HIGH MAINTENANCE Un cuento en 5 cócteles con tequila y 2 coñacs solos, sin nada

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HIGH MAINTENANCEUn cuento en 5 cócteles con tequila y 2 coñacs solos, sin nada Aurora Pimentel Igea

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Todo demanda un alto mantenimiento, desde el hotel - casino donde trabaja Emiliano en las Vegas, -si algo no funciona hay que arreglarlo, todo debe estar impecable- hasta algunas mujeres para quienes todo nunca es lo bastante. El matrimonio y los hijos también piden cuidados, tiempo y atención, en definitiva otra forma de alto mantenimiento

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Aurora Pimentel Igea

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Para Reyes Ordóñez y David Cotta

con agradecimiento, cariño y admiración

Este cuento obtuvo el accésit del IX Certamen de Relato Corto del Ayuntamiento de

Coslada y ha sido publicado en edición no sujeta a venta y de distribución institucional.

Agradezco al citado Ayuntamiento, a la Concejalía de Cultura y de Participación

Ciudadana y a la Asociación la Bufanda poder publicar este relato en internet para que los

descarguen los interesados.

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INDICE

1. Mexican Mule 3

2. Margarita 7

3. Cosmopolitan 11

4. Bullshot 14

5. Un buen coñac solo (I) 18

6. Un buen coñac solo (II) 22

7. Tequila Sunrise 25

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1. MEXICAN MULE

"Emiliano, ¿no me reconoce Vd.?, ¿no sabe ya quién soy?"

Una gringuita con gafas negras, con pijama o chándal rojo, de esos de felpa, y los sneakers

que llevamos todos por aquí, me estaba hablando en la cola para las cajas del Wal Mart.

Estaba justito detrás de nosotros.

Yo me encontraba con Lupe y nuestros niños, Manuel y Mariana. Cuatro y dos años

tienen los reyes de mi casa, en sus carritos iban: uno dormido, la otra protestando porque

se quería ir. Llevábamos más de tres horas ese viernes por la tarde, que es cuando más

gente hay y siempre toca esperar mucho porque todos llevamos los carros llenos.

"Perdóneme, no sé quién es Vd., me disculpará la señorita…"

La chiquita se quitó las gafas y entonces me di cuenta. Era Mary Ann, la que había sido

la octava de las chicas del show, la más jovencita, aquella que desapareció un día del

Marroco sin saber dónde marchó. Se rió con mi cara de sorpresa por no haberla

reconocido vestida como iba, como una estudiante más o una trabajadora entre tantas

que hay. Habían pasado sólo seis meses desde que desapareció.

"Claro, así vestida y tan tapada sólo me reconocería mi madre" me dijo sonriendo y

enseñando esos dientes tan blancos que tienen algunas gringas, tan perfectos.

“Perdóneme Vd. señorita Mary Ann, no me di cuenta, pues ¿cómo está Vd.?, ¡qué alegría

verla de nuevo! Todos la echamos mucho de menos, ¿sabe? Excúseme, por Dios, que

ahorita mismo le presento a mi esposa, Guadalupe, y a mis dos hijos. El que duerme es

Manuel, y esta chiquita, tan inquieta, es nuestra Marianita. Saluda a la señorita,

Marianita, mi amor…”

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Mary Ann dio la mano a mi mujer, acarició con ternura y despacito la carita de Manuel y

luego la de Marianita, que seguía berreando como si fuera un ciervito, y a quien no había

quien la callara ya, ni chuches, ni caricias ni nada.

“Qué bonita familia tienen Vdes.” dijo, y luego añadió, dirigiéndose a mi mujer, que no le

quitaba ojo “Lupe, su marido es muy bueno. Y Vd. tiene mucha suerte con él. Lo sabe

¿verdad?”

Sonrió mi mujer. Claro que lo sabe. Mi Lupe lo sabe casi todo. “Si, señorita, pero Emiliano

trabaja mucho, aunque no nos quejamos. Es una suerte que en el Marroco las cosas

vayan siempre tan bien…”

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Me llamo Emiliano Rodríguez, para servir a Dios y a ustedes. Vivo en esta ciudad inhóspita

y dura en mitad del desierto, tan fría y a la vez de tanto calor, con luz a todas horas y con

una oscuridad que la rodea constantemente porque estamos en mitad de ninguna parte.

Estoy muy agradecido a Las Vegas y a los Estados Unidos. Soy un hombre trabajador y

esta tierra nos ha dado todo lo que tenemos hoy mi familia y yo: una casa con jardín

donde hacemos barbeques y los niños tienen su cuarto, un living con mucho espacio, una

cocina bien equipada donde Lupe es feliz cocinando, un auto de los altos que nos lleva a

todas partes y un buen seguro médico que la empresa paga. Y aún nos queda algo para

ahorrar todos los meses y guardarlo. Sin embargo, no nos acabamos de hacer a esto y

echamos mucho de menos a nuestra gente, a México.

Vinimos va a hacer para cinco años. Lo hicimos como muchos, Lupe y yo recién casados.

No sé ni cómo pudimos llegar, tantas veces que lo habíamos intentado antes, pero esa

vez lo logramos al final.

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La familia de mi mujer nos echó una mano las primeras semanas y yo pude

entrar enseguida a limpiar en el Marroco, uno de los hoteles de la ciudad más caros, con

casino y tiendas, con varios restaurantes, también con espectáculo, como se estila en esta

ciudad donde todos los sitios tienen de todo.

Digo que he tenido suerte porque no he tenido que cambiar de lugar de trabajo en seis

años, algo raro aquí. A los nueve meses de estar limpiando el garaje de tres plantas del

Marroco, que fue mi primer trabajo, me dijo el que entonces era mi supervisor, Juan

Ibáñez, “Emiliano, nos gusta mucho cómo trabajas, eres serio y cumplidor, creemos que

puedes hacer otra cosa.”

Fue entonces cuando me ofrecieron cambiar a otro puesto dentro del Marroco,

atendiendo a los coches que entran en el garaje, controlando la máquina de los tickets

esos por si fallaba o los clientes se hacían un lío al entrar o salir del parking. Tampoco lo

debí de hacer mal, porque al año me llamaron y volví a oír otra vez lo mismo. Y era para

algo todavía más serio: ocuparme de los ascensores, ser ascensorista. En esa ocasión mi

supervisor, el de mantenimiento o servicios generales, me dijo que los de seguridad

querían verme también. Tuve que hablar con Feliciano Hernández, que lleva aquí ya diez

años y es dominicano.

El trabajo de ascensorista no es cosa fácil. Son diez ascensores, tres internos y siete para

el público en general que nosotros, el personal, a veces también usamos. Quince pisos y

tres de parking tenemos en total, aunque no todos los ascensores unen todas las plantas.

Querían que yo pasara a formar parte de los seis ascensoristas que estamos en los

elevators esos.

“La diferencia entre un sitio como el nuestro y otro es que aquí hay personal para todo,

que parece que nos sobra la gente y que estamos todos al servicio del cliente” es algo que

repiten los jefes, mi supervisor de antes y el de ahora. Y eso se sabe y se envidia en toda

las Vegas.

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El Marroco lleva a gala el seguir teniendo ascensoristas, personas que estamos no sólo

para darle al botón, sino para preguntar a la gente dónde va y ser amables con ellos,

ayudar en su caso a nuestra gente de seguridad y avisarles si hay algo extraño. También

estamos orgullosos de mantener a mucho personal a tiempo completo o incluso por

horas, puestos que otros consideran ya superfluos, redundant dicen aquí, y

que eliminaron hace años. Por ejemplo, nosotros seguimos teniendo telefonistas que son

personas y no máquinas, como tenemos también otra gente especializada: manicura,

masajes, personal shopper, baby sitters por si hacen falta, hasta un doctor y una

enfermera tenemos en el staff.

Estamos hechos, como dice el Big Boss, a la antigua usanza, como antes se hacían las

cosas en Las Vegas, no sólo a lo grande, que también, sino bien atentos a las necesidades

del cliente, al que le ofrecemos el mejor servicio las 24 horas del día los 365 días del año,

sin descansar.

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2. MARGARITA

Ser ascensorista en el Marroco no es nada fácil. Nos dieron un curso de formación de seis

días. Tenemos además que pasar un appraisal de nuestro trabajo cada seis meses, donde

te dicen lo que haces bien y mal y lo que debes mejorar. Luego aprendes mucho con la

práctica, día a día. Acabas por conocer a la gente que trabaja aquí, a los clientes

habituales, a otros que vienen de vez en cuando. Consigues llegar a distinguir personas,

averiguar cuándo puede haber un problema y anticiparnos a él. Aunque a veces nos

equivocamos porque todos somos humanos.

Por eso el Big Boss, el dueño de todo, el señor Mathew Seener Laughton, quiere

siempre conocer a cada uno de los que trabajamos para él y, cada cierto tiempo, nos

llaman a su despacho, pase o no pase nada. A él le gusta saber quiénes somos y recordar

qué hacemos y dónde estamos, si estamos casados y tenemos hijos, preguntarnos por

nuestra mujer y cómo nos va.

Yo nunca quise que mi Lupe trabajara. Al principio lo hizo porque no teníamos niños y yo

ganaba muy poco. Pero en cuanto tuvimos a Manuelito y me ascendieron, le dije que no

trabajase. Bueno, no le dije nada, lo hablamos. Yo con Lupe tengo que hablar todo. Con

ella no vale que le digas “haz” o “no hagas”, como hacía mi padre con mi madre. Lupe me

quiere mucho, pero fácil no es siempre, aunque tampoco es una mujer de las

complicadas, no lo es.

Yo es que no quiero que exploten a mi mujer. No quiere decir esto que en el Marroco me

traten mal, al contrario, siempre han sido buenos patronos conmigo. Pero sé que no pasa

igual en todas partes en esta ciudad, especialmente si eres mujer y tienes además algo de

india. Y Lupe lo es casi por los cuatro costados. Por eso quise que se quedara en casa, y

como le pareció bien a ella, y dijo que sí, pues se quedó, pero trabaja allá.

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Tiene mi mujer lo que llaman una Creché o un Daycare. Cuida a otros tres niños que nos

traen a casa. Con eso ganamos algo más, que ahorramos siempre por lo que pueda pasar.

"Dime mi amor ¿qué pasó hoy en tu trabajo?..."

Cada vez que vuelvo a casa, si está despierta todavía, o yo la desperté sin querer al llegar,

me pide Lupe que le cuente del Marroco. Le hace ilusión saber, todo el día como está en

casa con niños propios y ajenos y viendo la televisión. Y yo le relato lo que hice siempre

que puedo, mientras caigo rendido, ya casi dormido, en la cama.

Dan mucho de sí tres plantas subterráneas de garaje, allí donde trabajé casi dos años sin

ver la luz, los otros tres pisos de recepción, tiendas y servicios del hotel por un lado y, por

otro, el casino con un gran salón de máquinas tragaperras y otros dos salones de mesas

de juego, para acabar en la planta cuarta, con las dos piscinas, el gimnasio y otras salas.

Luego los ocho pisos de habitaciones y arriba, al final, tres plantas más para el restaurante

espectáculo, el apartamento del Big Boss, un par de suites, salas privadas, reservados y

unos despachos más en lo que llamamos la luciérnaga, el final de todo, la última planta

toda acristalada.

“Hoy vino gente importante y tuvimos un ascensor sólo para ellos durante un tiempo. Era

la cantante Diane Krall. Hubo fotógrafos y periodistas. Tuvimos que sacarla por la parte de

atrás del hotel tras el show. Estuvo en las salas privadas de arriba con el Boss y su gente

un rato..."

A Lupe estas cosas le encantan. También me pregunta mucho por las mujeres del

Marroco, porque tienen fama de guapas, tanto las del espectáculo como las del casino,

incluso las del restaurante y las del hotel, y algunas más que pasan por aquí, porque son

clientas habituales o las invitan a venir a menudo por una cosa o por otra.

“Subió hoy Mary Ann, la chica del pelo tan rojo, la más joven, y tres chicas más del show

en mi ascensor. Venían a cenar con unos señores al restaurante, gente importante, el

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alcalde o el gobernador, no sé bien. Iban con el Big Boss todos, ellas estaban muy guapas.

Se dejaron ver en público en el casino de abajo antes de subir a la última planta. Dicen

que es un modo que tiene el señor Seener de animar el negocio, que lo vean de vez en

cuando así con gente de la que manda y con las chicas más guapas..."

“Cuéntame mi amor cómo iban de guapas, cómo iban vestidas esas gringas tan preciosas

de tu trabajo... ”

Yo aquí me pierdo, porque no sé explicarle nada, salvo que iban muy escotadas y con las

piernas al aire. No sé de cosas de esas. Sólo sé que suelen ir de dorado, de plateado, o

con telas muy alegres y brillantes, con tacones muy altos de plataforma, enjoyadas, con

pieles o con plumas. A las chicas del show no las he visto jamás, ni antes ni después del

espectáculo, ni siquiera cuando llegan al Marroco de la calle, como vi luego a Mary Ann,

pasado el tiempo aquel día en el Wal Mart que me sorprendió tanto, tan corriente como

iba vestida. Porque las del show van siempre como mujeres sofisticadas, con muchas

cosas encima o de mucho color, o que parecen caras y llamativas, aunque luego lo

enseñen todo, que es como van, casi desnudas pero como mujeres ricas, algo difícil de

explicar. Tienen clase, como le gusta al señor Seener.

Así que cuando mi mujer, curiosa, me dice que le dé más señas de cómo van algunas

vestidas, la verdad es que al final me lo tengo que inventar, porque no me aclaro.

“Mi amor, iban con algo como de piel de serpiente o de aligator por la cintura, así a lo

largo, y luego piedras de esas brillantes en los zapatos, pero no en la piel, en los tacones

también, y llevaban pendientes extraños como de plumas...”.

Me hago un lío y se lo hago a mi mujer, que dice que así, como digo, no podían ir, que

exagero, que me equivoco, que no me fijo o no lo explico bien, y que lo de las piedras no

lo ha visto ni en televisión, ni en el People, ni en ninguna otra parte.

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Y así seguimos discutiendo bajito, hasta que ella o yo caemos dormidos, enredada a mí y

yo en ella enredado, o queriéndonos un rato, los dos agotados, hasta que los niños tienen

a bien despertarnos o ella se levanta. Luego me encuentro a las 7 ya solo en la cama,

porque ella ya está en pie y yo duermo hasta las 9 o hasta las 10. Me suelo acostar bien

tarde, aunque depende también del turno que me toque.

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3. COSMOPOLITAN

“High maintenance ladies, Emiliano, high maintenance ladies” … me dijo una vez mi

supervisor, Feliciano Hernández, cuando empecé a trabajar como ascensorista.

No le entendí, y él tuvo a bien explicarme que hay mujeres que son de "alto

mantenimiento", algo así como el Marroco, que cuesta mucho mantenerlo, que necesita

de muchos recursos, de dinero y trabajo constante.

Las mujeres high maintenance son a las que les gusta mucho la ropa buena, joyas de las

bien grandes, salir a cenar a los mejores restaurantes, y a las que hay que prestarles

mucha atención a través de continuos regalos, y todo siempre de lo más caro. Es

decir, mujeres que son de mucho gasto y que hacen que otros se gasten en ellas como

maridos, amantes o amigos. Pueden no ser malas, pero necesitan eso, les atraen mucho

los dólares, o ya se han acostumbrado a vivir de ese modo y no pueden hacerlo de otro.

Feliciano me contó que ni su esposa ni la mía eran, a Dios gracias, high maintenance wives

por el momento, y que por eso había que cuidarlas tanto. Y me dijo que algunas mujeres

del Marroco eran high maintenance ladies o girls o querían llegar a serlo algún día.

Aunque con nosotros, con tipos peladitos como Feliciano y yo, esas mujeres

habitualmente no quieren tratos, porque no les podemos dar nada de lo que les interesa

o muy poco, dice él que, en cualquier caso, hay que andarse con cuidado, porque te

podrían buscar la ruina si ellas quisieran. Así que mucho ojo, me previno el primer día.

Sin embargo en el Marroco hay de todo en cuestión de mujeres: chicas que hacen unas

horas trabajando de croupier o de vigilante en las máquinas tragaperras para pagarse sus

estudios; otras, pocas, que son madres y están en cocinas o en el restaurante, que

limpian o son camareras de planta o gobernantas, latinas casi todas, como nosotros; y

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luego, también, hay algunas que están en oficinas, aunque son las menos, gringas la

mayoría aunque también las hay mexicanas y dominicanas.

Y es cierto que están esas high maintenance girls or women, como son la mayoría de

las chicas del show, siempre tan rodeadas de hombres que las quieren regalar, que ellas

acaban por dejarse, o también lo buscan, porque son jóvenes y quieren disfrutar de la

vida y del dinero. Se hacen así algunas de esas chicas, tan guapas y tan jóvenes, amantes

fijas o por temporadas de alguien rico o poderoso. Se andan con líos, pasando a veces

de unas manos de un hombre a las manos de otro cuando se cansan los unos de los otros.

Incluso logran al final casarse con alguien que pueda permitirles ser una high

maintenance wife. Dice Feliciano que no es que no quieran estas mujeres a estos

hombres o al revés: es que quieren de distinta manera, con mucho más dinero de por

medio, que viene a ser lo mismo que querer cuando no hay dinero, pero a la vez es como

otra cosa.

Luego está lo de divorciarse, que es una manera muy frecuente que tienen algunas

gringas de continuar siendo una high maintenance sin el marido al lado, ni tampoco el

novio o el amante. Por lo visto es la mejor, según opina Feliciano. Es algo que hace mucho

la gente rica de por aquí, divorciarse y casarse, casarse para volver a divorciarse después.

Dice Feliciano que los que andamos cortos de dólares, o nos cuesta mucho ganarlo, nos

divorciamos menos, porque no podemos afrontar luego el mantenimiento de la mujer,

que ya no es la nuestra, y de los hijos, que siempre serán nuestros, y habitualmente no

podemos tener dos casas.

En cualquier caso, aquí se hace mucho lo de cambiar de mujer por una más joven o más

guapa. También ellas hacen lo de dejar al marido a un lado, porque algunas se aburren,

no se sienten atendidas lo suficiente, agarraron a su esposo en una infidelidad, o porque

hay otro señor que les parece mejor que el marido que tenían y al que quieren cambiar

porque no les sirve ya.

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Así que, al final, después de toda la explicación de Feliciano, y de lo que yo he visto y

obseervado, he pensado que lo realmente difícil de mantener en Las Vegas no es a esas

mujeres que son tan caras, sino el matrimonio en general.

Hablando de dinero y mujeres, y siendo yo ascensorista, les tengo que hacer mención de

esas señoritas que vienen al Marroco y que algunos señores bajan a buscarlas. En este

hotel y casino no está permitido que suban solas mujeres que no están alojadas o que no

son clientas fijas. Sólo si bajan a recogerlas, el propio cliente o alguien del hotel, las

dejamos entrar. Pero en el hall no pueden estar sin más ni más. No hay nada escrito a

este respecto, o sí lo hay, no sé bien, la verdad. Lo importante es que quien viene a

trabajar aquí tiene que ser gente conocida y, ¿cómo les explicaría a Vdes.? de confianza y

con cierto nivel. Éste es un lugar de ocio y de negocios muy serio y no hacemos las cosas

de cualquier manera.

Por eso, mi trabajo de ascensorista es tan importante. Tengo que dar aviso si hay alguien

que no debiera estar aquí o que se comporta raro, también si ocurre algo.

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4. BULLSHOT

Trabajar en los ascensores del Marroco no es sólo preguntar a qué piso van y darle al

botón, es algo más.

Para empezar, cuando entra la gente en el elevador, hay que “hacerles ya la ficha” que

decimos, calibrar quiénes son y qué cabe esperar de cada cual. Por ejemplo, nueve y

media de la noche del jueves pasado, entran quince personas en el ascensor y yo, rápido,

les identifico y hago rápido el inventario.

-Pareja muy joven de recién casados en viaje de luna de miel, vienen del medio oeste,

jugarán un par de horas en las máquinas y quizá se atrevan en las mesas, se irán pronto a

la habitación, tienen ganas.

-Pareja de prejubilados, ya abuelos, darán una vuelta, es posible que él juegue muy bien y

se entretenga algo.

-Un par de mujeres de mediana edad, divorciadas, a la búsqueda de plan. El casino es un

lugar como cualquier otro para ello, no darán problemas tanto si ganan como si pierden.

-Varios congresistas de un simposio médico que, tras las sesiones del día en las salas del

hotel, van a intentar relajarse y pasárselo bien: un par de adulterios, algunas relaciones

nuevas y otras que quizá se acaben, aunque habrá orden general y no montarán líos, todo

dentro de lo discreto y habitual.

-Tres jugadores de siempre del Marroco, profesionales.

-Dos hombres de negocios de visita en la ciudad que suben a la planta catorce porque van

a cenar allí.

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En la entrada del hotel o en la del casino, en la planta baja o en el garaje, hay siempre

gente nuestra que hace un primer filtrado. Conocen ya quiénes no son bienvenidos y, de

modo amable pero firme, no permiten que pasen.

“Señor O'Connor, ya sabe que se le dijo que no volviera por aquí. Lo lamentamos mucho.

Le rogamos que nos acompañe a la puerta.”

Las salas de juego y otras del hotel de las primeras tres plantas están también controladas

por nuestros compañeros de seguridad y por las cámaras. Pero, como dice Feliciano, "las

cámaras pueden registrar, pero sólo determinadas personas pueden interpretar y valorar

algunas cosas". Como ascensorista soy de esas personas en los que el Marroco y el propio

Big Boss, no sólo mi supervisor, confían.

Cuántas veces la gente quiere subir hasta el restaurante de la última planta, el de la

luciérnaga, para contemplar el anochecer desde esa gran terraza acristalada, también por

curiosear. El caso es que sólo pueden pasar al restaurante los que tengan una reserva. Los

demás pueden acceder sólo a una parte de la terraza.

"No, señor, lo sentimos mucho, sólo pueden cenar aquí si tienen hecha la reserva. Incluso

para tomar una copa la necesita. Lamentamos que haya subido hasta aquí. Pero puede

Vd. cenar en Le Bistró o en The big horse ¿quiere Vd. que veamos si hay mesa todavía

abajo? También puede tomar una copa en el bar del hotel o del casino sin necesidad de

reservar.”

Aquí se nos exige siempre que seamos amables y corteses, aunque quienes tengamos

delante no lo sean o se les haya olvidado. Del mismo modo que el Big Boss nos pide que

vayamos bien vestidos no sólo aquí, que la mayoría llevamos uniforme, sino incluso

cuando venimos a trabajar: no le gusta que vengamos en chándal o sin arreglar. Es algo

que tampoco está escrito, pero que sabemos todos: al Marroco no se viene de cualquier

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manera, incluso aunque te cambies al llegar. Este es un sitio de prestigio y debemos estar

a su nivel, incluso cuando no estamos aquí pero tomamos el auto para llegarnos.

Al Señor Seener le gusta la limpieza, la elegancia y también la discreción, por eso también

entre nosotros, los de seguridad, los ascensoristas y otros, tenemos un código para no

llamar la atención si pasa algo. Como lo cambiamos cada cierto tiempo se lo puedo

contar.

“Escucha, John, un 23 se acerca al águila...”

Es una persona que está muy nerviosa porque perdió mucho dinero. No sabemos muy

bien qué quiere hacer, se está acercando a la gran balaustrada de madera con pájaros

tallados en ella.

“44, Paul, un 44 en los peces...”

Son unos hombres jóvenes de juerga que han bebido mucho, comienzan a gritar y a hacer

demasiado ruido y se encuentran por la zona de las piscinas. Pasa a veces. El Marroco

gusta mucho a estudiantes que vienen de parranda al acabar el curso o graduarse.

También es muy popular para fiestas de despedida de soltero. Pero éste no es un lugar de

escándalos y no podemos permitir que se moleste a otros clientes del hotel o del casino.

Eso puede pasar en otros lugares en Las Vegas, pero no aquí, donde trabajamos duro por

mantener ciertas formas que ya parecen olvidadas.

Tenemos así hasta treinta códigos distintos sobre personas y situaciones y otros tantos

sobre las instalaciones, sobre el lugar donde está pasando: un número o una palabra para

alguien que ha ganado demasiado y sospechamos que hace trampas; otro para chicas que

no conocemos rondando; otro para alguien consumiendo drogas en los servicios públicos

de abajo, etc. Peces, cañerías, el corazón, un par de piernas, la joya o el cristal son

algunos de los nombres de distintos lugares del hotel.

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Más allá de todo esto, que hace mi trabajo muy interesante, está otra cosa: mi discreción

cuando estoy de servicio en los ascensores internos, los privados, aquellos que se mueven

por dentro y que son los que utilizamos algunos del staff y algunos clientes amigos del Big

Boss cuando vienen a las salas particulares de juego o a otros reservados. Son tres

ascensores en total.

A veces ves cosas extrañas y debes seguir actuando como si allí no pasara nada.

Precisamente por ello no les puedo contar algunas cosas que ni siquiera le cuento a mi

mujer. Por eso yo tengo tanto aprecio a la señorita Mary Ann, que creo que es bien

bonita y bien buena y que no se merecía nada malo.

“Buenos tardes, señorita Mary Ann, a la planta 14 ¿verdad?”

“Sí, Emiliano, me deben de estar esperando ¿no?”

“Sí, Señorita, el Big Boss subió ya con el señor Drayton, que preguntó si Vd. había

llegado...”

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5. UN BUEN COÑAC SOLO (I)

"¿Se encuentra mejor, Emiliano?"

"Sí, señor Seener, un poco dolorido, pero el Doctor Russell ha dicho que se pasará pronto,

que no se me rompió nada, me ha hecho varias pruebas... "

Matthew Seener Laughton tenía a su empleado frente a frente, nadie más en el

amplio despacho enmoquetado, madera, ladrillo y ventanales grandes en la proa de lo

que llamaban la luciérnaga, en la planta más alta del Marroco. Estaba a punto de

amanecer.

"Dime entonces qué pasó en el ascensor privado y no te preocupes, Emiliano..."

"La señorita Mary Ann entró con su amigo de Vd., señor Seener, el que es tan alto, el

señor Drayton. Pasaron al fondo ellos solos, sin nadie más. Él iba ya como cargado, y se

le echaba encima a ella, que le decía que se calmara. Me dijo él que a la planta sexta.

Apreté el botón. La señorita Mary Ann le dijo que así, como estaba él, mejor no iban a

ninguna parte, que ella seguiría hasta la segunda planta. Di al botón del segundo. El señor

Drayton seguía dale que dale, insistiéndole a ella. Se cerraron las puertas, y yo miraba

hacia delante, como tengo que hacer siempre en el ascensor una vez entra toda la gente.

De repente oí un ruido fuerte, me volví y vi al señor Drayton que aplastaba a la

señorita contra la pared, como si fuera una mariposa ella, clavada estaba. Tenía él una

mano en el cuello de ella, mitad en su cara, mientras la besaba según me pareció. Fueron

unos segundos de nada, se lo aseguro. No supe bien valorar al principio qué pasaba. Otras

veces ya metí la pata. ¿Sabe Vd., señor Seener? algunos caballeros y señoritas de lo

privado les gustan esos juegos en el ascensor, aunque yo esté delante. Van deprisa o no

se aguantan, y allí mismito empiezan a besarse y abrazarse, no sé cómo explicarle… Y a

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veces parece que las señoritas dicen un no, pero es un sí, y yo ya metí la pata con

anterioridad. A veces uno no sabe bien qué ocurre desde fuera, lo que está pasando... “

“Continua, Emiliano, lo entiendo, dime qué pasó…”

“Fue muy rápido todo, un instante de nada, se lo aseguro. No fue nada lo que tardé

en darme cuenta que la señorita estaba intentando zafarse del señor Drayton, que éste le

estaba haciendo daño de verdad, que era un código 33 y que había que actuar. Iba

a avisarlo por el micro, y mientras intentaba agarrar con una mano por el hombro al señor

Drayton para que dejase a la señorita en paz, éste se volvió contra mí sin que pudiera

esquivarlo, fue muy rápido. Ya sabe lo fuerte que es, señor Seener, y lo alto. Me

golpeó duro y fui a darme contra la pared y luego contra el suelo. Después sólo sé que se

hizo lo oscuro, que no me podía levantar ni ver nada, que escuchaba a la señorita gritar y

al señor que la llamaba zorra y la insultaba, que la pegaba, furioso estaba. Y ya sólo me

acuerdo cuando me sacaban del ascensor Jack y los otros..."

Matthew Seener Laughton se quedó en silencio un rato. Luego siguió mirando a su

empleado que callado esperaba una reacción por su parte.

"La señorita estará bien, tranquilo, Emiliano. Vd. hizo lo que buenamente pudo. Ahora

necesito que me prometa que no va a contar esto a nadie pase lo que pase, vea lo que

vea, lea lo que lea. Vd. lo va a olvidar todo en cuanto salga de este despacho…”

“Así será, señor Seener, sabe Vd. que lo olvidaré.”

“Si alguien le pregunta, sea quien sea, ¿lo entiende?, Vd. no estuvo en ese ascensor

ayer con el señor Drayton, ni con la señorita Mary Ann. Le pudo ver a él o ella en el casino

o en el hotel otros días pasados, o ayer en lo público, pero nunca en la parte de

reservado. ¿Puedo contar con Vd.?”

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“High Maintenance”. Un cuento en 5 cócteles con tequila y 2 coñacs solos, sin nada. Aurora Pimentel Igea

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“Por supuesto, señor Seener, cuente Vd. conmigo, no vi al señor Drayton ayer mientras

trabajé en lo privado”

“Muy bien, Emiliano. Ni yo ni el Marroco olvidaremos su lealtad, muchas gracias. Puede

marcharse, hace horas que acabó su turno. Ya avisaron a su esposa que iría más tarde.

Váyase Vd. tranquilo y dígale, si le pregunta Lupe, que se cayó o que se dio con algo al

ayudar a transportar lo que fuera a los de mantenimiento, a servicios generales. Cuéntele

lo que Vd. quiera, pero no que le golpeó un cliente. Y, sobre todo, no mencione en nada

al señor Drayton. Tómese un par de días de descanso hasta que le baje la inflamación en

la cabeza. Ya le he dicho a Feliciano que no vendrá hasta el lunes por lo menos.”

Salió Emiliano Rodríguez cerrando la puerta despacio y dejando a Matthew Seener

Laughton solo.

Se levantó el Big Boss del sillón. Abrió un armario. Sacó una copa y se sirvió un coñac

lentamente.

Volvió a sentarse.

Él no bebía esas mezclas que tanto gustaban a los clientes, o incluso a sus mejores

amigos, los cócteles esos. Le parecía una manera lamentable de arruinar un buen licor. Si

era bueno el alcohol, y él solo bebía de lo mejor, ¿a qué mezclar algo bueno, excelente de

por sí, con nada que lo rebajase?

Coñac, whiski, champagne, vodka, vino desde luego, lo que fuera según la hora del día o

su estado de ánimo. Pero siempre solo y nunca nada que no fuera lo mejor.

En ese caso era un Courvoisier. Acercó la copa a la nariz. Desprendía ese olor lleno de

matices, aromas unos de salida que se evaporaban más rápido, otros que quedaban de

fondo, tal y como un buen perfume hace. Los últimos sólo se apreciarían en la boca, unos

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a mitad del sorbo, otros al final, más adelante, dejándole una sensación cálida con el

sabor del buen alcohol, suave y fuerte.

Eso era un buen coñac, tan fácil o, a veces, sorprendentemente, tan difícil de apreciar en

todas sus tonalidades y registros. Porque había que entender, que saber valorarlo. Por

eso él siempre solo, sin mezclarlo, si no, se perdía tanta riqueza. Y siempre con el ritual

que acostumbraba: primero al olfato y a la vista, luego ya lo bebería paladeándolo, nunca

con prisas, todo en calma.

Movió la copa muy ligeramente y se pusieron en danza con la luz reflejos rojizos y

dorados del coñac, tan parecidos al pelo de Mary Ann Raymond, a sus ondas, a las

brillantes hebras de fuego. Una buena chica, de lo mejor que había, como el Courvoisier:

ella sola, no había nada que agitar, solo disfrutar de su compañía, dejar que hiciera sin

forzar jamás, nunca.

Algo le hizo agitarse en su asiento, cambiar levemente de postura, como si estuviera

incómodo al recordar, un cierto calor antiguo mezclado con algo más. Bebió lentamente

el primer sorbo. Rompió finalmente el conjunto de aromas florales y amaderados en el

paladar. Entró en su cuerpo ese otro calor más sereno bajando suave, hasta que se le

instaló como una llama ligera en el estómago.

Se quedó absorto mirando al suelo Matthew Seener Laughton.

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6. UN BUEN COÑAC SOLO (II)

Despuntaba el sol de la mañana y su luz iba entrando por el ventanal del gran despacho.

Avanzaba así la primera claridad del día por la moqueta revelando manchas minúsculas,

casi invisibles, que se les habían pasado a los de mantenimiento. Eran restos de algo,

imperceptibles al ojo humano con la iluminación artificial de la sala. Pero ahora Matthew

Seener podía ver bien esas manchas que se perfilaban en el tejido al entrar la luz natural

al ras por el este, al ir reptando ésta lentamente por el suelo, camino a la pared de ladrillo

y madera del fondo. Algunas quizá eran resultado de salpicaduras de bebidas; otras,

posiblemente ceniza de algún cigarro que alguien dejó caer por falta de cuidado, quizá él

mismo, aunque lo dudaba.

Las fue mirando con detenimiento una a una. No eran muchas, pero estaban muy

escondidas en el estampado de la moqueta, diseño exclusivo en lana de la mejor calidad,

sólo la mezcla necesaria para que se pudiera limpiar más fácilmente.

Se puso tenso un momento, se le afiló la cara de un modo que recordaba a su padre, a su

abuelo también.

Quería limpieza en el Marroco, sin ella era insostenible un negocio como el que había

heredado. Suspiró, no era enfado. Matthew Seener Laughton rara vez perdía la paz por

cuestiones como esa. Tenía además la experiencia de que sus empleados siempre solían

hacer las cosas lo mejor que podían, como sabían o se les había enseñado. Era más bien

cierta tristeza envuelta en algo de pereza por tener que llamar a los de mantenimiento

para que siguieran una nueva rutina de limpieza.

Era evidente: había que limpiar con la primera luz del día. Y mirar también desde el

ángulo desde el cual él lo hacía. Sólo así se podían eliminar las manchas, al amanecer y

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mirando desde ese lado, mientras el sol avanzaba. Si no, quedaban opacas, no podía

eliminarse lo que no se llegaba a ver tan oculto entre los arabescos del estampado.

Bien, ya estaba.

Sólo había que decírselo a los de mantenimiento y lo harían tal y como él les iba a

explicar: justo al despuntar el sol y con mucha tranquilidad, mientras la ciudad se iba a

dormir o comenzaba a despertar.

Otro sorbo al Courvoisier. Se deslizó un calor más suave. Su cuerpo estaba a una mayor

temperatura, no había el contraste del primer trago. Bajó el licor con algo más de dolor y

pereza. Los amigos, especialmente cuando escasean, son siempre importantes. Un sorbo

más que le pareció hasta amargo en recuerdo de alguien que se iba, que había que

olvidar, aunque costara, más de veinte años de amistad.

Ya.

Levanto el auricular y tuvo una conversación de no más de diez palabras: fría, directa

y suavemente cortante. Luego colgó sin despedirse. Pensó en la conveniencia de otras

llamadas complementarias por seguridad. Pero podían esperar a más tarde, era

demasiado temprano. Había tiempo suficiente hasta la mañana siguiente.

Se levantó con la copa en la mano ya casi acabada y miró al sol, a la ciudad

desperezándose o yéndose a descansar, mitad y mitad. Eso eran las Vegas: gente que

sustituye una a otra. Cuando unos duermen, otros descansan, pero la ciudad siempre en

constante actividad.

Dio el último sorbo al coñac, el más lento porque era el final y le gustaba paladear la

última gota de cada copa. A veces la última era siempre la mejor. Por eso quería que

estuviera un rato más en la boca, como si le apenara acabarla. Y le entristecía mucho.

Veía que no hay casi nunca un buen final para lo que se acaba, como nunca hay

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soluciones reales ni justas a lo que ya es de partida injusto. La vida era injusta de por sí, él

lo sabía, unas veces mucho y otras todavía más. Por eso no había verdaderas soluciones,

solo parches peores o mejores.

Otra vez ya.

No había que dar tampoco más vueltas: pulcritud y siempre lo mejor para la empresa, sin

dejar de ser un buen patrón, lo intentaba. Todos sus empleados lo sabían y no les podía

defraudar.

Descolgó el teléfono interno y habló con una de sus secretarias. Siempre había alguien de

guardia si él estaba.

"Lidia, por favor, dile al doctor Russell que, cuando se pueda, quiero hablar con Miss

Raymond, que me llame él cuando se encuentre mejor Mary Ann y se la pueda ver.”

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7. TEQUILA SUNRISE

“Verás, mi amor, tengo que decirte algo…”

Estábamos en un mall como hacemos si el día que libramos Lupe y yo nos coincide. Nos

entretiene ir allí, tiene sitios donde se come barato y mexicano, tiendas que ver y lugares

donde los niños pueden jugar, playgrounds. Estamos tranquilos en esos centros

comerciales tan grandes, nos sentimos seguros.

“Estoy embarazada” dijo Lupe de repente. Y luego de seguido “¿Estás enfadado?”

Abracé a mi mujer fuerte, la quiero cada día más. A la vez, me puse a hacer cuentas por

dentro, unas cuentas rápidas de dinero que ella habría hecho seguro mejor y antes. Por si

acaso, seguí abrazándola mi buen rato, no fuera a ser que me viera la cara. Si me la ve, ya

sabe ella lo que estoy pensando. Así que esperé hasta que estuve seguro.

Estoy muy contento aunque sea una nueva boca que alimentar. Un hijo es siempre una

bendición de Dios, la bendición más grande. Pero, si les soy sincero, la verdad es que

Nuestro Padrecito podría haberse esperado un poco a bendecirnos, algo así como un año

más adelante, que ahora nos andamos un poco agobiados porque acabamos de comprar

una casa con un backyard mejor, con más espacio.

Me han ascendido, gano más dinero, y tengo incluso bonus anual, pero me encuentro

muy cansado. Nos vino el pan antes que el niño, eso es cierto, pero no es eso lo que me

viene preocupando. El dinero no es lo que me ronda, es otra cosa creo yo que más

importante.

Pienso en Lupe, en si podrá con tres niños tan pequeños y seguidos, tan sola como la dejo

de continuo, más ahora que trabajo más horas todavía. No me gusta nada dejar

desatendida a mi mujer días y noches enteras. Me parece a mí que las mujeres no están

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bien solas, que estamos siempre todos mejor acompañados. Bien acompañados y

estando, no sé cómo explicarles esto.

A veces uno no puede estar en lo que quisiera. Hay que salir a buscar el pan para

la familia y, si estás fuera trabajando, pues ya no estás en la casa, aunque tengas muchos

dólares en el banco. Y en dos sitios a la vez no puede estar nadie, que yo sepa. Y yo no me

puedo multiplicar. Siento a veces mucho miedo de no poder mantener lo que tengo, de

perderlo, de perder a mi mujer y mis hijos de un modo u otro.

Aquí todo se puede ir bien rápido, como el dinero a la gente en el Marroco, que se les va

y ni cuenta se dan los gringos, tan listos como se creen que son. Se van quedando sin

fichas casi sin enterarse, tan metidos están, más que en el juego, en el ambiente del

casino. Eso es lo que les atrapa a veces: las luces, los colores, las chicas guapas, el ruido

y la música. Sólo los buenos jugadores están concentrados en el juego, pierdan o ganen.

"El juego no tiene nada que ver con el azar, ni con las cartas siquiera", dice el señor

Seener a menudo. Algo debe de saber él de este negocio, con tantos años como lleva en

él tras su padre y su abuelo.

Así que, al final, aunque mi mujer no sea una high maintenance de esas, menuda es mi

Lupe controlando el dinero que nos entra y el que sale, yo quisiera creer que ella

necesita de mi persona, ¿saben?, de mi atención y de mis cuidados. Como los necesitan

también mis hijos, que ahora serán tres tesoros, no sólo dos. Siempre ella y ellos, Lupe y

mis niños, mis ojos, lo mejor que yo tengo, lo más importante.

Lleva su tiempo tener una familia y atender a la mujer de uno, pero como también hay

que ganar dinero, porque todo cuesta tanto, y somos ahora cuatro, pero seremos en ocho

meses cinco, ya me dirán Vdes. cómo me las apaño.

Ay, Virgencita de Guadalupe, qué difícil es todo a veces. Mira a ver si tú nos ayudas con

eso del mantenimiento.

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“¿Sabe, Emiliano? ahora voy a estudiar, conseguí ahorrar algo, me vino además un dinero

inesperado... Creo que voy a ir a la universidad..."

“Pues claro, señorita Mary Ann, Vd. es joven todavía, y el Marroco está bien, pero es

mejor que tenga otro modo de ganarse la vida. Ahí no podría estar mucho tiempo...”

Ella me miró y se acarició el pelo que tiene, que es como cuando amanece en el desierto

de Sonora, arena que arde y nubes rojas. Recogido lo llevaba ahora, imposible

reconocerla así, sin la melena aquella que era su gloria, suelta siempre que la llevaba.

Hubo un silencio entre los dos. Iba a decirme ella algo, pero luego no me dijo

nada. También quería haberle dicho yo algo, pero no pude porque Marianita estaba

ya imposible. Como un coyote se pone mi niña si no le hacemos caso. Podía despertar a

Manuelito de un momento a otro, así que nos marchamos a toda prisa.

Cuando conseguimos poner en el carro todo lo que habíamos comprado y colocar a los

dos niños en sus sillitas de atrás, dormida Marianita al fin, porque existen los milagros,

vimos mi mujer y yo en el parking lot del Wal Mart a la señorita Mary Ann no muy lejos de

donde andábamos. Cargaba ella sola todas sus bolsas, que eran muchas.

Algunas parecían pesadas, otras demasiado llenas, pero ella como podía pues ya se iba

manejando para levantarlas y ponerlas detrás en su auto, bien ordenadas, como a ella le

gustaba todo, cada cosa en su sitio.

Dijo Lupe al verla así "Qué pena una señorita tan joven y tan guapa, pero tan sola en la

vida. Necesitaría un buen hombre a su lado ...”

A mí me dio más pena que a mi mujer, por todo lo que yo sabía, por lo que guardo, que ni

a ella se lo dije, claro, porque le di mi palabra al patrón. Yo soy un hombre responsable

que intenta cumplir las promesas que hace, aunque a veces cueste mantenerlas.