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AZTEQUISMO, CHAMANISMO Y
MESIANISMO
Guillermo Marín
Desde el pensamiento crítico, se argumenta que la invasión al
continente Abyanáhuac se realizó bajo una estrategia del poder
vaticano-veneciano, para expandir su dominio político y económico,
usando a los reinos de Castilla y Portugal, para que realizaran el trabajo
sucio del epistemicidio, el holocausto y la explotación.
El vaticano mantuvo el poder en Europa, a través de la destrucción del
conocimiento, sembrando la ignorancia durante mil años. Por los
jesuitas, en China, desde principios del siglo XV, se enteraron de la
existencia de las adelantadas culturas hijas de la civilización continental;
lo nombro así (continental), ya que solo existe una sola civilización
desde Alaska hasta la Tierra del Fuego, no dos como el invasor afirma.
El objetivo primordial era destruir el conocimiento y la sabiduría de esta
civilización, y como segundo objetivo, la extracción de la riqueza. Para
ello, comenzaron negando la humanidad y racionalidad de los
invadidos. Al ser animales, podían ser incorporados al mundo
Occidental en calidad de esclavos, según la filosofía aristotélica, al
servicio de los europeos. Tanto los mercenarios como los religiosos, en
sus escritos, insistentemente afirman que los “descubiertos” eran
salvajes, guerreros, caníbales y demoniacos.
La destrucción sistemática de los Tollan, la quema de códices y todo
instrumento de conocimiento, fue brutal y descomunal. En donde existía
una pirámide, o se destruía piedra sobre piedra, o en ese lugar, se
construía un templo católico. La persecución, tortura y asesinato de las
mujeres y hombres de conocimiento, fue sistemático y exhaustivo, y
llegó hasta el siglo XVIII.
El imperativo ha sido borrar todo vestigio de sabiduría y conocimiento,
tanto físico, como intelectual. De manera que, como parte de las
estrategias coloniales fue borrar de los pueblos, absolutamente toda la
memoria histórica y la identidad cultural ancestral. El objetivo es dejarlos
amnésicos, para hacerlos vivir en una inconciencia desolada,
alimentada por la religión católica y la baja autoestima. Viviendo cinco
siglos en el dogma colonizador, que sus antepasados eran salvajes,
guerreros y caníbales, por lo que la invasión fue lo mejor que les
sucedió.
Esto ha sido, uno de los grandes crímenes de
lesa humanidad, cometidos contra un pueblo en
la historia del planeta. Es más grave que quitarle
la vida, porque, una vida sin conciencia es la
desgracia más grande que un ser humano o un
pueblo pueden enfrentar. Esta inconciencia ha
permitido todas las injusticias y abusos sobre los
pueblos invadidos. Pero algo más grave se ha
impuesto a partir de la inconciencia: el invadido asume roles de
“invadido-invasor”, de “colonizado-colonizador” de su propio pueblo.
Durante los tres siglos del poder colonial, la iglesia católica fue la
encargada de “perseguir las idolatrías”. La Santa Inquisición jugó un
papel fundamental, pero siempre se cuidó de dejar un rastro histórico
de este crimen. Bajo la ley colonial, todo español estaba obligado,
independientemente de su rango o estatus social, perseguir las
idolatrías en caso de que la Inquisición no lo pudiera hacer. De esta
manera, no solo los religiosos perseguían el conocimiento ancestral,
sino también la burocracia, la milicia, los comerciantes, los mineros y
hacendados. La caza de los idólatras se convirtió en un deporte colonial,
y un mecanismo para quitarse de en medio a todo anahuaca que
peleara por sus escasos derechos.
En 1821, después de once años de guerra fratricida, en donde los
criollos pretendieron despojar del poder colonial a los gachupines,
engañando a los anahuacas para incorporarlos, como carne de cañón,
en sus bandos. Ambos enemigos decidieron hacer las paces y crear su
propio país, ya que España, por la Constitución de Cádiz, iba en vías a
convertirse en una república. Los gachupines firmaron un documento
en el que renunciaban a ser súbditos de la corona española y se
convertían en flamantes mexicanos. Después de once años de guerra,
todo seguía igual. Los “euromexicanos” seguían teniendo el poder
porque tenían la riqueza. Los criollos los traicionan y los expulsan de
México en 1828. Naciendo “su país” en la pobreza, después de una
larga guerra y una fuga de capitales, ya que dejaron salir a los
gachupines con todas sus riquezas.
Finalmente, los criollos se quedan
dueños de México, quienes, en
esencia, mantendrán viva la
estructura colonial en la economía,
la política, la educación y la
estructura social. El problema fue
que los criollos se dividieron en dos
bandos, y lucharon por el poder
durante gran parte del siglo XIX.
Unos eran masones yorkinos, federalistas, liberales, pro E.U. Los otros,
masones escoceses, centralistas, conservadores, pro Europa. En ese
siglo pierden más de la mitad del territorio. Sufren cuatro intervenciones
extranjeras. Pero para ambos, el modelo económico fue que llegara al
país los capitales extranjeros, para ellos poner la mano de obra a nivel
de cuasi esclavitud y abrir los recursos naturales a discreción de las
empresas extranjeras. (Conjunción de tiempo)
Durante casi todo el siglo XIX, el país estuvo en guerras fratricidas e
invasiones extranjeras, por lo cual, no tuvieron tiempo de “hacer su
historia”. Fue hasta 1884, cuando Porfirio Díaz ordena a Vicente Riva
Palacios la creación de una “Historia Oficial”, y éste, le encomienda a
Alfredo Chavero, el primer tomo titulado “Historia antigua y de la
conquista”, y así se inicia la construcción de una “Historia Oficial”. Pero
ésta nace desde el siglo XVI, con las “Cartas de Relación” de Hernán
Cortés e “Historia General de las cosas de la Nueva España” de
Bernardino de Sahagún, y de Francisco Javier Clavijero “Historia
Antigua de México”.
La historia antigua de México, siempre ha estado en mandos de la
iglesia católica. Su poder fue absoluto hasta 1857, en que Benito Juárez
separó del Estado a la iglesia, pero ésta siguió manteniendo su
intervención en la educación, en la academia y en especial, en la historia
antigua. Esta tutoría se mantiene hasta el siglo XXI, y sigue cumpliendo
cabalmente su objetivo de mantener en la ignorancia al pueblo, y por
consecuencia, en la inconciencia, al no tener memoria histórica e
identidad cultural ancestral. Ángel María Garibay, Miguel León portilla y
Enrique Krause, son los modernos misioneros que siguen con la misión,
que en el siglo XV se propuso el poder del Vaticano y La República
Serenísima de Venecia.
El Estado mexicano, desde 1824, que
ha estado en manos de criollos y de
ideología criolla, ha mantenido el
proyecto de dominación del pueblo
invadido, sometido y explotado, a partir
de aplicarle una lobotomía histórica y
cultural. En los tres siglos de Colonia, la
Ciudad de México festejó el 13 de
agosto, como fiesta y desfile militar, la
caída de Tenochtitlán. La supuesta supremacía religiosa, cultural y
racial de los españoles se sustentaba en que, un puñado de valerosos
soldados derrotaron al gran imperio de los aztecas. Los aztecas
entonces fueron elevados en el imaginario colonial, como poderosos
guerreros, salvajes y caníbales.
Los criollos en el Siglo XVIII, especialmente con el “padre de la ideología
criolla”, Fráncico Javier Clavijero, iniciará formalmente el anhelo de
Hernán Cortés y sus dos hijos, de hacer del Anáhuac, el reino de
México, donde primero Cortés, después sus hijos, todos aquellos que
intervinieron en la invasión y sus descendientes, querían recuperar para
sí, lo que la corona “injustamente” les había arrebatado. Esa es la
esencia de la ideología criolla. Este territorio y sus “naturales”, les
pertenecen a los que propiciaron y mantuvieron la invasión. Los
gachupines son para ellos, oportunistas que llegaron a “la mesa puesta”,
y desplazaron a los esforzados invasores.
La ideología criolla hace suya esta tierra. Minimiza a sus habitantes
originarios; si bien, les da la categoría humana y los hace “ciudadanos
de su país”, los mantiene permanente y sistemáticamente excluidos de
la riqueza y las oportunidades. Les inculca que “lo propio de esta tierra
y lo original, es lo criollo”. El maíz criollo, la gallina criolla, el perro criollo.
Lo criollo es la auténtico, original y genuino. Los invadidos son indios
“de la India”, son mexicanos de México-Tenochtitlán o sea mexicas, son
“pueblos originarios”, son y pueden ser cualquier cosa, menos
anahuacas.
El crimen de lesa humanidad de quitarle al pueblo su memoria histórica
y su identidad cultural ancestral, tiene como objetivo la dominación, a
partir de someter al pueblo a la amnesia y con ella a la inconciencia. No
saben en verdad quiénes son, no saben de dónde vienen, no saben a
dónde están y a dónde van. Vivien permanentemente en un laberinto de
la desolación. Con una baja autoestima, con desprecio de su raíz, con
un rechazo a ser lo que son, a sentir lo que sienten, porque la presencia
inconmensurable absoluta y total de la civilización del Anáhuac, a pesar
de los cinco siglos de colonización, se mantiene viva en el día a día de
los mal llamados mexicanos.
Los hijos de los hijos de una de las seis civilizaciones más antiguas y
con origen autónomo. La que alcanzó el más alto nivel y calidad de vida
para todo su pueblo. La que creo la más elaborada concepción del ser
humano, la familia, la comunidad, la Madre Naturaleza y la mecánica
celeste. La que inventó su alimento, la que desarrolló eficientemente la
salud, la que creó el primer sistema de educación pública de la
humanidad, la que inventó la democracia participativa más antigua y
eficiente del planeta. La que ingenió antes que nadie el cero
matemático, la calculadora, la medida exacta del tiempo con cinco
medidas cósmicas. La que construyó más pirámides del mundo antiguo,
la que le ha dado a la humanidad el
chocolate y la vainilla. La que incursionó
en los arcanos de la conciencia del ser
energético y el mundo de campos de
energía. Y sin embargo, no saben quiénes
fueron y cuáles fueron los logros de sus
Viejos Abuelos. Ese pueblo despreciado y
vejado, que ha aprendido a golpes a
despreciar lo propio y a exaltar lo ajeno. A
tratar de ser como su explotador, porque
está imposibilitado de recordar quién es
él. Porque ha sido condenado a perder la
memoria y la identidad.
El Estado mexicano necolonial de ideología criolla, ha sostenido la
misma estrategia del periodo colonial, en cuanto a mantener al pueblo
en la ignorancia de sí mismo. En 1990, Mario Vargas Llosa, en un
celebre programa de televisión donde estaba Octavio Paz y Enrique
Krause, trasmitido por televisa, dijo dos verdades sobre el sistema
político mexicano que pesan hasta nuestros días. La primera es que
México es una dictadura perfecta. La segunda, que esta dictadura, entre
otras cosas, se ha logrado mantener a partir de que ha hecho de la
historia prehispánica un instrumento de dominación. Este instrumento
es la creación del mito del “Gran Imperio Azteca”.
En efecto, todas las mentiras y fantasías que se han ido tejiendo sobre
el último pueblo nómada, que bajó de los desiertos del Norte y que tuvo
una existencia efímera y limitada del año 1325 al 1521 (196 años), y
que, de ellos, solo tuvo un pequeño espacio de poder de 81 años, del
1440 al 1521, tienen como objetivo superior, desparecer de la memoria
y la conciencia del pueblo del Anáhuac, diez mil años de desarrollo
humano, de decenas de culturas ancestrales que tuvieron antes de la
invasión, por lo menos tres mil años de creación y recreación de la
sabiduría y el conocimiento, de una de las civilizaciones más antiguas
de la humanidad.
Los mayas, los zapotecos, los mixtecos,
los purépechas, los totonacos, los
huastecos, por citar algunas de las 68
naciones, culturas, pueblos, y lenguas,
han sido borradas de la llamada “Historia
oficial prehispánica”. En ella, son
secuestradas, desaparecidas de la
mente y la conciencia de los hijos de los
hijos de los Viejos Abuelos. Por ejemplo,
los zapotecos, que duraron trabajando
permanentemente Daany Beédxe, La
Montaña del Jaguar, conocida como la
zona arqueológica de Monte Albán en
Oaxaca, durante 1350 años, es decir más de trece siglos, comparados
con los dos de los mexicas. O los pueblos nahuas del Altiplano Central
que han desparecido de la historia oficial prehispánica, y no se diga los
pueblos y culturas mayas, o los pueblos del Norte que hasta nuestros
días siguen en su heroica lucha de resistencia, como los yaquis o los
tarahumaras.
Para lograr la lobotomía histórica en el pueblo, para desaparecer la
milenaria historia del Anáhuac y la valiosa sabiduría tolteca de la
Toltecáyotl. Según la historia oficial prehispánica, los mexicas
representan el principio y fin de miles de años de desarrollo humano.
De esta manera, para el Estado mexicano, para el pueblo de este país
y para el mundo entero, los mexicas son el pueblo representativo del
México antes de los españoles. Más nada.
La totalidad de la “investigación” se centra en “las fuentes históricas”,
que, por supuesto, todas hablan de los mexicas. Poco se aborda con un
sentido analítico y crítico las reformas ideológicas, culturales y religiosas
de Tlacaélel. Todos asumen la sabiduría de los mexicas, como producto
de los mexicas. La Mexicáyotl no se asume como una trasgresión de
miles de años de la Toltecáyotl. El objetivo de todo esto es literalmente
desaparecer la milenaria sabiduría de una de las seis civilizaciones más
antiguas del planeta. Impiden que el pueblo recupere la sabiduría
ancestral y actúe en consecuencia.
Para el Estado mexicano, el origen del
país es el Gran México- Tenochtitlán,
razón por la cual, a este país
indebidamente los criollos le pusieron
México, y todos sus habitantes por
imposición neocolonial se convierten en
mexicanos, es decir, en mexicas.
Cuando desde 1519, los invasores
supieron que esta tierra milenariamente
se llama Anáhuac. Así los escribieron
todas “las fuentes históricas”. Pero
también en 1813, José María Morelos convoca al Primer Congreso del
Anáhuac, para dar Los Sentimientos de la Nación y crear un país. Y el
traidor de Agustín de Iturbide crea en 1822, el Primer Imperio Mexicano
del Anáhuac. Hacer de los mexicas de Tenochtitlán y de la Mexicáyotl,
los cimientos de la nación mexicana, tiene como objetivo desconectar a
los pueblos del Anáhuac, de su memoria histórica y de su identidad
cultural ancestral, para quedar como un pueblo huérfano, ignorante e
impotente, apto para el sometimiento, la injusticia y la explotación.
Privados de la sabiduría y experiencia de vida ancestral.
Esta es la razón por la cual el Estado a través de los tres niveles de
gobierno y los tres poderes, la SEP, el INAH y las instituciones de
investigación en ciencias sociales, así como la iniciativa privada a través
de la televisión, la radio, los impresos y la multimedia, mantienen en la
amnesia al pueblo, ajeno e ignorante de sí mismo. Lamentablemente
las universidades y los centros de investigación se han sumado a esta
estrategia colonizadora.
Pero el problema no queda ahí. A partir de los años setenta del siglo
pasado, ha surgido, primero a través de la danza y luego por medio de
la medicina y la alimentación natural, una búsqueda inconsciente hacía
la raíz y la esencia generadora de nuestra civilización Madre.
Especialmente en núcleos urbanos de mestizos, que buscan una
identidad primigenia en el pasado oficial. Y es ahí, en donde surge el
problema, porque por comodidad y superficialidad, adoptan el discurso
del Estado sobre el pasado “prehispánico”.
Este movimiento ha tomado, en algunos
casos, visos de fanatismo e intolerancia,
a tal punto que, estos grupos que se
crean y desaparecen, se mantienen en
permanente confrontación y negación
de cualquier otro gurú, clan o grupo que
no se someta a “su verdad”. Lo mexica
sobre cualquier cosa y sin discusión, así
como “los guerreros”, la danza azteca, los ritos creados recientemente
y un “mercado en expansión”. Esta moda se ha creado con los vicios,
abusos y malas costumbres coloniales, por lo que las desavenencias,
el consumo de artículos aztecas, el protagonismo y los intereses
creados han ideo alimentando este movimiento, que está condenado a
alejar a sus seguidores de los valores y principios milenarios de
convivencia, educación y organización ancestral.
Al poder económico explotador y al Estado, fiel mantenedor del sistema
necolonial, le conviene que este movimiento siga por ese camino.
Desviar a las personas de su justa y genuina búsqueda. Dejarlos
escarbar en la búsqueda de una salida del calabozo de la colonización,
para conducirlos a otro calabazo de la misma prisión. Esta prisión
colonial está construida con sólidos muros de ignorancia, intolerancia y
fanatismo. Seguimos capturados por los dogmas coloniales, tanto
civiles como religiosos. México, este país sigue siendo una Colonia, con
un sistema de castas y una feroz explotación de los anahuacas y sus
recursos naturales.
Pero este problema se acrecienta y multiplica, haciéndose más
peligroso, cuando el fanatismo de la Mexicáyotl es dirigido por personas
que se asumen cínicamente como “chamanes mesiánicos”. En efecto,
han llegado a este laberinto, vivales que, con algunas lecturas
superficiales, algunos videos en YouTube, con modernas técnicas
mercadológicas, y con conocimientos de otras tradiciones ancestrales,
especialmente asiáticas, se convierten vertiginosamente en chamanes,
no solo por interés económico, sino por nulidad existencial. Esta gente
está creando un movimiento mesiánico, alimentado por el caos, la
desolación y el pánico del derrumbe del mundo moderno.
Convertir la sabiduría de nuestro pasado
milenario en una mercancía, en una
moda de consumo pasajero, es cancelar
la oportunidad de volver a vivir con
dignidad. Es negarnos, de otra forma, la
sabiduría y el conocimiento ancestral
para desarrollar el arte de vivir en
equilibrio y lograr la plenitud armónica
propuesta por la Toltecáyotl.
Se requiere volverse en verdad,
guerreros de la tradición tolteca.
Enfrentar al enemigo interior, nuestro ego, y enfrentar al enemigo
exterior, el consumismo. Más allá de ritos y parafernalias, es necesario
estudiar con responsabilidad, seriedad y de manera sistemática, textos
descolonizados y críticos. Se requiere cambiar de hábitos de vida y de
consumo. Dejar de vivir nuestros pensamientos y vivir nuestros actos.
Cuidar la calidad de energía que ingerimos a través de la alimentación.
Procurar mantener el potencial energético a la mayor capacidad, a
través de buenos hábitos de higiene física, mental y espiritual. Afinar el
enfoque de nuestra energía, a través de la educación en valores y
principios. Entrelazar nuestra energía con la de nuestros familiares y
comunidad, en búsqueda del bien común y el de nuestra Madre
Querida, Tonantzin.
Para ello se requiere entablar una Batalla Interior, con “flor y canto”.
Cantidades enormes de humildad, paciencia y solidaridad. Requerimos
equilibrar en nuestra vida cotidiana con sabiduría, el quetzal con el cóatl
y encarnar en las acciones de la vida cotidiana el espíritu del
Quetzalcóatl. Requerimos encontrar la medida justa entre el tonalli y el
nahualli, equilibrar el mundo de la razón con el mundo de la intuición, el
aspecto femenino con el masculino, de nosotros mismos y del mundo
en el que vivimos.
Para todo esto, necesitamos una montaña de responsabilidad,
disciplina, atención y concentración. Requerimos convocar al “Espejo
Humeante”, al enemigo interior. Cambiar los valores de la individualidad
y del consumo, por el valor encontrado en pulir la piedra interior a partir
de concienciar nuestros actos a través de la austeridad, sobriedad y la
bondad. Volver a ser solidarios, fraternos y serviciales.
La única opción es hacer alianza con la fuerza de Xipe Tótec, y
desprender de nuestro espíritu, los lastres de la materia que nos arrastra
al abismo de la estupidez humana. Debemos procurar ser ligueros y no
aferráramos a los objetos y valores del mundo material.
Debemos de renacer en nosotros mismos, y en el mundo en el que
vivimos, la conciencia de la sacralidad de la existencia. Todo tiene vida
y por consiguiente todo tiene espíritu. Todo es sagrado y en
consecuencia actuar como seres consientes de la sacralidad de la vida.
La Toltecáyotl es lo único que tenemos para salir del calabozo “cinco
centenario” de la colonización y necolonización. La sabiduría ancestral,
no solo del Anáhuac, sino del planeta, es cuando cobra suprema
importancia para garantizar la vida humana en el planeta. El cambio
tiene que ser de adentro hacia afuera y de abajo hacia arriba. La
autodeterminación cultural es nuestra opción y nuestra responsabilidad.
Es la cultura ancestral la que nos puede rescatar. Para ello debemos de
investigar, estudiar, analizar, reflexionar y tomar decisiones, que nos
conduzcan a tomar acciones concretas de nuestro mundo cotidiano.
No hay tiempo que perder. Todo esto se resume en el “aquí y en el
ahora” de cada uno de nosotros. Para esto, no necesitamos de
chamanes, maestros o líderes. Esto es una batalla íntima de vida o
muerte. No solamente es danzando o haciendo rituales, se requiere algo
más grande y difícil. Se requiere recuperar nuestra memoria histórica e
identidad cultural ancestral. Actuar de manera responsable y
disciplinada en nuestra vida diaria, de acuerdo a los valores, principios,
tradiciones milenarias del Cem Anáhuac, para vivir en armonía y con
dignidad.
Lo difícil no hacerlo, sino imaginarlo.
Yahuiche, Oaxaca.
Julio de 2019.