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La juventud como construcción social: Análisis desde la psicología social de la adolescencia María de la Villa MORAL JIMÉNEZ Departamento de Psicología Facultad de Psicología Universidad de Oviedo – España- ISSN: 1576-0413 | D.L.: AS 933-1998 RESUMEN En este artículo se ofrece una interpretación psicosociológica de la adolescencia y la juventud contemporáneas vinculada a los procesos de construcción social de la realidad. Ambos estadíos se consideran como un signo de los tiempos modernos y postmodernos asociados a unos condicionantes contextuales que las han conformado como productos sociohistóricos. Se critica la visión conceptualizadora dominante mediante la que se homogeniza la diversidad de tipologías de adolescentes y jóvenes bajo la etiqueta reificante la adolescencia y la juventud. De acuerdo con otros investigadores se afirma que no hay adolescencia, sino adolescentes; tampoco hay juventud, sino jóvenes. Con objeto de profundizar en esta premisa, se ofrecen definiciones antitéticas tales como las relativas a la oposición condición natural versus construcción social y la relativa a la juventud como invención social. Bajo este nivel de análisis se enfatizan los procesos simbólicos de definición, se reconoce la acción de las convenciones sociales y culturales y, en función de éstas, la reproducción de las estructuras de poder y control que determinan su existencia. Se concluye ofreciendo un análisis diferencial de ambos estadíos de acuerdo a distintas perspectivas de estudio (psicoevolutiva, cronológica, sociológica, etc.) profundizando en la visión psicosociológica desde la que se define la adolescencia contemporánea como un período de moratoria psicosocial de carácter socioconstruido.

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En este artículo se ofrece una interpretación psicosociológica de la adolescencia y la juventud contemporáneas vinculada a los procesos de construcción social de la realidad.

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La juventud como construcción social: Análisis desde la psicología social de la adolescencia

María de la Villa MORAL JIMÉNEZ Departamento de Psicología Facultad de Psicología Universidad de Oviedo – España-

 ISSN: 1576-0413 | D.L.: AS 933-1998

RESUMEN

En este artículo se ofrece una interpretación psicosociológica de la adolescencia y la juventud contemporáneas vinculada a los procesos de construcción social de la realidad. Ambos estadíos se consideran como un signo de los tiempos modernos y postmodernos asociados a unos condicionantes contextuales que las han conformado como productos sociohistóricos. Se critica la visión conceptualizadora dominante mediante la que se homogeniza la diversidad de tipologías de adolescentes y jóvenes bajo la etiqueta reificante la adolescencia y la juventud. De acuerdo con otros investigadores se afirma que no hay adolescencia, sino adolescentes; tampoco hay juventud, sino jóvenes. Con objeto de profundizar en esta premisa, se ofrecen definiciones antitéticas tales como las relativas a la oposición condición natural versus construcción social y la relativa a la juventud como invención social. Bajo este nivel de análisis se enfatizan los procesos simbólicos de definición, se reconoce la acción de las convenciones sociales y culturales y, en función de éstas, la reproducción de las estructuras de poder y control que determinan su existencia. Se concluye ofreciendo un análisis diferencial de ambos estadíos de acuerdo a distintas perspectivas de estudio (psicoevolutiva, cronológica, sociológica, etc.) profundizando en la visión psicosociológica desde la que se define la adolescencia contemporánea como un período de moratoria psicosocial de carácter socioconstruido.

Palabras clave: Adolescencia, juventud, construcción social, identidad, psicología social de la adolescencia.

*"Como el bramido del mar precede de lejos esta tormenta, esta tempestuosa revolución, por el murmullo de las pasiones nacientes; una agitación sorda nos avisa de la proximidad del peligro. Cambios de humor, apasionamientos frecuentes, una constante agitación de espíritu, hacen al niño casi ingobernable" J.J. ROUSSEAU. Emilio o de la educación.

1. Introducción: Acerca del proceso de construcción social de la adolescencia y la juventud

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Los investigadores de la realidad social tendemos a construir primero los conceptos (juventud) y con posterioridad amoldamos la diversidad (los jóvenes) a la categoría conformada socialmente en un ejercicio de reificación que, bajo parámetros análogos, también se extiende al orden social donde deja sentir sus efectos (juvenalización). En las coordenadas actuales, semejante proceso de conceptualización se ampara en el poder de las evidencias y en el estatuto de verdad relegado. De ahí la necesidad de desmitificar la adolescencia como estadío psicosocial que representa un reto para la investigación, en los términos expresados por Casas (2000), máxime en las actuales condiciones de moratoria y cautiverio en la adolescencia (Castillo, 1997, 1999) en las que se hayan inmersos los jóvenes contemporáneos.

Interesa descubrir cómo las tramas sociales, culturales, políticas, históricas, etc., han ido conformando la perspectiva dominante convenida sobre las condiciones actuales mediante las que se posibilita la (re)definición de los adolescentes y jóvenes contemporáneos desde parámetros claramente psicosociológicos (véase Moral y Ovejero, 2004). Algo, en apariencia tan simple, como percibir la diversidad de tipologías e identidades juveniles, que deviene y se retroalimenta de la propia representación social de la adolescencia subyacente, ha necesitado un largo proceso de constitución, inoculación y aprendizaje social asociado a la implicación de discursividades, poderes, ideologizaciones, aconteceres, intencionalidades, etc., mediante los cuales se ha promovido la transformación de un mero cúmulo de individuos atomizados en una categoría social de la que se toma conciencia. Bajo la etiqueta juventud o adolescencia se aglutinan individualidades homogeneizándolas, se recrean visiones estereotípicas, se encubren diferencias biopsicosociales de la que se derivan normas de actuación, se ritualizan comportamientos intergrupales y se convierten en símbolo y síntoma de un falseado período de tormentosa revolución como sucesión de crisis de identidad que se problematizan asociadas a otros desórdenes de tiempos postmodernos (véase Moral, 2005). En fin, se conceptualiza la adolescencia y la juventud como constructos sociolingüísticos reificados y como realidades con evidentes efectos de poder derivados.

La juventud es un signo de los tiempos modernos y postmodernos. Esta aseveración, que entronca directamente con la idea de construcción social de la juventud como producto sociohistórico, constituye una de las premisas de este artículo. En sentido laxo es, más que una realidad mitificada, un mythos recreado proveedor de explicaciones y potenciado a partir de la emergencia renovada del poder silente de lo dominante que se mimetiza con el entorno. A nivel estrictamente físico (en el caso de que ese reduccionismo fuera siquiera posible) siempre han existido jóvenes, pero no como condición social asociada a una con(s)ciencia de semejante pertenencia compartida (Moral, 2004). Se construye un grupo social que toma conciencia como tal, inoculándose el sentido compartido de ser, subjetivándolo, y otorgándole verosimilitud, haciéndolo creíble, como garantía de continuidad al pertenecer a ese mismo sistema referencial. Se modifican las pautas de comportamiento y actitudinales, en un ejercicio adaptativo de acción-reacción, ante lo sugerido como norma colectiva, conciencia de grupo y corresponsabilización.

Construir la pubertad, la adolescencia y la juventud es relativamente fácil. Se suele crear y ajustar "la realidad" a la conformación de una entidad o condición social que se practica con relativa frecuencia a través del proceso de etiquetaje social y, cuando lo etiquetado

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toma conciencia de sí mismo, ello favorece tanto la reinstalación de un estado de certidumbre asociado a búsquedas inducidas como el efecto distractor que se deriva de lo (auto)impuesto. Se trata en los términos referenciados por Potter (1998) de la representación de la realidad asociada al discurso, la retórica y la propia construcción social. En este proceso de construcción social de la adolescencia, negar su carácter socioconstruido supone incurrir en un error interpretativo, subsanable con una mera revisión de su disposición como estadío no diferenciado (subsumido en el estado de adultez) a lo largo de los siglos referenciado mediante análisis de aspectos sociohistóricos (véase Ago, 1996; Alba, 1975; Crouzet-Pavan, 1996; Fabre, 1996; Fraschetti, 1996; Horowitz, 1996; Luzzatto, 1996; Marchello-Niza, 1996; Passerini, 1996; Pastoureau, 1996). Imponer criterios homogeneizantes supone reificar la diversidad con lo que se prima la posibilidad de un conocimiento mistificado sobre la imposibilidad de aprehensión de la totalidad. Se hace añicos tanto la conciencia colectiva como la identidad refleja vinculada a esta etapa psicosociológica al ignorar los efectos de poder derivados de su contexto próximo y los intentos de cambio, permaneciendo, ante la multitud de cambios experimentados en todas las órdenes en los últimos años. Finalmente, se derivan consecuencias negativas de todo intento de incurrir en un reduccionismo interpretativo mediante el que se desvirtúe el estatuto de verdad y los efectos de poder asociados a ambas categorías. Para aquellos jóvenes cuya principal preocupación es la búsqueda y/o redefinición de la identidad (véase Clemente, 1995; Coleman y Hendry, 2003; Comas, Aguinaga, Rocío, Espinosa y Ochaíta, 2003; González Blasco, 1994; Moral, 1997, 2002, 2004; Moral y Ovejero, 1998a; Ovejero, 1992, 1995; Pérez Tornero, 2000; Ruiz de Olabuénaga, 1998; Urra, 2002) las etiquetas representen boyas que se atisban y a las que uno se aferra buscando la seguridad que no halla en introspecciones infructuosas. Se anhela el acercamiento a cualquier zona de (in)fluencia de asideros convenidos para reducir las incertidumbres que provoca la tensión de la búsqueda y la propia indefinición personal. En condiciones como las actuales, se tiende a búsqueda de sí mismo basada en un diálogo con el sujeto (Touraine y Khosrokhavar, 2002). No son pocos, sin embargo, los indicadores de la trayectoria a seguir en un terreno con demasiadas pistas falsas, aunque con argumentos verosímiles1 . Ha de tratarse, pues, reconocer las huellas de esa recorrido vital, social y culturalmente determinada, a medida que devienen y se entrecruzan esos haces de caminos en unas condiciones actuales en las que tienden a torcerse, por estar tru(n)cados.

En relación a la juventud y la adolescencia, a pesar de todo lo que se ha investigado, escrito, leído, discutido, problematizado, etc., o, precisamente debido a ello, se agudizan las controversias. Se trata, en todo caso, de trabajar con adolescentes sin empezar por considerarlos un problema, tal como lo expresa Funes (2003). Sin embargo, abundan los discursos sobre los problemas de los jóvenes, siendo buena parte de ellos socioconstruidos e incluso problematizados, incurriéndose en personalizaciones interesadas (joven-problema) y, por el lado de los implicados, se promueven, como mecanismo adaptativo, aceptaciones para sobrellevar su tiempo de moratoria psicosocial (Castillo, 1997, 1999). Incluso hace siglos algunos se podrían permitir el lujo de ser jóvenes en su justo momento, de modo que había una sincronía entre la asunción y ejercicio de su condición social y la adscripción cronológica, lo cual, en nuestros días, ha derivado en la profundización del hiato entre la adquisición de la maduración psicobiológica temprana y la ralentización en el proceso de inserción (Jover, 1999; Moral y Ovejero, 1999). Ante la dilación en la adquisición de derechos y responsabilidades de adulto social se tiende a generalizar un

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estado de sempiterna transición que pierde su característica definitoria, la transitoriedad. Decía Ortega y Gasset (1946) que la vida no se da al joven como algo definitivamente hecho, sino como algo por hacer, como un quehacer. Habría que apostillar que ese quehacer o devenir constitutivo de la identidad individual se convierte en un ¿qué hacer? con unos años en los que las transformaciones pubertarias, psíquicas, emocionales y propiamente psicosociales se suceden, e incluso azuzados por los imperativos de las circunstancias actuales.

En definitiva, un estudio riguroso de estas complejas realidades juveniles pasa indefectiblemente por el análisis de las condiciones y de los condicionantes que coadyuvaron hasta conformar un producto sociohistórico en un pasado que se reactualiza, una mirada sosegada al presente convulso como recreación singular de unas condiciones heredadas y un ejercicio de intuición profética respecto al pasado mañana. En lo que representa un intento presentista de interpretar "la realidad" social de los jóvenes de hoy unida a su devenir sociohistórico, hasta derivar en sus realidades actuales, se suele incurrir en el error de hacer acopio de multitud de aseveraciones dadas por supuesto. En este sentido, ha de concluirse que, con excesiva frecuencia, se ofrece una imagen deformada a la luz de los imperativos actuales, se tiende a conformar un proceso de etiquetaje reificador mediante el que se subsume la heterogeneidad del objeto de análisis bajo una categoría con criterios de verdad, se mimetiza la realidad "real" (si es que la hubiere) con la realidad "auténtica" (dominante, convenida y falseada) y se nos representa una realidad ilusoria como simulación con estatuto de verdad.

2. Planteamiento: Definiciones antitéticas de adolescencia y juventud

Bajo la apariencia antitética de los niveles de análisis de la adolescencia y la juventud se encubre una pluralidad tal y una realidad multimodal latente bajo un término (la adolescencia o la juventud), en apariencia, globalizador y excesivamente abaharcante, que resulta complejo dilucidar no sólo cuál es la idea o proposición que forma el segundo término de una antinomia o de una contradicción de tipo dialéctico, sino a qué se opone propiamente. Esto es, siendo la antítesis una oposición de sentido entre dos términos o dos proposiciones, se plantea un análisis antitético en el sentido kantiano2 , ante la imposibilidad aparente de conciliación de ambas verdades-realidades en forma de síntesis superadora de contradicciones y de dilucidación de una mayor plausibilidad del estatuto de verdad de una respecto a la otra.

Se podría suponer que el problema intrínseco radica en las consecuencias derivadas del uso generalizado de un término o condición mediante el que se defina algo que no tiene características definidas. Lo analizado se convierte en producto reificado debido a la acción adscriptora de los propios criterios de análisis, como en una suerte de relación dialéctica mediante la que se han de superar contradicciones asociadas a la tendencia a promover el asentimiento ante una perspectiva general de análisis en la que se transforma en producto socioconstruido una diversidad de naturaleza (se supone que) naturalmente dada. Sin embargo, no hay adolescencia, sino adolescentes; tampoco hay juventud, sino jóvenes (Dávila, 1989; Elzo, 1994a, 1994b, 1999a, 1999b; Feixa, 2001, 2003; Moral, 1997; Moral y Ovejero, 2004). Y, puesto que la adolescencia no son los adolescentes, ni la juventud los jóvenes, se tiende al ejercicio de un proceso de reificación que, en aras de la necesaria

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operacionalización de variables, construye manipulando algo y otorgándole apariencia de todo. Los todos, como la cosa íntegra, y las partes, como elementos constitutivos en relación con un todo, se componen y descomponen, fragmentándose y reconstituyéndose en un intento de análisis y comprensión de las totalidades complejas irreductibles a parcializaciones. Del análisis holístico de una realidad fragmentaria se derivan tergiversaciones de los elementos plurales constitutivos al ser tomados como porciones no identificadas (desposeídas de su singularidad al ser sumidas en una categoría uniformizante) de un todo.

En consecuencia, se crea un concepto ("la adolescencia", "la juventud") poco menos que inutilizable teóricamente, que significa tanto fase de transición como categoría demográfica; una sucesión de constantes cambios, así como el producto de una fuerza transformadora; un tiempo cronológico y un tiempo social, inseparables ambos y que se retroalimentan; un enfrentamiento con los demás que alienta y es consecuencia de una lucha interior; una introspección frustrante provocada por búsquedas no satisfechas de identidad o asunción como propias de identidades convenidas; una etapa de conflictos con uno mismo y de problematizaciones inducidas, y un largo etcétera de contradicciones más. Mediante ese proceso de etiquetaje se redefine, también, un desarrollo psicoafectivo unido a un estancamiento e involución a una condición social infantilizada y se conceptualiza un estrato poblacional o a una condición social específica, a un ser categorial frente a un estar en tierra de nadie. Asimismo, también se concibe la adolescencia y la juventud como un estado de entronización de los valores inespecíficos que definen lo joven en un adolescente concebido, en términos de Kurt Lewin, como hombre marginal, siendo la liminalidad de su estado una característica básica mediante la que se problematiza su condición de ser. En suma, se trata de una realidad hecha y reactualizada a base de contradicciones resueltas simbólicamente.

2.1 Adolescencia y juventud como CONDICIÓN NATURAL versus CONSTRUCCIÓN SOCIAL

Cualquier condición social, representación, tendencia u objeto socioconstruido suele adquirir el estatus de realidad natural, amparado en el poder de la costumbre y a base de la fuerza del acostumbramiento ante aquello que se mimetiza de tal modo con el entorno que no es fácilmente identificable como apéndice creado ex proceso. Las circunstancias se imponen, aunque éstas suelen ser producto humano. Siendo así, se ha de aludir a las circunstancias sociales e históricas en las que se apoya todo proceso de invención de una condición social -o llámesele estadío, ethos o generación tal cual (adolescencia)- que toma conciencia de serlo a raíz de acontecimientos externos mediante los que se posibilita la asunción de tal categoría (véase Ibáñez, 1985). A pesar de la sinonimia, en sentido laxo, de los términos aludidos, las perspectivas de análisis de la adolescencia quedarían incompletas si no se introdujese un nivel de definición antitética: condición natural versus construcción social. Cualquier condición natural empieza a ser tal cuando se la descubre socialmente, cuando se la interpreta, se la domina y, una vez instituida, se la alimenta hasta naturalizarla y someterla a un proceso de subjetivación.

Discernir acerca de si la adolescencia y la juventud son condiciones naturales en la existencia de las edades del hombre o si, por el contrario, son invenciones sociales incluso

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fechadas, puede resultar una labor compleja, cuando no plenamente interesada. Nuestra opinión es coincidente con aquella perspectiva de análisis desde la que se las conceptualiza como producto de una serie de prácticas sociales, culturales, históricas y discursivas que definen lo real, de modo que tal condición cobra vida en la vinculación con las estructuras y procesos simbólicos que la crean. La duración de la juventud depende de la imposición de moratorias que responden a requerimientos de índole social, más aún que de condicionantes de tipo demográfico, de imperativos de producción o de condiciones biológicas que podrían priorizarse sobre otro tipo de poderes; así como el estilo juvenil, su modo de vida, sus referentes, su simbolismo o su particular idiosincrasia es resultado de la acción de poderes instrumentalizados y se inserta en las estructuras sociales ya dadas (Castillo, 1999; Grosera, 2001; Ferrerós, 2004; Moral y Ovejero, 2004). Ni siquiera existe conformidad entre diversos especialistas en atribuir un espectro concreto de edad a cada uno de estos períodos, estadios, estados o condiciones. Incluso el calendario de la pubertad está interrelacionado con otras cuestiones tales como la alimentación vinculada a las propias condiciones socioeconómicas, evidenciado ello mediante una tendencia secular que se vincula a un más acelerado desarrollo pubertario (Berger y Thompson, 1997). Del mismo modo que lo juzgado como estrictamente biológico está interrelacionado con lo social, la evolución psicológica y psicosociológica de los púberes contrasta con cambios de otra índole. En la sociedad contemporánea se alude incluso a unas temporalidades juveniles que van a contratiempo, como evidencia Lasén (2000). En definitiva, la adolescencia ha de interpretarse como un fenómeno social, cultural e históricamente determinado, siendo el adolescente producto y agente en todo proceso recurrente cognoscible de constitución e interpretación de la(s) realidad(es) negociada(s) con otros.

Al proceder al análisis de los términos que conforman esta definición antitética se ha de incidir en la idea de estabilidad y permanencia del mismo, esto es, situación en la que se encuentra un individuo y que difiere de la disposición en la mayor duración y estabilidad del mismo. Según Aristóteles, el statum es la cualidad que constituye una manera de ser estable y duradera de un ser. Tan sólo si vinculamos este término a la condición natural adquiere una acepción contraria a aquella que se le atribuye a la adolescencia forzosa (Moncada, 1979), duradera y estable, pero inventada y sostenida por las condiciones que definen y se derivan de las sociedades postindustriales (Giddens, 2000; Gray, 2000; Sennet, 2000; Ritzer, 1996, 2000). Mediante el apelativo natural, contrapuesto al de adquirido, se dota a la adolescencia y a la juventud de un sentido relativo a lo intrínseco, normal y dado conforme al orden habitual de las edades del hombre. Ello supondría que a ambas etapas les corresponde -sin que sea obra del hombre, sino de forma genuina y no adulterada- un lugar propio, no inventado ni constituido y asignado porque así le corresponde. Se conciben las edades del hombre como algo exento de afectación externa mediante la que se pueda incidir en su aparición o modular su curso, como categoría natural y que existe sin más, sin juzgarla, sin concebirla como una etapa de transición definida por oposición a otras, sin criticar sus condiciones existenciales o sin compararla con otras edades que le pudiesen otorgar su categoría de ser completa.

En esta línea, una vez criticada la consideración de la adolescencia como edad tormentosa de desarrollo no gradual y etapa de ambivalencias y enfrentamientos (Moral, 2005), se tiende a contradecir la condición cuasi-natural porque, por definición, lo natural siempre actúa sin brotes. A este respecto, se podría aludir al aforismo natura non facit saltus

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mediante el que se hace referencia a la idea expresa de que en la naturaleza todo procede por grados, sin ruptura de continuidad. La visión ingenua, según la cual la naturaleza humana es la suma de impulsos innatos o disposiciones biológicas para algunos, ha de ser reemplazada por aquella visión desde la que se sostiene que es un producto de la evolución humana aunque con ciertos mecanismos de acción y reacción propios esto es, singular y con capacidad interpretativa. De la relación dialéctica se nutren los conceptos y se recrean, de modo que surgen de una adaptación dinámica y reconstitutiva de la naturaleza humana en la estructura social.

El nivel de conceptualización opuesto al de estado natural es el de construcción social. Bajo este nivel de análisis se enfatizan los procesos simbólicos de definición, al mismo tiempo que se reconoce la acción de las convenciones sociales y culturales y, en función de éstas, la reproducción de las estructuras de poder y control. Construimos y negociamos las realidades en/mediante las cuales se forja el individuo. El grupo, lo social, determina la conducta individual, e incluso su propia naturaleza tanto naturalmente socioconstruida como natural, al condicionarla socialmente. El conocimiento es una actividad auto-reflexiva que genera conceptos para concebir su propia construcción (Morin, 1988). Siendo así, a la hora de aludir a la construcción social del conocimiento sobre la adolescencia y juventud se están recreando propiamente estos estadíos. La sociedad juvenil caracterizada por un ethos, con una permanencia forzosa en una condición creada como supuesto tiempo de espera es enteramente moderna. La juventud (reificación en sus términos) es signo de los tiempos modernos y la actual postadolescencia es símbolo y síntoma de los postmodernos y globalizados (Moral y Ovejero, 2004; Ovejero, 2002, 2005). Como se ha expuesto, ello no obsta el reconocimiento, por otro lado de sentido común, de que siempre ha habido jóvenes pero ha sido mediante el poder de acción de las estructuras sociales y de los mecanismos de influencia y control como se ha instrumentalizado el proceso reificador de tal condición existencial. Aun a riesgo de que pueda parecer una aseveración sesgada al distorsionar la representatividad de semejante estimación, los jóvenes de hoy son diferentes debido, fundamentalmente, a condicionantes e imperativos psicosociológicos marcados por procesos sociohistóricos y por la conformación de renovadas conciencias colectivas y particulares herederas de otras condiciones. La invención de la adolescencia se asoció, en parte, al propio interés de los investigadores. Precisamente, hace más de un siglo Lancaster (1897) en un artículo publicado en Pedagogical Seminary apuntó que se exageraba sobremanera la trascendencia de la adolescencia (recogido por Grinder, 1972, p. 20). La apelación insistente a este objeto de investigación se asoció a tendencias reificadoras de la diversidad bajo la necesaria conversión en algo objeto de estudio, en el sentido lewiniano. Desde hace poco tiempo se la considera como un período digno de estudio riguroso, literario o científico, e incluso puede que la efebología contribuyera a convertir a la adolescencia en semejante condición. Se otorga estatuto de ser a un grupo que al percatarse de serlo y hacer propia la representación social correspondiente, construida intersubjetivamente, conformada a base de influencias interpersonales y sociales se naturaliza aviniéndose al estatuto que se le supone o rebelándose contra él. En todo caso, lo toma como referente y atiende o rechaza las prerrogativas que se le hacen como grupo social al que se le ha otorgado esa condición natural propiamente y extendiendo o renegando de su subcultura como identidad que define lo que es apropiado, posible, normal, conforme, deseable o esperado en condiciones como las actuales.

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Lo anterior unido a la pluralidad de discursos sobre la juventud, a la tendencia a la ideologización encubierta, a la problematización de las crisis vinculadas a otros desórdenes, a la aceptación de lo real como co-construido, a los (auto)controles ante las moratorias o la prolongación antinatural del período de inserción como iniciación que se completa a base de ritualizaciones asumidas como condiciones naturales de tiempos de espera, se aduce como circunstancias coadyuvantes en las que se apoya la conceptualización de la adolescencia y la juventud como construcción social y como condición no universal. Esta tendencia se sostiene contrariamente al apoyo dado al discutido estatuto de verdad de la adolescencia como condición natural per se, a la que se reconduce su curso natural por caminos interceptados, e incluso puede llegarse a su desaparición "natural" -Orwell (1952) así lo preveía en su 1984- si las circunstancias lo imponen.

2.2 Juventud como INVENCIÓN SOCIAL: Realidad ilusoria y destino real

Desde hace décadas en la literatura sobre el tema se tiende a convenir en que la juventud es un fenómeno relativamente reciente (Allerbeck y Rosenmayer, 1979; Fierro, 1985; Hornstein, 1966; Kett, 1977; Martínez Cortés, 1989; Musgrove, 1966; Pinillos, 1982; Powell, 1975; Stone y Church, 1980). El concepto mismo de adolescencia nació en Occidente y ha de vincularse a las sociedades industriales, de modo que los jóvenes aparecen como grupo social de estatus con la revolución industrial (Hopkins, 1987; Kett, 1977; López Jiménez, 1984; Macià, 1994; Mannoni, 1994; Moreno, 1990; Musgrove, 1966; Rechea, Barberet, Montañés y Arroyo, 1995). Son más bien escasas las opiniones vertidas a favor de la conceptualización de la adolescencia como una condición natural en igualdad de condiciones (al menos existenciales) que el resto de las edades intrínsecas a la naturaleza humana. Uno de los autores que sostuvo la pertenencia de la adolescencia y sus múltiples problemas a las edades del hombre fue Winnicott quien consideraba que era una fase no excluible que se ha de vivir y superar. Se podría considerar, pues, la posibilidad de que la juventud forme parte de las edades del hombre y de sus correspondencias (véase Spranger, 1977). En todo caso, se conviene en afirmar que, acaso desde una interpretación presentista, se podría datar su aparición como tal en la época del romanticismo victoriano, o como otros han supuesto, la adolescencia como condición social y la prolongación de la misma es hija de las sociedades industriales. Se arguye que todavía en el siglo XIX se pasaba directamente de la infancia a la edad adulta y se aboga por refutar la concepción errónea de la juventud como una condición natural.

Que no siempre los adultos han considerado a los jóvenes como un problema o que éstos no han tenido conciencia de serlo es una cuestión que se reifica supuestamente en el siglo pasado. La invención social de la adolescencia incluso es datada por Musgrove (1966) al mismo tiempo que la invención de la máquina de vapor, en el que la sociedad se enfrentó al imperativo de resolver cómo y dónde ubicar al adolescente en el mundo de los adultos. La expresión manifestada de Marriane Seyter en Science et avoir es coincidente con lo expresado: "En el momento en que el siglo XVIII descubría la infancia, se vio obligado a descubrir o, mejor, a inventar, la adolescencia" (citado por Grinder, 1972, pp. 30-31). Otros como Bakan (1972) aludieron a los cambios sociológicos que facilitaron el nacimiento de la adolescencia como estadío diferenciado y como condición, de modo que a finales del siglo XIX y principios del XX la implantación de la educación obligatoria hasta edades más avanzadas, unido a la promulgación de leyes que prohibían trabajar a los niños y el propio

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reconocimiento legal de la responsabilidad limitada de los jóvenes motivaron la invención de una etiqueta con la que designar un estadio creado por necesidades y motivaciones sociales en las sociedades occidentales. De un modo u otro, se tiende a aplicar a todo la terminología antropocéntrica occidentalizada. Esto puede conducir a suponer que la tesis relativa a la invención cultural de la adolescencia pudiera parecer exagerada pues ya algunos filósofos griegos, como Aristóteles, proclamaban la necesidad de la atención del legislador en la educación de la juventud o en los tratados educativos de la sociedad medieval se continúa diferenciando la vida en clases de edad (Moreno, 1990). Lo cierto es que cambió la forma de mirar al niño como mero adulto en formación. La mirada fue ligada a un proceso de reconocimiento y adopción de una conciencia colectiva de ser y a un proceso de reificación de la diversidad que ha derivado en etiquetajes uniformizantes de una categoría social que se diluye y reconstituye en individualidades que no agotan semejante condición social, siendo ésta, a su vez, mucho más que un producto de toma de conciencia individual. En palabras de Lapassade (1973, p. 63): "El siglo XVIII 'descubrió' la pubertad como se descubre una tierra desconocida; estaba allí, en nuestro mundo; bastaba con mirar". Sin embargo, convendría apostillar que es la mirada social la que transciende la retina fisiológica y cosifica la(s) realidad(es).

En las sociedades postindustriales se genera una dependencia psicosocial y un no reconocimiento social del estatus de adultos en jóvenes preparados en los planos somático y psicológico. De ahí que se exacerben los requerimientos de control ejemplificados en la prolongación desmesurada de la educación obligatoria o a través de trabajos temporales (véase Alonso, 2000; Díaz y López, 1996; García-Montalvo y Peiró, 2001; Jover, 1999; Martín Hernández, 1998; Ritzer, 1996) mediante los que se pretende acallar la voz de aquellos jóvenes a los que, mediante la construcción social de la adolescencia, se les ha intentado convencer de que, por definición, la adolescencia es un tiempo de espera al que han de amoldarse. Tras la hipocresía que representa la legitimación del control mediante ciertos instrumentos de espera psicosocial se intenta banalizar el conflicto. La invención social de la adolescencia parece justificada desde estos parámetros. Y es que el proceso de diferenciación categorial y reificación social es de naturaleza psicosociológica, ya que, en reflexión de Doise (1996), expresa cómo una realidad social constituida por grupos, se construye y afecta a los comportamientos individuales que, a su vez, corroboran esta realidad mediante la interacción. Al mismo tiempo que lo colectivo evoluciona a través de la interacción social, los desarrollos del individuo son fruto de estas interacciones.

En fin, puesto que el hombre es un producto sociocultural, la construcción intersubjetiva de ciertas edades del hombre está subyugada a imperativos sociales, de modo que el caso de la adolescencia es una muestra fehaciente. Cuando las condiciones socioeconómicas, los mecanismos de control, los simbolismos y convenciones uniformizantes, esto es, los adultos, los literatos y efebólogos, el poder desgranado en individualidades, en definitiva, dictaron la necesidad de inventar un estado intermedio que marcase el tránsito, sin más, los adolescentes empezaron a tomar conciencia de serlo en el momento en que, al considerarles problema, se creó una condición particular y un estilo de vida que les definen como generación, ethos, estadío, cohorte, etc. En cualquier caso, las realidades son parciales, dinámicas y transitorias; ni son todo lo que hay, ni permanecen tal cual, ni han sido siempre. De este modo, aseverar con vehemencia que la juventud es un invento reciente o apelar a la condición cuasinatural de la adolescencia supone, como investigadores,

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reinterpretar alguna de las posibles "realidades" que se ofrecen como tales. Cualquier conceptualización de la adolescencia como la que proponemos sólo puede realizarse desde el reconocimiento explícito de que será una interpretación subjetiva, condicionada social y culturalmente y asociada a expectaciones que alimentan certidumbres.

3. Discusión: Acerca de una interpretación psicosociológica de la adolescencia

Ser adolescente o ser joven es una condición existencial que se ha problematizado, un estado que va difuminando su condición de transitoriedad debido a ralentizaciones en el proceso de inserción, un sentimiento hipostasiado y mucho más que la mera aceptación de una adscripción a una categoría estanca o el rechazo de una serie de afirmaciones y consiguientes realidades que uno hace propias acaso porque le resulta dificultoso compilar otras que le satisfagan y redefinan plenamente. Aunque resulta una tarea ímproba, hay que mirar restrospectivamente las condiciones de origen de los términos como condición necesaria, aunque no suficiente, y facilitadora de su comprensión, así como proponer un análisis diferencial respecto a diversas perspectivas de estudio del fenómeno investigado. Así, si efectuamos una aproximación al significado etimológico de los conceptos en cuestión se ha de incidir en que de los tres vocablos (pubertad, adolescencia y juventud) aquel cuya etimología ha sido con más frecuencia objeto de revisión ha sido el de adolescencia, en este sentido se ha aludido a la derivación de la voz latina adolescere que significa "crecer" o "desarrollarse hacia la madurez". Atendiendo al criterio cronológico se conceptualiza como un lapso de años que se va dilatando debido a condicionantes que afectan a diversos niveles. Desde una perspectiva de análisis psicoevolutiva se define como una situación de desarrollo emocional, de adaptaciones y crisis sucesivas. Es vista como un período de transición entre la niñez dependiente y la condición adulta autónoma, desde una perspectiva sociológica. Y, por último, a partir de un análisis de cariz psicosociológico como el ofrecido la adolescencia ha sido definida como una moratoria psicosocial y como un proceso de construcción de la identidad conformada a través procesos de interacción social, entre otras varias posibilidades. En cambio, aunque se suele proponer una conceptualización de la adolescencia como una etapa de déficits, de crisis irresolubles, de crecimientos conflictuados, de individuos-problema antes bien que de problematizaciones inducidas, sucesión de tensiones, período de defectos o carencias, introspecciones poco reconfortantes, estandarización de sentimientos, búsquedas acuciantes y tantos otros padecimientos o carencias, nuestra concepción de la adolescencia se sitúa en abierto conflicto con quienes la califican de ese modo (Moral, 2005; Moral y Ovejero, 1998b, 2004).

Tal como se ha incidido en esta exposición, los investigadores sociales no han de obcecarse en querer crear un mundo sin contradicciones, ajustado a criterios únicos, precisamente constituidos para designar (reificar y mistificar) una realidad compleja y diversa en su esencia y existencia. Mediante los constructos conformamos "la realidad", como ya se ha explicitado, de ahí que los conceptos como tipificadores de realidades tengan unos límites imprecisos, a pesar de la homogeneidad compacta aparente que debería amoldarse a ellos. Se dice que el investigador de la realidad juvenil incurre en un error, difícilmente subsanable, cuando descarga sobre ella sus propias experiencias, preocupaciones, expectativas e ideología que contribuyen a sugerir las respuestas que se desean encontrar. Sin embargo, se ha de apostillar que es imposible desproveer cualquier objeto de estudio de

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las preconcepciones del investigador, apreciación matizada por Carr (1990). La visión ingenua de la realidad debe ceder paso al reconocimiento explícito de que cada investigador realiza un análisis sesgado de la parcela de realidad que investiga y que va moldeando. Siendo el hombre un ser subjetivo, vierte en sus análisis de "la realidad" la subjetividad que lo constituye y que se asocia a procesos de ideologización de la vida cotidiana, en los términos manifestados por Ibáñez (198). Resulta difícil discernir dónde acaba mi subjetividad y dónde empieza mi objetivación de la realidad y de qué modo un ser subjetivo puede analizar las cosas con los mismos criterios, conciencias, normas reguladoras, excepciones, etc., que le sirven como referentes, sin que ello represente alusión alguna a ninguna paradoja de autorreferencia mediante la que se negase la posibilidad del estudio de la subjetividad, tal como evidenció Searle (1996) .

En consecuencia, la categoría de entidad/verdad le ha sido otorgada a constructos como adolescencia o juventud, siendo reificada la heterogeneidad subyacente a base de simplificaciones de verdades alternativas, mistificada mediante falseamientos simuladores y convertida en "la verdad" a partir de ejercicios participados de imposiciones/asunciones de poder discursivo y fáctico. Ello se ampara en el poder del acostumbramiento asociado a una familiarización y a intentos de convertir lo verosímil en imagen de verdad, lo conflictuado se desproblematiza, se nos hace partícipes de lo convenido corresponsabilizándonos de su mantenimiento, se tiende a involucrarnos en la salvaguardia de la visión dominante en órdenes como el del pensamiento o el social, entre otros muchos ardides de la (auto) consciencia. Todo es sometido a ordenamientos, se tiende a la categorización como método de adscripción, los dogmas son revestidos de un estatuto de poder-saber y se articulan nuevos principios de fe mediante los que se contribuye a la reafirmación de la visión dominante.

En suma, en esta aproximación psicosociológica al proceso de construcción social de la adolescencia se ha sostenido que las verdades desconciertan y mediante la verdad se dota de significación a los simbolismos, se reatribuyen valoraciones a los sistemas referenciales, se despejan incertidumbres, se conservan concepciones del mundo asociados a ideologías individualizadas (Heller, 1994) y se desproblematizan las posibles crisis de sentido inducidas, entre otras muchas evidencias necesarias que condicionan el proceso de conceptualización y construcción social de la representación de la adolescencia y de la juventud.

Notas 1.-Como expuso Julián Marías en La felicidad humana (1994): "El argumento es una trayectoria, mejor dicho, un haz de trayectorias desde el nacimiento hasta la muerte. Esta línea tiene un trazado continuo, sin interrupción, pero articulado. Por lo pronto en edades; de modo relativamente paralelo, en fases de la vida..." (recogido por Castillo, 1997, p. 14). 2.-Tal y como expuso el propio Kant en su Crítica de la razón pura (A 421, B 449; recogido en G.E.L., Vol. 2, p. 643): "Si llamamos tética a todo conjunto de doctrinas dogmáticas, entiendo por antitética, no las afirmaciones dogmáticas, sino aquel conflicto de conocimientos aparentemente dogmáticos (thesis cum antithesis) en el que no se concede mayor plausibilidad a ninguna de las dos posiciones". 3.-Esta aparente contradicción se resuelve de acuerdo con los propios términos de Searle (1996, pp. 110-111) de la siguiente forma: "Tales paradojas no me preocupan en absoluto. Podemos utilizar el ojo para estudiar el ojo, el cerebro para estudiar el cerebro, la conciencia para estudiar la conciencia, el lenguaje para estudiar el

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lenguaje, la observación para estudiar la observación y la subjetividad para estudiar la subjetividad. No hay ningún problema en ello. Lo importante es más bien que, a causa de la ontología de la subjetividad, nuestros modelos de 'estudio', modelos que descansan en la distinción entre la observación y la cosa observada, no funcionan para la subjetividad misma.Hay un sentido, pues, en el que nos es difícil concebir la subjetividad. Dado nuestro concepto de cómo debería ser esta realidad y cómo sería saber cómo es la realidad, parece inconcebible que deba existir algo irreductiblemente subjetivo en el universo. Y, sin embargo, todos sabemos que la subjetividad existe".

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