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ii .ihng.iba la menor duda de quién había acogido, al i l.i velada, el relato de Arganza con tan insólita hilaridad, y m> ocultaba la molestia que tales expansiones de alegría provot.il>!» el ánimo de su prima. Volví a recordar el episodio del supermci. > ' apoyé a Laura con una sonrisa y comprendí, con cierto placri, qii* I Jezabel se le estaba escapando la noche. -Hablaba en serio -dijo Mortimer. Se hallaba en pie, con los ojos chispeantes de cólera y un mli de inesperada fiereza en los labios. Presentí que iba a desemb.n i u se del papel que sostenía con una de sus manos y del vaso (JIM »» tambaleaba en la otra para rodear el generoso cuello de la felí/ \- sesiva riente. Pero no fue más que una huidiza sensación. MOIIIMIM volvió a sentarse, Laura escondió el rostro entre las rodillas y pmtilii, para tranquilidad de todos, sus carcajadas se convirtieron en un .IJM gado jadeo. -Hablaba en serio -repitió. La ira había dejado paso a un enfurruñamiento infantil qur MU podía menos que mover a compasión o ternura. Creí llegado t-l t\\» mentó de tomar las riendas de la situación y pedirle, con tod.i .uní bilidad, que continuara transportándonos a Chelmsford, al cálido u gazo de su madre o a las veleidades de los hermosos, taciturno» Jf 1 enlutados visitantes. Como tantas veces a lo largo de la noclu , -il guien se me adelantó. -Su relación es interesante y curiosa. Pero obsoleta. No sé si fue el tono afectado de su voz, la constatación de qu* había abandonado su posición junto a la chimenea para tomar .isini to en el balancín o el simple hecho de que, en aquel preciso imi.m te, la casa se quedara completamente a oscuras, pero cuando |>t" nuncié un innecesario: «Es la tormenta» y el silencio más absolm.. acogió mis palabras, sentí un extraño estremecimiento que nada t*«* nía que ver con la tempestad ni con el frío. A la luz de todas las velas que conseguimos reunir, la estancia rt* ( cobró, en parte, su aspecto inofensivo. Me avergoncé de haberme de» jado impresionar sin motivo, pero, no muy segura aún de la fuci/.i ' niple, evité detenerme en las sombras que proyectaban nues- M lililí. is sobre una de las paredes. ' querido amigo, fuera de un innegable interés histórico o li- M»II». MIS amables consejos, hoy en día, no nos sirven de nada. l'iHní concentrarme en la llama de una de las velas. No me hu- ..... i.ido encontrarme con que los contornos de la mecedora, (»•«! i ii.ilquier efecto óptico perfectamente explicable, ocuparan un lu- I-H i-i. eminente entre nuestras siluetas reunidas en la pared. hi'.isio: de nada. I )rsde el lugar en que me hallaba no podía observar con nitidez i'i« Mon de Arganza. Pero me pareció que se había acercado aún MI i |c/abel y que ésta apoyaba una de sus manos, con gesto indo- n los hombros del abatido Mortimer. El joven de mirada pro- t li | -insiguió: No podemos hablar de espíritus, espectros o fantasmas sin in- ii (n un siempre desechable anacronismo. Actualmente, el más un necesita de apariciones tan fantásticas para manifestarse. Les i nhe un ejemplo. Supongo que alguno de entre los que nos en- ii míos esta noche aquí habrá conocido uno de esos días en que 1 -I «idos se niegan a responder al uso para el que fueron creados. 1 nlo^ráfica que no funciona, los lavabos que se embozan y atas- i in MU causa aparente, la aspiradora que se resiste a aspirar, o el te- li'l"ii<> que suena sin que nadie responda al otro lado del auricular... "ii frecuencia se trata simplemente del reflejo de nuestro propio ln.ilrsi.u-. Los objetos, mal llamados inanimados y con los que sole- MiM'. » on vivir sin atender a su indudable importancia, registran, con »ll*-m losa fidelidad, la menor variación en nuestras emociones. Pero II u isicncia, por denominarla de alguna manera, tiene un límite y momentos en que, sobrecargados de tensión, no tienen más re- ..... lio que rebelarse. Sin embargo, su repentina indocilidad no tiene qué responder forzosamente a nuestras secretas desazones y an- li lias. Y eso es, ni más ni menos, lo que creo que está ocurriendo Ktil trío formado por Arganza, Jezabel y Mortimer se me apareció inmo un bloque compacto, un monstruo de tres cabezas que pro- l"ii}'.aba su poder en el joven pedante de voz afectada. Busqué la mi- i i.l.i « ómplice de Laura: había vuelto a ocultar la cabeza entre las re- de sus rodillas. Tal vez se hallaba cansada, pensé. Tal vez por todos los medios contener su extremada facilidad para 158 159

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-Hablaba en serio -dijo Mortimer.Se hallaba en pie, con los ojos chispeantes de cólera y un m l i

de inesperada fiereza en los labios. Presentí que iba a desemb.n i use del papel que sostenía con una de sus manos y del vaso ( J I M »»tambaleaba en la otra para rodear el generoso cuello de la fe l í / \-sesiva riente. Pero no fue más que una huidiza sensación. M O I I I M I Mvolvió a sentarse, Laura escondió el rostro entre las rodillas y pmtil i i ,para tranquilidad de todos, sus carcajadas se convirtieron en un . I J Mgado jadeo.

-Hablaba en serio -repitió.La ira había dejado paso a un enfurruñamiento infantil qur MU

podía menos que mover a compasión o ternura. Creí llegado t-l t\\»mentó de tomar las riendas de la situación y pedirle, con tod.i . u n íbilidad, que continuara transportándonos a Chelmsford, al cálido ugazo de su madre o a las veleidades de los hermosos, taciturno» Jf 1enlutados visitantes. Como tantas veces a lo largo de la noclu , - i lguien se me adelantó.

-Su relación es interesante y curiosa. Pero obsoleta.No sé si fue el tono afectado de su voz, la constatación de qu*

había abandonado su posición junto a la chimenea para tomar .isinito en el balancín o el simple hecho de que, en aquel preciso imi.mte, la casa se quedara completamente a oscuras, pero cuando | > t "nuncié un innecesario: «Es la tormenta» y el silencio más absolm..acogió mis palabras, sentí un extraño estremecimiento que nada t*«*nía que ver con la tempestad ni con el frío.

A la luz de todas las velas que conseguimos reunir, la estancia rt* (

cobró, en parte, su aspecto inofensivo. Me avergoncé de haberme de»jado impresionar sin motivo, pero, no muy segura aún de la fuc i / . i

' n ip l e , evité detenerme en las sombras que proyectaban nues-M l i l i l í . is sobre una de las paredes.

' querido amigo, fuera de un innegable interés histórico o li-M » I I » . MIS amables consejos, hoy en día, no nos sirven de nada.

l ' iHní concentrarme en la llama de una de las velas. No me hu-..... i.ido encontrarme con que los contornos de la mecedora,

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h i ' . i s io : de nada.I )rsde el lugar en que me hallaba no podía observar con nitidez

i ' i « Mon de Arganza. Pero me pareció que se había acercado aúnMI • i |c/abel y que ésta apoyaba una de sus manos, con gesto indo-

• n los hombros del abatido Mortimer. El joven de mirada pro-

t l i | -insiguió:No podemos hablar de espíritus, espectros o fantasmas sin in-

i i ( n un siempre desechable anacronismo. Actualmente, el másun necesita de apariciones tan fantásticas para manifestarse. Les

i n he un ejemplo. Supongo que alguno de entre los que nos en-i i míos esta noche aquí habrá conocido uno de esos días en que

1 -I «idos se niegan a responder al uso para el que fueron creados.1 nlo^ráfica que no funciona, los lavabos que se embozan y atas-i in M U causa aparente, la aspiradora que se resiste a aspirar, o el te-l i ' l " i i < > que suena sin que nadie responda al otro lado del auricular...• "ii frecuencia se trata simplemente del reflejo de nuestro propioln.ilrsi.u-. Los objetos, mal llamados inanimados y con los que sole-MiM' . » on vivir sin atender a su indudable importancia, registran, con»ll*-m losa fidelidad, la menor variación en nuestras emociones. Pero

II u isicncia, por denominarla de alguna manera, tiene un límite ymomentos en que, sobrecargados de tensión, no tienen más re-

..... l i o que rebelarse. Sin embargo, su repentina indocilidad no tienequé responder forzosamente a nuestras secretas desazones y an-

li l i as . Y eso es, ni más ni menos, lo que creo que está ocurriendoK t i l

trío formado por Arganza, Jezabel y Mortimer se me apareciói n m o un bloque compacto, un monstruo de tres cabezas que pro-l"ii}'.aba su poder en el joven pedante de voz afectada. Busqué la mi-i i . l . i « ómplice de Laura: había vuelto a ocultar la cabeza entre las re-

de sus rodillas. Tal vez se hallaba cansada, pensé. Tal vezpor todos los medios contener su extremada facilidad para

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