses atrás, reconoció la independenciade los Estados hispanoamericanos y comunicó a España esta reso-lución, el I I de enero de 1825, en nota en que, además, se permi-tía recomendar a Fernando VII la adopción de un acuerdo seme-jante. La respuesta española fue inmediata y tajante: «El Rey —de-da— no consentirá jamás en reconocer los nuevos Estados de laAmérica española y no dejará de emplear la fuerza de las armascontra sus subditos rebeldes de aquella parte del mundo. Su Ma-jestad Católica protesta del modo más solemne contra las medidasanunciadas por el Gobierno británico, como atentatorias a las con-venciones existentes y a los imprescriptibles derechos del trono es-pañol» (7).

(7) He estudiado ampliamente el desarrollo de la política americanistaespañola en relación con la política internacional durante el período 1821-1825, en mi obra España y México..., I, págs. 91-142, 279-307 y 398-417.

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El reconocimiento inglés de la independencia hispanoamericanaconstituyó un duro golpe para España, pues daba a los nuevos Es-tados una solidez insospechada entonces y quitaba fuerza a lasamenazas españolas de reconquista. Por otra parte, la guerra eman-cipadora había concluido con la derrota de los fídelistas, que acabóde afianzar totalmente la Independencia. Esta, por último, fue re-conocida poco después por todas las potencias europeas. Así, míen'tras España pensaba todavía, en 1826, en la mediación europeay en la reconquista, Inglaterra veía consumado el triunfo de su po-lítica en el problema de la Independencia hispanoamericana, lacual tuvo, como acaba de verse, las características de un aconte-cimiento internacional.

JAIME DELGADO

R E S U M E

Dans l'étude des causes de l'indépendance de l'Amérique es*pagnole, on a trop souvent prété una attention spéciale aux jac'teurs historiques qui, de l'intérieur de l'Empire espagnol, furentla cause de cet événement ou qui ont une influence sur son dé'véloppement.

Cependant, il faut reconnaitre que Vémancipation de la couron-ne espagnole des royaumes américams répondit aussi a des causesextérieures, qui agirent du dehors des territoires impériaux et quipeuvent étre considerées comme le résultat de la pohtique euro'péenne qui, depuis le seizieme siécle, avcát dirige les relationsentre las differents Etats de l'Ancien Continent.

C'est justement l'analyse de ees causes extérieures qui constutue l'objet de cet article, qui s'ouvre avec une étude des effetsproduits par les declarations (faites des le temps de Charles V etpendant le dix'huitiéme siécle) d'intangibüité et de neutralisationde l'Amérique, en relation avec la réalité politique et militaire. Lesfaits montraient, en effet, que les guerres atteignaient toujoursl'Empire espagnol en Amérique et que celuüci devait pourvoir asa propre défense. Par la suite, on expose le processus d'établisse'ment de l'Anglaterre et de la France dans le Nouveau Monde etles conséquences qui en découlerent, autant en ce qui concernel'Espagne qu'en ce qui regarde, soit l'apparition d'une nouvellepuissance anglo-américaine, soit l'attitue ultérieure de celle-ci de-

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vant les révoltes émancipatrices de l'ancien Entupiré espagnol etdevant l'Espagne elle-méme. Enfin, aprés les événements de 1810et des années suivantes jusqu'en 1824, on étudie les étapes fon'damentales de la politique mternationale de l'Espagne par rapportaux autres puissances européennes et aux EtatS'Unis, en ce quiconcerne le probleme américain.

Les points les plus remarquables de cet article sont: la media'tion anglaise de 1811, ses vicissitudes et son échec; la réactionabsolutiste et les desseins de Don Fernando d'acquérir l'appui dela Sainte Alliance; les négociations avec l'Anglaterre, la Franceet la Russie et l'attitude de ees puissances en face du probleme del'émancipation de l'Empire espagnol; le virage politique de l'Espa*gne en Octobre 1818, qui comporte la renonciation a l'appuieuropéen; le retour a cet appui en 1823 et 1824, mais sans exclureune eventuelle action directe et exclusive de la part de l'Espagneavec les expeditions de reconquéte; la position des EtatS'Unis etles intéréts européennes et anglo-américains qui jouent dans leprocéssus historique de l'émancipation. C'est justement a. cause deees événements que l'independance de l'Empire espagnol devintun fait international.

SUMMARY

In the study of the courses of the independence of the SpanishEmpire special heed has been paid generally to historical factorswhich, from ivithin the Empire, caused that event or influencedits developments. However, it is nécessary to recognise that theemancipation of the American Kingdoms from the Spanish Crownobeyed external causes ivorking outside the Imperial territories and•which had led the relations among the States of the Ancient Con'tinent since the i6th Century.

The theme of this article is the analysis of those so-called ex'ternal causes; it begins ivith a study of the effeets caused by thestatements (uttered since the reign of Charles V and during thei8th Century) of intangibility and neutralization of America, inconnection ivith the pólitical and military reality. Indeed, the faetsshorwed that xvar ahvays reached the shores of the Spanish Empireand that it had to provide for its own defense. Then the Frenchand English settlement in the New World and its results are ex'

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plained, either in relation with Spain or xvith the nevoAmerican power, and its further behaviour concerning the revoltsand Spain. Finally, after the events of 1810 and the followingyears, the fundamental stages of the Spanish foreign policy in re-lation with other European pcnvers and the United States are stu-died from the point of view of the American problem.

The most outstanding topics in this article are: the Englishmediation in 1811, its developments and its failure; the absolutistreaction and Don Fernando's designs to gain the support of theHoly Alliance; the negotiations -with England- France and Russiaand the attitude of each of those powers in regard to the problemof the Emancipation of the former Spanish Empire; the politicalturning of the Spanish views in October, 1818, implying the re-nunciation to European support; the coming back to this supportin 1823 and 1824, but vAthout forgetting an eventually direct andexclusive action of Spain through the expedition of reconquest;the position of the United States and the European and Anglo-American interests in the historical process of emancipation.

It 15 because of all these events that the independence of theformer Spanish Empire became an intemationally relevant fact.

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