Gustavo Gall "El Resto" Episodio 10

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Entrega del Episodio final de la Primera Parte del relato "El Resto" por Gustavo Gall.

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“El resto”

–un relato de Gustavo Gall

Episodio 10

Avanzaron a toda prisa antes de que la oscuridad de las cenizas lo cubrieran todo. Las nubes aglomeradas en el cielo desprendían esos pequeños copos que llovían por todas partes y que se disolvían al tocar el suelo. Sin embargo el residuo de sus partículas era letal, y era de lo que tenían que deshacerse con los duchazos en el Matapulgas.

Al doblar por la esquina distinguieron la luz de un foco que iluminaba hacia la calle, justo frente a la casa de los padres de Enzo.

Pablina desenfundó el arma. Enzo, al verla, hizo lo mismo para no ser menos, y se abrieron, separándose uno para cada vereda. Se movieron agazapados como soldados. Distinguían la figura de un hombre que sujetaba el foco de luz. Se detuvieron a observar. Entonces la silueta humana empezó a gritar...

-¿Dónde estás? ¿Adonde te metiste ahora?

Enzo, de inmediato, reconoció la voz de su compañero y advirtió a Pablina para que no disparase...

-¡Tranquila! Baja el arma. Es Telli.

-¿Dónde estás ahora?- seguía gritando- ¿Dónde mierda te metés? ¡No te puedo ver!

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-¿Qué hace? ¿Qué le pasa?- preguntó ella desorientada.

-¡Tranquila! Tiene uno de sus ataques. Yo controlo la situación- dijo Enzo y saltó a la calle para ayudar a su amigo.

La luz lo enfocó de inmediato.

-¿Tano?

-¡Telli! ¡Amigo! Soy yo... soy Enzo...

El chasquido del arma al cargarse se hizo oír claramente en medio del silencio circundante. La luz que lo encandilaba avanzó hacia él rápidamente. Enzo levantó las manos y volvió a anunciarse con la voz temblorosa.

-¿Tano? – volvió a preguntar Telli.

-Telli no me dispares. Soy yo, Enzo...- suplicó- y de inmediato, anticipándose a cualquier reacción de Pablina, volteó un poco la cabeza y le dijo:

-Pablina, bajá tu arma... No me va a hacer nada.

Telli continuó, y aunque solo se veía una luz que avanzaba y encandilaba, los otros dos sabía perfectamente que tenía un arma en la mano y que estaba apuntando a Enzo.

Volvió a preguntar:

-¿Tano?

-No soy el Tano... soy Enzo- dijo el otro con la voz temblorosa de pánico-. El Tano se acaba de ir por allá. Bajá el arma y volvé a ponerte la máscara por favor.

Telli detuvo el paso y se mantuvo en un confuso silencio.

-¿Están chiflados o que carajo les pasa?- preguntó Pablina.

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-¿Quién está ahí?- gritó Telli y la luz se movió nerviosamente hacia ambos lados de la calle.

Enzo, con los brazos en alto, se apresuró hacia él.

-Es Lucy- dijo.

El foco de luz que encontró el bulto humano de la mujer se detuvo. Volvió a hacerse silencio.

-¿Lucy? ¿Vino Lucy?

-Si, si... está aquí...- dijo Enzo-. Lucy, asomate para que Telli pueda verte bien.

Pablina, que continuaba con el arma preparada para disparar, levantó las manos y saltó hacia el centro de la calle.

-¿Ves? Ahí la tenés...- dijo Enzo-. Vamos a darle un abrazo.

Telli apagó la luz del foco y bajó el arma. En ese instante su compañero se le acercó velozmente y le quitó la pistola de la mano. Le acomodó la máscara que llevaba colgando bajo el mentón y lo abrazó fuertemente.

-Ayudame a llevarlo adentro. Tiene que acostarse un rato y se le pasa.

Pablina, sin abrir la boca para decir o preguntar nada, lo acompañó.

Poco después, cuando abrió los ojos, Telli, estaba recostado en su cama, en la Madriguera, amarrado de pies y manos. Sentía la boca áspera por las pastillas de sal que le habrían metido.

-¿Qué pasó?- preguntó- ¿Quemaron a la mujer zombie?

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-Si, ya está todo en orden- dijo Pablina que estaba cortándose las uñas de los pies con un alicate. Del otro lado de la mesa, Enzo, tomaba unos mates.

-El cuarto de Lucy... hay que limpiarlo...

-Olvidate. Ya hicimos todo el trabajo...- le dijo Enzo-. Descansá un poco.

Telli observó a la muchacha. Desde su ángulo, en la cama, podía ver su entrepierna desnuda y algo velluda, a través de un caprichoso pliegue que se ceñía en su short rosado, al tener una de sus piernas levantada sobre la silla.

“Se le ve la concha”, pensó y sonrió. Había olvidado que existían. Antes se hubiese vuelto loco por ver algo así. Ahora, con la líbido muerta, una vagina no era más que algo curioso que no se veía todos los días por allí. “Una concha” murmuró y las lágrimas empañaron sus ojos. Los cerró y se quedó dormido.

Pablina, que ya estaba al tanto de los esporádicos ataques delirantes de Telli, no volvió a hablar de ese episodio ni hizo más preguntas de las necesarias.

Durante los primeros días de convivencia de a tres en la Madriguera no sucedió nada extraordinario, salvo que el estado de salud de Enzo empezaba a mostrar los primeros síntomas de un deterioro acelerado. Él pretendía disimularlo y no se hablaba del tema, pero los tres se daban cuenta de que aquello no iba nada bien.

La herida de la pierna había dejado de ser un simple rasguño para extenderse como una mancha amarillenta desde el tobillo hasta por encima de la rodilla. Enzo la

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ocultaba y se iba de la Madriguera para hacerse las curaciones en un sitio apartado. Durante una de sus ausencias, Paulina, habló con Telli al respecto...

-Voy a decirte esto claramente y sin rodeos... tu amigo se va a morir. Pronto. Vos lo sabés muy bien.

Telli asintió con la cabeza como un niño ensimismado.

-Vamos a tener que planear algo. No podemos quedarnos solos acá. Tarde o temprano vamos a necesitar de más personas y yo prefiero que sea temprano.

Telli guardaba silencio con la mirada hacia abajo.

-Entiendo lo duro que pueda resultarte esto porque llevan demasiado tiempo juntos, pero la vida se volvió esto y la única opción es sobrevivir o sentarnos a lamentarnos por lo mal que está todo y dejarnos morir.

-Tengo que intentar comunicarme con Lucy. Ella seguro que tiene una solución.

-¿La hermana de tu amigo? Por lo poco que me contó Enzo ella es una rebelde y su grupo ya no está por aquí. No quiero ser la portadora de malas noticias pero te aseguro que si ese grupo se movió hacia el norte en busca de la vacuna milagrosa, tu amiga Lucy ahora estará deambulando por las calles masticando cables.

“Masticando cables” era una expresión que se había vuelto común para referirse a los zombies. La inventó un conductor de televisión en los tiempos en los que se polemizaba sobre el asunto “zombie” en los debates populares. Por entonces aparecieron las primeras Hordas y todavía había luz eléctrica. Esas primeras camadas de zombies eran ultraviolentos y mordían todo, incluso los

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cables de alta tensión. Quedaban fulminados. En algunas ciudades llegaron a electrificar largas vallas de contención como único método efectivo ante el ataque de las Hordas. Con el tiempo y la experiencia consiguieron controlar un poco y bajar los niveles de violencia e hiperactividad. Las Hordas, igualmente despiadadas, empezaron a ser más depresivas y vulnerables. Para cuando llegó el Gran Apagón, se consiguió dominar y controlar a los pequeños grupos aislados de Hordas ambulantes.

-Lucy no puede estar muerta. Ella es muy inteligente y...

-Bueno, como sea...- interrumpió Pablina-... lo que te digo es que estés preparado si querés venir conmigo. Yo necesito compañía y creo que vos y yo podremos lograrlo.

-¿Lograr qué? ¿Adonde querés ir?

-No puedo hablarte de eso ahora. Tu amigo Enzo está por llegar y no quiero que nos sorprenda haciendo planes para después de su muerte. Lo único que te voy a pedir es lo siguiente... pensalo. Yo me voy a mover de acá hacia el lado de la Capital, tengo un plan, que era el plan que tenía con mi tío, y voy a seguirlo, con vos o sin vos.

-Y si es así ¿porqué esperás a que Enzo se muera? Nadie te retiene, podés seguir sola- dijo Telli.

-Ya te lo dije... no es bueno andar solo por ningún lado. Prefiero que vengas conmigo. Cuatro ojos ven mejor que dos, dos cabezas piensan mejor que una, y además... la soledad es un veneno. Me gustaría que vinieras conmigo. Voy a esperarte a que entierres a tu amigo.

Telli volvió a bajar la cabeza y a guardar silencio. Sabía que la propuesta de la muchacha era lo más acertado, pero

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en el fondo guardaba las esperanzas de que Lucy volviera a aparecer, como siempre, a sacar las papas del fuego.

Los intentos por comunicarse con Luciana resultaban absurdos. Ella no volvió a encender el Walkie desde la última vez. Cuando Enzo salía a dar uno de sus largos “paseos”, Telli aprovechaba para intentar contactar con ella, y la púa del tocadiscos volvía al surco 3 que daba comienzo a la canción de los hermanos Carpenters, una y otra vez, inútilmente.

Una mañana de un miércoles, Enzo ya no pudo levantarse de la cama. Tenía medio cuerpo paralizado y el color de su tez era amarillento grisáceo. Empezaba a oler como un perro en descomposición.

Telli decidió que iría hasta el carrefour, que era el último sitio que tenía noticias, en el que se habían refugiado los del Grupo de Sotto. Sabía que no los encontraría allí, pero guardaba las esperanzas de encontrar alguna pista que le diera referencias del rumbo que tomaron. Necesitaba encontrar a Lucy, sí o sí. La muchacha lo entendió, y le dio todas las indicaciones necesarias por si se topaba con alguna Horda, aunque sabía que no corría peligros. No iba a haber otra Horda tan inmediata merodeando por los alrededores.

Al salir a la calle, Paulina lo detuvo:

-Ya que vas hasta la entrada del pueblo necesito que me hagas un favor...

-¿Qué?- preguntó Telli de mala gana.

Ella le ajustó su pistola al cinturón obligándolo a salir armado, y mientras tanto le dijo:

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-Hay un monolito justo después del puente de la Panamericana. Es un pedazo de piedra con una forma un tanto piramidal y tiene el símbolo del Club de Leones por encima.

-Rotary Club- corrigió Telli.

-Bueno, es lo mismo, por mí como si fuera el símbolo de la UNESCO. El caso es que, al pie de ese monolito, como si entraras al pueblo, hay un pedrusco de este tamaño que cubre una cinta de color verde. Mové esa piedra y tirá despacio de la cinta. Se va a desenterrar una pequeña caja envuelta en papel de diarios. Es chiquita así, como medio ladrillo... Traela.

-¿Una caja envuelta? ¿Qué carajo...

-No hagas preguntas y no se te ocurra abrir el envoltorio de la caja. Traémela. Mi tío y yo la dejamos ahí enterrada cuando llegamos. Después te cuento... Por favor- suplicó ella y acarició el costado de su brazo.

Mientras Telli se alejaba ella le deseó buena suerte con la búsqueda de alguna pista sobre el paradero de Lucy.

Las cuadras por la diagonal hasta la entrada del pueblo le resultaron interminables, sobre todo porque hacía mucho tiempo, años, que no recorría esas calles solo. Todo estaba desértico y silencioso. Al pasar frente a las casas y los negocios, era inevitable que en su mente afloraran los recuerdos de lo que había sido aquel lugar en su infancia y en su adolescencia. En el pasado, aquel, era un pueblo en el que nunca parecía suceder nada de nada. Había visto crecer y envejecer a miles de personas con las que se cruzaba todos

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los días, y ahora ya no quedaba nada, ni siquiera un atisbo de aquellas vidas que habían construido todo ese lugar como el hogar alejado de las amenazas y peligros, los ruidos y la locura de las ciudades. Maschwitz era un lugar desolado y su historia se había barrido, como todo.

Al llegar a la intersección de las Seis Esquinas, dobló hacia la izquierda y llegó al carrefour. El edificio estaba totalmente ennegrecido del hollín oscuro de un gran incendio. En el estacionamiento había algunos autos convertidos en chatarra, y las paredes del edificio estaban cubiertas de pintadas de grafittis, los vidrios rotos y escombros de cosas que fueron quedando en los saqueos y amontonándose, desperdigadas por los alrededores. La entrada misma era un agujero oscuro y en el interior reinaba un silencio tenebrosamente sepulcral.

Puso un pie dentro y se quedó escuchando por si sentía el sonido de alguna voz, y conforme avanzaba lentamente, sigiloso como un gato, los cristales rotos crujían por debajo de las suelas de sus zapatos.

Preparó la pistola que le había dado Paulina por las dudas, y avanzó hacia el hall donde llegaba el reflejo de la luz natural que se filtraba mezquinamente por el techo. Las tiendas, que alguna vez fueron lujosas vidrieras, ahora parecían cubículos negros y quemados, como las entradas de los agujeros de un colosal panal carbonizado. Se figuró que el Grupo de Sotto debió armar campamento en el perímetro de luz que se formaba en medio del hall, porque era el único lugar razonable. Y no se equivocó... Sin dudas estuvieron allí... Había muchas colillas de cigarrillos pisadas en el suelo y envases de botellitas de licor amontonadas. Restos de yerba mate usada, papeles metalizados de las pastillas de sal y un

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espacio libre de suciedad donde seguramente habrían puesto las colchonetas o bolsas de dormir. En medio de ese círculo limpio había un tacho enorme en el que, sin dudas, habían armado una fogata para calentar los huesos y para tener un poco de luz por las noches. Miró hacia arriba... Los agujeros de los cristales habías sido tapados con trozos de lona y nylon, para evitar la ceniza radioactiva. Sin dudas estuvieron allí, pero llevaban más de una semana, tal quince días, ausentes. Se consoló pensando que, al menos, no habían sido atacados por la Horda que liquidó a los Ayala y de la que formaba parte la mujer zombie que lastimó a Enzo. El Grupo de Sotto se había marchado antes, sino estarían sus cuerpos podridos desparramados por el lugar.

Telli se sentó junto al tacho quemado y rompió a llorar desconsoladamente. Llevaba un tiempo necesitando desahogarse. El mundo era un lugar horrible, la vida era un lugar horrible. Pensaba que no iba a poder con la idea de que Enzo, el Gordi, desapareciera para siempre. Había vivido pérdidas humanas cercanas, pero Enzo era su motor, su mejor amigo, el sabelotodo engreído, el inmortal...

Durante más de una hora se quedó ahí, llorando y reflexionando, hasta que la luz del cielo empezó a disminuir un poco. Buscó un trozo de carbón del interior del tarro y escribió en la pared de la escalera mecánica: “Lucy, is the end of the world by Karen Carpenter”. Si ella volvía a pasar por allí entendería el mensaje.

Salió a la calle y se dirigió hasta el monolito del Rotary Club. Todo estaba tal cual lo había indicado Pablina. Movió la piedra y se encontró con la cinta verde. Tiró de la cinta y la tierra reseca como polvillo se levantó dejando emerger un objeto cuadrado. Era la caja envuelta en papel de diario y a

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su vez, cubierta por una bolsa de nylon transparente. No era nada pesada.

“¿Qué carajo será esto?”, se preguntó. Sacudió un poco la caja cerca de su oído y solo sintió el movimiento de algo de menor tamaño que llevaba dentro.

Miró hacia arriba. Una nube oscura con forma de zapato viejo se desplazaba lentamente desde la zona Este. Se calzó la máscara y emprendió el camino de retorno. Al pasar frente a la estación de servicio se detuvo ante una pintada que decía:

“Bosteros maricones”. Más allá otra que decía: “Celendran, las tienen todas ellos. Vacunas para todos”, y en rojo, inmerso en una vorágine de escrituras mezcladas con diferentes mensajes había una pequeña que tímidamente rezaba: “Luca vive”. Luego, cerca del kiosco de diarios, se conservaba el famoso letrero en el que se dejaba leer:

“Adaptate y salvá tu propio culo”.

A Enzo le encantaba ese letrero.

Continuó camino. Desanduvo sus pasos sobre la diagonal y cruzó la plaza, frente a la comisaría que también estaba negra calcinada. Al llegar a la esquina se encontró con Paulina que lo estaba esperando sentada en el bordillo del correo nuevo. Cuando vio a Telli llegando se levantó y lo abrazó.

-¿Qué?- preguntó él.

-Enzo...- dijo ella-.

Telli se sentó en el bordillo al sentir que las piernas se le aflojaban. Le entregó la caja atada con la cinta verde.

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-¿Dónde lo enterraste?- preguntó Telli rompiendo un largo silencio.

-No. Lo llevé detrás de la iglesia. Hice una fogata-.

Se quedaron un rato en silencio, sentados en la esquina. Telli parecía bajo shock. Cuando se sintió preparado cruzaron por detrás del salón parroquial.

El cuerpo ardía dentro de una llamarada verde rojiza de ácido y combustible. Los huesos crujían al partirse. Telli balbuceó una oración y se persignó despidiéndose de su amigo, y se marcharon en silencio hasta la Madriguera antes de que el cielo terminara de teñirse de un negro ceniza.

Telli no lloró. Ya había gastado todas las lágrimas un rato antes, entre las ruinas del campamento del Grupo de Sotto. De algún modo, en el fondo, presentía que algo así iba a ocurrir.

Ya en la Madriguera se dejó caer en la cama y se abrazó a la almohada.

Ella se quedó despierta jugando al solitario con las cartas.

En algún momento, después de mucho silencio, Telli se dio la vuelta y le preguntó:

-¿Qué hay en la caja?

-Drosophilas- respondió ella.

-¿Qué es eso?

-Moscas.

Se guardó las preguntas. El duelo de su amigo tenía toda prioridad. Volvió el silencio. Telli volvió a abrazarse a su almohada y se quedó dormido.

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Fin del Episodio 10

“El Resto” por Gustavo Gall (Relato de ciencia ficción futurista, por entregas en episodios cortos)

-Séptima Entrega: Episodio 10 - (total: 13 páginas) -

Codigo de Registro 1212194222680 A.R.Ress Int. Copyright- Gustavo Gall

Febrero de 2013.