Género y Sociología Política
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Briseida Allard O.
MUJER Y PODER
Escritos de sociología
política
La autora es panameña, socióloga, docente en la Escuela de Relaciones Internacionales de la
Universidad Nacional de Panamá ([email protected])
El texto ha sido publicado por el Instituto de la Mujer y la Unión Europea, en la Colección
Agenda de Género del Centenario, Universidad de Panamá, febrero 2002.
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ÍNDICE
PRESENTACIÓN
INTRODUCCIÓN 3
1. GÉNERO Y POLÍTICA. LOS USOS DEL SABER 4
2. UTOPÍA vs CIENCIA. LOS ORÍGENES DEL FEMINISMO
SOCIALISTA 8
3. PARTIDOS POLÍTICOS... O LAS TRAMPAS DEL SEXO 14
4. DEMOCRACIA Y POLÍTICA DE GÉNERO 26
5. MUJERES EN ARMAS. LOS PELIGROS DE TOCAR EL
CIELO CON BAYONETAS 30
6. EN LOS ORÍGENES DEL 8 DE MARZO. LAS MUJERES Y EL
CONFLICTO DE CLASE 34
7. EL SUEÑO CONTINÚA. LA CONSECUCIÓN DEL SUFRAGIO
Y EL SIGNIFICADO DE LA EMANCIPACIÓN FEMENINA 37
8. CLARA GONZÁLEZ O LA VOLUNTAD DE PODER 39
9. OTRAS PERPLEJIDADES DE LA VIDA COTIDIANA. MUJERES Y
FAMILIAS EN PANAMÁ DESPUÉS DE LA INVASIÓN DEL 20 DE
DICIEMBRE DE 1989 42
10. CUESTIÓN FEMENINA Y LITERATURA 47
11. LOS „VERSOS SATÁNICOS‟ DE TASLIMA NASREEN 54
12. MINIFALDAS, ESTRATEGIAS DE SUBVERSIÓN 57
13. NACER POR CONTRATO. ¿HACIA UNA NUEVA MORAL DE LA VIDA
PRIVADA? 60
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INTRODUCCIÓN
Este libro reúne un conjunto de trabajos escritos entre los años 1987 y 1996. Tiempo de
cambios implacables y rotundos, los escritos tienen en común el propósito de pensar la
sociología política con una perspectiva de género. Un propósito a todas luces
inacabado. Y es que –sin querer disculpar los no pocos yerros en que pude incurrir-
tratar de hacer visible a la mujer en las ciencias de la política implica recorrer un arduo
y espinoso proceso de resocialización académica.
Es casi volver a aprender. Urge revalorar, replantear temas, problemas, conceptos,
historia, métodos y técnicas, dispositivos del saber legitimados por siglos de actividad
intelectual y práctica en la política. Pero, sobre todo, requiere dudar, dudar mucho.
Buscarle la quinta pata al gato ¡Y de verdad que la encuentra una!
El resultado inmediato de este cuestionamiento es la conciencia de que construir objetos
de estudio teniendo al género como perspectiva, significa (tener el valor de) rescatar
hechos, actividades, palabras, protagonistas, signos, “debajo de una montaña de perros
muertos” en que los ha colocado el conocimiento científico oficial. Tener valor porque
han sido, por tiempos inmemoriales, objetos indignos de estudio.
La teoría feminista ha comprobado que precisamente son estos temas los que nos
ayudan a entender cómo en cada sociedad la jerarquía de los objetos de estudio, las
estrategias del prestigio científico pueden ser cómplices del orden social patriarcal, en la
medida en que tales jerarquías y estrategias dividen la vida social en dos esferas
separadas entre sí, una pública, relacionada con el Estado y la economía e identificada
con todo lo que es político y, por tanto, objeto de reflexión y normativización; y otra
privada, relacionada con la vida doméstica, familiar y sexual, e identificada con lo
personal y como algo ajeno a la reflexión política.
Hace tiempo muchas mujeres en todas partes han dedicado largos años y esfuerzos en la
construcción de una alternativa cognoscitiva que permita hacer aparecer a las mujeres y
su cotidianidad, en una idea de lo político como interrelación de la vida individual y
colectiva. Buena parte de los frutos de esos trabajos se encuentra en las páginas que
siguen. Qué duda queda de que todavía hay mucho terreno por roturar e instrumentos
que adecuar.
Por ahora, sin embargo, las distintas facetas escogidas para plantear nuestros puntos de
vista muestran, al final, un saldo negativo en la relación de intercambio entre mujer y
poder. Cuestión nada satisfactoria esto de ser las víctimas en todas las historias que
abordamos. Lamentablemente, siguen dominando ellos y aún no se vislumbra otro
pacto de género que revierta tal situación. Por lo que todavía en este campo de las
prácticas humanas denunciar sigue siendo una estrategia válida en la larga marcha
contra esta discriminación secular.
Dedico este libro a mi madre y a las mujeres de mi familia, así como a mis amigas,
especialmente a Urania Ungo y Ángela Alvarado, quienes me han permitido compartir
sus sueños y quehaceres por una sociedad más igualitaria.
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GÉNERO Y POLÍTICA. LOS USOS DEL SABER
Vio, pues, la mujer que el árbol era bueno para
comerse, hermoso a la vista y deseable para alcanzar
por él la sabiduría, tomó de su fruto y comió, y dio
también de él a su marido, que también con ella comió.
Abriéronse los ojos de ambos, y viendo que estaban
desnudos, cosieron unas hojas de higuera
y se hicieron unos ceñidores.
Génesis, III, 6-7
Los textos políticos especializados tradicionales parten del supuesto de que la política
ha sido y es una actividad propia del ser humano en general, a pesar de que las
evidencias en sentido contrario son irrefutables.
En realidad, muy poco tiempo ha transcurrido desde cuando se generalizaron en el
mundo occidental las primeras fisuras en el sistema político caracterizado por el
monopolio masculino de la dirección y de la representación políticas. En general, estas
rupturas han sido pensadas y cuestionadas con las palabras, los principios y las
actividades tradicionales de la política; palabras y praxis que, como bien señala Rossana
Rossanda, “las han pensado los hombres y, en general, son de ellos”1.
En el afán de comprender las razones de ese singular itinerario por el que las mujeres
han sido excluidas durante milenios del gobierno de los asuntos públicos en nuestra
civilización, la crítica feminista desafió las fronteras de lo público y las instituciones de
la política mostrándonos en toda su complejidad la insuficiencia del supuesto antes
señalado.
Siendo una de las cuestiones permanentes en el campo de las disciplinas humanas la que
se refiere a la naturaleza de la política, el feminismo contemporáneo, repensando la
política y las formas de ejercerla, ha puesto de manifiesto la ausencia conceptual,
teórica, política, simbólica y programática de las mujeres. Así, para determinar la
subordinación de las mujeres en el mundo público el feminismo combinó la crítica a las
instituciones del Estado y la necesidad de develar las relaciones de poder que se tejen en
la esfera privada.
Esta nueva mirada a los asuntos políticos tiene lugar sólo después que el trabajo
académico de Gayle Rubin aportó al análisis social la conceptualización ligada al
sistema sexo/género, esto es, el conjunto de arreglos por los cuales una sociedad
transforma la sexualidad biológica en productos culturales que reproducen un orden
social desigual, estructurado en asimétricas esferas masculinas y femenina.2
1 Las otras, GEDISA, Barcelona, 1982, p.72.
2 Rubin citada por Marta Lamas, “La antropología feminista y la categoría „género‟”, en Estudios sobre la
Mujer: problemas teóricos, Revista Nueva Antropología # 30, noviembre 1986, México, p. 191. Cf.
Urania Ungo M., “Del feminismo al enfoque de género” en Revista Fem, # 124, junio 1993.
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Por un conocimiento comprometido
¿Qué aporta de nuevo la categoría género en el análisis de la sociedad y la política?
¿Cuál es la modalidad que introduce en el análisis socio-político la diferencia entre los
sexos? En principio, lo que básicamente aporta es una nueva manera de plantearse
viejos problemas modificando profundamente las líneas de búsqueda. Los interrogantes
nuevos que surgen y las interpretaciones diferentes que se generan no sólo ponen en
cuestión muchos de los postulados sobre el origen de la desigualdad social y de sus
modalidades actuales, sino que replantean la forma de entender o visualizar asuntos
fundamentales de la organización social, de la economía y la política.
Permite ver cómo los aspectos socioculturales y psicológicos, constituidos mediante
procesos sociales individuales de larga duración, se entremezclan con factores
materiales y simbólicos que se gestan en lo cotidiano y generan formas específicas de
subordinación y resistencia femeninas.
De aquí que la crítica feminista de las ciencias humanas aliente el rechazo de todas las
perspectivas analíticas que tiendan a privilegiar las „presencias altas‟ y deje sin explorar
las latencias, esto es, gran parte de los aspectos cotidianos y normales de la llamada
estática social, aquella que Otto von Hintze definió como zócalo de la historia3.
Esto último ha sido, precisamente, uno de los grandes aportes del movimiento feminista,
intentar “edificar progresivamente un saber estratégico” analizando la “especificidad de
los mecanismos de poder, reparando en los enlaces, las extensiones”4 , haciendo énfasis
a la vez en la importancia de entender los matices que asumen la subordinación y las
alternativas de cambio que se vislumbran como parte de un mismo proceso en el cual
las mujeres pueden fortalecer o cuestionar su condición discriminada y devaluada.
Concretamente, la teoría política feminista, puede considerarse, como ha señalado
Carme Castells, “un pensamiento y una práctica plural que engloba percepciones
diferentes, distintas elaboraciones intelectuales y diversas propuestas de actuación
derivadas en todos los casos de un mismo hecho: el papel subordinado de las mujeres en
la sociedad. De ahí que pueda decirse que en el feminismo se mezclan dimensiones
diferentes –teórico-analítica, práctica, normativo-prescriptiva, política, etc.- que
producen pensamiento y práctica”5
De esta manera, se entiende la resistencia femenina como respuestas de mujeres que
rompen con una victimización obediente y se convierten en sujetos portadores de
cambios, aunque esas manifestaciones de resistencia partan de personas que no han
3 Gabriela Bonacchi, “Del homo-faber a los sujetos “improductivos”. La crítica feminista al absolutismo
del marxismo occidental”, en Julio Labastida (coord..), Los nuevos procesos sociales y la teoría política
contemporánea, Siglo XXI Editores, México, 1986, p. 132. 4 Michel Foucault citado por Jorge A. Mora, “Problemas metodológicos para el estudio de las políticas
públicas”, en Oscar Fernández (comp.), Sociología. Teorías y Métodos, EDUCA, Centroamérica, 1989,
p. 15. 5 C. Castells, (compiladora): Introducción a VV AA: Perspectivas feministas en teoría política, Paidos,
Buenos Aires, 1996, p. 10.
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logrado un cuestionamiento de la raíz de los papeles femeninos concebidos como
naturales6.
Es así como el feminismo –¿o es más correcto hablar en plural tratándose de un
movimiento heterogéneo que abarca un amplio abanico de orientaciones?- trata de
develar la falta de inocencia de los lugares presuntamente inocuos. Por ello, el discurso
feminista sobre la política no sólo incorpora los temas tradicionales de la desigualdad, la
pobreza, la justicia, la seguridad, entre otros, sino que los enlaza con la problemática de
la sexualidad, el cambio cultural, la subjetividad, el trabajo doméstico, la violencia.
Sólo la perspectiva de género permite capturar esta complejidad.7
Esta perspectiva necesariamente ha tenido que resolver problemas metodológicos y
teóricos, que provienen de los sesgos y lagunas que provocó la llamada invisibilidad de
las mujeres en las ciencias sociales y políticas. Esta situación ha implicado, entre otras
cosas, desarrollar nuevos conceptos y métodos de análisis. La tarea no ha sido fácil. De
ahí que, la relación entre metodología y tema seleccionado sea pluridireccional –y a
veces hasta caótica- en la investigación feminista.
Con palabras de Gabriella Bonacchi: “en este terreno se han colocado interrogantes
como las siguientes: ¿debe este tipo de investigación elaborar métodos científicos
completamente nuevos, o bien es posible aplicar, en el ámbito de una teoría feminista,
los métodos científicos tradicionales? Además, ¿impone una teoría tal el abandono, por
ejemplo, de un tipo de estudio como el empírico (...) y su sustitución por un método
exclusivamente biográfico? o ¿es verdaderamente la reflexión sobre la opresión
femenina y la tentativa de traducir esta reflexión a la lucha política lo único que puede
legitimarse como búsqueda feminista?”8
Si bien todavía es muy pronto para afirmar que el uso de la categoría género modificará
sustancialmente el tipo de investigación y reflexión política, lo cierto es que esta
perspectiva de análisis forma parte ya de la historia contemporánea de la revolución más
larga, como ha sido llamada la lucha de las mujeres. Rayna Reiter lo expresó así:
Pasarán fácilmente décadas antes de que la crítica feminista aporte lo que Marx,
Weber, Freud o Levi-Strauss han logrado en sus áreas de investigación... A lo
que nos dirigimos y lo que intentamos es algo deliberadamente menos grandioso
y conscientemente más colectivo. Porque aún somos hijas de los patriarcas de
nuestras respectivas tradiciones intelectuales, también somos hermanas en un
movimiento de mujeres que lucha por definir nuevas formas de proceso social en
la investigación y en la acción”. Un trabajo de investigación más recíproco y
comprometido que servirá “para apoyar e informar a un contexto social desde el
cual se procederá a desmantelar las estructuras de la desigualdad”9.
6 Orlandina de Oliveira y Liliana Gómez, “Subordinación y Resistencia Femeninas. Notas de lectura”, en
O. de Oliveira (coord..), Trabajo, Poder y Sexualidad, El Colegio de México, 1985, pp. 44-45. 7 Con esta perspectiva ahora podemos entender la famosa expresión de Tales de Mileto: “Hay tres cosas
por las que doy gracias al destino; en primer lugar, haber nacido hombre y no animal, en segundo, haber
nacido hombre y no mujer, en tercer lugar, haber nacido griego no bárbaro”. En el mismo sentido
podemos interpretar la manera abrupta como Sócrates se despidió de su esposa Jantipa, expresando el
deseo de morir entre sus compañeros varones: como una dramática indicación del abismo, insalvable para
los antiguos, entre el mundo del ciudadano y el de los otros, entre esos, las mujeres. 8 Bonacchi, op. cit., pp. 132-133
9 Reiter citada por Lamas, op. cit., pp. 197-198.
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7
De cualquier modo, uno de los espacios abarcados por la resistencia femenina es
justamente el del conocimiento logrado por el estudio y la investigación feminista, de
tal impacto que ha sido definido como una „revolución pasiva‟10
. De esta manera, el
feminismo ha logrado abrir el debate y producir conocimiento sobre diversos temas
cruciales para transformar la condición de la mujer: la vida cotidiana, la división sexual
del trabajo, la sexualidad, las formas de hacer política y de ejercicio del poder. Desde
esta óptica, los nuevos saberes, que desenmascaran las visiones dominantes, constituyen
una forma de resistencia que abre posibilidades de modificación de las relaciones de
poder.
10
Teresita De Barbieri citada por Oliveira y Gómez, op. cit., p. 44.
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UTOPÍA vs CIENCIA
LOS ORÍGENES DEL FEMINISMO SOCIALISTA
Estas notas pretenden resumir lo que estimo son las líneas fundamentales de la
revaloración que han realizado las teóricas feministas contemporáneas de la vida y la
obra de los/as precursores/as del socialismo, en un esfuerzo interpretativo
multidisciplinario que, al tiempo que replantea un determinado tipo de pensamiento,
pone en entredicho la validez de una tradición –método y praxis- que ha hecho de cierta
concepción científica el deux ex machina del cambio social.
En esta perspectiva desmistificadora que representa el feminismo, nos queda por
discernir el lugar de la utopía ahora cuando nuestros desconsolados días organizan la
esperanza.
Socialismo, crítica de la sociedad industrial
En sentido lato, se pueden adscribir al socialismo todas aquellas teorías políticas que
privilegian el momento social sobre el momento individual, siendo el socialismo desde
el punto de vista lexical, el opuesto de individualismo. En tal sentido, es sinónimo de
comunismo, cuando el acento va puesto en lo común, en contraposición a lo privado
con referencia a la propiedad sobre los medios de producción.
Desde esta perspectiva, si bien podemos encontrar al menos desde los albores de la
civilización occidental construcciones filosóficas y modelos ideas de estilos de vida que
informan de los propósitos e intenciones socialistas y comunistas de sus autores, se trató
en la mayoría de los casos de voces aisladas con poca o ninguna incidencia sobre la
realidad.11
En lo que ahora nos interesa, el socialismo como movimiento y como idea, se desarrolla
con y tras la revolución francesa. Desde entonces, comenzó el socialismo a articular por
los más diversos medios, la crítica a las inacabadas aspiraciones revolucionarias de
libertad, igualdad y fraternidad.
Más tarde, en la abundancia de acontecimientos que pueblan el complejo siglo XIX –
con razón llamado “el siglo de las revoluciones”- se destacan, pues, los movimientos
sociales y culturales que encuentran su programa y su justificación en las tradiciones del
pensamiento socialista.12
En un principio, la reflexión de los fundadores de las escuelas socialistas fue suscitada
básicamente por dos consecuencias de la revolución industrial: en primer lugar, la
miseria de los trabajadores y la dureza de la condición obrera: ante el espectáculo de
esta miseria masiva y sobrecogedora, algunos se preguntan si es aceptable un régimen
económico que engendra semejantes consecuencias y acaban poniendo en duda la
competencia y la propiedad privada, postulados sobre los que se basaba la economía
liberal del siglo XIX; en segundo lugar, los precursores del socialismo son alertados por
11
Jean Touchard, Historia de las ideas políticas, 3ª ed., Editorial Tecnos, Madrid, 1969, pp. 210 ss. 12
René Remond, El siglo XIX (1815-1914), 2ª ed., Editorial Vicens-Vives, Barcelona, 1983, pp. 105 ss.
9
9
la frecuencia de las crisis periódicas que interrumpían bruscamente el desarrollo de la
economía. Así, pues, en los comienzos del socialismo existe una doble protesta: de
rebelión moral contra las consecuencias sociales y de indignación racional por la
carencia provocada por las crisis.
Las teorías socialistas, dado que se desarrollaron en confrontación con la ascendente
sociedad industrial, recorrieron varias fases en correspondencia con los niveles y las
transformaciones de ésta y distintos también según el grado de industrialización de
nación a nación. Con todo, lo que resulta común a la mayor parte de las variantes de la
idea socialista y presta al concepto de socialismo su aspecto decisivo es la circunstancia
de que se contempla la propiedad privada como el principal obstáculo para el
cumplimiento de la esperanza de desarrollar las inclinaciones humanas (latentes) hacia
una convivencia cooperativa y fraternal.
Específicamente socialista es, pues, la conexión entre el medio, esto es, la abolición de
la propiedad privada y las relaciones de poder que la caracterizan, y el fin, la
instauración de una sociedad libre y a un mismo tiempo armónica.
Ahora bien, como quiera que no es posible definir sin titubeos el concepto de libertad ni
dar una respuesta inequívoca a la cuestión de la forma en que ha de organizarse y
administrarse la nueva sociedad, el socialismo habla con lenguas diversas y en gran
parte contradictorias entre sí; y lo mismo puede decirse de los movimientos socialistas
que, a pesar de la abstracta comunidad de objetivos, con frecuencia se combaten
acremente.
Esta diversidad se empieza a evidenciar con mayor claridad a partir de 1848, cuando, de
su punto de partida crítico, el socialismo pasa a la construcción de un sistema positivo y
propone una política de organización social.
Razón y revolución
Según Hobsbawm, “la sociedad burguesa del tercer cuarto del siglo XIX estuvo segura
de sí misma y orgullosa de sus logros. En ningún campo del esfuerzo humano se dio
esto con mayor intensidad que en el avance del conocimiento, en la ciencia. Los
hombres cultos del período no estaban simplemente orgullosos de su ciencia sino
preparados a subordinarle todas las demás formas de actividad intelectual.13
Desde
entonces, el hablar de ciencia sirvió para afirmar, negar, cuestionar y rechazar el
conocimiento y el razonamiento de otros individuos. Cuando se cuestiona, se dice que
lo cuestionado no está apegado a las normas, o leyes científicas; cuando se rechaza, se
argumenta que falta rigurosidad científica. De igual manera, para identificar a algunos
sujetos y separarlos del resto de la sociedad, se dice que son científicos, hombres de
ciencia, comunidad científica.
También John D. Bernal da cuenta de este fenómeno, y manifiesta que para mediados
del siglo XIX, ocurre en Europa un enorme aumento en el volumen y el prestigio del
trabajo científico. Pero reconoce, sin embargo, que “la ciencia es, por un lado, técnica
ordenada y, por otro, mitología racionalizada”14
13
E. J. Honsbawm, La era del capitalismo, 2ª ed., Editorial Labor, Barcelona, 1981, p. 372. 14
J. D. Bernal, La ciencia en la historia, 8ª ed., Editorial Nueva Imagen, México, 1986, p. 13.
10
10
Y es que no sólo los medios empleados por los científicos están condicionados por los
acontecimientos, sino también lo están las ideas mismas que orientan sus explicaciones
teóricas. La ciencia se encuentra colocada entre la práctica establecida y transmitida por
los hombres que trabajan por su sustento, las normas, ideologías y tradiciones que
aseguran la continuidad de la sociedad, y los derechos y privilegios de las clases y
grupos socio-culturales que la gobiernan. El socialismo, como movimiento y como
idea, no escapó a esta circunstancia.
En efecto, hace más de un siglo que, respondiendo a la necesidad de transformar la
sociedad burguesa y sustituirla por otra que los reformadores o revolucionarios desde
tiempos lejanos llaman socialista o comunista, se inició el recorrido del camino que
habría de conducir del socialismo que Marx y Engels denominaron utópico, al que ellos,
y particularmente Engels, dieron el nombre de socialismo científico.15
Desde la publicación por Marx y Engels, en 1848, del Manifiesto del Partido
Comunista, y, por Engels en 1840, del opúsculo denominado Del Socialismo Utópico al
Socialismo Científico, el término socialismo utópico se utiliza generalmente para
describir la primera etapa de la historia del socialismo, el período comprendido entre las
guerras napoleónicas y las revoluciones de 1848. Los desarrollos del socialismo en este
período, por otra parte, se han atribuido tradicionalmente a Claude Henry de Rouvroy,
Conde de Saint-Simon (1760-1825); Francois-Charles Fourier (1772-1837) y Robert
Owen (1771-1858). Pero también son particularmente importantes las ideas
desarrolladas por Mary Wollstonecraft, Flora Tristan y por la socialista sansimoniana
Pauline Roland16
.
Tanto El Manifiesto como el opúsculo de Engels de 1880, designan como utópica la
actitud de imaginar la posibilidad de una transformación social total sin reconocer el
papel revolucionario del proletariado. “Rasgo común – dice Engels- es el no actuar
como representantes de los intereses del proletariado..., no se proponen emancipar
primeramente a una clase determinada sino de golpe, a toda la humanidad.”
Estas “teorías incipientes” de los fundadores del socialismo, “fantasías que hoy parecen
mover a risa” (Engels), son el reflejo tanto de las condiciones económicas poco
desarrolladas de la época como de la incipiente condición de clase. De ahí que, según
Engels, los primeros socialistas pretendieran “sacar de la cabeza la solución de los
problemas sociales”.
A pesar de reconocer los “geniales gérmenes de ideas” que contiene el llamado
socialismo utópico, Engels aconsejaba no “detenernos ni un momento más en este
aspecto, incorporado ya definitivamente al pasado”. Se inicia así el periplo científico
del socialismo. A partir de entonces se definió al socialismo con referencia a la ciencia,
o más exactamente, al método científico, entendiendo éste como un camino preciso para
encontrar la verdad.
De acuerdo con Engels, el socialismo logra convertirse en ciencia gracias a dos
descubrimientos: uno, la concepción materialista de la historia según la cual toda la
historia anterior es la historia de la lucha de clase, y que estas clases sociales son en
todas las épocas fruto de las relaciones de producción y de cambio, es decir de las
15
Cf. C. Marx y F. Engels, Obras escogidas, 2 volúmenes, s.f. 16
Ibidem, p. 30
11
11
relaciones económicas de la época; el otro, la plusvalía como revelación del secreto de
la explotación capitalista. Sólo desde esta perspectiva científica, el socialismo puede
explicar al modo capitalista de producción y, por tanto, destruirlo ideológica y
políticamente. De acuerdo a este criterio, los objetivos del socialismo son entonces:
investigar el proceso histórico-económico del que forzosamente tienen que brotar las
clases y sus conflictos; y descubrir los medios para la solución de ese conflicto en la
situación económica dada.
Así, situado en la realidad, el socialismo es el producto necesario de la lucha entre dos
clases: el proletariado y la burguesía. Desde este entendimiento, el socialismo científico
se basa exclusivamente en el análisis del sistema capitalista y sobre la previsión del
advenimiento de una sociedad basada en la socialización de la propiedad. Para analizar
esta gran empresa es necesario organizar a la clase obrera en una única fuerza de
combate y prepararla para la lucha final, esto es, darle una conciencia de su propia
praxis.
A diferencia de la mayor parte de sus predecesores, Marx y Engels consideraron el
socialismo no como un ideal del que pudiera trazarse un anteproyecto atractivo sino el
producto de las leyes del desarrollo del capitalismo que los economistas clásicos fueron
los primeros en descubrir y tratar de analizar. La revolución proletaria fue concebida
por los fundadores del socialismo científico como resultado de un proceso histórico
objetivo, independiente de la voluntad humana, y el socialismo como la coronación de
un desarrollo progresivo que lentamente habría mejorado “almas y cosas” para un tipo
de sociedad armónica y perfectamente integrada.
El socialismo científico difería del utópico en su insistencia acerca de que la transición
al socialismo era un proceso social objetivo enraizado en la contradicción del
capitalismo que creaba el moderno movimiento obrero. El paso del socialismo como
utopía al socialismo como ciencia, pretendió establecer una diferencia esencial en
cuanto: al modo de concebir la nueva sociedad; los medios para alcanzarla; el agente
histórico fundamental del cambio; los objetivos de la propia transformación social.
Utopía socialista y feminismo
En el pensamiento que genéricamente se define como utópico, como “premarxista o
protosocialista”17
, confluyeron, para conjugarse o para chocar, las instancias más
diversas, que tenían en distintas fuentes su origen: en el Siglo de las Luces, en las
premisas políticas proporcionadas por la Revolución Francesa, en la economía política
clásica, en las conquistas de la ciencia con sus consiguientes aplicaciones a la industria,
en las propias conmociones internas de la Iglesia y, sobre todo, en las condiciones
sociales de las enormes masas de pobres del hemisferio occidental.
Aunque, la mayoría de las veces, escindido y sin coordinar en un sistema homogéneo,
este movimiento de ideas representó un movimiento de ruptura revolucionaria que
propone nuevos criterios para la valoración de la sociedad.
17
G. M: Bravo, Historia del socialismo, 1789- 1848, Editorial Ariel, Barcelona, 1976, p. 9.
12
12
Pese a sus altibajos conceptuales y metodológicos y al valor muy diferenciado de cada
uno de los autores, los socialistas utópicos quisieron resolver las grandes cuestiones
sociales que afectaban a la organización del trabajo y a los trabajadores. Precisamente
esto les llevó a ocuparse de la economía, de la fábrica, de las condiciones productivas de
la sociedad en la que los trabajadores vivían, actuaban, eran explotados y privados de la
posibilidad de dirigir autónomamente su propia vida, de reproducirse moral, intelectual
y biológicamente.
Así, pues, partiendo del análisis crítico de las condiciones de la sociedad capitalista y,
evidentemente, de la temática prioritaria de la propiedad, fueron múltiples los campos,
los sectores de intervención en los que ellos “demostraron no tanto promover reformas,
como sacar conclusiones”, por lo que “a éstos no se les puede negar el calificativo de
revolucionarios, fuera cual fuera la táctica adoptada para realizarla”18
.
De esta manera, los temas fundamentales en todo el pensamiento utópico fueron: el
problema de la igualdad, a partir del cual los utópicos rechazaron la exaltación de la
libertad abstracta tal y como la concebía el liberalismo; la educación, los socialistas
utópicos se presentaron ante todo como educadores para la preparación de la nueva
sociedad; el internacionalismo, manifiesto en dos dimensiones: la paz y el
internacionalismo proletario; y la liberación del mundo del trabajo y de los trabajadores
y, dentro de este marco, la emancipación femenina.
Al respecto apunta Bravo, “sobre este último tema (el de la emancipación de la mujer),
se observa que todos los pensadores eran sumamente abiertos. Incluso algunos fueron
decididamente feministas, elaborando escritos sobre el asunto”19
. Hoy, el movimiento
feminista ha empezado la recuperación de las ideas y esperanzas de los/as primeros/as
socialistas.20
Este replanteamiento del feminismo contemporáneo toma como punto de
partida justamente un aspecto de la elaboración de aquel proyecto socialista pre-
científico que difiere sustancialmente del socialismo „científico‟, esto es, el problema de
la emancipación de las mujeres.
Mientras que la visión de una existencia familiar y sexual reorganizada ocupó un lugar
central en el pensamiento socialista utópico, en el llamado „científico‟ se vio cada vez
más relegada a un último término de la agenda del cambio, cuya atención principal se
centró en una revolución de las estructuras que, se pensó, liberaría automáticamente a
toda la clase obrera, incluidos hombres y mujeres por igual.
El socialismo „científico‟ enfocó de manera totalmente distinta las relaciones de
género/clase, dando como resultado que el androcentrismo fuera reducido a una relación
burguesa de propiedad, sustrayéndolo de este modo de la lucha de clases.21
Con el paso del socialismo como utopía al socialismo como ciencia –cuando el anterior
sueño de emancipación de toda la humanidad fue desplazado por la lucha de una sola
clase- las mujeres y sus intereses fueron arrinconados básicamente a partir de dos
18
Ibidem, p. 12 19
Ibidem, p. 30 20
El desarrollo de este planteamiento pertenece a Bárbara Taylor: “Feminismo Socialista: Utópico o
Científico”, en 21
Cf. F. Engels, El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado, Editorial Progreso, Moscú,
s. f.
13
13
maneras: por una parte, el cambio estratégico por la lucha proletaria significó la
marginación política de todos aquellos que científicamente hablando no eran
proletarios; así la insistencia del socialismo científico apretó la red hasta el punto que
sólo una minoría de mujeres fueron atraídas a su interior. Por otra, este constreñimiento
de la lucha socialista marginó a toda una serie de asuntos fuera de los límites de la
política revolucionaria. Dado que lo que estaba en juego era la reformulación de las
relaciones productivas, todas las cuestiones relacionadas con la reproducción, el
matrimonio o la existencia personal dejaron de ser problemas centrales de estrategia
revolucionaria para convertirse en cuestiones meramente privadas.
Por el contrario, ¿por qué la lucha contra la opresión sexual fue parte fundamental de la
estrategia del socialismo utópico? Sucede que para la mayoría de sus seguidores, el
capitalismo no era sencillamente un orden económico dominado por una división única
basada en las clases, sino un gran campo donde se enfrentaban múltiples antagonismos
y contradicciones, cada uno de los cuales vivía tanto en el corazón y en la mente de
mujeres y hombres, así como en sus circunstancias materiales.
Desde esta perspectiva, la crítica del socialismo utópico se desenvuelve entre un análisis
económico de la explotación de la clase obrera, una condena al moral individualismo
egoísta y una explicación psicológica de los impulsos disociales, que se gestaban, no
sólo en las fábricas y en los talleres sino también en las escuelas, las iglesias y, sobre
todo, en el hogar. Para los socialistas utópicos, el “sistema competitivo” se apuntalaba
en hábitos de dominio y subordinación formados en los ámbitos más íntimos de la vida
humana.
Con todo y que los/las „protosocialistas‟ no pudieron identificar la raíz de la
subordinación y la emancipación de la mujer, el feminismo socialista reivindica la
fundamental unidad y profundidad de este cuerpo teórico en cuanto al tratamiento que
dio a la cuestión de la emancipación de las mujeres, proporcionando una alternativa de
sociedad que liga la situación de opresión de la mujer con su situación en el trabajo, en
el hogar, en la iglesia, sin dejar de articular su transformación específica a las luchas y
objetivos de los demás trabajadores. De ahí que, contra la tradición de considerar al
socialismo utópico como una curiosidad en la historia del pensamiento social y político,
el movimiento feminista contemporáneo haya renovado y enriquecido nuestra visión de
los orígenes del socialismo.
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14
PARTIDOS POLÍTICOS O LAS TRAMPAS DEL SEXO
Cuando el ejecutivo del partido afirma algo,
yo nunca me atrevería a no creerle, pues como
fiel miembro del partido es válido para mi el viejo lema:
Credo Quia Absurdum (lo creo precisamente porque es absurdo).
Rosa Luxemburg en un congreso socialdemócrata (1911)
Introducción
Se ha dicho, con razón, que “la historia del capitalismo es una historia de
transformaciones que califican no sólo las modificaciones internas del grupo dominante
en su relación con la economía...., sino también la articulación de este proceso de
“etapas” del capitalismo con la asimismo cambiante presencia de las clases
subalternas”. De esta manera, “analíticamente, cada fase supone... modificaciones en el
patrón de acumulación pero también en el patrón de hegemonía”22
. La extensión de los
derechos de ciudadanía a las mujeres no podría ser explicada fuera de estas premisas.
En efecto, la incorporación institucional de las mujeres al mundo público tuvo lugar en
medio de intensas luchas sociales, desde las últimas décadas del siglo XIX, como parte
de un conjunto muy complejo de cambios en el modelo de dominación política en las
sociedades occidentales. Las manifestaciones de esta transformación de las funciones y
estructura del Estado y los arreglos correspondientes, variaron de acuerdo a las
especificidades de cada región y país.
Se pusieron en marcha modalidades de gestión y procesamiento de conflictos
aparentemente contradictorios entre sí. Si, por un lado, tuvo lugar una “difusión de lo
político” (Wolin) que abrió paso a un relativo proceso de pluralización de la sociedad
civil, por otro, se fortaleció la burocratización y centralización del sistema político y de
los órganos encargados de tramitar las demandas y conflictos sociales.
Las luchas de las mujeres occidentales por el derecho a la educación, al divorcio, a la
patria potestad, a la maternidad voluntaria, a la jornada de ocho horas, a igual salario
por igual trabajo, a la creación cultural, de alguna manera expresan el paulatino
desplazamiento de lo público a otros espacios que antes eran considerados
eminentemente privados.
Novedosos movimientos sociales –típicos de los primeros años del siglo XX- se
convirtieron en espacios de “socialización de la política” (Ingrao), que lograron
promover importantes acciones contrahegemónicas, en los que las mujeres, además,
22
Juan C. Portantiero, Los usos de Gramsci, Folio Ediciones, México, 1981,p. 16
15
15
tuvieron un gran protagonismo. Castells señala, por ejemplo, que todos los informes
sobre los movimientos inquilinarios, tan comunes en los países occidentales, convergen
en un punto preciso: ser una lucha basada fundamentalmente en la iniciativa de las
mujeres. Y añade: “ las mujeres eran los actores, no los sujetos de la protesta.
Reclamaban el derecho a vivir para sus familias y eran los agentes de una protesta
orientada hacia el consumo, como continuación de su papel de agentes consumidores
dentro de la familia, aún cuando al mismo tiempo fueron obreras. En sus exigencias, no
abordaban la cuestión de la desigualdad basada en el sexo. Sin duda, el propio proceso
transformó la percepción de las mujeres sobre sí mismas, así como su papel en la
comunidad”23
.
Otro tanto ocurre con el movimiento sufragista, al que hay que entender dentro de un
contexto de crítica más profunda a otros aspectos de la sociedad que ponían limitaciones
a la participación de las mujeres. El tema del voto, además, constituyó un medio de unir
a mujeres de opiniones políticas muy diferentes, aunque esta unidad siempre estuvo
marcada por serios desencuentros.24
Mientras tanto, otros procesos ocurren a nivel del sistema político estatal. Así el
partido de masas se convierte en factor determinante, en una organización
deliberadamente construida para alcanzar una meta específica: el poder político, por
medio de un personal político profesional y a tiempo completo.25
Se trata, en fin, del
“típico partido de electores que se plantea la conquista del poder político –por
consiguiente, partido de adultos y adultos del sexo fuerte”26
.
En efecto, si bien el ganar el derecho al voto hizo converger la atención de las mujeres
en la política, motivando que “algunas se movieran inmediatamente para sacar partido
viendo que no sólo podían votar sino también competir por los puestos políticos”27
, lo
cierto es que las nuevas modalidades de organización y participación en el sistema, dan
un nuevo carácter al activismo femenino, principalmente en los partidos, que implican
marginación y exclusión de los niveles de toma de decisiones. Desde entonces, en
última instancia, las razones más ondas de la recurrente apatía de las mujeres para
continuar la lucha por sus derechos parecen radicar aquí.
En este sentido, es revelador lo ocurrido en el seno del Partido Socialdemócrata Alemán
(SPD), cuando esta agrupación amplía su proyecto político nacional: “En 1908, cuando
la afiliación de las mujeres a los partidos políticos fue legalizada en toda Alemania por
primera vez, la dirección del partido aprovechó la oportunidad para integrar al
movimiento de las mujeres en el partido y reemplazar a (Clara) Zetkin por la menos
radical Luise Zietz… (1865-1922)…, quien era de origen proletario. No era una
intelectual como Zetkin y carecía de su talento para la síntesis teórica. Ante todo, Zietz
23 Manuel Castells, La ciudad y las masas. Sociología de los movimientos sociales urbanos, Alianza
Editorial, Madrid, 1986, p. 67. 24
Cf. Richard Evans, Las feministas. Los movimientos de emancipación de la mujer en Europa,
América y Australia, 1840-1920; Siglo XXI Editores, 1980. 25
Cf. Max Weber, Economía y Sociedad. Esbozo de sociología comprensiva; 7ª reimpr., FCE, México,
1984, especialmente: IX. La institución estatal racional y los partidos políticos y parlamentos modernos
(Sociología del Estado). 26
Madeleine Roberioux, “El socialismo francés de 1871 a 1914”, en VV AA, Historia General del
Socialismo 2. De 1875 a 1918; Editorial Destino, Barcelona, 1979, p. 281. 27
Elsa M. Chaney, Supermadre. La mujer dentro de la política en América Latina, FCE, México, 1983,
p. 281.
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16
fue una proselitista. Siempre de viaje, buscando apoyos y reclutando nuevas socias en
todo el país, representaba el nuevo tipo de dirección burocrática que estaba
reemplazando al viejo tipo de carisma de mujeres como Zetkin en todo el SPD. Bajo la
dirección de Zietz, el movimiento de mujeres del SPD alcanzó la cifra de casi 175,000
afiliadas en 1914. Además de esto, sus agitadoras tomaron parte activa en la
sindicación de las mujeres trabajadoras, consiguiendo un total de casi 216.000 mujeres
sindicadas inmediatamente antes del estallido de la primera guerra mundial”28
.
Género y formas modernas de dominación
La batalla de las sufragistas –una especie de fase fundacional de las luchas políticas del
movimiento de mujeres occidentales- tuvo lugar en el seno de un sistema tradicional de
partidos, típico de sociedades caracterizadas por niveles bajos de movilización y
participación políticas, donde prevalecía el partido de notables (“partidos de patronaje”,
como también les llamó Weber), esto es, una especie de asociación constituida
esencialmente por elites poseedoras, en una situación de competición electoral
restringida y muy patrimonial.29
En este ambiente llama la atención cómo las propias mujeres – a veces con el apoyo de
algunos „notables‟- lograron generar asociaciones y clubes autónomos de carácter social
y político, aunque muy semejantes a los partidos tradicionales, en cuanto a su estructura
interna y a los mecanismos para designar la representación. Estos esfuerzos por darse
una estructura organizativa autónoma afirman el papel de la mujer en la sociedad y
logran abrir brechas en el sistema de dominación imperante, introduciendo –aunque no
todo el tiempo con éxito- sus reivindicaciones específicas.
Sin embargo, cuando esto ocurre, cuando al fin se reconocen jurídicamente los derechos
políticos de las mujeres, el ejercicio real de la ciudadanía tiene lugar en una nueva fase
de reconstrucción hegemónica capitalista, que modifica de raíz los presupuestos de la
acción política, tanto de las elites dominantes como la de los grupos sociales
subalternos.
Es así como los nuevos mecanismos institucionales de distribución del poder implicaron
un desplazamiento a favor de las fuerzas organizadas de la economía y de la sociedad.
Lo importante aquí es que el nuevo modelo institucional (corporativo según Ch. Maier),
“buscaba menos el consenso a través de la aprobación ocasional de las masas, que por
medio de una negociación continuada (continued bargaining) entre intereses
organizados”30
.
En las nuevas condiciones, las características personales continuaron siendo importantes
para determinar las actitudes y los comportamientos hacia la actividad política. Pero
28
Evans, op. cit., pp. 191-192. 29
Weber, op. cit., pp. 107-1117. No obstante, el diverso uso que hace Weber de este concepto, en su
tipoogía de la dominación el patrimonialismo es una de las formas de la dominación tradicional que
contribuye u obstaculiza el surgimiento y la consolidación del Estado moderno. Cf. Gina Zabludovsky
Kuper: Patrimonialismo y modernización. Poder y dominación en la sociología del Oriente de Max
Weber, FCE, México, 1993. 30
Citado por Portantiero, op. cit., p. 21.
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17
ahora, una persona o un pequeño grupo dispuestos a emprender cierto tipo de acción
política sólo pueden expresar sus demandas al gobierno a través del sistema de partidos
y el sistema electoral.
Como vemos, esta tendencia organizativa de la democracia moderna implicó, en primer
lugar, a los partidos políticos. No es casual que empiecen a aparecer en los inicios del
siglo XX, los primeros estudios sobre el fenómeno partidista moderno, que centran en la
naturaleza de éstos el principal problema democrático. Así, según Michels y su famosa
ley de hierro de la oligarquía, es inevitable la concentración del poder en la cúpula de
las organizaciones políticas con la pérdida de influencia por parte de los miembros de
base: “la organización es lo que da origen a la dominación de los elegidos sobre los
electores, de los mandatarios sobre los mandantes, de los delegados sobre los
delegadores. Quien dice organización dice oligarquía”31
.
Esta perspectiva crítica permite centrar la atención en los procesos y funciones que
caracterizan a los partidos, por tanto, las líneas internas del conflicto real que
determinan los procesos de decisión: ¿cómo se determina el liderazgo del partido?
¿quién(es) y cómo designa(n) a los candidatos a las elecciones? ¿qué amplitud tiene la
libertad de acción de las personas elegidas? ¿quién(es) decide(n) la formación o el fin
de la coaliciones gubernamentales? ¿cuál es el papel de los/as afiliados/as en la toma de
decisiones? ¿cuál es el papel de los órganos partidistas? ¿cómo son definidos y/o
decididos los temas y problemas prioritarios del partido? ¿cómo cambian estos
procesos según el papel de gobierno o de oposición del partido?
Estos procesos internos, que representan ciertamente un área oscura en la literatura
sobre los partidos, podrían constituir los indicadores más adecuados para medir la
desventajosa posición de las mujeres en esos espacios de poder.
Reberioux cuenta cómo en el Congreso del PSF, en Tours, en 1902, las mujeres
socialistas francesas no lograron que el partido aprobara oficialmente el principio “a
trabajo igual salario igual” ni la propuesta de crear una tribuna femenina en la prensa
socialista. Algunos grupos de mujeres abandonaron el PSF se adhirieron al PSdF, otra
tendencia socialista. Pero también aquí, el problema laboral era considerado, en la
práctica, como algo secundario. “Dada la situación, nadie planteó esta cuestión en el
momento de la unidad... A pesar de la campaña de prensa promovida en 1907 por Brake
y Jaurés en pro del derecho de voto femenino, el partido no se movilizó, y las mujeres
socialistas -¿2,000 en 1912?- no volvieron a plantear iniciativas en ese terreno... ¿Qué
hacían, pues, las mujeres en la SFIO? No tenían ni un escaño en la CAP. No existía
ningún organismo específico en el que pudiesen plantear sus problemas... La SFIO no
ofrecía a las mujeres ni el calor de una buena acogida, ni las motivaciones necesarias
para actuar, ni los medios imprescindibles para su organización militante...32
”.
En 1946, la dirigente peruana Magda Portal escribió una novela –La Trampa-, en la
cual, a través del personaje María de la Luz, describe su propia participación en los
consejos ejecutivos del APRA y sus relaciones con el ejecutivo aprista: “María de la
Luz tiene un puesto importante en el ejecutivo. Pero las reuniones de este organismo
siempre se realizan sin ella. ¿Cómo podrían tener confianza en la discreción
31
Robert Michels, Los partidos políticos. Un estudio sociológico de las tendencias oligárquicas de la
democracia moderna, 2ª ed., vol. 1, Amorrortu Editores, Buenos Aires, 1972, p. 78. 32
M. Reberioux, op. cit., pp. 282-283.
18
18
femenina?... María no es servil... Tiene prejuicios intelectuales. No se lleva bien con las
esposas de los líderes porque se considera mejor que ellas. No se lleva bien con los
líderes del partido porque la presencia de una mujer entre tantos hombres los
escandaliza. Además, siempre sorprenden sus opiniones. Cuando hace su aparición en
el ejecutivo ellos tratan sólo problemas formales. Y cuando está en desacuerdo, la
mayoría de los hombres la refutan. Se encuentra sola. A menudo deja la habitación en
señal de protesta, y entonces todos respiran más a sus anchas”33
.
El caso de la socialista polaca Rosa Luxemburg es, en este sentido, emblemático.34
El
problema de política práctica y teórica, que se planteó esta extraordinaria mujer –
llamada por sus propios camaradas la Viruela Luxemburgo-, y que la llevó a sus
históricas diferencias con V. I. Lenin, fue precisamente la naturaleza del partido político
que a su juicio requería el proletariado.
En 1904, Luxemburg publica el notable y revelador escrito “Problemas organizativos de
la socialdemocracia”, como respuesta al ¿Qué hacer? y a Un paso adelante, dos pasos
atrás, ambos de Lenin. Sin negar la necesidad del centralismo propuesto por el
dirigente ruso, Rosa objetó hacer de esta forma organizativa una virtud hasta convertirla
en un verdadero principio. Y reconoce: “Los socialistas rusos se ven forzados a asumir
la tarea de construir semejante organización sin contar con las garantías que
normalmente existen en una estructura democrática formal. No disponen de la materia
prima que la propia burguesía provee en otros países...”35
.
El costo de esta crítica, sin embargo, fue alto; un aspecto de la vida partidaria de
Luxemburg que no ha sido documentado suficientemente, pero que ayuda a explicar su
desaliento. Se trata del virtual aislamiento –excepto cuando se trataba de explotar su
gran talento- que sufrió por parte de sus camaradas socialdemócratas.
En una carta que envía a Clara Zetkin, en 1907, donde expone sin reservas su
pensamiento sobre Auguste Bebel, viejo dirigente socialista de gran influencia en el
partido, señala: “Después de mi regreso de Rusia me siento apaciblemente sola... Siento
la pusilanimidad y la ordinariedad de todo nuestro Partido de una manera tan áspera y
dolorosa como jamás en el pasado. Pero no me inquieto por estas cosas como tú,
porque ya he comprendido con impresionante claridad que estas cosas y estos hombres
no se pueden cambiar sino hasta que la situación haya mudado enteramente”36
. Y
confiesa con amargura: “Mientras que se trataba de defenderse contra (Eduard)
Bernstein37
... aceptaban nuestra compañía y nuestra ayuda ya que solos se hubieran
33
Citado por Chaney, op. cit., ,p. 159. 34
De acuerdo a la filósofa húngara Agnes Héller, fue la mujer representativa del movimiento socialista;
para Heller, dos palabras -representativa y mujer- deben ser subrayadas. “Rosa Luxemburgo tenía la
destreza de prever futuros peligros en embrión. No sólo le interesaron los peligros aislados, sino todos los
posibles peligros del movimiento socialista analizados y criticados por su incomparable talento... Previó
la coyuntura en la que una acción común para liberar a la gente se convierte en un nuevo lazo de dominio,
ya fuera la formación de un Gabinete, la organización de un partido elitista, la imposición tajante de la
voluntad de ese partido sobre el pueblo, o el apoyo a una guerra. Todo lo que anticipó y advirtió fue
cierto. Y esto no fue casual: además de ser una dirigente en el movimiento socialista, Rosa fue una
estudiosa a la vanguardia de su tiempo...”. “La división emocional del trabajo”, Revista Nexos 31,
México, julio 1980, pp. 33-34. 35
Rosa Luxemburg, Obras escogidas, tomo 1, Editorial Pluma, Bogotá, 1976, p. 147. 36
Citado por Lelio Basso, Rosa Luxemburg, Editorial Nuestro Tiempo, México, 1977, p. 86. 37
Socialdemócrata alemán quien en sus artículos publicados bajo el título “Problemas del socialismo”
(1897-98), sometió a revisión por vez primera los principios básicos del marxismo.
19
19
hecho en los calzones. Pero si se pasa a la ofensiva contra el oportunismo, entonces los
viejos están... contra nosotros”38
.
Años después, en una carta enviada desde la cárcel a Matilde Wurm, con fecha 28 de
diciembre de 1916, dice: “Si sólo me acuerdo de la galería de tus héroes me siento
desmoralizada... Te juro: preferiría pasarme aquí años... más bien que tener que
“luchar”, hablando con tu permiso, con tus héroes, o en general tener que ver con
ellos”39
.
Lelio Basso, político italiano y estudioso de su obra, ha afirmado en torno a la escabrosa
relación de Luxemburg con la dirección política de su partido: “Esta tensión
revolucionaria suya, junto con la inflexibilidad de su carácter, le hicieron
particularmente difícil el aclimatarse a la vida de la socialdemocracia alemana. Entre
los „padres (del SPD)‟, Rosa Luxemburgo con su insólito temperamento para la
concepción alemana, con sus ideales no dispuestos a compromisos, que desempolvaban
los ojos de la rutina, que aclaraban y ampliaban los horizontes, podía suscitar un
sentimiento de extrañeza más que de confianza y de benevolencia”40
.
Vemos, pues, que no todo el tiempo saber es poder.
Género y reformas del Estado en América Latina
Y es que, en general, los partidos políticos no son sólo una articulación de la sociedad,
el conglomerado de personas que voluntaria y libremente se asocian, sino que desde su
formación tienden a asemejarse al Estado. “No sólo porque proponen soluciones
globales, sino porque las conciben en los mismos términos que el Estado, aun cuando
reivindiquen un contenido político distinto al existente; y, sobre todo, porque funcionan
como un Estado en miniatura, porque reproducen en su interior aquellas estructuras de
poder, jerarquía y mandato que las mujeres parecen aborrecer o de las que, al menos,
desconfían en extremo”41
.
Así, en los partidos las mujeres se encuentran confinadas a determinados sectores que
corresponden a su lugar tradicional en ciertas zonas de la sociedad. Como señala
Rossanda: “Le confían a las mujeres un territorio, zonas reconocidas como afines a los
intereses de las mujeres; zonas „liberadas‟ que a menudo chocan con contradicciones,
disciplinas, prioridades del Partido distintas y hasta opuestas, a sus propósitos y
objetivos” 42
. En no pocas ocasiones, las mujeres no tienen el peso que deberían tener
en el interior de los partidos, no tanto porque éstos las rechacen sino porque las propias
mujeres se distancian ya que se sienten ajenas a las “maniobras de facción” que
determinan las luchas por el poder al interior de esas organizaciones políticas; es casi
siempre un hacer política extremadamente competitivo, verticalista y jerarquizado.
38
Lelio Basso, op. cit.,, p. 87. 39
Ibidem, infra. 40
Ibidem, p. 84. 41
Rossana Rossanda, op. cit,,p. 213. 42
Ibidem, p. 217.
20
20
Si bien, durante las últimas cinco décadas la mayoría de los partidos ha gozado de una
participación numerosa de mujeres militantes, su peso, en cambio, ha sido muchísimo
menor. En realidad, no corresponde a la gran base de mujeres que ayuda a sostener la
existencia del partido.
No ha sido suficiente que en algunos países los partidos políticos hayan introducido el
sistema de cuotas, un mecanismo que garantiza que un porcentaje mínimo de mujeres
estén representadas en la dirección del partido y en las listas de candidaturas a puestos
de elección.
En América Latina la situación es más compleja, porque la ampliación de la ciudadanía
tuvo lugar en condiciones mucho más adversas que en la mayoría de los países europeos
y EU. El grueso de la masa de mujeres y hombres que desde la década de los treinta
irrumpió en la política de sus países, estaba formada fundamentalmente por gente del
campo, migrantes rurales en medio de espantosas condiciones de vida. Como señala
Hobsbawm, “era una población sin compromisos previos –ni siquiera compromisos
potenciales- con ninguna versión de política urbana y nacional y mucho menos con
ninguna creencia que pudiera constituir la base de dicha política”43
.
El Cuadro 1 muestra cómo, en un extenso período que parte de 1929 y llega hasta 1983,
las mujeres latinoamericanas y caribeñas logran acceder a los cotos hasta ese momento
cerrados de la política oficial, pero sólo formalmente, se entiende. De hecho, será el
tipo de dominación política que prevalezca en el país el que determinará en buena
medida las realidades de esa incorporación.
En todo caso, cualquier análisis retrospectivo sobre la experiencia política durante estos
largos años, tiene que tomar en cuenta el tremendo atraso cultural –provocado
básicamente por el analfabetismo- de buena parte de la sociedad latinoamericana, lo que
implicó una situación prepolítica de circunstancias extraordinariamente desfavorables
para el éxito de una apertura democrática, particularmente en lo que atañe al activismo
(o pasividad) de las mujeres y sus preferencias políticas.
43
Eric Hobsbawm, “Los campesinos, las migraciones y la política”. En VV AA, América Latina:
Dependencia y Subdesarrollo; EDUCA, San José, 1973, p. 583.
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CUADRO # 1
TIPO DE DOMINACIÓN POLÍTICA Y SUFRAGIO NACIONAL FEMENINO
EN AMÉRICA LATINA Y EL CARIBE
TIPO DE DOMINACIÓN PAÍS AÑO SUFRAGIO FEMENINO
Régimen populista que Ecuador 1929
amplía „desde arriba‟ Brasil 1932
la participación política Guatemala 1945
Venezuela 1947
Argentina 1947
Colombia 1957
Régimen autoritario en Cuba 1933
período de fuerte represión El Salvador 1939
política Rep. Dominicana 1942
Haití 1950
Honduras 1955
Nicaragua 1955
Perú 1955
Paraguay 1961
Régimen liberal de
participación restringida Uruguay 1932
Panamá 1945
Chile 1949
Régimen de transición Costa Rica 1949
después de insurrección Bolivia 1952
popular y/o guerra civil
Régimen de partido único México 1953
Descolonización dentro de Jamaica 1962
la Mancomunidad
Británica Trinidad y Tobago 1962
Barbados 1966
Bahamas 1973
Granada 1974
22
22
Dominica 1978
Santa Lucía 1979
San Vicente y Granadinas 1979
Antigua y Barbuda 1981
Belice 1981
San Cristóbal y Neivis 1983
FUENTES: Elsa M. Chaney, Supermadre. La mujer dentro de la política en América Latina, FCE,
Méxcio, 1983, p. 271.
Pablo González C., coord.., América Latina: Historia de medio siglo. 2 vols., Siglo XXI Editores,
México, 1981.
__________, América Latina en los años treinta, UNAM, México, 1977.
Una encuesta realizada por la Comisión Interamericana de Mujeres de la CEPAL, a la
vez que señala que las mujeres de la región prácticamente se encuentran recién llegada a
la ciudadanía plena, consigna que los porcentajes de participación femenina en
congresos o parlamentos variaban de 0 a 13.3%.44
Y es que si bien la actitud de los dirigentes de partidos políticos hacia la participación
de las mujeres ha ido variando históricamente en función del contexto, de la relación de
los distintos partidos en el poder y de la ideología que sustentan, esos ordenamientos
políticos no han dejado de ser sospechosos para la mayoría de las mujeres.
Teniendo en cuenta la presencia subordinada de las mujeres y de sus demandas en las
estructuras y programas partidarios, así como la preeminencia masculina en las distintas
áreas de la política formal, en nuestros días uno de los temas más polémicos dentro de la
actual reforma del Estado en América Latina y el Caribe es el referente al
establecimiento de cuotas de representación femenina y de medidas de acción
afirmativa en dichas instancias. Las modalidades que buscan aumentar la
representación femenina en los cargos de toma de decisiones políticas y mejorar sus
posibilidades electorales, varían desde las cuotas mínimas de inserción en los niveles de
toma de decisiones en los partidos, pasando por diferentes formas de listas electorales
hasta la modificación de la distribución de las circunscripciones electorales en las que
por lo menos un escaño sea ocupado por una mujer.
Cuando ha surgido, el tema ha generado siempre una fuerte resistencia. Muchos/as de
quienes se oponen a este mecanismo apelan a un supuesto “neutro político”, según el
cual los lugares y puestos de mayor responsabilidad deben ser ocupados por los
“mejores militantes”, independientemente de su adscripción de género. Para un
especialista como Dieter Nohlen, “de existir una cuota legal, las diputadas se sentirían,
finalmente, como diputadas de segunda clase, a lo que, por otra parte, se oponen las
mujeres”.
Por su parte, quienes pugnan por las cuotas y por otras medidas de acción afirmativa –
comúnmente mujeres militantes de partidos políticos- insisten en negar, en contra de la
44
Citado por Blanca I. Solano, “Mujer y Política”, Doble Jornada # 56, 2 de septiembre de 1991,
México, p. 2.
23
23
idea de que los representantes políticos deben atender los postulados generales de los
partidos y no defender intereses particulares de grupo, que el sistema de cuotas y otros
semejantes permitan concebir a las mujeres como una categoría homogénea o como un
grupo con intereses comunes. Afirman la necesidad de reconocer la existencia de
condiciones sociales e históricas diferenciales para el pleno desarrollo político de las
mujeres y la necesidad de superarlas diseñando espacios donde las mujeres puedan
acceder de manera privilegiada para ejercitarse y potenciar su participación en el ámbito
público.
En Panamá, a mediados de 1995, fue publicado un informe de investigación sobre la
participación de la mujer en los partidos políticos, auspiciada por el Centro Pro-
Democracia y el Foro Nacional de Mujeres de Partidos Políticos. De acuerdo a este
estudio, 80% de las personas entrevistadas –hombres y mujeres líderes y miembros
activos de partidos- respondió negativamente a la pregunta de si en los estatutos
partidarios se debería establecer un porcentaje mínimo para mujeres en las posiciones de
liderazgo dentro del mismo.
No obstante esta opinión, llama la atención que el 83% de la muestra en referencia
también haya aceptado la necesidad de tomar medidas –entre ellas, cambios de la
política interna del partido- para que las mujeres inscritas participen más activamente; y
para que, además, una amplia mayoría reconozca que el asignar a las mujeres trabajos
importantes para el partido y nombrarlas de principales en los cargos, y no sólo de
suplentes, son medidas que estimularían la participación femenina en estos órganos de
poder.
Ahora bien, estos datos hablan menos de opiniones definitivas, contradicciones o
despropósitos, y nos sugieren más bien el grado de complejidad de un asunto político
que requiere especial y cuidadoso tratamiento. En otras palabras, la resistencia
mostrada evidencia no sólo la existencia de profundas conductas ideologizadas y
patriarcales el interior de los partidos políticos y un problema de competencias por
ocupar los puestos de poder, sino también el alcance de la discusión teórico-política en
torno al aspecto general del sentido de la representación.
Y es que si bien el debate en torno a las cuotas contempla tanto una concepción de
fondo como una respuesta pragmática a una situación dada, cobra especial sentido en el
momento actual en el que el conjunto de los partidos se encuentra ante la necesidad de
modernizar sus estructuras internas y sus maneras de penetración en la sociedad y de
legitimar sus acciones legislativas y/o gubernamentales.
De aquí que la cuestión acerca del establecimiento de las cuotas de representación
femenina puede no resultar ajena a las instancias de dirección de los partidos, en tanto
se perciba en ellas una forma de atender, cuidar y acercar al electorado femenino, pero
también de alterar la lógica de funcionamiento de los sectores burocráticos y más
arcaicos dentro de los mismos.
Por lo que conocemos de otras experiencias latinoamericanas, es probable que, en lo
que resta de la actual década, esta demanda sea uno de los ejes principales del quehacer
político cotidiano, así como que las condiciones de su resolución dependerán en mucho
del desarrollo de los propios partidos y de su capacidad para dotarse de estructuras
orgánicas y de funcionamiento más modernos.
24
24
Sin embargo, el asunto no sólo atañe a los partidos per se. De manera decisiva tiene
que ver con la praxis política de las propias mujeres partidarias. En este sentido, dos
aspectos parecen definir las actividades políticas que contribuirían a fortalecer esta
vertiente de mujeres, desde los cuales podrían impactar a sus organizaciones, al
movimiento amplio de mujeres y, eventualmente, al Estado mismo. El primero está
ligado al trabajo puntual que deben realizar en el seno de su propia organización política
y con su posible incidencia en los cargos y puestos directivos de los propios partidos.
Aquí, el centro está puesto en la conformación de la agenda partidaria –tratando de que
los temas femeninos ocupen un lugar en las plataformas políticas de los organismos- así
como en la discusión acerca de las cuotas de representación de las mujeres en la propia
estructura y en las listas de candidatos a ocupar cargos de elección popular. El segundo
se refiere a su actividad externa y a la posibilidad de establecer puentes y canales de
acuerdo político con mujeres de otras opciones partidarias y de operar en la arena
legislativa. Acá, el énfasis aparece en el acceso de las demandas y propuestas acerca de
la problemática de las mujeres en la agenda parlamentaria y en la construcción de las
alianzas posibles entre legisladoras de distintos partidos.
Independientemente del resultado final de la lucha por las cuotas u otros mecanismos de
discriminación positiva, lo cierto es que, donde y cuando ha ocurrido, este debate ha
contribuido en gran medida a que núcleos femeninos muy diversos –tanto por sus
orígenes socioeconómicos como por las opciones políticas a las que eventualmente se
pueden sumar-, hayan podido enarbolar un cuerpo de demandas específicas, se hayan
dotado de un discurso propio e incidido en el ámbito público. Todo ello es
imprescindible para el desarrollo de un sistema democrático que garantice tanto la
representación como la participación. Lograrlo es un paso político positivo para
ampliar la participación de las mujeres y para profundizar la cultura democrática.
Las lecciones de la historia
Hoy, el reordenamiento político mundial que ocurre desde finales de la década de los
ochenta, tornan inevitable el replanteo profundo de una problemática tan densa y
compleja como ésta.
En 1911, Robert Michels hacía una advertencia al movimiento socialista: “el problema
del socialismo –decía- no es simplemente un problema de economía... El socialismo es
también un problema de administración, un problema de democracia”45
.
Hoy aquel modelo de construcción del socialismo se ha extinguido y sobre sus ruinas se
levanta, petulante y jactancioso, un nuevo orden mundial de mercado que, entre otras
modalidades, fija en mecanismos democráticos la transacción entre intereses sociales
distintos y/o contradictorios. Los partidos políticos, compitiendo entre sí, vuelven a ser
los principales agentes del proceso de formación de la voluntad política en el Estado y
en la sociedad.
45
Michels, op. cit., vol. 2, p. 173.
25
25
Uno de los interrogantes que con mayor urgencia se plantea es el de si la
democratización del Estado podrá realizarse sin que se produzca también un proceso de
transformación social. Esta es una cuestión decisiva en la relación de las mujeres y la
política.
Agnes Héller señaló una vez que “con frecuencia, las mujeres se parecen a las personas
que no pueden dormir y se voltean a un lado y otro en lugar de darse cuenta que la causa
de su insomnio es una ansiedad interna que no puede eliminarse con simples cambios de
posición”46
. Esta afirmación sugiere algunos indicios sobre los términos y condiciones
de una participación política femenina que sólo se plantee en clave cuantitativa y deje
tal como está el sistema de partidos y los vínculos actuales entre la sociedad civil y el
Estado.
Como es fácil suponer, todo esto queda subordinado al desarrollo de las luchas sociales.
Si bien esto último dista de estar garantizado, hoy son muchas las mujeres que luchan
denodadamente para hacerlo posible.
46
Héller, op. cit., p. 37
26
26
DEMOCRACIA Y POLÍTICA DE GÉNERO
En el bicentenario de la Revolución Francesa
“¡Oh!, mi pobre sexo... Oh, mujeres que nada obtuvieron de la revolución!”47
. A esa
amarga conclusión arribó Olympe de Gouge –autora, en 1791, de la primera y nunca
aprobada Declaración de los Derechos de la Mujer- poco antes de ser guillotinada, en
1793.
Y es que, desde entonces, las mujeres parecen marginadas de la herencia política de la
Revolución Francesa. Si bien participaron con furia y pasión entre las enardecidas
multitudes parisinas que se volcaron a las calles y se tomaron La Bastilla, más tarde, los
Estados Generales premiaron, sobre novecientos certificados de mérito por aquella
acción heroica que cambió la relación entre pueblo y poder, sólo a una mujer.48
Pero la efervescencia revolucionaria siguió, y así las mujeres se lanzaron tras la
Declaración de los Derechos y las sublevaciones por el pan y el jabón; Luis XVI escapó
a Versalles y, en París, ante los hombres inseguros y vacilantes, una mujer arengó a la
muchedumbre el 5 de octubre, y propuso a otras ir en busca del rey. Y marcharon sobre
Versalles: lavanderas, madres de familia, prostitutas. “Son los hombres los que han
tomado La Bastilla, pero son mujeres las que han puesto la monarquía en manos de
París”, dirá Michelet.
En efecto, en 1789, la Revolución Francesa, como todas las grandes rupturas históricas,
provocó la participación masiva de las mujeres. Aunque fueron pocas las que
alcanzaron cierto protagonismo durante los acontecimientos revolucionarios, las
mujeres participaron en gran número en el movimiento general de la revolución y su
acción apenas si puede distinguirse de la de los varones durante la marcha a Versalles, o
en las jornadas de octubre de 1789, o en las grandes manifestaciones del 4 y 5 de
septiembre de 1793.49
La presencia femenina en la revolución no fue unívoca, de un solo lado; ellas también
estuvieron apasionadamente divididas entre las diversas facciones en pugna. Por una
parte, encontramos a las „damas de buena sociedad‟, educadas en el ambiente culto y
desenvuelto del siglo XVIII, la mayoría de ellas estuvo limitada al papel de anfitrionas
de una nueva generación de políticos que aún tenía en los salones su principal lugar de
encuentro. Así, las cultas girondinas –herederas de la Ilustración- fueron las primeras
en la historia política moderna en invocar la igualdad entre mujeres y sociedad política,
ligando a la revolución la conciencia democrática contra la intolerancia y la represión
del Terror.50
47
Citado por Linda Kelly, Las mujeres de la Revolución Francesa, Javier Vergara Editor, Buenos
Aires, 1989, p. 9. 48
Ibidem, p. 41. 49
Albert Soboul, Comprender la Revolución Francesa, Editorial Crítica, Barcelona, 1983, p. 238. 50
Cf. Kelly, op. cit.
27
27
Sin duda, la presencia de las mujeres fue más contundente cuando estuvo en juego la
cuestión de las subsistencias. Mujeres consumidoras, madres de familia y amas de casa
fueron las mujeres sans-culottes –tal vez más que los hombres- las que unieron el terror
a las subsistencias.51
“Mientras los comerciantes egoístas, los exfuncionarios, los ricos,
etc., no sean guillotinados y expulsados en bloque, nada irá bien”, escribirá una de ellas;
y otra coincide: “Nada irá bien a menos que se instalen guillotinas permanentes en todas
las esquinas de París”52
Un observador de la época señalaba: “Mujeres del pueblo hambriento y mujeres de
cerebro se encuentran en París entre 1792 y 1793. Clubes de mujeres revolucionarias,
de sociedades plebeyas que admiten a los nobles en sus sesiones, damas que recogen
fondos para el ejército jacobino, apologistas de la guillotina –las ciudadanas tricoteuses
que llevaban a cabo su propia revolución paralelamente a sus maridos, con violencia y
rara voluntad”53
.
Cuando en 1793, la Asamblea decidió proclamar el sufragio, consideró obvia la
exclusión de las mujeres y los siervos. Y ese mismo año caen las primeras cabezas
femeninas, las conservadoras, pero también rodarán las de aquellas que se han alineado
fervorosamente con la revolución.
O son aplastadas de otra forma. A veces, hasta por otras mujeres. En efecto, el Terror
trató a las mujeres como a un basto segundo sexo, del que solicitaban únicamente
delaciones e intrigas. Así, al perder la batalla con Robespierre, corrieron la misma
suerte que los hombres a los que habían ayudado a encumbrar. “¡Ah, libertad, cuántos
crímenes se cometen en tu nombre!”, exclamará en su camino al patíbulo Madame
Roland, de quien se ha dicho la “cabeza mejor organizada del pensamiento
revolucionario”54
.
“Las mujeres tienen el derecho de subir al patíbulo y también tienen el derecho de subir
al estrado”, afirmaba la Declaración de los Derechos de la Mujer, escrita por Olympe de
Gouge. Y se cumplió..., sólo que parcialmente. Mientras en los doce meses del Terror,
la guillotina decapitó, sólo en París, a 374 mujeres –la mayoría de ellas eran nobles e
intelectuales, 100 obreras, 28 criadas y 28 monjas55
-, después de las jornadas de prarial
(mayo de 1795), la Convención prohibió a las mujeres “asistir a las asambleas políticas”
y les ordenó que “se retiraran a sus domicilios bajo orden de arresto de aquellas que se
encuentran reunidas en grupos de más de cinco”56
.
De esta manera fue como las mujeres francesas, las revolucionarias y las conservadoras
sin excepción, fueron devueltas a su papel “natural y legítimo” en el seno del círculo
familiar. La estructura de las relaciones con el poder público cambió en el ámbito
masculino, no así en el de las mujeres. La revolución –que ni siquiera en sus momentos
de auge les otorgó derechos civiles y políticos- coronaba así la condición subordinada
de la mitad de la población de Francia.
51
Albert Soboul, Los sans-culottes. Movimiento popular y gobierno revolucionario., Alianza
Universidad, Madrid,1987. 52
Soboul, Comprender..., op. cit., p. 240. 53
Citado por Soboul, ibidem, p. 55 54
Kelly, op. cit., p. 55. 55
María A. Macchiocchi, “Gloriosas brujas”, Crónicas de la Revolución 1789-1989, Revista El País
Semanal # 636, domingo 18 de junio de 1989, p. 10. 56
Citado por Soboul, Comprender..., op. cit.p. 242.
28
28
Así terminó para ellas aquel intento de “asaltar el cielo”. Un episodio monumental de la
revolución más larga había concluido.
La democracia y nosotras
Es indiscutible que cada vez que se produce en un país una rebelión de las masas contra
la opresión o a favor de una transformación radical, las mujeres están presentes. A
partir de este reconocimiento comienzan los problemas. ¿Qué sucede con las mujeres
después del triunfo? ¿Qué sitio encuentran aquellas necesidades específicas de libertad
que ellas defendieron, a veces hasta con su vida?
El dilema no es reciente. Como quedó señalado, lo inauguró en la modernidad la
Revolución Francesa después de las jornadas de prarial (mayo de 1795). Casi un siglo
después, en 1892, y ya por nuestras tierras, Simón Bolívar escribió a María Antonia, su
hermana favorita, previniéndola enérgicamente contra los peligros del mundo público:
“Te aconsejo que no te mezcles en los negocios políticos ni se adhieras ni opongas a
ningún partido. Deja marchar la opinión y las cosas aunque las creas contrarias a tu
modo de pensar. Una mujer debe ser neutral en los negocios públicos. Su familia y sus
deberes domésticos son sus primeras obligaciones”57
. Muy atrás quedó la intensa y
masiva incorporación de las mujeres en aquellos conflictos. Después, ya sabemos que
ocurrió.
Y es que es muy común a la hora de analizar la participación política femenina,
privilegiar el punto de vista cuantitativo: cuántas votan, cuántas son electas, cuántas
desempeñan cargos públicos, etc. En esta contabilidad social, los resultados asustan al
revelar que , por ejemplo, los procesos democratizadores muy poco tienen que ver con
la incorporación de las mujeres.
Ahora bien, si pasamos la cuestión de la participación femenina por el tamiz del
cuestionamiento a la forma de hacer política, a los estilos, el asunto empeora, porque
¿qué avance real puede significar una participación que no intenta modificar ni las
concepciones ni la praxis sexista que permean ese ámbito del mundo público?
De esta manera, cada vez más advertimos, no sin tristeza y desaliento, cuánto ha
cambiado algo profundo, secular, en el modo de concebir la situación de la mujer en la
sociedad y, a la vez, cómo las instituciones no logran expresar esa transformación.
Quizá porque enfrentar los problemas de la igualdad real de género entraña enfrentar
problemas de fondo acerca de la organización de la sociedad en general.
En todo caso, a pesar de la visión desencantada que provee la política en nuestros días
es posible mantener todavía alguna confianza en las potencialidades de los sujetos
sociales para transformar los conservadores estilos políticos predominantes. Para
intentarlo parece imprescindible discutir públicamente estas deficiencias vía la
recuperación de la memoria colectiva de la participación de las mujeres en movimientos
57
Citado por Evelyn Cherpak, “La participación de las mujeres en el movimiento de la Gran Colombia,
1780-1830”, en Asunción Lavrin, comp., Las mujeres latinoamericanas. Perspectivas históricas,
Fondo de Cultura Económica, México, 1985, p. 268.
29
29
laborales, políticos y sociales. Como dice María C. Feijoó, la memoria colectiva jugaría
aquí un papel relevante que podría animar a las mujeres a acometer nuevas acciones al
rescatar experiencias semiolvidadas, lo que permitiría un reconocimiento de actividades
pasadas y, por tanto otra vez, posibles58
.
Hoy, pues, no es suficiente reivindicar acríticamente ni la participación vista solamente
con la lente cuantitativa ni el mito del igualitarismo jurídico. Pasar por alto cómo las
instituciones democráticas –especialmente, los partidos políticos- reproducen en su
interior aquellas estructuras sexistas de poder, jerarquía, distribución de funciones y
mandatos, es ser cómplice del machismo y de la discriminación. A estas alturas parece
obvio señalar que tales actitudes y prácticas no son privativas de los varones. De
cualquier modo, es un complejo dilema que los procesos democráticos agudizan, pero
que, paradójicamente, sólo con ellos será posible resolver.
58
María C. Feijoo, Mujer y Política en América Latina: el estado del arte. Ponencia presentada en el
Taller sobre desigualdad social y jerarquía de género en América Latina, Perú, junio de 1985, p. 29
30
30
MUJERES EN ARMAS... O LOS PELIGROS DE TOCAR EL CIELO CON
BAYONETAS
Hace algún tiempo, el sociólogo Edelberto Torres R., constataba que en Centroamérica
“pareciera que por boca del fusil sólo pudiera proclamarse el socialismo”. Una rápida
ojeada a la cotidianidad mesoamericana reflejada en las noticias que continuamente
aparecen sobre la región confirmarían el aserto.
En todo caso, a partir del triunfo sandinista en 1979, pareció abrirse toda una época de
grandes transformaciones en las tradicionales relaciones de poder en algunos países
centroamericanos.
Aunque no ha ocurrido así, lo cierto es que sí ha habido una considerable renovación de
los sujetos populares en medio de la compleja trama que articula nuevos elementos
ideológico-políticos con nuevas formas de organización de la protesta social.
En Centroamérica el movimiento de mujeres es uno de estos nuevos sectores que
generalmente aparece vinculado a la problemática global de los sectores populares.
Diversas agrupaciones femeninas han integrado su lucha y reivindicaciones a las
acciones colectivas de las clases explotadas que buscan producir un nuevo tipo de
sociedad, convirtiendo así al movimiento de mujeres en un componente vital de la
dinámica revolucionaria.
Desde esta perspectiva, a las mujeres se las puede encontrar en el fragor del combate,
formando parte de los grupos de resistencia, actuando como agitadoras y propagandistas
tanto en las luchas callejeras como en las tareas de apoyo “típicamente femeninas”:
como correos clandestinos, en las cocinas de los diferentes frentes, en el ocultamiento y
traslado de armas, en el cuidado de enfermos, en huelgas de hambre, el cuidado de casas
de seguridad, abastecimiento de alimentos y medicinas, etc.
Por su origen, desarrollo y situación, el movimiento de mujeres centroamericano
responde, en buena parte, a la dinámica que los otros movimientos han tenido en la
región, esto es, para decirlo con palabras de Torres Rivas, “la sustitución de la forma
partido por la de movimiento, solución final de la estructura política a las urgencias de
la lucha militar”. Por ahora, quizá sea ésta la cuestión clave que permita elucidar el
rumbo del movimiento en el marco global de las transformaciones ocurridas.
Si bien el fenómeno de las mujeres en armas no es nuevo en América Latina
–los estudios de la mujer están rescatando paulatinamente las formas que asume este
tipo de participación muy propio de los períodos de gran crisis social59
-, lo cierto es que
hasta ahora el caso centroamericano desborda los precedentes mejor conocidos, tanto
por el carácter masivo de la participación como por su profundo contenido
contracultural.
59
Cf. Luis Vitale, La mitad invisible de la historia. El protagonismo social de la mujer latinoamericana,
Sudamericana/Planeta Editores, Buenos Aires, 1987; Gloria Ardaya, “La mujer en la lucha del pueblo
boliviano”, Revista Nueva Sociedad # 65, marzo-abril 1983, pp. 112-126; Margaret Randall, Todas
estamos despiertas. Testimonios de la mujer nicaragüense hoy, Siglo XXI Editores, México, 1980.
31
31
No es extraño, pues, que el triunfo de la revolución sandinista generara un amplio
sistema de participación política de la mujer y también mayores oportunidades para
participar en otros aspectos de la vida cotidiana. Pero a medida que se agudizó el
hostigamiento norteamericano fue casi simultánea la marginación de las
reivindicaciones, tanto generales como específicas, de las mujeres. En este sentido, el
FSLN planteaba, rotundo, en 1983: “Si tenemos que escoger entre la discusión sobre las
mujeres y el problema de la agresión externa, debemos discutir el problema de la
agresión”60
.
El recrudecimiento de la situación general de guerra que vive el área desde entonces, ha
tenido consecuencias y modalidades diversas para cada uno de los países de la región.
Sin embargo, son comunes en ellos los ingentes gastos militares, el asesinato, la tortura
y secuestro de la población civil, el fenómeno de los desplazados y de huérfanos de
guerra. La economía de guerra en función de la subsistencia tiene entre mujeres,
infantes y ancianos/as, sus principales víctimas.
En Centroamérica el armamentismo ha provocado el congelamiento cuantitativo y el
deterioro cualitativo de los servicios de salud, educación, alimentación, transporte, etc.
Notamos también cómo, a pesar de los ingentes esfuerzos nicaragüenses por continuar
invirtiendo en los rubros sociales más cruciales, sus dirigentes no pueden evitar la
concentración de recursos en seguridad interior y en defensa nacional, lo que devora
más del 40% del presupuesto, llevándose también más de la mitad de lo que el país
produce.61
Esta ingerencia de buena parte de las esferas de la vida nicaragüense en el esfuerzo
defensivo, ayuda a explicar la reorientación de la política de inversiones públicas, sobre
todo desde 1985, que prácticamente ha suspendido toda inversión significativa en el
área urbana, principalmente en Managua, reduciendo la capacidad estatal para responder
a las demandas de los pobladores.
Por otro lado, es innegable el gran impacto que tiene la guerra en ciertos procesos
sociopolíticos internos a los demás países del área. Esta cuestión tiene que ver con el
hecho, nada sencillo, de que la guerra y los procesos políticos que ella encierra plantean
una concepción y un quehacer de la política que nace de una distribución desigual del
poder. Una distribución desigual que no sólo es clasista sino que también es sexista.
Los cuerpos militares han sido secularmente bastiones de la masculinidad, cuestión que
no altera tan fácilmente, aun cuando se trate del pueblo armado.
En estas condiciones la situación y perspectivas de las mujeres centroamericanas es,
desde todo punto de vista, complicada. El acontecer cotidiano en esta región agrava las
dificultades para la plena participación igualitaria de la mujer en el proceso de toma de
decisiones y en el reparto del poder político. “Excepto –diría Gloria Ardaya- en
situaciones de riesgo en las cuales debe „probar‟ su heroísmo y valentía”.
60
Citado por María C. Navas, “Los movimientos femeninos en Centroamérica: 1970-1983”, en Daniel
Camacho y Rafael Menjívar, Movimientos populares en Centroamérica, EDUCA, Costa Rica, 1985 61
Centro de Investigación para la Paz, Gastos militares y sociales en el mundo, Ediciones del Serbal,
Barcelona, 1986, pp. 58 ss.
32
32
La situación de guerra y violencia generalizada impide la defensa de reivindicaciones
específicas de género contra el autoritarismo, el carácter competitivo y las estructuras
verticales y monolíticas.62
Y es que, como ya observó, el escritor uruguayo Eduardo
Galeano, “la contínua agresión obliga a la defensa... y una guerra así, guerra de vida o
muerte,... tiende a una progresiva militarización de la sociedad entera. Y, a su vez, esa
militarización actúa objetivamente contra los espacios de pluralidad democrática y
creatividad popular. Las estructuras militares, verticales, autoritarias por definición, no
se llevan bien con la duda, y mucho menos con la discrepancia”63
.
Es, precisamente, en Nicaragua donde la estrategia imperial norteamericana ha
contribuido a perfilar preocupantes modalidades políticas. En un reciente ensayo, el
sociólogo Carlos Vilas da cuenta de la progresiva transformación de las organizaciones
de masas –nervios motores del proceso revolucionario- en algo así como meros aparatos
del Estado. Todo ello es producto de la atenazante “priorización de la defensa nacional,
la aguda crisis económica y el impacto de todo esto en la vida cotidiana de la gente”64
.
En este sentido, la modificación de los espacios, el nivel, alcances y maneras de la
participación popular que caracteriza lo que se ha llamado la etapa de la hegemonía de
las masas (1979-84), afecta profundamente a AMNLAE, la organización de mujeres
nicaragüenses, impidiéndole encontrar su propio perfil, como ha sugerido Vilas. Al
perder su autonomía política en 1984, un carácter que en la primera etapa le permitió –
no sin dificultades- introducir algunas reivindicaciones específicas en el debate político
nacional (v.g., la cuestión del aborto, la incorporación de las mujeres al servicio militar,
el problema del maltrato, la legislación familiar), AMNLAE pierde ahora gran parte de
su protagonismo y eficacia. Así, algunas de las integrantes de la banca parlamentaria
del FSLN, ahora partido político, provienen de AMNLAE pero representan a los
intereses del partido en la Asamblea Nacional (que reemplazó al Consejo de Estado).
Si bien la propia agresión militar puede propiciar nuevos ámbitos y estilos de
participación popular (producción y organización en las zonas de guerra), los mismos,
en esas condiciones, pueden recrear nuevos mecanismos de subordinación y
discriminación hacia las mujeres, habida cuenta de la potenciación de los valores y
conceptos machistas que toda guerra genera.
Se ha dicho que “no debe confundirse el carácter de la revolución con las formas de
lucha por intermedio de las cuales se realiza” (Torres Rivas). Probablemente esto sea
así. De lo que no cabe la menor duda es que el cuestionamiento que el movimiento
autónomo de las mujeres centroamericanas hace a todo lo que constituye una sociedad
basada en la opresión humana, es la mejor garantía contra la eventual posibilidad de que
la sociedad se halle en desventaja absoluta frente al Estado y su burocracia. Esta
dimensión política del movimiento de mujeres –como demuestra el caso
centroamericano- claramente evidencia estar en abierta contradicción con la
centralización y el autoritarismo que predomina en el área.
62
Cf. Asociación de Mujeres Nicaragüenses Luisa Amanda Espinoza (AMNLAE), Aportes al análisis
del maltrato a la mujer, Oficina Legal de la Mujer, Managua, junio 1986. 63
Eduardo Galeano, “Defensa de Nicaragua”, diario La República, 4 de enero de 1987, Panamá, p. 14-A. 64
Carlos Vilas, “Nicaragua: las organizaciones de masas. Problemática actual y perspectivas.”, Revista
Nueva Sociedad, noviembre-diciembre 1986.
33
33
De todo lo anterior se desprende como corolario, que no es posible concebir la paz sólo
desde el punto de vista de los intereses estatales. Es preciso, por el contrario, optar por
una concepción integral de la paz, entendiéndola como una intrincada relación social y
política, hecha a la vez de complejas correlaciones entre la dimensión político-
diplomática y las correspondientes al desarrollo y a la democracia social, de los
derechos humanos y del reconocimiento de la necesidad de prácticas sociales
equitativas entre hombres y mujeres.
En todo caso, en las sociedades centroamericanas con tan arraigados patrones culturales
machistas y autoritarios, agudizados por la acelerada militarización de la región, vemos
cómo cada vez más se ensombrece el panorama y, más aún, las perspectivas de una
democracia popular en la que no se sacrifiquen los valores humanos por los cuales se
luchó (al aplazar la „cuestión femenina‟ tomando el atajo que representa el principio
evolucionista en lo relativo a la mujer, lo que vendría a ser lo mismo).
Precisamente porque somos solidarias con los procesos revolucionarios
centroamericanos, particularmente con Nicaragua, tenemos que reflexionar
cuidadosamente acerca de la potencial evolución de estos peligrosos procesos internos,
agudizados por la agresión de EU, y que amenaza, como bien expresa Galeano, con
deformar la revolución, lo que sería, al fin y al cabo, una forma de aniquilarla.
34
34
EN LOS ORÍGENES DEL 8 DE MARZO
LAS MUJERES Y EL CONFLICTO DE CLASES
Hace algún tiempo, en un estudio dedicado a examinar las relaciones entre sindicato y
partido, el sociólogo español Ludolfo Paramio reconocía que “uno de los peores lastres
teóricos de la izquierda actual..., es el de que sus propias ideas heredadas no son
conocidas en su contexto, en el marco en el que surgieron y en el que realmente tenían
sentido, sino que sólo se manejan como esquemas, como clichés carentes de toda
relación con una situación histórica concreta en la que podrían entender tanto las
razones de su formulación como la intención –concreta, también- que movió a sus
interlocutores”65
. En el caso de la experiencia colectiva de las mujeres en el pasado, el
problema señalado se agrava. La cuestión tiene que ver básicamente con el escaso
conocimiento de la experiencia histórico-social del género femenino.
No es ninguna novedad decir que las corrientes historiográficas han puesto más bien de
relieve la ausencia o invisibilidad de la mujer en el proceso histórico, incluso en el más
revolucionario. Con la excepción de esporádicas personalidades notables, apenas hay
constancia de la actividad social femenina.
Probablemente éste sea uno de los mayores tropiezos con que se enfrenta el intento de
analizar el significado y las proyecciones del 8 de marzo en la historia total del
movimiento de las mujeres, entendida no sólo como historia de las estructuras
económicas, sociales y políticas, sino como una historia que abarca a la vez las
dimensiones de la esfera privada, con el estudio de las estructuras de la familia, la
sexualidad, la reproducción, la salud, el trabajo doméstico, la socialización de los hijos,
entre otros aspectos.
Los orígenes del Día Internacional de la Mujer están indisolublemente ligados a la
historia del socialismo, en tanto alcanzó una forma organizada en los congresos y en
otras actividades de la Segunda Internacional (1899-1914). El nacimiento de esta
celebración representa uno de los sensibles progresos que evidenciaba el socialismo y el
movimiento obrero –el paso de una condición contracultural al de una subcultura- desde
finales del siglo XIX, en la mayor parte de los países europeos.
Hacia 1900 también era muy evidente el fortalecimiento del movimiento de mujeres
socialistas. “Su figura más destacada de aquella etapa, Clara Zetkin, que mantenía
estrechos lazos con otros movimientos socialistas a través de sus contactos rusos y su
residencia en París en la década de 1880,... –escribe R.J. Evans- pensó en crear una
Internacional Socialista de Mujeres. Ésta fue fundada en 1907, cuando Zetkin organizó
una Conferencia Internacional Socialista de Mujeres, conjuntamente con el Congreso de
la Segunda Internacional celebrado aquel año en Stuttgart...”66
.
65
Tras el diluvio.La izquierda ante el fin de siglo, 2ª ed., Siglo XXI Editores, México, 1989, p. 116 66
Evans, op. cit., p. 165
35
35
En efecto, durante el Congreso socialdemócrata alemán en 1907 –y después de años de
intensas luchas en el seno de los distintos partidos socialistas nacionales- se aprobó una
resolución de apoyo el sufragio femenino, en la que se señalaba que las obreras debían
realizar campañas por los derechos ciudadanos junto a los partidos de clase del
proletariado. De esta manera quedaba claro que entre las luchas de las mujeres
socialistas y las sufragistas liberales existía un abismo insalvable.
Así, pues, con base en los acuerdos de 1907 e inspirándose en las acciones de masas por
el sufragio femenino organizados por las mujeres socialistas en Estados Unidos, Clara
Zetkin impulsó en 1910, durante la Segunda Conferencia Internacional de las Mujeres
Socialistas reunida en Copenhague, la celebración de una jornada internacional de lucha
exigiendo el sufragio universal femenino, escogiéndose el 8 de marzo en homenaje a
129 trabajadoras de una fábrica textilera en Nueva York, quienes en huelga por
demandas de mejores condiciones laborales, en 1908, fueron encerradas en la planta por
su dueño, procediendo a incendiar el edificio. Las mujeres murieron carbonizadas.
De esta manera nació el Día Internacional de la Mujer Trabajadora, el 8 de marzo,
celebrándose por vez primera en 1911. El lema unificador de aquella primera jornada
fue: “El voto para la mujer unirá nuestra fuerza en la lucha por el socialismo”.
Las mujeres de las diversas naciones llevaron a la práctica esta manifestación de
acuerdo con las condiciones que imperaban en sus países. El desarrollo desigual del
capitalismo, los períodos distintos en la formación de la clase obrera, las diferencias
nacionales en el terreno de las relaciones entre el movimiento socialista y otras
formaciones políticas (demoliberales, anarquistas), las diferentes formaciones en la
estructura institucional de la democracia representativa, la diversa amplitud de las
libertades democráticas en cada país y, por tanto, las diferencias organizativas del
movimiento obrero, las diversas opciones ideológicas en el ámbito de las doctrinas
socialistas, todo ello influyó en el carácter de la incorporación de la mujer en las luchas
por transformar la sociedad.
Con todo, la respuesta al llamado de la Internacional de Mujeres fue más allá de todas
las expectativas. Se formaron comités, se hizo publicidad, se organizaron
manifestaciones y mítines y se prepararon artículos para la prensa. El día señalado,
mientras en Austria unas 30,000 personas, entre hombres y mujeres, tomaron parte en la
más concurrida manifestación callejera (Waters), la activista rusa Alejandra Kollontai,
exiliada en Alemania por entonces, describió así la primera celebración del Día
Internacional de la Mujer Trabajadora: “Alemania y Austria... eran un mar estremecido
y agitado de mujeres. Se organizaban reuniones por todas partes, en las ciudades
pequeñas e incluso en los pueblos. Las salas estaban tan llenas que tuvieron que pedir a
los obreros que les cediesen sus locales. Esta fue verdaderamente la primera
manifestación de la militancia de las mujeres trabajadoras. Los hombres, en cambio, se
quedaron en casa con los niños, y sus esposas, las „esclavas amas de casa‟, acudieron a
los mítines.”
El Día Internacional de la Mujer Trabajadora fue una celebración exitosa hasta 1914,
año en que estalla la Primera Guerra Mundial, prueba de fuego para las relaciones entre
el movimiento obrero y la sociedad política existente. La solidaridad proletaria se había
36
36
quebrado quizá para siempre. El mundo socialista no volvería a ser el mismo desde
entonces. Tampoco la jornada internacional del 8 de marzo.
No obstante la debilidad de la clase obrera latinoamericana, al fundarse la Segunda
Internacional, en México se publicaron sus acuerdos y estatutos; en Argentina se creó
una sección francesa y en Uruguay se hablaba de una sección nacional. Si para algunos
historiadores del movimiento obrero “estas vinculaciones, producto de la inmigración y
contacto con el extranjero, aunque sean a nivel de dirigentes y alcancen a pequeños
círculos, (...) parecen un antecedente muy importante para explicarse los primeros actos
del día de los trabajadores en América Latina”(Arias)67
, llama poderosamente la
atención que estas mismas condiciones no hayan propiciado ninguna acción de
solidaridad con la jornada por el sufragio femenino.
Conociendo que ya para entonces el tema no era desconocido en estas tierras,
¿semejante silencio tendría que ver con un rechazo de los socialistas a la participación
de la mujer en territorios tradicionalmente ocupados por los hombres, aunque éstos
fueran portadores de un mundo nuevo?
En todo caso, hay algunos indicios que al menos permiten intuir la posibilidad de
reconstruir ese capítulo del movimiento obrero –y del movimiento de las mujeres- en
América Latina. Vitale, por ejemplo, menciona la participación de la argentina Cecilia
Grierson en el Congreso Internacional de Mujeres reunido en Londres, en 1899: “Allí –
dice Cecilia- contraje el compromiso moral de organizar en la República un Consejo
Nacional de Mujeres. Con gran trabajo, pero éxito seguro, he conseguido formar esta
unión... Los trabajos y la Revista del Consejo de Mujeres son ya conocidos en la
República.”68
En todas partes los individuos y los grupos descubren sus distintas identidades y sus
intereses en conflicto en la propia búsqueda de un terreno común. La historia del
socialismo no es la excepción. Si 1914 representó la quiebra del internacionalismo
obrero, nuestros días hablan de su aniquilamiento como proyecto histórico-político.
Con todo, el ideal socialista –como el democrático- está en cierto modo enraizado en
sentimientos tan antiguos y permanentes como la propia sociedad humana. La
transición de hoy impone revisitar críticamente el terreno común, la historia socialista,
con el convencimiento de que la participación en los procesos sociales y económicos de
grupos humanos, en su mayoría anónimos, como el de las mujeres, constituye una de las
claves para llegar a comprender mejor algunas coyunturas históricas concretas.
67
68
Vitale, op. cit., p. 145
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37
EL SUEÑO CONTINÚA
LA CONSECUCIÓN DEL SUFRAGIO Y EL SIGNIFICADO DE LA
EMANCIPACIÓN FEMENINA
En 1844, la militante socialista Flora Tristan realizaba una gira de organización por las
provincias francesas para promocionar la idea de una asociación internacional obrera.
Hostigada y agotada, cayó enferma y murió. Sin embargo, poco antes de morir,
resumió su destino en una carta dirigida a uno de sus amigos y compañeros. Decía:
“Tengo a casi todo el mundo en contra mía. Los hombres porque pido la emancipación
de la mujer, los propietarios porque pido la emancipación de los asalariados”.
Comenzaba así, con bastante desencanto, la historia de la cuestión femenina, tal como
fue conocida esta problemática en el siglo XIX. El libro de Flora, Unión Obrera, había
aparecido un año antes, en 1843, aportando al pensamiento social su análisis de la
opresión de la mujer y el ligamen que estableció entre ésta y la situación de la clase
obrera.
Más de seis décadas después –en medio de una sociedad occidental sometida a
profundas transformaciones sociales y políticas- el 8 de marzo de 1911 se celebró, por
vez primera, el Día Internacional de la Mujer, exigiendo el sufragio universal femenino.
El tema unificador de aquella memorable jornada fue: “El voto para la mujer unirá
nuestras fuerzas en la lucha por el socialismo”. Eran tiempos que parecían la venganza
póstuma de Flora Tristan. Al menos, así lo parecía.
Luego, entre guerras calientes y frías, el impulso feminista decayó. No fue sin con el
optimismo de los años sesenta, tan juvenilmente renovadores, cuando fue retomada, con
nuevos matices y contenidos, la discusión en torno al papel social de la mujer. Amplios
contingentes de mujeres en casi todas partes se sumaron a la lucha por construir un
hogar público –y también el privado- más justo, igualitario y pluralista. Y, otra vez, el 8
de marzo cobró nuevos ímpetus ligados a los movimientos sociales insurgentes.
Así, pues, ateniéndonos a la historia, incluso la más reciente, el Día Internacional de la
Mujer conmemora las luchas políticas de las mujeres por transformar la condición social
e individual tanto de ellas como de sus semejantes. Ahora bien, ateniéndonos al
presente ¿qué conmemora hoy el Día Internacional de la Mujer? ¿qué referencias
políticas tiene? Definitivamente que ya la identificación del 8 de marzo con el
socialismo no es automático. En nuestros días, casi hay que construir esa relación en
términos meramente cognoscitivos. Es tal la integración.
En efecto, se ha dicho que la modernidad se caracteriza por una sucesión de procesos de
integración. De la integración económico-social de los estratos rurales y de las
generaciones de inmigrantes en el mundo industrial urbano, a la integración cultural
(por la escuela pública, especialmente) y política (por la ampliación de los derechos
civiles y ciudadanos), el capitalismo ha mostrado una formidable capacidad integradora.
En este sentido, las mujeres movilizadas han ido pasando, con relativa facilidad, de
“clases peligrosas” a simples grupos de presión.
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Esta situación no es mala en sí misma. A decir verdad, es un camino ineludible si
queremos que el sistema político tenga menos razones para excluirnos, para
marginarnos. Pero quizá por eso mismo, es también un camino plagado de riesgos y
obstáculos nunca antes conocidos, en la medida que la legitimidad del Estado y sus
instituciones sufren un creciente proceso de erosión, manifiesto, entre otras cosas, en el
decaimiento de la conciencia colectiva, la desconfianza masiva, la opinión generalizada
en torno a la corruptibilidad, falta de idoneidad y carencia de genuina autoridad entre
quienes nos gobiernan, emergiendo más bien una marcada aversión hacia la totalidad de
la clase política, una creciente indiferencia con respecto a los partidos políticos, al
proceso de democratización y hacia los asuntos públicos y comunitarios en general.
Todo ello atizado por una descomunal crisis fiscal del Estado.
Por tanto, en esta sociedad de fin de siglo, convertida en una fase de transición
ideológica cuya trascendencia y envergadura aún no podemos sospechar, las mujeres
nos encontramos con la necesidad de abrir camino hacia un nuevo sentido común
político, de trazar un proyecto de organización y de reparto del trabajo, de distribución
de los beneficios, de protección del ambiente, de tejer solidaridades nuevas entre los
distintos sujetos sociales, de recrear ámbitos de articulación política internacional
alternativos. No pocas veces pareciera que nuestras fuerzas no dan para tanto, y muerde
el desánimo.
Decía Bertrand Russell que “todo ser humano, dondequiera que vaya, va rodeado por
una nube de convicciones confortantes, que lo acompañan como moscas en un día de
verano”69
. Con todo y las complejas incertidumbres que el presente nos prodiga, la
convicción de que la humanidad puede reconciliarse consigo misma y marchar en pos
de una sociedad más comunitaria parece ser justamente el trillo por donde afinca la
cuestión femenina en los inicios de un nuevo siglo. El sueño, pues, continúa.
69
Russell citado por Thomas Sowell, Conflicto de visiones. Orígenes ideológicos de las luchas políticas,
Editorial Gedisa, Buenos Aires, 1990, p. 8.
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CLARA GONZÁLEZ O LA VOLUNTAD DE PODER
En memoria de la primera sufragista panameña.
No es fácil interpretar de manera global la vida política de una mujer como Clara
González, cuyos quehaceres coincidieron con los años más ricos y complejos de la
historia socio-política panameña. Más bien intentaré hilar algunas reflexiones tomando
en cuenta la siguiente periodización: de 1900 a 1922 (nacimiento hasta su titulación
como abogada, la primera en Panamá); de 1924 a 1947 (creación de la Escuela de
Cultura Femenina hasta la organización de la trascendental Marcha de las Mujeres
contra el Convenio de Bases Militares Filós-Hines, pasando por todos los años de lucha
por los derechos políticos para la mujer); y 1951 (retiro virtual de la actividad
propiamente política, después de aceptar el cargo de Magistrada del recién creado
Tribunal Tutelar de Menores, institución en la cual llegó a jubilarse).
Un siglo diferente
Para buena parte de las mujeres occidentales, entre ellas las latinoamericanas, el siglo
XX fue el verdadero siglo de las luces, pues con él cristalizó el caudal revolucionario
legado por el siglo XIX en las ideas y luchas por la libertad, la democracia política y
social, la independencia, la unidad nacional y la igualdad, idea-fuerza particularmente
importante para las mujeres70
.
Así, la situación femenina empezó a experimentar cambios en el marco de profundas
transformaciones sociales: la incorporación masiva de la mujer al trabajo fuera del
hogar, los novedosos cambios en su condición cultural, jurídica y, sobre todo, familiar
(efecto, entre otros, de nuevas perspectivas médicas y biológicas sobre las mujeres,
transformaciones en las concepciones sobre el erotismo y la moralidad sexual, la
popularización de conocimientos sobre control de la natalidad)71
.
Todo ello contribuyó, además, a convertir el siglo XX en el siglo del feminismo, una
rebelión de mentalidades y acciones colectivas de las mujeres –a las que se sumaron no
pocos hombres- que cuestionó las estructuras sociales y patriarcales imperantes.
70
Luis Vitale, La mitad invisible de la historia latinoamericana. El protagonismo social de la mujer,
Sudamericana/Planeta Ediciones, Buenos Aires, 1987. 71
Mary Nash (ed.), Presencia y Protagonismo. Aspectos de la historia de la mujer; Ediciones del Serbal,
Barcelona, 1984.
40
40
Las luchas de las mujeres por el derecho al voto, la maternidad voluntaria, el divorcio,
el salario igualitario y otras reivindicaciones formaron parte del proceso mundial de
emancipación femenina72
.
Sólo teniendo en cuenta estas luchas y avances podemos explicarnos la presencia y el
protagonismo de las mujeres en ámbitos culturales y científicos hasta entonces a ellas
negado.
Nuestro país no estuvo ausente en esta hora de renovación social. Clara González es el
mejor ejemplo. Al elegir una carrera política o de gobierno -como era considerado
entonces el Derecho-, esta mujer desafió la imagen convencional y el peso de la cultura
y la historia, yendo en contra de tradiciones similares de aquéllas bajo las que vivían la
mayoría de las mujeres. ¡No es difícil imaginar los costos personales que esta lucha
debió significarle a la „descarriada‟ Clarita!
El desafío político
La historia del voto femenino en Panamá es una historia polémica, atizada por lagunas e
inconsistencias. Ahora, lo que es indiscutible es que el voto para todas las mujeres fue
ganado por las propias mujeres en las calles, en las tribunas, en las plazas, y también
cabildeando y buscando apoyos entre reconocidos patriarcas políticos de entonces.
Entre esas mujeres estuvo Clara González. Siempre clave, decisiva.
En efecto, el tema del voto constituyó –aquí, como en casi todas partes- un medio de
unir mujeres de opiniones políticas muy diferentes, aunque esta unidad basada en un
solo objetivo no careció de tensiones entre las mismas activistas. Por supuesto, no
pretendían solamente el voto, sino el poder político, que creían habrían de obtener en
cuanto votasen. No es extraño, entonces, que las expectativas divergieran (son
históricos, en este sentido, los desencuentros entre Clara y Esther Neira, por ejemplo).
Hay algo más. Si bien actualmente, no existe un solo partido político en Panamá que
excluya a las mujeres, lo cierto es que tampoco existen mujeres que funden ellas, por sí
mismas, partidos. Y aquélla generación de mujeres lo hizo.
Clara González fundó el Partido Nacional Feminista (PNF), en 1925. Y lo que la
distinguió de otros proyectos semejantes es que lúcidamente entendió que la
participación de la mujer en la política, con posibilidades reales de cambio social, solo
era (y es) posible a partir de una profunda renovación cultura de su condición humana.
Por ello, previo a la fundación del PNF y ligada a proyectos populares, puso en marcha
la Escuela de Cultura Femenina.
Con todo, y a pesar de que ganar el derecho a votar llenó una función importante para
las mujeres panameñas, fue evidente que con las medidas puramente legales no se llega
muy lejos para cambiar las instituciones y las actitudes. Así, el derecho al voto resultó
72
Vitale, op. cit.; Sheila Rowbotham, La mujer ignorada por la historia, Editorial Debate, Bogotá,
1980.
41
41
insuficiente como propulsor de transformaciones sociales, independientemente del nivel
de activismo político y de las preferencias políticas de las mujeres73
.
El abandono
Desde 1951, Clara González virtualmente abandonó los avatares de la política nacional,
la búsqueda del poder. ¿Qué pudo causar este abandono? ¿Desánimo, cansancio? ¿El
convencimiento de que no es la política per se la solución a la problemática de las
mujeres en la sociedad?
Es un hecho en América Latina la propensión de las mujeres a retirarse de la vida
política o a dedicarse a sus respectivas profesiones después de intensos períodos de
activación, entre tanta oposición, prejuicios y marginación de parte de los varones y de
las propias mujeres. Y la mayor parte de las veces, además, sin generar un grupo que la
suceda. En este caso, Panamá tampoco ha sido la excepción.
Bien dice Viola Klein que “el hecho de no ser juzgado como un individuo, sino como
miembro de un grupo del que se tiene una imagen estereotipada, implica una serie
incalculable de restricciones, descorazonamiento, resentimiento y frustraciones”74
.
Una mujer del siglo
Así la definió Diógenes De la Rosa. Y es que en el ambiente que proporcionó una
época histórica singular, Clara González fue sujeto activo y con personalidad propia de
una generación que enlazó a Panamá con la modernidad del mundo.
Sus ideas y su acción renovadoras contribuyeron notablemente a transformar nuestro
mundo público, ampliando las bases sociales de la nación panameña. Su último período
de vida –en soledad, abandono y olvido- y el ambiente que rodeó su muerte el 10 de
febrero de 1990, gritan la necesidad urgente de revisitar su obra. .
73
Elsa M. Chaney, Supermadre. La mujer dentro de la política en América Latina, Fondo de Cultura
Económica, México, 1983. 74
Citado por Chaney, op. cit., p. 159.
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OTRAS PERPLEJIDADES DE LA VIDA COTIDIANA
Mujeres y familias en Panamá después de la invasión norteamericana
del 20 de diciembre de 198975
31 de enero Las familias refugiadas del barrio El Chorrillo denuncian “la falta
de sensibilidad social” del nuevo gobierno y de los E.U. por la
destrucción de sus casas.
12 de febrero Se anuncia el nacimiento del Comité de Familiares de los
Militares Caídos, “compuesta en su mayoría por mujeres que
perdieron sus esposos y que ahora se encuentran desamparadas
sin saber qué destino les tocará a ellas y a sus hijos”.
16 de febrero Un comunicado de la Asociación Nacional de Enfermeras
dirigido al Presidente de la República, denuncia los despidos
ilegales del personal de enfermería en las instituciones estatales, y
sostiene que “la destitución afecta a funcionarias que son cabeza
de familia y es con la estabilidad de su trabajo que sustentan su
hogar”.
17 de febrero Viudas y parientes de miembros de las desmanteladas Fuerzas de
Defensa de Panamá, caídos el 20 de diciembre de 1989, presentan
al Presidente de la República un documento en el que solicitan la
localización exacta de sus familiares desaparecidos, declarar el
día 20 de diciembre día de duelo nacional, y el pago de una serie
de prestaciones económicas a que tenían derecho sus familiares.
21 de febrero Isabel Corro denunció que más de 1,000 panameños, entre
militares y civiles, podrían haber muerto durante la invasión
estadounidense.
8 de marzo Marcha de mujeres en la ciudad de Panamá para conmemorar el
Día Internacional de la Mujer y solidarizarse con las víctimas de
la invasión y con huelguistas de hambre por despidos
injustificados en oficinas estatales.
10 de marzo Empleadas/os de la empresa estatal de aviación inician una larga
serie de reclamos de pagos salariales atrasados y definición del
status de la empresa.
13 de marzo Protestas de familias damnificadas de El Chorrillo, las cuales,
además de piquetear la entrada de la Asamblea Nacional,
bloquearon la Avenida de los Mártires, tratando de que el
gobierno resuelva el problema de vivienda agudizado por la
intervención militar norteamericana. Hubo heridos por disparos
de perdigones y arrestos por parte de miembros de la nueva
Fuerza Pública.
20 de marzo Mujeres y hombres que laboran en distintas cadenas comerciales
en la capital, marchan para protestar por la autorización del
Ministerio de Trabajo a despidos laborales, entre ellos, el de
mujeres embarazadas.
75
Según noticias aparecidas en diarios locales (La Prensa, La Estrella de Panamá, Crítica y El Panamá
América), desde enero hasta septiembre de 1990.
43
43
1 de abril La abogada Graciela Dixon anunció la presentación de una
demanda por indemnización ante la Corte de Estados Unidos, a
favor de numerosas familias damnificadas de El Chorrillo. La
demanda incluye a quienes perdieron algún familiar, enseres
domésticos y personales, mutilados/as, lesionados/as y personas
con traumas psicológicos a consecuencia de la invasión militar
norteamericana.
8 de abril La Coordinadora Popular de los Derechos Humanos en Panamá
(COPODEHUPA) reclamó la atención del gobierno nacional
sobre lo que califica como “deterioro de las condiciones de vida
de miles de panameños” y mayor atención a las familias de las
víctimas resultantes de la invasión norteamericana.
28 de abril Familiares de las víctimas de la invasión del 20 de diciembre, la
mayoría mujeres, piden al Ministro de Gobierno y Justicia que
gestione ante las autoridades norteamericanas que a los hijos de
los caídos el 20 de diciembre se les dé un apoyo económico que
les permita vivir con decoro.
Por gestiones de la Asociación de Familiares caídos el 20 de
diciembre (AFC-20D), comienzan a ser exhumados los cadáveres
panameños sepultados en fosas comunes en el Cementerio Jardín
de Paz.
30 de abril La Coordinadora Nacional de la Mujer celebra su noveno
aniversario, y en un comunicado manifiesta que “hoy sufrimos no
sólo una crisis económica, sino una profunda crisis de valores y,
en medio de ella, nosotras las mujeres, víctimas predilectas de
todas estas crisis.”
5 de mayo Concluyen las exhumaciones de 123 personas que murieron
durante la invasión norteamericana. Isabel Corro, portavoz de los
familiares de las víctimas panameñas, dijo: “presentaremos una
denuncia formal de indemnización contra el Gobierno de los E.U.,
porque si el nuestro no lo ha hecho, entonces los familiares
debemos hacerlo”.
20 de mayo Varios centenares de familiares de militares y civiles muertos el
20 de diciembre, la mayoría mujeres, participan en una misa
realizada en el Jardín de Paz, donde reposan 106 cuerpos, antes
enterrados en fosas comunes. Isabel Corro denuncia que a los
muertos de la invasión se los ha tratado “como si fueran desechos
de basura” y añade que al gobierno “no le conviene conocer la
cifra de muertos”.
Familias refugiadas de El Chorrillo piquetean la embajada de
E.U., exigiendo la rápida indemnización por pérdidas causadas
por la invasión. El Comité demandó una negociación directa con
autoridades norteamericanas y rechazó al gobierno nacional como
intermediario de sus demandas reivindicativas.
21 de mayo Cierre de la Vía Interamericana, en Nuevo Arraiján, que duró más
de 14 horas, por parte de familias de ese sector que exigen
mejoras en el servicio de agua potable.
Unidades de la Fuerza Pública, armados con escopetas de
perdigones, intentan desalojar a familias damnificadas de El
Chorrillo, que ocuparon el edificio llamado „Casa de Piedra‟.
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44
7 de junio La dirigenta de la AFC-20D, Isabel Corro, denunció ante la
Asamblea Legislativa, que únicamente le concedió 15 minutos de
cortesía de sala, la masacre y el genocidio cometido por las tropas
norteamericanas, y solicitó que se declare el 20 de diciembre, día
de duelo nacional.
15 de junio Marcha de enfermeras desempleadas. En un pliego de peticiones
al Presidente de la República plantean la necesidad de mejorar las
deplorables condiciones del sector salud y el nombramiento de las
profesionales de enfermería que se encuentran en paro.
17 de junio En carta pública aparecida en los medios,una madre panameña
implora al Papa solidaridad con las víctimas inocentes de la
invasión.
20 de junio Multitudinaria Marcha Negra promovida por la AFC-20D y el
Comité de Refugiados de Guerra de El Chorrillo recuerdan el
sexto mes de la invasión.
20 de julio Familias refugiadas de la ciudad de Colón ocupan algunas casas
en el área revertida de France Field. Fueron desalojadas
violentamente por tropas norteamericanas fuertemente armadas
que decían cumplir órdenes del Gobernador de la Provincia de
Colón.
1 de agosto Familias refugiadas de Colón, la mayoría encabezadas por
mujeres, emiten una resolución en la cual exigen al gobierno
panameño que negocie y acuerde con las autoridades
norteamericanas el alquiler provisional de las casas desocupadas
de France Field y solicitan a las autoridades nacional de salud
“que brinden la debida asistencia médica a nuestros niños y otros
familiares, quienes hoy día sufren el trauma psicológico por causa
de la invasión”.
16 de agosto Grupos de familias refugiadas del devastado barrio El Chorrillo
piquetean los Ministerios de Vivienda y Planificación, exigiendo
atención a sus necesidades.
20 de agosto Marcha organizada por la Asociación de Familiares de los Caídos
el 20 de diciembre.
22 de agosto Madres y estudiantes expulsados del Instituto Nacional increpan a
Ricardo Arias C., primer Vicepresidente del país y Ministro de
Gobierno y Justicia, exigiéndolo pruebas que revelen la conducta
vandálica de que se les acusa.
4 de septiembre Cientos de padres y madres, acompañados/as por estudiantes,
marchan a la Presidencia de la República, para solicitar el
reintegro de sus hijos/as expulsados del Instituto Nacional.
5 de septiembre Familias damnificadas de El Chorrillo realizan una manifestación
frente al Banco Hipotecario para protestar porque no se les ha
entregado sus libretas de ahorro.
7 de septiembre Familias residentes en el Sector Pacífico del área canalera dirigen
una carta de protesta contra el Ministro de Vivienda por el
incremento sorpresivo de los cánones de arrendamiento en las
áreas revertidas.
10 de septiembre Mujeres familiares de detenidos en la Cárcel Modelo de la capital,
plantean su descontento por los inconvenientes por los que tienen
que pasar cada vez que visitan a sus parientes detenidos.
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45
12 de septiembre: La Junta Directiva de la Asociación de Padres de Familia del
Instituto David, en la Provincia de Chiriquí, exige al Ministerio de
Educación la inmediata solución al problema administrativo de
ese plantel y solicita que no se tomen represalias contra los
estudiantes.
20 de septiembre Familias damnificadas de El Chorrillo realizan protesta para
exigir a las autoridades del Ministerio de Vivienda “que den
respuestas concretas a su desesperada situación”.
Marcha de familias refugiadas para exigir al gobierno iniciar la
construcción de nuevas viviendas y el reconocimiento de una
suma de dinero por las pérdidas sufridas tras la invasión
norteamericana.
Trabajadoras manuales de la DIGEDECOM cierran la Vía
Interamericana, en David, Prov. de Chiriquí, “para hacer un
llamado de atención al Presidente Endara, ante la precaria
situación de más de 25 trabajadoras”, quienes desde hace ocho
meses han estado laborando sin recibir pagos salariales y recién se
les informó que no se les ratificaría en sus cargos.
25 de septiembre Marcha de buhoneras y buhoneros en protesta por la reubicación
ordenada por la Alcaldía del Distrito de Panamá.
26 de septiembre Familias damnificadas de El Chorrillo cierran el Puente de las
Américas.
28 de septiembre Mujeres y sus familias residentes en la barriada San Joaquín
cierran la vía Tocumen para protestar por el corte masivo de agua
potable que sufren 55 multifamiliares de ese sector marginal.
A modo de conclusión
La transición política abierta con violencia en Panamá, desde la madrugada del 20 de
diciembre de 1989, sigue planteando, en medio de un ambiente ahíto de incertidumbres,
mutuos recelos y desconfianza, múltiples interrogantes acerca de la participación de los
grupos y sectores sociales dominados.
A pesar de que, de acuerdo al recuento anterior, pareciera que no se alcanza todavía el
grado que se necesita para encarar las urgencias y déficits sociales, el primer semestre
post invasión revela una creciente movilización urbana, fundamentalmente al margen de
las instituciones políticas establecidas (partidos, sindicatos). Así, en estos días, las
marchas, cierres de calles, piqueteos, huelgas de hambre son las acciones colectivas más
comunes en la región metropolitana panameña.
En realidad, la población se moviliza para defenderse básica (pero no únicamente) de la
acción o inacción del Estado, pues éste ha puesto el peso de la actual crisis sobre los
grupos más pobres, planteando graves amenazas a su supervivencia.
En las nuevas circunstancias menoscabantes, la familia se revela como eje problemático
fundamental. Se ha constituido en unidad de gestión de la reproducción social, en la
plataforma básica de sobrevivencia de los más pobres.
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46
En un adverso marco doméstico –fundamentalmente distinto al nuclear tradicional-, los
habitantes de los barrios pobres multiplican las respuestas populares a la dura realidad
diaria, generando paulatinamente nuevos estilos de vida y modelos culturales urbanos
que resultan de una combinación explosiva de prácticas no convencionales, incluso
delictivas, con estrategias de sobrevivencia en la tenencia del suelo, en la forma de
acceder a los ingresos, de utilizar la red pública de energía, agua potable y transporte,
etc.
Así, una de las circunstancias que más llama la atención es la manera cómo la presente
coyuntura crítica afecta y determina el monto, peso y la naturaleza de la labor doméstica
y cómo las mujeres son particularmente activas a medida que las dificultades crecen.
De esta manera, la organización y defensa de las condiciones de vida familiar por parte
de las mujeres urbanas se convierten rápida y crecientemente en un ámbito de
participación real y potencial y de un enfrentamiento con los poderes públicos.
Para una porción significativa de mujeres, la invasión norteamericana del 20 de
diciembre trastocó radicalmente su cotidianidad. Ellas empezaron a organizarse a partir
de sus papeles familiares, apelando a valores fundamentales como la vida, la justicia, la
piedad hacia los muertos, la solidaridad, la cuestión nacional.
Las nuevas circunstancias quizá podrían convertirse en semillas de una transformación
de la conciencia y del papel femenino de este numeroso grupo de mujeres. Quizá
porque la acción de ellas ocurre principalmente desde el mundo privado: el de la familia
y los afectos, poniéndose en práctica una suerte de ampliación hacia lo público del papel
doméstico, en movimientos que intentan realizar lo suyo a su manera, incluso
escribiendo ellas mismas su propio libreto.76
Lo que importa en estos casos es el espacio doméstico, cotidiano, privado, con el cual
abren senderos alternativos al poder político, unos caminos que, hay que decirlo, casi
nunca llegan al poder.
En todo caso, esas parecen ser por ahora las claves de la participación de las mujeres
pobres y sus familias durante los primeros meses de la transición democrática después
de la invasión militar norteamericana a Panamá.
76
Elizabeth Jelin (comp..), Ciudadanía e Identidad: las mujeres en los movimientos sociales
latinoamericanos, UNRISD, Buenos Aires, 1985, passim.
47
47
CUESTIÓN FEMENINA Y LITERATURA
En el centenario de Fortunata y Jacinta, de Benito Pérez G.
En 1887, Benito Pérez Galdós publicó la novela Fortunata y Jacinta. Perteneciente a la
serie de “Novelas Españolas Contemporáneas”, ella atiende a la descripción de la
sociedad madrileña de finales del siglo XIX, con una técnica realista cercana al
naturalismo77
. Pérez Galdós, intelectual liberal comprometido con los dilemas y
contradicciones de la España que le tocó vivir, fue el autor de lengua castellana que
trató con mayor intensidad aspectos fundamentales de la condición femenina. Parte
sustancial de su ingente obra tiene a la mujer (generalmente la de clase media) como su
central protagonista y eje problemático.
Este hecho no parece ser casual si tenemos en cuenta que para la época en que el autor
escribe ya la cuestión de la emancipación femenina se había convertido en un asunto
político de primera importancia en varios países europeos y Estados Unidos. En ellos,
el protagonismo histórico de las mujeres, además de ser un hecho clave, constituye una
evidencia. La naturaleza de esta cuestión, desde luego, varió mucho de un país a otro y
de una época a otra. En el caso específico de España, el retraso de su desarrollo socio-
político entrañó el tardío debate en torno a la incorporación de los nuevos mapas
sociales en la arena política. Los términos de este debate podrían explicar, en parte, los
contenidos narrativos galdoseanos.
En todo caso, en el centenario de una obra literaria que, aún dentro de sus limitaciones,
contribuye a denunciar la marginalidad y opresión de las mujeres, bien valen algunas
reflexiones, apenas aproximativas, acerca de esa cuestión compleja y apasionante que
constituye el afloramiento de la cuestión femenina en el arte.
Modernización y orígenes del feminismo
Con razón ha dicho Ernesto Sábato que “el siglo XIX no sólo culminó en la idea de que
el hombre que viajaba en ferrocarril era moralmente superior al hombre que andaba a
caballo; culminó en la doctrina más inesperada de todos los tiempos: en la identidad de
los sexos”78
. En efecto, en el curso del siglo XIX, las fuerzas económicas y sociales en
juego en Europa Occidental y los Estados Unidos comenzaron a comprometer las
funciones sociales tradicionales, dentro de un rápido crecimiento de la población
europea. Aunque el momento de aparición de estos fenómenos varía de un país a otro,
en términos generales, las clases medias profesionales e industriales comenzaron a
asumir un papel cada vez más destacado en la vida política y social; esto ocurre dentro
77
Según Hauser, es muy difícil, “cuando no justamente desconcertante”, separar el movimiento artístico
que caracteriza la segunda mitad del siglo XIX, en las llamadas fases “realista y naturalista”, dicotomía
que “no hace más que complicar la cuestión y colocarnos ante un falso problema”. Arnold Hauser:
Historia social de la literatura y del arte, tomo 2, 18ª edición, Editorial Labor, Barcelona, 1983, p. 76. 78
Ernesto Sábato, Hombres y Engranajes, 2ª edición; Alianza Editorial, Madrid, 1980, p. 97.
48
48
de una redefinición de “lo virtuoso” en términos de capacidad y realizaciones
(meritocracia individualista)79
. Es la época de la difusión del anticlericalismo, la
masonería, la filantropía y los movimientos sociales liberales reformistas.
Ahora bien, ¿qué relación guardan con el cambio histórico señalado la dimensión de la
experiencia y una de sus dinámicas más significativas, esto es, la relación entre los
sexos? En esta perspectiva, asunto fundamental resultaron los cambios provocados por
el capitalismo en las modalidades que asumía el patrón familiar tradicional.80
Los
cambios en la mentalidad social con respecto a la sexualidad generan una alteración
fundamental de las relaciones sexuales y románticas entre hombres y mujeres. Si bien
fue desigual la distribución entre las clases y grupos sociales la propagación de nuevas
conductas sexuales, la mujer fue ganando, no sin dificultades, una influencia creciente
sobre la sexualidad y la reproducción dentro del matrimonio, “ese primer modelo de
sociedad política” como expresara Rousseau.81
Porque la historia de la mujer está indisolublemente unida a la historia de la familia, es
posible valorar, en un tiempo en que las mujeres no eran miembros de pleno derecho de
la sociedad por la sola circunstancia de ser mujeres, cómo tales cambios en la ideología,
las mentalidades y estructuras socio-familiares redefinen el papel de ellas. La visión
tradicional y ciertas imágenes estereotipadas femeninas empiezan a ser, desde entonces,
cuestionadas. En verdad, el principio de los derechos individuales fue crucial para el
surgimiento de una praxis crítica al orden patriarcal. La ideología liberal fue importante
en el primigenio cuestionamiento de la opresión femenina, teniendo en el ensayo The
Subjection of Women (1869), de John Stuart Mill, la declaración clásica de la
aplicabilidad del credo liberal a las mujeres, prefigurada en el libro de Mary
Wollstonecraft, Vindicación de los derechos de la mujer (1786)82
.
Es así como las expresiones predominantes del feminismo decimonónico aparecen
vinculadas a los grupos y causas liberales, pero sostenidas por un nuevo grupo de
mujeres, en rápida expansión, cuyo modo de vivir tenía muy poco que ver con el de las
mujeres del pasado83
. El advenimiento político-ideológico de la clase obrera también
permeó buena parte del movimiento feminista contribuyendo a decantar problemas
específicos de las mujeres pobres84
. No obstante, las mejoras y las reformas que los
regímenes liberales proporcionaron a la condición femenina, las reglas normativas de su
comportamiento y carácter –la moral victoriana- siguieron siendo estrictas y limitantes.
79
Cf. E. J. Hobsbawm, La era del capitalismo, 2ª edición; Guadarrama, Barcelona, 1981. 80
Cf. Angus McLaren, “El trabajo de la mujer y la regulación de la familia: la cuestión del aborto”, en
Mary Nash (ed.), Presencia y Protagonismo. Aspectos de la historia de la mujer; Ediciones del Serbal,
Barcelona, 1984. 81
Cf. Linda Gordon, “Maternidad voluntaria: inicios de las ideas feministas en torno al control de la
natalidad en los E.U.” y Edward Shorter, “La ilegitimidad, la revolución sexual y los conocimientos
populares sobre el control de la natalidad en Europa”, en Nash, op. cit. 82
Cf C. B. Macpherson, La democracia liberal y su época; Alianza Editorial, Madrid, 1981. 83
Cf. Richard J. Evans, Las feministas. Los movimientos de emancipación de la mujer en Europa,
América y Australia, 1840-1920, Siglo XXI Editores, Madrid, 1977, pp. 7-44. 84
Véase Auguste Bebel, La mujer y el socialismo, Editorial Fontamara, Barcelona, 1976 y Evans,
op.cit., pp. 167-220. Cf. el estimulante artículo de Bárbara Taylor, “Feminismo Socialista: ¿utópico o
científico? en Raphael Samuel, editor, Historia popular y teoría socialista, Editorial Crítica, Barcelona,
1983.
49
49
En verdad, al redefinir la naturaleza de la opresión femenina, oscurecen los diferentes
mecanismos del poder patriarcal capitalista85
.
A finales del siglo XIX, las dificultades para lograr cambios legales y formales en
materia de educación, acceso a la propiedad y/o mayores oportunidades de control sobre
su sexualidad llevan masivamente, por vez primera, a las mujeres a la lucha política por
el derecho al voto. Ocurre entonces la conexión entre la lucha de las mujeres y una
conciencia feminista86
.
Aquel „inesperado‟ suceso decimonónico que constituye la búsqueda de la igualdad
sexual es parte de la revolución cultural que conmovió a ese siglo. La diversa
complejidad que esta situación trajo aparejada, tanto a la estructura como a las
mentalidades sociales, se revela significativamente en la literatura decimonónica87
.
Decía Eugene Pelletan, liberal francés de ese período: “preferimos la prosa que en
virtud de su libertad de movimiento, se adecua más a los instintos de la democracia”88
.
En efecto, la literatura al asignar y reconocer la sociabilidad como objeto propio, se
llena de inquietudes morales que, tanto como reflejo de la posición del autor, trasunta el
ambiente ideológico y los afanes de la colectividad. Así, al no poder obviar la
trascendencia de los profundos cambios sobrevenidos en las jerarquías sociales, la
literatura del siglo XIX configura a su modo la referida rebelión de las mujeres. La
temática femenina, principalmente en la segunda mitad del siglo89
, fue un resultado
orgánico, casi necesario del surgimiento de la expansión y de la profundización del
acontecer histórico. Cabe, en ese sentido, la expresión de Madame de Staël: “lo que se
admira como arte se introduce en la vida real”.
Cuestión de la mujer y literatura
Una cronología de la temática femenina en la literatura del siglo XIX parece evidenciar
con bastante fidelidad la evolución del develamiento social de las angustias de la
condición femenina. Es precisamente en Francia, donde la participación de las mujeres
en el cataclismo revolucionario fue inusitado por lo inédito de su dimensión90
, donde es
posible encontrar voces y letras de mujeres como Ana Germana Necker, baronesa de
85
Cf. Judith Astelarra, “Mujer y Política”, Revista Mujeres, # 4, Madrid, 1984. Sobre el término
“patriarcado capitalista”, acuñado por Zillah Eisenstead, véase VV.AA, Teoría Feminista (selección de
textos), Ediciones CIPAF, Rep. Dominicana, 1984. 86
Cf. Evans, op. cit., pp.45-166. Astelarra, op. cit., para precisar el significado histórico-político de ese
acontecimiento. 87
En esta situación todavía la obra literaria como creación artística representa el punto de encuentro entre
la conciencia individual y la colectiva, suministrando a los miembros del grupo, en el plano de lo
imaginario, una satisfacción que debe y puede compensar las múltiples frustraciones causadas por los
compromisos y las consecuencias inevitables impuestas por la realidad. Cf. Lucien Goldmann, La
creación cultural en la sociedad moderna, Editorial Fontamara, Barcelona, 1980. 88
Citado por Hobsbawm, op. cit., p. 410 89
“El siglo XIX, o lo que por tal solemos entender, comienza alrededor de 1830. Durante la Monarquía
de Julio, y no antes, se desarrollan los fundamentos y los perfiles de este siglo, el orden social en que
nosotros mismos estamos arraigados, el sistema económico cuyos principios y antagonismos perduran
hoy todavía, y la literatura en cuyas formas nos expresamos hoy por lo general”. Hauser, op.cit., p. 6. 90
Cf. Albert Soboul, Comprender la Revolución Francesa, Editorial Crítica, Barcelona, 1983.
También Andrée Michel, El Feminismo, F.C.E., México, 1983, pp. 65 ss.
50
50
Staël, de Lucile Aurore Dupin o George Sand, de Flora Tristan, escritoras que desgarran
el velo y dan cuenta de que “el sexo es la forma más primitiva y telúrica del poder”91
.
Así, la pionera Delphine (1802) de Madame de Staël, plantea el derecho femenino al
amor en libertad, la Lèlia (1832), de George Sand, es la primera en señalar más
abiertamente problemas erótico-sensuales femeninos, o las propias vicisitudes de Flora
Tristan, confesadas en su Peregrinaciones de una paria (1838)92
. Eran los tiempos
cuando todavía no pedían derechos políticos para las mujeres, sólo la igualdad civil y la
igualdad sentimental. Son mujeres descubriendo la opresión, primero sobre su cuerpo,
sobre su sexualidad, quienes subliman este “extravío” clamando: “es el amor golpeando
con su frente ciega todos los obstáculos de la civilización” (Sand).
Esta denuncia temprana va quedando paulatinamente ahogada a medida que las
disidentes voces femeninas van siendo acalladas. Triunfan los tipos stendhalianos
contrastados entre dos ideales de mujer, una enérgica, rebelde, singular –encarnaada en
Matilde de La Mole, en la Diana de Maufrigneuse o en la tardía Ana Karénina de
Tolstoi-, la otra, sensible, amante y maternal, como Madame de Renal o Kitty y
Lióvina. También se vuelve recurrente el tema de la muchacha „caída‟ redimida o la
prostituta noble, de corazón puro que aparece en las obras de Víctor Hugo, Eugene Sue,
Alejandro Dumas, Balzac o Dostoyevski93
.
Es evidente cómo a parir de la segunda mitad del siglo empiezan a dominar en el mundo
narrativo los pormenores de la cotidianeidad, lo ordinario, lo doméstico, en fin la esfera
privada de la vida social. Lo que Lukács llamó despreciativamente “la privatización
general en la visión de sociedad e historia”94
. En todo caso, ya sabemos que tanto la
vida cotidiana como las mujeres –símbolos por excelencia de la vida cotidiana- habían
empezado a rebelarse.
Lo que es cierto es que a medida que transcurren los años cobra vida en la literatura una
imagen de mujer más cercana a la real, definida cada vez por las particularidades que
debe a la situación contingente en que encuentra colocada. En verdad, una mujer que
más que existir se va produciendo. Si el hacer de las mujeres, como grupo cultural, se
instala en lo privado, no debe sorprender la preminencia de situaciones menos
grandiosas, es cierto, pero también menos episódicas, en el arte literario de este período.
Bien decía Flaubert que “no son las perlas las que hacen el collar, es el hilo”. En efecto,
nunca como ahora se habían develado los entretelones de la vida diaria, sus entrañas
determinantes, lo que no se encuentra a flor de piel. La doble moral, el divorcio, el
fracaso conyugal del matrimonio sin amor, el autoritarismo familiar, los conflictos
generacionales, el mundo infantil, los reclamos igualitarios de mujer sensibles o,
simplemente, la mujer apasionada que, por serlo, rompe barreras convencionales, son
asuntos que aparecen invariablemente, de una forma u otra, en la literatura de la
91
La expresión es de Ernesto Sábato, op. cit. 92
Véanse André Maurois, Lèlia o la vida de George Sand, Alianza Emece, Madrid, 1973, y Jean
Baelen, Flora Tristan. Feminismo y Socialismo en el siglo XIX, Taurus, Madrid, 1973. Para una
recensión de la labor literaria de Madame de Staël, véase Mirta Aguirre, El Romanticismo de Rousseau
a Víctor Hugo, Editorial Letras Cubanas, La Habana, 1973, passim. 93
Véanse Hauser, op. cit., y Mirta Aguirre, op. cit. 94
G. Lukács, La novela histórica, Editorial Siglo Veinte, Buenos Aires, 1966, p. 40.
51
51
época95
. Allí están, entre otras, El Divorcio y Un Corazón de Mujer, de Bougert,
Carmen, de Merimme, Una lección de matrimonio y La Madrastra, de Balzac, El
Hogar, de Sudermann, Casa Desolada, de Dickens, Mundillo Antiguo, de Fogazzaro,
Naná, de Zola. Estas obras denuncian el poder brutal y destructor de la personalidad
humana en el ancien règime, confiriendo a las protagonistas femeninas ese brillo
fascinante, ese halo heroico, esa trágica grandeza humana. En ese sentido cobra
particular relieve el cuestionamiento de los valores del patriarcado pre-moderno,
haciéndose patente la estrecha relación que prevalece entre el progreso y la perspectiva
del futuro de la sociedad burguesa.
Es sabido que la categoría de una obra literaria la marca siempre sobre todo “la
categoría de su personaje central, su modo de ser hombre o de ser mujer, de definirse y
de producirse ante el mundo o simplemente ante su mundo”96
. La literatura
decimonónica va cristalizando una especie de personaje femenino problemático, víctima
sujeta a valores degradados en un mundo ya no conformista ni tradicional97
. Este
fenómeno lo apreciamos desde la anticipatoria Madame Bovary (1856), “ese primer
personaje sin remordimiento que no ostenta cinismo y cree que lo que hace se justifica
por sí mismo”; pasando por Casa de Muñecas (1879) de Ibsen, y llega a su punto
culminante, a mi juicio, con la magnífica obra de Henry James, Las Bostonianas (1886),
uno de los primeros testimonios del feminismo en acción y posiblemente el primer
retrato literario de una relación amorosa entre dos mujeres.
Las evidencias parecen señalar que esta evolución puede ocurrir sólo en aquellas
sociedades con un determinado grado de desarrollo social, impactadas además por la
extraordinaria floración de movimientos sociales urbanos, esas “acciones colectivas
conscientemente destinadas a transformar los intereses y valores sociales insertos en las
formas y funciones de una ciudad históricamente determinada”98
, entre los que se
cuenta la protesta organizada de mujeres de finales del siglo XIX.
En este sentido, Inglaterra constituye un caso excepcional. Si bien es en Inglaterra
donde se manifiestan los primeros brotes de lo que había de constituir un vasto
movimiento europeo de renovación de cánones estéticos99
, siendo, más adelante, cuna
de uno de los más significativos movimientos femeninos, su literatura es incapaz de
participar en el gran descubrimiento colectivo que evidencia la evolución artística
comentada. El análisis de la vida intelectual inglesa permite ligar la situación literaria al
proceso más general de la evolución de conjunto de la sociedad británica y explicar la
extraordinaria estabilidad y continuidad del sistema de valores100
, de esas formas
culturales tan represivas que impregnaron el ideal victoriano de la femineidad o, lo que
es lo mismo, de la esfera privada de la sociedad. Al que intentan contrariar de todas
95
En opinión de Hauser “nada estaba tan bien calculado para servir de base a la idealización de la clase
media como la institución del matrimonio y la familia”, op. cit., p. 108. 96
G. Lukács, op. cit., p. 58 97
Con los personajes literarios femeninos ocurre un proceso inverso al señalado por Lucien Goldmann en
los personajes masculinos. Para una sociología de la novela, Editorial Ciencia Nueva, Madrid, 1967,
pp.15-36. 98
Manuel Castells, La ciudad y las masas. Sociología de los movimientos sociales urbanos, Alianza
Universidad, Madrid, 1986, p. 20. 99
Cf. Beatriz Maggi, El cambio histórico en William Shakespeare, Editorial Letras Cubanas, La
Habana, 1985. 100
Cf. Perry Anderson, La cultura represiva. Elementos de la cultura nacional británica., Editorial
Anagrama, Barcelona, 1977.
52
52
maneras los sublimados amores de los personajes femeninos de Jane Austen, Charlotte
Brontë, Grace Poole y George Eliot, magníficas mentes que no tomaron parte en el
movimiento feminista y deliberadamente se abstuvieron de asociar a éste sus
nombres.101
En aquellos países social y políticamente más atrasados, una aproximación entre
literatura y mujeres fue con frecuencia una misma cosa con los impulsos patrióticos por
la construcción de una identidad nacional. Es el caso de las novelas hispanoamericanas
como Tabaré, Cecilia Valdés, Amelia y María102
. Por su parte, Alemania se encuentra
en proceso de gestación de una literatura nacional en cuya base no había una nación
unificada, cuestión que potencia las circunstancias de la Ifigenia, de Göethe, de la
Thusnelda, de Kleist o la Judith, de Keller103
.
Caso particular fueron los narradores rusos del último cuarto del siglo XIX, que al filo
de una ideología populista, cuestionan los retrógrados valores y prácticas patriarcales
antiguos. Allí están las muchachas creadas por Ostrovski, enfrentadas siempre con
padres autoritarios y enemigos de cualquier libertad. Véanse su Corazón Ardiente o La
sin Dote; ¿Qué Hacer?, de Chernichevski o Los Hermanos Karamázov, de
Dostoyevski.
En España, el fenómeno descrito no es menos complejo y se determina también, en gran
medida, conforme al contexto histórico en el que se produce. Se puede considerar a
Benito Pérez G. (1843-1920) como el cronista de la vida cotidiana –esa vida cotidiana
en tantos aspectos reñida con la modernidad europea- de la Restauración española104
.
La mayoría de sus obras oponen dos mundos: el tradicional-religioso y el moderno-
liberal, y en esta dicotomía antitética se inscriben sus personajes y situaciones. Así, por
ejemplo, en Doña Perfecta, Gloria, La Familia de León Roch, Fortunata y Jacinta. Sus
novelas, a contrapelo de la evolución histórica, exponen el destino cerrado de la
mayoría de sus personajes femeninos; ninguna tiene la menor posibilidad de elección,
sino que todas parecen prisioneras de un circuito predeterminado; ellas trascienden su
propia identidad y se convierten en portavoces de instituciones y grupos sociales ligados
al antiguo régimen. Por más polémico que sea el unto de vista galdoseano
(¡imaginemos que trato le pudieron dispensar las feministas de la época al autor y su
obra!) subyace en él un asomo del problema de la transformación de los tradicionales
patrones emocionales de la mujer sujeta al dominio doméstico, a la cuestión de que este
dominio de lo privado presenta una sensibilidad extrema a los predicamentos del orden
patriarcal, aspecto sin duda significante cuando se trata de la
participación/incorporación de la mujer en la totalidad social. Lo que Pérez Galdós
apreció menos es que la razón de ser de esta proclividad al conservatismo no radica en
supuestas esencias femeninas sino en una pura construcción social, cultural y política.
101
Sugerentes análisis acerca de estas narradoras en Virginia Wolf, Una habitación propia, Editorial
Seix Barral, Barcelona, 1980, pp. 81 ss y Eva Figes, Actitudes patriarcales. Las mujeres en la
sociedad., Alianza Editorial, Madrid, 1980, pp. 161 ss. 102
Cf. Asunción Lavrin (comp..), Las mujeres latinoamericanas. Perspectivas históricas; F.C.E.,
México, 1985. Mirta Yánez (comp..), La novela romántica latinoamericana, Casa de las Américas, La
Habana, 1978. 103
G. Lukács, Realistas alemanes del siglo XIX, Editorial Grijalbo, 1970, pp. 22 ss. 104
Una descripción de importantes claves socio-políticas y culturales de este período en Juan A.
Hormigón, La política, la cultura, el realismo y el pueblo, Alberto Corazón editor, Madrid, 1972.
53
53
“Hasta hace muy poco –observó Eva Figes- la mujer no tenía voz pública. Estaba
excluida de la educación y de los asuntos públicos: un inmenso y negro océano de
silencio dilatándose hacia el pasado. Y esto con frecuencia se enarbola como prueba de
la natural aversión de la mujer a la expresión o a la acción pública, su acuerdo
fundamental con el papel tradicional que desempeñan... Sólo en el siglo XVIII y, más
concretamente, en el XIX, empezó a hacerse corriente que las mujeres expresaran su
pensamiento, como consecuencia del mayor ocio y de la mayor difusión de la
ilustración. Y en cuanto hubo una minoría considerable de mujeres de expresión
articulada, al tiempo asomó el feminismo su „odiosa‟ cabeza”105
.
Todo planteo político-ideológico por mínimo que sea, surge desde un ámbito histórico-
cultural propio y aparece teñido por su signo. En el clima de transformaciones totales
que el siglo XIX proporcionó, la literatura no se libra de “esas emociones fuertes que la
vida ha prodigado”. La rebelión femenina es una de ellas y es posible palpar su
presencia en los criterios sobre temas y modos de ejecución de la literatura y demás
artes. Y todo ello a pesar de los mismos escritores decimonónicos. Ellos comparten,
sin lugar a dudas, la mayoría de los supuestos imperantes sobre los sexos, acerca de la
separación de las esferas públicas y privadas, de la domesticidad de la mujer y la
supremacía masculina. La frase de Flaubert “Madame Bovary, c‟est moi” es verdadera
en este sentido. Quizás todos ellos harían suyas las palabras de Ibsen, quien ante un
auditorio de sufragistas en 1898, confesaba: “... lo que he escrito respecto a la mujer lo
he escrito sin designio tendencioso... no me reconozco el honor de haber hecho nada por
la emancipación de la mujer. A decir verdad, ni siquiera comprendo lo que se entiende
por eso...”106
.
Estamos, pienso, ante un fenómeno a la vez social y biográfico-literario o personal de
los escritores. En todo caso, recordemos a George Sand, George Elliot y Fernán
Caballero, mujeres novelistas, obsesionadas por la servidumbre de su género, que tratan
de ser como hombres y, usando nombres masculinos, disponer de la misma libertad de
acción y de iguales condiciones para el comportamiento.
Una vez C. Wright Mills sugirió que las injusticias personales tenían que ser traducidas
en términos sociales para permitir identificar sus raíces y combatirlas. El movimiento
de mujeres del siglo XIX contribuyó en gran medida a generar esta dinámica en una
porción importante de la literatura decimonónica, masivamente escrita por hombres.
105
Figes, ob. cit., p. 162; Agnes Héller, “La división emocional del trabajo”, Revista Nexos, México,
1980, pp. 32 ss. 106
Hauser, op. cit.
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54
LOS ‘VERSOS SATÁNICOS’ DE TASLIMA NASREEN
Suceden en nuestros días107
aparentes menudencias que a poco que se miren, se revelan
como síntomas preñados de significados. Las razones del exilio de la escritora bengalí
Taslima Nasreen, por ejemplo. Precisamente cuando el siglo XX ya creía haber burlado
el porvenir y haber dejado de sí mismo la imagen que quería dejar.
En los primeros meses de 1989 el mundo fue conmovido por la condena a muerte –un
decreto de dios, según el Ayatola Jomeini- dictada contra el escritor británico de origen
indio Salman Rushdie, acusado de difamar las santidades del Islam. En aquellos días,
para disipar posibles dudas, el presidente iraní Alí Jamenei declaraba sin reparos: “La
flecha ha sido lanzada y ahora viaja hacia su objetivo”.
Hace poco otra flecha ha sido lanzada. Esta vez contra la novelista, médica y feminista
bengalí, Taslima Nasreen, quien por su crítica al poder integrista islámico –
principalmente en lo que tiene que ver con la terrible opresión a la que se hallan
sometidas las mujeres en esas sociedades- ha sido acusada de haber ofendido los
sentimientos religiosos de los musulmanes, y condenada a muerte por grupos
fundamentalistas.
Si bien Taslima Nasreen, al igual que Rushdie, lucha contra el siempre resurgente
medioevo y contra las secuelas de éste en su cultura, su caso hasta ahora no constituye
una evidente “razón de Estado” como el del escritor indio. Por ello, quizá –y por ser
menos conocida en Occidente- las reacciones ante este hecho insólito e inhumano han
sido más bien tibias. Sin embargo, la amenaza contra su vida no es retórica, obligando a
la escritora a refugiarse en Suecia, bajo el amparo de la sección sueca de la organización
internacional de escritores, el PEN Club.
En cierta ocasión, preguntado Ernesto Sábato sobre la experiencia de Salman Rushdie,
qué sentía un escritor en esas circunstancias, respondió enfático: “¡Horror, ¿qué puede
sentir sino eso?...De cualquier manera, no debemos juzgar a toda la cultura islámica por
esa clase de espantos, como no podemos juzgar al mundo cristiano por la Inquisición”.
Una puntualización clave para no caer en la simpleza de la intolerancia.
La tierra de Taslima Nasreen, Bangladesh, por su población, es hoy el segundo país con
mayoría musulmana en el mundo. Los bengalíes representan el segundo grupo
etnolingüístico en población, después de los árabes, en que predomina el Islam. Sin
duda, uno de los dilemas que Bangladesh ha tenido que afrontar desde su independencia
en 1971, ha sido determinar en qué medida debe concederse expresión formal al Islam
en los fundamentos legales del Estado y permitírsele que constituya una base de
organización política entre los ciudadanos.
107
agosto de 1994
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55
Con todo, hasta hace muy poco los musulmanes bengalíes eran portadores de lo que
puede considerarse como una identidad cultural mixta que asociaba la “musulmanidad”
y la “bengalidad”. El orgullo del idioma, que incluye una tradición literaria distinguida,
así como el compartir con los no musulmanes diversas costumbres sociales y modos de
pensar, se combinaban en un abigarrado pero plural conjunto socio-cultural. Hasta que
(re)aparecen, retándolo todo, los fundamentalistas.
Sabemos que el Islam no es sólo una religión, si entendemos por religión únicamente un
sistema de credo y culto: más que esto, el Islam es un modo total de vida. Es un sistema
de reglas que han de cumplirse y en las cuales no hay separación entre lo sagrado y lo
laico. Proclama una fe y fija ritos. Prescribe también un orden a los individuos y a la
sociedad en las esferas del derecho, las relaciones familiares, asuntos de negocio,
etiqueta, indumentaria, comida, higiene personal y muchas cosas más. El Islam es una
civilización completa y compleja en la que, idealmente, los individuos, las sociedades y
los gobiernos deben reflejar la voluntad divina.
Numerosas son las escritoras modernas en los países de mayoría musulmana. Buena
parte de la vanguardia literaria ha estado constituida en ellos por mujeres. Esto de
ninguna manera es producto de la casualidad. Y es que, con palabras de Mario Vargas
Llosa: “Nadie que esté satisfecho es capaz de escribir, nadie que esté de acuerdo,
reconciliado con la realidad, cometería el ambicioso desatino de inventar realidades
verbales. La vocación literaria nace del desacuerdo (...) con el mundo, de la intuición
de deficiencias, vacíos y escorias a su alrededor. La literatura es una forma de
insurrección permanente...”
Sucede que las corrientes literarias más significativas y originales de las últimas décadas
en los países musulmanes encarnan en porciones importantes de ese grupo social cuya
voz se vio ahogada durante largo tiempo. Todas ellas –Halidé Edip Adivar, Nazli Eray,
Nezihe Meric, Adalet Agaoglu, Furuzan, Sevim Burak, Sevgi Soyzal, Tomris Uyar,
entre muchísimas otras, a impulsos de las primeras conquistas sociales republicanas
tomaron posición contra la moral restrictiva y las jerarquías sociales, que tenían como
fundamento los valores que las conmociones de la segunda posguerra pusieron en
entredicho. Así, el vigor de la literatura escrita por mujeres en el Islam se explica
seguramente por siglos de mutismo forzado, histórico. “Muestren ellas sus rostros al
mundo –mandaba Kemal Ataturk, el audaz reformador que abrió Turquía a la
modernidad- observen atentamente el mundo con sus propios ojos. Nada hay en ello
que pueda producirnos temor”.
Todo esto, pues, contribuye a plantear otro debate secular en la mayor parte de las
sociedades musulmanas: el de las relaciones entre cultura y crítica del poder. Ya
sabemos que la capacidad crítica constituye el supuesto necesario para que la actividad
cultural genere radicales innovaciones creadoras. Es así como en la atmósfera de
incertidumbre propia de toda mutación, las narradoras salidas del Islam consiguieron
revelar todo un universo y lo han hecho con expresiones originales nutridas de sus
propias frustraciones. Apareció, entonces, una singular visión de la vida cotidiana que
hasta entonces la literatura había ignorado o escamoteado. Gracias a estas mujeres, la
literatura en el Islam ha proporcionado a la sociedad una imagen más completa de sí
misma.
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“Nada. Por eso escribimos. Escribimos para explicarnos lo incomprensible, para dejar
constancia, para que los hijos de nuestros hijos sepan. Escribimos para ser. Escribimos
para reclamar un espacio, para descubrirnos ante los demás, ante la comunidad humana,
para que nos vean, para que nos quieran, para integrar la visión del mundo, para adquirir
alguna dimensión, para que no se borre con tanta facilidad. Escribimos para no
desaparecer”. Quizá, estas palabras de la escritora mexicana Elena Poniatowska sean la
mejor manera de resumir el espíritu del oficio literario de las mujeres en el Islam,
especialmente el de la bengalí Taslima Nasreen, hoy condenada a muerte.
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MINIFALDAS, ESTRATEGIAS DE SUBVERSIÓN
A pesar de que el mecanismo de la moda es uno de los elementos característicos de las
complejas sociedades contemporáneas, generalmente ocurre lo que señala Marc-Alain
Deschamps: “hablamos sin cesar de la moda y no sabemos lo que es... Doquier
dirigimos la mirada la vemos, pero ignoramos aún todo acerca de sus causas, sus frenos,
sus leyes, sus mecanismos”108
.
Pierre Bourdieu, allá en los inicios de la década del setenta, planteó una perspectiva
sugerente para intentar aprehender los sutiles mecanismos de este espacio singular, a
través del estudio de lo que llamó la estructura del campo de producción de moda109
.
Desde esta perspectiva, nos interesa resaltar cómo las estructuras de las relaciones de
fuerza que jalonan el campo de la producción de moda se reproducen, adquiriendo
nuevas dimensione, en el ámbito de las condiciones de producción y recepción de estos
bienes de consumo. Siendo el vestido el locus electivo de la moda, una innovación
reciente en el campo vestimentario femenino –la minifalda- permite ubicar esos
espacios de conflictos y cambio sociales.
En efecto, la minifalta tiene más de un cuarto de siglo y su historia –como toda la
historia social de los trajes- es menos anecdótica de lo que comúnmente se cree. Y es
que la minifalda (todavía hoy) es moda y, como tal, es un signo que permite percibir
elementos profundos de una sociedad, una economía y una cultura: con sus impulsos,
sus posibilidades, sus reivindicaciones y sus resistencias.
Una contracultura
Un 10 de julio de 1964, la diseñadora inglesa Mary Quant presentó la minifalda por vez
primera en Londres. “La mini –recuerda su creadora- formaba parte de una revolución
global en la moda. De algún modo democraticé la moda. Creé ropas para gentes reales,
para que esas gentes reales pudieran vivir y moverse dentro de ellas. Al principio,
simplemente pensé en hacer algo que me gustara a mi y a mis amigos de Chelsea (barrio
londinense). No me di cuenta de que estaba anticipándose a un deseo internacional de
cambio. Porque los sesenta fueron una época especial: había necesidad de un cambio
radical. En cualquier caso, la mini no fue una creación instantánea: el borde de la falda
fue haciéndose gradualmente más y más corto”110
.
Y así era. Se trataba del repunte de una contracultura que minaba con celeridad las
viejas estructuras de lo privado y de lo público a nivel mundial. Si, por una parte, el
108
Psicología de la moda, FCE, México, 1986, p. 10. 109
“Alta costura y alta cultura”, en Sociología y Cultura, Grijalbo, México, 1990. Y señala: “Llamo
campo a un espacio de juego, a un campo de relaciones objetivas entre los individuos o las instituciones
que compiten por un juego... En un campo... los que poseen la posición dominante..., los que tienen más
antigüedad usan estrategias de conservación cuyo objetivo es sacar provecho de un capital que han
acumulado progresivamente. Los recién llegados tienen estrategias de subversión... que suponen una
alteración más o menos radical de la tabla de valores, una redefinición más o menos revolucionaria de los
principios de producción y de apreciación de los productos... “, pp. 216-218. 110
Citada por Rosa Montero, “Pequeña gran falda”, Revista El País Semanal # 639, domingo 9 de julio
de 1989, Madrid, p. 33.
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58
nacimiento de la minifalda tuvo lugar en un ambiente machista, reprimido y timorato
que, entre ambigüedades y contradicciones, se estremecía con el nacimiento de la
píldora (factor que, a su vez, contribuyó a revolucionar el papel sexual de las mujeres);
por otra, fraguaba un período tremendamente contestatario y activista, que convirtió
tanto a países ricos como a los pobres, en territorios erizados de rebeliones y
levantamientos que predecían el reino de la libertad. Recordemos los movimientos
juveniles, las luchas por los derechos civiles en Norteamérica, el pacifismo, el
movimiento feminista, las luchas por la liberación nacional en el Tercer Mundo, etc.
La minifalda formó parte de lo que alguien llamó “estética de la protesta general”. Una
dimensión, a simple vista incruenta, de la gran convulsión social que permitía a las
mujeres reencontrarse con su propio cuerpo y tratar de recuperarlo. Cuestión, sin duda,
política en la medida que implicaba desafiar y trastocar los mapas establecidos del
poder social.
¿Estéticas paralelas?
Vale recordar, sin embargo, que durante los sesenta la nueva estética fue, por lo menos,
promiscua y versátil. En las sociedades que vivían procesos armados de liberación
nacional, las mujeres también estremecieron la veleidad de los tiempos, cuando se
dejaron ver guerrilleras –orgullosas y dignas-, metido el cuerpo en austeras vestimentas
milicianas, casi siempre con el inefable fusil al hombro. Simbolizaban un modo distinto
de vivir, de penar y, por supuesto, de asumirse como mujeres, que pronto se convirtió en
una imagen multiplicada a lo largo de nuestra América. A decir verdad, se trató de una
iconoclasta tercermundista que rivalizó hasta casi opacar otros símbolos de libertad y
rebeldía que caracterizaron esos tiempos.
¿Estéticas paralelas, divergentes? Lo cierto es que todo aquello formaba parte del
mismo fenómeno de efervescencia social que inundó esa época y que, además, implicó
la irrupción de un nuevo tipo de mujer: una que, consciente o no, sentía y/o expresaba
una gran indocilidad frente al sofocante ambiente que la rodeaba. Aspiraba a una
sociedad distinta y luchaba de diversas maneras por alcanzarla.
Si bien la nueva libertad que se abría paso con la minifalda inicialmente surcó los
caminos de las mujeres de clase media, poco después una gran mayoría, en especial
adolescente, acabó vistiéndola. En América Latina también triunfó, entre fusiles y
flores.
Minifaldas, sexismo y violencia
Deschamps cita los resultados de una encuesta según los cuales “la minifalda... parece la
más provocativa, igual para hombres que para mujeres. Nada como una minifalda para
que un hombre se aloque, según 62.7% de las mujeres”111
. Y añade: “el pantalón
ceñido, que la reconstruye como mujer objeto, erótica y deseable, está catalogado, como
la minifalda, como arma de seducción, que trata de excitar el deseo sexual. Por eso se le
admite en los ratos de ocio, pero está mal visto en el ambiente de trabajo, donde uno no
querría o no debería distraerse de la tarea y donde parece fuera de lugar. Así que esta
111
Op. cit., p. 177.
59
59
nueva conquista de la mujer, ...., no nos hace creer en ningún cambio de la naturaleza
femenina”112
.
Si a esta „científica‟ opinión sumamos el significativo número de noticias que en
América Latina avisan de las prohibiciones del uso de minifaldas en oficinas y centros
de trabajo, principalmente en el sector estatal, nos damos cuenta fácilmente que la mini
todavía produce horror en el alma del patriarcado. Un horror que, como muchos otros,
ha aprendido a enmascararse, a agazaparse, a parecer en ocasiones muy permisivo.
Notamos cómo todavía sobrevive la especie que aduce que la minifalda es la causa
principal de las agresiones y abusos sexuales que sufren algunas mujeres que la visten.
¡Cuántas personas han dado la razón a este argumento, aceptando que la mujer tiene que
ir „correctamente‟ vestida para no provocar! Por otro lado -que a la postre es el mismo-,
el comercio de la mini ignora la mayor parte de los problemas reales con los que tienen
que enfrentarse cotidianamente las mujeres; y busca, en cambio, jugar con furiosas
pasiones eróticas, contribuyendo así a profundizar la cosificación y alineación
femeninas.
Hoy, más de un cuarto de siglo después de la llegada de la minifalda al mercado, el
mundo ha cambiado muchísimo. Aunque la sociedad en general es más permisiva de lo
que antes era, lo sustancial del sueño libertario sigue vigente. Por ello, la pequeña falda,
que durante los „60s fue emblema de la rebelión de las mujeres, encarna todavía los
ideales de igualdad y libertad tan caros a la generación que la vio nacer. Como nunca,
moda y comportamiento social han estado tan comprometidos con la vida real.
112
Ibidem, p. 178.
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60
NACER POR CONTRATO
¿HACIA UNA NUEVA MORAL DE LA VIDA PRIVADA?
De acuerdo con el filósofo político británico Michael Oakeshott, “la vida moral es una
vida inter homines”, esto es, “se refiere a las relaciones de los seres humanos entre sí y
del poder que son capaces de ejercer unos sobre otros... Además, la vida moral aparece
sólo cuando el comportamiento humano está libre de la necesidad natural; es decir, sólo
cuando hay alternativas en la conducta humana... En otras palabras, la vida moral es
arte, no naturaleza; es el ejercicio de una habilidad adquirida. Sin embargo, aquí la
habilidad ... es la de saber comportarnos como debemos hacerlo; no es la habilidad de
desear, sino la de aprobar y hacer lo que es aprobado”113
. Con este entendimiento, las
nuevas tecnologías reproductivas constituyen un campo propicio para debatir no sólo en
torno a las prácticas que perpetúan la subordinación de las mujeres, sino que también
permiten imaginar alternativas moralmente deseables capaces de promover su
emancipación.
En los últimos años, las agencias internacionales de noticias dan cuenta con relativa
regularidad de los profundos desencuentros e intensos de debates provocados por las
nuevas tecnologías reproductivas (NTR) que han transformado la que hasta hace muy
poco tiempo se consideró la natural sucesión genealógica de padres a hijos y la única
natural en la reproducción humana.
En efecto, con el nacimiento de Louise Brown, hace más de veinte años, Robert
Edwards y Patrick Steptoe, creadores de la primera niña probeta del mundo,
revolucionaron conceptos tanto en el orden científico como en el ético. Con ellos, a la
vez, renació la esperanza para muchas mujeres y parejas estériles, pero también las
dificultades de la sociedad para asumir las nuevas situaciones.
Desde entonces, el tema de las nuevas tecnologías reproductivas ha despertado gran
interés y se le asigna mucha importancia como pieza clave de un nuevo paradigma de
desarrollo. Los cambios derivados de la tecnología se expresan, entre otros, en la
separación de la sexualidad de la reproducción, sobre el control del número y
espaciamiento de los hijos y en la solución a problemas en muchas áreas de la vida
humana. La posibilidad actual de que una mujer dé a luz a su hermana, que una abuela
alumbre a su nieta o que un embrión humano pueda congelarse, almacenarse y
guardarse para darle vida en el momento más oportuno, destruye el modelo de
reproducción que durante milenios se ha considerado como natural y echa por tierra
todo el montaje jurídico construido sobre los conceptos de individuo y parentesco.
Como diría Toffler (1993), “lo que estamos presenciando no es la muerte de la familia
como tal, sino la quiebra final del sistema familiar de la segunda ola”.
Pese a ello, existen pocos estudios en la región que relacionen la situación de las
mujeres con esos efectos, no obstante que es inmenso el impacto de las nuevas
tecnologías en el ámbito de la reproducción en el cual las mujeres cumplen un papel
social fundamental.
113
M. Oakeshott citado por Sowell, op. cit., p. 152 y ss.
61
61
El presente trabajo intenta explorar el significado de la introducción de las nuevas
tecnología en la vida reproductiva de las mujeres. La idea subyacente es que la
introducción de estas novedades tecnológicas es expresión de un gran cambio, no sólo
económico sino también de carácter social. Pero el asunto va más allá, pues por vez
primera en la historia de la humanidad, nos encontramos ante una experiencia que
estremece los fundamentos mismos del concepto de reproducción y parentesco, -es
decir, la reproducción por relación sexual entre personas de distinto sexo- y que, por
tanto, cuestiona el concepto tradicional de familia y todo el sistema de parentesco
basado en la sucesión genealógica de padres a hijos. Las nuevas técnicas ponen de
manifiesto que lo que hasta ahora se consideraba como el modo natural de reproducción
sólo es un concepto cultural y, como tal, susceptible de ser cambiado.
La tecnología, como observó Toynbee, no es sólo un nombre griego para designar un
saco de herramientas; es un sistema de racionalidad práctica que implica ciertas
concepciones ideológicas sobre la relación ser humano/naturaleza y que genera
importantes efectos sociales, con frecuencia imprevistos en sus propuestas de
utilización.
En términos generales, el término „tecnología‟ designa toda aplicación práctica del
conocimiento a las actividades productivas. La tecnología abarca entonces los métodos
de concepción y de diseño de productos, el proceso de trabajo propiamente tal y las
formas de gestión de la producción. Así, se entiende por cambio tecnológico cualquier
modificación ocurrida en la tecnología de un producto dado, en el proceso de una planta
o empresa, o en las formas de organización del trabajo.
Se requiere prestar especial atención a ciertas dimensiones del cambio tecnológico que
se han producido como resultado de la incorporación de las nuevas tecnologías. Entre
éstas se cuentan: 1) la microelectrónica y su doble dimensión: la robótica y la
informática, esta última con sus efectos culturales y socializadores sobre la población;
2) la biotecnología y sus efectos sobre la manipulación genética, que repercute con
fuerza en las tecnologías reproductivas y también en la nueva producción de alimentos,
que puede llevar hasta la independencia entre producción alimentaria y cultivo de la
tierra. En ambos casos se trata de tecnologías que han modificado los ámbitos de la
producción y de la reproducción.
Se reconoce que no es la tecnología en sí la “fuente de la perversidad”, sino más bien,
que las condiciones económicas y sociales en que se produce la actividad determina la
falta de “neutralidad” del proceso de selección y adopción tecnológica. Las tecnologías
están insertas en la sociedad y transmiten valores sociales, formas institucionales y
culturales, aún cuando también permiten conocer la dotación de recursos y la
organización de la producción.
Si las tecnologías surgen como respuestas a los problemas planteados en los países
desarrollados, indudablemente transmiten ideologías, valores y formas de organización
del mundo desarrollado. De ahí que probablemente lo que hacen las muevas
tecnologías cuando son introducidas en nuestro países es redefinir el contexto
sociocultural en que son incorporadas así como las necesidades organizativas y
productivas.
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De cualquier modo, el ámbito reproductivo es aquel en que se requiere examinar más
detenidamente el impacto tecnológico, a fin de analizar cómo se expresa éste en la vida
cotidiana de las personas, especialmente de las mujeres.
Con todo, la dimensión reproductiva es el aspecto más complejo de analizar por el
hecho de que se interrelacionan fenómenos de diversa naturaleza que hacen difícil la
percepción de los cambios y la identificación de las áreas de la vida cotidiana de las
mujeres que se ven afectadas por los cambios tecnológicos.
La tecnología en materia de reproducción humana y salud en general son las que han
tenido mayor efecto en la mujer. Así lo indican la caída en las tasas de mortalidad
infantil y el uso de modernas técnicas de control de la natalidad en países desarrollados
y en desarrollo.
Hay muchos estudios sobre el uso de métodos anticonceptivos –que es una tecnología
de alta complejidad- que indican que la gran mayoría de las mujeres ha accedido al
menos al conocimiento de estos métodos, si bien su uso está restringido a determinados
grupos sociales. Por otro lado, actualmente se plantean una serie de interrogantes
relativos a la reproducción en vitro y a sus efectos éticos, sociales, económicos,
políticos.
La separación entre reproducción y sexualidad ha constituido un importante avance para
las mujeres. Actualmente, las alternativas que ofrecen las nuevas técnicas reproductivas
(ecografías, mamografías, y otras), al solucionar problemas hasta hace poco tiempo no
resueltos, abren nuevos espacios de libertad para las mujeres, aunque por el momento
sólo benefician a grupos pequeños de mujeres de sectores sociales altos.
Nuevas tecnologías reproductivas y cambios en la estructura familiar114
Casi todas las sociedades han ejercido algún tipo de control reproductivo. Sólo a
principios del siglo pasado se inicia la medicalización de la procreación. Ante la
simplicidad de la técnica de inseminación artificial (IA), que consiste tan sólo en
depositar el semen de un hombre en la vagina de una mujer, no sorprende que las
primeras inseminaciones artificiales daten ya de más de dos siglos”.115
En 1791, en Inglaterra un tal “doctor Hunter”, logró el primer embarazo de una mujer
con el semen de su marido. En 1804, el doctor Thouret repitió la hazaá en Francia.
Inicialmente, esta técnica estaba reservada para casos en que fuera imposible o difícil el
coito por incapacidad del marido.
114
Buena parte de la argumentación que sigue está basada en el artículo de Verena Stolcke: “Las nuevas
tecnologías reproductivas, la vieja paternidad”, en VV. AA.: Mujeres, ciencia y práctica política,
Editorial Debate, Madrid, 1985, pp. 91 ss. 115
Para Victoria Sau, tanto la inseminación artificial como el alquiler de úteros representan viejos sueños
masculinos que en cierta forma, ya se dieron en la antigüedad. Según ella, “la ley del levirato, vigente en
arcaicas culturas, estipulaba que las viudas se tenían que casar con los hermanos de los difuntos para dar
hijos a los maridos muertos. Se trata de una vieja forma de inseminación artificial. Y la Biblia nos habla
de varios casos de alquileres de útero, entre ellos el de Abraham y Sara con la esclava Agar. El tesón
masculino puesto al servicio de estos viejos sueños ha dado lugar a las nuevas tecnologías
reproductivas...” (Ibidem, p. 124)
63
63
La primera condena oficial de la IA fue pronunciada por un tribunal de Burdeos en
1880. Se alegaba que esta técnica de fecundación atentaba contra la “ley natural” y la
dignidad del matrimonio. En 1897, el Santo Oficio prohibió la técnica por implicar la
procreación sin relación sexual y la masturbación, violando así la “ley natural”.
La oposición de la Iglesia católica parece haber frenado la IA en Francia, mientras que
se difundía en EU, donde Pancoast había realizado la primera IA con semen de donante
en 1884 en un caso de azoospermia del marido. En la misma época, el descenso
progresivo de la natalidad en este país indicaba la frecuencia de abortos ilegales y del
uso de otros medios populares de control de nacimientos.
Mientras que el movimiento antiabortista estadounidense criminalizaba los abortos, se
promulgaban también en EU las primeras leyes de esterilización obligatoria aplicables a
retrasados y enfermos mentales, a los físicamente incapacitados.
Con el descubrimiento por Ogino y Knauss, en 1932, del período fértil en el ciclo
femenino, la inseminación artificial se tornó infinitamente más eficaz, aunque si se
utilizaba semen de donante continuaba siendo considerada como una violación de la
dignidad humana. En 1953, Bunge y Sherman lograron el primer embarazo con
espermas congelados (conseguidos en vacas en 1950). Con ello surgen los primeros
bancos de semen en EU y se amplía la posibilidad de la IA con semen de donante. En
la misma época se difundían también ampliamente los anticonceptivos mecánicos y
hormonales de uso predominantemente femenino, al menos en los países
industrializados.
A partir de 1950 se comenzó a desarrollar la fecundación in vitro (FIV), aplicándose por
primera vez a humanos en 1969. En 1978 nace en Inglaterra la primera niña por FIV y
transferencia de embriones, logro del médico Steptoe y del biólogo Edward. En 1984,
nace en Los Angeles el primer bebé de probeta estadounidense, y un mes más tarde nace
otra niña en Australia, esta vez de un embrión previamente congelado; en 1984 nace una
niña en el Instituto Dexeus de Barcelona, y al año siguiente un varón en un centro
sanitario público de Euskadi. Como es de suponer, a estas alturas, las NTR han dejado
de ser privilegio exclusivo de los países industrializados. En 1984, en Brasil nace un
niño por FIVTE, después de que en los años previos especialistas internacionales como
Sherman, Steptoe, Edwards y un equipo australiano habían hecho extensas visitas al
país. En Panamá, el primer bebé probeta –una niña- nació en 1990, con base en
investigaciones que dan de 1986. En todo caso, ya no son noticia los nacimientos por
FIVTE con óvulos congelados.
A diferencia de estas primeras fases cuando la IA estaba destinada a resolver casos de
esterilidad masculina y a satisfacer el deseo de la pareja por tener prole de su „propia
sangre‟, hoy, en cambio, las NTR tienen como objetivo aliviar la esterilidad, sobre todo,
femenina. Si bien estas nuevas tecnologías implican una extensa manipulación
biomedicotécnica y psicológica de la mujer (que contrasta con la simplicidad de la IA),
generalmente los expertos se han mostrado bastante reticentes en explicitar en detalle
los procedimientos clínicos a que tiene que someterse una mujer que participa de un
programa de FIVTE, actitud que redunda en una minimización (in)consciente del coste
64
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físico y psíquico de estas técnicas.116
No sólo es difícil obtener información fidedigna
sobre los procedimientos clínicos, sino que hay una manipulación sistemática de las
cifras sobre la eficacia real de estas técnicas en producir infantes.
Hoy los seres humanos pueden pasar de ser iguales entre sí, por ser hijos de padre y
madre, a poder tener hasta cinco progenitores (madre genética, madre biológica, madre
social, padre genético y padre social), al grado que hay bebés que nacen en medio de
feroces batallas entre progenitores. ¿De quién son hijas aquellas criaturas dadas a luz
por su abuela?117
¿Qué relación de parentesco queda entre los niños, su madre-abuela y
su madre genética? Jurídicamente, los niños que acaban de nacer ¿qué son, hermanos o
hijos?
A finales de los noventa, la opinión pública mundial fue sorprendida cuando la
dirección del Hospital Universitario de Utrecht admitió haber cometido un “descuido al
haber confundido las pipetas destinadas a la fecundación artificial”, lo que causó que
una pareja de raza blanca tuviera gemelos distintos: uno blanco y otro negro. El
conflicto que puede surgir por error de manipulación genética no es bizantino;
resolverlo –en medio de procesos jurídicos muy largos y complicados- implica señalar
al menos quién ha de asumir las responsabilidades que este error entraña y quién ha de
quedar liberado/a de ellas. Y, a todo esto, ¿qué pasa con los bebés?...
A fines de 1993 se suscitó una gran polémica en Inglaterra tras anunciarse que una
mujer de 59 años de edad tuvo mellizos, después que le fueran implantados óvulos –
fertilizados in vitro con el esperma de su esposo- donados por una mujer italiana de 20
años. Para la Secretaria de Salud de entonces, una mujer que haya entrado en la
menopausia “no tiene derecho a tener un niño. El niño tiene derecho a un hogar
adecuado.” Para la Comisión de Ética de Gran Bretaña, el caso “lindaba con el
síndrome de Frankenstein”.
De ahí que la sociedad esté aún perpleja ante los espectaculares resultados de las nuevas
técnicas de reproducción humana desarrolladas a partir de la fecundación in vitro (FIV)
y la inseminación artificial (IA). Y es que no sólo las relaciones de parentesco entran en
cuestión. Las nuevas técnicas de reproducción asistida hacen que se desmoronen
conceptos jurídicos tan básicos en el actual ordenamiento, como la distinción entre
personas y bienes, que tanto han contribuido a cohesionar la tradicional estructura
familiar.
En este sentido, ¿es el embrión un individuo en potencia y, por tanto, un sujeto de
derecho, o únicamente es una agrupación de células sin existencia propia? ¿qué es el
embrión congelado, una persona o un bien, un ser vivo o un ser muerto? Una vez que el
embrión está en el congelador en un estado de probabilidad de vida, ¿quién debe tener el
derecho de vida o de muerte sobre él? ¿Y qué del impacto de la clonación?
116
Existen diferencias clínicas significativas entre la IA y la FIVTE. La IA requiere básicamente una
jeringa para introducir el semen en la vagina de la mujer; la FIV, en cambio, es una técnica tanto física
como psicológicamente muy onerosa para ella. (Stolke, op.cit..) 117
En 1987, una abuela sudafricana dio a luz a los trillizos de su hija. En noviembre de 1991, Arlette
Schweitzer, de 42 años, dio a luz a los mellizos de su hija en el primer caso semejante en los EU,
convirtiéndose en el segundo caso que se conoce en el mundo de una abuela que actuó como madre
subrogada o biológica.
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65
Con las NTR no sólo renace la esperanza para muchas mujeres y parejas estériles, sino
que también son evidentes las dificultades de la sociedad contemporánea para asumir las
nuevas situaciones.
En efecto, algunos grupos sociales han intuido el enorme potencial que las nuevas
técnicas encierran y se han apresurado a utilizarlas para satisfacer anhelos muy
arraigados. Es el caso, por ejemplo, de grupos de lesbianas que han creado centros de
FIV para poder acceder a la maternidad con semen de donante y, por tanto, sin concurso
directo de un hombre. También parejas homosexuales podrían acceder a la paternidad,
incluso equitativa, inseminando óvulo de donante con el esperma de cada uno y
recurriendo a una „madre de alquiler‟.
Las biotecnologías de las que nadie puede afirmar con seguridad cuándo nacieron
verdaderamente, pero que desde 1972, con la ingeniería genética están experimentando
un desarrollo extraordinario, se presentan al mundo como una de las grandes promesas
del tercer milenio. Indudablemente, los problemas que plantean tienen dimensiones
políticas, económicas, culturales y éticas de tanta importancia como sus dimensiones
técnicas. Justamente, hay quienes se oponen a desarrollar estas técnicas hasta sus
últimas consecuencias, tratando, además, de abrir un debate en la sociedad para saber
hasta dónde estamos dispuestos a llegar.
Así, Jacques Testart, padre científico de la primera niña probeta nacida en Francia, en su
libro El embrión transparente, sorprendió al mundo al pedir una moratoria sobre la
investigación con embriones. Su mayor preocupación es que “estamos yendo
demasiado lejos, demasiado de prisa y sin controles”.
Por el contrario, uno de los pioneros británicos de la FIV Robert Edward, ha
manifestado: “Pienso como un científico. La ciencia requiere interrogación, y ésta es
legítima siempre que no haga daño. Estamos destinados al avance de la biología. Y
esto incide directamente en el mundo ético del ser humano. Con la FIV el impacto es
importante, porque tenemos el embrión, la genética y la misma naturaleza del ser
humano a nuestra disposición.”
En el mismo sentido se manifiesta François Gros, destacado científico francés: “... la
biología, al igual que todas las demás ciencias, seguirá progresando, sorprendiendo,
inquietando, suscitando dudas... Aportará muchas soluciones y respuestas a nuestras
esperanzas y a nuestra curiosidad. Estar más atentos y ser más conscientes de los
límites y de los peligros de la ciencia no debe impedirnos seguir adelante. ¿Quién
podría pensar seriamente en invertir la trayectoria del saber? ¿Quién sería lo bastante
insensato como para declarar ilegal la búsqueda de conocimiento?” Con todo,
reconocer que “debemos estar mejor informados de los resultados de la ciencia y ser, al
mismo tiempo, más prudentes y más humanos”.
Y, mientras tanto, ¿qué ocurre en Panamá? Hasta el momento, no existe reglamentación
al respecto. Si bien en el ámbito del derecho de familia contemporáneo, la reproducción
asistida implica la necesidad de replantear los principios jurídicos reconocidos hasta
ahora para la maternidad y la paternidad, el Código de la Familia, aprobado mediante
Ley # 3 del 17 de mayo de 1994 y que rige desde el 3 de enero de 1995, hace una sola
mención del término “inseminación artificial y otro procedimiento científico de
embarazo de la mujer”. En la Sección IV, artículo 286, que trata sobre impugnación de
66
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la paternidad, dice: “El hombre que consienta la inseminación artificial, u otro
procedimiento científico de embarazo de su mujer, no podrá impugnar el
reconocimiento de la paternidad del producto de la misma, aunque compruebe que es
estéril. No obstante, mantiene el derecho de impugnarla el hombre que consienta la
inseminación artificial con su propio semen, y que compruebe que al momento de
consentirla era estéril”.
Como vemos, se trata sólo de una parte visible del iceberg. A pesar de que las nuevas
técnicas de fecundación nos enfrentan a hechos que cuestionan desde sus cimientos los
principios de maternidad, paternidad y parentesco en general, todavía la sociedad
panameña no se ha planteado este asunto como un tema cuyas consecuencias y
proyecciones sean objeto de un debate público. Continuamos comportándonos como si
nada hubiera ocurrido, entre otras razones quizá porque no disponemos de nuevos
elementos éticos y políticos con los cuales asumir los cambios tan profundos que se
introducen. En todo caso, dadas las implicaciones sociales de las capacidades
reproductivas de las mujeres, no es utópico imaginar que las nuevas tecnologías
reproductivas se constituyan paulatinamente en un espacio para ellas en tanto que
agentes autónomos con capacidad y derecho para autodeterminarse.