Homilía - Virgen de Zapopan

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Homilía de S.E.R. MONS. CHRISTOPHE PIERRE Nuncio Apostólico en México Nuestra Señora de Zapopan (Zapopan-Guadalajara, Jal., 12 de octubre de 2013) Queridos Sr. Cardenal, Señores obispos; hermanas y hermanos, Me alegra encontrarme con todos ustedes, miembros de la amada Iglesia particular que peregrina en Guadalajara, convocados para ofrecer juntos el Santo Sacrificio Eucarístico a nuestro Padre Dios con motivo de esta nuestra fiesta en honor de la Virgen Inmaculada, Patrona de la Arquidiócesis, cariñosamente invocada con el nombre de Nuestra Señora de Zapopan. ¡Sí! Hermanos. Nosotros alabamos a María y podemos hacerlo. Alabamos y veneramos a María porque Ella es "feliz", feliz para siempre. "Me felicitarán todas las generaciones", había dicho Ella misma. Y este es el contenido de nuestra fiesta. Honrar a la que es feliz porque está eternamente unida a Dios, porque vive con Dios y en Dios. Porque Ella, al decir: "Yo soy la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra ", preparó aquí en la tierra la morada para Dios; con cuerpo y alma se transformó en su morada, y así abrió la tierra al cielo. Por ello, acercando nuestros corazones a su mismo corazón, queremos hoy confirmarle nuestro amor de hijos proclamando la grandeza que le corresponde por ser la llena de Gracia que acogió en sus entrañas virginales, con todas sus consecuencias, al Hijo de Dios, al “Dios-con-nosotros”. Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo”, le había dicho el Ángel Gabriel a María. La “llena de gracia”, el nombre más bello que Dios podía dar a una mujer para indicarle que desde siempre y para siempre había sido Ella la amada, la elegida, la

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Virgen Zapopan

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Homilía de

S.E.R. MONS. CHRISTOPHE PIERRE

Nuncio Apostólico en México

Nuestra Señora de Zapopan

            (Zapopan-Guadalajara, Jal., 12 de octubre de 2013)

 

Queridos Sr. Cardenal, Señores obispos; hermanas y hermanos,

Me alegra encontrarme con todos ustedes, miembros de la amada Iglesia particular que peregrina en Guadalajara, convocados para ofrecer juntos el Santo Sacrificio Eucarístico a nuestro Padre Dios con motivo de esta nuestra fiesta en honor de la Virgen Inmaculada, Patrona de la Arquidiócesis, cariñosamente invocada con el nombre de Nuestra Señora de Zapopan. 

¡Sí! Hermanos. Nosotros alabamos a María y podemos hacerlo. Alabamos y veneramos a María porque Ella es "feliz", feliz para siempre. "Me felicitarán todas las generaciones", había dicho Ella misma. Y este es el contenido de nuestra fiesta. Honrar a la que es feliz porque está eternamente unida a Dios, porque vive con Dios y en Dios. Porque Ella, al decir: "Yo soy la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra", preparó aquí en la tierra la morada para Dios; con cuerpo y alma se transformó en su morada, y así abrió la tierra al cielo. 

Por ello, acercando nuestros corazones a su mismo corazón, queremos hoy confirmarle nuestro amor de hijos proclamando la grandeza que le corresponde por ser la llena de Gracia que acogió en sus entrañas virginales, con todas sus consecuencias, al Hijo de Dios, al “Dios-con-nosotros”.

“Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo”, le había dicho el Ángel Gabriel a María. La “llena de gracia”, el nombre más bello que Dios podía dar a una mujer para indicarle que desde siempre y para siempre había sido Ella la amada, la elegida, la escogida para recibir en su vientre al Hijo Eterno, “al amor encarnado de Dios” (Deus caritas est, 12).

Así, Ella, por voluntad amorosa del Padre, es la “llena de gracia”. Pero, además, es también la “bendita entre todas las mujeres”. “Bendita tú que has creído”, dijo Isabel en su saludo a María. Bendita, porque desde su fe supo corresponder plenamente a lo que Dios quería de Ella y acoger las gracias que Él quería proporcionarle.

¡Sí! Hermanos. La grandeza de la Virgen María está, no solo en que Ella fue elegida por Dios de manera privilegiada, sino porque, a su vez, gracias a su fe supo entregarse sin reservas a la voluntad de Dios.

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Gracias a su fe, María no solo fue capaz de decir al Ángel de la Anunciación: "Yo soy la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra"; sino también fue capaz de aceptar el encargo que, aquel viernes santo terrible y glorioso, Cristo, mientras moría en la cruz, le hizo al entregarle a todos sus discípulos como hijos en la persona del apóstol San Juan, y al entregarla a Ella como Madre, a todos los hombres. Don maravilloso que se prolonga a lo largo de todos los tiempos y que es lo que da hoy sentido a nuestra fiesta, en la que acompañamos y alabamos con devoción a la “bendita entre las Mujeres”, en su imagen de Nuestra Señora de Zapopan.

Nuestra celebración de este día, queridas hermanas y hermanos es sin duda una de las más bellas y significativas tradiciones que se han ido trasmitiendo de generación en generación; verdadera lección de vida cristiana en la que dejamos salir de nuestros corazones los cantos y oraciones que nuestros padres y catequistas nos han enseñado. Fiesta que nos convoca a ser mejores hijos de Dios y que nos invita a participar activamente en la oración común de la Iglesia, a recibir el sacramento de la penitencia para el perdón de nuestros pecados; y también, a participar a la Santa Misa, en donde podemos y debemos recibir en gracia de Dios la vida de de Cristo Jesús que se nos da en la Sagrada Comunión.

Hoy estamos reunidos como hermanos, “en familia”, en torno a la Imagen de María Santísima. Y esto es muy bello. La emoción y el gusto son grandes. Pero, pensemos, si el estar cerca de su bendita imagen, si mirarla nos llena a cada uno de inmensa alegría, ¿cuánto no será el gozo que podremos experimentar si un día logramos contemplarla, entonces sí, cara a cara, en el cielo? Y esto podría ser una feliz realidad: ¡verla cara a cara en el cielo! Pero, ¿cómo lograremos esto? La respuesta es: perseverando en el camino que conduce hasta Ella. Y, ¿cuál es ese camino? El camino es el mismo que la Virgen María nos muestra con su vida; mismo que nos invita a seguir, diciéndonos: “hagan lo que mi Hijo les dice”. Hacer de nuestra vida, una vida toda conforme al querer de Dios, en la que amándolo con todo el corazón y con todas nuestras fuerzas, sea Él el centro de todo; una vida en la que la atención por el bien de los demás esté siempre presente en nuestros pensamientos y acciones.

¿Es difícil esto? ¡Sí!, tal vez sea algo difícil, pero nunca imposible; porque en ello nos ayuda Dios para quien “nada es imposible”. Además, díganme: ¿qué es lo que los impulsa a estar aquí sin hacer caso a la fatiga, al cansancio y al sacrificio, con tal de acompañar a la Bendita Imagen de Nuestra Señora de Zapopan? ¿Qué es lo que hace posible esta manifestación de piedad que año tras año llevan a cabo? ¿No es el amor? ¿No es la confianza y la esperanza que tienen puesta en la Virgen María?

¿Verdad que sí? Es el amor, la confianza y la esperanza lo que les trae hasta aquí. Y son precisamente estas las actitudes las que deben sostenernos en nuestro esfuerzo por recorrer el camino que nos conduce al cielo: el amor y la confianza en María y en Jesús, nuestro Salvador, y también la esperanza de que, viviendo y actuando como verdaderos hijos de Dios podremos, un día, contemplar cara a cara a María, a su Divino Hijo, a Dios Padre y al Espíritu Santo. Recorrer este camino día a día, conscientes de que no caminamos solos; que la Virgen María nos guía y acompaña; que Jesús está siempre con nosotros dándonos su misma vida en los sacramentos; que el Espíritu Santo viene a habitar en cada uno, para darnos la fuerza para no desfallecer en nuestros buenos propósitos. Y, entonces, jamás nos

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cansemos de pedirle a María su ayuda; jamás nos cansemos de pedirle a Jesús que nos de su vida y la fuerza de su Espíritu Santo.

Para ello, para que imploremos y recibamos esa ayuda es que María está siempre junto a Jesús. Está para que la invoquemos, para que la alabemos y veneremos. Pero no sólo. Ella está siempre junto a su Hijo y junto a nosotros también para que la miremos, no solo como Madre, sino como modelo de vida, de fe, de disponibilidad y de radical respuesta a la palabra de Dios; para que la miremos y, mirándola, la imitemos en su generosidad para ir en ayuda de quien más lo necesita; para que la imitemos en su obediencia a la voluntad de Dios, en su confianza a Dios, en su fe.

Hace algunos meses, concretamente el mes de mayo pasado, el Santo Padre Francisco decía que la actitud de la Virgen María se podría sintetizar en tres palabras: “escucha”, “decisión” y “acción”. Palabras claves de María -dijo el Papa-, que además, indican un camino frente a lo que también a nosotros nos pide el Señor (Meditación mariana en la plaza de San Pedro, 31.05.2013).

Escuchar. ¿De dónde –pregunta el Papa-, de dónde nace el gesto de la Virgen María de ir a visitar a su pariente Isabel? Nace –responde-, de una palabra que el ángel de Dios le comunicó: “También tu parienta Isabel concibió un hijo a pesar de su vejez” (Lc 1,36). María oyó estas palabras. Más aún, no sólo las “oyó”, sino que las “escuchó”. No sólo las sintió vibrar en sus oídos, sino que las sintió llegar a su mente y a su corazón, porque las “escuchó”, puso atención. El suyo no fue un simple “oír” superficial, sino un “escuchar”, un acto de atención, de acogida, de disponibilidad hacia Dios. No fue el modo distraído con el cual frecuentemente nosotros nos ponemos delante del Señor o ante los otros, que oímos, pero no escuchamos. María, en cambio, escuchó con atención a Dios.

Pero Ella no solo escuchó la palabra que venía de Dios; escuchaba también los hechos, es decir leía los acontecimientos, estuvo atenta a la realidad concreta sin quedarse en la superficie, sino yendo a lo profundo para entender su significado. Su pariente Isabel era ya anciana y esperaba un hijo: éste fue el hecho. Pero María estaba atenta a su significado y lo comprende. Este hecho le revela que “no hay nada imposible para Dios” (Lc 1,37). 

Esto –decía el Papa Francisco-, vale también en nuestra vida: escuchar a Dios que nos habla, y escuchar también la realidad cotidiana prestando atención a las personas, a los hechos, porque el Señor pone señales en nuestro camino, pero está en nosotros la voluntad de verlos.

En la vida, queridas hermanas y hermanos, no siempre es fácil tomar decisiones, con frecuencia tendemos a posponerlas, a dejar que otros decidan en nuestro lugar; a menudo preferimos tratar de ignorar los acontecimientos, seguir la moda del momento; a veces sabemos lo que tenemos que hacer, pero no tenemos el coraje de hacerlo: nos parece demasiado difícil. María, en cambio, nos enseña a ir contracorriente, a ponernos a la escucha de la palabra de Dios, a reflexionar para tratar de comprender la realidad, a decidir y, finalmente, a hacer lo que debemos hacer, confiando totalmente en Dios. María escucha a Dios, discierne la realidad y decide, y luego, cuando tiene claro lo que Dios le está

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pidiendo y lo que tiene que hacer, no pierde el tiempo, no retarda, va “con premura”, pasa a la acción.

Queridas hermanas y hermanos. Tal vez cada uno de nosotros quisiera poder ofrecer hoy a María Santísima “algo” que verdaderamente lograra conmover y alegrar su corazón. Y, ¿saben qué es lo que Ella espera de cada uno?, ¿saben ustedes lo que verdaderamente la llenaría de alegría? Se los voy a decir: la mayor alegría que María Santísima desearía poder recibir de cada uno y de cada una, es aquella que podríamos proporcionarle empeñándonos verdaderamente por hacer lo que Jesús nos dice. Estas fueron las palabras de la Virgen en las bodas de Caná, y son las palabras que vuelve a decir hoy a nosotros: “hagan lo que Él les dice”. Es decir, hagan que la gracia de Dios los llene; hagan que la Palabra de Jesús los ilumine;  hagan el esfuerzo constante por conocer a Jesús, por amarlo, por seguirlo, por anunciarlo; hagan el compromiso de esforzarse siempre por pensar como Jesús, decidir como Jesús, actuar como Jesús. Hagan el esfuerzo por amarse unos a otros como Dios nos ama a nosotros. 

Hagamos, pues, hermanos, lo que el Señor nos pide. La Virgen María nos lo pide y, al pedírnoslo, no nos deja solos. Supliquémosle, entonces, junto con el Papa Francisco:

“María, mujer de la escucha, abre nuestros oídos; haz que sepamos escuchar la Palabra de tu Hijo Jesús entre las mil palabras de este mundo; haz que sepamos escuchar la realidad en la que vivimos, cada persona que encontramos, especialmente aquella que es pobre, necesitada, en dificultad.

María, mujer de la decisión, ilumina nuestra mente y nuestro corazón para que sepamos obedecer a la Palabra de tu Hijo Jesús, sin titubeos; dónanos el coraje de la decisión, de no dejarnos arrastrar para que otros orienten nuestra vida.

María, mujer de la acción, haz que nuestras manos y nuestros pies se muevan “sin demora” hacia los otros, para llevar la caridad y el amor de tu Hijo Jesús, para llevar, como tú, en el mundo, la luz del Evangelio.

Amén”.