Jacques Ranciere Politico Comunicacion

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Titulo: “Lo político como comunicación distorsionada. Una lectura sobre Jacques Rancière” Autor: María Antonia Muñoz. Reseña biográfica: argentina, candidata a doctora por la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales y Maestra en Ciencias Sociales. www.politicas.posgrado.unam.mx. Dirección correo electrónico: [email protected] Dirección postal: Diagonal San Antonio N 1709, dto8. Colonia Narvarte, Delegación Benito Juárez. Código Postal 03020. Distrito Federal, México. Resumen. El presente artículo tiene la intención de reflexionar en torno a un criterio para definir y estudiar a lo político que incluya los procesos de comunicación social y que no se reduzca a las prácticas institucionalizadas del conflicto que se encierran en el subsistema político. Jacques Rancière es uno de los que intenta abordar a lo político definido como aquellas prácticas guiadas por la suposición de que “todos somos iguales” y que intentan verificar esa suposición a través de una elaboración discursiva y significativa. Estas se efectúan por la acción “incorrecta” de un sujeto que, sin estar “autorizado” para hablar, de todas maneras lo hace y funda la comunidad a través de un litigio y de un argumento o demostración que pone a prueba los nombres y los lugares dados en la comunidad. Entendida como una comunicación entre dos lógicas inconmensurables y heterodoxas, este concepto de la política posee ventajas y desventajas que este artículo intenta desarrollar. 1. Introducción Desde Carl Schmitt la definición en torno a lo político se ha escapado de los dominios del Estado. Este proceso de migración ha continuado hacia la sociedad civil sobre todo con Antonio Gramsci y, posteriormente, los estudios sobre los movimientos globalizados han inscripto a lo político también en la escena supraestatal. Hay algo común en este peregrinaje. En primer instancia, implica el consenso en torno a que es posible disputar las relaciones de poder en cualquier rincón de lo social y, en segunda, que ningún fenómeno político puede ser esquivo de lo público y que incluye un proceso de comunicación en el cual se disputan los sentidos. Lejos de aquellos autores como Rawls o Habermas que orientan sus aparatos teóricos hacia la eliminación o reducción de los conflictos y hacia la búsqueda de una racionalidad y universalidad que no conoce la exclusión (Mouffe, 1999), la posición que se asumirá en el presente artículo es que lo político no puede eliminar los antagonismos y que estos incluso son positivos en la ardua e infinita tarea de construcción de un orden democrático. Entre otros, uno de los autores que defiende esta tesis es Jacques Rancière quien en su reconocido trabajo “El desacuerdo” (1996) se inscribe en la tradición “pos fundamento”. Esta defiende la tesis que no existe ningún objeto o verdad última sobre la cual se puede dar un sentido Distribuído por CIUDAD POLITICA- www.ciudadpolitica.com - 1 -

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Titulo: “Lo político como comunicación distorsionada. Una lectura sobre Jacques Rancière”

Autor: María Antonia Muñoz.

Reseña biográfica: argentina, candidata a doctora por la Facultad de Ciencias Políticas y

Sociales y Maestra en Ciencias Sociales. www.politicas.posgrado.unam.mx.

Dirección correo electrónico: [email protected]

Dirección postal: Diagonal San Antonio N 1709, dto8. Colonia Narvarte, Delegación Benito

Juárez. Código Postal 03020. Distrito Federal, México.

Resumen.

El presente artículo tiene la intención de reflexionar en torno a un criterio para definir y estudiar a

lo político que incluya los procesos de comunicación social y que no se reduzca a las prácticas

institucionalizadas del conflicto que se encierran en el subsistema político. Jacques Rancière es uno

de los que intenta abordar a lo político definido como aquellas prácticas guiadas por la suposición

de que “todos somos iguales” y que intentan verificar esa suposición a través de una elaboración

discursiva y significativa. Estas se efectúan por la acción “incorrecta” de un sujeto que, sin estar

“autorizado” para hablar, de todas maneras lo hace y funda la comunidad a través de un litigio y de

un argumento o demostración que pone a prueba los nombres y los lugares dados en la comunidad.

Entendida como una comunicación entre dos lógicas inconmensurables y heterodoxas, este

concepto de la política posee ventajas y desventajas que este artículo intenta desarrollar.

1. Introducción

Desde Carl Schmitt la definición en torno a lo político se ha escapado de los dominios del Estado.

Este proceso de migración ha continuado hacia la sociedad civil sobre todo con Antonio Gramsci y,

posteriormente, los estudios sobre los movimientos globalizados han inscripto a lo político también

en la escena supraestatal. Hay algo común en este peregrinaje. En primer instancia, implica el

consenso en torno a que es posible disputar las relaciones de poder en cualquier rincón de lo social

y, en segunda, que ningún fenómeno político puede ser esquivo de lo público y que incluye un

proceso de comunicación en el cual se disputan los sentidos. Lejos de aquellos autores como Rawls

o Habermas que orientan sus aparatos teóricos hacia la eliminación o reducción de los conflictos y

hacia la búsqueda de una racionalidad y universalidad que no conoce la exclusión (Mouffe, 1999),

la posición que se asumirá en el presente artículo es que lo político no puede eliminar los

antagonismos y que estos incluso son positivos en la ardua e infinita tarea de construcción de un

orden democrático. Entre otros, uno de los autores que defiende esta tesis es Jacques Rancière quien

en su reconocido trabajo “El desacuerdo” (1996) se inscribe en la tradición “pos fundamento”. Esta

defiende la tesis que no existe ningún objeto o verdad última sobre la cual se puede dar un sentido

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definitivo a lo social. En el presente artículo se desarrollará la idea de que lo político se define a

partir de un litigio que instituye una comunicación distorsionada entre la comunidad parlante y una

parte de esa comunidad que no cuenta como palabra.

2. La política como la institución de una comunicación distorsionada.

Para Rancière la política es una forma de comunicación distorsionada. Ésta no está basada en un

fundamento lingüístico comunitario o en una disposición antropológica hacia lo común (Rancière,

2005). Por una vía que no desarrolla una ontología acerca del orden,i Rancière arriba a una

concepción que excluye cualquier astilla esencialista de la política, excluyendo la necesidad de una

ley en la historia, posicionándose en contra de la idea de que existe algún terreno que funda el

ejercicio del poder y desterrando algún lugar en la estructura para pensar a los sujetos. Por un lado,

se posiciona contra la concepción de que la política existe o por la existencia de un bien común

encarnado en el Estado o por la permanencia negociada del conjunto de los intereses individuales.

Por otro lado, embiste contra la “filosofía política” que, desde su perspectiva, se funda en la

incongruencia de sus términos (Rancière, 1995). Mientras que la primera trata de buscar un camino

para encontrar, dentro de la comunidad, la justicia geométrica que permita consolidar un orden

perfecto donde no existen vacíos, la política es posible justamente por su opuesto, por la cuenta

errónea, por la incongruencia entre lógicas irreconciliables. Si la filosofía se orienta en la pretensión

de encontrar los caminos apropiados para la comunidad, la política se resume en la acción impropia,

inexacta.“La política no está hecha de socios que representan grupos efectivos sino que se refiere a

la cuenta en sí de un sujeto excedente respecto a toda distribución social. Y pasa así por un proceso

de subjetivación de aquel que toma la palabra y adopta un nombre para designarse.” (Rancière,

1999; 251).

Como Hannah Arendt, Rancière parece dar relevancia al espacio público como lugar en donde se

desarrollan el conjunto de prácticas que denomina política. No obstante, reacciona a la concepción

en torno a la política como sinónimo de buena vida o forma de vida puesto que esto constriñe a la

política a determinados temas e impide la tematización de la necesidad social y de la vida

económica de una comunidad. El filósofo se opone a asociar a la política con determinados

contenidos pero no a relacionarla con una determinada forma argumentativa por la cual se disputa

quien está autorizado para hacer enunciaciones y demostraciones en torno a lo que es común de la

comunidad. La política es, entonces, una práctica específica de antagonismo que despliega

públicamente dispositivos que ponen a prueba los operadores de la diferencia y borran las fronteras

entre lo político, lo social, lo privado y lo económico. Los agentes políticos instituyen en la

comunidad una comunicación distorsionada porque no se trata de un “debate” en torno a un objeto

y bajo determinadas condiciones universales de comunicación. Más bien lo se discute es la

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existencia misma del objeto de litigio, el terreno sobre el cual se establece el litigio y si la palabra

de los sujetos cuentan como palabra. Para entender mejor esto será necesario desarrollar el concepto

de policy y su relación con las prácticas políticas.

2.1. El orden policial y la política como régimen de la palabra.

Debido a que el núcleo del argumento está dirigido a detectar que es lo específico que define a la

política, la caracterización en torno al orden y a cómo éste se produce y reproduce, se comprime al

concepto de “policy”. Este es el “conjunto de procesos mediante los cuales se efectúan la

agregación y el consentimiento de las colectividades, las organizaciones de los poderes, la

distribución de los lugares y funciones y los sistemas de legitimación de esa distribución”

(Rancière, 1996: 43). Rancière no detalla cómo operan este conjunto de procesos, aunque se

resume en la operación de “gobernar” y “crear el asentamiento de la comunidad” (Rancière, 2000:

145). Tanto para explicar a la policy como para explicar a lo político, la visibilidad y las

operaciones de comunicación son fundamentales ya que describe al orden policial como régimen de

visibilidad que configura el lugar y la distancia entre las diferentes las partes. Esta división de lo

sensible fija al mismo tiempo un común compartido por la comunidad y unas partes exclusivas por

lo que así como define los que participan de la comunidad también define a los que no participan.

Siguiendo el desarrollo que realiza Aristóteles sobre el animal político como el que participa de una

comunidad del habla, Rancière denuncia la operación que es previa a la división entre gobernantes y

gobernados, ésta es la precede a ese tomar parte, es decir, aquella que decide quien hablan o

participan y quienes no (Rancière, 2002). Esta distribución de las tareas y las funciones, de quien es

visible o invisible en un espacio común genera un daño a la igualdad puesto que la policy lo que

hace es generar un sistema de formas que a priori determina quienes “hablan”, es decir, quienes

participan del lenguaje compartido, y quienes solo emiten “ruidos”. Estos últimos son denominados

“la parte de los que no tiene parte”.

Para Aristóteles los esclavos no tenían palabra, o más bien, emitían “ruidos” porque ella no contaba

como tal y, por tanto, eran invisibles al resto de la comunidad. Pero existe una trampa detrás del

ejercicio del poder que prescribe quien pronuncia ruidos y no palabras. La pregunta de Rancière

devela esa argucia ¿acaso para que el esclavo obedezca no tiene que compartir el lenguaje del amo

para comprender la orden que se le ha dado? Detrás de la pregunta “¿me comprendió?” que un amo

emite a su esclavo luego de un comando u orden existen dos operaciones; la primera es mostrar la

jerarquía por la cual uno esta destinado a mandar y el otro a obedecer pero, la segunda (y esta

permanece oculto en el orden policial), es que hay un mundo compartido de habla, de otra forma el

esclavo no entendería la orden que se le ha dado. “La parte de los que no tienen parte” es un

supuesto que no tiene lugar en la configuración sensible del orden policial (Rancière, 1996: 45) y la

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política lo que hace es justamente poner en evidencia esta comunidad que se funda sobre esa

ignorancia u olvido acerca de la exclusión tras la práctica de hacer público un argumento que opera

como verificador del principio de igualdad. En este momento donde dos lógicas se encuentran, la

lógica de la igualdad y la de la “policy”que distribuye los lugares y las funciones, se muestra la

contingencia de la forma que asumió el orden.

3.1. La política solo existe en la escena pública.

Aquella visibilidad o aparición pública “de la parte de los sin parte”, marca el inicio de la política

en el corazón del orden policial, al introducir un dispositivo que subvierte la división de los lugares

y las funciones. Este disturbio del régimen de lo visible se provoca a través de la irrupción de una

lógica heterogénea a la de la policy; la puesta en marcha de verificadores específicos de la igualdad

de cualquiera con cualquiera.

Al igual que muchos post marxistas y pos estructuralistas, Rancière hace fugar a la política más allá

del subsistema de intercambios institucionalizados del conflicto político que para él sólo es una

parte más del orden policial. Al convertirla en un objeto ubicuo, puesto que se trata de un

dispositivo que puede aparecer en cualquier rincón de lo social, desanuda al sujeto político de una

función social predeterminada o de un lugar específico dentro de la estructura social. La operación

por la cual “dos mundos quedan alojados en uno” (es decir, se genera la distorsión de la comunidad

como una suma de partes y funciones) se efectúa a través de un proceso de argumentación que no se

reduce a actos de habla sino que se extiende a todo tipo de actos públicos. “Hay política porque

quienes no tienen derecho a ser contados como seres parlantes se hacen contar entre éstos e

instituyen una comunidad por el hecho de poner en común la distorsión, que no es otra cosa que el

enfrentamiento mismo, la contradicción de dos mundos alojados en uno solo: el mundo en que son

y aquel en que no son, el mundo donde hay algo entre ellos y quienes no los conocen como seres

parlantes y contabilizables y el mundo donde no hay nada” (Rancière, 1996: 42).

Tras la aparición de la política, la comunidad existe de un modo particular, como comunidad del

conflicto y los sujetos existen en el proceso de anunciarse en ese conflicto. El encuentro entre dos

lógicas heterogéneas también expresa la apertura del orden y la presencia de sujetos irreductibles a

una lógica de la necesidad. “La parte de los sin parte” constituye una diferencia radical con respecto

al resto de las partes de la sociedad puesto que ponen a prueba el operador de la diferencia. No son

partes reales de la comunidad, no son una parte como el resto de las partes, puesto que su palabra

para el resto aunque la hacen contar a través del litigio.

Esta propuesta teórica supone una tríada conceptual que se asienta sobre tres términos: “policy” u

orden “policial”, política o proceso de emancipación y lo político que se reduce al encuentro entre

los dos primeros términos en el manejo de un daño a la igualdad (Rancière, 2000). Pero es necesario

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aclarar que no hay un supuesto detrás de emancipación última y definitiva. Más bien sólo pueden

existir “emancipaciones”, puesto que este encuentro entre lógicas opuestas y, por lo tanto,

irreductibles la una a la otra, no culmina en el éxito de la igualdad, puesto que la plenitud de este

universal siempre fracasa. Tras la introducción eventual de la política, “casi accidental en la

historia de los órdenes de dominación” (Rancière, 2001a; 7), se impone el orden policial, el cual se

constituye siempre sobre un daño a la lógica de la igualdad. Los ocasionales eventos políticos que

introducen un verificador del principio de la igualdad producen efectos sobre el orden social, pero

no constituye un orden de iguales (Rancière, 1995). El daño [tort] producido por la policy a la

igualdad, es “tratable” porque si bien la escena no se constituye a partir de un lenguaje homogéneo

o sobre pretensiones universales de validez, ésta puede llegar a constituirse y puede producir efectos

al desestabilizar la distribución de los lugares y las funciones.

Uno de los límites de esta propuesta es que la idea de que la política solamente se expresa cuando la

parte “de los desposeídos” hacen público un argumento que pone a prueba su igualdad con el resto

de la comunidad puede derivar en que pueda existir un orden social sin que haga aparición en

ningún momento la política, en otras palabras, no hay ninguna garantía, ni aún en aquellos órdenes

que se llaman democráticos, de que existan prácticas emancipatorias.

4. Lo político como lucha democrática.

La política no tiene para Rancière un formato vacío sino que tiene su propia medida: la igualdad

(Rancière, 2005). Esta se instituye sobre una lógica donde un universal se vuelve posible siempre de

manera distorsionada e incompleta ya que es a través de los dispositivos concretos o particulares del

discurso público de ciertos sujetos políticos que la igualdad se pone a prueba. No obstante, la

concepción de una comunidad fundada a partir del litigio dirigido por aquellos que revelan un

mundo común de habla, donde la disputa no es acerca del argumento, sino que éste pueda contar

como tal, reduce a lo político a una forma particular de enfrentamiento. “La parte de los sin parte” y

la revelación de ese excedente con respecto a toda distribución social es la fundación de un sujeto a

partir de un daño, que no se reduce a la identidad a partir de una confrontación, una negación de los

otros, sino que pone en práctica otro mecanismo más, el argumento de la igualdad. Este argumento

tiene un contexto histórico específico, ya que contiene un valor que nace en la modernidad,

reduciendo la política a aquellos movimientos democráticos populares, donde se identifica una

relación específica de dominación que se pretende disolver o emancipar.ii

Ahora bien, aunque es necesario para el análisis social distinguir los procesos por los cuales se

gobierna y se genera asentimiento en la comunidad de aquellos en que opera una disrupción a través

de la aparición de sujetos políticos que discuten que existe una forma determinada para la

comunidad y que disienten con que hay leyes naturales del orden, ¿cuál es el argumento por el cual

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la igualdad es el único universal por el cual existe la política? ¿Qué sucede entonces con aquellos

actores políticos que pueden irrumpir en un orden policial justamente proponiendo un opuesto a la

igualdad, como pueden ser los movimientos “neo nazis”?

Se podría concluir que Rancière reduce lo político a un tipo específico de luchas, aquellas que son

democráticas y populares, en tanto que se basan en un universal particular y plantean una relación

de dominación de un “olvidado” o “negado” frente a una comunidad “que olvida” o “niega” pero

¿cuáles son las consecuencias de ésta reducción? Si bien, tiene algunas ventajas dar cuenta que

existen diferencias entre los sujetos que encarnan enfrentamientos políticos, reducir la política de

esta manera posee un límite. ¿Acaso no existen sujetos que no operan sobre la verificación del

principio de la igualdad y la demostración de que se ha ejercido un daño y que a la vez provocan

una interrupción en el régimen de lo sensible? La ventaja con que cuenta el argumento de Rancière

es que deja bien en claro que el orden policial (si se quiere el momento de lo instituido o de lo

social entendido como los procesos de sedimentación) no está amenazado hasta que un sujeto hace

público un argumento verificador de la igualdad lo cual pone en el centro de la escena a un tipo de

comunicación no trasparente que no está predestinada a vencer ni a crear finalmente una sociedad

plena. Un estudio acerca de lo político debe explicar en cada caso concreto cuáles son esos

operadores y cuál es su intersección con el orden policial.

4.1 La democracia como régimen inexacto.

Para Rancière la democracia es el momento de institución de lo político, florece cuando se rompe

la norma por el cual existen algunos que están destinados o poseen la capacidad de gobernar y otros

que están para ser gobernados.iii El único requisito de la democracia es que para gobernar no se

necesita ningún requisito. La condición de existencia de ésta es la doble interrupción de que cada

uno tiene su lugar y de cualquier contenido de dominación. La democracia no tiene un contenido

concreto, pero tampoco se garantiza a través de ciertas reglas procedimentales, ésta es un

significado que existe cuando está en disputa sus sentidos. Por ello un lugar de aparición del pueblo

es condición de posibilidad de una democracia.

El valor del pueblo reside en su capacidad de poner en cuestión la distribución de los cuerpos y

funciones y justamente esta es el núcleo que caracteriza a una democracia. El pueblo adquiere, más

allá de todo contenido específico, un sentido estructural, es un suplemento que permite mostrar la

parte de los sin parte. No es el resultado de la suma de las partes de la comunidad, ya que esto

correspondería al régimen de lo visible definido anteriormente como “policy”, tampoco es la simple

demanda de aquellos que no tienen algo, lo que constituiría una diferencia o parte que puede ser

integrada sin irrumpir en la lógica policial. Es más bien la parte suplementariaiv con cualquier parte

de la comunidad que hace posible la identificación de la cuenta de los incontados con toda la

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comunidad (Tesis 5. Rancière; 2001; 5). El pueblo, sinónimo de “demos”, de “trabajadores” o de

cualquier nombre que adquiera un sujeto político, es un nombre impropio, es el sujeto que habla

cuando no tiene derecho a hablar, participa cuando no tiene derecho a participar. A través de este

mecanismo, la paradoja es doble. En primer instancia, porque es una parte que intenta representar al

todo (en un juego entre lo particular y lo universal). En segunda instancia es una parte que no tiene

nada, el elemento excluido, el momento del error en la cuenta de la sociedad, que representa al

cuerpo de la comunidad. Es el momento donde se hace visible la precariedad o el daño a la igualdad

sobre el cual está constituida la lógica policial, en otras palabras, el pueblo muestra un momento de

apertura del orden policial.

¿Cómo es posible esta equivalencia entre la parte sin parte y el todo? A partir de la critica al

pensamiento griego clásico, la cual también se extiende a aquellas filosofías que pretenden ser

políticas al fundar la constitución del orden en un bien común encarnado en el estado, en el diálogo

o en el contrato social basado en la suma de las racionalidades individuales. Todas estas filosofías

se basan en lo que Derrida dio a llamar “la metafísica de la plena presencia”, la cual se basa en la

idea de que existe un fundamento último sobre el cual la comunidad puede ser fundada o un criterio

objetivo que sirve como referencia para medir la excelencia de un orden o una forma específica del

ser que aún estando ausente es necesario crear los caminos para encontrarla.

El argumento de Rancière es que Aristóteles suponía que la comunidad estaba dividida en partes y

cada una aportaba algo específico a la comunidad. Los oligarcas, la riqueza; los aristócratas, la

virtud y el demos aportaba la libertad. Pero allí la cuenta es errónea, la libertad no es una propiedad

específica del pueblo puesto que cada una de las partes dentro de la comunidad posee libertad.

Entonces la operación es doble, por un lado, el pueblo no posee nada porque no tiene nada

específico que aportar, pero, por el otro, se apropia del todo, puesto que la libertad es la

característica común de la comunidad y también del demos. La contra cara de la libertad, entonces,

es la igualdad de cualquiera con cualquiera. Por ello, dice Rancière, el pueblo se identifica con toda

la comunidad sin ser toda ella, e incluso, nombrando una división en el corazón de la comunidad

misma.

Al señalar que la parte pretende mostrarse como el todo, Rancière deja abierta la posibilidad de una

interpretación que el pueblo irrumpe con la pretensión de instituir un nuevo orden social, de

convertirse en realmente en un todo, aunque no hay que olvidarse de lo dicho anteriomente acerca

de la imposibilidad de fijar un régimen de visibilidad que no esté fundado sobre la exclusión y que

la emancipación en realidad es una tarea infinita y que por tanto debe convertirse en un concepto

plural (emancipaciones).

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El demos se identifica con toda la comunidad a través del hecho de encarnar la parte que no tiene

parte (Rancière, 1995), lo cual efectúa un distanciamiento de si misma, desestabilizando toda forma.

El nosotros que se construye no es la cuenta justa de un sujeto con contornos definibles o una suma

de individuos a los cuales se les puede asignar una categoría social común, es más bien un fantasma

apelando a todos aquellos que no tienen parte, siendo superficie de inscripción más allá de si

mismos, pero que por revelar esta cuenta errónea también interrumpe sobre aquellos que no

observan este equivoco (los juegos de la “tercer persona”). El “nosotros” está apelando a una

comunidad que todavía no existe, quiere poner un nombre a una negación, y por lo tanto todavía no

puede ser representada correctamente.

Aquí el problema es el siguiente, si es necesario un lugar de aparición de pueblo, puede

interpretarse de dos formas. Si se refiere a que la democracia existe cuando hace aparición un sujeto

político concreto que se instituya en un “in between”entonces condena a la misma a momentos

intermitentes y distanciados. La mejor interpretación que se puede realizar es que se refiere a un

mecanismo simbólico que debería tener todo orden social si quiere proclamarse democrático.

Entonces si se trata de esto ultimo esta describiendo el momento de lo inscripto, lo instituido, pero

que lleva en su corazón el rastro de su inscripción. El caso en que una sociedad contiene la idea de

pueblo en su seno como soberano es la idea de que existe un mecanismo simbólico que permite a

los sujetos políticos apelar a la existencia de una parte de la comunidad dañada que se quiere

convertir en el todo. Pero, al contrario de lo que Rancière quiere decir cuando reniega de tener una

ontología, su posición implica que en el corazón del orden social reside una inexactitud, aunque

solo es relevante políticamente cuando esta se hace evidente a través de una operación discursiva

que supera los contornos de lo privado. “La universalidad pasa a ser real precisa y únicamente

cuando torna temáticas las exclusiones sobre las cuales se funda, cuestionándolas continuamente,

renegociándolas, desplazándolas o sea, asumiendo la brecha entre su propia forma y su propio

contenido, concibiéndose a si misma como no consumada en su noción misma”. (Zizek, 2000: 111)

5. Comentarios finales.

Para Rancière lo político no puede ser un fenómeno que se funda en relaciones ocultas al resto de la

comunidad. Todos aquellos intercambios que se crean en los pasillos escondidos de los ministerios

públicos o acuerdos entre actores en los recintos que se alejan de la visión de la sociedad no

participan de la definición de lo político. Pero tampoco el litigio por el cual se instaura el momento

de lo político se reduce a un debate público ni tampoco se trata de una comunicación trasparente.

Debido a que la comunidad se funda sobre una cuenta errónea, los sujetos que ponen a prueba

verificadores de la igualdad inician una relación con el resto de la comunidad a través de

argumentos que son paradójicos, es decir, no existe una racionalidad o lógica compartida por la cual

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se “convence” al resto de la comunidad. Las prácticas emancipatorias generan una comunicación

distorsionada con el resto de la comunidad y es justamente esto lo que permite la apertura del orden

o identidades para cambiar y ampliar los espacios donde irrumpe la lógica de la igualdad, es decir,

democrática.

No obstante, esta concepción tan rígida en torno a lo que es la política genera problemas a la hora

de investigar procesos sociopolíticos. Para Rancière la política es episódica y está siempre

condenada a desaparecerv y es por ello que el momento de aparición de estos sujetos no está atado a

ningún elemento de necesidad de la inexactitud sobre la que se funda la comunidad. Además, lo que

es bastante obvio es que reduce el momento de lo político a aquellas prácticas que ponen a prueba

un mecanismo particular de verificación de la igualdad, excluyendo muchas otras prácticas que

también podrían considerarse políticas porque desestabilizan las partes y los lugares de la

comunidad. Muchos litigios que se fundan sobre la existencia misma del sujeto, del objeto y del

terreno donde se desarrolla la polémica no necesariamente se asientan sobre la verificación del

principio de igualdad y aún así éstos abren una brecha dentro del orden, aliando dos mundos en uno.

La subjetivación política como un “entremedio”entre lo que se quiere ser y “un nosotros que

todavía no se es”, el pueblo, no necesariamente está atado a las lógicas de verificación de la

igualdad.

Un ejemplo podría ayudar. La irrupción de un movimiento de derecha que plantea mayores niveles

de seguridad y demanda mayor concentración de las decisiones en sus representantes, puede

irrumpir en un orden policial desestabilizando los lugares y las posiciones, abriendo una brecha en

la forma de ser de la comunidad. Al respecto Rancière podría decir que él le interesa definir

estrictamente a lo político como ese encuentro entre la lógica policial y la que intenta verificar el

principio de la igualdad de cualquiera con cualquiera. Es decir, lo que le interesa es ligar a la

política a las luchas democráticas y emancipadoras. Pero la reducción del campo de lo político es

demasiado estricto porque incluso estos procesos de disrupción del orden policial pueden provocar

la organización de otro movimiento como reacción que active los principios de igualdad, sobre todo

si se tiene en cuenta que cualquier identidad se construye como distancia o diferencia de las

posiciones políticas en un escenario común.

Es necesario preguntarse acerca de esa zona gris entre la política y la policy y si efectivamente no

hay algo en el funcionamiento de ésta última que permite la aparición de lo político. En primer

término se parte del supuesto que toda policy daña a la igualdad, lo que es condición de las

prácticas políticas. Si no hubiera un daño no habría porque poner a prueba verificadores de la

igualdad y la denuncia de una exclusión. Agregado a ello, la aparición de la política tiene como

antecedente la suposición de que somos todos iguales y de que este sea un valor compartido.

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Apelando a un caso extremo, seguramente desde esta perspectiva en la Edad Media la política tenía

poco y casi nada de presencia. En relación con ello, Rancière niega al orden policial como la “noche

en donde todo vale” (Rancière, 1996: 46). Existen ordenes mejores y peores y la diferencia se

encuentra en que “las fracturas de la lógica igualitaria los llegaron a apartar las más de las veces de

su lógica natural” (Rancière, 1996: 46) haciendo de éstos los más preferibles. Para confirmar la

bondad de uno y de otros, el filósofo apela a un ejemplo: la diferencia entre los ordenes modernos y

el de los escitas que vaciaban los ojos de sus esclavos para castigarlos. Más allá de que si seguimos

nuestra intuición obviamente nos llevaría a una conclusión a favor de los actuales órdenes, creo que

esto tiene que ver con algo mas que una opción ética. El ejemplo de Rancière parecería dar cuenta

de que existen técnicas de gobierno que permiten u obstaculizan las prácticas políticas, en otras

palabras, la zona gris entre las “policy” y las prácticas emancipatorias parecería ser más compleja

que el simple encuentro entre ambas. Aquí tal vez la explicación de Lefort acerca del advenimiento

del lugar vacío del poder como resultado de la revolución democrática es útil. Las sociedades que

han consolidado un marco simbólico basado en un principio democrático que se inscribe de alguna

manera en las “técnicas de gobierno”, parecerían favorecer aún más la aparición de la política,

aunque de ninguna manera estaría de acuerdo con que su existencia deriva en una garantía de la

puesta en marcha de verificadores de la igualdad.

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iNotas.

� “[...] trato de mantener la conceptualización de la excepción, daño o exceso separado de cualquier tipo de ontología. Hay una tendencia común de que no se puede pensar política, a menos que uno conecte sus principios con un principio ontológico: la diferencia heideggeriana, la infinitud espinoziana del ser en la concepción de Negri, la polaridad del ser y el evento en el pensamiento de Badiu, la rearticulación de la relación entre potencia y acto en la teoría de Agamben” (Rancière; 2005: 8).ii No es casual que el ejemplo que propone para entender la operación policial es la frase que un patrón le puede decir a su empleado, luego de indicarle una orden “¿me comprendió?”. Aquí, la relación de dominación es clara, a pesar de que se funda sobre una especie de contenido oculto de la igualdad. En el lenguaje de las órdenes existen dos posiciones, aquella que da la orden y la que la recibe. Esto marca un régimen de visibilidad donde cada uno tiene su lugar y, por tanto, lo que reina es la diferencia. Pero para que el que recibe la orden la ejecute bien, éste debe entender lo que dice, compartir un lenguaje común. Lo que se oculta en el corazón del lenguaje de las órdenes es un principio de igualdad. iii Norma que representa un régimen de lo sensible por el cual cada uno cumple un rol, y también de sustenta una relación de dominación en tanto que “si hay uno a al cabeza hay otros que van detrás”iv Hay que recordar la lógica del suplemento. “Derrida ha demostrado como una identidad se constituye siempre sobre la base de excluir algo y de establecer una violenta jerarquía entre los dos polos resultantes” (Laclau, 2000; 49) El suplemento es la secundariedad que se construye discursivamente a partir de una diferencia ente dos términos. Este término “marcado” solamente agrega un elemento o un añadido al termino “no marcado” (o hegemónico) que mantiene una especificidad que es a la vez presentada como equivalente a aquellos que los dos términos comparten. La lógica del suplemento es la misma que la del exterior constitutivo. Lo importante del suplemento es que justamente la contingencia de la jerarquización permite volver al término no marcado en marco y viceversa. En otras palabras, es posible hacer visible lo invisible. Pero esto no deriva en que la lógica del suplemento se elimine, o en otras palabras, siempre existe un término que está excluido o se mantiene oculto. v “Political difference is always of the shore of its own disappearance” (Ranciere, 2001: 100).

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