islamismo e integrismo

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TEMA 39: “ISLAMISMO E INTEGRISMO”.

Oriente Medio y el Magreb

La región del Oriente Medio, en la que surgieron hace 5 mil años las primeras civilizaciones del

mundo y más adelante las tres grandes religiones monoteístas, se extiende desde Egipto, al Oeste,

hasta Irán, al Este, y desde Turquía, al Norte, hasta la península Arábiga, al Sur. La religión dominante

es el Islam, excepto en Israel, aunque existen minorías cristianas. Las tres lenguas principales son el

árabe, el iraní y el turco. Otra región árabe vecina es el Magreb, que se extiende por el Norte de África.

El término de Oriente Medio evoca inmediatamente tres imágenes: petróleo, conflictos y

fundamentalismo religioso. Los países que rodean el Golfo (es decir Irán, Iraq y los 6 Estados que

integran el Consejo de Cooperación del Golfo, el mayor de los cuales es Arabia Saudí) constituyen el

lugar de origen del 40% de las exportaciones de petróleo del mundo y contienen los 2/3 de las reservas

conocidas. Su importancia estratégica para la economía mundial es por tanto considerable y hay que

añadir que, en el Magreb, Argelia y Libia son importantes productores de hidrocarburos. Se trata

también de una región altamente conflictiva. Al prolongado conflicto palestino-israelí, que tiene un

enorme impacto emocional y por tanto político en todo el mundo musulmán, se han sumado en las

últimas décadas otros como la guerra civil libanesa, las rebeliones kurdas en Turquía e Iraq, la guerra

entre Iraq e Irán, la invasión iraquí de Kuwait, la guerra del Golfo, la rebelión yihadista en Argelia y

finalmente la intervención de EEUU y sus aliados en Iraq. Y es también cierto que, si bien el

fundamentalismo es una tendencia que puede darse dentro de cualquier religión, en los últimos

tiempos se ha manifestado sobre todo en el Islam. Y todo esto se traduce en que los medios de

comunicación mundiales prestan a la región una atención mayor de la que le correspondería en función

de su importancia en términos de población o de producción.

En los Estados de la región con más de 5 millones de habitantes (excepto Iraq), puede observarse que,

con la excepción de Israel, son países de un nivel de desarrollo medio, nunca bajo, en los que la

esperanza de vida se sitúa en tomo a los 70 años. La tasa de fertilidad se ha reducido en las últimas

décadas, aunque existen grandes diferencias entre los más de cuatro hijos por mujer de Arabia Saudí,

la sociedad más tradicionalista de la región, y los poco más de dos de Irán, una sociedad en muchos

sentidos más moderna, a pesar de su revolución islamista. Debe observarse sin embargo que todos

estos países se encuentran con la llegada a la edad laboral de generaciones muy numerosas, lo que

plantea graves problemas de empleo y por tanto de estabilidad social. A ello se une un ritmo de

crecimiento económico bastante mediocre. Muy negativo es también el panorama de las libertades

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civiles y los derechos políticos. De acuerdo con el índice de Freedom House, en el que 1 representa la

máxima libertad y 7 la mínima, sólo Israel y Turquía se acercan a los niveles de los países libres,

mientras que Arabia Saudí, Libía y Siria se encuentran entre los países menos libres del mundo.

Sobre este fondo de dificultades se ha producido en los últimos años el auge de la ideología yihadista,

que se ha traducido en atentados como los del 11-S y el 11-M, con un enorme impacto mundial. Ello

ha contribuido a la difusión de visiones muy negativas tanto del Islam como de las sociedades árabes.

Algunos analistas piensan que existe una incompatibilidad básica entre el Islam y la democracia, otros

consideran que ciertas tradiciones islámicas frenan el desarrollo económico y finalmente hay quienes

consideran que el terrorismo yihadista no es más que una manifestación de un casi inevitable choque

de civilizaciones entre Occidente y el Islam. No es probable que esas interpretaciones tan pesimistas

tengan fundamento real, aunque en las difíciles circunstancias actuales parezcan verosímiles. El

terrorismo yihadista responde más a un conflicto en el seno de las sociedades árabes y musulmanas

que a un conflicto entre Occidente y el Islam. En cuanto al hecho de que los países musulmanes no han

logrado ni un elevado nivel de desarrollo económico ni, salvo excepciones, el establecimiento de

sistemas democráticos, no hay por qué suponer que ello responda a rasgos permanentes del Islam. El

problema parece estar en que, tras la demostrada incapacidad de los regímenes surgidos tras la

independencia para ofrecer a sus ciudadanos desarrollo económico, participación política y éxitos

exteriores, se ha producido un movimiento de retorno a la identidad islámica que tiene fuertes

componentes xenófobos, con lo que tiende a agravar el cerramiento respecto al mundo exterior.

De acuerdo con una reciente encuesta realizada en 8 países, en torno a 1/3 de los occidentales tienen

una opinión desfavorable de los musulmanes, mientras que 2/3 de los musulmanes tienen una opinión

desfavorable de los cristianos. En cuanto a la tercera gran religión monoteísta, la judía, sus fieles son

percibidos de manera desfavorable por un 10% de los occidentales y por una gran mayoría de los

musulmanes. En un mundo en el que los intercambios tanto económicos como culturales representan la

clave del progreso, esa cerrazón de las sociedades musulmanas resulta muy perjudicial para sus

propios intereses.

En el terreno económico, uno de los grandes obstáculos al desarrollo del Oriente Medio es su relativo

aislamiento comercial. Los países árabes han sido incapaces de desarrollar un flujo de exportaciones

industriales significativo. Por otra parte la actitud mayoritaria de la población es poco favorable a la

apertura. En las encuestas mundiales, países como Egipto se encuentran entre los que tienen una visión

más negativa de la globalización y los que más necesaria creen la protección de su modo de vida frente

a las influencias extranjeras.

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En el terreno político, el avance de la democracia en los países musulmanes se ha visto frenado por el

temor a que beneficiara a los islamistas radicales. En Argelia la segunda vuelta de las elecciones de

1991 fue anulada ante el previsible triunfo del Frente Islámico de Salvación, lo que generó un

ambiente propicio para la cruenta insurrección yihadista que ensangrentó el país durante los años 90.

Pero es posible que, en el futuro, partidos islamistas moderados contribuyan a la democratización de la

región, como ya ha ocurrido en Turquía. En ese sentido, la integración de Turquía en la Unión Europea

representaría un gran paso para demostrar que no hay incompatibilidad entre el Islam y los valores

liberales y democráticos.

Las fronteras del islam: Palestina, Chechenia y Cachemira.

En 1993 el politólogo norteamericano Samuel Huntington publicó un célebre artículo, que originó un

gran debate. Su tesis era que acabada la época del choque de las ideologías, dominante en la Hª del S.

XX, se entraba en la del choque de las civilizaciones. Es decir, que los grandes conflictos del futuro se

iban a producir como consecuencia del enfrentamiento entre las grandes culturas milenarias en las que

se divide la humanidad. En efecto, los conflictos de los últimos años han surgido en gran medida de los

choques de identidad cultural, pero la gran cuestión es si el enfrentamiento es entre las grandes

civilizaciones, o si más bien los conflictos surgen entre comunidades nacionales, étnicas o religiosas

mucho más pequeñas. Las guerras de Yugoslavia podían interpretarse, forzando la realidad, como un

choque entre tres civilizaciones: la occidental (representada por los croatas), la islámica (por los

musulmanes de Bosnia) y la cristiana ortodoxa (por los serbios).

El tema se plantea sobre todo en relación con el Islam, que según Huntington tiende a chocar con

Occidente, debido a la naturaleza universalista y a la vez contrapuesta de ambas civilizaciones. Ahora

bien, el terrorismo yihadista, que ha adquirido tanta notoriedad a partir del 11-S, parte evidentemente

del postulado de la incompatibilidad entre el mundo islámico y el mundo de los infieles y preconiza un

enfrentamiento total contra Occidente. Así es que Osama Bin Laden coincide con Huntington en la

tesis del choque de civilizaciones.

Una primera observación es que algunos de los conflictos más graves del mundo actual han surgido en

las líneas de frontera entre el Islam y otras civilizaciones. Grupos guerrilleros y terroristas luchan en

nombre de poblaciones musulmanas contra los rusos ortodoxos en Chechenia, contra los judíos en

Palestina, contra los hinduistas en Cachemira y contra los filipinos católicos en Mindanao. Se trata de

conflictos locales, surgidos en regiones poco desarrolladas, en los que el elemento islámico no era en

su origen más que un elemento definidor de la identidad étnica de una de las partes en conflicto. La

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Organización para la Liberación de Palestina, por ejemplo, no nació de una ideología islamista, sino de

una ideología nacionalista, es decir de la aspiración de los palestinos a construir su propio Estado. Es

cierto, sin embargo, que en los últimos tiempos, el elemento islamista ha cobrado fuerza en todos esos

conflictos. De hecho se puede afirmar que la propuesta de Al Qaeda consiste en englobarlos todos en

una gran lucha a nivel planetario. Pero, el gran objetivo de Al Qaeda no es la derrota de Occidente,

sino el sometimiento de todo los países musulmanes a un nuevo califato islamista, que supuestamente

devolvería al Islam la pureza de sus orígenes.

En estos últimos años ha jugado un papel particularmente relevante el conflicto entre Israel y los

palestinos. No por el número de víctimas que ha causado, sino por su impacto en la opinión pública

mundial, especialmente en la opinión árabe. El hecho de que un puñado de judíos, un grupo étnico que

durante siglos ocupó una posición subordinada en las sociedades musulmanas, haya podido crear un

Estado en tierras que fueron árabes, desplazando a muchos de sus habitantes, representa una

humillación en la conciencia de todo el mundo árabe. Y el hecho de que Israel tenga el pleno respaldo

de EEUU lo convierte, a ojos de muchos árabes, en la punta de lanza del imperialismo occidental. De

ahí que los sufrimientos de los palestinos en los territorios ocupados, despierten las pasiones de todos

los musulmanes.

Una de las esperanzas surgidas tras el fin de la Guerra Fría fue que este conflicto podía concluir con

una solución negociada. Vencedor en la guerra del Golfo, George Bush utilizó toda la influencia que

había adquirido en la región para impulsar una negociación. Un primer paso se dio con la conferencia

de Madrid de 1991, pero fueron negociaciones bilaterales llevadas a cabo en Oslo entre israelíes y

palestinos las que condujeron a un principio de acuerdo, firmado en 1993 bajo el patrocinio de Clinton.

Los acuerdos de Oslo suponían, por parte de los palestinos, el reconocimiento del Estado de Israel, y

por parte de los israelíes el reconocimiento del derecho palestino al autogobierno. A partir de ahí se

inició un largo y complejo proceso de desarrollo de los acuerdos, cuyo paso más importante fue una

retirada parcial israelí de los territorios ocupados de Gaza y Cisjordania, que hizo posible el esta-

blecimiento de una Autoridad Palestina, dotada de ciertas competencias para el gobierno de los

territorios. En 1996 Yassir Arafat fue elegido por sus conciudadanos como su 1er. presidente.

A medio plazo, el proceso de paz implicaba para los israelíes la renuncia a Cisjordania y Gaza, y para

los palestinos la renuncia al retorno al territorio del actual Israel. Para los extremistas de uno y otro

bando, ello representaba una traición. Yitzhak Rabin, el jefe de gobierno laborista que había firmado el

acuerdo, fue asesinado por un extremista israelí en 1995. Y por esas mismas fechas las organizaciones

islamistas palestinas, especialmente Hamas, lanzaron una ofensiva terrorista en las ciudades israelíes,

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basada en atentados suicidas. Ello contribuyó a que el Likud, el partido de la derecha, ganara las elec-

ciones de 1996.

El proceso de paz recobró impulso cuando en 1999 los laboristas volvieron al poder con Ehud Barak y

Clinton utilizó toda la influencia de EEUU para que se lograra un acuerdo final. Arafat no estaba sin

embargo dispuesto a ceder respecto al crucial problema del derecho al retorno, ni tampoco en el

complejo tema de Jerusalén. Optó por recurrir de nuevo a la presión violenta, en la esperanza de que

ello le daría mejores cartas para una futura negociación. Un provocativo gesto simbólico del líder del

Likud, Ariel Sharon, una visita a la explanada de las mezquitas de Jerusalén, sirvió de pretexto para el

lanzamiento de la llamada Intifada de Al Aqsa en el año 2000. Pero a diferencia de la 1ª Intifada, la de

1987, ésta consistió en una ofensiva de las organizaciones armadas palestinas. Muy pronto el papel

más activo correspondió a las organizaciones islamistas, principales impulsaras del terrorismo suicida.

A ello respondió el gobierno de Sharon, vencedor en las elecciones de 2001, con duras represalias

militares y con el asesinato de los promotores del terrorismo. Arafat quedó aislado en su cuartel

general, hasta su muerte en 2004. Y los nuevos sufrimientos de los palestinos pudieron ser utilizados

por los partidarios de la yihad global como reclamo ante la opinión árabe.

Un conflicto mucho más sangriento y que también ha atraído la atención de los yihadistas

internacionales, que han enviado combatientes a luchar allí, es el de Chechenia. Su origen remoto se

puede situar en la conquista rusa de Chechenia, que tuvo lugar en 1859. A diferencia de otros

territorios musulmanes, Chechenia no tuvo en la época comunista el estatus de República Soviética,

que al disolverse la URSS condujo a la independencia de los territorios que lo ostentaban, pero a pesar

de ello declaró unilateralmente su independencia en 1991. Chechenia se convirtió muy pronto en un

foco de inestabilidad para toda la región caucásica del sur de Rusia y para poner fin a esa situación

Yeltsin optó en 1994 por una intervención militar. Tras dos años de guerra se llegó en 1996 a un

acuerdo de tregua, que no prejuzgaba el estatus futuro del territorio. La tregua se rompió en 1999,

como consecuencia de incursiones chechenas en el vecino Daguestán y de dos atentados, no

reivindicados, que destruyeron sendos edificios de viviendas en Moscú. A finales de ese año se produ-

jo una segunda intervención militar rusa que condujo a la ocupación de la mayor parte del territorio.

La dura represión rusa, que ha ido acompañada de numerosas violaciones de los derechos humanos, no

ha logrado la pacificación de la región. Los combates propiamente dichos han cesado, pero continúan

las acciones terroristas. La acción más despiadada tuvo lugar en 2004, cuando un comando terrorista se

apoderó de una escuela en la región de Osetia del Norte, vecina a Chechenia, y tras unos días de asedio

terminó provocando la muerte de centenares de niños.

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A la altura de 2004 la situación parece en cambio estar mejorando en Cachemira. Territorio de

población mayoritariamente musulmana, pero incorporado a la Unión India en el momento de la

independencia, Cachemira quedó dividida por la línea del cese el fuego de 1949, tras la 1ª guerra indo-

pakistaní, a la que seguirían otras dos en 1965 y 1971, sin que se haya llegado a un acuerdo entre

ambas partes acerca de las fronteras definitivas. La parte india, que cubre la mayor parte del territorio,

constituye el Estado de Jammu y Cachemira, en el que a finales de los años 80 se inició un movimiento

insurreccional apoyado por Pakistán.

En los primeros tiempos de la insurrección jugaron un gran papel los independentistas del Frente de

Liberación de Jammu y Cachemira, pero últimamente los más activos son los grupos islamistas con

base en el vecino Pakistán. Ello ha contribuido a la tensión entre India y Pakistán, dos Estados dotados

de armamento nuclear. Los insurrectos cachemires utilizan frecuentemente métodos terroristas y han

realizado matanzas de civiles, mientras que las fuerzas indias han sido acusadas de violaciones de los

derechos humanos. A su vez, las autoridades indias han denunciado la continua infiltración de

terroristas desde el país vecino e incluso han acusado a Pakistán de complicidad. Se han producido

además atentados fuera de Cachemira, incluido un ataque contra el parlamento de Nueva Delhi en

2001.

El conflicto de Cachemira ha decrecido en intensidad a partir de 2001. Por otra parte, un acuerdo de

alto el fuego entre India y Pakistán en 2003 ha devuelto la tranquilidad a las áreas fronterizas y ha

permitido a las fuerzas indias mejorar su dispositivo de vigilancia fronterizo, con lo que han

disminuido las infiltraciones. Un definitivo acuerdo indo-pakistaní sobre Cachemira no parece en la

actualidad imposible, aunque no será fácil.

La yihad terrorista: el «enemigo cercano» y el «enemigo lejano»

Tras el final de la Guerra Fría, los Estados más desarrollados se encontraron en la situación de no verse

enfrentados a amenaza bélica alguna. Los atentados del 11-9-2001 en Nueva York y Washington, de

una magnitud desconocida hasta entonces, pusieron sin embargo de manifiesto que incluso el corazón

de la primera potencia mundial era vulnerable ante el terrorismo.

Acerca del terrorismo global existen dos interpretaciones contrapuestas muy difundidas. La primera,

partiendo del hecho de que los terroristas internacionales son hoy todos musulmanes, concluye que se

trata de una manifestación de un problema más hondo, el presunto choque de civilizaciones entre el

Islam y Occidente y también entre el Islam y otras culturas, como la hindú. La segunda, partiendo del

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hecho de que las raíces del terrorismo se hallan en países en desarrollo afectados por graves problemas

socioeconómicos, tiende a interpretarlo como una forma de lucha contra un orden internacional

injusto, un combate antiimperialista.

La tesis del choque de civilizaciones representa una simplificación. Aplicada al caso del terrorismo de

inspiración islamista, supone olvidar que en su origen éste representa un conflicto civil dentro de las

propias sociedades musulmanas. Los primeros teóricos egipcios de la yihad terrorista postularon la

necesidad de combatir fundamentalmente al “enemigo cercano”, es decir a los Estados musulmanes

supuestamente infieles al mensaje coránico, y fue el fracaso de esta estrategia, el que condujo a que se

impusieran las tesis de Al Qaeda, que priman el combate contra el «enemico lejano», es decir los

Estados no musulmanes.

La tesis del antiimperialismo implica una negativa a entender la importancia de los factores

ideológicos en los movimientos sociales. De acuerdo con una perspectiva muy difundida en Occidente,

la injusticia social genera naturalmente rebeldía, mientras que las creencias religiosas tienen escasas

implicaciones para la vida real. En la génesis del terrorismo internacional, el factor islamista no tendría

pues tanta importancia como las circunstancias socioeconómicas de los países musulmanes y sobre

todo, en la versión más radical de esta tesis, el impacto del imperialismo occidental. El problema es

que esto difícilmente permite entender el éxito del islamismo, que carece de un programa

socioeconómico propio y se centra en la imposición de la ley islámica tradicional (sharia) y de unas

estrictas normas morales supuestamente derivadas de la lectura literal del Corán. Un caso extremo fue

el del régimen talibán.

La comprensión del actual terrorismo yihadista requiere superar estas tesis esquemáticas y efectuar un

análisis más específico de sus fundamentos ideológicos, de las circunstancias sociales y culturales que

lo favorecen y de sus estructuras organizativas. La ideología que inspira acciones terroristas como las

del 11-S en Estados Unidos o el 11-M en España es el salafismo yihadista. El término salafismo, que

alude a los primeros seguidores de Mahoma, se utiliza para definir un movimiento que pretende

devolver al Islam la pureza de sus orígenes, basándose en una lectura literal del Corán y de los dichos

del Profeta, y rechazando no sólo todas las innovaciones derivadas de la influencia occidental, sino

también toda la cultura que los musulmanes han venido elaborando con posterioridad al momento

fundacional. Se trata pues de una variante musulmana de un fenómeno más amplio como es el

fundamentalismo religioso. Su atractivo se basa en su simplicidad, ya que parece ofrecer una respuesta

unívoca a todos los dilemas morales que plantea la vida. Al no estar ligado a la tradición cultural

específica de ningún país, resulta especialmente atractivo para aquellos jóvenes musulmanes

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desarraigados de sus culturas de origen por la emigración, a los que ofrece una integración en la

comunidad musulmana universal (umma). Puesto que desprecia todo el debate teológico que se ha

producido a lo largo de los siglos, se presta especialmente a la formación autodidacta de pequeños

grupos que redescubren el Islam al margen de los cauces oficiales.

Para conseguir que los musulmanes retornen a sus orígenes, los salafistas pueden recurrir a dos vías, la

de la predicación (dawa) y la del combate (yihad), y este último se puede dirigir contra el enemigo

cercano, los falsos musulmanes, o el lejano, los infieles. Los primeros propagandistas del salafismo

yihadista, fundamentalmente egipcios, subrayaron la importancia del enemigo cercano, mientras que

los líderes de Al Qaeda, el saudí Osama Bin Laden y el egipcio Ayman Al Zawahiri, han dado

prioridad al enemigo lejano.

Esto supone pasar de una lucha por un objetivo político, el establecimiento de un Estado islamista en

un determinado territorio, Egipto, Argelia o Afganistán, a una lucha global, en la que el hecho mismo

del combate tiene más importancia que la estrategia política. La reconstrucción del califato, es decir la

sumisión de todos los musulmanes a una autoridad única que reinstaurara la pureza del Islam

primigenio, representa un proyecto a largo plazo, cuyos pasos intermedios ningún teórico yihadista se

ha molestado en trazar.

De acuerdo con una encuesta realizada en 2004 por The Pew Research Center, el 11% de los turcos, el

45% de los marroquíes, el 55% de los jordanos y el 65 % de los pakistaníes, tienen una opinión

favorable de Bin Laden. De ello cabe deducir que en muchos países musulmanes existe un caldo de

cultivo favorable para la difusión de la ideología yihadista. Entre los factores que pueden contribuir a

ello, podemos destacar tres.

En primer lugar, el problema ya citado de la superabundancia de jóvenes, que encuentran dificultad

para obtener un empleo adecuado a sus aspiraciones y, más en general, para incorporarse a la sociedad

adulta. La proporción de jóvenes adultos, entre 15 y 29 años, respecto a la población adulta total llega

a situarse por encima del 40% en bastantes países musulmanes. Y la falta de perspectivas puede hacer

a algunos más receptivos hacia ideologías radicales como la yihadista.

En segundo lugar, cabe observar que buena parte de los protagonistas de la yihad global son jóvenes

musulmanes que residen en Occidente. Casi todos los grandes atentados cometidos en los últimos años

en América del Norte y Europa Occidental han sido obra de grupos terroristas que reclutan en las

comunidades musulmanas de Occidente o las utilizan como refugio. Esto implica que la radicalización

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que conduce a la yihad terrorista se está produciendo en las sociedades occidentales. Parece que el

salafismo yihadista resulta atractivo para cierto número de musulmanes de Occidente, ya sean

estudiantes venidos de países árabes, inmigrantes llegados en busca de trabajo, jóvenes de origen árabe

o pakistaní nacidos en Francia o Inglaterra, o incluso conversos. En este caso, el radicalismo yihadista

resultaría atractivo para jóvenes que no se sienten integrados en la sociedad en que viven.

Por último es importante tener en cuenta la percepción, ampliamente difundida por los medios de

comunicación árabes, de que el Islam se encuentra acosado y los musulmanes son perseguidos por sus

enemigos. Las imágenes procedentes de Palestina, pero también de otros lugares, como Iraq, resultan

particularmente significativas a estos efectos. Se trata de un victimismo que en parte tiene una base

real, pero también responde a una incapacidad para admitir la parte de responsabilidad que los

musulmanes tienen tanto en sus propios problemas como en los conflictos que les enfrentan a otras

comunidades.

En cuanto a la estructura organizativa que protagoniza la yihad global, su principal característica

parece ser la flexibilidad. A menudo los atentados yihadistas son perpetrados por grupos locales que en

determinado momento han entrado en contacto con la red global que tiene como núcleo central a Al

Qaeda. Un destacado analista del tema, Mare Sageman, ha identificado cuatro redes dentro de la red de

redes del terrorismo yihadista: la estructura central de Al Qaeda, la red árabe del Próximo Oriente, la

red magrebí y la red del SE asiático. No se trata por tanto de una estructura rígidamente jerárquica,

pero tampoco de un conjunto de grupos independientes ligados tan sólo por una ideología común, sino

de una red de redes, muy flexible y descentralizada y que permite iniciativas locales.

La gran aportación del núcleo central de Al Qaeda, surgido entre los voluntarios internacionales que en

los años 80 habían acudido a Afganistán para luchar contra los soviéticos, ha sido la integración de un

gran número de grupos locales en una lucha global. La facilidad de comunicaciones que caracteriza al

mundo actual ha simplificado esa tarea de integración. Y es importante subrayar que el mensaje de Al

Qaeda constituye sobre todo una llamada a matar y morir. El terrorista yihadista parece motivado más

por alcanzar el supuesto martirio en la lucha contra los infieles que por contribuir a una precisa

estrategia política.

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