La Historia Silenciada. a 60 Años Del Bombardeo a Plaza de Mayo.
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8/17/2019 La Historia Silenciada. a 60 Años Del Bombardeo a Plaza de Mayo.
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La Historia silenciada. A 60 años del bombardeo a Plaza de Mayo.
Homenaje de Memoria de la ECI.
“Los malditos excluidos de la historia oficial”, por Norberto Galasso.
Capítulo: El bombardeo del 16 de junio de 1955.
El 16 de junio de 1955, el gobierno ha organizado un desagravio al general San
Martín ―a quien considera injuriado por los manifestantes [católicos] del 11 de
junio [Corpus Christi] que supuestamente habían quemado una bandera
argentina― a realizarse a través de aviones Gloster Meteor que volarían sobre la
Plaza de Mayo. Por eso, no sorprende que hacia el mediodía el cielo de Buenos
Aires aparezca surcado por aviones. Pero no son, sin embargo, los Gloster Meteor
del desagravio, sino aviones navales, provenientes de las bases de Punta de Indio
y Ezeiza, que descargan bombas sobre la Casa Rosada y la plaza histórica, con el
propósito de asesinar a Perón. Al mismo tiempo, el Ministerio de Marina ha sido
tomado por los insurrectos, mientras el capitán Francisco “Paco” Manrique intenta
sublevar la Base de Puerto Belgrano y se vive una situación incierta en la base
aérea de Morón. A su vez, el general Bengoa debería levantar una unidad militar
en el Litoral. Manrique y Bengoa fracasan en su intento, como también “comandos
civiles” que debían operar sobre la Casa de Gobierno. Asimismo, a las pocas
horas, el Ministerio de Marina es recuperado por fuerzas leales. Pero ya la Plaza
de Mayo y adyacencias se han convertido en horrendo espectáculo de
destrucción, de sangre y de muerte. Los aviadores insurr ectos ―llevando a cabo
el plan esbozado por tres políticos; el socialdemócrata Américo Ghioldi, el radical
Miguel A. Zavala Ortiz y el conservador Oscar Vichi― no solo arrojan bombas
sobre civiles indefensos, sino que, en algunos casos, cuando se trata de grupos
obreros decididos a defender al gobierno, ametrallan salvajemente. Hacia las 16
horas, van cesando los ataques y los aviones rebeldes se fugan hacia Montevideo
dejando atrás una Plaza de Mayo que ofrece un espectáculo de horror. Muertos y
heridos por todas partes, aquí y allá, charcos de sangre y restos humanos,
cráteres en las calles, automóviles incendiados, una atmósfera envenenada de
muerte y pólvora, de fuego y destrucción. Uno de los últimos aviones, al
sobrevolar los alrededores de la CGT, halla a un grupo de trabajadores,
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enarbolando palos y amenazas y sobre ellos descarga su artillería, ya inútil, sólo
cargada de odio de clase. “Héctor Pessano, un humilde trabajador, fue partido por
la metralla de un Gloster”, recordará, años después, el periódico “La Voz”. El
número de víctimas resulta incierto pues el gobierno, para no ahondar los
enfrentamientos, prefiere retacear la información. En sus “Memorias”, el almiranteRojas considera que una primera estimación da 156 muertos y 900 heridos. Según
un periodista de “Primera Plana”, el gobierno habría informado posteriormente que
los muertos alcanzaron a 373. “La Nación”, por su parte, admite 350 muertos y
alrededor de 600 heridos. Gonzalo Chávez, en su libro “La masacre de Plaza de
Mayo” reproduce inf ormación de los diarios que dan 156 muertos, 96 heridos
graves y 750 heridos. Fuentes de la resistencia peronista estiman 400 muertos e
inclusive, un periodista de la revista “Extra”, en 1965, sostiene que “en las
inmediaciones de Plaza de Mayo yacían dos mil muertos”. En el 2003, recién se
conoce una lista el nombre y apellido de alrededor de 150 personas, producto de
la investigación de Gonzalo Chávez. Puede sostenerse, entonces, sin
exageración, que esas víctimas de la barbarie antiperonista son también
“malditos”, pues se los ha olvidado individualmente y tampoco aparecen
mencionados en los trabajos históricos, a pesar de que ese bombardeo a una
ciudad abierta como Buenos Aires no tiene parangón con ningún otro de nuestra
historia. Pero, por si quedaran dudas, de que el sistema de silenciamiento
funciona a la perfección, conviene leer detenidamente el siguiente texto del
profesor Tulio Halperín Donghi:
“El 16 de junio ―cinco días después de la desafiante procesión de Corpus
Christi― estallaba un alzamiento apoyado sobre todo por la marina de Guerra.
Luego de horas de combate en torno del edificio del Ministerio de Marina y de un
bombardeo y ametrallamiento aéreo del centro de la capital por los
revolucionarios, el gobierno pudo sofocar el reducido núcleo insurgente; esa
noche, tras una concentración convocada por la CGT, cuando aún duraban las
acciones aéreas, las iglesias del centro de Buenos Aires fueron incendiadas; no
resulta difícil comprender que, luego de ver caer a su lado a las víctimas del fuego
rebelde, algunos de los manifestantes hayan visto en esos incendios una justa
venganza; aún así, la espontánea cólera de una muchedumbre, por otra parte
raleada por la prudencia, no basta para explicar la uniforme eficacia que la
operación mostró en todas partes; al día siguiente otras muchedumbres
comenzaban a recorrer, heridas en sus sentimientos piadosos (a veces algo
improvisados) los templos cuyos muros calcinados dejaban ver ―eliminados por
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el fuego, los agregados de épocas más recientes y prósperas― los ladrillos
pacientemente amontados por los albañiles del setecientos. Si la situación hubiera
dejado lugar, como en épocas menos tensas, los observadores distantes, éstos
hubiesen podido repetir, como sesenta y cinco años antes, que el régimen no
habría de sobrevivir a su victoria sobre la rebelión; en todo caso, la quema de lasiglesias, ese acto de puro delirio, amedrentó sobre todo al gobierno que (en la
hipótesis más caritativa) no había hecho nada por evitarlo. Otros aspectos de la
jornada despertaban también alarma entre algunos sostenes ahora indispensables
del régimen; la CGT había tomado intervención directa en el conflicto y aunque
ésta no había sido ni con mucho decisiva, significaba una novedad que no podía
dejar de alarmar al ejército que hasta entonces había logrado reservarse el
monopolio de la fuerza; el 16 de junio pudo verse cómo eran distribuidas armas en
número considerables a los manifestantes obreros y las sugestiones sobre la
conveniencia de formar milicias sindicales que desde hacía un tiempo no
escaseaban en la prensa oficialista, adquirían con ello un sentido más preciso y
amenazante”.
(Tulio Halperín Donghi: “La democracia de masas”, Buenos Aires: Paidós, 1991,
págs. 82 y 83).
¿Qué conclusión obtiene un estudiante al leer este texto? Varias, pero no las más
importantes. Es decir, hubo un levantamiento producto del cual, los manifestantes
quemaron iglesias, para vengarse que vieron “caer a su lado a las víctimas del
fuego rebelde” ¿Cuántos vieron caer? ¿5, 10, acaso 156? ¿Habrán sido 200, 400,
o quizás 2000? ¡Qué importancia tienen esos muertos! Habría que recordar lo que
el Che le escribía a su madre, en carta del 20 de julio de 1955: “Esos mierdas de
aviadores asesinaron gente a mansalva […] como si la cosa más natural del
mundo [fuese] reventar la cantidad de negros que reventaron”.
¿Acaso ese bombardeo fue un “puro delirio” de la oposición antiperonista? No.
Según el texto, “el puro delirio” fue la quema de las iglesias, “los muros calcinados”
que afectaron “los sentimientos piadosos” de alguna gente. En resumen, para la
máxima figura de la Historia Social [Halperín Donghi], que hoy predomina en las
casas de estudio, los muertos, cuando son obreros, negros, cabecitas, etc. solo
merecen el silenciamiento y el olvido.
Extraído de: Norberto Galasso: “Los malditos excluidos de la historia oficial”,
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volumen II, pág. 443. Buenos Aires: Ediciones Madres de Plaza de Mayo, 2005.
890 págs.