Harrison, Harry - Al Oeste Del Eden

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Transcript of Harrison, Harry - Al Oeste Del Eden

HARRY HARRISON

AL OESTE DEL EDN

Ilustraciones de Bill Sanderson CRONOS Coleccin dirigida por Domingo Santos Prohibida la reproduccin total o parcial de este libro, ni su incorporacin a un sistema informtico ni su transmisin en cualquier forma o por cualquier medio ya sea electrnico, mecnico, por fotocopia, por grabacin u otros. Todos, sin el permiso por escrito de los titulares del coporight. Ttulo original: West of Eden Traduccion: Domingo Santos

1984 by Harry Harrison Ediciones Destino, S.A. Consell de Cent, 425. 08009 Barcelona Ilustraciones Bill Sanderson Primera edicin: septiembre 1988 Segunda edicin: febrero 1991 ISBN: 84-233-1652-i Depsito legal: B. i.875-1991 Impreso por Limpergraf, S.A. Carrer del Riu, 17. Ripollet del Valles (Barcelona) Impreso en Espaa - Printed in Spain

para T. A. Shippey y Jack Cohen, sin cuya ayuda este libro nunca habra sido escrito, tambin con mi agradecimiento particular para John R. Pierce y Leon E. Stover. Y el Seor Dios plant un jardin al este en el Edn; all puso al hombre al que haba formado. Y Can huy de la presencia del Seor, y mor en la tierra de Mod, al este del Edn.

GNESIS Los grandes reptiles fueron las formas de vida de ms xito que jams poblaron este mundo. Durante 140 millones de aos dominaron la Tierra, llenaron el cielo poblaron los mares. Por aquel entonces los mamferos, los antecesores de la humanidad, eran slo pequeos animales con el aspecto de musaraas que eran presa fcil para los saurios, ms grandes, ms rpidos y ms inteligentes. Luego, hace 65 millones de aos, todo esto cambi. Un meteoro de diez kilmetros de dimetro impact contra la Tierra y caus desastrosas alteraciones atmosfricas. En un breve espacio de tiempo, ms del setenta y cinco por ciento de todas las especies entonces existentes fueron barridas por completo. La era de los dinosaurios termin; la evolucin de los mamferos, que ellos haban reprimido durante 100 millones de aos, empez. Pero y si aquel meteorito no hubiera cado? Cmo sera entonces nuestro mundo actual?

AGRADECIMIENTOS Para escribir esta novela he buscado el consejo de expertos en distintos campos. La biologa de los yilan es obra del doctor Jack Cohen. Los idiomas yilan y marbak son obra del profesor T. A. Shippey. Este libro hubiera sido muy distinto e inferior sin su ayuda y consejo. Mi gratitud haca ellos es infinita.

PROLOGO: KERRICK He ledo las pginas que siguen, y honestamente creo que son una autntica historia del mundo. No ha resultado fcil llegar a esa creencia. Puede decirse que mi visin del mundo fue una visin restringida. Nac en un pequeo campamento formado por tres familias. Durante la estacin clida permanecamos a orillas de un gran lago con abundantes peces. Mis primeros recuerdos son de ese lago, contemplando a travs de las tranquilas aguas las altas montaas de ms all, viendo sus picos volverse blancos con las primeras nieves del invierno. Cuando la nieve blanqueaba nuestras tiendas as como la hierba a nuestro alrededor entonces era el momento de que los cazadores fueran a las montaas. Yo tena prisa por crecer, ansioso por cazar el ciervo, y el granciervo, a su lado. Ese mundo sencillo de placeres sencillos ha desaparecido para siempre. Todo ha cambiado..., y no para mejor. A veces me despierto por la noche y deseo que lo que ocurri no hubiera ocurrido nunca. Pero esos pensamientos son estpidos, y el mundo es como es, cambiado ahora en todos sentidos. Lo que cre que era la totalidad de la existencia ha demostrado ser nicamente un pequeo rincn de la realidad. Mi lago y mis montaas son slo la parte ms pequea de un gran continente que se extiende entre dos inmensos ocanos. Conoca ya el ocano occidental porque nuestros cazadores haban pescado all. Tambin conoca a los murgu, y aprend a odiarlos mucho tiempo antes de llegar a verlos por primera vez. Asi como nuestra carne es clida, la suya es fra. Nosotros tenemos pelo sobre nuestras cabezas, y un cazador se dejar crecer una orgullosa barba, mientras que los animales que cazamos poseen carne caliente y peludas pieles; pero eso no es cierto para los murgu. Son fros y lisos y escamosos, poseen garras y dientes para atrapar y desgarrar, son grandes y terribles, y hay que temerles. Y odiarles. Saba que vivan en las clidad aguas del ocano al sur y en las clidas tierras del sur. No pueden soportar el fro, as que no nos molestaban. Todo eso ha cambiado, y lo ha hecho de una forma tan terrible que nada volver a ser lo mismo de nuevo. He descubierto, infelizmente, que nuestro mundo es slo una pequea parte del mundo de los murgu. Vivimos en el norte de un gran continente que se halla unido a un gran continente austral. Y en toda esta tierra, de ocano a ocano, slo estn los murgu. Y es an peor. Al otro lado del ocano occidental hay continentes an ms grandes..., y all no hay cazadores.

Ninguno. Murgu, slo murgu. Todo el mundo es de ellos, excepto nuestro pequeo rincn. Ahora les dir lo peor acerca de los murgu. Nos odian del mismo modo que nosotros les odiamos a ellos. Eso no importara si slo fuesen grandes e insensatas bestias. Podriamos seguir en el fro norte y evitarlos de esta manera. Pero existen aquellos murgu que pueden ser tan inteligentes como los cazadores, y tan feroces como los cazadores. Y su nmero no puede contarse, pero es suficiente como para decir que llenan todas las tierras de este gran globo. Lo que sigue a continuacin no es algo agradable de contar, pero ocurri, y debe contarse. Es la historia de nuestro mundo y de todas las criaturas que viven en l, y de lo que ocurri cuando un grupo de cazadores se aventur al sur a lo largo de la costa y de lo que encontr all. Y de lo que ocurri cuando los murgu-que-llenan-el-mundo descubrieron que el mundo no era de ellos solos, como siempre haban credo.

LIBRO PRIMERO

CAPTULO 1 Isizzo fa klabra massik, den sa rinyur meth alpi. Escupe en los dientes del invierno, porque siempre muere en la primavera. Amahast ya estaba despierto cuando las primeras luces del prximo amanecer empezaron a extenderse por encima del ocano. Sobre su cabeza an eran visibles las estrellas ms brillantes. Saba lo que eran: la sustancia de los cazadores muertos, que suba a los cielos cada noche. Pero ahora incluso stas, la sustancia de los mejores rastreadores, los cazadores ms esplndidos, huan ante el naciente sol. Aqul era un sol feroz, all a lo lejos al sur, y arda de una forma completamente distinta del sol septentrional al que estaban acostumbrados, aquel que se alzaba dbil en un cielo plido por encima de los bosques cubiertos de nieve y de las montaas. ste podra ser otro sol completamente distinto. Sin embargo, poco antes del amanecer haca all un fro casi agradable, cerca del agua. No durara. Con la luz del sol volvera el calor. Amahast se rasc las mordeduras de insectos en su brazo y aguard al amanecer. La silueta de su bote de madera emergi lentamente de la oscuridad. Haba sido varado en la arena, bastante ms all de la lnea de conchas y algas secas que sealaban el alcance de la marea alta. A su lado apenas poda ver las oscuras formas de los miembros dormidos de su sammad, los cuatro que haban venido con l en aquel viaje. Sin pedirlo, el amargo recuerdo de que uno de ellos, Diken, se estaba muriendo, volvi a l; pronto slo seran tres. Uno de ellos se estaba poniendo en pie, lenta y dolorosamente, apoyndose de una forma pesada en su lanza. Deba ser el viejo Ogatyr; sufra en sus brazos y piernas el envaramiento y dolores que aparecen con la edad, la humedad del suelo y la fra presa del invierno. Amahast se levant tambin, sujetando igualmente su lanza. Los dos hombres se juntaron mientras caminaban haca las pozas de agua. -El da ya a ser caluroso, kurro -dijo Ogatyr. -Todos los dias son calurosos aqu, viejo. Un nio podra adivinarlo. El sol hornear el calor de tus huesos.

Caminaron lenta y cautelosamente haca el negro muro del bosque. La alta hierba susurraba a la brisa del amanecer; los primeros pjaros cantaron su despertar en los rboles. Algn animal del bosque se haba comido los cogollos de las palmas bajas, luego haba cavado el blando suelo al lado de ellas para encontrar agua. Los cazadores haban profundizado los agujeros la tarde antes, y ahora las improvisadas pozas rezumaban agua clara. -Bebe todo lo que quieras -orden Amahast, volvindose para observar el bosque. Tras l, Ogatyr resoll mientras se dejaba caer de rodillas, se inclinaba y sorbia ruidosa y vidamente. Era posible que algunos de los animales nocturnos pudiera emerger an de la oscuridad de los rboles, de modo que Amahast se mantuvo en guardia, con la lanza preparada y apuntando olisqueando el hmedo aire, cargado con los intensos olores de la descomposicin vegetal pero endulzado con el dbil perfume de las flores abiertas durante la noche. Cuando el viejo hubo terminado se puso en pie para vigilar mientras Amahast beba. Hundi profundamente el rostro en la fra agua, se volvi a alzar, jadeante, se ech agua en abundancia, con la mano formando cuenco, por todo su desnudo cuerpo, y lav parte de la mugre y el sudor del da anterior. -Donde nos detengamos esta noche ser nuestro ltimo campamento. Maana deberemos volver y desandar nuestro camino -dijo Ogatyr, hablando por encima del hombro mientras sus ojos permanecan clavados en los arbustos y rboles que tena delante. -Eso me has dicho. Pero no creo que unos cuantos das ms constituyan ninguna diferencia. -Ya es tiempo de regresar. He hecho un nudo en mi cuerda cada anochecer. Los das son ms cortos, tengo formas de saber eso. Cada anochecer llega ms rpido, cada da el sol se hace ms dbil y no puede trepar hasta tan alto en el cielo. Y el viento est empezando a cambiar, incluso t tienes que haberte dado cuenta de ello. Todo el verano ha estado soplando del sudeste. Ya no lo hace. Recuerdas el ao pasado, la tormenta que casi hundi el bote y derrib todo un bosque de rboles? La tormenta vino en esta poca. Tenemos que regresar. Puedo recordar esas cosas, las tengo anudadas en mi cuerda. -S que puedes, viejo. -Amahast se paso los dedos por los hmedos mechones de su pelo sin cortar. Le llegaba hasta ms abajo de los hombros, mientras su rubia barba descansaba mojada sobre su pecho-. Pero tambin sabes que nuestro bote no est lleno. -Hay mucha carne seca...

-No la suficiente. Necesitamos ms que eso para pasar el invierno. La caza no ha sido buena. Por eso hemos ido ms al sur de lo que nunca habamos llegado antes. Necesitamos la carne. -Un solo da ms, luego regresaremos. Slo uno. El camino a las montaas es largo y difcil. Amahast no respondi. Respetaba a Ogatyr por todas las cosas que saba el viejo, por su conocimiento de la forma correcta de construir herramientas y de encontrar las plantas mgicas. El viejo conocia los rituales necesarios para prepararse para la caza, as como los cantos que podan mantener alejados los espritus de los muertos. Poseia todo el conocimiento de su propia vida y de las vidas de los que haban venido antes que l, las cosas que le haban dicho y que recordaba, que poda relatar desde la salida del sol por la maana hasta su puesta por la noche y an no terminarlas. Pero haba cosas nuevas que el viejo no saba, y sas eran las que turbaban a Amahast y exigan nuevas respuestas. Los inviernos eran la causa de ello, los duros inviernos que no terminaban. Dos veces ya haba surgido la promesa de la primavera mientras los das se hacian ms largos, el sol ms brillante..., pero la primavera no haba llegado. La nieve profunda no se haba derretido, el hielo en los arroyos haba seguido helado. Luego haba aparecido el hambre. El ciervo y el granciervo se haban mudado al sur, lejos de sus habituales valles y prados montanos que ahora permanecan cercados por el frreo puo del invierno. De modo que haba conducido a su sammad siguiendo a los animales, haban tenido que hacerlo o morir de hambre lejos de las montaas, en las amplias llanuras de ms all. Sin embargo la caza no haba sido buena, porque las manadas haba sido diezmadas por el terrible invierno. Ni su sammad haba sido el nico que haba tenido problemas. Otros sammads estaban cazando tambin all, no slo aquellos a los que su gente se haba unido por matrimonio, sino sammads que nunca antes haba visto. Hombres que hablaban el marbak de una forma extraa o no lo hablaban en absoluto, y les apuntaban furiosos con sus lanzas. Sin embargo, todos los sammads eran tanu, y los tanu nunca luchan con los tanu. Nunca hasta entonces, al menos. Pero ahora lo hicieron, y hubo sangre tanu en las afiladas puntas de piedra de las lanzas. Aquello turb a Amahast tanto como el interminable invierno. Una lanza para cazar, un cuchillo para desollar, un fuego para cocinar. As era como haba sido siempre. Los tanu no mataban a los tanu. Antes que verse enfrentado a cometer ese crimen, prefiri conducir su sammad lejos de las colinas, avanzando da tras da haca el sol de la maana, sin detenerse hasta alcanzar las saladas aguas del gran mar. Sabia que el camino al norte estaba cerrado, porque el hielo all llegaba hasta el borde del ocano y slo los paramutan, el pueblo de los botes de cuero, poda vivir en aquellas tierras heladas. El camino al sur estaba abierto, pero all, en los bosques y junglas donde nunca caa la nieve, estaban los murgu. Y donde ellos estaban estaba la muerte.

As que slo quedaba el mar lleno de olas. Su sammad conoca desde haca tiempo el arte de construir botes de madera para pescar en verano, pero nunca antes se haban aventurado fuera de la vista de la tierra o lejos de su campamento en la playa. Este verano haba sido necesario. Pero el calamar seco no durara todo el invierno. Si la caza era tan mala como lo haba sido el invierno anterior entonces ninguno de ellos llegara vivo a la primavera. De modo que slo quedaba el sur, y sa fue la direccin que tomaron. Cazando a lo largo de la orilla y en las islas cercanas a la costa, siempre con miedo a los murgu. Los otros ya se haban despertado. El sol estaba por encima del horizonte, y los primeros chillidos de los animales resonaban en las profundidades de la jungla. Era tiempo de encaminarse al mar. Amahast asinti solemnemente cuando Kerrick le trajo la bolsa de piel de ekkotaz, luego extrajo un puado de la densa masa de granos molidos y bayas machacadas. Revolvi con su otra mano la espesa mata de pelo de la cabeza de su hijo. Su primognito. A punto de ser un hombre y tomar un nombre de hombre. Pero an un muchacho, aunque creca fuerte y alto. Su piel normalmente plida, estaba ahora teida de oro, desde que, como todos los dems en aquel viaje, slo llevaba un taparrabo de piel de ciervo atado a su cintura. Alrededor de su cuello, colgando de una tira de cuero, haba una versin ms pequea del cuchillo de metal del cielo que Amahast llevaba tambin. Un cuchillo no era tan afilado como una piedra, pero era atesorado por su rareza. Esos dos cuchillos, el grande y el pequeo, eran el nico metal del cielo que posea el sammad. Kerrick sonri a su padre. Tena ocho aos, y aqulla era su primera cacera con los hombres. Era lo ms importante que le haba sucedido nunca. -Has bebido hasta saciarte? -pregunt Amahast. Kerrick asinti. Saba que no iba a haber ms agua hasta la caida de la noche. Aqulla era una de las cosas importantes que un cazador tena que aprender. Mientras haba permanecido con las mujeres -y los nios- haba bebido agua siempre que haba sentido sed, o si haba sentido hambre haba ido a mordisquear unas cuantas bayas o haba comido algunas races frescas recin desenterradas. As de simple. Pero ahora estaba entre los cazadores, haca lo que ellos hacan, se pasaba sin comer ni beber desde antes de la salida del sol hasta despus que se haba hecho oscuro. Aferr orgulloso su pequea lanza, e intent no sobresaltarse de miedo cuando algo cruji fuertemente en la jungla a sus espaldas. -Empujad el bote -orden Amahast. Los hombres no necesitaban ser animados; los sonidos de los murgu se estaban haciendo ms fuertes, ms amenazadores. Haba poco que cargar en el bote, slo sus lanzas, sus arcos y carcajes de flechas, sus bolsas de

gamuza y sus saquitos de ekkotaz. Empujaron el bote hasta el agua, y el enorme Hastila y Ogatyr lo sujetaron firmemente mientras el muchacho trepaba a l, sosteniendo con cuidado una gran concha que contena las resplandecientes brasas del fuego. Detrs de ellos, en la playa, Diken se esforzaba en levantarse para unirse a los otros, pero hoy todava no estaba lo bastante fuerte. Su piel estaba plida por el esfuerzo y grandes gotas de sudor perlaban su rostro. Amahast se acerc y se arrodill a su lado, alz una punta de la piel de gamuza sobre la que estaba tendido y sec el rostro del hombre herido. -Descansa. Te pondremos en el bote. -Hoy no, si no puedo subir por mi pie a bordo, no. -La voz de Diken era ronca, jadeaba con el esfuerzo para hablar-. Ser ms fcil si aguardo aqu vuestro regreso. Ser mejor para mi mano. Su mano izquierda estaba ahora muy mal. Dos dedos haba sido arrancados de un mordisco cuando una enorme criatura de la jungla haba saltado a su campamento una noche, una forma apenas entrevista a la que haban herido con las lanzas, hacindola retroceder de nuevo a la oscuridad. Al principio la herida de Diken no haba parecido demasiado seria, muchos cazadores haban sobrevivido a cosas peores, e hicieron por l todo lo que estuvo a su alcance. Lavaron la herida con agua de mar hasta que sangr libremente, luego Ogatyr la vend con una cataplasma hecha con musgo benseel recogido en los pantanos de la alta montaa. Pero esta vez no haba sido suficiente. La carne se haba puesto roja, luego negra, y finalmente el negror se haba extendido haca arriba por todo su brazo; su olor era horrible. Morira pronto. Amahast alz la vista del hinchado brazo al muro verde de la selva de ms all. -Cuando los animales lleguen, mi tharm ya no estar aqu para ser consumido por ellos -dijo Diken, siguiendo la direccin de la mirada de Amahast. Su mano derecha estaba crispada en un apretado puo; la abri y cerr brevemente para revelar la lasca de piedra que ocultaba all. El tipo de piedra plana y afilada que usaban para abrir y despellejar un animal. Lo bastante afilada para abrirle las venas a un hombre. Amahast se levant lentamente y se sacudi la arena de sus desnudas rodillas. -Te ver en el cielo -dijo, con una voz tan baja e inexpresiva que solamente el hombre agonizante pudo oirla . -Siempre fuiste mi hermano -dijo Diken. Cuando Amahast se hubo alejado, volvi su rostro haca otro lado y cerr los ojos para no ver a los otros alejarse y quizs hacerle alguna sea de despedida.

El bote estaba ya en el agua cuando Amahast lleg a l, agitndose ligeramente en las suaves olas. Era una buena y slida embarcacin hecha con el tronco ahuecado de un gran cedro. Kerrick estaba en la proa, soplando al pequeo fuego que descansaba sobre las rocas dispuestas all. Chisporrote y llame cuando le aadi algunos trocitos de madera. Los hombres haban deslizado ya sus remos entre los toletes, listos para partir. Amahast se iz por el lado y encaj su remo timn en su lugar. Vio los ojos de los hombres trasladarse de l al cazador que se quedaba all atrs en la playa, pero nadie dijo nada. Como era preceptivo. Un cazador no mostraba dolor..., ni mostraba compasin. Cada hombre tena el derecho a elegir cundo liberar su tharm para que ascendiera al erman, el cielo nocturno para recibir la bienvenida de Ermanpadar, el padre-cielo que gobernaba all. All el tharm del cazador se unira a los dems tharms entre las estrellas. Cada cazador tena este derecho, y ningn otro poda disuadirle de ello o interponerse en su camino. Incluso Kerrick sabia eso, y permaneci tan silencioso como los dems. -Hacia la isla -orden Amahast. La baja isla cubierta de hierba se hallaba cerca de la costa y protega all la playa de la fuerza de las olas del ocano. Ms al sur se elevaba, por encima de las salpicaduras saladas del mar, y era all donde empezaban los rboles. Con hierba y refugio, haba la promesa de una buena caza. A menos que los murgu estuvieran tambin all. -Mirad, en el agua! -exclam Kerrick, sealando haca el mar. Un inmenso banco de hardalt estaba pasando debajo de ellos, arrastrando los tentculos, con sus innumerables cuerpos desprovistos de huesos protegidos por sus cascarones. Hastila sujet su lanza por el extremo del mango y la apunt haca el agua. Era un hombre corpulento, ms alto incluso que Amahast, pero muy rpido para todo aquello. Aguard un momento..., luego hundi la lanza en el mar, profundamente, hasta que incluso su brazo qued sumergido en el agua, y volvi a alzarla. Su punta haba acertado su blanco, penetrando en el blando cuerpo detrs del cascarn, y el hardalt fue izado fuera del agua y arrojado al fondo del bote, donde se estremeci, con los tentculos agitndose dbilmente y la negra tinta rezumando de su horadado saco. Todos rieron ante aquello. Hastila haba recibido merecidamente su nombre, Lanza-en-mano. Una lanza que nunca fallaba. -Buena comida-dijo Hastila, apoyando su pie en el cascarn y liberando su lanza del cuerpo. Kerrick se sentia excitado. Qu fcil pareca. Un simple golpe rpido..., y ah estaba un gran hardalt, comida suficiente para alimentarlos a todos durante todo un dia.

Tom su propia lanza por el extremo, tal como Hastila haba hecho. Tena slo la mitad de la longitud de la lanza del cazador, pero la punta era igual de afilada. Los hardalt seguan an all, ms densos que nunca, y uno de ellos estaba debajo mismo de la superficie al lado de la proa. Kerrick golpe haca abajo, fuerte. Not que la punta se hunda en carne. Aferr el mango con ambas manos y tir haca arriba. El mango de madera se agit y se estremeci entre sus manos, pero, ceudamente, lo mantuvo sujeto, tirando con todas sus fuerzas. Hubo un gran chapoteo y mucha espuma en el agua cuando la chorreante y reluciente cabeza se alz por el lado del bote. La lanza se solt de la carne del animal y Kerrick cay haca atrs en el momento en que las mandbulas se abran, mostrando hileras de dientes ante l, con un chirriante rugido tan cercano que el hediondo aliento de la criatura le cubri por completo. Unas afiladas garras rasgaron el bote, arrancando astillas de la madera. En aquel mismo momento Hastila ya estaba all, hundiendo su lanza entre aquellas terribles mandibulas, una vez, dos veces. El marag chill agudamente, y un chorro de sangre salpic al muchacho. Luego las mandbulas se cerraron y, por un instante, Kerrick contempl de frente aquel ojo redondo, fijo sin parpadear, delante de su rostro. Un momento ms tarde haba desaparecido, y la superficie del agua bajo la cual se haba sumergido qued cubierta de espuma sanguinolenta. -Directos haca la isla -orden Amahast-. Tiene que haber ms de estas bestias, y ms grandes, siguiendo a los hardalt. Est herido el muchacho? Ogatyr lanz un puado de agua sobre el rostro de Kerrick y lo limpi. -Slo asustado -dijo, contemplando el tenso rostro. -Ha tenido suerte -dijo hoscamente Amahast-. La suerte slo viene una vez. Nunca volver a arrojar una lanza a ciegas. Nunca!, pens Kerrick, casi gritando la palabra en voz alta, contemplando la desgarrada madera all donde las garras de la bestia la haban hendido profundamente. Haba odo hablar de los murgu, haba visto sus garras formando las cuentas de un collar, incluso haba tocado una suave bolsa multicolor hecha con la piel de uno de ellos. Pero las historias nunca haba llegado a asustarle; altos como el cielo, dientes como lanzas, ojos como piedras, garras como cuchillos. Pero ahora estaba asustado. Se volvi para mirar haca la orilla, seguro de que haba lgrimas en sus ojos y deseando que los otros no las vieran, mordindose los labios mientras se acercaban lentamente a tierra. El bote fue de pronto un delgado cascarn sobre un mar de monstruos, y dese desesperadamente hallarse de nuevo sobre tierra firme. Casi grit cuando la proa roz contra

la arena. Mientras los dems empujaban el bote fuera del agua, acab de lavarse todas las huellas de la sangre del marag. Amahast emiti un bajo sonido sibilante entre los dientes, una seal de cazador, y todos se inmovilizaron, silenciosos y casi sin respirar. Amahast se tendi entre la hierba ms arriba de ellos, observando por encima de la elevacin. Hizo un gesto con la mano para que todos se echaran tambin al suelo, luego les seal que avanzaran hasta situarse a su lado. Kerrick hizo lo mismo que los dems, sin alzar la cabeza por encima de la hierba sino separando cuidadosamente los tallos con los dedos para poder ver entre ellos. Ciervos. Una horda de los pequeos animales estaba pastando justo a un tiro de flecha de distancia. Rechonchos por la lujuriante hierba de la isla, se movan lentamente, agitando sus largas orejas contra las moscas que zumbaban a su alrededor. Kerrick ensanch las aletas de su nariz y olisque, y pudo captar el dulce olor de sus pieles. -Avancemos silenciosamente a lo largo de la orilla -dijo Amahast-. El viento sopla desde ellos haca nosotros, no nos olern. Podremos acercarnos.Abri camino, corriendo acuclillado, y los dems le siguieron. Kerrick cerraba la marcha. Prepararon sus flechas mientras permanecan an agazapados tras la prominencia de la orilla, tensaron sus arcos, luego se alzaron y dispararon a la vez. La lluvia de flechas dio en el blanco; dos de los animales cayeron, y un tercero qued herido. El pequeo ciervo poda recorrer una buena distancia con una flecha en su cuerpo. Amahast corri rpido tras l y le cort el camino. El animal se estremeci, baj amenazador sus diminutos cuernos, y Amahast ri y salt contra l, agarr los cuernos con ambas manos y los retorci. El animal buf y se tambale, luego berre mientras caa, impotente. Amahast arque su cuello haca atrs mientras Kerrick corra haca l. -Utiliza tu lanza, tu primera presa. En la garganta... a un lado, clava profundo y retuerce. Kerrick hizo lo que le indicaba su padre, y el ciervo berre agnicamente mientras la roja sangre brotaba a borbotones y empapaba las manos y brazos de Kerrick. Sangre de la que sentirse orgulloso. Hundi la lanza ms profundamente en la herida hasta que el animal se estremeci y muri. -Una buena muerte -dijo orgulloso Amahast. La forma en que habl hizo que Kerrick confiara que el incidente del marag en el bote no fuera mencionado de nuevo.

Los cazadores rieron complacidos mientras abran y evisceraban sus presas. Amahast seal al sur, haca la parte ms alta de la isla. -Los llevaremos a los rboles, donde podamos colgarlos para que se sequen. -Cazaremos de nuevo?-pregunt Hastila. Amahast agit negativamente la cabeza. -No, si tenemos que regresar maana. Nos tomar todo el da y toda la noche descuartizar y ahumar lo que ya tenemos. -Y comer -dijo Ogatyr, haciendo chasquear ruidosamente los labios-. Comer hasta hartarnos. Cunto ms metamos en nuestros estmagos, menos tendremos que transportar sobre nuestras espaldas! Aunque se estaba ms fresco entre los rboles, pronto estuvieron rodeados de picantes moscas. Lo nico que podan hacer era darles manotazos y suplicar a Amahast empezar lo antes posible con el ahumado para mantenerlas a raya. -Despellejad las presas orden, luego pate un tronco cado; se hizo pedazos-. Demasiado hmedo. La madera aqu debajo de los rboles est demasiado mojada para que arda. Ogatyr, trae el fuego del bote y alimntalo con hierba seca hasta que regresemos. Me llevar al muchacho y traeremos un poco de madera seca de la playa. Dej su arco y sus flechas detrs, pero tom su lanza y ech a andar por entre los rboles haca la costa. Kerrick hizo lo mismo y se apresur tras l. La playa era amplia, con una fina arena casi tan blanca como la nieve. En la lnea de rompientes las olas se quebraban con un rumor de burbujeante espuma que se alzaba playa arriba haca ellos. En el borde del agua haba trozos de madera y esponjas rotas, interminables conchas multicolores, caracolas violetas, grandes ristras verdes de algas con pequeos cangrejos aferrados a ellas. Los pocos trozos de madera eran demasiado pequeos para molestarse por ellos, as que caminaron haca el promontorio que formaba como una pequea pennsula rocosa que penetraba en el mar. Tras subir la fcil pendiente pudieron observar entre los rboles para ver que el promontorio se curvaba haca fuera formando una pequea y recogida baha. En la arena, al otro extremo, unas formas oscuras, que podan ser focas, se calentaban al sol.

En aquel mismo momento fueron conscientes de que haba alguien de pie debajo de un rbol cercano, observando tambin la bahia. Otro cazador, quizs. Amahast haba abierto ya la boca para llamarle cuando la figura dio un paso adelante, a la luz del sol. Las palabras se helaron en su garganta; todos los msculos de su cuerpo se tensaron. No era ni un cazador ni un hombre, nada de aquello. Su forma era humanoide, pero repelentemente distinta en todos sus aspectos. La criatura estaba desprovista de pelo e iba desnuda, con una cresta coloreada que recorra la parte superior de su cabeza y descenda por toda su espina dorsal. Era brillante a la luz del sol, obscenamente marcada por una piel escamosa y multicolor. Un marag. Ms pequeo que los gigantes de la jungla, pero un marag pese a todo. Como todos los de su especie, permaneca completamente inmvil en su actitud de descanso, como tallado en piedra. Luego volvi su cabeza haca un lado, con una serie de pequeos movimientos bruscos, hasta que pudieron ver su redondo e inexpresivo ojo, la enorme y prominente mandbula. Se mantuvieron tan inmviles como los propios murgu, aferrando fuertemente sus lanzas, sin ser vistos, porque la criatura no haba vuelto lo suficiente la cabeza como para divisar sus silenciosas formas entre los rboles. Amahast aguard hasta que su mirada volvi al ocano antes de moverse. Se desliz haca delante sin un sonido, alzando su lanza. Haba alcanzado el borde de los rboles antes de que la criatura le oyera o captara su aproximacin. Gir la cabeza haca l, mirando directamente a su rostro. El cazador hundi la punta de piedra de su lanza en el ojo sin prpado, atravesndolo y hundindola profundamente en el cerebro que haba detrs. Se estremeci una sola vez, un espasmo que agit todo su cuerpo, y cay pesadamente. Muerto antes de golpear el suelo. Amahast liber la lanza antes incluso de eso, gir sobre s mismo y pase su mirada por la ladera y la playa ms all. No haba ninguna otra de aquellas criaturas por all. Kerrick se reuni con su padre y se detuvo silencioso a su lado mientras contemplaban el cadver. Era una burda y desagradable parodia de la forma humana. La roja sangre segua manando por la rbita del destrozado ojo, mientras el otro les miraba ciegamente, su pupila una negra raja vertical. No tena nariz; slo

unas aberturas con una especie de aletas all donde hubiera debido estar la nariz. Su prominente mandbula haba cado en la agona de la repentina muerte, revelando blancas hileras de afilados y puntiagudos dientes. -Qu es? -pregunt Kerrick, casi atragantndose con las palabras. -No lo s. Un marag de alguna especie. Uno pequeo, nunca antes haba visto a otros como l. -Se mantena sobre sus patas traseras y caminaba como si fuese un humano, un tanu. Un murgu, padre, pero tiene manos como las nuestras. -No como las nuestras. Cuenta. Uno, dos, tres dedos y un pulgar. No; slo tiene dos dedos..., y dos pulgares. Los labios de Amahast se entreabrieron sobre sus dientes mientras contemplaba la criatura. Sus piernas eran cortas y arqueadas, los pies planos, con los dedos rematados en garras. Tena una cola pequea y gruesa. Ahora permaneca acurrucado en la muerte, con un brazo debajo de su cuerpo. Amahast meti un pie y le dio la vuelta. Ms misterio, porque aferrado en su mano pudo ver ahora lo que pareca ser un trozo de nudosa madera negra. -Padre..., la playa!-exclam Kerrick. Buscaron refugio bajo los rboles y observaron desde su escondite, mientras las criaturas emergan del mar justo debajo del lugar donde ellos estaban. Eran tres murgu. Dos de ellos muy parecidos al que haban matado. El tercero era ms grande, grueso y de movimientos mucho ms lentos. Permaneca tendido medio dentro y medio fuera del agua, flotando sobre su espalda, los ojos cerrados y los miembros inmviles. Burbuje por las aletas de sus hendiduras respiratorias, luego se rasc el estmago con las garras de uno de sus pies, lenta y perezosamente. Uno de los murgu ms pequeos agit sus zarpas en el aire y emiti un sonido como un agudo cloqueo. La rabia ascendi por la garganta de Amahast atragantndole de tal modo que no pudo evitar un jadeo. El odio casi le ceg mientras casi sin intervencin de su voluntad, se lanz ladera abajo enarbolando la lanza ante l. Estuvo sobre las criaturas en un momento, alanceando a la ms cercana. Pero sta se ech haca un lado mientras se volva y la punta de piedra slo desgarr su costado, atravesando sus costillas. La boca de la criatura se abri enormemente, y sise con fuerza mientras intentaba huir. El siguiente golpe de Amahast le acert de lleno.

Amahast liber su lanza, se volvi para ver a la otra criatura abalanzarse al agua para huir. Abriendo espasmdicamente los brazos al caer, mientras la lanza ms pequea de Kerrick silbaba por el aire y le alcanzaba en plena espalda. -Un buen golpe -dijo Amahast, asegurndose de que estaba muerta antes de arrancar la lanza y devolvrsela a Kerrick. Slo quedaba el marag ms grande. Sus ojos estaban cerrados, y pareca no haberse dado cuenta de nada de lo que acababa de ocurrir a su alrededor. La lanza cle Amahast se hundi profundamente en su costado, y emiti un gruido casi humano. La criatura estaba envuelta en grasa, y tuvo que golpear de nuevo, una y otra vez, antes de que quedara inmvil. Cuando hubo terminado Amahast se apoy en su lanza, jadeando fuertemente, contemplando con asco las criaturas muertas, posedo an por el odio. -Cosas as tienen que ser destruidas. Los murgu no son como nosotros; mira sus pieles: escamas. Ninguno de ellos tiene pelo, temen el fro, su carne es venenosa. Cuando los encontramos tenemos que destruirlos.Pronunci despectivamente las palabras, y Kerrick slo pudo asentir, sintiendo la misma profunda e innata repulsin. -Bien, vayamos a por los otros -dijo Amahast-. Rpido. Mira; all, al otro lado de la baha, hay ms. Tenemos que matarlos a todos. Su mirada capt un movimiento, y ech haca atrs su lanza, creyendo que la criatura an no estaba muerta. Su cola se mova. No! La cola en s no se mova, pero algo se agitaba obscenamente bajo la piel de su base. Haba como una raja all, una abertura de algn tipo. Una bolsa en la base de la gruesa cola de la criatura. Amahast la rasg con la punta de su lanza abrindola, luego luch contra el deseo de vomitar ante la visin de las plidas criaturas que cayeron sobre la arena. Arrugadas, ciegas, pequeas imitaciones de los adultos. Debian ser sus cras. Rugiendo furiosamente, las pisote. -Destruirlas todas, destruirlas! -Farfull las palabras una y otra vez, y Kerrick huy entre los rboles. CAPTULO 2 Enge hanthei, agat embokka lirubushei hevaiihei, kaksheint, enpelei asahen enge. kakshsei, hawahei;

Abandonar el amor dei padre y entrar en el abrazo del mar es el primer dolor de la vida... La primera alegra son los camaradas que se renen contigo all. Los enteesenat cruzaban las olas con rtmicos movimientos de sus grandes aletas como remos. Uno de ellos alz la cabeza del ocano, con el agua chorreando de su oscuro pellejo, levantndola ms y ms sobre su largo cuello, volvindola y mirando haca atrs. Slo cuando vio la gran forma abajo en el agua detrs de ellos volvi a hundirse bajo la superficie. Haba un banco de calamares delante..., los otros enteesenat hicieron cliquetear sus mandbulas con alborotadora excitacin. Agitaron sus recias colas y se lanzaron hendiendo el agua, gigantescos e imparables, con las bocas ampliamente abiertas. Hacia el centro del banco. Los calamares huyeron en todas direcciones, escupiendo chorros de agua. La mayora consiguieron escapar detrs de las nubes de tinta negra que expelieron desesperadamente, pero muchos se vieron atrapados por las mandbulas de bordes planos y engullidos enteros. Aquello prosigui hasta que el mar estuvo vaco de nuevo y los supervivientes dispersos y distantes. Una vez saciados, los grandes animales dieron la vuelta y aletearon lentamente de regreso por el mismo camino por el que haba venido. Delante de ellos, una forma an ms grande se mova a travs del ocano, con el agua surgiendo de su lomo y burbujeando en torno a la gran aleta dorsal del uruketo. Cuando se acercaron, los enteesenat se sumergieron y se volvieron para acompasarse a su firme movimiento a travs del mar, nadando junto a l, cerca de su largo y acorazado pico. Entonces debi verles, un ojo se movi lentamente, siguiendo su rumbo, con el negror de la pupila enmarcado por su anillo seo. El reconocimiento penetr lentamente en el turbio cerebro de la criatura, y el pico empez a abrirse, primero lentamente, luego de par en par. Uno tras otro, nadaron hasta la boca completamente abierta e introdujeron sus cabezas en la abertura parecida a una cueva. Una vez en posicin, regurgitaron los calamares recin capturados. Slo cuando sus estmagos estuvieron vacos retrocedieron y giraron con un movimiento lateral de sus aletas. Tras ellos, las mandbulas se cerraron tan lentamente como se haban abierto, y la enorme masa del uruketo sigui firmemente su camino.

Aunque la mayor parte del enorme cuerpo del animal estaba por debajo de la superficie, la aleta dorsal del uruketo se proyectaba sobre su lomo por encima de las olas. Su aplastada parte superior era seca y correosa, manchada con blancos excrementos all donde se haban perchado las aves marinas y con cicatrices all donde haba desgarrado la recia piel con sus afilados picos. Una de esas aves estaba descendiendo ahora haca la parte superior de la aleta, planeando sobre sus grandes alas blancas, los palmeados pies extendidos. De pronto lanz un chillido, aleteando para apartarse, sorprendida por el largo corte, como una cuchillada, que haba aparecido de repente en la parte superior de la aleta. El corte se ensanch, luego se extendi hasta alcanzar toda la longitud de la aleta, una gran abertura en la carne viva que se hizo ms ancha an y emiti una bocanada de aire viciado. La abertura se hizo ms y ms ancha, hasta que hubo espacio suficiente para que emergiera la yilan. Era la segunda oficiala a cargo de aquella guardia. Inspir profundamente el fresco aire mientras trepaba a la amplia plataforma sea situada en el interior y cerca de la parte superior de la aleta, proyectando haca delante la cabeza y los hombros, mirando atentamente a su alrededor en un cuidadoso crculo. Satisfecha de que todo estaba en orden, volvi abajo, ms all de la tripulanta a cargo del timn, que en aquellos momentos estaba observando haca delante a travs del disco transparente que tena ante ella. La oficiala mir por encima de su hombro a la resplandeciente aguja de la brjula, la vio apartarse ligeramente del rumbo fijado. La tripulanta tendi una mano haca un lugar cerca de la brjula y sujet el ndulo de la terminacin nerviosa entre los pulgares de su mano izquierda, apretando fuertemente. Un estremecimiento recorri todo el navo cuando el semisensible animal respondi. La oficiala asinti y sigui bajando a la larga caverna del interior, expandiendo rpidamente sus pupilas en la semioscuridad. Manchas fluorescentes eran la nica iluminacin all en la cmara de paredes vivas que se extendia a lo largo de casi toda la longitud de la espina dorsal del uruketo. En la parte de atrs, en medio de una oscuridad casi completa, se hallaban los prisioneros, con los tobillos atados juntos. Cajas de provisiones y vamas de agua los separaban de la tripulacin y pasajeros en la parte delantera. La oficiala se abri camino hasta la comandanta para rendir su informe. Erefnais alz la vista del resplandeciente mapa que sujetaba y asinti su aprobacin. Satisfecha, enroll el mapa y lo devolvi a su nicho, luego trep ella tambin a la aleta. Arrastraba ligeramente los pies al caminar, una herida de infancia en la espalda, que mostraba an una larga y fruncida cicatriz. Slo su gran habilidad le haba permitido alcanzar aquel alto rango con el hndicap de una desfiguracin como aqulla. Cuando emergi a la parte superior de la aleta, ella tambin respir profundamente el fresco aire mientras miraba a su alrededor.

Tras ellos, la costa de Maninle se difuminaba hasta perderse de vista. Haba otra tierra apenas visible en el horizonte al frente, una cadena de bajas islas que se extendan haca el norte. Satisfecha, se inclin y dijo algo, expresndose de la manera ms formal. Cuando daba rdenes era ms directa, casi brusca. Pero no ahora. Era educada e impersonal la forma usual de dirigirse alguien de rango inferior a alguien de rango superior. Pero ella estaba al mando de aquella nave viviente..., de modo que su interlocutora tena que ser indudablemente de elevada posicin. -Para vuestra satisfaccin, hay cosas dignas de verse, Vaint. Tras decir aquello se retir haca la parte de atrs, dejando libre el ventajoso punto de observacin de la parte delantera. Vaint subi cuidadosamente por el nervado interior de la aleta y emergi a la plataforma interior, seguida de cerca por otras dos. Se detuvieron respetuosamente a un lado mientras ella avanzaba. Vaint se sujet al borde, abriendo y cerrando sus aletas respiratorias mientras ola el intenso aire salino. Erefnais la contempl con admiracin, porque era realmente hermosa. Incluso aunque una no supiera que haba sido puesta a cargo de la nueva ciudad, su status hubiera quedado completamente claro en cada movimiento de su cuerpo. Aunque inconsciente de la mirada admirativa Vaint se irgui orgullosamente, la cabeza alta y la mandbula echada haca delante, sus pupilas cerradas hasta ser slo dos estrechas lneas verticales al intenso resplandor del sol. Sus fuertes manos se sujetaron firmemente mientras se equilibraba sobre sus separados pies; una lenta ondulacin agit el brillo anaranjado de su hermosa cresta. Se poda leer en la ms pequea actitud de su cuerpo que haba nacido para gobernar. -Hblame de lo que hay al frente -dijo bruscamente Vaint. -Una cadena de islas, Altsima. Su nombre es su esencia. Alakas-aksehent, la sucesin de doradas piedras desplomadas. Sus arenas y el agua a su alrededor son clidas durante todo el ao. Las islas se extienden formando una hilera hasta que alcanzan la tierra firme. Es aqu, en la orilla, donde crece la nueva ciudad. -Alpasak. Las hermosas playas -dijo Vaint, hablando para s misma, de modo que las otras no pudieron ver ni or sus palabras-. Es ste mi destino? -Se volvi para mirar de frente a la comandanta-. Cundo llegaremos all? -Esta tarde, Altsima. Por supuesto antes de anochecer. Hay aqu una corriente clida en el ocano que nos lleva rpidamente en esa direccin. Hay abundancia de calamares, as que los enteesenat y el uruketo se alimentan bien. Demasiado bien a veces. sos son algunos de los

problemas de dirigir un largo viaje. Debemos observarlos cuidadosamente o irn lentamente y nuestra llegada... -Silencio. Quiero estar a solas con mi efensele. -Como gustis -pronunci Erefnais, retrocediendo al mismo tiempo, desapareciendo abajo con el eco mismo de su ltima palabra. Vaint se volvi haca las silenciosas observadoras, con calidez en cada uno de sus movimientos. -Ya estamos aqu. La lucha por alcanzar este nuevo mundo Gendasi, llega a su fin. Ahora empezar la lucha an ms grande para edificar la nueva ciudad. -Ayudaremos, haremos lo que t desees -dijo Etdee'rg. Fuerte y slida como una roca, dispuesta con todas sus energas a ayudar-. Danos tus rdenes..., incluso hasta la muerte. -En otra, aquello hubiera podido sonar pretencioso, pero no con Etdee'rg. Haba sinceridad en cada firme movimiento de su cuerpo. -No te pedir eso -dijo Vaint-. Pero s te pedir que sirvas a mi lado, como mi primera ayudante en todo. -Ser un honor para m. Entonces Vaint se volvi a Ikemend, que se irgui, lista para las rdenes. -La tuya es la ms responsable de todas las posiciones. Nuestro futuro se halla entre tus pulgares. Tendrs que hacerte cargo del hanale y los machos. Ikemend afirm su plena aceptacin su voluntad..., y su firmeza en el empeo. Vaint sinti el calor de su camaradera y apoyo, luego su humor cambi y se volvi ceuda. -Os doy las gracias a las dos -dijo-. Ahora dejadme. Recibir a Enge aqu. A solas. Vaint se sujet firmemente a la correosa carne del uruketo mientras ste remontaba una gran ola y luego descenda. La verdosa agua paso por encima de su lomo y se estrell contra la negra torre de la aleta. La salina espuma vol por todos lados, azotando el rostro de Vaint. Las transparentes membranas nictitantes se deslizaron sobre sus ojos, luego se retiraron lentamente. No fue consciente del escozor del agua salada, porque sus pensamientos estaban muy lejos all delante, siguiendo el mismo rumbo que el gran animal que las transportaba cruzando el mar desde Inegban