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PANAMÁ Y PERÚ EN EL SIGLO XVI 2-79 La conquista de un mundo nuevo demandó a los im- provisados y diletantes cronistas españoles y americanos que se transformaran en escritores de filiación renacentista por el englobamiento humanístico de los discursos narrati- vos y los inventarios naturalistas y científicos de las tierras que recorrían y conocían de visu. Quisieron informar urbi et orbi del hallazgo de las nuevas culturas americanas. Se operó una mágica metamorfosis; las larvas es- pirituales se convirtieron en mariposas humanísticas de brillante colorido estilístico. Fernández de Oviedo llegó como veedor de fundiciones de oro al Darién; después fue agricultor y funcionario en la Isla Española. En las noches, igual que hizo Maquiavelo, se despojaba la vestimenta del trabajo cotidiano, apartaba los frascos de ácido para ave- riguar la ley del oro como fundidor del dorado metal, y la azada que empuñaba en la siembra como granjero, para poner en blanco y negro las anotaciones de las jornadas diurnas: los detalles vividos del plumaje de los rabihor- cados, el áspero cuero y la grasa acuosa de los berracos salvajes, las grandísimas jicoteas que hasta seis indios llevaban a cuestas a los poblados. Describió la fauna de Cuba, Jamaica y la Española como si fuera un botánico graduado en Salamanca. Investigó el origen de los árboles de sombra ponzoñosa. Descubrió que de las entrañas de las montañas cubanas brotaba un licor oscuro como betún o brea. Plinio el viejo lo habría tomado de discípulo. Entre sus afanes cotidianos de funcionario y dueño de hatos ganaderos, se dio mañana para escribir la histo- ria de los conflictivos caudillos de Castilla del Oro, que él conoció y abominó, y también del areito de la reina Anacaona ante Nicolás de Ovando; asimismo escribió de la conquista del Perú y los choques de los conquistadores y sobre Nicaragua, México, Guatemala, que conoció de los relatos de los españoles, llegando a componer la Historia General y Natural de las Indias, obra capital de las ocu- rrencias hispanas del siglo XVI en las Indias.

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La conquista de un mundo nuevo demandó a los im­provisados y diletantes cronistas españoles y americanos que se transformaran en escritores de filiación renacentista por el englobamiento humanístico de los discursos narrati­vos y los inventarios naturalistas y científicos de las tierras que recorrían y conocían de visu. Quisieron informar urbi et orbi del hallazgo de las nuevas culturas americanas.

Se operó una mágica metamorfosis; las larvas es­pirituales se convirtieron en mariposas humanísticas de brillante colorido estilístico. Fernández de Oviedo llegó como veedor de fundiciones de oro al Darién; después fue agricultor y funcionario en la Isla Española. En las noches, igual que hizo Maquiavelo, se despojaba la vestimenta del trabajo cotidiano, apartaba los frascos de ácido para ave­riguar la ley del oro como fundidor del dorado metal, y la azada que empuñaba en la siembra como granjero, para poner en blanco y negro las anotaciones de las jornadas diurnas: los detalles vividos del plumaje de los rabihor­cados, el áspero cuero y la grasa acuosa de los berracos salvajes, las grandísimas jicoteas que hasta seis indios llevaban a cuestas a los poblados. Describió la fauna de Cuba, Jamaica y la Española como si fuera un botánico graduado en Salamanca. Investigó el origen de los árboles de sombra ponzoñosa. Descubrió que de las entrañas de las montañas cubanas brotaba un licor oscuro como betún o brea. Plinio el viejo lo habría tomado de discípulo.

Entre sus afanes cotidianos de funcionario y dueño de hatos ganaderos, se dio mañana para escribir la histo­ria de los conflictivos caudillos de Castilla del Oro, que él conoció y abominó, y también del areito de la reina Anacaona ante Nicolás de Ovando; asimismo escribió de la conquista del Perú y los choques de los conquistadores y sobre Nicaragua, México, Guatemala, que conoció de los relatos de los españoles, llegando a componer la Historia General y Natural de las Indias, obra capital de las ocu­rrencias hispanas del siglo XVI en las Indias.

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De las tinieblas escolásticas del Medioevo emana una llamarada de inteligencia, el dialéctico más formida­ble que produjo España en el siglo XVI y tal vez de los siglos precedentes, Fray Bartolomé de Las Casas. Histo­riador que parafraseó a Herodoto, Tucídides Tito Livio, Cicerón y Suetonio. Teólogo conocedor a fondo del pen­samiento escrito de los Padres de la Iglesia, desmenuzó la argumentación seudoaristotélica de Ginés de Sepúlveda, y espeluznó con sus conocimientos del Antiguo y el Nue­vo Testamento que transcribió en latín eclesiástico. Filó­sofo que tomó distancias del Estagirita y de los sofistas y de los turiferarios de Sócrates. Al mismo tiempo, recreó al dedillo los viajes del Almirante, narró el paso arrasador de Gaspar de Espinosa por las serranías de Veraguas, relató la tragedia griega de Diego de Nicuesa. Humanista tanto por el aluvión de sus conocimientos enciclopédicos cuan­to por la defensa cristiana de los explotados de Indias.

Las ciudades-estado italianas no tuvieron quien al­canzara la altura humanística de Las Casas, más sabio que Eneas Silvio, más severo y auténtico que Savonarola.

Pedro Cieza de León llegó a los 13 años de edad a Cartagena de Indias y se convirtió en historiador, geó­grafo, antropólogo y en muchas cosas más en América, sin tener estudios universitarios. Su único oficio fue el de soldado. La Gasea concedió el título de cronista a este au­todidacta extraordinario que legó un cúmulo de informa­ciones extraordinarias sobre las culturas precolombinas y su escenario geográfico.

Pascual de Andagoya, uno de los españoles más no­bles y hasta ingenuos del siglo XVI, investigó las relacio­nes de parentesco, los ritos y la concepción del mundo de los indios cueva del Darién con la avidez de un antropó­logo contemporáneo. Pedro Cieza de León recorrió desde Cartagena de Indias y Panamá hasta Chile y Argentina, acumulando una de las informaciones más vastas y pro­lijas acerca de restos arqueológicos precolombinos, acer-

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ca de las plantas andinas que no conoció Fernández de Oviedo: quinua, papas, ollucos, molle, zarzaparrilla, y las costumbres de las culturas sojuzgadas por los quechuas.

Un clérigo versado en letras, dueño de un estilo de­purado de excrecencias retóricas, maestro de Quevedo y Gracián, y un soldado autodidacta que narró las batallas con pluma empapada con yesca y pedernal, compitieron en la escritura de los prolegómenos y la toma de Teno-chtitlán. Francisco López de Gomara, aunque no salió mucho del claustro conventual, gracias al prodigio de su prosa, nos hace percibir los hedores atroces de las pirámi­des de los sacrificios de españoles en la Noche Triste. En la Historia General suministró valiosa información sobre las bulas papales expedidas a los Reyes Católicos por Ale­jandro VI y la búsqueda desesperada de la especiería por las islas Molucas.

La descripción de los mercados de México superó largamente los mejores pasajes de la Historia de España del Padre Mariana. Pintó a Cristóbal Colón con finura de pincel de piel de camello: "Era hombre de buena estatura, membrudo, cariluengo, pelirrojo, pecoso y enojadizo, crudo y que resistía mucho los trabajos".

Los retratos biográficos de Pérez de Guzmán y del Pulgar no tienen la sutileza de los camafeos del Inca Gar-cilaso de la Vega, sobre todo, los dedicados a Gonzalo Pi-zarro y Francisco de Carvajal Si su traducción del libro del León Hebreo lo inscribió en los registros del renacentismo, los vuelos sintácticos de su prosa cuando describe, verbi-gratia, las piruetas de las aves marinas o la majestuosidad del valle del Cuzco, lo alineó con el Antonio de Guevara de "Menosprecio de Corte" y las "Epístolas Familiares".

Eruditos humanistas como el Padre José de Acos­ta, expertos en asuntos religiosos como Fray Bernardino de Sahagún, navegantes y cosmógrafos como Pedro Sar­miento de Gamboa, etnólogos que guían a modernos in­vestigadores europeos como Juan de Betanzos, Cristóbal

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de Molina el cuzqueño y Bernabé Cobos, y muchos más cronistas de Indias, presentan murales espectaculares, re­tratos íntimos y tratados de ciencias naturales sin paralelo en el Renacimiento italiano.

Fernand Braudel excluye a España del movimiento humanístico del Renacimiento. "El Humanismo, aunque ha sido obra de minoríasdatinistas apasionados, helenistas menos numerosos, pero no menos apasionados, hebraizantes como To­más Platter, el cordelero Pico de la Mirándola o Postel), obra de algunos" "espíritus de excepción" no se ha limitado a unas cuantas ciudades o cortes de príncipes, como la brillante corte de Francisco L Estos espíritus de excepción se desparramaron por toda Europa y entraron en asidua relación epistolar. Europa entera fue afectada por este movimiento de los espíritus: Italia en primer lugar, pero también Francia, Alemania (sin olvidar el importante papel desempeñado por Bohemia), Hungría, Po­lonia, los Países Bajos, Inglaterra". Las Civilizaciones actuales. Tecnos. pg.300.

Un hispanista del fuste de Braudel se dejó llevar por un nacionalismo de miras estrechas al analizar el período en el que los reinos de Carlos V y Francisco I disputaron la hegemonía europea, con ventajas de los españoles. Tal como él indica en otras páginas de su obra, el humanismo es un "término ambiguo y peligroso, de no precisarse inmedia­tamente sus usos y su identidad", ob.cit. 296.

No dudo en arriesgarme a decir que Braudel acepta­ría incorporar al humanismo renacentista europeo a Las Casas por la fuerza dialéctica(socrática) de sus razona­mientos. Las Casas fusionó el pensamiento antiguo y mo­derno: por un lado, invocó a los doctores de la iglesia para restaurar la interpretación adecuada de los textos bíblicos; por otro lado, el fraile sevillano fue precursor de los con­ceptos del Derecho de Gentes y el Derecho Internacional Público, conjuntamente con Vitoria, Soto, Cano. Tampoco creo que Braudel vacilaría en inscribir en los rangos re­nacentistas a quien como López de Gomara escribió " a

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imitación de Polibio y de Salustio" y recogió las versiones de los filósofos antiguos sobre las antípodas y el concepto de grados cosmográficos inventado por Tolomeo. No veo tampoco al ilustre historiador galo cuestionando el huma­nismo de Luis Vives y de Francisco Suárez,

Dentro de la amplia concepción humanística de Au­gustin Renaudet que él cita "se puede designar bajo el nombre de humanismo una ética de la nobleza humana. Orientada al mis­mo tiempo al estudio y hacia la acción, esta ética reconoce y exalta la grandeza del genio humano, el poder de sus creaciones, opo­niendo su fuerza a la fuerza bruta de la naturaleza", ob.cit. 297.

A esta definición de Renaudet podrían acogerse los cronistas de Indias como humanistas no académicos que llevaron la noticia de un continente habitado por seres que poseyeron una visión del mundo en el que los valo­res morales no se cotizaban como metales preciosos; que cambiaron los términos de una realidad geográfica limita­da por el estrecho de Gibraltar; y que al pie del vivac o a la lumbre incierta de una vela en el scriptorium conventual narraron " la mayor cosa ocurrida después de la creación del universo y de la encarnación y muerte del Hijo de Dios". Goma­ra, Historia General.

La vocación renacentista de los españoles del siglo XVI la confirma la serie de viajes alrededor del mundo iniciada por Colón. Fue esta obsesión de verlo todo, de conocerlo todo, de viajar por todos los rincones del pla­neta, lo que, con el patrocinio de los Reyes Católicos y sus sucesores monárquicos, impulsó la fiebre viajera que revolucionó el universo en diversos sentidos. Para Jules Michelet, las dos grandes hazañas del siglo XVI fueron el descubrimiento del mundo y el descubrimiento del hom­bre: " Le sezieme siècle, dans sa grande e legitime extensión, va de Colomb à Copernique, de Copernique a Galilée, de la dé­couverte de la terre á celle du ciel", citado por Huizinga, ob.cit.

La exploración oceánica española corresponde al afán cósmico de conocer todos los rincones de un planeta

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súbitamente ampliado por ei descubrimiento de América. Al principio se habló de un mundo nuevo. Progresiva­mente se llegó a la conclusión científica que, en realidad, no existen nuevos ni viejos mundos, sino que el universo es uno y redondo. Como indica Edmundo (XGorman, " el " nuevo mundo" intuido por Colón no era propiamente eso, sino parte del mismo y único mundo de siempre". La invención de América"'.FCE.1957'.

Se derrumbaron mitos y teorías concebidos por los pensadores pre-socrátícos, Aristóteles, Padres de la Igle­sia y los cosmógrafos medievales hasta Tolomeo. Cambió radicalmente la concepción del mundo gracias a las explo­raciones oceánicas españolas. El mundo fue otro, a partir de entonces. El hombre renacentista conoció la realidad de su morada cósmica. Comprendió que por vía marítima se podía llegar a cualquier lugar del planeta, regresando al punto de partida si así lo quería. El mar como unidad de medición cósmica modificó las premisas de la física escolástica: no podían existir territorios desconectados de Europa, territorios no conocidos, territorios envueltos por las nieblas del mito convertido en un dogma de fe abolido por la ciencia náutica.

Esta revelación genuinamente humanística ¿no basta para demostrar la existencia de un Renacimiento español? Si el Renacimiento italiano forjó la proclamación del hom­bre como individualidad, como un ser histórico a la busca de un proyecto personal ¿en qué movimiento ubicaríamos a los capitanes del barco o los pilotos y cosmógrafos, en resumen, los héroes y villanos de carne y hueso que en­cabezaron las navegaciones que le dieron al universo su dimensión geográfica y geológica?

Después del descubrimiento de un pequeño racimo de islas por Colón en los años finales del siglo XV, y de la conquista de México y Perú en el XVI, los españoles se desparramaron por el globo para explorar los confines del Pacífico austral. Ubicaron el paso de unión de los mares

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por el lado del Atlántico (Magallanes) y por el lado del Pacífico (Sarmiento de Gamboa). Luego se lanzaron a las osadas expediciones de Hernando de Soto, Alvar Nuñez Cabeza de Vaca por la América del Norte, y las de Jofre Loaysa-Elcano, Sarmiento de Gamboa, y la trilogía náu­tica de Alvaro de Mendaña, Isabel de Barreto y el piloto portugués Pedro Fernández de Quiros por las regiones asiáticas australes.

Por estar emplazado en el centro del Pacífico y por el propio desarrollo administrativo del virreinato, el Perú se convirtió en plataforma de los viajes a las regiones australes.

En el año de 1567, el virrey Lope García de Castro autorizó al español Alvaro de Mendaña a recorrer el sur del Pacífico, arribando al archipiélago de las islas Salo­món. Insatisfecho por no haber visitado los lugares que avizoró en el primer viaje, volvió Mendaña veinticinco años más tarde hasta las islas Marquesas y la Santa Cruz. La rivalidad con los portugueses por la especiería de las islas Malucas, como se conoce, excitó las exploraciones de los españoles por otras rutas oceánicas, un tanto por la búsqueda de la pimienta, otro tanto por razones de or­gullo nacional. Por añadidura los piratas ingleses como Francis Drake anduvieron a la zaga de las embarcaciones españolas y entraron por el estrecho de Magallanes, para saquear los puertos del Pacífico.

A diferencia de las notorias riquezas de México y Perú, los archipiélagos australes no tenían oro y plata, y se descartó la comercialización de la especiería, por acuerdo de España y Portugal. No quedó duda: la seducción por lo desconocido, rasgo renacentista que introdujeron Portugal y España, catapultó la exploración de los océanos. Busca­ron las tierras de Catay y Cipango que visitó Marco Polo, pero no encontró Colón. La primera expedición de Alvaro de Mendaña viajó siempre con viento en contra. Pero no sólo el viento sino la plana mayor de la expedición, cu­riosamente comandada por gallegos, estaba en contra. En

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contra de los entredichos constantes entre los jefes y entre los tripulantes. Mendaña era joven, inexperto y arrogante, un tríptico muy popular por aquellos tiempos. A poco de zarpar estallan las diferencias y riñas entre Mendaña y Sar­miento de Gamboa. Este era cosmógrafo y baqueano del estrecho de Magallanes. Por su inclinación al esoterismo y la astrologia, la Inquisición le pisaba los talones. Sarmiento fue hombre de realidades, asesor político del Virrey Fran­cisco de Toledo, dueño de una capacidad de discernimiento muy rara como navegante y como colonizador. Sarmiento instó a Mendaña a la ocupación de las islas Salomón, pero éste desdeñó su propuesta. De resultas de tanta desave­nencia y de tantas ambiciones por ganar gloria a como diera lugar, expiró el general Mendaña y tomó el mando su esposa Isabel Barreto, dama de corte, experta en nave­gar en medio de mares de intrigas, según testimonio de los pilotos y tripulantes: " El Adelantado se halló tan flaco, que ordenó su testamento que apenas pudo firmar. Dejó por heredera universal y nombrada por gobernadora a doña Isabel Barreto, su mujer, porque de Su Majestad tenía cédula particular con poder para nombrar la persona que quisiere. A su cuñado don Lorenzo nombró por capitán general, y mandando llamar al vicario, cum-plió con todas las obligaciones del alma". Pedro Fernández de Quiros. Descubrimiento de ¡as regiones australes. Historia 16.

Doña Isabel casó en segundas nupcias con Fernando Castro y se residenció en el Perú. Cuando Fernández de Quiros solicitó licencia para un segundo viaje, le salió al paso Doña Isabel, reclamando la primacía sobre las islas Salomón. Se emprendió el segundo viaje por rutas del Pa­cífico no frecuentadas por navios españoles. Recorrieron la Polinesia, las Nuevas Hébridas y estuvieron a un tris de topar con Nueva Zelandia y Australia, lo que, lamenta­blemente, no consiguieron por el ansia de Quiros de em­prender el viaje de regreso por la Nueva España, en vista del ánimo motinesco que encendía a la tripulación por los desmanes frivolos de doña Isabel Barreto de Castro.

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La expedición atravesó la cuenca del Pacífico noroc-cidental, la cuenca oriental de las Marianas, las cuencas occidental y oriental de las Carolinas, rozó las islas Salo­món, las Nuevas Hébridas y la Nueva Guinea. Quiros creyó que habían llegado a la Australia del Espíritu San­to, pero no se llegó a esas costas porque el piloto portu­gués incumplió sus apropias instrucciones de navegación. Viendo las carracas españolas usadas en la travesía de los fondos oceánicos, ¿qué otra cosa que no fuera la pasión irrefrenable por lo desconocido pudo guiar a esos osados navegantes que, a su retorno, sólo llevaban a la metrópoli nuevas cartas de navegación de esos arriesgados y exóti­cos mares y nada de oro, nada de especiería?

Un nuevo estilo de vida

Los capitanes de la conquista americana crearon un nuevo hombre que sació y, a la vez, desbordó el modelo de Baltazar de Castiglione: el cortesano, el refinado hom­bre de mundo. Como diplomático en España, Castiglio­ne observó de cerca a los caballeros españoles y tomó de ellos más de un rasgo exterior para cincelar el manual del cortigiano. Pero el modelo que exaltó Castiglione y rescató Burckhardt poseyó el perfil de un cortesano amanerado y cursi que se rizaba el pelo y la barba y que danzaba al ras­gar de laúdes. En sus excesos de lujo epicúreo, los italia­nos del Renacimiento frotaban con ungüentos aromáticos el lomo de las muías.

El capitán español no fue el alambicado producto de una corte. Procedía de familias de hidalgos pobres, como Hernán Cortés y Pedro de Alvarado, o era producto de la inclusa, como Francisco Pizarro y Diego de Almagro. Raras veces surgía de la aristocracia, excepto Pedrarias Dávila, por lo demás, descendiente de cristianos nuevos, enriquecidos, a la sombra de las tesorerías de los monar­cas, como recaudadores de impuestos.

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Tuvieron abolengo nobiliario —el Duque de Alba, el duque de Osuna, el Gran Capitán Fernández de Córdo­ba—, pero el ejercicio viril de las armas no fue el pasatiem­po de los perezosos cortesanos descritos por Castiglione. Tampoco concordaban con el molde del hombre de capa y espada de los cromos románticos. El capitán de la gesta americana labró un nuevo estilo de vida que modificó los patrones renacentistas del gentüuomo. Fue un self made man, un hombre hecho a sí mismo, un guerrero que cons­truyó fama y fortuna arriesgando la vida. Recibió títulos nobiliarios —el Marqués del Valle, el Marqués Pizarro, el Adelantado de la Mar del Sur— como recompensa a las hazañas en la conquista de América, y no por herencia dinástica. Muchas veces, en el otoño de la vida, por fuer­za de leyes y ordenanzas, fue obligado a acomodarse a la frivolidad cortesana para reclamar mercedes en Madrid o Valladolid. Como consecuencia de la obligación real de tomar españolas por esposas, el capitán fue forzado a relegar a segundo plano a la compañera indígena que lo alimentó, lo aconsejó y le entibió las sábanas. Pero no ol­vidó ni postergó a los hijos procreados con ellas. Hernán Cortés no fue ejemplo de fidelidad con la Malinche, su in­térprete, su consejera política y su amante, ni tampoco con sus variadas esposas españolas y concubinas aztecas. Sin embargo, protegió en su testamento a su hijo Martín en­gendrado con la Malinche. Pedro de Alvarado tuvo cuatro hijos de la hermana de Xicotencalt, pero su esposa oficial fue doña Beatriz de Cueva, aristocrática dama desapare­cida en Guatemala por la erupción del volcán de agua. Francisco Pizarro, arcaico pedófilo, a los 56 años se unió a una hermana de Atahuallpa de 15 años. Su hija Francisca Pizarro Yupangui fue desposada por Hernando, hermano mayor del gobernador, convirtiéndose en la ñor de su ju­ventud en una acaudalada viuda que, mutatis mutandi, casó con un sobrino de Pedrarias Dávila y deslumhró en la corte española.

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No sólo los conquistadores de primer nivel sino, in­clusive, los oficiales que les acompañaron en las difíciles jornadas, mantuvieron una espléndida calidad de vida en América. El capitán Garcilaso de la Vega, padre del cronis­ta con una princesa cuzqueña, a pesar de que no estuvo en el reparto del botín de Cajamarca, tendió manteles largos para atender siempre una cuarentena de posibles invita­dos a su mesa.

Cortés, hombre de temperamento inquieto, presto siempre a emprender nuevas jornadas de conquista, os­ciló entre triunfos y fracasos. Llevó una vida muelle en algunos momentos de su pasar en México, rodeado de un nutrido servicio de mujeres indígenas y de indios enco­mendados. Pidió franquicias y privilegios a la corona al modo de compensación de las tierras y bienes conquista­dos. Padeció, asimismo, los rigores de un severo juicio de residencia, se le negó la gobernación y fue desterrado de la ciudad de México por una riña trivial de criados. Una legión de burócratas envidiosos se cebó, implacablemente, contra el conquistador de un imperio poderoso, mientras ellos, heroicamente, firmaban infolio tras infolio detrás de un escritorio.

El hombre nuevo moldeado por la conquista de América, el indiano de las comedias de Lope de Vega y Tirso de Molina, tuvo altibajos y, a menudo, fue desdeña­do y arrinconado por la ingratitud de monarcas. Quizás su conquista más alta fue salir de la prisión de la clase social de su origen familiar y ascender por su propio esfuerzo al estrato inédito de una nueva nobleza de espada, similar a la francesa, producto de hazañas grandes en ultramar.

Fue galante y enamoradizo, como prescribía Casti-glione, espadachín temible a la manera de Benvenuto Ce­llini, jugador del todo por el todo, fiero combatiente que, al envainar la espada en sus horas de reposo, escribió re­laciones de viajes y memorias de conquista legadas a la posteridad. Soñó utopías, buscó elíxires de la juventud y

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se convirtió en héroe de novelas de caballerías en los cam­pos de batalla, Amadises y Quijotes de carne y hueso.

Pero también le carcomió la codicia, la ambición en­turbió la deslealtad y, en ocasiones, fue verdugo de sus compañeros de armas. Cruel, vanidoso, infraterno con los soldados, se quedó a menudo con la parte del león a la hora de los repartos. El oro y la miseria, la grandeza y el deshonor, la cruz y la espada, pendularon en la conquis­ta y la colonia. Desgarradoras son las frases de Gomara al describir las desventuras de los españoles maltratados por las leyes de Indias: " éstos mostraban los dientes caídos de comer maíz tostado en la conquista del Perú; aquéllos mu­chas heridas y pedradas; aquéllos otros grandes mordiscos de lagartos; los conquistadores se quejaban de que habiendo gas­tado sus haciendas y derramado su sangre en ganar el Perú al Emperador, les quitaban esos pocos vasallos que les había hecho merced". Historia General de las Indias. Pg. 260.

El pensamiento español renacentista

Frederick Copleston sostiene que "cuando se mira la filosofia del Renacimiento lo que salta a la vista es un surti­dor bastante aturdidor de filosofías. Se encuentran, por ejemplo, platónicos, aristotélicos de diversas especie, antiaristotélicos, estoicos, escépticos, eclécticos y filósofos de la naturaleza". His­toria de la Filosofía. Volumen III, pg.27.

¿•Cómo encajan los pensadores españoles en el va­riopinto mural de la filosofía renacentista? ¿Fueron rena­centistas genuinos o teólogos medievales disfrazados de filósofos renacentistas?

Apreciando algo más que una vue de ensamble del renacentismo europeo, con sus variaciones y expresiones nacionales, estaremos en capacidad de responder la inqui­sición. En Italia, bajo el mecenazgo de Lorenzo de Médi­cos, pensadores como Marsilio Ficino y Pico de la Mirán­dola intentaron armonizar las tesis neoplatónicas de los

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eruditos bizantinos con el cristianismo romano. Burckhar-dt recuerda que Alfonso de Ñapóles, en el siglo XV, tuvo a su servicio al griego bizantino Jorge de Trebizonda y a los italianos Lorenzo Valla, Bartolomeo Fació y Antonio Paño. Comentaban a Tito Livio a la hora de la cena y en las treguas de las campañas militares. El noble Federico de Urbino auspició el estudio de la Antigüedad greco­rromana, y él mismo, como teólogo, emprendió lecturas anotadas de Santo Tomás y de Escoto Erígena. Ni los más pequeños tiranos renacentistas dejaron de levantar altares a los dioses paganos de la sabiduría y las artes y acumu­laron libros y patrocinaron talleres de pintores, escultores y músicos, Pero hubo en estos intelectuales italianos del siglo XVI un trasfondo de gratuidad esteticista, de cultivo del arte por el arte, de frivolidad lúdica en sus escarceos. Obviamente, con las excepciones notables de pensadores políticos comprometidos, reprimidos o perseguidos por los detentadores del poder político como Nicolás Maquia-velo, Francisco Guiciardini, Guido Antonio Vespucci, y los filósofos Nicolás de Cusa y Giordano Bruno que se en­tregaron por entero, y con riesgo y brillantez, a la exposi­ción de doctrinas heterodoxas (sobre todo Cusa y Bruno); también cumplieron sus deberes políticos, no obstante el ostracismo que algunos soportaron.

Nicolás de Cusa y Giordano Bruno sorprenden hoy por la modernidad de sus puntos de vista. Nacido en Cusa a principios del siglo XV, Nicolás Krebs revolucionó su tiempo al sostener que la Tierra no es el centro del mundo, como sentaban los teólogos cristianos, y que en el espa­cio sideral ningún planeta o sistema puede ser considera­do centro sino parte del universo. Sostuvo una tesis que escandalizó a los teólogos ultraortodoxos: en el universo todo se mueve y la Tierra y el Sol también forman parte de la dinámica cósmica, aunque no percibamos el movi­miento desde nuestra perspectiva planetaria ya que sólo podemos percibirlo en razón de otros puntos de referencia

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astronómica. En otras palabras, el concepto de tiempo está atado a la posición del observador astronómico. Por tanto, los conocimientos astronómicos son relativos ya que de­penden de la posición del observador. Únicamente Dios posee la coincidencia oppositorum, esto es la suma de las tesis y antítesis del conocimiento, el absolution máximum Tal vez esta reserva teológica del relativismo astronómico salvó a Cusa del descrédito y la hoguera inquisitorial.

Quien no logró liberarse del acoso de los guardianes de la fe fue Giordano Bruno, continuador de las ideas de Cusa, aunque en una dirección más avanzada. "Llamo al universo tutto infinito porque no tiene márgenes, límite o su­perficie; no llamo al universo totalmente infinito porque cual­quiera de sus partes es finita, y cada uno de los innumerables mundos que contiene es finito. Llamo a Dios tutto infinito por­que excluye de Si todos los límites, y porque cada uno de sus atributos es uno e infinito; y llamo a Dios totalmente infinito porque es totalmente en todo el mundo, e infinita y totalmente en cada una de sus partes, a diferencia de la unidad del universo, que es totalmente en el todo, pero no en las partes, si es que, en referencia al infinito pueden llamarse partes", ob.cit, 249.

Bruno rebatió los principios de la cosmografía cristia­na. Como explica Copleston, " no se limitó a mantener que la Tierra se mueve y que los juicios de posición son relativos sino que vinculó la hipótesis copernicana de que la Tierra gira alre­dedor del Sol a su propia cosmología metafísica. Rechazó, pues, enteramente la concepción geocéntrica y antropocéntrica del universo, tanto desde el punto de vista astronómica como en la perspectiva más amplia de la filosofia especulativa "ob cit, 25L

Los razonamientos de Bruno destrozaron el cerebro de los inquisidores, aunque repararon en la incompatibi­lidad con sus nociones de geocentrismo y teocentrismo; al no entenderlo, los inquisidores lo forzaron a la retrac­tación y a la hoguera, al filo del siglo XVI. Cusa y Bruno adelantaron la teoría de la relatividad física y astronómica de Albert Einstein.

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Al examinar la filiación renacentista de los filósofos políticos franceses debemos mencionar, como representan­tes fundamentales, a Montaigne, agudo continuador del escepticismo relativista de la naturaleza humana, a Jean Bodin, que en "Los Siete Libros de la Historia" de 1576, ex­ploró el espacio de una nueva y pulida reforma monarcó-mana, en medio de la borrasca de las guerras de religión.

Ahora bien: lo que nos proponemos discutir, como dijimos, es cuánto hay de renacimiento clásico en el pen­samiento español de los siglos XV y XVI; y también pre­guntar por qué razones, si la Contrarreforma oscureció por mucho tiempo el aporte hispano a la cultura renacen­tista, los historiadores de tiempos modernos siguen ne­gando la inscripción renacentista española, prolongando las execraciones dogmáticas del siglo XVI.

Michelet y Burckhardt insisten en que el Renaci­miento significó la ruptura radical con el pensamiento de la Edad Media; que frente al teocentrismo medieval, el Renacimiento, sin olvidar a Dios, convirtió al hombre en el centro de sus intereses; modeló un hombre más crítico e individualista; forjó la libertad de pensamiento, sobre todo de pensamiento religioso.

¿Aparecen los rasgos renacentistas distinguidos por Michelet y Burckhardt en el pensamiento español del si­glo XVI?

En primer lugar, hay algunos temas político-teológi­cos que parten innegablemente de la Edad Media y prosi­guen en el Renacimiento, por lo que es prudente matizar el supuesto radicalismo de la ruptura. La primacía del poder papal en asuntos seculares es uno de esos temas. Como hemos expresado en otra obra" el célebre pasaje del Evangelio de San Mateo "Y yo te digo a ti que ú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi iglesia. Yo te daré las llaves del rei­no de los cielos, y cuanto atares en la tierra será atado en el cielo y cuanto desatares en la tierra será desatado en el cielo", más el decreto dictado en el año 380 por los emperadores Valentiniano

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11, Graciano y Teoâosio I proclamando a ¡a religión cristiana como la religión oficial del Imperio Romano suministraron en una primera etapa la base religiosa y política de la primacía del poder papal". Castro Arenas Mario, El Pensamiento Político", pg.140.

La participación española en el debate ideológico medieval se tradujo en las obras de Paulo Orosio y San Isidoro de Sevilla, apologistas de la primacía del papa en asuntos seculares. "Rey viene de regir (reges a regendo); y como sacerdote viene de santificar, así rey viene de re­gir y no rige quien no corrige; los reyes, pues, conservan su nombre obrando rectamente y lo pierden pecando; de ahí aquel proverbio entre los antiguos: serás rey si obras rectamente, si no obras así lo serás" prescribe el santo filó­logo. ("Etimologías").

Además de que sus navegaciones oceánicas modi­ficaron principios medievales muy establecidos sobre cosmografía y astronomía, los españoles del siglo XVI se inclinaron a bucear el alma humana. Creyeron que, bu­ceando el alma, llegarían a Dios, directamente, sin inter­mediarios. Por su formación humanística usaban el latín, aún los pensadores laicos. Por su misma raigambre hu­manística, sus intereses intelectuales conjugaban teología, filosofía, lingüística, ética, literatura y politología. Pero es la inscripción en la teología lo que identificó a los pensa­dores renacentistas españoles. Y dentro de la teología se caracterizaron por el distanciamiento del tratado abstrac­to de la Escolástica; por el contrario, abrazaron una gran pasión dialéctica en sus escritos.

Practicaron una teología renovada, abierta, apasiona­da, con aportes de ideología política y discursos narrati­vos; una teología heterodoxa, especulativa, intimista; una teología que exploró otros caminos de comunicación con Dios, no para fragmentar o antagonizar el cristianismo sino posibilitando un reencuentro armonioso con Dios, no un enfrentamiento hostil a los dignatarios de la iglesia. El

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Cardenal Cisneros fundó la Universidad de Alcalá, orga­nizó y editó la Biblia Políglota con el firme propósito de reestructurar el catolicismo español, elevando el nivel aca­démico de los sacerdotes y así poder construir una iglesia nueva, sin que en las nociones de novedad o de elitismo subyacieran cismas doctrinarios. Con Cisneros empezó la reforma institucional interna que, desdichadamente, su muerte clausuró, Cisneros percibió en sectores del clero y el laicado señales de disconformidad por el manejo de la iglesia. Rápidamente, los beneficiarios del relajamiento eclesiástico conspiraron contra el cardenal. Cisneros plan­teó que los sacerdotes residieran en los conventos, que en los sermones explicaran el evangelio del día y enseñaran la doctrina a niños y jóvenes. Ciertas órdenes religiosas op­taron por denunciar al cardenal en Roma y sabotearon las normas de vida del clero. Si la corona de los Austria hubie­ra proseguido la reestructuración impulsada en diversos planos por Cisneros, se hubiera afianzado, poco a poco, el ideal reformista de los sectores no corruptos del clero.

Lamentablemente, el cardenal Cisneros, por un lado, fue un prelado de transición entre la etapa final de los Re­yes Católicos y la etapa inicial de Carlos de Gante; por el otro lado, no encontró ni iba a encontrar en el alto clero de Borgoña que acompañó al rey el respaldo dirigido a una reforma de carácter integral. Asimismo, su paso por la cú­pula de la Inquisición fue efímero y no pudo evitar que la institución se desbarrancara en la supresión fulminante de cuanto insinuara sospechas de disidencia.

Cuando Erasmo de Rotterdam proyectó su obra en España encontró en el sedimento depositado por el Cardenal Jiménez de Cisneros el terreno fertilizado para proseguir el discurso reformista español. Erasmo asumió el liderazgo espiritual de una generación de intelectuales con capacidad de producir una reforma religiosa a la es­pañola, basada en la meditación y la austeridad de vida; una reforma que acarreara elementos culturales antiguos

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y modernos de linaje humanístico, vale decir renacentis­tas. Erasmo reeditó textos latinos, tradujo al latín viejos textos griegos, escribió manuales del perfecto caballero cristiano y obras doctrinales que le sitúan en los cuadros renacentistas. "Erasmo pensaba y soñaba en latín; cuanto le rodeaba sólo tenía sentido en función de la humanidad clásica, especie de "ciudad de Dios", entre cuyos jerarcas descollaban Cicerón, Sócrates y Platón". Américo Castro. Teresa la Santa y otros ensayos, Alfaguara, pg. 192.

Aunque se reconoce que el cardenal Cisneros inició la renovación institucional de la iglesia española, fue Eras­mo quien le impregnó colores renacentistas a la produc­ción intelectual reformista.

El Renacimiento español, a diferencia del Renaci­miento italiano, inclinado a celebrar la alegría de vivir y a exaltar los elementos dionisíacos de la antigüedad gre-colatina, destacó como características peculiares el asce­tismo, el misticismo, la meditación y, asimismo, un tono polémico apasionado sobre la existencia y la esencia del ser humano. El Renacimiento español cumplió los requisi­tos académicos del renacimiento italiano, a saber, cultura clásica, conocimiento del latín, conocimiento de la Biblia y de los teóricos cristianos fundacionales. El Renacimien­to italiano fue dionisíaco; el Renacimiento español, apolí­neo; el Renacimiento italiano se elevó en especulaciones académicas sobre Platón y Aristóteles; el Renacimiento español inclinóse al examen de los textos de los evange­listas y los padres de la iglesia; el Renacimiento italiano fue vaticanista y gelasiano; el Renacimiento español, oc-kanista y erasmista. En resumen, el Renacimiento italiano es pro establishment, adula a los Médicis y los Papas; el Renacimiento español es antiestablishment, chocó con la monarquía y la iglesia.

Al principio, la iglesia española apañó la repentina floración de beatos y beatas que aseguraban tenían visiones místicas y caían en éxtasis como resultado de la sublima-

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ción del recogimiento interior. Luego, la Inquisición catalo­gó como sospechosa toda clase de arrobamientos místicos. Pero el desfavorable contexto político fue lo que realmente frustró a la generación singular y autónoma de escritores renacentistas españoles. Por un lado, el estallido del agre­sivo reformismo luterano, que dividió la iglesia romana, pasando del debate religioso al conflicto político europeo; y por otro lado, el descubrimiento de América, con sus exi­gencias políticas de unidad religiosa y unidad lingüística para bloquear ingerencias extrañas, se unieron para que la monarquía española atajara el Renacimiento español en sus expresiones más lúcidas y duraderas. Cuando Alfonso de Valdés sugirió a Carlos V que presionara al Papa Cle­mente Vil a efectos de anular su alianza con Francia y obli­garlo a convocar un concilio que el pontífice rechazaba, el monarca español escuchó y aplicó el consejo. Pero cuando Alonso de Valdés, asesor y redactor de los discursos del rey borgoñés, propuso que se convirtiera en el príncipe de la paz y la concordia universal, Carlos V volteó la cara. La estabilidad del imperio lo impulsó a la ocupación de otros reinos europeos y de ultramar. Valdés perdió predicamen­to como consejero del monarca. Sus obras de contenido pacifista—" Diálogo de Mercurio y Carón"— y de muy sutiles coincidencias con el reformismo luterano —"Diálo­go de las cosas ocurridas en Roma"— no cristalizaron en el entorno del rey y Valdés se alejó en significativo retiro. Este pasaje del "Diálogo de las cosas ocurridas en Roma" explica las reservas que generó en la corte:

Lacrando; Decide,pues, agora: -pues decís que el Papa fue instituido para que imitase a Cristo ¿cual pensáis que Jesucristo quisiera más:, mantener paz entre los suyos o levantarlos y re­volverlos en guerra?

Arcediano; Claro está que quel Auctor de la paz ninguna cosa tiene por más abominable que la guerra

Lactancio: Pues, veamos ¿cómo será imitador de Jesucris­to el que toma la guerra y deshace la paz?

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Arcediano: Ese talvez muy lejos estaría de imitarle. Pero ¿a qué propósito me decís agora eso?

Lactancio: Digoóslo porque pues el Emperador, defen­diendo sus subditos, como es obligado, el Papa tomó las armas contra él, haciendo lo que no debía, y deshizo la paz y levantó nueva guerra en la cristiandad, ni el Emperador tiene culpa de los males sucedidos, pues hacía lo que era obligado en defender sus subditos, ni el Papa puede estar sin ella, pues hacía lo que no debí en romper la paz y mover guerra en la cristiandad.

Su hermano Juan de Valdés, más teólogo que político, más espiritualista que hombre de acción, encarnó al renacen­tista español de cepa reformista. En su tiempo lo acusaron de practicar la más variada colección de desviaciones religio­sas. Se le achacó ser sociniano, anabaptista, arriano, unitario, apóstata y, por supuesto, luterano. Los que no lograron en­tenderlo encubrieron su "docta ignorancia" con vituperios y persecuciones. Sepultados sus detractores del siglo XVI por un compacto desdén, hoy surge una nueva generación de estudiosos modernos tanto de su obra teológica cuanto de su obra lingüística. Se reconoce que abogó por una restauración ética y un retorno al cristianismo primitivo en el sentido mo­ral de rescate de valores perdidos. "Valdez ejemplariza, según él, la armonía entre fe y razón, y entre piedad y cultura; usa de la razón, filosofía y saber de su tiempo, pero concede siempre a la supremacía de la fe, a la inspiración y guía del Espíritu Santo. Por último, considera a Valdés como ''el mejor reformador del mun­do de cultura hispánica, porque poseyó genio, idiosincrasia, gusto y refinamiento en el lenguaje, carácter y capacidad expresiva; es decir, aquello que, en contraste con Entero y Calvino, encarna los ideales y aspiraciones de España". José C. Nieto. Juan de Valdés y los orígenes de la Reforma en España e Italia" FCE.pgs, 69-70.

Sin embargo, la teología romana oficial del siglo XVI impuso a rajatabla la ortodoxia vaticana y taponó el dis­cernimiento autónomo. Para muchos cristianos escanda­lizados por la interposición de intereses familiares y cre­matísticos en la nominación de pontífices, detrás de la in-

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vocación a la fe se escondió el rechazo a la transparencia. Se pretendía que se aceptara el statu quo de relajamiento secularista con el imperativo de un falso dogma de fe. Y quien manifestaba su disconformidad con los métodos que eran moneda corriente en la época del renacimiento italiano, era acallado con denuncias de luteranismo, apos-tasía o ateísmo. Bajo esas condiciones ominosas prevaleció el repudio oficial o la liquidación física del disidente. Si la obra no embonaba con los cánones oficiales era rechazada por la censura eclesiástica.

JUAN DE VALDÉS

Las reflexiones de Juan de Valdés sobre la doctrina cristiana no encontraron analistas adiestrados en la exege­sis bíblica. Nieto observa que "como teólogo temático, Valdés no produjo literatura devota, en el sentido generalmente dado a esa expresión: ninguno de sus libros puede ser calificado de devocional. Quien pretenda leer las Consideraciones como libro devocional encontrará harto difícil el empeño. No se lo puede leer velozmente, pese a su cristialina claridad, porque el pensa­miento aparece concentrado y comprimido y se basa en la exege­sis filológica y científica del texto bíblico", ob, cit. 307.

Razonando con sutileza, Valdés desbrozó caminos de conocimiento de Dios, que resultaban antagónicos a la mer-cantilización de reliquias e indulgencias, por ejemplo, ven­didas a los fieles como garantía de salvación de las almas o de ingreso al paraíso. El recogimiento interior, la plática sobre la Biblia, el predominio de la oración, el rescate de la austeridad de vida del cristianismo de los primeros tiem­pos, ofendieron, perturbaron, irritaron, a los cancerberos de la Inquisición. Valdés se trasladó a Italia, al cerrárse­le las puertas de su patria. Al final, la muerte a temprana edad lo libró de sus encarnizados detractores. Entonces, se cebaron en su discípulo italiano Carnesecchi, al que, luego de confuso proceso, condenaron a la hoguera.

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El viaje a Italia fortaleció la inscripción renacentista de Juan de Valdés no sólo porque se instaló en la matriz del movimiento sino porque, entre Roma y Ñapóles, escri­bió una obra capital que confirma su linaje humanístico: el "Diálogo de la Lengua". Desconectado por completo de las obras de reflexión religiosa, el "Diálogo de la Lengua" amalgamó elementos lingüísticos, literarios y estilísticos sui generis. Se reveló Valdés como un renacentista para­digmático con esta apertura lingüística que lo ubicó en la cultura laica al lado de los intelectuales italianos atraídos por diversas ramas del saber humanístico. Las lagunas que hay sobre su vida y su obra se llenan y esclarecen al analizar el "Diálogo de la Lengua", obra que muestra otro Valdés, un Valdés formado en la Universidad de Alcalá en el conocimiento profundo del latín, griego y hebreo, pero que escribe en castellano como una forma de afirmar su hispanidad en medio del toscano que hablan y escriben sus amigos italianos. Estructurado como un clásico del Renacimiento, el "Diálogo de la Lengua" es el discurrir de tres personajes, además de Valdés, que contraponen puntos de vista sobre la lengua romance de Castilla. El diálogo está construido con un aire mundano y una sen­cillez expresiva que contrasta con la seriedad teológica de los tratados religiosos. Esto no quiere decir que el Diálogo careció de profundidad de contenido. Valdés probó cómo se puede expresar con sencillez las materias de rico y den­so contenido. Así es que, con brillo polémico, por ejemplo, desplegó la defensa de la lengua castellana frente al ca­talán, gallego, valenciano, lo mismo que ante el toscano: " Y porque la lengua que oy se habla en Castilla, de la cual vosotros queréis ser informados, tiene parte de la lengua que se usava en España antes que los romanos la enseñoreasen, y tiene también alguna parte de la de los godos que sucedieron a los romanos, y mucha de la de los moros, que reinaron muchos años, aunque la principal parte es de la lengua que introdujeron los romanos, que es la lengua latina" Cristina Barbolani, Üiá-

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logo de la Lengua, Cátedra, pgs, 131-132. Al inquirirle uno de los interlocutores acerca del origen y variedad de las otras lenguas, Valdés planteó la tesis de la diversidad de regímenes y príncipes de los reinos donde ellas se hablan: ".. .digo que dos cosas suelen principalmente causar en una pro­vincia diversidades de lenguas: la una es no estar todo debaxo de un príncipe, rey o señor, de donde procede que tantas diferen­cias ay de lenguas, quanta diversidad de señores; la otra es que como siempre se pegan algo unas provincias comarcanas a otras, acontece que cada parte de una provincia, tomando algo de sus comarcanas, su poco a poco se va diferenciando de las otras, y esto no solamente en el hablar, pero aún también en el conversar y en las costumbres ", ob.cit, 140-141.

Atacó, por un lado, la Gramática de Nebrija, a quien criticó acremente; y por otro lado, avanzó juicios de valor sobre autores y palabras mucho antes de la aparición del Diccionario de Covarrubias y el Diccionario de Autorida­des. Valdés adelantó, en síntesis, una historia del proce­so histórico de la lengua castellana, contrastándola con la del catalán, vizcaíno, valenciano. Por entonces, la hege­monía del castellano como lingua franca en detrimento de las lenguas regionales adquiría la forma de una domina­ción cultural, de un imperialismo lingüístico que minaba la unidad hispana. La concepción imperial de la lengua, impulsada por Fray Hernando de Talavera y Nebrija en tiempos de los Reyes Católicos, es reconocida por el au­tor al manifestar que, defendiendo la pureza del castella­no contaminado por arabismos, "el Emperador les mandó se tornassen cristianos o se saliesen de Spaña", ob,cit, 138. Sin ambages, Valdés defendió el predominio del castellano y realzó su enlace sincrético con el griego, latín, hebreo, to­mando como hecho consumado por el contacto humano y cultural de moros y cristianos, la influencia del hebreo y arábigo. En esa perspectiva, se sumergió al campo de la etimología, explicando que abad proviene del hebreo y del italiano giorno, jornal, jornalero y jornada del castellano.

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Pero no sólo el "Diálogo de la Lengua" es un valioso concentrado de filología, etimología y gramática-. Sigue la huella de las Adagia de Erasmo, al incorporar y comen­tar el origen de los refranes castellanos. Se le pregunta si los refranes castellanos son como los griegos y latinos y él responde: " No tienen mucha conformidad con ellos, porque los castellanos son tomados de dichos vulgares, los más dellos nacidos y criados entre viejas, tras el friego, hilando sus ruecas; y los griegos y latinos, como sabéis, son nacidos entre personas dotas y están celebrados en libros de mucha dotrina, Vero para considerarla propiedad de la lengua castellana, lo mejor que los refranes tienen es ser nacidos en el vulgo", ob, cit, 127,

Se distinguió el alcance ecléctico de los conceptos del ilustre lingüista, puesto que, al mismo tiempo que prio-rizó el ensamble de locuciones de estirpe erudita en los refranes castellanos/ subrayó la participación del vulgo, del pueblo llano, en su creación. Del populismo lingüís­tico extrajo lecciones de estilística en favor de la sencillez sintáctica y en contra del manierismo tan italiano: " el esti­lo que tengo me es natural, y sin afeiación ninguna escrivo como hablo; solamente tengo cuidado de usar vocablos que sinifiquen bien lo que quiero decir, y dígalo quanto más llanamente me es posible, porque a mi parecer en ninguna lengua sta bien el afe-tación; quanto al hazer diferencia en el alear o abaxar el estilo según lo que scribo, guardo lo mesmo que guardáis vosotros en el latín", ob,cit, 233.

El deslinde de Valdés clarificó su postura estilísti­ca general: escribir con sencillez y propiedad para que la divulgación de sus nociones, ya como expositor de las Escrituras, ya como lingüista, alcancen mayor eficacia si persigue fines proselitistas o si se sitúa como pedagogo del buen decir castellano. No puede negarse que la suti­leza de sus conceptos sobre la renovación de la exegesis bíblica no está al alcance del vulgo, ni tampoco, por cierto, a la indigencia mental de los agentes cuasi policiales de la Inquisición. La densidad teológica, que orilla a menudo

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la oscuridad, está en sus conceptos, no en la construcción gramatical de sus ideas,

El doble rol de teólogo y lingüista proporciona a Juan de Valdés una calidad dual inexistente en el Renaci­miento italiano, dotando al Renacimiento español de una especificidad sin paralelo. Erasmo fue el icono mayor de la generación de teólogos laicos del siglo XVI. El pensador holandés es, por encima de todo, un orientador genera­cional Señaló caminos a los Valdés, Vives, Moro, es decir, a los especuladores libres, instándolos a plantear reflexio­nes abiertas, en una época en la que la doctrina cristiana estaba secuestrada por inflexibles cánones eclesiásticos.

El más tenue apartamiento del Ecclesia dixit era ca­talogado como herejía, y era reprimida con la hoguera la disidencia más leve de la plúmbea escolástica. Erasmo de­nunció la confusión entre doctrina y superstición, entre el evangelismo inteligente y la chachara pueril del clérigo parroquial. Sin embargo, se limitó a puyar a los agentes de la venalidad anticristiana. No fue más allá. Ahí se quedó. La revolución luterana congeló su obra.

Juan de Valdés fue más lejos que el maestro de Rot­terdam en audacia teológica, en profundidad y finura doc­trinaria. Como rescata Marcel Bataillon, " el acto esencial de la vida religiosa, según Valdés, es la oración, entendida como un acto privado y esencialmente interior: las oraciones no son fórmu­las mágicas calculadas para producir cierto efecto. No se puede decir que sepa orar el que se atiene exclusivamente a formas ya he­chas, el que confia más en el ruido y multitud de los rezos que en "el ardiente deseo del ánima". Erasmo y España. FCE. pg. 357.

BARTOLOMÉ DE LAS CASAS

Al lado de Juan de Valdés, Bartolomé de las Casas es la figura máxima del revisionismo de la conquista de las Indias del movimiento renacentista español. Primera cuestión: ¿Las Casas es un renacentista? Empecemos por

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admitir que, clasificar a Las Casas en el cuadro general del pensamiento de la conquista de América, representa abrir otra controversia alrededor del obispo de Chiapas. Algunos considerarán como un tour deforce ubicarlo en el Renacimiento, al lado de Miguel Angel, Maquiavelo, Leonardo da Vinci, Pico de la Mirándola o Savonarola. Ciertamente, parece artificioso incrustar a Las Casas en un renacentismo como el italiano en el que predominan rasgos de estética general, de obra y estilo individual, que no se distinguen en un personaje ajeno a la preocu­pación de las buenas maneras, estilo de vida algo pesa­do, por completo opuesto al estereotipo del hombre del Renacimiento.

Huizinga conceptúa que el Renacimiento se convirtió en un tópico que parecía inamovible después del tratado de Buckhardt, pero que todavía está en proceso continuo de revisión y de redefinición. Esta es la situación del Re­nacimiento español, que posee características humanísti­cas comunes al Renacimiento como movimiento cultural general, pero cuyos rasgos en el campo de la ideología,y en otros, son distintos a los italianos. "El concepto de Rena­cimiento adolece de vaguedad así en cuanto al tiempo como en cuanto a la extensión, lo mismo en lo tocante a su significación que en lo atañadero a su contenido, Es un concepto confuso, in­completo y fortuito y es, al mismo tiempo, un esquema doctrinal muy peligroso, un término técnico que probablemente haya que desechar por inútil". Johan Huizinga. El concepto de la historia. FCE. pg, 102.

Basándonos en la propuesta de Huizinga de redefini­ción conceptual, en nuestro criterio, hay un Renacimiento español con perfiles de autonomía ideológica, y dentro de él califica Las Casas con especiñcidades ausentes en el Re­nacimiento italiano.

Tengamos presente al revisar la concepción tradi­cional del Renacimiento, la fuerte presencia de España en las ciudades italianas, tanto en lo político como en lo

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religioso, y a veces estos factores están estrechamente li­gados. La Casa Borgia, con el papa Alejandro VI y su hijo César Borgia, acentuó la hegemonía española en Ñapóles, Sicilia, Roma, Milán y aún en Florencia durante un pe­ríodo determinante de la cultura renacentista italiana. Se dice que Alejandro VI españolizó Roma. Varios príncipes españoles, con Fernando de Aragón a la cabeza, fueron elegidos como modelos del gobernante típicamente rena­centista por Nicolás Maquiavelo, El descubrimiento de América y las expediciones españolas a las Molucas y al­rededores, en la medida que suscitaron un "renacimiento cultural" con el conocimiento de otros seres humanos y de otras culturas, representan un aporte cultural sin prece­dente al enriquecimiento de la ciencia y las humanidades. El Renacimiento español fue más audaz y no se abocó sólo a la imitación de los modelos culturales griegos y latinos. En cierta manera, los renacentistas españoles asimilaron la cultura grecolatina, y, al mismo tiempo, la discutieron y la renovaron.

Bajo estos parámetros conceptuales, Las Casas no solamente responde a los rasgos centrales del Renacimen-to español, sino los excedió ideológicamente, con acentos inéditos de modernidad en la Europa del siglo XVI. En la Historia de las Indias, y en los Tratados, Las Casas cita constantemente obras de Plutarco, Polibio, Tucídides, Xe-nofonte, entre los historiadores griegos, lo mismo a Tito Livio, Cicerón, Salustio, en los latinos, y a la casi totalidad de los Padres de la Iglesia. El aparato erudito del fraile es * anonadante. Aún en nuestros tiempos nos preguntamos en qué momento Las Casas adquirió esa cultura libresca si fue, al mismo tiempo, un hombre de acción, sin repo­so ni tregua, ya viajando a España, ya desplazándose por los rincones de América. Citas de obras greolatinas y remembranzas de la misma estirpe encontramos en Fer­nández de Oviedo, Gomara, el padre Acosta, el padre Ber­nabé Cobo, Cieza de León y otros cronistas de Indias.

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Un repaso sumario a la Doctrina de Las Casas mues­tra la variedad de las tesis jurídicas, religiosas, políticas que involucra su densa obra, pensada y expuesta a lo largo del siglo XVI. Las "Treinta Proposiciones muy jurídicas" presentadas al Consejo de Indias condensa los cuestiona-mientos de Las Casas sobre la legitimidad de los títulos y límites del Imperio Español. En las Treinta Proposicio­nes se dan la mano lo antiguo y lo moderno, puesto que Las Casas reanudó el debate medieval sobre el conflicto de las jurisdicciones religiosas y temporales. Como hemos anotado en otro trabajo, Las Casas, y en parte el jurista Francisco Vitoria, adhirió la tesis puntual del franciscano Guillermo de Ockham, negando la interpretación papal del evangelio de San Mateo, a partir de la cual se le cedió a la Corona la conquista de las Indias. Las Casas reconoció que el Sumo Pontífice como Vicario de Cristo y sucesor de San Pedro tuvo facultades para otorgar a los prínci­pes cristianos la propagación de la doctrina cristiana en tierras de infieles. Pero acota en la Proposición IX que la propagación del evangelio debe llevarse a cabo "sin daño y perjuicio notable del derecho ajeno de los reyes y príncipes, y singulares personas de los infieles", Doctrina, Universidad Nacional Autónoma de México, prólogo y selección de Agustín Yáñez. 1982.

En la Proposición XII cuestiona Las Casas la utiliza­ción de causas religiosas para justificar la toma de bienes de infieles: "por ningún pecado de idolatría, ni de otro alguno por grave y nefando que sea, no son privados los dichos infieles, señores ni subditos, de sus señoríos o dignidades, ni de algu­nos otros bienes ipso facto vel ipso jure". En pocas palabras, Las Casas recusó los fundamentos teológicos en los que se amparó la Iglesia para darle mano libre a la monarquía hispana en las expediciones de descubrimiento, conquista y colonización del Nuevo Mundo, so pretexto de propagar los evangelios. Y, consiguientemente, se pronunció por la nulidad de los títulos derivados de la concesión papal.

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Por otro lado, en el 'Tratado sobre las Encomiendas" expuso veinte razones contrarias a la entrega de tierras e indígenas al servicio de españoles, resumiendo su argu­mentación con estas expresiones". Por todas estas razones y males detestables que de la sujeción a los indios a los españoles, suceden, aunque los mismos indios de su propia voluntad qui­siesen someterse a ella y deteriorar tan abatidamente su estado y perder su total libertad, como en ella pierden, sería nula y de ningún valor la tal voluntad, y no la podrían hacer: antes sería Vuestra Majestad obligado de precepto divino a prohibir la dicha encomienda"', ob,cit, 67,

El edificio jurídico de la Corona, desde la guerra justa a la encomienda, la esclavitud y la distribución de campesinos por herencia del encomendero, fue demolido por la formidable capacidad dialéctica de quien, antes de ordenarse, había sido encomendero, había organizado co­lonizaciones y por tanto, llegó a acumular una experiencia convincente sobre el manejo administrativo de la legisla­ción de Indias. Bajo la presión incesante de Las Casas, la Corona aprobó las Nuevas Leyes de Indias en 1542, con el fin de corregir la explotación de la mano de obra indígena, pero estas disposiciones, como se sabe, fueron rechazadas por los conquistadores, y criticadas por clérigos misione­ros como Motolinía y Vasco de Quiroga, lo mismo que el autor del Anónimo de Yucay, redactado aparentemente en el Cuzco.

El preámbulo de las Nuevas Leyes es demostrativo de la influencia de Las Casas en Carlos V y sus asesores, influencia ganada gracias a la incesante prédica escrita y oral contra el régimen de las encomiendas y el abuso in­humano de la mano de obra indígena. La prédica lasca-siana se volcó en una legislación protectora de innegable raíz cristiana:" .. .nuestro principal intento y voluntad siempre ha sido y es la conservación y aumento de los indios y que sean instruidos y enseñados en las cosas de nuestra santa fe católica y bien tratados como personas libres y vasallos nuestros como

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