Gustavo Gall - "El Resto" Episodio 4

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Relato de ciencia ficción futurista escrito por Gustavo Gall. www.gusgall.blogspot.com

Transcript of Gustavo Gall - "El Resto" Episodio 4

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“El resto”

–un relato de Gustavo Gall

Episodio 4

Pasaron varios días desde la despedida de Lucy y no

supieron más de ella porque no encendía el walkie a la hora

acordada. Cada vez que ocurría algo así, Enzo, se

preocupaba muchísimo por su hermana, a pesar de que ya

había sucedido en otras ocasiones. Igualmente se había

hecho a la idea de que ella, algún día, ya no volvería a

encender su walkie talkie nunca más. En un mundo de

pérdidas fatales constantes no quedaba más remedio que

acostumbrarse a la cruda realidad.

Una mañana, Telli y Enzo, salieron a dar un rodeo por el

pueblo. No necesitaban alimentos ni nada en especial porque

estaban bien surtidos de todo, pero daban esas vueltas

porque era lo único interesarte que hacer durante las

mezquinas tres horas de luz antes de que empezaran a caer

las cenizas del cielo.

Por alguna razón entraron al viejo correo que quedaba

justo en la calle diagonal, la principal, frente a una de las

esquinas de la plaza. Ya habían estado allí muchas veces pero

nunca llegaron a revisarlo por completo porque siempre

surgían otras prioridades, como limpiar las calles de

cadáveres o encontrar comida y combustible. Lo más

importante era el agua potable pero habían conseguido

acumular una buena reserva de agua mineral envasada, jugos,

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gaseosas, cervezas y todo tipo de bebidas, en dos de las

habitaciones de la casa de los padres de Enzo. Otra parte de

la reserva la tenían escondida en el altillo del galpón de una

casa apartada del pueblo, que era un buen escondite contra

los saqueadores.

El sótano del viejo correo era un sitio muy interesante

para husmear. Quedaban allí dentro encomiendas sin abrir,

y, sin grandes esperanzas de encontrar algo útil entre esos

paquetes, les atraía la curiosidad.

Al llegar a la esquina de la plaza, frente a la salita de

primeros auxilios, Telli se detuvo y afiló el oído para

escuchar...

-¿Qué pasa?- preguntó el otro.

-¡Shhh! Escuchá...

Se mantuvieron silenciosos. Había extraños rumores

lejanos que provenían desde alguna parte y no resultaba fácil

determinar desde donde. No parecía un ruido de un

vehículo, ni de perros.

-¡Mierda!- exclamó Enzo señalando en dirección a la

comisaría de policía. Allí a lo lejos, por debajo de los

esqueléticos árboles de la plaza, se veían las piernas de

hombres avanzando como autómatas, sin dirección fija.

-¡Hordas! ¿De donde salieron esos?

-Ni idea, pero no me gusta nada- respondió Enzo y

continuaron camino, sigilosos, en dirección al correo, que

era el sitio inmediato donde refugiarse. Ya no había

posibilidades de desandar el camino para volver a la

Madriguera sin ser vistos por los zombies.

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La colosal vieja puerta del correo emitió un chirrido al

abrirla que, entre tanto silencio reinante, tronó en un eco

luctuoso por toda la calle. Al escuchar el ruido, los zombies

se volvieron locos y echaron a correr hacia este extremo de

la plaza. Allí empezaron los gritos, los gruñidos, las elegías

de hombres animalizados.

Telli intentó trabar la puerta desde dentro, pero Enzo lo

arrastró consigo:

-¡No hay tiempo! ¡Hay que bajar al sótano!- dijo.

Desenfundaron sus machetes. La oscuridad reinaba allí

dentro, salvo por los mezquinos reflejos de luz del día que

se filtraban a través de los avejentados vidrios de los

ventilúz. Encendieron sus linternas. Detrás del gran

mostrador, en el suelo, había una tapa que se levantaba

originalmente con una manija de madera. La tapa estaba

abierta. Alguien ya había estado por ahí antes que ellos. El

hueco conducía a la escalera por la cual se descendía al

sótano. Parte del suelo, que a su vez hacía de techo del

sótano, era enrejado, y desde allí abajo se podía observar

claramente los movimientos de los autómatas, si lograban

entrar al correo. Refugiarse en un sótano cerrado podía no

ser la mejor idea, pero los zombies no eran astutos ni

diestros como para encontrar esa portezuela escondida

detrás del mostrador. Más bien eran como animales idiotas,

totalmente enfurecidos y violentos, tanto que se golpeaban

entre ellos mismos todo el tiempo, chocaban contra todo y

se autolastimaban por la frenética ansiedad de morder.

¿Porqué morder?

Los apodaron “zombies” porque eran lo más parecido a

lo que se conocía vulgarmente de las películas, libros,

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historias futuristas, pero en realidad no tenían nada que ver

con los zombies de Hollywood. No eran muertos vivientes

y sus mordidas no zoombizaban a sus víctimas como sucedía

en la ciencia ficción de la gran pantalla. Tal vez esto era peor.

Se movían en grupos a los que llamaban “Las Hordas” y

eran humanos infectados por el virus propagado, una

zoonosis aguda similar a la rabia. El virus se disemina al

sistema nervioso central sin previa replicación viral, a través

de los axones, hasta el encéfalo, con replicación

exclusivamente en el tejido neuronal. Sus mordidas

infectaban y mataban. Transmitían la enfermedad a través de

las mucosas y los fluidos. No había otros mamíferos que

propagaran la enfermedad, al menos no había poblaciones

de animales potencialmente peligrosos.

Los zombies se aniquilaban entre ellos mismos. No

quedaban muchos y cada tanto aparecía una Horda aislada

que duraba poco. Sus primeras víctimas fueron los perros y

los niños, que eran los más fáciles de atrapar. Los adultos

podían defenderse porque no era difícil luchar cuerpo a

cuerpo con uno o varios de ellos y derrotarlos. El problema

era que cualquier lastimadura, o mordida que causara una

herida, era una posible puerta abierta de contagio.

Sacudieron un poco la puerta del viejo correo y

consiguieron abrirla lo suficiente como para ingresar.

Algunos de ellos entraron a lo que era la recepción del

correo y deambularon locamente como trompos,

gimoteando y dando tumbos como borrachos. Pero al no

encontrar nada interesante volvían a salir para proseguir la

peregrinación de la Horda calle abajo.

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Enzo y Telli sujetaban fuertemente sus machetes

empuñados, y se mantuvieron silenciosos hasta asegurarse de

que no corrían peligro para salir.

Subieron las escaleras y levantaron lentamente la tapa con

cuidado para no hacer ningún ruido que los delatara. Desde

la calle se escuchaba como la Horda se alejaba en busca de

algo vivo para atacar.

-¡Vamos! Se están yendo hacia la estación- dijo Enzo, y

ayudó a su amigo a subir los últimos escalones, cuando, de

repente... Una mano escuálida y aquilina se prendió

fuertemente a su muslo, desde atrás, haciéndole un tajo en el

pantalón.

-¡Mierda!- exclamó gritando, y se dejó caer hacia un lado.

El zombie volvió a prenderse con sus dedos de pinza a la

pierna de Enzo, y Telli, que estaba con la mitad del cuerpo

por encima del nivel del suelo, lanzó un instintivo y seco

batacazo con su machete, hacia la oscuridad, acertando con

el brazo del atacante. La afiladísima hoja del machete cortó

de cuajo el brazo del zombie, justo por debajo del codo. El

animal-humano se quedó como petrificado por unos

instantes, y Enzo le lanzó una brutal patada en medio del

pecho, haciéndolo caer hacia atrás.

Telli aprovechó para salir del hueco de la escalera y

enfocaron con las linternas al zombie que se retorcía de

dolor en el suelo. Entre los dos, como si se hubiesen puesto

de acuerdo, arrastraron de las piernas al zombie hasta el

hueco de la escalera haciéndolo caer al sótano. Se escuchó el

estruendo de la caída, unos quejidos y ruidos de huesos

partidos. Rápidamente cerraron la tapa y corrieron los dos

cerrojos. Enseguida volvió el silencio.

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-¿Te lastimó?

-No se. Creo que sí. No veo un carajo- dijo Enzo

mientras intentaba adivinar su herida iluminándose con la

linterna.

-¡Vamonos de acá! Van a volver- dijo Telli. Rodearon el

mostrador y salieron al hall. Telli se agachó para ver dentro

del agujero del pantalón de su compañero. Las uñas filosas y

ganchudas del zombie habían provocado un rasguño

profundo.

-¡Hay sangre, Enzo! ¡Te lastimó!

-¡Hijo de puta! ¡No, no, no!- gritó zapateando sobre el

suelo de madera. Era peligroso... el ruido iba a volver a atraer

a la Horda. Tenían que huir de allí rápidamente.

-Hay que limpiar la herida urgente- dijo Telli,

esperanzado.

-Estoy jodido, Telli... si me lastimó estoy jodido...

Telli empujó a su compañero hacia la vereda.

-¡Esperá!- se resistió Enzo y volvió a entrar para rodear el

mostrador.

-¡Vamos Boludo! ¿Qué hacés?

Enzo enfocó con la linterna buscando algo en el suelo.

-Quiero el brazo- dijo.

-¿Para qué?

-Yo no me pienso morir por culpa de este hijo de puta,

así nomás. Tengo que llevarme el brazo para fabricar un

antídoto- decía y barría el suelo a tientas con las manos para

encontrar la extremidad amputada.

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-¿Un antídoto? ¿Y como carajo vas a fabricar un

antídoto? No somos bioquímicos ni nada de eso.

-¡No sé, Telli! Siento que tengo que llevarme el puto

brazo conmigo. Tengo que intentar algo si quiero salvarme.

-No te vas a morir. Vamos a limpiar la herida- intentó

consolarlo el otro.

Enzo abandonó la búsqueda del brazo y obedeció a su

compañero. Ya no les quedaba mucho tiempo.

Al salir a la calle se encontraron con que los zombies

estaban más cerca de lo que imaginaban, pero estaban

ocupados en otros asuntos más interesantes que acudir a los

ruidos del correo... Del otro lado de la calle, frente al local de

la que había sido la Perfumería de la Señora Amanda,

estaban descuartizando a tirones y mordiscos a tres

personas. Las vísceras y extremidades de esas víctimas

estaban desparramadas por toda la vereda opuesta a la que

estaban ellos dos. Era un buen momento para huir mientras

estuvieran entretenidos, y lo hicieron.

-¿Quiénes eran esos?- preguntó Telli, refiriéndose a las

víctimas.

Evidentemente había más supervivientes escondidos en

otras partes del pueblo y ellos no lo sabían. No debían haber

estado refugiados muy lejos de allí.

Corrieron sigilosos pero con prisas contorneando la

plaza, por la vereda de la iglesia, y se perdieron calle abajo en

dirección a la Madriguera.

Al llegar se desnudaron y se desinfectaron copiosamente

bajo la ducha del Matapulgas. Luego se dispusieron a limpiar

profundamente la herida.

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-Estoy cagado... esto no es bueno...

-No te hizo casi nada. No mariconees- dijo, Telli, con

intenciones de levantarle el ánimo.

En la mirada del Gordo se dibujaron el miedo y la

impotencia. Esa noche no pudo pegar ojo.

Fin del Episodio 4

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“El Resto” por Gustavo Gall (Relato de ciencia ficción futurista, por entregas en episodios cortos)

-Tercera Entrega: Episodio 4 - (total: 8 páginas) -

Codigo de Registro 1212194222680 A.R.Ress Int. Copyright- Gustavo Gall

Enero de 2013.