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INFOCAME Boletín Informativo Edición Año 14 Nº 172. Octubre de 2013 La Vocación del Líder Empresarial ( Parte I ) Cuenta el entonces Cardenal Ratzinger, en su introducción al Cristianismo, una historia con moraleja: el payaso y el pueblo en llamas: “En Dinamarca un circo fue presa de llamas. Entonces, el director del circo mandó a un payaso, que ya estaba listo para actuar, e la aldea vecina para pedir auxilio, ya que había peligro de que las llamas llegasen hasta la aldea, arrasando a su paso los campos secos y toda la cosecha. El payaso corrió a la aldea y pidió a los vecinos que fueran lo más rápido posible hacia el circo que se estaba quemando para ayudar a apagar el fuego. Pero los vecinos creyeron que se trataba de un magnifico truco para que asistieran los más posibles a la función; aplaudían y hasta lloraban de risa. Pero al payaso le daban más ganar de llorar que de reír; en vano trató de persuadirlos y de explicarles que no se trataba de un truco ni de una broma, que la cosa iba en serio y que el circo se estaba quemando de verdad. Cuando más suplicaba, más se reía la gente, pues los aldeanos creían que estaba haciendo un papel de maravilla, hasta que por fin las llamas llegaron a la aldea. Y claro, la ayuda llegó demasiado tarde y tanto el circo como la aldea fueron pasto de las llamas”… Una primera interpretación del texto sería la siguiente: el payaso, como enviado, tiene un mensaje vital que informar al pueblo, pero hay quien lo entienda, porque anuncia un evento increíble; su audiencia lo toma a broma, y entiende que es el rol que le corresponde asumir porque es un payaso, cuyo mundo o realidad es ajena a la cotidiana; algunos hasta pensarán que es un mensaje de otro mundo, el circo; a fin de cuentas, es un cuento para atraer a una audiencia indiferente a este ámbito. Si entendemos que el payaso es el teólogo, experto en asuntos sobrenaturales la conclusión es terrible. Por más que se afane, todos pensarán que representa un papel ajeno a la realidad mundana. Pero Ratzinger avanza en el razonamiento. La culpa no es solo de la audiencia, que no es capaz de aceptar mensajes incómodos que le exigen un mayor esfuerzo, que piensan que le enajenan de su realidad cotidiana, y que no son, a su parecer, científicos. También lo es del mensajero, el teólogo, que pueda pensar que él está en la verdad y el incrédulo en el error. Que basta con adaptar su mensaje para que sea entendido; con hacer su lenguaje asequible, moderno, para que sea comprendido. Termina concluyendo el autor que ojalá siempre en ambos esté la duda de que quizá las cosas no sean exactamente como uno y otro piensan. Eso les dará la humildad necesaria para trabajar en conjunto. He querido comenzar con este relato y algunas de sus posibles interpretaciones, porque algo similar ocurre con las enseñanzas sociales de la iglesia, la así llamada Doctrina Social de la Iglesia (DSI). Cuando un hombre o mujer de empresa confronta los principios sociales católicos, a menudo reacciona de forma dual, tal como refleja la siguiente afirmación de André Delbecq, antiguo Decano de la Escuela de Negocios de la Universidad de Santa Clara, en California: “Parece que se tiene una idea de lo que pretendemos, pero la especificidad del comportamiento es muy etérea”. Los principios del DSI, tales como la dignidad humana, el bien común, la solidaridad y la subsidiariedad, ciertamente inspiran en la audiencia de buena voluntad una profunda convicción de que en los negocios hay algo más que la mera maximinización de beneficios para los accionistas. Pero una vez que esta inspiración se lleva a la práctica, los aspectos específicos son difíciles de localizar, y la convicción se troca en un vago sentimiento. Aún queriendo entender el mensaje del teólogo, y hasta asentir a algunas de sus enseñanzas, la audiencia del mundo empresarial termina concluyendo que ese discurso no tiene nada especifico que mostrarle para su vida practica, para sus problemas y dilemas cotidianos. Son bien intencionados pero demasiado abstractos para tener un real impacto. Con palabras de un director general: “No sabría decir si el bien común me pasó por al lado”.

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INFOCAME Boletín Informativo

Edición Año 14 Nº 172. Octubre de 2013

La Vocación del Líder Empresarial

( Parte I )

Cuenta el entonces Cardenal Ratzinger, en su introducción al Cristianismo, una historia con moraleja: el payaso y el pueblo en llamas: “En Dinamarca un circo fue presa de llamas. Entonces, el director del circo mandó a un payaso, que ya estaba listo para actuar, e la aldea vecina para pedir auxilio, ya que había peligro de que las llamas llegasen hasta la aldea, arrasando a su paso los campos secos y toda la cosecha. El payaso corrió a la aldea y pidió a los vecinos que fueran lo más rápido posible hacia el circo que se estaba quemando para ayudar a apagar el fuego. Pero los vecinos creyeron que se trataba de un magnifico truco para que asistieran los más posibles a la función; aplaudían y hasta lloraban de risa. Pero al payaso le daban más ganar de llorar que de reír; en vano trató de persuadirlos y de explicarles que no se trataba de un truco ni de una broma, que la cosa iba en serio y que el circo se estaba quemando de verdad. Cuando más suplicaba, más se reía la gente, pues los aldeanos creían que estaba haciendo un papel de maravilla, hasta que por fin las llamas llegaron a la aldea. Y claro, la ayuda llegó demasiado tarde y tanto el circo como la aldea fueron pasto de las llamas”… Una primera interpretación del texto sería la siguiente: el payaso, como enviado, tiene un mensaje vital que informar al pueblo, pero hay quien lo entienda, porque anuncia un evento increíble; su audiencia lo toma a broma, y entiende que es el rol que le corresponde asumir porque es un payaso, cuyo mundo o realidad es ajena a la cotidiana; algunos hasta pensarán que es un mensaje de otro mundo, el circo; a fin de cuentas, es un cuento para atraer a una audiencia indiferente a este ámbito. Si entendemos que el payaso es el teólogo, experto en asuntos sobrenaturales la conclusión es terrible. Por más que se afane, todos pensarán que representa un papel ajeno a la realidad mundana. Pero Ratzinger avanza en el razonamiento. La culpa no es solo de la audiencia, que no es capaz de aceptar mensajes incómodos que le exigen un mayor esfuerzo, que piensan que le enajenan de su realidad cotidiana, y que no son, a su parecer, científicos. También lo es del mensajero, el teólogo, que pueda pensar que él está en la verdad y el incrédulo en el error. Que basta con adaptar su mensaje para que sea entendido; con hacer su lenguaje asequible, moderno, para que sea comprendido. Termina concluyendo el autor que ojalá siempre en ambos esté la duda de que quizá las cosas no sean exactamente como uno y otro piensan. Eso les dará la humildad necesaria para trabajar en conjunto. He querido comenzar con este relato y algunas de sus posibles interpretaciones, porque algo similar ocurre con las enseñanzas sociales de la iglesia, la así llamada Doctrina Social de la Iglesia (DSI). Cuando un hombre o mujer de empresa confronta los principios sociales católicos, a menudo reacciona de forma dual, tal como refleja la siguiente afirmación de André Delbecq, antiguo Decano de la Escuela de Negocios de la Universidad de Santa Clara, en California: “Parece que se tiene una idea de lo que pretendemos, pero la especificidad del comportamiento es muy etérea”. Los principios del DSI, tales como la dignidad humana, el bien común, la solidaridad y la subsidiariedad, ciertamente inspiran en la audiencia de buena voluntad una profunda convicción de que en los negocios hay algo más que la mera maximinización de beneficios para los accionistas. Pero una vez que esta inspiración se lleva a la práctica, los aspectos específicos son difíciles de localizar, y la convicción se troca en un vago sentimiento. Aún queriendo entender el mensaje del teólogo, y hasta asentir a algunas de sus enseñanzas, la audiencia del mundo empresarial termina concluyendo que ese discurso no tiene nada especifico que mostrarle para su vida practica, para sus problemas y dilemas cotidianos. Son bien intencionados pero demasiado abstractos para tener un real impacto. Con palabras de un director general: “No sabría decir si el bien común me pasó por al lado”.

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Entonces el teólogo puede pensar que le bastará ser más específico para calar en tan difícil audiencia, y puede incurrir en la siguiente paradoja: antes era criticado por algunos por no ser concreto, y ahora por otros por serlo demasiado. Si la DSI se mantiene en el plano de los principios, se le critica por ser soñadora e irrelevante. Si en cambio, endosa propuestas de políticas públicas específicas, se le acusara de excederse en sus competencias, confundiendo juicio prudencial con certeza dogmatica. Cuando la DSI ha sido concreta en sus propuestas, ha asumido además otros riesgos. Por ejemplo, recibe críticas desde la izquierda o la derecha política, tanto aleje “la sardina de una u otra ascua”. No es infrecuente que tanto conservadores como liberales tiendan a enfocarse en lo que les es afín de la DSI, ignorando el resto. Otro riesgo proviene de los medios de comunicación, que tienden a focalizarse en los aspectos más notorios de las propuestas, sacándolos de contexto. Basta recordar la reacción adversa y unidireccional a la propuesta de Benedicto XVI por una autoridad global en su encíclica de 2009, Caritas in Veritate. Esta es parte de la problemática de la DSI, precisamente la que busca afrontar el documento que se reseña en estas líneas: The Vocation of Business Leader, que puede traducirse como la vocación del líder empresarial. Fue presentado por el Pontificio Consejo Justicia y Paz el pasado 30 de marzo, con una segunda edición en el mes de junio. La vocación del líder empresarial se inspira en la llamada del Papa Benedicto XVI en Caritas in Veritate en la que requería “cambios profundos en el modo de entender la empresa”. Su génesis fue un seminario, organizado y patrocinado por el Pontificio Consejo Justicia y Paz, que llevaba por título “la lógica del don y el sentido de la empresa”. Para ello se congregaron líderes empresariales y académicos de distintas disciplinas, tales como economía, teología, filosofía, dirección de empresas, ética empresarial e ingeniería: para pensar las propuestas de la Caritas un Veritate. Uno de los frutos de esa reflexión es el presente documento. Aunque el texto tiene el respaldo de Pontificio Consejo Justicia y Paz, se presenta como un reflexión de académicos y expertos más que como un documento oficial del Consejo. El equipo encargado de su edición estuvo encabezado por Michael Naughton, director del Instituto para la Doctrina Católica Social John A. Ryan de la Universidad de S. Tomas en Minnesota, y Helen Alford, O.P., decana de Ciencias sociales en la Pontificia Universidad de S. Tomas de Aquino (Angelicum). Entre otros miembros del equipo editorial se encuentran el economista italiano Stefano Zamagno, contribuyente importante de la Encíclica Caritas in Veritate, y Doménec Melé, profesor de Ética empresarial en el IESE. Ya es un tópico hablar de distintos escándalos corporativos (Enron, WorlCom, Siemens, Andersen, Parmalat, WalMart), de la crisis financiera de 2008 en Estados Unidos y de la crisis de las deudas bancarias en varios países de Europa, como revulsivos para entender que urge descubrir en el mundo económico principios fundamentales, tanto morales como espirituales, que orienten hacia mejores prácticas empresariales, más efectivas y más humanas. Como todas las instituciones, sean gubernamentales o educativas, la empresa requiere renovarse y reformase. Necesita repensar su propósito. Se le exige ser partícipe, no indiferente, y mucho menos una carga, del bien común. El documento apuesta por una concepción generosa de la empresa: “Cuando las empresas y las economías de mercado funcionan apropiadamente y se enfocan en servir el bien común, contribuyen enormemente al bienestar material e incluso espiritual de la sociedad”. Volveré sobre esta idea más adelante. Centrado en la persona: el hombre organizacional, el líder empresarial En el meollo del documento se percibe la convicción de que los directivos no solo están llamados a realizar negocios sino a ser líderes con sentido trascendente. El trabajo humano, y en particular el trabajo de los líderes empresariales, no constituye una vocación secundaria sino “una genuina llamada humana y cristiana” El texto considera que el trabajo en la empresa no se restringe al mínimo legal, como es no defraudar o engañar, sino que lo entiende como una vocación de servicio, para realizar una contribución irreemplazable al bienestar integral de los hombres. Por lo tanto, es una oportunidad para participar en el desarrollo humano. Si bien es cierto que este tema ha sido tratado de modo indirecto por varios Papas, nunca, sin embargo un texto de una instancia vaticana ha descrito con tanto detalle la nobleza potencial de la vida laboral de un líder empresarial.

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Esta reflexión contiene una poderosa llamada a los líderes empresariales para vivir una vida integra.

Pero esta llamada de lo alto no está exenta de retos y dificultades, especialmente en la actualidad. La principal de ellas es la vida fragmentada, o lo que el Concilio Vaticano II en la “Constitución Pastoral de la Iglesia en el mundo moderno” o Gaudium et Spes, ha llamado “el divorcio entre la fe y la vida diaria de muchos”. El Concilio afirma que este divorcio “debe ser considerado como uno de los más graves errores de nuestra época”. En un hombre de fe, que debe lidiar con problemas mundanos, existe la tentación de llevar una existencia fragmentada, en la que separe el trabajo de sus creencias fundamentales y sus principios morales.

La empresa y sus ganancias El documento llama a rechazar la visión simplista de la empresa que la reduce a una suerte de mecanismo que trasforma insumos en productos, y a negar que la lógica tecnicista sea la única necesaria para lograr la mayor eficiencia de su operación. La visión es mucho más noble. Afirma que la empresa gestiona responsablemente “mejora la dignidad de sus trabajadores y el desarrollo de virtudes, tales como solidaridad, prudencia, justicia, disciplina y muchas otras”. Es un “vehículo de compromiso cultural” y de fuerza para “la paz y la prosperidad”; y posee “un rol especial que ejercer en la administración de la creación” que Dios ha confiado al hombre. Y a través del trabajo creativo, los integrantes de la empresa no solo “hacen más” sino que “se hacen mejores”. Como Samuel Gregg escribe en National Rewiew Online, estos textos reflejan una clara corrección a “la visión condescendiente acerca de las empresas que a menudo adopta cierta parte del clero”. En efecto, el documento reconoce que los negocios no son sólo para llenar las arcas o los estómagos; gestionados adecuadamente, permiten el cultivo de la virtud. El documento afirma además algo que puede ser obvio para muchas personas que han crecido y trabajado

en ambientes en los que florece la libre empresa, pero no siempre aparece en las enseñanzas sociales

católicas: que el beneficio financiero es un fin legitimo de la empresa, aunque ciertamente no el único. “Si

la riqueza financiera no se crea, no puede ser distribuida y las organizaciones no puedes sustentarse”.

Autor: Guillermo Fariñas – Universidad Monteávila, Venezuela

Este artículo ha sido tomado de la revista Nuevas Tendencias

Instituto Empresa y Humanismo | Universidad de Navarra

Ejemplar: 88 - Diciembre, 2012