Iglesias de Ussel - El Influjo de La Revolucion Francesa en La Familia Moderna

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El inflttjo de la Revolución Francesa en la n1oderna JULIO lCI.ESIAS DE lJSSEL Uni\'crsidad de< :1-;111ada «¿Q.ué criatura humana dotada de sentido común puede pretender r¡tH' el cambio ele las (OS- tumbres y las ideas no deba llevar aparejado el de las instituciones? alguien capa? de decir r¡ue hay cosas que deben c1111biar mientras que es preciso r¡ue el gobierno pe1 manezca inmutable?» MME SrM'I "Con 1idaaáones rnbre {05 Jiri111 ijmfl'I ar:rmll'ri111ú:nlo1 dr' fa Hrvofnrió11 ", l 8 J 8_ Se encuentra muy extendida b tendencia a contemplar nuesfro pasado -muchas veces tamhién el presente- de una forma compar- timcntalizacla, trazando barreras en la realidad social. Son muchas las muestras de ello e igualmente numerosas son las causas que lo originan. Las mismas divisiones académicas favorecen esta dinámica. Al analizar una época, a veces consideramos scparaclamcn te ele un lado el arte, de otro la literatura, de otro la cconornía, de otro las creencias religiosas, de otro el derecho, de otro la vida política etc, como si cada una tuviera vida autónoma propia, sin resaltar el entre- lazamiento de los acontecimientos. Segmentar una dimensión para su estudio, no nos puede hacer perder ele Yista sus ramificaciones y vinC11laciones. Si el establecimiento de este tipo de fronteras es siempre artificial, la distorsión que producen es particularrnen te grave al examinar determinadas situaciones sociales como la Revolución Francesa. Se trata en efecto ele una época histórica en que más que una revolución política se ha producido una mutación global de la vida colectiva. De 525

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Efectos Jurídicos de la Revolución Francesa sobre el concepto de Familia y de Infancia.

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El inflttjo de la Revolución Francesa en la f~lnlilia n1oderna

JULIO lCI.ESIAS DE lJSSEL

Uni\'crsidad de< :1-;111ada

«¿Q.ué criatura humana dotada de sentido común puede pretender r¡tH' el cambio ele las (OS­tumbres y las ideas no deba llevar aparejado el de las instituciones? ~Habrá alguien capa? de decir r¡ue hay cosas que deben c1111biar mientras que es preciso r¡ue el gobierno pe1 manezca inmutable?»

MME SrM'I "Con 1idaaáones rnbre {05

Jiri111 ijmfl'I ar:rmll'ri111ú:nlo1 dr' fa Hrvofnrió11 ", l 8 J 8_

Se encuentra muy extendida b tendencia a contemplar nuesfro pasado -muchas veces tamhién el presente- de una forma compar­timcntalizacla, trazando barreras en la realidad social. Son muchas las muestras de ello e igualmente numerosas son las causas que lo originan. Las mismas divisiones académicas favorecen esta dinámica. Al analizar una época, a veces consideramos scparaclamcn te ele un lado el arte, de otro la literatura, de otro la cconornía, de otro las creencias religiosas, de otro el derecho, de otro la vida política etc, como si cada una tuviera vida autónoma propia, sin resaltar el entre­lazamiento de los acontecimientos. Segmentar una dimensión para su estudio, no nos puede hacer perder ele Yista sus ramificaciones y vinC11laciones.

Si el establecimiento de este tipo de fronteras es siempre artificial, la distorsión que producen es particularrnen te grave al examinar determinadas situaciones sociales como la Revolución Francesa. Se trata en efecto ele una época histórica en que más que una revolución política se ha producido una mutación global de la vida colectiva. De

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ahí que sus rnani!cstaciones concadenadas alcancen a todos los aspec­tos ck la vida colcctiv~L

Sin duda la RcvohICión Francesa l1a sido capital para b vida políti­ca de la Humanidad y ha influenciado al sistema político del mundo occidental hasta n1ies1ros días. El paso del estado absoluto al cs1<1do liberal se co11soli1b lOll la Revolución, y ese estado libet al --con trans­formaciones, c1111hios e intensas profuncliLaciones posti'1 iores, sin duda- va a com crtirse en la a1q11itectura básica del sistema político democrático hast.1 nuestros días. Los cimientos del edilicio son intro­ducidos poi esta 1·1a 1 evolucionaría en los diferentes países l:u1 opcus.

Si se recono1 ,. b irnporlancia de los efectos políticos de L1 Re\'u!u­ción, no debeml)s l>lvidar q11c coincide eu el tiempo cou otros ac011tc­cimientos básic()s para la histmia de la Ilrnnanidad. Adema-;, la supct­posición de s11s cii.:ctos -rcfo11ándose entre si-, van a inucmcmar la dinámica df' u .111sformac.:i(H)eS ele la época y la conciencia de e am­bio. La Revoluciún industrial curnienza a manifestarse clar~1mcntc en la Europa corni11cntal y sus consecuencias son indisoli<:hlcs de b revolución polítit :• Que la llamada cuestiún social sea un tema cen­tral del siglo XIX, no puede atribuirse en exclusiva a los cfecLos de la Revolución indu:'.i1ial. F11c, si se quiere, su detonante, pcrn sin Lt revolución poli tic1 si 111 ultánea la cuestión social no habrí;1 í en ido el protagonismo q1w alcanzó e11 la vicia SOlial y en la Liansf(ffmación de los sistemas políticos desde el siglo XIX.

Las dos revoiut:io11cs -la inclust1 ial y la política- fueron asocian­do y \'inculanclo sl!s electos y amplificando su eco y sus consecucnci;1s. Pues bien, la Revolución Francesa tuvo unos efectos capitales para la evolución de la sociedad. Piénsese por ejemplo en la prncla111ació11 de la igualdad forrnal o jurídica entre los individuos, anulando las ba1 re­ras estamentales del antiguo régimeri y dando paso a la apa1 ición ele la sociedad de clases. Si a todo ello se ai'iade que estos aconteci111icntos coinciden con el auge del capitalismo, se compreúclerá que la revolu­ción política pu('de tomarse como exponente de las m[iltiplcs tr;.rns­f'ormaciones sociales que se producen en ese momento histúrico.

El alcance ck las dirümicas que promueve la Revolución Francesa es tan amplio que akcta incluso al nacimiento de las propias ciencias sociales (1). El <1ugc de la razón, la sccubriLac.:ión del pcnsarnien to, está también en b base de los acontecimientos. La Revolución F1 ;111cc-­sa fue en definitín el lcrmento último c¡ue impulsó el des;u rollo de

(1) Un hrillanl<" :111~tlisis de los influjos de esl<>S acontecimientos en L'i nacimiento de la sut.iología puede nms1ilta1se en un texto del inolvidable Luís ROI>Hl<:Ur.z ZllÑIGA: «Sobre el problema d<" los odgenes de la sociología" en varios ¡1ut01 es, «l·lomenajc a] osé Antonio Maraval!.,, ed CIS. vol 3, Mad1id, 1985, p:.ígs 2~)~!-315

11 INFI 1 'I" m l.\ IH.\'()! l_ICION l IL\NCI s,\ LN !"\ H'lll IA ~IOl>lcRN·\

las ciencias sociales e11 gu1eral y en particuL:u del n~_cimiento ele la sociología. Esta nace corno 1 m in t~n to de in ter_rretac1on de las_ t.ra1:s­formaciones sociales rcvoluuuna1 tas y, Itas ta uerlo pun LO, co11 li o lar sus efectos. Las 1d1exiones de Saint Simo11, Comte, Tocqueville, yor ejemplo, o el propio Spcrn:er ~les_c~c Ir~glaLd ra, al. margen _de_sus di~cr­siclades, compa1 ten una ap1 euac1on s111gulai de la nueva sooe_cl<td sui­gida tras los aco11tecintie11tos _revolucion'.1:ios .. La. I-hm_1a111cl_acl lia entrado en una nueva era cuya mte1 p1 etauon no e1 a posible con los saberes tradicionales. De manera particular, la sociología va_ª. ~1acer de la reflexión sobre b fannlia un elemento básico de su apanc~on C~)-1110 disciplina científica v el caso_de_ Cornte es n1uy elato ~n _est.a d1'.~c~:io.n._

Pues bien estos :1co11tenm1entos que e:,.tamos hah1t.uaclos a anali­zados en un<~ óptic1 muy especiafüada -I_;: R~voluc:i~n Francesa e~1 una órbita mei amente política, la Revolucton nHlustna~ en su consi­deración económica-, sin embargo su honda expansiva sobrepasa con mucho las esferas limitadas de las disciplinas respectivas. Inclt1s<;> lo que define es tu:; acun Lccimicn t~s son d~mensioncs .ª '.11_enu~lo olvi= dacias. Así, como Murnlurd destaco, es el Llempo y su 1_nstrur~1ento de control, el reloj, lo que ddine la Revolución inc~ustr_1al, n;as que _la máquina de vapo~, poi q11e 1~ev~h~ una '.rnev~ conc~enu_a _soc'.al _::cord~ con la nueva realidad economicc1 y und nueva mentahclad soo<d que

gobierna la vida colidialla ('.:!). , . . . _ Estas apreciaciones pueden extenderse a otrns mucho~ amb1tos de

Ja vida colectiva. La esct1cla, por ejemplo, la solemos considerar corno centro de transmisión de aprencliz<~jes y conoci~n~entos. l~ues bien la escuela -y en especial s11 expansión-,- se. ve_ra mflueno<:da por la Revolución Francesa, que se esforzó en sust1t1ur a las anter~ores_ auto­ridades -religiosas y familiares- en su control desde la pn_mana a la Universidad. S11 utilización con unas pretensiones seculanzadoras y ele adhesión a la nueva lq~itirnidacl republicana, es sobradamente conocida. Al debatirse c11 la Convención el nuevo sistema de la edu­cación nacional, Dan ton lo expresará sin 1 odeos: «Los hijos pertene-cen a la Repúh!ica antes que a sus pad1es" ('.1). .

Pero b escuela va a ser un instrumento transformador de la vida cotidiana y en 1111 ámbito muy imp01°tante para ~a familia com~1 e~-~;i creación de b i11fancia. La escuda va a dcsempenar un papel esenu,tl

(2) Véase sub1 e esws aspee tus J lea 1·s1,~s Dt Uss1 l: "El, tiempo en la_ ~~~ie~'.1d ~o'.1-tempoiánea"; en Va 1~,;~ aut<H·~,s, .. Política y_ Soc:e~laci. .E.stll<l'.os en homen<1Je ,1 h,mosco Mu 1 illo Fenot .. , cd. (.!.,y UL, vnl. 1, Madi 1d, IJ87 .. pags _ 113-135. . , ,

(3) Ph. Atms y C. nu11v, ccls., .. 1-Iisto1 ia de la Vida Pi IV<'.tl<t. De h~ Rcvoluc1_on hance­sa a Ja Primera Guerra ivlunclial,,,ecLTau~us, vol .J, !0fül, pag. 36 Veasc tamb1~11,N1s~c;, «La F(lrmación del !'cnsamicnto Socwlog1co", ed Amo1101 tu, vol. 1, Buenos Aues, 1J6J,

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Jlll JO J<:J LSJ,\S lll· llSSJ·I

como instrumento privilegi<Hlo para la construcción srn i;1] de la in,f<~ncia. Graci<:s a la expansiú~1 rl1'l sistct11;i cd11cativo -con esos pro­pos1tos seculanzadores mencionadus--, se va a crear un rmmdo infantil segregado y diferente al ele los adultos, cosa que no ocurría con anterioridad. Hasta entonces no estaban separados el mundo de la infancia y el de los adultos.

. En las activicla.des, los .es¡?acios o.cupados, los ve~tidos, los lengu<~jes e mcluso el trab~o consl.!trnan realidades cornparlldas por los adultos y los niños. Un tr~je específico para los niüos, por ejemplo, no se conoce hasta avanndo el siglo X\llll en Inglaterra: «La posibilidad de diversificación de los t<".jiclos, a partir d~ la Revolución industrial, parece ser,junto con los avances ele la higiene y la sanidad, una de las c~:1sas directas ele la aparición de un tr;~je específicamente para los nmos» (4). Pero hasta entonces la edad no involucraba un tipo dife­renciado ele vestido; sólo la clase social producía esos efectos.

Estas homogeneidades, entre otras aspectos, facilitaban los proce-. sos ele evolución y maduración, al no someter al individuo -como ~10y o:_:.11-re- a rupturas y tra1~sicioncs bruscas en su proceso de 111serc10n en el mundo adulto. l',n todo ello, la escuela sera esencial e~1 la creación ele la fisura en lre la infancia y el adu 1 to, generacl01 a, chcho sea de paso, de tantos comportamientos desviados ulteriores, cuando llega el momento de incrustar el adolescente en el mundo adulto.

Conjuntamente a esta construcción social de la infancia se va a articular toda una teoría sobre el papel ele la mujer, la imporlancia de sü comportamiento para la salud ele la infancia, etc., al mismo tiempo que se le secuestran habilidades y conocimientos populares tradicio­nales para su monopolio especializado por una nueva clase sanitaria en formación: médicos, matronas, enfermeros, etc. La clesposesión de saberes jugará un importante papel en la c011strucción social ele la subordinación ele la nn~jer en la nueva sociedad.

El modelo de familia que va a desarrollarse y generalizarse a partir de la Revolución Francesa, va a gravitar sobre estos acontecimientos. Tocios los rasgos que en la sociedad espaí1ola se asocian con la familia hoy, están condicionados por los acontecimientos de esta época (5).

('I) Cit. en Lob GAVARJHJN y oll os: «J\11101 izado a iVlcnorcs» F1·1io /11/rmorionol Modo flljántil y J1111mi/, Valencia, 1990'. págs .J0-42.

([í) Sorprendentemente en ocasiones se afirma lo contrario: «El gran hito de la Re\'olución Francesa, que abriii tm horizonte compktamenl.c rlis1into 1especto a las [or­r~as de org~nizaci~m po!íti_ca y a los principios por los que éstas debían regirse, no apor­to, por el contrano, pracllcamenlc nada en el campo de la familia y la nnucr • ., cit. en Y. Gmmz, «Familia y Matrimonio en la Constitución Espa1iola de 1978», ccL Congreso de Diputados, l'vlaclrid, 1900 pág., 7•1.

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El INl'l ti¡n nt IA RF\l()J \l(:JON FRAN<:FS\ FN LA F'\1'.11111\ \\fllH R'.'JA

El modelo de familia predominante en nuestros días, no cuenta con más de dos siglos de existencia, pese a que se le presuma muchas veces una existencia eterna.

El giro de situación familiar se produce al hilo de los aconteci­mientos revolucionarios. La Revolución Francesa va a efectuar una exaltación de lo público -como es habitual en tocios los movimien­tos revolucionarios- que pasa al primer plano, por la pretensión de que la transformación global impregne también a lo privado.

De ahí que se clivulgen una imagen de la sospecha sobre lo priva­do, porque por su propia naturaleza 110 es conll ola ble por el nuevo poder político. Lo privado se asocia a las conspiraciones, a las faccio­nes, etc. Por eso, en un primer momento la Revoluciún suprime todo espacio privado, como ha ocurrido en otros acontecimientos revolu­cionarios posteriores, pero: «La intensa experiencia que supuso el aumento del espacio público y la politización ele la vida cotidiana puede haber sido responsable, en última instancia, del desarrollo a principios del XIX de un espacio privado má~ c!~uamente c~iferencia­do: la expansión constante de las esferas publicas de la vida, sobre todo entre 1789 y 1794, proporcionó un impulso al retraimiento romántico en uno mismo y a la consiguiente retirada ele la familia a un espacio doméstico definido con más precisión. Pero antes de que esto ocurriera, la vida privada tuvo que soportar el ataque más siste­mático que se haya vistojamás en la historia occidental» (G).

En otro ámbito-que va a adquirir creciente importancia desde entonces- puede apreciarse también el influjo revolucionario. Se trata de un cambio silencioso -casi clandestino-, que no adquiere notoriedad ni.relevancia hasta aüos después, que se produce en un clima adverso desde el punto de vista ele las ortodoxias imperantes, y que es resultado ele múltiples decisiones y conductas in~livicluales. Se trata del cambio ele las prácticas del control de la natalidad. Su rele­vancia viene dada porque no es inducido por el poder político y, sin embargo, los ciudadanos ac\ecüan sus comportamientos ele la vicia privada al logro de este objetivo.

¿A qué se debe esta singular reacción de los ciudadanos? ¿Qué razo­nes explican la difusión ele estos hábitos clemográfic os? El cambio del papel económico de los hijos como consecuencia de la nueva so~iedacl industrial, es uno de los detonantes ele los nuevos comporta1111entos. La pérdida de peso ele la familia como unidad de producción, viene acompa11acla por la pretensión de disminuir el número de hijos. Las mejoras sanitarias reducen la mortalidad infantil, y las parejas ~justan su~ comportamientos a esa nueva realidad, limitando su descendencia.

((i) ARIFS y DltllY, erls.: "Historia de la Vida 1'1i\'atla .. n 11/1. 1il. pág 21

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jl'l IO ICI l·Sl·IS l>F l'SSl.I

Pern este carnhio dernográlico se ve prorundamente influenciado, igualmente, por r.1wvas concepciones ideológicas que van" convu !i1-se paulatinarnenk en elementos básicos de la nueva familia modcrn:t. La familia está lL1mlormá11dose para a1 ticularse en fltnción de los hijos que, desde entonces, desernpei1arán un papel central. La cons­trucción de la pi i\'acidad doméstica se 1 ea liza situando en su cen l; o a los hijos.

Los hijos -u111lemplaclos de manera diferente al pasado- van a ser los instrumentos básicos para el reforzamiento de los la1os de grupo de la familia r1ucleaL Y en gran medida también pata el afian­zamiento doméstit o de la m1~jer -a ella se le atribuye la 1 esponsabili­dad de su crianza)' cuidado- a quien había que mantenerla al mar­gen de h.1s conquistas ciudadanas de la vida pública. Ninguna co1¡de~­cendenua se ma11tt"ndrá ante las reivindicaciones emancipadoras de la mt~jer, corno es s:1hiclo (7).

Si la Revolucio11 industrial significó la rigurosa sepa1 a( ión cntn; los espacios doméslico y laboral, a cada sexo se le atrib11i1<Í. uno de ellos. Al varón Li esfera pública, y a la nrnjer la doméstica .. Los revolu­cionarios franccsc~ no ahorraron medios para la implantación ele esa segregación. Y esLt dinámica será la que configure un rasgo presente en sus 01 ígcnes, en la familia nuclear que es la mujer centrada en su papel doméstico. d cuidado de los h\jos y al marge11 del trabajo extra­doméstico. La cxcimión de la mtuer del u ab<üo es propio de- la civili­zación industrial y se <üusta a las necesidades del modelo de famili<1 nuclear que está difundiéndose en los inicios de la industrialización.

Se tiende a cn:CI que es ahora cuando las nnue1es comienz.an a incorporarse al trab;1jo extl adomés,tico. Y es un extendido error. l~n el pasado la rrnücr siempre ha trah<~jado f'uera del hogar. En el seclor agrario la mujer --v también los nii1os- han desemper1ado ta1 c;ts laborales, con la lllÍs111a eventualidad y aust:rH.:ia de pleno !"lllpleo q11c afectan al varón. ( :udtHlo comienza a no hacerlo es, prccisarncnu·, a panir de la Revolt1lió11 industrial y eso ou.1ne -prima1ia1oente- en Lis clas(·s medias v ;titas. Son los componamientos de esta;;. <!ases los que se implantan corno modelos colectivos. Aunque enlre el prulcu·· riado la llll'.jer continúe manteniendo actividad laboral, so11 los ot.rns secto1cs sociales quienes imponen los modelos de con.1p<n 1amien1u colectivo.

(7). El estudio del papel ele_ la mujer antes y cles¡.rnés de la Revolución, que escapa a lo.s oli¡c11vos cid p1esl'1il<' 11alia¡o, ha sido emp1l'udidu en gran medida en las l!l1in1;is dccadas_ l loy existen \:l i1u1umeraliles i11vcs1igacio11es relevantes sobre este aspé< to; vé:"c por qemplo un catal1>go de ellas en Y BtsSlHUS \ !' N11'UZ\\'IH'.Kl, «l.as i\luje 1 es ,.,1 1:1 Rl'voliH.iún 1-rancesa l /;j~I llihlic•gr;:úia .. , ed. CFE. ll• llxclles, 1991, 89 p{1gs

U !f'.!l'l Uj• t lll. l.\ 10 \ 01 lH ;i( >'.'~ FR:\NC :1 S \ LN 1 ~\ F \:-0111 L\ :-O!UIH i{N:\

Los electos de la Rcvoluci:'i11 Francesa eu la dinámica familiar se plasma1 on 1 arnbiéu en los e a: 11bios jurídicos q uc introduce en esta institucióu. Y ello en árnbitos i1HIY básicos y e ou un gran significado radical que hoy tal veL 110 se perciba con nitidc1.

Pcrn es de adve1 tir que la 1 aclicalidacl de las medidas estriba, nu tanto en el contenido con u eto de las disposiciones que adopta, como en el !techo mismo de que sean adoptadas por los poderes civiles. Como es sabido, el comrnl y registro civil de los acontecimientos bási­cos del ciclo vital --nacimiento, mal! imonio, fallecimiento- había11 es lado siempre en il!;mos ck bs auto1 idades eclesiásticas. Este control de las trayectorias vit;!lcs de los ciudadanos, facilitaba sin duda el prn­tagonismo eclesial en la vida cotidiana de la comunidad.

Apa1 tara la Iglesia de estas intervenciones e1a, en aquel momen­to, mucho más 1 elevan te e¡ ue bs modalidades legislativas civiles con­cretas con que sea s11stituida. Significaba imponer un símbolo de ia supremacía de los llt1evos poderes políticos y, al mismo tiempo, servía como instrumellto para la ambicionada mentalización civil de la población. AI1os dcs¡J11és, un destacado socialista francés, Jaurés, refi­riéndose a la ley de sepiie!llb1e de 1792, reguladora del nuevo regis­trn civil. delimitaba s11~ 1~ke1us al sostener que: «Era una de las medi­das m:1s profundarncn1c rcvolt1cionarias que hayan sido decretadas. Afectó hasta su fondo Lt vid<i social. Cambió, puede decirse, la base misma ele la vida. ¡Qué podernso símbolo ele esta gran renovación civil cuando se transponaron todos los registros llevados por la Iglesia a los Ayuntamientos, en el cierre de los registrns antiguos y la apertu­ra de los nuevos dcn 1cle. [as 11 uevas generaciones se1 ían eximidas de todo contactó con el saU'.1 dote!» (8).

Pero los cambios 1w sfilo afectan a los poderes que contrnlan esos acontecimientos. I .o:-; nuc\ ';; poderes públicos v<m a modificar igual­mente el contenidu 1wrrnativo que, hasta entonces, reglamentaba el ciclo vitaL El hecho es espcc ialmente relevan le en lo que se refiere a la nueva regulación del rnatri111unio, ele man<"r<L muy diferente a las conce¡xiones religiuscts vige11tes. Que su p1opósito sea más secula1iLa­c!or que transformador de la relación familiar, no le quita alcance his­tórico. P111eba de ello se1:u1 los conflictos suscitados entre la Iglesia y el Estado en ouos paísl:S cuando se u ate de adoptar el nuevo modelo.

En e:-;te sentido, la principal innovación consistirá en la 1meva forma obligato1 ia de 111~llt i111onio: el mat1 imonio civil, separándolo por consiguiente de las aul<JI id.teles eclesiásticas. Una cuestión 1ecla­macla por gran númern de cuadernos ele instrucciones e inscrita

(8) Citad,, <;ll M .. C,l!<Alll>: I 11 Jú.'volutio11 Fian¡ai1e et ia Familli:, ed. PUF, París, 1978, p;íg .. "JO.

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JI IJ 10 J(;¡ l·SIAS lll t ISSI 1

desde el inicio en el orden del día de la Asamblea Comti~11yf'ntc (~l). De ser considerado un sacramento, el rnalrimonio pasa a ser regula­do como un contralo civil.

Precisamente por ello serán supri111itbs Lamhién las restricciones e impedimentos para contraer matrimonio derivadas de su considera­ción religiosa, como impedimento ele disparidad de culLos o el ele votos, y se flexibili1an otros, como el co11se11Limiento palerno o por parentesco. Pero el alcance ele la innovación fue decisivo; como ha escrito Carbonnier a propósilo de la ley ele 22 de septiembre de J 792 que estableció el matrimonio civil: «La Revolución adoptó la más revolucionaria de sus medidas, decidiendo insertarse en la base de la vida familiar, apropiarse del acto fundador, la ceremonia llena de pro­mesas. Fue lúcida, la Revolución, ese día: mejor que los antepasados, son los descendientes quienes hacen la historia» (1 O).

La ceremonia que simboliza uno ele los principales cambios de sta­tus ele las trayectorias vi tales ele los ciudad anos, r¡uecla desde en ton ces controlada por los poderes civiles. Es la autoridad pública la que san­cionará la fonna!ilaciún ele los vínculos ele pareja. Que esa inten·en­ción venga acompailada por el mantenimiento ele unos status legales desiguales entre los cónyuges, sólo revela los límites del igualitarismo proclamado por la Revolución. Sus innovaciones se dirigieron a supri­mir aspectos concretos como las penas por el adulterio ele la nn~jer, que luego sería restablecida por la legislación napoleónica.

La Revolución Francesa introducirá además modificaciones radi­cales en la consideración jurídica ele los h\jos nacidos fuera ele la rela­ción matrimonial. En concreto, equiparando la filiación natural con la matrimonial en materia de derecho de sucesión -pero excluyendo a los hijos denominados adulterinos- como consecuencia ele la con­cepción de la igualdad entre los ciudadanos. La reforma del status legal ele Jos hijos nacidos fuera del matrimonio será una pauta que seguirán con posterioridad todas las revoluciones triunfantes. Los propósitos ele cambio radicales en los sistemas políticos han venido acompañados siempre con la equiparación más o menos completa entre los hijos legítimos y los ilegítimos, intentando trasladar el ánimo igualitarista público a la esfera privada. La misma 2.ª República en España es un ejemplo ele este camino legal.

Sin duela, la nueva regulación de la filiación era consecuencia, y al mismo tiempo causa, i;lel incremento ele la nal;i.lirlacl exlramatrimo­nial. Pero también estaban involucrados el incremento de la libertad

(9) Cit. en A. BURCUJI·In: «La Fa1nillc com1nc cnje11 politiqnc de la R(·vol11tion Frnn\aisc au Codc Civil,, /Jroil el Soácl!', n. 10, 1990, p;íg. 2a.

(10) J- C/\RllONNtFR: «Légifcrcr a\'CC l'histoi1c,, lhoil 1•/ SorÍl'li, 11 H, 19~)(), pág 15

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de elección de pareja, los progresos del individualismo amoroso y la quiebra ele los mecanismos de control social de los comportamientos. Aunque, como certeramente se ha aclverLiclo ( 11), Ja' multiplicación ele la ilegitimidad también puede evidenciar no la ruptura sino el reforzamiento ele los mecanismos ele control familiar.

Pero una ele las rdormasjuríclicas introducidas por la Revolución y con efectos más profundos e inmediatos para el sistema familiar en su conjunto, tal vez füera la modificación del sistema hereditario. Hasta entonces existía disponibilidad ele la herencia por parte de los padres para su reparto. Y también era frecuente la atribución de su totalidad a uno ele los hqos, quien asumía, a su ve1, obligaciones ele custodia respecto a sus padres y el resto de sus hermanos. Pues bien, la Revolución Francesa, rechaza este modelo hereditario basado en el derecho ele primogenitura y en los privilegios de los varones, y va a imponer el reparto igual entre los h~jos de la masa hereditaria.

Por muchas razones esta innovación cuenta hoy con menos impor­tancia que la r¡ue Luvo en su momento para la inmensa mayoría de la población. La esperama de vida se ha prolongado y por tanto es necesario labrarse la propia situación social al margen de expectativas hereditarias. Pero la adquisición de status no era desde luego lo habi­tual en la época. En tocio caso, el sistema hereditario discrecional era un instrumento para lograr obediencia filial y el mantenimiento de un sistema patriarcal muy arraigado. El sistema familiar tradicional y, en particular, Ja obediencia filial, contaba con un sólido baluarte en el instrumento ele la libertad de disposición testamentaria en manos de los padres. El buen comportamiento abrigaba expectativas de reci­bir una recompensa y la exdusión de un hijo era una sanción siem­pre disponible por los padres.

La Revolución Francesa, en búsqueda ele un sistema de obedien­cia orientado a refor7ar Ja autoriclád emanada del sistema político, y a erosio1iar las privadas y familiares, introduce en la legislación civil la igualdad de derechos entre los htjos. La medida además, favorecía la paulatina desaparición - por su sucesivo reparto- ele las graneles fortunas, las menos proclives a Ja nueva situación política republicana y, a medio plazo, favm'ecía una pretensión de igualilarismo económi­co con la paulalina división ele! patrimonio en sucesivas herencias.

Las bases sociales de la obediencia filial en la familia, quedaban profundamente alteradas por esta reforma legal. Reparto de heren­cia, favorecedor de la emancipación de los hijos y del ajuste entre el sistema familiar y los nuevos valores propugnados por el sistema polí­tico. Precisamenle por ello surgieron de inmedialo críticas muy viru-

( 11) A1rn-s y DL'll\~ "l-listor ia de la Vida Prhada". 0/1 rit. págs !oS\a-5'.N

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lentas contra esas medidas, E igualmente de inmediato, los analistas resaltaron sus electos uansforrnadorcs ele los componamienws, cu especial, en el rnedio rural.

La obra ck Fréderic 1 ,e Play contiene innumerables testimonios de estos cambios j' no ahona críticas a estas medidas legales por sus efec­tos disolventes de la familia tradicional. Y el propio Comte lo destacó al sei1alar en stt Filim Social que: «Resulta claro que los elementos necesarios de toda sociabilidad se encuentran en lo sucesivo y tienen que encontra1 ;;e cada vez más, directamente comprorncticlos e11 una discusión corrnsiva, en la que no dominan los auténticos principios y que tiende a po11cr en cuestión, sin ninguna solución posible, las menores ideas de debe1. La familia, que en medio de las fases más agitadas de la tc!llpestad revolucionaria había siclo sustancialmente r espctada, salvo algunos ataques accesorios, se ha encontrado radical­mente asaltada en nuestros dias en su doble base indispensable, la herencia y el 1n,11rimonio, por sectas insensatas que, al so1i.ar coll la reorganizaci{n1, no han sabido desanollar efectivamente, en su mediocridad wherbia, más que la anarquía más peligrosa» ( l '.2),

Sin emba1 go. con mucha mayor perspicacia, Al ex is de Tocqucville supo ver no sú!o los aspectos positivos, sino también de la din~1rnica }¡ istúrica del pi 1 le eso. Recc~jamos un texto relevan te de la «f)emou a­

cia en Améric.i" a este respecto: «La división de patrimo11ios que la democracia t Lte consigo contribuye, quizá más que wdo el resto, a

cambiar las 1 cbciones entre pad1 e e hijos. Cuando el cabeza de fami­lia tiene pocos recu1 sos, su h~jo y él viven siempre en el mismo lugar y se ocupan en común de los mismos tralx~jos. El hábito y la necesidad lus mantiene tmidos y les obliga a tratarse continuamente; así pues, 110 puede dejar de establecerse enll e ellos una especie de inlirnidad familiar que h;1n: a la autoridad menos absoluta, y que se aviene rnal co11 las fonm1::- exteriores del respeto, Ahora bien, en los pueblos democráticos, Lt clase que posee estas pequeii.as fortunas es precisa­mente la que cl:t lucua a las ideas y marca el carácter de las C(Jnduc­LtS, Esta clase predomina tanto c11 sus opiniones corno en sus cap1 i ellos, y hasta l1ls 1J1ás reacios a acatar sus órdenes ac1ban por dcj:nse an astrar p01 ~;u ejemplo. Yo he conocido fogosos enemigos de la democracia qul' se dc.:jaban tutear por sus h~jos.

De este modo, al mismo tiempo que desaparece el pode: de b aristocracia, clc~aparece cuanto había de austero, de c:or1venciunal y de legal en la potestad paterna, y se establece una especie de igualdad en el hogar do1nbaico. No sé si, a fin ele cuentas, la sociedad s~tlc pei-· <liendo en estt' cambio; pero me inclino a pensar q11e el individuo

( l '.!) ,.\, C1l:li11. FisiGt Social" rn:dición, ed .:\guila1, El8!, p;"igs. ~lb-m

L11¡·;¡:u1JtllJI L\Rl\(lf\ 1UONl·l{:\NC}.S·\l·i\L\I \:-.llIJ\:--..toDlRN.\

gana. Creo que a l!ledida que las costttmbres} las leyes so~1 ~ná.s de 111 ocráticas, las 1elacio11es cnt1 e el pacl1 e y el hlJO se hacen mas lllll­mas y benignas; hay e11 ellas menos etiqueta y menos autoridad; la confianza y el afecto suelen ser mayores, Y. narece que ~I lazo nauu ;'.I se hace más aprct:1do, en tanto que se ~flc!p el lazo so~1aL En la fami­lia demouática, el padre 110 ejerce practtcamente ma~ poder ~F~e el que se concede a la tcn1u1 a y la experiencia ~le u_n anoano: Qt:1za sus órdenes no sean nbede< i<Lts, pero sus conse;1os llenen ordmanamen­te mucha fuerza. Si no se le trata con un respeto oficial, al menos sus hijos le hablan con conlianDl.» Y la misma dinámica observa qu~ se produce en las reL1ciom~s entre los hermanos con l~'.s nuevas leg1s.la­ciones hereditarias: "La democracia divide su herencia, pero permue que sus almas sc fundan." E incluso llega a esbozar. tenclenci'.t~ poste­rim es del r efo11a rnicn to y valorización ele las relauones far111ha1 es al afirmar que: «La dcmocrncia rch~ja los .1a1os ~ociales, pero estrecha Jos naturales. Acerca a los pa1 ientes al mismo tiempo que separa a los ciudadanos" ( 13).

En todo caso, es pi CL iso adve1 ti1 que Ja 1 efo1 rna del sistema de sucesiones fue la medida más e on t1 ove1 ticla e inestable. A los ar gu­rnen tos basados en Ja erosión de la auto rielad paterna, le sucedieron con posterioridad, en el XtX, los b~sados .en _razones económicas -~a división de las explotaciones agrarias pe1Jud1caba el despegue econo­mico del medio rural-. Y los de tipo económico se vieron reforzados con los argurne11 tos dernogr:lficos: la igualdad hcred~tari~l es :e:pon­sable de la caída de la 11atalidacl en Francia. Carbonrner smtet1zo con gracia este argu11H:nto al escribir que: «El agricultor a quien el Códi­go Civil le prnliíbe hace1 un primogénito por testamento, lo hace parándose en el primer n;Hi_1niento" (14).' . . . , . , .. . ,

Aunque la 1do1 ma del sistema hcrecl1ta110011g1110 tocLl suerte de con trarnedidas d1.~st inad;is a eludir sus efectos en n urnerosos sectores sociales, el objetivo esencial era el se1i.alado: ens;:nchar la~ ár~as ele autonomía de l<lS jóvenes respecto a sus padres. I<..n otJ os ambllos. se produce el mismo fcn(inwno. La dispe1 sión de l~>~ _nombr.e~ propios se incrementa y se pierden los hábitos de 11 a11sm1s1011 fa~~11har de I;:is nombres desde los pad1 es, abuelos, padrinos, cte., a los hlJOS: «La per­dida ele la fe e11 la t:xisicncia de un pauimcinio ele carácter que se transmite mccli;in te la a¡wLtción, juega evidentemente en favor cid individualismo" ( l !í).

(l'.I) A !ll'. Jn<:C.!1.'l·.\1111: /11dn11m·111á111'111\111h11t1 vol 2, cap. 8: «Influencia de la dc 1noua1i;¡ ,ubre b Lintilia•" ,\Jianu ccL, !D80, págs loli-169 ,

( l·I) r CARll(>":-;".I(; «Slll llll ai1 ele famille» Ponencia al Con~reso d,a fam1lle, b t oi, I.'fr,tl» C:c-11t1e l'<>tllpidrn1, 1989, p:tg. 15 dd ejcmplac a mulllcop1s1a. .

( J 5) A1ms y Dum': «His1rn ia 1k la Vida Privada .. " 0/1 1iL, p.lgs '125-'126 y 112-1t3

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Si la quiebra del sistema liereclitario iba destinada a 1nnclilicar las relaciones intergeneracionales, otr;1 i1111ovación revolucionaria, el divorcio, más allá ele sus efectos en Lis 1 c·lacioncs de pareja, afectaba al conjunto del sistema f'amiliar. Se trat:ilia, en efecto, ele una innova­ción más radical por su propio simbolismo que por la frecuencia con que fuera a ser practicado por los ciudadanos. Si la reforma de la herencia era resultado del principio ele la igualdad, el divorcio será fundado expresamente en la libertad ( 1 ()).

Lo sustantivo era que el mero reconocimiento del derecho del divorcio revelaba la voluntad de exclusión de la familia ele la {H bita religiosa. Aparece aquí de nuevo ese propósito secularizador de la Revolución, instrumentado a través de los cambios en la familia. No había, al menos en sus orígenes, un estado ele opinión explícito demandándolo, como lo muestra que sólo tres cuadernos de instruc­cicrnes -tocios ele París- lo solicitaban ( 17), aunque pronto se ini­ciará una campai1a en favor ele su implantación.

Además, la regulación del divorcio se efectúa en términos muy amplios o permisivos, pues incluye la posibilidad de obtenerlo no sólo por causas preestablecidas, sino también por consentimiento mut.uo. ~n ambos :upnestos -ele mutuo acuerdo o por causa legal­el d1voroo era posible obtenerlo en plazos muy breves, aunque curio­samente establecía un período ele prohibición posterior de nuevo matrimonio durante un ai1o.

Por más que la ley no estuvieta en vigor durante mucho tiempo, ,precisamente esa misma suspensión denota la relevancia social que se l<: ,atri?uía. Una relevanci~ ele princip.io que adquiere mayor significa­oon st se recuerda el numero de c!lldadanos que hicieron uso de ella. Que füe bien recibida lo evidencia que en el sexto ai1o ele la República, en París, el número ele divorcios excedió al de matrimo­nios; y en general füe un fenómeno urbano más que rural (18).

Pero al margen ele su efectividad en la sociedad francesa, lo rele­vante era su mera existencia en el ordenamiento jurídico. Esto era lo que cuestionaba el orden familiar establecido, más que su utilización ciudadana. Desde entonces la mentalidad divorcista se afianza en la sociedad francesa y se cuenta ya con u11 pu;,1lo ele referencia para reclamar su reinstauración. ·

En este sentido puede afirmarse que los efectos ele la Revolución Francesa sobrepasan ampliamente a las medidas concretas que intro-

(16) J CARBONNIFR: «Slll un air. .. » 0/1 rit., p;íg. 9. (17) BURGUIUU: «!.a Fa111illc COJlllllC cnjcu poli tique ,,,,, 0/1 cit. pág. 27. (18) Véase al 1espccto N1sm r, «La Formación del pc11sa111ie11to.,, n/1 rít, p;íg 57:

BURGUIFRF., 0/1 rít, )' ARIFS y Du1w, 0/1 rit, págs. '39 )'SS

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duce en la legislación, Sus efectos hay que consiclera1 los globalmente en el orden colectivo, al margen incluso ele su repercusión directa en uno u otro ámbito de la familia. Desde este punto de vista hay que decir que la principal repercusión de la Revolución Francesa en el sis­tema familiar, proviene de que aceleró los cambios sociales y delimitó el clisei1o del nuevo modelo legal. Estos efectos a largo plazo füeron favorecidos por la sei1alada conjunciún ele la revoluciún política con la industrial.

Pero fücron los revolucionarios quienes dieron una r<:'spuesta legal que inspiró, con posterioridad, a gran parte de los países euro­peos. Y no sólo en los ámbitos mencionados. Adoptaron igualmente numerosas medidas protectoras. Así, mediante distintos decretos de 1791, reducen los impuestos, en cantidades variables, según se tengan más de tres o de seis h\jos. En 1793 se establecen ayudas a las familias numerosas necesitadas. Si se cuenta con dos hUos y se espera el terce­ro, pueden solicitarse ayudas públicas desde el sexto mes ele embara­w. Además, por ley ele 16 ele agosto de 1790, se crearán los Tribuna­les de Familia con competencia en asuntos ele divorcio y también en las faltas cometidas por menores, O la ley de 19 de enero de 1795, según la cual en cada familia con siete hijos vivos, uno de ellos será criado a costa del Estado. Si a todo ello se ai1ade que, igualmente, fueron establecidas las fiestas de las l\fadres, la de los Esposos o la de la Piedad Filial, se evidencia que la legislación 1-eYolucionaria contie­ne textos que «prefiguran un poco nuestra legislatión social protecto­ra ele la familia» ( 19).

Este conjunto ele medidas evidencia la simplificación que supone interpretar las reformas revolucionarias como un intento de destruir las bases ele la familia. Muy al contrario, trataban ele forzar la sustitu­ción de un poder -religioso o paterno-, por otro que era el nuevo poder civil. Pero nunca alterarlo más allá de favorecer que jugara un papel de apoyo a los nuevos poderes. Las restricciones a la emancipa­ción ele la nn~jer constituyen una buena prueba de los límites ele su proyecto reformista.

En este sen ti do, si bien innovó legislativamen te, lo realizó in ten­tando mús que fabricar un nuevo futuro, obsesionada en arnilar los abusos y decadencia ele la familia del Antiguo Régimen. Por ello, como alguna vez se ha escrito: «Es una equivocaciún reprochar, como alguna ve? se ha hecho, a la Revolución Francesa haber siclo hostil a la familia. Por el contrario, consciente ele su utilidad social, como la mayor parte de los filósofos del siglo X\'Ill, quiso transformar la insti-

( 19) Cit crt Ci DFS~torrFS: "De la lcgislation r{·volutionnaire au Codc Ci\·il", en Vatios autores: l?mo11rn11 dn idh; rnr In fo111il/1', cd. PllF., París, l 9!i l. p<íg !i 1

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lución sobre nuevas bases, para 1 e mediar los vicios ele su rnganitación dmante el Alltiguo Régimen» (~O).

En resumen, la reglamentación jurídica de la familia en el lllll!ldo

occidental es intompn.:nsible sin la imprnnta ele las innovaciones que los revolucionarios franceses pusie1 on en práctica. Y esos efectos no quedaron circunscritos al ten eno de las no1mas, sino q11e el den:t ho desempei'í.ó un p:ipel acelerador del cambio social, convi1 tiéndosc así en un elemento básico, por lo tanto, de la propia dinámica del siste­ma familiar.

Eso es a nucstI o entende1 lo más relevante, sus efectos a largo plazo que, incluso, pueden diferi1 de los inmediatos. Como escribió Carbonnier al examinar la obra 1evolucionaria en este ámbito: «La igualdad de las personas respondía sin duda a una aspiración ampfüi­mente difundida en el co1~.junto del país. Sin ernba1go, en sus ;tSJkC­

tos inás llamativos - la secularización del matrimonio, la libert;\d de clivo1·cio, la promoción hereditaria del hUo natuial-, la nueva< nnfi­guración ele la familia parece haber siclo demandada sobre todo por los sectores intcleClualcs y la burguesía ilustraua» (21). U na situal ión acaso no muy di\'Crsa a la que, años después, se produjo en Esp;¡¡)a durante la 2." Rcpi"ililica, con el cambio de la legislación familiar.

(20) Cit. en M Cw \llD, ojJ. ti, p<íg 2 (21) C\RlHJNNILR: 1'1efacio a 1v! C11n1 11i: !.a liéuo/11tio11 fran¡1me día l·á111ill1', l'UI·,

1'<1rí~, l ~J78, p<íg. 8.

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Algunas hipótesis sociológicas sobre I-lernán Cortés y la conquista de México

Jost'. J1r.1rnEz BLANCO Universidad Complmense de Madrid

El artículo q uc sigue, y el trab<~jo del que e~ sól<? un b1 eve an lici­po, tiene una 1uotivación muy remota. En mis pnmeros cc~ntactos con el maestrn D. E111 iquc Gómez Arboleya -me estoy refinen~lo a mediados de los cincucma-, le planteaba yo el problema de como la sociedad espaúola, w11 dada a enfrenta! se con las realidades socia­les desde los puntos de vista filosóficos y jmídic'.)~, iba a acepta1~ la sociología empírica, dada la falta de scntJclo empn1co de los esp_ano­lcs para conocer bs realidades sociales. El m~lestt o me corto en seco: «¿Falta de sentido ernpí1 ico de los espanoles? Lea ~is~ecl Jo: cronistas ele Indias y se collvencerá ele lo contrario"' De ah1 v1.n() 1111 alición a leerlos durante mucho tiempo, primero como cl1slrute intelectual, y más tarde corno posible objeto de tratami:nto sociol~­gico. Esto es lo que se propone el estudio al que me !-e~1ern a ~ont1-nuación, que me ha on1paclo al menos los cua~ro ulumos a.nos, y que avanza lentamente porque no he contado mas que con mis pro-pios medios pe1 so na les. . , . .

Los episodios históricos de la conqiusta el.e tvfex~co, en part1c~1lar, y del ele la América hispana, en general, han sido ol~¡eto c~e estucho por parte de histo1 iaclor l'S, el nólogos, an t rnpólogos, _arr¡ueologos y otras disciplinas afines ~1 estos campos, pero apenas SI apun~a'. dentr<~ de aquéllas, el estudio siste111ático de las estn11tums. y dznwmcas ~011ales, tanto ele la sociedad espa11ola corno ele las souedades am~ncanas, que, por lo menos, algo tienen que ver -y no es. preciso detenerse a demostrar esto- en los acontecimientos de los siglos xv y XVI que se desarrollaron en el encuentrn ele los continentes eu1 opeo y america­no por primera ve1 en la historia de la human.ic!ad.

Un planteamiento sm:iológico en el est11.d10 de e~te ~ncuer:t:o de los dos l'vlundos -el VicJO y el Nuevo- exige presund1r ele VlSlones