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Índice de relatos y autores

EL MURO

RAMIREZ SANTOS, JAVIER

ACOMPAÑANDO EN EL ANOCHECER DE LA VIDA. REFLEXIONES SOBRE LA LIMITACION DEL

ESFUERZO TERAPEUTICO

GOMEZ BARBADILLO, JOSE

EL SILENCIO EN LA CONSULTA

GUILLEN GONZALEZ, JOANA

UNA AGRESION MAS

PADILLA DEL CAMPO, CARMEN; GARCIA BUITRAGO, HUGO; ALDRICH CESPEDES, JOSE RAMON;

VILLEGAS MARTINEZ, FERNANDO; DOUCET, MIGUEL

SOBREVIVIENDO A LA UCI

DEL CAMPO MOLINA E., RAMIREZ PEREA Mª A., GUZMAN PEREZ JA., GARCIA REINA M., LOPEZ

OBISPO M., JIMENEZ PRIEGO I., ARTACHO RUIZ R., GARCIA DELGADO F.

PRIMER ACCIDENTE DE TRAFICO

LOPEZ COTO, MARIA DE LOS ANGELES

NO ES UN JUEVES CUALQUIERA

OGANDO DIAZ, BEATRIZ

ENGANCHADOS CON EL CHAD

HUEGA ALVAREZ, DANIEL; RODRIGUEZ TARDIO, MARIA TERESA; SOBRADO HERNANDEZ,

MARIA DEL CARMEN

COMUNICANDO MALAS NOTICIAS EN SENUFO

MUÑOZ ALONSO, ADORACION

COGER LAS RIENDAS

DOCAVO MUÑIZ, LUIS

EXPERIENCIA DE COMUNICACIÓN

NICOLAS AGUADO, MANUEL

EPIFANIA

BENEDI SANCHEZ, ELENA; BLANCO ALFONSO, AUGUSTO

REGALOS

BLANCO ALFOSNO, AUGUSTO; BENEDI SANCHEZ, ELENA

QUIMERAS DEL PACIENTE EN LA UCI

LOPEZ VALERO, MANUEL

SUEÑOS DE UNA NOCHE EN LA UCI

LOPEZ VALERO, MANUEL

CHURROS DE MIEDO O EL ARTE GASTROSOFAR

ZARZA ALABANDA, ISABEL

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LA DOCTORA CUIDADORA DEL ALMA

MURILLO ROSALES, MARIA VICTORIA

RELATO FINAL

VIDAL CALVO, NURIA; GÜELL FIGA, ELISABET

ASI FUE COMO SALVARON A SALVADOR

PEDRAZAS LOPEZ, DAVID

EL DECIMOTERCER NOMBRE DE MUJER

GARZON HERNANDEZ, JOSE

LA MUSICA DEL CUERPO

GARZON HERNANDEZ, JOSE

REQUIEM DEL OLVIDO

GARZON HERNANDEZ, JOSE

A PROPOSITO DE UN CASO: RABIA

ALONSO VALENCIA, HELENA

EL PRIVILEGIO DE LA ITINERANCIA

ALONSO VALENCIA, HELENA

LA FUERZA BAJO EL CAMION

GÜELL I FIGA, ELISABET; HARO INIESTA, LAURA; IGLESIAS CARRION, CRISTINA; APARICIO RUIZ

DE CASTAÑEDA, PEDRO; VIDAL CALVO, NURIA; SABATÉ NURIA, LAIA

ABUELA, ME "ENTETAS"

GÜELL I FIGA, ELISABET; HARO INIESTA, LAURA; IGLESIAS CARRION, CRISTINA; APARICIO RUIZ

DE CASTAÑEDA, PEDRO; VIDAL CALVO, NURIA; SABATÉ NURIA, LAIA

LA TRAGICOMEDI(C)A

LINS E CHAVES, MARIANA; LINS BRANDAO CHAVES, TERESINHA GEMA

EL DIA DESPUES

PUIGDOLLERS, ANGELS; BORDAS, JUNCAL; BOSCH, JOSEP MARIA

PASAR CONSULTA O…

ARROYO AINES, MARIA PILAR

MI BULIMIA Y MI SALUD FISICO-EMOCIONAL

GOMEZ SANTOS, BEATRIZ

GRACIAS POR TU COMPAÑÍA

GARCIA JANEIRO, MARIA DOLORES

QUERIDO DOCTOR

CASTIELLA BAÑALES, JORGE

LUNA PLENA

MENESES GRASA, ZORIONAK

EL NOMBRE NO DETERMINA MI SEXO

DIAZ CARRASCO, FRANCISCO JAVIER

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BASADO EN HECHOS DEMASIADO REALES

DELGADO MARTIN, LAURA

CONVERSACIONES EN LA UCI

.J. Castro Moreno, E. del Campo Molina, M.A. Ramirez Pérez, M. García Reina, J.A. Guzmán

Pérez, I. Jiménez Priego

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El muro Javier Ramírez Santos

Doctora, yo tengo algo grave. Quiero que me mande al internista.

La doctora se saca dolorosamente –y no sin cierta dificultad– el puñal del décimo espacio intercostal. Exhala –buena señal, no parece haber neumotórax–. ¿Pero qué le pasa, Antonio? Responde sin disimular cierta teatralidad en su intriga.

Yo tengo algo grave, insiste Antonio. Yo nunca me miro, pero ahora me estoy mirando más. El ojo, díscolo y desobediente, escapa de la conversación para dedicarse fugazmente a la lista de motivos de consulta –dolor en el pecho, uña encarnada, tos, no puede con su alma, más tos, moco fuertemente adherido a la nariz, revisión, analítica, tos, ojo rojo, sigue con el alma en los pies…– y se devuelve al paciente, prioritario.

Pero bueno, cuénteme, qué se nota. Me duele todo, doctora. ¿Todo? Sí, doctora, yo tengo algo grave. ¿Pero hay algo que le duela más o…? De aquí para abajo, no puedo tirar. Las piernas las tengo inservibles. Comienza aquí en el glúteo y se va para acá y… Yo no sé, doctora, esto…

La doctora asiente con levedad, frunciendo el ceño. Antonio muestra su dolor con vehemencia. Más que ansiedad, sus ojos reflejan convencimiento. Su voz se entrecorta cada vez que se queda sin aire en su retahíla. El residente mira con los ojos boquiabiertos a aquel paciente. Qué mínimo que un meduloblastoma excreciente que está devorando vértebras y nervios para explicar tal dolor. Qué mínimo que historiarlo con detalle, con miras al Congreso de marzo.

Doc-to-ra: la punta de la lengua emprende un viaje de tres pasos basculando de entre los dientes a chocar con la úvula para volver a golpear el borde del paladar y acariciarlo de nuevo en tierna disculpa. Doc. To. Ra.

Un canto desesperado que busca alivio en pleno infierno. Un desconsolado que busca regazo. Aquel hombre era, más que un cuerpo sólido, una vibración. Masticaba las palabras como un chicle de nicotina. Alternaba su mirada entre los ojos de la médica y un universo infinito comprendido entre sus rodillas. Allí parecía residir el pasado, pues lo escudriñaba con detalle para explicarnos su sufrimiento. Y allí, sin duda, se construían sus expectativas, pues era el cajón al que recurría para demandarnos ayuda.

Es que no puedo estarme quieto. Me tumbo en la cama y me coge un dolor desde aquí… Pero luego el más mínimo movimiento me alivia tremendamente. Veo el paraíso. Pero claro, no hay quien duerma así. O cuando me pongo a fregar lo platos, que me quedo de pie un rato… No puedo, doctora, es que no puedo. El otro día estaba en el coche, por ejemplo. Estaba en el coche en un semáforo y me daban unos dolores… Y al bajarme… Al bajarme es que no podía dar un paso. Luego ya conforme andaba me iba mejorando.

Antonio es un hombre demasiado joven, entiendan, para que sus huesos y sus músculos se estuviesen disolviendo en el corrosivo ácido de los años. Es incluso demasiado joven como para ver Canal Sur por las tardes. Alguna cana. Un poco de colesterol. Una tensión aislada más alta de la cuenta. Poco más esperaríamos en tal rango etario.

Es hora de dar respuesta a la tercera pregunta hipocrática, antes de que se plantee: Yo he mirado los efectos secundarios de la medicación y casan exactamente con lo que tengo. El ojo aventurero de la doctora se devuelve a la pantalla: Sertralina. Descuiden, ya les leo yo el prospecto: “sentirse extraño, pesadillas, ansiedad, agitación, nerviosismo, entumecimiento y hormigueo, temblor, tensión en los músculos, …”. Así que, efectivamente, la sertralina podría explicar el cuadro. Hasta que la doctora recuerda dos prospectos amarillísimamente

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subrayados que ya anteriormente habían pasado por la consulta. Quizás, tal vez, no sea la medicación.

La doctora se levanta. Véngase por aquí. Antonio obedece y se planta de pie frente a ella. Si le duele donde le toco, me dice, explica la doctora, que comienza a presionar un punto en las cervicales. Sí, responde Antonio. Sí, continúa con el siguiente punto. Sí. Sí. Sí. No –al parecer el trapecio derecho no le duele–. Sí –la zona lumbar, sí–. Sí. Sí. Sí.

“Pero Antonio, dígame si le duele cuando le toco”, pide la doctora agachada desde el suelo, antes de palpar una rodilla. “Ya, ya, si es que esa rodilla me duele siempre”. Sí y sí. El residente se abalanza sobre el ordenador abandonado. Click. Juicio clínico. Clíck. Teclea la ‘F word’. Cuando la doctora regresa, mira el diagnóstico y asiente. Ambos son conscientes de lo que implica: Prejuicios, falta de credibilidad, mal control terapéutico, sudor, frío.

Antonio se devuelve a la silla, plomizo por la condena en que se ha convertido el regalo de la vida. Insiste: Tiene –no lo duden, no habla en tercera persona, es un distante imperativo– que mandarme al internista, que me haga un completo.

La doctora se devuelve la mano al costado para arrancar el nuevo cuchillo que se atasca en la herida aún fresca de hace un momento. Escuece. Tal vez porque en su lista de peticiones analíticas ella lo que tiene es un “Básico”. Pero nunca ha leído “Completo” por ninguna parte. Un “Completo” requería muchos clicks y, aún así, seguiría siendo un “Incompleto”. Porque, piénsenlo fríamente, qué capacidad diagnóstica otorga un “Completo”. Qué resolutiva se vuelve una viéndolo todo. Que disuelta queda la incertidumbre ante un “Completo”.

Vamos a ver, Antonio –inicia no sin cierto trismus que exprime sus palabras entre sus dientes–, usted ya ha tenido dolores similares anteriormente y los estudios salieron normales, ¿verdad? Antonio sale de entre sus rodillas y mira incisivo a la doctora. Sí, resuelve, pero no tenían nada que ver con esto. Estos son terriblemente fuertes, doctora. Es que ya le digo que no puedo tirar…

Mientras hablan, algo hace rechinar los goznes de la puerta. Una masa oscura de espesa densidad –una maraña de pelo, tal vez. Un charco de alquitrán, si no– se cuela bajo la puerta dejándose ver. El fluorescente titila. La atmósfera se vuelve fría, azul. Hay vaho. Temblor. Nervio. Miedo. A lo lejos alguien grita. A lo lejos. Pero tranquilos, no llegó el terror a los esfínteres. Al fin y al cabo, los allí presentes están acostumbrados a la presión asistencial. Cinco minutos por paciente. Ya ven, la sombra del SAS es alargada.

Bueno, voy a repetirle la analítica que le hice hace un par de meses, que según esto fue normal, y le voy a incluir algunas determinaciones para descartar un proceso reumatológico. Pero ya le digo que no creo que vayan a ir por ahí los tiros de lo que tiene, porque mi principal sospecha es una cosa llamada #tápense los oídos, no quieren oírlo#.

Antonio abre los ojos. Sabe lo que es eso, ya lo ha oído antes. Su madre lo tiene. Y cree que también su prima o su tía. Tal vez sea genético. Y eso a Antonio le reconforta, porque todos saben bien que lo genético es importante. Y grave, ¿no? Porque no se cura. Desde luego lo suyo era tremendamente chungo. Resonantemente chungo. Pero él no conocía a nadie que estuviese tan mal. Ni siquiera su madre estaba así con sus dolores.

Si todo viene bien, continúa explicando la doctora, quizás este diagnóstico sería el más interesante. Pero usted estese tranquilo –las sienes de Antonio palpitan de ansiedad. Si callan un momento, quizás puedan escucharlas– que no vemos ningún signo de alarma en lo que nos cuenta.

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“¿Pero hay alguna prueba que me pueda hacer para confirmarlo?”. Antonio ha visto que ahora se hacen cosas muy avanzadas. Hay máquinas muy ruidosas que hacen brillar a la gente por el lado que les falla. Hay técnicas moleculares capaces de leer el ADN en seis idiomas diferentes, incluido el sánscrito. Hay biopsias, que son más antiguas, pero siempre suenan poderosas.

En realidad –mala cosa, la realidad– no. Es un diagnóstico de exclusión –mala cosa, la exclusión–. Si todas las pruebas vienen bien, y con la exploración que hemos hecho, podríamos pensar que se trata de esta enfermedad. Pero usted relájese, que esta es una patología bastante frecuente y, como digo, no es nada grave.

¿Bastante frecuente? ¿Cómo que bastante frecuente? Si su enfermedad fuese algo frecuente estaría el país paralizado. Él va por la calle y ve a la gente estupendamente. Y él está fatal. Fatal, fatal. De algo malo, fijo. No puede ser eso que dice la doctora. Además, ¿cómo va a llegar ella al diagnóstico? No es ni siquiera especialista –que, como su propio nombre indica, es para casos especiales, como el suyo, en gente especial–. Ella pide una analítica y se queda tan ancha. Claro, como les pagan menos si derivan al especialista…

Antonio, quien en un instante había dado muestras de alivio ante un posible diagnóstico, coge de la mesa el papel de su analítica. Lo mira. No, aquello no es suficiente. Al fin y al cabo, FR, VSG y CPK no pueden ser ni serán nunca siglas comparables a RMN o PET-TAC.

Vamos a ver…, nos concede, pero yo creo que debería verme un internista y que me haga un completo.

Una de las bisagras de la puerta salta con un chirriante estallido. La masa oscura, más oscura que nunca, empieza a entrar en la consulta con voracidad por quienes se hallan dentro. Cada minuto que pasa son euros que vuelan. Cada segundo ahí dentro es un signo de flaqueza, una posibilidad más de ceder y pedir una prueba más. Cinco-minutos-por-paciente.

Verá, Antonio, retoma la doctora en un ejercicio de infinita comprensión. Uno de los primeros pasos ante este diagnóstico es ir aceptando la enfermedad, entenderla, asimilarla y asumirla. Eso ayuda mucho a los pacientes a enfrentarse a ella y a sobrellevar mejor el dolor.

Enfrente, un encogimiento de hombros. Un cabeceo, asintiendo con una mueca de abandono. Un callejón sin salida, con mucho eco. Antonio sale de consulta con el convencimiento propio de quien no ha metido el dedo en la llaga. Doctora y residente se miran con un elocuente silencio.

¿Y ahora cómo le explico yo a este hombre su enfermedad?

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Marzo de 2006. Acaba de morir mi padre hace escasamente quince días. Me siento afectado por una emoción profunda pero la vida sigue. Y continúo trabajando. El estado emocional que me envuelve me hace más sensible a escuchar y a transmitir afecto y comprensión. Tengo la sensibilidad a flor de piel. Es viernes por la noche. Estoy de guardia en un pequeño hospital de pueblo en el que trabajo desde hace varios años. Me avisan de Urgencias por una paciente que presenta un dolor en fosa iliaca derecha que puede sugerir un cuadro de apendicitis aguda. Acudo a la puerta para realizar una evaluación de la situación clínica. Se trata de una paciente de 77 años, que desde unos años atrás está afectada por una demencia progresiva. En la actualidad no se comunica y realiza una vida cama/sillón. La miro con ojos afectuosos. Podría ser mi padre. No mucho tiempo atrás me he encontrado en esta situación. Mi padre, una persona enormemente activa durante toda su vida se ha ido apagando día tras día desde que a los 75 años un desprendimiento de retina lo incapacitó para mantener su actividad habitual. Acostumbrado a desplazarse por sus medios, conduciendo su propio coche todos los días, la pérdida de la vista le supuso una limitación definitiva. Un cambio radical en su vida y en su independencia. Y se ha ido consumiendo como una planta marchita. Ha dejado de salir, se ha refugiado en su sillón y poco a poco ha ido falleciendo. Ahí está ahora Rosario, apagándose desde hace años en una nube de inconsciencia progresiva. No se comunica verbalmente pero me mira a los ojos con expresión ausente. Sólo reacciona ligeramente cuando le exploro la fosa iliaca derecha del abdomen, momento en que emite algún gesto de dolor. Rosario está acompañada por Antonia, su hija de 62 años que desempeña el papel de cuidadora habitual. Me suscita compasión. Su mirada cansada y a la vez preocupada busca inquisitivamente una respuesta en mis ojos. Le digo que es posible que su madre tenga una apendicitis aguda. No estoy seguro. La reacción peritoneal no es clara y la ausencia de leucocitosis va en contra del diagnóstico. Podemos hacer un TAC abdominal y salir de dudas. “Pero Antonia, ¿Y si el TAC confirma que es una apendicitis aguda tenemos claro que lo mejor para tu madre sea una intervención quirúrgica?”. Planteo tratamiento antibiótico y observación. Si con esta decisión Rosario mejora, aceptamos la voluntad de Dios de que no ha llegado su momento. Si se trata de una apendicitis y empeora, quizás sea mejor dejar a Rosario acabar sus días en paz. Y a Antonia descansar. Creo en algo superior a nosotros que da sentido a toda la existencia. Algo superior a nosotros que tan solo somos piezas que trabajan de forma conectada. Como las células de un organismo trabajan colaborativamente sobre la base de un proyecto común al servicio del individuo, las personas formamos parte de un proyecto común al servicio de la vida, el universo, el destino… Personalmente he decidido llamar “Dios” a esa realidad superior a nosotros que da sentido a nuestras vidas. Aceptar este plan divino supone estar en armonía con el universo. El sábado por la mañana Rosario no parece estar peor. Quizá incluso expresa menos dolor a la palpación del abdomen. Es posible que mejore. Es posible que se recupere. A veces hemos visto pacientes ancianos con estreñimiento e impactación fecal que tienen dolor a causa de la distensión del la parte proximal del colon. Quizas… Quizás este sea uno de esos casos. Quizás Rosario a pesar de todo salga adelante. Antonia sonríe. Entiende perfectamente la decisión que hemos tomado y está más tranquila que la noche anterior. Vuelvo el lunes. Contrariamente a lo decidido la noche del viernes entre Antonia y yo, algún compañero ha decidido solicitar un TAC que se le ha realizado demostrando que existe un proceso inflamatorio en el apéndice con un absceso periapendicular. Se ha propuesto realizar una intervención quirúrgica. Ahora la familia de Rosario está confusa y dividida. Discuten entre ellos porque cada uno tiene una idea de lo que es mejor. Y Antonia se siente culpable porque ya no sabe que es lo correcto. Siente la mirada reprobatoria de sus hermanos. No le dicen nada pero ella lo sabe. Duda acerca de si tomó la decisión correcta o debía haber insistido ante mí en que Rosario fuera diagnosticada e intervenida antes. Contemplo la situación con mirada compasiva. Asumo la responsabilidad de tranquilizar y reunir de nuevo a esa familia en lo que importa, que es en acompañar a Rosario. Esa es mi misión. Tengo que acabar con la confusión y las dudas, tengo que aportar serenidad y

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confianza a esta familia, tengo que reforzar y empoderar a Antonia. Y tengo que proporcionar a Rosario la presencia en paz y en amor de todos sus hijos. Pido a todos los hijos de Rosario que se reúnan conmigo en una sala y cierro la puerta. Nadie puede molestarnos en este momento. Me gusta recurrir en estas situaciones a despachos amplios, con mesa de reuniones en las que nos podamos sentar todos. No me gusta la asimetría que impone una mesa de despacho con dos personas, médico y familia, sentados frente a frente. Además esta sala me gusta especialmente. Tiene amplios ventanales por donde entra la luz del sol, que en el mes de abril empieza a ser espectacularmente cálida y acogedora. Una vez sentados todos alrededor de la mesa, abro mi corazón. Dejo que fluyan libremente mis pensamientos y sentimientos en la confianza de que el corazón tiene las respuestas cuando somos capaces de callar por un momento el parloteo incesante de la mente. -­‐ Quiero pedirles disculpas por la situación que se ha creado. Quiero hablar con ustedes en

la seguridad de que vamos a hacer lo que sea mejor para Rosario y para ustedes – empiezo diciendo - Ustedes están confundidos y lo entiendo. Y es mi misión que cuando salgamos de aquí no tengan ninguna duda de que vamos a hacer lo mejor para su madre y lo mejor para todos – hago una pausa y dejo que expresen alguna idea. Nadie dice nada. Es la tensión. Cuesta trabajo arrancar y decir algo cuando los sentimientos y la preocupación cierran la mente.

-­‐ Su madre tiene una apendicitis aguda – prosigo - Esa era una posibilidad el viernes pasado cuando llegó al hospital y se ha confirmado. Ahora tenemos dos opciones: operarla o intentar un tratamiento antibiótico con la posibilidad de que haga efecto y poco a poco mejore o por el contrario que empeore y termine falleciendo. ¿Qué es lo mejor para ella?

Miro haciendo un círculo a las tres personas que están sentadas conmigo. Mi mirada es inquisitiva pero procuro que no haya hosquedad en ella. Sólo interés genuino y desinteresado, Una invitación a participar -­‐ No queremos que sufra – me dice una de las hermanas de Antonia – Y la impresión que

tenemos es que se queja de dolor. Es una respuesta habitual. Me la espero. Sonrío y continúo hablando -­‐ Bien. Esa es una opción. Podemos operarla. No es una intervención complicada y con

bastante probabilidad le salvemos la vida. También es verdad que en el mejor de los casos, después de la operación va a volver a estar en la misma situación en la que se encuentra ahora, si no empeora neurológicamente y se vuelve aún más dependiente.

-­‐ Si, doctor – me interrumpe otra de las hermanas – Pero es que no podemos dejarla así.

Está sufriendo – voz desgarrada a la vez que demandante. De nuevo una respuesta habitual y previsible. Dolor junto con impotencia y necesidad de reivindicar poder. Sensación de años de falta de empatía en el profesional sanitario que lleva a sentir desconfianza y a necesidad de exigir y obligar a prestar la atención correcta. Miro a la persona que ha hablado a los ojos y le envío un pensamiento de comprensión y afecto -­‐ Mire, déjenme decirles una cosa – continúo – Estoy seguro que desde hace años, ustedes

son conscientes de que su madre ya no es su madre. No, no, por favor, no me malinterpreten. Su madre se merece todo el cariño del mundo por todo lo que estoy seguro que ha hecho en su vida por ustedes. Estoy seguro de que su madre les ha querido muchísimo. Se ha desvivido por ustedes y ha pasado noches y más noches en vela cuidándolos, preocupándose, renunciando a lo suyo para que no les faltara de nada. Y que ustedes la quieren de la misma forma, en la misma medida o más. También estoy seguro de que ustedes la están cuidando con todo el cariño que se merece y de la mejor forma posible. Y estoy convencido de que mientras su madre viva la van a seguir cuidando con todo el amor de su corazón – respiro unos segundos para seguir ordenando mis ideas y prosigo – Pero también estoy seguro de que ustedes estarán de acuerdo conmigo en que

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lo que define a su madre, su identidad, su capacidad de comunicación, su capacidad de reconocerles a ustedes, mantener una conversación y expresarles su cariño, ya hace tiempo que no está. Se fue. La demencia se lo llevó. Su madre ya no es su madre porque esa identidad de madre desgraciadamente ya no existe. Ya no existe Rosario como una persona capaz de expresar amor por ustedes. Como una persona capaz de preocuparse, cuidarles y quererles incondicionalmente. Rosario hace años que se fue de su lado. Ustedes la han cuidado con todo el cariño del mundo porque mientras viva se lo merece. Pero seguramente hace años que han aceptado la idea de que lo único que le queda a su madre es marcharse. Es ir a descansar finalmente. Y es posible que haya llegado ese momento. Es posible que éste – y pongo todo el énfasis en la palabra “este” - sea ese momento.

Tras unos segundos de silencio, con emoción contenida en el ambiente, la primera hermana de Antonia que intervino me pregunta algo que forma parte de cualquier diálogo médico en el pasado, presente y futuro cuando estamos planteando una limitación del esfuerzo terapáutico: -­‐ Y si fuera su madre, ¿Vd que haría? Nunca me ha gustado esta pregunta. Es difícil equiparar situaciones muy diferentes en espacio, tiempo y persona. Pero en ese momento me emociono y no puedo evitar dejar escapar una lágrima de mis ojos. Disimuladamente me llevo a la cara el dorso de la mano derecha y empapo la lágrima con mi dedo … y las palabras salen con la fuerza del sentimiento guardado, contenido, embalsado, que no puede evitar desbordarse:

-­‐ Hace quince días enterré a mi padre. Tuve que optar entre seguir adelante o decir hasta

aquí hemos llegado. La decisión fue enteramente mía. Mi familia depositó en mí toda responsabilidad por la decisión. Fue duro pero entendí que no tenía sentido seguir adelante porque eso implicaba someter a mi padre a un calvario del que en el mejor de los casos no iba a salir mejor de lo que previamente estaba. Esta es una de las situaciones sobre las que puedo hablar con más conocimiento de primera persona.

Y fue en ese momento cuando Antonia intervino por primera vez en toda esta conversación. Y en sus ojos había un brillo diferente. Un brillo de serenidad y aceptación que no tenía antes: -­‐ ¿Sabe Vd una cosa? – me dijo – De todos los médicos que han hablado con nosotros

estos últimos días, usted es el único que me ha convencido completamente. Estoy de acuerdo en que se haga como usted dice. Lo único que pedimos es que mi madre no sufra.

Indiqué que se iniciara una sedación paliativa. Pasé por la tarde a comprobar como iba todo. Había un espíritu de aceptación. Rosario, en la cama estaba tranquila con una expresión de serenidad. Su familia expresaba sosiego y una cierta alegría contenida. Me sentí acogido, invadido por una atmósfera generosa. Rosario murió en paz esa tarde rodeada del cariño y del afecto de todos sus hijos. Y Antonia recuperó la paz. José Gómez Barbadillo Córdoba a 11 de julio de 2017

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Shhhh… Silencio. Empieza la consulta.

“Manejar el silencio es más difícil que manejar la palabra” George Clemenceau

El silencio en términos académicos se define según la RAE como la abstención de hablar o la falta de ruido. Pero, ¿es el silencio algo más que una negación?

Para muchos el silencio es el valor de la prudencia y del saber estar. Del callar sin otorgar, del callar y transmitir, del guardar silencio detrás de una larga conversación de miradas. Al final el silencio es expresar. Es un medio de comunicación. Una herramienta básica en nuestro día a día. Pero, ¿la utilizamos?, es más, ¿la utilizamos de manera idónea?

Recordemos que el silencio, a veces está tan lleno de palabras como el mejor de los discursos, tan calmante de dolor como el analgésico más potente, tan terapéutico como el más eficaz de los medicamentos. Tan necesario que a veces ni siquiera lo utilizamos.

Absortos en el día a día, en el ruido, en las palabras, en ocasiones, vacías de contenido, en la rutina, en el automatismo. Perdidos en la necesidad de tenerlo todo bajo control, de saber qué decir, de saber la respuesta a cada pregunta que se nos plantea, de curar, de solucionar problemas… Al final olvidar una herramienta tan sencilla como guardar silencio y dejar que el paciente hable, tenga el control, nos abra las puertas a su verdadero yo. Ese yo, que oculta tras de sí en muchas ocasiones la verdadera esencia del problema. La esencia que debemos abordar para poder curar, ayudar, y dar respuesta a esa pregunta que tanto angustia.

Al final, después de reflexionar, acabar llegando a la conclusión de que el silencio nos da la respuesta, que el silencio es la respuesta. Que puede ser la flecha que nos indique el camino que debemos seguir. O la pregunta que abra el cajón oculto del desván y que había quedado olvidado.

Mirar a alguien a los ojos, dejar la pantalla del ordenador a un lado, y por un momento, dejar que se establezca la conexión, la compresión, la ignorancia, la necesidad, la empatía, la vulnerabilidad, el miedo. Ver y dejarse ver a través de los ojos del que te mira y espera de ti. Darle un momento al que padece para que se oxigene, para que pueda coger fuerza, dejar que confíe, que acepte, que reflexione, que consiga ordenar sus sentimientos y por fin pueda reaccionar.

Los médicos tenemos un grave problema. Continuamente la vida nos arrastra a querer respuestas. Respuestas rápidas, sencillas, para solucionar preguntas. Preguntas a veces, también rápidas, sencillas que nos llevan al fracaso. En muchas ocasiones, el silencio, plantea preguntas. Preguntas sin respuestas inmediatas que nos incomodan. Silencios de los que no obtenemos beneficio aparente y que nos machacan nuestro ego al no darle respuesta. Ocurre que nuestra paciencia se pone al límite. Entonces la solución perfecta es el silencio. Un silencio tan largo como sea necesario. No importa, ser paciente siempre tiene su recompensa.

Ahí está el problema, ahí está la solución. Un silencio se responde con otro silencio. Un silencio comprensivo, compasivo, paciente, lleno de todo lo que a veces, el paciente anhela. Respeto, consideración, calma, necesidad.

Tenemos que reconocerlo, nos incomoda en ocasiones no saber las cosas. Y lo que no sabemos que un “no lo sé” a tiempo es mucho más terapéutico que un silencio lleno de indignación por el temor a que se esté cuestionando nuestra profesionalidad.

No es fácil. La adversidad, la enfermedad, la muerte, los malos tratos, los problemas familiares. No es fácil reaccionar. No olvidemos que el silencio es una forma de reaccionar más. Tan válida

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y tan real como una larga conversación, tan espeluznante como las lágrimas sinceras de aquellos que ven que el final está cerca. Tan cerca que se palpa. Tan cerca que corta la respiración.

Diariamente nos enfrentamos al silencio en nuestras consultas. De muchas formas, con diferentes caras, con diferentes necesidades. A veces, nos resulta imposible saber quien es quien, qué es qué, y que está pasando allí mismo, delante de ti. ¿Sabemos identificar a qué tipo de silencio nos estamos enfrentando?

Nuestros pacientes son emociones: en este tipo de pacientes los silencios hablan por ellos mismos. El cuerpo les delata, las lágrimas les delatan, la mirada perdida les delata. No pueden ser más sinceros con nosotros porque acuden a nuestra consulta y allí se derrumban, o tal vez no, pero se desnudan, te muestran su yo más frágil porque de alguna manera se sienten protegidos. Lo que sienten es tan incontrolable que no lo pueden manejar, o solo lo saben manejar con el silencio. Las palabras no llegan a poder explicar lo que sienten, porque no hay palabras solo emociones que se agolpan dispuestas a salir con fuerza.

Nuestros pacientes son reflexión: en este tipo de paciente, el silencio es quizá una de las herramientas más importantes. El silencio les ayuda a recapitular y a profundizar. Están buscando cómo decirnos el verdadero problema. Están buscando el momento oportuno y debemos saber interpretar este momento para poder aprovecharnos de él y llegar al paciente.

Nuestros pacientes son código genético: la soledad les enseña el silencio más doloroso. El auténtico. Ya nadie ríe en casa, ya no hay conversaciones banales, ni discusiones tontas. El silencio lo envuelve todo. Envuelve la vida del paciente. Lo envuelve a él mismo. Nuestro paciente no lo sabe pero su vida se ha sumido en el letargo. En la consulta muestra su “yo obligado”. Nuestros ancianos se sumen en el silencio de la soledad.

Nuestros pacientes son enfermedad: a veces, la enfermedad les anula, les paraliza. No lo olvidemos, la condición de enfermo no es fácil de manejar, igual que no es fácil manejar la transmisión de enfermedad. Y en numerosas ocasiones se maneja con el silencio. Un silencio difícil que debemos respetar pero al mismo tiempo ir rompiendo en la medida de lo posible.

Nuestros pacientes son prudencia: desconfían. Sí, eres su médico pero tal vez aún no seas su aliado, quizá la alianza terapéutica no sea firme ni lo suficientemente fuerte como para que hable. No se quedan en silencio pero dejan entre las palabras vacíos que indican que falta comunicación. Falta relación. Falta confianza.

Nuestros pacientes son miedo: los pacientes tienen miedo, miedo a no saber, a saber demasiado. A enfrentarse a la realidad. Tienen miedo a perder, a perderlo todo por una enfermedad y a veces, lo expresan con silencio. Silencio relleno de valentía y ganas de vivir que enmascara la tristeza de saber que quizá no lo superarán.

Nuestros pacientes son alegría: la alegría escondida detrás del silencio de la frase está usted libre de enfermedad. La contención nerviosa detrás de la noticia de que finalmente van a formar una familia.

No nos olvidemos. Los pacientes no son los únicos que guardan silencio. A veces, los profesionales no sumimos en el silencio informático, en el silencio despreocupación. Nos ahogamos en la incertidumbre, en nuestros problemas personales. Nuestros pacientes perciben ese silencio.

Pero, no todo lo hacemos mal. Al revés, el silencio puede ser un gran aliado a nivel terapéutico.

Aprender a ver a través del silencio lo que el paciente no puede expresar. Ver más allá, no quedarnos en la superficie. Ahondar en la profundidad respetando el silencio. Averiguar que se

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oculta detrás de esos ojos que te miran incapaces de nada más. Esperar el momento. No importa si no es hoy, tal vez sea mañana.

Y si se rompe el silencio, aprender a escuchar, a dejar hablar, a no interrumpir. Contestar con un gesto de compresión y un gesto que le indique al paciente que estás dispuesto a más. Que lo entiendes, que lo apoyas. Y que estás ahí. Eres su aliado y le ayudarás a ganar esta guerra a pesar de que seguramente tengáis que librar muchas batallas. Al final no es cuando yo quiero sino cuando mi paciente está preparado. Al final la escucha activa, demuestra verdadero interés por quien tenemos enfrente, padeciendo. No importa cómo. Lo que importa es que está allí, delante de ti. En tu consulta, contigo. Intentando ordenar su interior para arrojarlo al exterior y buscar la respuesta que tanto anhela. Buscando la pregunta a la respuesta.

No hay nada más que remontarnos a mucho tiempo atrás durante un concierto de Beethoven. Una señora le preguntó si a su parecer había algo que superase la música. La respuesta fue: ¡Sí, señora, el silencio!

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RELATO:Autores:

1. Padilla Del Campo, Carmen . MFyC. UGC Roquetas de Mar (Sur y Las Marinas) Distrito Poniente. Almería.

2. Hugo García Buitrago. MFyC. UGC Roquetas de Mar ( Norte). Distrito Poniente. Almería. 3. José Ramón Aldrich Céspedes. MFyC UGC Aguadulce Sur. Distrito Poniente. Almería. 4. Fernando Villegas Martínez , Celador UGC Aguadulce Sur. Distrito Poniente. Almería. 5. Miguel Doucet, Técnico Sanitario. UGC Aguadulce Sur. Distrito Poniente. Almería.

“Una agresión más” El caso que presentamos sucedió de verdad, está basado en hechos reales acontecidos recientemente en mi Distrito de trabajo habitual. Los datos han sido tomado de los compañeros directamente, que son además mis compañeros de guardias habituales. Estando de guardia, mucha gente en la sala de espera, habitual en una zona de alta frecuentación y turística por norma. Un hombre de 52 años natural de la zona, acude con su esposa por una odontalgia intensa. Estando en la sala de espera, es llamado por enfermería, un niño que estaba en peor estado de salud, que había llegado después que él. El hombre repentinamente se levantó y entró en la sala del médico insultándole y pegándole un puñetazo en el hombro al médico, el cual al no esperar dicha reacción se quedó impresionado, y trató de calmarle explicándole que no se llama a consulta por orden de llegada sino que es por prioridades y que además en este caso era llamado por enfermería para tomarle constantes únicamente y valorar su gravedad. En seguida acudió el celador que trató de explicarle lo mismo al hombre, así como el resto de la plantilla de estaba de guardia. Dijeron que llamarían a la Guardia Civil si no dejaba los insultos y eso hizo el celador. Pero después de llamar y viendo que el hombre no se calmaba y seguía gritando, se acercaron a él tanto el celador como el médico al que le había pegado el puñetazo y de repente el hombre le dio un cabezazo al celador en la nariz, provocándole un sangrado espontáneo y tirándolo al suelo además. Comenta estos hechos el celador: “ yo, entonces seguí intentando calmarle, pero él me insultó gravemente y amenazó de muerte, mientras repetía que iba a entrar en ese momento a la consulta por las bravas, antes de pegarme también un fuerte puñetazo en la cara. Luego se fue para atrás, en dirección a la puerta como le pedía su mujer. Yo le seguí y le pedí que no se marchara, porque había llamado a la Guardia Civil”. Sin embargo, lejos de desistir, el agresor le amenazó también con denunciarle a la Guardia Civil para a continuación pegarle un cabezazo en la nariz, que le derribó hasta hacerle caer de rodillas e hizo sangrar profusamente. Tuvo suerte y no le provocó fractura. El agresor que marchó seguidamente gritando y vociferando, y a los pocos minutos llegó la Guardia Civil, preguntaron que donde estaba y fueron a buscarle pues sabían que no estaba lejos. Le encontraron a una manzana del Centro de Salud gritando y le pidieron que se calmara y que les explicara lo sucedido. En aquel momento empezó a decir que iba a volver para quemar el Centro de Salud con todo el que hubiera dentro. Condena: El Juzgado de Instrucción 2 de Roquetas de Mar ha condenado inicialmente a 1 año de cárcel y 3 meses de multa a razón de 3 euros al día. Finalmente han sido a 8 meses de prisión y 60 días de multa con una cuota diaria de 3 euros, equivalentes a 400 euros por persona agredida. Como no tenía antecedentes no irá a la cárcel finalmente. Pero si que tendrá que tener cuidado pues en 2 años tan solo el hecho de cometer

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cualquier infracción podría costarle ir a la cárcel. Aparte de la multa, la cuál deberá abonar de manera íntegra. El acusado mostró conformidad en el juicio rápido con la pena interesada por el Ministerio fiscal y reconoció la autoría de dos delitos de atentado contra la autoridad, dos delitos leves de lesiones, y un delito de amenazas leve tras aceptarse la suspensión de la ejecución de la pena durante dos años. El agresor no podrá comunicarse o acercarse a las víctimas a menos de 500 metros por un período de 8 meses y deberá abonar una cantidad económica a cada uno de los agredidos. Reflexiones: Esta y otras situaciones similares se dan más a menudo de lo que pensamos en nuestro país. Vivimos con cierta ansiedad pensando que el paciente tiene siempre derechos y que no podemos decir que no a nada de lo que nos pide. Nos sentimos cada vez más indefensos debido a la desprotección que ha existido siempre. Están cambiando tanto la forma de ejercer la medicina, como el tipo de paciente que tratamos, y debemos adaptarnos a ello. Ahora tenemos una Ley desde 2015, según versa el Artículo 550 del actual Código Penal, aprobado el 13/03/2015, que dice que se Castigará como Atentado a cualquier ataque contra el personal médico o sanitario en el ejercicio de sus funciones. Por otro lado, el hecho de que existan esas listas de espera tan largas para todo, hace que el paciente se impaciente, pero no da derecho a ponerse de ese modo como se puso este hombre. Esto no se justifica por nada ni con nada la actitud de este paciente, lo cual es totalmente reprobable. Pero muy a nuestro pesar y aunque realicemos una buena comunicación con el paciente, vemos que no es suficiente y que deberían adoptar otras medidas para que estos sucesos no tuvieran lugar. A veces, la indefensión es enemiga de la comunicación médico-paciente.

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  1

Autores: Del Campo Molina, E.; Ramírez Pérez Mª A.; Guzman Pérez, J.A.; García Reina, M; Lopez Obispo, M; Jiménez Priego, I.; Artacho Ruiz, R.; García Delgado, F.;

Unidad de Cuidados Intensivos del Hospital de Montilla. Córdoba

Este relato es de una paciente de 30 años, que estando embarazada de 20 semanas tuvo la mala suerte de enfermar: Ingresó en el Hospital con una neumonía por Gripe A, y 48 horas más tarde ingresó en la UCI.

Ingresó en la Unidad de Cuidados Intensivos del Hospital de Montilla por un cuadro de Neumonía, y posterior síndrome de distress respiratorio del adulto (SDRA), necesitando los 2 primeros días ventilación no invasiva y a las 48 horas ventilación mecánica: Estuvo 28 días con Ventilación mecánica, y durante su evolución se necesito sedación y relajación muscular, fue necesario la colocación de la paciente en decúbito prono, administración de drogas inotropas a dosis altas, antibioterapia, antivirales, óxido nítrico, Concentraciones de Oxígeno al 100% durante 3 dias, y tratamiento con altas presiones en el respirador para poder conseguir un buen volumen nidal, debido a SDRA. Al 7º día se realizó traqueostomia.

Durante su estancia se pensó en la posibilidad de cesárea por la agresión de la enfermedad y la agresividad del tratamiento en UCI, pero el feto no era viable, y así se hizo saber a su familia, se realizó eco abdominal diaria hasta su alta para valorar sufrimiento o pérdida del feto, y el feto contínuo con vida y sin alteraciones. Fue dada de alta a planta y posteriormente a domicilio a los 2 meses de su ingreso con feto vivo (semana 28 de gestación). La paciente tenía traqueostomia cerrada ya, y miopatía/neuropatía del paciente crítico como secuelas al alta que la incapacitaba para deambular. Ingresó de nuevo a las 36 semanas de gestación (2 meses posterior al alta), dando a luz una niña con un solo problema: “seis dedos en la mano derecha”, una anomalía que ya tuvo su abuela (Es un defecto congénito). La madre y la niña actualmente disfrutan de la vida con normalidad y alegría.

Es una carta de agradecimiento que la paciente envió al Hospital 1 año después de su alta de UCI.

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  2

“SOBREVIVIENDO A LA UCI”

Mi historia es la de una superviviente de UCI, pero hasta llegar ahí tuve que andar un camino…

No sé escribir si no pongo el alma en mis palabras, si no acaricio mis letras con la dulzura con que una lágrima recorre una mejilla, no se escribir sin dibujar con los dedos todos los sentimientos que no consigo gritar y se hacen nudo en mi garganta.

No se escribir sin equivocarme, y escribir lo que siento o pienso, a veces guerra, otras, paz…

Un 26 de diciembre de 2013 mi vida se paró en seco y ya no arranqué la última hoja del calendario de ese año…

Con 30 años, una neumonía severa, dos infecciones más y unas expectativas de vida muy cortas, así terminé ese año.

La única opción… esperar… esperar para arrancar una nueva vida con unos pulmones muy cuidados por todo el personal sanitario, me costó pasar por la vida en UCI.

La falta de aire es una sensación angustiosa, el dolor lo puedes rebajar, la falta de aire no. Ves que los médicos tampoco te alivian en tu batalla por intentar respirar a cada segundo.

Tienes que concentrarte para sacar fuerzas en esos angustiosos momentos, para intentar por todos los medios coger una bocanada más de aire.

Cualquier movimiento me desestabilizaba por completo, y un deterioro físico importante fueron algunas de las consecuencias físicas que viví.

40 días en una UCI en ese pulso con la vida, una tortura que los médicos intensivistas junto a todo su equipo intentaron amortiguar de día y de noche en ese largo y espinoso camino.

20 días con un respirador artificial sonando a cada momento, una especie de tortura…

Lo que nunca imaginé que esa máquina respiraba por mí.

Cuando “dormía”, muchos “sueños” iban y venían en mi cabeza, perfilaba sutilmente alguna imagen que luego se desvanecía. Pero sí era consciente que había mucha gente cuidándome: me acariciaban y me hablaban, con la misma dulzura como si fuese de su familia en ese BOX, pero nunca entendí qué pasaba, por qué no me podía mover en aquella cama…

Recuerdo con cariño cómo se preocupaban los auxiliares en comprobar qué pensaba o que decían mis labios silenciados, ya que no podía emitir sonido debido a la traqueotomía…

Recuerdo aquella enfermera que aun sin poder beber agua, me daba agua para calmar mi sed, o a esa otra enfermera que sentada en mi cama me cogía las manos y me hablaba todas las noches, porque solo con una mirada sabía qué quería en cada momento.

Aquel médico que me levanto la persiana para decirme “mira qué bonito está el día”…

Creemos que tenemos la vida asegurada, hasta que llega la enfermedad y te hace que pares tu camino.

En la UCI aprendí, pelee y lucharon por mí.

Me enseñaron que nada grande se ha hecho en la historia sin ilusión y esperanza.

También me enseñaron que en las peores condiciones es cuando conoces a las mejores personas.

Con ellos aprendí, que aunque no se puede curar a todo el mundo, sí se puede cuidar a todo el mundo.

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Aprendí que no le tengo miedo a la muerte, (aunque te sople detrás de las orejas), sino al sufrimiento…

Pero también perdí mi dignidad, se la di a los médicos, enfermeros y auxiliares.

Detrás de los uniformes blancos había humanidad.

Cuando me preguntan qué son los médicos siempre respondo… que son HÉROES, porque perfilan un bienestar a otra persona con el fin de mejorar la vida física y mental.

Son los artistas que hacen sonreír a una persona con una enfermedad.

Ellos cuidaron sigilosamente cada palabra y cada detalle, me tocaban para darme calor en esa habitación fría, me llamaban por mi nombre para no perder la cercanía, para así entablar una conexión que jamás se romperá.

No puedo olvidarme cuando a una enfermera le dije que “no dejase que me muriese” porque desesperadamente estaba acorralada en una habitación, asfixiándome, el reloj corría en mi contra…

Pasado el tiempo… mi primera pensamiento al despertarme en la UCI fue “Bien, lo hemos conseguido” aunque aún quedaba un largo camino por recorrer.

En cada latido me repetía una y otra vez que me estaba armando desde mis pedazos y se llega a un punto en el que solo tenemos la esperanza y entonces descubrimos que lo tenemos todo.

El dolor que he sentido no se eliminaría automáticamente.

Somos demasiado orgullosos como para estar sentados o postrados en una cama durante un tiempo o toda la vida y que alguien atienda tus necesidades más íntimas.

Debes estar lo suficientemente bien y tener control de tus funciones para hacerlo y no siempre es posible, entonces es cuando llega el largo camino que tienes que recorrer para tu recuperación física y mental.

Ahora está de moda lo de la humanización, quizás cuando yo estuve ingresada no lo era tanto y sin embargo tuve la gran suerte de contar con personas preparadas no solo para curar el físico, sino para amortiguar lo que fue mi caída emocional, ya que me quedé desnuda frente al mundo.

Porque en el momento que eres una enfermedad o eres el paciente del BOX 13, tu identidad como persona la dejas fuera.

Tuve la suerte de conocer a personas que tuvieron el coraje de acercarse al sufrimiento para transformarlo en salud.

Sí, hablo del personal sanitario donde estuve ingresada, médicos, enfermeros y auxiliares.

En ese BOX aprendí que existen días que te dan alegrías, otros experiencias y los malos días que te enseñan a vivir.

Aprendí que hay partídas que hay que jugar hasta el final, porque las batallas se ganan o se pierden, pero todas se pelean.

En esa habitación aprendí:

Que el tiempo es un ladrón que roba todo lo que no eres capaz de vivir, muchas veces tan muerto y otras tan necesario.

En esa habitación entendí que casi nada, a veces es mucho.

A ese tiempo le doy mis lunes y mis soles, mis segundos, mis minutos y mis horas…

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Un diciembre y once meses más…

Porque al final gana quien a pesar de sus problemas, regala una sonrisa.

Gana quien sabe llevar de la mano su propia vida, dándole sentido.

Porque en la segunda oportunidad, no tratas de ser tan perfecta.

Todas las personas deberían tener una segunda oportunidad, para la vida, para el amor, para sonreír y para disfrutar.

La de sueños y noches que he vencido para disfrutar la vida así…

Para todos los médicos, enfermeros, auxiliares y limpiadoras del Hospital de Montilla.

Para todos mis familiares, amigos, conocidos y personas que se preocuparon por mí…

Todo el corazón en estas palabras, ojalá ayude a entender el grandioso trabajo realizado por los profesionales de la medicina…

También ayude a tantas familias y enfermos pasándolo mal en los hospitales, tantas lágrimas escondidas en las salas de espera…

… que esa tristeza, estas palabras, las convierta en esperanza, en aliento para el enfermo y luz para los familiares.

Con cariño, Carmen Prieto Gómez.-

La vida está hecha de momentos y muchas veces, con no perder, ya es ganar.

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CARTA DE UNA HUMILDE MÉDICO RESIDENTE AL MUNDO.

Huelva , 8 de Mayo de 2017:

Buenos días desde mi sofá, tras 24 horas de guardia. No suelo hacer reflexiones personales a través

de redes sociales, pero…

Ayer tuve una experiencia que me ha hecho replantearme la forma de ver la vida que a veces

tenemos. Y,... creo que merece una reflexión…Reflexión que me gustaría compartir con el mundo. Ese

mundo virtual que ofrecen las redes sociales.

A un año de terminar mi formación como médico residente de medicina de familia , asistí al primer

accidente de tráfico en mi pequeña y humilde historia como médico.

He de decir que es un hecho impactante. Es brutal ver cómo tienes que moverte en mitad de la

oscuridad entre amasijos de hierro y cristales que lo salpican todo. Personas como tú y como yo, quedan

atrapadas entre las garras de lo que minutos antes eran sus vehículos. Es una situación caótica que, poco

a poco, gracias a la colaboración de varios equipos sanitarios, bomberos y guardia civil, se iba resolviendo.

En un principio quedas en shock, sin saber muy bien a quién ayudas antes, qué haces con tus dos manos.

Hasta que ves que lo poco que puedas hacer, bien estará…

ASÍ QUE,… LO MÁS IMPORTANTE QUE QUIERO COMUNICAROS queridos pacientes, queridos

amigos, querida familia y querida yo: SÓLO TENEMOS UNA VIDA, la cual se puede truncar en menos de un

segundo. Por ello: AMA, PERDONA, SONRÍE, CANTA, BAILA Y...

¡VIVE!

No perdamos esos maravillosos segundos, minutos y horas que nos brinda la vida, llorando,

estando tristes o enfadados, porque ¡EL TIEMPO NO VUELVE!

¡Aprendamos a sacarle todo el jugo a cada segundo como si fuera el último!

¡Explota cada faceta de ti mismo y, disfrútala!

¡Buenas noches! Ahora toca descansar...

Firmado: Una familióloga, con la lección aprendida...

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1

Título: No es un jueves cualquiera

Autora: Beatriz Ogando Díaz

No es un jueves cualquiera. En la cafetería de la Asamblea de Madrid resuenan las palmadas en la espalda y se regalan sonrisas y felicitaciones. Satisfacción general de los diputados que celebran la inusual unanimidad en un tema tan espinoso. El hashtag #muertedigna empezó a ser trending topic nada más aprobarse la ley que pretende conseguir que la muerte de los madrileños sea dulce y apacible.

No es un jueves cualquiera. Jaime ha podido dormir tranquilo, por fin, esta noche. Recostado en la cama, acaricia su muñón con impaciencia. Su mujer le recuerda que la médica no vendrá antes de las dos.

—Tómate el Zaldiar y descansa un poco.

—Déjame en paz. Esa pastilla me aturde y quiero estar bien despierto.

La mujer se escabulle hasta la cocina, evitando su mal humor, y Jaime se queda en la cama resoplando y rumiando sus dudas. Se agita recordando aquellos latidos incontrolables, esa angustia en el pecho, esa falta de aire insufrible. No, así no. Mira al reloj, sabe que su tiempo se acaba. Estira la sábana e intenta leer pero no consigue concentrarse.

No es un jueves cualquiera. Faltan dos compañeros y la consulta de Isabel se ha llenado de pacientes “sin cita”, urgencias poco urgentes, historias desordenadas. A mitad de mañana le pasan la llamada de la mujer de Jaime para que vaya a su casa. Nada urgente, pero Jaime quiere hablar con ella. Isabel siente la tentación de dejarlo para mañana, pero piensa que es mejor no demorarlo a un viernes. Supone lo que Jaime le va a pedir y se permite sentir una inmensa pereza. Intenta acelerar la consulta pero cada persona necesita su tiempo y no puede condensar angustias, miedos y síntomas mal definidos. Poco más tarde de las dos coge su maletín, cierra la consulta y se marcha. De camino a la casa de Jaime mira el móvil. En twitter lee la noticia de la aprobación de la ley de muerte digna y no puede reprimir una sonrisa sarcástica. Los comentarios de los periodistas que no distinguen los cuidados paliativos de la sedación ni de la eutanasia la ponen de los nervios. Y toda esa palabrería legalista que no añade nada a lo que ya estaba escrito desde hace años. Envía la noticia a sus compañeros del grupo de bioética con un par de emoticonos que pretenden evidenciar su frustración. Sube a casa de Jaime y la mujer la lleva directamente a la habitación.

—Siéntese, doctora —dice Jaime con ese modo suyo de pedir las cosas imponiéndolas.

—¿Qué tal está, Jaime? —dice Isabel mientras le estrecha la mano.

—Vamos al grano —dispara Jaime mientras la doctora se sienta a su lado—. Yo lo que quiero es la eutanasia. Y si no puede ser, que me seden. No estoy dispuesto a volver a pasar por aquello.

Isabel se acomoda en la silla, admitiendo el disparo que le da de pleno. Recorre la habitación con la vista y se para un momento en la pierna ortopédica apoyada en la mesilla. Un vaso de agua, la caja de analgésicos, un paquete de pañuelos. Respira y procura encontrar el tono adecuado.

—Le entiendo perfectamente, Jaime, porque sé el sufrimiento por el que ha pasado, y el que le queda por delante. Créame que me gustaría responder a su petición y ayudarle. Pero ni siquiera hoy, que en la Asamblea de Madrid han firmado una ley que llaman de muerte digna, va a ser posible cumplir su primer deseo. Créame que lo siento —responde mirando directamente a los ojos de Jaime.

—Lo suponía. No tengo ningún miedo a la muerte y estoy seguro de que lo mejor sería terminar hoy mismo. Pero si eso no es posible, doctora, quiero que me seden para no pasar otra vez por ese martirio.

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2

—¿Está seguro, Jaime, de que hemos llegado al final?

—Hace tiempo ya que he llegado al final. Incluso antes de que el cáncer diera la cara. No quiero más trasfusiones, ya lo sabe. Pero no quiero morir con el corazón al galope y ese ahogo insoportable.

—¿Lo ha hablado con su familia? —dice Isabel mientras gira la cabeza buscando a la mujer que está discretamente en el quicio de la puerta.

—Este asunto lo decido yo. No hay nada que hablar con nadie.

—¿Algo que resolver, algún asunto pendiente, alguien de quien despedirse?

—Todo está cerrado. Cuanto antes termine todo, mejor.

Isabel repasa ahora los síntomas, los tratamientos que Jaime tiene disponibles, anticipa las posibles complicaciones. Sugiere soluciones, al menos para paliar lo que pueda aparecer. Jaime la escucha asintiendo en silencio. Se despide de la mujer en la cocina, mientras ella fuma un poco nerviosa un cigarrillo. Comparten con complicidad el difícil carácter de Jaime y su mala disposición para ser cuidado. Ella espera que todo acabe pronto, está visiblemente agotada. Isabel se despide de Jaime desde la puerta. Mañana empezará el final. Son más de las tres y media y está cansada, pero Isabel decide volver a la consulta para poner la muerte en marcha. Una marcha lenta, mucho más lenta que los deseos de Jaime.

No es un jueves cualquiera. Ha pasado una semana de infusores, ampollas de morfina, agujas por debajo de la piel. Una caja de gasas que refrescan los labios y otra de pañuelos húmedos de mocos y lágrimas. Siete días de estertores y despertares, taquicardias y alguna pausa de apnea que no fue la definitiva. 168 horas de familiares y profesionales entrando y saliendo en silencio de la habitación de Jaime, sin curas ni notarios. Una semana, siete días, 168 horas después de que lo pidiera directo y sin rodeos, Jaime muere. Mientras Isabel rellena el certificado de defunción y siente el peso de todo ese tiempo inútil, en twitter continúa circulando el hashtag #muertedigna.

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1

ENGANCHADOS CON EL CHAD

Dos relatos vividos en primera persona por Daniel Huerga, cirujano del Hospital Universitario de Fuenlabrada, desplazado al Hospital St. Joseph de Bebedjia en Chad. Dos hospitales hermanados con un convenio de cooperación. Dos hospitales que han hecho que nos unamos en un proyecto transversal, el personal de uno, para que no se cierre el otro. Dos hospitales con el mismo número población a la que atender. Dos hospitales en dos mundos muy diferentes. Dos hospitales tan distantes y tan cerca…

LOS NIÑOS SERPIENTE

En un país donde todos los seres humanos conviven con el plasmodium en su sangre –que así se llama el protozoo que produce la malaria o paludismo–, o hay una alta incidencia infecciones como el SIDA, las distintas hepatitis, tuberculosis, viruela (erradicada en España), sarampión, fiebre tifoidea, poliomielitis, meningitis, y así un largo etcétera, es demasiado frecuente que se muera un bebé. Hay, también, otra plaga, que es la ignorancia y la incultura (la tasa de analfabetismo es muy alta), y se manifiesta con síntomas como la superstición.

Cuando a una madre se le muere un hijo, las abuelas y las tías dictaminan cuál ha podido ser la causa y, como primer factor posible, piensan en que la leche de la madre esté envenenada, generalmente, por culpa de algún espíritu.

Así que, al llegar el siguiente hijo, cosa que suele ocurrir pronto –las mujeres comienzan a embarazarse cuando apenas les ha llegado la primera regla y luego siguen uno tras otro, y consultan por infertilidad si tienen cinco hijos pero llevan dos años sin quedarse encintas–, para saber si la leche está mala, sumergen a una hormiga en unas gotas de la secreción de cada mama. Si la hormiga muere, es que la leche de esa teta es mala. Si el bebé tiene poca suerte y las dos hormigas mueren, tiene muchas posibilidades de seguir el mismo camino porque dejan de alimentarle con la leche de la madre.

En algunas familias, directamente no le alimentan. En otras, maldiciendo la fatalidad que el destino les ha deparado de que la madre tenga la leche envenenada, tratan de criarlo a base de agua mezclada con harina de sorgo, o leche de cabra mezclada con infusiones de hierbas que prepara algún marabú –así le llaman en árabe– o "ndje don hor" en ngambai, el curandero que puede hablar con los espíritus.

Es posible que el curandero consiga arreglar la leche de la madre con un encantamiento, o que la mujer acuda al hospital, le den unas vitaminas y le hagan creer que con eso se le ha recuperado la leche.

Tampoco es necesaria una tragedia familiar previa para que piensen que la leche está mala. Basta con que el bebé tenga una candidiasis oral, algo muy frecuente en las primeras semanas de vida, para que lleguen a la misma conclusión sobre la calidad de la leche de la madre y someterla al “test de la hormiga”.

La consecuencia de la nueva dieta para el niño es que comienza con diarreas, pierde peso, y termina con una desnutrición severa. Son bebés apagados, esqueléticos, sin fuerzas para llorar y apenas emitir un quejido lastimero, más parecido al maullido de un gato, propensos a adquirir cualquier enfermedad grave. Son niños malnutridos. Los llaman “niños serpiente”.

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2

UNICEF tiene un programa gratuito para tratar a los niños malnutridos. Proporciona distintos preparados de leche para diferentes estados de desnutrición, y formación al personal sanitario para administrar el tratamiento, que no es tan sencillo como solo darles de comer. La mucosa del intestino está atrófica y no absorbe bien los alimentos, tienen diarrea y pueden haber adquirido otras enfermedades concomitantes, la mayoría infecciosas. El programa incluye la obligación por parte del centro de llevar un registro del número de casos de malnutrición que se tratan.

En el Hospital de Saint Joseph, en Bebedjá, al sur de Chad, hay una unidad de pediatría. Dos mujeres la dirigen. Son religiosas de distintas congregaciones. Lourdes, mexicana, es pediatra. Rafaela, italiana, es enfermera. Llevan años en este lugar, “batiéndose el cuero “para salvar vidas de niños.

En los hospitales europeos es muy difícil ver morir a un niño. En Saint Joseph se mueren tres cada semana en los seis meses que dura la estación seca. Cuando llegan las lluvias, esa cifra se multiplica a causa del aumento de los casos de paludismo. La desnutrición también aumenta de manera tremenda la mortalidad. Rafaela y Lourdes conocían la existencia del programa de UNICEF e hicieron una solicitud para que el hospital formase parte de él. Si los recursos económicos de la mayoría de las personas son escasos, los de las familias de los niños desnutridos son nulos. La gratuidad del programa es lo que hace posible que se les pueda atender. Desde UNICEF les contestaron que, según sus datos, la incidencia de malnutrición en esa región del Chad no era lo bastante elevada como para poder incluirlos dentro del plan. También los recursos de las organizaciones humanitarias son limitados y tienen que establecer prioridades. Hay muchas otras zonas del mundo con campos de refugiados en lugares en guerra donde la desnutrición puede afectar a más de la mitad de los niños.

Rafaela nació en Varese, en la Lombardía. Al norte de Milán. Italiana tozuda, que no ha perdido el ánimo para seguir intentando tratar a los niños malnutridos a pesar de que se morían más del 80% de los que ingresaban en el hospital, tampoco se desanimó con la respuesta. Durante unas pocas semanas recogió cifras, preparó un dossier con fotografías de cada caso y lo envió a UNICEF con una nueva solicitud para entrar en el programa. Debió de ser lo bastante contundente como para hacer cambiar de opinión a los responsables de la organización. Al poco tiempo recibió la respuesta afirmativa y la visita de un equipo de profesionales que, durante siete días, dio formación y explicó la metodología de tratamiento y de recogida de datos a los médicos y enfermeros de la unidad de pediatría. Pronto de empezaron a ver los resultados. A la semana siguiente, tres niños que ingresaron con desnutrición severa sobrevivieron. Los que habían ingresado la semana anterior, habían muerto todos en pocas horas.

Desde que está implantado el plan de desnutrición, en julio de 2016, la mortalidad ha descendido del 80% al 12% en Saint Joseph. Los niños en estado de desnutrición no acuden a urgencias por ese motivo. Los padres los traen cuando contraen alguna enfermedad. Muy motivadas por los excelentes resultados, estas dos mujeres para las que no existe el desánimo, han decidido emprender por su cuenta campañas en la región para detectar niños con desnutrición severa que aún no han contraído una enfermedad grave. Si se trata la desnutrición antes de que se asocie a una malaria o disentería grave o tuberculosis, la probabilidad de recuperarse y de sobrevivir es mucho mayor.

En Saint Joseph solo se descansa un día a la semana, si no hay alguna urgencia que lo impida. Es el día que Lourdes y Rafaela aprovechan para subirse al coche a las siete de la mañana y visitar otras localidades cercanas. Antes han contactado con la parroquia del lugar, que ha anunciado por toda la comarca que el domingo, después de la misa (las misas son a las 8 de la mañana), acudirán un pediatra y una enfermera del hospital de Bebedjá para atender gratuitamente en consulta a todos los niños que sus padres lo deseen. El 27 de febrero de 2017 el coche se dirigía a Mbikou, a 20 kilómetros de Bebedjá en dirección a Mondou, hacia el oeste. Dentro de él, además de Lourdes y Rafaela, viajaban Sita –enfermera de Saint Joseph, que también había sacrificado voluntariamente su día de descanso– y David Montes, pediatra desplazado por el Hospital Universitario de Fuenlabrada, dentro del proyecto de colaboración EnganCHADos.

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Las misas en el Chad tienen color y música. El color de los vestidos de las mujeres, de telas estampadas, de paños y tocados en las cabezas, de las camisetas de fútbol de los niños, de las túnicas de los hombres. La música de los tambores y las guitarras, de las palmas y de las voces de las canciones que todos entonan. Algunas misas duran más de cuatro horas. Son una fiesta. La de aquella mañana en Mbikou terminó en una hora y media. Después, el equipo médico recogió un peso, un tallador y un par de cajas con medicamentos que venían en la ranchera y se improvisó un consultorio en el aula de la escuela, usando los pupitres como camillas de exploración. En dos de los pupitres, Lourdes y David pasaban consulta. Sobre la mesa grande del profesor, Sita y Rafaela pesaban y tallaban a los niños.

Tres voluntarios de la parroquia les hacían de intérpretes. En Chad se hablan más de un centenar de lenguas. Las oficiales son el árabe y el francés. En el sur, en la región en la que estamos, se habla ngambay. Solo los que han ido a la escuela hablan francés y el índice de analfabetismo es muy alto. Sentados al lado de los médicos, les traducían la conversación del francés al ngambay. ¿Qué le pasa? ¿Tiene fiebre? ¿Vomita? ¿Diarrea? ¿Desde cuándo?. El tercer voluntario apuntaba en unas tiras de papel el peso y la talla de cada niño y sus nombres, impronunciables para nosotros. Rafaela cotejaba los datos con las tablas y apuntaba en el papel el grado de desnutrición. Un cuarto voluntario trataba de poner orden a la puerta del aula, en la que se agolpaban los que esperaban, con el temor de no llegar a ser atendidos. En el patio, más de dos centenares de personas, niños pequeños y grandes con sus padres, madres con bebés atados a la espalda, hacían cola formando un tumulto, imposible de ordenar en una fila, soportando el calor al sol. Entre el griterío de los de afuera y el llanto de los niños de dentro, que se asustaban al ver a los blancos y chillaban como si les estuviesen torturando cuando los subían al peso o les acostaban sobre la tabla de medir, el estruendo era una locura.

Pasadas las dos y media de la tarde terminaron de ver a todos. Se atendieron a más de doscientos niños en aquella mañana de domingo, día de descanso. No eran casos graves. La mayoría tenían los vientres hinchados por parásitos intestinales. Se detectaron a once niños con desnutrición severa de los que seis presentaban el máximo grado. Muy severa. Al finalizar, subieron a los niños desnutridos con sus madres a la banqueta de la ranchera para traerlos al hospital y tratarles según el programa de desnutrición. –“Si les decimos que tienen que venir al hospital, muchos de ellos no vienen, así que nos los traemos nosotras” –decía Lourdes.

La unidad de pediatría de Saint Joseph tiene ahora más pacientes. Además de los niños enfermos, están los desnutridos “sanos” que se detectan en las campañas de los domingos. Actualmente, unos y otros conviven mezclados en las mismas habitaciones comunes, con el riesgo de que se contagien de infecciones que no traían al ingresar.

Para evitarlo, se va a hacer una reforma que habilite una sala para los niños desnutridos y los neonatos, separados de otros niños enfermos. En ella se colocarán algunas incubadoras y pulsiosímetros en las cunas y camas para poder monitorizar sus constantes. Quedará separada del cuarto de control de enfermeras por un cristal para que puedan vigilarlos. Lourdes y Rafaela quieren comenzar las obras lo antes posible. EnganCHADos quiere financiarlas.

Daniel Huerga Álvarez. Desde Bebedjá, el 27 de febrero de 2017.

ETOILE, SIGNIFICA ESTRELLA

“A las 8 y media de la mañana ya hemos pasado la visita en la maternidad y en la planta de cirugía.

En un pasillo esperan cuatro mujeres para hacerse ecografías ginecológicas. La primera lleva un recién nacido en brazos y no aparenta la edad de ser la madre. Tampoco es a ella a quien le han pedido la ecografía, si no al bebé. Yo estoy dentro de la sala del ecógrafo comprobando si funciona la captura de imágenes en un ordenador que nos ha donado un proyecto de la

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Fundación Telefónica, y escucho a Anita preguntarse en voz alta con su acento italiano, tras leer la petición.

— ¡No entiendo nada! ¿Pero a quién quieren que le haga la eco? ¿Al bebé? ¿De qué le voy a hacer una eco al bebé?

Giro la cabeza y descubro, a la vez que ella cuando retira el paño en el que viene envuelto, que al bebé le han dejado un largo cordón umbilical. Fuera del abdomen se ven con claridad los intestinos del recién nacido, recubiertos por una membrana transparente, en que se ha convertido el cordón. Es una malformación congénita llamada onfalocele. En condiciones "normales" se habría diagnosticado durante el embarazo en los seguimientos ecográficos programados. Se habría programado el parto en un hospital con Cirugía Pediátrica y el recién nacido habría sido intervenido con todas las garantías de seguridad y de cuidados perinatales y postoperatorios.

Aquí, no hay nada de eso.

No hay seguimientos ecográficos de los embarazos. Ni ecográficos ni de ningún otro tipo. No hay seguimiento. No hay Cirugía Pediátrica. No hay cuidados perinatales. Si no se corrige el defecto en las próximas horas, la pérdida de líquido por trasudación a través de esa membrana llevará al recién nacido a la muerte por deshidratación. Si se corrige el defecto y se mete todo el intestino dentro el abdomen, la presión abdominal aumenta y puede impedir que los pulmones se expandan adecuadamente. Es ese caso, requerirá un soporte respiratorio que aquí no se le puede dar, y se morirá en pocas horas. Anestesiar a un recién nacido tampoco es sencillo. No tenemos cánulas de intubación orotraqueal de su tamaño. Habría que hacerle una sedación que le deprime la capacidad de respirar, por lo que habría que ventilarlo a mano hasta que elimine de su organismo todo el resto de mórficos o de anestésicos. Tampoco tenemos oxígeno. Hay un aparato en el quirófano que concentra el oxígeno del aire. Lo trajimos en una misión anterior. Hace un ruido infernal que nos ameniza el trabajo, compitiendo con la ópera que suena en el móvil de Alejandro. Solo se puede usar ahí: a las dos de la tarde cortan la luz y solo hay electricidad en el bloque quirúrgico. Todo son facilidades…

Nuestro primer impulso es enterarnos de si existe algún hospital en Chad que pueda ofrecer esos cuidados y que esté a una distancia razonable que permita el traslado en pocas horas. Preguntando al personal que trabaja en St. Joseph, y con la ayuda de Cecile –una médico italiana que lleva muchos años viviendo en Chad–, nos dicen que hay un hospital en Goundi en el que trabaja un cirujano Chileno que ha operado tres casos de onfalocele. Lo que no me han dicho es si han sobrevivido. Contactamos con Goundi y nos autorizan al traslado. No sé dónde queda ese lugar. Me dicen que a tres horas en coche. No sé si ese hospital estará mucho mejor dotado que este, a tenor de lo poco que he visto del país. Rafaela, una enfermera italiana que trabaja en la pediatría, dice que no. Al menos el cirujano tiene más experiencia que yo.

Mientras, mando un mensaje a Alfonso y Javier. Son los dos cirujanos implicados en el proyecto EnganCHADos que tienen “la culpa” de que yo esté ahora en el Chad. Les pido que me manden bibliografía y que contacten con algún cirujano pediátrico para pedirle consejo. También a Juan, el eficaz bibliotecario del Hospital de Fuenlabrada y participante muy activo del proyecto, le solicito bibliografía. Esto no es tan sencillo. No tengo conexión a Internet en todo Bebedjià, salvo unas horas al día en un despacho que está a 200 metros de donde me encuentro, y hasta donde me tengo que desplazar. Esta mañana, funciona. Estamos de enhorabuena.

Aún no hemos hablado con la familia del bebé, y puede que se nieguen a su traslado. Por la intervención les pueden cobrar unos 40.000 CFA (francos centroafricanos; equivale a 60 euros) y por el traslado, otros 40.000 más. Eso suma 120 euros, que es el salario mensual de una persona con un buen trabajo (la responsable de la farmacia de St. Josepf, por ejemplo). La madre está internada en el centro de salud donde parió. Le quedó un resto de placenta en el útero. A la criatura la trajo su abuela. El padre no está aquí y lo han mandado buscar. Es él quien debe decidir si se traslada.

Durante la espera, desde el despacho del internet, entre mensajes al móvil y correos electrónicos, recibo la información que buenamente me pueden proporcionar. Si se da el caso, con estos mimbres tendré que hacer el cesto. El último mensaje de Alfonso que me entra en el

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teléfono cuando estoy regresando, antes de perder la conexión WiFi es “Daniel, tú eres la mejor opción que ese niño tiene ahí”.

El padre es un hombre alto y delgado con semblante tranquilo, casi risueño a pesar de la situación. Habla francés. Anita le explica la situación y la posibilidad de traslado a Goundi. El hombre la escucha con atención, sin interrumpirla. Cuando Anita termina de hablar, nos responde inmediatamente, como si ya tuviera tomada la decisión antes de la conversación. Su tono de voz es como su rostro. Habla pausado.

–Dios ha querido que esté aquí. Se tiene que operar aquí. Si no sale bien, será la voluntad de Dios.

Esto ocurrió hace dos días. Nos llevamos al bebé al quirófano. Alejandro lo sedó un poquito, sin pasarse, le dije. Primero comprobamos si, al meter los intestinos dentro del abdomen, seguía respirando bien. Cuando vimos que la saturación de oxígeno no bajaba, con la ayuda de Anita cerré parcialmente el defecto con una sutura, lo suficiente para que no se volvieran a salir, y le recorté el cordón umbilical dejando solo unos pocos centímetros. Como se lo dejaron a mis hijas al nacer.

La madre de la criatura llegó esa misma tarde y el bebé pudo empezar a mamar. Anita comprobó con el ecógrafo que a la mujer ya no le quedaban restos de placenta. La criatura ya no se va a deshidratar y, en vista de que no tiene problemas respiratorios, dentro de unos días, antes de mi regreso a España, le termino de cerrar completamente el defecto del abdomen.

Al acabar cada intervención, apuntamos los datos del paciente en un libro de registro. Abdulay, el enfermero de quirófano, me dictaba el nombre de la niña: Etoile, significa estrella”.

Por Daniel Huerga, desde Bebedjia.Chad:

En Bebedjá el 20 de junio de 2016

Autores:

Daniel Huerga Álvarez

María Teresa Rodríguez Tardío

María del Carmen Sobrado Hernández

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COMUNICAR MALAS NOTICIAS EN SENUFO Soy enfermera de familia, llevo más de 30 años trabajando en Atención Primaria, en contacto directo con los pacientes, con las familias, recorriendo con muchos de ellos parte de su vida, de sus proyectos, sus enfermedades y de su muerte. Cuando estudié enfermería, no nos enseñaban técnicas de entrevista, ni de cómo comunicar malas noticias, pero sí me enseñaron que había que hablar con los pacientes y la familia, que había que guardar la intimidad, ser respetuosos. Con todo esto, y a lo largo del camino recorrido, durante estos años de profesión he ido aprendiendo, además de por la formación recibida, sobre todo por la experiencia y los conocimientos compartidos con los usuarios y los compañeros de trabajo. Hace tres años, empecé una nueva aventura, como voluntaria de la ONG SED. Esta experiencia me ha dado la oportunidad de conocer tierras africanas, concretamente, Costa de Marfil. África es un continente mágico, que una vez que lo has pisado, te enamora y te toca el corazón. Conocer sus gentes, sus costumbres, su forma de ver la vida y la muerte, te hace ser una persona diferente. Os voy a contar, para poneros en situación, cómo es el lugar donde llevo desarrollando mi trabajo como enfermera voluntaria durante un mes del verano, los últimos tres años de mi vida. Como he dicho, cada verano formo parte de un grupo de voluntarios de SED, que vamos a Costa de Marfil, concretamente a la zona Norte del país, a Korhogo. Costa es un país que hasta 1960 fue colonia francesa, por tanto es un país francófono. En este país, conviven más de 60 etnias diferentes, cada una con sus costumbres y su lengua. Son mayoritariamente musulmanes, pero la población de origen nativo es en gran parte cristiana, sobre todo católico, y por supuesto, animista. Al profundizar en la realidad del país, se ve la realidad Costa Marfileña, en la que hay un fuerte contraste de la riqueza de unos pocos y el empobrecimiento de la mayoría. En las zonas rurales se sustituyen los vehículos de lujo por las bicicletas, se ven mujeres y niños recorriendo a pie muchos kilómetros con baldes de agua o leña, los rascacielos se convierten en casitas de adobe que probablemente no cuenten con agua potable, sin apenas electricidad y saneamiento u otro tipo de infraestructuras (ANESVAD, 2014). A pesar de ser de diferentes religiones, conviven con respeto y en paz y siguen sus tradiciones y costumbres. Mi trabajo principalmente lo desarrollo en un poblado que se llama Koni, cercano a Korhogo, que es la capital de la zona. Esta zona está poblada por la etnia senufo, mayoritariamente, y cuenta con una población de 213.000 habitantes. Los senufo son un grupo etnolingüistico compuesto por diversos subgrupos de personas, que viven en un área comprendida entre el sur de Mali, Burkina Fasso, en el norte de Costa de Marfil y algunos en Ghana. Hablan las distintas lenguas senufo. La capital de los senufo es Korhogo, un pueblo muy antiguo que data del s. XIII. Son fundamentalmente agricultores y artesanos, su agricultura se basa principalmente en el cultivo del ñame, mijo, maní y arroz. Koni tiene la suerte de tener un dispensario sanitario atendido por las Hermanas de la Anunciación. Llevan prestando atención sanitaria a esta población y a los poblados de alrededor, desde hace más de 30 años, cuando aún no existía ningún consultorio de la Sanidad pública, que por cierto, allí no es gratuita, allí cualquier servicio médico tiene un precio bastante alto, que la mayoría de la población no se puede permitir. El dispensario está atendido por enfermeras, no hay médicos en los consultorios, los pocos médicos que hay se quedan en las ciudades grandes en los hospitales. En el dispensario se atienden consultas de adultos, niños, se siguen los embarazos, el control de

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seguimiento infantil, se realizan las vacunaciones infantiles, el control de nutrición, ya que tienen un centro de nutrición donde se pueden quedar los niños desnutridos con alguien de la familia el tiempo que sea necesario para darle la alimentación hasta que se reponen y pueden irse a casa; los que viven allí reciben cada día la alimentación complementaria necesaria para estar bien nutridos. También hay un paritorio, se atienden los partos y se quedan las madres en un módulo que hay para que estén un día o dos hasta que se pueden ir a su pueblo. Se les proporcionan los medicamentos necesarios por la tercera parte de lo que les cuesta en una farmacia y se les da el tratamiento diariamente a los niños para evitar el incumplimiento terapéutico. Son religiosas, enfermeras, mujeres increíbles, que dan su vida para atender a estas personas. Están formadas y con mucha experiencia para diagnosticar y tratar las enfermedades más prevalentes del país y para enfrentarse a los problemas que surgen día a día. Con ellas, con estas mujeres, he tenido la suerte de aprender a diagnosticar y tratar las enfermedades de las que padece esta población, a conocer la vida, las costumbres, las tradiciones y las creencias del pueblo senufo. A conocer cómo sienten y que percepción tienen de la salud y la enfermedad, qué medios tienen, que métodos siguen, en fin cual son sus formas de afrontamiento antes situaciones de enfermedad. Este año, he podido vivir la alegría del nacimiento de nueva vida, pero también cómo viven las familias la pérdida de un hijo, cómo se va la vida de un niño o cómo ni siquiera llegan a poder vivir. Y cómo estas mujeres enfermeras, junto a las “sages femmes” (matronas), comunican a la familia las malas noticias. Comunicar la mala noticia, tiene su ritual y se dedica un tiempo para hacerlo, ya que hay que “consolar” a la familia. Una mañana de las que estaba pasando consulta infantil, nos trajeron a un niño de 4 años. Lo traía su madre a la espalda, envuelto en su paño, como es costumbre en estas tierras; venían en moto, los traía un hermano mayor. Era el hijo pequeño de esta mujer, de más de 40 años, que tenía otros hijos mayores, el que los acompañaba era de unos 25 años y era el segundo hijo. Venían de Fonondo, un poblado lejano y venían buscando ayuda al dispensario, porque además de las hermanas sabían que estábamos “los blancos”. El niño venía muy mal, estaba muy enfermo, llevaba tiempo con paludismo y sin tratar, con mucha fiebre, seguramente anemia severa y estaba con gran desnutrición. No respondía a casi ningún estímulo, aún respiraba, pero nada más reconocerlo vi que estaba en agonía. Un compañero médico, de Madrid, que colabora en el dispensario, no quería resistirse a dejarlo morir, le pusimos hidratación, le oxigenamos un poco con un ambú, pues no disponemos de oxígeno, pero eran medidas “extraordinarias” que no iban a servir para nada. Yo insistí en que ya estaba en agonía y que debíamos dejarlo morir en paz, ya tenía los estertores de la muerte. Lo dejamos en la camilla, la madre y el hermano estaban allí al lado, esperando y yo con la mirada les comuniqué que ya no había nada que hacer, estuve con él toda la mañana, mientras pasaba consulta hasta que falleció. Cuando se lo dije a sor Nicole, me explicó que ahora debíamos Consolar a la familia, hablar con ellos y decirles que habíamos hecho todo lo que estaba en nuestras manos, pero que lo habían traído muy mal y habían esperado mucho, que cuando un niño está enfermo lo deben llevar a que lo vean y hacer el tratamiento correctamente. Se les hace pasar a una habitación, y se da un abrazo a la familia, se sientan y se les habla despacio y en tono bajito. Son una etnia que habla muy poco, casi no te miran a los ojos, escuchan con la cabeza baja y guardan profundos y largos silencios. Hay que tomarse un tiempo para comunicarse con ellos, sin prisas, respetando sus tiempos. La madre se echa a llorar, el hermano está vuelto para otro lado y su cara muestra enfado con la situación. Ahora es el momento en el que la madre habla y explica su situación, se quedó viuda, en Abidjan, la capital, su marido tenía además otra mujer con otros tantos hijos y se quedaron sin nada. Ella y sus hijos se desplazaron a su poblado para trabajar en el campo para poder vivir y este niño se había puesto enfermo y como todos están trabajando en el campo, no se habían preocupado mucho de él. Después de un rato de silencio, se les pregunta qué van a hacer con el niño, la costumbre es que si

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quieren enterrarlo donde ha muerto y no es su poblado, deben pedir permiso a los jefes del lugar o se lo pueden llevar y hacerlo en su poblado. A los niños no se les hace funeral, se entierran y ya está. La madre nos explica que salieron de su pueblo con el niño vivo y sin que lo supieran los ancianos del lugar, por lo que tienen que volver con él para presentárselo a los ancianos y que hagan sus rituales. Así que coge al niño, se lo pone a la espalda y lo envuelve en su paño. Se sube en la moto con su hijo y se van a presentar al niño a los ancianos, allí harán sus rituales para sanarlo y cuando vean que está muerto, dejarán que su familia lo entierre. Las mujeres siempre llevan a los niños a la espalda, atados con un paño de tela, durante todo el día, cuando mueren, se envuelve en el paño y se traslada en brazos, ella debía llegar con el niño a la espalda. En otra ocasión, durante la noche, sobre las 12 horas, nos llama la “sage femme” que estaba de guardia esa noche. Acaban de traer unos recién nacidos gemelos, de un poblado que se encuentra a bastantes kilómetros de Koni. Los traen en moto, envueltos en sus paños, los trae su padre y un amigo que conduce la moto. El parto ha sido atendido por el enfermero de ese pueblo, cuando ha visto que los niños no estaban bien, le ha dicho al padre que se los trajeran al dispensario de Koni. Cuando descubrimos el primer paño, es un niño desnutrido, mal formado, no desarrollado, con labio leporino y ya viene muerto. El hermano aún vive y respira, pero viene frío, cianótico, con pocas posibilidades de salir adelante. Hacemos el soporte vital básico, pero le quedaba un aliento de vida, no ha podido resistir y ha muerto. Fuera están el padre y su amigo, esperando noticias. Sor Nicole, junto a la “sage femme” y nosotros, estábamos Pepe, estudiante de 5º de Medicina que ha compartido este tiempo conmigo y yo, vamos a comunicar que los niños no lo han conseguido, vamos siguiendo su costumbre a “Consolar” al padre y al amigo. Le damos el abrazo de consuelo y se sientan, se les explica la situación de cómo venían los niños y que hemos hecho todo lo que hemos podido, sin éxito. Ellos escuchan cabizbajos, callados. Nicole habla en senufo y nos va traduciendo lo que les dice. Se hace un silencio y habla el amigo, en nombre del padre, como es la costumbre. Nos da las gracias porque han visto que hemos hecho todo lo posible y que no ha podido ser, explica que han dejado a la madre recién parida en su poblado y que ahora tienen que ir a contarle lo que ha pasado. Que van a pedir permiso a los jefes del poblado de Koni, para dejar a los niños enterrados a la salida del camino del pueblo. Cuando termina, dice el padre que nos quiere decir unas palabras, y nos dice, primero que nos agradece mucho todo lo que hemos hecho que ellos lo han visto. Nos dice que entiende que esa es la voluntad de Dios y que él lo acepta, que tiene confianza en que ya le dará más hijos, pues tiene otros 4. Que le preocupa la madre a la que le tiene que decir que los niños han muerto y que tienen que consolarla para que lo acepte. Después de un rato de hablarnos, se despiden y dicen que dejan los cuerpos hasta que pidan el permiso para enterrarlos y si les dan permiso, los dejarán enterrados a la salida del pueblo al borde del camino, entre los árboles y partirán a su casa. Así son las cosas en estas tierras africanas.

A nosotros, estas situaciones, su desarrollo y su finalización, nos puede parecer sorprendente y extraordinaria, nos puede parecer una experiencia que requiere mucha fortaleza. Pero ellos aceptan la muerte con tranquilidad, “es la voluntad de Dios”, es la selección natural. El sano y fuerte vive, el débil y enfermo muere, los que tienen algún problema o defecto son “enfants serpents”, pero eso es otra historia que contaré en otro relato. He querido reflejar la importancia que tiene la comunicación en todos los pueblos y razas, la importancia de la forma y el tiempo, de la comunicación verbal y no verbal, respetando las costumbres y tradiciones y guardando los silencios y los tiempos necesarios. Este julio de 2017, ha sido una gran vivencia de Comunicación en todos los aspectos y de todas las formas. África y sus gentes comunican color, música, danza. Te llena el corazón de Alegría y Amor.

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COGER LAS RIENDAS

Se cuentan por decenas las personas que han decidido venir al Centro de Salud esta tarde por haber sufrido una picadura de insecto. Hemos diagnosticado una neumonía gracias a una correcta anamnesis y exploración y confirmado la sospecha diagnóstica de un cólico biliar gracias a disponer de un ecógrafo. También he suturado la herida que un hombre se hizo durante el trabajo. La tarde va bien; pienso en qué harían todos aquellos a los que les había picado una avispa si no tuvieran un Centro de Salud abierto 24 horas, hasta que suena el teléfono: Nos vamos en la ambulancia.

Los dos hijos de Olga, paciente de 64 años, se ven superados por una situación que ocurre desde hace un mes y medio. La actitud de su madre ha dado un giro radical desde que se separó de su marido y ahora se niega a abrirles la puerta. Ellos llaman temiendo que pueda hacerse daño a sí misma.

Desde el principio el caso despierta mi interés. La salud mental es mi parte favorita de la medicina y tengo ganas de atender un episodio agudo. Al llegar a la puerta de la casa, sus dos hijos, Guillermo y Álvaro nos reciben y comenzamos a hacer una Historia Clínica mientras esperamos a que llegue la Policía Local.

Según nos cuentan sus hijos, desde que Olga se ha separado de su marido es otra mujer. Sale todos los días de bares, gasta mucho dinero, ha exaltado su religiosidad, diciendo que ahora solo Dios y los Santos están con ella. Se ha cabreado con sus hijos y también con sus amigos. Cuando le cuentan un problema, al día siguiente lo hace suyo, y lo cuenta como propio. Duerme 3 horas al día y limpia su casa 3 veces al día. Dicen además que la han descubierto tomando unas pastillas que le habían prescrito hace años por un cuadro depresivo. Todo apunta a un cuadro maníaco, que teniendo 64 años y coincidiendo con la toma de antidepresivos, parece secundario a fármacos. Así se lo explicamos a sus hijos, aunque les aclaramos que antes de llegar a ninguna conclusión debemos ver a su madre.

Cansados de esperar a una Policía que no llega, y confiando en que la situación no se torne a violenta, tratamos de entrar. Es Guillermo quien toca al timbre, Álvaro y nosotros esperamos fuera. Tras pedirle que se fuera varias veces, Olga accede a abrirle la puerta y detrás de él irrumpimos el médico adjunto, Javier, la enferma, Ruth y yo mismo.

Olga queda estupefacta y enseguida empieza a insultar a Guillermo, diciendo que ella no está loca y pidiéndonos que nos vayamos. Es aquí donde comienzan todas mis dudas sobre la ética de esta intervención.

Resulta que Olga es del pueblo de Ruth y se conocen de toda la vida. Javier, para suavizar la situación le propone a Olga pasar a un cuarto junto con Ruth, con la idea de alejarle del hijo al que parece dirigir su violencia. Claro que en realidad nosotros también hemos ejercido violencia. Hemos entrado contra su voluntad en la casa de una persona que no considera que necesite ninguna ayuda, guiándonos por el criterio de sus hijos de los que desconocemos por completo su relación con ella. Nos ha pedido que nos fuéramos y no hemos accedido a hacerlo, contando con el respaldo de dos personas armadas que acaban de llegar y esperan detrás de la puerta por si la cosa se va de madre. ¿Cómo podemos valorar el estado de agitación de una paciente incitando a su agitación desde nuestro primer contacto con ella?

Durante la entrevista yo espero fuera con los dos hermanos que comienzan a llorar. Trato de explicarles, y parece que eso les tranquiliza, que ya hemos llegado, que estamos dentro de su casa, que ahora ella no va a hacerse daño a ella misma ni a nadie más y que con una correcta atención médica se pondrá solución a esta situación. La verdad es que yo desconozco por completo la situación. La verdad es que la emoción de haber llegado a una sospecha diagnóstica de manía secundaria a fármacos durante mi entrevista con ellos me hace olvidar la

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importancia de valorar la otra parte de la historia y me sorprendo mucho al hablar con Javier cuando salieron del cuarto, que me dicen que nos íbamos a ir de vuelta, que Olga está perfectamente.

Ella les cuenta que estaba harta de sus hijos. Que desde que lo dejó con su marido todo el tiempo le recriminan el haberle abandonado, le dicen que qué iba a hacer ahora ella sola. Dicen que se estaba gastando mucho dinero por haberse comprado un colchón de 1000 euros y haberse tatuado las cejas, cuando su ex marido se acaba de gastar 30000 euros en un coche nuevo. Cuenta también que en la noche de San Juan ella se sentía sola y llamó a Álvaro que se negó a escucharla y desde entonces no quiere saber nada más de él. Les explica con todo detalle toda la medicación que toma y reconoce estar teniendo problemas de insomnio y ansiedad para los que estaba tomando Alprazolam, incluso toma uno durante esta entrevista para calmarse un poco. Con estos nuevos datos, Javier entiende que ni ella ni su familia corren ningún riesgo. Hasta tal punto entienden el estado de Olga como sano que Ruth accede a tomarle la tensión a Guillermo, pues Olga afirma que últimamente está muy nervioso y si alguien en esa casa está enfermo es él. Así, nos disponemos a irnos, cuando Álvaro, que se había quedado fuera, entra en la casa.

Olga va directa a por él. Hijo de puta, grita, ¡hijo de la gran puta! ¡Yo seré puta, pero tú eres un hijo de puta! Mientras le golpea el pecho y le desgarra la camiseta de un fuerte tirón. Ruth se echa la mano al bolsillo de su polo, recordando que allí lleva una inyección intramuscular con un potente sedante por si Olga se pusiera especialmente violenta. Tratamos de retomar las riendas de la situación. Olga ahora está fuera de sí. Insiste en que no está loca. Le grita que se vaya, también a nosotros. Quiere estar sola. Javier entra con ella en la cocina. Me dice que avise a los policías. Le decimos que en ese estado se tiene que venir al Hospital. Ella se niega. Tampoco quiere recibir medicación. Sólo quiere estar sola. Que la dejemos en paz, que salgamos de su casa.

Me viene a la cabeza un artículo de la Asociación Madrileña de Salud Mental que hablaba sobre un método para el abordaje de los episodios psicóticos propuesto por un reconocido psiquiatra noruego. Este propone la total aceptación de los sentimientos y realidades de las dos partes del episodio para su abordaje. Propone acudir al domicilio, no obligar a nadie a ir a un Hospital, que es de por sí un terreno hostil para alguien agitado. Aceptar el cuadro, tanto la realidad que está viviendo el que lo sufre como la realidad de las personas de su entorno, con el fin de reducir la ansiedad que esto genera en ambas partes y a partir de ahí buscar, entre todos, soluciones entre las que se puede recurrir, entre otras posibilidades, a los fármacos.

En el acto médico que nosotros llevamos a cabo no nos preocupamos por resolver la situación. No se trata de un cuadro psicótico, pero si de un conflicto que se puede abordado de igual forma. Sentados, dejando a ambas partes que expresen, que se abran, que hablen de los que sienten unos y otros y dejando que sean ellos mismos los que busquen soluciones, guiándoles en lo que fuera necesario. Lo que nosotros hacemos es valorar si hay o no hay riesgo para el propio paciente o para terceros y si es así trasladamos al paciente al Hospital, quiera o no quiera.

Las 2 horas que duró todo este episodio bien las podríamos haber empleado en buscar un entendimiento por las dos partes, pero no fue así.

Me gustaría decir que alcé la voz, que cogí las riendas de la situación, que afirmé no estar de acuerdo con lo que estaba ocurriendo. Que les pedí que se sentaran y tratasen de hablar. Que eran una familia que hasta hace un mes y medio estaba unida, y que es obvio que algo estaba pasando, que ya era hora de sentarse y aclararlo. Que nadie estaba disfrutando con esa situación y que ningún psiquiatra iba a solucionarla. Que no son más que ellos los que tienen la clave. Sin embargo, entró la Policía, le dijo: Olga, nos vamos al Hospital. Olga se quedó muda.

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Asintió. Subió a la Ambulancia. Sus hijos iban en coche detrás. Al llegar al Hospital del Poniente se lo contamos a Manuel, psiquiatra de Guardia esa noche, al que conozco personalmente por jugar con él los martes al fútbol. Olga, Guillermo y Álvaro quedan en la sala de espera, nosotros volvemos a Adra.

Al día siguiente, martes, comentamos el caso. Él descarta un cuadro maníaco. Sugiere un comienzo de Demencia frontotemportal y le deriva al Neurólogo para valoración. Yo de vez en cuando entro en su Historia desde el Centro de Salud para seguirle la pista.

¿Estaría sufriendo Olga un proceso psiquiátrico? ¿Sería un proceso degenerativo cerebral? ¿O, tal vez, sería una mujer que, cansada de su marido, decidió a sus 64 años decir “esta boca es mía” y nadie estaba dispuesto a entenderlo?

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Estaba en 6º de Medicina en la Clínica Universitaria de Navarra, era noviembre y estaba haciendo mis prácticas rotando en la consulta de lumbalgias. El paciente era un varón de 70 años acompañado por su mujer. De extracción humilde. El doctor tuvo que ausentarse durante unos minutos de la consulta. La conversación previa estaba siendo poco fructífera porque el paciente no acertaba a describir bien su dolor ni su incomodidad. En ese momento, salió de mí preguntar que de dónde eran. Ellos respondieron que llevaban más de 50 años en Pamplona, pero que eran de Córdoba. Al confirmar que yo también era de allí, se les iluminaron los ojos, se levantaron y me saludaron efusivamente. Me contaron que eran del barrio Parque Figueroa, y yo les contesté que era allí donde yo iba al conservatorio de música. Charlamos unos minutos sobre Córdoba, sobre sus recuerdos y sobre sus emociones. A partir de entonces, la comunicación con el Médico fue más distendida y para el paciente fue más fácil describir su situación. Sé que, pocas semanas después, su dolor de espalda se controló satisfactoriamente. Todo por preguntar. Todo por interesarme. La personificación es uno de los instrumentos para dar solución a una de las causas consideradas como no funcionales de la deshumanización de la asistencia sanitaria. EXPERIENCIAS No sobrepasarán las 300 palabras con el siguiente formato: • Introducción de la Experiencia. • Objetivos de la Experiencia. • Descripción de la Experiencia. • Conclusiones. • Aplicabilidad.

Si se utilizan abreviaturas, la primera vez que se citen deberán venir entre paréntesis a continuación del término com-pleto. No se utilizarán cuadros, figuras o gráficos en el resumen.

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EPIFANÍA

Julia miraba por la ventana mientras el día se diluía en un atardecer dorado y verde. Ya apenas podía caminar, cubría los escasos 5 metros hasta la ventana con su andador y allí se quedaba hasta que oscurecía del todo y el silencio se rompía con el ruido de la puerta al abrirse y cerrarse inmediatamente después. —Doña Julia, ¿pongo la mesa en la sala o en la cocina? — preguntó la auxiliar de alimentación que le traía, mañana, tarde y noche, un plato preparado para cubrir todas las necesidades nutricionales de su ya exiguo cuerpo. —En la sala, por favor, voy a ver las noticias y los anuncios. La chica colocó la bandeja sobre el mantel autotérmico y Julia activó la pantalla con el código de voz. Afortunadamente ya todo se podía accionar mediante la voz, de otra forma sus dificultades de movilidad y su escasísima vista no le permitirían hacer nada por sí misma. A los pocos minutos apareció el anuncio que esperaba: Imágenes llenas de luz, un mar calmo, una montaña de cumbre nevada, rostros de niños felices, jóvenes de mirada pretendidamente tierna, todos alrededor de ancianos de aspecto sereno, casi feliz, acariciando sus manos sarmentosas, besando sus mejillas ajadas. Y después, las letras en azul marino sobre fondo de cielo claro: EPIFANIA Una voz profunda y blanda desgranaba las ventajas y posibilidades del final programado: "Confíenos sus últimos momentos y serán todo lo que usted había soñado. Sin dolor, sin angustia, acompañado por sus seres queridos, viendo el paisaje añorado..." después un fundido de las letras dejaba la última imagen, el cielo azul con alguna nube y los rayos de sol atravesándola… sólo faltaba un triángulo con un ojo para ser ese dibujo que le fascinaba de pequeña en el viejo catecismo de su madre –pensó Julia. —Qué barbaridad Doña Julia, no sé cómo se permite esto. Uno se debe ir (evitó cuidadosamente la palabra morir, como si al mencionarla pudiese contagiar a la anciana) cuando Dios quiera, así ha sido siempre y así debería ser. —Hija, hace años que ya no nos morimos cuando Dios quiere (Julia no la evitó), la ciencia estira ese momento como una goma. Ya no sabe uno cuando le toca. —Pero eso es distinto.... —dijo la chica— se prolonga la vida, y eso está bien. Julia sonrió con tristeza y corrigió—Se prolonga la vejez, no la vida... y la vejez es muy fea. Cuando la joven se hubo marchado dejándolo todo limpio y a Julia ya con el camisón de dormir, la anciana convocó a su asistente virtual, con la fórmula antigua. —Oye Siri (Eligió llamarla Siri, como a la primera, la Eva de las voces sintéticas, ya no tenía la memoria como antes, y no había que gastarla en esfuerzos innecesarios). —¿Qué deseas Julia? —Búscame el significado de Epifanía, por favor. Sabía que el por favor no era necesario, pero se resistía a perder las formas, aunque fuera con una máquina.

"Epifanía: Revelación. Por otra parte, desde el punto de vista filosófico, la epifanía remite a la sensación de realización personal que experimenta alguien cuando siente que ha captado el ser de las cosas y su verdad más profunda."

En las oficinas de Epifanía, Marisa organizaba su último trabajo. Los tulipanes los encargó directamente a Holanda, necesitaba muchos y así salían más baratos. Catering para 60 personas, de comida orgánica, sin gluten ni lactosa, y enriquecida con leptina, la última moda en alimentación funcional. Los vídeos familiares ya montados habían quedado preciosos, un resumen de una vida que se intuía había sido plena. Debía ser dulce irse con esas imágenes felices rodeándote en holografía hiperrealista. Era uno de los encargos más fáciles de los últimos días, ya que no requería traslados. El tema de los traslados la traía loca. A los pocos minutos entró David, que se acababa de reunir con el Consejero de Sanidad. Se tiró sobre la butaca echando la cabeza para atrás y chasqueó los dedos, oscureciendo así la pared polimérica. Marisa la volvió a aclarar. El cotilleo formaba parte de la propia estructura de la compañía. Hay cosas que nunca cambian. —¿Cómo fue la visita de ayer? — le preguntó David con escaso interés. —Visita de captación con resultados a medio plazo. Un señor de 92 años y buen estado de salud. Me recibió con cierta hostilidad, pero al final agradeció la información, para cuando llegara el momento. —Nadie es inmune a tu encanto—dijo el hombre en tono de flirteo. Marisa continuó como si no lo hubiese

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oído— Firmó la opción de testamento vital para el supuesto de deterioro cognitivo grave. Así, si tiene una demencia avanzada, los hijos no tendrán que decidir si quieren o no final programado. Eligió el modelo 1, como todos en ese caso. —Ya te digo, total si no se van a enterar de nada por la demencia, para qué buscar finales barrocos— dijo David. —Ahora estoy con el de la señora de los tulipanes. Casi está cerrado. —Y tu... ¿qué? — preguntó Marisa en referencia a la reunión. —Yo... ¿qué de qué? — contestó David —Venga, no te hagas el interesante... ¿lo han aprobado? —Qué cabrón el tío, lo que se ha resistido... le hemos presentado los datos de los últimos años. En el último año de la vida una persona gasta en Sanidad el 80% de su gasto total. ¡Casi todo el gasto se produce en el último año! Eso es mucha pasta, como para tacañear la financiación de los traslados. —Entonces, ¿lo han aprobado o no? —Parcialmente. Sigue financiado el traslado a cualquier lugar de Europa con 6 acompañantes, y aumentan al resto del mundo, pero solo en el caso de inmigrantes y con un solo acompañante. Y únicamente si han nacido allí, no vale para segundas generaciones. —Bueno, no está mal. Lo paso fatal con los inmigrantes. Todos quieren lo mismo, que su última visión sea el paisaje de su infancia, su pueblo, su montaña... y con la cantidad de Americanos del Sur que tenemos... y asiáticos... aunque estos son más conformados. —Pues ya lo tienes, guapa. Si antes ya vendías, ahora vas a ser la reina del final programado.

Julia siempre llevó el pelo largo, de joven suelto en una abundante y salvaje melena rojiza y después recogido el cabello blanco y fino en un moño italiano que se hacía cuidadosamente cada mañana. Ahora, que ya no podía subir las manos más allá de las orejas, lo llevaba muy corto. Era más fácil así. No lo sintió especialmente. Tampoco se lamentaba de no poder apenas caminar, se apañaba bien dentro de la casa, y a la calle la sacaban sus hijos en una silla motorizada muy cómoda. A veces la ponía a velocidad máxima, dejando atrás a los jóvenes sesentones, asustada la hija, enfadado el hijo mayor que la reñía por su travesura... pero ¿qué es la vida sin un poco de velocidad y riesgo? Cuando ya no pudo leer se pasó a los audiolibros, y, aunque no era lo mismo, le permitió continuar con su mayor afición. Incluso siguió escribiendo, dictando a Siri las palabras. Había asumido todas sus pérdidas, todas, menos esta. Esto no. Antes de acostarse abrió un cajón de su cómoda y extrajo de allí su secreto. Con mucha dificultad se puso el pañal lo mejor que pudo. En la nalga derecha verdeaba el moretón que se hizo la semana pasada cuando perdió el equilibrio. Desde entonces apoya la espalda en la pared para estabilizarse un poco. Nadie lo sabe ni debe saberlo. Por la mañana se lo quita y lo desecha antes de que llegue la auxiliar a ducharla y darle el desayuno. No puede soportar la idea de que nadie, ni familia ni extraños, le limpien el culo. Sabe que a ellos no les importaría, pero a ella sí. Amanece, y Julia sentada en su sillón, espera. Nunca supo estar sin hacer nada, siempre ocupada, siempre con mil cosas pendientes. Piensa que ha sido feliz, que ha merecido la pena. Como médico, como madre, como compañera, como cooperante, ha sido feliz dedicándose a los demás. No se considera generosa, más bien lo contrario, no le costó esfuerzo, era lo que le gustaba hacer. Y siempre hizo lo que quiso. Pero ya no tiene nada para dar, y le mortifica necesitar. —Siri, conéctame sin imagen con la empresa Epifanía. Marisa vio la llamada entrante y la aceptó, aunque la imagen se mantuvo en negro. En la pantalla de Julia sin embargo apareció la imagen sonriente de la joven. — Soy Marisa Álvarez ¿en qué puedo ayudarle? Quedaron para esa misma tarde. Julia sacó su juego de té de las grandes ocasiones y esperó hasta que sonó el timbre, reconoció a la joven de la empresa en el videoportero y le indicó a Siri que podía abrir la puerta. Marisa se sentó al lado de la anciana, aceptó encantada la taza de té y conectó su tableta a la pantalla doméstica mientras intercambiaban saludos de cortesía. Quería mostrarle el catálogo de finales para que empezara a familiarizarse con ellos, pero un gesto de Julia la detuvo. —No se moleste, ya sé lo que puede ofrecerme, lo he visto en la web: fiestas familiares, finales marítimos, florales, musicales... no es necesario, yo ya sé lo que quiero. Permítame mostrarle algo— dijo la anciana. Julia accedió a sus fotos y abrió la carpeta titulada "Africa". Marisa recordó que en su investigación previa sobre la clienta (siempre procuraba informarse antes de una visita) había encontrado que trabajó en Africa de cooperante, incluso publicó un libro de relatos con ese tema. Las fotos se sucedían una tras otra, animales, lagos, personas, montañas... —¿Sabe?—dijo Julia—después de toda una vida, de

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ser médico, de ser madre... lo que se me ha grabado más intensamente en la memoria es Africa. ¡Qué cosas! Ese continente tiene algo que se mete dentro de uno y te hace añorarlo para siempre. —Entiendo—dijo la comercial—quizás pensaba en un final estilo Karen Blixen, pero... — Marisa iba a explicarle que los traslados intercontinentales solo estaban financiados para nativos, pero la anciana agitó la mano nervuda interrumpiendo la explicación. —No, no. No necesito volver a ver esos paisajes, los tengo aquí—dijo golpeteando el borde externo de la ceja con el índice. — Espere un poco y lo entenderá. Quiero que se fije bien en estas fotos —dijo mientras pasaba una colección de rostros de masáis sonrientes vestidos con sus kangas coloridos—¿Qué encuentra en común en todos ellos? —No sé... se les ve felices ¿no? —Lo dice porque todos sonríen ¿verdad? Si, es cierto, son de sonrisa fácil... — al pronunciar esta frase la mirada de la anciana se iluminó, ausente y vívida durante un instante, una pausa mínima, el relámpago de un recuerdo, y la vuelta a su discurso ordenado— y por eso se ve que, a todos, sin excepción, viejos o jóvenes, les falta un diente. Le voy a contar una historia. A los masáis les arrancan un incisivo, inferior o superior en cuanto tienen la dentición definitiva, ¿Por qué? se preguntará usted, como me pregunté yo.

Pues bien, se lo cuento como me lo contaron: Desde tiempos ancestrales existe una enfermedad que ataca a los masáis— me dijeron— que no les permite abrir la boca, y mueren de hambre y sed. Arrancando un incisivo queda un agujero por el que cabe una pajita, de esa manera si un masái enferma pueden alimentarlo a través del hueco y tiene una oportunidad de sobrevivir. Usted es muy joven y la palabra tétanos solo le suena a una vacuna ¿verdad? El tétanos es una enfermedad, erradicada en casi todo el mundo, que produce una contracción de los músculos de la mandíbula tan potente que impide la apertura de la boca. Marisa estaba descolocada, aunque estaba acostumbrada a que los ancianos le contasen sus batallitas, contentos de poder hablar con alguien de carne y hueso que les escuchara un rato, esto parecía distinto, parecía haber una intencionalidad que se le escapaba. — Julia, no entiendo a dónde quiere llegar—confesó Marisa. —Querida, quiero que haga algo por mí. Esperó un poco antes de continuar, como evaluando a su interlocutora, y realizó su petición. Dos semanas después el rostro de Marisa ocupó la pantalla en modo videollamada. —Hola Julia, ya tengo noticias— hizo una pausa seguida de una sonrisa cómplice. Lo hemos conseguido. Si. Casi no me lo creo. Tuve que hablar personalmente con el consejero, le llevé sus fotos y sus relatos, y… bueno, lo aprobaron. Invertir el presupuesto dedicado al final en una campaña de vacunación. Es la primera vez que se hace, pero no creo que sea la última. De hecho, vamos a añadir entre las opciones el final solidario. Mañana salgo para Nairobi, he solicitado encargarme yo misma, y también mañana la visitará el doctor con la última medicina. Adiós Julia. Y gracias. Le deseo buen tránsito.

Julia calentó el agua para el té y lo dispuso frente a la ventana. Esa tarde noche esperaba la visita de su hija. Se quitó el pañal y, metido en una bolsa, lo arrojó por el tubo de basura inclasificada. Le pidió a Siri que pusiera un disco de Silvio Rodríguez y se sentó a contemplar el atardecer verde y dorado, sorbiendo a poquitos el té recién preparado.

Hasta que Julia, el atardecer, el sol fugitivo y la oscuridad creciente fueron una única realidad. Formar parte de la esencia de las cosas. Comprender la verdad última. Su Epifanía.

El ruido de la puerta dio paso a la hija de Julia y la auxiliar de alimentación, que se acercaron a la anciana. La tetera estaba ya fría, Julia aún no.

Silvio Rodríguez cantaba:

Dirán que pasó de moda la locura,

dirán que la gente es mala y no merece,

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más yo seguiré soñando travesuras

(acaso multiplicar panes y peces).

Yo no sé lo que es el destino,

caminando fui lo que fui.

Allá dios, que será divino.

Yo me muero como viví,

yo me muero como viví.

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REGALOS

Eran una madre y una hija, solían asistir juntas, normalmente por problemas de la madre. Tenía buen trato con ellas.

Aquella mañana algo me descolocó. (Yo soy de esos que escuchan su “tripa”. Ese rollito de la transferencia y la contratransferencia, creo, proporciona una información que me parece muy relevante) Algo pasaba, aunque no sabía ni el qué ni la calidad de lo que se me venía encima, pero algo no estaba como siempre. Un punto de cierta rigidez en la boca, la mirada huidiza y con un punto gamberro-simpático o desabrido-bronca que no sabía bien interpretar...

En la anterior visita, recordaba perfectamente, la mayor presentaba: tos a mínimos esfuerzos con cierto grado de fatiga, una ortopnea clara, había perdido peso en el último mes, aunque no podía cuantificarlo y estaba demasiado callada, cuando se lo hice notar me respondió tristona: “es que no tengo ganas, todo me cuesta, hasta hablar”. En la exploración se podía observar un tórax de lucha, una marcada disminución del murmullo vesicular y, no tenía crepitantes ni edemas en los tobillos. Algo no definido en la auscultación y en el estar me hizo pedirle una placa, a la par que recetaba un broncodilatador. Expliqué el dispositivo de inhalación, así como el porqué de la petición, quizás trasmití un punto de duda... Ponderando la indicación de la radiología dadas mis limitaciones.

‐ La placa me la hacen dentro de 35 días. -Comenzó su discurso- Me da tiempo a morirme…

Pensé rápido ¡eso era!, se habían ido a un privado y algo había aparecido… Esperé en silencio, invitando con la cabeza y las manos a continuar el relato… antes de interesarme por la evolución del proceso.

‐ Como tiene usted tantas limitaciones de medios… Hay que jorobarse con la crisis y los ladrones que la gestionan.

Dijo mientras desde el suelo subía hasta la mesa una bolsa donde se escondía un paquete cúbico envuelto en papel de regalo.

‐ Hemos pensado que esto pudiera ayudarle… Por cierto, el veneno, como usted diría, ese que nos mandó le ha ido fenomenal, prácticamente desde la primera noche está mucho mejor… ya no tose.

El alivio inundó mis dudas. Dejé florecer una sonrisa y procedí a desenvolver mi regalo…

‐ El futuro no sé si sabrá verlo, pero ¿un pulmón en el presente?…

Dijo, dejando resbalar su ironía por las comisuras de su sonrisa, mientras mi asombro se reflejaba en la Bola de Cristal.

Siempre he entendido el regalo, en el ámbito de la consulta, como un modo de pagar intangibles, una muestra de cariño o respeto…

En cierta ocasión, en los inicios de la gran crisis, una anciana, a la que habían despedido, hacía un par de años, al hijo con el que convivía, me trajo envueltos en papel Albal tres cigarrillos, excusándose por traerlos así, se los había sustraído a su hijo que solo tenía una cajetilla para toda la semana, la pensión no daba para más. Nunca me han regalado algo tan valioso. Yo, un exfumador anónimo, sé lo que vale un cigarrillo contado al por menor.

También tiene un componente de costumbre o de obligación social… al médico se le regala por navidad. A las mujeres bombones y pañuelos, todo lo más, por lo general, bisutería; a los varones alcohol en sus diferentes variantes.

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El regalo, obsequio o presente puede, incluso, anteceder a peticiones no adecuadas, puro “chantaje”: “te regalo y me tratas mejor”. ¿Cuántos décimos de lotería o botellas nos hablan de una petición inadecuada? Yo los veo venir y no los toco. En una ocasión, la única de las que he vivido, el “listo” retiró, de muy malas formas el décimo, No debió de tocar, pues no volvió a restregarme la suerte, claro que no sé, se cambió de médico…

Es seguro que tiene componentes simbólicos y comunicacionales…

Una de las pacientes más manipuladora con las que he tenido que trabajar, una profesional de la seducción, en sus dos primeras acepciones, en la relación conmigo durante la consulta, me regaló un after shave de Chanel. El que hacía juego con mi colonia… No hubiera sido reseñable salvo porque no le gustaba mi barba y no había cita donde no lo manifestara, yo la llevo desde que me salió, digna, a los 18 años.

Sin duda una de mis historias favoritas sobre regalos ocurrió no hace mucho.

Una paciente que ya no cumplía los 85 años, me trajo, en un mayo sin causa aparente, un paquete que no disimulaba su contenido: un libro. Tras terminar la consulta, lo depositó en la mesa y lo acompañó de una expresión más o menos como esta: “espero que le guste doctor, es de médicos”. Le agradecí el detalle y lo retiré sin abrir. Acompañándola, como siempre, a la puerta e invitando al siguiente a pasar…

Nunca sé si abrir o no los regalos, me abochornan un poco y no tengo otra respuesta que un soso: “muchas gracias, me malcría”, en la mayoría de las ocasiones.

Hace mucho que leo en ebook, me es más cómodo, y no pesa. Aunque siempre he disfrutado del olor del papel y el cartoné, de la forma del libro en sí mismo, de su ordenación en las baldas de mi biblioteca… el espacio, el papel abulta mucho, ha vencido a la estética simbólica. Ya apenas leo papel. Así que dejé el regalo en la mesita auxiliar de mi habitación sin desenvolver. Dos o tres días después, al terminar el libro que tenía entre manos lo abrí y lo hojeé. El título hacía mención al libro de anatomía que daba título a la serie americana, Anatomía de Grey, comencé a leer, pero la protagonista no era un estudiante de Medicina sino de empresariales o similar y los primeros párrafos no solo no me alentaron a proseguir la lectura sino todo lo contrario. Lo cerré y allí quedo abandonado en la mesita.

Ese julio, en la playa durante las vacaciones… Yo aprovecho para estudiarme los periódicos: El País y el As de la primera a la última página, sudoku y crucigrama incluidos. Ciencia pura. Aquel verano en los 15 días de vacaciones hubo tres reseñas en el País sobre el gran bombazo editorial del año “Las 50 sombras de Grey”, la novela del momento para pornomamás… ¡Era el libro que me habían regalado y que dormitaba juntando polvo en la esquina más lejana de la mesita de mí alcoba!

Nunca hicimos mención, ni ella ni yo, al libro.

 

 

 

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Titulo: Quimeras del paciente en la UCI: Relato biográfico Autoría y centro de trabajo: Manuel López Valero*; María Luisa Hidalgo Pedraza*; Raquel López Valero*; Inmaculada López Blanca*; María Dolores Pulido Sánchez*; María Ángeles Ramírez Pérez**. *Enfermeras de Cuidados Críticos y Urgencias. Hospital de Montilla. ** Supervisora del servicio de Cuidados Críticos y Urgencias. Hospital de Montilla.

Palabras clave. Sueños; Disminución del Estrés del Incidente Crítico; Cuidados Intensivos; Ansiedad; Delirio, Empatía. Resumen. Algunos pacientes ingresados en Unidades de Cuidados Intensivos presentan trastornos del sueño relacionados con múltiples factores. El propio ingreso, así como la instauración de tratamientos invasivos y factores ambientales, promueve problemas físicos y psicológicos que pueden alterar su estancia.

En este relato biográfico se presenta las experiencias vividas por un paciente durante su estancia hospitalaria. Se le aplicaron técnicas y fármacos, los cuales son factores predictores independientes para la presencia de recuerdos ilusorios o pesadillas.

El informante destacó por su capacidad de afrontamiento y lucha diaria ante su proceso, el cual fue arduo y alargado en el tiempo. En su narración, entremezcla experiencias vividas realmente con experiencias que realmente no han existido.

Los cuidados implementados por enfermería para evitar estas situaciones deben centrarse en optimizar el sueño en dichos pacientes, a través del manejo no farmacológico, minimizando el ruido y proporcionando (si se pudiera) la luz natural durante el día.

Introducción. Los pacientes ingresados en el área de cuidados intensivos presentan, según bibliografía consultada, trastornos del sueño relacionados con múltiples factores.

1 La aparición de

patologías agudas severas, enfermedades crónicas reagudizadas, utilización de medicación sedante y un ambiente propicio, pueden dar lugar a una elevada incidencia de alteraciones en el sueño de los pacientes ingresados en estas unidades.

1

El propio ingreso hospitalario provoca estrés en el paciente, tanto físico como mental. La administración de tratamientos intensivos promueve la aparición de una serie de problemas físicos y psicológicos que pueden interferir en su calidad de vida.

2

Se calcula que aproximadamente dos tercios de los pacientes ingresados en una Unidad de Cuidados Intensivos (UCI) presentan alguna alteración en su estado mental con desorientación, agitación o delirio, a pesar de los esfuerzos dirigidos a crear un entorno más humano para evitar dichas alteraciones.

3 A su vez, dichos pacientes pueden presentar

recuerdos desagradables de la experiencia vivida durante su ingreso, tales como dolor, pérdida de sueño, ansiedad, pesadillas y alucinaciones que pueden perdurar varios meses, e incluso años, tras su alta; o bien, otros no tendrán recuerdos de su estancia o sólo escasos recuerdos

4.

Según Jones et al

4 la memoria se clasifica, en función de sus características, en objetiva,

percepciones e ilusoria. - La memoria objetiva (factual memories) se considera a la que guarda sucesos reales,

como recordar haber llevado un tubo endotraqueal o alarmas en UCI. - Las percepciones (memories of feeling) se consideran a la memoria que recuerda

sensaciones reales experimentadas como dolor o confusión.

- La memoria ilusoria (delusional memories) se considera a la memoria de un hecho que realmente no ha existido, como alucinaciones o pesadillas, así como pensar que se le quería hacer daño

5.

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Existe una incidencia de recuerdos con respecto a las diversas situaciones clínicas que pueden aparecer en el cuidado de un paciente en una UCI, como la ventilación mecánica

5, cuadros

clínicos de distrés respiratorio, infecciones, cirugía cardíaca y/o algunos tratamientos farmacológicos (sedantes, analgésicos, dopamina y corticoides)

6. Estas manifestaciones

quedan reflejadas en los comentarios recogidos de la entrevista realizada al informante de estudio, al que llamaremos “M”. Entre los factores de riesgo y mecanismos de los trastornos del sueño en pacientes críticos también se encuentran los ambientales, tales como el ruido, luz artificial mantenida y actividades de enfermería, sobre todo en turnos de noche

1.

Tras el paso por una UCI, los pacientes pueden tener secuelas psicológicas, tales como: ansiedad, depresión y trastorno por estrés postraumático

7. Factores como la carencia sensorial,

el ruido y la falta de sueño, pueden favorecer la aparición de estrés y ansiedad8.

Las consecuencias de los trastornos del sueño en pacientes críticos pueden llegar a dar lugar a una depresión de la función quimiorreceptora, conllevando una disminución de la respuesta ventilatoria a la hipercapnia y a la hipoxia. Así mismo, la privación del sueño puede llegar a alterar la respuesta inmunológica del paciente

9.

La estancia hospitalaria propiamente dicha, la sedación con propofol, el apoyo inotrópico con dopamina, así como la administración de corticoides son factores predictores independientes para la presencia de recuerdos ilusorios

10, factores todos ellos que presentó M. Son los

pacientes con soporte ventilatorio, a través de ventilación mecánica, y sedación a través de propofol, los que a la hora de aplicar el protocolo de retirada de la ventilación mecánica, van alcanzando distintos niveles de conciencia (con posibilidad de fases donde no se distinga la realidad) hasta llegar a estar completamente despiertos

12. La administración de corticoides está

asociada a problemas momentáneos a nivel de la memoria explícita13

.

Teniendo en cuenta todas estas circunstancias sería interesante investigar el fenómeno del os sueños que se producen en los pacientes ingresados durante un tiempo prolongado en UCI, desde la perspectiva de las experiencias vividas, los recuerdos y los sentimientos percibidos durante su estancia. Para abordar el objetivo de estudio, se decidió realizar un relato biográfico, siguiendo la metodología propuesta por Amezcua y Hueso Montoro

11, con el fin de poder

entender las vivencias de una persona, a través de sus propias palabras y expresiones.

El informante seleccionado es un varón de 75 años de edad que estuvo ingresado en la UCI desde enero hasta abril de 2013. Su elección se fundamentó en la capacidad de afrontamiento y lucha diaria que mostró durante este tiempo. La técnica de recogida de datos utilizada para este relato biográfico fue la entrevista en profundidad, la cual se realizó en el domicilio del paciente, varias semanas posteriores al alta domiciliaria. Fue grabada íntegramente y tuvo una duración de 32 minutos, realizándose en el salón de su casa, y acompañado en su fase final por su esposa, sin observarse ningún tipo de elemento estresante que pudiera influir en las respuestas del paciente. Tras la realización de la entrevista se procedió a su transcripción literal y con método, diferenciando claramente lo dicho por el informante de lo que dice el investigador en la conversación

10. Se realizó aclaraciones sobre frases realizadas por el informante en la

entrevista que se han distinguido en su transcripción mediante corchetes10

. Con el fin de preservar la confidencialidad, en el desarrollo del relato, se han empleado nombres ficticios. Los datos así recogidos fueron sometidos a un análisis de datos culitativo

11.

Según Furegato, “los pacientes describen a las enfermeras como personas competentes, bondadosas, entregadas y cariñosas, que luchan a cada instante por el bienestar de quien cuidan; además están constantemente próximas para aliviar el dolor, el sufrimiento y propiciar alternativas de mejora y distracción ante la situación actual. Por encima de las intervenciones técnicas, indispensables para mejorar su estado de salud, las enfermeras están siempre ahí presentes para atender su llamada, escuchar su angustia y esto es justamente lo que hace la diferencia en el cuidado.”

14. Estas manifestaciones quedan reflejadas en los comentarios

recogidos de la entrevista con “M”, en la categoría: personal sanitario empático.

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El participante entrevistado muestra cómo ha vivido su experiencia dentro de una UCI, influenciada por la utilización de medicación sedante, fármacos inotrópicos, corticoides y ventilación mecánica invasiva, produciéndole “sueños raros”. Este tipo de recuerdos desagradables o pesadillas se ponen de manifiesto en este relato biográfico, en la categoría: sueños raros y castigos. El paciente ha tenido como principal baza la presencia de la familia durante su proceso y el trabajo empático de todo el personal sanitario que le asistió. Los cuidados implementados por las enfermeras que trabajan en este área para evitar estas situaciones potenciales en los pacientes críticos deberían centrarse en estrategias para optimizar el sueño en dichos pacientes, a través del manejo no farmacológico, minimizando el ruido intra-UCI y proporcionando (si se pudiera) la luz natural durante el día. Se debe favorecer el silencio, disminuir el sonido de las alarmas, manteniendo a la vez una observación y monitoreo constante, adaptado a la condición y nivel de cuidados del paciente. Es importante disminuir en la medida de lo posible las intervenciones no prioritarias en turno de noche. A nivel de intervenciones farmacológicas es muy importante disminuir la administración de benzodiacepinas, aportando a las pacientes críticos que así no necesiten una analgesia y sedación a través de fármacos poco irruptores del sueño, sabiendo que el fármaco sedante ideal no existe, debiéndose utilizar aquel que favorezca el confort, disminuya la ansiedad y proporcione un sueño fisiológico

1.

Bibliografía 1

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4 Jones C, Hunphris G, Griffiths RD. Preliminary validation of the ICUM tool: a tool for assessing

memory of the intensive care experience. Clin Inten Care. 2000;11: 251-5. 5

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Badía Castello M, Trujillano Cabello J, Serviá Goixart L, March Llane J, Rodríguez Pozo A. Recuerdos y memoria del paciente crítico a largo plazo. Desarrollo de estrés postraumático. Med Clin (Barc). 2006; 126(15):561-6

11 Amezcua Martínez M, Hueso Montoro C. Cómo elaborar un relato biográfico. Arch Memoria,

2004; 1. Disponible en: /memoria/metodologia.php. Fecha de consulta: 28 Diciembre 2013. 12

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Schelling G, Stoll C, Kapfhammer HP, Rothenhäusler HB, Krauseneck T, Durst K, et al. The effect of stress doses of hydrocortisone during septic shock on posttraumatic stress disorder and health-related quality of life in survivors. Crit Care Med. 1999; 27:2678-83. 14

Furegato A. O que a populacao sabe e espera do enfermeiro. Gaucha Enf 1999; 20: 80-90. Texto biográfico Mi vida en breve. Yo era una persona totalmente independiente, normal y corriente, salía a la calle con mi mujer todos los días. Iba al hogar del pensionista desde por la mañana hasta la hora de comer; allí hacia curso de manualidades, de pintura [le gustaban mucho las artes plásticas]. Primero trabajé en el campo hasta que me casé; luego nos fuimos a Barcelona y allí estuvimos año y medio y busqué el sitio en el que más me pagaban. Estuve trabajando de pulidor de metal, de acero inoxidable por cierto. Estuve allí solito, porque mí mujer empezó a trabajar en

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el “Norit” [empresa productora de detergentes] durante dos o tres meses también; y se quedó embarazada. Trabajaba a destajo; así hasta que al año y medio nos volvimos, pero yo tenía intención de volver otra vez a Barcelona, pero mi madre tenía una finquita que nos cedió. Yo la compartía con mi otro hermano; compré unos cuantos olivos y así empezamos; luego monté un bar, que tuve durante veintidós años, en el que trabajaba con mi mujer. Cuando quitamos el bar, porque era muy pesado; me fui de repartidor de la “Casera” [empresa productora de refrescos] durante tres años. Ahí estaba trabajando con mi hermano. A los tres años, me fui de repartidor/vendedor de aceitunas a comisión por Montilla, Monturque..., vamos… a los tres o cinco meses, yo tenía mi clientela formada y hablé con el hombre que me propuso el negocio, para que me mejorara las condiciones y no me hizo caso,… y tenía muchos gastos de Gasolina por ir a Cabra, Lucena, Monturque. Además, estaba todo el día fuera de mí casa. Así que le dije que me iba y me pidieron que enseñara al que se quedaba en mi lugar y le dije que yo estaba solito y nadie me había enseñado; yo entregué facturas, documentos,…vamos todo, y me fui. Luego ya, me fui otra vez al campo, pero allí estuve muy poco, porque llegó la jubilación. Problemas de salud. De chico, mi madre decía que tuve una bronquitis, y eso lo he tenido yo para siempre. Luego, también tuve problemas con la apéndice y con el menisco; y con la anestesia tuve problemas. Me dijeron que era porque había comido antes de la intervención y así quedamos. Inicio de la odisea. Pues mira, fui a mí médico de cabecera y me sacaron una poquita de anemia y me mandó a Montilla [Hospital] para que me hiciesen una Endoscopia [técnica diagnóstica utilizada para observar dentro de una cavidad]; y este fue el principio de toda la trayectoria hasta ahora. Me vieron que tenía muchos pólipos y uno de ellos era gordo y entonces fue cuando me dijeron que eso tenían que operarlo para quitarlo. Ya llegó la hora de ingresarme y operarme. Allí estuvimos un día y al día siguiente me operaban, pero cuando estaba para entrar al quirófano, me echaron para atrás, porque me vieron que el corazón iba más rápido de lo normal [Fibrilación auricular paroxística]; el anestesista dijo que así no me dormía. Pero a la segunda vez de entrar a quirófano ya sí me operaron. De la operación bien. Pero ahí se me complicó a mí lo del pecho [derrame pleural izquierdo] y ahí empezó toda mi trayectoria, porque no estaba en mi conocimiento. Más adelante, me sacaron 1 litro del pulmón izquierdo. De la trayectoria de la operación, yo no puedo contarlo porque estaba inconsciente, pero yo no recuerdo estar mal de la intervención. Sueños raros y castigos. Cuando yo estaba inconsciente, intubado, yo tenía sueños raros…, vamos que a mí me metían en una sala donde había muchos aparatos colgados y yo los tiré y me castigaron. Me sacaron a una sala de castigo, donde había una cuerda, pero “tierna”; la llevaba en la boca, y si yo no quería andar para delante, me pegaban un latigazo; vamos allí…, me daban de comer con una goma y muchos castigos. Aquellas personas iban normales; no llevaban uniforme. Aquella sala era como una cantera negra; y de allí con un látigo, nos castigaba si no nos movíamos y andábamos; luego me quitaron la cuerda de la boca. Vamos… ¡yo lo pasé fatal, pero fatal! Con la luz me quitaron esa cuerda; y yo poco a poco, fui recobrando el conocimiento [destete de ventilación mecánica, retirando la sedación], y me fui recuperando poco a poco. La mayoría de las veces no estaba ni en mi conocimiento. Aunque de la operación salí estupendamente, la he vivido como un castigo porque a mí me tenían atado y con el látigo; no conocía a nadie y no hablaba con nadie. Preocupaciones tras la operación. Cuando me recuperé [tras la realización de traqueostomía], me veía mucho mejor; lo peor es que no podía hablar. Yo hablaba por señas y no me entendía nadie; ni mis hijos. Hasta que me pusieron una cosa que ya podía hablar [cánula de traqueostomía con una válvula fonatoria]; y entonces todo cambió. Lo que más me importaba era la herida del culo [úlcera por presión], lo de la garganta [traqueostomía] y los bronquios; todas las complicaciones que se multiplicaron, hasta tres meses y medio que estuve allí. Yo estaba siempre pendiente de todo; ponía el oído fino para enterarme, pero miedo no tenía. Temer, no temía a nada. Lo peor era el aburrimiento, me ponía desesperado; pero se pasaba y a otro día.

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La familia expectante. Mis hijos y mi mujer estaban todas las noches pendientes mías; la verdad es que las criaturas, lo han pasado canutas también. Se han tirado las noches a los pies míos, descansando en un sillón lo poco que los dejaba; porque que si agua, que si me dolía la espalda, el culo, etc. Personal sanitario empático. Me han tratado con mucho cariño, todos los enfermeros y enfermeras y con los médicos. Yo, era como de la familia para ellos: “M para arriba…, M para abajo…”.Vamos con mucho cariño por parte de todos. Por ejemplo el doctor Guzmán para mí era como un Dios. Había otros que no tenían muchas esperanzas conmigo, pero…que José Antonio se empeñó mucho conmigo; vamos…, que parecía de su familia. Unos que decían una cosa y otros, otras; claro, cada uno con su carácter y sus formas, pero todos estaban por mí. Todos llegaban y me preguntaban; me daban mucho ánimo, pero Guzmán se destacó con respecto a los demás. Yo siempre recuerdo, a alguien conmigo [familia y/o personal sanitario]. Me siento muy satisfecho; el personal me quería mucho; me comían a besitos algunas enfermeras; muy cariñosos todos. Me acuerdo de las dos Olgas; una grandota y una chiquitita. Han tenido muy buen trato conmigo. A veces, hasta sin llamarla, venían a verme, por si necesitaba algo yo o mi mujer. Yo no puedo decir nada malo de ellos. Yo estaba allí muy bien; muy bien atendido; a lo mejor, alguna cosa, como la comida o los batidos [los batidos hiperprotéicos no le gustaban], pero…, todo bien. Yo me acuerdo de todas las enfermeras, sobre todo de dos o tres, que eran una bendición; y de Guzmán sobre todo; y de Emilio; un hombre serio, pero muy correcto; pero para mí el más destacado…, Guzmán. Vigilancia. Ayer estuve en Reina Sofía [Hospital Universitario Reina Sofía] y el día 12 de Junio tengo que volver con una analítica y un T.A.C. [Tomografía Axial Computerizada]. Según me han dicho, es para vigilar la intervención; para ver cómo va la cosa. Ayer no me hicieron nada más que preguntas y pedirme las pruebas, hasta el día 12. Ánimos. Por momentos; unas veces bien y otros… desesperado; porque llevo ya en el hospital cuatro meses. Estoy deseando estar en mi casa; porque como en casa de uno… Agradecimientos. Dedicado a título póstumo a su viuda e hijos, así como a todo el personal sanitario que dedicó su tiempo a cuidar de él.

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Título: Sueños de una noche…en la UCI: experiencia verídica. Autores y centro de trabajo: Manuel López Valero

1, Emilio del Campo Molina

2, María Ángeles

Ramírez Pérez3.

1 Enfermero UCC y U. Hospital de Montilla. Córdoba

2 Director Línea Cuidados Críticos y Urgencias. FE Medicina Intensiva. Hospital de Montilla.

Córdoba. 3 Supervisora de Cuidados Críticos y Urgencias. Hospital de Montilla. Córdoba.

Palabras clave: Sueños, Disminución del Estrés del Incidente Crítico, Cuidados Intensivos, ansiedad, delirio. Resumen. Los pacientes ingresados en el área de cuidados intensivos suelen presentar ansiedad debida generalmente al propio ingreso, a las técnicas que se realizan, a los fármacos que se administran, etc.; pudiendo todo ello dar lugar a trastornos del sueño. En esta narrativa clínica se reconstruyen las pesadillas que relata un paciente que estuvo ingresado tres meses en el área de críticos. El texto resultante ha sido compuesto en base a los detalles que el paciente evocaba, una vez pasó su estado crítico, pero aun estando ingresado. Así se constata que muchas veces, mientras los profesionales viven una realidad en el proceso de cuidados, el paciente, puede estar viviendo otra muy distinta. Introducción. Los pacientes ingresados en la unidad de cuidados intensivos (UCI) suelen presentar ansiedad debida generalmente al propio ingreso, a las técnicas que se realizan, a los fármacos que se administran, etc.; pudiendo todo ello dar lugar a trastornos del sueño. La vivencia de estos trastornos del sueño por parte de los pacientes provoca una situación paradójica representada por la convivencia dos realidades distintas en un mismo espacio y tiempo; así, mientras los profesionales viven una realidad en el proceso de cuidados, el paciente, puede estar viviendo otra muy distinta. Esta “otra realidad” es la que se expone a continuación, un sueño vivido por un paciente crítico durante su estancia hospitalaria, reconstruido en base a los detalles que nos facilitó. El inicio de la historia. Un sueño. Todo comenzó una fría mañana de Febrero del 1.745. En una comarca cercana a Sierra Morena, cordillera del sur de España, la Caza de Brujas continuaba arrasando a todos los que se pusieran en su camino. Con la excusa de buscar información y confesiones sobre la existencia de brujas, el inquisidor, su ilustrísima señoría Archidiácono Guzmaniel, a través de la aplicación de un sinfín de torturas, lograba que sus pobres reos suplicaran piedad para que finalizaran todas aquellas artimañas que infringían un dolor infinito sobre ellos. Podía llegar a provocar tal dolor, que las pobres víctimas, en su afán de recuperar su salud, muy deteriorada por la aplicación de aquellas artes, podían llegar a implicar a otros pobres campesinos, para que así, su ilustrísima señoría, tuviera la certeza de que el trabajo encomendado estaba realizado, así como la continuación de la obra de Jesús. El Archidiácono Guzmaniel era un reconocido demonólogo, su fama le precedía, por poseer una implacable tenacidad a la hora de aplicar las técnicas más innovadoras de tortura a los pobres insensatos que se interponían en su camino hacia la redención. Guzmaniel imponía con solo su presencia, de aspecto frío y calculador, portaba un exorbitante bigote y melena encanecida por el paso de los años. Su voz era áspera, de tono grave y rota, de tal manera que tan solo con emitir una sola palabra, los súbditos que estuviera a su alrededor, ya temían por su vida. Según viene escrito en el “Malleus Maleficarum” o el Martillo de los Brujos, es decir, el tratado más importante escrito hasta la fecha en el contexto de la persecución de brujas, una bruja o brujo nunca podrán ser condenados a muerte a no ser que confesaran ellos mismos sus pecados. Esta punta de lanza justiciera la tenía bien aprendida el Archidiácono Guzmaniel, ya

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que era así, a través de un sinfín de torturas, como lograba que las personas que estaba enjuiciando, lograran confesar sus pecados, una plétora de males por los cuales, aunque no supieran ni ellos mismos que los habían perpetrado, aquellos actos pecaminosos y dignos de recibir una muerte ejemplar, fueran aceptados como realizados perse. No obstante, Guzmaniel debía explicaciones a su inmediato superior, el implacable Obispo del Campillo. Un hombre de gran envergadura, robusto y corpulento, con fama de realizar prácticas ejemplares en la diócesis de la campiña y alrededores. Siempre iba vestido con una gran túnica blanca y fumaba en pipa de un olor característico. Pese a ser un ciervo del Señor, le gustaba cazar animales en sus lindes privadas, siempre acompañado por su séquito de frailes que le ayudaban en todo momento en cualquier menester que tuviese. Esta capacidad innata de cazar se creía que era la causa por la cual era tan eficaz a la hora de imponer castigos a aquellos herejes que realizaban apostasía y eran productores de blasfemias e injurias contrarias a la religión cristiana. Su séquito de frailes sin escrúpulos, también eran conocidos en toda la comarca, al igual que su adalid, portaban túnicas blancas, a través de las cuales, infundía una idea gremial ante los campesinos y por ende, se les respetaba como al mismísimo Obispo. La mayoría de los herejes eran encarcelados sin ser formalmente acusados, cumpliendo su condena, encarcelados en mazmorras frías, húmedas y lúgubres, en las cuales cohabitaban con ratas, cucarachas e insectos de todo tipo. Los efluvios y aromas que allí reinaban provenían de los excrementos de los mismos, mezclados con las aguas gélidas y pestilentes de los alcantarillados del lugar. Esa misma mañana, un prisionero llamado Emmanuel, se encontraba pensativo en su tétrica mazmorra. Pensaba en la suerte que podía tener si rehusaba a confesar sus actos impuros, si esa soledad y oscuridad que había vivido en las últimas semanas, a base de agua y pan duro enmohecido, iban a alargarse hasta semanas o hasta años, aunque conocía de otros pobres incautos que habían corrido la misma suerte que él y la inquisición les había hecho esperar. Él sabía que durante los interrogatorios, si no convencía de sus relatos al inquisidor, el tiempo de encarcelamiento se transformaría en años, los años en décadas, por lo que la duda recaía en sí debía aceptar la culpa de aquellos hechos que se le imponían, pese a que él no los había realizado, con tal de dar fin a todo ese cúmulo de horror y barbarie. Emmanuel iba a tener esa misma mañana su deseado y a la vez, temido juicio. Tan gélido y álgido como la mañana en la que vislumbraban los primeros y tenues rayos de sol, el Archidiácono Guzmaniel, se encontraba presente, en lo más alto del atrio, lugar desde donde se podía observar toda la majestuosidad y belleza de la campiña, lugar donde se encontraban en esos momentos. Bajo él, se hallaba Emmanuel, el crédulo acusado de apostasía, y junto a éste todo un arsenal de atroces instrumentos de tortura, preparados y dispuestos a entrar en acción en el momento que dispusiera el Archidiácono. De esta manera y utilizando su testimonio en el litigio en proceso, pudiera ser coaccionado e impresionado tras la imagen de todas aquellas herramientas de trabajo. En un arrebato de temor y ansiedad, Emmanuel rehusó a ser desnudado por parte de los secuaces del Archidiácono, por lo que fue atado nuevamente e instado a confesar por enésima vez, teniendo la palabra del Obispo, de que si confesaba, se le prometía misericordia. En caso contrario, los frailes le explicarían de una manera clara y contundente los pasos siguientes de su tortura y el daño que se le iba a infringir a través de alguna de aquellas herramientas de trabajo. Estupefacto por todo aquel espectáculo dantesco, Emmanuel tuvo un momento de cavilación, y este silencio fue tomado por el Archidiácono Guzmaniel como que esta falta de confesión venia dada por su falta de miedo ante todas y cada una de las circunstancias que le rodeaban, siendo esto prueba de su unión y alianza con el demonio. En ese momento Guzmaniel levantó su mano derecha y por ende, sonaron trompetas, con un sonido siniestro, que anunciaban la superación de la primera etapa del proceso iniciado contra Emmanuel. Fue entonces cuando se produjo un cenáculo, conformado por el Archidiácono Guzmaniel y el Obispo del Campillo, para debatir qué plan se debería seguir a partir de este hecho, corriendo unas grandes cortinas de color carmesí, para así ocultar sus conversaciones a la plebe. El Obispo del Campillo, tomó cartas en el asunto y derivó toda responsabilidad en el Archidiácono, ya que Emmanuel vivía en sus dominios y, supuestamente, había realizado actos impuros en contra del Señor dentro de sus lindes. Tras esta aprobación, se corrieron las cortinas escarlatas del atrio y en ese preciso instante Guzmaniel dio orden de que despojaran al pobre diablo de sus vestimentas y de afeitarle

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íntegramente para posteriormente, pincharle por diferentes partes del cuerpo con puntas de metal, frías o al rojo vivo. Las gentes que allí presenciaban este hecho, gritaban enfurecidas a favor de la realización de estos castigos, ya que así creían que ellos nunca iban a correr la misma suerte que el pobre Emmanuel. Los gritos de dolor inundaron todos y cada uno de los recovecos de aquella comarca. Las lágrimas del incauto reo comenzaron a brotar por su faz, las cuales aumentaban el dolor de todas las heridas que ya tenía por su cuerpo, al entrar en contacto con ellas. No teniendo suficiente con esta imagen, el Archidiácono dictaminó que le quemaran en sus zonas más impúdicas, a modo de escarmiento por los hechos supuestamente realizados, siendo esta marca de fuego interpretada a vistas del pueblo allí presente, como marcas del propio diablo, justificando posteriormente todos y cada uno de los actos y torturas realizados contra él. Como los gritos que surgían de su garganta eran tan terribles, el Archidiácono mandó aplicarle unas mordeduras en la boca, para que no pudiera mediar palabra, ni mucho menos gritos. Esas mordazas debieron estar bien apretadas ya que de ellas surgieron heridas sangrantes en ambas comisuras bucales. Para que no expirase aún y su agonía fuera mayor, se dio orden de que le metieran un tubo por la boca para que pudiera respirar mientras se le seguía infringiendo la mayor de las torturas habidas y por haber. Mientras ocurría todo ello, el populacho seguía atentamente los lances que allí se estaban aconteciendo, sin dejar de vociferar y aclamar que todo ello se estaba realizando por justicia divina. Los frailes que acometían las torturas sin piedad, tenían especial cuidado durante la realización de las mismas para que Emmanuel no agonizase antes de que confesara sus actos pecaminosos, ya que de otra manera, el Señor, perdería un alma. Por este motivo, y al no haber confesado aún, el ingenuo y cándido reo fue llevado nuevamente a su mazmorra para recuperar fuerzas y poder volver otro día. Ayudado por los frailes, mientras se reían de su suerte, y le escupían vilmente, fue trasladado a su catre, a expensas de recuperarse, Dios sabe cómo. ¿Realidad o ficción? En la mañana siguiente, tras parecer que había estado dormitando meses, Emmanuel escuchó la voz dulce y aterciopelada de una mujer que le decía:

- Emmanuel, ¡respire! Le vamos a retirar el tubo que tiene en la garganta.

Era Olga, la enfermera referente de Emmanuel. Mientras tanto José Antonio, el médico responsable, le comentaba con voz firme y dirigente, que solo iba a ser unos momentos molestos, pero que enseguida iba a respirar por sus propios medios, sin necesidad de estar sujeto a una máquina, sin necesidad de que un respirador tuviera que mantenerle con vida. Una vez realizada la extracción el tubo orotraqueal, el paciente de la UCI, Emmanuel, comentó que cuál era el motivo por el que se le había torturado tanto y durante tanto tiempo. No entendía la razón por la que se le había mortificado hasta la extenuación. Fue entonces cuando comenzó a escucharse desde la lejanía unas pisadas vigorosas, entrando por la habitación de Emmanuel un médico muy alto, pero que al contrarió de lo que inicialmente se podría pensar de él, trasmitía tranquilidad y serenidad a todas las personas que le miraban. Era el doctor Emilio y acercándose al costado de su cama, se sentó junto a él y le comentó:

- Hola Emmanuel, me alegro de que ya puedas respirar por tus propios medios. Voy a intentar explicarte lo ocurrido hasta ahora.

Emmanuel, aun levemente aturdido, asintió con la cabeza y procedió a escuchar atentamente.

- Tú llegaste a Urgencias, con debilidad generalizada, malestar general, sensación de mareo y febrícula, disnea a moderados esfuerzos. Se te diagnosticó un cuadro febril de probable origen urinario, iniciándose tratamiento con antibiótico. Te encontrabas hipotenso y con una dificultad para respirar. Como tú recordarás, tú sufres de EPOC moderada, tienes un SAOS en tratamiento con BIPAP nocturna desde 2004.

Emmanuel asentaba con la cabeza mientras se le aplicaba oxígeno a través de una mascarilla.

- Tras tu valoración, se realizó una intervención quirúrgica, una pancolectomía total, con ileostomía definitiva.

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- No entiendo doctor…

- Si Emmanuel, se te ha tenido que extirpar tu intestino, para que pudieras seguir viviendo y para ello, tuviste que se intervenido a través de anestesia general y necesitaste ser intubado, es decir, se te metió un tubo por la boca para que pudieras respirar, ya que al estar sedado, no podías hacerlo por tus propios medios. Durante tu estancia en el hospital, tuviste una infección generalizada, lo que se conoce como shock séptico, y esto, junto a la aparición posterior de un derrame pleural izquierdo y un derrame pericárdico moderado han sido los motivos por los cuales has estado sujeto a respiración mecánica durante tres meses.

- ¿Tres meses he estado durmiendo?

- Bueno, has estado sedado y analgesiado para que no tuvieran ningún tipo de problema ni dolor.

- Entonces…, la sala de castigo, los pinchazos por todo el cuerpo, las quemaduras y…el tubo en la boca… ¿todo eso lo he soñado?

- Mira Emmanuel, los pacientes ingresados en UCI pueden presentar trastornos del sueño relacionados con múltiples factores. El ingreso en nuestra UCI ha podido provocarte estrés, tanto físico como mental. Es por ello que has podido presentar recuerdos desagradables de tu experiencia intra-UCI, tales como dolor, pérdida de sueño, ansiedad, pesadillas y alucinaciones.

- Sí, sí, así es.

- Pues bien, estos recuerdos pueden perdurar varios meses, e incluso años, tras el alta de nuestra UCI En otros casos, hay pacientes que no tiene recuerdos o serán escasos. Los recuerdos que tienes pueden haberse visto alterados por diversas situaciones clínicas, como la aplicación de ventilación mecánica, cuadros clínicos de distrés respiratorio, infecciones y/o algunos tratamientos farmacológicos, con la aplicación de sedantes, analgésicos, dopamina y corticoides, como ha sido tu caso. Durante el tiempo que has estado ingresado, que ha sido unos tres meses, junto a la administración de propofol y dopamina, han podido provocarte lo que se denomina unos recuerdos ilusorios o pesadillas.

- ¿Pesadillas?

- Así es. La sala de castigo que tu recuerdas podría ser el box donde has estado ingresado durante tanto tiempo, los pinchazos que refieres, seguramente pueden haber sido los intentos reiterados por parte de las enfermeras de canalizarte nuevas vías venosas para poderte administrar la medicación que necesitabas.

- Entiendo. ¿Y la quemadura?

Sonrió disimuladamente el doctor.

- La quemadura seguramente es la úlcera por presión que se te ha producido en tu zona sacra. Has estado durante un tiempo muy inestable hemodinámicamente, por lo que se priorizó el no movilizarte, no pudiendo aplicarte cambios posturales, y es esa la causa, muy a mi pesar, de que te haya producido una úlcera, a la que tú llamas quemadura.

Asintiendo con la cabeza, Emmanuel iba entendiendo todo lo que le había ocurrido en esa supuesta mazmorra.

- Lo que no termino de entender, doctor, es por qué aún sigue retumbando en mi cabeza el clamor y los gritos de, supuestamente los campesinos que querían infringirme dolor, así como de aquellos frailes vestidos con túnicas blancas.

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- En este caso, entiendo que estos campesinos que gritaban y vociferaban, así como los frailes con “bata blanca” eran las enfermeras que te han estado atendiendo y que hablaban de ti y de tus cambios de tratamiento médico en los momentos de su cambio de turno. Te pido disculpas por ellas, ya que no ha sido su intención perturbar tu tranquilidad y serenidad durante el tiempo que has estado ingresado.

- Ah, siendo así, me quedo más tranquilo. Es más, recuerdo el nombre de una de ellas, creo que se llamaba…Olga. Cada vez que la escuchaba, me infundía tranquilidad y sosiego en toda aquella macabra pesadilla que creía estar viviendo.

- Muy bien. Le comentaré a Olga sus facultades como transmisora de paz en los pacientes sedados con ventilación mecánica, para que tomen ejemplo todas las demás integrantes del cuerpo de enfermeras, de que un paciente sedado puede escuchar perfectamente las conversaciones que se tienen dentro de su box, así como de recordarlas posteriormente.

Reflexión. Muchos de los pacientes ingresados en UCI presentan alguna alteración en su estado mental con desorientación, agitación o delirio, a pesar de los esfuerzos dirigidos a crear un entorno más humano para evitar dichas alteraciones.

1 A su vez, dichos pacientes pueden presentar

recuerdos desagradables de la experiencia vivida durante su ingreso, tales como dolor, pérdida de sueño, ansiedad, pesadillas y alucinaciones que pueden perdurar varios meses, e incluso años, tras su alta; o bien, otros no tendrán recuerdos de su estancia o sólo escasos recuerdos

2.

Los cuidados implementados por las enfermeras que trabajan en este área para evitar estas situaciones potenciales en los pacientes críticos deberían centrarse en estrategias para optimizar el sueño en dichos pacientes, minimizando el ruido y proporcionando luz natural durante el día

3.

Agradecimientos. Este relato está dedicado a título póstumo a la viuda e hijos de MGL. Bibliografía. 1 Griffiths RD, Jones C. Recovery from intensive care. BMJ. 1999; 319:427-9.

2 Jones C, Hunphris G, Griffiths RD. Preliminary validation of the ICUM tool: a tool for assessing

memory of the intensive care experience. Clin Intensive Care. 2000;11:251-5. 3

Tobar Almonacid E, Parada M R. Trastornos del sueño en los pacientes Críticos. Rev Hosp Clín Univ Chile 2012; 23: 21 - 30

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CHURROS DE MIEDO O EL ARTE DE GASTROSOFAR Nací en Córdoba, donde me crié con mi familia, que por aquella época venía con abuela. Fue ella quien, siendo yo todavía niña, me enseñó a freír boquerones, que me salían buenísimos. Lo de crecer, etcétera, ya se sabe más o menos en qué consiste, y si no lo sabes no importa porque tarde o temprano te enteras.

En este cuento va de aprender a freír la desesperación como si fuera un huevo, retirar a tiempo la espuma de lo superfluo como se procede con los garbanzos del cocido y saber asustar las malas vibraciones igual que hacemos con las habichuelas, entre otros muchos misterios. Porque no hay mejor manera de conocerse a uno mismo que cocinando los propios sentimientos cual manjares exquisitos. En eso consiste el arte de la gastrosofía, del que soy humilde principiante…

Hablando de asustar a las habichuelas, el miedo tiene muy mala fama. Quien se anime a seguir leyendo verá por qué unas veces esa fama es merecida y otras no tanto.

Básicamente se trata de un sentimiento potentísimo: o te paraliza o te impulsa a correr como un loco justo en la dirección contraria a su origen. Esa desaforada carrera es fatal muchas veces porque te vas dando trompazos a mansalva, por no hablar de lo mucho que puedes alejarte de tus aspiraciones. Y como la vida es así, de repente nos podemos encontrar con un amplio abanico de avatares en nuestra huida hacia quién sabe dónde. Si se mira y se piensa con sinceridad, descubrimos una tesis gastrosófica fundamental: la cantidad de cosas buenas, no tan buenas y malas, para nosotros mismos y para los demás, que nos pasan o que no nos pasan, que hacemos o que no hacemos, por miedo. Así que podemos tomarnos este sentimiento en frío o en caliente, pero siempre en serio.

Frente al miedo, los psicólogos predican el afrontamiento. Nada que objetar, salvo que no se puede aplicar una receta para el miedo como si éste fuera un ente homogéneo. Dicho de otro modo, puedes superar el pánico a hablar en público, por poner un ejemplo, con un decálogo de buenas prácticas y unas cuantas respiraciones diafragmáticas. Pero desde el punto de vista gastrosófico a ver cómo te comes el miedo a una muerte lenta y dolorosa. No es lo mismo, ¿a que no? Pues eso. De donde se deduce que cada miedo tiene su receta correspondiente.

Claro que el miedo tiene su cara positiva, como casi todo en la vida. Los relatos y novelas de Poe, de Stephen King, los clásicos del género: Drácula, Frankenstein, Jekyll y Mr Hyde, Blancanieves y los siete enanitos… Si, ya sé que son ficción, pero ¿acaso lo que experimentamos como miedo real no es ficción la mayoría de las veces? Mary Reilly, el Drácula de Coppola son una gozada de películas porque ilustran lo cerca que están el miedo y el deseo en ocasiones, cómo conviven dentro de nosotros con mayor o menor fortuna.

Otra cosa buena del miedo es que proporciona evidencias elementales muy útiles para la vida diaria. Si usas preservativo por miedo a las enfermedades venéreas te estás protegiendo contra ellas. ¿Y quién quiere contraer una gonorrea pudiendo darle esquinazo? Si pasas de drogas por miedo a perder el control sobre tu vida te ahorras dinero y sufrimiento y ganas años de vida y salud. Así que el miedo no es tan malo como lo pintan... De hecho, puede estar buenísimo, sobre todo si nos lo tomamos con humor, que es como tomárselo en serio pero sin poner cara de acelga. De ahí la receta que propongo: churros. ¿Que qué tiene que ver el miedo con el humor y los churros? Os lo cuento ahora mismo.

Poco antes de morir –no de miedo, sino de cáncer-, mi madre me pidió churros para mojar en su último chocolate. La delicia que saboreamos gracias a los aztecas era en esta ocasión un preparado de uso hospitalario que una enfermera amablemente le ofreció. Como iba diciendo, mi madre reclamó churros para su chocolate, ¡faltaría más! Y es que además de la mejor cocinera era una gran gastrósofa, como sin duda lo son algunos enfermos terminales que desean reír y conservan la capacidad de hacerlo hasta el final.

Lo primero de todo, que haya música mientras hacemos la masa. Cada uno es libre de escoger la que prefiera. Yo para la masa de pizza me pongo La traviata. Para los churros -más si quien los pide es tu madre y encima se está muriendo-, como la zarzuela no me gusta, me pongo a Martirio y si me inspiro hasta me arranco a cantar. Esto es lo más difícil pero, si cada quien encuentra la música verdaderamente acorde a su estado de ánimo, lo demás viene todo rodado.

Se calienta un tazón de agua con un pellizco de sal y una tonelada de amor. Cuando empieza a hervir se echa un tazón de harina de fuerza todo de una vez. Se mueve mucho sin perder la confianza en los comensales: personal sanitario, familia, uno mismo y, por supuesto, persona querida en el final de su vida. Se mueve y se mueve hasta que la masa se desprende

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de las paredes del recipiente. Se retira del fuego y se mete la masa en una churrera, dejándola enfriar un poco porque si no te quemas, ya no sigues y es una pena que el miedo se te quede dentro a medio hacer.

Se fríe esta masa en abundante aceite muy caliente, dándole a los churros de miedo la forma y tamaño que se estimen adecuados (al objeto del miedo, se entiende).

Se sirven con mucho azúcar, dos gotas de caricias y una sonrisa: ¡qué cosas tienes, mamá!

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LaDoctoracuidadoradelalma

— Papá, papá, ¿Eres un Dios?

— ¿Qué dices hija?

—Sí papá que si eres un Dios.

— ¿Por qué me preguntas eso?

— He leído que en ocasiones vosotros los médicos, tenéis que indicar a los demás el camino a seguir, Que hay veces que decidís si se continúa con la vida.

Pasaron los años y aquella pequeña decidió entrar a formar parte del “Olimpo de los Dioses”.

Ocho de la mañana y la pequeña convertida en doctora comenzaba su consulta. María, Cristina, Manuel, Javier, eran sus pacientes. A éstos, intentaba despertarles el alma a pesar de que tenían tanto o más dolor en el alma que en el cuerpo.

Cuando la doctora regresaba a casa a veces se preguntaba, cuál sería la última imagen de su existencia, de su propia vida. Eso le hacía pensar que su presencia podía ser la última que vieran Manuel, Javier o Cristina, sus pacientes.

Se sentía una diosa con miedo, pero no podía hacer que se detuviera el tiempo para ellos. Sabía que tarde o temprano los echaría de menos, pero tenía que seguir cuidándolos.

Aquel lunes le tocaba consulta a la señora Cristina, acompañada siempre por sus dos hijas. Cuando la doctora informaba de los resultados de la analítica, las hijas siempre sentían miedo. Se palpaba en el ambiente el amor que estas sentían por la madre.

La señora Cristina tenía el cuerpo desecho por dentro, pero era tan guapa y elegante que no parecía que se estuviese apagando. ¿Cómo trasmitir esto a sus dos hijas? Ese pensamiento perturbaba a la doctora y le producía dolor, ya que ella se sentía hija también.

Pero la doctora no podía cambiar la situación, solo podía ser amable, cariñosa, dejar buen recuerdo, porque este podía ser el último.

Aquella doctora, aquella pequeña que preguntaba un día a su padre si era un Dios, dejó de ver a sus pacientes, dejó de sonreír, porque le tocó ser la última imagen que viera su marido. Y si antes era ella la que sufría por las hijas de la señora Cristina, ahora eran las hijas de su paciente, las que sufrían por ella al enterarse de la triste noticia.

A medida que pasaban los meses la señora Cristina empeoraba, comenzaron los ingresos en planta, las pruebas, las trasfusiones, el ir y venir.

Recuerdo cómo las manos de aquella enfermera la tocaban, la acariciaban, la cuidaban, la curaban. Cómo las auxiliares cubrían su cuerpo cuando tenía frío, lo lavaban como si fuera un bebé, y le daban ánimos aún sabiendo que no había solución. Aquello formaba parte quién sabe si de su trabajo o de su humanidad, o de ambas cosas.

Una noche le pusieron una Bipap para poder respirar, respirar unos días más, unas semanas, luchaban por ella. ¿Son o no son dioses?, claro que sí.

Aquella misma noche falleció la paciente de la cama de al lado. Increíblemente, la naturaleza humana se acerca a sí misma en momentos como este, y pese a que los familiares allí presentes no conocían a las hijas de Cristina, surgió un abrazo, un regalo de alguien que no conoces pero que te da la vida ante la muerte.

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De nuevo en casa, y allí como cuidar a la señora Cristina, se preguntaban sus hijas. Aquella mujer que había sido un ejemplo de años de esfuerzo para sus cinco hijos, sin apenas tiempo ni para ponerse enferma, aquella mujer que seguro se sentía feliz porque con muy poquito consiguió algo muy grande trasmitir educación valores y amor a sus hijos.

Una habitación de la casa convertida en un hospital. Sobre una pequeña mesa que parecía un santuario habían colocado gasas, sueros, parches, pomadas, pañales, morfina. Simplemente aquellos hijos hacían lo que les había enseñado su madre durante toda la vida, a cuidar, a cuidar con amor. Sólo que sus hijos la cuidaban para morir, para morir mejor. Habían oído las recomendaciones de la internista que les dijo que ya no se podía hacer nada, que en casa se muere uno mejor, y que razón llevaba.

Atardecía y una de las hijas la cuidaba. Durante aquellas horas que se hacían eternas, la hija comenzó a pensar en todo lo que a ella le había sucedido en aquel Hospital.

Cuando parió su bebé sin apenas dolor, cuando se fracturó la muñeca y la intervinieron de urgencias, cuando a su sobrino le diagnosticaron un quiste aracnoideo en la cabecita y le colocaron una derivación, cuando su marido sufrió un cólico nefrítico y lo atendieron por urgencias, cuando su madre se fracturó los maléolos y la intervinieron, y más cosas, muchas cosas, y todas salieron bien, como le ocurre a tantas familias. ¿Cómo no defender aquello?

Claro que no se podía quedar callada, cuando al día siguiente en el mercado, oyó un comentario de una chica, algo así como:

—El fin de semana tenía una boda, pero la han anulado. La hermana de la novia está ingresada, creo que se ha puesto muy enferma porque no le han realizado un TAC.

Ante aquellas palabras tuve que intervenir en la conversación,

— ¿Qué enfermedad tiene?

— No lo sé — contestó la chica

— ¿Crees tú que esa es la causa de que esté tan enferma, que no le hayan hecho la prueba? ¿No crees que quizás haya una explicación?

Tal fue su sorpresa ante mis preguntas, que la chica murmuró:

—Estoy hablando sin saber.

—Eso creo yo, —le repliqué.

—Y si piensas así no vayas cuando lo necesites, deja tu sitio para los que creemos en que los que trabajan allí, lo hacen bien, que curan pero que también aman, lloran y sufren.

Ese hablar sin saber, atrevido y sin ambages, que a veces destruye el trabajo, el trabajo de la pequeña convertida en doctora cuidadora del alma, de la enfermera que acaricia, de la auxiliar que arropa con amor, algún día desaparecerá, cuando existan más señoras Cristinas que sepan educar.

Con voz suave y convertida en diosa, la pequeña doctora cuidadora del alma dijo adiós a la señora Cristina.

—Adiós señora Cristina ya no puedo darte más tiempo, ya no puedo sostener tu mano, ya no puedo sostener tu alma, solo puedo abrazarte por última vez.

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Dónde está la cámara oculta Consulta de una mañana de otoño. Visita del día (como su nombre indica: pedida el mismo día, de aquellas que pasan por delante de las citas ordinarias pedidas seguramente hace más de una semana) en la que veo apuntado un chico de 15 años que he visitado en otras ocasiones por patología aguda. Llamo al paciente, entran él (15 años), la madre y otro hermano más pequeño. Es un día entre semana, por lo que interpreto que están faltando a clase. La madre inicia la conversación y me expone el motivo de consulta. Han salido de la escuela (no sé si el detalle es importante, pero es concertada) porque ha ido a hablar con el profesor y éste le ha dicho que lleve a su hijo al médico porque debe tener algún problema de piel. Se ve que en clase algunos compañeros y otros profesores se han quejado de que huele muy mal. Desconozco si el profesor le recalcó la urgencia de tal consulta como para salir de la escuela y venir directamente a pedir hora de visita al Centro de Atención Primaria. Simultáneamente la madre abre el bolso y saca un bote de desodorante en spray de hombre de una marca muy conocida y lo deja encima de la mesa. Es el que se quiere poner el chaval. Y es caro. Ella quiere saber si este desodorante es el adecuado para su hijo porque a pesar de ponérselo y ser caro, ha tenido este percance en clase. En ese momento me pregunto si tengo una cámara oculta grabando la escena desde algún rincón de la consulta y que yo no he detectado. Intento reconducir la escena, hacer una reflexión sobre la higiene corporal en la adolescencia (no recuerdo haber recibido ninguna lección en la facultad ni durante la residencia con respecto a este tema) y la importancia que se cambie de ropa una vez haya hecho educación física en el instituto. Indignada, la madre me comenta que ya lo hacen todo, pero a pesar de ello, el profesor lo ha hecho venir al médico. El día a día en la consulta te pone a prueba. Crees que vas muy bien preparado pero de un momento a otro te puedes encontrar manejando situaciones de lo mas inverosímiles. Me pregunto si esto es menos medicina que la abuela de 85 años que lleva 30 minutos en la sala de espera para ser atendida, que pidió cita hace mas de una semana porque se ahogaba un poco pero como ella no creyó que fuera urgente, le han dado cita a los 10 días. Tiene una insuficiencia cardíaca y de entrada no recuerdas cuando tiene hecha la última ecocardiografia porque no está registrada allí donde tocaría. La dosis de diuréticos que consta en la receta electrónica no cuadra con los que en realidad se toma ni con la que consta en el último informe de alta hospitalaria. Ni tampoco coincide con lo que quedaste con ella en la última visita. Te saltan todas las alarmas porque le retiraste el IECA hace un mes al estar demasiado hipotensa. Esperas poderlo reintroducir a dosis bajas cuando vuelva el invierno porque así de paso, te saldrán bien los indicadores de calidad. Con un poco de suerte llevas media hora de retraso, porque el tema del desodorante te ha entretenido más de 10minutos . No tengo claro que una sea más medicina que la otra. Lo que sé, es que una situación te la encuentras sin previo aviso y la otra supuestamente estás más preparado para manejarla. O no. Depende de las ganas y el tiempo que tengas de mirar el último informe de alta hospitalaria de tu paciente, de si el mundo informático está de cara y en cuestión de segundos, puedes arreglar la receta electrónica y así conste la dosis correcta de diurético que toma y debe tomar. Y no olvides poner énfasis en que la abuela no se deje de tomar el diurético a pesar que orine cada media hora, porque sino en 10 días volverá y estará igual. O peor. Y no te olvides de preguntarle si ha tomado la dosis correcta de diurético, porqué quizás es la primera pregunta que le deberías hacer. Cada día soy más consciente que la Medicina de Familia va mucho más allá de lo que nos imaginamos al nombrarla. Hay que vivirla. Y cada vez más a menudo, me pregunto si hay una cámara oculta que aún no he visto en algún rincón de la consulta y me está poniendo a prueba. Pero me gusta.

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RELATO PARA EL XVIII CONGRESO COMUNICACIÓN 2017 1

Así fue como salvaron a Salvador Tragicomedia del número salvavidas. Farsa en cinco cuadros y una advertencia.

PERSONAJES

(Por orden de aparición)

DIVAD: apuntador y padre de Aria

SALVADOR: profesor de la clase de P5 (elefantes) de educación infantil (parvulario)

NIÑOS Y NIÑAS DE LA CLASE DE P5

ARIA: niña de la clase de P5 del parvulario

TINA: niña de la clase de P5 del parvulario

SOCORRO: profesora del parvulario

ESPERANZA: profesora del parvulario

SALUD: médico del servicio de emergencias

REMEDIOS: enfermera del servicio de emergencias

TRÁNSITO: técnico sanitario del servicio de emergencias

Advertencia

DIVAD: Yo y mi hija Aria estábamos encerrados en la habitación verde de la casa verde, no os

podéis imaginar qué pena teníamos. Pero un día me dijo Aria: “Papi, ¿por qué no me cuentas un

cuento que tenga un final contento? ¡Y así yo me meto dentro!”. En ese instante abrí mi pensamiento

y usé mi poco talento para inventarme el siguiente cuento. Lo representaremos en cinco cuadros.

Una vez escrito el cuento y apuntado y pintado, “avisé a mis compañeros y amigos, y fuimos

por esos mundos en busca de esa gente auténtica y sencilla, para mostrarles las cosas, las cosillas y

las cositillas. Ahora que sale la luna y las luciérnagas huyen lentamente a sus cuevecillas” (García

Lorca, 1997)1. Va a dar comienzo la función titulada: “Así fue como salvaron a Salvador, tragicomedia

del número salvavidas”.

Prólogo

Cortina verde.

Aparece el apuntador. Sale lentamente, lleva 5 hojas mecanografiadas en la mano derecha.

EL APUNTADOR: “Respetable público… (Pausa). El autor ha querido poner el ejemplo

dramático en el vivo ritmo de una clase de un parvulario. En todos los sitios late y anima la criatura

poética que el autor ha vestido de párvulo con aire de dador de vida, porque los niños siempre luchan,

luchan con la realidad que les rodea y luchan con la fantasía cuando esta se hace realidad visible”

1 García Lorca, F. (1997). Teatro. Obras Completas, Barcelona, 1997. Galaxia Gutenberg, S.A.

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RELATO PARA EL XVIII CONGRESO COMUNICACIÓN 2017 2

(García Lorca, 1997)1. (Se oyen voces de los niños de la clase de P5 del parvulario, de entre la que

destaca la voz de Salvador, su profesor: “¡Buenos días tengáis niños y niñas!”). ¡Silencio! (Se descorre

la cortina y aparece el decorado con tenue luz). También amanece así todos los días sobre las

ciudades y el público olvida su medio mundo de ensueño para entrar en los parvularios como tú en tu

trabajo. En escena Salvador, el profesor, y los niños de su clase. (Va creciendo la luz y el ruido de la

clase, se oyen las voces que llenan toda la atmósfera de la clase).

Cuadro primero

Clase de P5 del parvulario. Habitación con sus mesitas de color amarillo y sus sillitas de color

azul, una pizarra de color verde en la pared. Grandes ventanales decorados con dibujos y fichas de

los niños de la clase. Al fondo a la derecha un lavabillo y junto a él la puerta de entrada y salida del

aula. Toda la escena tendrá un aire de jovialidad, energía, fuerza y luz.

Al levantarse el telón aparece Salvador saludando y dando los buenos días a sus alumnos. Viste

la bata de la escuela y pantalón negro, como si quisiera presagiar el cuadro que se avecina.

ESCENA I

El profesor Salvador y todos los niños de la clase.

SALVADOR: ¡Buenos días a todos!, vayan poniéndose sus batas, colgando sus mochilas y

sentándose en sus sillas. ¡Vamos a empezar nuestra función! (De repente Salvador con cara de

angustia se lleva la mano al pecho). ¡Ay, ay!, me duele el corazón. (Se oye un estruendo y, al momento,

los gritos de los párvulos. De repente, Salvador cae fulminado al suelo, parece dormido, no se mueve

y tiene los ojos cerrados).

NIÑOS: (Hay confusión y revuelo, desconcierto, sorpresa y miedo. Asustados, sorprendidos,

estupefactos). Jajaja, Salvador, ¡ya estás con tus bromas!, ¡vaya porrazo te has dado! ¿Te encuentras

mareado?, ¿qué te pasa, tienes sueño?, ¿acaso anoche te visitó el monstruo verde de la capa verde?

Despierta Salvador, nos estamos asustando.

(Los párvulos de P5 forman gran algazara, algunos niños chillando, otros llorando y otros jugando

y revoloteando por el aula).

Cuadro segundo.

Salvador tendido en el suelo, inconsciente y, junto a él, Aria y Tina. Luz tenue en todo el cuadro

y un foco de luz verde alumbra al profesor y a las dos niñas que están junto a él.

La niña Aria y la niña Tina van al encuentro de Salvador. Van con sus batitas de cuadritos blancos

y verdes con una lista roja en el bolsillo derecho y una lista amarilla en el bolsillo izquierdo. Se dirigen

a Salvador.

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RELATO PARA EL XVIII CONGRESO COMUNICACIÓN 2017 3

ESCENA II

NIÑOS Y NIÑAS DE LA CLASE DE ELEFANTES. ¡Aaaaah, ooooooh!, Salvador está en el

suelo, ¿se ha quedado dormido, o es otra de sus bromas?

ARIA. Salvador, ¡despierta!, del susto me has dejado medio muerta

SALVADOR. Zzzzzzzzzz

TINA: ¿Qué hacemos?

ARIA. ¡Martina!, muévelo un poquillo, zarandéalo, a ver si lo despiertas, parece que se ha

quedado dormido. Ya le conoces, es un bromista, seguro que nos está gastando una broma.

TINA. No me hace caso, ni se inmuta, no se despierta “el tío”. Se parece a mi padre cuando

duerme, pero a mi padre si le hago cosquillas en la cara y lo muevo así se despierta… pero Salvador

no, debe tener el sueño más profundo.

ARIA. Debería estar muy cansadito, ¡no se despierta ni a base de pellizquitos!

Cuadro tercero

La acción se desarrolla en la clase de elefantes. La luz gana en intensidad, la pieza entera está

bañada por una luz amarilla, excepto por Salvador iluminado por una luz verde. El profesor sigue en el

suelo inconsciente, parece la bella durmiente. Las dos niñas, Aria y Tina, dialogan sobre qué tienen

que hacer para ayudar a su profesor. Tina, junto a Salvador, le acaricia la cara y le pellizca la barriga.

ESCENA III

TINA. Nada, Aria, este no se mueve, está profundamente dormido cual Segismundo preso de

Morfeo, ¡no reacciona, no se despierta! ¿Qué hacemos?, dejaré la ventana entreabierta.

ARIA. ¿Te acuerdas lo que nos contaron aquellas médicas y aquellos enfermeros el día que

vinieron al cole?

TINA. ¡Sííííííí!, teníamos que ir a buscar a un “mayor. ¡Corre, Aria!, vete a pedir ayuda.

La niña Aria sale corriendo de la estancia, por el pasillo se encuentra con Socorro, una de las

profesoras del parvulario, al verla grita su nombre.

ARIA. ¡S O C O R R O!, ¡S O C O R R O!, ¡Ayuda! Salvador está…

SOCORRO. ¿Qué pasa Ara?, ¿por qué gritas así?, ¿qué sucede?

MARIA. (Jadeante y alterada tartamudea). Ve-ve-ven corriendo a nuestra clase, Salvador se ha

caído al suelo y se ha quedado dormido, no se despierta, ni se mueve ni contesta.

Socorro acude solícita a la clase de los Elefantes de la mano de Aria. Al entrar en la clase y

encontrar a Salvador tendido en el suelo, grita histérica.

SOCORRO. ¡Por los clavos de Cristo!, ¡Madre mía!, ¿Salvador, estás bien? (lo zarandea, le da

golpecitos en la cara, lo agita. Salvador sigue sin reaccionar), ¡Oh, dios mío!, ¿qué podemos hacer?

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RELATO PARA EL XVIII CONGRESO COMUNICACIÓN 2017 4

Cuadro cuarto

La acción transcurre en el pasillo del parvulario y en dos estancias del centro: la clase de los

elefantes y la sala de profesores donde se encuentra Esperanza, otra de las profesoras del centro.

ESCENA IV

SOCORRO. ¿Qué hacemos? ¿Qué hacemos?…

TINA. Podemos llamar a la ambulancia.

SOCORRO. Claro, buena idea, corred id a la sala de profesores, allí está Esperanza, pedidle

que llame por teléfono, yo mientras me quedaré aquí con Salvador.

Aria y Tina salen corriendo de nuevo, esta vez en dirección a la sala donde se encuentra Esperanza.

ARIA y TINA. ¡Esperanza, Esperanza!

ESPERANZA. ¿Qué os pasa?, ¿por qué corréis, por qué gritáis?, ¿qué sucede?, ¿Y Salvador,

no está con vosotras?

TINA. Salvador está malito, dormidito, no se despierta, tiene mucho sueño hoy.

ARIA. Está un poco muertito.

ESPERANZA. (Habla alterada, muy nerviosa, se le traba la lengua, grita tartamudeante)

¿Cómo?, ¿qué?, ¿dónde?, ¿qué le ha pasado?, ¿qué hacemos?

ARIA y TINA. Pues lo que haremos es salvar a Salvador llamando a la ambulancia.

ESPERANZA. Claro, buena idea, ¿sabéis el número de emergencias?

TINA. Sí, sí, eran tres números, Aria ¿te acuerdas de los números?

ARIA. Sí, nos explicaron una forma de recordar el número, nos dijeron que lo teníamos en la

cara, que teníamos la “chuleta encima”, ¿lo recuerdas Tina?

TINA. Es verdad, me acuerdo, era aquello de…

ARIA y TINA al unísono. Boca-nariz-ojos, 1 1 2. ¡Llama al 112!

Las tres llaman al 112, a los pocos minutos acude una ambulancia al parvulario, dentro de ella

vienen tres personas: una médica, una enfermera y una conductora.

SALUD (médica). Hola, ya estamos aquí, vamos a ver quién nos cuenta. ¿Qué ha pasado?,

¿qué tenemos?, ¿dónde vamos?

ESPERANZA. Uno de los profesores del centro se ha desmayado en clase, está como

dormido, no reacciona.

TRÁNSITO. Corred, llevadnos con él, tranquilas, ya estamos aquí, vamos a ayudarle.

Las tres profesionales sanitarias, acuden al aula en la que se encuentra el profesor

inconsciente, lo evalúan y empiezan a atenderlo. Le colocan unos cables en el pecho que van

conectados a una maquinita que es como una cajita que tiene luces y habla. Además le colocan un

catéter en el brazo y le ponen medicación.

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RELATO PARA EL XVIII CONGRESO COMUNICACIÓN 2017 5

SALUD. Salvador, ¡hola!, soy Salud, médica de emergencias, ¿Cómo se encuentra?,

¿recuerda lo que le ha pasado? (la médica de urgencias reconoce a Salvador y da las órdenes de

tratamiento)

REMEDIOS. ¡Salud!, mira el monitor está fibrilando. ¡Vamos a desfibrilar! Apartaros de él.

(De pronto Salvador sufre una sacudida en todo su cuerpo y al momento empieza a moverse,

abre los ojos y trata de hablar).SALUD. Señor, me llamo Salud, soy médico, estamos aquí para

ayudarle, ha sufrido un desmayo, ahora ya está mejor. De todos modos, lo vamos a llevar al hospital

hasta que se recupere.

REMEDIOS. Deme la mano, le voy a poner una medicación y verá como enseguida se

encontrará mejor.

TRÁNSITO. Vamos a ponerlo en la camilla y lo llevaremos a la ambulancia y luego al hospital.

Los profesionales sanitarios se llevan a Salvador ya despierto en la camilla y de camino a la

ambulancia se detienen y dicen.

REMEDIOS. Niñas, lo habéis hecho muy bien, os felicito.

SALUD. Es verdad, llamando al 112, ¡habéis salvado a Salvador!

TRÁNSITO. ¡Se recuperará!, veréis como en unos días Salvador volverá al parvulario como las

oscuras golondrinas.

Meten a Salvador en la ambulancia y se marchan haciendo sonar la sirena.

Cuadro quinto

La acción transcurre en la clase de elefantes del parvulario. En la clase está Salvador en el

centro del aula rodeado de sus alumnos. Están contentos contando una historia que puede ser contada

en cualquier parvulario de cualquier lugar del mundo.

ESCENA V

SALVADOR. Queridos niños y niñas, hoy vamos a contar la historia de aquellos párvulos que

una vez no hace mucho salvaron a su profesor con el número salvavidas. Vamos a contar el cuento

del 112.

NIÑOS y NIÑAS de P5: Jajajajaja, ¡qué bien que estés bien y de nuevo con nosotros! Somos el

parvulario salvavidas.

Telón

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EL DECIMOTERCER NOMBRE DE MUJER Jose Manuel Garzón Hernández. Médico especialista en Medicina Familiar y Comunitaria. Centro de Salud de Trevías (Área Sanitaria I de Asturias).

Antonio contrajo la tuberculosis tres semanas después de enrolarse en el ejército. Tenía diecisiete años y estuvo ingresado en un hospital militar de San Fernando de Cádiz durante dos meses. Fumaba quince cigarrillos cada día. Un compañero de habitación, como regalo de despedida, le tatuó en el pecho el nombre de su madre, Carmela, y una flor de cinco pétalos. Le dieron el alta y fue declarado no apto para la vida militar. Con la declaración metida en el bolsillo de la camisa entró en un burdel del puerto y gastó el dinero que tenía en vino. Después se acostó con Daniela. A la mañana siguiente regresó al hospital y le pidió a su antiguo compañero de habitación que le tatuara el nombre de Daniela en el antebrazo izquierdo. La próxima vez elige la puta que tenga el nombre más corto, no la que tenga las tetas más grandes, le dijo al oído el compañero mientras se abrazaban para despedirse de nuevo.

Antonio sirvió diez años en el destacamento que la legión tenía en el desierto del Sahara. Nunca nadie le pidió el papel que, doblado dentro del bolsillo de su camisa, terminó por convertirse en polvo. Durante ese tiempo se hizo tatuar diez nombres más. Una mañana, cansado del calor asfixiante del desierto, desertó y, cantando soy el novio de la muerte, cruzó el país hasta llegar a la casa que su madre tenía en las montañas del norte. De su padre, militar noruego, nada sabía, excepto su apellido: Gundersen. Carmela nunca le hablaba de él. Pasó veinte años con una luz encendida en la cabeza rastreando hasta encontrar y picando hasta agotar las vetas de antracita que la montaña escondía en su interior. Por aquella época, bebía dos litros de vino y fumaba treinta cigarrillos cada día. Una noche, después del trabajo, escupió una sustancia gomosa y negra. Fue a ver al médico de la mina. Un mes más tarde el cartero llevó a su casa la carta de la jubilación. Antonio dobló el papel por la mitad y lo guardó en el bolsillo de la camisa.

El día que murió Carmela, vistiéndose frente al espejo del armario, Antonio pensó que ya era hora de tatuarse el decimotercer nombre de mujer. Después del entierro, se acercó al prostíbulo de la carretera y siguió el consejo que hace tantos años le diera un compañero de habitación en el hospital de San Fernando. A la mañana siguiente buscó a alguien que quisiera tatuarle el nombre de Eva en la parte anterior del muslo derecho. No lo encontró.

Antonio entra en la consulta. Pesa cuarenta kilos, desde hace meses tiene disnea para vestirse y cada mañana tose sin descanso durante media hora. Después pasa agotado el resto del día. En la radiografía del tórax se ven puentes fibrosos que, como telarañas, retraen los pulmones y aire atrapado en lugares del pecho donde Antonio no lo puede alcanzar para aliviarse. Te levantas de la silla y acudes a su encuentro. Extiendes el brazo para ofrecerle tu mano abierta y, mientras la estrecha con fuerza, observa con curiosidad el dibujo que llevas tatuado en el antebrazo derecho. Vaya, doctor, usted es de los míos, de los que se tatúan el nombre de las chicas, dice a la vez que te guiña un ojo. Por cierto, ¿no conocerá usted a nadie por aquí que pueda tatuarme tres letras? Sonríe y empieza a toser.

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LA MÚSICA DEL CUERPO Jose Manuel Garzón Hernández. Médico especialista en Medicina Familiar y Comunitaria. Centro de Salud de Trevías (Área Sanitaria I de Asturias) Se llamaba Ramón Mendoza Llanes, pero nadie sabía su nombre. Todos le conocían por “Jerezano Malo”, el mejor cantaor flamenco desde la muerte de Camarón, a cuyas faldas había crecido y de quien se sentía su discípulo más aventajado. Desde hacía tiempo sentía molestias digestivas, pequeños dolores y sensaciones desagradables que le asaltaban, de continuo, en el sillón, durante la siesta que jamás perdonó ni uno solo de los días de su vida; o en la cama, después de cenar y ejercitar un rato la voz antes de rendirse a la noche. Ramón, después de despertarse en una madrugada con grillos en el estómago, como él decía, decidió ir al médico en busca de soluciones. Así es que, con su mujer, sus ocho hijos artistas o toreros, y demás familia, como era costumbre en los de su raza, se presentó en mi consulta. Escuché atentamente todas sus respuestas a las preguntas que le iba haciendo para encontrar el origen de sus problemas digestivos. Una vez terminado el interrogatorio, le indiqué la camilla y le dije que se desvistiera por completo, puesto que debía explorarlo con detenimiento. Mandó salir a su mujer para que no le viera desnudo y, con parsimonia gitana, fue desvistiéndose y colocando cada prenda, cuidadosamente doblada, en la silla o colgada en el perchero. Cuando hubo terminado me avisó y comencé la exploración. Sentado a su derecha palpaba el vientre algo hinchado y él me iba indicando las zonas donde el dolor se aparecía. No notaba nada reseñable; pero el dolor era más vivo según me acercaba a la ingle izquierda. En éstas estaba cuando, al retirar el calzoncillo para observar la zona inguinal, encontré lo que sólo momentos antes comenzaba a sospechar. Eso es, Ramón. Aquí está la respuesta a sus molestias. Estaba palpando una hernia inguinal de notable tamaño que pude reducir con la simple presión de la palma de la mano, lo que indicaba que todavía no estaba estrangulada, para bien del cantaor. ¿Dónde, doctor? Aquí, Ramón, incorpórese y verá. ¿Desde cuándo tiene aquí este bulto? ¿Eso, doctor? Dijo, señalando con el dedo la hernia. Sí, Ramón. Es una hernia inguinal y es la que provoca sus molestias digestivas porque impide el movimiento normal de su intestino, contesté, científicamente. No, doctor, eso no es una hernia. ¿Cómo? Contesté, perplejo. Es el duende. Mi duende, respondió orgulloso. Le explico, doctor, dijo al ver mi cara de sorpresa. Hasta hace tres años yo era un cantaor del montón. De esos que, para sobrevivir, tenía que trabajar de cualquier cosa, camarero, cocinero, guía turístico, chofer... porque mi arte no daba de comer a la familia. Sin embargo fue, si no recuerdo mal, en la primavera de hace tres años cuando, estando en mitad de un concierto, sentí un pequeño dolor en el bajo vientre. Sin dejar de cantar, palpé este bulto bajo el pantalón. Desde entonces, doctor, soy capaz de interpretar con más sentimiento y siento mi voz surgir más honda y serena. Todo el mundo lo comentó, al final del concierto. Incluso tengo un recorte de periódico con una crítica de la actuación que titulaba: “y el malo encontró el duende”, comentó orgulloso, enmarcando con las manos el titular en el aire. Desde ese día, doctor, cuando canto y este bulto no aparece, no entono como es debido, con esa voz que sale de las entrañas. Pero si soy capaz de que aparezca, que dios me perdone por lo que voy a decir, pero sólo Camarón me puede igualar. He de confesar que no encontré palabras con las que responder a tan mágica explicación. Comprendí que nada podía hacer para convencer a Ramón de lo contrario. Aunque lo que él llamara duende fuese una hernia inguinal que liberaba de presión su cavidad abdominal y, por contigüidad, la cavidad torácica, lo que permitía mayor capacidad de inspiración, mayor potencia de voz y mayor control de la modulación.

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A pesar de todo, intenté aclararle que ese bulto corría el riesgo de estrangularse, que probablemente lo haría tarde o temprano, y provocaría una peritonitis que podría llevarle a la muerte. Pero Ramón nada quiso escuchar. El duende no se tocaba ni aunque le aseguraran que iba a morir nada más cerrar la puerta de la consulta. Por eso me limité a prescribirle un tratamiento que paliara, en la medida de lo posible, sus molestias digestivas. Y le despedí con la promesa de acudir a alguno de los conciertos que el verano siguiente daría en la ciudad. Pasaron dos años desde aquella visita. Y una mañana, mientras desayunaba, leí en el periódico que el “Jerezano Malo” había muerto en el hospital la noche anterior, horas después de realizar, en el Teatro Real de la ciudad, el mejor concierto que se recordaba de un cantaor en toda la historia del flamenco. Rápidamente llamé al compañero que había estado de guardia y supe que la causa de la muerte fue una peritonitis complicada. Cuentan que, mientras le trasladaban en la ambulancia al hospital, musitaba: hasta aquí me ha traído mi duende. Por favor, no me lo toquen. Desde ese día cambió, en algún modo, mi forma de entender la ciencia médica. Gracias a las lecciones de Ramón, comprendí que cada parte del cuerpo se corresponde con un tipo de música. Y después de complicados razonamientos, actualizando mi sabiduría musical para ponerla en relación con mis saberes médicos he llegado a, cuando menos, curiosas conclusiones: cuando pienso en una úlcera de estómago, me vienen a la memoria los acordes del bandoneón de Piazzola o la singular voz del “Polaco” Goyeneche o de Adriana Varela, porque el tango se toca, se canta y se siente con el estómago. Si, por el contrario, hablamos del corazón, nada mejor que una buena selección de boleros que den sentido a los latidos del músculo. Y qué decir del hígado, cómo no pensar en Chavela Vargas, por aquello de que las rancheras están impregnadas de buen tequila mexicano. Cuando se me presenta un caso relacionado con el cerebro, necesito el pulso firme y el ánimo tranquilo y, entonces, nada mejor que Vivaldi o Mozart, Schubert o Chopin. Porque la ópera la reservo para que me inspire aire y potencia en las consultas de pulmón. Si estoy de guardia siempre tengo preparada una buena cinta de Led Zeppelin o la Credence, porque su rock es el mejor en casos de urgencia, cuando hay que mantener alta la tensión del médico para actuar con determinación. He hablado con compañeros oftalmólogos y, después de superar su incredulidad y sorpresa ante mis preguntas, han reconocido que admiran la música y la voz de Dulce Pontes, Madredeus o Amalia Rodrigues. Porque el fado es, sin duda, la música que está más cerca de las lágrimas. Y por último, siempre que ante mí tengo una consulta digestiva, cuando con mis manos exploro el vientre del paciente, quiero tener al lado la voz rasgada y profunda de mi amigo “el malo”, porque decía que el flamenco se cantaba con las entrañas y porque yo, como él, creo firmemente en la música del cuerpo.

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REQUIEM DEL OLVIDO Jose Manuel Garzón Hernández. Médico especialista en Medicina Familiar y Comunitaria. Centro de Salud de Trevías (Área Sanitaria I de Asturias). Mire doctor, una cosa le voy a decir, ahora que la veo aquí a mi lado, sentada como usted y como yo y con la certeza de que no sabe quién soy yo ni, mucho menos, quién es usted: en estos meses, tras la última revisión, en los ratos en que se queda tranquila sentada en el sillón que siempre fue su preferido en el cuarto de estar, cuando no hay que darle de comer o cambiarle el pañal o sonarle los mocos o lavarla, los ratos en que estamos los dos solos en casa, porque ya no vienen visitas, que parece, fíjese qué curioso, que a la vez que ella se olvidaba de los amigos, los amigos se iban olvidando de ella, los muy necios; pues como le decía, ahora que las tardes son más largas y ella las pasa sentada, como ahora, mírela, con la cabeza agachada, la mirada perdida y el pensamiento vaya usted a saber dónde, porque no me diga que lo sabe que ya, a estas alturas, nos conocemos, y yo no voy a creerle y usted no me va a engañar; pues eso, que yo me siento a su lado con las piernas debajo de las faldillas y mientras la miro en silencio, largo rato, me voy dando cuenta de lo cruel que es esta enfermedad, ¿no cree usted, doctor? Porque uno tiene cáncer y se lo dicen o no se lo dicen pero se muere mirando a la gente a la cara, vistiéndose por los pies y sabiendo a dónde se va. Y uno tiene un accidente y antes es un hombre hecho y derecho y si tiene buena suerte se cura de las heridas y vuelve a ser el de antes y si tiene algo menos de suerte, que no mala, pues se muere y deja de sufrir en esta vida. Pero no me negará usted que la enfermedad de mi mujer es muy puñetera. Porque a lo largo de la vida uno se las arregla como buenamente puede y le dejan, y va recogiendo en los cestos de la memoria lo que ha merecido la pena, porque le voy a decir una cosa, a lo que no ha merecido la pena, no le dejamos ni el recuerdo ¿no cree? Y estará de acuerdo conmigo que aquello que iguala a los hombres, ricos y pobres, de derechas o de izquierdas, blancos y negros, son los recuerdos. Y ya ve usted, que el dios ese bonachón con barba de ahí arriba, menudo hijo de puta que está hecho, que mire lo que le tenía reservado a mi mujer al final de sus días, cuando más teníamos que descansar y disfrutar el uno del otro, después de una vida de partirnos la espalda trabajando. Le ha quitado lo que no se le puede quitar a una persona: la memoria. Duele tanto pensar que mi mujer no recuerda ya el día de nuestra boda en Santander, ni el nombre ni la cara de nuestros tres hijos, ni tan siquiera sabe que es abuela de una nieta maravillosa que se parece a ella pero que llora cuando la trae mi hijo a casa porque le da miedo la abuela. ¿Qué más le puedo decir? Llevamos ya tiempo viniendo a la consulta ¿verdad? Aunque ésta sea la última vez, se lo juro. Se acordará de cuando empezó olvidándose de las cosas de la compra y cuando dejó de conocer a algunos amigos y el día que no supo llegar a casa porque no reconocía la calle. Hasta hoy, que ni tan siquiera me conoce a mí, al Mariano, después de cincuenta y ocho años juntos. Pues, como le digo, que venga alguno y me diga que su enfermedad es peor. Nada, de peor nada, se lo digo yo. Nada peor que dejarte los recuerdos por el camino. E irte a la tumba como se va a ir mi pobre mujer, sin saber siquiera de quién es la cara que observa con curiosidad en el espejo del cuarto de baño mientras la peino por las mañanas. En fin, doctor, hasta aquí hemos llegado. Si usted dice que no puede hacer nada más por ella, pues aquí tiene mi mano para que la estreche y sepa que es la mano de un hombre decepcionado con su ciencia, que no ha sido capaz más que de contemplar la cuesta abajo que inició mi mujer y que ahora termina. Pero una cosa sí le digo, doctor, si usted nada puede hacer por ella, nuestros tres hijos y un servidor tenemos arrestos de sobra para quererla y cuidarla como ella hizo con nosotros, hasta el día en que el de arriba, después de quitarle la memoria, le robe también la vida. Hala, con dios o sin él, hasta siempre. Por cierto, doctor, una cosa más antes de marcharme. Se habrá dado cuenta de que en todo momento he dicho mi mujer, ¿verdad? ¿No le extraña? A veces, olvido su nombre.

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“A propósito de un caso: rabia”

Entraron en la consulta caminando, los dos. Primero él, vestido de camisa y mirada ligeramente vidriosa. Ella, detrás, con la complicidad en los ojos, cerró la puerta. Él se sentó.

Mi tutora y yo estábamos del otro lado de la mesa. Llevaba meses sin verlo y en cuestión de segundos recordé brevemente qué sucedía, a qué se debían esos cambios. Un pañuelo al cuello, la historia clínica y un comentario fugaz de mi compañera bastaron para situarme. Y empezó la entrevista.

Nos contaron que había estado una noche en camas de observación, en urgencias. “¿Qué tal se encuentra?”. “Mejor”, respondió ella. Él afirmó sin rotundidad, dando a entender que la mejoría física era parcial. Revisamos la historia clínica y repasamos el tratamiento, para dar alivio a sus demandas: subir dosis, retirar fútiles, recomendaciones. Parecían conformes, pero él comenzó a hablar con una voz muda, un sonido seco. No recuerdo las palabras exactas. Reclamaba una explicación, algo así como un “vengo a que me diga qué me pasa”. El clásico “¿qué me sucede, doctora?” se colaba en la consulta. En sus condiciones resultaba difícil mantener una conversación, así que mi compañera le ofreció un folio y un bolígrafo para que se expresase, y redactó.

Estaba enfadado, era evidente. El trazo, la mirada, la persecución con ansia de la siguiente palabra. Terminó de escribir, y leímos. Y a su vez, él intentaba con su escasa voz repetir lo escrito. Nos contaba que hablaban detrás de la cortina, de biombos; que veía a su mujer por el rabillo del ojo negando a sus espaldas sus peticiones de explicación. Susurros, complicidades, secretos. Y el dolor, las pastillas, informes y asistencias a Urgencias, pruebas. Las mismas que demostraban una verdad inminente que nadie le revelaba y venía rebotada, expulsada, como esa lava incipiente de un volcán iniciando una erupción; casi impredecible.

Mi tutora habló, y les explicó. Me mantuve en silencio, que no ajena, en aquella escena. Ella, su pareja, negaba a sus espaldas, mientras él reclamaba información. Su cara reflejaba una conformidad progresiva mientras iba comprendiendo la situación, su situación, de nadie más que suya. Un estadío avanzado de un cáncer de laringe con metástasis hepáticas.

Y ahora, al fin, entendía sus síntomas.

Cuando la puerta se cerró, nos quedamos en silencio unos segundos. En la mesa, un folio con palabras que sangraban rabia. En la consulta, el aire, distinto. Me sentí dentro de una bata que me venía grande y me pregunté de qué me valía el fonendo, la linterna o el martillo. Libros, el título universitario, los manuales del MIR. De repente, prescindibles. Al final, la verdad se comía a la teoría de un solo bocado.

Eran palabras de oxígeno frente a parches de amapola.

 

 

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“El privilegio de la itinerancia”

Observo. Desde la silla o el taburete, cada mañana, cada paciente, con acompañante o en solitario. Cada caso es diferente. La suerte de la residencia en Medicina Familiar es un menú degustación con lo mejor de cada especialidad.

Ellos, los pacientes, entran. La bienvenida a la consulta suele ser frugal, aunque debería tratarse un aperitivo exquisito para paladares excepcionales, pero no siempre se sirve. A veces la puerta se queda abierta. En otras no se sientan, esperando indicaciones: en ocasiones un “pase usted detrás del biombo y se descubre la barriga”, o bien “de cintura para arriba” se sirve como vermut. Es entonces cuando observan perplejos, esperando entender el sabor fugaz de la orden directa. Devuelvo la mirada y veo incomprensión, preocupación, alguna noche insomne y un gigantesco y gritón: “¿pero me va a hablar, doctor?”. A cambio, mutismo y desviación de la mirada. “Antecedentes personales, alergias, medicación”. Una ensalada de preguntas a modo de entrante del menú del día.

– Pase usted ahí detrás que ahora lo vemos. – Única explicación.

Confusión con el primer plato. Se irán tras el biombo y entonces se iniciará la entrevista, a ciegas. A ellos los imagino esperando, con la vista clavada en el techo, como un espeto. Al otro lo de reojo, tecleando con manos alternantes e índices en extensión.

– ¿Por qué viene?

– Porque me mandaron.

– Entonces no sabe por qué viene. – Escucho, y suspiro en silencio.

– Es que tardan tanto que un/a se olvida… – Un suspiro ajeno, audible.

Tensión. Abandono temporalmente la observación pasiva y decido intervenir con un aliño:

– ¿Recuerda por qué le pidió esta cita a su médico?

Responden. De nuevo los índices en acción. Tomará cuatro notas, nos levantaremos, cuatro palabras cara a cara y conoceremos, tras rodear el biombo, al fin al “blando, depresible, sin defensa” y, con suerte, “no doloroso a la palpación”. Una combinación sencilla y digerible.

De vuelta a la casilla de salida, todos sentados alrededor de la mesa. Es hora del segundo plato, servido en ocasiones con una abundante guarnición de solicitudes y algún consentimiento (des)informado.

– Tiene que firmar esto aquí.

Firman el “comprende y acepta”. No dicen nada. Me salgo otra vez de la silente observación para preguntar:

– ¿Sabe usted en qué consiste la prueba?

Respuesta negativa. Explico y sorpresa, resignación, contención de emociones o incomprensión. Si sale el tema “riesgos”, se acortará la conversación, como la retirada de un plato sin terminar, y vendrá el postre de forma inapelable.

El dulce consiste en un milhojas servido en mano, regado con indicaciones sobre mostradores y puertas a las que acudir. A veces, una breve nota sobre la prescripción es todo lo que queda, como migajas de pan sobre el mantel. Y la guinda final o el café del menú, como cortesía de la casa: “Se lo dejo escrito a su médico para que lo lea. Vaya usted por allí si tiene ocasión”.

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Título: La fuerza bajo el camión Hamza es un chico de unos 20 años. Natural de Marruecos, hace 3 años que vive en Cataluña. Sabe hablar perfectamente el castellano y chapurrea el catalán bastante bien. Lo más sorprendente de Hamza no es quién es, qué idioma habla o dónde vive. Lo que más sorprende es su historia. Conocí a Hamza a la consulta. Hamza trabaja como agente forestal. Y durante unas semanas seguidas, vino a la consulta, semana sí semana también, a solicitar la baja laboral por un par de días alegando motivos de salud muy banales. La primera vez me explicó que una insolación le provocaba un malestar terrible y no podía levantarse para ir a trabajar. La siguiente me dijo que un golpe de aire mientras dormía le había hecho tortícolis y eso le impedía ponerse recto de pie. Otro día me pidió la incapacidad laboral por un dolor de muelas que le provocaba un dolor espantoso. Y así, dos o tres semanas sucesivas más. El último día que lo visité de urgencia, no pude estar de hacer que la urgencia se convirtiera en una consulta más larga para conocer un poco sobre la vida del chaval. Tengo que admitir que me curioseaba ver el chico cada semana por motivos tan banales. También es verdad que me inquietaba tener que expedir tal cantidad de bajas a un joven aparentemente sano. Pero lo que más me preocupaba era cuál era el verdadero motivo de su absentismo laboral. Es cierto que no sé si lo he descubierto o no, pero tengo que admitir, que el jovenzuelo no ha vuelto a pedir una visita de urgencia hasta ahora. Durante la última sesión, le comuniqué al mozo, mi incomodidad y le pedí si li importaba dedicarme unos minutos para conocerle más. Le pregunté si en el trabajo todo funcionaba bien, si tenía algún problema a nivel emocional o si con los de casa todo funcionaba como él quería. Me aceptó que el trabajo no estaba a disgusto, aunque trabajar no era lo que más le gustaba a esta vida. Me dijo que vivía cómodamente con unos compañeros de piso y todo iba sobre ruedas. Resultaba tener una pareja, aunque vivía a 100 km de distancia. Cuando me habló de su familia, bajó la cabeza, y me dijo que vivían en Marruecos. Tenía contacto casi a diario con alguno de ellos pero hacía tiempo que no los veía. Le pedí como había llegado a tierras catalanas y ahí fue donde me estremecí. Tenía 16 años cuando probó por primera de subir, y digo subir aunque no sea la palabra adecuada, a un camión para venir hasta la península española. Me explicó su historia con todo detalle. Me dijo que cada día intentaba tres, cuatro, cinco o seis veces de esconderse debajo un camión que estaba aparcado en un parking cerca del puerto. Normalmente era visto por un agente de la policía, que lo hacía marchar. Pero él volvía a probarlo en aquel o a otro furgón que estaba estacionado cerca. A veces, el mismo camionero se percataba de la situación y lo echaba a patadas. Esto no hacía perder la esperanza del joven, que sin pensar si era lo correcto o si aquel hecho le podría provocar algún peligro, se adentraba de nuevo entre las ruedas de los grandes automóviles para buscar una nueva vida. Y así, cada día, cada mañana y cada tarde durante unos meses. No recordaba cuántas veces lo intentó, pero más de un centenar, seguro. Hasta que finalmente una de las veces tuvo éxito. Su éxito, en ese momento, consistía en ponerse estratégicamente bajo el automóvil, sin que nadie lo viera. Y aparte de eso, que el vehículo iniciara su marcha, rumbo a España. Pero este éxito también tenía que ver en cómo se aguantaría bajo el coche. Yo os aseguro que no tengo ni idea de automoción, pero puedo imaginarme que bajo un auto de tales dimensiones, no equivale ni de lejos a ser un lugar seguro, tranquilo y cómodo. Y de hecho, en eso consistía todo, en agarrarse tantas horas como el camión estuviera en marcha bajo la chatarra de aquel trasto. No importaba cuántas horas estaba el camión parado antes de irse, no importaba la velocidad a la que avanza el coche, no importaba cuántas horas estaría conduciendo el camionero, no importaba dónde se detendría el automóvil. Lo más importante en aquellos momentos era aguantar como fuera allí debajo.

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No sé exactamente de dónde sacaba la fuerza Hamza. Pero puedo imaginarme que tendría que ver con la esperanza de un vida mejor, con la ilusión de mostrar lo conseguido, con la recompensa de los intentos fallidos antes de conseguir esconderse por última vez , con el deseo de que las cosas mejoren, con el miedo a volver a ser visto y deportado de nuevo con los de casa, con la angustia de sobrevivir allí abajo, y sobre todo de la misma fuerza que da la fuerza para aferrarse incondicionalmente la vida. Y así fue como aterrizó en la península. Libre de equipaje y sin más que la ropa puesta, fue a parar a un centro de menores. Aquí lo guiaron hacía la nueva vida deseada, hasta llegar un buen día a mi consulta. Agradezco que el chico haya puesto palabras en su periplo, para hacerme conocedora de sus experiencias. Y es que lejos de opiniones varias del estado actual de la inmigración, lo que ha pasado ahora, después de todo, es que en Hamza ha venido de nuevo a verme, pero a mí, no se me ha debatido en ningún momento la expedición de una baja por motivo banal. Mi visión del chico ha cambiado. Y es que me he transformado de una médica cuestionadora a una más protectora, o simplemente, a una más comprensible y humana.  

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Título: Abuela, me “entetas” El llanto de un niño alerta a su madre de las necesidades del nene. Y es que cada madre reconoce los diferentes tipos de lloro de su bebé. Sólo la mama, te sabe decir si el disconfort es de hambre, de frío, de miedo, de sueño, o lo que sea, simplemente escuchando el ruido de su enojo. Lo que me pregunto es si la abuela también es capaz de hacerlo. Y lo único que puedo responder es que no sé si diferencia exactamente cada uno de los llantos, pero si que estoy segura que es capaz de sostenerlos y tranquilizarlos casi, cómo la propia madre. Un día, Dunia vino a la consulta, de acompañante de su madre, Fatima. La chica tenía 22 años y su progenitora, 43. Al aparecer, me dijo que la mujer hacía muy poco tiempo que vivía en Cataluña y hablaba muy poco el idioma, por eso ella venía a hacerle de traductora. También se disculpó por venir con los dos niños. Me empezó a explicar que eran muy traviesos pero que no tenían escuela y no habían encontrado a nadie con quien dejarlos.

Se sentaron las dos, una al lado de la otra, y cada una con un pequeño en su regazo. De los dos, uno era un niño de poco más de 15 meses, juguetón, distraído y muy curioso. El niño no paraba de bajar y subir de sobre las piernas de la Dunia. Corría hacia la puerta, intentando abrir el pomo. Subía sobre la camilla y bajaba con un salto, para dirigirse a arriba de la báscula. Después veía el tensiómetro y jugaba a ponérselo de corona. La chica, mientras me iba explicando lo que la señora decía, procuraba, sin demasiada suerte, que el niño se estuviera quieto, o por lo menos, no hiciera ningún destrozo. El otro pequeño era una niña de poco más de un año y tres meses. Ésta, a diferencia del niño, era más tranquila, quizás tímida. Estaba cómodamente sentada sobre las piernas de Fatima, con la espalda totalmente apoyada sobre su barriga y tórax, y las piernas colgando de las rodillas de la señora, casi adormecida. Se tocaba los dedo de las manos, y llevaba un chupete en la boca. Cada vez que me cruzaba la mirada, tímidamente, bajaba el rostro para confrontar de nuevo con la señora de mediana edad. La niña se la veía más vergonzosa y más pendiente de lo que estábamos hablando las tres adultas, casi impropio a su edad. De repente, mientras se iba desarrollando la consulta, la pequeña arrancó el llanto. Aparentemente nada ni nadie la había despertado de aquel momento de placidez. Sólo ella sabía el motivo por el que tenía la necesidad de llamar la atención de la señora que la soportaba. Y sólo ella, supo cómo calmarla. La Fatima entendió el llanto, como lo hace una madre, y se acercó la boca de la pequeña a su pecho. Y de manera casi inmediata, la jovencita se calmó de nuevo mientras amamantaba. Y mientras esto sucedía, el pequeño se percató de la situación y mostró su atención hacia la escena tan tierna de la mujer amamantando la niña. Y repentinamente, el niño también inició el llanto. Fatima, mientras iba dialogando con Dunia y conmigo, se sentó el pequeño sobre la única pierna que le quedaba libre, y se sacó el pecho desocupado que le quedaba, por fuera la camisa y le ofreció al pequeño que aceptó sin pensarlo. Pues, al igual que la pequeña se reconfortó inmediatamente, cayendo a una calma profunda. Mi perplejidad crecía exponencialmente, no sólo por la tranquilidad que mostraba la mujer sosegando los dos pequeños a través del amamantamiento, si no por la comodidad que ambos mostraban sobre la mujer ya entrada en la cuarentena. Y más aumentó cuando por pura curiosidad pregunté cuál era el parentesco que tenían entre los cuatro. La respuesta si fue una sorpresa para mi. Resultó que el niño pequeño era hijo de Dunia, y la niña, hija de Fatima. Así pues, Fatima estaba amamantando a su hija y su nieto a la vez. Y no sólo eso, si no que Dunia, veía como su hermana y su hijo se mecían en los pechos de su madre. Aparte de conciensarse que la pequeña estaba mamando al mismo momento que lo hacía su sobrino. De igual forma que el pequeño bebía en el pecho de su abuela, junto a su tía.

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Y yo me lo estaba mirando des de el otro lado de la mesa, con la seguridad que quizás sí, la abuela comprendia perfectamente la necesidad del llanto del bebè, aunque no fuera su própia madre.

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XXVIII CONGRESO COMUNICACIÓN Y SALUD – CÓRDOBA – 2017

SUBMISSÃO: HISTÓRIA

Mariana Lins e Chaves1

Teresinha Gema Lins Brandão Chaves2

LA TRAGICOMÉDI(C)A

Se cuenta que el pequeño Thomas, “siempre lerdo en aprender”, solo había conseguido

dominar la lectura a los nueve años. Su padre, sin embargo, estaba orgulloso de esa deficiencia

sólo aparente, ya que según afirmaba, “los árboles tardíos son los que mejor dan frutos”. El

hecho es que, al crecer, el niño se transformó en el “más valiente y turbulento alumno” de la

Facultad de Medicina de París, donde, sintomáticamente, la tesis que defendió fue contra los

recientes descubrimientos de los circuladores Harvey.

Fue entonces que, faltándole tres días para recibirse de doctor, aconteció el hecho. En

aquella noche, Thomas Diafoirus acompañó a su padre, Dr. Diafoirus, médico de fama, para la

consulta domiciliar a Argan, portador de cronicidades. Además de los exámenes de rutina,

habrían combinado en esa oportunidad el casamiento del joven Thomas con Angélica, hija de

Argan. La muchacha, sin embargo, a pesar de los ruegos del padre, no estaba dispuesta a “barrer

de sí la antigua pasión por Cleanto, su profesor de música. ¿Por casualidad, sería posible

substituir, en el corazón de Angélica la lira de Apolo presidiendo el coro de las Musas, por las

narraciones de Esculapio y su arte de disecar cadáveres? El padre insistía: “-Una hija de buen

carácter debe alegrarse por casarse con quien puede ser útil a la salud de un padre! “Yo le estoy

dando un médico para mí.” Y justificaba: “̕Quiero tener un yerno y parientes afín médicos, para

poder contar con buenos auxilios contra la enfermedad, teniendo en la familia el origen de los

remedios que me fueren necesarios, sin tener que estar esperando las consultas y las recetas!”

Pero los argumentos de Argan eran debatidos por la ácida intolerancia de su hermano Beraldo

y de Antonia, la criada, a respecto de la práctica de médicos y boticarios.

1 Médica clínica del Hospital Santa Cecília. Alumna de la disciplina Literatura, Narrativa y Medicina – Universidad de São Paulo - USP– 2017 - Brasil 2 Doctora en Literatura – Universidade de São Paulo - USP – Alumna disciplina Literatura, Narrativa e Medicina – USP 2017– Brasil. 3 Molière. Le malade imaginaire. Porto: Livraria Chardron, 1923, passim.

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Por ese artificio, estaba abierto el camino para la sublimación de la sátira en Moliere, el

“golpeador” de la medicina y de los médicos. En la comedia Le Malade Imagineire, en el vaivén de

las escenas, el enfermo Molière lanza todo su sarcasmo contra las presunciones de los doctores de

su tempo y del ridículo de los enfermos crónicos, débiles asiduos impenitentes de consultorios,

enriqueciendo inescrupulosos de la profesión, prueba de la debilidad humana.

El hecho es que, significativamente, en la noche del 17 de febrero de 1673, en la tercera pre-

sentación de la pieza, Molière cierra su carrera. Lo que pasó es que, en el último acto, envuelto en un

ambiente de feroz sarcasmo, el autor-personaje actuando como formando en medicina, al final del

juramento Hipocrático, sufre, en el palco, una “crisis sintomática de hemoptisis”. Resiste hasta cerrar

las cortinas. Llevado a casa, socorrido por dos religiosas, en angustiante asfixia, falleció.

La verdad es que sus enemigos médicos no comparecieron, su enemigo padre llegó

tarde. ¿Los médicos se sentirían vengados?

Desde los griegos, hasta el siglo XVII, la medicina y los médicos merecieron las risas del

mundo. El arte de curar con mágicas y supersticiones; el médico representado como mercader;

el pedante rellenado de latín escolástico y de “sentencias mal digeridas de Hipócrates”; el todo

poderoso, dominador y autosuficiente; todo se constituía en pimientoso ingrediente para la

creación artística. Y Jean-Baptiste Poquelin, más conocido como Molière, los usó, todos, con

extremo sarcasmo. Sin embargo, hay que reconocer que su sátira obligó a los médicos a un

examen de consciencia, que tuvo como meta, además de la derrota casi completa de la retórica

profesoral, un nivel razonable de humildad para la clase. Por lo tanto, la sátira molieresca

cumplió un doble papel: ridiculizar una clase y provocar cambios. Cuando en 1661, Malpighi

complementó y comprobó las conclusiones del anatomista William Harvey, sobre el enigma

circulatorio, la medicina se conforma a la ciencia, desvaneciéndose el halo de ridículo que

circundaba al médico en las obras literarias.

Si la ciencia le permitió a la medicina escalar el más alto grado de respetabilidad durante

los siglos siguientes, ahora nuevos y presumibles peligros la amenazan. Un desolador negativismo

permanece sobre la práctica médica y médicos. Como una genuina Torre de Babel, sus

especialidades, cada día más subdivididas en micro especializaciones, muchas veces no se

comunican y ni se entienden, transformando, en consecuencia, la visión del cuerpo enfermo

como un aglomerado de órganos, que efectivamente, continúa siendo un todo, interconectado

y dinámico. Ahora, con el advenimiento de la Inteligencia Artificial y su acelerado desarrollo,

muchos cambios ocurrirán relacionados a la práctica médica. Robots cirujanos y máquinas de

tratamiento y diagnósticos, sustituirán cada vez más a especialistas y nuevos caminos se abrirán.

Esta nueva “tragicomédi(c)a” exigirá nuevo perfil de profesionales que van a llenar la laguna

entre técnicas/especialidades y personas/enfermedades, actuando como “hermeneutas”,

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gerentes de “ética y compliance”, capaces de traducir e interpretar signos cibernéticos,

asociándolos a las potencias del alma.

Por esa razón, invocamos Le malade imagináire, por el lado artístico, por el tiempo

narrativo que se renueva y fuerza reflexiva que provoca. ¿Al final, los médicos de Molière todavía

existen? ¿En qué se diferencia el enfermo Argan, de los ávidos consumidores de remedios y

tratamientos milagrosos, de los insanos cazadores del cuerpo “perfecto”, de la longevidad y de

la inmortalidad, de los días de hoy?

En la pieza teatral, abriendo la escena I del Primer Acto, ahí tenemos el paciente, vestido

como tal, sentado a la mesa, confiriendo el cálculo de las parcelas debidas al Sr. Florencio, el

boticario, y al Sr. Purgado, “asistente”. Son ellos que, conforme Antonia, “se divierten bien con

el cuerpo de Argan, una buena vaca lechera, que ellos tienen para si”. – “Yo solo quería

preguntarles que enfermedad es que Usted tiene, para que le den tantos remedios” – retruca.

Es interesante mostrar que sólo en la escena VI del Segundo Acto es que entran el Dr. Diaforius

y el Dr. Thomas, médicos de verdad. El enfermo, llevando la mano al gorro, luego va justificando:

“- El sr. Purgado me prohibió descubrir la cabeza. Los señores, que son del oficio, saben las

consecuencias. “Pues bien, en esa inversión de valores, se encuadra el actual “Dr. Google”, que

armado de vastísima información y consciente de la debilidad de los “frecuentadores

impenitentes de consultorios”, así como Sr. Florencio y sr. Purgado, seguro que no se libraría del

azote de Moliere.

Imposible leer la obra Le Malade Imaginaire, sin hacer reflexiones sobre su desenlace

trágico – emblemático y su actualidad. Es probable que, en su condición de enfermo crónico,

Molière haya observado con una mirada penetrante los problemas de la medicina de su tiempo.

Un tiempo que hoy se renueva y que pide la reconstrucción del camino perdido, de la capacidad

del médico de ver al paciente como persona global, el rescate de las vías para el diálogo entre

las micro especializaciones, la armoniosa unión entre avance técnico y parte sensible de lo

humano.

En fin, es en el palco de la ficción de Molière que, simbólicamente, en un mismo acto,

el autor-personaje en el papel de enfermo-médico no escapa a la muerte, destino de todos,

transformando en tragicomédi(c)a, la teatralización burlesca de la condición humana.

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TITULO El dia después. Breve relación epistolar entre tia y sobrina. Jorge murío a las 9 de la mañana de un 6 de enero . el dia de reyes . El color de mi mundo cambió de un dia para otro, quisiera borrar la realidad y pensar que todo fue un mal sueño. Son las 7 de la mañana , y me levanto triste , con aquella tristeza del alma que duele . La pena honda se mezcla siempre con soledad y miedo. Nadie puede vivirlo por mí. Nadie puede entrar, ni aliviar, ni siquiera comprender los últimos recovecos de mi alma. El arte de vivir será sobrellevar esta soledad y esta pena Y el único paliativo será aceptarla tal como es. Estos son mis pensamientos hasta que recibo tu carta. Querida Tia Isabel: Queridas primas Hoy os levantareis con los ojos hinchados , y el Corazon encogido y de esta manera recogereis la mesa, plato a plato, vaso a vaso, como un símil para ordenar las piezas de vuestra vida , con el espacio vacio que deja Jorge. A menudo no decimos lo que pensamos , hasta que ya es demasiado tarde y por esto os escribo ahora, para deciros que mi admiración , no es un arrebato de la tristeza de ahora, sino un enamoramiento racional y cocinado despacito a lo largo de los años de estar con vosotros A ti tía, de pequeña, te veia como un familiar mas o menos divertido y por la que me sentia ,más o menos ,querida. Con los años , vi que los adultos eran personas iguales que tu ,y descubri , poco a poco, tus virtudes, tus fortalezas y tus debilidades. . Tia, eres el eje de la familia, como la abuela lo fue a su manera discreta . La tía que te llevaba de excursión a la montaña o de compras a la ciudad y que nunca faltara nada de nada , y sobre todo , que nunca faltasen los toques humor ni el amor sin condiciones. Con tu papel aprendido de mujer libre, y algo alocada ,dándote ese aire de autonomía bella y divertida, conseguiste hacernos muy tuyos. Monologuista nata e infladora de historias ,como tú misma dices, eres lista como una ardilla , pero no sólo de libro, sino de sabiduría, y esto lo aprendiste del abuelo. Simplificando, serías una humanista del siglo XIV con un poco de Woodstock de los 60, o a la inversa, dependiendo del día. Pero contigo es imposible simplificar, eres rica de espíritu, sensata y con una sabiduría ante la vida infinita,. Tus hijas lo han heredado y estos días lo han hecho más que palpable. Mariona, la prima mayor a quien veneras de adolescente por superficialidades, pero que con los años se ha convertido en una admiración real y profunda . La prima en la que descubres cualidades que te ayudarán a emprender tu propio camino con autonomía y valentía de vida. Paula, la prima pequeña ,preciosa ,deseada y admirada por su belleza, adornada con una sonrisa magnética y un desparpajo infinito. Cuando hablo de ella , nunca digo que es la más bella del mundo, siempre digo que es la persona con el corazón más puro, sincero y bueno que conozco. Que su belleza nunca le haga sombra. María y Paula, las dos habéis heredado esa fortaleza terca de vuestro padre y la sensatez íntegra de vuestra madre, guardad estos regalos como un tesoro!. No os sintáis solas. No estais solas.

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Carta a la sobrina Ya ha pasado un mes y recojo, cabeza baja, trocitos de sueños rotos. Ya ha pasado un mes, y aún es más fuerte el volumen de la ausencia de Jorge. Hoy, sin embargo, he tenido la paz necesaria para re-leer tu carta. También he llorado, por qué no decirlo. he tenido que parar y respirar hondo para deshacer el nudo que me sube a la garganta. Que loco el mundo !! al terminar de leer he tenido la absoluta certeza de ser una mujer afortunada. Qué contradictoriamente bella es la experiencia de vivir !! Y sobre todo cuando mirando atrás, te das cuenta que la vida también está llena de momentos muy felices e irrepetibles .. Cierro los ojos y mil imagenes de cuando eramos jóvenes ,y creiamos que para siempre, se suceden en mi cabeza. Vuelvo a la realidad, pensando que tengo una familia estupenda y que vosotros sois estupendos y que si vosotros sois la huella que dejaremos, todo ha valido la pena. Nunca me hubiera imaginado tener unos relevos tan increíbles. Que orgullosa me siento de ver como eres !!! qué sonrisa deben tener los abuelos, alla arriba, viendo la mujer maravillosa en la que te has convertido. Tu carta, me ha hecho sentir querida y halagada por el "dibujo escrito" , tan generoso ,que has hecho de mí, Es cierto que tu carta me hace llorar, pero llorar es emocionarse, es estar vivo, y parafraseando a Joan Manuel Serrat, es no tener el alma muerta y sentir que todavía te hierve la sangre. Así pues, como dice una buena amiga mía Aprendamos a compartir emociones, Tú lo has hecho. Brindemos para que las emociones nos conviertan en ilusiones futuras. Tú lo haces. Seamos generosos con nosotros mismos. Yo tengo que hacerlo. Vivamos¡ Ahora toca vestirse de primavera con sonrisas de amapolas. . La Tía

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Concurso de relatos. Congreso de Entrevista clínica y Comunicación. Córdoba 2017  

PASAR CONSULTA O…

Llego relajada al centro de trabajo, las jornadas previas en la montaña me ha aportado energía…Pienso echar mano de los buenos momentos vividos para avanzar en la mañana.

Veo de entrar en silencio, tras el saludo pertinente a los compañeros. Accedo a la sala de espera llena de luz por los amplios ventanales y ambientada por los comentarios de jocosos de Carmelo que provoca risas a su alrededor…la bolsa junto a él me anuncia las mermeladas que trae.

En mis paseos por el monte me gusta echar a andar callada. Escuchar el ruido ambiental, los pájaros, el roce de las hojas, el rumor del agua entre las piedras… suscitan sonrisa y relax en el camino…y, con frecuencia, disfruto los frutos silvestres de las plantas próximas: arándanos, frambuesas,…

Ya delante de la pantalla, se despliega el listado de nombres de la consulta de hoy. Algunos de los habituales, vuelven a estar ahí; son los fijos. “Confían en tí” dicen unos; “No se fían del nuevo” opinan otros.

Ante las diferentes opciones del paseo para la jornada, elegir lo conocido simplifica el esfuerzo pero ¿no caben nuevos aspectos a descubrir?

De entrada, el fondo vacacional de piscinas y playas se incorpora a la consulta, varios casos de infecciones agudas en los oídos, en los ojos. (Pones en marcha el piloto automático, no olvidando temas de autocuidado y prevención)…

Como el sendero conocido en la montaña, te dejas llevar… De vez en cuando el ruido de una rama que se parte, unas hojas que se mueven más de lo que la quietud del día permitiría, me avisan de la presencia de otra vida que me acompaña y no alcanzo a verla entre los árboles.

Ramón acompaña a su hija quinceañera con molestias de orina, tras la fiestas del pueblo. Sus ojos vivos transmiten inseguridad, reclaman apoyo y discreción…Consulta delicada, “sagrada” le llamaran algunos, para acercarse a la adolescente con tacto, salvando la reticencia del padre tras la indicación de esperar fuera. (Potenciar la confianza, respetar a la persona, orientar y aconsejar)

Me recuerda al canchal en el camino montañoso, con su aluvión de piedras deslizantes, hay que moverse con cuidado. Cuando todo parece seguro, surge el resbalón.

Tomás entra con el brazo escayolado, se cayó de la escalera al cambiar las bombillas en casa de su madre tan limitada. Pienso, cicatrices y caricias, enseñan. (Apoyo, sonrisa, tomar precauciones).

Cuántas veces, emocionados ante la novedad, confiando en nuestro saber hacer…no valoramos el riesgo. Como aquel balcón de rocas abierto sobre la planicie que cedió y nos hizo tambalearnos, cuando celebrábamos el momento.

Cuando Teresa entra, me aproximo a la puerta y le ayudo a acercarse a la silla. Bastante hace con llegar al consultorio con su andador, tan complicada la situación en casa con un nieto agresivo, pero ella no quiere dejar su hogar…El silencio no incomoda, autoriza todas las conjeturas. (Escuchar, comprender, ampliar opciones, buscar apoyos).

De nuevo me siento ante un terreno con escollos, como la ascensión al borde de la torrentera, donde cuesta mantener el paso, los bastones en mano, que el sendero no ceda…y la catarata retumbando magnífica en la proximidad.

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Concurso de relatos. Congreso de Entrevista clínica y Comunicación. Córdoba 2017  

Juan venía solo por su analítica, ahora que se está cuidando, superando la pérdida de su pareja. Con la salud se lleva bien pero la soledad, agota. (Mirada atenta, sopesar opciones, dejar la puerta abierta, reforzar en positivo).

Cómo se agradece la llanada cuando se ha superado cierta pendiente y ayuda a tomar un respiro; la marcha prosigue, pero el paso es otro. Tomas conciencia del cantar de la fuente cercana, que te refresca. Aprecias la vegetación más o menos profusa y su colorido variado; los abetos y acebos unas veces, otras, el boj y los rododendros, preciosos si están florecidos y, además, la perspectiva en la distancia amplia horizontes.

Entra Aurora, su aspecto habla de ella. Ha bajado mucho peso en pocas semanas, no tiene apetito pero no quiere preocupar a su marido. Viven solos, hay que explorar, valorar opciones e ir más allá ¿Qué pasa si ingresa? ¿Quién apoya en casa? Sonríe…”a ver si mejoro” y me lanza un “me pongo en tus manos”. Al salir, un abrazo que no deja lugar a dudas…Las pruebas podrían retrasarse, veré de estar cerca sobretodo. (Contemporizo, actúo, agilizo estudio).

El nubarrón repentino y el riesgo de tormenta en la excursión, pueden complicar el recorrido. Junto a ese cielo gris el viento sopla y agita los árboles próximos generando expectativas cambiantes y obligando a considerar el progreso…En las cercanías se aprecian los restos de ramas y troncos arrastrados por las avalanchas del invierno, no hay que olvidarlos, la naturaleza se manifiesta rotunda en ocasiones.

Sigue la mañana, algunas visitas son de pacientes de otros compañeros ahora en vacaciones. Ello obliga a estar atenta, cada persona presenta una historia que desconoces, hay que ampliar la escucha y la mirada…Mirando desde el agujero del visor ignoras el resto del panorama. (Dar continuidad a historias en curso, no olvidar controles próximos si son precisos…)

…Y en la ascensión, el edelweiss, el sarrio y la inquieta marmota pueden presentarse de improviso enriqueciendo la jornada e invitando al descanso y la contemplación. Pero también la roca movediza o la pared inesperada, complicando la marcha, obligando a disponer de recursos de apoyo.

Cuando la mañana está acabando, hay una visita urgente. Entra una pareja, han solicitado que le vea a ella, está asustada, unos bultos en las axilas están pendientes del resultado del estudio de imagen y la impresión no es buena… Detecto la angustia en ambos. Ella procura parecer tranquila pero no deja que él diga nada, accede a su acompañamiento pero reclama para ella la información y su pronóstico. …(No bajar la guardia, guardar silencio y no aventurar posibilidades. Ordenar pasos siguientes, baja laboral y quedar a la espera de los especialistas.) No resulta fácil, desearían recortar ese tiempo (y yo también) pero es obligado seguir el protocolo y de ello dependerá el abordaje posterior y seguimiento. Seguiremos en contacto.

Ya suponíamos la cima a nuestro alcance, la panorámica entorno estimula el último empujón, pero el final rocoso y resbaladizo obliga a poner suma atención en la pisada, tuya y la de los compañeros. El reto es atractivo y compensa superarlo…pero exige su precio.

Al finalizar, pienso, la mañana ha sido densa y diversa en problemas de diferente índole y me ha demandado lo mejor de mí misma…me alegro de venir activada. Como suponía, la avalancha de trabajo, borra todas las melancolías…

El sendero ha presentado altibajos, dificultades y, en algunos momentos, riesgo de parada o retroceso, pero el esfuerzo ha merecido la pena. Soberbia, un águila sobrevuela sobre nuestras cabezas. Los picos cercanos y los valles del fondo se ofrecen a nuestra contemplación. Saboreamos…

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Concurso de relatos. Congreso de Entrevista clínica y Comunicación. Córdoba 2017  

De alguna forma, la consulta ha sido un recorrido lleno de oportunidades y avatares diversos. Cabe especular que, cada historia relatada y acompañada por mí en la consulta, es una expresión de vida, como las que he podido experimentar en la montaña. Renovaré mi concepto. En adelante, no pasaré consulta, ¡la viviré¡ con quienes se acerquen a ella.

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1

Mi Bulimia y mi Salud físico-emocional Caos. Vorágine. Imágenes difusas atravesando lento por mis huesos. Huesos es lo único que pretendía buscar. En mi mente, un huracán; y en mi camisa un agujero para que el corazón saliera cada noche. Cada día. Hacía meses que ya no percibía el tiempo, que mis sueños se habían descubierto atemporales a mí. En mis nudillos había heridas de guerra, era una guerra que para nada era pacífica. Y yo no encontraba trinchera alguna donde sentirme a salvo. Me preguntaba si mi vida ya estaba resuelta y esto era lo que andaba buscando con el fin de controlarlo siempre todo; o si, por el contrario, existía algún tipo de sanación para que pudiera dormir tranquila, al menos una madrugada más, sólo una mientras me reinventaba de nuevo. Desde hacía meses, me había salido fuera de mi cuerpo. Había pegado un salto tan grande que ya no era capaz de volver a él, a aquella forma con curvas en las que derrapaba sin frenos y como un maldito kamikaze. Mis días se habían vuelto impredecibles, y el hecho de no saber qué va a pasar mañana daba un miedo terrible; aunque en el fondo supiera que volvería a hacerlo otra vez más. Los espejos, desde el primer momento, se habían convertido en mi peor enemigo; y mi reflejo pasó de gritarme a no decirme nada. No sé qué es peor. ¿Y si no se trata de recuperar la posición anterior a quien era? ¿Y si decidiera tomar otro camino? ¿O es que acaso, tal vez, ésta es la única salida? Preguntas extrañas se instalaban en mis neuronas a la velocidad de la luz, una luz que ya no me veía dentro, ni fuera, ni en ningún lugar que me diera un resquicio de esperanza ante tal desorden interno, alimentario, social y en todos los aspectos posibles. Pasé un largo tiempo de letargo en el que mis sentidos se quedaron dormidos, luchando unos contra otros mezclando sabores extraños, aromas desconocidos, imágenes sin sentido ante mis ojos, mi piel con carencia de afecto. Mi paladar estaba dejando de estar vivo, tan sólo esperando el momento de quemarse una vez más, de quejarse por hacerse víctima de una queja inventada por él mismo. Nebulosas asfixiantes sobreviviendo entre mis órganos, haciendo imposible mis ganas de permanecer presente en cualquier parte, de leer un libro cualquiera, de mirar a los ojos a la gente, de observar el mundo y sus grandezas. Durante años, todo lo conocido se volvió de un color oscurecido y mis labios habían comenzado a agrietarse. «Bulimia», lo llamaban algunos. «Regalo», lo llamo ahora yo, después de varios años. Pero por entonces yo no sabía que todo era una prueba para aprender innumerables lecciones que me conformaron más tarde. En ese momento, durante mucho tiempo, luchar era lo único que quería. Luchar contra mí o contra cualquiera. Encontrar un culpable ante el vacío que habitaba en mí. A menudo me encontraba como una autómata que se guía por la inercia de la rutina, que sonríe porque sabe el mecanismo, que abraza más a los demás que a su propio corazón, como un niño que se pierde en una multitud de desconocidos escuchando un ruido sordo que le taladra el hecho de sentirse seguro, volviéndolo el ser más frágil de todo el planeta. ¿Quedan planetas más allá de este punto geográfico donde no soy capaz de tener control sobre mí? Si hubiese, quiero marcharme, sin dar explicaciones a nadie, sin hacer ruido, sin que nadie notase mi ausencia. Inseguridad era la palabra que guiaba mi día a día. Ansiedad por querer refugiarme en la comida al no haber aprendido todavía que los problemas no se olvidan comiendo más o menos ni moldeando ningún cuerpo al antojo de nadie. Pero la Bulimia es como un monstruo que te atrapa y te engulle. Te destroza los órganos, haciéndote agujeros en el estómago y el alma. Fueron tiempos difíciles. Sentía a toda la humanidad en contra mía, día tras día, hora tras hora, como si todos hubieran atentado contra mi integridad sin darme cuenta de que, en realidad, era mi propio miedo el que me devoraba por dentro del mismo modo que las termitas machacan la madera: en silencio, sin ruido y de manera brutal y vertiginosa. No me entendían. Juro que no me entendía nadie porque ni siquiera lo hacía yo misma. Y yo tenía tan pocas herramientas emocionales y psicológicas que no encontraba el modo de poder explicar lo que sentía, la angustia vital, las ganas de desaparecer de este mundo terrenal por no querer habitar en mi propio cuerpo. Y entrar a la cocina siempre era un mundo que se echaba sobre mí, como una avalancha de osos esperando carne viva para alimentarse. En este caso, los osos eran mi ansiedad, y la carne viva, mi alma.

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2

No sé ni cómo salí viva de todos esos momentos, de todos los instantes en los que me tragaba mi propio amor sin masticar, atragantándome con mi energía de despertarme otra mañana más entre unas sábanas en las que me hubiera gustado desvanecerme despacio. Si la vida es esto, si no puedo controlar lo que me acontece y lo que siento, mejor será que… nada, simplemente nada. Y así pasaron meses escondida en una mentira, con engaños de mí hacia los demás y, sobre todo y lo más doloroso, de mí hacia mí. Tardé mucho tiempo en llamar a las cosas por su nombre: bulimia, ansiedad, enfermedad. Y las palabras llegaron a convertirse en una especie de cuchillo que me abría en dos la mente, el cuerpo y el corazón. Estaba completamente partida en no sé cuántas mitades: una por cada vez que me rendía o que rendía cuentas a alguna parte de mí que no lograba descifrar del todo. Me perdí hasta tal punto que el vacío dejó de resultarme extraño y la soledad se convirtió en una especie de amiga que no se marchaba nunca pero que nunca conseguía quitarme completamente el frío. Mi vida era un completo círculo vicioso, una espiral donde permanecía anclada con la impotencia al borde de mis manos y mi propio amor al borde del suicidio. Tenía tantos huecos que hubiera podido salir volando. Y, de hecho, lo hice, no para ser libre, sino para asegurarme de que la caída sería mucho más dolorosa y en picado. Es lo que tiene el victimismo, que siempre se busca la manera de auto-boicotearse en el afán de ser feliz y de recibir lo que realmente merecemos. Y así pasó que se me quedó el cuerpo hecho añicos, también literalmente. Cuanto más débil me sentía ante cualquier circunstancia o situación que me acogía, aparecía la Bulimia para terminar de hacerme invisible ante mí y, consecuentemente, también hacia los demás. Y me quedé sin voz. Y mi garganta comenzó a reclamar auxilio. Y, de repente, un día cualquiera en un lugar no importa dónde, me desperté de esta pesadilla. Justo cuando estaba a punto de saltar del precipicio una vez más, apareció una pequeña y sutil luz en mi interior, y pude verla. En mi mente se activó algún tipo de dispositivo que comenzó a ponerme alerta ante el miedo que tenía de mi propio descontrol, ese miedo que también tenía por cualquier futuro, pasado y presente. Comencé a observar cómo me sentía y comencé a salirme de mi cuerpo con la suave diferencia de que esta vez sería para encontrar la estrategia de ponerle fin a la adicción que tenía con la Bulimia y con mi búsqueda constante, inagotable, de más huesos que sonrisas. Desde ese momento, tuve que clavar bien los dientes. Tuve que cerrar bien fuerte la boca para que de mis labios comenzaran a salir sólo besos y poesía. Y surgió efecto, lentamente, con el paso de los días, no de un momento a otro, pero sí levantándome cada vez que me caía hasta que el suelo dejó de parecerme un lugar bueno para mí. Buscaba, incluso, métodos para dormir porque descubrí que el descanso físico es un buen aliado para tener la mente bien despierta. Y yo quería despertar. Me vendé hasta las manos y escribía durante gran parte del día para intentar encontrar el origen de todo esto. Los síntomas cada vez pudieron ser más controlados y regulados por mis ganas de querer vivir mejor y sin depender de mis temores. Y, por supuesto, pedí ayuda. Menos mal que lo hice. Creo que es el acto de valentía más potente que he hecho jamás, porque fue de lo más complicado pero imprescindible. Nunca es fácil reconocer que se tiene una enfermedad y, sobre todo, si es una enfermedad mental, aquella que, a los ojos de muchos, es auto-creada por la propia persona –algo que está mucho más lejos de la realidad. Todos los manuscritos, libros, artículos y profesionales aconsejan que en un Trastorno Alimentario (ya sea anorexia, bulimia o cualquier otro) es importantísimo el apoyo familiar, pero muy poco se habla de cuándo ese apoyo puede resultar contraproducente y de lo mucho que también sufren los padres. Y, entonces, un día, de repente, encontré esta nota en la mesilla de noche de mi madre: “Cuando llevas una vida en tus entrañas, es muy fácil describir qué es amar a alguien que se mueve aunque no lo conozcas. El papel de una madre comienza con nueve meses de adelanto, y, a partir de ahí, es una carrera de fondo en el que la meta final es conseguir que tu hijo/a sea razonablemente feliz. Esconderte debajo de una sudadera talla XXL; desaparecer de la mesa cuando la tertulia es cálida, familiar y relajada; atrincherarte en una cama bajo las sábanas en el dormitorio

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eclipsado y envuelta en un silencio que corta; la mirada en el espejo donde se refleja una belleza infinita aunque a ti te parezca un cuerpo monstruoso; esas miradas controladas de auxilio, de socorro, y la voz contenida para no gritar al más allá… En fin, esa huida de ti misma, en la que “desapareces” entre mis abrazos. ¿Esto qué es? ¿por qué no puedo ponerle nombre? ¿por qué no puedo sorprenderte con un plato de esa tarta que era tu preferida? ¿por qué yo, que profeso estar siempre en vigilia, velando tu sueño, cantando una nana, sudando tus logros, ahuyentando a los fantasmas, corriendo lágrimas hacia adentro para que tu sólo veas mi sonrisa… por qué ahora la comunicación baila en torno a la mentira y a las contradicciones? En una andadura larga, penosa, inexplicable, enigmática, y, sobre todo larga, encontramos un EQUIPO médico, multidisciplinar, profesional, preparado, organizado, estructurado, y, por encima de todo ello, HUMANO. Y ahí empezó a amanecer… Una pregunta: ¿las emociones engordan o adelgazan? Ufff que difícil, pero cuántas oportunidades de aprender y de crecer se me presentan como madre a través de esta pesadilla que se llama TCA. Gracias por la oportunidad de estar cerca de ellas, gracias por la oportunidad de sentirme útil, gracias por aprender de ellas, con ellas, cada día, gracias por la oportunidad de entrenar la aceptación a través del sufrimiento, gracias por llorar a su lado, y también reír, gracias por entender que no todo es controlable, ¡ni siendo madre siquiera!, gracias por formar parte de este equipo hermoso de médicos, psiquiatras, enfermeras/os, auxiliares, terapeutas, nutricionistas y padres, todos afinados en una misma tonalidad para que esa melodía armonice la imagen corporal, sensibilidad, inteligencia, bondad, y el alma de nuestras hijas. El tiempo y creer en ti: tu mejor aliado”. Al leer todo esto, sentí al instante un cubo de agua helada caer sobre mí. Sentí que compartí el mismo dolor con ella, esas ganas de volver a mi infancia y tener una luz en los ojos al ver aparecer a mi madre por la puerta con mi tarta de cumpleaños preferida. De nata y vainilla. Dos sabores que dejé de tomar cuando comencé a dejar de saborear la vida. ¿Cómo había llegado hasta ahí? ¿En qué momento de mi vida el espejo se convirtió en mi peor enemigo y, consecuentemente, casi todas las demás personas incluida yo misma? Sin embargo, conforme iba leyendo sus palabras, los sentimientos se iban transformando. Me sentía afortunada de la ayuda que tenía, de mi madre que lo había dado todo por mí, que lo da día tras día; y sentí la necesidad de decirle cuánto la amaba y la amo. “Perdóname, mamá; no es tu culpa ni la mía. No has hecho nada mal; de hecho, la mayoría de las cosas que he aprendido en mi vida han sido guiadas por tus pasos. Pero estoy aprendiendo a vivir yo frente al mundo. Y, lejos de sentirnos separadas, me alegro de tenerte aquí aguantando mis desesperaciones, mis temores, mis ganas de huir y tus ganas de recibirme siempre con un abrazo. Te quiero y siempre te querré”. Y, entonces, con el tiempo jugando en mi contra y a mi favor según a él se le antojaba, fui sanando la relación que había en el desentendimiento que teníamos mi madre y yo. Y eso conllevó a mi propia sanación también. Le comencé a mirar con ternura y no con esa frustración que sólo era el reflejo de la impotencia que tenía con mi propia autoestima. Me puse en su piel, y ella en la mía. Y poco a poco fuimos encontrando un lugar en el que poder estar las dos y donde poder estar yo conmigo misma. Acepté su ayuda de la forma en la que mis temores me permitían, y también acepté ayuda profesional. El hospital donde ingresé se convirtió en un lugar donde conectar con mis propias necesidades, en un proceso lento y no siempre favorable, pero sí rodeada de profesionales con calidez, calidad, cercanía y escucha. Fui escuchando lo que había debajo de mi cuerpo, y fui aprendiendo que el cuerpo era sólo el espacio físico donde habitaba lo mejor de mí. Aprendí a ser valiente y escarbar dentro, y quitarme esas capas que no me dejaban ser yo misma con todo el potencial que albergaba y albergo. Mi madre siempre me lo recordaba, y ahora puedo sonreír porque siento su voz, sus palabras y sus emociones como aliadas en mi proceso de vida. No fueron tiempos fáciles, pero gracias a la Bulimia me he formado de piel para adentro, y, desde ahí, hacia el mundo, hacia las demás personas y también hacia mi madre. Aquella que siempre me ha dado cobijo aunque ella se arriesgase a dormir a veces con los brazos vacíos preguntándose por qué; cuando, sin sabernos la una a la otra, yo estaba pared con pared preguntándome lo mismo.

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Hoy me arriesgo, y agradezco al Trastorno Alimentario haber aparecido en mi camino para poder ser consciente de mí y mis necesidades más profundas. Hoy, ya tengo regulado mi ciclo alimentario porque ya no tengo exceso de hambre de amor externo y de mí. Me doy lo que necesito. Y desde entonces de mi boca ya sólo salen besos y palabras hacia mí misma con más amor que antes, porque ya me perdoné. Hoy, aquella enfermedad que viví es para mí un regalo. Gracias por eso, Bulimia. Gracias por todo, mamá. Fdo.: la chica que dejó de sobrevivir para comenzar a vivir con alegría y serenidad

Belén de Rueda Villén Beatriz Gómez Santos

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GRACIAS POR TU COMPAÑÍA. Me besó la mano desde su camilla en el momento que lo subían a la ambulancia para trasladarlo al hospital. Ambos sabíamos que era una despedida sin retorno a pesar de lo cual me dijo “gracias por tu compañía”. Setenta y dos horas después, falleció solo al lado de su familia. ―¿Te gusta jugar con el fuego? Me preguntó un día mientras le administraba un medicamento en vena. Lo miré sorprendida; sabía por comentarios en el trabajo que era un hombre extraño y difícil. Sin darme tiempo a contestarle me contó que de muy joven había emigrado a Valencia y aprendido el oficio que combinaba el fuego y los truenos, las brillantes guirnaldas de colores y las sonrisas de los niños. Había trabajado en una pirotecnia. ― Allí conocí, señorita, la muerte de los amigos. Era demasiado joven y atolondrado como para aprender algo sobre la pérdida. Intenté ahogar los recuerdos en alcohol pero no me valió de nada, solo para empezar a abrir una herida en mi vida donde fueron cayendo cada uno de los míos. Mis padres, mi hermana Mariela, ¡era tan alegre!, mi hijo, un dolor insoportable, y el comienzo de la perdida de mi mujer, sí, esa señora que le abre la puerta y con la que solo comparto un techo. Le pareceré un viejo excéntrico, me dijo, rodeado de los juguetes que fabrico, donde escondo, y por favor no se lo diga a las brujas de esta casa, los cigarrillos que son uno de los pocos placeres que tengo. Vivo cada día encerrado en esta habitación sin poder bajar las escaleras. No las culpo a ellas de mis males, aunque le parezca lo contrario. Mi hija, siempre trabajando, continuó, ayudando a los demás pero bien alejada de mí, es psicóloga. Le resultará curioso verdad, y mi mujer quejosa con el mundo y con sus males sin tiempo para recordar los buenos momentos que nos unieron. Y ahora al final de mi vida lo veo todo con más calma, con tranquilidad. Sé que esa enorme herida se cierra en sí misma. Yo seré el último en entrar tras lo cual, cerraré la puerta. Estoy, creo que, en paz conmigo mismo, solo espero sosegadamente el final. Cada día durante aquella semana acompañé sus monólogos, a veces diálogos, mientras le administraba medicación y le regalaba una sonrisa. Ayer viendo los fuegos artificiales que desde pequeña me encantan y me emocionan, lo recordé…… al igual que las despedidas de otros pacientes, tan tiernas como duras, tan difíciles como edificantes. Y vibré con las luces de guirnaldas que dibujaban para cada uno de ellos una sonrisa en el cielo.

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Querido Dr. Sánchez: Hace muchos años que nos conocemos y muchos son los momentos que hemos pasado juntos. Tengo que confesarte que en los últimos meses he hablado más contigo, que con cualquier miembro de mi familia y por eso el motivo de estas líneas no es otro que el de agradecerte que hayas estado siempre a mi lado. Te pido disculpas por mi actitud las primeras veces que fui a tu consulta, estábamos acostumbrados al Dr. Valiño, que en paz descanse, y me costaba aceptar cualquier consejo o tratamiento que viniese de alguien que no fuera él, que me conocía desde que tenía uso de razón. Tampoco ayudó nuestro siguiente encuentro, cuando una mañana me llama Carla y me dice que recoja al chaval en el colegio que tiene dolor de garganta, que los profesores creen que tiene que verlo el médico. Y yo, un simple ambulanciero que traslada a un paciente al centro de salud me encuentro con un médico lleno de preguntas a las que ni sabía responder ni me había planteado; ¿Le has dado algo para el dolor? ¿Te crees que esto es una urgencia?, Por suerte en los años siguientes no nos vimos demasiado pero eran muchas las veces que tu nombre salía en las comidas familiares en boca de mis padres. Como sabes mi madre no era la persona más fácil de llevar del mundo pero aun así te tenía un cariño muy especial; “ El Dr. Sánchez dice que puedo tomar un trozo de chocolate a la semana”, “ el Dr. Sánchez dice que no pasa nada si me olvido la pastilla un día”, “ el Dr. Sánchez…” Admito que siempre acabábamos formando dos equipos; Sanchistas contra No Sanchistas en función de lo que nosotros creyésemos mejor para mi madre. El primer día que viniste a casa lo recuerdo como todo un evento. Mi madre aun en el estado en el que se encontraba daba órdenes a diestro y siniestro desde la cama para que todo estuviese impecable y recogido. “ Haz el favor de peinarte” me dijo frunciendo el ceño y con esa mirada inquisidora con la que una madre te convierte en un adolescente de nuevo. Ese día en lugar de a las 11:30h llegaste a las 15:00h pidiendo disculpas y argumentando una consulta con muchos pacientes y urgencias. Recordé aquel dolor de garganta de Carlitos con un poco de vergüenza pero tus disculpas, que parecían sinceras, y todo el tiempo que había pasado desde entonces me quitaron de la cabeza la posibilidad de cierto rencor en tus palabras. Pensé que de todas formas habías sido un poco desagradable aquel día, así que hinché el pecho de nuevo y lo volví a deshinchar con la sonrisa de mi madre al verte entrar en la habitación. Antes de que llegaras a la habitación seguro que recuerdas que te abordamos mi hermano Tomás y yo con la intención de saber anticipadamente el pronóstico de su enfermedad. Todos sabíamos que tenía un cáncer en el colon y que por la rapidez del deterioro las cosas no podían ir muy bien, pero teníamos muchas preguntas y sobre todo una gran preocupación; mi madre siempre había sido una persona muy sensible y, bajo ningún concepto, se podía enterar de nada de esto ya que sería una noticia que le destrozaría. Nosotros la conocíamos mucho mejor que tú y aunque entendíamos eso de que estabas obligado a contárselo también sabíamos que los que iban a tener que aguantar su sufrimiento en cuanto tu salieses por la puerta éramos nosotros. Eras su médico pero era nuestra madre. Para ella, todos sus problemas eran debidos a una infección en el intestino por la que había tenido que ingresar y que se iba a resolver con antibiótico. Que más daba que viviese este pequeño engaño sin malicia si le quedaba tan poco tiempo. Que vergüenza cada vez que lo pienso… La espera cada vez que te quedabas a solas en la habitación con nuestra madre la vivíamos con una angustia que ahora entiendo que era por una mezcla de entre miedo y culpabilidad.

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En todas tus visitas siempre pasabas primero un peaje en el que, mi hermano o yo, insistíamos en la fragilidad de mamá y en que en ningún caso podía saber que tenía un cáncer. Agradezco enormemente tu franqueza desde el primer día con nosotros. Aunque no estábamos presentes en las conversaciones que tenías con mi madre sabemos que nunca hiciste nada más que lo consensuado por todos, de otra forma, lo habríamos sabido. - Dolores, tiene un Cáncer y se vas morir - le decías en una de mis pesadillas mas recurrentes en aquella época. - No os preocupes que no pienso decirle nada más de lo que ella quiera saber, le daré la información a su ritmo pero no podemos engañarle porque ella sabe que le pasa algo. Entre tanto, un nuevo ingreso y dos semanas después vuelta a casa, dormida y con una sonda por la que poder darle algo de comer. - Los médicos del hospital nos han dicho que el cáncer avanza muy deprisa y que probablemente no le queden más de dos semanas. Como si de un ritual se tratase y a pesar de que mi madre ya no estuviera del todo en nuestro mundo, volviste a explorarle de arriba abajo, viendo sus nuevas úlceras y tapándole de nuevo con su manta. Le cogiste una mano y se la cubriste con la otra acariciándosela. - Dolores, ¿Cómo está? ¿Tiene dolor? ¿Necesita algo?. Recuerdo ese momento con una ternura tan grande que hizo que se me humedeciesen los ojos y viendo como la mirabas me pregunté por que tenía la sensación de que tu la conocías mucho mejor que yo. - ¿Qué os han dicho en el hospital? - nos preguntaste sentados en el salón- . Como sabéis vuestra madre está grave, no se lo que pensáis vosotros pero como médico creo que lo mejor a partir de ahora es centrar todos nuestros esfuerzos en que Dolores esté cómoda, que no pase dolor, que esté tranquila,.. - ¿Cómo va a comer si estaba dormida? ¡Pero como le vamos a quitar la sonda! Si se la quitásemos se moriría. No pienso dejarle morir de hambre. Otra de las frases que me marcó para siempre fue tu respuesta; - No, Carlos, tu madre no se va a morir porque le quitemos la sonda, se va a morir por su enfermedad. - ¡No! También decíais hace un mes que estaba muy mal y aquí está…, no pienso ser yo quien tire la toalla, quien sabe si mañana no se descubre una cura para su enfermedad. - Carlos, imagínate por un momento que Dolores estuviese aquí de pie con nosotros, como hace unos años, y pudiese ver como está ahora mismo en la cama, ¿qué crees que le gustaría hacer a ella? Aunque mamá tardó una semana más en fallecer fue tras esa conversación cuando entendí que ya se había ido desde hacía tiempo. Alivio fue la palabra. Espero que no me juzgues pero fue una liberación dejar de verla así. El haber compartido este momento vital hizo que desde entonces estuviese de alguna forma en deuda contigo. Las semanas siguientes nos volvimos a ver, y por primera vez era yo el paciente. Me explicaste que no existía una pastilla para quitarme esta tristeza, y yo no entendía porque existiendo algo llamado “antidepresivos” no me los dieses, así podría seguir con mi vida normal mientras los fármacos hacían su trabajo.

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- Carlos, lo raro sería estar bien con el fallecimiento de Dolores tan reciente, te toca pasar una temporada más triste de lo habitual. En general a la gente le viene bien mantenerse ocupada pero tienes que buscar tú lo que te haga estar mejor… cualquier cosa que necesites sabes donde encontrarme - y me emplazaste en consulta la semana siguiente. Te debía un poco de confianza y por eso decidí hacerte caso saliendo de la consulta pensando que con las manos vacías. En unos meses estaba haciendo una vida más o menos normal. “ Pues vaya médico” pensé. “ Si lo he hecho yo todo”. Entre que yo no era muy fan de los médicos y que intentaba regatear las eventualidades de salud con los jarabes de farmacia y paracetamol fui tirando hasta mi 56º cumpleaños. Entonces, pude verlo antes de que me dijeses nada. La forma en la que mirabas la radiografía en la pantalla del ordenador era la mejor explicación. Noté que estabas incómodo, que te empezaba a sudar la frente. Y de repente aterrizaste en la consulta como si durante los segundos previos hubieses estado en otra parte. - Doctor, tengo algo malo, ¿no?. Como buen gallego me respondiste con una pregunta; - ¿Qué entiendes por algo malo? Bueno…lo que veo en la radiografía es una lesión que puede ser la causa de tu tos y que hay que estudiar mejor para saber de que se trata. Era la primera vez que escuchaba tu voz temblorosa, la cosa no iba bien. - Pero…¿ es un cáncer? - ¿Qué entiendes por cáncer? Cuantas veces podía haber oído hablar de cáncer y como me costaba definirlo en ese momento… - Pues algo muy malo… que no tiene cura y mata, igual que lo que se llevó a mi madre. Al salir de la consulta sentía como si mi cuerpo no me perteneciese. No era capaz de recordar nada de lo que habíamos hablado durante los últimos 15 minutos. “Cáncer” resonaba en mi cabeza. En ese momento aun no significaba mucho más que una palabra desagradable. No sabía muy bien como sentirme pero una sensación de desasosiego comenzó a invadirme al pensar en qué iba a decirle a mi mujer al llegar a casa. - Nada importante. –Improvisé- me van a hacer alguna prueba más pero no te preocupes, Carla. - Le dije subiendo las escaleras para evitar que hubiese réplica. - ¿Pero te han dado antibiótico? - Te cuento luego, me voy a pegar una ducha. Bajo el chorro de agua fría “la palabra” volvió a aparecer. ¿Me iba a morir? Todos nos vamos a morir algún día. ¿Me voy morir antes?. No estoy preparado. ¿Cuánto me queda? Igual tiene cura… No, el cáncer es algo malo, muchas personas se mueren y esta tos…esto es algo malo seguro. Carliños, Carla…¿que voy a decirles? Nada, no lo soportarían. Ahora que ya ha pasado todo y que por fin puedo respirar como no lo hacía desde hace tiempo, te doy las gracias. Gracias por mirarme a lo ojos cada vez que iba a tu consulta o cada vez que venías a mi casa. Gracias por cuidar esos detalles a los que no les daba demasiada importancia hasta entonces. Por ser claro, por responder siempre a mis dudas e incluso adelantarte a ellas en muchas ocasiones. Por darme tu opinión respetando mis decisiones. Gracias por respetar mis tiempos aun yendo un paso por delante. Explicándome que ese tratamiento me podía estreñir antes de que lo hiciese o qué tomar si el dolor aumentaba. Me costó entender por que había preguntas que no me podías responder pero al final comprendí que siempre hay que vivir con una incertidumbre obligada.

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He luchado hasta el final y desde hace muchos meses sólo pienso en descansar. He tenido tiempo para dejar todo en orden y con la ayuda de mi hijo quería atar lo último que me faltaba, despedirme de ti. - Entonces nos vemos en un par de días ¿Necesitas algo más, Carlos? - Me preguntaste antes de marchar. - No…bueno…me gustaría saber que piensas de la vida, doctor. - ¿De la vida?- repetiste como si la pregunta te hubiese pillado desprevenido.- Mmm…pienso que hay que pasarla rodeado de tus seres queridos, que ya nos pone bastantes problemas ella sola como para perder el tiempo con tonterías. ¿Y tú que piensas? - No puedo caminar, necesito ayuda para comer una comida que ni siquiera me sabe a nada, no tengo control ni de cuando orino. Me paso el día con dolor o dormido y he perdido hasta el placer de estar con mi familia por ser consciente de que soy un lastre malhumorado. Doctor, yo hace mucho tiempo que no se lo que es vivir.

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Olía a muerte; como cada vez que atravesábamos el umbral de una puerta, desde que empecé mi aprendizaje en Cuidados Paliativos; pero esta vez, algo hacia de aquella estancia, un lugar diferente, casi mágico: la claridad de la pared, sin parecer importarle la escasa luz de aquella alejada ventana, servía de lienzo para una de las mayores obras de arte que he visto jamás. De hierro eran los girasoles, que en su frialdad inmortal me invitaban a observarlos, casi vivos, pero sin salirse del robusto marco que les servía de patria. Un mundo de fragua, que sólo se enlazaba con la efímera existencia humana, a través del tubo del respirador que se asía a una de sus esquinas, y que aún permitía a aquel hombre el privilegio de la oxidación; algo que aquellas flores jamás conocerían. Nos recibió afable, aunque algo taciturno, sentado en el sofá, bajo aquella forja; y su diligente hija, dejó atrás a sus retoños para atendernos. Había precisado la medicación de rescate, y refería encontrarse cansado. Después de ocuparnos de las dosis, ajustadas y explicadas, nos compartió unos retazos de su vida: forjador de sueños, se casó con uno de ellos, y tuvo dos preciosas hijas; su esposa, hace unos años fallecida, había sido su motor y su camino. ¡Cuánto la añoraba! Como a su tierra lejana, de la que migró para que sus pequeñas tuvieran el mundo de posibilidades que a él no le tocó vivir. Más nunca se arrepintió de su destino; noble fue su aprendizaje de artesano, de puertas nuevas y enredadas escaleras. Empero, pronto supo que había algo más, que deseaba transmitir en sus creaciones... Vio interés en mis ojos, e hizo que trajeran una rosa; una rosa negra, una rosa fría, dura… pero a su vez delicada, ¿frágil?: una rosa férrea, como su corazón. No se conformaba con hacer objetos útiles, le cautivaba la belleza. Y así, envueltas en sus recuerdos, cual vívidos pétalos, nos despedimos hasta la próxima. Llego pronto la vez, su cáncer avanzaba, y su fisionomía relataba lo que ya no tenía sentido volver a comentar. La medicación era efectiva, no había dolor, ni angustias, sólo esperanza. ¿En qué? Era hora de hablar de su partida. - ¿Eres religioso? - No. Hace mucho tiempo que no voy a una iglesia; fui por mi mujer durante años. Cuando ella enfermó, le pedí a Dios que la curara –nunca le había pedido ningún favor- y no hizo nada. Perdona mi franqueza, pero para mí todo eso es un engaño de papas y curas. Lo que importa es lo que hacemos en esta vida; después de eso, no hay nada. - Importa lo que vivimos, así es. Pero, sea lo que sea morir, ¿cómo te gustaría que fuera? - ¿A mí? - Sí. No te estoy hablando de lo que digan los curas, ni lo que pueda decirte yo como médica. ¿Qué quisieras que sucediera cundo ese momento llegara? En ese momento sus lágrimas se apresuraron sobre sus mejillas y me dijo, sin titubeos: - Quisiera reunirme con ella; que mi mujer estuviera allí, esperándome. Pero qué importa lo que yo pueda pensar. Con una paz muy profunda, desconocida para mí, hasta el punto de sorprenderme, le conteste: - Eres libre de creer en lo que quieras. Nadie te va a decir lo que tienes que pensar. Sí deseas encontrarte con ella, siéntelo. Su semblante se tornó tranquilo, y serenamente me habló: - La verdad, es que hace tiempo que siento que ella está cerca de mí. No puedo verla, pero siento que está aquí. Hay veces que le pido que me ayude, y encuentro lo que buscaba. Pensé que sonaría a disparate. - Hay personas que han sentido lo mismo que tú, y otras que –al haber vuelto a la vida tras ser reanimados- aseguran haber visto a sus seres queridos. Describen una luz muy clara, tras la cual se encontraba la persona que amaban. Si es cierto o no: lo averiguaremos todos cuando nos llegue la hora. - Ojalá sea así… Sonreímos todos, y nos miramos con cierta complicidad. Terminó mi mes de rotación, y me marché a Valencia por nuevos aprendizajes, muy ligados a la vida: ¡salud sexual y reproductiva! Fue tan enriquecedor poder ayudar a dos seres humanos a amarse, comunicándose y entendiéndose mejor, que caso a caso fui olvidando a Kübler-Ross y empezado a pensar en Gregorio Marañón, en Ramón y Cajal, y tantos otros. Hasta que recibí

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un mensaje… aquel buen hombre había muerto; y me quedé absorta en mis pensamientos, tratando de encontrar la manera de expresar lo que aquella experiencia significó para mí. Volví a casa, a la vida, al paritorio y a las ecografías de pequeños seres vivaces, que sacaban las sonrisas de cualquiera que pudiera verles danzar, en ese protegido universo de aguas alimenticios y sonidos amorfos, que únicamente se enlazaba al nuestro por un cordón de carne y sangre, que nace de un obligo de mujer, permitiéndole oxigenarse. Encendido el reloj de la existencia, sólo queda esperar sus alegrías y tristezas. Aquel otoño decidí hacer –con mi pareja- un viaje muy especial, ¿adivináis a dónde? A una localidad de ensueño, con árboles gigantescos y un monte inmenso; guardián de un pueblo forjado con cariño, lleno de recuerdos que ahora también eran míos. Quedé deslumbrada ante el pórtico de la Plaza Mayor; sonreí, y entendí: lo que hacemos en vida, nos hace inmortales. Y mis ojos le dieron las gracias, en su pueblo natal. Tiempo después, en mi tierra murciana, la noche con la luna más plena en 70 años, encontré las palabras que buscaba. Me sentí ligera, cual rosa de hierro, y así me despedí de mi paciente y también de mi maestro: Procuraré que el día en que te marches te encuentres ya seguro y arropado; que las medicinas que te hemos dado aliviaran tu dolor. Sin reproches, escucharé atento a tus familiares y sus ideas a cerca de la muerte: cómo continuar ahora sin verte, con vuestras alegrías y pesares. Nos mostraste la esencia de tu vida, aceptando noblemente la verdad: que al final de todo, sólo nos queda el amor. Aquella chispa encendida, que nos llena de infinita dignidad. Nuestra última lección aprendida. Mi agradecido recuerdo, 14/11/2016.

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El nombre no determina mi sexo Son las 2 de la mañana, doy vueltas pausadas en la cama, no puedo dormir. No dejo de pensar en la visita que he tenido esta tarde con la mamá de Daniel, no me la puedo quitar de la cabeza. Esta tarde ha venido a la consulta la mamá de Daniel, venía sola, con la mirada perdida y el rostro compungido. Algo pasaba, mi corazón se aceleraba anhelando que hablara. Pero ahí estaba Montse, sentada delante de mí, supongo que esperando que alguien dijera algo, después de las buenas tardes de cortesía. - Buenas tardes Pepe (es así como me llaman los pacientes y sus familiares. Realmente no me importa, creo que así soy más próximo a los pacientes), vuelve a repetir Montse con la voz temblorosa. - ¿Daniel no ha venido?, pregunté con sorpresa. - No. Responde enérgicamente la madre. - En que te puedo ayudar, le contesté tímidamente. Ella estaba sentada delante de mi, pero con la cabeza y mirada agachada, levanta sus dos manos y se tapa la cara y rompe a llorar. Unos segundos después, pero a mi se me antojaron eternos, ella dijo: - Pepe, no se por donde empezar. Alguna vez, después de esta contestación, siempre digo que empiecen por el principio, para romper el hielo, en plan broma, pero en esta ocasión, callé y la miré. - Tengo un gran problema, soltó de golpe. Yo seguía callado, siguiéndola con la mirada. - Es mi marido, espetó. - Tranquila, no te preocupes. Dije yo. Como le dije eso, si se que esta frase no se debe decir. Claro que tiene que estar nerviosa y preocupada. - No es lo que te imaginas, dijo ella. Que no me imaginase lo evidente, que su relación con su marido no era buena. Lo notaba en cada visita que venían los dos con los niños. - Es Daniel, dijo secamente la madre, intentado tragar saliva. Daniel, empecé a pensar yo, ese niño regordete, simpático y dicharachero, de 5 años. En estos momentos me encontraba fuera de juego. - Tú marido pega a Daniel, dije rápidamente. - La madre me miró con reproche y contestó: no es eso. Permanecí callado, a la espera de que ella me contase todo de una vez, en lugar de intentar adivinar cada vez lo que ocurría. - Daniel, como tú bien sabes se viste en casa con ropa de chica y lleva las uñas siempre pintadas, lleva

días diciéndome me que quiere ser un chica y no se como decírselo a su padre, soltó de una vez Montse. No me sorprendió la mitad de la respuesta, que Daniel quiere ser una chica. Daniel venia muchas veces a la consulta con las uñas de las manos pintadas y alguna vez con coloretes y brillo en los labios. Pero como le digo a Antonio que su hijo quiere ser una niña, pensé. Antonio es un hombre muy hombre, que quiero decir con eso, no me gusta utilizar estas palabras, pero diría que es un poco machista (o sin el poco), el es el centro de la familia, en su casa se hace lo que el dice. Muchas veces acompaña a su mujer y a sus hijos, -no lo había dicho antes, pero ellos tienen dos hijos: Daniel y Maria-. Siempre se hace lo que el piensa que es correcto, a veces quita importancia a las preocupaciones de su mujer en relación a los temas sanitarios de sus hijos. Siempre hace comentarios jocosos. La verdad es que no se como se lo iba a decir a Antonio, ya que el es muy machote. Además últimamente está más serio, por que hace ya tiempo que está en el paro y no encuentra trabajo.

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- Tranquila Montse, yo se lo diré, dije, después de haber hecho esta reflexión. Montse se levantó de la silla y dirigiéndose a la puerta, marchaba aliviada. Antes de llegar a la puerta se giró me miró a los ojos y me dio las gracias. Eran las cuatro de la mañana y seguía dándole vueltas al tema. Daniel estaría seguro de que quiere ser una chica. Yo no tenía experiencia en este tema, pero recordaba un folleto que me había llegado por correo del próximo congreso de pediatría, en el cual hablaba de temas de inclinación sexual, identificación sexual y niños transgéneros. Al levantarme lo primero que haría sería leerlo, ver los ponentes y apuntarme. Por la mañana, planeé como llamar al padre y decirle lo que su mujer me había contado. Lo llamé y con la excusa de comentarle el resultado de una analítica, lo hice venir. Al llegar a la consulta me saludó con una broma, como solía hacer, y me preguntó sobre “eso” de la analítica que yo le había comentado. - Antonio se trata de Daniel y no es nada del resultado de la analítica, todo está bien- dije yo. - ¿Entonces que pasa? Contestó contrariado Antonio. - Antonio, Daniel quiere ser una chica, dije sin vacilar y sin respirar. Antonio me miró, y dijo: ¿Es esto lo que me querías decir?. - Sí dije yo. - Que problema hay, contestó con sorna. - Antonio has entendido lo que te he dicho. Que Daniel quiere ser una mujer. Repliqué. - No soy tonto, dijo Antonio. Tenía una hija y un hijo. Y ahora tendré dos hijas. Me quedé atónito con la respuesta de Antonio, tan simple pero cierta, donde estaba el problema. Seguidamente, Antonio dijo, pero nos tendréis que ayudar, esto no va ser fácil y no quiero que sufra, además confiamos mucho en ti. - Ya lo sé Antonio, le expliqué que no tenía experiencia, pero que casualmente había un congreso donde. hablaban de este tema, iría y me informaría. Antes de marcharse Antonio, me extendió la mano y me apretó fuerte, como siempre hacía. Y dijo en voz baja, con razón estaba rara la Montse estos días. Ya han pasado unos años y Daniel se ha convertido en Laura. Sólo sabe ella todas las dificultades que ha tenido y las que le quedan por pasar,

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Basado en hechos demasiado reales

Diario de un martes de octubre cualquiera por la mañana en un pequeño rinconcito de Bañaderos, población costera perteneciente al municipio de Arucas en Las Palmas de Gran Canaria. Al habla R1 en su quinto mes de rotación inicial en el centro de salud. 8.30 Psicoterapia breve a adolescente y madre preocupada por posible acoso escolar. 9.00 Ya hay cuatro fueras de hora. 9.45 Catarro, catarro, tos, gonalgia, uña, que si puede mirar la cita que tengo pendiente del cardiólogo que no me han llamado, actualizar recetas, “¿ya lo imprimió? Ay, añádame paracetamol que no me queda”, parte de baja. 10.00 Se ha colgado el ordenador tres veces, llamamos a informática mientras sigo historiando a señora con diez síntomas inespecíficos. Diagnóstico: ¿malestar emocional? 10.30 ¿Descanso para café?, mejor lo hacemos en la consulta y aprovechamos para pequeña charla resi-tutora. 10.35 Una mujer entra corriendo en el consultorio, a su padre le duele mucho el pecho, está sudoroso...vive a una calle. Adjunta y residente salimos corriendo, fonendo, tensiómetro, aspirina y clopidogrel en mano...’Infartazo’ in situ, activamos medicalizada y mientras llega, un par de carreras al consultorio, baja enfermero listo para la acción, intento sacar a los 3 perros de la habitación, tomo la tensión. Sudo casi más que el paciente. Lo mantenemos estable y monitorizado dentro de nuestras limitaciones, quince minutos - que se hacen eternos - después, la medicalizada se lo lleva al hospital. Corro de vecinos fuera de la casa atentos a todo, alguien se encargará de los perros. 11.15 Llevamos una hora de retraso, continuamos con las lumbalgias, catarros, autorizar administración vacuna gripe... 11.31 Me doy cuenta que los tres pacientes anteriores los he visto casi sin ver, temblando, todavía con la adrenalina por las nubes. Paramos, respiramos, seguimos. 12.00 Mujer de sesenta y tres años con bulto en mama y retracción pezón, que no había venido al médico en dos meses por miedo. Interconsulta urgente para gine, intentando mantener la expresión de preocupación lo más serena posible. 13.30 Tras doce fueras de hora más (la mayoría se fueron con agua, paracetamol y hojita de recomendaciones para el catarro), otras 2 caídas del sistema informático, revisar visados de fármacos de 3 pacientes, explicar 8 analíticas, ajustar pauta insulina, remitir a neurólogo por síncopes de repetición, explorar rodillas, hacer dos certificados médicos, lumbalgia, sinusitis, infección de orina, chocolatina de regalo de una paciente, abrazo y mirada de consuelo a otra, insuficiencia cardiaca descompensada, radiografía de tórax urgente, derivación al derma por "claudicación profesional"... Cuarenta pacientes vistos, quince fueras de hora, un domicilio urgente: 15.10 y a reflexionar. 8.30: Escucha activa y emoción. 9.00: Gestión. 9.45: Unas cuantas dosis de paciencia y asertividad. 10.35: Cercanía. Un toque de urgencia. Accesibilidad. 11.15: Realidad. Resolutividad. 12.00: Malas noticias. 13.30: Incertidumbre y continuo aprendizaje. Siempre, o casi siempre, con educación. Prevención. Familia. Algo (menos de lo debido) de comunidad. Esto es Atención Primaria en un consultorio local. Y me encanta.

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Miércoles de noviembre. Última semana en el centro de salud. 10.40 “Laura, acércate un momento a la consulta de la otra tutora.” Es Rafael, el vecino de la calle de abajo. Reconozco su cara, ya no está pálido y sudoroso. Tiene dos stent y le dieron el alta hace una semana, se acuerda de mí, él y su hija nos dan las gracias. “Me alegro de que quedara en un susto, ahora a cuidarse”. Lo vuelvo a ver de camino a la guagua mientras pasea a los perros. 15.00: Satisfacción. Felicidad. Que no se me olvide mientras roto tantos meses por el hospital. Cuando ocurra, lee esto.