La herida patriótica. La cultura del nacionalismo vasco · sis de la cultura nacionalista y su...

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Las ideas y vivencias que llenan las doscientas páginas de este apresurado libro, escrito en primera persona, con el valor de hacerlo desde el dolorido País Vasco y con la esperanza de con- tribuir a la pacificación, son ideas compartidas por muchos vascos (y no vascos) desde hace tiempo, pero que no habían sido dichas con tanta clari- dad ni con la mirada tan centrada y dirigida hacia ese conjunto de valores y creencias configurado en la breve historia del nacionalismo vasco y que constituye un trasfondo del imagina- rio cultural sobre el que se asienta buena parte del problema humano que embarga hoy a los vascos. Al decir que se trata de un libro apresurado, no quisiera dar a enten- der que el libro ha sido escrito a toda prisa, sin reflexión, sino apresurado por la sentida urgencia ante el proble- ma. En realidad, esa «prisa» entre comillas es una cualidad del estilo que refleja la velocidad del alma de quien responde ante una situación primero sufrida y contemplada en sí mismo y luego en sus paisanos. Las certeras reflexiones que el libro aporta son fruto de una larga maduración. Pero se trata de una maduración en la que la vivencia y el compromiso, la historia personal y el cambio sufrido forman tanta parte en dicho proceso como el propio razonar en la gesta- ción del conocimiento. No es, obvia- mente, un libro de memorias, aunque rememora historias construidas con muy claras intenciones patrióticas. Escrito el libro con afán de desvelar aquellas intenciones, espera con ello mostrar el artificio de la construcción 86/99 pp. 399-433 MIKEL AZURMENDI La herida patriótica. La cultura del nacionalismo vasco (Madrid, Taurus, 1998)

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Las ideas y vivencias que llenan lasdoscientas páginas de este apresuradolibro, escrito en primera persona, conel valor de hacerlo desde el doloridoPaís Vasco y con la esperanza de con-tribuir a la pacificación, son ideascompartidas por muchos vascos (y novascos) desde hace tiempo, pero queno habían sido dichas con tanta clari-dad ni con la mirada tan centrada ydirigida hacia ese conjunto de valoresy creencias configurado en la brevehistoria del nacionalismo vasco y queconstituye un trasfondo del imagina-rio cultural sobre el que se asientabuena parte del problema humanoque embarga hoy a los vascos.

Al decir que se trata de un libroapresurado, no quisiera dar a enten-der que el libro ha sido escrito a todaprisa, sin reflexión, sino apresurado

por la sentida urgencia ante el proble-ma. En realidad, esa «prisa» entrecomillas es una cualidad del estiloque refleja la velocidad del alma dequien responde ante una situaciónprimero sufrida y contemplada en símismo y luego en sus paisanos. Lascerteras reflexiones que el libro aportason fruto de una larga maduración.Pero se trata de una maduración en laque la vivencia y el compromiso, lahistoria personal y el cambio sufridoforman tanta parte en dicho procesocomo el propio razonar en la gesta-ción del conocimiento. No es, obvia-mente, un libro de memorias, aunquerememora historias construidas conmuy claras intenciones patrióticas.Escrito el libro con afán de desvelaraquellas intenciones, espera con ellomostrar el artificio de la construcción

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MIKEL AZURMENDI

La herida patriótica. La cultura del nacionalismo vasco(Madrid, Taurus, 1998)

para que aprendamos a mirar conmenos pasión y más sosiego el valorde cada imagen con la que al educar-nos se nos puebla la fantasía. La velo-cidad es, pues, la de quien tras largareflexión alcanza el punto en el que laconfesión no es ya un desahogo per-sonal, sino un don para los demás, unfruto pedagógico que se ofrece paraser compartido. Para que lo dicho lle-gue al lector con la fuerza del testi-monio personal, el autor reduce almínimo las citas y, eliminando lasbarreras que el ensayo académicolevanta, su discurso toma el ritmomás próximo a la confesión y, bus-cando un interlocutor con quien dia-logar, llega en algún capítulo a laforma de la carta.

El profesor Azurmendi no podíaaquí obviar ni su calidad de antropó-logo, ni su condición de vasco, ni subreve y juvenil paso por ETA. Y, sinembargo, son todas ellas condicionesampliamente superadas en el texto.Elige Azurmendi una posición desdela cual el ejercicio de la crítica puedarealizarse sin menoscabo del rigor yfidelidad a los datos, por una parte, ysin dejar de decir aquello de lo que hallegado a convencerse, por otra. Aun-que explícitamente se sitúa en el libe-ralismo de Shklar, Berlin y Rorty, haytambién una imagen de la persona ysus valores muy enraizada en nuestrastradiciones. Compatibilizar rigor yjuicio, análisis, contraste comparativoy crítica, no son tareas tan secillas derealizar, sobre todo cuando a ello seune como fondo un clima crispadopor el largo duelo moral que tantosvascos soportan desde hace ya dema-siados años. Con todo, consigue elautor ese tenso equilibrio necesario

para que su posición moral resulteeficaz como fuente de conocimientocrítico, recordándonos, como si deuna relectura weberiana se tratase,el valor de las ciencias morales yel papel responsable del intelectualante los problemas reales de nuestrotiempo.

Es así como el texto, en su conjun-to, es un aldabonazo ante las almasdormidas que aviva el seso y las des-pierta para que contemplen cuántamitificación se ha ido insertando enel discurso político de todo naciona-lismo, muy especialmente en el queda lugar al abertzalismo radical y vio-lento, buscando con ello el autor ahu-yentar el miedo, tan justificado antela extrema violencia, a la vez que lasfantasías ideológicas.

El resultado de tal esfuerzo es,obviamente, una exaltación del valorde la libertad coherente con la posi-ción liberal del autor. El modelo de lalibertad negativa que en el Oxford delos años cincuenta propuso IsaiahBerlin permea todo el libro, haciendode él una de las bases para la constitu-ción de cada persona como un sujetoautónomo, real, con «una identidadabsolutamente liviana, mudable yhasta fragmentaria», frente a la iden-tidad densa del abertzale, cuya cultu-ra «está sobredeterminada por la ideo-logía, pues ser vasco implica concebir-se adscrito a una intención política,superior y más global que la del indi-viduo, y con referente necesario en elEstado». Coincidiendo en esto conbuena parte de sus colegas que hanestudiado el mismo problema, reco-noce Azurmendi que una identidadtan densamente concebida no sóloresulta coherente con la ideología

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nacionalista, sino con una concep-ción creencial de la vida en la que «sucreencia es apodíctica, inamovible,como la fe religiosa». Por eso tam-bién despliega el autor una sostenidacrítica a la reificación del constructopueblo frente a la realidad de cadapersona concreta, con el fin de que lacreencia en la posibi l idad de la«muerte» de ese pueblo no actúe comocoartada para la efectiva muerte depersonas concretas, destacando así laconfusión a la que el uso de concep-tos genéricos y colectivos (nuevamen-te en la línea de las críticas de Weber)conduce tan fácilmente. Al hilo deesta crítica el texto alcanza algunas desus mejores páginas (p. 101, a modode ejemplo), en las que consigue unlúcido análisis de cómo una imagencultural ideológicamente construidaes capaz de condensar y concitar unamuy variada gama de situacionesmarginales y minoritarias a las que,reuniéndolas, les dota de una eficaciaque ninguna de ellas por sí mismaposeería. «Gracias a esta imagen apa-rece hipostasiado, pero al alcance detodos, un pueblo vasco absolutamen-te impensable para nuestros padres yancestros: muchos sufrimientos esté-riles adquieren ahí motivación, sensa-ciones de frustración se transformanahí en sentimientos de lucha...» Tam-bién por ello, el abertzale acaba con-fundiendo los sentimientos que susimágenes despiertan en situaciones dehecho, el reducido porcentaje dehabla euskera como «muerte» del pue-blo y, debido a dicha imaginación,«ese abertzale cree estar también él enpeligro de muerte, se ve morir a símismo, se s iente l i teralmente irmuriendo un poco cada día. A esta

emoción la llama genocidio; algunasotras veces etnocidio, y eso, aunque élviva en la satisfacción material y hastaen la opulencia cultural de la demo-cracia». En esa misma dirección críti-ca repite aquí y allá la necesidad dedistinguir con mayor finura la distin-ta posición holística y homogeneiza-dora de quienes pretenden monopoli-zar el «interés general», frente a quie-nes con mayor fidelidad a la diversi-dad y al pluralismo de una sociedadtan compleja como la nuestra tratanmás humildemente de escuchar yaceptar la «voluntad general».

En beneficio de esas críticas, y alhilo de la exposición, a medida que eltexto va describiendo situaciones ycomparándolas para entresacar su con-traste, el lector va percibiendo cómomuchos de los aspectos que la culturanacionalista presenta como propios ypeculiares se han dado en realidad nosólo en otras partes de Europa, sino endistintas zonas de la misma España(pérdidas forales, industrialización,bilingüismo, inmigración... recupera-ción autonómica, búsqueda y creaciónde héroes para la historia), sin que ellohaya dado pie al surgimiento de la vio-lencia. El libro no sólo deja abierta lapregunta que surge de esa compara-ción, sino que levanta otras sobre latensión entre las visiones contrapuestasque confluyen en la figura del traidor,para unos, y converso, para otros (si elreferente comunitario de cada visión esdistinto, ¿cuál es el horizonte de cadauna de esas concepciones?; ¿hay algunacuyo referente integre a la otra, aunqueesta otra no se dé por aludida o no per-ciba la invitación de la inclusión?; ¿nose dibujan así marcos distintos para laconfiguración del valor de la solidari-

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dad?; ¿qué contenidos tiene entoncesese valor en cada una de las concepcio-nes copresentes en una misma socie-dad?).

Si una de las características delabertzale es «no considerar vascos acuantos no se consideran a sí mismosnacionalistas vascos... [o] creer que elno abertzale es antivasco», debería-mos plantear la pregunta más generalsobre el tanto de pluralismo que ungrupo humano es capaz de reconoceren cada circunstancia, pues una cosaes que desde el liberalismo, el respetoy la tolerancia se afirme la libertad decada cual como frontera recíproca, yotra el diagnóstico de las situacionesde hecho en las que no todo actor esliberal convencido y consecuente.¿Cuánta diferencia y de qué tipo haceque un conjunto humano ya no seapercibido por según qué actores comouna unidad? Si el incremento de ladiversidad sólo cabe considerarlo«interno» en la medida en que losactores aciertan a trasladar los facto-res que les homogeneizan a un nivelmayor de complejidad y abstracciónconfigurando un nuevo horizonte,¿cómo es que, si todos ellos compar-ten una misma cultura, unos ven yotros no tal nuevo horizonte?; ¿cómoes que a unos les basta esa más sutil yliviana homogeneidad y a otros no?

El libro que comento, tras el análi-sis de la cultura nacionalista y sudiagnóstico, tras sus duras críticas a laUniversidad, a la identificación entrelengua y cultura, entre vehículo de lacomunicación y contenido de lamisma, no presenta una conclusiónen términos causales. Azurmendi nopretende explicar los determinantesdel terrorismo, ni del nacionalismo,

desde un punto de vista estructural,mecanicista, sociológico o historicis-ta, aunque recorra en su reflexiónmuchos de los argumentos que desdedichas perspectivas se han esgrimido.No es ésa, si no le interpreto mal, suintención. En realidad, el libro, alencararnos con la situación y desvelarla construcción ideológica de la cul-tura nacionalista abertzale, es una lec-ción sobre el valor moral que sustentael análisis del intelectual que, ejem-plificándolo, se brinda a compartirlo.Por eso deja al lector de un modoradical frente a su responsabilidad,recordándonos que los hechos socia-les, los hechos en la historia, auncuando deban ser entendidos en surelación con otros tan durkheimianoshechos sociales, no son un frutomecánico de aquéllos; de lo contrario,la historia estaría ya escrita para siem-pre y el científico social podría sermás fiablemente sustituido por unpotente ordenador. Los hechos huma-nos no se nos revelan, no se dejanentender, sin un sujeto humano queprimero los entrañe para luego poder-los desentrañar. El texto de Azurmen-di, frente al miedo y al mecanicismo,sostiene la afirmación de la libertadcomo algo bien real en los hombresconcretos de aquí y ahora, que estánhoy viviendo en el País Vasco, y, asi-mismo, que esa libertad es un factordecisivo en el curso de los hechos. Lapaz sigue estando en manos de losvascos, no depende de mecanismosinexorables; se trata más bien de unaposibilidad viva que ellos han dedecantar en una dirección que no estáescrita en la historia.

Ricardo SANMARTÍN

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UNA LECCIÓN EJEMPLAR

Este libro del profesor GonzálezLeón debe formar parte esencial delanaquel Max Weber en cualquierbiblioteca crítica de sociología. Resul-tado de su tesis doctoral, esta obraofrece claves muy valiosas para com-prender las raíces del mundo de laacción contemporánea. Un resultadobrillante y excelente, cuya lecturarefleja una forma ejemplar de hacersociológico, ofreciéndonos una lec-ción magistral. Magnífica tesis docto-ral cuyo Cum laude, más allá de laexcelente calificación personal, expre-sa también el valor curricular de ungrupo de colegas de «la facultad» quehoy ronda los cincuenta años, cuyohacer intelectual sustantiva una pro-fesión muy a menudo difusa peroque, bien mirada, ofrece claves inter-pretativas de nuestra conducta, ayu-dándonos a comprender el mundo enel que vivimos. ¡Qué mejor lección!Pero vayamos al libro de Roberto.

La obra se articula en torno al con-cepto de ascesis. Su tesis central es queel ascetismo contiene todas las tensio-nes de la reflexión sobre el capitalis-mo, en su intento de anudar larenuncia y la acción. Desde sus pro-pios orígenes [mágicos] arrastra esaambivalencia fundamental de aleja-miento y dominio del mundo. Esteanudamiento, alejamiento-renuncia/dominio-acción, atraviesa el procesode racionalización tecnoburocrática.

La discusión de esta específica for-mulación del ascetismo weberianoobliga a Roberto González León arastrear los caminos recorridos porMax Weber. En primer lugar, aquelque le lleva a sostener que la ascesisconforma el espíritu empresarial delcapitalismo moderno occidental,transformando el activo voluntarismoque discipl ina el trabajo en unaempresa profesional. En segundolugar, el profesor González León nosdesvela la reflexión weberiana sobre lavoluntad, concepto básico paraentender el problema de la metodiza-ción y disciplina ejemplar de la asce-sis profesional, lo que le obliga a ras-trear el camino desde la voluntadcomo renuncia contemplativa y quie-tista (Schopenhauer), pasando por lavoluntad de poder y la disciplina acti-va que conlleva (Nietzsche), hasta eldiálogo con Simmel donde se confi-gura el asceta como un ser que trans-forma el mundo. Y, en tercer lugar, elautor nos muestra que la ascesishunde sus raíces en la teología cristia-na, frente a la cual Weber aflora laparadoja de la ascesis activa calvinistaque provoca efectos sociales contra-rios a sus intenciones religiosas, comoes el desencantamiento del mundocomo destino del capitalismo con-temporáneo.

En opinión de Roberto GonzálezLeón, estos caminos convergen «en lareconstrucción weberiana de la ade-cuación de sentido típico-ideal entre

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ROBERTO GONZÁLEZ LEÓN

El debate sobre el capitalismo en la sociología alemana.La ascesis en la obra de Max Weber

(Edición a cargo de Andrés Bilbao, Madrid,Centro de Investigaciones Sociológicas, 1998)

el espíritu ascético y el capitalismoburocratizado. En este contexto, laidea de Beruf (vocación profesional)representa la dimensión carismáticade la ascesis activa». De tal maneraque la metodización profesional estáconectada a una idea [religiosa] demisión o vocación, fundamento delprestigio social del individuo contem-poráneo y, por tanto, «criterio deselección de las élites capaces de diri-gir la burocracia. Sólo el nuevo leiten-de Geist del Beruf secularizado es sus-ceptible de un reconocimiento demo-crático por parte de las masas».

Prestigio social/Reconocimientodemocrático/Confirmación de la gra-cia. Al presentarnos este libro, el pro-fesor Andrés Bilbao, su fraternalamigo, parte precisamente de la con-sideración de que en el proceso deracionalización capitalista la confir-mación de la gracia se disuelve poco apoco en autoafirmación/reconoci-miento social, desde el originariocarisma del elegido por Dios a la con-firmación plebiscitaria del capitalis-mo de masas. En este proceso de casicuatro siglos, lo que se transforma esel fatalismo del dogma de la predesti-nación en mérito profesional , aimpulsos de la racionalización de laacción. Pero fijémonos bien, porqueeste impulso racionalizador que llevóa huir de Dios, aunque sin pretender-lo, ha venido a conformar sociedadesmasificadas, sobre las que Weberrebota una imagen patética, califican-do su vida social de «petrificaciónmecanizada», adornada de una espe-cie de «convulsa necesidad de darseimportancia», y donde el destino ruti-nario es «mejorar en el puesto de tra-bajo». ¡Menudo panorama! Si, como

interpreta Roberto González León, elproceso de racionalización aboca aladiestramiento mecánico de la con-ducta y a un destino burocrático,«apaga y vámonos».

Pero como no nos podemos ir por-que ya hemos llegado donde íbamos,entonces habrá que rumiar, sin quenos agobie mucho, aquella mínimadel persa: «el mayor dolor para loshombres es el de saberlo todo y nopoder nada» (Heródoto, IX 16).

Pues bien, el proceso de racionali-zación implica la subsunción de lasubjetividad en la objetividad. Y eneste sentido apunta el profesor Bilbaoque la objetivación expresa la tragediadel mundo moderno, donde el com-portamiento intencional del sujeto nopuede modificar su destino. Peromucho más perentoria y cotidiana-mente los individuos estamos enreda-dos en las determinaciones del subsis-tir. Y aquí es donde el potencialracionalizador del originario dogmade la predestinación se expande,enraizando al ser humano a una luchapor el reconocimiento en cuanto supulsión deseante lo ensarta o lo puedeensartar a una comunidad de elegi-dos.

Ahora bien, ¿qué conforma eseespíritu aristocrático del capitalismocontemporáneo? El liderazgo políticodirectivo se legitima en el Beruf webe-riano, que hermana dos racionalida-des muy opuestas: la vocación, cuali-dad carismática por excelencia, y laprofesión; la misión o tarea íntima,opuesta a la racionalidad económica;entrega e intercambio; vida espiritualy subsistencia. Entonces, esta voca-ción/profesión del Beruf representa elcarisma ascético del espíritu directivo

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capitalista. Como señala RobertoGonzález León, «[el Beruf] constituyeel principio de legitimidad personaldesde el que se seleccionan los miem-bros de aquellas élites burguesas pro-fesionales, capaces de innovar dentrodel contexto de la rutina burocrático-científica». Y, más adelante, «el nuevoelitismo burgués de la vocación profe-sional no se asienta en la afirmaciónautoritaria de la propia superioridad,sino en la búsqueda activa del reco-nocimiento de su carisma por partede las masas». Luego es fundamentalla confirmación de la gracia para elreconocimiento democrático delcarisma.

En esta búsqueda activa es dondese relaciona rutina y carisma, unarelación fundamental que Weberestudia en Economía y Sociedad ,donde establece que los dones caris-máticos (vocación para una misión)han de juzgarse a través de las conse-cuencias en la conducta. Así, señalael profesor González León que laacción es la única posibilidad quetenemos para conocer el carisma,cuyo fundamento es, obviamente, ex-tramundano: pues, después de todo,lo único que puede decidir la validezdel carisma es el reconocimiento porparte de los dominados, que irá enconsonancia con la confirmaciónmediante prodigios o acciones extra-ordinarias o por medio de la conduc-ta metódica de las acciones cotidia-nas.

Conviene insistir, como lo hace elautor, que «la obsesión del individuopuritano por confirmar su carismareligioso, por llegar a interpretarpragmáticamente la elección del Deusabsconditus a través del único signo de

su conducta, es también por elloobsesión por lograr la autoafirmaciónsocial, prestigio y reconocimientoante los hombres». O sea, lo que ensu origen fue la necesidad de confir-mación del individuo ante Diosdeviene autoafirmación social, con-virtiendo la vocación profesional enel principio de la atribución del méri-to y así prestigio social del individuoen la sociedad contemporánea. Éstees el criterio de selección de las nue-vas élites burguesas que han de hacer-se cargo del Estado democrático en laSociedad Industrial.

La especificidad del espíritu capita-lista occidental se encuentra en laracionalización ascética de la conduc-ta económica burguesa, es decir, de sutrabajo cotidiano. Para Max Weber, laascesis es un fenómeno más impor-tante que el de la acumulación decapital. Este proceso de rutinizacióndel carisma profesional recorre untiempo en cuyos orígenes se encuen-tra la concepción religiosa del hom-bre como instrumento de la voluntadde un Dios supramundano para eldominio del mundo, mediante eldominio de sí mismo ascético purita-no: es decir, metódica orientaciónunitaria de su conducta hacia finestrascendentes que se objetivan en eltrabajo profesional.

Este proceso de objetivación se tra-duce cotidianamente en un procesoque ensarta a los individuos a unamentalidad «que aspira profesional-mente a una ganancia legítima demodo sistemático y racional»; lo quesignifica, apostilla el autor, «una men-talidad centrada en la sistematizaciónprofesional del propio trabajo de loque se derivaría la obtención perma-

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nente de una rentabilidad». Es así queel lucro monetario aparece en MaxWeber como resultado y expresión dela destreza profesional. De tal formaque el espíritu capitalista no residetanto en el afán de lucro cuanto enuna ilimitada disposición al trabajo.Entonces, la acumulación ilimitada esuna consecuencia no intencional,pues la autodisciplina y metodizaciónpuritanas dan como resultado unaacumulación monetaria que debilitaprogresivamente las raíces religiosasde su ética. Como el propio Weberinsiste, la socialización de la subjetivi-dad puritana da como resultado unainversión utilitaria de aquellos idealesreligiosos: la confirmación del indivi-duo ante Dios da paso al de su autoa-firmación social.

En síntesis , que la mental idadcapitalista occidental se articula entorno a la idea religiosa del Beruf,donde el trabajo adquiere un fin tras-cendente: el dominio del mundo alservicio de los designios desconocidosdel Deus absconditus. El trabajo, portanto, se sobrepone y se autonomizade todo cálculo racional individual.Lo que implica dos consecuencias: a)que la vida cotidiana es la sede de laactividad económica, lugar primariode nuestro quehacer, donde la siste-

matización profesional del trabajo estambién metódica racionalización denuestra conducta, enraizada a la voca-ción profesional puritana que anudanuestra conducta a una ética de laresponsabilidad; b) que el espíritucapitalista informa la mentalidad detodo «trabajador», sea empresario oasalariado, expresándose en una espe-cífica cualificación profesional queexige «renunciar para dominar» pre-sente en todo trabajo, y así la menta-lidad empresarial es el resultado de lapotenciación de la ascesis profesional.

Pues bien, si el Beruf se constituyeen criterio universal de prestigio caris-mático personal para la selección delas élites, entonces son éstas las quemuestran una mayor determinaciónde dominio de sí mismo proyectadocomo dominio del mundo. Por estavía la reflexión desemboca en sociolo-gía política, obligándonos a recorrer elcamino de la transformación de lamentalidad capitalista en mentalidaddirectiva y en dominio político.

Pero esta presentación debe termi-nar aquí, no sin antes invitar al lectora proseguir esta tarea, «corriendo apor el libro» de Roberto GonzálezLeón.

Marcial ROMERO LÓPEZ

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JUAN JOSÉ CASTILLO

A la búsqueda del trabajo perdido(Madrid, Tecnos, 1998)

El título del libro afirma la existen-cia de un «trabajo perdido» querequiere ser hallado. A la búsqueda...,

un «manos a la obra», responde bienal carácter de la investigación, refle-xiones y cuestionamientos que reco-

rren sus páginas. Las transformacio-nes del trabajo, su compleja disper-sión contemporánea, entre la reorga-nización productiva, la implantaciónfabril de nuevos modelos gerenciales,su desregulación normativa y preca-riedad contractual, forman la fibracomún de los textos reunidos. Setrata de aportaciones recientes delautor, diversas en su enfoque y mate-ria, que, como un poliedro, se pro-yectan sobre realidades laboralesrevestidas por una malla de tópicos yque, por su cal idad cambiante y«sumergida», resultan esquivas a cate-gorías y moldes —más que mode-los— al uso.

Los debates en torno al empleo, sudifusión en medios de opinión públi-ca, oscilan entre cantos a un futurista«fin del trabajo», la mejora atribuidaa las tecnologías de la comunicación einformática, el teletrabajo, el despla-zamiento de la industria por unasociedad terciaria, del ocio... A sulado, emergen noticias que refieren elcrecimiento en las cifras de accidenta-lidad laboral, prácticas productivasdesmedidas por su abuso (talleresclandestinos, jornadas interminables,empleos s in ninguna garantía niremuneración, etc.). Las tensiones yparadojas que parecen regir la conver-gencia de cambios en el trabajo lovuelven un fenómeno ininteligible,que escapa como acontecimiento a lasinterpretaciones, tanto en las viven-cias y horizonte de ciudadanos y tra-bajadores como a las fórmulas de losexpertos.

Los itinerarios que sigue y suscitael libro parten de y cultivan esta per-plejidad ante las contradicciones yrostros inesperados de una realidad

que contraría la trivialidad de versio-nes acerca del fin del trabajo manualy reta la misma capacidad de la inves-tigación social para esclarecer y cono-cer su objeto.

Tras un capítulo introductorio, elprimer estudio, «Nuevos modelosproductivos: la organización del tra-bajo del futuro en España», inscritoen una red europea de investigación,aborda la implantación real delmodelo «producción ligera» en unaplanta de fabricación de motores paraautomóvil en Valladolid, en la regiónde Castilla y León, instalación elegidapor la casa matriz francesa comocampo experimental de innovaciónorganizativa con vistas a convertiresta fábrica local en líder y modelopara la transferencia. Se trata de unaaplicación concreta del paradigmagerencial «toyotista» o «calidad total»,denominaciones comunes de estaestrategia extendida desde los prime-ros noventa como clave del éxitoempresarial. Entre los rasgos preconi-zados se cuentan la implicación e ini-ciativa de los trabajadores, en peque-ños equipos, descentralizados y encompetencia mutua, la delegación demando y reducción de niveles jerár-quicos, la polivalencia funcional delos empleados, entre otros. La reorga-nización examinada coincidió conuna drástica reducción de plantilla,medida conexa para el ajuste compe-titivo de la «empresa líder». Su pro-ductividad, de hecho, se multiplica:mantiene los resultados de fabrica-ción, pasando de casi 2.500 trabaja-dores en 1992 a 1.211 en 1995, esdecir, menos de la mitad. Éste es elcampo de tensiones extremas, reque-rimientos paradójicos que se proyec-

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tan sobre los actores: entre la interpe-lación participativa, la adhesión a losobjetivos de la empresa junto a laspresiones y el acto de expulsión, quesitúan como prescindible a mediaplantilla.

La investigación del caso atiende alos procesos efectivos y concretos dereorganización productiva, desde elmomento mismo de su diseño, en loscriterios de selección de los talleres-equipos de fabricación, hasta el levan-tamiento de la información. Un estu-dio exhaustivo, atento a las prácticasy sus significaciones para los trabaja-dores, mandos medios, ingenieros,donde destaca la descripción «densa»,aquilatada, respetuosa de la experien-cia y sus vivencias para los interlocu-tores, consciente y autolimitada en loque las expectativas conceptuales pue-den condicionar la percepción. Conanterioridad, la primera parte delcapítulo ofrece un rico debate teóricoen torno a las prácticas teórico-meto-dológicas para la identificación de lareestructuración productiva en curso,que posiciona la óptica subsiguiente.La elaboración descriptiva levanta unconocimiento fecundo, da cuentaconcreta de las ambivalencias experi-mentadas por los trabajadores, lasdificultades y éxitos relativos, las fisu-ras de una reorganización productivaque, por ejemplo, no cuenta con lahistoria de la planta y su experienciaprevia, el saber organizativo acumula-do por los trabajadores. Quienes sequedan verán aumentar su carga detrabajo en forma patente, la intensifi-cación de sus ritmos se lleva al límite;el plus de «motivación» y disciplinaactiva proviene tanto de la salidamasiva de trabajadores como de la

voluntad (y temor) de mantener lacompetitividad de la fábrica a todacosta y sacrificio, para mantener elvolumen de actividad (y el empleo),tratando de evitar que la factoría seadesplazada a otro lugar (aún) máscompetitivo.

Hasta aquí, la investigación minu-ciosa al interior de la fábrica. ¿Y lasconsecuencias de la reorganizaciónproductiva en el entorno de la planta?Un ámbito problemático (el períodoregistra un alza del paro en la región,por ejemplo) a falta de ser estudiadocomo requiere. Consideraciones pre-liminares para el caso apuntan haciaun ajuste de «excelencia» o «produc-ción ligera» en la empresa a costa deexternalizar diversos costes al conjun-to social. El capítulo cuarto despliegaun itinerario de observación en estesentido, al recuperar las vivencias deaquellos trabajadores expulsadosmediante baja incentivada del trabajode la fábrica de motores, a cinco añosvista. La metodología empleada,entrevistas individuales, destaca porla preeminencia de la escucha. Losrelatos vitales, una serie de siete «bio-grafías rotas», seleccionadas por suriqueza informativa, son expuestoscon la mayor atención a la expresiónpropia de los actores. El tránsito drás-tico, un corte en la actividad laboralque fue centro de sentido en la cons-trucción de la identidad, deja sushuellas en la nueva cotidianeidad,como múltiples rupturas. Desde fueraperciben, a pesar de la disolución deamistades y compañerismos, la sobre-carga de trabajo, por la reducción deplantilla, en la fábrica. Se preguntanacerca de la necesidad (el precio) desu expulsión (pues viven su baja

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como imposición), cuando esa com-petitividad tampoco va a crear nuevosempleos. La muestra incluye trabaja-dores con distinta historia laboral,cualificación y responsabilidad en lafábrica.

Entre ambos estudios encontramosuna incursión propiamente reflexiva:el autor plantea una vuelta a los clási-cos como la mejor inspiración pararecuperar la interdisciplinariedad yun enfoque complejo en los estudiosdel trabajo. La inflación de «novedad»en la producción sociológica se res-quebraja y cobra su justa medida enla confrontación con los clásicos de lainvestigación social. Problemas actua-les encuentran sus mejores plantea-mientos y vías resolutivas en estosmaestros (Malinowski, Claude Lévi-Strauss, Mauss, Whyte, entre ellos).Quizá el aspecto más notorio e inu-sual del capítulo sea la capacidad delautor para mostrar las prácticas meto-dológicas, los avatares en la construc-ción de su obra, acorde al decir deMerton, «si el verdadero arte consisteen ocultar todas las huellas del arte, laverdadera ciencia consiste en revelar suandamiaje así como su estructura ter-minada». Y este «andamiaje», por otraparte, se muestra en la investigación«sobre el terreno» y su dialógica conla teoría en los demás capítulos.

El capítulo quinto, bajo el mismotítulo que preside el libro, abordaexplícitamente la cuestión fundamen-tal del texto, presente bajo distintafaceta en los estudios reunidos. La tri-vialidad del imaginario que sitúa elmundo laboral en una sociedad post-moderna de servicios, las nocionessustentadas sobre el empleo-mercado,el credo gerencial del «justo a tiempo»

y sus trabajadores implicados con laempresa y sus procesos productivos,al tiempo que «flexibles»... guardanuna relación problemática y confusacon las transformaciones en los traba-jos concretos. Esta tópica en torno ala incuestionada competitividad seconvierte en impedimento para pen-sar y observar la compleja fluidez quealcanza la actividad laboral hoy. Laempresa «excelente» se sustenta en untrabajador «fuerte» en su identifica-ción organizativa, disponible, y «frá-gil», vulnerable y quebrado comocolectivo, fuera —y dentro— de lafábrica. La bonanza económica, latecnificación, la «calidad total», la fle-xibilidad productiva emerge visiblecomo el nenúfar sobre prácticas sór-didas y delincuenciales que escapan ala vista. Un trabajo «desaparecido»,en la necesidad de reducir costes, pormúltiples vías, desde la subcontrata-ción en cadena, la mercantilizaciónde la relación salarial (todos autóno-mos)... formas disciplinarias queactúan sobre una fuerza de trabajocada vez más vulnerable, lo cual seplasma en que «unos se matan portrabajar: paro y precarización delempleo; y otros se matan trabajando:intensificación del trabajo, la nuevagestión basada en el estrés» (p. 13).Esta hibridación en condiciones detrabajo conduce a su efectiva intensi-ficación funcional productiva, en losdistintos ámbitos sociolaborales. Cir-cunstancias que ponen en entredichola capacidad de la sociología paraconocer esta frontera de disolución-intensificación del trabajo, donde sejuega la vida cotidiana de la gente.

El estudio que completa este ciclodebate la cualificación del trabajo en

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los distritos industriales, para des-prender conclusiones orientativas depolítica al respecto. El rasgo máspatente que resulta de la investigaciónacerca de sistemas productivos localesen relación con la cualificación es sucarácter social y políticamente cons-truido. Las actuales demandas de cua-lificación en estos entornos tienden apriorizar aspectos de comportamientoy actitud como la confianza y dispo-nibilidad adaptativa a las condicionesy requerimientos productivos, porsobre otro tipo de capacitación profe-sional. En esto se da una coincidenciacon criterios de selección de la fábricade motores de Val ladolid comocampo de pruebas, en virtud de sus«ventajas de tipo laboral», por la dis-

posición local a aceptar mayores cargasde trabajo, ampliación de horarios,etcétera. El autor destaca ante ello laopcionalidad de la orientación forma-tiva-productiva, sujeta a la voluntadpolítica y los objetivos que una socie-dad determinada se puede dar.

La frontera entre lo visible y lo per-dido, en este sentido, plantea loslímites y capacidad crítica de la socio-logía del trabajo, su posibilidad depensar y conocer los procesos labora-les-productivos en transformación,contribuir, desde una mayor concien-cia de sus determinaciones actuales, ala ampliación del margen de opcionesde los sujetos.

Luis Miguel BASCONES

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MANUEL HERRERA GÓMEZ

El Tercer Sector en los sistemas de bienestar(Valencia, Editorial Tirant lo Blanch, 1998)

Este volumen es el resultado de unalarga experiencia investigadora en doscentros de reconocido prestigio inter-nacional: el Centro di Studi di Politi-che Sociali , de la Universidad deBolonia (Italia), dirigido por el profe-sor Pierpaolo Donati, y el Institute forPolicy Studies, de la Jonhs HopkinsUniversity (Baltimore, USA), dirigidopor el profesor Lester M. Salamon.

Su autor nos ubica en el siguientepunto de partida: la sociedad comple-ja del vecino Tercer Milenio estácaracterizada por la emergencia cre-ciente de fenómenos asociat ivosexternos al Mercado y al Estado. Nosencontramos ante esferas de relacio-

nes sociales que no siguen ni la lógicade la utilidad y del beneficio ni lalógica del control de recursos. Dichoen otros términos, no son ni privadasni públicas en el sentido que estosconceptos han tenido para la moder-nidad.

Las formas que pueden asumirestos fenómenos asociativos son múl-tiples (fundaciones, asociaciones,entes paraestatales o semipúblicos,organizaciones sin fines de lucro,organizaciones de voluntariado, coo-perativas sociales, grupos de mutua yautoayuda), trasladando a una plura-l idad y complej idad de modelosadministrativos y de gestión mayor

que la que se puede encontrar en elsector público o en el mercado. Almismo tiempo, las áreas donde inter-vienen son amplias y diversas: educa-ción, servicios sociales y sanitarios,actividades deportivas y de tiempolibre, protección civil, defensa de losconsumidores, reintegración de lascapas más débiles y marginadas de lapoblación… Conviene recordar queno sólo son situaciones, condiciones ycontextos de carácter patológico, tam-bién son de carácter normal, o sea, devida cotidiana de una comunidad en elsentido más amplio y ordinario deltérmino.

La terminología usada a nivel inter-nacional para denominar a estas esfe-ras de relaciones es muy variada. Paradefinir al fenómeno se han utilizadotérminos tales como tercera di-mensión, tercer sector, privado social,tercer sistema, sector de las organizacio-nes s in f ines de lucro , economíasocial… Cada una de estas definicio-nes conlleva diferencias conceptuales,diversidad en los marcos de referen-cia, así como la atribución de unmayor o menor énfasis a las iniciati-vas que se inscriben en esta esferasocial.

En palabras del propio autor, elobjetivo de esta obra no es pronun-ciar la últ ima palabra sobre estenuevo tertium de las sociedades com-plejas, es decir, proponer una defini-ción que resuelva todas las polémicasen curso. Sus pretensiones son unaoperación cultural de otra naturaleza:revelar la originalidad y la originarie-dad del llamado Tercer Sector. Segúnel profesor Herrera, la originalidadreside en las diferencias específicasque presenta respecto a otros sectores

(Estado, Mercado, redes informales).La originariedad consiste en el ser«manantial», en el sentido de tenerfuentes propias de existencia, consti-tución y legitimación.

Ante estas pretensiones emerge uninterrogante: ¿cómo definir el TercerSector en términos de originalidad yoriginariedad? Para responder a estapregunta no sirven los planteamien-tos jurídicos. El Derecho sólo con-templa lo social ex post factum; aúnmás, lo introduce en el propioambiente (en sentido sistémico), encuanto alteración del derecho, y en lapráctica s iempre lo considera deforma pragmática y autorreferencial.Igual ocurre con los planteamientosprocedentes de la Economía. Éstaobserva al Tercer Sector desde elpunto de vista de sus valores instru-mentales (económicos). Tampoco sonde gran utilidad las observacionespolitológicas. La Ciencia Política veal Tercer Sector en el cuadro de lasdoctrinas ideológicas que propiamen-te dependen de la dinamicidad socio-cultural que emerge de la misma sub-jetividad que debe ser investigada ydefinida.

¿Dónde es posible buscar una defi-nición apropiada? Realmente, esnecesario tomar como punto de parti-da una consideración metodológica:no tiene validez una definición apriori. Sin embargo, puede ser degran utilidad un nuevo sistema deobservación. En cuanto que por supropia naturaleza es difícil definir elTercer Sector, el nudo de la cuestióndefinitoria no está en nuestra incapa-cidad para definirlo, sino en el mismofenómeno. Éste solicita una forma noconvencional de leerlo, observalo,

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analizarlo, valorarlo y activarlo nor-mativamente.

Por tanto, el principal problema,especialmente para el obervador, esque actualmente no posee instrumen-tos adecuados para contemplar unarealidad que se le escapa. Se le escapaa él, en cuanto observador, pero nohuye de aquellos que actúan dentrodel Tercer Sector y sus organizaciones.

La óptica con la que Manuel Herreratrata de leer e interpretar el Tercer Sec-tor es la de un sistema de observaciónque debe ser lo más adecuado posible aesta realidad sui generis. Éste recibe elnombre de «sistema relacional de obser-vación». Implica una triple operación:

a) Asumir un tercer punto devista, diferente del que poseenlos términos de la relaciónobservada (los actores en juego).

b) Analizar cómo un actor actúasobre otro (ego sobre alter, yviceversa).

c) Analizar el producto de las in-teracciones (el Tercer Sector ysus organizaciones) como reali-dad diferente respecto a lasintenciones y acciones de lossingulares actores de la relación.

Según el profesor Herrera, desdeesta perspectiva relacional es posiblerevelar los rasgos distintivos del Ter-cer Sector, es decir:

1. El carácter netamente socialdel fenómeno.

2. La especificidad de los bienes(llamados relacionales) que sonproducidos.

3. La propia autodirección, o sea,su distinción-guía.

Todo esto insertado en el marco deun proceso más general de diferen-ciación social. Me parece oportunoanalizar detalladamente estos tresaspectos:

I. Decir que el Tercer Sector esun fenómeno esencialmente socialsignifica que es imposible su com-prensión si solamente se lo contemplacomo fenómeno político, económico,jurídico o cultural: su naturaleza másíntima y vital consiste en la calidadde las relaciones que proyecta y acti-va. Por tanto, debemos concebir losocial como la matriz generadora delresto de dimensiones (políticas, jurí-dicas, económicas y culturales) ycomo sustrato propio del fenómeno.En estas páginas, social equivale arelacional, es decir, relación entre per-sonas humanas. Tales relaciones pue-den ser primarias o secundarias,directas (cara-a-cara) o indirectas (porejemplo, mediatizadas por tecnologíascomunicativas). Social es aquellodesde lo que se origina un fenómenode sociabilidad (relacionalidad), antesde que asuma una específica connota-ción económica, cultural, jurídica opolítica. El contexto de las relaciones,sus dinámicas, su emergencia, suspropias interacciones dan lugar a algoque innova el obrar económico, losmodelos culturales, las reglas jurídicasy la configuración política en la queel fenómeno se desarrolla.

II. El Tercer Sector se caracterizapor producir un específico tipo debienes, llamados bienes relacionales.Son bienes que no se ubican bajo lascategorías tradicionales en que laEconomía y el Derecho clasifican losbienes sociales, o sea, como públicos

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o como privados. Por una parte, losbienes producidos por el Tercer Sec-tor no son públicos en cuanto que notienen las características de los bienescolectivos sobre los que el Estadoejerce un poder político de disposi-ción, y no son universalmente accesi-bles de la misma manera que el Esta-do los produce y distribuye. Por otra,los bienes producidos por el TercerSector no son privados si con este tér-mino se entiende la posibilidad decrearlos y consumirlos discrecional-mente por sujetos «propietarios». Losbienes relacionales poseen algunascaracterísticas públicas (en cuantoque tienen una utilidad social) y pri-vadas (son gestionados por sujetosprivados), pero van más allá de estascategorías. La particular interacciónentre las dimensiones privadas y lasdimensiones públicas del obrar socialgenera otra realidad que no es nipública ni privada. Los bienes relacio-nales constituyen un tertium genus,un género propio, en cuanto que sólopueden ser producidos a través deuna específica atención a la relaciona-lidad social que se instaura entre losmiembros participantes. Éstos sólopueden crear y gozar de dichos bienesdentro de un código: el compartir.Más explícitamente, estos bienes sola-mente pueden ser producidos y utili-zados conjuntamente por aquellossujetos que los crean.

Incluso el «colectivo» que los produ-ce está sometido al propio ser relacio-nal. En la producción de estos bienesno se sigue ni la lógica del dinero (o,en general, de beneficio) ni las impo-siciones legislativas (imperativos nor-mativos de autoridad e institucionesexternas, en concreto del Estado),

aunque deba ubicarse en el interiordel ordenamiento jurídico.

III. Decir que el Tercer Sectortiene una propia distinción-guíainterna significa afirmar que consisteen la creación de nuevas formas deintegración o de solidaridad socialentre dimensiones relacionales que sevan diferenciando dentro de un con-texto de creciente complejidad (con-tingencia) societaria.

Para comprender este punto esnecesario observar los procesos enacto mediante una «brújula» queoriente en el gran océano de la socie-dad. El «esquema» desarrollado porManuel Herrera consiste en presentartoda relación social, y por extensióntodo sistema, compuesta de cuatrodimensiones: económica (referente alos medios instrumentales, cuya dis-tinción-guía está en el crecimiento deestos medios mediante el criterio dela utilidad), política (dirigida a lasmetas a realizar, su distinción-guíaconsiste en el alcance de estas metasmediante el poder que se puede ejer-cer), normativa (alude a las reglas ynormas que presiden el procesosocial, su distinción-guía está enregular tal proceso a través de lasolidaridad), cultural (relacionada alos valores de base que orientan el sis-tema de acción, su distinción-guíaestá en la referencia a modelos idealesde valores mediante un compromisoético). Si el Tercer Sector se contem-pla, como hace Herrera, utilizandoesta brújula, este tertium de lo socialpuede ubicarse en la dimensión nor-mativa de la entera sociedad: la fun-ción o el terreno propio del TercerSector consiste en crear, promover,salvaguardar la solidaridad mediante

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acciones inspiradas en reglas dealtruismo, atención al cuidado de lapersona, don, equidad, reciprocidad.El Tercer Sector no posee un objetivoprioritariamente económico, políticoo cultural, sino de «normatividadsocial». Ahora bien, con este términono se debe entender un mandato uorden, sino la producción de reglasdel obrar social que son expresiónintersubjetiva de la conciencia perso-nal.

Herrera utiliza el mismo esquemapara analizar el Tercer Sector comorelación (o sistema social) en sí. Elresultado es observar cómo este sujetosocial posee cada una de estas dimen-siones: tiene una propia economía,una propia política, una propia regu-lación, una propia cultura. En el inte-rior de este conjunto suprafuncionalde dimensiones, la prioridad funcio-nal corresponde a la distinción-guíapropia, interna, autónoma, auto-poiética, autogenerada: la solidaridadsocial. Por tanto, se tratará de unaeconomía solidaria, una política soli-daria, una regulación solidaria, unacultura solidaria.

Como decía con anterioridad,todas estas observaciones nacen deluso de un sistema de observaciónrelacional. Su utilización permiteestablecer los criterios distintivos delTercer Sector: originariedad civil,producción de bienes relacionales,prioridad de la función de solidari-dad. Aún más, según Herrera, pode-mos decir que estamos ante una ini-ciativa de Tercer Sector (tenga o nopersonalidad jurídica reconocida porel Estado) cuando nos encontramosante estas tres características. Una

sola de ellas no es suficiente paraincluirla o excluirla. Se trata de uncriterio sociológico más apropiadoque el económico-jurídico que indivi-dúa el carácter de Tercer Sector en elhecho de ser sin fin de lucro (non pro-fit). Esta norma es insuficiente y nocorresponde a los hechos. Ciertamen-te, el universo organizativo aglutina-do en el término Tercer Sector noactúa con vistas a un beneficio; sinembargo, puede realizar beneficios (eneste sentido, se someten a la norma deno distribución de ganancias, pero nosignifica que su gestión económica nopueda generar beneficios).

La pregunta final que siempre seplantea, ¿conocer para qué?, implicaque el discurso elaborado por Herrerasobre el Tercer Sector sirve para com-prender mejor sus actuaciones.

Todos los anális is sociológicoscoinciden en que el Tercer Sector haaumentado en las últimas decadas,también como manifestación de una«sociedad de los movimientos colectivos»post-68. Las líneas culturales y políti-cas son tres:

a) La visión liberal valora el fenó-meno Tercer Sector comohecho cívico o civil. Desde estaperspectiva, el Tercer Sector escontemplado como expresióninstrumental de los individuos.Estos últimos se agrupan en suesfera («público burguesa») enfunción de determinadas finali-dades integrativas o sustitutivasdel Estado.

b) La visión estatal valora el fe-nómeno Tercer Sector comoinstrumento integrativo delEstado.

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c) La visión de la ciudadanía socie-taria valora el fenómeno TercerSector como expresión de unpluralismo de y en la sociedad,originario y original, según unprincipio de subsidiariedad. ElTercer Sector no es contempla-do ni como una construcciónracional e instrumental de losindividuos ni como un auxiliodel Estado. Más bien aparececomo un mundo organizativoque participa en una competi-ción solidaria encaminada a laedificación de una sociedad civilque no sea sinónimo ni de Mer-cado (como la entiende el pen-samiento liberal) ni de baseideológica del Estado (como la

interpreta el pensamiento estata-lista).

En este libro, teniendo presentesestas tres opciones, su autor optadecisivamente por la tercera línea.Ésta comporta un planteamiento cul-tural, legislativo y de política socialorientado a la máxima promoción delTercer Sector. No en vano, segúnHerrera, nos encontramos ante activi-dades originarias y libres de personasque se organizan por finalidadesgenerales o particulares de solidaridadsocial, mediante la construcción desujetos sociales que producen bienesrelacionales.

Antonio TRINIDAD REQUENA

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BERNARD MANIN

Los principios del gobierno representativo(Madrid, Alianza, 1998)

Bernard Manin, profesor de Cien-cia Política en la Universidad deNueva York, presenta en este libro unrecorrido histórico sobre la manera deentender la representación política,cómo se van formulando los princi-pios en los que ésta se apoya y de quémanera se está produciendo unatransformación de dichos principiosen la actualidad.

El primer principio que está en labase de la representación política es laelección. Hasta el momento en que seimpone la elección como mecanismode legitimación de los gobernantes, elmétodo empleado era el sorteo. Elrecurso al sorteo en la democracia clá-

sica se basaba en la consideración de laigualdad política de todos los ciudada-nos; mientras que elección se asociacon aristocracia, el sorteo proporcionaigualdad de oportunidades para acce-der a los puestos políticos. Éste es elsentido que tenía también la rotaciónen los cargos. Se basaba igualmente elempleo del sorteo en la desconfianzahacia el profesionalismo político ytenía como finalidad impedir la forma-ción de grupos organizados que pudie-ran presionar sobre el gobierno. Enmuchos casos se le asignaba asimismoun sentido religioso, en cuanto que seconsideraba como un medio paraconocer el designio de los dioses.

La elección se basa también en laigualdad política, pero entendidacomo «la igualdad de derechos a con-sentir el poder, no —o en muchamenor medida— la igualdad de opor-tunidades de obtener un cargo»(Manin, 1998: 118). El sorteo nopuede considerarse en ningún casocomo una expresión de consentimien-to. La elección se fundamenta enton-ces en una nueva concepción de la ciu-dadanía, como fuente de legitimidad.

Por eso considera el autor que laelección tiene dos caras, una demo-crática y otra aristocrática. Aquí radi-ca la «ambigüedad de la elección»(Manin, 1998: 185), en el hecho deque es simultánea e indisolublementeigualitaria y no igualitaria, aristocráti-ca y democrática. Es, por un lado, unmecanismo de selección de aquellosque son percibidos como superiorespor los ciudadanos por alguna cuali-dad. Y, por otro, constituye un meca-nismo para asegurar la representativi-dad, la unidad entre gobernantes ygobernados.

Las elecciones permiten a los ciu-dadanos expresar dos tipos de pre-ferencias: el voto puede expresar unrechazo que lleve a la remoción delgobierno o puede manifestar unaaprobación que traiga como conse-cuencia la aplicación de una serie depolíticas determinadas. Pero, debidoa la ausencia de mandatos imperati-vos en la representación actual, lanegación t iene más fuerza en elgobierno representativo, porque suconsecuencia, la remoción del gobier-no, se produce de una manera necesa-ria; no así en el voto afirmativo, queno obliga a desarrollar las políticascontenidas en el programa electoral.

Por lo tanto, las elecciones constitu-yen un instrumento de control, peroese control es insuficiente, no estáasegurado.

Los ciudadanos disponen de unamanera de influir en las decisionespolíticas en cuanto que los represen-tantes electos deben anticipar el juiciofuturo del electorado respecto a laspolíticas que pretenden aplicar, esdecir, las decisiones que ahora setomen no pueden provocar un recha-zo futuro por parte de los votantes.Correlativamente, si los ciudadanosquieren influir sobre el curso de lasdecisiones políticas deberán votar (noquiere decir que lo hagan así dehecho) sobre la base de consideracionesretrospectivas, es decir, a partir del jui-cio de las actuaciones pasadas, másque como una expresión de deseos defuturo (Manin, 1998: 221).

Para ello es necesario que los elec-tores puedan asignar responsabilida-des claras y que tengan capacidadefectiva de remover al gobierno en laselecciones. Todo ello resulta más difí-cil con un sistema electoral propor-cional, que favorece los gobiernos decoalición, de forma que la responsabi-lidad queda difuminada.

En este sentido, las elecciones pre-sentan también un doble aspecto,democrático y no democrático. Elresultado de las elecciones es inapela-ble, vinculante; éste es su aspectodemocrático. Pero en la medida enque los gobernantes electos gozan decierto grado de autonomía, los gober-nados no pueden imponer que losgobernantes lleven a cabo sus prome-sas electorales. Ésta constituye ladimensión no democrática de laselecciones.

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El segundo principio del gobiernorepresentativo es la independenciaparcial de los gobernantes, considera-da como necesaria para poder gober-nar. Todos los gobiernos representati-vos establecidos desde finales del sigloXVIII adoptan dos mecanismos insti-tucionales destinados a garantizar larelativa autonomía de los represen-tantes: la no revocabilidad discrecio-nal y la no vinculación legal a las pro-mesas electorales.

Un gobierno cuya actividad vayamás allá de las leyes generales queregulan la convivencia humana y quedeba adaptarse a las circunstanciascambiantes no puede estar sometido aun mandato completamente depen-diente de los electores.

La contrapartida de esta indepen-dencia relativa de los representanteses la libertad de opinión (cuarto prin-cipio del gobierno representativo)considerada en su dimensión política,no sólo en su aspecto privado, comoprotección del individuo respecto deposibles intrusiones del Estado. Esuna condición para que la voz delpueblo pueda llegar a los gobernantesde una manera más o menos conti-nua. La comunicación tiene, en estesentido, una dimensión vertical. Perotambién otra horizontal que consisteen conectar a los gobernados entre sí.Esta segunda dimensión repercute enla primera, puesto que permite quelos ciudadanos con intereses comunesactúen como grupos organizados ypuedan ejercer una presión sobre elgobierno.

Finalmente, el juicio mediante ladiscusión constituye el cuarto princi-pio de la representación política.Parte de la constatación de la diversi-

dad social, que debe estar adecuada-mente reflejada en las institucionesrepresentativas. Pero para poder pasara la acción política es preciso llegar auna unidad que permita la formaciónde la voluntad política. El Parlamentoes la sede donde se debaten las dife-rentes posturas para llegar a un acuer-do. Esto no quiere decir que todas lasiniciativas políticas deban originarseen el Parlamento, sino que ningunaserá legítima si no es sometida a lacrítica del órgano de debate.

Manin considera que desde finalesdel siglo XVIII, cuando tiene su origenla representación moderna, hasta laactualidad se han producido una seriede variaciones en el gobierno repre-sentativo a partir de sus cuatro prin-cipios fundamentales. El gobiernorepresentativo ha pasado por tresfases, desde el parlamentarismo a la«democracia de audiencia», pasandopor la democracia de part idos(Manin, 1998: 242 ss.).

En el parlamentarismo clásico, laselecciones son un medio para situaren el gobierno a personas que gozande la confianza de sus conciudadanos.Esta relación de confianza tiene uncarácter personal, ya que se deriva delhecho de que los representantes pro-ceden de la misma comunidad o tie-nen los mismos intereses que quieneslos votan. Son personas que hanadquirido prestigio en su comunidadpor características personales, como lariqueza o la educación. El gobierno esasí un gobierno de notables. De aquíse deriva también la autonomía decada representante, puesto que haobtenido el escaño por factores nopolíticos, sino de carácter personal.Además, si los parlamentarios han

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sido elegidos por sus propias cualida-des y no por su vinculación condeterminadas organizaciones, debenvotar según las conclusiones a las quehan llegado durante el debate parla-mentario, no a partir de decisionespreviamente tomadas fuera de él.

En esta época, debido al carácterlimitado del sufragio activo y pasivo,la opinión pública debe encontrarotros cauces de expresión fuera de laselecciones. La libertad de la opiniónpública, unida a la limitación delsufragio, favorece la apertura de unabrecha entre la opinión pública y elParlamento, con el consiguiente ries-go para el orden político.

La primera transformación de larepresentación moderna se producecuando el parlamentarismo clásico essustituido por la democracia de parti-dos, a finales del siglo XIX. A partir deentonces, la relación representativa yano es de carácter personal, sino quetiene como término al partido: sevota a una persona por su vinculacióncon unas siglas. Las cualidades por lasque destacan los representantes ya noson de índole personal, sino que sedeben a su activismo y compromisocon el partido. La preferencia poruno u otro partido suele estar deter-minada por factores socioeconó-micos, de tal manera que la divisiónpolítica coincide con la estructurasocial. Todo ello explica el alto nivelde estabilidad electoral, que es propiode la democracia de partidos.

La independencia parcial del parla-mentario es ahora sustituida por unaindependencia parcial del partido res-pecto a los votantes. El partido debereservarse un ámbito de autonomíarespecto a las promesas electorales

para poder negociar con los demáspartidos o formar, si fuera necesario,un gobierno de coalición. Se da, encambio, una fuerte dependencia delparlamentario respecto al partido, alque debe su elección.

Los partidos organizan tanto lacompetencia electoral como la expre-sión de la opinión pública, por ejem-plo, mediante manifestaciones. Ladivisión de la opinión pública coinci-dirá, por ello, con la división electo-ral. Por tanto, la libertad de la opi-nión pública se manifiesta sobre todocomo libertad de la oposición al par-tido en el gobierno, de forma que labrecha vertical entre mayoría y oposi-ción sustituye a la brecha entre Parla-mento y ciudadanos que se producíaen la etapa anterior.

En cuanto al principio de la discu-sión, señala Manin que los parlamen-tarios no votan a partir de lo decididoen el debate, sino de lo que ha sidodiscutido y acordado en la sede delpartido, o en diálogo con otras insti-tuciones, como los sindicatos. Comoregla general, el partido mayoritariovota a favor de las iniciativas delgobierno y el minoritario en contra.

El auge de los partidos de masaspareció transformar la representaciónmisma. Los gobernantes ya no sonextraídos de las élites económicas eintelectuales, sino que son ciudada-nos corrientes que han llegado a lacúpula del partido por el compromisoy la militancia política. Al mismotiempo, la autonomía de que gozabanlos representantes es sustituida poruna dependencia respecto a la élitedel partido, con lo que se viola unode los principios fundamentales delgobierno representativo.

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Es cierto que algunos aspectos deesta transformación fueron interpre-tados en el momento de su aparicióncomo avances hacia una mayor demo-craticidad del sistema. En la medidaen que en la democracia de partidoslos ciudadanos elegían no tanto per-sonas como siglas y programas, seconsideraba que la voluntad popularllegaba más lejos en la orientación dela política. También se interpretabaen este sentido el control continuodel partido sobre los parlamentarios.Sin embargo, lo que en su momentose valoró como un progreso en lademocraticidad de la representaciónaparece en la actualidad como un fac-tor de crisis, al sustituir el control delos ciudadanos por el control de laélite del partido.

La última etapa por la que atraviesael gobierno representativo es lo queManin denomina «democracia deaudiencia». En ella las elecciones sonuna respuesta a opciones presentadaspor los partidos, más que una expre-sión de identidad cultural o de clase;una respuesta no determinada por lapertenencia a una clase. «El electora-do —señala el autor— aparece, sobretodo, como una audiencia, que res-ponde a los términos que se le pre-sentan en el escenario político. Poreso aquí llamamos a esta forma degobierno representativo democracia deaudiencia» (Manin, 1998: 273).

En esta última etapa del gobiernorepresentativo se tiende cada vez mása votar a la persona en vez de al parti-do o al programa, con lo que se vuel-ve a la relación representativa perso-nal de los primeros momentos de larepresentación política. Este cambiose debe a dos causas. En primer lugar,

los medios de comunicación permi-ten a los candidatos comunicarse denuevo con los electores sin la media-ción del partido. Además, los mediosfavorecen determinadas cualidades,fundamentalmente todo lo que serefiere a la imagen del candidato y asu capacidad oratoria, de tal maneraque «la democracia de audiencias es elgobierno de los expertos en los medios»(Manin, 1998: 269).

Por otro lado, e l aumento delámbito y la complejidad de la activi-dad gubernamental hace más difícilrealizar promesas detalladas, puestoque los problemas son mucho másimpredecibles y hay muchos más fac-tores y agentes que intervienen en lasdecisiones. Es lógico, por lo tanto,que los candidatos hagan más hinca-pié en sus cualidades personales queen programas concretos para atraer elvoto.

La independencia de los represen-tantes viene reforzada por el hecho deque la imagen pesa más que las pro-mesas electorales. Esto es debido tam-bién al elevado coste de la informa-ción política para los ciudadanos encomparación con la escasa influenciaque esperan ejercer sobre los repre-sentantes.

Los medios de comunicaciónpública y las empresas de sondeos deopinión no están directamente vincu-lados a partidos políticos. Por ello,todos los individuos reciben la mismainformación sobre cualquier asunto;los ciudadanos están expuestos a opi-niones encontradas, mientras que enla democracia de partidos las propiaspercepciones de los temas eran refor-zadas por los medios, estructuralmen-te unidos a partidos concretos. Por

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tanto, las divisiones electorales en laactualidad no tienen por qué coinci-dir con las de la opinión pública.

Finalmente, en la democracia deaudiencia el Parlamento no es el forode discusión por excelencia. La expo-sición de un electorado no definidopolít icamente de antemano a lainfluencia de los medios de comuni-cación constituye un incentivo paraque los políticos utilicen los mediospara presentar sus propuestas directa-mente al público. De este modo, elprotagonista de la discusión es elvotante flotante, y el foro los mediosde comunicación.

¿Qué conclusión extrae Manin detodo ello? Pues que los votantes tie-nen ahora mismo menos posibilida-des efectivas de determinar las políti-cas que va a llevar a cabo un partidoque lucha por conseguir el voto, en elmomento en que ocupe los cargos degobierno.

Es cierto que nos encontramos conuna democracia más amplia, desde elmomento en que se han ampliado lasbases de la representación, pero nopor ello es más profunda.

Puede que estemos atravesando enla actualidad por una situación quereproduce el mismo esquema que enel momento de la aparición de losgrandes partidos de masas. Lo queinicialmente parece que puede supo-ner un avance en la democracia—entonces la ampliación del sufragioactivo y pasivo, ahora el aumento dela información—, en realidad supon-ga un retroceso en la democraticidaddel sistema. Y ello porque no se haavanzado, sino más bien lo contrario,en lo que constituye el elemento pro-piamente democrático de la represen-tación: el rendimiento de cuentas alos gobernados.

Carmen INNERARITY GRAU

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GIOVANNI SARTORI

Homo videns. La sociedad teledirigida(Madrid, Taurus, 1998)

Hace unos ciento cincuenta años,ninguna persona se levantaba por lamañana y encendía la radio paraescuchar las noticias, ni tampocoesperaba que fueran las 20:30 horaspara ver su telediario preferido. Enesa época, nadie desayunaba leyendoel diario ni se comunicaba con unamigo al otro lado del Atlántico enminutos. Parece sorprendente pensarque años atrás se desconocían la tele-visión, los periódicos, el satélite y la

radio. Y es que sólo han pasado cua-renta años desde que los televisoresinvadieron la vida doméstica, setentadesde que se popularizó la radio, ciendesde la primera película y poco másdel acceso masivo a la prensa escrita.

Cada uno de los medios de comu-nicación de masas supuso un saltoimportante en el desarrollo tecnológi-co aplicado a la comunicación. De lamano de la técnica, se han ido modi-ficando los mecanismos de transmi-

sión de los mensajes y el modo enque los individuos se han acercado ala información. Esto significa que eldesarrollo técnico ha ido transfor-mando los procesos de formación dela opinión del público y, al mismotiempo, ha ido generando cambios enlas actitudes de los individuos hacialos objetos de naturaleza pública.

A principios de siglo, se creía quelos medios de comunicación ejercíanun poder omnímodo sobre las perso-nas. A pesar de que esta creencia noestaba respaldada por ningún estudioempírico, se pensaba que los mediosactuaban como una «aguja hipodér-mica» que influía directamente sobrelas opiniones de los individuos. Añosdespués, a raíz de las investigacionessobre conducta de voto, diversos auto-res comenzaron a desestimar esa hipó-tesis y a señalar la relevancia del indi-viduo y de las redes sociales a las quepertenece en el proceso de formaciónde sus opiniones. En este marco, surgela tesis de «los efectos limitados» delos medios de comunicación sobre lasorientaciones de las personas.

Desde la década del setenta, losinvestigadores se han interesado porla influencia de los medios en elmodo en que las personas percibenlos distintos temas y por su capacidadde establecer la «agenda temática» dela opinión pública y, también, la delgobierno. Según este nuevo enfoque,los medios no le dicen a las personasqué pensar, sino acerca de qué pensar.En definitiva, los medios estaríanactuando como un «filtro» entre losacontecimientos y los individuos

En su última obra, Giovanni Sartoritambién ha reflexionado acerca de losefectos de los medios de comunicación

de masas sobre las actitudes de las per-sonas. El politólogo italiano emprendesu tarea motivado por una premisa:cada vez más, el hombre que ve está sus-tituyendo al hombre que lee. En Españay en Italia, «... un adulto de cada dosno lee ni siquiera un libro al año...».En tanto, en Estados Unidos, la sesióntelevisiva del núcleo familiar ha creci-do de «... tres horas al día en 1954 amás de siete horas diarias en 1994...»(p. 51). El libro, que está dividido entres partes, comienza describiendo lasupremacía de la televisión sobre otrosmedios de comunicación de masas ylos efectos que éstos generan en las per-sonas. Luego, el autor estudia cómoafecta esa transformación a los procesosde formación de la opinión pública ycómo la vídeo-política puede influir enlos procesos políticos. Por último, ana-liza su incidencia en el ámbito electoraly en los estilos de gobierno.

En la primera parte, Sartori narralos tres momentos clave en la historiade la tecnología aplicada a la comuni-cación social y reflexiona sobre losefectos que han ocasionado en la opi-nión pública. El origen del primer«salto tecnológico» fue la creación dela imprenta en el siglo XV. Gracias alinvento de Gutenberg, la palabra dejóde ser un privilegio de unos pocospara convertirse en un bien de todos.Hasta ese momento, muy pocas per-sonas tenían la posibilidad de leer y,menos aún, algo que leer. Con laimprenta, los costos de edición se aba-rataron, se pudo imprimir más fácil-mente los textos y los libros llegaron amanos de muchas más personas.

El segundo «salto tecnológico» noestuvo originado por la creación de unaparato específico, sino por un conjun-

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to de avances tecnológicos (el telégrafo,el teléfono y la radio). La característicacomún de estos inventos fue que todosellos, de un modo u otro, hicierondesaparecer las distancias espaciales einformativas entre las personas. Ade-más, la radio provocó la inmediatez dela información y la «... musicalizaciónde (la) vida cotidiana...» (p. 31).

El tercer «salto tecnológico» fue pro-vocado por la televisión. Un salto queha transformado la naturaleza misma dela comunicación, ya que la trasladó del«... contexto de la palabra... al contextode la imagen...» (p. 35). Y es en estepunto donde el autor centra su trabajo.

La tesis central del libro, expuesta enla segunda parte del texto, sostiene que«... el vídeo está transformando alhomo sapiens..., en un homo videns...»(p. 11). Cada vez más las personas serelacionan con el mundo a través de laimagen y, en esa desatención de lapalabra escrita, están perdiendo sucapacidad de comprensión de lo quesucede en su entorno. Dado que elhomo sapiens ha ido desarrollando suentendimiento gracias a su capacidadde abstracción, la pérdida de esta capa-cidad supone un hombre incapaz derazonar. En la transformación que Sar-tori señala, el homo videns sustituye ellenguaje conceptual (abstracto) por ellenguaje perceptivo (concreto), que es«... más pobre... no sólo en cuanto a(cantidad de) palabras..., sino sobretodo en cuanto a la riqueza de signi-ficado (capacidad connotativa)...»(p. 48). Desde esta perspectiva, la tele-visión empobrece el aparato cognosciti-vo del homo sapiens y, con ello, al proce-so de formación de la opinión pública.

Si la sustancia de una democraciarepresentativa es la existencia de un

gobierno de la opinión, el problemaradica entonces en la formación de laopinión de los ciudadanos sobre la«cosa pública». La pregunta que elautor busca responder es: ¿cómo seforma una opinión pública que seaverdaderamente del público cuando seencuentra constantemente «invadido»por la televisión? Si la opinión públicano se expone a los flujos de informa-ción que le proporcionan los mediosde comunicación de masas, corre elpeligro de estar desinformada y deactuar de manera equivocada. Por elcontrario, si es abierta y se encuentraconstantemente expuesta a losmedios, puede terminar siendo mani-pulada por ellos. Según el autor, latelevisión no permite que la opinióndel público sea autónoma. En estesentido, sostiene que «... actualmente,el pueblo soberano “opina” sobre todoen función de lo que la televisión leinduce a opinar...» (p. 66).

El problema se agrava si se analizaen el ámbito electoral y en los estilosde liderazgo político. En la terceraparte del libro, Sartori reflexiona acer-ca de la incidencia de esa influenciaen la vida democrática. Según elautor, «... cuatro de cada cinco (norte-americanos) declaran que votan enfunción de lo que aprenden ante lapantalla...» (p. 116). Pero no debelimitarse esta influencia a la conductade voto. La televisión provoca efectosmucho más complejos en la vida polí-tica, como ser la personalización delas elecciones y la transformación delas estructuras partidarias. La televi-sión es cada vez más un instrumento«... de y para candidatos...» que unmedio de comunicación «... de y parapartidos...» (p. 113).

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Este medio tiende a homogeneizargustos personales y modelos de vida, aglobalizar, a fragmentar y aislar a losciudadanos (todo al mismo tiempo) y,sobre todo, debilita a la democracia yaque desinforma (o informa mal) a laopinión pública. Con estos argumentos,el autor expone una visión pesimista dela sociedad contemporánea, argumen-tando que la televisión ha generado unanueva «... cultura de la incultura..., unmundo de atrofia y pobreza cultural...»(p. 39), que se ampara en la democrati-zación de la comunicación como si elnúmero de beneficiarios no alterara lanaturaleza y el valor de esa cultura.

Ahora bien, a nuestro entender, latesis central del libro presenta ciertosmatices deterministas. Sostenerla supo-ne concebir al individuo como unatabula rasa, un autómata, incapaz derazonar por sí mismo. Implica desco-nocer que las personas tienen actitudes,valores, creencias que, de un modo uotro, modelan o transforman los men-sajes recibidos. También supone enten-der a los individuos como seres amor-fos, dependientes y con escasas relacio-nes interpersonales. De ser así, las per-sonas serían fácilmente manipulables,se les podría decir qué hacer, cómopensar y hasta cómo votar. Sostener

afirmaciones de este tipo, tambiénimplica desatender el debate que desdela psicología política se ha desarrolladosobre el tema. Un debate que haenfrentado durante casi un siglo a losespecialistas y que ha llevado a afirmara muchos de ellos que los medios decomunicación no tienen un poderomnímodo sobre las personas. Es ver-dad que éstos influyen sobre los temasa los que las personas les prestan másatención, pero resulta difícil pensar quelas personas pierdan toda su racionali-dad ante ellos. En este sentido, habríaquizás que pensar que las personastambién generan «anticuerpos» ante lavorágine de información con la que seenfrentan diariamente. Los individuosdesarrollan sus propios códigos y utili-zan sus propios filtros en el procesa-miento de esa información. En defini-tiva, triste sería pensar que el hombrehaya sido aplastado por la máquina,por sus propios inventos.

Sartori termina su obra desvelandosu temor de ser identificado como unretrógrado. Por ello, él mismo sugieresu propio calificativo: ser consideradoun vanguardista. En fin, cada lectortendrá la última palabra.

Flavia FREIDENBERG

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SONSOLES SANROMÁN

Las Primeras Maestras.Los orígenes del proceso de feminización docente en España

(Barcelona, Ariel, 1998)

Este libro es la versión condensaday ensayística de la tesis doctoral deSonsoles Sanromán, profesora de

Sociología de la Educación en la Uni-versidad Autónoma de Madrid: unestudio de los orígenes del proceso de

feminización de la escuela públicaespañola y de la discriminación labo-ral de las primeras maestras. El prin-cipal hilo conductor de la investiga-ción es el estudio sistemático de lainterrelación existente entre el cam-bio de la concepción de la naturalezade la mujer y de la educación femeni-na y la transformación del trabajo demaestra durante más de cien años: losque van desde la reorientación baco-niana del sistema de enseñanza tradi-cional por la Ilustración española, enla época de Carlos III, hasta los pri-meros ensayos de la modernizaciónkrausista de la escuela elemental y delmagisterio femenino durante el sexe-nio revolucionario de 1868-1874 y elcomienzo de la Restauración borbó-nica.

Dentro de ese marco cronológico ycon esa temática general, la autora secentra fundamentalmente en el análi-sis de la figura de la maestra primiti-va, distinguiendo tres tipos diferen-tes, correspondientes a tres épocashistóricas sucesivas, y acuñándolosterminológicamente con acierto: lamaestra analfabeta (1783-1838), a laque se incluye en el sistema de ense-ñanza de la época pero excluyéndolade la alfabetización y de la culturaletrada en general; la maestra mater-nal (1838-1876), que se integra teóri-ca y prácticamente en la escuelapública de la administración educati-va liberal, aunque en la posición labo-ral más subalterna, al reconocerse lanecesidad de formar intelectualmentea la maestra y a la mujer en generalcomo educadoras de la infancia ycomo sostén moral del nuevo ordensociopolítico; y la maestra racionalintuitiva (1876-1882), del liberalis-

mo krausista y krausoinstitucionistadel último tercio del siglo XIX, quecoincide con la consolidación parcialde la institucionalización de la educa-ción maternal en la escuela primaria ycon la aparición histórica del magiste-rio como primera ocupación laboralextradoméstica masiva de la mujerespañola.

Formalmente, la obra se articula encinco partes. Las tres centrales, corres-pondientes al estudio minucioso delos tres tipos sociohistóricos de lamaestra primitiva, son el núcleo delensayo. La primera parte puedetomarse como una introducción,puesto que se ocupa de la fundamen-tación teórica general de los tresmodelos a partir de las concepcionesde Rousseau, Kant y Condorcet,como supuestos «representantes delsentir de la mayoría» sobre la condi-ción femenina y la educación de lamujer en esas tres épocas y por esemismo orden. En cuanto a la última,viene a ser una especie de apéndicedonde se corrobora, legislativa y esta-dísticamente, la feminización inicialde la escuela pública elemental duran-te la segunda mitad del siglo XIX.

Metodológicamente, el enfoquesociológico de partida se desarrollacon coherencia mediante la interrela-ción sistemática de la perspectiva filo-sófica y de la perspectiva histórica. Laprimera, como recurso necesario paracomprender la mentalidad dominanteen cada época, conforme a la tesis deHegel en su Filosofía del Derecho: «lafilosofía es el propio tiempo aprehen-dido en el pensamiento»; y la segun-da, como clave imprescindible para elesbozo conjunto de la dialécticacaracterística de la trama básica del

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poder en cada momento histórico.Aunque esto último se hace sólo deforma limitada. El uso intensivo delas fuentes legislativas y el comentarioincisivo de los materiales documenta-les complementarios utilizados por laautora bastan, desde luego, paraseguir el desarrollo del trabajo demaestra y la feminización inicial de ladocencia en el marco de la escuelapública elemental. Pero habría queexplicitar más las conclusiones básicasde la historia social comparada y pre-cisar el contexto histórico-social espa-ñol mediante el aprovechamientoriguroso de los principales resultadosde la historiografía general y de lasociología histórica de esa época.

El tiempo histórico de la maestraanalfabeta (como «la maestra produc-tiva») es ante todo el correspondientea la madurez de la Ilustración españo-la, aunque se prolongue luego hasta laIlustración tardía y la confrontaciónpolítica e ideológica posterior entre elabsolutismo y el primer liberalismo,con la crisis del Antiguo Régimen. Elproyecto borbónico de un Estadoregalista, centralizado e institucionalresponde a la necesidad objetiva delrestablecimiento y la consolidaciónde la competencia fiscal, política ymilitar de la monarquía frente al par-ticularismo social nobiliar, eclesiásti-co y gremial tradicional, con el apoyode las fracciones «nacionales» de lanobleza civil y eclesiástica, de la Igle-sia y de la burguesía. La potenciacióndel sistema de enseñanza tradicional,a partir de la reforma de las institu-ciones ya existentes y de la creaciónde otras nuevas, fue una de las basesmás firmes de ese programa borbóni-co de intervención estatal. De hecho

y con independencia de sus diferen-tes posiciones político-ideológicas—radical y puramente secular en elcaso de Olavide y Cabarrús, y realistae integradora de lo público y lo priva-do, y de lo secular y lo eclesiástico, enel de Campomanes o Jovellanos—,los principales autores de los proyec-tos de reforma coinciden siempre enlo fundamental: orientación baconia-na, científica y práctica, y estructura-ción claramente dual y jerarquizadade la trama institucional básica delsistema de enseñanza, en general; yreorientación «industrial» de la edu-cación femenina, con el mismo sesgode clase, en particular.

La exaltación de la educación porlos ilustrados españoles está estrecha-mente relacionada con su deseo de lasuperación del atraso profesional ycientífico de la sociedad española dela época, y suele ir unida a la alabanzade la beneficencia social y la actividadeconómica, y a la crítica del despreciodel trabajo manual por la nobleza tra-dicionalista y de la mentalidad carac-terística de la clase ociosa en general.Para la Ilustración española, la escuelaes un instrumento de reforma políti-co-económica y un mecanismo cultu-ral para el control sociopolítico. Setrata de lograr al mismo tiempo ladomesticación política de los súbditos(o de los ciudadanos, en la formula-ción liberal posterior) en general,junto con la potenciación económicay política y la legitimación político-ideológica del orden social y del Esta-do mediante el diseño teórico y laestructuración práctica duales y jerar-quizados de la trama institucional delsistema de enseñanza, con un doblesesgo, de clase y de género. Por una

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parte, se contrapone la «educaciónpopular», la gestión política y la «nor-malización» física, moral, cívica,ideológica y laboral de la infanciapobre, en la escuela elemental, lafamilia y otras instituciones, a la for-mación científico-técnica y a la selec-ción y la promoción meritocrática delos cuadros de la administración, elgobierno y la sociedad civil, en loscentros de enseñanza media y supe-rior, para la infancia y la juventudnobles y acomodadas. Pero a esto seañade la reformulación del diseño tri-dentino tradicional de la educaciónfemenina con la misma orientaciónutilitarista baconiana: formaciónmoral y rel igiosa, como futurasmadres y esposas, de las niñas engeneral; y práctica de las labores texti-les y del ejercicio del trabajo útil engeneral, respetando las exigencias deldecoro propias de la jerarquía social(el hilar y el tejer en el taller domésti-co artesanal, en el caso de las hijas delabradores y artesanos; y el encaje, elbordado y otras labores caras, difícilesy primorosas, en el de las futurasdamas).

Los ilustrados estaban realmenteinteresados en la potenciación de unsistema público de enseñanza y en laacreditación profesional del magiste-rio como especialista en la educaciónpopular, pero dependieron siempre dela colaboración y de la buena volun-tad de la fracción progresista delpoder municipal, eclesiástico y nobi-liar. En esas condiciones, impulsaronel desarrollo de un conjunto de insti-tuciones educativas públicas, semipú-blicas y privadas, con la ayuda de labeneficencia municipal, eclesiástica ycivil. Luego, con la crisis del Antiguo

Régimen, la política educativa tendríaque modificarse; durante el primerperíodo absolutista, por el aumentode la influencia relativa del tradicio-nalismo eclesiástico; y a partir delTrienio Liberal, por la tendenciahacia la transacción ideológica y elcompromiso político entre liberales yabsolutistas. De hecho, esa tendenciapactista se impone ya en este primernivel de la enseñanza pública con elPlan y Reglamento de las Escuelas dePrimeras Letras (1825), que puso lasbases legis lat ivas más f irmes delmodelo de la escuela nacional ele-mental de prácticamente todo el sigloXIX: centralizado, uniforme y formal-mente público, pero conforme alpatrón pedagógico tradicional de lasEscuelas Pías y bajo el control ideoló-gico de la Iglesia.

Por otra parte, la concepción de lacondición femenina de la época no estanto la del reduccionismo naturalistade Rousseau como la patriarcal tradi-cional, aunque modernizada, eso sí,en función de la filosofía utilitaristade la Ilustración española. Su ideal demujer es el de «la mujer laboriosa yproductiva», que impulsan las leyes dela época. Su concepción de la maestracomo «la maestra productiva» respon-de a esa misma inspiración teóricabaconiana. Y el diseño conceptual tri-dentino de la educación femenina tra-dicional se modifica por entonces conuna orientación político-economicistaidéntica: las niñas tenían que ejerci-tarse en el trabajo útil y en las artestextiles, aunque respetando la lógicadel rango social y sin merma de surigurosa formación moral y religiosa,como futuras madres y esposas.

Los ilustrados regularon el estable-

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cimiento de casas para la educaciónde niños y niñas. Prohibieron la coe-ducación, impulsaron la configura-ción patriarcal de la escuela en gene-ral y ensancharon las bases institucio-nales de la educación de la infanciapobre urbana con dos nuevas redesescolares: las escuelas de caridad, conel respaldo municipal y bajo el con-trol último de la Junta General deCaridad; y las escuelas patrióticas,con el apoyo de las sociedades econó-micas y de sus agentes sociales. Lamayoría de las escuelas patrióticas sereservaron exclusivamente para laeducación de las niñas pobres,mediante la combinación curricularde la inculcación religiosa, la norma-lización moral y política y la instruc-ción útil en «las labores propias de susexo»: el hilado y las artes textiles engeneral, fundamentalmente. Por lodemás, aunque desde 1783 se recono-ció legalmente la conveniencia de laalfabetización de la infancia femeni-na, las escuelas de niñas se limitaríanfundamentalmente a la educación delas niñas mediante los rezos y laslabores, con vistas a la formación debuenas madres de familia y de muje-res productivas.

El magisterio femenino da sus pri-meros pasos durante el reinado deCarlos III, pero el acceso al magisteriose reguló también desde un principiocon el mismo sesgo discriminador.Además del certificado de buenas cos-tumbres, al aspirante a maestro se leexige la acreditación académica,mediante un examen, de su dominiopersonal de la doctrina cristiana, lalectura, la escritura y el cálculo. Pero,en el caso de las aspirantes a maestras(como en el de las candidatas a ayu-

dantes de maestras) para las escuelasde niñas, se trata ante todo de la selec-ción de «matronas honestas» e instrui-das en los principios y obligaciones dela vida civil y cristiana y en las habili-dades propias de su sexo. Con ese fin,tan sólo se las somete a una prueba decostura y de catecismo y se prefieresiempre «a las de mejores costumbresen concurso con igual habilidad». Porlo demás, a las maestras se las sitúabajo el control, la inspección y ladirección inmediatos de una junta dedamas ilustradas de las clases elevadasy bajo la vigilancia última de la Juntade Damas de Honor y de Mérito, creada en 1783 y que persiste con esafunción hasta 1882.

Con todas sus limitaciones, el ofi-cio de maestra aparece, para la mujery desde un principio, como la únicaalternativa a la profesión religiosa y sedefine socialmente en términos bas-tante similares. La «matrona-maestra»es una maestra analfabeta a la que seexige una moralidad estricta y unaconducta ejemplar, y que se encargade la reproducción cultural de la dis-criminación social, de clase y degénero, de la infancia pobre femeni-na. Inculca a las niñas la dependenciaexigida a la mujer, los rudimentos dela fe católica, los patrones morales yculturales de las clases medias y lasubordinación de las clases populares,y las instruye en la práctica de laslabores y en los conocimientos útilespara la producción doméstica y parala artesanía textil, en orden a su for-mación rigurosa como mujeres pro-ductivas y como madres y esposasfuturas.

Con la crisis del Antiguo Régimen,ese panorama general sólo se modifica

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relativamente. El Proyecto de Decretosobre el Arreglo General de la Ense-ñanza Pública, de 1814, reproduce laconcepción de la escuela nacional,«fábrica de ciudadanos», del liberalis-mo francés, y recomienda la creaciónde escuelas públicas femeninas, queincluyan en su currículum la lectura yla escritura para las niñas y las laborespropias de su sexo para las adultas,aunque confiando más en su educa-ción doméstica y privada que en sueducación pública. En el primer perí-odo absolutista los factores político-ideológicos pasan también a primertérmino: la potenciación de las escue-las de caridad para la infancia pobre yel fomento del establecimiento deescuelas de niñas en los conventosson un buen indicio en ese sentido.Durante el Trienio Liberal, las dispo-siciones legales distinguen entre lasmaestras y las escuelas de la infanciafemenina acomodada y las de lasniñas pobres, pero sin concretar lasresponsabilidades de la «maestra-pasante», de cara al currículum. Éstees más elemental que el de las escue-las de niños, aunque se amplía con lalectura y la escritura y con el cálculo,por su utilidad para la economíadoméstica. Por último, el Plan yReglamento de las Escuelas de Prime-ras Letras del Reino, de 1825, distin-gue, con un doble criterio demográfi-co y de género, entre cuatro catego-rías de escuelas municipales, con lacorrespondiente jerarquización delmagisterio y del currículum, y tratatambién explícitamente del examende las candidatas a maestras, del sala-rio de las maestras (siempre menorque el del maestro) y de sus funcionesprofesionales: la educación de las

niñas en los rudimentos de la «fecatólica, en las reglas del bien obrar,en el ejercicio de las virtudes y en laslabores propias de su sexo».

La ruptura con el régimen políticomonárquico-absolutista a partir de losaños treinta lleva al desarrollo relativode un Estado formalmente liberal,con un sistema de enseñanza centrali-zado, homogéneo y relativamentelaico, como una parte importante delmismo, en orden a la legitimación dela desamortización general de la tie-rra, de las reformas político-económi-cas liberales en general y del nuevoorden social que surge con éstas. Conello, asciende también la nueva clasemedia de los políticos, los empleadosde carrera y los profesionales libera-les, directamente interesados en laconsolidación de la administracióncivil en general y del sistema de ense-ñanza en particular. Con un conoci-miento muchas veces directo de loque ocurría en Francia, Bélgica,Inglaterra y otros países europeos,adquirido durante los años de exilio,esa clase media urbana analiza losnuevos problemas políticos y socialesy trata de buscarles soluciones racio-nales. Dota así a la nueva sociedadespañola del orden y la unidad legis-lat iva, judicial y administrat ivaimprescindibles, y pone las bases deun sistema público de enseñanza detipo dual, en función de la contrapo-sición de la escuela elemental para lainfancia popular y de la enseñanzamedia y superior para «los herederos»de la clase media (rompiendo, ade-más, definitivamente con la tradicióntécnico-profesional ilustrada, mante-nida por el equipo político-ministe-rial de Gil de Zárate hasta mediados

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de siglo en la Dirección General deInstrucción Pública): refuerza la inte-gración de la pedagogía escolapia enla escuela pública con la Ley de Ense-ñanza Primaria de 1838; ensaya variasveces la regulación definitiva de laenseñanza media y superior; e integralos resultados de ese doble esfuerzo deregulación jurídico-formal, en 1857,con la Ley de Educación de Moyano,vigente hasta 1970.

El liberalismo político del segundotercio del siglo se inspira en la infantschool inglesa y la salle d’asile francesa,para impulsar el nuevo modelo de la«escuela maternal» como escuela depárvulos. Se trata de formar a lainfancia mediante la extensión escolardel patrón patriarcal de la educaciónfamiliar, con la maestra maternalcomo complemento «natural» de «lacultura» del maestro en el espaciopúblico del aula (como la esposa lo esdel esposo en el espacio privado delhogar). Ese tipo de escuela apareceentre 1820 y 1840 en los países euro-peos más industrializados para aten-der a la infancia pobre popular, inspi-rándose en una nueva concepción dela naturaleza de la mujer, de la educa-ción femenina y del trabajo de maes-tra de claras resonancias kantianas.Para Kant —que se basa en la lecturade El Emilio y La nueva Eloísa (1762),de Rousseau, para desarrollar su pro-pio pensamiento en De lo bello a losublime (1764) y en sus últimos escri-tos antropológicos y pedagógicos—,el hombre y la mujer son iguales pornaturaleza, aunque cada sexo tienediversas aptitudes y está especialmen-te dotado para ejercer determinadasfunciones sociales. El sexo femeninose distingue por la dependencia y «lo

bello» de su natural: la prontitud, lafinura y la seguridad en la forma desentir, el gusto estético, la filosofíasentimental y práctica, la capacidadpara la inteligencia de los detalles, ytodo un conjunto de grandes virtudesmorales, como la dulzura, la pacien-cia, la limpieza y el pudor. El sexomasculino se caracteriza por la rudezanatural y «lo sublime» de su potencia-lidad cultural: la ilustración, la capa-cidad para la inteligencia de los prin-cipios generales y el filosofar racional.Esa igualdad natural y esa diversidadde aptitudes son beneficiosas paraambos sexos, siendo el matrimonio lapareja moral «animada por la inteli-gencia del hombre y el gusto de lamujer». Pero la educación debe disci-plinar previamente la dimensióngenéricamente animal del hombre yconfigurar culturalmente su dimen-sión específ icamente humana,mediante la moralización y la instruc-ción de la infancia. El fin de la educa-ción pública es precisamente el per-feccionamiento de la educacióndoméstica, adaptando los métodospedagógicos y los contenidos curricu-lares en función de las aptitudes decada sexo, con la ayuda de la maestramaternal, porque «el objeto de laciencia de las mujeres es sobre todo laespecie humana, y el hombre en par-ticular, dentro de la especie». Elmagisterio aprovecha la moralidadnatural de las niñas y las dotes de losniños para la instrucción cultural,orientándolos hacia su destino finalcomo personas adultas; como esposasy madres futuras, que se desenvolve-rán en el espacio doméstico, las niñas;y como ciudadanos, con un futuro enel espacio público, los niños.

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Pablo Montesino, como principalresponsable de la enseñanza primariaen el Consejo de Instrucción Públicahasta mediados de siglo; los expertosde la política escolar liberal progresis-ta en general e incluso los inspectoresque escriben los primeros manuales yguías prácticas sobre la educaciónfemenina para las madres y maestrasen los años cincuenta y sesenta,difunden esa concepción kantiana dela naturaleza de la mujer y de la edu-cación femenina, insistiendo en lanecesidad de formar intelectualmentea la maestra y a la mujer como educa-doras de la infancia y como sosténmoral del nuevo orden sociopolítico.Esa fórmula pedagógica resulta, ade-más, mucho más económica para losayuntamientos, que tienen que finan-ciarla. No obstante, los desarrollosinstitucionales del «cuidado mater-nal» de la infancia por parte de lamaestra como complemento femeni-no de la «autoridad profesional» delmaestro van bastante por detrás de lapropaganda político-educativa y delas iniciativas legales de los políticosliberales. Se crean escuelas de párvu-los, se amplían las competencias pro-fesionales de las maestras y se incluyea éstas en las escuelas de niños porprimera vez, pero en principio noreciben ninguna formación académi-ca y se forman tan sólo en la práctica,ayudando al maestro en el aula.

De hecho, los progresos institucio-nales son bastante tímidos hasta laaplicación de la Ley Moyano, querepresenta, en cambio, el auténticopunto de inflexión de la política esco-lar liberal. En efecto, esa Ley obliga aestablecer escuelas de niños y escuelasde niñas en todos los municipios, así

como escuelas de párvulos en los pue-blos con más de diez mil habitantes yen las capitales de provincia. Además,indirectamente posibilita también lafeminización de la escuela públicaelemental, al prescribir la incompati-bilidad del trabajo del magisterio concualquier otro empleo o dest inopúblico: así, mientras en 1855 hay5.549 maestros que compatibilizan sutrabajo en la escuela con otros cargos,en 1880 solamente lo hacen 2.392. Y,sobre todo y por primera vez, respon-de a una seria preocupación por laformación oficia l del magisteriofemenino, alentando la creación deEscuelas Normales de Maestras, consus correspondientes efectos sociales:la creación efectiva de ese tipo de ins-tituciones escolares (en 1867 hay ya29 Escuelas Normales de Maestras,frente a 48 centros similares masculi-nos); el reconocimiento público delos estudios oficiales de maestra; laadmisión en la práctica de la capaci-dad racional de la mujer; y la institu-cionalización relativa del modelo kan-tiano de la maestra maternal, con sudoble función, marital y maternal. Loque no quiere decir que no persista ladiscriminación de género dentro de laescuela pública elemental: el sueldode la maestra es un tercio del querecibe el maestro, por imperativolegal; los currícula de las EscuelasNormales de Maestras y la educaciónescolar de la infancia femenina sonmás pobres que los masculinos y seorientan claramente hacia el espaciodoméstico de la «profesional delhogar»; en 1880, el cuadro de profe-sores de las Escuelas Normales, públi-cas y privadas, no incluye aún a nin-guna maestra (hasta 1881 no se

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aprueba el presupuesto para la crea-ción del título de maestra en el gradonormal, que es la llave credencialistanecesaria para el acceso de la mujer ala plantilla de las Escuelas Normales);y el nombramiento de la primera ins-pectora de escuela no llega hasta1891, aunque ese cuerpo profesionalde la administración pública data de1849.

La consolidación de la nueva socie-dad española surgida de la crisis delAntiguo Régimen y el compromisopolítico-institucional moderado yconservador liberal final con la Igle-sia, con la consiguiente restauraciónde la cultura eclesiástica y la legitima-ción neotridentina del nuevo ordensocial durante el segundo tercio delsiglo XIX, supone también la apari-ción histórica de otros problemassociales estructurales y de un tipodiferente de liberalismo que entiendela política fundamentalmente comopedagogía y como regeneracionismocultural y educativo. Así, mientras lasConstituciones políticas de 1869 y de1876 responden al modelo organicis-ta y armónico de la filosofía social ypolítica krausista, la fracción más crí-tica de la nueva clase media sigue laspautas de la exigente moral kantianade Sanz del Río, Fernando de Castroy demás «santos laicos» del primerkrausismo que se rigen por El Ideal dela Humanidad para la Vida, de Krau-se. Aparece así un nuevo proyectoreformista democrático-liberal quebusca la regeneración de la sociedadespañola mediante su modernizacióncultural y educativa: la liberación delcontrol eclesiástico de las concienciasy su conquista racional mediante elimpulso del pensamiento crítico y la

extensión social de la cultura elabora-da, con una especial atención a lamujer.

La concepción de la mujer y de laeducación femenina característica delkrausismo español no es propiamentela de las memorias pedagógicas(1790-1791) de Condorcet, sino másbien la kantiana, aunque una vezmatizada por el filtro teórico de lametafísica de Krause. Condorcetinsiste en el origen cultural de todaslas desigualdades sociales y en la lógi-ca patriarcal de la desigualdad degénero; defiende el derecho universalde los hombres y de las mujeres a lainstrucción escolar, la ciudadaníapolítica y la participación en la vidapública en general; y ve en la mujer ala candidata idónea para compensarlas deficiencias sociales y culturales dela infancia mediante el magisterioescolar. No obstante, las ideas delkrausismo español no son exactamen-te ésas y proceden de otras fuentesteóricas. Ciertamente, los krausistasson conscientes del origen históricode las desigualdades sociales estructu-rales y propugnan la igualdad de losderechos educativos de todos los ciu-dadanos. Sin embargo, cuandohablan sobre el origen natural o cul-tural de la discriminación social degénero suelen situarse en el limboargumental de la indeterminaciónteórica. Es más, de hecho compartenlas tesis esencialistas más básicas deKant: la unidad natural y la desigual-dad de las funciones sociales de losdos sexos; la bondad de la influenciade la mujer sobre el hombre; y laimportancia del ascendiente culturalfemenino, a través de la familia y dela educación de los niños, para la

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sociedad en general. Pero esas tesiskantianas se matizan teóricamentecon los principios del krausismo espa-ñol ortodoxo hasta el giro «krausopo-sitivista» del final de los años setenta.De acuerdo con la ortodoxia filosófi-ca krausista, la distinción kantianaentre la moralidad femenina y la inte-ligencia masculina no tiene propia-mente sentido, puesto que la ontolo-gía panenteísta de Krause supone laigualdad de la inteligencia natural delos hombres y las mujeres. El objetivoprincipal de esa inteligencia naturalcomún es la intuición racional subje-tiva de la divinidad, del propio yo yde la humanidad, como culminaciónde la historia natural, pero esa cosmo-visión crítica no puede alcanzarse sinel impulso educativo de la libertad deconciencia. Además, políticamente, laeducación crítica de la mujer resultaprioritaria, porque su ignorancia per-judica también al hombre. Por esohay que liberarla de los prejuicios tra-dicionales y del dogmatismo religiosocon la ayuda de la crítica «positiva»de las ideas y creencias habituales ycon el fomento reflexivo de la religio-sidad natural. Tanto más cuanto que,una vez instruida, la mujer aparececomo el agente social ideal para laregeneración de la humanidadmediante la potenciación de sus vir-tudes sociales y los efectos socialespositivos de su influencia políticaindirecta como maestra racional-intui-tiva de la infancia en la familia y en laescuela.

La batalla por la regeneración cul-tural y educativa de la sociedad engeneral comienza en España con lainfluencia crítica, científica y escolarde los krausistas durante el sexenio

revolucionario. Los protagonistasprincipales de la instrucción de lamujer en esa época son el rector de laUniversidad Complutense de Madrid,Fernando de Castro, y sus colabora-dores más próximos en la Academiade Conferencias y Lecturas Públicaspara la Educación de la Mujer(1869), la Escuela de Institutrices(1869), la Fundación para la Aso-ciación para la Enseñanza de la Mujer(1870) y otras instituciones similares.Ese tipo de iniciativas se dirige a lasmujeres de clase media para potenciarla modernización cultural y educativade la sociedad española mediante suilustración religiosa, moral y social,en general, y con el impulso vocacio-nal de la maestra intuitivo-racional.Por lo demás, como movimientomoral regenerador, político-cultural yeducativo, el krausismo español notiene nada de doctrinario ni de dog-mático, sino que está siempre atentoa las nuevas experiencias pedagógicasy abandona muy pronto la ortodoxiateórica relativa inicial. Así se explicael descubrimiento rápido de la afini-dad existente entre sus propios plan-teamientos y los de la pedagogía deFröebel, que descansa, a su vez, en latradición empirista de la psicologíainfantil, el individualismo ilustradode Rousseau, el método activo de laobservación racional y la «disciplinamaternal» de Pestalozzi («razón másque empatía» y «persuasión antes quecoacción») y la filosofía social delidealismo clásico alemán.

De hecho, en 1873 se dota ya unaprimera cátedra de pedagogía fröebe-liana en la propia Escuela de Institu-trices, y tres años después, ya en laRestauración, se crea una cátedra

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especial, adjunta a la Escuela Centralde Madrid, para la enseñanza de pár-vulos por maestros y maestras espe-cia l i s tas en e l procedimiento deFröebel. En 1877 se funda la Institu-ción Libre de Enseñanza, principalreferente de las nuevas generacionesdel krausismo español, e impulsorade la escuela antiexamen y la escuelataller. En 1881, con la vuelta de losliberales al gobierno, se superan losefectos pol ít icos negativos de la«segunda cuestión universitaria».Y en el congreso pedagógico de 1882se discute ya abiertamente sobre laconveniencia de la generalización delnuevo modelo pedagógico en laescuela de párvulos y sobre las refor-mas legales previas de ese mismo añoque reservan la dirección de este tipode inst ituciones para la mujer ymodifican el currículum y la meto-dología de las Escuelas Normales,adaptándolos a la pedagogía de Fröe-bel.

En ese momento histórico, en el quese abren también, significativamente,otras escuelas profesionales para lamujer (comercio, en 1879; correos ytelégrafos, en 1883; bibliotecarias yarchiveras, en 1884; segunda enseñanza,en 1894; etc.), comienza, por tanto, latercera fase de la incorporación de lamaestra española a la escuela públicafemenina y la segunda de su inclusiónen la escuela pública masculina. Pero,aunque este estudio de los orígenes delproceso de la feminización docente enEspaña se cierra en 1882, el desarrolloinstitucional real de la maestra intuitivo-racional habrá que estudiarlo como uncomponente básico de la defensa de lainstrucción pública y de la escuela laicafrente al modelo neotridentino alterna-tivo de la escuela clerical y la educaciónnovicial durante más de medio siglo,puesto que culmina precisamente con laSegunda República.

Rafael JEREZ MIR

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