[La Biblioteca de Babel 04] Bloy, Leon - Cuentos Descorteses [18898] (r1.1)

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  • Lon Bloy, coleccionista de odios, no excluy de su amplio museo a la burguesa francesa.La ennegreci con lbregas tintas que justifican el recuerdo de los sueos de Quevedo yde Goya. No siempre se limit a ser un terrorista; uno de sus ms curiosos relatos Lescaptivs de Longjumeau prefigura asimismo a Kafka. El argumento puede ser de esteltimo; el modo feroz de tratarlo es privativo de Bloy. ()

    Nuestro tiempo ha inventado la locucin humor negro; nadie lo ha logrado hasta ahora conla eficacia y la riqueza verbal de Lon Bloy.

    Jorge Luis Borges

  • Lon Bloy

    Cuentos descortesesLa Biblioteca de Babel - 04

    ePub r1.1orhi 24.10.14

  • Ttulos originales: La tisaneLe vieux de la maisonLa religion de M. PleurLes captifs de Longjumeau (trad. de J. L. Borges)Une ide mdiocreTerrible chtiment dun dentisteTout ce que tu voudrasLa dernire cuiteUne martyreLa taie dargentOn nest pas parfaitLa plus belle trouvaille de CanLon Bloy, 1894Traduccin: Jorge Luis Borges & Ral Gustavo Aguirre

    Editor digital: orhiCorreccin de erratas: AstennuePub base r1.1

  • Prlogo

    Quiz no hay hombre que, para escribir, no se desdoble en otro o, por lo menos, no exagere sussingularidades y certidumbres. Bernard Shaw declar que el clebre G. B. S. no era mucho msreal que una jirafa de pantomima; el modesto periodista Walt Whitman se transform,venturosamente, en todos los habitantes del planeta, incluido el lector; Valle-Incln se promovia duelista y a aristcrata; el sedentario y pusilnime Lon Bloy se bifurc en dos seres iracundos:el francotirador Marchenoir, terror de los ejrcitos prusianos, y el despiadado polemista queconocemos y que, para las generaciones actuales, ser el verdadero Lon Bloy. Forj un estiloinconfundible que, segn nuestro estado de nimo, puede ser insufrible o ser esplndido. Sea loque fuere es uno de los estilos ms vividos de la literatura.Uno de sus maestros, Carlyle, repiti que la historia universal es un libro que estamos obligadosa leer y a escribir incesantemente y en el cual tambin nos escriben; otro, el visionarioSwedenborg, vio en todas las criaturas que nos rodean, animales, vegetales o minerales,correspondencias de hechos espirituales. Lon Bloy consider el universo como una suerte decriptografa divina, en el que cada hombre es una palabra, una letra o, acaso, un mero signo depuntuacin. Aleg el espacio csmico; afirm que sus abismos y luminarias no son ms que unaproyeccin de la conciencia humana. Opin alguna vez que ya estamos en el infierno y que cadapersona es un demonio encargado de torturar a su compaero.Imparcialmente abomin de Inglaterra, a la que apod la isla infame, de Alemania, de Blgica yde los Estados Unidos. Intil agregar que fue antisemita, aunque uno de sus libros msadmirables se titul La salvacin por los judos. Denunci la perfidia italiana; llam a Zola elcretino de los Pirineos; injuri a Renn, a France, a Bourget, a los simbolistas y, por lo general,al gnero humano. Escribi que Francia era el pueblo elegido y que las otras naciones debenlimitarse a lamer las migajas que caen de su plato. Exalt, sin embargo, el alma de Napolenque no era precisamente francs.Fue un ferviente catlico galicano, no demasiado adicto a Roma.No es improbable que los historiadores del porvenir lo vean como a un mstico; nosotros, antetodo, vemos al despiadado panfletario y al inventor de cuentos fantsticos. Todos los de estevolumen lo son, siquiera en su ambiente.Lon Bloy, coleccionista de odios, no excluy de su amplio museo a la burguesa francesa. Laennegreci con lbregas tintas que justifican el recuerdo de los sueos de Quevedo y de Goya. Nosiempre se limit a ser un terrorista; uno de sus ms curiosos relatos, Les captivs deLongjumeau, prefigura asimismo a Kafka. El argumento puede ser de este ltimo; el modo ferozde tratarlo es privativo de Bloy. En sus pginas pueden estudiarse las simpatas y diferenciasde ambos maestros.La tisane no desdea el crimen; Le vieux de la maison es de algn modo su reverso, sinmengua de su horror; La religin de M. Pleur empieza, como los anteriores, de un modo atroz yculmina en una suerte de santidad; Une idee mediocre historia una situacin imposible;

  • Terrible chtiment dun dentiste desciende sin temor a la consecuencia ms inesperada de unhomicidio; Tout ce que tu voudras! no elude la prostitucin y el incesto; La dernire cuiterefiere el caso de un hijo demasiado parecido a su padre; Une martyre prodiga lamaledicencia, los annimos y la quejumbre; La taie dargent relata la historia de un hombrenico que ve en un mundo de ciegos; On nest pas parfait narra la seriedad profesional de unasesino cuya carrera queda truncada por un perdonable descuido; en La plus belle trouvaille deCan vemos al fin al no menos temible que imaginario Marchenoir.Wells logra siempre que sus invenciones ms fantsticas parezcan reales, por lo menos durante eldecurso de la lectura; Bloy, como Hoffmann y como Poe, prefiere hacerlas maravillosas desde elprincipio.Nuestro tiempo ha inventado la locucin humor negro; nadie lo ha logrado hasta ahora con laeficacia y la riqueza verbal de Lon Bloy

    Jorge Luis Borges

  • La tisana

    A Henry de Groux

    Santiago se consider simplemente innoble. Era odioso permanecer all, en la oscuridad, como unespa sacrlego mientras esa mujer, tan en absoluto desconocida, se confesaba.Pero, entonces, habra tenido que irse en seguida, tan pronto como el sacerdote vestido con lasobrepelliz llegara con ella, o por lo menos provocar algn ruido para que advirtieran la presenciade un extrao. Ahora era demasiado tarde, y la horrible indiscrecin slo poda agravarse.Desocupado, queriendo encontrar, como las cucarachas, un lugar fresco al cabo de ese da sofocante,haba concebido la fantasa, poco de acuerdo con sus imaginaciones habituales, de entrar en laantigua iglesia y se haba sentado en un rincn oscuro, detrs de ese confesionario, para perderse allen sus ensueos, contemplando cmo se apagaba la claridad del gran rosetn.Despus de transcurridos algunos minutos, sin saber cmo ni por qu, se haba convertido enpartcipe por entero involuntario de una confesin. Es verdad que las palabras no llegaban hasta lcon claridad y que, en suma, slo oa un cuchicheo. Pero el dilogo, cuando estaba por terminar,pareci reanimarse.Algunas slabas, aqu y all, se destacaban, emergiendo del ro opaco de esa charla penitente, y eljoven que por un milagro era lo contrario de un perfecto granuja, temi bondadosamente llegar asorprender confesiones que sin duda no estaban destinadas a l.De pronto, esta anticipacin tuvo lugar. Pareci que se produca un violento remolino. Las ondasinmviles crecieron, separndose, como para permitir la aparicin de un monstruo, y el testigo,estremecido por el espanto, oy estas palabras pronunciadas con precipitacin:Le digo, padre, que puse veneno en su tisana!Luego, nada ms. La mujer, cuyo rostro era invisible, se levant del reclinatorio y, silenciosamente,desapareci en la espesura de las tinieblas. En lo que hace al sacerdote, ste no se movi ms que unmuerto, y trascurrieron despaciosos minutos antes de que abriese la puerta y de que desapareciera, asu vez, con el paso lento de un hombre abrumado.Fue necesario el campanilleo persistente de las llaves del sacristn y la exhortacin a abandonar eltemplo, largamente proferida en la nave, para que Santiago por fin se levantara, tanto lo habaaturdido esa frase que segua vibrando en l como un clamor.

    Haba reconocido perfectamente la voz de su madre!Oh, imposible equivocarse! Haba reconocido tambin su manera de caminar cuando la sombrafemenina se irgui a dos pasos de l.Pero, qu haba ocurrido? Todo se derrumbaba, todo careca de sentido, todo no era ms que unafarsa monstruosa!Viva solo con esa madre, que no vea casi a nadie y apenas si sala para asistir a los oficios. Sehaba acostumbrado a venerarla con toda su alma, como un ejemplar nico de la rectitud y de labondad. Tan lejos como pudiera ver en lo pasado, no haba en l opacidad alguna, nada que no fuese

  • recto, ni un solo escondrijo, ni una sola desviacin. Un hermoso camino blanco hasta donde llegabala vista, bajo un cielo plido. Porque la existencia de la pobre mujer haba sido sumamentemelanclica.Luego de la muerte de su esposo, cado en Champigny, y de quien el joven apenas guardaba unrecuerdo, ella nunca haba dejado de vestir de duelo y de ocuparse exclusivamente en la educacinde su hijo, de quien no se separaba un solo da. Nunca haba querido enviarlo a escuela alguna, portemor a que el trato con los dems lo perjudicara, y por ello tom completamente a su cargo lainstruccin de su hijo, cuya alma haba construido con fragmentos de la de ella. l recibi as, deeste rgimen, una sensibilidad inquieta y unos nervios sumamente tensos que lo exponan a ridculospesares, y quiz tambin a verdaderos peligros.Cuando la adolescencia hubo llegado, las consiguientes escapadas que ella no poda impedir lavolvieron un poco ms triste, sin alterar su dulzura. Ni reproches ni silencios acusadores. Ellaacept, como tantos, lo inevitable.En suma, todo el mundo hablaba de ella con respeto, y slo l en el mundo, su muy querido hijo, sevea ahora obligado a despreciarla: a despreciarla de rodillas y con los ojos llenos de lgrimas,como los ngeles despreciaran a Dios si no cumpliera sus promesasEn verdad, aquello era como para perder la razn, como para salirlo a gritar por las calles. Sumadre, una envenenadora! Era insensato, era un milln de veces absurdo, era absolutamenteimposible y, no obstante, era cierto. No acababa acaso de confesarlo ella misma? Era como paraarrancarse los cabellos.Pero, envenenadora de quin? Dios mo! l no saba de nadie que hubiese muerto envenenado entrela gente conocida. No era por cierto el caso de su padre, quien haba recibido un puado de metrallaen el vientre. No era a l, tampoco, a quien haba tratado de matar. l nunca estuvo enfermo, nuncanecesit beber una tisana y saba que su madre lo adoraba. La primera vez que haba tardado enllegar de noche, y no por cierto debido a razones muy pulcras, ella se haba sentido enferma deinquietud.Se trataba de un hecho anterior a su nacimiento? Su padre la haba tomado como esposa por causade su belleza, cuando ella tena apenas veinte aos. Habra precedido a ese matrimonio algunaaventura que pudiese implicar un crimen?No, sin duda. Conoca muy bien aquel pasado lmpido; se lo haban contado cien veces y lostestimonios eran satisfactoriamente claros. Por qu entonces esa terrible confesin? Por qu, sobretodo, oh por qu haba sido necesario que fuese su testigo?Solo, en el horror y la desesperacin, volvi a su casa.

    Su madre corri en seguida a abrazarlo:Qu tarde vuelves, mi querido hijo!, y qu plido ests! Estars enfermo?No respondi l, no estoy enfermo, pero el fuerte calor que hace me fatiga y creo que nopodr cenar. Y t, mam, no sientes ningn malestar? No has salido a buscar un poco de frescura?Me pareci haberte visto desde lejos en el muelle.He salido, en efecto, pero no pudiste verme en el muelle. Fui a confesarme, cosa que t, mala

  • persona, me parece ya no practicas desde hace tiempo.Santiago se sorprendi de no sentirse ahogado, de no caer de espaldas, fulminado, como ocurre enlas buenas novelas que haba ledo.Era verdad, por lo tanto, que ella haba ido a confesarse. Por lo tanto, l no estuvo dormido en laiglesia y esa catstrofe abominable no era una pesadilla, como por un instante haba llegado aimaginarlo en su insensatez.No se desplom, pero se puso mucho ms plido y esto hizo que su madre se sintiese aterrorizada.Qu tienes, mi pequeo Santiago? le dijo. T sufres, t ocultas algo a tu madre. Deberastener ms confianza en ella, que slo te ama a ti y que slo te tiene a ti Cmo me miras, queridotesoro mo! Pero, qu es lo que tienes? Me das miedo!Y lo estrech tiernamente en sus brazos:Escchame con atencin, muchacho. No soy una mujer curiosa, bien lo sabes, y no quiero ser tujuez. No me digas nada, si no quieres decirme nada, pero djame que te cuide. Vas a acostarte enseguida. Entre tanto, te preparar una buena comida muy liviana que te llevar yo misma, no es as?,y si tienes fiebre esta noche te dar una TISANASantiago, esta vez, rod por tierra.Por fin! suspir ella, un poco cansada, extendiendo la mano hacia una campanilla.Santiago tena un aneurisma en el ltimo grado de su evolucin y su madre tena un amante que noquera ser padrastro.Este sencillo drama se desarroll hace tres aos en los alrededores de Saint-Germain-des-Prs. Lacasa que le sirvi de teatro pertenece a un contratista de demoliciones.

  • El viejo de la casa

    A Charles Cain

    Ah, la seora Alexandre bien poda jactarse de ser virtuosa! Imagnese. Haca tres aos quesoportaba a ese viejo embrolln, a ese pillo de siete suelas que deshonraba su casa, y bien puedenpensar ustedes que, de no ser su padre, hara ya tiempo que ella le hubiese endosado su billete deregreso para el pudridero de invlidos del Asilo. Y sin embargo, nos vemos obligados a guardar lasapariencias, a subvenir las necesidades de los autores de nuestros das, cuando no somos hijos deperra y, sobre todo, cuando estamos en el comercio. Oh, la familia! Pesar de pesares! Y hay quienesdicen que existe Dios. l no har reventar entonces una maana de stas al viejo asno?La extrema frecuencia de este monlogo filial haba alterado por desgracia su frescura. No pasaba unda sin que la seora Alexandre se lamentara en tales trminos de la mezquindad de su destino.A veces, sin embargo, se pona ms tierna cuando necesitaba aclarar sus intenciones a clientesnuevos, que slo de manera muy imperfecta habran captado la nobleza de sus jeremiadas.Bueno y querido pap arrullaba, si supiera usted cmo lo queremos! Slo tenemos, todas, uncorazn para quererlo. El oficio no tiene nada que ver con ello, lo ve usted! Se puede serdesclasada, cadas en la desgracia, si usted quiere, pero el corazn habla siempre. Una recuerda suinfancia, las alegras puras de la familia, y yo me siento muy honrada ante mis propios ojos, se lojuro, cuando veo ir y venir por mi casa a ese venerable anciano coronado de cabellos blancos, quenos hace pensar en la patria celestial. Etctera, etctera.La inconsciencia profesional permita sin duda a la tunanta funcionar con igual buena fe en una u otraactitud, y el husped septuagenario del nmero 12, investido alternativamente de gloria y deignominia, permaneca estancado al costado de su hija en la inalterable serenidad del atardecer desu existencia como un guiapo de hospital en la orilla de la cloaca.La historia de estos dos individuos no tena, para decirlo todo, ninguna de las cualidades esencialesque se deben exigir del poema pico.El seor Ferdinando Bouton, familiarmente denominado Pap Ferdinando o El Viejo, era un antiguopcaro de la calle de Flandre, donde ejerci en otros tiempos treinta oficios, de los cuales el menosinconfesable puso varias veces en peligro su libertad.La seorita Leoncia Bouton, que habra de ser un da la seora Alexandre y cuya madre desaparecipoco tiempo despus de su nacimiento, haba sido educada por el digno hombre en los principios dela ms rigurosa disipacin.Preparada, desde su ms tierna edad, para las prcticas militantes, se lanz, a los trece aos, a unabrillante situacin de virgen oblada en casa de un millonario genovs, renombrado por su virtud,quien la llamaba su ngel de luz y que termin de corromperla. Dos aos bastaron a la iniciadapara hacer reventar a este calvinista.Despus de aqul, cuntos otros! Recomendada sobre todo a los seores discretos, se convirti enalgo as como una inversin segura y camin, hasta los dieciocho aos, en una aureola de ignominias.En ese momento, habiendo llegado a ser seria a fuerza de rozarse con gentes serias, dej a su padre,

  • cuya frivolidad de beodo y de crpula, por aadidura ocioso, le causaba indignacin.Y transcurrieron despus quince aos, durante los cuales aquel abandonado se saci de infortunios.Perdido el hbito de los negocios, no volviendo a disponer de su anterior astucia, se pareca a unavieja mosca que no tena ya la fuerza de volar sobre los excrementos y a la que hasta las mismasaraas no tenan deseos de atrapar. Leoncia, ms feliz, prosper. Sin elevarse a los primeros rangosen el Mundo Galante, dominio cuya dictadura no le permitan ambicionar sus maneras de bribonaincorregible, supo maniobrar en los empleos subalternos con tanto arte como duplicidad, y de estemodo se desliz, se instal, se apoder firmemente de los buenos bocados y, sin olvidarse nunca dellenar su vaso antes de que la botella hubiese terminado de circular, lleg a tener tal color ante Diosy ante los hombres, que por esta razn le fue posible desafiar incluso a la mala suerte.La mala suerte, entonces, se present bajo la especie ridcula y fantasmagrica de su padre.El viejo cascajo, en el momento de hundirse para siempre en el abismo ms insondable, se habaenterado de que su hija, su Titina, casi clebre ahora bajo el nombre de seora Alexandre, gobernabacon mano magistral una hostera famosa donde los prncipes del Extremo Oriente venan a traer suoro.Lleno de piojos y cubierto de pingajos impuros, sin tener ni la sombra de un cobre en el bolsillo y niuna migaja en el estmago[1], vino un buen da a caer en casa de ella, con tan favorable disposicinde la fortuna que la altiva madama, aunque rabiosa con su arribo, se vio obligada a recibirlo con lasdemostraciones del ms ostensible amor.La mala suerte de sta quiso, en efecto, que en el mismo instante en que, desconociendo todas lasconsignas, l se precipitaba en sus brazos, ella se hallara reunida con rgidos senadores, pococapaces de bromear acerca del cuarto mandamiento de la ley divina. Uno de ellos, inclusive,conmovido en lo ms hondo de sus entraas por este pattico incidente, no crey posible dispensarsede bendecirla y de predecirle una vida interminable.Despus de semejante hecho, Pap Ferdinando se volvi indelegable e inextirpable para siempre. Sopena de suscitar la indignacin de la gente decente y de perder la fructfera estimacin de losmandarines, fue necesario limpiarlo, vestirlo, alojarlo y darle de comer hasta el hartazgo todos losdas.La existencia, hasta entonces dulce como la miel, de la seora Alexandre, se vio empozoada. Aquelpadre fue el abrojo de su cama, el tormento de su espritu, la dificultad de sus digestiones y, muy porel contrario de lo que ocurri con Calipso, ella no lleg a consolarse con el regreso de Ulises.No era sin embargo un ser molesto. Desde el primer da lo instalaron en la buhardilla ms distante,ms incmoda y probablemente ms malsana. Apenas si le vea. Observaba fielmente la consigna deno deambular por la casa a la hora de los clientes y, sobre todo, de no poner nunca los pies en elsaln.Para derogar esta severa ley haca falta nada menos que la fantasa de un aficionado extranjero que aveces peda ver al Viejo, de quien todas aquellas seoras hablaban con susurros de temerosaveneracin, tal como si hubiesen hablado del Hombre de la Mscara de Hierro.Para aquellas circunstancias, l tena una casaca escarlata con brandeburgos, y una especie de gorritomacednico que le confera el aspecto de un hngaro o de un polaco en desgracia. Lo engalanaban

  • entonces con el ttulo de conde el conde Boutonski!, y as pasaba por ser un despojo cubiertode la gloria de la ms reciente insurreccin.Por aadidura, limpiaba las letrinas, barra las escaleras, lavaba las palanganas y la vajilla, a vecescon el mismo estropajo, segn deca con furia la seora Alexandre. Por ltimo, haca los mandadosde las pensionistas, de cuya confianza disfrutaba, y que le daban suculentas propinas. En las horas dedescanso, el feliz anciano se retiraba a su cuarto y relea asiduamente las obras de Paul de Kock olas lucubraciones humanitarias de Eugne Transpire[2], como denominaba al autor de Los misteriosde Pars y de El judo errante, los dos libros ms hermosos del mundo.Durante la guerra[3], naturalmente, la casa peligr. Los clientes se hallaban en el interior del pas o enlas avanzadas, y el estado de sitio haca que las calles estuviesen intransitables.La exasperacin de la seora Alexandre lleg al colmo. Desde la maana a la noche, descargaba sininterrupcin su furia contra el viejo, quien se encoga cada vez ms y a quien ella, a toda voz, cubracon sus insultos.Inclusive lleg, en su delirio, a acusarlo de haber provocado el conflicto internacional con susmanejos. Cuando se acord de la indemnizacin de los cinco mil millones, ella se considerdefraudada personalmente y argumentaba a gritos que su comercio haba perdido otro tanto y quehabra que fusilar a todos los viejos puercos que traan mala suerteSe inclinaba decididamente hacia la hidrofobia y la existencia se tomaba imposible.Huelga decir que la Comuna[4] fue incapaz de revigorizar su tambaleante negocio. La clientela sinembargo no faltaba. El establecimiento no se vaciaba un minuto. Era como para creer que se estabaen la iglesia.Pero, qu clientela, Dios de los cielos! Borrachos perdidos, asesinos, canallas infames llenos degalones desde la cabeza a los pies, que se hacan servir con el revlver en la mano, que rompan todoy que habran quemado todo si se hubiera tenido la audacia de enfrentarlos.Esta vez, por el contrario, la patrona ya no vocifer ms. Se mora silenciosamente de miedomientras esperaba el auxilio de lo Alto.ste no se hizo esperar. Se supo de pronto que los versalleses acababan de entrar en Pars.Liberacin! Pero una suerte verdaderamente negra se encarnizaba con la pobre criatura.Ocurri que levantaron una barricada en un extremo de la calle. Ahora era imperioso cerrar la puertacon tres llaves y hacer como si estuvieran todos muertos. Pap Ferdinando fue olvidadocompletamente.La barricada cay a las dos de la tarde y los federados en fuga abandonaron el barrio. Pronto noqued all ms que un solo ser, un delgado viejo cuyos pasos resonaban en el vasto silencio.Imposible no reconocerlo. Era el ruinoso que haba salido en la maana por curiosidad y que,estpidamente, hua como un criminal ante los pantalones rojos[5].stos, llenos de duda, no se decidan a seguirlo, ni tampoco a disparar sobre un hombre tan anciano.Se acercaron cuando lo vieron detenerse ante la puerta del nmero 12.Arriba las manos y no te muevas!El viejo, ahogado por el terror, se precipit sobre la campanilla y la hizo sonar.Titina, mi Titina, soy yo! Abre a tu anciano padre!

  • La ventana, cerrada a piedra y lodo, se abri entonces con espontaneidad y la seora Alexandre,ebria de alegra, mostr su padre a los soldados y les grit:Pero, fuslenlo, hijos de Dios! l estuvo en eso con los otros! Es un sucio comunero, unincendiario que trat de ponerle fuego al barrio!No se preguntaba ms en aquellos agraciados das, y Pap Ferdinando, acribillado por las balas,cay sobre el umbralHoy da, la seora Alexandre est retirada de los negocios y no habita ya el barrio de la Bolsa, cuyagloria fue durante tanto tiempo.Posee treinta mil francos de renta, pesa cuatrocientos kilos y lee con emocin las novelas de PaulBourget[6].

  • La religin del seor Pleur

    A Paul Adam

    Por lo general, los individuos que han suscitado mi disgusto en este mundo eran personasflorecientes y de buena reputacin. En cuanto a los pcaros que conoc, y no en reducido nmero,pienso en ellos, en todos ellos sin excepcin, con placer y benevolencia.Thomas de Quincey

    El solo aspecto de aquel anciano alimentaba a los gusanos. El estircol de su alma se hallaba de talmanera en sus manos y en su rostro, que no hubiera sido posible imaginar contacto ms aterrador.Cuando iba por las calles, los arroyos ms cenagosos, temblando al reflejar su imagen, parecantener intencin de regresar a sus orgenes.Su fortuna, que era segn se deca colosal y que los buenos jueces slo evaluaban llorando dextasis, deba estar escondida en singulares recovecos, porque nadie osaba aventurar una conjeturafundada sobre las inversiones financieras de aquella pesadilla.Se deca tan solo que, en varias oportunidades, se entrevi su mano de cadver en ciertasmanipulaciones de dinero, que haban desembocado en sublimes desastres, de las que algunoscultivadores de alcancas lo suponan autor. No era judo, sin embargo, y cuando alguno lo trataba deviejo crpula tena una manera suave de responder: Dios se lo pague, que haca correr sobre ellomo de los ms valientes un leve escalofro.Lo nico que pareca cierto es que este andrajoso espantable posea una casa de elevada renta en unou otro de los grandes barrios exteriores. No se saba con exactitud. Quiz posea varias. La leyendaquera que durmiera en un antro oscuro, bajo la escalera de servicio, entre la columna de descarga delas letrinas y la casilla del portero, para quien esa vecindad era digna de un idiota. Sus recibos dealquiler eran, me dijeron, confeccionados, para economizar, con pedazos de carteles callejeros, yalgunos inquilinos emprendedores los revendan a coleccionistas astutos.Se contaba tambin la historia, que lleg a ser famosa, de una sopa fantstica calentada regularmentela noche del domingo y que habra de alimentarlo toda la semana. Para no quemar carbn, la tomabafra los seis das siguientes.Desde el martes, naturalmente, esa sustancia alimenticia comenzaba a ponerse ftida. Entonces conlas reverenciales maneras de un sacerdote que abre el tabernculo, tomaba, de un pequeo armarioembutido en la pared y que deba contener extraos papeles, una botella de ron muy viejo, con todaprobabilidad recuperada de algn naufragio.Verta unas pocas gotas en un vaso minsculo y se fortificaba con la esperanza de saborearlas pocodespus de haber tragado su cataplasma. Una vez terminada la operacin deca:Ahora que has tomado tu sopa, no tendrs tu vasito de ron.Y, con toda deslealtad, volva a volcar en la botella el precioso lquido. Recomendable delicadezaque se repeta continuamente, desde haca treinta o cuarenta aos.

  • Jams un espectro pareci tan completamente despojado de estilo y de carcter. Le hubiera quedadobien semejarse por sus harapos y, sin duda, por algunas de sus prcticas, a los judos ms conspicuosde Budapest o de msterdam. La imaginacin de un Prometeo no habra podido descubrir en surostro el ms mnimo rasgo de la Antigedad. El sobrenombre de Shylock, que le haban asignadodeprecadores subalternos, rebotaba como una blasfemia, tanto este avaro no expresaba sino lachatura. Slo tena de notable su mugre y su hedor de animal muerto. Pero aun en esto mostraba unmodernismo descorazonador. Su basura no le confera el derecho de ser recibido en ningn infierno.Slo materializaba, en apariencia por lo menos, el tipo del BURGUS, del Mediocre, del Asesinode cisnes, como deca Villiers[7], llegado a la perfeccin y definitivamente cumplido, tal como debeaparecer en el fin de los tiempos, cuando los cataclismos salgan de sus cuevas y las sucias almas semanifiesten en la plena claridad.Si fuera inocente el hecho de prostituir las palabras, habra sido necesario comparar al seor Pleurcon algn horrendo profeta, anunciador de los vmitos de Dios.Pareca decir a los individuos confortables a quienes molestaba su presencia:No comprenden, oh hermanos mos, que yo los traduzco por toda la eternidad y que mi impuracscara los refleja a ustedes prodigiosamente? Cuando la verdad sea conocida, descubrirn ustedes,una vez por todas, que yo era su verdadera patria, hasta tal punto que, en cuanto llegue a desaparecer,la pestilencia de vuestros espritus me echar de menos. Sentirn nostalgia de mi vecindad inmunda,que los haca parecer vivos cuando en verdad ustedes estn por debajo del nivel de los muertos.Puercos hipcritas que desprecian en m al denunciante silencioso de sus ignominias, el horrormaterial que les inspiro es precisamente la medida de las abominaciones de su pensamiento. Porque,en suma, de qu podra yo en efecto estar infectado, sino de ustedes mismos, que me hormigueanhasta el fondo del corazn?La mirada del granuja era particularmente insoportable para las mujeres elegantes, a quienes parecaexecrar cuando las contemplaba a veces con una mirada ms plida que el fsforo de los osarios,ojeada fnebre y viscosa que se pegaba a sus carnes como la saliva de las babosas, y que ellasllevaban gimiendo de terror.No es verdad, chiquita crean or que vendrs a mi cita? Yo har que visites mi divertidafosa y vers el hermoso atavo de caracoles y de escarabajos negros que te dar para realzar lablancura de tu piel divina. Estoy enamorado de ti como un cncer, y mis besos, te lo aseguro, valenms que todos los divorcios. Porque t olers un da, mi ratita rosa, t olers voluptuosamente allado mo, y seremos dos pebeteros bajo las estrellas

    Pero hubiese sido difcil, una vez ms, a pesar de esa mirada atroz, trazar un rasgo que pudierallamarse caracterstico de aquel seor Pleur. Slo la voz, quiz: voz de suavidad malvada y quesugera la idea de un sacristn impdico susurrando ignominias.Tena, por ejemplo, una manera de pronunciar la palabra dinero que borraba la nocin de moneday hasta su valor representativo.Se oa algo as como dino o ner, segn los casos.

  • A menudo, tambin, no se oa nada. La palabra se desvaneca.Esto inspiraba una especie de pudor repentino, como un crespn que cae de pronto por delante delsantuario, un inopinado temor de parecer obsceno si se desnuda al dolo.Imagnense, si les divierte, un escultor fantico, un Pigmalin sanguinario y meloso, buscando conustedes el mejor punto de vista para admirar a su Galatea, y hacindoles retroceder astutamente hastauna trampa abierta para tragarlos. Era tan fuerte aquella pasin celosa por el Dinero, que algunos seequivocaron con respecto a ella. Le haban atribuido horribles intenciones a este devoto impenitentede la alcanca y de la caja fuerte: sospechas injustas pero acreditadas por algunos exgetas sabios dela vida privada del prjimo, que lo haban sorprendido en misteriosos coloquios callejeros conmujeres o nios.Su culto se expresaba a veces por medio de tales circunloquios extticos, el baboso eretismo de sufervor atenuaba tan extraamente su fisonoma de sepulturero embarrado, y tan desaforados suspirossalan entonces de su interior, que los recipientes de escaso discernimiento en que dejaba caer supalabra eran excusables, despus de todo, de no sentir pasar, entre ellos y l, la hipocondriacamajestad de la Idolatra.

    Se me dispensar, quiero esperarlo, de hacer pblicas las razones de orden excepcional quedeterminaron un comercio de amistad entre este simptico personaje y yo.Yo era joven entonces, inclusive muy joven y fcilmente accesible al entusiasmo. El seor Pleur sedio el gusto de saturarme de l develndose a m.Creo ser el nico que alguna vez recibi sus confidencias. Aado que este recuerdo me ayudsobremanera a soportar un destino ms que amargo y, habiendo muerto el personaje hace ya muchotiempo, mi conciencia me urge, hoy, a testimoniar en favor de ese desconocido.Algunos hombres de mi generacin pueden recordar su fin trgico, ocurrido en uno de los ltimosaos del Imperio[8], y que dio lugar a que se hiciera bastante ruido.Conoc los detalles del asesinato a travs de los peridicos, cuando me hallaba en las cercanas delCabo Norte. Fue sin duda un delito de la clase ms trivial, y los forajidos que lo perpetraron eranpoco dignos, es preciso reconocerlo, de la celebridad que les confiri.El viejo haba sido simplemente estrangulado en su camastro maloliente por bandidos, hastaentonces, faltos de notoriedad y que no confesaron otro mvil que el robo.Pero ciertas circunstancias relativas especficamente al pasado de la vctima, y que quedaron sinexplicacin, ocuparon en vano, durante algunos meses, la sagacidad de los contemporneos.Por ltimo se crey adivinar o comprender que el seor Pleur no haba sido lo que pareca ser. Ensuma, los infortunados asesinos, que por otra parte se dejaron prender con extrema facilidad, nohaban podido descubrir el ms mnimo tesoro en la guarida del avaro y, aunque este ltimo hubiesemuerto sin testar y sin herederos naturales, el Dominio del Estado no pudo extender sus garras sobrepropiedad mobiliaria o inmobiliaria alguna.Qued establecido que el difunto no posea absolutamente nada salvo la administracin precaria yel usufructo de una fortuna gigantesca irreprochablemente transferida a manos de cierto Obispo.Imposible saber en qu se haban convertido las considerables sumas que debieron de pasar por sus

  • manos despus de tantos aos en que dio recibos a escuadrones de locatarios.Nada: ni un ttulo, ni un valor, nada de nada, excepto la famosa botella de ron vaciada por losestranguladores.Como ste no es ms que un cuento, tengo derecho a no prometer una conclusin ms dramtica. Lorepito: slo he querido ofrecer mi testimonio, el nico, con mucha probabilidad, que pueda esperarla sombra carcomida del muerto.Que me sea permitido, por lo tanto, resumir en algunas lneas las palabras bastante curiosas que meconfi, en diversas oportunidades, ese solitario habitualmente silencioso.No creo que sentir jams tan negro estremecimiento como en aquel lejano da en que, uno al ladodel otro en un banco del Jardn Botnico, me confi esto:Mi avaricia te asusta. Y bueno, mi pequeito, yo he conocido un prdigo, de especie menos rarade lo que se piensa, cuya historia te inspirar tal vez el deseo de besar mis andrajos con respeto, siestuvieses lo suficientemente dotado como para comprenderla.Aquel prdigo era un manitico, naturalmente. Es siempre algo fcil de decir, y esto dispensa detodo examen profundo. Era inclusive, si lo quieres, un monomaniaco.Su idea fija era arrojar el PAN en las letrinas!El cumplimiento de ese propsito, cay en la ruina por culpa de los panaderos. Nunca se loencontraba sin un enorme pan bajo el brazo, que iba saltando de alegra a precipitar en los barrilessin fondo del populacho.Slo viva para cumplir ese acto y es necesario creer que experimentaba al hacerlo intensoregocijo; pero su alegra se converta en delirio cuando se presentaba la ocasin de ofrecersemejante espectculo a los pobres diablos que se moran de hambre.Tena treinta mil francos de renta aquel tipo, y se quejaba del alto precio del pan.Medita atentamente en esta historia verdadera, que se parece a un aplogo.No sent deseos de besar los harapos del seor Pleur, pero su relato fue lo bastante claro para m, sinduda, porque cre escuchar cmo galopaba, por debajo de m, toda la caballera de los abismos.

    La ltima vez que me encontr con este Platn de la roera, me dijo:Sabes que el Dinero es Dios y que por esta razn los hombres lo buscan con tanto ardor? No, noes cierto?, t eres demasiado joven para haber pensado en ello. Me tomaras infaliblemente por unaespecie de loco sacrlego si te dijera que, infinitamente bueno, infinitamente perfecto, el soberanoSeor de todas las cosas dispuso que nada se haga en el mundo sin Su orden o Su permiso; que enconsecuencia hemos sido creados nicamente para Conocerlo, Adorarlo y Servirlo, y ganar, por estemedio, la Vida eterna.Abominaras de m si te hablara del misterio de Su Encarnacin. No importa: sabe que no trascurreun solo da sin que yo pida que Su Reino llegue y que Su Nombre sea santificado. Pido tambin alDinero, mi Redentor, que me libre de todo mal, de todo pecado, de las trampas del diablo, delespritu de fornicacin, y le imploro por Sus Dolores tanto como por Sus Alegras y por Su Gloria.Comprenders un da, muchacho, cunto este Dios se ha envilecido por nosotros. Recuerda a mimanaco! Y mira a qu empleos la maldad de los hombres lo condena!

  • Yo no me atrevo a tocarlo ya desde hace treinta aos! S, joven, desde hace treinta aos no mehe atrevido a poner mis sucias manos en una moneda de cincuenta cntimos. Cuando mis inquilinosme pagan, recibo su dinero en una cajita preciosa, hecha de madera de olivo, que ha tocado la Tumbade Cristo, y no lo guardo un solo da.Soy, si quieres saberlo, un penitente del Dinero.Con consuelos inexplicables, soporto por l el desprecio de los hombres, la repulsin de hasta losanimales y el ser crucificado todos los das de mi vida por la ms espantosa miseriaYo haba penetrado bastante la existencia misteriosa de ese hombre extraordinario para entrever queme hablaba de una manera por entero simblica. No obstante, la Santa Palabra, tan rudamenteadaptada, me azoraba un poco, lo confieso.Se levant de golpe, alz los brazos y an lo veo parecido a una horca pblica de donde colgaran lospodridos harapos de algn antiguo ajusticiado.Se dice con frecuencia por todas partes exclam que soy un horrible avaro. Muy bien!, algnda has de relatar que yo encontr el escondrijo infinitamente seguro que ningn avaro antes que yohaba hasta entonces descubierto: Yo escondo mi Dinero en el Seno de los Pobres! T publicarsesto, hijo mo, el da en que el Desprecio y el Dolor hayan logrado que crezcas lo bastante como paraambicionar el supremo honor de ser incomprendido.

    El seor Pleur alimentaba a unas doscientas familias, entre las cuales se hubiera buscado en vano unindividuo que no lo mirara como a un canalla: tanta era su habilidad!Pero hoy, santo Cielo!, dnde est la multitud plida de indigentes asistidos por el delegadoepiscopal de este Penitente?

  • Los cautivos de Longjumeau[9]

    A Mme. Henriette LHuillier

    El Postilln de Longjumeau anunciaba ayer el deplorable fin de los Fourmi. Esta hoja tanrecomendable por la abundancia y por la calidad de su informacin, se perda en conjeturas sobre lasmisteriosas causas de la desesperacin que haba precipitado al suicidio a esta pareja, consideradatan feliz.Casados muy jvenes, y despertando cada da a una nueva luna de miel, no haban salido de la ciudadni un solo da.Aliviados por previsin paterna de las inquietudes pecuniarias que suelen envenenar la vidaconyugal, ampliamente provistos, al contrario, de lo requerido para endulzar un gnero de uninlegtima, sin duda, pero poco conforme a ese afn de vicisitudes amorosas que impulsa al verstil serhumano, realizaban, a los ojos del mundo, el milagro de la ternura a perpetuidad.Una hermosa tarde de mayo, el da que sigui a la cada del seor Thiers[10], aparecieron en el trende circunvalacin con sus padres, venidos para instalarlos en la propiedad deliciosa que albergarasu dicha.Los longjumelianos de corazn puro contemplaron con enternecimiento a esta linda pareja, que elveterinario compar sin titubear a Pablo y Virginia. En efecto, ese da estaban muy bien y parecannios plidos de gran casa.Matre Picu, el notario ms importante de la regin, les haba adquirido, en las puertas de la ciudad,un nido de verdura, que los muertos hubieran envidiado. Pues hay que convenir que el jardn hacapensar en un cementerio abandonado. Este aspecto no debi desagradarles, pues no hicieron, en losucesivo, ningn cambio y dejaron que las plantas crecieran a su arbitrio.Para servirme de una expresin profundamente original de Matre Picu, vivieron en las nubes, sinver casi a nadie, no por maldad o desprecio, sino, sencillamente, porque no se les ocurra.Adems, hubiera sido necesario soltarse por algunas horas o algunos minutos, interrumpir los xtasis,y a fe ma, dada la brevedad de la vida, les faltaba el valor para ello.Uno de los hombres ms grandes de la Edad Media, el maestro Juan Tauler[11], cuenta la historia deun ermitao a quien un visitante inoportuno pidi un objeto que estaba en su celda. El ermitao tuvoque entrar a buscar el objeto. Pero al entrar olvid cul era, pues la imagen de las cosas exterioresno poda grabarse en su mente. Sali pues y rog al visitante le repitiera lo que deseaba. ste renovel pedido. El solitario volvi a entrar, pero antes de tomar el objeto, ya haba olvidado cul era.Despus de muchas tentativas, se vio obligado a decir al importuno.Entre y busque usted mismo lo que desea, pues yo no puedo conservar su imagen lo bastante parahacer lo que me pide.Con frecuencia, el seor y la seora Fourmi me han hecho pensar en el ermitao. Hubieran dadogustosos todo lo que se les pidiera si lo hubieran recordado un solo instante.Sus distracciones eran clebres y se comentaban hasta en Corbeil. Sin embargo, esto no pareca

  • afectarlos, y la funesta resolucin que ha concluido con sus vidas tan generalmente envidiadas tieneque parecer inexplicable.Una carta ya antigua de ese desdichado Fourmi, a quien conoc de soltero, me ha permitidoreconstruir, por induccin, toda su lamentable historia.He aqu la carta. Se ver, quiz, que mi amigo no era ni un loco, ni un imbcil. Por dcima o vigsima vez, querido amigo, faltamos a nuestra palabra, infamemente. Porpaciente que seas, supongo que ya estars harto de invitarnos. La verdad es que esta ltima vez, comolas anteriores, no tenemos excusa, mi mujer y yo. Te habamos escrito que contaras con nosotros y notenamos absolutamente nada que hacer. Sin embargo, hemos perdido el tren, como siempre.Hace quince aos que perdemos todos los trenes y todos los vehculos pblicos, hagamos lo quehagamos. Es horriblemente estpido, es de un atroz ridculo, pero empiezo a creer que el mal notiene remedio. Somos vctimas de una grotesca fatalidad. Todo es intil. Para alcanzar el tren de lasocho, por ejemplo, hemos ensayado levantarnos a las tres de la maana, y hasta pasar la noche envela. Y bien, amigo mo, en el ltimo momento, se incendiaba la chimenea, a medio camino se merecalcaba un pie, el vestido de Julieta se enganchaba en alguna zarza, nos quedbamos dormidos enla sala de espera, sin que ni la llegada del tren ni los gritos del empleado nos despertaran a tiempo,etctera, etctera La ltima vez olvid mi portamonedas.En fin, te repito, hace quince aos que esto dura y siento que ah est nuestro principio de muerte.Por esa causa t lo sabes, todo lo he malogrado, me he disgustado con todo el mundo, paso por unmonstruo de egosmo, y mi pobre Julieta se ve envuelta, claro est, en la misma reprobacin. Desdenuestra llegada a este lugar maldito, hemos faltado a setenta y cuatro entierros, a doce casamientos, atreinta bautismos, a un millar de visitas o diligencias indispensables. He dejado que reventara misuegra sin volver a verla ni una sola vez, aunque estuvo enferma cerca de un ao, cosa que nos privde tres cuartas partes de su herencia, que nos escamote furiosa, en un codicilo, la vspera de sumuerte.No acabara con la enumeracin de las torpezas y de los fracasos ocasionados por la circunstanciaincreble de que jams pudimos alejarnos de Longjumeau. Para decirlo en una palabra, somoscautivos, ya sin esperanza, y vemos acercarse el momento en que esta condicin de galeotes se noshar insoportableSuprimo el resto en que mi pobre amigo me confiaba cosas demasiado ntimas. Pero doy mi palabrade honor, de que no era un hombre vulgar, de que fue digno de la adoracin de su mujer y de que esosdos seres mereceran algo mejor que acabar estpida e indecentemente como han acabado. Ciertasparticularidades que me permito reservar me sugieren la idea de que la infortunada pareja erarealmente vctima de una maquinacin tenebrosa del Enemigo del hombre, que los condujo, pormedio de un notario evidentemente infernal, a ese rincn malfico de Longjumeau de donde no hahabido poder humano que los arranque. Creo, en verdad, que no podan huir, que haba alrededor desu morada un cordn de tropas invisibles, cuidadosamente elegidas para sitiarlos, contra las cualesera intil toda energa.

    El signo, para m, de una influencia diablica es que los Fourmi vivan devorados por la pasin de

  • los viajes. Esos cautivos eran, por naturaleza, esencialmente migratorios.Antes de unirse, haban tenido la sed de rodar tierras. Cuando no eran ms que novios, fueron vistosen Enghien, en Choisy-le-Roi, en Meudon, en Clamart, en Montre-tout[12]. Un da alcanzaron hastaSaint-Germain.En Longjumeau, que les pareca una isla de Oceana, esta rabia de exploraciones audaces, deaventuras por mar y tierra, se haba exasperado. Su casa estaba abarrotada de globos terrqueos y deplanisferios, de atlas ingleses y de atlas germnicos. Hasta tenan un mapa de la luna publicado porGotha bajo la direccin de un botarate llamado Justus Perthes[13].Cuando no se entregaban al amor, lean juntos historias de navegantes clebres, libros exclusivos deesa biblioteca; no haba diario de viajes, Tour du Monde o boletn de sociedad geogrfica, del queno fueran suscriptores. Llovan en la casa, sin intermitencia, las guas de ferrocarril y los prospectosde las agencias martimas.Cosa increble, sus bales estaban siempre listos. Siempre estuvieron a punto de partir, de realizarun viaje interminable a los pases ms lejanos, ms peligrosos o ms inexplorados.He recibido como cuarenta telegramas anuncindome su partida inminente para Borneo, la Tierra delFuego, Nueva Zelanda o Groenlandia.Muchas veces, en efecto, estuvieron a un pice de la partida. Pero el hecho es que no partan, que nopartieron jams porque no podan y no deban partir. Los tomos y las molculas se coaligaban parasujetarlos.Un da, sin embargo, har diez aos, creyeron escapar. Haban conseguido, contra toda esperanza,meterse en un vagn de primera clase que los conducira a Versalles. Libertad! Ah, sin duda, serompera el crculo mgico.El tren se puso en marcha, pero ellos no se movan. Se haban ubicado, naturalmente, en un cochedestinado a quedar en la estacin. Haba que volver a empezar.El nico viaje que deban lograr era evidentemente el que acababan de emprender, ay de m, y sucarcter, que conozco tan bien, me induce a creer que lo prepararon temblando.

  • Una idea mediocre

    A Louis Montchal,destinatario de El desesperado.

    Eran cuatro y yo los conoc bastante. Si esto no provoca en usted ningn inconveniente, los llamarTeodoro, Tedulo, Tefilo y Teofrasto. No eran hermanos, pero vivan juntos y no se separaban unsolo minuto. No se poda ver a uno sin que en seguida aparecieran los otros tres.El jefe de la escuadra era naturalmente Teofrasto, el ltimo a quien nombramos, el hombre de losCaracteres, y pienso que era digno de gobernar a sus compaeros, porque saba gobernarse a smismo.Era una especie de puritano seco, enjaezado de certidumbres, meticuloso y escrutador.Exteriormente, ejerca a la vez de contador y de tasador en una sucursal de casa de empeos, en unbarrio pobre.Cuando uno le daba los buenos das, produca siempre la impresin de recibir algo en prenda, y surespuesta se pareca a la evaluacin de un experto.Interiormente, su alma era el establo de un mulo inconmovible, de esos que se cran con tantasolicitud en Inglaterra o en la ciudad de Calvino para el transporte de atades baratos.No quera sin embargo que lo creyeran protestante: deca ser catlico hasta la punta de los cabellos,y ostensiblemente pona a secar su corazn sobre las varas de la Via de los elegidos. Su acervo eraser casto, y sobre todo parecerlo. Casto como un clavo, como las tijeras de podar, como un arenqueahumado. Sus aclitos lo proclamaban inmarcesible e indeshojable, no menos albo y lactescente queel ntido ropn de los ngeles.Me atrever a decirlo? Miraba a las mujeres como a la caca, y el colmo de la demencia hubierasido incitarlo a dirigirles un cumplido. En general, desaprobaba el acercamiento de los sexos y todapalabra que evocara el amor le pareca una agresin personal.Era tan casto que habra condenado la falda de los suevos.Tal era, a grandes rasgos, la fisonoma de este jefe.

    Que se me permita esbozar las otrasTeodoro era el len del grupo. Constitua su orgullo, su ornamento, y el elegido por los otros paradar la cara cuando se trataba de diplomacia o de persuasin, porque Teofrasto careca de elocuencia.Es verdad que en tales ocasiones Teodoro se hartaba de comida y bebida para hablar mejor, pero sedesempeaba con general asentimiento.Era un pequeo len de Gascua, lamentablemente privado de melena, que se jactaba de pertenecer ala clebre familia, casi extinguida hoy, de los Thodore de Saint-Antonin y de Lexos, cuya gloriaconocieron las orillas del Aveyron.Hubiera sido inadmisible ignorar que sus armas, las alternativas y nobles armas de sus abuelos,estaban esculpidas en el prtico o en un lugar cualquiera de la catedral de Albi o de Carcasonne. Elviaje era demasiado caro como para que alguien intentara una verificacin, por otra parte intil, dado

  • que l daba su palabra de caballero. Esas armas, calcadas con detalle en papel transparente en laBiblioteca Nacional, no me fueron enseadas, pero s la divisa: Por all, cuernos!, que me parecisiempre tan sencilla como magnfica.En suma, este Teodoro fascinaba, deslumbraba a sus amigos cuya ascendencia no era, ay!, sino depobretones. Sin embargo, no poda ser el jefe, porque todo brillo debe dejar que prive la sabidura.Era el tierno pero impecable Teofrasto quien los haba unido en un haz para que las tormentas de lavida no pudieran quebrarlos. Era l quien los mantena as cada da, mostrndoles la virtud,ensendoles a vivir y a pensar, y el fogoso Aquiles hubiera aceptado noblemente obedecer alvisionario Nstor.Tedulo y Tefilo pueden ser despachados en pocas palabras. En el primero slo se destacaba laaparente robustez de buey dcil e inconsciente a quien se hubiera podido hacer arar un cementerio.Se senta simplemente feliz con andar bajo la pica y casi no necesitaba que le iluminaran el camino.El segundo, por el contrario, los segua por miedo. No le pareca que el conjunto fuese lo bastanteespiritual ni lo bastante divertido; pero habindose dejado enganchar por Teofrasto, no se atrevatampoco a concebir el pensamiento de una desercin y temblaba ante la idea de disgustar a esehombre temible.Era un muchacho muy joven, casi un nio, y mereca, creo, mejor suerte, porque me pareci dotadode inteligencia y de sensibilidad.

    Fjense ahora a qu idea miserable, a qu imbcil y desvencijada idea servan estos cuatro sujetos deanimales de tiro. Si alguien puede descubrir una idea ms mediocre, le quedar personalmenteagradecido de hacerla llegar a mi conocimiento.Haban imaginado realizar en nmero de cuatro la asociacin misteriosa de los Trece soada porBalzac. Sueo pagano como nunca lo hubo. Eadem velle, eadem nolle[14], deca Salustio, que fue unode los ms atroces granujas de la Antigedad.No tener ms que una sola alma y un solo cerebro repartidos bajo cuatro epidermis, es decir, en finde cuentas, renunciar a la propia personalidad, llegar a ser nmero, cantidad, montn, fraccin de unser colectivo. Qu concepcin genial!Pero el vino de Balzac, demasiado fuerte para esas pobres cabezas, los haba intoxicado, y esacondicin les pareci divina, por lo que se unieron en un juramento.Han ledo bien? En un juramento. Sobre qu evangelio, sobre qu altar, sobre qu reliquias? Nome lo dijeron, desgraciadamente, porque hubiera tenido muchas ganas de saberlo. Todo lo que pudedescubrir o conjeturar es que, mediante frmulas execratorias, y la invocacin del testimonio detodos los abismos, se consagraron a esa existencia absurda consistente en no tener nunca unpensamiento que no fuese el pensamiento de su grupo; en no amar o detestar nada que no fuera amadoo detestado en comn; en no mantener jams el ms mnimo secreto; en leerse todas sus cartas y vivirjuntos a perpetuidad, sin separarse un solo da.Naturalmente, Teofrasto debi ser el instigador de este acto solemne. Los otros no hubieran ido tanlejos.Empleados los cuatro en la misma oficina de un ministerio, les fue posible realizar la parte esencial

  • del programa. Tuvieron la misma casa, la misma mesa, los mismos trajes, los mismos acreedores, losmismos paseos, las mismas lecturas, la misma desconfianza o el mismo horror por todo lo que nofuera su cuadrilla, y se equivocaron de la misma manera acerca de los hombres y acerca de las cosas.Con el propsito de estar en entera intimidad, abandonaron suciamente a sus viejos amigos y a susbenefactores, entre ellos a un muy grande artista a quien haban tenido la increble suerte de interesarpor un instante y que haba intentado prevenirlos contra la tendencia a andar en cuatro patas como loscerdosDe esta manera pasaron aos, los mejores aos de la vida, porque el mayor de ellos, Teofrasto, tenaapenas treinta cuando la asociacin comenz. Llegaron a ser casi clebres. Las burlas surgan de talmanera a su paso, que debieron cambiar de barrio varias veces.La buena gente se enterneca al ver pasar a estos cuatro hombres tristes, a estos esclavosencadenados por la Estupidez, vestidos de la misma manera y caminando con el mismo paso, quetenan un aspecto fnebre y a quienes vigilaban atentamente los polizontes con miradas cargadas desospechas.Naturalmente, aquello tena que terminar en una tragedia. Un da, el inflamable Teodoro se enamor.Tenan tan pocas relaciones como era posible, pero en suma las tenan. Una joven, a quien Dios noamaba, crey elegir bien casndose con un gentilhombre cuyas armas embellecan tan positivamentela catedral de Albi o la catedral de Carcasonne.Por supuesto, no estoy contando la historia infinitamente complicada de ese matrimonio quemodificaba, de la manera ms completa y profunda, la existencia mecnica de nuestros hroes.Desde las primeras manifestaciones de la enfermedad, Teodoro, fiel al programa, abri su corazn asus tres amigos, cuyo estupor lleg al colmo. Para comenzar, Teofrasto exhal una indignacin sinlmites y esparci, en trminos atroces, el ms negro veneno sobre todas las mujeres sin excepcin.Estuvieron a punto de pelear y la Santa Hermandad se hall a dos pasos de disolverse.Tedulo se derreta de dolor, a pesar de que Tefilo, secretamente hambriento de independencia yhaciendo votos para que estallara una revolucin, pero no atrevindose a manifestarse, guardaba unsombro silencio.No obstante, todo se calm y el equilibrio artificial qued restablecido; cada bloque, levantado porun instante, volvi a caer pesadamente en su alvolo; y el terrible celador Teofrasto, considerandoque su rebao, en suma, habra de aumentar en una unidad, termin por consolarse con la esperanzade un dominio ms vasto.Los inseparables fueron en persona a pedir, para Teodoro, la mano de la infortunada que no vio elabismo donde la precipitaba su deseo ciego de casarse con un muchacho de buena prosapia.El infierno comenz desde el primer da. Haban convenido que continuara la vida en comn. Losrecin casados consiguieron, es verdad, que los dejaran solos durante la noche, pero fue preciso,como antes, que todo el mundo estuviese en pie a determinada hora y que nadie se exceptuara deobservar el reglamento ms monstico.Teodoro debi dar cuenta exactamente, cada maana, de lo que haba podido ocurrir en la oscuridaddel cuarto conyugal, y la pobre mujer pronto descubri con espanto que se haba casado con cuatrohombres.

  • El porvenir ms temible se present ante sus ojos, al da siguiente de sus tristes bodas. Viviplenamente la estupidez innoble del rastacueros de quien se haba convertido en mujer y elenvilecedor estado de esclavitud que resultaba de esa afiliacin de imbciles.Sus cartas, las de ella, fueron abiertas por el odioso Teofrasto y ledas en voz alta ante los otros tres,en su presencia. El buey pase su estircol y su baba impura por las confidencias de las mujeres, delas madres, de las muchachas. Con el consentimiento de su marido, la tirana de ese fmuloabominable se extendi a su atuendo, a sus vestidos, a su apetito, a sus palabras, a sus miradas y asus gestos ms insignificantes. Ahogada, golpeada, manoseada, desesperada, se hundi en unprofundo silencio y se consagr a envidiar, de todo corazn, a los bienaventurados que viajan en uncoche fnebre y a quienes no acompaa ningn cortejo.

    En los primeros tiempos, la cuadrilla la encerraba con dos llaves, cuando iban a su oficina, donde laadministracin no les hubiera permitido llevarla.Muy graves inconvenientes los forzaron a suavizar este rigor. Entonces, ella qued libre, o debicreerlo, de ir y venir alrededor de ocho horas por da.Ignoraba que la portera, convenientemente pagada, consignaba por escrito sus entradas y salidas, yque varios espas escalonados en las calles vecinas observaban con cuidado todos sus movimientos.La prisionera aprovech en consecuencia este simulacro de liberacin para embriagarse con otrosaires que el del infame claustro, donde ni siquiera se atreva a respirar.Fue a ver a parientes, a viejas amigas; se pase por las avenidas y a lo largo de los muelles. Fuecastigada por ello con escenas de una violencia diablica y lleg a sentirse an ms desventurada:porque Teodoro, adems de sus otras encantadoras cualidades, era celoso como un Barba Azul deKabilia.Era demasiado. Ocurri lo que deba naturalmente, infaliblemente, ocurrir bajo semejante rgimen.La esposa de Teodoro escuch sin disgusto las proposiciones de un desconocido que le pareci unhombre de genio en comparacin con semejantes idiotas. Lo vio tan bello como un dios porque no separeca en nada a ellos; lo crey infinitamente generoso porque le hablaba con suavidad, y seconvirti all mismo en su amante, en un transporte de indecible alegra.Lo que ocurri luego fue publicado, en estos ltimos das, en la seccin de noticias policiales. Perome han contado que, la noche misma de la cada, estando reunidos los cuatro hombres, se lesapareci el demonio.

  • Terrible castigode un dentista

    A Edouard dArbourg

    Bueno, seor, me har usted el honor de decirme qu desea?El personaje a quien se diriga el impresor era un hombre absolutamente comn, el primero entre losinsignificantes o los desocupados, uno de esos hombres que tienen el aspecto de existir en plural,hasta tal punto expresan el ambiente, la colectividad, lo indiviso. Hubiese podido decir Nosotros,como el Papa, y se parecera a una encclica.Su rostro, tallado en grueso, perteneca a la innumerable categora de los falsos palurdos delMedioda, a los que ninguna cruza puede afinar y entre los que, no obstante, hasta la grosera mismaes slo aparienciaNo pudo responder en seguida, porque estaba fuera de s y realizaba precisamente en ese momentouna tentativa desesperada para ser alguien. Sus grandes ojos llenos de incertidumbre giraron, casisaltando de sus rbitas, como esas bolas de los juegos de azar que parecen vacilar antes de caer en elalvolo numerado donde va a cumplirse el destino de un imbcil.Eh, la gran mierda! exclam por ltimo, con un fuerte acento de Toulouse, no es el trueno deDios lo que por ventura vengo a buscar a su negocio. Usted me va a preparar cien tarjetas departicipacin para un casamiento.Muy bien, seor. Aqu tiene nuestros modelos: podr usted elegir. El seor desea una tirada delujo con papel verjurado de primera clase o con Japn imperial?De lujo? Diablos! Uno no se casa todos los das. Pienso que usted no me va a imprimir estosobre papel higinico. Todo lo que haya de ms imperial, por supuesto. Pero sobre todo no se olvidede ponerme una guarda negra alrededor, por la buena de Dios!El impresor, simple ciudadano de Vaugirard[15], temiendo hallarse en presencia de un demente aquien era preciso no excitar, se content con protestar con mesura contra la sospecha de semejantenegligencia.Cuando se lleg al punto de redactar la invitacin, la mano del cliente temblaba tanto que el obrerodebi escribir segn su dictado:El doctor Alcibades Gerbillon tiene el honor de participar a usted su casamiento con la seoritaAntonieta Planchard. La bendicin nupcial se efectuar en la iglesia parroquial de Aubervilliers[16].Vaugirard y Aubervilliers, no muy cerca que digamos!, pens el tipgrafo, quien se hizo pagargenerosamente.

    Sin duda, no era muy cerca que digamos. Haca ms de quince horas que el doctor AlcibadesGerbillon, cirujano dentista, erraba por Pars. Todas las dems diligencias relativas a su matrimonio,que deba efectuarse dentro de dos das, acababa de cumplirlas tranquilamente, a la manera de unsonmbulo. Esta formalidad de la participacin era lo nico que lo haba trastornado. Veamosporqu.

  • Gerbillon era un asesino carente de descanso. Que lo explique quien pueda. Habiendo consumado sucrimen de la manera ms cobarde e innoble, pero sin ninguna emocin, como bruto que era, elremordimiento no haba comenzado para l sino con la llegada de una misiva impresa, con anchasguardas negras, en la que toda una familia desconsolada le suplicaba que asistiera a las exequias desu vctima.Esa obra maestra de la tipografa lo haba trastornado, descompuesto, perdido. Arranc muy buenosdientes, puso oro sobre descartables races, se encarniz sobre encas preciosas; quebr mandbulasque el tiempo haba respetado e infligi a su clientela suplicios totalmente inditos.Su lecho de odontlogo solitario fue visitado por sombras pesadillas, en las que rechinaron hasta lasdentaduras de caucho vulcanizado que l mismo haba instalado en las cavidades de ciudadanos quelo honraban con su confianza incondicional.Y la causa de este trastorno era exclusivamente el trivial mensaje que haban recibido con nimo tansereno todos los profesionales conspicuos de los alrededores Alcibades era uno de esosadoradores del Moloch de los Imbciles, a quienes el Impreso no perdona.Lo creern? Haba asesinado, verdaderamente, por amor.La justicia quiere sin duda que semejante crimen sea imputable a las lecturas del dentista, queconstituan el nico alimento del cerebro de ese criminal.A fuerza de ver en los folletines cmo las complicaciones de los enamorados se resuelven de maneratrgica, se haba dejado ganar poco a poco por la tentacin de suprimir, mediante un solo golpe, alvendedor de paraguas que obstaculizaba su felicidad.Ese comerciante, joven y soberbiamente dentado, cuya mandbula no tena ocasin alguna dedevastar, estaba a punto de casarse con Antonieta, la hija del fuerte quincallero de Planchard, porquien arda silenciosamente Gerbillon desde el da en que, habindole extrado un molar tuberculoso,la encantadora nia se haba desmayado en sus brazos.Se iban a publicar las amonestaciones. Con la rpida decisin que hace tan temibles a los dentistas,Alcibades haba maquinado el exterminio de su rival.Una maana de lluvia torrencial, el vendedor de paraguas fue hallado muerto en su lecho. El examenmdico puso de manifiesto que un depravado de la ms peligrosa especie haba estrangulado a eseinfeliz, mientras dorma.El diablico Gerbillon, que saba mejor que nadie a qu atenerse, confirm este parecer audazmentey exhibi una lgica implacable en la reconstruccin cientfica del delito. Sus medidas, por otraparte, haban sido tan bien tomadas que despus de una investigacin tan intil como minuciosa, lajusticia se vio obligada a renunciar al descubrimiento del culpable.

    El sanguinario dentista se libr en consecuencia, pero no impunemente, como lo van ustedes a ver.Como entenda que su crimen volcaba la situacin en su favor, apenas estuvo el vendedor deparaguas bajo tierra comenz el sitio de Antonieta.La actitud superior que haba mostrado en el curso de la investigacin, las luces con que habainundado ese drama oscuro, la obstinacin respetuosa, en fin, de su delicada compasin por unajoven tan cruelmente herida, le facilitaron el acceso a su corazn.

  • No era, a decir verdad, un corazn difcil de capturar, una Babilonia en cuanto a corazn. La hija delquincallero era una virgen razonable y realista que slo se abism muy poco tiempo en su dolor.No aspir ella a la vana gloria de las lamentaciones eternas, no presumi en absoluto de serinconsolable.No se vive para los muertos: un marido perdido, diez encontrados, etctera le murmurabaAlcibades.Algunas otras sentencias extradas de igual abismo pronto le develaron la nobleza de ese arrancadorde dientes, que le pareci trascendental.Es su corazn, seorita, el que yo quisiera extirparle dijo un da. Frase decisiva.Esas palabras encantadoras, que la educacin de la joven hizo felizmente que pudiera saborear, ladecidieron. Gerbillon, por otra parte, era un esposo de posicin conveniente. Se entendieron confacilidad y el matrimonio se cumpli.Por qu se necesit que una felicidad a tan alto precio conseguida fuera emponzoada por lamemoria del muerto? La famosa tarjeta de duelo, cuya impresin comenzaba a borrarse, no habareaparecido en la imaginacin de ese criminal que neciamente se crea denunciado por ella? Laantevspera de su matrimonio acabamos de verlo, la obsesin haba vuelto con ms fuerza y lohaba empujado a la demencia, hacindole errar un da entero, como un fugitivo, por ese Pars dondel no habitaba, hasta la hora terrible en que por ltimo haba reunido las fuerzas necesarias paraencargar sus participaciones de casamiento a ese impresor de Vaugirard, que por cierto habaadivinado su crimen.Era una enorme desgracia haber sido tan astuto, tan artero, haber despistado tan bien a la justicia y,contra toda esperanza, haber obtenido la mano de una mujer a la que idolatraba, para terminar en esamiserable condicin de perseguido por las alucinaciones.

    La ebriedad de los primeros das apenas fue una tregua. Las delgadas puntas de la media luna de mielde los recin casados no haban dejado an de herir el azur, cuando tuvo lugar un comienzo detribulaciones.Cierta maana, Alcibades descubri el retrato del vendedor de paraguas. Oh, una simple fotografaque Antonieta haba aceptado inocentemente cuando crea estar a punto de casarse con l!El dentista, presa de la furia, la hizo pedazos instantneamente ante la mirada de su mujer, a quienesa violencia sublev, aunque la reliquia no le pareciera demasiado preciosa.Pero al mismo tiempo porque es imposible destruir nada, la imagen hostil que no exista antesen el papel sino como reflejo visible de uno de los fragmentos del indiscernible clis fotogrfico queenvuelve al universo, alcanz a fijarse en la memoria repentinamente impresionada de la seoraGerbillon.Invadida, desde entonces, por ese difunto cuyo recuerdo haba llegado a ser casi indiferente paraella, no vio a nadie ms que a l, lo vio sin cesar, lo respir, lo exhal por todos sus poros, saturcon todos sus efluvios a su triste marido, quien a su vez se sorprendi y desesper de hallar siempreese cadver entre ambos.Al cabo de un ao tuvieron un nio epilptico, un varn monstruoso que tena el aspecto de un

  • hombre de treinta aos y que se pareca de manera prodigiosa al asesinado por Gerbillon. El padrehuy profiriendo gritos, vagabunde como un insensato durante tres das, y la noche del ltimo seinclin sollozando sobre la cuna de su hijo y lo estrangul.

  • Todo lo que quieras!

    Al prncipe Alexandre Ourousof

    Majencio, fatigado por una larga velada de placer, lleg al ngulo donde la calle Dupleix contina enuna calleja, del otro lado de la Escuela Militar. El paraje, simplemente innoble en la claridad diurna,era, a la una de la maana, esa noche, un poco siniestro. La calleja oscura, sobre todo, no se veatranquilizadora. Ese tramo de camino fangoso, donde se refocilan a vil precio los soldados deartillera y de caballera en posadas temibles, inquietaba al noctmbulo.En consecuencia, se detuvo a reflexionar. Desde el bulevar de Grenelle llegaba un rumor temido porlos sabios, y el horror de verse envuelto en una pelea de borrachos lo inclinaba a elegir el sucioconducto en cuya extremidad se crea seguro de encontrar un valle ms apacible para el curso de susensueos amorosos.Sala de los brazos de su amante y senta la necesidad de asentar su lascivia en la somnolencia de unregreso sin perturbaciones.Y?, te decides o no? dijo una voz abyecta que trataba de ser amable.Majencio, entonces, vio cmo de la pared ms prxima se desprenda una obesa mujer que seacercaba a ofrecerle la mercanca preciosa de su amor.No te cobrare caro, vamos, y har todo lo que quieras, lindo.Ella expuso el programa. El transente, inmvil, escuch aquello como si escuchara latir su corazn.Era estpido, pero no hubiera podido decir por qu esa voz lo conmova. No hubiera podido decirlo,el muy desventurado, inclusive si se tratara de salvar su pellejo. No obstante su malestar era real. Yese malestar se convirti en insoportable angustia, cuando sinti que su alma se iba a la derivaarrastrada por esa charlatanera ignominiosa que lo llevaba como en un reflujo hacia las nacientesms distantes de su pasado.Recuerdos de maravillosa dulzura a los que esa manera de reaparecer profanaba indeciblemente! Enlas impresiones de su infancia haba existido algo sublime, mientras que su vida actual no era, ay,nada gloriosa.Cuando trataba de recuperarse, evocndolas despus de algn extravo, aquellas impresiones acudanmansas y fieles a l, como ovejas friolentas y abandonadas que no quisieran ms que seguir siemprea su pastorPero esta vez no las haba llamado. Ellas venan por s mismas, o ms bien era otra voz la que lasllamaba, una voz tan claramente escuchada, sin duda, como poda serlo la de l, y era abominable nocomprender nada de eso.

    Todo lo que quieras! Yo te har todo lo que quieras, tesoro moNo, en verdad, no era tolerable. Su madre haba muerto, quemada viva en un incendio. Recordabauna mano carbonizada, la nica parte que se atrevieron a mostrarle del cadver.Su nica hermana, la mayor de los dos, que tena quince aos, que lo educ con tanta solicitud y aquien deba lo mejor que haba en l, termin de una manera no menos trgica. El ocano la haba

  • tragado con cincuenta pasajeros o pasajeras, en un naufragio clebre, cerca de una de las costas msinhospitalarias del golfo de Gascua. No haba sido posible encontrar su cuerpo.Y aquellas dos criaturas dolorosas lo posean cada vez que se acodaba, mirando transcurrir supropia vida, sobre el parapeto de su memoria. Y bien, era horrible, era monstruoso, pero la mendigaque lo retena all, en esa calle, sobre esa banquina del infierno, como dice Maeterlinck, tenaexactamente la voz de su hermana, de esa criatura nica que, le haba parecido, perteneca a lasjerarquas anglicas y cuyos pies, no lo dudaba, hubieran purificado el barro de Sodoma!Oh, sin duda una voz indeciblemente degradada, cada del cielo, arrastrada por los sucios abismosdonde muere el trueno! Pero era no obstante su voz, hasta tal punto inconfundible que sinti latentacin de huir gritando y sollozando.Era verdad, entonces, que los muertos pueden deslizarse as entre los que viven o fingen estar vivos!En el momento mismo en que la vieja prostituta le prometa su carne execrable, y en qu estilo santos cielos!, escuchaba a su hermana, devorada por los peces haca un cuarto de siglo,recomendarle el amor a Dios y el amor a los pobres.Si supieras qu hermosos muslos tengo! deca la vampiro.Si supieras qu hermoso es Jess! deca la santa.Vamos, ven a mi casa, gran tunante, tengo un buen fuego y una buena cama. Vers como no tearrepientes continuaba una.No des trabajo a tu ngel de la guarda murmuraba la otra.Involuntariamente, pronunci en voz alta esta recomendacin piadosa que haba colmado su infancia.La perdularia, ante estas palabras, experiment un sobresalto y comenz a temblar. Alzando hacia lsus viejos ojos traslcidos, sanguinolentos espejos extinguidos que parecan haber reflejado todaslas imgenes del fracaso y todas las imgenes de la tortura lo mir con avidez, con esa miradaterrible de los ahogados que contemplan, por ltima vez, el cielo glauco en el vidrio del agua que losasfixiaHubo un minuto de silencio.Seor dijo por ltimo, le pido perdn. Me equivoqu al hablarle. Slo soy un viejo camello,un jergn de granujas, y usted debi arrojarme a puntapis en el arroyo. Vuelva a su casa y que elSeor lo proteja.Majencio, confundido, la vio desaparecer de pronto en las tinieblas.

    Ella tena razn, despus de todo: haba que volver. El trasnochador se dirigi, por lo tanto, hacia elbulevar de Grenelle, pero con cunta lentitud! Aquel encuentro lo haba aplastado literalmente. Nohaba avanzado diez pasos cuando la vieja devoradora de nios reapareci corriendo detrs de l.Seor, se lo suplico, no vaya usted por all.Y por qu no ira yo por all? pregunt l. Es mi camino, ya que vivo en Vaugirard.Tanto peor: tiene usted que volver sobre sus pasos, dar un rodeo, aunque deba caminar una horams. Corre usted el peligro de que lo estrangulen al atravesar la avenida. Si desea saberlo, la mitadde los rufianes de Pars se han reunido all para sus negocios. Estn desde los mataderos hasta laManufactura de Tabacos. La polica les ha cedido la plaza. No habr nadie que lo proteja a usted, y

  • en verdad le van a jugar una mala pasada.Majencio estuvo tentado de contestar que no tena necesidad de ser protegido, pero sinti, por suerte,la estupidez de semejante bravata.Bueno dijo, voy a regresar por el lado de los Invlidos. Es un poco excesivo, de todasmaneras. Estoy exhausto y este tener que andar de ms me exaspera. Tendran que lanzar la caballerasobre esos canallasHabra tal vez un medio dijo la anciana, despus de un instante de vacilacin.Ah, veamos ese medio!Entonces, con mucha humildad, refiri que, como era muy conocida en ese hermoso mundo, le serafcil conseguir que alguien lo atravesaraSlo que agreg, con una suavidad sorprendente sera necesario que pudieran creer que ustedes un conocido, y para ello es necesario que me deje usted tomar su brazo.Majencio, a su vez, titube, temiendo alguna trampa. Pero una fuerza desconocida obr en l,interrumpi su vacilacin, y pudo atravesar sin ser molestado la multitud inmunda, llevando de subrazo y cerca de su corazn a esa criatura a la que felicitaron al pasar varios bandidos, y queverdaderamente poda desalentar al mismo Pecado.Ni una palabra, por otra parte, cambiaron entre s. Majencio advirti tan slo que ella apretaba subrazo y se estrechaba contra l mucho ms de lo que exiga estrictamente la situacin e, inclusive,que haba algo convulso en esa manera de aferrarse.El malestar extraordinario que experimentara, se haba disipado ahora que ella ya no hablaba.Lleg naturalmente a suponer una especie de alucinacin, porque todo el mundo sabe qu cmoda esesa preciosa palabra, mediante la cual se aclaran todos los sentimientos o presentimientos oscuros.Cuando lleg el momento de separarse, Majencio pronunci alguna frmula trivial de agradecimientoy extrajo su billetera, con intencin de recompensar a la extraa y silenciosa compaera que acababaquiz de salvarle la vida.Pero sta le detuvo con un gesto:No seor, no se trata de eso.Slo entonces adivin que ella lloraba, porque no se haba atrevido a mirarla durante la media horaen que anduvieron juntos.Qu le pasa? dijo muy conmovido, y qu puedo hacer por usted?Si usted desea permitirme que lo abrace respondi ella, sera la mayor alegra de mirepugnante vida, y me parece que despus de eso tendr el valor de poder morir.Advirtiendo que consenta, ella salt sobre l, exultante de amor, y lo abraz como si lo devorara.Una queja de ese hombre a quien asfixiaba le hizo soltarlo.Adis, Majencio, mi pequeo Majencio, mi pobre hermano, adis para siempre y perdname exclam ella. Ahora puedo morir.Antes de que su hermano tuviese tiempo de intentar cualquier movimiento, la cabeza de ella yacadestrozada bajo la rueda de un camin nocturno que pas como la tempestad.Majencio ya no tiene amante. Termina en este momento su noviciado como hermano converso en elmonasterio de la Gran Cartuja.

  • La ltima hornada

    A Alfred Vallette

    Cuando se est muerto,se lo est por mucho tiempo.Un heredero

    El seor Fiacre-Prtextat Labalbarie se haba retirado de los negocios a los sesenta aos, despus deadquirir considerables riquezas en su industria de fabricante de atades.Jams haba decepcionado a su clientela, y a la aristocracia genovesa, que lo abrum durante largotiempo con sus pedidos, haba celebrado con voz unnime su exactitud y su lealtad.La excelencia de su mano de obra, Certificada por la suspicaz Inglaterra, haba obtenido lossufragios de Blgica, de Illinois y de Michigan. Su retiro haba sido motivo, por lo tanto, de notablepesar en ambos mundos, cuando quejosas hojas internacionales anunciaron que este artesano famosoabandonaba las pompas de su oficina para consagrar a valiosos estudios sus respetados cabellosblancos.Fiacre era, en efecto, un viejo feliz cuya vocacin filosfica y humanitaria slo se manifest en elmomento preciso en que la fortuna, mucho menos ciega, sin duda, y mucho menos ingrata de lo quesupone la vana multitud, lo haba colmado por fin con sus favores.De ningn modo despreci, como tantos otros, el negocio infinitamente honorable y lucrativomediante el cual se haba elevado de casi la nada hasta el pinculo de una decena de millones.Relataba, por el contrario, con el entusiasmo ingenuo de un viejo soldado, las batallas sin nmerolibradas a la competencia, y se complaca en memorar la falsificacin, a veces heroica, de losinventarios.Haba simplemente abdicado, a ejemplo de Carlos Quinto, el imperio de la fabricacin, con el fin deadoptar una vida superior.Teniendo en suma de qu vivir, y habiendo llegado a ser demasiado viejo para pretender conservarpor mucho tiempo an el ojo certero del hombre de negocios, esa imponderable espontaneidad quedesconcierta a la plaza y echa a perder las maniobras de los competidores, tuvo la sabidura derenunciar ventajosamente a su podero comercial antes de que la estrella de su prestigio hubiesecomenzado a palidecer.Desde entonces se consagr, de modo exclusivo, a las delicias del gnero humano.Considerando, con asombrosa lucidez, la inutilidad de las combinaciones hasta este momentoelaboradas por cerebros vacos con el fin de atenuar la miseria; inquebrantablemente convencido,adems, de la utilidad de los pobres, crey tener algo mejor por hacer que emplear en el alivio deese rebao los recursos financieros o intelectuales de que dispona.En consecuencia, resolvi aplicar los ltimos resplandores de su genio al consuelo de losmillonarios.Quin piensa deca en los dolores de los ricos? Slo yo, puede ser, con el divino

  • Bourget[17], por quien mi clientela delira. Como ellos cumplen su misin, que consiste en divertirsepara hacer que el comercio progrese, se los supone, con demasiada facilidad, felices, y se olvida quetienen corazn. Se ostenta la jactancia de oponerles las groseras tribulaciones de los indigentes,quienes tienen el deber de sufrirlas despus de todo, como si los andrajos y la falta de comidapudiesen ser comparados con la angustia de morir. Porque tal es la ley. Slo se muere de verdad acondicin de poseer. Es indispensable tener capitales para entregar el alma, y esto es lo que no sequiere entender. La muerte slo es separarse del Dinero. Aquellos que no lo poseen, no tienen vida, yen consecuencia no pueden morir de verdad.Colmado con estos pensamientos ms profundos de lo que l supona, el fabricante de atadestrabajaba con toda su alma en la abolicin de los temores a la muerte.Tuvo el honor de ser uno de los primeros que fomentaron la generosa concepcin del Crematorio. Eltemor tradicional por la muerte, segn nuestro pensador, se debe ante todo a la imagen horrible de ladescomposicin. En las asambleas de los incineradores que lo haban elegido presidente, relataba,con la elocuencia de la emocin, el desarrollo de las diversas etapas de esa qumica subterrnea, y elpensamiento de llegar a convertirse en una flor, por ejemplo, encenda su imaginacin decomerciante.No quiero ser carroa! berreaba. En seguida despus de mi muerte exijo que me quemen, queme calcinen, que me reduzcan a cenizas, porque el fuego lo purifica todo, etctera. Fue satisfechoplenamente, como van ustedes a ver.

    El excelente hombre tena un hijo como habra que deserselos a todos aquellos que saben el preciodel dinero.Pido aqu permiso para salirme de tono algunos instantes y remontar vuelo en el ditirambo.Diosdado Labalbarie era, si me atrevo a decirlo, todava ms admirable que su padre. Concebido enuna hora insigne de triunfo sobre temerarios competidores, realizaba plenamente el ideal de lasvirtudes slidas que las ms serias casas de crdito pueden exigir.A los quince aos, ya haba invertido sus ahorros y su persona era ordenada como un libro decomercio. El ms rgido contador no habra podido descubrir en l la ms mnima frivolidad. Elcolmo de la injusticia hubiese sido reprocharle un minuto de entusiasmo, un acceso, inclusivereprimido, de insensato enternecimiento acerca de cualquier cosa, a propsito de no importa qu.Su bienaventurado padre se vea obligado a apoyarse en la caja o en el mostrador cuando hablaba,tan ebrio se senta de haber procreado semejante descendiente.Este hijo de bendicin vive y prospera. Inclusive ha duplicado su patrimonio en tres aos deorfandad, por cuanto supo enamorar a una riqusima criadora de tortugas con quien acaba de casarse,y muchas gentes sin duda, lo reconoceran si no temiera yo ofender a los lirios de su modestia ycontinuar el trazado de su gentil imagen.Adivine quien pueda. En cuanto a m, sera demasiado decir, quiz, si explicara que la suya es lafisonoma de un hermoso reptil y que un mastn de la talla ms monstruosa lo acompaahabitualmente.He aqu ahora la historia infinitamente poco conocida de la muerte y de los funerales de su padre. Se

  • invita a los aficionados a las emociones no muy intensas a no continuar esta lectura.Una maana, el mdico de los muertos comprob que Fiacre haba dejado de existir.En seguida Labalbarie hijo comenz a funcionar. Sin derrochar en intiles llantos, sin desgastar latela preciosa de su propia vida, es decir, el tiempo, segn la noble expresin de BenjamnFranklin que citaba sin cesar, orden y prepar todo sin perder un instante.A las diez y treinta y cinco, los peridicos estaban informados de su duelo, y la expresin de su dolorse difunda a razn de mil ejemplares sobre la rosa entera de los vientos las tarjetas departicipacin haban sido juiciosamente encargadas y realizadas mucho tiempo antes. Igualobservacin para la placa de mrmol negro destinada al Columbarium, en la que se vean un fnixdesplegando sus alas en medio de las llamas y esta inscripcin terrorfica exigida por el difunto:

    RENACER

    Fue a dar una vuelta en bicicleta, con el fin de templar sus nervios mediante una enrgica renovacinde aire; almorz copiosamente; recibi algunas visitas desconsoladas; fue a cumplir sus devociones ala Bolsa; realiz, hacia la tarde, algunas cobranzas provechosas y pas la noche fuera de su casa parasubrayar la medida profunda de su pesar.Al da siguiente, una suntuosa carroza cubierta de flores y seguida por una multitud poco atentallevaba al Crematorio los despojos del occiso.Ah, ah, t renacers! deca para s mismo el afable Diosdado, que haba quedado solo en laterrible cmara ardiente con los dos hombres encargados de meter en el horno a su padre, vamosa ver si renaces!El atad, administrativa y reglamentariamente construido con tablas delgadas, para ser prontodevorado por una atmsfera de setecientos grados, descansaba sobre un transportador mecnicocuyas dos espigas metlicas, empujadas con fuerza, introducen a los muertos en el horno y retrocedencon un chirrido, movimiento de distole y sstole que se realiza en veinticinco segundos.Diosdado se hallaba por lo tanto all, en su recogimiento filial, cuando se oy un ruido en el interiordel atadOh!, un ruido sordo y bastante incierto, con seguridad, pero como quiera que fuere un ruido,semejante al de un falso muerto que tratara de moverse en su sudario. Pareci inclusive que el atadoscilabaEn el mismo instante, la puerta del horno, manejada con precisin, se abri completamente.Los tres rostros enrojecidos por la intensa llama se contemplaron.Es el cuerpo que se vaca afirm tranquilamente Diosdado.No obstante, los otros dos vacilaban.Pero, vamos, rayos y truenos! aull de pronto el parricida. Les digo que es el cuerpo que sevaca! Y coloc en la mano del ms prximo un paquete de billetes de banco. Las espigas saltaronhacia adelante y rebotaron hacia atrsLa puerta volvi a cerrarse, pero no muy pronto, sin duda, porque Diosdado, que estaba justamenteante ella, crey percibir, en medio del incendio instantneo del atad, los brazos extendidos y el

  • rostro desesperado de su padre.

  • Una mrtir

    A Julien Leclerq

    Por lo tanto, seor yerno, es muy cierto que ninguna consideracin religiosa podra obrar sobre sualma. Usted no esperar tampoco a maana para hacer sus suciedades, bastante bien lo veo. Ustedno tendr piedad alguna de esta pobre nia, educada hasta hoy en la pureza de los ngeles, y a quienusted habr de dominar con su aliento de reptil. En fin, Dios mo!, que su voluntad se cumpla y quesu santo nombre sea bendecido por los siglos de los siglos!Amn respondi Jorge mientras encenda un cigarro. Por ltima vez, mi querida suegra, estusted segura de mi agradecimiento eterno. Confo infinitamente en sus plegarias y no olvidar, cralo,sus exhortaciones; buenas noches.El tren comenz a moverse. La seora Durable, que haba permanecido en el andn, mir huir elrpido que llevaba en direccin al Medioda a los recin casados.Agitada an con las emociones de esa jornada, pero con los ojos tan secos como un esmalte que saledel horno, golpe nerviosamente el pavimento con la punta de su paraguas.Haciendo con rabia la cuenta de sus inmolaciones y sacrificios, la pobre mujer se deca que era porcierto muy duro haber vivido solamente, desde haca veinte aos, para aquella hija ingrata que ahorala abandonaba as desde el primer instante de su matrimonio, para seguir a un extraomanifiestamente carente de pudor, que sin duda casi en seguida habra de profanarla con susmanoseos impdicos.Ah, s, con seguridad que se puede contar con el agradecimiento de los hijos! Piense usted, seorse diriga casi de manera inconsciente al jefe de la estacin, que se haba acercado a ella paraexhortarla cortsmente a desaparecer, piense que se los trae al mundo, con dolores abominables delos que no puede usted tener idea, que se los educa en el temor de Dios, que se procura hacerlosparecidos a los ngeles, para que sean dignos de cantar por siempre a los pies del Cordero; que seruega por ellos sin descanso noche y da, durante un tercio de la vida; que en favor de esas tiernasalmas nos infligimos penitencias cuyo solo recuerdo hace temblar. Y mire la recompensa! Fjesebien! Nos abandonan, nos plantan all como una basura, como una escoria, tan pronto como apareceun tunante que hemos tenido la estupidez de recibir, porque pareca un buen cristiano, y que abus enseguida de su apariencia para mancillar un corazn inocente, para sugerir visiones impuras, parahacer creer, si me atrevo a decirlo, a una joven educada en la ms santa ignorancia, que las suciascaricias de un esposo de carne y hueso le proporcionarn una alegra ms intensa que las castasefusiones de ternura de una madreY usted ve lo que ocurre, seor, usted podr dar testimonio de ello en el da del juicio final! Hesido abandonada, olvidada, traicionada, he quedado sola en el mundo, sin consuelo y sin esperanza.Pngase usted en mi lugar!Seora respondi el empleado, le ruego crea usted que comparto su pesar. Pero tengo eldeber de hacerle observar que las exigencias del servicio no permiten que la deje permanecer aqupor ms tiempo. Le ruego por lo tanto, muy a mi pesar, que tenga usted la bondad de retirarse.

  • La madre dolorosa, as despedida, se alej del andn, no sin antes haber tomado, por ltima vez, alcielo como testigo de la inmensidad de su dolor.

    La seora Virginia Durable, cuyo apellido de soltera era Mucus, era el tipo, nunca suficientementeadmirado, de la mrtir.Era inclusive una mrtir de Lyon y, en consecuencia, la ms atroz quisquillosa que pueda encontrarse.Haba sido, desde su infancia, librada a los verdugos ms crueles y no haba conocido nunca elalivio de los consuelos humanos. El universo, por otra parte, se hallaba informado regularmente desus tormentos.Treinta aos antes, cuando el seor Durable, hoy da comerciante en ostras retirado, se haba casadocon este holocausto, no tena idea, el pobre, de la temible responsabilidad de torturador que asuma.No tard en enterarse de ello e inclusive lleg a estar, a la larga, completamente resignado.Cualquier cosa que hiciera o dijera, jams una sola vez dej de ser un criminal, de hacer trizas elcorazn de su mujer, de no clavar en l cuchillos o espinas.Virginia era de esas amables criaturas que han sufrido tanto, de las que ningn hombre es digno, alas que nadie puede comprender ni consolar y que no tienen suficientes brazos para levantar a loscielos.Enarbolaba, no hace falta decirlo, una piedad sublime que hubiese sido ridculo pretender admirar losuficiente, ya que a ella misma no dejaba de maravillarla cada vez ms.En una palabra, fue una esposa irreprochable ah, Dios santo!, y cuya misin consista en atraerinfaliblemente las bendiciones menos esperadas sobre la casa de comercio de un imbcil malhechorque no comprenda tanta felicidad.Un da, algunos aos despus del casamiento, siendo la mrtir todava joven y, al parecer, bastanteapetitosa, el odioso personaje la sorprendi, en compaa de un caballero, escasamente vestida.Las circunstancias eran tales que se hubiese requerido no slo ser ciego, sino tambin sordo como lamuerte para no alentar la ms leve duda. La austera devota que le pona los cuernos con entusiasmosin duda compartido, no era lo bastante literata como para servirse de las palabras de Ninon[18], peroestuvo casi tan adecuada. Avanz hacia l, los pechos al aire, y con voz muy dulce, con vozprofundamente dulce y grave, dijo a ese hombre estupefacto:Amigo mo, estoy en una conversacin de negocios con el seor Conde. Vaya usted por lo tanto aatender sus asuntos, no le parece? despus de lo cual cerr la puerta.Y eso fue todo. Dos horas ms tarde, ella adverta a su marido que no le dirigiera ms la palabra,salvo en caso de absoluta urgencia, declarndose cansada de condescender hasta su alma deboticario y muy digna de ser compadecida, en verdad, por haber sacrificado sus esperanzas de jovenvirgen a un palurdo sin ideales que tena la falta de delicadeza de espiarla. Como hija de un alguacil,no olvid en aquella circunstancia recordar la superioridad de su origen.A partir de aquel da, la cristiana de los primeros siglos se arm con la palma del martirio, y laexistencia se convirti en un infierno, en un lago de muy profunda amargura para el pobre cornudodomado, que se dio a la bebida y se volvi lo suficientemente idiota como para ser plausible ycaritativamente encerrado en un asilo.

  • Por una suerte no comn, la educacin de la seorita Durable haba sido mejor de lo que hubierapodido hacerlo suponer las circunstancias. Es cierto que su virtuosa madre, aplicada sin descanso,por una parte, al embrutecimiento del seor Durable y consagrada, por otra, a oscuras farsas, slo sehaba ocupado de ella muy poco y, desde muy temprano, la haba ab