PAPINI, C. (2003). ALGUNAS EXPLICACIONES VIGOTSKIANAS PARA LOS PRIMEROS APRENDIZAJES DEL ÁLGEBRA
Giovanni Papini y Las
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GIOVANNI PAPINI Y LASCORROSIVAS IDEAS HEBREAS
Giovanni Papini hizo una notable síntesis de la
habilidad de los jefes israelitas para alentar o
esparcir tendencias corrosivas entre la
población no judía. Mediante la pintura
estrambótica, la música sensualista, los bailes
vulgares, la mercancía homosexual, la
pornografía y las teorías disolventes y
debilitadoras de los valores morales eternos,
relajaron el medio ambiente de la población
alemana. Y no es que el judío carezca de moral;
todo lo contrario, es un pueblo de admirables
costumbres, sobrio y disciplinado, pero sus
líderes utilizan todas las corrientes impuras
que puedan dañar o debilitar a los no judíos.
No consumen venenos, pero propician la
popularización de ellos.
"¿De qué manera —dice Papini— el hebreo pisoteado y escupido
podía vengarse de sus enemigos? Rebajando, envileciendo,
desenmascarando, disolviendo los ideales del Goim. Destruyendo los
valores sobre los cuales dice vivir la Cristiandad... La inteligencia
hebrea, de un siglo a esta parte, no ha hecho otra cosa que socavar y
ensuciar vuestras más caras creencias; las columnas que sostenían
nuestro pensamiento. Desde el momento en que los hebreos han
podido vivir libremente, todo vuestro andamiaje espiritual amenaza
caerse.
El Romanticismo alemán había creado el idealismo y rehabilitado el
Catolicismo; viene un pequeño hebreo de Dusseldorf, Heine, y con su
genio alegre y maligno se burla de los románticos , de los idealistas y
de los católicos.
Los hombres han creído siempre que política, moral, religión, arte, son
manifestaciones superiores del espíritu y que no tienen nada que ver
con la bolsa y con el vientre; llega un hebreo de Tréveri, Marx, y
demuestra que todas aquellas idealísimas cosas vienen del barro y
del estiércol de la baja economía.
Todos se imaginan al hombre de genio como un ser divino y al
delincuente como un monstruo; llega un hebreo de Verona, Lombroso,
y nos hace tocar con la mano, que el genio es un semiloco epiléptico y
que los delincuentes no son otra cosa que nuestros antepasados
sobrevivientes, es decir, nuestros primos carnales.
A fines del ochocientos, la Europa de Tolstoi, de Ibsen, de Nietzsche,
de Verlaine, se hacía la ilusión de ser una de las grandes épocas de la
humanidad; aparece un hebreo de Budapest, Marx Nordau, y se
divierte explicando que vuestros famosos poetas son unos
degenerados y que vuestra civilización está fundada sobre mentiras.
Cada uno de nosotros está persuadido de ser, en el conjunto, hombre
normal y moral; se presenta un hebreo de Freiberg, Moravia, Sigmund
Freud, y descubre que en el más virtuoso y distinguido caballero se
halla escondido un invertido, un incestuoso, un asesino en potencia.
Desde el tiempo de las Cortes de Amor y del Dulce Estilo Nuevo
estamos habituados a considerar a la mujer como un ídolo, como un
vaso de perfecciones; interviene un hebreo de Viena, Weinninger, y
demuestra científica y dialécticamente que la mujer es un ser innoble
y repugnante, un abismo de porquería y de inferioridad.
Durante la Segunda Guerra Mundial, Hitler barrió con todos esos
magos de la disolución social. Freud, Ludwig, Remarque, Tomás
Mann, Zweig y otros personajes judíos fueron echados de Europa
hacia diversos países, para desde allí seguirse haciendo adorar como
benefactores de la humanidad a la que estaban envenenando o
desorientando. Y un coro de protestas extranjeras acompañó a esos
adalides en su desairada huida. Utilizando sus vastos recursos
publicitarios y sus secretos tentáculos, la judería mundial clamó
plañideramente que era víctima de persecuciones en Alemania.
Nada dijo, sin embargo, de los orígenes del conflicto. Y es que
'invariablemente —observa Henry Ford— los judíos señalan como
antisemitas a quienes revelan sus conspiraciones y explican
ese antisemitismo mediante tres razones: prejuicios religiosos, envidia
económica, aversión social. Pero ningún judío menciona los motivos
políticos de la cuestión ni discute sobre ellos, o bien lo hace en forma
fragmentaria y parcial'. Así por ejemplo, se abstuvieron de confesar
que "la campaña contra la natalidad fue realizada (en Alemania) por
tres médicos judíos: Max Hodman, la doctora Rubén Woíf y, sobre
todo, la nauseabunda obra de Magnus Hirschfeld. Bajo un aparente
disfraz científico, la mercancía homosexual judía abrumaba
de vergüenza la infeliz existencia de la Alemania de 1918. Una oleada
de fango miserable amenazaba con ahogar toda la
antigua moralidad germana"."