La culpa
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La culpa, la falta, la deuda
Personalmente me gusta más la versión de la culpa que describe Nietzsche que la del propio Freud, aunque ya veremos como ambas
tienen puntos de contacto. “La genealogía de la moral” es uno de esos libros que nos suenan del bachiller y que algunos leímos en
su momento sin comprender de qué iban. Se trata de un texto fundamental para entender que es la culpa, algo que a cualquier
psicólogo o psiquiatra nos interesa pues se trata de una emoción ubicua y mal estudiada (sin naturalizarla) y que se relaciona
además con la angustia, basta recordar que para Freud, la angustia era un derivado, un subproducto de la culpa.
Para Nietzsche la culpa procedía de la deuda, algo que precisa de dos actores, un acreedor y un deudor. Probablemente la justicia
emergió como un modo de regular las relaciones entre acreedores y deudores y el castigo o la sanción correspondiente un modo de
ajustar cuentas con aquellos que no pagan lo que deben o no devuelven lo que tomaron de otros.
Algo que se resume en la frase “El deudor es culpable”.
Y que tiene profundas razones teológicas: pues el pecado, la culpa propiamente humana tiene un carácter esencialmente dialógico,
solo puede pecarse contra Dios. Asi que tienen razón los que dicen que el origen de la culpa es teológica -relacionada con lo oculto o
lo sagrado- pero hay que decir ahora que el teocentrismo se terminó allá por el siglo de las luces tal y como nos contó el Raskolnikov
de “Crimen y castigo”. Una vez desaparecido Dios del horizonte del hombre ¿contra quién se peca cuando se peca?
El intento de elaborar una moral sin Dios ha dado lugar paradójicamente a múltiples e infructuosos intentos de la modernidad para
acá a fin de construir una moral, una civilidad que, prescindiendo de Dios, pudiera servir como Fundamento de conducta: el
romanticismo, positivismo, marxismo, freudismo y finalmente el existencialismo y el nihilismo contemporáneo han terminado por
sembrar el huerto de aquella búsqueda de cadáveres cognoscentes.
El antropocentrismo freudiano (con su acreedor-deudor internos llamados ahora Yo y Superyó) por una parte y el más moderno de
las ciencias cognitivas vinieron a ocupar el vacío que quedó con la amortización del teocentrismo, pero este reemplazo no solo no
logró liberar al hombre sino someterlo a otro tipo de cadenas. La perdida de sentido del pecado no ha logrado liberar al hombre de
la culpa o la angustia.
Se podría pensar que en un mundo sin moral desaparecerían tanto la culpa como la angustía ¿Por qué no ha sido asi?
Para Heidegger -sobre el que volveré más abajo-, la culpabilidad procede de la misma existencia. Somos culpables por existir.
Existiría una culpabilidad “endógena” o “existencial” que sería taponada por las otras, por las culpabilidades de la psicopatología o
por las culpabilidades individuales. Todo fracaso existencial, todo proyecto clausurado sería un combustible adecuado para la culpa.
¿Pero de qué somos culpables?
Basta con echar una mirada a nuestra vida (hay que hacerlo de vez en cuando para limpiarse de culpas) para escoger de un amplio
catálogo de afrentas ¿Quién no ha tracionado, abandonado a un amigo a su suerte?¿Desairado a un padre o a una madre o
hermano? ¿Quien está libre de culpa? ¿Hemos tomado venganzas sutiles contra alguien? ¿Es que usted no ha tracionado a nadie, no
se ha alegrado cruelmente de la desgracia de su enemigo? ¿Ha devuelto todo lo que le dieron?. Si usted no se arrepiente de nada de
todo lo que ha hecho consciente o inconscientemente usted es un santo, pero la humanidad no es un almanaque de santos, sino que
es lo que es.
Volvamos ahora a Freud cuyo modelo tópico (Yo-Superyó) tanto nos recuerda al modelo nietzschiano, que recordemos enfrentaba al
deudor y al acreedor a través del concepto de deuda del que colgaba un sobrante: el castigo.
Freud pensó que todo sentimiento de culpabilidad derivaba del temor ante la autoridad -paterna o social-, asumida más tarde por el
llamado «super-ego». El mal, según esta teoría, no sería más que algo profundamente deseado -el placer-, que al ser reprimido en el
subconsciente, daría lugar al sentimiento de culpa. Querer ver el punto de partida -¡la causa!- de esta mecánica notablemente
simplista -y siempre, según Freud- íntimamente relacionada con el complejo de Edipo-,con el pecado original, como han hecho
algunos psicoanalistas católicos, revela una obsesión interpretativa absolutamente falta de fundamento. Si la psicoterapia más
moderna juzga completamente insatisfecha la derivación freudiana del sentimiento de culpabilidad a partir del «super-ego» o
autoridad paterna introyectada, sin embargo, ha debido reconocer la genial capacidad de observación del fundador del psicoanálisis
cuando afirmaba que el objeto real del sentimiento patológico de culpabilidad es casi siempre erróneamente interpretado por el
interesado (Torelló 1998, op cit).
Efectivamente la culpa patológica es casi siempre exagerada y no relacionada con la realidad de los hechos, se trata de una
observación que los psiquiatras hemos llevado a cabo (después de Freud) con mucha frecuencia. Los autoreproches del melancólico,
el delirio de culpa de ciertos enfermos se nos antojan exagerados y casi siempre injustificados e irreales.
Como conté en este post a propósito de un texto de Fernando Colina (2011), las culpas exageradas huelen a algo teatral,
valleinclanesco, trágico o esperpéntico. La culpa es una disculpa, dice Fernando Colina.
Pero, ¿cuál es la culpa existencial real que da lugar al sentimiento patológico de culpabilidad que atormenta hoy día a tantas
personas? Desde el punto de vista de la psicopatología se puede admitir que en el fondo de estos tan difundidos sentimientos de
culpabilidad se logra detectar una real «culpa existencial», que el enfermo rehúsa reconocer.
¿Pues en nombre de qué podria redimirse de ella?
Los sentimientos patológicos de culpabilidad, más o menos bien camuflados, se refieren casi siempre al pecado en sentido estricto
moral-teológico, pero revelan siempre un carácter monológico, egocéntrico. Se sufre por ellos, pero en realidad se advierte que más
bien que de la culpa en sí misma se sufre de haberla cometido ellos. Estos sentimientos de culpabilidad describen y manifiestan un
enfermizo egocentrismo, una alienación, una falta de contacto con la realidad que caracterizan al man heideggeriano (el ser neutro e
indefinido) arrojado al mundo y «existente solamente en cuanto problemático» (G. Marcel). Ya Stekel describió en muchas frigideces
sexuales el «no poder» como un «no deber», y recientemente se ha despistado en muchas «anorexias nerviosas» una transferencia
de sentimientos de culpabilidad debidos a un fracaso existencial representado en la esfera corporal en forma de desgana, de falta de
apetito o de «inapetencia» en el más amplio sentido de la palabra.(Torelló, 1998, op cit).
De manera que es el fracaso existencial el responsable de que derivemos nuestras culpas al territorio de lo somático (como sucede
en la anorexia) o se proyecte en otros, es por eso que el culpable se transforma en acusador y se toma la represalia. Y es por eso que
el rencor y la venganza forman parte del patrimonio de posibilidades a fin de despistar el verdadero fenómeno, el fracaso de un
proyecto del que en cualquier caso “no se es responsable”.
Y aqui está para mi el quid de la cuestión: la irresponsabilidad del hombre actual es la causa de que la culpa teológica no haya
desaparecido, pues la responsabilidad es la culpa laica, una culpa sin fundamento sancionador, más allá del repudio social o del
codigo penal. Paradójicamente la irresponsabilidad es la causante de la angustia y la culpa modernas.
Es imposible liberar al hombre sin someterlo a distintos yugos. Pues tal y como dice Torelló (1998):
Si esta «deuda» o «culpa» no es reconocida, nacen entonces profundos sentimientos de culpabilidad, de los que en realidad no
debiera el interesado ser «liberado», sino más bien descubrir su naturaleza y asumir la responsabilidad. Hay que entrar en la noche
oscura de la criatura, como místicos y santos supieron hacerlo. Hay que aprender a cargar con la propia culpa, sin desfigurarla ni
atribuirle otro contenido. Este es el objetivo de toda verdadera psicoterapia que se proponga la apertura del ser al mundo, al prójimo,
a los valores.