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Cਕਅਏਓ ਏਓ Aਉਇਏਓ ਏਓ Mਕਓਅਏਓ Oਓਕ, ඇ.º 20|| ISSN 1697-1019 ||2018 117 ARQUITECTURA INSÓLITA EN EL ÁMBITO ARQUEOLÓGICO DE OSUNA Por Jඎൺඇ Aඇඍඈඇංඈ Pൺർඬඇ Rඈආൾඋඈ 1 Arqueólogo e historiador L a arquitectura arqueológica de la Osuna antigua no ha representado hasta ahora un corpus sistemático en los estudios sobre la colonia romana, ni en los de época precedente, salvo acercamientos concretos a elementos par- ciales de aquel específico contenido. Bien es verdad que el precario estado de conservación de sus ítems constitutivos no ha contribuido tampoco a cambiar positivamente esa tenden- cia. Pese a todo, contamos con algunas aportaciones reseña- bles que se concretaron en los ejemplos de la muralla Engel/ Paris (Engel y Paris, 1906 y 1999; Pachón y Ruiz, 2005), el teatro romano (Jiménez et al., 2016) o la necrópolis rupes- tre (Pachón y Ruiz, 2006). Quizás esa circunstancia marca- damente restrictiva, junto con las precarias condiciones de conservación del sitio, además de la negativa incidencia que la minería extractiva lítica ha provocado entre sus restos pa- trimoniales, expliquen el importante desconocimiento que aún hoy tenemos sobre las estructuras arquitectónicas de un establecimiento arqueológico de la enorme importancia his- tórica de Osuna. Por lo demás, si la actividad llevada a cabo en las canteras ha mermado significativamente aquella con- servación patrimonial, el subsiguiente abandono de las mis- mas, su nula patrimonialización (Seño, 2008; Fajardo, 2015) como fiel exponente de la arqueología industrial, así como su mal y, a veces, bastante peor entendida recuperación (www. elcotolascanteras.com), han puesto hasta hoy en peligro una parte importante de los restos arqueológicos que, en mayor o menor medida, utilizaron el sustrato rocoso que constituyó la materia prima de aquella perdida actividad económica a cielo abierto (fig. 1). El presente trabajo pretende dar a co- nocer una infraestructura de valor arquitectónico que aún se mantiene en el interior de una cantera y cuyo significado in- terpretativo plantea dudas de índole cronológico, funcional y cultural, pero que ofrece caracteres de gran personalidad, para merecer que el esfuerzo de todos impida su deterioro y definitiva desaparición. 1 1 Universidad de Granada (Grupo de Investigación HUM 143) & Centro de Estudios Históricos de Granada y su Reino, [email protected] y http://japr5.blogspot.com. Pඎඇඍඈ ൽൾ ඉൺඋඍංൽൺ No es la primera vez que constatamos y analizamos directa- mente cómo las canteras en Osuna han venido evidenciando vestigios arqueológicos arquitectónicos que se excavaron en la roca, total o parcialmente (Pachón, 2007), demostrándose la continuidad de una práctica constructiva local en la que incluso ciertas sepulturas, desde momentos prehistóricos, fe- nicios y púnicos, socavaron el sustrato calcoarenítico para acomodar enterramientos en lo alto de los altozanos que co- nocemos tradicionalmente como Cerro de las Canteras y Ga- rrotal de Postigo; este último, entre los caminos de San José y de Granada (Aubet, 1971; Pachón y Pastor, 1990; Pachón, 2010). Esa práctica acabó siendo una tradición constructiva que se prolongaría temporalmente hasta tiempos romanos y posteriores (Pachón y Ruiz, 2006; Pachón, 2014), aunque las estructuras rupestres más interesantes quizás tuvieran que ver más con el periodo orientalizante, cuando no sólo en- contramos un polimorfismo constructivo más diverso, sino también una profundización vertical mayor de los sepulcros en la masa pétrea donde se realizaron. En este sentido, cobra interés recordar paralelos cercanos, como el del desaparecido pozo funerario de Marchena, que –por los datos conocidos– podría haber llegado a tener hasta doce metros de hondo (Fe- rrer, 1999: 102, fig. 1). En Osuna, los subterráneos arqueoló- gicos de carácter mortuorio que hemos podido conocer, y que tuvieron algún acceso vertical, no alcanzan magnitudes tan importantes. Pero el caso que aquí presentamos ofrece distin- tas peculiaridades con suficiente interés para que, si pueden relacionarse con los precedentes más antiguos, pudiera cam- biar el panorama que hasta ahora ha venido conformando la arqueología local, así como el interés real de sus canteras y el valor patrimonial que podrían acabar teniendo con su más que necesaria recuperación. La localización del subterráneo estudiado nos conduce a la cantera que todavía encontramos frente a la finca que acoge el teatro romano, al norte del Camino de las Cuevas. Es la mayor de las minas al aire libre que explotara la familia Cruz desde los años sesenta, o finales de los cincuenta del pasado 1. Oඌඎඇൺ. Vංඌඍൺ ඉൺඋർංൺඅ ൽൾ අൺ ർൺඇඍൾඋൺ ൽൾඅ Gൺඋඋඈඍൺඅ ൽൾ අൺ Pංඅൾඍൺ, ൽൾඌൽൾ ൾඅ ඌඎඋ. © J. A. Pൺർඬඇ, 2017. Jඎൺඇ Aඇඍඈඇංඈ Pൺർඬඇ Rඈආൾඋඈ Arquitectura insólita en el ámbito arqueológico de Osuna, pp. 117-124

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  • C A M O , .º 20|| ISSN 1697-1019 ||2018 117

    ARQUITECTURA INSÓLITA EN EL ÁMBITO ARQUEOLÓGICO DE OSUNAPor

    J A P R 1Arqueólogo e historiador

    La arquitectura arqueológica de la Osuna antigua no ha representado hasta ahora un corpus sistemático en los estudios sobre la colonia romana, ni en los de época

    precedente, salvo acercamientos concretos a elementos par-ciales de aquel específi co contenido. Bien es verdad que el precario estado de conservación de sus ítems constitutivos no ha contribuido tampoco a cambiar positivamente esa tenden-cia. Pese a todo, contamos con algunas aportaciones reseña-bles que se concretaron en los ejemplos de la muralla Engel/Paris (Engel y Paris, 1906 y 1999; Pachón y Ruiz, 2005), el teatro romano (Jiménez et al., 2016) o la necrópolis rupes-tre (Pachón y Ruiz, 2006). Quizás esa circunstancia marca-damente restrictiva, junto con las precarias condiciones de conservación del sitio, además de la negativa incidencia que la minería extractiva lítica ha provocado entre sus restos pa-trimoniales, expliquen el importante desconocimiento que aún hoy tenemos sobre las estructuras arquitectónicas de un establecimiento arqueológico de la enorme importancia his-tórica de Osuna. Por lo demás, si la actividad llevada a cabo en las canteras ha mermado signifi cativamente aquella con-servación patrimonial, el subsiguiente abandono de las mis-mas, su nula patrimonialización (Seño, 2008; Fajardo, 2015) como fi el exponente de la arqueología industrial, así como su mal y, a veces, bastante peor entendida recuperación (www.elcotolascanteras.com), han puesto hasta hoy en peligro una parte importante de los restos arqueológicos que, en mayor o menor medida, utilizaron el sustrato rocoso que constituyó la materia prima de aquella perdida actividad económica a cielo abierto (fi g. 1). El presente trabajo pretende dar a co-nocer una infraestructura de valor arquitectónico que aún se mantiene en el interior de una cantera y cuyo signifi cado in-terpretativo plantea dudas de índole cronológico, funcional y cultural, pero que ofrece caracteres de gran personalidad, para merecer que el esfuerzo de todos impida su deterioro y defi nitiva desaparición.1

    1 Universidad de Granada (Grupo de Investigación HUM 143) & Centro de Estudios Históricos de Granada y su Reino, [email protected] y http://japr5.blogspot.com.

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    No es la primera vez que constatamos y analizamos directa-mente cómo las canteras en Osuna han venido evidenciando vestigios arqueológicos arquitectónicos que se excavaron en la roca, total o parcialmente (Pachón, 2007), demostrándose la continuidad de una práctica constructiva local en la que incluso ciertas sepulturas, desde momentos prehistóricos, fe-nicios y púnicos, socavaron el sustrato calcoarenítico para acomodar enterramientos en lo alto de los altozanos que co-nocemos tradicionalmente como Cerro de las Canteras y Ga-rrotal de Postigo; este último, entre los caminos de San José y de Granada (Aubet, 1971; Pachón y Pastor, 1990; Pachón, 2010). Esa práctica acabó siendo una tradición constructiva que se prolongaría temporalmente hasta tiempos romanos y posteriores (Pachón y Ruiz, 2006; Pachón, 2014), aunque las estructuras rupestres más interesantes quizás tuvieran que ver más con el periodo orientalizante, cuando no sólo en-contramos un polimorfi smo constructivo más diverso, sino también una profundización vertical mayor de los sepulcros en la masa pétrea donde se realizaron. En este sentido, cobra interés recordar paralelos cercanos, como el del desaparecido pozo funerario de Marchena, que –por los datos conocidos– podría haber llegado a tener hasta doce metros de hondo (Fe-rrer, 1999: 102, fi g. 1). En Osuna, los subterráneos arqueoló-gicos de carácter mortuorio que hemos podido conocer, y que tuvieron algún acceso vertical, no alcanzan magnitudes tan importantes. Pero el caso que aquí presentamos ofrece distin-tas peculiaridades con sufi ciente interés para que, si pueden relacionarse con los precedentes más antiguos, pudiera cam-biar el panorama que hasta ahora ha venido conformando la arqueología local, así como el interés real de sus canteras y el valor patrimonial que podrían acabar teniendo con su más que necesaria recuperación.

    La localización del subterráneo estudiado nos conduce a la cantera que todavía encontramos frente a la fi nca que acoge el teatro romano, al norte del Camino de las Cuevas. Es la mayor de las minas al aire libre que explotara la familia Cruz desde los años sesenta, o fi nales de los cincuenta del pasado

    1. O . V G P , . © J. A. P , 2017.

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    siglo, por lo que su denominación de Cantera de Cruz aludi-ría a esa actividad en ella. La fi nca donde se encuentra (Ga-rrotal de la Pileta) fue hasta 1957 de Encarnación Aguilera Hinojosa, cuando José María Cruz Romero la adquiere para mantener su dominio sobre ella hasta cinco años después, al traspasar la propiedad a su hermano Manuel, en un año (1962) en el que la fotografía aérea documenta ya la cantera con una dimensión superfi cial prácticamente idéntica a la que hoy conocemos (Fajardo, 2015: 142). El nuevo propietario no pudo ser el artífi ce de la explotación que observamos en la foto citada. De hecho, esa cantera debió abrirse antes por su hermano José María, en el quinquenio anterior, porque aún no aparece en la vista aérea de Osuna del vuelo americano de la serie B, datada en 1956 (fi g. 2), como luego demostra-remos. Aunque nos queda la duda de si la cantera era en esa época también patrimonio y responsabilidad del dueño de la propiedad, o todavía era gestionada por el Ayuntamiento, si-guiendo el acuerdo municipal tomado un siglo atrás (1855) para facilitar el uso de sillares a menor coste para las casas

    de las clases menos favorecidas (Seño, 2008: 62, nota 20). Es un detalle que no hemos tenido ocasión de documentar con-venientemente para este caso, aunque pareciera que fue una medida coyuntural con ninguna, o muy escasa, proyección cronológica.

    Accediendo hoy a la cantera del viejo Garrotal de la Pileta (fi g. 3), por su entrada desde el camino de las Cuevas, se observa que el límite oriental ofrece un quebrado acantilado artifi cial (tres perfi les), con dirección aproximada nornores-te-sursuroeste (NNE-SSO), en cuyo primer sector más me-ridional y occidental se sitúa un profundo pozo antiguo (fi g. 3, P) que, con casi toda seguridad, debe considerarse romano (Ruiz, 2015: 580, fi gs. 10.44-10.46); mientras que más al sur, en ese cantil inicial, se localizaría la construcción subterrá-nea inédita (fi g. 3, S) que aquí estudiamos. En primer lugar, dirigiéndonos al norte, estaría la estructura hipogea, mien-tras que el pozo quedaría a septentrión, separado unos 17,0 metros de la primera infraestructura. En apariencia, el avan-ce de la extracción de piedra en este perfi l, hacia oriente,

    2. O . Z . S 1956. (A :// . . / WMS/).

    3. O . V G P , (P) (S). A G E (© 2017).

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    debió seccionar el pozo casi por su mitad en sentido vertical y facilitó el hallazgo del subterráneo, si es que se trata en realidad de una infraestructura antigua; o, en caso contrario, permitió su construcción, si es una dependencia moderna. Pero discernir sobre tal disyuntiva tendremos que hacerlo más adelante.

    El perfi l de referencia no es completamente uniforme, sino que ofrece longitudinalmente hasta dos escalonamientos, que parecen afectos a cada una de las dos estructuras citadas. El primero supone un retroceso del perfi l rocoso hacia el este, de aproximadamente un metro en la base y medio más en altura, para formar un ángulo en la misma que queda a unos cuarenta y cinco centímetros del ángulo inferior derecho del subterráneo. Desde ese mismo rincón, el frente de cantera acaba prolongándose unos dieciséis metros hasta un segundo ángulo, donde el perfi l se retrotrae y vuelve, en sentido con-trario, hacia occidente, aunque ahora sólo avanzando unos escasos e irregulares veinticinco centímetros, que podrían responder a la altura media de los sillares de piedra que habi-tualmente se extraían de la explotación. Aunque esta reserva en el fondo del cantil, y en este sitio, también puede verse como una acción preventiva que sirviese para resguardar el diámetro completo, de alrededor de metro y medio (1,45 m), que el pozo aún presenta en este punto, a diferencia del resto de lo conservado en altura que, prácticamente, ha perdido un tercio del cilindro perforado en el terreno rocoso (fi g. 4).

    A

    La construcción rupestre e hipogea que presentamos cons-tituye un gran espacio vaciado en la cantera (fi g. 5), en la localización citada y con una orientación aproximada de su trazado de NNO-SSE. En apariencia, a la estructura se ac-cedería originariamente de manera vertical desde la super-fi cie, a través de una zanja de un metro de anchura media superior y una longitud que no hemos podido comprobar, al estar cegada parcialmente con tierra, pero que no extraña-ría que debiera coincidir con la de la subestructura a la que se sobrepone. La profundidad media de dicha zanja abierta en el roquedo estaría rondando los dos metros, considerando que se abrió en un terreno en declive hacia el mediodía, lo que provoca que la cota máxima de la zanja quede diecisiete centímetros por encima (2,17 m) de esa media, mientras que la inferior se sitúe a cuatro centímetros por debajo (1,96 m), conformando una diferencia entre cotas máxima y mínima de la roca madre de alrededor de un cuarto de metro (21 cm). A todo ello habría que añadir el terreno arqueológico y agrícola que hoy cubre todo el afl oramiento rocoso del lugar, que en este sitio concreto supondría una acumulación de relleno ex-tra, en torno al medio metro (50 cm) de potencia.

    Por su parte, las paredes de la zanja no se trazaron ver-ticalmente en la arenisca, sino que debieron ensancharse a medida que iban profundizándose en el terreno, hasta alcan-zar casi algo más de metro y medio de ancho en el fondo de la misma (1,62 m) para terminar produciendo una sección de perfi l ligeramente trapezoidal, menos acusado que los de muchas otras aberturas subterráneas que pueden observarse en el reborde superior de estas mismas canteras (fi g. 6). El fondo de la zanja tampoco sería uniforme, sino que presenta una segunda abertura longitudinal más estrecha, situada en el centro de aquel, con unos cincuenta centímetros de an-cho, constituyendo el espacio de transición hacia el auténtico subterráneo, extendido por debajo de la nueva cesura. Tal como se presenta hoy la construcción rupestre, esa segunda abertura parece ser el único acceso posible al interior del subterráneo, pues la entrada oeste que puede verse en las fo-tografías actuales, desde el frontal del perfi l donde se sitúa, debe ser una puerta practicada a posteriori y que se con-tradice, tanto con esa segunda abertura como con la zanja que se le sobrepone, siempre que quisiéramos sincronizar de alguna manera el momento de realización de todos los componentes que estamos revelando.

    La segunda abertura de que hablamos está cegada con la disposición de una serie de sillares idénticos de arenisca en paralelo, que llegan a sumar un total de treinta y siete indi-viduos, de alrededor de cuarenta centímetros de ancho, vein-ticinco de alto y sesenta y dos y medio de largo (fi g. 5: 6). Lo que le proporciona una longitud total al habitáculo de alrededor de 15 metros (15,18 m). El hipogeo, en el centro de su cubierta, dispone de un área plana de medio metro de ancho, que en el espacio inferior recuerda la viga cumbrera longitudinal de los tejados a dos aguas y armazón de madera. Un efecto de techo tradicional que acaban por remarcar las paredes del subterráneo, que desde ese punto se abren con forma ligeramente curva, hasta alcanzar el suelo tres metros más abajo (c. 3,22 m), con una distancia máxima de similares dimensiones (c. 3,10 m). El efecto visual del perfi l de la sec-ción en este espacio subterráneo vuelve a ser trapezoidal, con la presencia del plano horizontal que conforma el centro de la techumbre, junto con la interposición de un banco adosado perimetral que existe en la base, excavado también en la roca y que solo se interrumpe y desaparece en el lado oriental. Dicho banco tiene una anchura media de cincuenta centíme-tros y se levanta otros tantos del fondo, habiéndosele añadido a occidente un segundo resalte, veinticinco centímetros más abajo, con una altura también de esa dimensión y de alrede-dor de cincuenta y siete centímetros de ancho, entre los dos lados norte y sur de la construcción. Esta pequeña estructura descendente, de dos pasos, serviría como acceso escalonado desde el oeste, si la construcción se abrió por ese lado en algún momento, o si se concibió totalmente así en tiempos recientes, al amparo del propio avance de la cantera moder-na. El conjunto, comprendiendo tanto la zanja superior, como la infraestructura hipogea inferior, representaría fi nalmente un vaciado en la roca que supera los cinco metros de profun-didad (5,22 m); pero, contando con la acumulación de tierra que cubre la arenisca en el lugar, desde la superfi cie del terre-no, el montante de profundidad alcanzado llegaría casi a los seis metros (5,77). El aspecto general, considerando la sec-ción del conjunto, sería la disposición de dos trapecios, más estrechos que altos, superpuestos y que repetiría la forma, pero con un desarrollo creciente a medida que se hunde en el terreno. La descripción objetiva del interior del subterráneo incluye un elemento directamente relacionado con las inter-venciones recientes en el espacio estudiado. Así, en la pared norte del hipogeo aparece, en el centro del tramo superior, casi llegando al cierre de sillares, una inscripción (fi g. 7:7) de lectura muy directa que reza literalmente: A. Đ MXCLX (año de 1960). Así, si la construcción resultara moderna, esa sería la época exacta de su realización; pero –al mismo tiempo– la inscripción también indicaría que por esas mismas fechas la cantera ya se encontraba activa, dos años antes de que Ma-nuel Cruz Romero se convirtiese en el propietario de la fi nca donde se ubica la construcción y la misma cantera.

    4. O . P G P , ( ,

    ) ( ). © J. A. P , 2017.

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    5. O . C G P . P (1), AA’ (3) BB’ (2), . V (4 5), (6)

    (7) . (D © J. A. P , 2018).

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    El gran dilema del subterráneo presentado es consensuar la época en que se realizó. Si atendemos a la fecha de la inscrip-ción que ofrece su pared septentrional, es fácil deducir que debiera referirse al momento en que se abrió el hipogeo. Pero este pequeño estudio no pretende ser de tanta inmediatez, por lo que conviene plantear algunas cuestiones que ofrecen du-das razonables sobre otras posibilidades interpretativas muy diferentes. En primer lugar, respecto de la fecha inscrita, tam-poco se le ocurriría a nadie datar el edifi cio de la Universidad renacentista de Osuna por alguna de las fechas que algunos estudiantes traviesos pudieron grabar en algunos fustes de las columnas de su patio. Además, en el caso de la cante-ra, no es habitual la existencia de espacios subterráneos en las explotaciones pétreas de Osuna. Una salvedad es el caso del Coto, pero las galerías que allí encontramos son mucho más monumentales y nada tienen que ver posiblemente con la actividad minera contemporánea, pudiendo tratarse más de técnicas extractivas de época renacentista o de la antigüedad clásica. Tampoco nos parece probable que se tratase de un almacén de sillares, donde se acumulasen hasta su salida del tajo, ya que lo habitual era la acumulación al exterior, para que perdiesen toda la humedad y, en este caso, lo preferible era tenerlos en un espacio abierto para que el sol los secase, como se ve en alguna foto de los años cincuenta (Pachón y Ruiz, 2006: lám. 5) que se conserva en la fototeca del Labo-ratorio de Arte de la Universidad de Sevilla (fi g. 7).

    Otra posibilidad sería que el hipogeo fuese un espacio vital para un empleado (guarda) de la explotación, pero su pecu-liaridad edilicia también se aleja de otros conocidos desde primeros del siglo , que no guardan relación estructural, ni tipológica, con el analizado, como vemos en las imágenes que nos dejaron A. Engel y P. Paris durante su estancia en Osuna en 1904 (fi g. 8), donde observamos diferencias nota-bles en las entradas, que tienden a ser completamente arqui-trabadas o de medio punto, mientras el conjunto estructural es más complejo que la única unidad de habitación observada en la cantera del Garrotal de la Pileta.

    Si hacemos salvedad del acceso occidental, cobra sentido otra posibilidad: la de que el espacio subterráneo solo fuese practicable desde la parte superior, a través de la zanja y de la más pequeña abertura que se encuentra en su fondo, cegada por los sillares. Es una estructura que se alejaría de las habi-tuales maniobras de acercamiento mineras a fi lones pétreos de utilidad que, por lo demás, tampoco se encuentran en Osuna. Es más, de haberlo sido, no tendría consistencia practicar en el fondo de la zanja de cata un canalón más estrecho y, ade-más, cubrirlo luego de sillares. Todo parece indicar que lo que buscaba, quien lo hizo, era alcanzar un subterráneo como el existente, después de cuyo uso y amortización el cierre con

    sillares tuviera una signifi cación de defensa o respeto y con-servación del depósito inferior. Si el hipogeo fuese totalmen-te contemporáneo, tampoco habría lugar para los sillares del cierre superior, ya que se podría haber diseñado total y fácil-mente como un espacio hueco en la roca y con techumbre excavada en la piedra desde el nuevo acceso occidental.

    Otra hipótesis interpretativa podría explicar la construc-ción como parte de ciertas infraestructuras hidráulicas de la ciudad antigua, en la que el subterráneo pudiera haber servi-do como espacio de decantación de derrubios de las aguas que pudieran correr por la zanja superior. Pero, choca que la superfi cie de toda la estructura no ofrezca ningún tipo de enlucido hidrófugo, necesario para la óptima conservación del depósito y del canal superior de alimentación; máxime, tratándose de roca tan porosa como la arenisca del lugar. En cualquier caso, habría que comprobar que la zanja continuara su trazado a oriente, más allá de los límites del subterráneo. Pero, en todo caso, el banco perimetral que recorre tres de los lados del hipogeo, tampoco tendrían lógica para el uso hidrológico de estos espacios.

    Desde nuestra perspectiva, nos parece más plausible que el subterráneo, así como la zanja de acceso, fueran estructuras previas, tanto respecto del relleno arqueológico que rodea la cantera por el fl anco oriental, como del acceso lateral que hoy encontramos desde la mina de piedra. El llamativo hecho de que la zanja superior no ofrezca ninguna anomalía respec-to del corte que hoy se observa en el relleno arqueológico que lo cubría, se explicaría de modo bastante sencillo por el hecho de que ambos huecos se hicieron/despejaron desde la misma labor de cantería, para liberar la zanja que había quedado en evidencia con el propio avance de la cantera por el oeste. Este mismo proceso habría dejado expedita la en-trada occidental, dando lugar a un acceso que no es tal, sino resultado de haber cortado el cierre oeste del subterráneo con la extracción normal de sillares. Del mismo modo, esta la-bor de arriba hacia abajo permitió, conforme se vaciaba el lógico contenido del hipogeo, que en los primeros compases se pudiera fácilmente tallar la inscripción de su interior que señalamos más arriba.

    Las dudas que genera este pequeño estudio también son lógicas, en cuanto que se trata de un acercamiento previo, al que faltan comprobaciones más exhaustivas, mediciones más exactas y, probablemente, un estudio histórico-arqueológico más pormenorizado. De todos modos, no creemos que sea ajena a la presencia de este subterráneo, la existencia algo más al este y norte del hipogeo rupestre que desenterrara Ramón Corzo en sus excavaciones de los años setenta del pasado siglo en el Garrotal de Postigo (Corzo, 1977: 18-23, fi g. 7, lám. VIII-IX). Un espacio funerario (fi g. 9) que, jun-to a los que evidenciaron Engel y Paris en 1903 mostrarían en esa zona un área de enterramiento o necrópolis de época orientalizante, si no lo fue tartésica (Torres, 1999: 95), con

    6. O . I G P . © J. A. P , 2017.

    7. O (1957). C , .

    © L D A . U . S . :// . . / _ . ? =34077 _ =

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    el que este nuevo habitáculo subterráneo podría relacionar-se culturalmente. La tumba de Corzo también fue discutida, aunque recientes hallazgos en la zona levantina (Mas et al., 2017) nos están permitiendo conocer paralelos con accesos escalonados hasta la posible cámara mortuoria, que no se ale-jan excesivamente del caso sevillano.

    Pero, aceptado que todo el promontorio desde esta cantera a la cumbre del vecino Garrotal de Postigo pudo ser una ne-crópolis antigua, nada impide sostener la existencia de otros habitáculos subterráneos con similar destino al destacado por Corzo. Particularmente, este tiene connotaciones estructura-les con las sepulturas de cámara y pozo, cámara y corredor es-calonado, bastante genuinas del mundo fenicio y púnico (Te-jera, 1979; Benichou-Safar, 1982), que presentan similitudes estructurales tanto en ejemplares de Próximo Oriente, como en el mundo africano y en el mediterráneo europeo (Sghaïer, 2010). Todo, coincidiendo con el periodo orientalizante en el occidente europeo, en el que este tipo de estructuras funera-rias se encuentran en la Península Ibérica, pero también en Italia meridional, insular y central, afectando no solo a los espacios de infl uencia fenicio-púnica, sino al propio horizonte

    de la civilización etrusca. Todos ellos dentro de un movimien-to cultural que afectó al Mediterráneo central y occidental, bajo la moderna conceptualización de fenómeno o periodo orientalizante (Celestino y Jiménez, 2005).

    En esta especie de comunidad cultural (koiné) que acabó uniendo a amplios espacios geográfi cos del Mediterráneo, no era infrecuente el trasvase de paradigmas arquitectónicos entre unas regiones y otras, por lo que similares soluciones edilicias, lo mismo que usos domésticos, costumbres materiales, socia-les y religiosas, se convirtieron en moneda corriente de muchos de los pueblos que habitaron todo ese amplio espacio geográ-fi co. No extraña así que, salvando las distancias, podamos en-contrar similitudes entre zonas alejadas, cuyas manifestacio-nes arquitectónicas muestran concomitancias sorprendentes.

    Si el subterráneo de Osuna recuerda estructuralmente un habitáculo doméstico, no es un hecho excesivamente sorpren-dente, ya que desde tiempo inmemorial las tumbas se conci-bieron en muchos sitios como espacios para acoger la vida en el más allá de los difuntos que allí se enterraron. El hipogeo de la cantera del Garrotal de la Pileta no puede catalogarse fehacientemente como sepultura, pues no disponemos de

    8. U O (1904). (R M , 2009: 218-219, 2-42 P , 1910: XLIII, . D , ).

    9. T .I : O , G P (C , 1977).D : C L , A (M ., 2017).

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    sufi cientes hallazgos complementarios que lo corroboren, aunque su forma y estructuración podrían acercarnos a esa idea. Incluso su perfi l trapezoidal con techo a dos aguas nos acerca a alguna de las sepulturas que conocemos en la Penín-sula y en Italia. En Trayamar, la tumba fenicia de cámara n.º 1 se ha reconstruido con una techumbre a dos aguas, con la diferencia respecto de Osuna de que se trató de una habitación con paredes de sillares de piedra, mientras la cubierta debió ser de madera (Schubart y Niemeyer, 1976: 104-126), como puede observarse en la imagen que aportamos (fi g. 10: dere-cha). Pero, en el periodo orientalizante, hubo tanto sepulturas con paredes de sillería como otras excavadas en la roca, en las que la techumbre pudo adoptar cualquier confi guración, como vemos en el hipogeo del Garrotal de la Pileta. Una confi gu-ración semejante, en una tumba claramente orientalizante la encontramos en algunas necrópolis italianas de época etrus-ca, como ocurre en la de Banditaccia (Cerveteri), donde el túmulo II contiene una tumba excavada en la roca, con una cámara cuya techumbre se asemeja a la de Osuna y por su forma recibe el nombre de Tumba de la Capanna (cabaña) (Zapicchi, 1993). Aunque en este caso, toda ella está excava-da en la roca, incluyendo la reproducción de la viga cumbrera. Incluso presenta un banco corrido en tres de sus lados (fi g. 10: derecha), bastante semejante al caso que presentamos.

    Sin querer hacer comparaciones directas con el mundo etrusco, pese a que sus relaciones con la Península Ibérica resultan hoy más que evidentes, por lo menos en lo que se refi ere a materiales arqueológicos (Llobregat, 1984; Reme-sal, 1991), sí pueden verse concomitancias estructurales que aluden a la materialización en Osuna de una construcción que refl eja el horizonte simbólico de las casas tradicionales, como moradas ideales de los antepasados difuntos. Un pen-samiento muy común de las sociedades antiguas mediterrá-neas en general y de los ambientes culturales prerromanos en particular, tanto de Italia como en la propia Iberia.

    Todas las sociedades antiguas trataban de rememorar en sus costumbres funerarias espacios mortuorios que reprodujeran, en algún sentido, el ámbito doméstico en el que había esta-do en vida el difunto. Siendo frecuente la reproducción en la tumba de habitaciones de las casas, incluso de formas como las cabañas que tan tradicionales habían sido desde época pre-histórica, primero de plantas redondas y, luego, cuadradas o rectangulares. El caso de Osuna podría estar en esa línea, con un espacio cuadrangular y techumbre a dos aguas. La faci-lidad de trabajo que ofrece la arenisca de Las Canteras pro-curaría una realización más barata, sin necesidad de recurrir a grandes sillares, ni estructura de madera para la cubierta, como había ocurrido en algunas tumbas de Trayamar.

    Es evidente que los rasgos de caracterización de hipogeos pueden llevarnos a paralelismos bastante conocidos en la his-toria pasada de todo el Mediterráneo y, por supuesto, en el propio territorio español. Pero no debe olvidarse que el caso subterráneo del Garrotal de la Pileta en Osuna, no ofrece has-ta ahora ninguna otra evidencia de similitud con los paralelos aducidos que el aspecto formal. Por lo que pecaríamos de imprudentes si optáramos por apoyar una catalogación clara-mente histórica del subterráneo.

    Contrariamente, debe aceptarse que el espacio rupestre es-tudiado conforma una serie de peculiaridades que lo hacen único en todo lo conocido de las minas pétreas de Osuna. Ningún otro elemento, asociado a estas extracciones líticas de la villa, podría parangonarse con él. De ahí su singulari-dad e interés patrimonial, además del valor que añade a la personalidad de estas canteras. Por ello, no debería ponerse en duda la importancia de su conservación.

    En este sentido, el abandono que estas canteras presentan hoy en día, abiertas a la acumulación de basuras y a su pro-gresivo deterioro antrópico, exigiría el compromiso de su salvaguarda por parte de la administración patrimonial, de las autoridades municipales e instituciones culturales locales como única garantía para su preservación futura y defi nitiva.

    Si a ello puede añadirse la posibilidad, aunque sea mínima, de que pudo formar parte de una extensa zona necropolar anti-gua, arraigada en el fenómeno orientalizante, la colonización fenicia y sus muchos contactos culturales con civilizaciones del Mediterráneo Central y de Próximo Oriente, la conclusión solo debe ser única. Estos espacios merecerían la atención, el respeto y el cuidado indispensables en un lugar de dramática belleza, ejemplo vivo de la historia de Osuna, desde el primer milenio a. C., hasta la historia más reciente de la localidad.

    Quedaría advertir que, concienciados en la necesidad de protección, tampoco sería especialmente gravoso realizar una pequeña investigación de campo, que pudiera explorar la zanja superior de la construcción, así como limpiar ex-haustivamente el conjunto, tratando de determinar su origen cronológico, para descartar interpretaciones contradictorias en la naturaleza de la obra. Su puesta en valor completaría la previsible y esperada recuperación del teatro romano de sus inmediaciones.

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    J A P R Arquitectura insólita en el ámbito arqueológico de Osuna, pp. 117-124

  • 124 C A M O , .º 20|| ISSN 1697-1019 ||2018

    LA ERMITA DE LA VIRGEN DELCASTILLO DE MONTERDE Y

    EL LEGADO DE JAIME DE PALAFOX Y CARDONA, ARZOBISPO DE SEVILLA

    Por

    J L C PLicenciado en Historia

    Profesor-tutor UNED Calatayud y guía de turismo

    La villa de Monterde, en la provincia de Zaragoza, se sitúa a orillas del río Ortiz, cuyas escasas aguas bro-tan en los Ojos de Pardos, reposan en el pantano de

    Abanto, discurren por la orilla de este pueblo hasta llegar a Monterde y posteriormente perderse en el pantano de la Tranquera, cerca de Nuévalos. La población se asienta en la ladera de una pequeña loma abrazada por el río; en la parte más baja se encuentra el centro del caserío con la plaza Ma-yor, la Casa Consistorial y la iglesia de Nuestra Señora de la Asunción, en la que destaca la bella torre mudéjar de fi nales del siglo . Se encuentra a 10 km del monasterio cistercien-se de Santa María de Piedra.

    Al norte de la población, sobre un espolón rocoso, se sitúan las ruinas del que fue poderoso castillo, infranqueable para los castellanos en la guerra de los Dos Pedros, cuya capilla, intramuros del recinto, se convirtió con el paso del tiempo en la actual ermita de la Virgen del Castillo.

    Los restos de esta fortaleza, cuya planta se aproxima a un pentágono irregular de unos treinta metros de eje máximo, se reducen a unos metros de muralla y a un par de paños de lo que fue un torreón cuadrado de mampostería de siete metros de lado, situado en la parte más próxima al caserío. Se tienen noticias de que este castillo existía en 1357, aunque según Cristóbal Guitart, bien pudo ser anterior1.

    Dentro del perímetro de lo que en su día fue la fortaleza se levanta la ermita de Nuestra Señora del Castillo, un pequeño edifi cio de mampostería con una sencilla puerta adintelada en el muro sur y un rudimentario ábside semicircular casi colgado a mitad del muro del este. En el interior también se aprecia la elevación del ábside respecto a la nave, lo que hizo pensar en la existencia de una pequeña cripta. En realidad, sí que hay un pequeño espacio accesible apenas desde el exte-rior, en el que se encuentra enterrado un sacerdote, tal vez a fi nales del siglo . Es el único espacio abierto, a modo de cámara excavada en roca pero, en las paredes laterales, se adivinan vanos cerrados con mampostería, por lo que es muy probable que haya más enterramientos.

    Pocos autores han reparado en el interés artístico de esta er-mita, enmascarada bajo profundas modifi caciones realizadas en el siglo . Francisco Abbad Ríos la menciona como un edifi cio sin interés artístico2. Fabián Mañas Ballestín incluye una breve referencia al monumento en su estudio del retablo titular, joya del estilo gótico3 y tan solo Federico Torralba ofrece una descripción general de la ermita, haciendo notar la existencia en la cubierta de unas tablas góticas reutilizadas como material de cubrimiento4.

    La ermita fue, en sus inicios, un edifi cio de una sola nave con ábside semicircular y techumbre de madera a dos aguas, 1 G A , C., Castillos de Aragón II. Desde el segundo cuarto del

    siglo hasta el siglo , Zaragoza, Librería General, 1976, pp. 25 y 42.2 A R , F., Catálogo Monumental de España. Zaragoza, Madrid, Ins-

    tituto «Diego Velázquez» del C. S. I. C., 1957, t. I, p. 255.3 M B , F., Pintura gótica aragonesa, Zaragoza, Guara Edito-

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