La ciudad de los gendarmes
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8/11/2019 La ciudad de los gendarmes
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Jorge Massin camin las ocho cuadras
que separaban su casa del maxiquioscoubicado en Mendoza esquina Juan Manuel
de Rosas, en el cntrico barrio Martin.
Una vez en la puerta, sac una de las rejas
y prendi un cigarrillo mientras contem-
plaba los primeros movimientos de la
maana. Cuando entr al comercio un
reloj de pared marcaba que eran las 7.15.
Minutos ms tarde, escuch que se abra
la puerta. Al girar para ubicarse detrs del
mostrador, se encontr con una persona
que lo estaba encaonando. Callate y ca-
min para el fondo, le orden apoyndole
el revlver en la nuca. Dieron unos pasos
rpidos pero en el trayecto Massin hizo
un movimiento brusco que el asaltante
interpret como un intento de resistencia.
No lo dud: le peg un balazo debajo de la
oreja derecha. Fue el asesinato nmero 29
de los primeros 24 das de 2014.
Esa misma maana los vecinos mani-
festaron su furia a los integrantes de la co-misara 1, ubicada a 150 metros del maxi-
kiosco, quienes haban acudido a la escena
del crimen. Le decimos al gobernador
Bonfatti que si no est capacitado para
afrontar la inseguridad que vivimos d un
paso al costado, grit un vecino y sum
una advertencia: Le pedimos que no nos
obliguen a armarnos para defendernos. La
marcha se repiti el lunes 27. Algunos pro-
pusieron trasladarse al domicilio particular
del ministro de Seguridad Ral Lamberto y
tambin al de Rubn Galazzi, el poderoso
ministro de Gobierno. A las ms de qui-
nientas personas se le sumaron familiares
de asesinados en esas s emanas y durante
2013, todos ellos habitantes de las perife-
rias, para llevar sus desodos reclamos a
una geografa habitualmente denegada.
Con el asesinato de Jorge Massin, entr en
escena un sector que hasta entonces haba
vivido con indiferencia y muchas veces con
beneplcito el masivo asesinato de jvenes
pobres: la clase media cntrica, base de
sustentacin del partido que gobierna
Rosario desde fines de los ochenta.
Hace dos aos tres pibes fueron asesi-
nados en Villa Moreno. Un hecho habitualen Rosario pero esa vez, casualmente, se
trat de integrantes del Frente Popular
Daro Santilln. La lucha de sus compae-
ros y el apoyo de los movimientos sociales
logr nacionalizar las denuncias y dej al
descubierto un sangriento conflicto s ocial
hasta ese momento oculto detrs de la
fiesta del consumo.
En la madrugada del 2 de febrero
de 2014, asesinaron en pleno centro a
Jairo Trasante, de 17 aos, hermano de
Jeremas, uno de los tres muertos en la
masacre de Villa Moreno. Dos grupos de
jvenes tuvieron una pelea en el interior
de un bar, los enfrentamientos siguieron
en la calle. Cuando aparentemente haba
finalizado la gresca, Jairo subi a una moto
conducida por un amigo del barrio. A las
pocas cuadras, los intercept un Renault
Sandero con integrantes del grupo anta-
gonista. Le dispararon un balazo mortal a
Jairo, hijo de Eduardo Trasante, el pastor
evanglico que desde hace dos aos lucha
junto al Movimiento 26 de Junio para que
se esclarezca el triple crimen que se llev a
otro de sus hijos. En pocas horas, la noticia
estall en los medios nacionales.
vecinos invasores / ciudad del bang / socialismo y barbarie
Rosario es el laboratorio en el que se prueba un modo
especfico de reconstruccin de la gobernabilidad: el
poder sanador de las fuerzas policiales. Con el argumento
del narcotrfico como flagelo que azota a la nacin se
despliega un control territorial que dos meses despus desu espectacular arribo ya revela los efectos colaterales de la
militarizacin. por Juan Pablo Hudson | foto Hctor Ro
salt la trmica rosarina
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Nuevamente, el verano marcaba el
derrumbe ahora definitivo tanto de laerrtica poltica de seguridad del gobierno
provincial como de esa imagen eficaz de
pujanza y armona urbana construida con
laboriosidad durante ms de veinte aos
por el marketing socialista y sus aliados
empresariales y mediticos.
La rebelin policial del ltimo di-
ciembre haba puesto fin a la ya afnica
capacidad de negociacin del gobierno
provincial con la fuerza. De ah en ms
la desregulacin de la seguridad ya no se
confin a las periferias. La crisis del pacto
poltico entre gobierno y uniformados se
remite tambin al 2012 cuando fue dete-
nido por la Polica de Seguridad Aeropor-tuaria el entonces jefe de la Polica Hugo
Tognolli. Los esfuerzos de Hermes Binner
para defender a quien durante su mandato
fue el jefe de la divisin Drogas Peligrosas
no pudieron detener el procesamiento de
Tognolli por connivencia con los barones
del narcotrfico.
perder el centro
Dos aos despus, la ruptura de la cadenade mandos como consecuencia de la
autonoma de los cuadros medios termin
de hacer estallar ese doble pacto a travs
del cual el gobierno delegaba en la polica
el control de la inseguridad y los unifor-
mados regulaban a las organizaciones
delictivas para que no superaran cierto
umbral de tolerancia. Hace falta restable-
cer el orden y la cadena de mandos y por
supuesto hacer que la fuerza policial, que
es una fuerza vertical, vuelva a cumplir su
funcin, declar durante al alzamiento de
diciembre un plido ministro Lamberto.
Los jefes nos dejaron solos, porque ellos
total se la llevan por izquierda, le repli-c todava desde los piquetes un grupo
de policas de bajo rango. Hacia finales
de marzo, se sumaron los demoledores
dichos del Procurador General de la Corte
Suprema de Justicia, Jorge Barraguirre: La
inteligencia criminal de la polica no fun-
ciona y est quebrada. Existe un problema
poltico de conduccin de la Fuerza.
El desembarco fue ms
espectacular que efectivo. Losallanamientos realizados enterritorios de operacin narcofracasaron. El propio secretariode Seguridad de la Nacin tuvoque sincerar esa misma tardeel verdadero objetivo del arribopor tierra y aire: No venimosa buscar narcos, venimos aocupar el territorio.
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Pero 2014 comenz con otro proceso
que tambin exasper el nimo de los
habitantes del rea central: la expansin
de los robos menores y tambin de los de
gran factura. Ese fenmeno reductor de la
vida pblica que histricamente la dere-
cha capitaliza y la izquierda contextualiza
pero, en definitiva, subestima y desatien-de se multiplic a travs de arrebatos
algunos muy violentos perpetrados por
jvenes en motos sin experiencia delictiva,
ingresos a domicilios, salideras y atracos
a bancos y comercios. Vamos a aunar
criterios para tratar de disminuir la ola
de delitos por la que atraviesa la ciudad,
declar el 10 de enero Jos Luis Amaya,
durante su asuncin como nuevo jefe de
la polica de Rosario.
Desde finales de diciembre, el muni-
cipio y la provincia perdieron el control
del ltimo territorio sobre el cual ejercan
algn tipo de regulacin poltica ligada al
orden: la zona centro, cuidada y recicladadebido al afn de promocionar el arribo
de capitales privados para el crecimiento
del mercado inmobiliario, el turismo y los
servicios. Movilizaciones como la protago-
nizada por los vecinos del kiosquero, a las
que se sumaron las organizadas en barrios
acomodados como Fisherton, Alberdi y
Funes, enfrentaron al socialismo con su
peor fantasma: un posible alzamiento de
la clase media y alta rosarina con el apoyo
de familiares de vctimas de los sectores
populares, tal como le ocurri a Nstor
Kirchner con el surgimiento en 2004 de
Juan Carlos Blumberg como abanderadode la lucha contra la inseguridad.
En marzo, el linchamiento de David
Moreira dej en claro que la autonoma
policial no derivara en una pacfica regu-
lacin comunitaria del delito. A inicios de
abril, cuando la cantidad de homicidios
ascenda ya a 86 casos, lleg el demora-
do acuerdo con el gobierno nacional y el
estruendoso despliegue de 2 mil agentesfederales para recuperar el control de una
ciudad literalmente a la deriva, con Sergio
Berni al frente, exultante, como el Coronel
Kilgore deApocalypse Now.
abogados del mal menor
El desembarco fue ms espectacular que
efectivo. Los allanamientos en territorios
de operacin narcofracasaron. El propio
secretario de Seguridad de la Nacin tuvo
que sincerar esa misma tarde el verdadero
objetivo del arribo por tierra y aire: No
venimos a buscar narcos, venimos a ocu-
par el territorio. En las jornadas siguientes
los allanamientos siguieron y se sum elderrumbe de las viviendas precarias donde
suelen funcionar los kioscos de drogas.
Una poltica similar a la estrategia por la
que tanto se critic al gobierno local en los
ltimos aos. Fue necesario esperar una
semana para conocer el alcance real de
la medida. La saturacin protagonizada
por gendarmera y prefectura no incluy a
todos los barrios populares sino a las zonas
ms calientes del sur, oeste y noroeste.
Ciudades como Villa Gobernador Glvez
y barrios como Las Flores, Tablada, Villa
Banana y Luduea comenzaron a convivir
con la ruidosa presencia de los federales.Los vecinos que rpidamente dieron
muestras de satisfaccin porque sus vidas
ya no dependen de la brutal polica de
Santa Fe comprobaron que los controles no
se limitan a los puntos de venta de estupe-
facientes. A los trabajadores los paran, a
los autos tambin, te revisan la guantera.
A los pibes los detienen todo el tiempo
para pedirles los documentos. Estn muy
densos con ellos. Ahora todos andan con el
documento en el bolsillo. Pero la gente dice
que est bien, que por lo menos est ms
tranquilo, no te roban y se puede transitar
de otra manera. Pensemos que es un barrio
que despus de las cinco de la tarde ya seempezaban a escuchar los tiros y la gente
se llevaba los chicos a las habitaciones
del medio de sus viviendas para que no
escucharan. Entonces es fuerte el control
pero tambin es fuerte vivir a los tiros y no
poder salir a la calle, cuenta una trabaja-
dora social que camina Las Flores, el feudo
de la banda de Los Monos. Los pibes ya no
estaban en la calle despus de cierta hora
porque est todo el tema de que pasaban
las motos y tiraban a mansalva. La mayora
se guardaba por precaucin en sus casas,
complementa un militante de la zona.
En barrios del oeste como Villa Banana,
las Tropas de Operaciones Especiales de
la provincia controlan durante el da y la
gendarmera llega cuando se encienden
las luces artificiales. Nunca vi tantos
milicos con armas largas en el barrio. A la
noche no dejan salir a nadie de las casas,
ni siquiera a las doas cuando quieren bal-dear la puerta a la maana muy temprano,
una costumbre de ac. Hasta que no se
va gendarmera, todo el mundo tiene que
permanecer adentro. La gente ms grande
protesta porque se le restringi mucho
la vida cotidiana, describe un joven que
integra una organizacin territorial. Los
jvenes del barrio Luduea mascullan con
bronca que la prefectura vigila a toda hora
los sinuosos pasillos del asentamiento lin-
dero a las vas del ex ferrocarril Mitre. Es-
tamos en la casilla y se escuchan los pasos
de los milicos que van caminando entre los
ranchos, cosa que nunca pas con la po-
lica de ac. Andan con unos fierros enor-mes. Los pibes les tiran piedras porque no
se los bancan. Est todo mal con ellos. No
los dejan ranchear en las esquinas. Ayer
a unos guachitos los cagaron a palos y les
tiraron los vinos que estaban tomando en
la puerta de una casa. Cada vez que entrs
o sals del barrio te piden los papeles de la
moto, cuenta un vecino de la zona.
En los barrios, algunos militantes
populares saludaron con ciertos reparos la
llegada de gendarmes. Otros, la fustigaron
aunque aceptando sus propios retrocesos
en la capacidad de fogonear las dinmicas
comunitarias, destruidas desde que losterritorios son controlados por los grupos
narcos y en el marco de una poblacin que
cada vez ms resuelve los conflictos coti-
dianos a travs de las armas. Sectores del
kirchnerismo local, acadmicos de izquier-
da y ex funcionarios especialistas en seguri-
dad abrazaron el acuerdo con Nacin, bajo
el argumento de que la ya fracasada des-
truccin de bnkeres atendidos por nios
y la saturacin policial ahora estaba siendo
realizada por fuerzas federales bajo control
judicial y poltico y sin ligazn con la re-
caudacin ilegal. Un mes despus, cuando
se conocieron los controles represivos a
los pibes que fuman porro en la esquina yel nivel asfixiante de requisas en las calles,
algunos de ellos intentaron desmarcarse de
ese eufrico apoyo inicial.
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Despus de haber visto el arribo de
las fuerzas nacionales en pantallas LED,
el socialismo busca levantar la alicada
imagen de su gestin con el lanzamiento
meditico de planes sociales ya existentes
o improvisando mdicos proyectos para
los jvenes que son presentados como lapoltica social que complementa el avance
de las estrategias represivas impulsadas a
travs de los federales.
Saluden al helicptero de Cristina!, le
grit una mujer a sus dos hijos al escuchar
el ya habitual sonido de las aspas surcando
el cielo durante el da y la noche. El Gobier-
no nacional sabe que desde el 9 de abril
asumi un riesgo mayor: los fracasos en
materia de seguridad ya no sern propiedad
exclusiva del Gobierno local. Las visitas
de Berni y la ministra de Seguridad Cecilia
Rodrguez ponen de manifiesto el particular
inters por pacificar con xito un territorio
que viene marcando el pulso de un nuevoorden de poder que rige el destino de las
principales ciudades de la Argentina. Hasta
el momento, segn datos brindados por
el Ministerio de Seguridad de Santa Fe, los
delitos habran disminuido un 50 por ciento
y la aprobacin popular del desembarco
llega al 85 por ciento. Estos nmeros segu-
ramente se engrosen despus de la reciente
decisin de extender los patrullajes de gen-
darmera, por pedido de los comerciantes y
vecinos, a la zona cntrica.
El consenso de la poblacin, sobre
todo de los sectores ms empobrecidos,
se comprende en un contexto de pade-
cimientos diarios durante al menos el
ltimo lustro; pero tambin en el marco de
amplios sectores que, sin mediacin insti-
tucional, ya haban decidido enfrentar de
modo directo los delitos. Hay un devenirgendarme de la poblacin que anticip el
arribo de Berni y sus tropas. Cada vez son
ms extendidas y violentas las golpizas a
rastreros(pibes adictos que roban a sus
vecinos) en los barrios populares, adems
de los derrumbes e incendios intenciona-
les de bnkeres atendidos por jvenes. En
marzo de 2013, Mauro S. estaba encerrado
en un kiosco de drogas, como todos los
das. Sus vecinos incendiaron la casilla,
Mauro qued preso del fuego y sufri la
quemadura del 80 por ciento de su cuerpo.
Tambin se producen ataques colectivos
a ladrones de poca monta (realmente
agresivos) en el centro, la contratacin dejvenes desempleados para que acompa-
en armados a los vecinos a las paradas
de colectivos o mientras guardan sus autos
y la flamante colocacin de las llamadas
alarmas comunitarias para actuar en
forma conjunta frente a episodios delicti-
vos. Esas potentes sirenas, ubicadas en las
dos esquinas de cada cuadra, se activan a
travs de controles remotos en poder de
los propietarios que adquieren el servicio.
Hasta hace poco tiempo, los controles
contaban con dos botones: uno para aler-
tar la presencia de posibles sospechosos y
otro para cuando se vea o se padeca unarrebato, un robo o el ingreso de alguien a
una vivienda. Sin embargo, recientemen-
te, se elimin uno de los botones, y se dej
de lado la diferencia entre amenaza y robo
concreto. Casi cien cuadras de Rosario ya
cuentan con el servicio, especialmente
barrios como Alberdi y La Florida, en la
zona norte y en sectores del macrocen-
tro sur. Las chirriantes s irenas, que no
tienen conexin con las comisaras, se
activan con mayor intensidad una vez que
anochece. No damos abasto, este ao ve-
nimos instalando alarmas todos los das a
toda hora, cuenta Ariel, empleado de una
de las principales empresas de seguridadde la ciudad.
El variopinto arco (de vecinos cntri-
cos y perifricos, funcionarios locales y
nacionales, movimientos e intelectuales
de izquierda independiente) que apoy la
militarizacin de Rosario muestra que una
vez superado cierto umbral del conflicto se
vuelve hegemnica la hiptesis represiva
como camino para calmar los territorios.
La promesa de un primer paso policaco
para una reconstruccin comunitaria a
futuro es el mito de apertura de una etapa
altamente coercitiva en la ciudad.
la guerra contra quin
La tasa de homicidios no dej de crecer
durante el primer mes de intervencin de
los federales. En 23 das, entre abril y mayo,
se contabilizaron 22 asesinatos. Tampoco
disminuy con la detencin de Los Monos
y otros grupos narcos de la regin. Esta ten-
dencia recin comenz a revertirse cuando
se intensificaron los controles represivos en
los territorios.
Desde el socialismo, en su afn por desmar-
car a Rosario del mote de narcociudad,
repiten que el porcentaje de asesinatosvinculados estrictamente a la narcocrimi-
nalidad sera de un 15 por ciento del total.
Si esta imprecisa cifra fuera real, estara
poniendo al descubierto la consolidacin de
un sustrato violento que moldea los cuerpos,
aun de los que no forman parte de ningn
grupo delictivo. La proliferacin de expre-
siones agresivas y letales ms all de los
mercados mafiosos vuelve estriles enton-
ces los diagnsticos y estrategias actuales
de intervencin, centrados nicamente en
el combate contra las drogas. Los posibles
asesinos y asesinados son ms difusos y
aleatorios de lo que se est dispuesto a acep-tar. Hay una codificacin mortfera de los
lazos sociales que corroe la vida colectiva. La
respuesta del estado fue la ocupacin de la
segunda ciudad de la Argentina con un exor-
bitante cantidad de gendarmes y prefectos.
La provincia y el municipio ya suplican al
kirchnerismo por la permanencia estable de
estas fuerzas de naturaleza militar.
Rosario combina hoy los controles
incesantes de las fuerzas federales y las ac-
ciones de una poblacindispuesta a poner
lmites en un combate cuerpo a cuerpo
a todo lo que considera sinnimo de
inseguridad, aun cuando cumplir con esa
tarea pueda costar la vida propia o ajena.Procesos fragmentarios y aparentemente
desvinculados entre s parecen advertir,
al cierre de una dcada de crecimiento, la
emergencia de una nueva poca signada
por la violencia, la represin y los enfrenta-
mientos sociales. | |
El variopinto arco de vecinoscntricos y perifricos,funcionarios locales ynacionales, movimientos eintelectuales de izquierdaindependiente que apoyla militarizacin de Rosariomuestra que una vez superadocierto umbral en el conflicto
social se vuelve hegemnica lahiptesis represiva para calmarlos territorios.