Gustavo Adolfo Bécquer - Un Tesoro

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  • 8/14/2019 Gustavo Adolfo Bcquer - Un Tesoro

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    UN TESORO

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    nimo, amigo don Restituto, nimo! Ms trabajo pasara Coln para descubrir el NuevoMundo, y usted no podr menos de convenir que se trataba de una bicoca comparado con elasunto que traemos entre manos. El Arte, la Arqueologa y la Historia aguardan impacientes elresultado de nuestra arriesgada empresa. La Europa cientfica tiene sus ojos en nosotros.nimo, amigo mo, nimo, que ya tocamos al trmino de la expedicin.

    Hora es de que toquemos a cualquier parte, porque, si he de decir la verdad, confieso que nopuedo ya ni con la fe de bautismo en papeles. Qu vericuetos tan horribles y qu sendas tanimpracticables! Esto no es camino de hombres, sino de cabras.

    Ve usted aquel pueblecito medio oculto entre las ondulaciones del valle que se extiende anuestros pies? Pues en el mismo lugar en que se levantan las cuatro chozas que lo componen, niun palmo ms ac ni ms all, estuvo situada en los tiempos pretritos la famosa Micaonia delos fenicios, la Micegarie o Micogurioe de los romanos y la Guadalmicola de los rabes, quemerced al trastorno de las edades y las cosas ha venido a ser el Cebollino de nuestros das.

    -Pero, est usted seguro?

    -Pues, hombre, no faltaba otra cosa... Quinto Curcio lo asegura; ambos Plinios, el joven y elviejo, lo confirman; Sardanpalo, Pramo y Confucio haban ya iniciado la misma idea, y si bienel judo don Rab Ben-Arras y el moro Tarfe son de distinta opinin, los cronicones delarzobispo Turpn y las Memorias del preste Juan de las Indias han resuelto hasta la msinsignificante duda que pudiera ocurrir sobre el asunto.

    -De modo que puede darse por cosa hecha que encontraremos lo que se busca?

    -Y lo que ni siquiera imaginamos, y ms, mucho ms de lo que nos ser posible llevar connosotros. Cavando un poco, pero qu digo cavando!, a flor de tierra tengo por indudable quelos camafeos andarn a granel, las nforas, las urnas y los trpodes a tmatelas, y los anillos,collares, pendientes y medallas, poco menos que a puntillones. Cuando le digo a usted quetenemos un tesoro arqueolgico entre las manos...

    -Dios lo haga! Pues si buenos descubrimientos hacemos, buenas fatigas nos cuestan.

    Esto diciendo, los dos personajes que, caballeros en sendas mulas, sostenan entre s el anteriordilogo en lo ms alto y escabroso de la montaa que domina el lugar de Cebollinos, picaroncon los talones las caballeras y emprendieron paso a paso la senda que baja serpenteando entrerocas y cortaduras hasta el fondo del valle.

    Las doce acababan de sonar en el reloj de la iglesia cuando nuestros hroes llegaron a laspuertas del nico mesn del pueblo, con un sol de justicia sobre la espaldas, secas las faucescon el polvo del camino y hecha un ro la cara con el sudor que les caa a caos de la frente.

    Don Restituto pens en tomar un bocado y echar un par de horitas de siesta antes de proceder alas excavaciones, pero su compaero, verdadero apstol de la arqueologa y, por lo tanto,infatigable, apur su elocuencia en persuadirle de lo contrario.

    Cuando no sin pena lo hubo conseguido, ambos amigos, armados de sus correspondientes

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    azadas y acompaados del dueo del mesn, se dirigieron a una de las salidas de la aldea,haciendo alto al pie de los restos de un abandonado horno de ladrillos, que nuestro hroeclasific a priori de cimientos de una fortaleza celtbera.

    A los primeros azadonazos apareci entre la tierra un objeto de metal, pequeo, redondo ybrillante.

    El arquelogo crey haber encontrado una medalla de oro del rey Asex, la nica que falta en la

    gran coleccin numismtica del Museo de Londres.Un examen ms detenido y la intervencin del mesonero en el esclarecimiento del asunto diopor resultado que el objeto en cuestin era uno de los botones de la casaca de un realista.

    -Vea usted aqu un objeto que dentro de un par de miles de aos ser una curiosidad de primerorden. Gurdelo usted, gurdelo usted, don Restituto, que algo es algo.

    -Si tuviera la esperanza de vivir ese tiempo, no digo a usted que no lo guardara -exclam donRestituto, suspirando tristemente y arrojando el botn, que se apresur a recoger el mesonero, aquien precisamente se le haba cado aquel da uno de los calzones y pensaba sustituirle conaquel tan hermoso y tan brillante.

    El arquelogo, sin desmayar un punto, emprendi de nuevo el trabajo. Don Restituto se enjugel sudor de la frente con un amplsimo pauelo de yerbas, sac una enorme caja de rap, de laque tom un polvo, no sin haberle ofrecido antes al mesonero y, despus de restregarse lasmanos, se inclin con lentitud, recogi la azada e imit a regaadientes la conducta de sucolega.

    Durante algunas horas las excavaciones no dieron de s ms que algunos pedazos de suelas dezapatos viejos, huesos de diferentes animales que no parecan antediluviano, y otros mil y mil

    pedazos de esos objetos sin color ni nombre de que se puede encontrar abundante coleccin enun muladar cualquiera.

    Don Restituto estaba ya a punto de desertar de las banderas arqueolgicas y el mesonero, aquien la idea de ser copartcipe del rebuscado tesoro haba detenido hasta entonces, se disponaa marcharse, cuando el apstol de la ciencia exhal un grito de jbilo. Haba tocado un objetocasi completamente cubierto por la tierra y que slo dej ver un asa.

    Arrojar la azada lejos de s, apresurarse a escarbar con las uas para no exponerse a quebrar elprecioso hallazgo, sacarlo a luz y exhibirlo triunfalmente a sus atnitos compaeros, todo fue

    obra de un instante.

    He aqu! -exclam en tono magistral-, he aqu un descubrimiento que paga con usura todosnuestros trabajos y fatigas; he aqu un utensilio figulino sobre el cual redactaremos unamemoria que llenar de pasmo a las academias. Vea usted, seor don Restituto, vea usted qucarcter tan nuevo y tan extrao. No es el cado celtbero ni el nfora romana. Tiene puntos decontacto con la diota y no es una diota; puede hacerse pasar por una lagena y no es lagena deltodo. Qu barniz! Qu esmalte! Estos objetos inopinadamente salidos del fondo de la tierrapara recordarnos aquellos grandes y venturosos siglos son la vergenza y la humillacin de

    nuestra moderna historia. Qu Sevres ni qu porcelana chinesca puede compararse a estemaravilloso vaso, que no vacilo en calificar de etrusco a juzgar por las pinturas y las fajasverdes, amarillas y azules que lo decoran? Ah, querido amigo don Restituto!, grande fortuna hasido la nuestra al hacernos con este inapreciable fragmento; l solo bastar a labrarnos una

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    reputacin; pero, cun inmenso, cun digno de envidia sera la del siete veces dichoso mortalque hubiera logrado poseer intacto este tesoro!

    Al llegar a este punto de la relacin, el mesonero, que haba seguido con creciente inters elhilo del improvisado discurso del arquelogo, prorrumpi en un amargusimo llanto, diciendoentre suspiros entrecortados y sollozos que partan el alma:

    -Ah, desdichado de m, en qu menguada hora vine al mundo! Pensar que he tenido la fortuna

    en mis manos y no he sabido conocerla!-Qu dice usted, buen hombre? -exclamaron a un tiempo don Restituto y su compaero deglorias y fatigas.

    -Lo que ustedes oyen. Esa biota, o nagena, o berenjena, o como ustedes quieran llamarla, esetesoro en fin, lo he tenido yo por espacio de muchos aos en mi casa, hasta que en la ltimaenfermedad de mi padre se inutiliz, no s por qu accidente, y arroj los cascos en esteestercolero. Bestia de m, que en tan bajas cosas lo empleaba y tan poco cuidado puse en suconservacin!

    -Y -diga, buen amigo -le interpel don Restituto, que comenzaba a escamarse-: dnde se hizousted con este..., vamos, llammosle vaso?

    -En la feria de un pueblo vecino se lo compr a un cacharrero.

    -Y lo dedicaba usted a...?

    -S, seor.

    -Luego, en suma, no era ni ms ni menos que un...

    -Justamente.

    Un rayo que hubiera cado a los pies del arquelogo no le hubiera causado ms efecto que estaspalabras.

    Don Restituto sac otra vez el pauelo de yerbas, se enjug la frente con mucha calma, sesacudi con cuidado la tierra que le haba manchado el pantaln al practicar las excavaciones,desenvain la caja de rap, de la cual, sin ofrecerle a nadie, tom un gran polvo, y despus derestregarse a un lado y otro la nariz con el pulgar y el ndice, se limit a exclamar:

    -Yo me tengo la culpa!Almanaque de El Museo Universal

    1866