Imperio & Imperialismo Una Lectura Critica

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Imperio & Imperialismo Una Lectura Critica

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  • ATILIO A. BORON

    I M P E R I O & I M P E R I A L I S M O

  • ATILIO A. BORON

    IMPERIO &

    IMPERIALISMO UNA LECTURA CRITICA DE

    MICHAEL HARDT Y ANTONIO NEGRI

    E L V I E J O T O P O

  • Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales Edicin propiedad de Ediciones de Intervencin Cultural/El Viejo Topo

    Diseo: M. R. Cabot ISBN: 84-95776-49-9

    Depsito legal: B-6785-2003 Imprime Novagrfik, SA

    Impreso en Espaa Printed in Spain

    A G R A D E C I M I E N T O S

    El autor desea expresar su gratitud para quienes, de una manera u otra, hicieron posible con su trabajo y sus comentarios la apa-ricin de este libro. Especiales agradecimientos cabe hacer llegar a Ivana Brighenti, Florencia Enghel, Jorge Fraga, Sabrina Gon-zlez, Mara Alicia Gutirrez, Bettina Levy, Jos Seoane, Emilio Taddei y Andrea Vlahusic, ninguno de los cuales, por supuesto, es responsable por las afirmaciones contenidas en este libro.

  • P R L O G O A L A E D I C I N A R G E N T I N A

    Primero, un poco de historia. E n septiembre de 2001 Tariq A l i , uno de los editores de la New Left Review, nos in-vit a escribir un captulo en un volumen colectivo a publi-carse por Verso, en Londres, a mediados del siguiente ao. E l libro rene una serie de comentarios crticos a Imperio, a los cuales se les agregar la respuesta de Michael Hardt y Antonio Negri. Dado que aqul deba ser entregado en ingls, y habida cuenta de nuestras catastrficas experiencias previas en materia de traducciones, decidimos escribirlo di-rectamente en esa lengua. Fue enviado a Londres y distri-buido entre algunos de los co-autores del volumen consig-nado y, por supuesto, a los autores de Imperio. C o n ocasin del segundo Foro Social Mundial , celebrado en Porto Alegre a fines de enero de 2002, entregamos el texto a algunos cole-gas y amigos con el objeto de recabar comentarios. A l poco tiempo comenzamos a recibir urgentes pedidos de autoriza-cin para traducir el texto al idioma espaol. Preocupados tambin por los riesgos que entraa cualquier traduccin

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  • decidimos asumir por nuestra; cuenta el esfuerzo. A l tradu-cir la versin original a nuestra lengua materna lo que ocu-rri fue que la reescribimos por entero, ampliando comen-tarios, agregando datos y sugiriendo nuevas reflexiones. E l resultado es este libro.

    Lo anterior es historia y circunstancia. Hubo.tambin ra-zones ms de fondo. E n primer lugar, la necesidad de consi-derar muy seriamente una obra producida por dos autores del calibre intelectual de Michael Hardt y Toni Negri ( H & N de ahora en adelante). Su trayectoria intelectual y poltica, dilatada y fecunda especialmente en el caso del segundo de los nombrados, los hace merecedores de todo respeto y nos obliga, por eso mismo, a examinar muy cui-dadosamente el mrito de los planteamientos que desarro-llan a lo largo de un libro tan polmico y de tan notable impacto pblico como Empire (Hardt y Negri, 2000). E n segundo trmino, por la importancia sustantiva \del tema que se aborda en ese trabajo: el imperio o, tal vez, e una de-finicin que nos parece ms apropiada, el sistema imperia-lista en su fase actual.

    Las dificultades para acometer una empresa de este tipo no son pocas. Se trata de dos intelectuales identificados con una postura crtica en relacin al capitalismo y a la mundia-lizacin neoliberal y que, por aadidura, tuvieron la valen-ta de abordar el examen de un tema de crucial importancia en la coyuntura actual. E n efecto, por profunda que sea nuestra disidencia terica con la interpretacin que H & D acaban proponiendo, es preciso reconocer que una revisin

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    y una puesta al da como la emprendida por nuestros auto-res era necesaria. Por una parte, porque las deficiencias de los anlisis convencionales de la izquierda en relacin a las transformaciones experimentadas por el imperialismo en el ltimo cuarto de siglo eran inocultables y exigan una ur-gente actualizacin. Por la otra, porque los engaos del "pensamiento nico" sobre esta materia divulgado urbi et orbi por el F M I , el Banco Mundial y las agencias ideolgi-cas del sistema imperial y que se plasma en la teora neoli-beral de la "globalizacin" son an mayores. Para quienes, como el autor de este libro, la misin fundamental de la filo-sofa y la teora poltica es cambiar el mundo y no slo inter-pretarlo para citar la recordada "Tesis Onceava" de Marx sobre Feuerbach una teora correcta constituye^un instru-mento insustituible para que los movimientos populares que resisten la mundializacin neoliberal puedan navegar con un margen razonable de certidumbre en las turbulentas aguas del capitalismo contemporneo. Uno de los factores que ms nos impuls a escribir esta obra es la rotunda con-viccin de que la respuesta que ofrecen H & N a este desafo es altamente insatisfactoria y que puede ser fuente de reno-vadas frustraciones en el terreno de la prctica poltica.

    Es evidente que un fenmeno como el del imperialismo actual su estructura, su lgica de funcionamiento, sus con-secuencias y sus contradicciones no se puede comprender adecuadamente procediendo a una relectura talmdica de los textos clsicos de Hilferding, Lenin, Bujarin y Rosa L u -xemburg. N o porque ellos estuvieran equivocados, como le gusta decir a la derecha, sino porque el capitalismo es un sis-

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  • tema cambiante y altamente dinmico que, como escribie-ran Marx y Engels en el Manifiesto Comunista, "se revolu-ciona incesantemente a s mismo". Por consiguiente, no se puede entender al imperialismo de comienzos del siglo X X I leyendo solamente a estos autores. Pero tampoco se lo puede comprender sin ellos. N o se trata, por supuesto, de la mon-tona y estril reiteracin de sus tesis. E l objetivo es avanzar en una reformulacin que partiendo desde la revolucin copernicana producida por la obra de Marx que nos suministra una clave interpretativa imprescindible e irreem-plazable para explicar a la sociedad capitalista reelabore con audacia y creatividad la herencia clsica de los estudios sobre el imperialismo a la luz de las transformaciones de nues-tro tiempo. E l imperialismo de hoy no es el mismo de hace treinta aos. H a cambiado, y en algunos aspectos el cambio ha sido muy importante. Pero no se ha transformado en su contrario, como nos propone la mistificacin neoliberal, dando lugar a una economa "global" donde todos somos "interdependientes". Sigue existiendo y oprimiendo a pue-blos y naciones, y sembrando a su paso dolor, destruccin y muerte. Pese a los cambios conserva su identidad y estructu-ra, y sigue desempeando su funcin histrica en la lgica de la acumulacin mundial del capital. Sus mutaciones, su voltil y peligrosa mezcla de persistencia e innovacin, requieren la construccin de un nuevo abordaje que nos permita captar su naturaleza actual. N o es ste el lugar para proceder a un examen de las diversas teoras sobre el impe-rialismo. Digamos, a guisa de resumen, que los atributos fundamentales del mismo sealados por los autores clsicos en tiempos de la Primera Guerra Mundial siguen vigentes

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    toda vez que el imperialismo no es un rasgo accesorio ni una poltica perseguida por algunos estados sino una nueva eta-pa en el desarrollo del capitalismo. Esta etapa est signada, hoy con mayor contundencia que en el pasado, por la con-centracin del capital, el abrumador predominio de los mo-nopolios, el acrecentado papel del capital financiero, la exportacin de capitales y el reparto del mundo en distintas "esferas de influencia". La aceleracin del proceso de mun-dializacin acontecida en el ltimo cuarto de siglo, lejos de atenuar o disolver las estructuras imperialistas de la econo-ma mundial, no hizo sino potenciar extraordinariamente las asimetras estructurales que definen la insercin de los distintos pases en ella. Mientras un puado de naciones del capitalismo desarrollado reforz su capacidad para contro-lar, al menos parcialmente, los procesos productivos a esca-la mundial, la financiarizacin de la economa internacional y la creciente circulacin de mercancas y servicios, la enor-me mayora de los pases vio profundizar su dependencia ex-terna y ensanchar hasta niveles escandalosos el hiato que los separaba de las metrpolis. La globalizacin, en suma, con-solid la dominacin imperialista y profundiz la sumisin de los capitalismos perifricos, cada vez ms incapaces de ejercer un mnimo de control sobre sus procesos econmi-cos domsticos. Esta continuidad de los parmetros fun-damentales del imperialismo no necesariamente de su fe-nomenologa es ignorada en la obra de Hardt y Negri, y el nombre de tal negacin es lo que estos autores han deno-minado "imperio". Lo que pretendemos demostrar en nues-tro libro es que as como las murallas de Jeric no se de-rrumbaron ante el sonido de lasJ trompetas de Josu y los

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  • sacerdotes, la realidad del imperialismo tampoco se desvane-ce ante las fantasas de los filsofos.

    N o es un dato menor el hecho de que una reflexin como la que nos proponen H & N tenga lugar en momentos en que la dependencia de la periferia y la dominacin imperia-lista se hayan profundizado hasta llegar a niveles desconoci-dos en nuestra historia. Por ello, la necesidad de contar con un renovado instrumental terico para comprender al impe-rialismo y luchar contra l es ms urgente que nunca. Sin pecar de teoreticistas, nos parece que ser muy difcil librar con xito dicha batalla si no se comprende muy claramente cul es la naturaleza del fenmeno. Es precisamente debido a esa necesidad de saber que Imperio ha tenido tan extraor-dinario impacto entre las enormes masas de jvenes y no tan jvenes que desde Seattle en adelante se han movilizado en todo el mundo para poner coto al sistemtico genocidio que el imperialismo practica a diario en los pases de la peri-feria capitalista, a la regresin social y la desciudadaniza-cin que tienen lugar en las sociedades ms avanzadas y atrasadas por igual, a la criminal destruccin del medio ambiente, al envilecimiento de los regmenes democrticos maniatados por la tirana de los mercados y al paroxismo militarista que, desde el atentado a las Torres Gemelas y el Pentgono, se ha adueado de la Casa Blanca y otros luga-res privilegiados desde los cuales se toman las decisiones que afectan las vidas de miles de millones de personas en todo el mundo. Pese a sus nobles intenciones y la honesti-dad intelectual y poltica de sus autores, temas sobre los cua-les no albergo duda alguna, este libro saludado por mu-chos como "el Manifiesto Comunista del siglo X X I " o como

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    un redivivo "librito rojo" de los mal llamados "globalifbi-cos" contiene gravsimos errores de diagnstico e inter-pretacin que, en caso de pasar desapercibidos y ser acepta-dos por los grupos y organizaciones que hoy pugnan por derrotar al imperialismo, podran llegar a ser la causa inte-lectual de nuevas y ms duraderas derrotas, y no slo en el plano de la teora. Es por eso que nos hemos aventurado a plantear nuestras crticas y a asumir los costos y riesgos que conlleva el cuestionamiento a un texto que, por distintas razones, se ha convertido en una importante referencia te-rica para los movimientos crticos de la globalizacin neoli-beral. Creemos que un debate franco y sincero con las tesis planteadas en Imperio puede ser un poderoso antdoto para despejar tales asechanzas.

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  • C A P T U L O I

    S O B R E P E R S P E C T I V A S , H O R I Z O N T E S

    D E V I S I B I L I D A D Y P U N T O S C I E G O S

    Algo que seguramente no por casualidad sorprender al lector de Hardt y Negri es la escasa atencin que Imperio le dedica a la literatura sobre el imperialismo. Por contraste con Lenin o Rosa Luxemburg, quienes realizaron una cui-dadosa revisin de los numerosos trabajos sobre el tema, nuestros autores optaron por ignorar gran parte de lo que ha sido escrito sobre el asunto. La literatura con la cual ellos conversan es una combinacin de ciencia social norteameri-cana, especialmente economa poltica internacional y rela-ciones internacionales, mezclada con fuertes dosis de filo-sofa francesa. Esta sntesis terica es empaquetada en un estilo y con un lenguaje claramente postmodernos, y el pro-ducto final es un mix terico que, pese a las intenciones de sus autores, difcilmente podra perturbar la serenidad de los seores del dinero que ao tras ao se renen en Davos. A raz de esto, casi la totalidad de las citas proceden de libros o artculos publicados dentro de los lmites del establishment acadmico franco-americano. La considerable literatura

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  • producida en Amrica Latina, la India, frica y otras partes del Tercer Mundo en relacin al funcionamiento del sistema imperial y el imperialismo no merece siquiera una modesta nota a pie de pgina. Las discusiones dentro del marxismo clsico Hilferding, Luxemburg, Lenin, Bujarin y Kauts-k y sobre el tema se acomodan en un breve captulo del voluminoso libro, mientras que la continuacin de dichas controversias en el perodo de la postguerra ocupa un espa-cio an menor. Nombres como Ernst Mandel, Paul Baran, Paul Sweezy, Harry Magdoff, James O'Connor, Andrew Shonfield, Ignacy Sachs, Paul Mattick, Elmar Altvater y Maurice Dobb son conspicuas ausencias en un libro que pretende arrojar nueva luz sobre una etapa enteramente no-vedosa en la historia del capital. N o sorprende, por consi-guiente, constatar que el resultado de esta empresa sea ofre-cer una visin del imperio tal y como el mismo se observa desde su cumbre. Una visin parcial y unilateral, incapaz de percibir la totalidad del sistema y de dar cuenta de sus mani-festaciones globales ms all de lo que presuntamente acon-tece en las playas noratlnticas. Su horizonte de visibilidad es singularmente estrecho, y los puntos ciegos que se confi-guran ante el mismo son numerosos e importantes, como tendremos ocasin de demostrarlo a largo de las pginas que siguen. Se trata, en sntesis, de una visin que quiere ser cr-tica e ir a la raz del problema, pero que dado que no puede independizarse del lugar privilegiado desde el cual observa la escena social de su tiempo a l revs de lo que aconteciera con Marx, quien desde Londres supo abstraerse de esa deter-minacin cae por eso mismo en las redes ideolgicas de las clases dominantes.

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    Cmo entender, si no es a partir de los problemas y l imi-taciones de una perspectiva irreparablemente noratlntica, y no slo eurocntrica, la radical negacin del papel jugado por dos instituciones cruciales que organizan, monitorean y supervisan da a da el funcionamiento del imperio e l Fondo Monetario Internacional y el Banco M u n d i a l ape-nas mencionadas en las casi quinientas pginas del libro?1

    Apenas seis cuartillas se reservan para el anlisis de las cor-poraciones transnacionales, actores estratgicos de la econo-ma mundial, slo la mitad de las que se dedican a temas supuestamente tan cruciales y urgentes como el "no lugar del poder". Las once pginas dedicadas a las contribuciones de Baruch Spinoza a la filosofa poltica, o las diecisis des-tinadas a explorar los meandros del pensamiento de Fou-cault y su relevancia para comprender el orden imperial, difcilmente pueden parecer algo sensato para quien mira el mundo ya no desde el vrtice del sistema imperial sino desde su base.

    Por stas y muchas otras razones, Imperio es un libro intrigante, que combina algunas incisivas iluminaciones respecto de viejos y nuevos problemas con monumentales errores de apreciacin e interpretacin. N o existe la menor duda de que sus autores estn fuertemente comprometidos con la construccin de una buena sociedad y, ms especfi-camente, de una sociedad comunista. Este compromiso

    1. Los clculos de las pginas destinados a temas y autores remiten a la edi-cin original, en lengua inglesa, de Empire, publicada por Harvard Univer-sity Press en 2000.

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  • aparece varias veces a lo largo del libro y merece nuestro ms entusiasta apoyo. Sorprendentemente, sin embargo, y pese a la anterior toma de partido, el argumento de Imperio no se relaciona para nada con la gran tradicin del materialismo histrico. La audacia que sus autores exhiben cuando, nave-gando en contra de la corriente de los prejuicios establecidos y el sentido comn neoliberal de nuestra poca, declaran su lealtad a los ideales comunistas "no somos anarquistas, sino comunistas" (p. 319), "la irrefrenable levedad y dicha de ser comunista" (p. 374) se desploma cual castillo de naipes cuando se encuentran ante la necesidad de explicar y analizar el orden imperial de nuestros das. E n ese momen-to, la vaguedad terica y poltica y la timidez toman el lugar de la osada y la contundencia declamativas. E n este sentido el contraste con otras obras sobre el tema (tales como Accu-mulation on a World Scale; Empire of Chaos; y la ms recien-

    te Capitalism in theAge of Globalization, de Samir A m i n ; o

    The Long Twentieth Century de Giovanni Arrighi; o Year

    501. The Conquest Contines y World Orders, Od and New

    de Noam Chomsky; o Production, Power, and World Order,

    de Robert Cox; y las obras de Immanuel Wallerstein, The Modern World System y After Liberalism) es imposible de sos-

    layar, y los resultados de tal comparacin son para H & N sumamente desfavorables (Amin, 1974, 1992, 1997; Arrig-hi , 1995; Chomsky, 1993, 1994; Cox, 1987; Waerstein, 1974, 1980, 1988, 1995).

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    C A P T U L O II

    L A C O N S T I T U C I N D E L I M P E R I O

    E l libro comienza con una seccin dedicada a "la consti-tucin poltica del presente", la cual es presentada a conti-nuacin de un breve prefacio en el cual nuestros autores introducen la tesis principal del libro: un imperio ha emer-gido y el imperialismo ha terminado (p. 15)2. Ahora bien: en la primera parte del libro el anlisis del orden mundial comienza con un giro asombrosamente formalstico, al me-nos para un marxista, dado que la constitucin del imperio es planteada en trminos estrechamente jurdicos. A conse-cuencia del mismo el orden mundial aparece no como la organizacin internacional de los mercados, los estados nacionales y las clases dominantes bajo la direccin general de una verdadera burguesa internacional, sino bajo las esti-lizadas lneas de la organizacin formal del sistema de las Naciones Unidas. Este sorpresivo golpe inicial se acenta

    2. De ahora en adelante todas las referencias entre parntesis pertenecen a la edicin en espaol de la obra, publicada bajo el ttulo de Imperio (Buenos Aires, Paids, 2002).

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  • luego cuando el intrigado lector comprueba que los instru-mentos conceptuales utilizados por H & N para el examen de nada menos que el problema del orden mundial son tomados prestados de cajas de herramientas tan poco pro-misorias como las que detentan un conjunto de autores tan ajenos al materialismo histrico y tan poco tiles para un anlisis profundo de este tipo de temas como Hans Kel-sen, Niklas Luhmann, John Rawls y Cari Schmitt. Respal-dados por autoridades tales como las mencionadas, causa poca sorpresa comprobar que los resultados de esta inicial incursin en el objeto de estudio estn muy lejos de ser satis-factorios. Por ejemplo, la abierta sobreestimacin del papel de las Naciones Unidas en el as llamado orden mundial conduce a nuestros autores a observaciones tan inocentes o ingenuas como la siguiente:

    "...pero tambin deberamos reconocer que la nocin de derecho, definida por la Carta de las Naciones Unidas, tambin apunta hacia una nueva fuente positiva de pro-duccin jurdica, efectiva en una escala global: un nuevo centro de produccin normativa que puede desempear un papel jurdico soberano" (p. 22).

    H & N pareceran ignorar que las Naciones Unidas no son lo que aparentan ser. De hecho, por su burocratismo y natu-raleza elitista, son una organizacin destinada a respaldar los intereses de los grandes poderes imperialistas, y muy espe-cialmente los de los Estados Unidos. La "produccin jurdi-ca" efectiva de la O N U es de muy poca sustancia e impacto cuando se trata de temas o asuntos que contradigan los inte-

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    reses de los Estados Unidos y/o de sus aliados. Nuestros au-tores pareceran sobrestimar el papel muy marginal jugado por la Asamblea General de las Naciones Unidas, donde los votos de Gabn y Sierra Leona igualan a los de los Estados Unidos y el Reino Unido. La mayora de las resoluciones de la Asamblea General se reducen a letra muerta a menos que sean activamente apoyadas por la potencia hegemnica y sus asociados. La "guerra humanitaria" en Kosovo, por ejemplo, fue llevada a cabo en nombre de las Naciones Unidas pero sorteando por completo la autoridad tanto del Consejo de Seguridad como de la Asamblea General. Washington deci-di que era necesaria una intervencin militar y eso fue lo que ocurri. Naturalmente, nada de esto tiene la menor re-lacin con la produccin de una ley universal o, como con-fiaba Kelsen, con el surgimiento de un "esquema trascen-dental de la validez del derecho situado por encima del estado-nacin" (p. 23). La naturaleza imperialista de las Naciones Unidas "realmente existentes", no la imaginada por nuestros autores, es suficiente para probar la incurable debilidad de su afirmacin cuando dicen que:

    "...ste es el verdadero punto de partida de nuestro estu-dio del imperio: una nueva nocin del derecho o, ms bien, una nueva inscripcin de la autoridad y un nuevo diseo de la produccin de normas e instrumentos lega-les de coercin que garantizan los contratos y resuelven los conflictos" (p. 26).

    Esta visin fantstica y candorosa a la vez de un sistema internacional supuestamente postcolonial y postimperialista

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  • (p. 26) alcanza su climax cuando se dice que "todas las inter-venciones de los ejrcitos imperiales responden a la deman-da de una o varias de las partes implicadas en un conflicto ya existente" (p. 31); o cuando H & N sostienen que "la pri-mera tarea del imperio es pues ampliar el espacio de los con-sensos que respaldan su poder" (p. 31); o cuando aseguran a los ya por entonces atnitos lectores que la intervencin del imperio no est ya "legitimada por el derecho sino por el consenso" a fin de intervenir "en el nombre de principios ticos superiores" tales como, por^ejemplo, "los valores esen-ciales de justicia".' Ser tal vez la intervencin "humani-taria" en la ex-Yugoslavia lo que nuestros autores tienen in menti E n efecto, como se ver enseguida. De esta manera, este increble nonsense les permite concluir que bajo el impe-rio "el derecho de polica queda legitimado por valores uni-versales" (p. 33). Es sumamente ilustrativo que una tesis tan radical como sta sea respaldada por la evidencia que sumi-nistran dos referencias bibliogrficas que aluden a la literatu-ra convencional en relaciones internacionales y cuyo sesgo de-rechista es evidente an para el lector nienos informado. La voluminosa bibliografa sobre el tema del intervencionismo imperialista producida, por ejemplo, en Amrica Latina por autores tales como Pablo Gonzlez Casanova, Agustn Cueva, Ruy Mauro Marini , Gregorio Selser, Gerard-Pierre Charles, Eduardo Galeano, Theotonio dos Santos, Juan Bosch, Helio Jaguaribe, Manuel Maldonado Denis. entre otros, es olmpi-camente ignorada3.

    3. Cuando este trabajo estaba prcticamente concluido lleg a nuestras manos el excelente libro de Saxe-Fernndez, Petras, Veltmeyer y Nez , cuya

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    E l segundo captulo de esta primera seccin se dedica a la produccin biopoltica. Hardt y Negri abren el mismo con una loable intencin: superar las limitaciones del formalis-mo juridicista con el que iniciaron su derrotero intelectual descendiendo, segn sus propias palabras, a las condiciones materiales que sustentan el entramado legal e institucional del imperio. E l objetivo es "descubrir los medios y las fuer-zas que producen la realidad social, as como las subjetivi-dades que la animan" (p. 37). Lamentablemente, tan bellos propsitos quedan en el plano puramente declamativo dado que a poco andar el lector comprueba cmo las invocadas condiciones materiales "se disuelven en el aire", para utilizar la conocida metfora de Marx y Engels en el Manifiesto, y algunas venerables ideas de las ciencias sociales reaparecen con fuerza pero presentadas como si fueran el ltimo "des-cubrimiento" de la rive gauche parisina o del Greenwich Village neoyorkino. La teorizacin de Foucault sobre la transicin a la sociedad de control, por ejemplo, gira en tor-no a la supuestamente novsima nocin de que "el biopoder es una forma de poder que regula la vida social desde su interior", o de que "la vida ha llegado a ser (...) un objeto de poder" (p. 38).

    N o llevara demasiado tiempo encontrar en la dilatada tradicin poltica occidental, que arranca cuando menos en el siglo V antes de Cristo en Grecia, afirmaciones sorpren-

    riqueza emprica e interpretativa no hemos podido aprovechar sino mar-ginalmente por esas circunstancias. En todo caso, recomendamos al lector abrevar en ese texto para ampliar algunos de los anlisis efectuados en nues-tro libro.

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  • dentemente similares a lo que hoy se denomina, con la pompa que se supone debe rodear todo avance cientfico, el "biopoder". Una rpida ojeada a la literatura no podra dejar de hallar decenas de citas de autores tales como Platn, Rous-seau, Tocqueville y Marx, para mencionar apenas a los ms obvios, que remiten exactamente a algunas de las "grandes novedades" producidas por las ciencias sociales a finales del siglo X X . La insistencia de Platn en los aspectos psicosocia-les que l resuma bajo la denominacin de "el carcter de los individuos" que regulaban la vida social y poltica de la polis ateniense es conocida por todos, tanto como la del joven Marx sobre el tema de "la espiritualizacin del domi-nio" de la burguesa por parte de las clases explotadas. Fue Rousseau, a su turno, quien seal la importancia del pro-ceso por el cual los dominados eran inducidos a creer que la obediencia era un deber moral, lo que haca que la desobe-diencia y la rebelin fuesen causas de graves conflictos a nivel de las conciencias individuales. E n resumen, para H & N , demasiado deslumhrados por las innovaciones teri-cas de Foucault u n autor que sin duda merece nuestro respeto, podra ser altamente educativo leer lo que un si-glo y medio antes, por ejemplo, haba escrito Alexis de Toc-queville: "cadenas y verdugos, sos eran los instrumentos que empleaba antao la tirana; pero en nuestros das la civi-lizacin ha perfeccionado hasta el despotismo, que pareca no tener ya nada que aprender". Y contina diciendo que el tirano de antao "para llegar al alma, hera groseramente el cuerpo; y el alma, escapando de sus golpes, se elevaba glo-riosamente por encima de l"; la moderna tirana, en cam-bio, "deja el cuerpo y va derecho al alma" (Tocqueville,

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    1957: p. 261). Este paso desde las cadenas y los verdugos a la manipulacin individual y el control ideolgico y con-ductual ha sido rebautizado por Foucault como la transicin desde la sociedad disciplinaria a la sociedad de control. Pero, comp sabemos, una cosa es bautizar o rebautizar a una criatu-ra y otra bien distinta es descubrirla. E n este caso, la cria-tura ya haba sido descubierta y tena nombre. Lo que con su reconocida habilidad hizo Foucault fue otorgarle uno nuevo (y bien atractivo) a lo que ya todos conocan, pero de ninguna manera puede decirse que estamos en presencia de una innovacin terica fundamental.

    La primera seccin del libro concluye con un captulo dedicado nada menos que a las alternativas dentro del impe-rio. E l captulo comienza con una afirmacin tan radical como desconcertante: "fue la multitud la que dio nacimien-to al imperio" (p. 56). Contrariamente a las interpretaciones ms corrientes en el seno de la izquierda, segn H & N el imperio no sera la creacin de una coalicin mundial de los capitalistas hegemonizada por la burguesa norteamericana sino la respuesta defensiva? del capital ante las luchas de clases contra las formas contemporneas de dominacin y opresin alimentadas por "el deseo de liberacin de la multitud" (p. 56). Llegados a este punto H & N ingresan en un terreno plagado de contradicciones: insisten en que el imperio es bueno dado que representa "un paso adelante" en la superacin del colonialismo y el imperialismo si bien, Hegel mediante, aseguran que el hecho de que el imperio "sea bueno en s mismo no significa que sea bueno para s mismo" (p. 56). Y prosiguen: "sostenemos que el imperio es

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  • mejor del mismo modo que Marx sostena que el capitalis-mo es mejor que las formas de sociedad y los modos de pro-duccin anteriores a l" (p. 56). Sin embargo, pocas lneas ms arriba nuestros autores haban dicho que el imperio "construye sus propias relaciones de poder basadas en la explotacin que son, en muchos sentidos, ms brutales que aquellas que destruy" (p. 56). Pese a lo anterior el imperio es "mejor" porque se afirma que incrementara el potencial de liberacin de la multitud, un supuesto para nada confir-mado por la experiencia y que en el caso de H & N se en-cuentra rodeado por un denso halo metafisico y, en cierto sentido, religioso, tal como podremos comprobar en las p-ginas finales de este trabajo. Dnde se encuentra ese dichoso potencial liberador y cmo podran actualizarse tan pro-misorias posibilidades es algo que nuestros autores se reser-van para explicarlo, de modo escueto e insatisfactorio, en el ltimo captulo del libro.

    Por otra parte, decir que el imperio es "mejor" significa que el actual orden capitalista mundial y esto es precisamente el imperio es algo distinto al capitalismo. E l argumento de Marx se refera a dos diferentes modos de produccin, y comparaba las posibilidades y perspectivas abiertas por l capitalismo con las que ofreca la descomposicin del feu-dalismo. Estarn tal vez nuestros autores queriendo decir que el imperio significa la superacin del capitalismo? Ser que lo habremos trascendido, sin que nadie haya reparado en este fabuloso trnsito histrico? Nos encontramos ahora en una nueva y mejor sociedad, con renovadas posibilidades para las prcticas liberadoras y emancipadoras?

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    Nos parece que H & N construyen un hombre de paja, el izquierdista irracional e inmutable, que frente a los desafos planteados por la globalizacin insiste en oponer una resis-tencia local a un proceso que es por su naturaleza global. Local significa, en la mayora de los casos, "nacional", pero esta distincin es irrelevante en sus anlisis. La resistencia local, dicen, "identifica mal al enemigo y, por lo tanto, lo enmascara". Pues bien, dado que H & N quieren hablar de poltica en serio y sin que esto sea una concesin siquiera formal a Schmitt sino, en todo caso, a Clausewitz, Lenin y M a o quin es el enemigo? La respuesta no podra haber sido ms decepcionante puesto que se nos dice que "el ene-migo es un rgimen especfico de relaciones globales que lla-mamos imperio" (p. 58). Las luchas nacionales oscurecen la visin de los mecanismos reales del imperio, de las alterna-tivas existentes y de los potenciales liberadores que se agitan en su seno. De este modo, las masas oprimidas y explotadas del mundo son convocadas para una batalla final contra un rgimen de relaciones globales. E l entraable D o n Quijote reaparece una vez ms, luego de varios siglos de descanso, para arremeter contra los nuevos molinos de viento mientras los srdidos molineros, al margen de la furia de la multitud, continan haciendo sus negocios, gobernando sus pases y manipulando la cultura.

    H & N ven al imperio como la superacin histrica de la modernidad, poca sobre la cual ellos tienen una visin un tanto distorsionada. E n efecto, la modernidad dej un lega-do de "guerras fratricidas, de 'desarrollo' devastador, una civilizacin cruel y una violencia nunca antes imaginada"

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  • (p. 58). La escena que nos presenta la modernidad es de na-turaleza trgica, signada por la presencia de "campos de con-centracin, las armas nucleares, las guerras genocidas, la esclavitud, el apartheid", y de la modernidad H & N dedu-cen una lnea recta que conduce sin mediaciones al estado-nacin. Este no es otra cosa que la "condicin ineludible para la dominacin imperialista e innumerables guerras", y si ahora una aberracin como esa "est desapareciendo del escenario mundial, de buena nos libramos!" (p. 59).

    Hay varios problemas con esta peculiar interpretacin de la modernidad: en primer lugar, el error consistente en apor-tar una lectura extremadamente unilateral y sesgada de la misma. H & N tienen razn cuando enumeran algunos de los horrores producidos por la modernidad (o, tal vez, "en" la modernidad y no necesariamente a causa de ella), pero en el camino se les olvidan algunos otros resultados de la misma, como las libertades individuales; la relativa igualdad establecida en los terrenos econmicos, polticos y sociales al menos en los capitalismos desarrollados; el sufragio univer-sal y la democracia de masas; el advenimiento del socialis-mo, pese a la frustracin que ocasionaran algunas de sus experiencias concretas como la sovitica; la secularizacin y el estado laico, que emancipara a grandes masas de la tirana de la tradicin y la religin; la racionalidad y el espritu cien-tfico; la educacin popular; el progreso econmico y muchos otros logros ms. Estos tambin forman parte de la herencia de la modernidad, no tan slo las atrocidades que sealan nuestros autores, y muchos de estos logros fueron obtenidos gracias a las luchas populares y en ardua oposicin a las bur-

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    guesas. E n segundo lugar, creen realmente H & N que antes de la modernidad no exista ninguna de las lacras y aberra-ciones que plagaron al mundo moderno? Creen acaso que el mundo de verdad estaba poblado por los buenos salvajes rousseaunianos? No se sitan en la misma posicin que los beatficos crticos de Niccol Machiavelli que denunciaron al terico florentino por ser el "inventor" de los crmenes polticos, la traicin y el engao? No oyeron hablar de las Guerras Pnicas o las del Peloponeso, de la destruccin de Cartago, del saqueo de Roma y, ms recientemente, de la conquista y ocupacin del continente americano? Creen acaso que antes de la modernidad no haba genocidios, apartheid y esclavitud? Como bien recordaba Marx, padece-mos tanto el desarrollo del capitalismo como la ausencia de su desarrollo.

    E n todo caso, una vez que afirman la continuidad hist-rica y sustantiva entre la modernidad y el estado-nacin, H & N se apresuran a rechazar el anticuado "internacionalis-mo proletario" debido a que ste supone el reconocimiento del estado-nacin y su papel crucial como agente de la explotacin capitalista. Dada la ineluctable decadencia de los poderes del estado-nacin y la naturaleza global del capi-talismo, este tipo de internacionalismo es completamente anacrnico a la vez que tcnicamente reaccionario. Pero esto no es todo: junto con el "internacionalismo proletario" tambin desaparece la idea de la existencia de un "ciclo in-ternacional de luchas". Las nuevas luchas, cuyos ejemplos paradigmticos son la revuelta de la Plaza de Tiananmen, la Intifada, los disturbios raciales de Los Angeles en 1992, el

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  • levantamiento Zapatista de 1994, las huelgas ciudadanas francesas de 1995 y las huelgas surcoreanas de 1996, fueron especficas y motivadas:

    "por preocupaciones regionales inmediatas, de modo tal que, desde ningn punto de vista, pueden vincularse entre s como una cadena de sublevaciones que se expanden glo-balmente. Ninguno de esos acontecimientos inspir un ciclo de luchas, porque los deseos y necesidades que expre-saban no podan trasladarse a contextos diferentes" (p. 65).

    A partir de tan rotunda aseveracin que por cierto me-recera un cierto esfuerzo para aportar alguna evidencia pro-batoria nuestros autores anuncian una nueva paradoja: "en nuestra tan celebrada era de las comunicaciones, las luchas han llegado a ser casi incomunicables' (p. 65, bastardi-

    llas en el original). Las razones de esta incomunicabilidad permanecen en las sombras, pero nadie debera desanimarse ante esta imposibilidad de comunicacin horizontal de los rebeldes pues, en realidad, se trata de una bendicin y no de una desgracia. Bajo la lgica del imperio H & N tranquilizan a sus impacientes lectores cocindoles que estas luchas viaja-rn verticalmente al nivel global atacando la constitucin imperial en su ncleo o, lo que denominan con un signifi-cativo desliz, saltando verticalmente "al centro virtual del imperio" (p. 68).

    Aqu aparecen nuevos y ms formidables problemas ace-chando el argumento de los autores. E n primer lugar los que se derivan de la peligrossima confusin entre supuestos

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    axiomticos y observaciones empricas. Decir que las luchas populares son incomunicables es una afirmacin sumamen-te importante, pero lamentablemente H & N no ofrecen ningn antecedente como para discernir si se trata de una mera suposicin o del resultado de una indagacin histrica o de una investigacin emprica. Ante ese silencio existen sobradas razones para sospechar que esa problemtica refle-ja la poco saludable influencia de Niklas Luhmann y Jrgen Habermas sobre Hardt y Negri. N o es necesario hurgar demasiado en las nebulosas conceptuales de los acadmicos alemanes para concluir en la escasa utilidad que sus cons-trucciones tienen a la hora de analizar la dinmica de las luchas populares, lo cual no impide que tanto uno como el otro sean extremadamente populares en los desorientados rangos de la izquierda italiana. En este sentido, los plantea-mientos luhmannianos de la inconmensurabilidad de lo social y los de Habermas en relacin a la accin comunica-tiva parecen haber gravitado grandemente en la construc-cin de H & N , por lo menos en un grado mucho mayor de lo que ellos estn dispuestos a reconocer. Pero dejando de la-do este breve excursus hacia el terreno de la sociologa del conocimiento, si la incomunicabilidad de las luchas impide inflamar los deseos y las necesidades de los pueblos de otras latitudes, cmo explicar la relampagueante velocidad con la cual el movimiento mal llamado "anti-globalizacin" se di-fundi por todo el mundo? Creen realmente H & N que los eventos de Chiapas, Pars y Sel fueron en verdad incomu-nicables? Cmo ignorar que los zapatistas, y muy especial-mente el subcomandante Marcos, se convirtieron en iconos internacionales de los crticos de la globalizacin neoliberal

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  • y de las luchas anticapitalistas en los cinco continentes, in-fluenciando de ese modo importantes desarrollos de las lu-chas locales y nacionales?

    E n segundo trmino, H & N sostienen que uno de los principales obstculos que impiden la comunicabilidad de las luchas es la "ausencia del reconocimiento de un enemigo comn contra el cual se dirigen todas esas luchas" (p. 67). N o sabemos si ste fue o no el caso entre los huelguistas franceses o surcoreanos, pero sospechamos que ellos segura-mente tendran algunas ideas ms claras que las de nuestros autores acerca de quines eran sus antagonistas. E n lo que a la experiencia de los Zapatistas se refiere, la tesis de H & N es completamente equivocada. Desde el primer momento de su lucha los chiapanecos no tuvieron duda alguna y saban perfectamente bien, mucho mejor que nuestros autores, quines eran sus enemigos. Conscientes de esta realidad or-ganizaron un evento a todas luces extraordinario en las pro-fundidades de la Selva Lacandona: una conferencia inter-nacional en contra de la globalizacin neoliberal, a la cual acudieron cientos de participantes procedentes de los ms diversos rincones de la tierra para discutir algunos de los problemas ms candentes del momento actual. La capaci-dad demostrada por los Zapatistas para citar a una conferen-cia de este tipo refuta, en la prctica, otra de las tesis de H & N cuando postulan la inexistencia de un lenguaje co-mn idneo para traducir el utilizado en las diversas luchas nacionales en otro lenguaje comn y cosmopolita (p. 67). Las sucesivas conferencias que tuvieron lugar en la Selva Lacandona, ms la interminable serie de manifestaciones contrarias a la globalizacin neoliberal y la realizacin de los

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    dos foros sociales mundiales en la ciudad de Porto Alegre, demuestran que, contrariamente a lo que se aduce en Impe-rio, existen un lenguaje comn y una comprensin comn entre las diferentes luchas que se entablan en todo el mundo en contra de la dictadura del capital.

    Si las antiguas luchas ya no tienen relevancia (el viejo topo de Marx ha muerto, nos aseguran H & N , para ser reemplazado por las infinitas ondulaciones de la serpiente posmoderna), la estrategia de las luchas anti-capitalistas tiene que cambiar. Los conflictos nacionales ya no se co-munican horizontalmente pero saltan directamente al cen-tro virtual del imperio, y los viejos "eslabones ms dbiles" de la cadena imperialista han desaparecido. N o existen ya las articulaciones del poder global que exhiban una parti-cular vulnerabilidad a la accin de las fuerzas insurgentes. Por consiguiente, "para poder adquirir significacin, toda lucha debe golpear en el corazn del imperio, en su forta-leza" (p. 69). Sorprendentemente, luego de haber argumen-tado en el prefacio del libro que el imperio "es un aparato descentrado y desterritorializador de dominio" (p. 14), el lector se tropieza ahora con la novedad de que las luchas locales y nacionales deben elevarse al centro del imperio, aunque nuestros autores se apresuran a aclarar que no se tra-ta de un centro territorial sino, supuestamente, virtual. Dado que el imperio incluye todos los registros del orden social, hasta los ms profundos, y habida cuenta que no tiene lmites ni fronteras, las mismas nociones de "afuera" y "adentro" perdieron todo su sentido. Ahora todo se encuen-tra dentro del imperio, y su mismo ncleo, su corazn, pue-

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  • de ser atacado desde cualquier parte. Si hemos de creer a H & N , el levantamiento zapatista en Chiapas, las invasiones de tierras del Movimiento de Trabajadores sin Tierra (MST) brasileo, o las movilizaciones de los caceroleros y piquete-ros en la Argentina, no son de un orden distinto al de los atentados del 11 de septiembre de 2001 en Nueva York y Washington. Ser efectivamente as? A juzgar por las reac-ciones de distinto tipo provocadas por todos estos aconteci-mientos, parece que no es precisamente sa la visin que se tiene desde "el corazn del imperio". Por otra parte, cul es el sentido que debemos asignarle a esta expresin? Se est hablando del ncleo capitalista, el centro, la coalicin impe-rialista con su amplia red de crculos concntricos girando en torno al poder capitalista norteamericano, o qu? Qui-nes son los sujetos concretos del "corazn del imperio"? Dnde se encuentran, cul es su articulacin con los pro-cesos de produccin y circulacin de la economa capitalis-ta internacional, qu instituciones coagulan normativa e ideolgicamente su dominio, quines son sus representantes polticos? O se trata tan slo de un conjunto de reglas y procedimientos inmateriales? E l libro no slo no ofrece nin-guna respuesta a estas preguntas, sino que ni siquiera se las formula.

    A estas alturas la teorizacin de H & N se encamina hacia un verdadero desastre, debido a que al postular que todo se encuentra adentro del imperio remueve completamente de nuestro horizonte de visibilidad el hecho de que precisa-mente all existen jerarquas y asimetras estructurales, y que tales diferencias no se cancelan declarando que todo

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    est dentro del imperio y que nada queda fuera de l. Los estudios que los latinoamericanos han hecho sobre el impe-rialismo durante dcadas parecen coincidir, ms all de sus diferencias, en el hecho de que las categoras de "centro" y "periferia" gozan de una cierta capacidad para, al menos en un primer momento, producir una visin ms refinada del sistema internacional. Todo parece indicar que tal distin-cin es ms til que nunca en las circunstancias actuales, entre otras cosas porque la creciente marginalizacin eco-nmica del Sur acentu extraordinariamente las asimetras preexistentes. Basta para confirmar este aserto con recordar lo que peridicamente vienen sealando los informes anuales del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) sobre el desarrollo humano: si a comienzos de los aos sesen-ta la distancia que separaba al 20% ms rico de la poblacin mundial del 20% ms pobre era de 30 a 1, a finales del siglo X X esa razn haba crecido a casi 75 a 1. Es cierto que Bangla-desh y Hait se encuentran en el interior del imperio, pero se hallan por eso en una posicin comparable a la de los Estados Unidos, Francia, Alemania o Japn? Si bien no son idnticos desde el punto de vista de la produccin y circulacin capita-listas, entre "Estados Unidos y Brasil, Gran Bretaa y la India" anotan H & N "no hay diferencias de naturaleza, slo diferencias de grado" (p. 307).

    Esta rotunda conclusin cancela los ltimos cuarenta aos de debates e investigaciones que tuvieron lugar no slo en Amrica Latina sino tambin en el resto del Tercer M u n -do, y nos retrotrae a las teoras norteamericanas en boga en los aos cincuenta y comienzos de los sesenta, cuando auto-

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  • res como Walter W . Rostow, Bert Hoselitz y muchos otros elaboraban sus modelos ahistricos de desarrollo econmi-co. De acuerdo con estas construcciones, tanto en la Euro-pa del siglo XTX como en los Estados Unidos de esa misma poca y en los procesos histricos habidos a mediados del siglo X X en Amrica Latina, Asia y frica, el crecimiento econmico haba seguido una ruta lineal y evolucionista que comenzaba en el subdesarrollo y culminaba en el desarrollo. Este razonamiento se asentaba sobre dos falsos supuestos: primero, que las sociedades localizadas en ambos extremos del continuo compartan la misma naturaleza y eran, en lo esencial, lo mismo. Sus diferencias, cuando existan, eran de grado, como luego diran H & N , lo cual era y es a to-das luces falso. Segundo supuesto: la organizacin de los mercados internacionales careca de asimetras estructurales que pudieran afectar las oportunidades de desarrollo de las naciones de la periferia. Para autores como los arriba men-cionados, trminos tales como "dependencia" o "imperialis-mo" no servan para describir las realidades del sistema y eran antes que nada un tributo a enfoques polticos, y por lo tanto no cientficos, con los cuales se pretenda comprender los problemas del desarrollo econmico. Los llamados "obs-tculos" al desarrollo no tenan fundamentos estructurales, sino que eran el producto de torpes decisiones polticas, de elecciones desafortunadas de los gobernantes o de factores inerciales fcilmente removibles. E n los trminos utilizados por H & N , todos estaban "adentro" del sistema.

    E n este imaginario regreso al pasado cabe recordar lo siguiente: A comienzos de la dcada de los setenta el debate

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    latinoamericano sobre la dependencia, el imperialismo y el neocolonialismo haba llegado a su apogeo, y sus resonan-cias atronaban en la academia y los medios polticos norte-americanos. E l impacto del mismo era de tal magnitud que Henry Kissinger, a la sazn jefe del Consejo Nacional de Se-guridad y en ruta hacia su cargo como secretario de Estado de Richard Nixon, consider necesario intervenir en ms de una ocasin en las discusiones y debates suscitados por los latinoamericanos. La tesis de H & N sobre la indiferenciacin de las naciones en el interior del imperio evoca un cnico co-mentario que Kissinger hiciera sobre este tema. Manifestan-do su rechazo a la idea de la dependencia econmica de las naciones del Tercer Mundo y cuestionando la extensin e importancia de las asimetras estructurales en la economa mundial, Kissinger observ que "hoy todos somos depen-dientes. Vivimos en un mundo interdependiente. Los Esta-dos Unidos dependen de las bananas hondurenas tanto co-mo Honduras depende de las computadoras norteamerica-nas"4. Como puede concluirse muy fcilmente, algunas de las afirmaciones expresadas con tanta contundencia en Imperio por ejemplo que no hay ms diferencias entre el centro y la periferia del sistema, que ya no hay un "afuera", que los actores tienen una mera diferencia de grado, etc. estn le-jos de ser novedosas y haban sido puestas en circulacin por tericos reconocidamente afiliados a la derecha, que oponan una teora de la "interdependencia" a la dependencia y el im-

    4. Henry Kissinger es considerado por el novelista y ensayista estado-unidense Gore Vidal como "el ms conspicuo criminal de guerra que anda suelto por el mundo". Cf. Saxe-Fernndez y Petras, 2001, p. 25.

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  • perialismo, y que rehusaban aceptar que la economa inter-nacional se caracterizaba por la radical asimetra que separaba a las naciones del centro de aquellas de la periferia del sistema.

    H & N concluyen esta seccin del libro introduciendo el guila de dos cabezas que simbolizaba el antiguo Imperio austro-hngaro como un emblema adecuado para el actual imperio. Sin embargo, para este caso una pequea reforma parece adecuada dado que las dos cabezas tendrn que mirar hacia adentro, como si estuvieran a punto de atacarse una a la otra. La primera cabeza del guila imperial representa la estructura jurdica y no el fundamento econmico del imperio. Tal como hemos comentado, hay muy poco de eco-noma poltica en este libro, y la ausencia de incluso la ms elemental mencin a la estructura econmica del imperio en lo que se postula como su imagen emblemtica revela los extraos senderos por los cuales se han internado nuestros autores y en los cuales han perdido definitivamente el rum-bo. Es por eso que la segunda cabeza del guila, que mira fijamente a la que representa el orden jurdico del imperio, simboliza "la multitud plural de las subjetividades produc-tivas y creativas de la globalizacin" (p. 70). Esta multitud es la verdadera

    "...fuerza absolutamente positiva que impulsa al poder dominante hacia una unificacin abstracta y vaca y se presenta como una alternativa distinta de tal unificacin. E n esta perspectiva, cuando el poder constituido. del imperio aparece meramente como una privacin del ser y la produccin, como un indicio abstracto y vaco del

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    poder constitutivo de la multitud, estamos en condicio-nes de reconocer el verdadero punto de vista de nuestro anlisis" (p. 72).

    Conclusin: los interesados en explorar las alternativas al imperio encontrarn muy poca ayuda en esta seccin del libro. Lo que hallarn es un certificado de defuncin para el arcaico "internacionalismo proletario" (sin la menor men-cin al nuevo internacionalismo que irrumpe con fuerza desde Seattle)5; una peticin de principios en el sentido de que las luchas populares son incomunicables y que carecen de un lenguaje comn; un embarazoso silencio en relacin con el enemigo concreto con quien se enfrenta la omnipo-tente multitud o, en el mejor de los casos, una desmoviliza-do ra vaguedad ("un rgimen de relaciones globales"); la desaparicin de los "eslabones ms dbiles" y de la distin-cin entre centro y periferia; y que la vieja distincin entre estrategia y tctica ha periclitado porque ahora slo existe un modo de luchar contra el imperio, estratgico y tctico a la vez, y ese modo es el alzamiento de un contrapoder constituyente que emerge de su seno, algo difcil de enten-der a la luz del rechazo que H & N hacen de la dialctica. La nica leccin que se puede aprender es que debemos tener confianza en que la multitud asumir finalmente las tareas

    5. Sobre el particular recomiendo ver compilacin preparada en el nmero del Observatorio Social de Amrica Launa de C L A C S O dedicado al "nuevo internacionalismo" con textos de Noam Chomsky, Ana Esther Cecea, Christophe Aguiton, Rafael Freir, Walden Bello, Jaime Estay y Francisco Pineda. CE OSAL, N 6, enero del 2002.

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  • asignadas por H & N . Cmo y cundo esto vaya a ocurrir escapa por completo a las preocupaciones objeto de aten-cin en el libro. N o hay una discusin sobre las formas de lucha; los modelos organizacionales (asumiendo, como lo hacen los autores, que partidos y sindicatos son cadveres ilustres); las estrategias de movilizacin y las tcticas de en-frentamiento; la articulacin entre las luchas econmicas, polticas e ideolgicas; los objetivos a largo plazo y la agen-da de la revolucin; los instrumentos de poltica a ser utili-zados para poner fin a las iniquidades del capitalismo global; las alianzas internacionales; los aspectos militares de la sub-versin promovida por la multitud; y muchos otros temas de similar trascendencia. Tampoco hay una tentativa de vin-cular la actual discusin posmoderna sobre la empresa sub-versiva de las multitudes con los debates previos del movi-miento obrero y de,las fuerzas contestatarias en general, como si la fase en que nos hallamos no hubiera surgido del desenvolvimiento de las luchas sociales del pasado y hubie-ra brotado, en cambio, de la cabeza de los filsofos. Lo que s encontramos en esta parte del libro es una vaga exhorta-cin a confiar en las potencialidades transformadoras de la multitud la cual, de manera misteriosa e imprevisible, un buen da doblegar todas las resistencias y bloqueos, some-ter a sus enemigos para... Para hacer qu, para construir qu tipo de sociedad? Bien, sus mentores intelectuales an no nos lo dicen.

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    C A P T U L O III

    M E R C A D O S , E M P R E S A S T R A N S N A C I O N A L E S

    Y E C O N O M A S N A C I O N A L E S

    U N A C O N F U S I N R E C U R R E N T E

    La candida aceptacin que Hardt y Negri hacen de un as-pecto crucial de la ideologa del mercado mundial retrata de manera clarsima las consecuencias de su radical incom-prensin del capitalismo contemporneo. Inexplicable-mente empecinados con el mito nada inocente de que los estados nacionales estn prximos a su completa desapari-cin, nuestros autores hacen suya, como si fuera la verdad revelada por un profeta, la opinin del ex secretario de Tra-bajo de los Estados Unidos, Robert Reich, cuando escribi que

    "...puesto que casi todos los factores de produccin e l dinero, la tecnologa, las fbricas y los equipamientos cruzan sin esfuerzo las fronteras, la idea misma de una economa [nacional] va perdiendo sentido... [En el futu-ro] no habr productos o tecnologas nacionales, n i em-presas nacionales, n i industrias nacionales. Ya no habr

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  • economas nacionales al menos en el sentido en que com-prendemos hoy ese concepto" (p. 147).

    Cuesta creer que un intelectual del calibre de Toni Negri, quien en el pasado demostr un fuerte inters en los estu-dios econmicos, pueda citar una opinin como la prece-dente. Primero que nada, Reich astutamente habla de "casi todos los factores de la produccin", una manera elegante de evitar referirse al hecho embarazoso de que hay otro factor crucial de la produccin, la fuerza de trabajo, que "no cruza sin esfuerzos las fronteras". Esta creencia en la libre movili-dad de los factores productivos se encuentra en el ncleo fundamental de la ideologa empresarial norteamericana, em-peada como est en embellecer las supuestas virtudes de los mercados libres al paso que se condena cualquier tipo de in-tervencin estatal que no favorezca a los monopolios y oligo-polios o que introduzca siquiera un mnimo grado de con-trol popular o democrtico en los procesos econmicos. H & N parecen ignorar, desde su plataforma en la estratosfe-ra, que Reich fue el secretario de Trabajo en un gobierno que presidi uno de los perodos ms dramticos de reconcen-tracin de ingresos y riquezas en toda la historia de los Esta-dos Unidos, cuando los asalariados vieron desmantelar algu-nas de las piezas ms importantes de la legislacin laboral, y la precarizacin lleg a niveles sin precedentes.no slo en los distritos rurales de Alabama y California sino tambin en el Upper West Side de Manhattan, donde cientos de negocios elegantes reclutaban inmigrantes indocumentados para aten-der a sus clientes pagando salarios que se encontraban muy por debajo del mnimo legal. Quizs nuestros dos acadmi-

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    eos no pudieron percibir, desde el sereno confort de sus bibliotecas, que ninguno de estos inmigrantes ilegales tran-sita sin esfuerzos por las fronteras norteamericana o france-sa. La historia de estos inmigrantes es de violencia y muer-te, de dolor y miseria, de sufrimientos y de humillaciones, y es una historia en la cual el actor crucial es el que H & N describen como el declinante estado-nacin. Hubiera con-venido que antes de escribir sobre estos temas los autores hubiesen entrevistado a algn trabajador indocumentado procedente de Mxico, E l Salvador o Hait para preguntar-le qu significa la expresin "la migra", nombre de la poli-ca migratoria de los Estados Unidos y cuya sola mencin aterroriza a los inmigrantes; o que lo interroguen acerca de cunto tuvo que pagar para ingresar ilegalmente en los Esta-dos Unidos, cuntos de sus amigos murieron en el intento, o qu quiere decir la palabra "coyote" en la frontera califor-niana. Oyeron hablar de los fallidos inmigrantes abando-nados en el desierto fronterizo que mueren calcinados por el sol pero reconfortados por las palabras de Reich? Pueden ignorar que la frontera mexicano-norteamericana cobr ma-yor nmero de vctimas humanas que el infame Muro de Berln a lo largo de toda su existencia? Convendra tambin que preguntas similares les fueran formuladas a los inmi-grantes ilegales en Francia y el resto de Europa. Una rpida ojeada a algunos de los documentos del P N U D o de la Or-ganizacin Internacional del Trabajo (OIT) les hubieran ahorrado a H & N cometer errores maysculos como ste.

    Claro que no es el nico. Nuestros autores parecen creer que el dinero, la tecnologa, las fbricas y el equipamiento

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  • tambin gozan de los favores de la ilimitada movilidad. E l dinero es, sin duda, el ms mvil de todos, pero an as se encuentra sujeto a ciertas restricciones. N o son sumamente estrictas pero existen. Pero, qu pensar de la tecnologa y todo el resto? Creen de verdad que ella y los dems factores de la produccin circulan tan libremente a travs de la fron-tera como lo pregona Reich? Qu tecnologa, en todo caso? La de ltima generacin? Eso es algo que hasta un nio de la escuela primaria ya sabe. Obviamente que la tecnologa y sus productos circulan, pero la que se mueve con tantas libertades seguramente no es la ltima, n i la mejor. Los pa-ses del Tercer Mundo saben que pueden acceder sin proble-mas a tecnologas obsoletas, o semi-obsoletas, verdaderas reliquias ya abandonadas por las naciones que van a la cabe-za del concierto industrial del planeta. Si las mejores tecno-logas fluyeran como asegura el discurso empresarial, por qu hay tantos casos de espionaje industrial, que involucra a la totalidad de los pases industrializados? Cmo explicar la piratera industrial, las imitaciones y copias ilegales de toda clase de tecnologas y productos?

    La aceptacin de algunos de los presupuestos centrales de los idelogos de la globalizacin por parte de H & N es su-mamente preocupante. Su creencia en la desaparicin de los productos, empresas e industrias nacionales es absolutamen-te indefendible a la luz de la evidencia cotidiana que de-muestra la vitalidad, sobre todo en los pases ms desarrolla-dos, de tarifas aduaneras, barreras no arancelarias y subsidios especiales por los cuales los gobiernos buscan favorecer de mi l maneras a sus productos nacionales, sus empresas y sus

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    actividades econmicas. Nuestros autores viven en pases en los cuales el proteccionismo tiene una fortaleza extraordina-ria, y slo puede ser ignorado por quienes se empeen en negar su existencia simplemente porque el mismo no tiene lugar en su teora. E l gobierno norteamericano protege a los habitantes de su pas de la competencia externa de las fru-tillas mexicanas, los automviles brasileos, los tubos sin costura de la Argentina, los textiles salvadoreos, las uvas chilenas y la carne uruguaya, mientras que del otro lado del Atlntico los ciudadanos europeos se encuentran segura-mente protegidos por la "Fortaleza Europa" que, mientras pregona hipcritamente las virtudes del libre comercio, cie-rra hermticamente sus puertas a la "amenaza" originada por las vibrantes economas de frica, Amrica Latina y Asia.

    C o n relacin a la declarada desaparicin de las empresas na-cionales, un simple test bastara para demostrar el insanable equvoco de esa tesis. Por ejemplo, H & N deberan tratar de convencer a un gobierno amigo o a alguna multitud decidida a todo de que expropie la sucursal local de una firma "glo-bal" y, por lo tanto, supuestamente desenganchada de cualquier base nacional como por ejemplo Microsoft, McDonald's o Ford; o si prefieren, pueden indicar que se haga lo propio con el Deutsche Bank o Siemens, o con la Shell y Unilever. Luego slo resta sentarse a esperar para ver quin apa-rece en la capital de tan audaz repblica para exigir una revisin de la medida. Si las empresas fuesen globales, correspondera que hiciera su aparicin para presionar al gobierno local por su decisin en nombre de los mercados globales y la economa

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  • mundial el Sr. Kofi Annan, o el Director General de la Orga-nizacin Mundial del Comercio ( O M C ) . Sin embargo, es muy probable que en vez de tales personajes aparezca el embajador de los Estados Unidos, o de Alemania, o del Reino Unido para exigir, con la rudeza e insolencia acostumbradas, la inmediata revisin de la decisin so pena de castigar al pas con toda clase de sanciones y penalidades. Pero si este ejemplo hipottico resultara demasiado rebuscado, H & N deberan preguntarse, por ejemplo, quin fue el representante de la Boeing Corpora-tion en las duras negociaciones con los funcionarios de la Unin Europea en relacin con la competencia comercial con el Airbus. Creen que los intereses de la primera fueron defen-didos por un descafeinado C E O nacido en Bangladesh y que realiz sus estudios de postgrado en Administracin de Empre-sas en Chicago, o por los ms altos funcionarios del gobierno norteamericano con la ayuda de su embajador en Bruselas ac-tuando en directa comunicacin con la Casa Blanca? E n el mundo real, y no en la nebulosa repblica imaginada por los filsofos, lo ltimo es lo que realmente ocurre, y esto lo sabe cualquier estudiante de Introduccin a la Economa en el pri-mer cuatrimestre de estudios de licenciatura a las dos semanas de iniciadas las clases.

    Pueden H & N desconocer que las doscientas megacor-poraciones que prevalecen en los mercados mundiales regis-tran ventas por un total combinado mayor que la totalidad de los pases del planeta excepto los nueve mayores? Sus ingresos totales anuales alcanzan los 7,1 billones de dlares y son tan grandes como la riqueza combinada del 80% de la poblacin mundial, cuyos ingresos apenas alcanzan los 3,9

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    billones6. Pese a ello, estos gigantescos leviatanes de la eco-noma mundial emplean a menos de un tercio del 1% de la poblacin mundial (Barlow, 1998). La retrica de los ide-logos de la globalizacin neoliberal no alcanza a disimular el hecho de que el 96% de esas doscientas empresas globales y transnacionales tienen sus casas matrices en ocho pases, es-tn legalmente inscritas en los registros de sociedades anni-mas de ocho pases, y sus directorios tienen su sede en ocho pases del capitalismo metropolitano. Menos del 2% de los miembros de sus directorios son extranjeros, mientras que ms del 85% de todos los desarrollos tecnolgicos de las fir-mas se originan dentro de sus "fronteras nacionales". Su al-cance es global, pero su propiedad y sus propietarios tienen una clara base nacional. Sus ganancias fluyen de todo el mundo hacia su casa matriz, y los crditos necesarios para financiar sus operaciones mundiales son obtenidos conve-nientemente por sus casas centrales en los bancos de su sede nacional a tasas de inters imposibles de encontrar en los ca-pitalismos perifricos, con lo cual pueden desplazar fcil-mente a sus competidores (Boron, 1999: p. 233; Boron, 2000[b]: pp. 117-123).

    Noam Chomsky cita, por ejemplo, un informe reciente de la revista de negocios Fortune en el que se revela que, en una encuesta practicada entre las cien ms grandes empresas transnacionales de todo el mundo, la totalidad de las firmas, sin una sola excepcin, reconocieron haberse beneficiado de

    6. Recordamos que un billn, en espaol, equivale a un milln de millo-nes.

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  • una manera u otra de las intervenciones hechas en su favor por los gobiernos de "sus pases" y el 20% de ellas admiti que haban evitado la bancarrota gracias a los subsidios y los prstamos de rescate que les haban sido oportunamente concedidos por sus gobiernos' (Chomsky, 1998; Kapstein, 1991/2). E n suma: pese a lo afirmado por los autores de Imperio, los estados-nacin todava siguen siendo actores cruciales en la economa mundial, y las economas naciona-les siguen existiendo.

    S O B R E L A L G I C A P O S M O D E R N I S T A D E L C A P I T A L G L O B A L

    E n lnea con el argumento desarrollado en la seccin anterior, H & N afirman que con la constitucin del imperio se produjo un profundo cambio en la lgica con la cual opera el capital global. La lgica que predomina en nuestros das es la del posmodernismo, con su nfasis en la exaltacin de lo instantneo, los perfiles siempre cambiantes de los deseos, el culto a la eleccin individual, "la adquisicin per-petua y el consumo de mercancas y de imgenes mercanti-lizadas (...) la diferencia y la multiplicidad (...) el fetichismo y los simulacros, el mostrarse continuamente fascinado con lo nuevo y con la moda" (pp. 147-148). Todo esto lleva a nuestros autores a concluir que las estrategias del marketing siguen una lgica posmoderna, puesto que aqul es una prctica empresarial orientada a maximizar las ventas a par-tir del reconocimiento y explotacin comercial de las dife-rencias. A medida que las poblaciones se tornan cada vez ms hbridas, las posibilidades de crear nuevos "mercados

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    puntuales" proliferan inconteniblemente. La consecuencia es que el marketing despliega un infinito abanico de estrate-gias comerciales: "una para varones gay latinos de entre die-ciocho y veintids aos, otra para adolescentes chino-ame-ricanas, etctera" (p. 148).

    Conscientes de que al pretender inferir la lgica global del capital desde las estrategias del marketing se encuentran en un terreno muy resbaladizo, H & N dan un paso al fren-te para asegurar que la misma lgica posmoderna es la que impera en el corazn de la economa capitalista: la esfera de la produccin. Para ello se hacen eco de algunos desarrollos recientes en el campo de la administracin de empresas, en donde se afirma que las corporaciones tienen que ser "m-viles, flexibles y capaces de tratar eficientemente con la dife-rencia" (p. 148). Como era previsible, la aceptacin ingenua de estos supuestos avances en la "ciencia de la administra-cin" en realidad, estrategias para potenciar la extraccin de la plusvala condujo a H & N a una visin completa-mente idealizada de las corporaciones globales de nuestros das. Estas aparecen como "mucho ms diversificadas y flui-das culturalmente que las organizaciones modernas parro-quiales de los aos anteriores". Una consecuencia de esta mayor diversidad y fluidez se pone en evidencia en el hecho de que, segn nuestros autores, "las antiguas formas mo-dernas de la teora racista y sexista son los enemigos expl-citos de esta nueva cultura corporativa" (p. 149). Por ello, las empresas globales estn ansiosas por incluir

    "...las diferencias dentro de su mbito y con ello apuntan

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  • a maximizar la creatividad, la espontaneidad y la diversi-dad dentro del ambiente laboral. Potencialmente, la gran empresa debera incluir a personas de todas las razas, sexos y orientaciones sexuales; la rutina diaria del lugar de trabajo debera rejuvenecerse en virtud de los cambios inesperados y una atmsfera de distensin. Rompamos las viejas barreras y dejemos que florezcan cien flores!" (p. 149).

    Luego de leer estas lneas uno no puede menos que pre-guntarse hasta qu punto las corporaciones son el hogar de relaciones de produccin en donde se explota a los asalaria-dos o si, por el contrario, no son verdaderos parasos terre-nales. N o parece necesario ser un experto en el campo de la administracin de empresas para concluir que la rosada des-cripcin hecha por nuestros autores guarda poca relacin con la realidad, pues el sexismo, el racismo y la homofobia son prcticas que an gozan de envidiable salud en la cor-poracin global posmoderna. Quizs esta mejorada atms-fera empresarial tenga poco que ver con el hecho que, tal como lo reportara el New England Journal of Medicine du-

    rante el apogeo de la prosperidad norteamericana, "los varo-nes negros en Harlem tenan menos probabilidades de llegar a la edad de 65 que los hombres en Bangladesh" ( N E J M , 1990). H & N vuelven a caer recurrentemente en los sutiles lazos de la literatura empresarial y los idelogos del libre mercado. Si furamos a aceptar sus puntos de vista en realidad los puntos de vista de los gures de las escuelas de administracin de empresas! todo el debate en torno al despotismo del capital en la empresa pierde su significacin,

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    lo mismo que las cada vez ms intensas demandas a favor de la democratizacin de las firmas propuestas por tericos de la talla de Robert A . Dahl en los ltimos aos (Dahl, 1995: pp. 134-135). Aparentemente, la tirana estructural del capital se ha desvanecido en la medida en que los asalariados acu-den a su trabajo no para ganarse el pan sino para entrete-nerse en un clima distendido y agradable que les permite expresar sus deseos sin ninguna clase de restricciones. Este retrato difcilmente se reconcilie con las historias que repor-ta inclusive la prensa ms vinculada al capital en relacin a la extensin de la jornada de trabajo en la corporacin glo-bal, el impacto devastador de la flexibilizacin laboral, la degradacin del trabajo, la acrecentada facilidad para despe-dir trabajadores, la precarizacin del empleo, las tendencias hacia una reconcentracin regresiva de los sueldos y salarios dentro de la firma, para no mencionar historias de horror tales como la explotacin de los nios en muchas corpora-ciones globales.

    Pareciera innecesario insistir ante dos autores que se iden-tifican como comunistas y buenos lectores de Marx sobre el hecho de que la lgica del capital, sea global o nacional, poco tiene que ver con la imaginera proyectada por los te-ricos de las escuelas de negocios o por los eclcticos filsofos posmodernos. E l capital se moviliza por una inexorable lgi-ca de generacin de ganancias, cualesquiera sean los costos sociales o ambientales que sta demande. A fin de maximi-zar las ganancias e incrementar la seguridad de largo plazo el capital viaja por todo el mundo, y es capaz de establecerse prcticamente en cualquier lugar. Las condiciones polticas

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  • son un asunto de la mayor importancia, especialmente si se atiende a la necesidad de mantener a la fuerza de trabajo obediente y disciplinada. E l chantaje empresarial tambin desempea un papel muy importante, debido a que las fir-mas globales, con el apoyo de "sus gobiernos", procuran ser beneficiadas con concesiones extraordinarias hechas por los sedientos estados de la periferia empobrecida. Estas conce-siones van desde generosas exenciones impositivas de todo tipo hasta la implantacin de una legislacin laboral contra-ria a los intereses de los trabajadores, o que desaliente la militancia sindical y debilite la accin de los sindicatos de izquierda capaces de perturbar la atmsfera normal de los negocios. E n el mundo desarrollado, en cambio, las dificul-tades para desmontar las conquistas de los trabajadores y la legislacin avanzada sancionada en la poca de oro del esta-do keynesiano son mucho mayores. Pero la imposibilidad de apelar a expedientes que faciliten la superexplotacin de los trabajadores se compensa con el mayor tamao de los mer-cados en sociedades en las cuales el progreso social cre una pauta de consumo de masas difcilmente disponible en los pases de la periferia.

    L A S E M P R E S A S T R A N S N A C I O N A L E S Y E L E S T A D O - N A C I N

    E l captulo 14 del libro se dedica al tema de la constitu-cin mixta del imperio. E l mismo se abre, sin embargo, con un epigrama sorprendente que refleja la inusitada penetra-cin de los prejuicios burgueses an en las mentes de dos intelectuales tan lcidos y cultos como Hardt y Negri. El

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    epigrama en cuestin es una afirmacin hecha no por un gran filsofo o por un distinguido economista. Tampoco la formula un estadista de renombre o un lder popular. Se trata de unas palabras pronunciadas por Bi l l Gates, y dicen lo siguiente:

    "Uno de los aspectos maravillosos de la autopista de la in-formacin es que la equidad virtual es mucho ms fcil de lograr que la equidad del mundo real (...) E n el mundo virtual todos somos criaturas iguales".

    Dos breves comentarios. E n primer lugar, nadie com-prende la razn por la cual un captulo destinado a exami-nar los problemas de la constitucin mixta del imperio comienza por una cita banal de Bi l l Gates sobre la supuesta equidad de las autopistas de la informacin. Tal vez porque citar a Gates se ha convertido en una moda entre algunos intelectuales progresistas de Europa y los Estados Unidos. E l lector, an el mejor predispuesto, no puede sino sentir un molesto escozor ante este tributo pagado al hombre ms rico del mundo y la personificacin ms genuina de un orden mundial que, supuestamente, H & N desean fervientemente cambiar.

    Lo segundo, y an ms importante, es que Gates est equivocado, profundamente equivocado. N o todos hemos sido creados igual en el mundo de la informacin y en el fantasioso universo de la virtualidad. Seguramente Gates jams trat con alguna de las tres m i l millones de personas que en el mundo nunca hicieron o recibieron un llamado

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  • telefnico. Tanto l como Hardt y Negri deberan recordar que en pases muy pobres, como Afganistn, por ejemplo, slo cinco de cada mi l personas tienen acceso a un telfono. Esta figura, espeluznante, est lejos de ser exclusiva de ese pas. E n muchas reas del sur de Asia, en frica al sur del Sahara, y en algunas regiones muy atrasadas de Amrica La-tina y el Caribe, las cifras no son mucho mejores (Wresch, 1996). Para la mayora de la poblacin mundial los comen-tarios de Gates son una broma, cuando no un insulto a su miserable e inhumana condicin.

    Dejando de lado este desafortunado comienzo, el captu-lo introduce una periodizacin del desarrollo capitalista que consta de tres fases: la primera, que se extiende a lo largo de los siglos X V I I I y XLX, es un perodo de capitalismo com-petitivo caracterizado segn H & N por "la necesidad relati-vamente escasa de intervencin estatal, tanto en el interior de las grandes potencias como fuera de ellas" (p. 282). Para nuestros autores las polticas proteccionistas de Inglaterra, los Estados Unidos, Francia, Blgica, Holanda y Alemania, amn de las polticas imperialistas de expansin colonial promovidas e implementadas por los respectivos gobiernos nacionales, no califican para ser consideradas como "inter-vencin estatal". De la misma manera, la legislacin desti-nada a reprimir a los trabajadores sancionada con diferentes grados de intensidad en todos esos pases durante un largo perodo histrico tampoco sera un ejemplo de intervencin del estado en la vida econmica y social. Tngase en cuenta que dichos cuerpos legales incluyen casos tan relevantes como la anti-combination act de Inglaterra, la ley Le Chape-

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    Uier en Francia, la legislacin anti-socialista del Canciller Bismarck en Alemania, que conden al exilio a miles de tra-bajadores, y las normas legales que hicieron posibles las prcticas brutalmente represivas en contra de los trabajado-res en los Estados Unidos, emblematizadas en la matanza del I o de mayo de 1886 en Haymarket Square, en Chicago. E n su momento Gramsci formul algunas muy precisas observaciones en torno a la "cuestin meridional", en las que demostraba que el complejo sistema de alianzas que hizo posible la unificacin italiana descansaba sobre un con-junto de sofisticadas polticas econmicas que permitan sostener, en los hechos, la coalicin dominante. Fue este au-tor quien seal el "error terico" de las doctrinas liberales que celebraban la supuesta prescindencia del estado en rela-cin al proceso de acumulacin capitalista. En los Quader-ni, Gramsci escribi que:

    "el laissez-faire tambin es una forma de 'regulacin esta-tal, introducida y mantenida por medios legislativos y coercitivos. Es una poltica deliberada, consciente de sus propios fines, y no la expresin espontnea y automtica de los hechos econmicos. Consecuentemente, el libera-lismo del laissez-faire es un programa poltico" (Gramsci, 1971: p. 160).

    La razn de este grueso error debe hallarse en la incapa-cidad de los escritores liberales para reconocer el hecho de que la distincin entre sociedad poltica y sociedad civil, en-tre economa y poltica, "es hecha y presentada como si fue-ra una distincin orgnica, cuando se trata de una distincin

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  • meramente metodolgica" (Gramsci, 1971: p. 160). La "pasividad" del estado cuando el zorro entra en el gallinero no puede ser concebida como la inaccin propia de un actor neutral. Esa conducta se denomina complicidad o, en algu-nos casos, conspiracin. Estos breves ejemplos son suficien-tes para comprobar que el saber convencional no tiene capa-cidad de proveer guas adecuadas para explicar algunos de los rasgos centrales del primer perodo identificado por H & N . Y ciertamente la prescindencia estatal no fue uno de ellos. Es verdad que, por comparacin a lo que habra de ocu-rrir en el perodo posterior a la Gran Depresin, los niveles de intervencin estatal eran menores. Pero esto no significa que no hubiera intervencin, o que la necesidad de la misma fuera mucho menor. Haba, por el contrario, una gran nece-sidad de ella, y los diversos gobiernos burgueses respondie-ron adecuadamente a la misma. Naturalmente, luego de la Primera Guerra Mundia l y la crisis de 1929 estas necesida-des aumentaron extraordinariamente, pero ello no debera conducirnos a creer que con anterioridad a estas fechas el estado no jug un papel de primer orden en la acumulacin capitalista.

    Pero el problema ms serio con la interpretacin de H & N surge cuando ellos se dirigen a la "tercera fase" en la historia del matrimonio entre el estado y el capital. En sus propias palabras:

    " H o y ha madurado plenamente una tercera fase de esta relacin, en la cual las grandes compaas transnacionales han superado efectivamente la jurisdiccin y la autoridad

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    de los estados-nacin. Parecera pues que esta dialctica que ha durado siglos llega a su fin: el estado ha sido derro-tado y las grandes empresas hoy gobiernan la Tierra! (p.

    283, bastardillas en el original).

    Esta afirmacin no slo es errnea sino que tambin ex-^ pone a nuestros autores a nuevos desaires. Preocupados por haber ido demasiado lejos en su entusiasmo anti-estatista, advierten que es necesario "hacer un examen ms minucio-so del proceso mediante el cual cambi la relacin entre el estado y el capital" (p. 283). Lo curioso del caso es que luego de escribir esta oracin no procedieron con la misma con-viccin a borrar la anterior, con lo que se afirma la sospecha de que la primera representa bastante adecuadamente lo que piensan sobre el tema. Para ellos uno de los rasgos cruciales de la poca actual es el desplazamiento de las funciones esta-tales y de las tareas polticas hacia otros niveles y dominios de la vida social. Revirtiendo el proceso histrico por el cual el estado-nacin "expropi" las funciones polticas y admi-nistrativas hasta entonces retenidas por la aristocracia y los magnates locales, en esta tercera fase en la historia del capi-tal tales tareas y funciones fueron reapropiadas por alguien ms, pero por quin? N o lo sabemos, porque en la argu-mentacin de H & N se produce un significativo silencio lle-gado este punto. Comienzan de un modo axiomtico aseve-rando que el concepto de soberana nacional est perdiendo su efectividad, sin preocuparse por proveer algn tipo de referencia emprica que avale esta tesis; y lo mismo ocurre con la famosa tesis de la "autonoma de la poltica". Si en relacin a la primera tesis la evidencia est completamente

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  • ausente, y todo lo que puede decirse es que se trata de un lugar comn de la ideologa burguesa con-tempornea, en lo tocante a la segunda tesis H & N estn completamente equivocados. Para respaldar su interpretacin nuestros autores sostienen que "hoy no tiene razn de ser ninguna nocin de la poltica que la entienda como una esfera inde-pendiente donde se determina el consenso y como una esfera de mediacin entre fuerzas sociales" (pp. 283-284). Pregunta: cundo y dnde fue la poltica esa "esfera inde-pendiente" o esa simple "esfera de mediacin"? Ante la cual podra responderse que lo que est en crisis no es tanto la poltica que puede estarlo, pero por otras razones sino una concepcin schmittiana de la poltica, una concepcin que muchos intelectuales progresistas en Europa y los Esta-dos Unidos cultivaron con desordenada pasin por muchos aos. Producto de esta viciosa adiccin, las confusas cons-trucciones doctrinales de un terico nazi como Cari Schmitt no slo un acadmico sino tambin uno de los ms ele-vados magistrados del Tercer Re ich fueron descifradas como una contribucin de primer orden a la teora poltica capaz de hallar la va de escape para la tantas veces pregona-da "crisis del marxismo". Pero contrariamente a las ense-anzas de Schmitt, la poltica en las sociedades capitalistas nunca fue una esfera autnoma de las dems. Esta discusin es demasiado conocida y gener ros de tinta en los aos setenta y ochenta del siglo pasado como para intentar resu-mirla ahora. Nos basta, a los efectos de este trabajo, con una breve referencia a un par de trabajos que abordan de mane-ra directa esta problemtica (Meiksins Wood, 1995: pp. 19-48; Boron, 1997: pp. 95-137). E n todo caso, nuestros auto-

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    res se acercan ms a la verdad cuando anotan, pocas lneas ms abajo, que "La poltica no desaparece; lo que desapare-ce es toda nocin de autonoma de lo poltico" (p. 284). Pero, una vez ms: el problema aqu es menos con la polti-ca que, sin dudas, ha cambiado que con la absurda nocin de la autonoma de la poltica y de lo poltico, ali-mentada durante dcadas por acadmicos e intelectuales rabiosamente anti-marxistas y deseosos de sostener, contra toda evidencia, la visin fragmentaria de lo social tpica de lo que Gyorg Lukcs caracterizara como el pensamiento burgus (Lukcs, 1971).

    E n la interpretacin de H & N el declinar experimentado por la autonoma de la poltica dio lugar a una concepcin ultra-economicista del consenso, "determinado ms signifi-cativamente por factores econmicos tales como los equili-brios de los balances comerciales y la especulacin sobre el valor de las monedas" (p. 284). De este modo, la teorizacin gramsciana que vea al consenso como la capacidad de la alianza dominante de garantizar una direccin intelectual y moral que la estableciera como la vanguardia del desarrollo de las energas nacionales, es completamente dejada de lado en el anlisis que nuestros autores efectan del estado en la fase actual. E n su lugar, el consenso aparece como el reflejo mecnico de las noticias econmicas, como una sumatoria de clculos mercantiles sin lugar alguno para las mediacio-nes polticas, perdidas todas ellas en la noche de los tiempos. Su reduccionismo y economicismo desfiguran por comple-to la complejidad del proceso de construccin del consenso en los capitalismos contemporneos y, por otra parte, no

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  • resisten el rigor del anlisis que demuestra cmo, en innu-merables ocasiones, se produjeron significativas conmocio-nes polticas en momentos en que las variables econmicas se movan en la "direccin correcta", como lo ejemplifica la historia europea y norteamericana en los aos sesenta del si-glo pasado. Por otra parte, pocas de profunda crisis econ-mica no necesariamente se tradujeron en el rpido derrum-be de los consensos polticos preexistentes. La pasividad y la aquiescencia populares fueron notables, por ejemplo, en la ominosa dcada del 1930 en Francia e Inglaterra, muy al contrario de lo que por esa misma poca estaba ocurriendo en la vecina Alemania. E n consecuencia: es indiscutible que, dado que la poltica no es una esfera autnoma de la vida social, existe una ntima conexin entre los factores econ-micos y los de orden poltico, social, cultural e internacional que, en un momento determinado, cristalizan en la cons-truccin de un consenso poltico duradero. Por eso mismo cualquier esquema conceptual reduccionista, sea del tipo que fuere, economicista o politicista, es incapaz de rendir cuenta de la realidad.

    E l remate del anlisis realizado por nuestros autores es extraordinariamente importante y puede resumirse de la~ si-guiente manera: la decadencia de la poltica como esfera autnoma "indica adems la decadencia de todo espacio in-dependiente donde pueda florecer la revolucin dentro del rgimen poltico nacional o donde sea posible transformar el espacio social utilizando los instrumentos del estado" (p. 284). Las ideas tradicionales de construir un contrapoder o de oponer una resistencia nacional contra el estado han ido

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    perdiendo cada vez ms relevancia en las presentes circuns-tancias. Las principales funciones del estado han migrado hacia otras esferas y dominios de la vida social, principal-mente hacia "los mecanismos de mando del nivel global de las grandes empresas transnacionales" (p. 284). E l resultado de este proceso fue algo as como la autodestruccin o el sui-cidio del estado capitalista democrtico nacional, cuya sobe-rana se fragment y dispers entre una vasta coleccin de nuevas agencias, grupos y organizaciones entre los que so-bresalen "los bancos, organismos de planificacin interna-cionales y otros... que progresivamente tendieron a buscar legitimidad en un nivel transnacional de poder" (p. 285). C o n relacin a las posibilidades que se abren ante esta trans-formacin la sentencia de nuestros autores es radical e ina-pelable: "la decadencia del estado-nacin no es meramente el resultado de una posicin ideolgica que podra revertir-se mediante un acto de voluntad poltica: es un proceso estructural e irreversible" (p. 308). Los fragmentos dispersos de la vieja soberana estatal, y su capacidad inherente de encontrar obediencia a sus mandatos, fueron recuperados y reconvertidos por "toda una serie de cuerpos jurdico-eco-nmicos, tales como el G A T T , la Organizacin Mundial del Comercio, el Banco Mundia l y el F M I " (p. 308). Dado que la globalizacin de la produccin y circulacin de mercan-cas ocasionaron la progresiva prdida de eficacia y efectivi-dad de las estructuras polticas y jurdicas nacionales, impo-tentes para controlar actores, procesos y mecanismos que excedan en gran medida sus posibilidades y que desplega-ban sus juegos en un tablero ajeno a las fronteras naciona-les, no tiene sentido alguno tratar de resucitar al difunto

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  • estado-nacin. Nada podra ser ms negativo para las futu-ras luchas emancipatorias, aseguran nuestros autores, que caer vctimas de la nostalgia de los viejos tiempos dorados. Pero an si fuera posible resucitar al estado-nacin cual L-zaro de entre los muertos, existe una razn an ms impor-tante para desistir de esta empresa: esa institucin "conlleva una serie de estructuras e ideologas represoras y cualquier estrategia que se sustente en ella debera rechazarse por esa misma razn" (p. 308). Supongamos por un momento que damos por vlido este argumento. E n tal caso no slo debe-ramos resignarnos a contemplar la ineluctable decadencia del estado-nacin sino tambin la del orden democrtico producto de siglos de luchas populares que inevitablemente reposa sobre la estructura estatal. H & N no se explayan so-bre este tema, de capital importancia. Tal vez no lo hacen porque suponen, errneamente, que es posible "democrati-zar" los mercados o una sociedad civil estructuralmente divi-dida en clases? Sabemos que esto no es posible, tal como lo hemos examinado detenidamente en otra parte (Boron, 2000 [b:] pp. 73-132). Cul es la salida entonces?

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    C A P I T U L O I V

    V I S I O N E S A L T E R N A T I V A S D E L I M P E R I O

    E L I M P E R I O T I C O , O L A M I S T I F I C A C I N P O S M O D E R N A D E L

    I M P E R I O " R E A L M E N T E E X I S T E N T E "

    A estas alturas de su recorrido H & N claramente han traspasado un punto de no retorno, y su anlisis del "impe-rio realmente existente" ha cedido lugar a una construccin entre potica y metafsica que por una parte guarda un muy lejano parecido con la realidad, y por la otra, y debido pre-cisamente a esas caractersticas, ofrece escasa ayuda a las fuerzas sociales interesadas en transformar las estructuras na-cionales e internacionales del capitalismo mundial. E l diag-nstico general es errneo debido a los fatales problemas de anlisis e interpretacin que plagan el