Irène Némirovsky y El Abandono
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Irène Némirovsky y el abandonoEl baile, de Irène Némirovsky
Una llega a creer leyendo la vida de Irène
Némirovsky que su sino fue el de ir abandonando los
lugares, las cosas y las personas. Y que este mismo
abandono también la abandono a ella, es decir, que
a ella el destino la abandonó siempre a su suerte. La
palabra«abandono» es el nexo común en toda su
vida hasta incluso después de su muerte.
Abandonó su Rusia natal en 1919, junto a sus padres, en plena
adolescencia. Cuando tan solo tenía 16 años estaba abandonada en París
(ese París que luego fue su patria, su escudo y su casa) por su madre que
prefería los bailes y las extravagancias a la compañía de una hija,
abandonada a su vez en las hojas de los libros, que la amparaban de la
soledad inquietante de la pubertad y de una vida nueva, y en las hojas en
blanco de cuadernos que le alivian el corazón escribiendo. Ella misma
abandonó a su madre años más tarde, al escribir la novela El baile, donde
vengó su adolescencia y el odio que sentía por ella. En 1929 abandona su
primera novela David Golder en los buzones de las editoriales sin poner su
nombre y su dirección en el manuscrito, la hallan mediante un anuncio en la
prensa que busca al desconocido autor p ara poder publicarla. En 1939
abandona su condición judía y se convierte al cristianismo, se siente
parisina, no quiere recordar Rusia. Abandona sus raíces. En junio de 1941,
abandona París y vive junto a sus hijas en un hotel en Issy-l’Évêque. No
dejan de ser judíos durante la Segunda Guerra Mundial. Durante los años
1941 y 1942 se abandona a la escritura ferviente, ansiosa y necesaria de su
gran proyecto de novela de mil páginas como arma de rebelión ante la
guerra, aunque sólo desea escribir sobre las relaciones humanas en ella y no
sobre sangre y balas, no quiere tener rencor. No ha de transmitir rencor.
Mientras bombardean ella escribe, mientras la gente muere de su pluma
nacen palabras. Abandona contra su voluntad Francia en junio de 1942,
arrestada abandona a su dos hijas. Niñas judías errantes que recorrerán los
caminos con una maleta. A Iréne la abandona la vida en el campo de
concentración de Auschwitz en Polonia el 17 de agosto de 1942.
Irène Némirovsky abandona el abandono a los treinta y nueve años.
Pero el abandono todavía no quiere prescindir de ella, abandonada en la
maleta de sus niñas, esta el manuscrito de su proyecto de mil hojas: Suite
francesa, concebida por ella como una novela de cinco partes, sólo ha
podido escribir dos. Dos preciosas partes que en el año 2004 el verbo
abandonar se cruza con el de hallar y ven la imprenta dejando atrás la letra
menuda y prieta de Irène. Es el hallazgo quien le dice adiós a tanto
abandono. Es su Suite francesa quien pone el punto final.
Suite francesa ha sido publicada por la editorial Salamandra en el 2005. Las
dos partes que Irène escribió: Tempestad en junio y Dolce. La
primera, Tempestad en junio, es perfecta, a modo de puzle encajan todas las
piezas sin odio, con belleza, como ella quería. Dolce alaba el gusto por
Marcel Proust, tiene todo su sabor y el capítulo de la aventura del gato es
exquisito.
En este caos de mundo, donde nunca la vida se comprende, parece que el
único destino de Irène fue el de escribir Suite francesa para que sesenta y
tres años después nosotros la tengamos ante nuestros ojos y nos deleitemos
con su lectura. Cuando poco importan todos los abandonos. Y sólo el
encuentro con ella es lo que en verdad merece la pena.
María Aixa Sanz
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El Baile, de Irène Némirovsky
Irène Némirovski, que hace un año ya la editorial Salamandra nos acercó a
los lectores españoles con Suite francesa, vuelve ahora con una novelita
corta, El baile, que es una auténtica delicia y sin duda merece estar en las
parrilla de salida de las nuevas lecturas de cualquier lector, ya sea o no
experimentado. Se trata de una historia sencilla, de fácil comprensión y muy
fluida —adjetivos estos que lejos de ser una crítica buscan una loa—. Si
bien, puede que el entramado resulte en exceso predecible, pero tampoco
este hecho le resta en aboluto tensión narrativa, pues la autora nacida en
Kiev y criada en París posee, de manera inequívoca, un don para la
escritura, algo que aquí quedá perfectamente plasmado.
Leyendo la contraportada podría el lector pensar que se va a encontrar con
una historia semejante a la de Andrea y la tía Angustias, en Nada, de
Carmen Laforet, o tal vez con la relación paterno-filial de Buenos días,
Tristeza, de Françoise Sagan, pero en absoluto será de tal modo. Si acaso,
si de buscar referentes literarios se trata (y estos citados no podrían ser,
pues la autora publicó por primera vez El baile en 1931), habría que
remontarse al genial Iván Turgueniev, a quien Némirovski admiraba y del
cual parece haber heredado su capacidad de exploración psicólogica. Cada
personaje está pensado en profundidad, probablemente ayude a ello el
hecho de que la novela es en gran medida autobiográfica y esta faceta de
análisis psicológico de los personajes no es sólo literaria, sino que también
puede ser entendida como una catarsis de la autora. Es una opinión.
El argumento de esta novela corta puede parecer simple: un baile que los
Kampf quieren celebrar en su casa de tal modo que les dé acceso a la
sociedad más burguesa de París; un baile, pues, a modo de bautismo, de
entrada al complejo entramado de las relaciones sociales en la sociedad más
pomposa de la época. A Antoinette, la hija del matrimonio Kampf, no se le
permite asistir al evento, debido, dice su madre, a su corta edad. Pero la
niña, instintivamente, decidirá no quedarse de brazos curzados. Sobre este
planteamiento aparentemente sencillo se esconde una crítica ácida de la
sociedad y su hipocresía (a la que la autora, por otro lado, nunca dejó de
pertenecer). Los temas de la relación materno-filial así como el ansía de
ascensión y reconomicimento social son, por este orden, las cuestiones
capitales expuestas en El baile . El lector asistirá con frecuencia, situado en
la figura silenciosa de Antoinette al absurdo de un mundo de apariencias,
representado ya no sólo por los Kampf, su familia; también por otros
personajes, como la maestra (que probablemente sea una figura tan
sugestiva e interesante como la que más), condes, condesas, marqueses o
gigolós, a quienes conocerá gracias a las conversas entre el matrimonio
protagonista, que es, por cierto, de origen judío, algo que no deja de ser
importante para Némirovski, de un modo, eso sí, un tanto ambiguo. Este
elenco de personajes secundarios no hacen sino redondear una magnífica
novela que se lee de un tirón —apenas son cien páginas—.
No está exento el humor ni tampoco las técnicas más modernas de la
narrativa de esta autora que habría de morir víctima del holocausto nazi.
Podremos encontrarnos, por ejemplo, con brotes de escritura expresionista o
con la suerte del monólogo interior.
Es, desde luego, una suerte y un acierto la publicación de esta novela que
tan bien refleja las vanidades, las poses, el egoísmo y las bajezas de una
sociedad que Irène Némirovski demuestra haber conocido bien.
Alejandro Tobar