Inmanencia. Florentino Díaz
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“Sustancia primordial” Florentino Díaz
La sangre pagana vuelve…
Rimbaud
Este aire nocturno desplaza la mente
E inusitadas hojas descienden
Del silencio inexplicable
A los arrojadizos bordes
Del sueño
Como lejanos cantos
De ausencia inconfundible
Llenos de rojizo letargo
Flotan creándose a sí mismas
Y se alza suprema
La última visión.
Invoco la aparición
Del sueño eterno
He de deshacerme
De lo sucio de estas alas
Y sumarme a las cenizas
Ahogadas del universo
Y he de convertirme
En la nada de mi origen.
Carecer de la conciencia de acción
Carecer de la conciencia misma.
Llévame, llévame
Sueño eterno
Cae sobre mis ojos
Como cielo infinito
Solve et coagula
El disolver de la conciencia
El disolver de mí mismo
El disolver del Todo
El disolver del tiempo y del espacio
El disolver de lo lejano y lo pasado
El disolver de la disolución
En un espasmo
Coagularse como universo
En un frenético ritmo
A los ojos de los no creyentes
Solve et coagula
Abrazar la conciencia
Abrazar todas las conciencias
Abrazar la conciencia del Cosmos
La congelada muerte
Mirará de soslayo
Los gritos de mi furiosa agonía
Intuyo la tumefacción
De mis respiros entrecortados
Solve et coagula
Isis sin velo ha clavado
Sus estacas púrpuras
En mi alma estacionaria
Luminosa incineración la de mis restos
Llama fortuita elevándose en desconocida gloria
El camino es agobiante
El oro eterno ha muerto
El aire eterno ha muerto
El agua eterna ha muerto
La tierra eterna ha muerto
El fuego
El fuego ha declarado imperioso
La quinta esencia
De su salvación.
El fuego ha muerto eterno.
Lo eterno ha muerto.
El tiempo es sutil trampa que cercena
Pies cerosos en las puertas del infierno.
El infierno es una pálida burbuja.
Disolver cielo e infierno
En su magnificencia
Castigar la locura de la soberbia
Convertidos en polvo
Infames monolitos de silencio
Aplastan los deseos.
Llamen al sueño eterno
Que ha fugado presuroso
Y el dorado cruel de la verdad
Me asista con su inevitable presencia,
Y me destruya.
Solve et coagula
Para que la luz se haga en tu sendero
camina despacio…
No es éste un libro más
Merece que tus oídos oigan y tus ojos vean.
Krumm-Heller
I
Todos aquellos se han marchado. Sus rostros han
desaparecido. Como si de un leve despertar hubiesen
percibido el temor de no querer moverse. Veo que la estrella
se levanta y en su luz no hay peligro de tinieblas, aunque el
estruendo atemorice los latidos de un corazón que espera en
silencio la dulce voz de eternidad. Entonces me estrecha
contra el cielo el sonido inefable del canto más puro. Pero aún
no reconocen las formas maravillosas que tras éste se
esconden y se yerguen sobre toda inercia, sobre toda angustia
y pena.
Me embarga la extraña melancolía del silencio,
donde el trecho hermoso de un querer imaginar aún se adentra
en mi espíritu para ofrecerme el destello de la
contemplación. Se hace extraño sentir el frío de la noche y a
la vez sentir que no se pertenece a nada, que vagamos en un
lugar que no es espacio y en un tiempo que no es tiempo.
Al fin me he desprendido de todo lo que a los
sentidos ata en la extrema carencia, pero la embestida es
fuerte, extraño licor de las manos del insospechable. Mas,
qué poder hacer con este peso enorme como las fauces de un
tifón negro que a dentelladas pretende destruirme en el límite
mismo de la franja por donde apenas se intuye la sutil
luminosidad de tu esplendor.
Quién por tu voz habla a mis oídos. Para sumirme
en la quietud de estos colores, de este aire como sueño de la
lluvia susurrando el temblor de las hojas que desprendidas
caen cual trozos envueltos en noche. Por qué todo ha de
revelarse así de repente. Cuánta oscuridad en el alma del que
no ha sido tocado por el rayo de la gracia, cuyo anhelo hacia
la luz no se incline.
Cuan tangible se hace esta busqueda. Aprendido
pensé que más allá de los sentidos se encontraban las cosas,
que más allá de las cosas se encontraba la mente, que más allá
de la mente se encontraba el intelecto y más allá de éste
estaba el deleite de la quietud suprema. Extraño, ver que el
verdadero letargo es esta vigilia aparente. Cómo negarse al
llamado de los cielos cuando de las voces más profundas se
deslizan las palabras que encierran en su signo el secreto de
todo el universo. Habré de encontrarlo para beber del vaso
cósmico la sustancia primordial que todo lo engendra. Sea mi
deseo liberado de soberbia, sea mi rostro inalterable en la
tentación del que posee las llaves de lo incierto.
No habrá vértigo pasada la tormenta.
Vuelvo al hombre, vuelvo a mi mundo.
Sino crees en tu razón habrás de calcinarte en la
miseria de tu ignorancia, alentadora excusa para internarse
en los infiernos, para deshacer de los cerebros todo deseo de
sabiduría. Y el insoportable carpe diem flagelando el espíritu.
Tiempos difíciles aquellos. Abrirse un agujero para sacarse
las entrañas y que vengan los perros con su hambre voraz,
sus ojos hinchados de codicia, fieles aprendices de sus amos
bípedos. Qué misterioso encantamiento me habría separado
de todo este gozo, sacarse las vértebras daba lo mismo,
sacarse el alma daba lo mismo, pensarse en la nada, eso era
todo. Cuán distante se me hace esta palabra, cuán indefinible
su pronunciación. Millones de cráneos se han regado sobre la
hierba, el tiempo de los asesinos como una estaca clavada en
el centro del mundo, como la herida abierta en el cuerpo del
hombre, la ensoñación de la sangre que caída en la tierra
apaga el brillo en los ojos de la madre.
Diversas se han hecho las líneas de la vida, trazos
que se extienden sobre el aire para unirse en la agitación de la
tormenta o en la serenidad del cielo al amanecer, cual sendas
o límites de montañas, lo que aquí somos allá un dios habría
de ampliarlo con armonía y eterna paz y recompensa.
Aunque la sangre estalle y todo haya sido ya olvidado.
Es el ensombrecimiento a cada instante. Oscuridad
que se inyecta en el aire para cubrirlo todo. Para rodear con
sus manos el desconocido rincón de cada gesto. Imaginar las
formas a capricho, colapsar los vestigios de aquel estado del
alma en que las sensaciones son llevadas por el oculto ser
que fluye. Aquél que observa a los espíritus caer como frutos
azules entre la podredumbre de los metales.
Si tan sólo de sus labios pudiésemos robar el amanecer de lo
eterno.
Portaríamos la luz, el fuego que no quema entre las manos,
Prometeo danzaría ebrio dando pasos gigantescos. Y a la
mañana siguiente borracho entre las piedras se marcharía
enorme hacia la orilla de una playa.
De qué dependía, el atardecer, la niebla, el estruendo benigno
de una cuantas olas, qué. Imaginaba gritar a los astros
posibles respuestas. Hasta qué punto podíamos dolernos de la
salida o puesta del sol en los ojos de los hombres. Qué terrible
perdida, qué maravillosa regeneración. El cielo se partía como
un río furioso. Las voces nuevamente temblaban. He de
sentarme al pie de este árbol hasta volverme un guijarro de
piedra. Todos se han marchado. No recuerdo sus rostros, sin
embargo los recuerdo a todos muy bien.
Todo es extraño ahora
las luces dando vueltas
de estrellas en los hombres
Una figura dorada se asoma
En la penumbra tiemblan los murmullos.
De una forma obscura precipita
el ángel sus ojos de hierro
al clamor dormido de unas pieles
quietud inmensa que asesina recuerdos.
El rostro dorado se vuelve hacia atrás.
Las llamas del cielo descienden
sobre la tierra desnuda de espuma.
Vacían las sombras gestos mudos.
II
Anduve sonámbulo, pero todo ha sido inútil. No he
podido fijar mi mente en el sueño completo donde las
criaturas puedan al fin hablarme sin que la vaga interferencia
del aire sacuda sus voces. Dónde podría estar. El sueño me
ha abandonado. La extraña presencia de lo maravilloso parece
no querer tocarme ahora.
He cometido una falta. En mi conciencia llevo actos
jamás repetidos y no sé por qué razón siento como si mis
manos hubieran arrancado un corazón para sacrificarlo ante
un dios tumefacto.
Se han tragado la luz los lagartos
en el frío sonido de sus pieles.
Sobre una esfera juegan los cerebros.
Dioses de una memoria indescriptible
Tiemblan las alas de la última palabra.
En el sueño sólo vibran las caricias,
voces de un desnudo cuerpo en la penumbra.
Acumulan los deseos unos hilos
vueltos al fuego de la noche.
Paz regresa amada al corazón
no te pierdas en las huellas serpenteantes.
Es como no seguir deseando los deseos. Salir y
encontrarse con los motivos más sublimes de la flagelación,
condenados a espectar los ojos adormecidos de nuestros
hermanos entre construcciones inmensas y luces paranoicas.
Sólo puedo asistir a esta hoguera de espíritus, donde los
clamores han enmudecido, donde las furias han enmudecido,
donde la fuerza de los brazos, corazones y mentes se bifurcan
y se pierden.
Nos han negado una divina bendición, han
arrodillado a los ancianos ante bocas laceradas de fuego y
gritos torturantes los empujan a arrojarse con locura a las
cenizas del olvido.
Son las matanzas silenciosas que no aturden ya sino al
subconsciente, qué terrible invento. Nos hemos acostado en
estanques cubiertos de noche para no reconocer nuestros
rostros en sus aguas.
Los hombres ya no danzan, esperan cautivos la
liberación de la muerte. Quién ha inoculado en nuestra sangre
tan horrendo estigma, quién deforma nuestros gestos en
patéticas miradas de piedad.
Bebemos del esputo de algún temible ser, la
revelación de su nombre nos lleva a la condena, son sus hilos
oscuros, misteriosos, de un poder no imaginado.
Oh gran malignidad que nos devoras con saña, ante
quién te enorgulleces de tu obra gigantesca. Grande tu
poder, grande tu ira, grande tu malsana sed de sangre, grande
tu angustia, tu inmutable y poderosa angustia.
Cómo saber yo que esto no es un pálido reflejo. A
nadie afirmas nada, con nadie osas conmoverte, y yo con la
voz fija en el estiércol lanzo preguntas que sólo se las lleva el
que esconde la mirada bajo la huella de sus manos. Cómo
podré hacer que te afligas mientras las causas más profundas
de nuestro dolor nos son aún desconocidas. Te había hablado
de angustia y hasta hoy no había comprendido lo intolerable
que se vuelve repetir una y otra vez el mismo tema. Mis
nervios ya no se aferran a nada , vivo sintiendo el conflicto en
cada una de las células de mi carne. Y me han llegado
noticias de que la dicha ya no engendra . Que las ilusiones
más patentes de lo que nos haces creer como amor o
esperanza es el débil resplandor de una antorcha en la ruta
equivocada. Y confundes en mi mente cualquier tipo de
reclamo, lo confundes totalmente, pero ya no quiero
aferrarme a nada y tal vez ese sea un buen comienzo para
empezar con tu destierro. Si tus manos estrechan mi cuello
para arrancármelo al fin, entonces te habrás dignado a
contemplarme antes.
Y habré de leer tu pensamiento como poseído por la
magia de los antiguos videntes, y me enteraré, sin que puedas
impedirlo, de la única forma de vencerte.
De la penumbra no saltan más los hilos vivos
de aquellos los dormidos rostros
a la espera esplendorosa de una voz
murmullo de corazones que en las aguas
cantan la virtud plena
de un clamor doloroso
Los bosques se han ahogado y sumergido
en tinieblas que exhalan caricias
La amante perdida ha tornado
sus labios a la piedra.
Y en sus ojos se tiende
acariciado el silencio.
Por doquier el gemido de la peste
a saciar de sus metales esa angustia
De las flores la advertencia en sus capullos grises
el fuego que cruje al pie de puertas cerradas.
Sobre un campanario el sol es contemplado
y al caer la noche
ilumina el bosque
un cuerpo de luz que honra a las almas
y calla, calla por tres veces le dice
antes del amanecer
a la muerte.
III
Al menos por ahora, una extraña emoción intenta
sacudirme desde lo más profundo, como si empezaran ya a
moverse secretos filamentos en direcciones previstas, y por
quién, no deja de atormentarme la idea espeluznante de un ser
superior, dónde el bien, dónde el mal, dónde habrá de sentarse
el Eterno. Y si el Eterno soy yo, jamás mi locura habría
llegado tan lejos, jamás los resplandores débiles se habrían
hecho tan intensos como llamas de un millón de estrellas. El
mar trémulo y la conciencia de cada grano de arena, la dorada
luz solar, la vida, la vida, la vida… He llegado hasta el
límite de este no entendimiento, de un querer capturar lo
indefinible he terminado por volcarme al vacío de mi alma,
he terminado por sepultar en mi textura cualquier
correspondencia con las tibias agitaciones del aire o el
zumbido arrullador de las criaturas aladas. Entonces yo no
soy yo, y sino quién, qué es lo que a través de mí se desplaza,
silencioso, sin mostrarse ante los ojos de nadie, como si una
terrible carencia lo asediara, cuál será el rostro de aquella
manifestación. Pasan desapercibidos sus signos en cualquiera
de mis actos, y si sucediera que de sus más secretos cambios
se alzara delirante un estruendoso clamor, y lo irrepetible de
la angustia se tornara un instante inmóvil, cincelado en los
rostros ajenos, abrazaría el temor para no volver a huir,
abrazaría sus miedos.
La ausencia más dolorosa sería un terrible despertar,
pero no ubico aún su esencia, su cuerpo se desprende de mi
ser en medio de las tinieblas.
Lo humano me es aún indefinible. Lo bello me
confunde, tanta tristeza provocan sus ojos.
Bello es el rostro de la muerte, si de la otra orilla el
marfil brillo de sus dedos nos invita a la certeza de estar
libres. Sólo del vacío negro de sus ojos se desprende la
extensión infinita del momento.
El dolor inubicable, ya no físico, asciende. Se eleva
desde el centro del espíritu encarnado para tocarse a sí mismo
en su profundidad donde el pequeño resplandor está a punto
de extinguirse.
Y abandonado en la completa soledad distingue las
sombras de quienes como él se arrastran sin luces entre
sonidos ininteligibles, gruñidos y llantos. Sólo la proyección
de un brillo tenebroso. El sol negro del abismo.
Un corazón apagándose bajo el cielo plagado de
estrellas inspiraría a más de una mente el rescate urgente de
los leños al rojo, para observar en lo alto y coger la vaga idea
de que el manto de la noche nos cubre de un fuego terrible
por cuyos agujeros se filtran a lo lejos esas luces de fría
resonancia.
Sobre un sauce la sombra, el ojo del gigante se
contrae en un estertor.
No existen torres de marfil .
Los hombres se bañan en las aguas del limbo.
Sus cuerpos se han tornado envolturas crepitantes.
Un mar de fuego se agita , truenan los metales
El rugido ardiente del cielo estremece enormes
gargantas.
La materia se revela en su misterio y sucumbe.
Brota la energía de túneles profundos.
Cada quien se queja y le susurra palabras santas a
lo inconcebible. Se abstraen, se apegan, se arrodillan.
Letanías de hielo enervan sus sentidos.
El clamor de lo dorado. La putrefacción del
comienzo.
Altares llenos de piedad regocijan la esperanza
imposible. Una y dos veces sus corazones tiemblan.
De la cruz la sangre se derrama, marcha la Luna a
sembrar la noche.
Invocan misericordia al espíritu del mundo. Pero en
ellos se clavan aguijones de hierro.
Los cuatro mundos se confunden.
De piedra humana más alta descienden negros
dragones.
El mar reclama la sangre de sus fieles.
Una tormenta que cruje aceros derrotados, el
estruendo caído de la sangre. Todo se vuelve como un trazo
envolvente de rostros circulares. La guerra, el amor, la
estúpida miseria de las almas caminantes. Es como si en un
enorme barco nos situáramos a merced del movimiento de las
olas, y el cielo completamente oscurecido nos regalara desde
su más absoluta profundidad el brillo de la estrella que
despunta inalcanzable. Las mentes más sabias se deleitan en
su contemplación, se alzan los ritos de ofrenda, las antorchas
sucumben, pues la noche no debe ser interrumpida, luz en las
tinieblas y tinieblas en la luz. Las exhalaciones son
concebidas al unísono, nadie entrecorta los respiros. El
hierofante se sumerge en un largo éxtasis tratando de abrazar
todas las conciencias. Fijando sus alterados ojos en la estrella
que apenas distingue, pero el brillo crece, se contrasta, vibran
los latidos en cada cerebro, y él eleva sus brazos al cielo, la
danza de los vientos empieza, sacuden a golpes el mástil de
los cuerpos. Nadie intenta regresar. Nadie sumerge su rostro.
Nadie expira en el vacío.
Y es desde el fondo de la noche
donde él despierta.
Y una enorme ola
como rugido de bestias
se clava en la cara opuesta
de las almas.
El hierofante cae desvanecido. Todos anuncian un
ardor sin freno. Ahora el barco conoce su rumbo. Nadie se
inmuta a las puertas del abismo.
El ave alza su vuelo, los brazos se tienden al
crepúsculo.
IV
Con un ímpetu vertiginoso, esa es la expresión correcta, va
más allá de la dialéctica más simple y obstinada. Superar
todos los extremos en la elaboración de un nuevo estigma que
en determinado instante se esfumaría de las frentes humanas.
El vuelo habría sido inconstante ante una disolución tan
engañosa, la realidad no tiene límites, tanto nos cuesta
creerlo. Pretendemos ocultar los ritmos violentos del aire a
nuestro alrededor, el mediador supremo descansa preso de un
sueño voluptuoso y la mayor de las glorias será pasear la
Luna entre los dedos de mil manos. Las diez mil esencias se
descubrirán. Cuántos espíritus aletargados bajo el peso
imaginario de un reptil gigante. La extrema percepción de lo
inacabable, de lo que se transforma. Diversas manifestaciones
se han provisto de conciencia. Diversos los rostros que en el
umbral persisten en seguir al espíritu de la oscuridad. Cuánta
la carga del que por suaves manos deja estrechar la memoria
de los hombres. Esperamos el descenso del círculo. El fuego
está presente y tres veces lo negamos aturdidos por la larga
noche de los cuerpos fulminados. Paciencia de montañas.
Nuestras vidas han sido moduladas en el desquebrajamiento
total. Es el delirio más grande en el que se haya acostado el
hombre moderno en su afán materialista de triunfo. No
desprendemos frutos gratuitos, no peleamos castigados de
exceso. El crepitar de nuestros rostros es el signo evidente de
la más oculta flagelación.
Es la contemplación total de lo impredecible, la
última degeneración, el hedor suntuoso de las caídas
múltiples, la piel desprendida de olvido, la mutilación del
cuerpo sacro. Es la vida que en apariencia regala a nuestros
ojos bendiciones efímeras. La transformación del tedio que
arremolina a las almas en cargados vagones. Está aquí el
tiempo de los asesinos, de golpe darse cuenta que tal vez
siempre lo estuvo.
Es el canto de una herida siempre abierta que exhala
el misterio, donde el espíritu oculto danza como un terrible
ángel.
Los Luminosos, los Engendradores, los grandes
maestros se ausentan. Se han marchado al desierto en busca
del ritual infinito. Se han llevado nuestros sueños y por
primera vez la pesadumbre del insomne es el ídolo que nos
desata de la angustia.
El temor se vuelve consuelo de los justos. Los flujos
subterráneos de las mentes acaban por ahogar el impulso
tierno del alma ajena. Y nada se inscribe sino en sus propios
bordes. Ahora nos llenamos de inmundo placer.
Se ha colmado de gestos el vacío espacio, pero el
horror se ha instalado en nuestros ojos.
La muerte habrá de terminar.
Consiste el gran convencimiento en la fuerza
demoledora del sueño sobre nuestras mentes o los hielos de
nuestras conciencias. No hay sustancia espiritual que nos
libere de esta prisión, cualquier imposición, acto o disciplina
habrá de ser transgredida y alterada. En la noche sólo las
visones fluyen como licor fuerte. Repica el llanto en las
columnas olvidadas de los templos y juega la locura con el
placer de las antorchas. ¡ Libres ya, libres al fin de todas las
murallas! Que no importen ni el odio naciente ni la muerte
envejecida. Ciérnanse sobre nuestras cabezas constelaciones
enteras.
¡Que venga ya el estallido profundo! ¡En luces
nuevas el vahído humeante de respiros melodiosos!
¡Que venga ya el estallido profundo!
El vacío ha venido agravándose en un petrificante
internamiento del espíritu. Los síntomas de esta gelidez se
manifiesta a través de una contracción nerviosa,
incrementándose la sólida pulsación de los latidos en cada
chorro de sangre que circula entre el abanico de las imágenes
y las reminiscencias. Percibo al alma abatida en el camino
de las piedras. Se transmutan los recuerdos en expresiones
oscuras donde aquél, cuyo nombre encierra la iluminación,
pretende ser olvidado aunque esté guardada su esencia en el
todo.
Al parecer existe dentro de toda esta maraña de
acontecimientos un fondo escondido. Mi estado físico me
lleva a pensar que estoy al borde de una crisis estupenda de
letargo, incluso al escribir esto hay una manifiesta debilidad
en mi atención, es un cansancio. Busco los motivos de éste,
pero no hallo en mi memoria alguna situación de
sobresfuerzo. Mi cuerpo se alimenta de una forma distinta a
mi espíritu y es esta forma la que se me ha vuelto misteriosa,
a la vez experimento la necesidad de no indagar más en lo que
a ella concierne puesto que algo me dice que todo habrá de
darse por sí solo. Me es imposible reconocer ahora la luz, sólo
pequeños destellos parecieran querer manifestarse, cuánta ha
de ser mi soberbia por querer aprehenderla que la razón más
simple es la abertura más negra por donde mi alma tropieza
para hallarse al fin en la hiriente visión de un paisaje
desolador, pero aún así, no me deshago del deleite, no me
abandona aquella fuerza suprema de un atisbo del gozo. Es el
palpar má cercano de mi ser en medio de esta incomprensión.
A no más gestos delicados los hombres han optado por la
partición gradual de su cortesía, es la abolición de la pureza.
El revestimiento estúpido de los modales en una sociedad
donde la alteridad es una consecuencia de la dialéctica.
Habremos de estudiar a Platón para empezar a querer, y
Levinas con tono melodioso posará la mágica palabra sobre
nuestros cansados hombros, ¡qué gusto me da!, saberse un
cerdo y volverse a la erudición para convencerse de lo mismo,
pero hay almas grandes y hay almas enormes, seres en los que
la serenidad no se haya vuelto una exploración de su lenguaje,
en los que por viva voz , y sólo por la voz, como un hechizo
aprendido y al instante olvidado, deslicen en sus palabras el
afecto más amplio, la sencillez más brillante, y sus ojos como
un cielo sublime gesten en nuestros corazones la belleza de su
espacio prístino. Y si acomodara mi voz a los oídos de
aquellos que a la diestra han de contemplarnos, podrían
entonces sentir desde su más hondo misterio la armonía de un
sonido hecho música de la más pura conciencia. O traería ante
mí centenares de espíritus que por ambigua invocación
habrían llegado sin despertar silenciosos envueltos en la
noche a quienes duermen aún el sueño largo de sus vidas
presentes, ¿podría pasar? , gasto ingenuidad en tantas
preguntas. El regocijo se marcha.
En un antiguo coliseo de madrugada tensa apenas el viento
mueve el polvo que por todas partes cubre las gradas y
estatuillas, La noche cierne grandes nubes negras sobre las
cabezas del curioso, del artífice y el contemplador, al centro
del centro de aquel enorme círculo. Se alistan los elementos
como vinculados a la mente e intuyen el llamado de los que
hacia ellos acuden con fervor ardoroso.
El libro es abierto, reverenciado en el estupor sereno del que
lo sostiene. Las llaves ocultas cuyas señas son el fragor de la
locura de siglos, él cuya letra revela la voz jamás oída. La
invocación sea iniciada.
V
La gracia es contemplada
Dolorosas las estacas en pieles de gigantes
Salientes de la arena los huesos puesta la mirada
En el insomnio del aire.
Se vuelven los amantes al rostro del viento
En el cielo derramado.
Y los invita
A beber del labio negro de la tierra
La savia exquisita regalo de la noche
El insecto en sus alas muestra el zumbido luminoso
Del deseo infinito
Se parte el cuerpo y no llega a contenerlo
Se parte el alma en el deleite al fuego
Un crujir de espadas delatan surcos en el tiempo
Sobre la Luna, mármol pendiente el seno de la amada
Clama el corazón camino entero
Al sino radiante del cósmico vientre
Un aullido de estrellas dibujan sombras
En las espaldas de hojas como cuerpos extendidas
Del bosque tupidas ramas se enlazan
Dádivas de brillo en las entrañas
En pleno centro el corazón respira sueños
Que en sueños despierta la voz viva del mundo
Calladas ondas de la raíz oculta
acuestan líquida desconocida música
Los cuerpos fuego, las pupilas noche honda
Noche de la noche destellan los espíritus
Y como espigas
Crece la penumbra del temblor
Divino de la tierra.
Y todo lo que ata el dolor se va alejando, para luego
sacudirme desde adentro como si la especulación de lo real
se acabase y se volatilizara en el instante en que la sombra es
contemplada y la sombra de aquél que se dirige hacia ti
también es contemplada, entonces todo se confunde, colinas
enteras se vislumbran como en un chispazo, torrente de
imágenes, bosques, ríos, árboles ardiendo, las puñaladas se
concentran y abren con mayor profundidad las entrañas
donde descansa solitario el corazón de la tierra y los seres
desconocidos despiertan y vienen a reclamarte y tú no sabes
qué hacer, cómo rogar, a quién acudir si todo está
desmoronándose, al fin las caras se retraen, los gestos se
impiden, hay mentidas sonrisas que por doquier se alzan para
coronar la muerte, para vagar en la ilusión de querer tenerlo
todo y el mundo se desliza como agua entre las manos, las
aves en el cielo como relámpagos , las marejadas cálidas, los
hilos sean descubiertos, las alcantarillas abandonadas por
lazos de tiempo que se encajan en las médulas.Y hacer que de
los labios se desprenda la palabra hecha gracia, inmutable
percepción del rostro infinito. Emanan los seres de tu divina
luz, alegre el corazón de los hombres por encontrar en las
formas la perfección de tu esencia. La piel se siente fría, en
las mejillas refulge el verano, océanos de niños andando tras
la fortuna que perseguida huye por sendas misteriosas, los
duendes silban, miles de arcabuces truenan a la vez para
adelantar la venida de ángeles que desde el origen se
transforman. Cómo es que puedo encajar en este cuerpo, qué
altísima prisión habrás de imponerme, reo de esta materia
cruel y pereces, pereces oh inmortalidad cómo tú has de
perecer, y no me resigno, mi espíritu se ata a las orillas del
volcán para deslumbrarse en un estertor. Las manos asidas
como pretendiendo encontrar en el no tiempo la respuesta
absoluta y el sentido absoluto y vienes y sigues viniendo para
perderte sin apenas mirarte, donde, donde reconocerán los
gruñidos de la oscuridad que sumerge a los espíritus,
reclamo las fornicaciones de mil cuerpos, la cópula divina, la
excusa de los bárbaros en los fuegos antiguos, la inmolación
de las vísceras palpitantes caminan, se desplazan, Pobre de ti
que aún sobre el pie infinito de aquella piedra mueves ojos y
rostro para captar en la aurora la estela purpurea de las alas
ocultas del ser que ha caído hacía milenios, no intentas
descansar en tu reposo y el reposo no se ofrece más a los
mortales, pero cuánto de ironía hay en todo lo que las
palabras afirman, Quién estremece los ritmos de las pieles
que convergen en el latido ausente, en el gran latido ausente,
en la enorme criatura ausente que como un tigre cósmico,
que pareciera moverse por entre las líneas de los universos
por crear, se manifestara en los guijarros absurdos de la
arena y cuánto amor hacia las luces del fuego escondido bajo
el negro del cielo que se oculta y une entre las tinieblas el
dolor impenetrable de los cuerpos que aún no cesan de
amarse de entregarse en un respiro el suplicio más grande de
todo su aislamiento, de toda su soledad, dónde pueden
tocarse, en los bordes teñidos por la espuma de los mares que
los alcanzan y los sorbe como en si en la penumbra el vuelo
del pájaro que por las tardes se tragase el crepúsculo se
volviese en un instante el largo recorrido de todos los seres
que al final extienden ambas pupilas alertas a todo lo que
en el aire pueda acontecer y de un pálido soplido el eje
escondido de la parálisis divina se tornase el consuelo eterno
de los que al cerrar los ojos sienten desesperarse y quedar
petrificados como la mirada muerta del lagarto.
Estremecido estoy.
La amplitud de un abrazo ha colmado mi dicha. Pleno de ti,
mi lecho es blando y mi rostro no hace ya sino esperar…
La voz se hace espíritu en el brillo
Todo temblor cesa
La energía emana de inagotables ríos
para dar vida al contemplador
El ser que descansa
se rodea de viento
Deja caer el gran círculo
la sombra
para empezar el rito de los cuerpos
Abre nuestros ojos para verte
florecer
En cada pétalo tu gloria
Sobre toda tierra, toda porción de tiempo
de la raíz más profunda
al cielo limpio
Abre nuestros ojos para verte florecer
VI
Contemplado en todos los seres manifiesto está como la
flor infinita, ¡Oh luz radiante! ¡Gloria interminable!
Muéstrame el camino de tu sabiduría para apagar en mis
labios la sed de este vacío. Muéstrame el recinto donde la
forma esencial reside. Y dispón el espíritu para recibir
los ritmos penetrantes de tu aliento, para captar la belleza
en poesía de tu nombre.
Pensar que los hombres ligados están por la inercia del
sueño a las apariencias de este mundo. Pero es el sueño
que se hiere a sí mismo, cultivo del deleite en el sufrir.
Donde la caricia reposa en palabras de consuelo
En virtud de él se vuelve en la conciencia de lo
indestructible. Cubre el cielo los pilares de la tierra. El
espíritu de la noche se ha levantado. De vuelta se hace
hermosa como la piel de la serpiente que ha de revelarse
en la extraña penumbra de la arena, de aquella tierra que
abandonada al crujir del viento guarda en su aridez los
mensajes de los primeros maestros.
Quién cuyo anhelo no haya penetrado en los misterios del
amor no ha sentido su corazón colmarse de dicha para
fundirse en lazo eterno con la voz del supremo nombre.
No es el silencio el ardor descifrado de su verbo.
Se elevan sus ojos por encima del cielo y se abre la
corteza del viento para derramar en nosotros la semilla
Sólo el amor nos hace aspirar a lo eterno. Sin él nada
tiene sentido, sólo el vacío se presenta. Quedan los trazos
sobre el aire, escritas las palabras sobre el agua en su fluir
sereno, lleno de paz.
VII
Entonces el rostro de Dios es visto
Para deshacer en el hombre toda oscuridad
En sus corazones habita
Inmutable
Hasta ser escuchado.