Hofmannsthal Los Colores1

15
SALUD MENTAL Y CULTURA

description

ensayo de hofmannsthal

Transcript of Hofmannsthal Los Colores1

  • SALUD MENTAL Y CULTURA

  • Abril de 1901Aqu estoy, pues, al cabo de dieciocho

    aos, de nuevo en Alemania, camino deAustria, y ni yo mismo s en qu estado denimo me encuentro. En el barco me forja-ba ideas, formulaba juicios por anticipado.Pero en el curso de estos cuatro meses misconceptos se han esfumado ante la visinde la realidad y no s por qu han sido re-emplazados: un sentimiento escindido delpresente, una depresin difusa, un desordeninterior cercano al descontento y casi porvez primera en mi vida me acontece que seme impone un sentimiento de m mismo.Sern los cuarenta aos ya dejados atrs yque algo en m se ha tornado ms pesado yms sordo, lo mismo que mi cuerpo, al quenunca haba sentido cuando estaba en losdistritos, pero que comienzo a sentir ahora,o se trata acaso de un acceso de hipocon-dra? Me haba hecho una idea de los ale-manes y la mantena intacta cuando meacercaba a la frontera a travs del Wsel:no era ciertamente igual a la que tenan denosotros los ingleses antes del 70. Tampocoel puado de libros que llev conmigo, elWerther y el Wilhelm Meister, confundanmi concepto de los alemanes (lo que estasnovelas expresan me ha parecido siemprecomo una imagen refleja, infinitamenteahondada, transfigurada, serenada), perohaba rechazado tambin la poco benevo-lente idea que los ingleses de nuestra pocahacen circular sobre nosotros: un pueblo,en efecto, no se transforma hasta hacerseirreconocible, sino que se mueve y da vuel-tas como en el sueo y sencillamente expo-

    ne a la luz otras facetas de su ser. Y ahora,estoy desde hace cuatro meses entre ellos,he hablado en Dsseldorf con sus minerosy en Berln con sus banqueros, he visitado aGerhart en su despacho, a Charlie en su fin-ca, a causa de un dictamen una importanteautoridad de Gotinga me ha remitido a otrade Giessen, me he detenido en Bremen, hecallejeado por Mnich, he tratado con fun-cionarios y autoridades pblicas, he traba-do contacto con vuestros metalrgicos yvuestros mecnicos, con vuestros impor-tantes y vuestros insignificantes seores yno s qu decir.

    Pues, qu me haba imaginado enton-ces? Qu haba esperado encontrar? Ypor qu tengo la impresin de que se hundeel suelo bajo mis pies? Puedes pensar queme extralimito cuando saco conclusionesgenerales a partir de una experiencia perso-nal aislada. Adems, slo he encontradogente leal, he cerrado negociaciones ger-mano-javanesas en condiciones ms venta-josas de cuanto hubiera podido soar y hoysoy libre y, adems, si no rico, s indepen-diente, que vale ms. No, no hay nada enm que me cause malestar y me atormente yme impida regresar contento a la patria, nose trata de spleen, es... cmo podra defi-nirlo? Es algo ms que una observacin, esun sentimiento, una mezcla de todos lossentimientos, un sentimiento existencialves?, me cuesta volver a utilizar una ter-minologa tcnica que, al cabo de veinteaos, me resulta bastante extraa. Pero,tengo que ser verdaderamente complicadoentre los complicados? Querra florecer co-

    Hugo von Hofmannsthal

    Los colores

    Rev. Asoc. Esp. Neuropsiq., 1998, vol. XVIII, n. 68, pp. 713-726.

  • mo una flor y que esta Europa me robara dem mismo. Prefiero, pues, hablarte prolija ydesmaadamente y evitar sus tecnicismos.Me conoces lo suficiente para saber que nohe tenido mucho tiempo en mi vida paraacumular conocimientos abstractos o teri-cos de la vida. Ms bien una cierta expe-riencia prctica, para deducir algo a partirde las expresiones, del rostro de las perso-nas, de lo que no dicen, para descifrar sufi-cientemente una pequea cadena de deta-lles imperceptibles, para anticiparme de al-guna manera a los acontecimientos a lahora de cerrar un trato o para prever unacrisis en el comportamiento de otros res-pecto de m o entre ellos mismos. Pero, co-mo acabo de decir, carezco casi por enterode conocimientos tericos, prcticamenteno tengo ninguno. Todo lo ms dos o tresfrases o aforismos, o como se lo quiera lla-mar. Hay ilaciones que no se olvidan.Quin se olvida del padrenuestro? Thewhole man must move at once: Ah tienesuna de mis grandes verdades. No bromeo,es una gran verdad, un profundo aforismo,una sabidura prctica total, aunque son s-lo unas pocas palabras no muy impresio-nantes. Me las transmiti un gran hombre.Su cama estaba al lado de la ma en el hos-pital de Montevideo, y era uno de esos queson capaces de llegar muy lejos. Haba enl mucha de la pasta con que la raza inglesahace sus Warren Hastings y sus Cecil Rho-des. Pero muri a los veinticinco aos, noentonces, en aquella cama del hospital jun-to a la ma, sino un ao ms tarde, a causade una recada. La haba aprendido de supadre, un clrigo rural de Escocia, que de-bi de ser duro y maligno, pero de slidasconvicciones. Es un proverbio para escri-brselo en las uas de los dedos y, una vezcomprendido, jams se olvida. No lo men-ciono con frecuencia, pero lo tengo siem-

    pre presente en alguna parte. Con estas ver-dades no creo que haya muchas de talfuerza y sencillez ocurre como con el r-gano que tenemos en el interior del odo,esos huesecillos o pequeas bolitas mvi-les: nos dicen si estamos o no en equilibrio.The whole man must move at once cuan-do estando entre americanos y ms tardeentre la gente surea en la Banda Oriental,entre espaoles y gauchos, y ltimamenteentre chinos y malayos, aparecan ante mimirada unos rasgos firmes, lo que yo llamounos rasgos firmes, algo en la actitud queme exige respeto y ms que respeto, no scmo expresarlo, ya sea ese grandioso ges-to que tienen a veces en sus negocios (merefiero a los Estados Unidos), ese metersea fondo medio alocado y salvaje y al mis-mo tiempo framente calculado, en una co-sa, o puede ser un cierto grand air patriar-cal, un viejo gaucho de canosa barba a lapuerta de su estancia, enteramente l mis-mo, su modo de acoger a alguien y cmolos slidos demonios de sus hijos saltan delcaballo y le obedecen, y puede ser algo anmucho ms imperceptible, un estar pen-diente, con cautela animal, con la miradafija en la sacudida del sedal del anzuelo, unvigilar con el alma entera como slo losmalayos saben hacerlo, porque tambinaqu puede haber un rasgo firme en el mo-do de pescar y mucho mayor de lo que tpodras imaginarte en el modo como unfraile mendicante de color te tiende la escu-dilla de barro cuando algo de este gnerome acontece, yo pensaba: en casa! Todocuanto era justo, todo lo que contena unaautntica veracidad, una autntica humani-dad, hasta en los detalles ms pequeos einsignificantes, todo me pareca que sea-laba hacia all. No, ni torpe lengua no tetransmite la realidad de mis sentimientos:No era un sealar hacia all, ni tampoco un

    (112) 714 Hugo von Hofmannsthal

    SALUD MENTAL Y CULTURA

  • desdoblamiento, lo que yo experimentaba:era lo uno en lo otro. Cuando las cosas gol-peaban en mi espritu me pareca como siestuviera leyendo un libro polcromo de lavida, pero el libro trataba siempre de Ale-mania. No creo ser un soador y si algunavez lo fui tal vez de muchacho en estosdieciocho aos no he tenido sencillamentetiempo para serlo. Tampoco estoy hablandode ensoaciones, ni de ficciones, sino de al-go relampagueante, que estaba all mien-tras yo viva y a menudo en momentos enlos que mis pensamientos y todos mis ner-vios estaban tan tensos de vida que rozabanel lmite de lo posible. Te lo explicar conun ejemplo que ciertamente casi peca desimple: es como beber agua de una fuente.T sabes que de nio estaba casi siempreen la Alta Austria, en el campo, aunque apartir de los diez aos ya slo los veranos.Pero cuantas veces, en Kassel, durante loscursos de invierno o en cualquier otro lugardonde iba con mis padres, beba un sorbode agua fresca no como la que se bebe,con indiferencia, en las comidas, sino cuan-do se est acalorado y agotado y se suspirapor el agua todas las veces estaba, duranteel instante de un relmpago, en mi AltaAustria, en Gebhartsstetten, junto a la viejafuente. No: no es que lo pensara estabaall, paladeaba en el agua algo de los caosde hierro, senta flotar en toda la cara el ai-re de la montaa y al mismo tiempo el per-fume veraniego del polvoriento camino ru-ral en resumen, no s cmo sucede, perolo he vivido demasiadas veces como parano creer en ello, y con eso me doy por sa-tisfecho. Me pas tambin en Nueva Yorky en el corto tiempo en San Luis y luegotambin en Nueva Orlens, pero ms tarde,y ms al Sur, se perdi: el aire y el aguaeran demasiado distintos de lo que en Geb-hartsstetten brotaba del cao y flotaba so-

    bre el seto y el aire y el agua son grandesseores y hacen con los hombres lo quequieren. Pero esto de beber quera ser sloun ejemplo. Del mismo modo que un sorbopoda traerme el hechizo de la vieja fuentede Gebhartsstetten, tambin estaba en Ale-mania cuantas veces en Uruguay o en Can-tn, o ltimamente en las islas, algo me lle-gaba al alma, ya fuera la mirada de una mu-chacha increblemente hermosa, como lasque se cran en las aisladas estancias de losgauchos, o la conmovedora frugalidad deun anciano chino o los pequeos nios mo-renos y desnudos en el estanque a la entra-da de la aldea. Porque se viven muchas ex-periencias y la mayora de ellas son elimi-nadas por los sentidos, o por los nervios, opor la voluntad, o por la razn, pero lo queafecta al alma no se puede prever de ante-mano, ya se trate del vuelo solitario y ondu-lante de un ave tropical sobre un valle demontaa totalmente desierto, abierto enforma de lira, o de la maniobra de un buenbarco en un mar turbulento, o de la miradade un simio moribundo o de un breve y fir-me apretn de manos. Estas cosas, todasellas, cuando llegaban y se hundan hasta loms ntimo del interior, hablaban de Ale-mania con una claridad y un poder muy su-perior a lo que estas lneas que te escribo tehablan de m. Es ms, cuando alguna de es-tas cosas me afectaban, yo estaba en Ale-mania. Todo esto es como es y no hay nadasoado. No obstante, dentro de dos sema-nas viajar a Gebhartsstetten y puedo estarrazonablemente seguro de que volver aencontrar la fuente con la idlica fecha delao 1776 grabada con los floreados rasgosde la poca de Mara Teresa all estar lafuente y me llegar su murmullo, y el viejoe inclinado nogal, hendido por un rayo, elltimo de todos los rboles en echar hojas yel ms renuente de todos en entregrselas al

    Los colores 715 (113)

    SALUD MENTAL Y CULTURA

  • invierno, dar con su inclinacin total y suedad algn tipo de seal de que me recono-ce y de que estoy de nuevo aqu y que l es-t aqu, como siempre pero llevo cuatromeses en Alemania y ningn rincn de tie-rra, ninguna palabra dirigida, ningn rostrohumano, nada ni nadie, si he de ser sincero,me ha dado la menor seal. Esta Alemaniaque recorro, en la que comercio, cierro tra-tos, como en compaa de la gente, actocomo el hombre de negocios cosmopolita,como el seor extranjero conocedor delmundo dnde estaba yo cuantas vecesme imaginaba estar en el pas en el que seentra a travs del espejo del recuerdo, dn-de estaba en los momentos en los que slomi cuerpo se mova entre los gauchos o losmaores? Dnde estaba yo? Y ahora queesto s que es Alemania, no estaba en Ale-mania. Y, sin embargo, en mi interior lo lla-maba Alemania. Era exactamente el espejodel melanclico recuerdo por el que yo pe-netraba cuando poda penetrar. Era eranhombres y mujeres, muchachas y ancianosy jvenes. Era ms un presentimiento queuna presencia, como el ascenso del hlitode lo ms radical del alma, de lo ms radi-calmente esencial e incomprensible. Era elreflejo ms espiritual cun incapaz es estapalabra de describir una vivencia, una cri-sis que se hace cada vez ms fuerte que eldeleite y ms pura, ms delicada, definida yconcreta que la sencilla plegaria del niosegura de ser escuchada, el reflejo de infi-nitas posibilidades de vida entrelazadas.Era el ms delicado perfume de toda laexistencia, de todo el ser alemn. No puedoexplicrtelo mejor, por ms que quisiera.Lo singular, el impulso vena de fuera. Yoera slo como el teclado del piano tocadopor una mano extraa. Pero haba algo enm, un afecto, un caos, algo an no nacido,y de all comenzaron a surgir figuras y eran

    figuras alemanas. Tena la naturaleza deuna adolescente y de un anciano, era bie-nestar y quieta permanencia y de nuevo po-breza horrible sin un techo de paja sobre lacabeza; era existencia juvenil y amistad ili-mitada, ilimitada esperanza, rgida soledad,rostro macilento vuelto hacia las silentesestrellas; era vida de amor, medrosidad, es-pera, demora, mutuo atormentarse, abrazomutuo, virginidad y entregada virginidad,era tener un campo, tener una casa, tenerhijos, hijos bandose en el arroyo, ban-dose bajo los lamos, bajo los sauces; eracompaa y soledad, amistad, ternura, odio,sufrimiento, felicidad, ltimo lecho, yacery morir postreros. Eran figuras alemanaslas que se aglomeraban en estas imgenesmgicas no, era ms un hlito que simplesimgenes que se dispersaban al instantesiguiente, parsimoniosos gestos alemanes,algo, un no s qu, de la ms ntima esenciade la tierra patria. Llegaban a la vez hastam su fortaleza y su debilidad, su rudeza ysu ternura, pude disfrutarlo, pude disfrutarde sus creaciones y de la vida de sus crea-ciones, soando con lo perdido o presin-tiendo y anticipando alegras de la realidadque yo me lisonjeaba estarme reservadas. Yen cada una de aquellas creaciones que seme aparecan no, pues no soy un visiona-rio y mis negocios no me permiten alucina-ciones en su soplo espiritual aleteaba, co-mo la ms fugitiva posibilidad de un deli-cioso encuentro futuro, toda imagen demujer y toda imagen de anciano, de hombrey nio, de hombre rico y pobre Lzaro, to-das estaban talladas de una sola pieza y ca-da una llevaba la verdad interior con que yolas meda. The whole man must move at on-ce y as eran, ya fueran muchachas con mi-rada de paloma, hombres errantes de ojosebrios por pensamientos sin lmites, o an-cianos suplicantes o jueces airados de cejas

    (114) 716 Hugo von Hofmannsthal

    SALUD MENTAL Y CULTURA

  • de len. Todos eran de una sola pieza. Seme aparecan con una sola fisonoma y nin-guno de ellos permaneca junto a m porms tiempo del que emplea un relmpagoen fulgurar y extinguirse, porque no sueodespierto y no mantengo conversacionescon las quimeras de mi fantasa. Pero enesa nica fisonoma con la que se acerca-ban y se alejaban de m, eran totalmenteellos. Estaban totalmente en cada miradade sus ojos, en cada curva de sus dedos. Noeran de los que no sabe su mano derecha loque hace su mano izquierda. Eran uno en smismos. Y esto salvo que desde hace cua-tro meses me haya estado engaando a mmismo, a pesar de tener los ojos bien abier-tos, con el ms perverso, el ms complejo yel ms tenaz de todos los sueos esto noson los alemanes de hoy.

    9 de mayo de 1901No pienses que no respeto sus conquis-

    tas. Que los alemanes trabajan es algo quetodo el mundo sabe. Mientras haca el viajede regreso pens que vera cmo viven. Yahora estoy aqu, pero cmo viven es algoque no veo. Y lo que veo no me gusta. Hayricos y hay pobres y te tropiezas con los po-bres y con los ricos y ni lo uno ni lo otro tetransmite un sonido puro. Hay aristcratasy hay subordinados, hay arrogantes y hayhumildes, hay sabios y hay quienes vivendel peridico del da anterior; los uno seahuecan y los otros se encogen, los unos sepavonean y los otros se avergenzan. Tie-nen un arriba y un abajo, y un mejor y unpeor, rusticidad y finura, derecha e izquier-da, solidaridad y oposicin, relaciones bur-guesas y relaciones aristocrticas y crculosuniversitarios y crculos financieros: peroen todo ello falta algo, falta una autnticacercana inmediata en los contactos. Nin-

    guna cosa se acopla armoniosamente con laotra, algo les falta en su interior para lo quesoy incapaz de encontrar la expresin exac-ta, pero que s existe, en cambio, en el mo-do de ser ingls, por grandioso y complica-do que sea, y en el modo de ser de los mao-res, tan infantil y sin artificios: lo queforma comunin y comunidad, todo lo quees originario en sta, todo lo que tiene suasiento en el corazn. Es, por supuesto, po-sible que me equivoque y as me lo repitouna y otra vez tal vez con estas cosas ocu-rra como con la combinacin de una cerra-dura, tal vez sea necesario, para estar a laaltura de este mundo tan escindido, unapreparacin interior, una formacin. Y for-macin, en el sentido actual, europeo, de lapalabra, no tengo pero no obstante, preci-samente en estas cosas, de lo poco que heaprendido, de lo que me ha ido quedandoac y acull, surge y se despliega en mi in-terior algo que no consigo eludir: comoaquellos hombres y jvenes moribundosen los libros latinos y griegos, en los pe-queos fragmentos de libros que nos dabana leer de escolares en el ocaso de la bata-lla, baados en su propia sangre, proclama-ban el nombre de su ciudad patria y se de-leitaban en el triunfo y en la firmeza ante lamuerte, gritando: Argos meminisse juvabatde dnde es este fragmento? Qu tieneque ver todo esto con este mundo, con esteaqu, con hoy, conmigo? Y, sin embargo,sin embargo: as es como me pronunciaba am mismo Alemania! tal vez no exac-tamente esta palabra, pero s el espritu dela palabra. Y as me deca: Alemania!cuando estaba lejos de Alemania. Adems,all, en Gebhartsstetten, mi padre, que enpaz descanse, tena una carpeta con graba-dos de Alberto Durero. Nos los enseabamuy a menudo a m, a mi hermana y a mihermano, ambos fallecidos en edad muy

    Los colores 717 (115)

    SALUD MENTAL Y CULTURA

  • temprana. Qu familiares y al mismotiempo qu extraas me resultaban las vie-jas lminas, cun aborrecibles y cun ama-das a la vez! Los hombres, los bueyes, loscaballos como tallados en madera, como demadera los pliegues de sus vestidos, lasarrugas de sus rostros. Las casas puntiagu-das, los zigzagueantes caces de los moli-nos, los rgidos peascos y los rboles, tanirreales, tan hiperrealistas. A veces impor-tunaba a mi padre, para que hiciera traer lacarpeta. Pero otras era incapaz de ver niuna hoja ms, me escapaba corriendo y re-ciba una reprimenda. Ni siquiera hoy dasabra decir si el recuerdo de aquellas ne-gras lminas embrujadas me es agradable ydeleitoso o, por el contrario, detestable. Pe-ro me llegaron muy cerca, penetr hasta miinterior un poder que emanaba de ellas ycreo que hasta en el lecho de muerte sercapaz de decir cul es el teln de fondo delmonstruo marino o del ermitao con la ca-lavera. sta es la vieja Alemania, decami padre, y la palabra sonaba casi como pa-vorosa y yo me imaginaba un hombre vie-jo, como los que aparecan en las lminas,y para demostrar que haba aprendido geo-grafa y comprendido el mundo pregunta-ba: Hay tambin un libro con la viejaAustria?. Entonces mi padre deca: Esode ah abajo es Austria (la biblioteca esta-ba en el cuarto de la torre y debajo queda-ban la aldea y las colinas y ac y acull lospequeos bosquecillos que pertenecan alAyuntamiento y a los campesinos particu-lares y entre las colinas el ro serpenteantey el blanco camino y en la lejana los vie-dos azules sobre los grandes y distantesbosques oscuros) y nosotros somos austr-acos, pero tambin somos alemanes, y co-mo la tierra pertenece a los hombres que lahabitan, tambin esto es Alemania. Se cre-aba as una especie de conexin entre las

    lminas de la carpeta y el resplandecientepas cuya tierra escarbaba buscando topos opiedras brillantes, en cuyas aguas y charcasme baaba, cuyo perfume total absorba enm cuando arriba, en la carreta de heno, pe-gado al varal, cruzaba la puerta del henil.Esta conexin entre una realidad y la im-presin de unas lminas, un semi-terror,una especie de pesadilla, resultaba bastanteextraa. Pero tambin son extraas y pro-fundas todas las cosas que experimentamosen la infancia. No pensaba, por supuesto,de forma consciente en las viejas figurascuando acompaaba al criado que acarrea-ba el heno o cuando iba a pescar o a cogercangrejos con los muchachos de la aldea, nicuando los domingos haca de monaguilloen el altar y detrs de m acudan, desde losbancos, las voces de los campesinos y cho-caban contra la luminosa bveda y el rga-no irrumpa y su eco, nada terrenal, se des-plomaba como un torrente sobre mis espal-das, y menos an cuando, sabedor de losamoros de todas las muchachas, pasaba, amedias temeroso y a medias avergonzado,por delante de las ventanas y al mismotiempo engatusaba a los mayores y palade-aba con ellos el vino de la nueva cosechapero inconscientemente poblaba con lossemblantes en sombras de aquellos hiperre-ales antepasados los solitarios parajes delbosque, las laderas con los grandes cancha-les, el claustro medio derruido detrs de laiglesia, que era mucho ms antiguo que lamisma apacible y pequea iglesia, y los rin-cones siempre oscuros de los amplios apo-sentos de las grandes granjas campesinas,donde se sentaba la bisabuela o un ancianoimpedido o donde pareca que an se senta-ban, aunque los habamos enterrado el oto-o pasado y habamos echado coronas demargaritas blancas, lilas y rojas sobre suatad. El comportamiento de aquellas per-

    (116) 718 Hugo von Hofmannsthal

    SALUD MENTAL Y CULTURA

  • sonas de firmes rasgos, que ya no estabanaqu, coincida con los rasgos de stas conlas que yo ahora coma y beba, con las quesuba al peral, con las que llevaba a los ca-ballos al abrevadero y acuda a la iglesia, aligual que las antiguas leyendas de bandole-ros, ermitaos y osos corran paralelas alpaisaje y como la leyenda de la condesaGenoveva corra en mi interior paralela alangelical rostro blondo de Amelia, la her-mosa hija del carnicero.

    La realidad que vean mis ojos era total-mente distinta de las antiguas imgenes,pero no haba ninguna fisura entre ellas.Aquel mundo antiguo era ms piadoso,ms sublime, ms apacible, ms osado,ms solitario. Pero en el bosque, en la no-che estrellada, en la iglesia, todos los cami-nos llevaban a l. Las herramientas no eranlas mismas, la indumentaria era curiosa ylos gestos superaban la realidad. Pero habaun no s qu de profundo en las conductasque est ms all incluso de los gestos: larelacin con la naturaleza que, con secaspalabras, yo llamo relacin con la vida:hasta qu punto es resistencia y hasta qupunto es sumisin, dnde conviene suble-varse y dnde rendirse, dnde lo adecuadoes la calma y unas palabras secas y dndela altivez y la diversin: esto es lo esencial,esto es lo real al fondo de lo cotidiano, s-tas eran las sencillas acciones cotidianasque brotan del hombre del mismo modoque brota del rbol su rudeza y su dulzura,sus anillos, sus hojas y sus manzanas ste,ste era mi mundo, como lo saben aquellaslminas y como lo s yo hoy y lo saba en-tonces, porque de m dependa medir lo realde acuerdo con algo que haba en mi inte-rior y casi de una manera inconsciente lomeda segn el rasero de aquel mundo te-rriblemente excelso y negro y lo someta aprueba con esta piedra de toque para saber

    si era oro o mala mica amarillenta. Y anteel tribunal de aquellas nieras, de las queno poda liberarme en mi interior, arrastro ala gran Alemania y a los alemanes de hoyda y veo que no me resisten y que no pue-do pasarlo por alto.

    Pensaba regresar al hogar, y ya parasiempre, pero ahora no s si me quedar. Sian conservas, querido amigo, tu puesto enultramar y no en Londres, donde no megustara estar, podra ser que fuera a tu la-do. Porque tengo pocas personas en elmundo pocas es un eufemismo, no ten-go ninguna. De hecho, es la primera vezque lo advierto con tanta pesadumbre. Perono querra morir en esta Alemania. S queno soy viejo ni estoy enfermo pero dondeno se quiere morir, tampoco se debera vi-vir.

    Antes pensaba siempre que sera arreba-tado de improviso, en medio del ajetreo dela vida, y que por tanto cualquier lugar esbueno. El gran hospital de Montevideo conlas grandes araas arriba, en el techo, y tan-tas personas delirando en las camas y aque-lla monja espaola increblemente hermo-sa, cuyo rostro brillaba como una suave lu-na sobre los rostros de los moribundosvueltos hacia arriba y el bello y pulcro la-zareto de Surabaja, con los rboles pobla-dos de pajarillos de los ms brillantes colo-res delante de la ventana, y adems un parde lugares de aspecto extrao y de malagero: la tranquila y traicionera orilla deuna cinaga amarillenta y el pequeo yapacible rincn del bosque, la quieta pen-diente de intransitables peascos grises,pero ahora creo que ser de otra manera, enpaz, en mi propia cama, tal vez lentamente.Me imagino entonces que estar preparado,en una especie de recogimiento. Pero aqunadie est recogido, nadie preparado parael ltimo instante. Me figuro miradas, las

    Los colores 719 (117)

    SALUD MENTAL Y CULTURA

  • miradas postreras a travs de la apacibleventana hacia el exterior. Pero no, no debe-ra ser aqu. Aqu no hay sosiego. Me sien-to como en una gran posada alborotada ydesapacible. Quin querra morir en unhotel si puede evitarlo?

    De todas formas, an no s dnde quieroir. Adems, hay que llevar a trmino bas-tantes cosas y, en cualquier caso, antes de-seo volver a ver una vez ms Austria. Digoantes, porque no me hago a la idea dequedarme aqu.

    26 de mayo de 1901No tengo un brillante pasado a mis es-

    paldas y tal vez slo he llegado a saberlo apartir de cierta insignificante experienciaque viv hace tres das pero voy a intentarcontrtelo por su orden debido, y aun as talvez no sepas cmo interpretar la narracin.En pocas palabras, tena que asistir a unareunin, la ltima y decisiva de una serie denegociaciones cuyo objetivo era la fusinde la sociedad holandesa para la que venatrabajando con otra anglogermana ya exis-tente. Yo saba que aquel da era determi-nante en cierto modo tambin para mi fu-turo y era incapaz de controlarme, habaperdido por completo el dominio de mmismo. Me senta enfermo en mi interior,pero no era mi cuerpo el enfermo, le conoz-co demasiado bien. Era la crisis de un ma-lestar interno, cuyos primeros accesos ha-ban sido tan imperceptibles como es posi-ble y que coincidan con este vrtigo actual.Lo advert con la velocidad del relmpago,pues en estos instantes crticos se compren-de la vida con mayor hondura que en losmomentos normales de la existencia. Losprimeros sntomas se haban limitado a pe-queos impulsos de desazn sin causa apa-rente, equivocaciones y dudas mentales o

    afectivas fugaces y sin la menor importan-cia, pero que era algo absolutamente nuevoen m. Y aunque son cosas balades, creoque nunca antes haba sentido nada pareci-do hasta hace estos pocos meses, desde quehe pisado suelo europeo. Pero, se cuentanestos ataques ocasionales entre las cosascasi insignificantes? Sea como fuere, tengoque seguir o romper la carta y no volver amencionar nunca el resto. Acontece a ve-ces, por la maana, en estas habitaciones dehoteles alemanes, que el jarro y la jofainao un rincn de la habitacin, con la mesa yel perchero es como si no estuvieran, co-mo si a pesar de ser objetos total y absolu-tamente usuales y normales no existieranen modo alguno ni fueran reales, como sifueran en cierto modo fantasmales y al mis-mo tiempo transitorios y a la espera, ocu-pando, por as decirlo, de manera provisio-nal el puesto de la jarra real y de la jofainareal llena de agua. Si no supiera que eresuna persona a la que nada le parece ni de-masiado grande ni demasido pequeo, ni,sobre todo, demasiado absurdo, no segui-ra. Adems, siempre me cabe el recurso deno enviar la carta. sta era, pues, la situa-cin. En los otros pases, ms lejanos, in-cluso en mis horas ms miserables la jarrao el barreo con el agua ms o menos fres-ca de la maana eran algo obvio y, al mis-mo tiempo, vivo: un amigo. Aqu, en cam-bio, puede decirse que son un fantasma. Suvisin produca un ligero y desazonantevrtigo, aunque no de naturaleza corprea.Poda acercarme a la ventana y experimen-tar exactamente lo mismo a propsito delos tres o cuatro coches de alquiler que es-peraban, estacionados, al otro lado de la ca-lle. Eran coches fantasmales. Su sola vistacausaba un malestar ligero y casi instant-neo: como un vrtigo momentneo sobre elabismo sin fondo, sobre el vaco eterno. Al-

    (118) 720 Hugo von Hofmannsthal

    SALUD MENTAL Y CULTURA

    PropietarioNota adhesiva

    PropietarioNota adhesiva

  • go parecido puedes imaginar que no pres-to mucha atencin a estas sacudidas fuga-ces poda provocar la visin de una casa ode toda una calle: pero no debes imaginartetristes casas derruidas, sino las fachadasms normales de ayer y de hoy. O un par derboles, de esos rboles raquticos, perocuidados con gran esmero, que tienen ac yall, en sus plazas, rodeados de asfalto yprotegidos con verjas. Poda contemplarloy saba que me recordaban rboles no eranverdaderos rboles y al mismo tiempo mesenta agitado por un temblor interior queme rasgaba el pecho como un hlito, comoel soplo de la nada eterna, del eterno enninguna parte, un hlito no de la muerte si-no de no-vida, un algo indescriptible. Mstarde me suceda en el tren, cada vez conmayor frecuencia. Viaj en tren estos cua-tro meses con muchsima frecuencia, deBerln al Rin, de Bremen a Silesia, en todaslas direcciones. Poda presentarse en cual-quier sitio, a las tres de la tarde o cuandofuera, bajo la luz ms normal: una pequeaciudad a la derecha o la izquierda de la va,una aldea, una fbrica, o el paisaje entero,colinas, campos, manzanos, casas disemi-nadas, todo en suma tena un aire, una fiso-noma propia equvoca llena de inseguridadinterior, de maligna irrealidad: as de inaneera as de fantasmalmente inane. He pa-sado, querido amigo, dos meses y medio demi vida en una jaula que no tena ms hori-zonte que un corral vaco, con excrementosde bfalo secos amontonados hasta la esta-tura de un hombre, entre los que se arrastra-ba una bfala enferma hasta que ya no pu-do sostenerse en pie y se desplom, entre lavida y la muerte. Y no obstante, cuandocontemplaba all fuera el corral, los monto-nes de estircol amarillentos y oscuros y laamarillenta y oscura bfala moribunda, ycuando lo recuerdo ahora all haba vida,

    la misma vida que sigue brotando en mi pe-cho. Y en el mundo que puedo contemplarpor un instante desde la ventana del tren,ah mora algo nunca me ha espantado lamuerte, sino lo que en ella habita: este no-vivir es lo que me aterra. Tal vez todo sedeba a que de vez en cuando me enfermanlos ojos, una especie de ligera intoxicacin,una infeccin oculta o insidiosa que pareceacechar, en la atmsfera europea, a quienregresa tras haber estado fuera durante mu-cho tiempo, tal vez durante demasiadotiempo. Que mi mal era de naturaleza euro-pea es algo de lo que tuve clara concienciaen estas cosas todo es una intuicin sbitae inexplicable en el instante mismo en queadvert que se trataba de un mal que meafectaba en lo ms profundo de m mismo,que yo mismo, mi vida interior, estaba suje-ta a esta vista deficiente como en los ante-riores accesos aquellos otros objetos exte-riores. A travs de miles de estos sentimien-tos y semisentimientos, mi conciencia sehizo mucho ms sensible para las sensacio-nes de asco y vrtigo: creo que en aquellosinstantes deb repensar de nuevo lo que mehaba venido a las mientes desde mi primerpaso en Europa y, adems, todo cuanto an-tes haba reprimido.

    No puedo expresar hoy con claras pala-bras aquello que atravesaba como un torbe-llino todo mi ser, pero el aborrecimientoque me produca mi negocio y el dinero ga-nado en l brotaba de la agitacin, inmensay al mismo tiempo muda, que convulsiona-ba el interior de mi ser y lo zarandeaba co-mo un trozo de madera arrastrado por lasolas, altas como casas, de los mares del Sur.Me haba tragado veinte mil ejemplos decmo se llega a olvidar la existencia mismaen aras de lo que slo debera ser un mediode vida y no poda tener ms valor que el deinstrumento. Desde haca meses flotaba en

    Los colores 721 (119)

    SALUD MENTAL Y CULTURA

    PropietarioNota adhesiva

    PropietarioNota adhesiva

  • mi entorno un diluvio de rostros que slo semovan por el dinero, propio o ajeno. Suscasas, sus monumentos, sus calles, todoaquello no era para m, en aquel instante untanto visionario, otra cosa sino simple cari-catura, mil veces reflejada, de su fantasmalin-existencia y, llevado de mi impulsivomodo de ser, reaccion con un salvaje sen-timiento de asco ante mi escaso puado dedinero y todo lo que el dinero representa.Senta un ansia de huir de Europa y retor-nar a los hermosos pases lejanos parecidaa la que siente por el suelo firme el hombrepresa de un mareo. Puedes imaginarte queno era ste el mejor estado de nimo paradefender intereses en una mesa de negocia-ciones. No s lo que habra estado dispues-to a dar por no tener que asistir a la reunin.Pero era impensable. Deba estar presente ysacar el mejor partido posible. An faltabacasi una hora. Resultaba imposible pasearpor las calles principales y no era menosimposible entrar en algn local y leer unperidico, porque stos hablaban hasta lasnuseas el mismo lenguaje que los rostros ylas casas. Torc hacia una tranquila calle la-teral. Hay en ella, en una casa, una tienda,de muy acogedor aspecto, sin escaparate,con un anuncio en la puerta de entrada:Exposicin general. Pinturas y dibujos.Leo el nombre pero lo olvido al instante. Yyo, que hace veinte aos que no he pisadoun museo ni una exposicin de arte, piensoque lo que ms me urge en este momento esliberarme de mis insensatas ideas y entro.

    Mi querido amigo, no existe el azar. Yotena que ver aquellos cuadros, tena queverlos en aquella hora precisa, en aquel tu-multuoso estado de nimo, en aquel con-texto. Eran en total cerca de sesenta obras,de dimensiones medianas y pequeas. Ha-ba unos pocos retratos, la mayora eranpaisajes: eran muy escasos aquellos en los

    que el motivo principal fueran figuras hu-manas. Casi siempre aparecan rboles,campos, torrentes, rocas, tierras de labor,tejados, jardines. Sobre el estilo pictricono puedo darte ninguna informacin: t co-noces probablemente todo lo que hay en es-te campo y, como acabo de decir, haceveinte aos que no he visto un cuadro. Detodas formas, recuerdo perfectamente queen la ltima etapa de mi relacin con W.,cuando vivamos en Pars ella tena unagran sensibilidad para la pintura veamoscon frecuencia en los estudios y exposicio-nes cosas que tenan un cierto parecido constas: algo muy luminoso, casi como anun-cios, en todo caso completamente diferen-tes de los cuadros de las galeras. Me pare-cieron, en un primer momento, estridentes,alborotados, muy toscos, muy extraos, ytuve que empezar por orientarme para po-der ver desde el principio los cuadros comolo que eran, como un cuadro, como unaunidad. Y luego lo vi, los vi todos, a cadauno en concreto y a todos en su conjunto, ya la naturaleza en ellos y el poder del esp-ritu humano que haba dado forma a la na-turaleza, al rbol, al arbusto, al campo y laladera que estaban all pintados y tambinlo otro, lo que haba detrs de la pintura, loautntico, la naturaleza indescriptible deldestino lo vi todo de una manera tal quellegu a perder ante estos cuadros el senti-miento de m mismo, lo recuper y volv aperderlo. Por esto, querido amigo, por estoque quiero decirte y nunca acertar a expre-sar, por esto te he escrito toda esta carta.Pero cmo podra yo describirte en pala-bras lo inexpresable, algo tan sbito, tanfuerte, tan indescriptible? Podra habermeprocurado fotografas, pero qu podrandarte, qu podran transmitirte incluso loscuadros mismos acerca de la impresin queme produjeron y que probablemente es al-

    (120) 722 Hugo von Hofmannsthal

    SALUD MENTAL Y CULTURA

    PropietarioNota adhesiva

  • go absolutamente personal, un secreto en-tre mi destino, los cuadros y yo? Un camporoturado, una magnfica avenida contra elcielo verpertino, una caada con pinos re-torcidos, un trozo de jardn con la pared tra-sera de una casa, el carro de un labriegocon flacos jamelgos en un prado, un brase-ro de cobre y una jarra de barro, unos cuan-tos campesinos comiendo patatas alredede-dor de una mesa pero, de qu te sirve to-do esto? Debo describirte los colores?Hay un azul de una fuerza indescriptibleque aparece una y otra vez, un verde comohecho de esmeraldas fundidas, un amarillotirando a naranja. Pero qu son los coloressi no irrumpe a travs de ellos la vida msntima de los objetos? Y all estaba esta vi-da ntima, el rbol y la piedra y la pared y lacaada daban lo ms profundo de s, en al-gn sentido lo proyectaban contra m, perono la delicia y la armona de su hermosa vi-da muda, como la que me aflua a veces, enotros tiempos, de los viejos cuadros, comode una atmsfera embrujada: no, sobre miespritu slo se desplomaba el bro de suexistencia, el impetuoso milagro, paraliza-do por la incredulidad, de su existencia.Cmo hacerte sentir que aqu todo ser elser nico de cada rbol, de cada bancal decampo verde o amarillo, de cada seto, decada caada hendida en la colina rocosa, elser de la jarra de estao, del plato de barro,la mesa, el tosco asiento surgan ante mcomo recin nacidos del espantoso caos dela no-vida, del abismo de la in-esencia, demodo que yo senta, no, que yo saba quecada una de estas cosas, de estas criaturas,haba nacido de una terrible duda sobre elmundo y que ahora encubran para siempretras su ser un espantoso abismo, una nadabostezante? Cmo poder hacerte sentir nisiquiera la mitad de lo que este lenguaje mehablaba en el alma, que derribaba por tierra

    toda la gigantesca justificacin de las situa-ciones ms singulares y ms inextricablesde mi interior, que me haca comprender degolpe lo que, a causa de la insoportable tor-peza de mi sensibilidad, apenas podaaguantar y que, sin embargo, yo senta contal intensidad que no poda arrancarlo dem y que aqu ahora un alma desconocidade inconcebible fuerza me daba la respues-ta, me daba un mundo por respuesta? Meencontraba como quien tras vertiginosostumbos siente suelo firme bajo los pies, co-mo alguien en cuyo entorno ruge una tor-menta y puede gritar de jbilo contra lafuria misma de la tempestad. En una tem-pestad se aparecan ante mis ojos, paracomplacerme, aquellos rboles, con las ra-ces slidamente hundidas en la tierra, conlas ramas firmemente tendidas contra lasnubes, en una tempestad se revelaban lashendiduras de la tierra y los valles entre co-linas y hasta en el empuje de los peascosse haba cuajado la tormenta. Y entoncespude sentir, de cuadro en cuadro, un algo,pude sentir la interrelacin, la cohesin delas imgenes, sentir cmo irrumpa su vidams ntima en el color y cmo los coloresvivan los unos por los otros y cmo uno deellos, de poderosa y misteriosa energa,sustentaba a todos los dems, y pude ba-rruntar en todo ello un corazn, el alma delcreador de todo esto, que con esta visin sedaba a s mismo la respuesta frente a lasconvulsiones de la ms espantosa duda, pu-de sentir, pude saber, pude recorrer con lamirada, pude disfrutar de las simas y de lascimas, de lo externo y de lo interno, uno ytodo en una milsima de segundo, en eltiempo que tardo en escribirlo, y estaba co-mo desdoblado, dueo de mi vida y a la vezdueo de mis facultades, de mi razn, sen-ta fluir el tiempo, saba que slo me queda-ban veinte minutos, slo diez, slo cinco, y

    Los colores 723 (121)

    SALUD MENTAL Y CULTURA

    PropietarioNota adhesiva

  • sal fuera, llam un coche y me march.En este tipo de reuniones, en las que la

    magnitud de las cifras son un reto a la ima-ginacin y la diversidad y la discrepanciade las fuerzas puestas en juego exigen eldon de la sntesis, no es la inteligencia laque decide, sino una facultad misteriosapara la cual no conozco ningn nombre. Laposeen a veces los ms hbiles, aunque nosiempre. Estaba en este momento conmigo,como no lo haba estado nunca en el pasadoy tal vez no lo vuelva a estar nunca en el fu-turo. Pude conseguir para mi compaams de cuanto la Direccin general habaimaginado que yo habra podido obtener enel mejor de los casos, y lo alcanc del mis-mo modo que en un sueo se cogen floresde una pared lisa. Me resultaban curiosa-mente cercanos los semblantes de los seo-res con los que estaba negociando. Podrareferirte algunas cosas sobre ellos que notienen la mnima relacin con los temas denuestra negociacin. Ahora advierto queme he quitado un gran peso de encima.

    PS. El hombre se llama Vincent vanGogh. Segn las fechas del catlogo, que noson muy antiguas, debe seguir en vida. Hayalgo en m que me inclina a creer que es demi generacin, un poco ms viejo que yo.No s si volver a pasar por segunda vez de-lante de estos cuadros, pero de ser as com-prar alguno, aunque no me lo llevar, sinoque se lo dejar en custodia al galerista.

    Mayo de 1901Apenas podrs comprender lo que te es-

    crib, al menos en lo concerniente a la emo-cin que me causaron los cuadros. Tal vezpienses que fue una extravagancia, un he-cho peregrino, una rareza, y sin embargosi pudiera presentarlo, si fuera posible

    arrancrselo uno de s y exponerlo a laluz... Algo de eso llevo en m. En algunashoras extraas los colores de las cosas ejer-cen un dominio sobre m. Pero, qu son,exactamente, los colores? No podra haberdicho, con la misma razn, la forma de lascosas, o el lenguaje, o la luz y la oscuridad,o qu s yo qu otra cosa innominada? Yhoras de qu horas se trata? Transcurrenaos y ninguna llega. Y, no es pueril que tehaga la confidencia de que algo poderoso,que no conozco, tiene a veces poder sobrem? Si pudiera aprehenderlo no, aprehen-derlo no, l me tiene prendido a m pero sal menos retenerlo cuando est a punto dedesaparecer... Pero, desaparece? No tieneun secreto poder de formacin en m, en al-guna parte, hacia la que un sueo interiornunca interrumpido me cierra el paso? Yahora, una vez que ya he comenzado a ha-blar, me empuja a seguir adelante. En tornoa estas cosas flota algo que me resulta inex-plicable, algo as como amor aunque,puede sentirse amor por lo que no tieneforma ni contenido? Pues s, a pesar de to-do s: para que no infravalores lo que te es-cribo te aadir nuevos detalles, y dado queintento comprender qu es lo que me em-puja es como si tuviera el deber de impedirque menosprecies algo que me es caro.

    Has odo el nombre de Rama Krishna?Bien, es igual. Fue un brahmn, un asceta,uno de los grandes santones hindes, unode de los de estos ltimos tiempos, puesmuri en los aos ochenta y cuando llegua Asia su nombre permaneca vivo por do-quier. Conozco algo de su vida, pero nadame ha llegado tan cerca como el breve rela-to de cmo ocurri su iluminacin o resu-rreccin, en resumen, la vivencia que le se-par del resto de los hombres y le convirtien santo. Fue sencillamente como sigue:siendo todava un muchacho de 16 aos,

    (122) 724 Hugo von Hofmannsthal

    SALUD MENTAL Y CULTURA

  • caminaba un da por la campia a campotravs y, al alzar la mirada al cielo, vio quelo cruzaba, a gran altura, una fila de garzasblancas. Y fue esto, simplemente esto, sim-plemente la blancura de las alas aleteandobajo el cielo azul, slo la contemplacin deestos dos colores, este eterno inefable, loque penetr en aquel instante en su alma ydesat lo que estaba atado y uni lo que es-taba desunido, y se desplom en el suelocomo muerto. Cuando se puso de nuevo enpie ya no era el mismo que haba cadoanonadado. Un clrigo ingls con la menta-lidad imperante entre los de su clase me loexplic del siguiente modo: Una fuerteimpresin ptica sin un contenido de un or-den superior. Vea Vd., nos hallamos ante unsistema nervioso inhabitual. Sin un con-tenido de orden superior! Yo podra ser unode vuestros hombres cultos si vuestrasciencias, que no pueden ser otra cosa sinomaravillosas lenguas que todo lo dicen, nofueran para m un universo cerrado, si nofuera yo un invlido mental, si poseyerauna lengua en la que pudieran desembocarlas certidumbres internas sin palabras! Pe-ro as!

    Intentar, de todas formas, hablarte deaquella ocasin en que me ocurri esta ex-periencia, no por primera vez, pero s talvez de una manera ms poderosa que nin-guna antes ni despus. Una visin, sencilla-mente eso, y advierto ahora, por vez prime-ra, que utilizamos esta palabra en un doblesentido: que por un lado debe designar algotan normal como respirar, pero al mismotiempo... Esto mismo me ocurre con el len-guaje: no puedo encadenarme a una de susolas de modo que me arrastre, que se desli-ce por debajo de m y me deje en el mismopunto.

    No te dije que los colores de las cosasejercen, en algunas horas extraas, un do-

    minio sobre m? Pero, no soy yo, msbien, el que adquiere dominio sobre ellos,el poder pleno y total de arrebatarles duran-te un impreciso espacio de tiempo su mshondo secreto, no est dentro de m ese po-der, no le siento en mi pecho como unaoleada, como una plenitud, como una pre-sencia extraa, sublime, arrebatadora, cer-ca de m, dentro de m, en el lugar en que lasangre afluye y refluye? As ocurri enton-ces, aquel da gris, lluvioso y tempestuoso,en el puerto de Buenos Aires, en las prime-ras horas de la maana as fue entonces yas ha sido siempre. Pero, si estaba en m,por qu no poda cerrar los ojos y gozar,mudo y ciego, de un sentimiento indefini-ble de m mismo, por qu tena que perma-necer en cubierta y mirar, mirar delante dem? Y, por qu contena el color de las es-pumosas olas, aquel abismo que se abra yse cerraba, por qu aquello que se acercababajo la densa lluvia, lanzando salpicadurasde espuma, por qu pareca aquella peque-a embarcacin de ratonado color que erala lancha de la aduana que maniobraba ha-cia nosotros, esta nave y la cavidad delagua, la ondulante onda que rodaba con l,por qu me pareca (pareca! pareca!, yosaba bien que era realidad) que el color deestas cosas abarcaba no slo el mundo en-tero sino tambin toda mi vida? Aquel co-lor, que era un gris y un verde plido y unaoscuridad y una espuma, en el que haba unabismo y un despeamiento, una muerte yuna vida, un espanto y un deleite por quse agitaba aqu, frente a m, ante la miradade mis ojos, ante mi estremecido pecho, mivida entera, pasado y futuro, salpicando deespuma el presente inagotable, y por queste instante inmensurable, este sacro dis-frutar de m mismo y a la vez del mundoque se abra ante m como si se le abriera elpecho, por qu esta duplicacin, este entre-

    Los colores 725 (123)

    SALUD MENTAL Y CULTURA

  • lazamiento, este interior y exterior, estemutuo plpito de un t vinculado a mi vi-sin? Por qu, si los colores no son un len-guaje en el que se entrega lo silencioso, loeterno, lo inmenso, un lenguaje ms excel-so que los sonidos, porque brota inmediata-mente, como la llama de la eternidad, de laexistencia muda y nos renueva el alma?

    Frente a esto, la msica se me antoja comola suave vida de la Luna comparada con laterrible vida del Sol.

    (Traduccin deMarciano Villanueva Salas)

    (124) 726 Hugo von Hofmannsthal

    SALUD MENTAL Y CULTURA

    * Texto cedido por cuatro. ediciones, 1998 como avance editorial del libro de prosas Instan-tes griegos y otros sueos [Orig.: Alle Rechte bei S. Fischer Verlag GmbH, Frankfurt am Main].Estas Cartas al regreso, resumidas parcialmente aqu, aparecieron en 1907 y en 1908, siendo el t-tulo de la segunda entrega justamente Los colores. Como su amigo Rilke, Hofmannsthal tuvo noticiatemprana de Vincent van Gogh, suicidado en 1890, pero l prefiere adoptar la perspectiva de alguienalejado del mundo artstico.