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La economía detrás de la caída del Muro de Berlín10 Noviembre, 2014Autor: Ryan McMaken
El domingo se conmemora el veinticinco
aniversario de la caída del Muro de Berlín. Como la mayoría de los acontecimientos
históricos que se conmemoran como si hubieran tenido lugar en un solo día, la caída del
Muro de Berlín el 9 de noviembre de 1989 fue solo uno de los muchos acontecimientos
interrelacionados que llevaron al fin del sistema de los estados satélites soviéticos en
Europa Oriental y el fin de la propia Unión Soviética, en diciembre de 1991.
Con la caída del muro, los alemanes orientales, que habían vivido bajo severas
restricciones en viajes y emigración, fueron capaces de viajar libremente a Berlín
Occidental, lo que continuaba una cadena de acontecimientos que ya habían empezado
ese mismo año cuando muchos disidentes antisoviéticos en toda Europa Oriental se
envalentonaron y reunieron con un éxito sin precedentes. Entretanto, los alemanes
orientales inundaron los países vecinos por millares, buscando refugio en Austria y
Alemania Occidental ante la opresión patrocinada por los soviéticos.
Por qué fue diferente en 1989A lo largo de mediados del siglo XX, Europa Oriental fue testigo de numerosas revueltas
y actos de desobediencia civil antisoviéticos. En Hungría en 1956, Praga en 1968 y
especialmente en Polonia a lo largo de las décadas de 1970 y 1980, hubo arrebatos de
resistencia, pero fue constantemente aplastada con leyes marciales e intervenciones
militares apoyadas por los soviéticos.
Pero en el verano de 1989 los polacos tuvieron unas elecciones que esencialmente
derrocaban el régimen soviético en Polonia. Sin embargo esta vez, en lugar de mandar
tanques a aplastar a los manifestantes polacos, la URSS no hizo nada.
En noviembre de ese año, los disidentes habían advertido una tendencia soviética a la
inacción. Hungría y Checoslovaquia abrieron anárquicamente sus fronteras, permitiendo
a los alemanes orientales entrar en Austria y Alemania Occidental. Los berlineses del
este empezaron a reclamar paso libre al oeste. Pronto se produjo la apertura del muro.
Hoy a los estadounidenses y especialmente a los estadounidenses conservadores les
gusta afirmar que el fin del bloque soviético y la Unión Soviética fueron obra de Estados
Unidos, que los oligarcas soviéticos temían el poder militar estadounidense y
simplemente decidieron renunciar y votaron dejar de existir, como hicieron dos años
más tarde. Este cuento constituye una buena propaganda interna en Estados Unidos,
pero el hecho de que los regímenes prácticamente nunca “renuncian” son disparar un
tiro cuando afrontan una potencia extranjera amenazante lo hace bastante improbable.
Es mucho más probable que encontremos una respuesta si nos preguntamos no por qué
era tan fuerte Estados Unidos en la década de 1980 sino por qué era tan débil la Unión
Soviética. Si los soviéticos fueron más que capaces de mantener el “orden” en Europa
Oriental durante las décadas de 1950, 1960 y 1970, ¿por qué fue incapaz de hacer lo
mismo en la de 1980?
Una investigación en esta línea nos lleva rápidamente a descubrir que, en la década de
1980, la economía soviética y la mayoría de las economías de Europa Oriental eran
economías discapacitadas. La vivienda estaba deteriorada. Los vehículos y
electrodomésticos eran increíblemente viejos y poco fiables. El nivel de vida era una
fracción del occidental. Productos básicos como jabón o medias de mujer eran a
menudo productos de lujo.
Las economías centralmente planificadas del bloque soviético producían poca riqueza
real y como los regímenes absorbían cada vez más esa poca riqueza que se producía, la
gente, así como los regímenes, se hacían cada vez más pobres.
Esta debilidad económica no significaba solo que la legitimidad del régimen estuviera
en peligro, sino que los soviéticos no disfrutaran ya de un “superávit” militar, con el que
podían simplemente entrar en cualquier vecindario rebelde y restablecer el orden.
En otras palabras, la URSS era demasiado pobre como para pagar las facturas políticas.
Mises y el problema del cálculoNada de esto habría sorprendido a Ludwig von Mises. Décadas antes, Mises había
demostrado que una economía socialista (con lo que quería decir una economía
planificada centralizadamente) no podía saber qué producir, cuándo producirlo o para
quién producirlo. Al explicar esto, Mises demostraba que la Unión Soviética,
independientemente de cualquier victoria que pueda tener en remodelar la naturaleza
humana, era económicamente imposible. Murray Rothbard explica:
Antes de que Ludwig von Mises planteara el problema del cálculo en su celebrado
artículo de 1920, todos, socialistas y no socialistas, hacía tiempo que se habían dado
cuenta de que el socialismo sufría un problema de incentivos. Si, por ejemplo, todos
bajo el socialismo iban a recibir una renta igual o, en otra variante, se suponía que
todos iban a producir “de acuerdo con su capacidad”, pero recibir “ de acuerdo con sus
necesidades”, entonces, por resumirlo en la famosa pregunta: ¿Quién recogería la
basura en el socialismo? Es decir, ¿cuál sería el incentivo para los trabajos sucios y,
además, para hacerlo bien? (…)
Pero la singularidad y la importancia crucial de la objeción de Mises al socialismo es que
no tenía ninguna relación con el conocido problema del incentivo. Mises decía en
realidad: Bueno, supongamos que los socialistas han sido capaces de crear un ejército
poderoso de ciudadanos todos ansiosos por acatar los mandatos de sus amos, los
planificadores socialistas. ¿Qué dirían estos planificadores que hiciera este ejército?
¿Cómo sabrían qué productos ordenar producir a sus dispuestos esclavos, en qué etapa
de producción, cuánto de cada producto en cada etapa, qué técnicas o materias primas
usar en esa producción y cuánto de cada una y dónde ubicar concretamente toda esta
producción? ¿Cómo conocerían sus costes o qué proceso de producción es o no
eficiente?
Mises demostró que, en cualquier economía más compleja que la de Robinsón o un
nivel familiar primitivo, el consejo socialista de planificación simplemente no sabría qué
hacer o cómo responder a cualquiera de estas preguntas vitales. Al desarrollar el
concepto crucial del cálculo, Mises apuntaba que el consejo planificador no podría
responder a estas preguntas porque al socialismo le faltaría la herramienta
indispensable que usan los empresarios privados para evaluar y calcular: la existencia
de un mercado en los medios de producción, un mercado que genera precios en dinero
basados en genuino intercambios con ánimo de lucro por propietarios privados de estos
medios de producción. Como la misma esencia del socialismo es la propiedad colectiva
de los medios de producción, el consejo planificador no sería capaz de planificar o de
tomar ningún tipo de decisiones económicas racionales. Sus decisiones serían
completamente arbitrarias y caóticas necesariamente y por tanto la existencia de una
economía socialista planificada es literalmente “imposible” (por usar una término
ridiculizado mucho tiempo por los críticos de Mises).
Los planificadores centrales soviéticos nunca tuvieron una respuesta a esta crítica. De
hecho, su “respuesta” solo llegó en 1991 cuando la URSS finalmente se vino abajo. E
incluso hasta el final, los keynesianos estadounidenses nunca se lo imaginaron
tampoco, con Paul Samuelson todavía afirmandoen 1989 que “una economía dirigida
socialista puede funcionar e incluso prosperar”.
¿Por qué duró tanto?
En respuesta a la afirmación de Mises de la imposibilidad de planificación centralizada,
alguno preguntará: “Bueno, si la planificación centralizada era imposible, ¿por qué duró
tanto?”
La respuesta puede encontrarse en el hecho de que incluso en un estado planificado
centralizadamente el capital sencillamente no desaparece de la noche a la mañana. Los
planificadores soviéticos no empezaron sin nada. Tenían el capital acumulado durante
siglos de ahorros e inversiones de rusos, ucranianos, alemanes, polacos y otros bajo su
control.
Es verdad que no les era posible planificar correctamente o determinar no
arbitrariamente qué bienes debían producirse. Pero sin embargo tenían grandes
cantidades de capital a su disposición e incluso si el estado planificado
centralizadamente produjera cero riquezas (cosa que no era verdad, ya que incluso el
estado soviético producía algunas cosas que quería la gente), tendría aún suficiente
para redistribuir hasta que se agotara toda.
Esto es aún más verdad en regímenes que están solo parcialmente planificados
centralizadamente, como es el caso de Venezuela, sobre la que Nicolás
Cachanosky observaba recientemente:
Si una de las economías los países más ricos y desarrollados del mundo adoptara las
instituciones cubanas o norcoreanas de la noche a la mañana (…) la riqueza y el capital
no se desvanecen en 24 horas. El país pasaría de acumular capital a consumir capital y
podría llevar años o incluso décadas agotar las arcas de la riqueza previamente
acumulada. Entretanto, el gobierno tiene los recursos para (…) disfrutar de la riqueza,
carreteras, infraestructura eléctrica y redes de comunicación que fueron el resultado de
las realidades más de libre mercado del pasado.
Sin embargo, el “fondo de reserva”, como lo llamaba Mises, se acaba agotando:
Un punto esencial en la filosofía social del intervencionismo es la existencia de un fondo
inagotable que puede exprimirse eternamente. Todo el sistema del intervencionismo se
viene abajo cuando se seca esta fuente: el principio de Santa Claus se liquida a sí
mismo.
Además de esto, los soviéticos hicieron dinero para el régimen vendiendo petróleo (y
otros bienes) en mercados internacionales y los altos precios del petróleo en la década
de 1970 también favorecieron al régimen, de forma que si no hubiera sido por la ventas
de crudo es bastante posible que el régimen hubiera desaparecido una década antes.
Conclusión
Al tratar las terminales mediáticas de noticias el aniversario de la caída del Muro de
Berlín este año, sin duda dedicarán mucho tiempo a explicar el papel de diversos
políticos estadounidenses y programas militares y relaciones internacionales. Es
bastante posible que todas estas cosas tuvieran un efecto en los regímenes de Europa
Oriental que no fuera trivial. Sin embargo, dichos análisis ignoran el enorme elefante en
la habitación que es el fracaso inevitable de regímenes que se construyen sobre la
planificación centralizada y la redistribución de riqueza. Sin mercado ni precios, no
puede haber planificación, y sin planificación no puede haber creación de riqueza ni, en
definitiva, perdurabilidad política. Los rebeldes y manifestantes de Europa Oriental
merecen un inmenso reconocimiento por hacer frente valerosamente al estado. Pero,
en el fondo, quienes tuvieron éxito se vieron ayudados inmensamente por un momento
bueno y una economía mala.