González Raúl - Los Primeros Cristianos y La Condenación a Morir Desgarrado Por Las Bestias

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Desmitificar la cuestión del número de los perseguidos cristianos hasta el martirio por parte del Imperio Romano

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  • Los primeros cristianos y la condenacin a morir desgarrado por las bestias

    (damnatio ad bestias): una visin crtica

    Ral Gonzlez Salinero

    Tomado del blog de Antonio Piero

    Abril 2015

    Como complemento a la serie sobre Cristianos a los leones en el que he adaptado para

    los lectores del Blog un artculo del Prof. Dr. Gonzalo Fontana Elboj, quiero a partir de hoy

    hacer lo mismo con otro artculo, esta vez del Dr. Ral Gonzlez Salinero, Profesor Titular

    de Historia antigua de la Universidad Nacional de Educacin a Distancia (UNED), Madrid.

    Hace muchos aos que lo conozco y estimo muchos sus trabajos que tratan, en buena

    parte, sobre la Antigedad tarda y su relacin con el cristianismo. He reseado aqu su

    magnfica labor como coeditor de la Editorial Signifer, Salamanca.

    La razn de traer al Blog este artculo est relacionada con la tarea de desmitificacin de

    algunos aspectos de la historia del cristianismo antiguo, que es verdaderamente

    interesante. Entre ellos se trata de poner en sus justos trminos la cuestin del nmero de

    los perseguidos hasta el martirio por parte del Imperio Romano. Desde el Nuevo

    Testamento mismo que habla (ya en 1 Tesalonicenses hasta el Apocalipsis y 1 Pedro) de

    persecuciones, y fuera de este corpus, desde Ignacio de Antioqua mismo, con su

    defensa de su propio martirio en poca de Trajano (por tanto antes del 119), y luego con

    el famoso dicho de Tertuliano en el Apologtico, La sangre de los (mrtires) cristianos es

    semilla de nuevos cristianos y otras sentencias por el estilo, se ha formado la idea de que

    el Imperio persigui a los cristianos desde el primer momento con resultado de gran

    nmero de muertos.

    Pero sabemos que la primera persecucin formal y general contra el cristianismo fue en

    poca del emperador Decio hacia el 250 y que el tiempo de esta persecucin con

    intermitenciasno fue ms all del 301 o 302 con Diocleciano. Hay estudiosos que

    calculan que en toda la historia de las persecuciones desde el ao de composicin de

    1Tesalonicenses (51 d.C.) hasta el 302 no super el millar, e incluso bastante menos,

    pues basta con analizar el Martirologio Romano para caer en la cuenta de la exageracin.

    Por tanto, estudiar y poner en claro que uno de los instrumentos de muerte, la

    condenacin a las bestias, muy fijado por la literatura y el cine en la imaginacin de los

  • cristianos de hoy, est rodeado de un halo de exageracin que conviene poner en claro. Y

    es un ejemplo entre otros casos y muy ilustrativo.

    Dejo la palabra al Prof. Gonzlez Salinero y no hago otra cosa que acomodar su trabajo a

    las estructuras de la Red.

    La muerte de los cristianos arrojados a las fieras en el anfiteatro constituye la imagen del

    martirio por antonomasia. Se trata de un estereotipo propiciado por las fuentes

    apologticas de la poca, recreado por la literatura y la pintura decimonnicas. Desde que

    el papa Po XII tratara de proteger por primera vez en 1462 el Coliseo como lugar que

    rememoraba la gloria de los mrtires, la propaganda papal para cristianizar el

    monumento se difundi por todas partes. En 1749 el papa Benedicto XIV consagr

    oficialmente las actuales estaciones del Via Crucis y la arena se convirti en el punto

    central en que se conmemoraba el martirio cristiano. Ahora bien, fueron los cuadros de

    pintores del siglo XIX como Konstantin Flavitsky, Fyodor Bronnikov, Henryk Siemiradzki,

    Eugene Romain Thirion o Jean-Len Grme, as como las obras de literatos

    decimonnicos como Lord Edward Bulwer Lytton (Los ltimos das de Pompeya, 1834), el

    cardenal Nicholas Patrick Wiseman (Fabiola, 1854), Levis Wallace (Ben-Hur, 1880) o

    Henryk Sienkiewicz (Quo Vadis?, 1895), las cuales fueron llevadas con enorme xito a las

    pantallas cinematogrficas en el siglo XX, quienes contribuyeron definitivamente a la

    amplia difusin popular de este estereotipo.

    Este estereotipo fue asumido como tal por una gran parte de la historiografa,

    principalmente eclesistica, cuyos rescoldos se mantienen vivos incluso hoy en da.

    Desestimando o minusvalorando otras formas de ejecucin mucho ms habituales, se ha

    especulado acerca de la importancia que adquiri este martirio como expresin de la

    dimensin pblica de la condena de los cristianos por parte de las autoridades romanas.

    Desde el punto de vista de la apologtica cristiana, el drama cruel representado en la

    arena fue interpretado como una comunin con el Dios viviente que conduca hacia la

    contemplacin de la gloria del Seor, como escriben Eusebio de Cesarea, Historia

    Eclesistica, V, 1, 41; el Martirio de Policarpo, II y VII; Martirio de Carpo, Papilo y

    Agatnica, 39 y 42.

    Dando por hecho que los martirios cristianos tenan lugar principalmente dentro del

    contexto de los espectculos a la vista de un populacho siempre vido de sangre, algunos

    historiadores actuales, como G. Jossa, en su obra I cristiani e lImpero romano, Carocci,

    Roma, 2006 se han hecho eco de la reelaboracin teolgica de las cruentas escenas en las

  • que los cristianos no solo eran sus principales protagonistas, sino tambin los gustosos

    asistentes a una fiesta gloriosa. En un intento por conceptualizar en trminos polticos el

    proceso penal que conduca a la condena pblica, D. S. Potter sostuvo que, ms all de los

    aspectos meramente jurdicos, la muerte en la arena se haba convertido en una

    ceremonia que serva para reforzar la estructura del poder reduciendo al condenado, que

    pierde as su condicin humana, al nivel de un simple objeto, aunque, segn puntualiza

    este mismo autor, el extrao comportamiento de los mrtires comprometa tambin al

    propio sistema poltico que sustentaba la mquina ldica del Estado romano.

    Siguiendo esta lgica, habra que preguntarse cmo era posible entonces que, como

    veremos ms adelante, las autoridades se inclinasen preferentemente por una sentencia

    de muerte alejada del mbito pblico. Acaso dejaran por ello de fortalecer su poder o de

    afianzar su ius gladii, es decir, el derecho a quitar la vida violentamente? Es cierto que en

    la obra de algunos autores paganos coetneos podemos descubrir ciertas referencias, a

    veces implcitas, al martirio y a los mrtires cristianos. Todos ellos expresan su perplejidad

    ante lo que consideraban un comportamiento fantico e irracional.

    Tenemos ejemplos de esto ltimo recogidos por St. Benko, Pagan Rome and the Early

    Christians, Indiana University Press, Bloomington/Indianapolis, 1984, pp. 30ss.

    As Luciano de Samsata, quien se asombra ante el suicidio absurdo de un tal Peregrino

    (aunque es cierto que este haba dejado ya de ser cristiano al adoptar finalmente posturas

    cnicas); Galeno, que desprecia la muerte intil de los cristianos; Celso, que muestra su

    inquietud ante el arrojo de los mrtires que de alguna manera restaba fuerza a la poltica

    represiva contra el cristianismo. Segn Marco Aurelio, este peligro para la poltica del

    Imperio estaba potenciado por la teatralidad de quienes se entregaban con arrojo a una

    muerte precedida por intolerables suplicios.

    Epicteto, en fin, atribua este comportamiento a una insensata locura que se haba

    convertido para los adeptos de esta secta judaica (a quienes llama galileos) en una

    costumbre (thos) que, si bien exiga un gran coraje, no reportaba aparentemente ningn

    beneficio positivo (Disertaciones IV, 7, 6). Ninguna fuente pagana menciona de manera

    expresa e inequvoca la condena de los cristianos a las fieras del anfiteatro. Por tanto,

    dependemos exclusivamente de la informacin que proporcionan sobre este particular las

    fuentes cristianas, entre las que destacan especialmente las Actas de los Mrtires. Ahora

    bien, antes de asumir como cierta y fidedigna dicha informacin, resulta obligado

  • examinar, atendiendo a los parmetros crticos de la ciencia filolgica e histrica, el grado

    de veracidad, autenticidad e intencionalidad de este tipo de literatura hagiogrfica.

    En primer lugar, no podemos olvidar que el nmero de actas de cuya historicidad no se

    duda es, segn la crtica histrica y hagiolgica moderna, realmente reducido:

    En su estudio y edicin de las Actas de los Mrtires desde el martirio de Policarpo

    de Esmirna durante el reinado de Antonino Po hasta el de Fileas de Alejandra en

    304/306, durante la Gran Persecucin de Diocleciano, G. Lanata reconoce como

    documentos en origen autnticos tan solo quince textos. As en su obra, Gli atti dei

    martiri come documenti processuali, Giuffr, Milano, 1973, pp. 99-241: los textos

    referidos a los mrtires Policarpo; Carpo y Papilo; Justino y otros; mrtires de Lyon;

    mrtires escilitanos; Apolonio; Perpetua; Pionio; Dionisio de Alejandra y otros;

    Cipriano; Maximiliano; Marcelo; Agape, Irene y Quionia; Euplo; y Fileas.

    Si centramos nuestra atencin en la poca sucesiva, desde el reinado de

    Diocleciano hasta la muerte de Constantino (284-337), los textos considerados

    como autnticos se reducen igualmente de forma considerable: R. Knopf, G.

    Krger y G. Ruhbach reconocen como tales solo catorce textos (Ausgewhlte

    Mrtyreakten = Actas selectas de los mrtires, Mohr-Siebeck, Tbingen, 1965: se

    trata de los textos referidos a los mrtires Maximiliano; Marcelo; Casiano; Julio, el

    veterano; Flix; Dasio; Agape, Irene y Quionia; Ireneo; Crispina; Euplo; Carta de

    Fileas; Fileas; Claudio, Asterio y compaeros; y XL mrtires de Sebaste);

    H. Musurillo los reduce a doce (The Acts of the Christian Martyrs, Clarendon Press,

    Oxford, 1972: los textos referidos a Maximiliano; Marcelo; Julio, el veterano; Flix;

    Dasio; Agape, Irene y Quionia; Ireneo; Crispina; Euplo; Carta de Fileas; Fileas; y XL

    mrtires de Sebaste); y

    T. D. Barnes, aplicando el mximo rigor histrico, solo admite siete de esos doce

    textos como documentos autnticos y considera a los otros cinco como muy poco

    fiables (The New Empires of Diocletian and Constantine, Harvard University Press,

    Cambridge (Mass.), 1982, pp. 175-191: Maximiliano; Marcelo; Julio, el veterano;

    Flix; Agape, Irene y Quionia; Carta de Fileas; Fileas; y XL mrtires de Sebaste).

    Pero ni siquiera las actas de los mrtires consideradas en su origen como autnticas

    pueden librarse de una crtica interna que posibilite discernir las partes que responden a

    una realidad histrica de aquellas otras que han sufrido alteraciones, interpolaciones o

  • reelaboraciones posteriores y que, por tanto, se alejan de dicha realidad o de un contexto

    inequvocamente verdico, como ha puesto de relieve el historiador espaol Gonzalo

    Bravo (Hagiografa y mtodo prosopogrfico. A propsito de las Acta Martyrum, en

    Antigedad y Cristianismo, VII. Cristianismo y aculturacin en tiempos del Imperio

    romano, Universidad de Murcia, Murcia, 1990, pp. 153-154).

    La excelente propaganda cristiana del martirio.

    Con el triunfo de la Iglesia comienzan a proliferar textos hagiogrficos en los que se recrea

    falsamente la poca de las persecuciones con martirios inventados o con fraudulentas

    intervenciones sobre textos antiguos que quedan casi irreconocibles respecto de su

    estado original y que resultan casi imposibles de recuperar. Y en igual medida prolifera a

    partir de estos momentos la veneracin de las reliquias de los santos y mrtires cristianos.

    Sobre el particular, ha escrito G. Noga-Banai, The Trophies of the Martyrs. An Art Study of

    Early Christian Silver Reliquaries, Oxford University Press, Oxford, 2008, esp. pp. 130ss.

    Es cierto que no debe desestimarse de plano la informacin prosopogrfica (del griego

    prsopon, rostro, y de ah persona = ciencia que estudia los nombres en la

    Antigedad, por ejemplo, en las inscripciones funerarias y de ellos obtiene datos histricos

    y sociolgicos) que contienen las Actas de los Mrtires como ha escrito el Prof. Gonzalo

    Bravo, a quien citamos la semana pasada, pero resulta infructuoso todo intento de

    incorporar a la prosopografa de la poca el nombre de muchos personajes que hacen su

    aparicin en este tipo de textos de dudosa autenticidad. De hecho, como ha demostrado

    recientemente T. D. Barnes, el estudio de los Acta Martyrum con rigurosos criterios

    historicistas revela en muchos casos la invencin de personajes que en realidad nunca

    existieron (Early Christian Hagiography..., pp. 316ss). Esto es lo que sucede, por ejemplo,

    con algunas leyendas como la de los mrtires de Palestina, los cuales fueron en su

    mayora producto de la imaginacin o exageracin admirativa y propagandstica de

    Eusebio de Cesarea (Historia Eclesistica, VIII, 7, 1.).

    Debe tenerse presente, en efecto, que las narraciones hagiogrficas (tanto los acta

    propiamente dichos como las pasiones) no dejan de ser textos literarios cuya construccin

    retrica altera considerablemente el sustrato histrico subyacente y condiciona el modo

    de pensar de los fieles cristianos en la direccin de la sublimacin espiritual. As lo

    sostiene N. Kelly, en un artculo titulado Philosophy as Training for Death. Reading the

    Ancient Christian Martyr Acts as Spiritual Exercises, en la revista Church History, 75,

    2006, pp. 730-731 y 734. Mostrando como ejemplo las actas de Perpetua y Felicidad, A.

  • Carfora, a quien citamos tambin la semana pasada, sita la dimensin meditica

    propagandstica-- del martirio no solo a nivel de los documentos o a nivel literario, sino

    tambin en el estrato previo del acontecimiento mismo del martirio, es decir, en los

    momento previos en los que presentan actuando a los protagonistas histricos. Este

    hecho complica la reconstruccin de los sucesos histricos, pues dependemos en todo

    momento del andamiaje retrico para poder reconstruir histricamente, con mayor o

    menor fortuna, lo que verdaderamente ocurri.

    Por ello, incluso aquellos documentos cuya primera redaccin se encuentra ms cercana a

    los acontecimientos histricos, tales como las actas del martirio de Policarpo, las de los

    mrtires escilitanos o la carta de las iglesias de Lyon y Vienne (que segn Daniel Boyarin,

    Dying for God. Martyrdom and the Making of Chistian and Judaism, Stanford University

    Press, Stanford, 1999, p. 115, en estos casos, no debe cuestionarse la autenticidad en

    esencia de los acontecimientos, sino el propio discurso de la narracin (p. 120), adolecen

    de alteraciones condicionadas por el thos (en este caso las circunstancias pasionales del

    momento) y el lenguaje metafrico propios de este gnero literario Tales visiones servan,

    como en el caso de las actas del martirio de Perpetua, como antiguos ejemplos de la

    fe, por tanto se ensalzaban todo lo posible.

    Ningn texto hagiogrfico carece, en mayor o menor medida, de los elementos subjetivos

    e incluso fantsticos que caracterizan a este tipo de literatura: sueos y visiones, milagros

    y revelaciones divinas, conversiones en masa, sdicas y exquisitas torturas, etc. No cabe

    duda que todos estos recursos retricos propiciaban la creacin de una atmsfera

    dramtica que, asentada en la memoria colectiva, contribua supuestamente al

    fortalecimiento de la fe e identidad cristianas y constituyen as una literatura de

    incitacin a la fe. Por medio de tales prodigios, los cristianos deban comprender que la

    divinidad estaba de su lado. Es ms, la preciosista descripcin de las escenas de martirio

    pretenda provocar en igual medida horror y esperanza en los fieles cristianos.

    El primer sentimiento pareca sustentarse en la recreacin de las ms crueles y

    espectaculares formas de ejecucin, entre las que figuraban principalmente las condenas

    a la hoguera o a las fieras; el segundo quedaba reflejado, a modo de la imitacin de Cristo,

    que ya aparece en las Cartas de san Pablo, en la fortaleza misma de la fe del mrtir,

    amparada en la promesa de la resurreccin y de la gracia divina. Este tipo de propaganda

    no es un invento de los cristianos, sino que se utiliz ya en los escritos en defensa del

  • judasmo: as la promesa de la vida eterna para los mrtires apareca ya en el contexto de

    la revuelta macabea (4 Macabeos 16, 25; 17, 15ss).

    No ha de extraar, por tanto, que, en su construccin literaria, la figura del hroe

    cristiano reaccione con valenta ante la pavorosa perspectiva de tanto sufrimiento; de

    hecho, el mrtir que, segn la truculenta narracin, debera estar padeciendo una agona

    atroz, parece quedar como anestesiado e insensible, percibindose en no pocas

    ocasiones una actitud inexplicable de alegra y placer, como parece en el Martirio de

    Policarpo 2 (edicin y traduccin de D. Ruiz Bueno, Actas de los Mrtires, BAC, Madrid,

    20035, pp. 266-267) o en Eusebio de Cesarea, Historia Eclesistica, VIII, 3, 1; 6, 2-3; 7, 1; 9,

    5; 10, 5; 12, 1-2; 12, 6; etc.

    Un pasaje de las actas del martirio de Policarpo resulta, en este sentido, revelador:

    [...] Pues quin no se llenar de admiracin de que les fueran dulces los azotes de los

    terribles ltigos, gratas las llamas bajo el caballete, amable la espada del verdugo, suaves

    los tormentos de hoguera crepitante? Corrales la sangre por ambos costados y,

    descubiertas sus entraas, estaban de manifiesto todos los miembros internos, de suerte

    que el pueblo mismo que los rodeaba en corro lloraba ante el horror de tanta crueldad y

    no poda contemplar sin lgrimas lo mismo que l haba querido se hiciera. Sin embargo,

    los mrtires que sufran no exhalaban un gemido, ni la fuerza del dolor lograba arrancarles

    un quejido; antes bien, pues cada tormento era de buena gana aceptado, todos lo

    soportaban con paciencia. Y en efecto, presente con ellos el Seor, aceptada tan fiel

    obligacin de sus siervos, no solo los encenda en el amor de la vida eterna, sino que

    templaba la violencia de aquel dolor de manera que el sufrimiento del cuerpo no

    quebrantara la resistencia del alma. Y es que el Seor conversaba con ellos y l era

    espectador y fortalecedor de sus nimos y con su presencia moderaba los sufrimientos y

    les prometa, si perseveraban hasta lo ltimo, los imperios de la celeste paciencia [...] :

    (ed. y trad. D. Ruiz Bueno arriba mencionada).

    En las actas del martirio de Carpo, Papilo y Agatnica, el primer mrtir protagonista se

    muestra incluso irnico al responder a los que le haban visto sonrer en tan dramtico

    trance:

    Clavado seguidamente Carpo, se le vio sonrer. Los circunstantes, sorprendidos, le

    preguntaron:

    Qu te pasa que res?

  • Y el bienaventurado respondi:

    He visto la gloria del Seor y me he alegrado, y no menos porque me voy a ver libre de

    vosotros y no tendr parte en vuestras maldades (38-39 ed. y trad. D. Ruiz Bueno, Actas...,

    p. 381).

    Fue tal el valor que la literatura apologtica concedi al martirio como medio de

    fortalecimiento y difusin de una doctrina cristiana sustentada cada vez ms por el

    testimonio de fe a travs del heroico sacrificio (segn escribe Tertuliano en su Apologtico

    50, 13) y el salvfico sufrimiento (De hecho, el martirio fue considerado como una especie

    de segundo bautismo con el que se alcanzaba la corona en el Paraso (Martirio de

    Perpetua y Felicidad, XVIII, 3), que autores como Tertuliano no dudaron en afirmar que, en

    contra del nimo de los perseguidores, la muerte de los mrtires suscitaba un gran

    nmero de conversiones:

    Y no sirve de nada vuestra ms refinada crueldad: es ms bien un acicate para la

    comunidad. Es ms: crecemos en nmero cada vez que nos segis: semilla es la sangre de

    los cristianos! (Traduccin de C. Castillo Garca, Tertuliano. Apologtico. A los gentiles,

    Gredos (BCG 285), Madrid, 2001, p. 190).

    En opinin de A. Carfora, esta afirmacin tertulianea tiene poca credibilidad desde el

    momento en que, situada al final de su obra, constituye el cenit retrico dentro de una

    argumentacin a partir de la cual trata de voltear artificiosamente la situacin, es decir,

    que los cristianos perseguidos y aparentemente derrotados por las autoridades paganas

    han de ser considerados en realidad como los autnticos vencedores (para una poca muy

    posterior se puede consultar a san Basilio, en su Epistola, 164). Hacindose eco de estas y

    otras palabras parecidas que surgan de la pluma de los apologistas cristianos, la

    historiografa tradicional sostuvo tambin que el comportamiento heroico de los mrtires

    haba propiciado la conversin de muchos paganos y, por tanto, constitua una va de

    extraordinaria importancia para la difusin de la creencia cristiana en el Imperio romano a

    partir del siglo II A. D. Nock, en su famoso libro Conversion. The Old and the New in

    Religion from Alexander the Great to Augustine of Hippo, University Press of America,

    Lanham/London, 1988 (orig. Oxford, 1933), passim, y Gustav Bardy, La conversin al

    cristianismo durante los primeros siglos (trad. L. Aguirre), Cristiandad, Madrid, 1990 (orig.

    Paris, 1961), pp. 151-153.

  • Sin embargo, esta hiptesis no encuentra corroboracin suficiente en las fuentes

    conservadas, las cuales, salvo muy escasas y controvertidas excepciones (Justino, II

    Apologa, XII, 1; Pasin de Perpetua et Felicidad, IX, 1; XVI, 4; XXI, 1-5; Eusebio de Cesarea,

    Historia Eclesistica, II, 9, 2-3), no hacen referencia a conversiones motivadas por la

    supuesta admiracin que despertaba el martirio entre los paganos. Ser la propia Iglesia,

    una vez que logr unirse al poder, la que divulgara y promocionara la idea del mrtir

    como sujeto de propaganda de la doctrina cristiana.

    Muy al contrario, hubo filsofos, segn afirma Clemente de Alejandra, que haban

    rehusado convertirse en cristianos por temor a ser condenados a muerte (Stromata o

    Tapices, VI, 67). De hecho, el mismo temor al castigo provoc numerosas apostasas en

    el seno de las comunidades cristianas, incluso mucho antes de la persecucin de Decio,

    como sostienen historiadores modernos de esta poca como K. Hopkins, J. Mlze-

    Modrzejewski, G. Clark, y R. Carcano y A. Orioli. Fueron estos los tiempos en que los

    lapsi (los errados, los que abjuraron de la fe cristiana) proliferaron de forma tan

    alarmante que este emperador habra tenido xito en su propsito de erradicacin de la

    religin cristiana si no hubiera sido porque le falt tiempo antes de morir.

    En efecto, ya en poca de Trajano, Plinio el Joven (Epistola, X, 96, 10) informaba al

    emperador sobre los benficos resultados para la recuperacin de la religin tradicional

    en Bitinia que se obtenan gracias al temor de los cristianos a la pena capital:

    Ciertamente, es un hecho comprobado que los templos, que ya se encontraban

    prcticamente abandonados, han comenzado a ser frecuentados de nuevo, que las

    ceremonias sagradas, interrumpidas durante largo tiempo, vuelven a ser celebradas, y que

    por todas partes se vende la carne de las vctimas sacrificiales, para la que hasta hace poco

    se encontraban muy escasos compradores. De ello se deduce fcilmente qu gran

    cantidad de personas podran ser alejadas de esa supersticin, si se les ofreciese el perdn

    en el caso de que se arrepintiesen.

    Ahora, en nuestros das, est ocurriendo exactamente al revs, pues los asesinatos de

    cristianos, muy numerosos a cargo del fanatismo islmico del Daesh no recibe en la

    mayora de las ocasiones, el eco y la respuesta que se merece.

    Los martirios voluntarios de los cristianos.

    El surgimiento del fenmeno de los martirios voluntarios despert en el mundo pagano

    cierta repugnancia hacia una doctrina que supuestamente consenta e incluso fomentaba

  • una conducta fantica, reprobable y daina segn el sentir general. Ante este peligro,

    pronto surgieron entre los apologistas protestas e improperios en contra de esta prctica,

    como ya seal Ramn Teja, en su artculo Morts amor: la muerte voluntaria o la

    provocacin del martirio entre los primeros cristianos (siglos II-IV), en F. Marco Simn, F.

    Pina Polo y J. Remesal Rodrguez (eds.), Formae mortis: el trnsito de la vida a la muerte

    en las sociedades antiguas, Universitat de Barcelona (Col. Instrumenta 30), Barcelona,

    2009, pp. 133-142. atribuyendo su existencia solo a la desviacin doctrinal y, por tanto,

    tratando de establecer falsamente una correspondencia entre el martirio intencionado y

    las herejas (principalmente el marcionismo y el montanismo) y de hecho, segn puso de

    manifiesto Daniel Boyarin, el martirio sirvi para reforzar las apologas dentro de los

    diferentes grupos cristianos: los montanistas reivindicaron un gran nmero de martirios

    como evidencia de que el espritu proftico del poder divino resida en el seno de su

    iglesia.

    As, Hiplito de Roma trat de desprestigiar a su rival, Calixto, asegurando que haba sido

    en realidad un mrtir voluntario y, por tanto, falso (Refutacin de todas las herejas, IX, 12,

    1-9). Las propias actas del martirio de Policarpo se abren con otro falso mrtir, Quinto de

    Frigia (cap. 4), un emigrante del que se insina su carcter hertico (quizs montanista),

    quien, tratando de buscar la muerte voluntaria, termin por renegar de su fe cristiana tras

    observar de cerca a las fieras salvajes. Y, sin embargo, tal y como ha demostrado G. E. M.

    de Ste. Croix, (en su obra Christian Persecution, Martyrdom, and Orthodoxy (ed. M.

    Whitby y J. Streeter), Oxford University Press, Oxford, 2006, pp. 153-200 (esp. pp. 130,

    153 y 183) el problema de los martirios voluntarios (a los que, no lo olvidemos, los propios

    apologistas pudieron haber incitado de forma inconsciente a travs de la ferviente

    exaltacin del martirio presente en sus narraciones) afect por igual a los grupos

    cristianos ortodoxos.

    No habra que olvidar tampoco que las narraciones martiriales se sitan invariablemente

    dentro de un contexto procesal determinado y que, dependiendo de la cercana o

    distanciamiento respecto a la realidad jurdica del momento, su grado de verosimilitud

    podr tambin, en consecuencia, reforzarse o resentirse. Es cierto que, por sus

    caractersticas intrnsecas, algunos Acta Martyrum pueden contribuir en ciertos detalles a

    un conocimiento ms preciso de los procesos judiciales; sin embargo, tan solo una minora

    de estos relatos (difcil, por otro lado, de individualizar) pudo apoyarse en copias oficiales

  • de los procesos legales seguidos contra los cristianos. Para poder discernir aquellas partes

    que presumiblemente responden con mayor probabilidad a un contexto jurdico verosmil,

    habr que detectar con claridad, tal y como ha sealado Gonzalo Bravo, aquellos

    elementos que no se avienen en absoluto con la prctica procesal romana, tales como los

    exordios, presentaciones, dedicatorias, dilogos de contenido apologtico. Resulta

    imposible admitir, por ejemplo, la veracidad de los dilogos que, segn algunas actas

    martiriales, mantenan los condenados con la multitud que asista al anfiteatro, habida

    cuenta del ruido, a veces ensordecedor, que se produca durante todo el espectculo.

    Tambin parecen legendarias las descripciones detalladas y ensalzadas del martirio, as

    como la inclusin de sueos, visiones o milagros (miracula y prodigia). Los procesos

    verbales oficiales registrados por un agente judicial (en latn exceptor o commentariensis)

    encargado de anotar las preguntas y respuestas durante la vista, aparecen redactados casi

    taquigrficamente, con una ausencia total de artificios literarios; en ellos se hacen

    constar, entre otros datos, la fecha, el lugar, la identificacin del acusado, el

    interrogatorio, la sentencia, la publicacin y la ejecucin. A veces se ha considerado como

    un hecho cierto la conservacin perenne de estos documentos y la posibilidad de que los

    cristianos pudieran haber accedido a su compra (como se afirma literalmente, por

    ejemplo, en la Pasin de Probo), algo que una sana crtica histrica y hagiolgica

    comenta P. Castillo Maldonado ha venido a desmoronar (como afirma en su obra

    Cristianos y hagigrafos. Estudio de las propuestas de excelencia cristiana en la

    Antigedad tarda, Signifer, Madrid, 2002, p. 101).

    Ahora bien, aun suponiendo que algunos cristianos hubiesen conseguido

    excepcionalmente copias de los procesos o que hubiesen sido testigos de los mismos y

    que sus revelaciones de ciertos detalles de las frmulas judiciales se pudiesen aproximar

    ms o menos a la realidad (existe una carta de Dionisio de Alejandra mencionada por

    Eusebio de Cesarea, en la que su remitente haca referencia a los informes del tribunal de

    L. Mussius Aemilianus, un proceso que l mismo haba presenciado), una comparacin

    profunda con las copias de los procedimientos legales de la administracin romana en

    Egipto conservadas en papiro denota en la mayora de los casos diferencias sustanciales,

    debidas sin duda a la reproduccin desvirtuada de los mismos por necesidades retricas o

    a la modificacin e invencin de todo el proceso en favor de la dramatizacin narrativa

    que exiga este tipo de literatura. Llama la atencin en este sentido que, salvo alguna

    excepcin (por ejemplo, el proceso seguido in secretario contra los mrtires escilitanos),

  • casi siempre, el desarrollo del proceso descrito por las actas de los mrtires con

    anterioridad a mediados del siglo III no compagina bien con el espritu de las disposiciones

    de Trajano (en las que se exiga el nombre de un acusador para admitir la causa), de forma

    que podra afirmarse que nos hallaramos, de facto, ante el relato de procesos claramente

    ilcitos, algo inconcebible (al menos en tantos casos) para el ordenamiento judicial

    romano.

    Tampoco deberamos pasar por alto el hecho de que muchas titulaturas o funciones

    administrativas reflejadas en las actas de los mrtires no concuerdan con la

    documentacin epigrfica de la poca y que a veces se cometen anacronismos como la

    acumulacin de funciones (praeses = presidente et praefectus; rector et praeses; iudex,

    praefectus et praeses) que en ese momento deban estar ya separadas, as como la

    mencin de cargos oficiales raros o inslitos dentro del contexto procesal (augustalis,

    domesticus, comes, dux, tribunus legionis).

    En la propia base jurdica de las persecuciones contra los cristianos podemos percibir que

    el simple reconocimiento del nomen christianum y, por tanto, de la pertenencia a una

    religin proscrita, predispona en contra a las autoridades imperiales y provinciales, que

    gozaban de la prerrogativa para impulsar procesos penales que podan conducir al

    martirio y a la ejecucin pblica de los acusados de lesa majestad, como indica el famoso

    historiador Theodor Mommsen, Derecho penal romano (trad. P. Dorado), Temis, santa Fe

    de Bogot, 1999 (orig. Leipzig, 1899), p. 364, que se reafirmaran en su creencia cristiana

    rechazando la apostasa y, con ello, toda posibilidad de salvar la vida. En derecho romano

    la aplicacin de las penas dependa de la categora social del reo: los ciudadanos romanos

    culpables de un delito merecedor de la pena capital eran normalmente condenados a la

    decapitacin por la espada (poena capitis ad gladium), mientras que los dems podan

    recibir la sentencia de una muerte agravada. Despus de la Constitutio Antoniniana (212)

    este esquema dependiente del status social se conserv respecto de los considerados

    como honestiores (aristocracia, funcionarios y autoridades cvicas), y los que reciban el

    nombre de humiliores. Estos ltimos, como antes los que no posean la ciudadana

    romana, podan ser condenados a morir en la hoguera (vivi crematio), en la cruz

    (damnatio in crucem) o ad bestias en el anfiteatro, como se reconoce, por ejemplo, en la

    Carta de las iglesias de Lyon y Vienne conservada por Eusebio de Cesarea (Historia

    Eclesistica, V, 1, 48). Las torturas aplicadas a los procesados, que aparecen descritas de

  • forma tan refinada en las actas de los mrtires, eran en estos casos habituales y

    constituan una parte importante del procedimiento jurdico (quaestio).

    La damnatio ad bestias, el ser arrojado a las fieras, era realmente una forma de ejecucin

    terrible que, junto con la crucifixin, la hoguera y la poena cullei (saco de cuero donde se

    encerrda a los condenados y se los arrojaba al mar), entraba dentro del conjunto de los

    denominados summa supplicia, una categora que conllevaba un agravante de la pena de

    muerte por delito pblico, como indica el Digesto, 48, 19; 8; 13; 29; 31.

    Los condenados a este tipo de muertes eran denominados genricamente con el trmino

    tcnico de noxi o dainos. Dando por hecho que los cristianos se encontraran

    invariablemente entre ellos, una amplia parte de la historiografa ha supuesto que la

    sentencia para los miembros de esta secta nova et malefica no poda ser otra que la pena

    de muerte agravada, es decir, la aplicacin de alguna modalidad de summa supplicia,

    destacando especialmente la damnatio ad bestias. Ahora bien, como ha demostrado T. D.

    Barnes, no existen pruebas fidedignas en las fuentes antiguas que demuestren que los

    cristianos fueran ajusticiados por medio de la crucifixin (aunque hay otros autores como

    D. Potter que defienden la postura contraria); y las condenas a la hoguera y especialmente

    a las fieras en el contexto de los munera, aunque sin duda existieron, fueron

    excepcionales en comparacin con las ejecuciones por decapitacin. De hecho, estas

    ltimas fueron abrumadoramente mayoritarias a pesar de que, como en el caso de los

    mrtires escilitanos, los cristianos fuesen reos de muerte agravada. Adems, no habra

    que olvidar que, como ha admitido la investigacin actual, en las comunidades cristianas

    estuvieron representados los diferentes estamentos de la sociedad romana, tambin los

    crculos de mejor posicin social, y en algunos casos incluso los miembros de la

    aristocracia senatorial tal como han sealado ilustres historiadores entre ellos G. Alfldy.

    En estos ltimos casos no haba duda de que la aplicacin de la sentencia capital sera por

    medio de la espada.

    He aqu las formas de pena de muerte aplicadas a los cristianos que registran las fuentes

    martiriales de cuya base histrica no parecen existir dudas segn el consenso

    historiogrfico actual:

    Martyres espada fuego fieras otras: Policarpo X Germnico (en las Actas de Policarpo) X Carpo, Papilo y Agatnica X X Justino y otros X

  • Mrtires de Lyon X X Mrtires escilitanos X Apolonio X X Perpetua y Felicidad X Pionio X Dionisio de Alejandra y otros X Cipriano X Maximiliano X Marcelo X Julio, el veterano X Flix X Agape, Irene y Quionia X Euplo X Fileas X

    Como puede observarse de 21 casos (algunos mltiples) conservados de Acta Martyrum

    10 fueron ejecuciones por espada, 4 por la hoguera, otros 4 por torturas varias y solo 3

    condenados a las fieras.

    Decapitacin o condena a las fieras? Conclusiones

    Aunque los casos no son tampoco numerosos, los relatos hagiogrficos histricamente

    menos fiables ofrecen algunas de las escenas ms truculentas de asesinatos de cristianos

    en la arena como imagen impactante y, probablemente, ms eficaz del sacrificio martirial

    como fueron los casos de las Actas de Pablo y Tecla, de santa Marciana, y de los santos

    Taraco, Probo y Andrnico. Y no cabe duda que, desde sus mismos inicios, la literatura

    apologtica reforz esta imagen. Ambos gneros literarios se nutrieron mutuamente con

    una retrica que habra de dar origen a una ideologa de la muerte por la fe

    absolutamente extraa a la tradicin clsica --como sealan los historiadores modernos

    que se han ocupado del tema como son SK. Hopkins; A. Quacquarelli; R. Lane Fox; J.

    Perkins y C. R. Mossa pesar del infructuoso esfuerzo de Clemente de Alejandra por

    establecer la equiparacin del mrtir con la figura del hroe clsico, en su obra Tapices,

    Stromata IV, 4.

    De todos modos, es cierto que, como denota la clebre frase de Tertuliano (Christiani ad

    leonem: Apologa, 40, 50; con alusiones en otras obras como la Exhortacin a la castidad,

    12, recogidas por otros autores cristianos como Cipriano de Cartago, Epstola 55 a

    Cornelio, 6; y Eusebio de Cesarea, Historia Eclesistica, IV, 15.), este tpico aparece ya

    completamente asentado en el discurso apologtico a finales del siglo II, sus inequvocas

    manifestaciones en clave teolgica estn ya presentes en los escritos de Ignacio de

  • Antioqua un siglo antes (B. A. Paschke argumenta que existe ya una referencia a la

    condena ad bestias ya en la Primera Carta de Pedro, 5, 8 (finales del siglo I), aunque sus

    razones no parecen ser convincentes. Bajo el significativo epgrafe trigo soy de Dios, as

    se expresa Ignacio:

    Escribo a todas las iglesias y anuncio a todos que voluntariamente voy a morir por Dios si vosotros no lo impeds. Os ruego que no tengis para m una benevolencia inoportuna. Dejadme ser pasto de las fieras por medio de las cuales podr alcanzar a Dios. Soy trigo de Dios y soy molido por los dientes de las fieras para mostrarme como pan duro de Cristo. Halagad ms bien a las fieras para que sean mi sepulcro y no dejen rastro de mi cuerpo a fin de que, una vez muerto, no sea molesto a nadie [...] No os doy rdenes como Pedro y Pablo. Aqullos eran apstoles; yo soy un condenado; aquellos, libres; yo, hasta ahora, un esclavo. Pero si sufro [el martirio], ser un liberto de Jesucristo y en l resucitar libre. Ahora, encadenado, aprendo a no desear nada (Epstola a los romanos, IV, 1-3 en la edic. y trad. J. J. Ayn Calvo, Ignacio de Antioqua. Cartas, Ciudad Nueva, Madrid, 1999, pp. 152-155.

    La anhelada muerte por la accin de las fieras salvajes sirve a Ignacio para construir una

    metfora dramtica de fuerte significado teolgico: el futuro mrtir se considera trigo de

    Dios que ha de ser molido por los dientes de las bestias con el fin de convertirse en pan

    duro de Cristo. Un poco ms adelante expresa la misma idea en un pasaje rebosante de

    trgico efectismo:

    Ojal goce con las fieras que estn preparadas para m! Ruego que se muestren breves conmigo. A ellas las azuzar para que me devoren rpidamente, no me vaya a suceder como a algunos, a los que, acorbardadas, no tocaron. Y si ellas, sin voluntad, no quieren, yo mismo las obligar [...] Fuego, cruz, manadas de fieras, laceraciones, separacin y dispersin de huesos, mutilacin de miembros, trituramiento de todo el cuerpo, perversos tormentos del diablo vengan sobre m con la sola condicin de que alcance a Jesucristo (Epist. rom., V, 2-3; ed. y trad. Ayn Calvo, pp. 154-155).

    Ignacio de Antioqua se describe ya como condenado (katakrits). Es evidente que ha

    recibido una sentencia a muerte, pero, a pesar de que desea fervientemente que sea en la

    arena de Roma, ignora realmente qu tipo de ejecucin le aguarda, segn dice en la

    Espistola a los esmirnenses IV, 2 (ed. y trad. Ayn Calvo, pp. 172-173): Por qu me he

    entregado totalmente a la muerte, al fuego, a la espada, a las fieras?.

    Es muy posible que hubiese odo hablar de la damnatio ad bestias (condena a las fieras), e

    incluso que supiese de algn caso en que los cristianos haban sufrido como resultado de

    este tipo de sentencia, pero lo cierto es que, segn se desprende de esta observacin en

    forma de pregunta retrica, Ignacio desconoca en ese momento la forma en que habra

  • de ser ajusticiado cuando llegase a Roma, expresando su deseo de que las autoridades no

    le propusieran por benevolencia librarse del martirio, como he escrito en mi libro sobre La

    persecucin a los cristianos, pp. 37ss, que mencion al principio de estas postales:

    sabemos por diferentes fuentes que, durante el juicio (especialmente en el momento de

    la quaestio, interrogatorio), los magistrados romanos trataron de persuadir a los

    cristianos procesados para que apostataran y as pudieran salvar sus vidas.

    Desde luego no existe forma de verificar si tales deseos se llegaron a cumplir, pero, de

    haber encontrado la muerte en la capital del Imperio, tal y como vaticina, es muy probable

    que esta se produjese por decapitacin. No habra que descartar en este sentido que su

    traslado a Roma pudiese haber estado relacionado de alguna forma con el reconocimiento

    de una posible condicin social elevada (su grado de instruccin intelectual y la posicin

    jerrquica mxima que ocupaba en su comunidad apuntaran en la misma direccin).

    Llama la atencin en cualquier caso que, especialmente durante las persecuciones

    generales a partir del emperador Decio (250 d.C.), apenas existiesen condenas contra los

    cristianos que no fuesen por decapitacin, un hecho que D. Potter relacion con la

    prdida de credibilidad entre las masas populares de las viejas acusaciones anticristianas

    de incesto o de banquetes tiesteos, es decir donde se ingeran carnes humanas, y sobre

    todo con la presencia, cada vez ms evidente, de cristianos entre las clases privilegiadas.

    Para las autoridades provinciales del Imperio, tal y como se constata, por ejemplo, en el

    norte de frica, resultaba intolerable condenar a muerte agravada a cristianos que

    pertenecan a su mismo grupo social. Lo normal en estos casos era que la ejecucin fuese

    por decapitacin, tal y como ocurri con el obispo Cipriano de Cartago. En este mismo

    sentido, un pasaje de las actas del martirio de Pionio evidencia que los magistrados locales

    no deseaban condenar a este cristiano a la arena por considerar que este tipo de condena

    infamante no corresponda a su rango social (aunque a la postre su destino fuese la

    hoguera, como indica su Martirio en VIII, 1).

    Desde el punto de vista de su trascendencia social, tal y como seal G. Alfldy, la

    historiografa actual parece haber llegado a la conclusin cierta de que fue raro el

    martirio de los cristianos antes de las grandes persecuciones que se iniciaron en tiempos

    del emperador Decio. Adems, esas acciones persecutorias no afectaron por igual a

    todas las comunidades cristianas del Imperio y ni siquiera a todos los miembros de cada

    una de ellas, hecho que parece corroborarse por la constatacin de las visitas a las

    crceles de otros correligionarios de la misma comunidad, como sealan E. Wipszycka y A.

  • Carfora, historiadores de la Iglesia, y en similar proporcin ms raras fueron aun las

    condenas ad bestias.

    Ni siquiera los testimonios epigrficos pueden desmentir esta apreciacin. En un estudio

    reciente sobre las inscripciones martiriales procedentes de los cementerios suburbanos de

    Roma, en cuyo Coliseo la tradicin eclesistica sita la muerte cruenta de miles de

    cristianos arrojados a las fieras, no existe testimonio alguno sobre la damnatio ad bestias.

    Tan solo hay una referencia a la muerte por despedazamiento a cargo de perros (ED 15 =

    IC 48), y el resto de las condenas y torturas resulta ser muy diverso (y a veces inslito):

    desnudamiento pblico del reo; azotes; hoguera; garfios; lanzazos; hambre, decapitacin,

    ahogamiento, destierro, etc., como seala Sabino Perea Ybenes, Los suplicios de los

    mrtires cristianos de Roma segn las inscripciones suburbanas, en Idem, Estampas del

    cristianismo antiguo, Padilla, Sevilla, 2004, pp. 129-135.

    Todas las pruebas examinadas apuntan, por tanto, hacia la conclusin de que la damnatio

    ad bestias, la condena a las fieras fue una condena a muerte aplicada a los cristianos solo

    de forma excepcional, bien porque este tipo de pena no fue asumido por las autoridades

    romanas como habitual para estos casos, bien porque una parte considerable de los

    cristianos sentenciados a muerte gozaba de una posicin social privilegiada en virtud de la

    cual estos reos eran normalmente ejecutados ad gladium, es decir, por la espada.