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JUAN JOSÉ LÓPEZ MARTÍNEZ

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Reservados todos los derechos. Este libro no puede ser reproducido, íntegra o parcialmente, por cualquier medio mecánico, electrónico o químico yaexistente o de futura introducción, incluidas fotocopias, adaptaciones para radio, televisión, internet o webTV, sin la autorización escrita del editor.

© Autor: Juan José López MartínezCorrección: Ricardo de PabloMaquetación: Antonio García ToméDiseño cubierta: Ed. Isthar Luna-Sol

Primera edición: octubre 2019

© Ediciones Isthar Luna-Sol 2019Calle Arganda, 29 28005 - Madrid (España)

ISBN: 978-84-17230-56-2Depósito legal: M-30694-2019

Impreso en España

Querido lector, si este libro le ha ayudado, dispone de más obras de este autor y de todo nuestro catálogo en:

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Quiero dedicar este libro a Enrique, David, Álvaro, David Jesús,

Álex, Isaac, Marc y Paula.

Gracias porque, con el regalo de vuestras señales y vuestros comunicados, a través de

vuestros padres, nos habéis ayudado a crecer un poquito más, haciéndonos ver y entender

que la muerte, lejos de ser el final, es el nacimiento a la verdadera vida.

Que Dios os bendiga.

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Nota editorial

Solo los que han perdido un hijo son capaces de describir el dolor tan grande que eso representa.

Juan José ha tenido la ocasión de acercarse a esta realidad a través de la Terapia Regresiva y con la sutileza, respeto y gran profesionalidad que le caracteriza, ha sabido transformar momentos de dolor y desgarro emocional de padres y hermanos en momentos de AMOR INCONDICIONAL atemporales, en ocasiones incluso sanando la culpa que sentían algunos progenitores.

En los relatos de los padres se percibe ese estado de alerta amorosa, captando y alegrándose con cada señal que sus hijos les ofrecen como diciendo «sigo aquí». Desde la comprensión de que «un alma es eterna, no muere», nos cuentan como dichas señales les proporcionan paz y esperanza.

Y como guinda del pastel, el mensaje de los hijos a los padres. Lo que apacigua la pérdida, y devuelve la VIDA a los que les vieron partir…

«... las cosas son como son y tienen que ser así, todo está bien, estoy donde tengo que estar; estad tranquilos, que nos volveremos a ver. Os he querido mucho y os sigo queriendo, ahora quiero a todo el mundo.»

Una vez más, Juan José López rompe esta barrera que hay entre la vida y la muerte y nos enseña por una rendija que EL ALMA ES ETERNA... tan eterna como el AMOR.

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Índice

Agradecimientos ....................................................................11

Prólogo ................................................................................. 13

Introducción ..........................................................................25

Capítulo 1. Mari Carmen y Gregorio — Enrique ...................33Mari Carmen .......................................................................... 34Gregorio .................................................................................38Señales de Enrique ................................................................46

Capítulo 2. Nines y Pablo — David ........................................57Nines ...................................................................................... 61Señales de David ...................................................................66

Capítulo 3. Paloma y Sebastián — Álvaro ........................... 79Paloma ...................................................................................80Sebastián ............................................................................... 92Señales de Álvaro ................................................................. 110

Capítulo 4. María Jesús y José — David Jesús .................... 133José Luis ...............................................................................135María Jesús ...........................................................................142Señales de David Jesús ....................................................... 154

Capítulo 5. Sonia y Carlos — Álex ....................................... 167Carlos ................................................................................... 168Señales de Álex ................................................................... 184

Capítulo 6. M.ª Ángeles y Ricard — Isaac ........................... 189M.ª Ángeles .......................................................................... 190Ricard. Sincronicidades ....................................................... 203Señales de Isaac ...................................................................213

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Índice10

Capítulo 7. Rosa y Paco — Marc .........................................229Rosa ..................................................................................... 232Señales de Marc .................................................................. 254

Capítulo 8. Valentín — Pepi y Paula ...................................267Valentín ................................................................................ 267Señales de Paula .................................................................. 277

Comentario final .................................................................283

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Agradecimientos

No hubiese sido posible escribir este libro sin la valentía de estos padres que —siendo poseedores de la verdad de unas vivencias experimentadas al contactar con sus hijos en estado regresivo, así como a través de las señales que sus hijos les han mandado y les siguen mandando— me permiten sacarlas a la luz publicándolas en las páginas que siguen a continuación.

Podían haber decidido no hacerlo y guardarse estas experiencias que constituyen su verdad relativa y que les han ayudado a abrirse al conocimiento de realidades que, con anterioridad al tránsito de sus hijos, no contemplaban.

Pero decidieron compartirlas, con la intención de que puedan servir como ayuda a otros padres que, como ellos, hayan pasado, estén pasando o vayan a pasar por la misma experiencia, teniendo que transitar por el mismo sendero por el que ellos siguen caminando.

Por eso quiero dar las gracias a Mari Carmen y Gregorio; M.ª Ángeles y Pablo; Paloma y Sebastián; María Jesús y José; Sonia y Carlos; M.ª Ángeles y Ricard; Rosa y Paco; y Valentín.

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Agradecimientos12

Gracias a mi querida esposa, Mari Carmen, que decidió encarnarse para ser mi compañera en esta andadura, convirtiéndose en el motor del equipo que formamos, empujándome y ayudándome en todos los trabajos que abordamos, intentando evidenciar que el proceso de la muerte es solo un despertar para, de nuevo, nacer al mundo espiritual. Gracias a mis hijas, hijos y nietos, a los que adoro, que también decidieron encarnarse para formar la familia que tenemos y que me hacen sentir su atención por este trabajo que realizo.

También doy las gracias a Dios por haber puesto en mi camino este trabajo, que me ha permitido encontrarme con numerosísimos seres humanos de increíble calidad, a quienes tengo la suerte y el gran honor de contar como amigos.

Y gracias a ti, amigo lector, que tienes ahora este libro en las manos. No sé si alguien te lo ha recomendado, si tú lo has buscado o si el libro te ha encontrado a ti, pero espero y deseo que te sirva de gran ayuda si has pasado por la experiencia de perder un hijo.

Pero si, gracias a Dios, ese no fuera tu caso, espero que te sirva para entender un poco más a los padres y madres que han pasado por esa experiencia. Ellos no necesitan consejos, solo quieren ser escuchados y respetados en su dolor y en sus vivencias.

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Introducción

E n este momento de mi vida, creyendo saber algo y sabiendo que no sé nada, creo poder afirmar, sin temor a equivocarme, que la muerte de un hijo es

una de las experiencias más traumáticas a las que un ser humano pueda enfrentarse.

He podido escuchar y observar a padres y madres que han vivido la tremenda experiencia de perder a un hijo, y ver cómo, a partir de ese momento, sus planteamientos de vida experimentan un cambio radical y sus preferencias ya no son las mismas, lo que los convierte en buscadores incansables de respuestas, porque no aceptan lo sucedido y sienten que no es justo lo que ha ocurrido.

Y empiezan a buscar respuestas a muchas preguntas: ¿por qué hay gente mala en el mundo que no se muere y se ha tenido que morir mi hijo?, ¿por qué ha tenido que ser mi hijo?, ¿por qué Dios se lo ha llevado?, ¿por qué Dios me lo ha quitado?, ¿y si hubiésemos ido antes al médico?, ¿y si le hubieran hecho las pruebas antes?, ¿y si no hubiera ido a esa fiesta?, ¿y si no hubiera ido a esa excursión?, ¿y si…?, ¿por qué?

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En su incansable búsqueda empiezan con la lectura de libros que no sabían que existían. Libros en los que diferentes y numerosos autores hablan de que la muerte no es el final, solamente un tránsito en el que perdemos el cuerpo físico sin que ello impida que sigamos vivos en el plano espiritual, y de forma inmediata se aferran a esto como bálsamo para paliar su dolor.

Asimismo encuentran asociaciones de duelo formadas por padres y madres que también han perdido hijos, y descubren cómo, de forma inmediata, se sienten entendidos y comprendidos y, a su vez, ellos también entienden y comprenden a estas personas porque todos han pasado por lo mismo.

La primera gran lección que me enseñaron estos padres y madres es que por mucha sapiencia y licenciaturas que tengas, por muchos títulos que atesores, si no has pasado por la experiencia de perder un hijo, nunca sabrás lo que ellos sienten, lo que solo te va a permitir ayudarlos parcialmente, como observador que eres, amándolos y escuchándolos.

Por mis años de experiencia en el estudio e investigación del estado regresivo o estado expandido de conciencia del ser humano, he podido constatar lo que autores que me preceden ya venían observando; me estoy refiriendo a la capacidad que tiene el ser humano cuando está en este estado, al que llega de forma espontánea, de revivir en el presente hechos y acontecimientos vividos en cualquier momento anterior a su actual presente, remontándose incluso a experiencias que identifica como acaecidas en cuerpos diferentes a su cuerpo actual y a

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las que reconoce como vidas pasadas, en las que tiene la oportunidad de revivir la muerte de esa vida pasada. Esto le permite descubrir que la muerte, lejos de ser el final, es un proceso mediante el cual, al morir el cuerpo físico, el ser que realmente somos, que llamamos alma, queda libre para integrarse de nuevo en el plano espiritual y volver a la luz.

También he tenido la oportunidad de escuchar numerosos testimonios de personas que han pasado por una experiencia cercana a la muerte, y lo que me ha llamado poderosamente la atención han sido las numerosas coincidencias que en sus testimonios presentan con las personas que han revivido la muerte en una vida pasada.

Del mismo modo, también he tenido la oportunidad de acompañar a diferentes personas durante las horas o días previos a su fallecimiento, y he podido observar cómo, estando plenamente conscientes y orientadas y sin la influencia de fármacos, lo que relatan en esos momentos guarda una gran coincidencia con los testimonios de los dos grupos anteriores.

Como resultado de todo esto podemos llegar a plantearnos que la muerte es solo un tránsito en cuyo proceso nuestra alma vuelve al plano del que provino para ocupar este cuerpo físico, el cual, llegado el momento, es el que solamente muere; y si nos fijamos un poco más, podremos darnos cuenta de que toda esta información nos es facilitada por el alma.

El ser humano en estado regresivo, además de lo expuesto anteriormente, es capaz de entrar en contacto

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con esas almas que ya han realizado el tránsito y han abandonado el cuerpo físico, y es entonces cuando podemos darnos cuenta de que muchos de estos seres retrasan su momento para volver a la luz pues prefieren, por diversos motivos, continuar en este plano junto a nosotros, aunque no los veamos y no los oigamos, por lo que muchas veces nos dan señales para que sepamos de su presencia.

El hecho de que ya estén en la luz no les impide visitarnos de forma frecuente ni darnos señales para que sepamos que están entre nosotros.

Al empezar a acompañar en estado regresivo a padres y madres que habían perdido a un hijo acaricié la equívoca esperanza de que, si lograban contactar con sus hijos, el dolor, la ausencia y el vacío que sentían por la pérdida estarían resueltos, pero pronto me di cuenta de lo lejos que ese anhelo mío estaba de la realidad.

La gran mayoría de los padres y madres a los que he acompañado en estado regresivo han podido contactar con sus hijos e interactuar con ellos, e incluso yo mismo he tenido la gran oportunidad de hablar con ellos cuando, utilizando la voz de sus padres y madres, han tenido la ocasión de hacerlo.

Durante estas experiencias en estado regresivo han podido ver y observar, y así me lo han referido, cómo sus hijos, en el momento del tránsito, al igual que ellos, también estaban junto a su cuerpo sin vida intentando consolarles en su dolor, diciéndoles que no pasaba nada, que ya se encontraban bien, que ya no tenían dolores, que hay seres de luz que los están acompañando en esos

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momentos, seres entre los que, en numerosas ocasiones, reconocen a familiares que ya habían realizado el tránsito con anterioridad.

Seguidamente, también les hablan de la luz como ese lugar al que ellos tienen que ir o en el que ya están, definiéndolo como un espacio en el que todo está bien, en el que nadie juzga a nadie y en el que sienten un amor y una paz absolutamente infinitos e indefinibles; y, llegado el momento de la despedida, expresan la firme promesa de seguir visitando a sus padres y madres para ayudarlos en su proceso de duelo, al igual que confirman su autoría de las numerosas y diferentes señales que realizan de formas muy diversas para hacer notar su presencia entre nosotros, y afirman que cuando sus padres se reúnen con otros padres que han pasado por la misma experiencia…., ellos también se reúnen.

Equívocamente pensé que estas maravil losas experiencias que he recibido el regalo de presenciar serían suficientes para que esos padres y madres salieran del dolor y el desgarro que les había provocado la pérdida de sus hijos.

Yo no entendía —ahora sé que porque no he perdido a un hijo— por qué no desaparecían la pena y el dolor de estos padres, a pesar de haber vivido unas experiencias que les han permitido contactar con sus hijos e interactuar con ellos para constatar que están vivos, si bien en otro plano.

Pero lo entendí rápido cuando uno de estos padres manifestó su contento por haber podido contactar con su hijo, por haber podido escucharlo y ver que estaba en la

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luz: «Todo esto está muy bien —me dijo—, y me alegro de saber que mi hijo está bien…, pero la pérdida es la pérdida y no lo puedo abrazar».

En este punto pude darme cuenta de que hay dos caminos que, aunque paralelos, son diferentes: uno es el del ser que ha realizado el tránsito, que en su anhelo de ir a la luz tiene que procurar desprenderse de los apegos emocionales; otro es el de los llamados dolientes, que quedan en este plano y que tienen que realizar el camino para evolucionar en su propio duelo.

Quiero expresar mi gratitud a un grupo de padres que, en estado regresivo, han logrado contactar con sus hijos, porque me permiten reunirme con ellos durante tres días una vez al año y esto me brinda la oportunidad de seguir observando la evolución que van teniendo en su duelo. Es evidente que la evolución es diferente en cada uno de ellos, pero solo en cuanto al tiempo, porque el camino es el mismo.

No voy a entrar aquí en la enumeración de las fases del duelo, que ya han establecido, de forma clara y brillante, especialistas en este tema, pero sí quisiera aportar mi granito de arena según lo que llevo observado.

He podido comprobar cómo, desde el primer momento, estos padres y madres quedan atrapados en su dolor preguntándose constantemente «¿por qué?», y no hay un tiempo estándar de permanencia en este estado, ya que puede durar desde unas pocas semanas al resto de sus vidas.

Pero la gran mayoría, pasado un tiempo, logran desprenderse de ese ¿por qué?, aunque no del dolor, y

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empiezan a enfrentarse a una pregunta que se puede calificar como dura y que en los primeros momentos es absolutamente imposible de plantear: ¿para qué?

Ellos mismos se dan cuenta de que ya no hablan de la muerte, sino de la marcha de su hijo, y cuando empiezan a asumir que su hijo no ha desaparecido, sino que se ha marchado, empiezan a valorar y a entender todas las enseñanzas que les impartió y todos los momentos de felicidad que les deparó durante el tiempo que estuvo viviendo con ellos, antes de marcharse.

Este es el momento en el que son capaces de formularse otras preguntas: ¿para qué me ha servido la marcha de mi hijo?, ¿qué tengo que aprender con la marcha de mi hijo?, ¿cómo han cambiado mis planteamientos de vida desde su marcha?, ¿qué veo ahora que antes no veía?, ¿qué valoro ahora que antes no valoraba?…

Pero, aunque el dolor nunca desaparece, como me dicen estos padres y madres, sí es cierto que es mucho más llevadero. Es como si doliera de otra manera, porque ya sabemos que nuestros hijos siguen vivos y nos lo demuestran con esa serie de señales que, frecuentemente, nos están mandando.

Quiero expresar mi gratitud a todos estos padres y madres que me permiten acompañarlos en su camino, que me permiten observarlos en su evolución, por toda la enseñanza que me están transmitiendo y por autorizarme a plasmar en este libro algunas de las señales que están recibiendo de sus hijos.

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Sé que soy incapaz de entenderos al ciento por ciento y no soy la persona adecuada para daros ese consejo que os puede hacer falta en un determinado momento, porque para lograr hacer eso tendría que pagar el precio y no quisiera vivir la experiencia de que se me marche una hija o un nieto; por eso, cuando no sabes qué decir es mejorpermanecer en silencio.

Pero sí quiero deciros que, hasta que nos llegue el momento de marchar, tanto Mari Carmen como yo vamos a permanecer a vuestro lado ofreciéndoos lo único que os podemos dar: nuestro amor y, muchas veces, nuestro silencio.

JUAN JOSÉ LÓPEZ MARTÍNEZ

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Mari Carmen y Gregorio

Enrique

1

R ecuerdo perfectamente la tarde de aquel día, lunes 13 de octubre del año 2014, cuando llegó a mi consulta una mujer absolutamente rota y deshecha

diciéndome que el 31 de octubre de 2011 su hijo, Enrique, había sido diagnosticado de un glioblastoma multiforme y que quince meses después, el 1 de mayo de 2013, había fallecido como consecuencia de esta enfermedad.

Siguió explicando que ella, desde el diagnóstico, había enfermado por anorexia y depresión, que concebía ideas de suicidio, lo que se agudizó aún más a partir de la muerte de Enrique. «Estoy atrapada en el dolor y no paro de preguntarme ¿por qué?, necesito echarle la culpa a alguien, al mundo, a Dios».

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Capítulo 1. Mari Carmen y Gregorio — Enrique34

Seguí escuchándola durante largo tiempo, en el que continuó llorando y repitiendo constantemente «¿por qué?». Nada de lo que yo pudiera decirle era válido para ella. «Es que a mí me han dicho —continuaba— que en estado regresivo se puede entrar en contacto con los seres que han fallecido, y yo quisiera poder contactar con mi hijo».

Le expliqué que es cierto que en estado regresivo hay personas capaces de lograr contactar con sus seres queridos que ya han pasado por la experiencia de la muerte, pero también le expuse que, en esos momentos, lo que en mi opinión necesitaba era atención psicológica o psiquiátrica que la ayudara a superar el estado en el que se encontraba. Más adelante podríamos plantearnos lo de la experiencia regresiva.

En los primeros meses del año 2016 fui invitado por una asociación de duelo de la ciudad de Murcia a dar una charla sobre el proceso de la muerte. Al finalizar este evento, Mari Carmen me estaba esperando en la puerta y me dijo «creo que ya estoy preparada para hacer lo que tenemos pendiente», por lo que el martes 17 de mayo de 2016 nos vimos en la consulta. Esta evolución de Mari Carmen me lleva a pensar en la necesidad de poder disponer de un equipo multidisciplinar para la atención de estos casos, formado por psicólogo, psiquiatra y un experto en terapia regresiva. Creo que este sueño alguna vez se hará realidad.

Mari Carmen

Mari Carmen llegó a la consulta acompañada por Gregorio, quien, por su condición de médico, venía con

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reservas acerca de la posibilidad de que su esposa pudiera llegar a ese estado regresivo del que yo hablaba y lograra contactar con su hijo Enrique. No obstante, también es cierto que, por su condición de padre, deseaba que esto pudiera suceder aunque no encontrara una explicación lógica y científica. Nada de eso le iba a impedir aceptar el resultado si este era el esperado y deseado.

Nada más cerrar los ojos, Mari Carmen manifiesta estar sintiendo una gran tristeza que localiza en el pecho y que define como una herida abierta y horizontal que le duele mucho y le impide respirar bien. Al pedirle que me muestre la respiración, me dice:

—Quiero respirar, y duele tanto que intento no respirar, pero me ahogo. Me encuentro en una cárcel oscura y húmeda, estoy en pie con las manos agarradas a los barrotes y soy un hombre joven muy delgado. Yo no debería estar aquí, no he hecho nada y me voy a morir si no me sacan, me siento y meto la cabeza entre las piernas a esperar que pase el tiempo.

Al pedirle que retroceda al principio de esta experiencia, Mari Carmen continúa diciendo:

—Estoy en una casa muy pobre. Hay un fuego, y junto al fuego hay una mujer que es mi madre, que al mirarla me recuerda a mi madre en esta vida como Mari Carmen. También hay una niña pequeña y rubia, con los ojos azules, que no me recuerda a nadie que yo conozca en mi vida actual; también hay un niño que me recuerda a mi hijo Enrique.

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Capítulo 1. Mari Carmen y Gregorio — Enrique36

»Por la mañana salgo de casa, voy descalzo porque no tengo zapatos, me voy al mercado, estoy paseando entre los puestos y tengo mucha hambre. Hay una manzana amarilla en el suelo, la agarro y le doy un bocado. Una mujer empieza a gritar: «¡al ladrón!». Yo no me muevo porque no he robado nada, pero vienen los guardias, me agarran y me llevan arrastrando, haciéndome daño en la punta de los pies, hasta llegar a la cárcel. Los guardias llevan cosas metálicas y una lanza en la mano.

»Yo nada más que agarré una manzana que estaba en el suelo, solamente quería comer porque tenía mucha hambre, yo no soy un ladrón, me han llevado directamente a la cárcel, pero no me han juzgado.

»A las tres semanas llega a la cárcel un hombre mayor que yo, con el pelo largo, los dientes estropeados y feos, los ojos pequeños y hundidos, y se está riendo de mí.

»Este hombre me saca de la cárcel y me va empujando por una especie de pasillo hasta que llegamos a una plaza en la que hay mucha gente, yo siento más vergüenza que miedo porque voy semidesnudo y se me ve el pecho, los brazos y las piernas. Este hombre me sigue empujando para que suba unas escaleras de madera; una vez arriba me colocan en pie sobre un cajón de madera y otro hombre, por detrás, me pone una cuerda gruesa en el cuello, con tres nudos gordos que se me clavan. Al momento tiran de la cuerda, me suben y se me quiebra el cuello hacia la derecha, mis pies están volando porque ya no están sobre el cajón.

»Pero yo no he sentido nada, estoy viendo mi cuerpo colgando y no me duele nada».

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Tras una pausa, Mari Carmen continúa:

—Estoy viendo una gran luz blanca que al principio es como un túnel, pero no da miedo, está todo blanco. Entro en la luz y tengo ganas de seguir hacia delante porque estoy sintiendo paz, infinito amor, y hay muchos seres de luz. —Y llorando, continúa—: Veo venir a Enrique, me está sonriendo, lo abrazo, siento el abrazo y me está diciendo: «Mamá, estoy bien». Cuando venía iba todo de blanco, pero al abrazarme lleva su ropa, me agarra de las manos y me da mucho cariño. Hijo mío, te quiero mucho, ¿por qué te has ido tan pronto? No me contesta, solo me sonríe, me dice que está feliz y que ya entenderé por qué se ha marchado tan pronto. Quiero darle otro abrazo, siento su abrazo y no lo quiero soltar.

—Pero tienes que soltarlo, se tiene que quedar en la luz y no debes ponérselo difícil, porque el amor es libertad.

—Está mirando a su padre y quiere darle un abrazo.

—Muy bien, obsérvalo cómo lo abraza. —En ese momento, Gregorio manifestó sentir también el abrazo de Enrique—. Mari Carmen, fíjate en que tu hijo ya está en la luz, pero todavía hay una parte de él que, cuando se acerca a ti, se viste como se vestía: es posible que esa parte aún esté retenida en tu dolor. Creo que ya es hora de que esté totalmente de blanco y se acerque a ti sin necesidad de vestir la ropa que vestía; sucederá cuando le hagas sentir tu aceptación de su marcha.

—Le estoy dando un beso y le toco la cara, se va andando de espaldas y mandándome un beso… Ya se va.

***

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Amigo lector, puede ser que en este momento te preguntes cómo es posible que Mari Carmen se encuentre con Enrique en la luz, a la que ella ha llegado después de su experiencia de muerte en una vida pasada.

Para encontrar la respuesta a esta pregunta me tengo que remitir a mi segundo libro, El eterno presente del Alma, en el que hago referencia a que el Alma siempre está en su eterno presente, para ella todo está pasando a la vez, porque para el Alma no hay tiempo ni espacio.

En el momento en que el Alma de Mari Carmen llega a la luz, después de abandonar el cuerpo de ese hombre joven que cuelga de la horca, vuelve a entrar en ese estado atemporal en el que todo está pasando a la vez y en el que no hay pasado ni futuro porque solo existe ese presente en el que todo y todos coincidimos.

Gregorio, a pesar de su pensamiento como hombre de ciencia, aceptó plenamente lo que acababa de presenciar y vivir, sobre todo en el anhelo de que fuera positiva para su esposa la experiencia que acababa de realizar, pero él, como padre y como médico, llevaba dentro la impotencia de no haber podido curar a su hijo y el dolor de haberlo perdido.

Gregorio

El 15 de marzo de 2017, tuve la gran suerte de poder acompañarlo en su experiencia. Antes de cerrar los ojos comenzó a hablar:

—Cuando yo tenía cuatro años nos llevaron a los tres hermanos a casa de unos familiares. Cuando volvimos a

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casa, mi padre estaba muerto, había gente vestida de negro llorando y, como yo era el pequeño, me puse en el regazo de mi madre, pero ya no recuerdo nada más.

—Muy bien, ahora cierra los ojos y al contar hasta tres retrocedes a ese día.

—Llegamos a casa, en el comedor hay muchas sillas y muchas mujeres vestidas de negro sentadas en las sillas. Una es mi madre. Me pongo en su regazo, me abraza y llora. —En este momento, Gregorio comienza a llorar. Luego continúa hablando—: Siento mucha pena y mucha tristeza, yo también estoy llorando y me duermo.

—Muy bien, ¿qué pasa a partir del momento en que te duermes?

—Veo mi cuerpo acurrucado, a la vez que mi madre llora y se balancea, las demás mujeres también lloran y están rezando. Yo estoy viendo todo esto desde arriba.

—Estás fuera de tu cuerpo porque tu cuerpo está dormido y esto te permite poder verlo desde arriba. Pero date cuenta de que el cuerpo de tu padre también está dormido, aunque para siempre, y esto le permite hacer lo mismo que tú estás haciendo. ¿Dónde está tu padre?

—Mi padre está a mi lado aquí arriba, me ve y se ha dado cuenta de que yo también lo estoy viendo. Mi padre está sonriente y me dice «Hola, Gregorín». Sabe y entiende lo que ha pasado y se ha dado cuenta de que solo se ha muerto su cuerpo, dice que va a estar un poco más por aquí y después se marchará a la luz. Le doy la mano a mi padre.

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—Agarra bien la mano de tu padre y dime, aquí y ahora, ¿dónde está tu padre?

—Está a mi lado, lleva traje negro, camisa blanca, corbata, el pelo peinado hacia atrás y también lleva bigote. A mi hijo le pusimos su nombre.

—Pregúntale a tu padre si está en la luz.

—Se lo pregunto, pero no me dice nada.

—¿Tú estarías dispuesto a prestarle tu voz a tu padre, durante unos minutos, para que yo pueda hablar con él?

—Sí, claro que sí.

—Ahora me dirijo a ti, Enrique, tu hijo Gregorio te permite que utilices su voz para poder expresarte para que yo te pueda escuchar. Hola, Enrique, ¿cómo estás?

—Hola, estoy bien.

—¿Qué haces aquí, con tu hijo?

—No lo sé, estamos todos aquí en la casa, la familia y los vecinos.

—¿Tú sabes por qué están en tu casa toda la familia y todos los vecinos?

—Porque me he muerto.

—Pero en realidad estás vivo, porque ahora mismo estás hablando conmigo, y solamente se ha muerto tu cuerpo físico.

—Sí, ya lo sé, ha sido un descanso para mí.

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—Y ahora, después de haber perdido tu cuerpo físico, ¿qué es lo que haces?

—En realidad, no hago nada, me dedico a estar aquí observando a mi familia.

—¿Estás cada día con un miembro diferente de tu familia?

—Para mí ya no hay días y estoy con todos a la vez, observándolos.

—Pero tu hijo Gregorio vive en Alhama de Murcia; y los otros, ¿dónde viven?

—No, mi hijo vive aquí, en mi casa; todo el mundo está en mi casa.

—Escúchame, Enrique, tu hijo, Gregorín, ya no tiene cuatro años.

—Bueno.

—Yo te lo voy a explicar para que no estés confundido. ¿Tú estás todavía ahí, te acabas de morir y tu cuerpo físico está aún en la caja?

—Sí, así es.

—Pues verás, tu hijo, Gregorín, ya tiene cincuenta y siete años, es decir, hace cincuenta y tres años que sucedió eso que tú estás viendo; hace cincuenta y tres años que tu cuerpo físico está en la caja porque ese es el tiempo que hace que te moriste.

—Pero ¿qué me estás diciendo?, no puede ser, yo estoy aquí con ellos y los estoy observando.

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Capítulo 1. Mari Carmen y Gregorio — Enrique42

—Escúchame, Enrique, estamos en el año 2017, tu hijo Gregorio es médico, se casó y tuvo un niño y una niña, y al niño le pusieron tu nombre. Todo esto ha ocurrido durante estos cincuenta y tres años. Lo que pasa es que, a partir de perder el cuerpo físico, para nosotros ya no hay tiempo ni espacio, ya no hay días, como tú bien has dicho antes. Quiero que tomes conciencia de esto que te acabo de decir, ¿tú sigues aún en tu casa?

—Sí, claro, estoy aquí.

—Pues tienes que salir de ahí, Enrique.

—¿Y adónde voy a ir?

—De eso es de lo que tenemos que hablar. Cuando perdemos el cuerpo físico durante el proceso de la muerte, y esto ya lo tienes claro, lo siguiente que tenemos que hacer es buscar la luz.

—¿Y qué es la luz?

—Según lo poco que yo aún sé, puedo decirte que es el lugar de donde vinimos para nacer en el cuerpo físico y al que tenemos que volver, una vez que perdemos el cuerpo físico, durante el proceso de la muerte.

»También he llegado a saber que en la luz no se juzga a nadie, que todo está bien y que vives en un estado de paz y amor infinitos. Fíjate si será bueno que todos los que contactan con la luz se quedan en ella; además, desde allí puedes seguir cuidando a los tuyos.

»Todo esto es lo que te puedo decir a tu pregunta sobre qué es la luz, pero hay algo más interesante y es que la descubras tú, ¿qué te parece?».

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Sigo a vuestro lado 43

—Algo está pasando, veo gente que baja, no sé de dónde, pero están bajando.

—Bueno, obsérvalos; ¿cómo es esa gente?

—Uno es mi nieto.

—¿Y cómo sabes que es tu nieto?

—No lo sé, pero viene hacia mí. No dice nada, solo me mira y sé que es mi nieto, por los ojos.

—Pues ese es el hijo de Gregorio, el que se llama como tú, y él también ha perdido su cuerpo físico porque, al igual que tú, también ha pasado por el proceso de la muerte. La única diferencia contigo es que tu nieto ya está en la luz.

—Lo veo feliz y sonriente, resplandece mucho y tiene una mirada especial.

—¿Te quieres marchar con tu nieto?, él sabe de la luz mucho más que yo.

—Me está diciendo que es un sitio maravilloso, con mucha paz y amor, al que todos tenemos que ir, donde permanecemos un tiempo y donde todos somos uno. Me quiero ir con mi nieto.

—Antes de marcharte, pregúntale a tu nieto si estaría dispuesto a utilizar la voz de su padre para hablar conmigo.

—Dice que sí, pero ¿yo qué hago?

—Pues salir del cuerpo de tu hijo y esperarte con esos compañeros de tu nieto. Así, cuando terminemos, ya te

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Capítulo 1. Mari Carmen y Gregorio — Enrique44

vas con todos a la luz. Pero antes de marcharte, ¿quieres decirle algo a tu hijo Gregorio?, él te está escuchando.

—Que ha sido una lástima el que no hayamos podido convivir y que tenía muchas esperanzas.

—Bueno, ve con los compañeros de tu nieto y que Dios te bendiga.

En ese momento comencé a dirigirme a Enrique, el hijo de Gregorio:

—Hola, Enrique, muchas gracias por acceder a hablar a través de tu padre. ¿A qué se debe que te emociones?

—No soy yo quien está emocionado, es mi padre.

—¿Qué nos podrías decir de la luz?, me gustaría saber y aprender.

—En la luz está la sabiduría, pero hay que trabajarla para lograrla, yo aún no la tengo.

—¿Es cierto que en la luz hay como diferentes niveles?

—Sí, se puede decir así.

—¿De qué depende el poder estar en uno u otro?

—De lo que aprendemos cuando estamos encarnados.

—¿Te has dado cuenta de que está aquí tu madre?

—Sí.

—¿Quieres decirles algo a tus padres?

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—Que las cosas son como son y tienen que ser así, todo está bien, estoy donde tengo que estar; estad tranquilos, que nos volveremos a ver. Os he querido mucho y os sigo queriendo, ahora quiero a todo el mundo.

—Enrique, ¿tú podrías utilizar el cuerpo de tu padre para abrazar a tu madre y que de esta manera ella pudiera sentir tu abrazo físico?

—Me gustaría hacerlo.

—Mari Carmen, acércate y permítete sentir el abrazo de tu hijo a través del cuerpo de tu marido.

Y pasados unos minutos, en los que Mari Carmen no cesó de llorar:

—Enrique, ¿puedes utilizar ahora el cuerpo de mamá para que tu padre sienta tu abrazo?

—Claro que sí.

En este momento cesó el llanto de Mari Carmen y fue Gregorio quien comenzó a llorar.

—Enrique, vuelve de nuevo al cuerpo de tu padre. ¿Tienes algo más que decir?

—Daros las gracias por esta oportunidad que me habéis brindado.

—Enrique, ya puedes marchar a la luz con tu abuelo, gracias por lo que nos has enseñado y que Dios te bendiga.

***

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Capítulo 1. Mari Carmen y Gregorio — Enrique46

Amigo lector, es muy aleccionador el ver en esta experiencia cómo el alma desencarnada, después de dejar el cuerpo físico, puede quedar atrapada de forma atemporal en el presente de una vivencia, ya que para ese ser ya no hay tiempo ni espacio. Por eso el padre de Gregorio quedó atrapado en el día de su velatorio y lo que para nosotros había sucedido hace cincuenta y tres años para él, en cambio, aún estaba pasando.

Señales de Enrique

Mari Carmen

Soy Mari Carmen, madre de Enrique y Elena. Mi hijo nació veintidós meses antes que su hermana.

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Enrique llegó a nuestras vidas después de ser diagnosticada de infertilidad, lo que, en teoría, me impedía ser madre, algo que, por otra parte, yo deseaba ser con todo mi corazón. Tomo pues este hecho como el primero de tantos regalos que recibí de él.

Recién cumplidos los 19 años, Enrique abandonó su cuerpo físico, dejando en nuestras vidas la experiencia de haber tenido con nosotros a un ángel.

Desde su nacimiento, nuestro hijo nos dio todas las alegrías que pueden tener unos padres; y más tarde, durante su enfermedad, también el mayor ejemplo de entereza, aceptación, humildad y valor, que no podían venir sino de un ser especial como era él.

Desde que marchó, su presencia ha sido continua, pero elige formas diferentes de comunicarse para su papá, para su hermana y para mí.

Señales

La primera señal de mi hijo Enrique que fui capaz de reconocer se dio pocos meses después de su marcha.

Como cada día, mi gran amiga, compañera y casi hermana, Mati, fue a recogerme a casa para dar un paseo.

Su objetivo era sacarme de casa un rato y conseguir que mi cuerpo y mi mente se alejaran un poco del dolor continuo que yo sentía desde que se fue mi hijo.

Mati fue la primera maestra de Enrique, también es la madre de uno de sus mejores amigos de la infancia, Pablo,

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Capítulo 1. Mari Carmen y Gregorio — Enrique48

y, junto a su marido, han formado parte de nuestras vidas desde que llegamos a vivir a Alhama de Murcia.

Siempre han estado con nosotros y, hoy, no sé cómo agradecerle todo lo que hizo por mi familia.

Caminamos durante dos horas por los campos que rodean nuestra localidad. Hablamos de todo un poco, pero el tema principal era Enrique; recordábamos su niñez, anécdotas del colegio, su carácter afable, la entereza con la que llevó la enfermedad… Mati sabe escuchar y durante largos minutos me dejaba hablar de mi hijo, sabía el bien que me hacía.

Ella acabó diciéndome que él seguía entre nosotros y que yo podría llegar a sentirlo como la sentía a ella, que fuera paciente y que tuviera la certeza de que Enrique estaba bien y que me lo haría saber tarde o temprano, solo tenía que aprender a escucharlo y a sentirlo.

Casi al final del paseo, Mati se acercó a un limonero y cogió un limón. Me explicó que esa noche iba a hacer un bizcocho y que el aroma del limón fresco le daría muy buen sabor. Acabamos nuestro paseo hablando de limones.

Al entrar en casa encontré a mi marido en la cocina, comentamos cómo había ido la tarde y finalmente nos abrazamos; yo comencé a llorar.

A menos de 50 centímetros había un frutero hondo con varios limones en su interior, ninguno de los cuales llegaba a sobrepasar el borde del recipiente. De pronto, un limón saltó fuera del frutero y cayó al suelo sin que hubiera habido ningún motivo físico que provocara semejante movimiento. No daba crédito a lo que estaba viendo.

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Le conté a Gregorio la conversación que sobre nuestro hijo había tenido con mi compañera, así como la anécdota del limón para su bizcocho.

Me quedó clarísimo que Enrique estaba en casa con nosotros diciéndome que esa tarde había paseado conmigo.

El número 13 marcó la vida de mi hijo, era su número favorito.

Nació un día 26 (13 + 13). Su onomástica es el 13 de junio y marchó el 1 de marzo (1 del 3) de 2013 (13 y 13).

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Su padre y dos de sus mejores amigos, Víctor y José Ramón, llevan tatuado en su piel el número 13 en memoria de Enrique.

No sé precisar el momento en el que mi hijo decidió comunicarse conmigo a través de este número, pero la evidencia me hace creer que es una de sus señales.

En mi mesilla de noche hay una foto de Enrique en una de las mejores épocas de su vida, el verano después de aprobar selectividad, pletórico antes de entrar en la universidad.

Está en el jardín de la casa de la playa de su madrina, que fue quien hizo la foto. Su postura es relajada y tiene una preciosa sonrisa. Enrique en esencia, Enrique en estado puro.

Decidí que sería esta imagen de mi hijo la primera que vería cada día al despertar y la última cada noche.

Junto a la foto hay un viejo despertador digital con números grandes y luminosos.

Un día de los que no era capaz de tranquilizar mi alma, sin necesidad de hacerlo, subí a mi habitación, en mi cabeza sonaba continuamente «mamá, mamá». Allí me encontré sin saber qué hacer, así que me senté en la cama y miré la foto de mi hijo…, al lado, el reloj marcaba las trece horas.

Volví a mirar la foto y lo sentí allí, volví a escuchar: «Mamá, cuando me necesites yo estaré». Mi hijo estaba consolándome, era su voz, era él.

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Volví a mirar su imagen, y Enrique me sonreía.

Desde entonces, han sido infinitas las comunicaciones a través de este reloj; siempre que tengo esa sensación aparece sencillamente el número trece en ese reloj, bien directamente, bien como suma de los dígitos.

En noches eternas de desvelo, miro a Enrique y ahí está: las 03:55, 07:33, 04:27: 00:13… Infinitas combinaciones que no pueden ser fruto de la casualidad. Durante la mañana o la tarde, cuando necesito de mi hijo y escucho «mamá», su presencia se hace física ahí, los números luminosos suman siempre 13.

Llevo años comprobándolo. En la cocina, el horno y el microondas tienen relojes digitales, también los hay en el comedor y nunca he sentido la necesidad de mirarlos y sumar sus cifras. De la misma manera, entro frecuentemente en mi habitación y no miro el reloj, porque no siento esa necesidad.

Solo cuando escucho «mamá» o cuando mi hijo sabe que necesito ayuda aparece esta señal.

Al principio lloraba, lloraba mucho porque yo necesito a mi hijo como antes, encarnado. Poco a poco acepto que, por ahora, es una de las maneras de estar conmigo y hacerse presente. Ahora, acepto y agradezco y, cuando escucho «mamá», miro el reloj, miro a mi hijo y los dos sonreímos.

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A Enrique le encantaba ir a los parques de atracciones, ¡cómo disfrutaba!, y tuvo ocasión de conocer todos los parques temáticos importantes.

En mayo de 2018 (cinco años después de la marcha de Enrique) y durante el viaje de estudios con mis alumnos a Madrid, tuve otra clara señal en el Parque Warner.

Llegamos a primera hora de la mañana para que los niños aprovecharan el día, y desde el primer momento, el cúmulo de imágenes vividas allí años atrás, el sentimiento de que no volvería nunca, la ausencia, el bullicio, los fuertes ruidos de las atracciones de mayores, en las que Enrique nunca montaría ya, me hicieron darme cuenta de que el día sería largo y duro, la tristeza se había instalado en mí y ya no me abandonaría en todo el día.

A última hora de la tarde, los niños disfrutaron de un tiempo suficiente para comprar recuerdos, tomar un helado o volver a recorrer el parque antes de marcharnos.

Era el momento de cada uno, y yo me separé un rato de mis compañeras. Anduve por todo el recinto, en ocasiones sin querer reprimir las lágrimas. Paseé evocando el día que pasamos allí toda la familia; recordaba cada rincón…, cada parada para hacer fotos…, las risas de mis hijos…, la felicidad de entonces.

Andaba sin rumbo fijo, mi cabeza no paraba y, deseando que aquello acabara ya, repetía constantemente: «Sin ti no puedo, hijo».

No sé qué me llevó a entrar en esa tienda de recuerdos, pero allí estaba yo, frente a las tazas dedicadas a los

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superhéroes que tanto le gustaban a Enrique. Sin pensarlo compré dos, las dos que más le habrían gustado… Dos, para siempre dos.

Ya con las tazas en las manos volví en mí y me di cuenta de que, tal vez, ver esas tazas cada día podría ser muy doloroso. Y otra vez esa sensación «mamá».

Con los ojos nublados por las lágrimas salí de allí y continué caminando. No paraba de pensar en mi hijo, el ruido se hizo imperceptible para mí, no veía a la gente, solo sentía dolor, mucho dolor; andando, andando volví a pasar por la misma tienda y entonces vi la señal, yo, que siempre ando mirando hacia abajo, levanté la vista y leí el nombre de aquella tienda: Sigue Adelante.

Me estremecí con una mezcla de dolor y esperanza, porque si mi hijo era capaz de comunicarse conmigo estando en dos estados diferentes, algún día volveríamos a estar juntos. ¿Dónde, cómo, cuándo?… Eso lo sabré en su momento. Y con esa toma de conciencia continué mi viaje.

Gregorio

Durante la enfermedad de Enrique había dejado de hacer deporte y, tras su marcha, pronto sentí la necesidad de salir a caminar por el monte yo solo, necesitaba esos momentos de soledad ref lexiva para ordenar mis pensamientos, mis recuerdos y organizar el futuro, al menos el inmediato.

Así que empecé a salir a caminar por el monte los fines de semana, era marzo. Pronto empecé a ver que, a menudo,

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dos mariposas, una monarca y una mariposa de la coliflor, me acompañaban durante largos ratos, nada raro si se tiene en cuenta que vivimos en Levante y era primavera.

Lo extraordinario es que llegó el verano, seguido del otoño y el invierno, y las mariposas seguían acompañándome, hiciese frío o calor, viento o incluso lluvia, a 200 metros de altitud o a 1500. Era un fenómeno llamativo, pero sin más, al que no le daba ningún significado.

Tomé conciencia del significado de esas mariposas que me acompañaban en mis paseos por el monte gracias a dos fuentes: en primer lugar, la presentación musical y la performance celebradas en el Congreso Vida Más Allá de la Vida, que se reúne cada año en Albacete; en segundo lugar, un libro de Elisabeth Kübler-Ross que estaba leyendo en el momento del evento.

Ratifiqué este significado con la ayuda de Juan José López Martínez, que me ha acompañado y guiado en este proceso de toma de conciencia.

Comprendí el significado de estas mariposas que me hablaban de la transición entre la vida y la muerte y de la inmortalidad del alma, y reconocí que era la señal que Enrique me estaba dando de su presencia junto a mí, para que comprendiese el significado de la muerte del cuerpo y la inmortalidad del alma, así como la eterna Rueda de la Vida.

Esta toma de conciencia me llevó a iniciar un camino de sanación, propia primero y como terapeuta profesional después, en el mundo transpersonal, una actividad que me llena de satisfacción a través de las respuestas de mis pacientes. Y que me confirma día a día que he

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comprendido la señal que Enrique me daba y que elegí el camino profesional que me indicaba.

Hoy día, cuando salgo a correr, sigo acompañado, a ratos, de algunas de esas mariposas, y me llena de alegría reconocer en ellas la comunicación con Enrique.