La disputa por el tiempo
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La disputa por el tiempo
El Pachakuti en marcha en Bolivia
LUIS A. GÓMEZ
En la historia suceden cosas cuando parece que no está sucediendo nada.
Como algunas noches.
Sí, la historia tiene noches y días, dijo Murat.
¿Y ahora es de noche?
Ahora es de noche; hace bastante tiempo que es de noche.
¿Y duermes?, preguntó Sugus.
Estoy impaciente, y a veces en la oscuridad mi impaciencia tiene la voz de un ángel.
John Berger, Lila y Flag
I
Hay una estrella de piedra en la fachada de un edifcio en la Normal de Warisata. De cinco
puntas, el asto está representado en movimiento, un movimiento abstracto que corre en
dirección contraria a las manecillas del reloj. Es la estrella de la vida indígena, aymara,
hurtando a la muerte (y no solamente en una fantasía de piedra) el cuerpo, la historia y la
cultura1.
1 Entrevista a Juan Carlos Condori realizada en Warisata por Raúl Zibechi y el autor en julio de 2005.
Así, la negación del devenir temporal no es para los aymara necesariamente un absurdo, un
imposible: es el sueño lúcido del que se rehusa a dejar de desear un “otro tiempo”. Y a cada
paso histórico dado sobre los caminos, movilizados, los dueños del altiplano occidental
boliviano pretenden que ese periodo “donde ya sólo manden los indios”2 surja de sus
acciones, deteniendo para siempre el péndulo y el tictac de sus dominadores que todavía
determina buena parte de su existencia.
Otra manera de definir esta estrategia, que no es sino la construcción de un horizonte
político, sería afirmar que “el tiempo para el indígena viene de atrás y para el blanco el
tiempo viene de frente”3.
En cualquiera de los casos, se trataría, a mi entender, de una construcción colectiva de los
aymara frente al poder y frente al poder del Estado, siempre en proceso (y por tanto en
movimiento), en la que el rechazo rotundo a aceptar la sujeción al tiempo del Estado (y las
clases dominantes) es también un principio activo y organizador para lo por venir.
De la materialidad de nuestros días
Si, como dice el Subcomandante Marcos, la guerra declarada hoy en el mundo es la de la
globalización, la del neoliberalismo, entonces son los aymara una resistencia que ataca en
forma intermitente4, construyendo las bases territorializadas de su futura
autodeterminación. Y en el escenario de la confrontación ejercen como su más poderosa
2 Al respecto de esta afirmación hecha por Túpaj Katari en 1781 ver: Thomson, Sinclair. We alone will rule, The University of Wisconsin Press, 2002. 3 Choque, Vidal. Desde el fondo de nosotros mismos, Indymedia Bolivia, 2004, p. 8. 4 En el histórico ciclo de movilizaciones y “guerras” que arrancó con la Guerra del Agua en 2000, los aymara aparecen movilizados sobre el escenario (La Paz, El Alto y obviamente sus comunidades), para luego desaparecer aparentemente y, entre esos eventos de relumbre, ceder inclusive el control de su territorio al control de las instituciones estatales. Esa es la intermitencia.
arma lo que Silvia Rivera llama la “acumulación de lucidez”5: el producto beligerante de la
masticación de generaciones. Tradición, es la palabra y el resorte: a partir de saber lo que
les “viene de atrás” en el tiempo, los hombres y las mujeres del altiplano disputan la
inversión de los ciclos de la vida presente, su sistema actual de organización en el tiempo.
De esta manera, es posible entender cómo a las balas y los gases, a lenta muerte del hambre
y la marginación, en octubre de 2003 y en mayo y junio de 2005, los aymaras del campo y
de la ciudad han opuesto hondas y piedras, palos y voces. Ponchos, comidas comunitarias,
manos fraguadas en el poder-hacer: identidad es la palabra… y el resorte que los impulsa
“desde atrás”. Lo mismo en la fiereza que desbordan en el combate que en la ceremonial
manera de tratarse, en la colectiva manera de explicarse, en la fiesta... siempre conjugados
en “nosotros”, comunitariamente6.
Es pertinente aclarar que los aymara nunca han sido completamente sojuzgados,
derrotados por sus enemigos. Ni en tiempos de Mayta Inca ni en los de Gonzalo Sánchez
de Lozada. Se enseñorean sobre su territorio siempre que lo consideran necesario,
cercando contundentemente al poder, acotando su capacidad de influir en sus vidas.
Porque lo que está en disputa no es la “defensa y reconquista” de los bienes comunes7, la
soberanía sobre su territorio o los derechos a autorregularse y a reproducirse materialmente
de acuerdo a su voluntad. En este conflicto que dura ya más de 500 años occidentales, los
aymara, que deliberan permanentemente en forma comunitaria8, saben colectivamente que
eso que los q’aras y mestizos llamamos “recursos naturales” no son sino recursos “para la
vida”, potencias y dones de la Pachamama que nos pertenecen a todos (inclusive a plantas y
animales).
5 Entrevista a Silvia Rivera Cusicanqui realizada por Raúl Zibechi y el autor en julio de 2005. 6 Sobre los cómos ver: Zibechi, Raúl. Dispersar el poder, textos rebeldes, 2006. 7 Colectivo Situaciones, Mal de Altura, Tinta Limón, 2005. 8 Al respecto, un dirigente vecinal de Villa Esperanza, uno de los cientos de barrios aymaras, me dijo que “La comunidad manda”, reflejando en ello ese espíritu, ese tejido pétreo, en el que nada, si vale para todos, está separado de la comunidad en su conjunto.
Los hombres, mujeres, niños y ancianos entienden así, sin dubitar que el territorio9 es
suyo, y no disputan entonces su propiedad, que legítimamente es propiedad de todos y no
puede ser mercantilizado: lo mismo el agua que las montañas. Y en todo caso, si habremos
de comerciar, de intercambiar con los otros, será en benficio de todos. Y aquí vale
mencionar ese preciso principio andino que dice que “cada quien según sus capacidades y
a cada quien según sus necesidades”; es decir, reciprocidad total y totalizante.
Sobre esta delimitación de los términos de lucha es que la disputa es por el tiempo. Los
aymara se despliegan sobre el espacio para romper una falsa ruptura con el devenir para, en
la unidad soñada con los ojos abiertos, poder autodeterminarse irremisiblemente.
II
En la Teoría General de la Relatividad, Albert Einstein explicó que el espacio-tiempo es
una dimensión más de la vida que se deforma y distorsiona según “la distribución de
materia y energía”10. Y por esta suerte, sabemos que el lugar y su forma, tanto como su
clima, determinan sin dudas nuestra forma de entender el tiempo, nuestro “estar” en el
mundo. Aquí, los aymara y otros pueblos del Ande, entienden la circularidad cíclica del
tiempo, estableciendo sin dudas una direccionalidad diferente a la linealidad occidental
que ha pretendido marcar a sangre y fuego su vida.
A este simple concepto, que da pie a una filosofía completa de la vida y de la acción
política, quisiera agregar que, en la resistencia y la reconstitución de su dominio sobre sí
mismos, se desarrollan en los aymara, concebidos como movimiento social, dos tácticas de
9 Una entidad multidimensional que va del subsuelo y llega hasta los astros, como explica los amautas y Felipe Quispe, el Mallku. 10 Aunque la adaptación puede ser mecánica, la idea expresada por Einstein sirve aquí para expresar una “organicidad vital” que ilustra en buena medida la capacidad de movilización de los aymara. Hawking, Stepehen. El universo en una nuez, Crítica Planeta, España, 2003, p. 35.
lucha: la de cerco y la de construcción11. Sin embargo, y sobre todo por la intermitencia
mencionada antes, este pueblo guerrero con tradiciones milenarias ha demostrado hasta
hoy más fuerza en la primera que en la segunda: cerca y vence más que construye (o re-
construye).
Durante los cercos a La Paz organizados en 2000 y 2001, que incluyen la creación del
Cuartel General Indígena de Q’alachaca, o cuando la insurrección de octubre de 2003, los
aymara derrotaron al tiempo del otro, imponiendo (aunque fuera pasajeramente) su
agenda, su cuantificación del tiempo, al Estado liberal boliviano que verticalmente ha
querido decidir por ellos12. Sin embargo, como me explicaba un jefe militar aymara luego
de las movilizaciones de mayo y junio de 2005, “no sabíamos qué hacer luego”, luego de
derrotar al gobierno, de ocupar su espacio... y ahí, ante la disyuntiva de tomar por asalto las
instituciones que les son ajenas o crear unas alternativas, han llegado tal vez a un límite.
De todos modos, sabiendo que su tarea no ha terminado, he podido atestiguar reflexiones
entre los aymara, sobre todo en las comunidades rurales, que sin dar una respuesta clara
siguen reflexionando sobre el qué hacer que tienen. Saben que, como en México explicaba
Guillermo Bonfil Batalla de otra manera13, hay un tiempo de arriba y un tiempo de abajo.
En el nivel superior, donde se asientan a derecha e izquierda quienes dicen mandar sobre
nosotros, ocurre la política de la democracia representativa. Abajo, casi siempre a la
izquierda14, soñamos con nuevas relaciones sociales, quizá todavía ilusionadamente, pero
cada vez más visiblemente.
Del tiempo social de los aymara
11 En general, Raquel Gutiérrez distingue al cerco como la potencia de “acotar la capacidad del Estado de dominarnos” y a la construcción como la capacidad de instituirse y crear nuevas formas de organización de la existencia colectiva. 12 Gutiérrez, Raquel, et. al. Tiempos de rebelión, Comuna, La Paz, 2000. 13 Bonfil Batalla, Guillermo. El México profundo, Los Noventa, CNCA, México, 1990. 14 En la Sexta Declaración de la Selva Lacandona, el Ejército Zapatista de Liberación Nacional formula esta clasificación.
Como dije al principio, citando a John Berger, es innnegable que en el tiempo de abajo es
todavía de noche. Más aún, vivimos un tiempo de confusión y desconcierto generalizado
(un tiempo todavía oscuro), que entre los aymara se muestra en la incapacidad presente de
construir más sólidamente sobre el espacio reconquistado una y mil veces. Pero esto no ha
borrado de la memoria colectiva las victorias obtenidas en el ciclo abierto por la Guerra del
Agua peleada en Cochabamba y el Jach’a Omasuyos en el altiplano norte.
Para mí, es justamente un intento de construcción en el tiempo lo que ha llevado a los
aymara a votar masivamente por Evo Morales el pasado 18 de diciembre. Copando el
espacio, en el impulso a muchas manos del que fueron el corazón, el núcleo, los aymara del
campo y de la ciudad consiguieron en mayo y junio de 2005 apenas un proceso liberal, de
“los otros”, y decidieron un movimiento inédito para mantener con viva la llama de la
esperanza.
No se trata de la “hora de los indios”, como a mi entender dice huecamente el actual
Vicepresidente de Bolivia15, sino del tiempo. Y es que, en un efecto que deslumbra y toma
prestado de la presentaneidad de la izquierda vertical y anhelante por la “toma del poder”,
García Linera concede al triunfo electoral de su grupo el rasgo de la hora cero, brillante16,
olvidando en su lapsus que en este país se trata de un proceso político, el de los pueblos
indígenas, en el que su elección no es un punto de partida general (comunitario) sino una
curvatura del tiempo colectivo de la que los aymara son tal vez el peso mayor que produce
dicho fenómeno.
En mi opinión, la elección que llevó a Evo Morales y Alvaro García al gobierno es
producto de una irrupción del tiempo de la estrella en el continuum del tiempo liberal, del
15 Alvaro García Linera, quien en su pasado compartió pan y penurias con los aymara, acuñó el 18 de diciembre de 2005 en la noche, cuando el triunfo de su partido, por mayoría absoluta, era ya un hecho irrefutable. 16 Algo que por demás sirvió para explicar revoluciones pero no procesos revolucionarios, como ocurría en los años setenta del siglo pasado, cuando la emergencia en Centroamérica creó la ilusión transitoria de cambio.
Estado. Con ella, y sin hipotecar sus esperanzas ni perder de vista el horizonte político, los
indígenas han dado un peculiar avance táctico.
Nada en el momento actual hace pensar que la forma aymara de hacer política, de decidir
en conjunto, ha cedido ante el avance arrollador de quienes ven en el gobierno una forma
de unir el Estado con la sociedad para seguir caminando. Los votos en el Altiplano y en El
Alto no son un cheque en blanco, como demuestran las marchas y la distancia crítica con
que se ha encontrado el nuevo gobierno en los últimos dos meses: hasta hoy, nada ha
cambiado esencialmente en las relaciones sociales que igualan en la comunidad aymara, ni
siqueiera con un indígena como presidente. Las demandas de nacionalización, de agua, de
salud, trabajo, educación, dignidad y soberanía siguen intactas.
Finalmente, cabe insistir en este cíclico tiempo que viven los aymaras17, porque es su
naturaleza, una naturaleza que difiere completamente de la del Estado, la economía y las
regulaciones normativas de Occidente. Y es que, naturalmente, los aymara “dispersan el
poder”18 del otro con su tiempo para conseguir su largamente batallada hegemonía sobre
su territorio y sus vidas. Y tal vez, rescatando los muchos tiempos de nuestros pueblos, de
nuestras naciones, será que podremos derrotar al enemigo y construir-nos a nuestro uso y
modo. He ahí el reto estratégico.
Cuenta una leyenda cierta que cuando Ernst Bloch se vio en la necesidad de sintetizar la
tesis fundamental de El principio esperanza redactó una sola frase: “Nada en esta realidad
puede ser verdad”. Y con esta certeza que asienta negativamente la posibilidad de construir
otra realidad, un sistema de la vida distinto al imperante en lo que hoy es Bolivia, puedo
entender qué buscan los aymara en sus esfuerzos, con los ojos abiertos y preñados: un
17 Si, como ha demostrado la física del siglo XX, el tiempo es uno, otra forma de entender el conflicto general en curso en Bolivia es pelear por cómo lo cuantificamos, es decir, cómo nos organizamos para medirlo a partir de nuestro devenir. A eso podemos también llamar historia. 18 Ya Raúl Zibechi, en su libro Dispersar el poder, ha consignado el talento multiforme de los aymara y otros sectores en este país para lograrlo.
sistema en que la verdad sea producto de una deliberación y un consenso colectivos, para
que esta falsa escisión del tiempo con el espacio desaparezca definitivamente.
Entonces, creo, la materia de la que están hechos nuestros sueños aymara, nuestros sueños
diurnos, es el tiempo: en la construcción sobre el espacio del que son poseedores, los
aymara construyen su horizonte político –en comunidades y caminos, en barrios y plazas–
para llegar por fin “al tiempo de los indios”... de ahí que lo disputen, como la argamasa
fundamental de lo que dejarán a sus hermanos menores... ellos lo llaman Pachakuti.
Para mis hermanos más jóvenes en Bolivia, México y otros territorios.
Q’ollasuyu Marka, 2005-2006.