Historia de Un Bello Atardecer

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Historia de un bello atardecer... El cuarto no era lo suficientemente limpio y nunca me gust esa cocina con esas paredes altsimas y esa nica ventana tan alejada y estrecha que resultaba intil. Me es detestable toda clase de suciedad, desde la suciedad minscula de la mugre bajo las uas hasta aquella tan evidente que resulta insoportable. Mi cuerpo lo bao varias veces al da, y me tomo 10 minutos cada vez que me lavo las manos. Me encanta mirarme en el espejo estando desnuda, y contemplar mi piel con su color de maana nublada, asi como mis ojeras azuladas de prostituta antigua. Me gusta mucho ver el juego de las luces en mi cuerpo, volviendo algunas zonas ms claras que otras y dejando mis axilas envueltas en una sombra hmeda. Apenas se cierra la puerta tras de mi, me quito la ropa y los zapatos, y me quedo slo con una blusa y la ropa interior. Contemplo mi figura delgada, enfermiza pero blanca... Soy un ciruelo en flor, soy una venus azulina y transparente. Me imagino entre pilares y fuentes griegas, entre palacios rabes y sedas japonesas. Me gusta ver la luz atravesando una copa de vino. Me sirvo una para llorar las tristezas y otra para escupirle a la vida todas las maldiciones. Adems, tengo una baera lista para olvidarlo todo. Ana dice que soy demasiado delgada para llevar el mundo a cuestas, que soy demasiado dbil para salir sola a cazar sueos y ponerles mi nombre. Pero yo digo que no necesito sueos... He sido afortunada. Una tarde gracias a un accidente perd la audicin y por lo tanto ya no sufro del sonido ni del virus de la palabra. Mi silencio es hermoso y es mo, nadie puede perturbarlo y eso me hace en cierta forma inalcanzable. Ellos quieren poseerme pero no pueden, y yo me sonro de sentirlos intentando demostrar sus dotes de amantes consagrados. Nunca me he preocupado de recordar sus nombres o sus rostros... para m son como granos de arena, indistintos y fciles de olvidar. Disfruto de la belleza de los labios mudos. Puedo leer las palabras que en ellos se dibujan, se transforman y se deshacen... Las sutilezas del cuerpo de las letras hasta que se vuelven ausentes. Me gusta este mundo mo, vaco de ruidos. Me gusta sentir las vibraciones en mi piel, como un ligero cosquilleo que me produce un placer nfimo pero adorable. Sueo con espacios blancos, smbolos de la nada de los budistas y de los existencialistas. Amo el punto de Kandinsky en el vaco de un plano que me recuerda la muerte de mi padre... Que me hace sentir pequea como la lgrima de una hormiga. Estoy sola y la noche es intensamente azul. Tengo la imagen de lucirnagas y mariposas azulinas, verdosas, semitransparentes... como un frasco de tinta china a la luz de una lmpara. La luna en la fuente de agua junto a la ventana es poesa del deleite, es un poema haiku, es testigo de mi secreto ritual. Introduzco mis manos en el agua hasta que se confunden con la palidez de la luna. Las miro... parecen rosas blancas en un fondo marino. Me sumerjo en la baera, como la flor azul del trigo de Novalis hundindose en un lago. Cerca de m hay una silla de madera sobre la cual puse una toalla blanca doblada en dos. Es gruesa y es suave. De su superficie perfectamente limpia tomo una hojilla y la desempaco cuidadosamente, pues es un instrumento sagrado para el sacrificio. La contemplo... Me gusta que est helada, a diferencia de mi cuerpo, dulcemente clido por el agua. No sabes cunto deseo el silencio perfecto de la muerte, cmo deseo desaparecer y deshacerme en el vaco. Acerco la cuchilla lentamente a mi mueca izquierda y hago un corte profundo en la carne blanca con sus delgadas lneas azules que casi no opone resistencia. El dolor es intenso pero placentero. Sumerjo mi brazo en el agua y la observo teirse del rosa fuerte de las guayabas maduras. Luego, en idntica ceremonia, hago una incisin en mi mueca derecha y despus la profundizo hasta que la sangre sale a borbotones. Me recuesto en la baera con los ojos cerrados esperando a que me vace de la vida y slo quede mi muerte silenciosa como un atardecer rojizo sobre el mar.