Género y Sociología Política

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Briseida Allard O. MUJER Y PODER Escritos de sociología política La autora es panameña, socióloga, docente en la Escuela de Relaciones Internacionales de la Universidad Nacional de Panamá ([email protected]) El texto ha sido publicado por el Instituto de la Mujer y la Unión Europea, en la Colección Agenda de Género del Centenario, Universidad de Panamá, febrero 2002.

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Briseida Allard O.

MUJER Y PODER

Escritos de sociología

política

La autora es panameña, socióloga, docente en la Escuela de Relaciones Internacionales de la

Universidad Nacional de Panamá ([email protected])

El texto ha sido publicado por el Instituto de la Mujer y la Unión Europea, en la Colección

Agenda de Género del Centenario, Universidad de Panamá, febrero 2002.

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ÍNDICE

PRESENTACIÓN

INTRODUCCIÓN 3

1. GÉNERO Y POLÍTICA. LOS USOS DEL SABER 4

2. UTOPÍA vs CIENCIA. LOS ORÍGENES DEL FEMINISMO

SOCIALISTA 8

3. PARTIDOS POLÍTICOS... O LAS TRAMPAS DEL SEXO 14

4. DEMOCRACIA Y POLÍTICA DE GÉNERO 26

5. MUJERES EN ARMAS. LOS PELIGROS DE TOCAR EL

CIELO CON BAYONETAS 30

6. EN LOS ORÍGENES DEL 8 DE MARZO. LAS MUJERES Y EL

CONFLICTO DE CLASE 34

7. EL SUEÑO CONTINÚA. LA CONSECUCIÓN DEL SUFRAGIO

Y EL SIGNIFICADO DE LA EMANCIPACIÓN FEMENINA 37

8. CLARA GONZÁLEZ O LA VOLUNTAD DE PODER 39

9. OTRAS PERPLEJIDADES DE LA VIDA COTIDIANA. MUJERES Y

FAMILIAS EN PANAMÁ DESPUÉS DE LA INVASIÓN DEL 20 DE

DICIEMBRE DE 1989 42

10. CUESTIÓN FEMENINA Y LITERATURA 47

11. LOS „VERSOS SATÁNICOS‟ DE TASLIMA NASREEN 54

12. MINIFALDAS, ESTRATEGIAS DE SUBVERSIÓN 57

13. NACER POR CONTRATO. ¿HACIA UNA NUEVA MORAL DE LA VIDA

PRIVADA? 60

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INTRODUCCIÓN

Este libro reúne un conjunto de trabajos escritos entre los años 1987 y 1996. Tiempo de

cambios implacables y rotundos, los escritos tienen en común el propósito de pensar la

sociología política con una perspectiva de género. Un propósito a todas luces

inacabado. Y es que –sin querer disculpar los no pocos yerros en que pude incurrir-

tratar de hacer visible a la mujer en las ciencias de la política implica recorrer un arduo

y espinoso proceso de resocialización académica.

Es casi volver a aprender. Urge revalorar, replantear temas, problemas, conceptos,

historia, métodos y técnicas, dispositivos del saber legitimados por siglos de actividad

intelectual y práctica en la política. Pero, sobre todo, requiere dudar, dudar mucho.

Buscarle la quinta pata al gato ¡Y de verdad que la encuentra una!

El resultado inmediato de este cuestionamiento es la conciencia de que construir objetos

de estudio teniendo al género como perspectiva, significa (tener el valor de) rescatar

hechos, actividades, palabras, protagonistas, signos, “debajo de una montaña de perros

muertos” en que los ha colocado el conocimiento científico oficial. Tener valor porque

han sido, por tiempos inmemoriales, objetos indignos de estudio.

La teoría feminista ha comprobado que precisamente son estos temas los que nos

ayudan a entender cómo en cada sociedad la jerarquía de los objetos de estudio, las

estrategias del prestigio científico pueden ser cómplices del orden social patriarcal, en la

medida en que tales jerarquías y estrategias dividen la vida social en dos esferas

separadas entre sí, una pública, relacionada con el Estado y la economía e identificada

con todo lo que es político y, por tanto, objeto de reflexión y normativización; y otra

privada, relacionada con la vida doméstica, familiar y sexual, e identificada con lo

personal y como algo ajeno a la reflexión política.

Hace tiempo muchas mujeres en todas partes han dedicado largos años y esfuerzos en la

construcción de una alternativa cognoscitiva que permita hacer aparecer a las mujeres y

su cotidianidad, en una idea de lo político como interrelación de la vida individual y

colectiva. Buena parte de los frutos de esos trabajos se encuentra en las páginas que

siguen. Qué duda queda de que todavía hay mucho terreno por roturar e instrumentos

que adecuar.

Por ahora, sin embargo, las distintas facetas escogidas para plantear nuestros puntos de

vista muestran, al final, un saldo negativo en la relación de intercambio entre mujer y

poder. Cuestión nada satisfactoria esto de ser las víctimas en todas las historias que

abordamos. Lamentablemente, siguen dominando ellos y aún no se vislumbra otro

pacto de género que revierta tal situación. Por lo que todavía en este campo de las

prácticas humanas denunciar sigue siendo una estrategia válida en la larga marcha

contra esta discriminación secular.

Dedico este libro a mi madre y a las mujeres de mi familia, así como a mis amigas,

especialmente a Urania Ungo y Ángela Alvarado, quienes me han permitido compartir

sus sueños y quehaceres por una sociedad más igualitaria.

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GÉNERO Y POLÍTICA. LOS USOS DEL SABER

Vio, pues, la mujer que el árbol era bueno para

comerse, hermoso a la vista y deseable para alcanzar

por él la sabiduría, tomó de su fruto y comió, y dio

también de él a su marido, que también con ella comió.

Abriéronse los ojos de ambos, y viendo que estaban

desnudos, cosieron unas hojas de higuera

y se hicieron unos ceñidores.

Génesis, III, 6-7

Los textos políticos especializados tradicionales parten del supuesto de que la política

ha sido y es una actividad propia del ser humano en general, a pesar de que las

evidencias en sentido contrario son irrefutables.

En realidad, muy poco tiempo ha transcurrido desde cuando se generalizaron en el

mundo occidental las primeras fisuras en el sistema político caracterizado por el

monopolio masculino de la dirección y de la representación políticas. En general, estas

rupturas han sido pensadas y cuestionadas con las palabras, los principios y las

actividades tradicionales de la política; palabras y praxis que, como bien señala Rossana

Rossanda, “las han pensado los hombres y, en general, son de ellos”1.

En el afán de comprender las razones de ese singular itinerario por el que las mujeres

han sido excluidas durante milenios del gobierno de los asuntos públicos en nuestra

civilización, la crítica feminista desafió las fronteras de lo público y las instituciones de

la política mostrándonos en toda su complejidad la insuficiencia del supuesto antes

señalado.

Siendo una de las cuestiones permanentes en el campo de las disciplinas humanas la que

se refiere a la naturaleza de la política, el feminismo contemporáneo, repensando la

política y las formas de ejercerla, ha puesto de manifiesto la ausencia conceptual,

teórica, política, simbólica y programática de las mujeres. Así, para determinar la

subordinación de las mujeres en el mundo público el feminismo combinó la crítica a las

instituciones del Estado y la necesidad de develar las relaciones de poder que se tejen en

la esfera privada.

Esta nueva mirada a los asuntos políticos tiene lugar sólo después que el trabajo

académico de Gayle Rubin aportó al análisis social la conceptualización ligada al

sistema sexo/género, esto es, el conjunto de arreglos por los cuales una sociedad

transforma la sexualidad biológica en productos culturales que reproducen un orden

social desigual, estructurado en asimétricas esferas masculinas y femenina.2

1 Las otras, GEDISA, Barcelona, 1982, p.72.

2 Rubin citada por Marta Lamas, “La antropología feminista y la categoría „género‟”, en Estudios sobre la

Mujer: problemas teóricos, Revista Nueva Antropología # 30, noviembre 1986, México, p. 191. Cf.

Urania Ungo M., “Del feminismo al enfoque de género” en Revista Fem, # 124, junio 1993.

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Por un conocimiento comprometido

¿Qué aporta de nuevo la categoría género en el análisis de la sociedad y la política?

¿Cuál es la modalidad que introduce en el análisis socio-político la diferencia entre los

sexos? En principio, lo que básicamente aporta es una nueva manera de plantearse

viejos problemas modificando profundamente las líneas de búsqueda. Los interrogantes

nuevos que surgen y las interpretaciones diferentes que se generan no sólo ponen en

cuestión muchos de los postulados sobre el origen de la desigualdad social y de sus

modalidades actuales, sino que replantean la forma de entender o visualizar asuntos

fundamentales de la organización social, de la economía y la política.

Permite ver cómo los aspectos socioculturales y psicológicos, constituidos mediante

procesos sociales individuales de larga duración, se entremezclan con factores

materiales y simbólicos que se gestan en lo cotidiano y generan formas específicas de

subordinación y resistencia femeninas.

De aquí que la crítica feminista de las ciencias humanas aliente el rechazo de todas las

perspectivas analíticas que tiendan a privilegiar las „presencias altas‟ y deje sin explorar

las latencias, esto es, gran parte de los aspectos cotidianos y normales de la llamada

estática social, aquella que Otto von Hintze definió como zócalo de la historia3.

Esto último ha sido, precisamente, uno de los grandes aportes del movimiento feminista,

intentar “edificar progresivamente un saber estratégico” analizando la “especificidad de

los mecanismos de poder, reparando en los enlaces, las extensiones”4 , haciendo énfasis

a la vez en la importancia de entender los matices que asumen la subordinación y las

alternativas de cambio que se vislumbran como parte de un mismo proceso en el cual

las mujeres pueden fortalecer o cuestionar su condición discriminada y devaluada.

Concretamente, la teoría política feminista, puede considerarse, como ha señalado

Carme Castells, “un pensamiento y una práctica plural que engloba percepciones

diferentes, distintas elaboraciones intelectuales y diversas propuestas de actuación

derivadas en todos los casos de un mismo hecho: el papel subordinado de las mujeres en

la sociedad. De ahí que pueda decirse que en el feminismo se mezclan dimensiones

diferentes –teórico-analítica, práctica, normativo-prescriptiva, política, etc.- que

producen pensamiento y práctica”5

De esta manera, se entiende la resistencia femenina como respuestas de mujeres que

rompen con una victimización obediente y se convierten en sujetos portadores de

cambios, aunque esas manifestaciones de resistencia partan de personas que no han

3 Gabriela Bonacchi, “Del homo-faber a los sujetos “improductivos”. La crítica feminista al absolutismo

del marxismo occidental”, en Julio Labastida (coord..), Los nuevos procesos sociales y la teoría política

contemporánea, Siglo XXI Editores, México, 1986, p. 132. 4 Michel Foucault citado por Jorge A. Mora, “Problemas metodológicos para el estudio de las políticas

públicas”, en Oscar Fernández (comp.), Sociología. Teorías y Métodos, EDUCA, Centroamérica, 1989,

p. 15. 5 C. Castells, (compiladora): Introducción a VV AA: Perspectivas feministas en teoría política, Paidos,

Buenos Aires, 1996, p. 10.

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logrado un cuestionamiento de la raíz de los papeles femeninos concebidos como

naturales6.

Es así como el feminismo –¿o es más correcto hablar en plural tratándose de un

movimiento heterogéneo que abarca un amplio abanico de orientaciones?- trata de

develar la falta de inocencia de los lugares presuntamente inocuos. Por ello, el discurso

feminista sobre la política no sólo incorpora los temas tradicionales de la desigualdad, la

pobreza, la justicia, la seguridad, entre otros, sino que los enlaza con la problemática de

la sexualidad, el cambio cultural, la subjetividad, el trabajo doméstico, la violencia.

Sólo la perspectiva de género permite capturar esta complejidad.7

Esta perspectiva necesariamente ha tenido que resolver problemas metodológicos y

teóricos, que provienen de los sesgos y lagunas que provocó la llamada invisibilidad de

las mujeres en las ciencias sociales y políticas. Esta situación ha implicado, entre otras

cosas, desarrollar nuevos conceptos y métodos de análisis. La tarea no ha sido fácil. De

ahí que, la relación entre metodología y tema seleccionado sea pluridireccional –y a

veces hasta caótica- en la investigación feminista.

Con palabras de Gabriella Bonacchi: “en este terreno se han colocado interrogantes

como las siguientes: ¿debe este tipo de investigación elaborar métodos científicos

completamente nuevos, o bien es posible aplicar, en el ámbito de una teoría feminista,

los métodos científicos tradicionales? Además, ¿impone una teoría tal el abandono, por

ejemplo, de un tipo de estudio como el empírico (...) y su sustitución por un método

exclusivamente biográfico? o ¿es verdaderamente la reflexión sobre la opresión

femenina y la tentativa de traducir esta reflexión a la lucha política lo único que puede

legitimarse como búsqueda feminista?”8

Si bien todavía es muy pronto para afirmar que el uso de la categoría género modificará

sustancialmente el tipo de investigación y reflexión política, lo cierto es que esta

perspectiva de análisis forma parte ya de la historia contemporánea de la revolución más

larga, como ha sido llamada la lucha de las mujeres. Rayna Reiter lo expresó así:

Pasarán fácilmente décadas antes de que la crítica feminista aporte lo que Marx,

Weber, Freud o Levi-Strauss han logrado en sus áreas de investigación... A lo

que nos dirigimos y lo que intentamos es algo deliberadamente menos grandioso

y conscientemente más colectivo. Porque aún somos hijas de los patriarcas de

nuestras respectivas tradiciones intelectuales, también somos hermanas en un

movimiento de mujeres que lucha por definir nuevas formas de proceso social en

la investigación y en la acción”. Un trabajo de investigación más recíproco y

comprometido que servirá “para apoyar e informar a un contexto social desde el

cual se procederá a desmantelar las estructuras de la desigualdad”9.

6 Orlandina de Oliveira y Liliana Gómez, “Subordinación y Resistencia Femeninas. Notas de lectura”, en

O. de Oliveira (coord..), Trabajo, Poder y Sexualidad, El Colegio de México, 1985, pp. 44-45. 7 Con esta perspectiva ahora podemos entender la famosa expresión de Tales de Mileto: “Hay tres cosas

por las que doy gracias al destino; en primer lugar, haber nacido hombre y no animal, en segundo, haber

nacido hombre y no mujer, en tercer lugar, haber nacido griego no bárbaro”. En el mismo sentido

podemos interpretar la manera abrupta como Sócrates se despidió de su esposa Jantipa, expresando el

deseo de morir entre sus compañeros varones: como una dramática indicación del abismo, insalvable para

los antiguos, entre el mundo del ciudadano y el de los otros, entre esos, las mujeres. 8 Bonacchi, op. cit., pp. 132-133

9 Reiter citada por Lamas, op. cit., pp. 197-198.

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De cualquier modo, uno de los espacios abarcados por la resistencia femenina es

justamente el del conocimiento logrado por el estudio y la investigación feminista, de

tal impacto que ha sido definido como una „revolución pasiva‟10

. De esta manera, el

feminismo ha logrado abrir el debate y producir conocimiento sobre diversos temas

cruciales para transformar la condición de la mujer: la vida cotidiana, la división sexual

del trabajo, la sexualidad, las formas de hacer política y de ejercicio del poder. Desde

esta óptica, los nuevos saberes, que desenmascaran las visiones dominantes, constituyen

una forma de resistencia que abre posibilidades de modificación de las relaciones de

poder.

10

Teresita De Barbieri citada por Oliveira y Gómez, op. cit., p. 44.

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UTOPÍA vs CIENCIA

LOS ORÍGENES DEL FEMINISMO SOCIALISTA

Estas notas pretenden resumir lo que estimo son las líneas fundamentales de la

revaloración que han realizado las teóricas feministas contemporáneas de la vida y la

obra de los/as precursores/as del socialismo, en un esfuerzo interpretativo

multidisciplinario que, al tiempo que replantea un determinado tipo de pensamiento,

pone en entredicho la validez de una tradición –método y praxis- que ha hecho de cierta

concepción científica el deux ex machina del cambio social.

En esta perspectiva desmistificadora que representa el feminismo, nos queda por

discernir el lugar de la utopía ahora cuando nuestros desconsolados días organizan la

esperanza.

Socialismo, crítica de la sociedad industrial

En sentido lato, se pueden adscribir al socialismo todas aquellas teorías políticas que

privilegian el momento social sobre el momento individual, siendo el socialismo desde

el punto de vista lexical, el opuesto de individualismo. En tal sentido, es sinónimo de

comunismo, cuando el acento va puesto en lo común, en contraposición a lo privado

con referencia a la propiedad sobre los medios de producción.

Desde esta perspectiva, si bien podemos encontrar al menos desde los albores de la

civilización occidental construcciones filosóficas y modelos ideas de estilos de vida que

informan de los propósitos e intenciones socialistas y comunistas de sus autores, se trató

en la mayoría de los casos de voces aisladas con poca o ninguna incidencia sobre la

realidad.11

En lo que ahora nos interesa, el socialismo como movimiento y como idea, se desarrolla

con y tras la revolución francesa. Desde entonces, comenzó el socialismo a articular por

los más diversos medios, la crítica a las inacabadas aspiraciones revolucionarias de

libertad, igualdad y fraternidad.

Más tarde, en la abundancia de acontecimientos que pueblan el complejo siglo XIX –

con razón llamado “el siglo de las revoluciones”- se destacan, pues, los movimientos

sociales y culturales que encuentran su programa y su justificación en las tradiciones del

pensamiento socialista.12

En un principio, la reflexión de los fundadores de las escuelas socialistas fue suscitada

básicamente por dos consecuencias de la revolución industrial: en primer lugar, la

miseria de los trabajadores y la dureza de la condición obrera: ante el espectáculo de

esta miseria masiva y sobrecogedora, algunos se preguntan si es aceptable un régimen

económico que engendra semejantes consecuencias y acaban poniendo en duda la

competencia y la propiedad privada, postulados sobre los que se basaba la economía

liberal del siglo XIX; en segundo lugar, los precursores del socialismo son alertados por

11

Jean Touchard, Historia de las ideas políticas, 3ª ed., Editorial Tecnos, Madrid, 1969, pp. 210 ss. 12

René Remond, El siglo XIX (1815-1914), 2ª ed., Editorial Vicens-Vives, Barcelona, 1983, pp. 105 ss.

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la frecuencia de las crisis periódicas que interrumpían bruscamente el desarrollo de la

economía. Así, pues, en los comienzos del socialismo existe una doble protesta: de

rebelión moral contra las consecuencias sociales y de indignación racional por la

carencia provocada por las crisis.

Las teorías socialistas, dado que se desarrollaron en confrontación con la ascendente

sociedad industrial, recorrieron varias fases en correspondencia con los niveles y las

transformaciones de ésta y distintos también según el grado de industrialización de

nación a nación. Con todo, lo que resulta común a la mayor parte de las variantes de la

idea socialista y presta al concepto de socialismo su aspecto decisivo es la circunstancia

de que se contempla la propiedad privada como el principal obstáculo para el

cumplimiento de la esperanza de desarrollar las inclinaciones humanas (latentes) hacia

una convivencia cooperativa y fraternal.

Específicamente socialista es, pues, la conexión entre el medio, esto es, la abolición de

la propiedad privada y las relaciones de poder que la caracterizan, y el fin, la

instauración de una sociedad libre y a un mismo tiempo armónica.

Ahora bien, como quiera que no es posible definir sin titubeos el concepto de libertad ni

dar una respuesta inequívoca a la cuestión de la forma en que ha de organizarse y

administrarse la nueva sociedad, el socialismo habla con lenguas diversas y en gran

parte contradictorias entre sí; y lo mismo puede decirse de los movimientos socialistas

que, a pesar de la abstracta comunidad de objetivos, con frecuencia se combaten

acremente.

Esta diversidad se empieza a evidenciar con mayor claridad a partir de 1848, cuando, de

su punto de partida crítico, el socialismo pasa a la construcción de un sistema positivo y

propone una política de organización social.

Razón y revolución

Según Hobsbawm, “la sociedad burguesa del tercer cuarto del siglo XIX estuvo segura

de sí misma y orgullosa de sus logros. En ningún campo del esfuerzo humano se dio

esto con mayor intensidad que en el avance del conocimiento, en la ciencia. Los

hombres cultos del período no estaban simplemente orgullosos de su ciencia sino

preparados a subordinarle todas las demás formas de actividad intelectual.13

Desde

entonces, el hablar de ciencia sirvió para afirmar, negar, cuestionar y rechazar el

conocimiento y el razonamiento de otros individuos. Cuando se cuestiona, se dice que

lo cuestionado no está apegado a las normas, o leyes científicas; cuando se rechaza, se

argumenta que falta rigurosidad científica. De igual manera, para identificar a algunos

sujetos y separarlos del resto de la sociedad, se dice que son científicos, hombres de

ciencia, comunidad científica.

También John D. Bernal da cuenta de este fenómeno, y manifiesta que para mediados

del siglo XIX, ocurre en Europa un enorme aumento en el volumen y el prestigio del

trabajo científico. Pero reconoce, sin embargo, que “la ciencia es, por un lado, técnica

ordenada y, por otro, mitología racionalizada”14

13

E. J. Honsbawm, La era del capitalismo, 2ª ed., Editorial Labor, Barcelona, 1981, p. 372. 14

J. D. Bernal, La ciencia en la historia, 8ª ed., Editorial Nueva Imagen, México, 1986, p. 13.

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Y es que no sólo los medios empleados por los científicos están condicionados por los

acontecimientos, sino también lo están las ideas mismas que orientan sus explicaciones

teóricas. La ciencia se encuentra colocada entre la práctica establecida y transmitida por

los hombres que trabajan por su sustento, las normas, ideologías y tradiciones que

aseguran la continuidad de la sociedad, y los derechos y privilegios de las clases y

grupos socio-culturales que la gobiernan. El socialismo, como movimiento y como

idea, no escapó a esta circunstancia.

En efecto, hace más de un siglo que, respondiendo a la necesidad de transformar la

sociedad burguesa y sustituirla por otra que los reformadores o revolucionarios desde

tiempos lejanos llaman socialista o comunista, se inició el recorrido del camino que

habría de conducir del socialismo que Marx y Engels denominaron utópico, al que ellos,

y particularmente Engels, dieron el nombre de socialismo científico.15

Desde la publicación por Marx y Engels, en 1848, del Manifiesto del Partido

Comunista, y, por Engels en 1840, del opúsculo denominado Del Socialismo Utópico al

Socialismo Científico, el término socialismo utópico se utiliza generalmente para

describir la primera etapa de la historia del socialismo, el período comprendido entre las

guerras napoleónicas y las revoluciones de 1848. Los desarrollos del socialismo en este

período, por otra parte, se han atribuido tradicionalmente a Claude Henry de Rouvroy,

Conde de Saint-Simon (1760-1825); Francois-Charles Fourier (1772-1837) y Robert

Owen (1771-1858). Pero también son particularmente importantes las ideas

desarrolladas por Mary Wollstonecraft, Flora Tristan y por la socialista sansimoniana

Pauline Roland16

.

Tanto El Manifiesto como el opúsculo de Engels de 1880, designan como utópica la

actitud de imaginar la posibilidad de una transformación social total sin reconocer el

papel revolucionario del proletariado. “Rasgo común – dice Engels- es el no actuar

como representantes de los intereses del proletariado..., no se proponen emancipar

primeramente a una clase determinada sino de golpe, a toda la humanidad.”

Estas “teorías incipientes” de los fundadores del socialismo, “fantasías que hoy parecen

mover a risa” (Engels), son el reflejo tanto de las condiciones económicas poco

desarrolladas de la época como de la incipiente condición de clase. De ahí que, según

Engels, los primeros socialistas pretendieran “sacar de la cabeza la solución de los

problemas sociales”.

A pesar de reconocer los “geniales gérmenes de ideas” que contiene el llamado

socialismo utópico, Engels aconsejaba no “detenernos ni un momento más en este

aspecto, incorporado ya definitivamente al pasado”. Se inicia así el periplo científico

del socialismo. A partir de entonces se definió al socialismo con referencia a la ciencia,

o más exactamente, al método científico, entendiendo éste como un camino preciso para

encontrar la verdad.

De acuerdo con Engels, el socialismo logra convertirse en ciencia gracias a dos

descubrimientos: uno, la concepción materialista de la historia según la cual toda la

historia anterior es la historia de la lucha de clase, y que estas clases sociales son en

todas las épocas fruto de las relaciones de producción y de cambio, es decir de las

15

Cf. C. Marx y F. Engels, Obras escogidas, 2 volúmenes, s.f. 16

Ibidem, p. 30

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relaciones económicas de la época; el otro, la plusvalía como revelación del secreto de

la explotación capitalista. Sólo desde esta perspectiva científica, el socialismo puede

explicar al modo capitalista de producción y, por tanto, destruirlo ideológica y

políticamente. De acuerdo a este criterio, los objetivos del socialismo son entonces:

investigar el proceso histórico-económico del que forzosamente tienen que brotar las

clases y sus conflictos; y descubrir los medios para la solución de ese conflicto en la

situación económica dada.

Así, situado en la realidad, el socialismo es el producto necesario de la lucha entre dos

clases: el proletariado y la burguesía. Desde este entendimiento, el socialismo científico

se basa exclusivamente en el análisis del sistema capitalista y sobre la previsión del

advenimiento de una sociedad basada en la socialización de la propiedad. Para analizar

esta gran empresa es necesario organizar a la clase obrera en una única fuerza de

combate y prepararla para la lucha final, esto es, darle una conciencia de su propia

praxis.

A diferencia de la mayor parte de sus predecesores, Marx y Engels consideraron el

socialismo no como un ideal del que pudiera trazarse un anteproyecto atractivo sino el

producto de las leyes del desarrollo del capitalismo que los economistas clásicos fueron

los primeros en descubrir y tratar de analizar. La revolución proletaria fue concebida

por los fundadores del socialismo científico como resultado de un proceso histórico

objetivo, independiente de la voluntad humana, y el socialismo como la coronación de

un desarrollo progresivo que lentamente habría mejorado “almas y cosas” para un tipo

de sociedad armónica y perfectamente integrada.

El socialismo científico difería del utópico en su insistencia acerca de que la transición

al socialismo era un proceso social objetivo enraizado en la contradicción del

capitalismo que creaba el moderno movimiento obrero. El paso del socialismo como

utopía al socialismo como ciencia, pretendió establecer una diferencia esencial en

cuanto: al modo de concebir la nueva sociedad; los medios para alcanzarla; el agente

histórico fundamental del cambio; los objetivos de la propia transformación social.

Utopía socialista y feminismo

En el pensamiento que genéricamente se define como utópico, como “premarxista o

protosocialista”17

, confluyeron, para conjugarse o para chocar, las instancias más

diversas, que tenían en distintas fuentes su origen: en el Siglo de las Luces, en las

premisas políticas proporcionadas por la Revolución Francesa, en la economía política

clásica, en las conquistas de la ciencia con sus consiguientes aplicaciones a la industria,

en las propias conmociones internas de la Iglesia y, sobre todo, en las condiciones

sociales de las enormes masas de pobres del hemisferio occidental.

Aunque, la mayoría de las veces, escindido y sin coordinar en un sistema homogéneo,

este movimiento de ideas representó un movimiento de ruptura revolucionaria que

propone nuevos criterios para la valoración de la sociedad.

17

G. M: Bravo, Historia del socialismo, 1789- 1848, Editorial Ariel, Barcelona, 1976, p. 9.

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Pese a sus altibajos conceptuales y metodológicos y al valor muy diferenciado de cada

uno de los autores, los socialistas utópicos quisieron resolver las grandes cuestiones

sociales que afectaban a la organización del trabajo y a los trabajadores. Precisamente

esto les llevó a ocuparse de la economía, de la fábrica, de las condiciones productivas de

la sociedad en la que los trabajadores vivían, actuaban, eran explotados y privados de la

posibilidad de dirigir autónomamente su propia vida, de reproducirse moral, intelectual

y biológicamente.

Así, pues, partiendo del análisis crítico de las condiciones de la sociedad capitalista y,

evidentemente, de la temática prioritaria de la propiedad, fueron múltiples los campos,

los sectores de intervención en los que ellos “demostraron no tanto promover reformas,

como sacar conclusiones”, por lo que “a éstos no se les puede negar el calificativo de

revolucionarios, fuera cual fuera la táctica adoptada para realizarla”18

.

De esta manera, los temas fundamentales en todo el pensamiento utópico fueron: el

problema de la igualdad, a partir del cual los utópicos rechazaron la exaltación de la

libertad abstracta tal y como la concebía el liberalismo; la educación, los socialistas

utópicos se presentaron ante todo como educadores para la preparación de la nueva

sociedad; el internacionalismo, manifiesto en dos dimensiones: la paz y el

internacionalismo proletario; y la liberación del mundo del trabajo y de los trabajadores

y, dentro de este marco, la emancipación femenina.

Al respecto apunta Bravo, “sobre este último tema (el de la emancipación de la mujer),

se observa que todos los pensadores eran sumamente abiertos. Incluso algunos fueron

decididamente feministas, elaborando escritos sobre el asunto”19

. Hoy, el movimiento

feminista ha empezado la recuperación de las ideas y esperanzas de los/as primeros/as

socialistas.20

Este replanteamiento del feminismo contemporáneo toma como punto de

partida justamente un aspecto de la elaboración de aquel proyecto socialista pre-

científico que difiere sustancialmente del socialismo „científico‟, esto es, el problema de

la emancipación de las mujeres.

Mientras que la visión de una existencia familiar y sexual reorganizada ocupó un lugar

central en el pensamiento socialista utópico, en el llamado „científico‟ se vio cada vez

más relegada a un último término de la agenda del cambio, cuya atención principal se

centró en una revolución de las estructuras que, se pensó, liberaría automáticamente a

toda la clase obrera, incluidos hombres y mujeres por igual.

El socialismo „científico‟ enfocó de manera totalmente distinta las relaciones de

género/clase, dando como resultado que el androcentrismo fuera reducido a una relación

burguesa de propiedad, sustrayéndolo de este modo de la lucha de clases.21

Con el paso del socialismo como utopía al socialismo como ciencia –cuando el anterior

sueño de emancipación de toda la humanidad fue desplazado por la lucha de una sola

clase- las mujeres y sus intereses fueron arrinconados básicamente a partir de dos

18

Ibidem, p. 12 19

Ibidem, p. 30 20

El desarrollo de este planteamiento pertenece a Bárbara Taylor: “Feminismo Socialista: Utópico o

Científico”, en 21

Cf. F. Engels, El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado, Editorial Progreso, Moscú,

s. f.

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maneras: por una parte, el cambio estratégico por la lucha proletaria significó la

marginación política de todos aquellos que científicamente hablando no eran

proletarios; así la insistencia del socialismo científico apretó la red hasta el punto que

sólo una minoría de mujeres fueron atraídas a su interior. Por otra, este constreñimiento

de la lucha socialista marginó a toda una serie de asuntos fuera de los límites de la

política revolucionaria. Dado que lo que estaba en juego era la reformulación de las

relaciones productivas, todas las cuestiones relacionadas con la reproducción, el

matrimonio o la existencia personal dejaron de ser problemas centrales de estrategia

revolucionaria para convertirse en cuestiones meramente privadas.

Por el contrario, ¿por qué la lucha contra la opresión sexual fue parte fundamental de la

estrategia del socialismo utópico? Sucede que para la mayoría de sus seguidores, el

capitalismo no era sencillamente un orden económico dominado por una división única

basada en las clases, sino un gran campo donde se enfrentaban múltiples antagonismos

y contradicciones, cada uno de los cuales vivía tanto en el corazón y en la mente de

mujeres y hombres, así como en sus circunstancias materiales.

Desde esta perspectiva, la crítica del socialismo utópico se desenvuelve entre un análisis

económico de la explotación de la clase obrera, una condena al moral individualismo

egoísta y una explicación psicológica de los impulsos disociales, que se gestaban, no

sólo en las fábricas y en los talleres sino también en las escuelas, las iglesias y, sobre

todo, en el hogar. Para los socialistas utópicos, el “sistema competitivo” se apuntalaba

en hábitos de dominio y subordinación formados en los ámbitos más íntimos de la vida

humana.

Con todo y que los/las „protosocialistas‟ no pudieron identificar la raíz de la

subordinación y la emancipación de la mujer, el feminismo socialista reivindica la

fundamental unidad y profundidad de este cuerpo teórico en cuanto al tratamiento que

dio a la cuestión de la emancipación de las mujeres, proporcionando una alternativa de

sociedad que liga la situación de opresión de la mujer con su situación en el trabajo, en

el hogar, en la iglesia, sin dejar de articular su transformación específica a las luchas y

objetivos de los demás trabajadores. De ahí que, contra la tradición de considerar al

socialismo utópico como una curiosidad en la historia del pensamiento social y político,

el movimiento feminista contemporáneo haya renovado y enriquecido nuestra visión de

los orígenes del socialismo.

Page 14: Género y  Sociología Política

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14

PARTIDOS POLÍTICOS O LAS TRAMPAS DEL SEXO

Cuando el ejecutivo del partido afirma algo,

yo nunca me atrevería a no creerle, pues como

fiel miembro del partido es válido para mi el viejo lema:

Credo Quia Absurdum (lo creo precisamente porque es absurdo).

Rosa Luxemburg en un congreso socialdemócrata (1911)

Introducción

Se ha dicho, con razón, que “la historia del capitalismo es una historia de

transformaciones que califican no sólo las modificaciones internas del grupo dominante

en su relación con la economía...., sino también la articulación de este proceso de

“etapas” del capitalismo con la asimismo cambiante presencia de las clases

subalternas”. De esta manera, “analíticamente, cada fase supone... modificaciones en el

patrón de acumulación pero también en el patrón de hegemonía”22

. La extensión de los

derechos de ciudadanía a las mujeres no podría ser explicada fuera de estas premisas.

En efecto, la incorporación institucional de las mujeres al mundo público tuvo lugar en

medio de intensas luchas sociales, desde las últimas décadas del siglo XIX, como parte

de un conjunto muy complejo de cambios en el modelo de dominación política en las

sociedades occidentales. Las manifestaciones de esta transformación de las funciones y

estructura del Estado y los arreglos correspondientes, variaron de acuerdo a las

especificidades de cada región y país.

Se pusieron en marcha modalidades de gestión y procesamiento de conflictos

aparentemente contradictorios entre sí. Si, por un lado, tuvo lugar una “difusión de lo

político” (Wolin) que abrió paso a un relativo proceso de pluralización de la sociedad

civil, por otro, se fortaleció la burocratización y centralización del sistema político y de

los órganos encargados de tramitar las demandas y conflictos sociales.

Las luchas de las mujeres occidentales por el derecho a la educación, al divorcio, a la

patria potestad, a la maternidad voluntaria, a la jornada de ocho horas, a igual salario

por igual trabajo, a la creación cultural, de alguna manera expresan el paulatino

desplazamiento de lo público a otros espacios que antes eran considerados

eminentemente privados.

Novedosos movimientos sociales –típicos de los primeros años del siglo XX- se

convirtieron en espacios de “socialización de la política” (Ingrao), que lograron

promover importantes acciones contrahegemónicas, en los que las mujeres, además,

22

Juan C. Portantiero, Los usos de Gramsci, Folio Ediciones, México, 1981,p. 16

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15

tuvieron un gran protagonismo. Castells señala, por ejemplo, que todos los informes

sobre los movimientos inquilinarios, tan comunes en los países occidentales, convergen

en un punto preciso: ser una lucha basada fundamentalmente en la iniciativa de las

mujeres. Y añade: “ las mujeres eran los actores, no los sujetos de la protesta.

Reclamaban el derecho a vivir para sus familias y eran los agentes de una protesta

orientada hacia el consumo, como continuación de su papel de agentes consumidores

dentro de la familia, aún cuando al mismo tiempo fueron obreras. En sus exigencias, no

abordaban la cuestión de la desigualdad basada en el sexo. Sin duda, el propio proceso

transformó la percepción de las mujeres sobre sí mismas, así como su papel en la

comunidad”23

.

Otro tanto ocurre con el movimiento sufragista, al que hay que entender dentro de un

contexto de crítica más profunda a otros aspectos de la sociedad que ponían limitaciones

a la participación de las mujeres. El tema del voto, además, constituyó un medio de unir

a mujeres de opiniones políticas muy diferentes, aunque esta unidad siempre estuvo

marcada por serios desencuentros.24

Mientras tanto, otros procesos ocurren a nivel del sistema político estatal. Así el

partido de masas se convierte en factor determinante, en una organización

deliberadamente construida para alcanzar una meta específica: el poder político, por

medio de un personal político profesional y a tiempo completo.25

Se trata, en fin, del

“típico partido de electores que se plantea la conquista del poder político –por

consiguiente, partido de adultos y adultos del sexo fuerte”26

.

En efecto, si bien el ganar el derecho al voto hizo converger la atención de las mujeres

en la política, motivando que “algunas se movieran inmediatamente para sacar partido

viendo que no sólo podían votar sino también competir por los puestos políticos”27

, lo

cierto es que las nuevas modalidades de organización y participación en el sistema, dan

un nuevo carácter al activismo femenino, principalmente en los partidos, que implican

marginación y exclusión de los niveles de toma de decisiones. Desde entonces, en

última instancia, las razones más ondas de la recurrente apatía de las mujeres para

continuar la lucha por sus derechos parecen radicar aquí.

En este sentido, es revelador lo ocurrido en el seno del Partido Socialdemócrata Alemán

(SPD), cuando esta agrupación amplía su proyecto político nacional: “En 1908, cuando

la afiliación de las mujeres a los partidos políticos fue legalizada en toda Alemania por

primera vez, la dirección del partido aprovechó la oportunidad para integrar al

movimiento de las mujeres en el partido y reemplazar a (Clara) Zetkin por la menos

radical Luise Zietz… (1865-1922)…, quien era de origen proletario. No era una

intelectual como Zetkin y carecía de su talento para la síntesis teórica. Ante todo, Zietz

23 Manuel Castells, La ciudad y las masas. Sociología de los movimientos sociales urbanos, Alianza

Editorial, Madrid, 1986, p. 67. 24

Cf. Richard Evans, Las feministas. Los movimientos de emancipación de la mujer en Europa,

América y Australia, 1840-1920; Siglo XXI Editores, 1980. 25

Cf. Max Weber, Economía y Sociedad. Esbozo de sociología comprensiva; 7ª reimpr., FCE, México,

1984, especialmente: IX. La institución estatal racional y los partidos políticos y parlamentos modernos

(Sociología del Estado). 26

Madeleine Roberioux, “El socialismo francés de 1871 a 1914”, en VV AA, Historia General del

Socialismo 2. De 1875 a 1918; Editorial Destino, Barcelona, 1979, p. 281. 27

Elsa M. Chaney, Supermadre. La mujer dentro de la política en América Latina, FCE, México, 1983,

p. 281.

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16

fue una proselitista. Siempre de viaje, buscando apoyos y reclutando nuevas socias en

todo el país, representaba el nuevo tipo de dirección burocrática que estaba

reemplazando al viejo tipo de carisma de mujeres como Zetkin en todo el SPD. Bajo la

dirección de Zietz, el movimiento de mujeres del SPD alcanzó la cifra de casi 175,000

afiliadas en 1914. Además de esto, sus agitadoras tomaron parte activa en la

sindicación de las mujeres trabajadoras, consiguiendo un total de casi 216.000 mujeres

sindicadas inmediatamente antes del estallido de la primera guerra mundial”28

.

Género y formas modernas de dominación

La batalla de las sufragistas –una especie de fase fundacional de las luchas políticas del

movimiento de mujeres occidentales- tuvo lugar en el seno de un sistema tradicional de

partidos, típico de sociedades caracterizadas por niveles bajos de movilización y

participación políticas, donde prevalecía el partido de notables (“partidos de patronaje”,

como también les llamó Weber), esto es, una especie de asociación constituida

esencialmente por elites poseedoras, en una situación de competición electoral

restringida y muy patrimonial.29

En este ambiente llama la atención cómo las propias mujeres – a veces con el apoyo de

algunos „notables‟- lograron generar asociaciones y clubes autónomos de carácter social

y político, aunque muy semejantes a los partidos tradicionales, en cuanto a su estructura

interna y a los mecanismos para designar la representación. Estos esfuerzos por darse

una estructura organizativa autónoma afirman el papel de la mujer en la sociedad y

logran abrir brechas en el sistema de dominación imperante, introduciendo –aunque no

todo el tiempo con éxito- sus reivindicaciones específicas.

Sin embargo, cuando esto ocurre, cuando al fin se reconocen jurídicamente los derechos

políticos de las mujeres, el ejercicio real de la ciudadanía tiene lugar en una nueva fase

de reconstrucción hegemónica capitalista, que modifica de raíz los presupuestos de la

acción política, tanto de las elites dominantes como la de los grupos sociales

subalternos.

Es así como los nuevos mecanismos institucionales de distribución del poder implicaron

un desplazamiento a favor de las fuerzas organizadas de la economía y de la sociedad.

Lo importante aquí es que el nuevo modelo institucional (corporativo según Ch. Maier),

“buscaba menos el consenso a través de la aprobación ocasional de las masas, que por

medio de una negociación continuada (continued bargaining) entre intereses

organizados”30

.

En las nuevas condiciones, las características personales continuaron siendo importantes

para determinar las actitudes y los comportamientos hacia la actividad política. Pero

28

Evans, op. cit., pp. 191-192. 29

Weber, op. cit., pp. 107-1117. No obstante, el diverso uso que hace Weber de este concepto, en su

tipoogía de la dominación el patrimonialismo es una de las formas de la dominación tradicional que

contribuye u obstaculiza el surgimiento y la consolidación del Estado moderno. Cf. Gina Zabludovsky

Kuper: Patrimonialismo y modernización. Poder y dominación en la sociología del Oriente de Max

Weber, FCE, México, 1993. 30

Citado por Portantiero, op. cit., p. 21.

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17

ahora, una persona o un pequeño grupo dispuestos a emprender cierto tipo de acción

política sólo pueden expresar sus demandas al gobierno a través del sistema de partidos

y el sistema electoral.

Como vemos, esta tendencia organizativa de la democracia moderna implicó, en primer

lugar, a los partidos políticos. No es casual que empiecen a aparecer en los inicios del

siglo XX, los primeros estudios sobre el fenómeno partidista moderno, que centran en la

naturaleza de éstos el principal problema democrático. Así, según Michels y su famosa

ley de hierro de la oligarquía, es inevitable la concentración del poder en la cúpula de

las organizaciones políticas con la pérdida de influencia por parte de los miembros de

base: “la organización es lo que da origen a la dominación de los elegidos sobre los

electores, de los mandatarios sobre los mandantes, de los delegados sobre los

delegadores. Quien dice organización dice oligarquía”31

.

Esta perspectiva crítica permite centrar la atención en los procesos y funciones que

caracterizan a los partidos, por tanto, las líneas internas del conflicto real que

determinan los procesos de decisión: ¿cómo se determina el liderazgo del partido?

¿quién(es) y cómo designa(n) a los candidatos a las elecciones? ¿qué amplitud tiene la

libertad de acción de las personas elegidas? ¿quién(es) decide(n) la formación o el fin

de la coaliciones gubernamentales? ¿cuál es el papel de los/as afiliados/as en la toma de

decisiones? ¿cuál es el papel de los órganos partidistas? ¿cómo son definidos y/o

decididos los temas y problemas prioritarios del partido? ¿cómo cambian estos

procesos según el papel de gobierno o de oposición del partido?

Estos procesos internos, que representan ciertamente un área oscura en la literatura

sobre los partidos, podrían constituir los indicadores más adecuados para medir la

desventajosa posición de las mujeres en esos espacios de poder.

Reberioux cuenta cómo en el Congreso del PSF, en Tours, en 1902, las mujeres

socialistas francesas no lograron que el partido aprobara oficialmente el principio “a

trabajo igual salario igual” ni la propuesta de crear una tribuna femenina en la prensa

socialista. Algunos grupos de mujeres abandonaron el PSF se adhirieron al PSdF, otra

tendencia socialista. Pero también aquí, el problema laboral era considerado, en la

práctica, como algo secundario. “Dada la situación, nadie planteó esta cuestión en el

momento de la unidad... A pesar de la campaña de prensa promovida en 1907 por Brake

y Jaurés en pro del derecho de voto femenino, el partido no se movilizó, y las mujeres

socialistas -¿2,000 en 1912?- no volvieron a plantear iniciativas en ese terreno... ¿Qué

hacían, pues, las mujeres en la SFIO? No tenían ni un escaño en la CAP. No existía

ningún organismo específico en el que pudiesen plantear sus problemas... La SFIO no

ofrecía a las mujeres ni el calor de una buena acogida, ni las motivaciones necesarias

para actuar, ni los medios imprescindibles para su organización militante...32

”.

En 1946, la dirigente peruana Magda Portal escribió una novela –La Trampa-, en la

cual, a través del personaje María de la Luz, describe su propia participación en los

consejos ejecutivos del APRA y sus relaciones con el ejecutivo aprista: “María de la

Luz tiene un puesto importante en el ejecutivo. Pero las reuniones de este organismo

siempre se realizan sin ella. ¿Cómo podrían tener confianza en la discreción

31

Robert Michels, Los partidos políticos. Un estudio sociológico de las tendencias oligárquicas de la

democracia moderna, 2ª ed., vol. 1, Amorrortu Editores, Buenos Aires, 1972, p. 78. 32

M. Reberioux, op. cit., pp. 282-283.

Page 18: Género y  Sociología Política

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femenina?... María no es servil... Tiene prejuicios intelectuales. No se lleva bien con las

esposas de los líderes porque se considera mejor que ellas. No se lleva bien con los

líderes del partido porque la presencia de una mujer entre tantos hombres los

escandaliza. Además, siempre sorprenden sus opiniones. Cuando hace su aparición en

el ejecutivo ellos tratan sólo problemas formales. Y cuando está en desacuerdo, la

mayoría de los hombres la refutan. Se encuentra sola. A menudo deja la habitación en

señal de protesta, y entonces todos respiran más a sus anchas”33

.

El caso de la socialista polaca Rosa Luxemburg es, en este sentido, emblemático.34

El

problema de política práctica y teórica, que se planteó esta extraordinaria mujer –

llamada por sus propios camaradas la Viruela Luxemburgo-, y que la llevó a sus

históricas diferencias con V. I. Lenin, fue precisamente la naturaleza del partido político

que a su juicio requería el proletariado.

En 1904, Luxemburg publica el notable y revelador escrito “Problemas organizativos de

la socialdemocracia”, como respuesta al ¿Qué hacer? y a Un paso adelante, dos pasos

atrás, ambos de Lenin. Sin negar la necesidad del centralismo propuesto por el

dirigente ruso, Rosa objetó hacer de esta forma organizativa una virtud hasta convertirla

en un verdadero principio. Y reconoce: “Los socialistas rusos se ven forzados a asumir

la tarea de construir semejante organización sin contar con las garantías que

normalmente existen en una estructura democrática formal. No disponen de la materia

prima que la propia burguesía provee en otros países...”35

.

El costo de esta crítica, sin embargo, fue alto; un aspecto de la vida partidaria de

Luxemburg que no ha sido documentado suficientemente, pero que ayuda a explicar su

desaliento. Se trata del virtual aislamiento –excepto cuando se trataba de explotar su

gran talento- que sufrió por parte de sus camaradas socialdemócratas.

En una carta que envía a Clara Zetkin, en 1907, donde expone sin reservas su

pensamiento sobre Auguste Bebel, viejo dirigente socialista de gran influencia en el

partido, señala: “Después de mi regreso de Rusia me siento apaciblemente sola... Siento

la pusilanimidad y la ordinariedad de todo nuestro Partido de una manera tan áspera y

dolorosa como jamás en el pasado. Pero no me inquieto por estas cosas como tú,

porque ya he comprendido con impresionante claridad que estas cosas y estos hombres

no se pueden cambiar sino hasta que la situación haya mudado enteramente”36

. Y

confiesa con amargura: “Mientras que se trataba de defenderse contra (Eduard)

Bernstein37

... aceptaban nuestra compañía y nuestra ayuda ya que solos se hubieran

33

Citado por Chaney, op. cit., ,p. 159. 34

De acuerdo a la filósofa húngara Agnes Héller, fue la mujer representativa del movimiento socialista;

para Heller, dos palabras -representativa y mujer- deben ser subrayadas. “Rosa Luxemburgo tenía la

destreza de prever futuros peligros en embrión. No sólo le interesaron los peligros aislados, sino todos los

posibles peligros del movimiento socialista analizados y criticados por su incomparable talento... Previó

la coyuntura en la que una acción común para liberar a la gente se convierte en un nuevo lazo de dominio,

ya fuera la formación de un Gabinete, la organización de un partido elitista, la imposición tajante de la

voluntad de ese partido sobre el pueblo, o el apoyo a una guerra. Todo lo que anticipó y advirtió fue

cierto. Y esto no fue casual: además de ser una dirigente en el movimiento socialista, Rosa fue una

estudiosa a la vanguardia de su tiempo...”. “La división emocional del trabajo”, Revista Nexos 31,

México, julio 1980, pp. 33-34. 35

Rosa Luxemburg, Obras escogidas, tomo 1, Editorial Pluma, Bogotá, 1976, p. 147. 36

Citado por Lelio Basso, Rosa Luxemburg, Editorial Nuestro Tiempo, México, 1977, p. 86. 37

Socialdemócrata alemán quien en sus artículos publicados bajo el título “Problemas del socialismo”

(1897-98), sometió a revisión por vez primera los principios básicos del marxismo.

Page 19: Género y  Sociología Política

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19

hecho en los calzones. Pero si se pasa a la ofensiva contra el oportunismo, entonces los

viejos están... contra nosotros”38

.

Años después, en una carta enviada desde la cárcel a Matilde Wurm, con fecha 28 de

diciembre de 1916, dice: “Si sólo me acuerdo de la galería de tus héroes me siento

desmoralizada... Te juro: preferiría pasarme aquí años... más bien que tener que

“luchar”, hablando con tu permiso, con tus héroes, o en general tener que ver con

ellos”39

.

Lelio Basso, político italiano y estudioso de su obra, ha afirmado en torno a la escabrosa

relación de Luxemburg con la dirección política de su partido: “Esta tensión

revolucionaria suya, junto con la inflexibilidad de su carácter, le hicieron

particularmente difícil el aclimatarse a la vida de la socialdemocracia alemana. Entre

los „padres (del SPD)‟, Rosa Luxemburgo con su insólito temperamento para la

concepción alemana, con sus ideales no dispuestos a compromisos, que desempolvaban

los ojos de la rutina, que aclaraban y ampliaban los horizontes, podía suscitar un

sentimiento de extrañeza más que de confianza y de benevolencia”40

.

Vemos, pues, que no todo el tiempo saber es poder.

Género y reformas del Estado en América Latina

Y es que, en general, los partidos políticos no son sólo una articulación de la sociedad,

el conglomerado de personas que voluntaria y libremente se asocian, sino que desde su

formación tienden a asemejarse al Estado. “No sólo porque proponen soluciones

globales, sino porque las conciben en los mismos términos que el Estado, aun cuando

reivindiquen un contenido político distinto al existente; y, sobre todo, porque funcionan

como un Estado en miniatura, porque reproducen en su interior aquellas estructuras de

poder, jerarquía y mandato que las mujeres parecen aborrecer o de las que, al menos,

desconfían en extremo”41

.

Así, en los partidos las mujeres se encuentran confinadas a determinados sectores que

corresponden a su lugar tradicional en ciertas zonas de la sociedad. Como señala

Rossanda: “Le confían a las mujeres un territorio, zonas reconocidas como afines a los

intereses de las mujeres; zonas „liberadas‟ que a menudo chocan con contradicciones,

disciplinas, prioridades del Partido distintas y hasta opuestas, a sus propósitos y

objetivos” 42

. En no pocas ocasiones, las mujeres no tienen el peso que deberían tener

en el interior de los partidos, no tanto porque éstos las rechacen sino porque las propias

mujeres se distancian ya que se sienten ajenas a las “maniobras de facción” que

determinan las luchas por el poder al interior de esas organizaciones políticas; es casi

siempre un hacer política extremadamente competitivo, verticalista y jerarquizado.

38

Lelio Basso, op. cit.,, p. 87. 39

Ibidem, infra. 40

Ibidem, p. 84. 41

Rossana Rossanda, op. cit,,p. 213. 42

Ibidem, p. 217.

Page 20: Género y  Sociología Política

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20

Si bien, durante las últimas cinco décadas la mayoría de los partidos ha gozado de una

participación numerosa de mujeres militantes, su peso, en cambio, ha sido muchísimo

menor. En realidad, no corresponde a la gran base de mujeres que ayuda a sostener la

existencia del partido.

No ha sido suficiente que en algunos países los partidos políticos hayan introducido el

sistema de cuotas, un mecanismo que garantiza que un porcentaje mínimo de mujeres

estén representadas en la dirección del partido y en las listas de candidaturas a puestos

de elección.

En América Latina la situación es más compleja, porque la ampliación de la ciudadanía

tuvo lugar en condiciones mucho más adversas que en la mayoría de los países europeos

y EU. El grueso de la masa de mujeres y hombres que desde la década de los treinta

irrumpió en la política de sus países, estaba formada fundamentalmente por gente del

campo, migrantes rurales en medio de espantosas condiciones de vida. Como señala

Hobsbawm, “era una población sin compromisos previos –ni siquiera compromisos

potenciales- con ninguna versión de política urbana y nacional y mucho menos con

ninguna creencia que pudiera constituir la base de dicha política”43

.

El Cuadro 1 muestra cómo, en un extenso período que parte de 1929 y llega hasta 1983,

las mujeres latinoamericanas y caribeñas logran acceder a los cotos hasta ese momento

cerrados de la política oficial, pero sólo formalmente, se entiende. De hecho, será el

tipo de dominación política que prevalezca en el país el que determinará en buena

medida las realidades de esa incorporación.

En todo caso, cualquier análisis retrospectivo sobre la experiencia política durante estos

largos años, tiene que tomar en cuenta el tremendo atraso cultural –provocado

básicamente por el analfabetismo- de buena parte de la sociedad latinoamericana, lo que

implicó una situación prepolítica de circunstancias extraordinariamente desfavorables

para el éxito de una apertura democrática, particularmente en lo que atañe al activismo

(o pasividad) de las mujeres y sus preferencias políticas.

43

Eric Hobsbawm, “Los campesinos, las migraciones y la política”. En VV AA, América Latina:

Dependencia y Subdesarrollo; EDUCA, San José, 1973, p. 583.

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CUADRO # 1

TIPO DE DOMINACIÓN POLÍTICA Y SUFRAGIO NACIONAL FEMENINO

EN AMÉRICA LATINA Y EL CARIBE

TIPO DE DOMINACIÓN PAÍS AÑO SUFRAGIO FEMENINO

Régimen populista que Ecuador 1929

amplía „desde arriba‟ Brasil 1932

la participación política Guatemala 1945

Venezuela 1947

Argentina 1947

Colombia 1957

Régimen autoritario en Cuba 1933

período de fuerte represión El Salvador 1939

política Rep. Dominicana 1942

Haití 1950

Honduras 1955

Nicaragua 1955

Perú 1955

Paraguay 1961

Régimen liberal de

participación restringida Uruguay 1932

Panamá 1945

Chile 1949

Régimen de transición Costa Rica 1949

después de insurrección Bolivia 1952

popular y/o guerra civil

Régimen de partido único México 1953

Descolonización dentro de Jamaica 1962

la Mancomunidad

Británica Trinidad y Tobago 1962

Barbados 1966

Bahamas 1973

Granada 1974

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22

Dominica 1978

Santa Lucía 1979

San Vicente y Granadinas 1979

Antigua y Barbuda 1981

Belice 1981

San Cristóbal y Neivis 1983

FUENTES: Elsa M. Chaney, Supermadre. La mujer dentro de la política en América Latina, FCE,

Méxcio, 1983, p. 271.

Pablo González C., coord.., América Latina: Historia de medio siglo. 2 vols., Siglo XXI Editores,

México, 1981.

__________, América Latina en los años treinta, UNAM, México, 1977.

Una encuesta realizada por la Comisión Interamericana de Mujeres de la CEPAL, a la

vez que señala que las mujeres de la región prácticamente se encuentran recién llegada a

la ciudadanía plena, consigna que los porcentajes de participación femenina en

congresos o parlamentos variaban de 0 a 13.3%.44

Y es que si bien la actitud de los dirigentes de partidos políticos hacia la participación

de las mujeres ha ido variando históricamente en función del contexto, de la relación de

los distintos partidos en el poder y de la ideología que sustentan, esos ordenamientos

políticos no han dejado de ser sospechosos para la mayoría de las mujeres.

Teniendo en cuenta la presencia subordinada de las mujeres y de sus demandas en las

estructuras y programas partidarios, así como la preeminencia masculina en las distintas

áreas de la política formal, en nuestros días uno de los temas más polémicos dentro de la

actual reforma del Estado en América Latina y el Caribe es el referente al

establecimiento de cuotas de representación femenina y de medidas de acción

afirmativa en dichas instancias. Las modalidades que buscan aumentar la

representación femenina en los cargos de toma de decisiones políticas y mejorar sus

posibilidades electorales, varían desde las cuotas mínimas de inserción en los niveles de

toma de decisiones en los partidos, pasando por diferentes formas de listas electorales

hasta la modificación de la distribución de las circunscripciones electorales en las que

por lo menos un escaño sea ocupado por una mujer.

Cuando ha surgido, el tema ha generado siempre una fuerte resistencia. Muchos/as de

quienes se oponen a este mecanismo apelan a un supuesto “neutro político”, según el

cual los lugares y puestos de mayor responsabilidad deben ser ocupados por los

“mejores militantes”, independientemente de su adscripción de género. Para un

especialista como Dieter Nohlen, “de existir una cuota legal, las diputadas se sentirían,

finalmente, como diputadas de segunda clase, a lo que, por otra parte, se oponen las

mujeres”.

Por su parte, quienes pugnan por las cuotas y por otras medidas de acción afirmativa –

comúnmente mujeres militantes de partidos políticos- insisten en negar, en contra de la

44

Citado por Blanca I. Solano, “Mujer y Política”, Doble Jornada # 56, 2 de septiembre de 1991,

México, p. 2.

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23

23

idea de que los representantes políticos deben atender los postulados generales de los

partidos y no defender intereses particulares de grupo, que el sistema de cuotas y otros

semejantes permitan concebir a las mujeres como una categoría homogénea o como un

grupo con intereses comunes. Afirman la necesidad de reconocer la existencia de

condiciones sociales e históricas diferenciales para el pleno desarrollo político de las

mujeres y la necesidad de superarlas diseñando espacios donde las mujeres puedan

acceder de manera privilegiada para ejercitarse y potenciar su participación en el ámbito

público.

En Panamá, a mediados de 1995, fue publicado un informe de investigación sobre la

participación de la mujer en los partidos políticos, auspiciada por el Centro Pro-

Democracia y el Foro Nacional de Mujeres de Partidos Políticos. De acuerdo a este

estudio, 80% de las personas entrevistadas –hombres y mujeres líderes y miembros

activos de partidos- respondió negativamente a la pregunta de si en los estatutos

partidarios se debería establecer un porcentaje mínimo para mujeres en las posiciones de

liderazgo dentro del mismo.

No obstante esta opinión, llama la atención que el 83% de la muestra en referencia

también haya aceptado la necesidad de tomar medidas –entre ellas, cambios de la

política interna del partido- para que las mujeres inscritas participen más activamente; y

para que, además, una amplia mayoría reconozca que el asignar a las mujeres trabajos

importantes para el partido y nombrarlas de principales en los cargos, y no sólo de

suplentes, son medidas que estimularían la participación femenina en estos órganos de

poder.

Ahora bien, estos datos hablan menos de opiniones definitivas, contradicciones o

despropósitos, y nos sugieren más bien el grado de complejidad de un asunto político

que requiere especial y cuidadoso tratamiento. En otras palabras, la resistencia

mostrada evidencia no sólo la existencia de profundas conductas ideologizadas y

patriarcales el interior de los partidos políticos y un problema de competencias por

ocupar los puestos de poder, sino también el alcance de la discusión teórico-política en

torno al aspecto general del sentido de la representación.

Y es que si bien el debate en torno a las cuotas contempla tanto una concepción de

fondo como una respuesta pragmática a una situación dada, cobra especial sentido en el

momento actual en el que el conjunto de los partidos se encuentra ante la necesidad de

modernizar sus estructuras internas y sus maneras de penetración en la sociedad y de

legitimar sus acciones legislativas y/o gubernamentales.

De aquí que la cuestión acerca del establecimiento de las cuotas de representación

femenina puede no resultar ajena a las instancias de dirección de los partidos, en tanto

se perciba en ellas una forma de atender, cuidar y acercar al electorado femenino, pero

también de alterar la lógica de funcionamiento de los sectores burocráticos y más

arcaicos dentro de los mismos.

Por lo que conocemos de otras experiencias latinoamericanas, es probable que, en lo

que resta de la actual década, esta demanda sea uno de los ejes principales del quehacer

político cotidiano, así como que las condiciones de su resolución dependerán en mucho

del desarrollo de los propios partidos y de su capacidad para dotarse de estructuras

orgánicas y de funcionamiento más modernos.

Page 24: Género y  Sociología Política

24

24

Sin embargo, el asunto no sólo atañe a los partidos per se. De manera decisiva tiene

que ver con la praxis política de las propias mujeres partidarias. En este sentido, dos

aspectos parecen definir las actividades políticas que contribuirían a fortalecer esta

vertiente de mujeres, desde los cuales podrían impactar a sus organizaciones, al

movimiento amplio de mujeres y, eventualmente, al Estado mismo. El primero está

ligado al trabajo puntual que deben realizar en el seno de su propia organización política

y con su posible incidencia en los cargos y puestos directivos de los propios partidos.

Aquí, el centro está puesto en la conformación de la agenda partidaria –tratando de que

los temas femeninos ocupen un lugar en las plataformas políticas de los organismos- así

como en la discusión acerca de las cuotas de representación de las mujeres en la propia

estructura y en las listas de candidatos a ocupar cargos de elección popular. El segundo

se refiere a su actividad externa y a la posibilidad de establecer puentes y canales de

acuerdo político con mujeres de otras opciones partidarias y de operar en la arena

legislativa. Acá, el énfasis aparece en el acceso de las demandas y propuestas acerca de

la problemática de las mujeres en la agenda parlamentaria y en la construcción de las

alianzas posibles entre legisladoras de distintos partidos.

Independientemente del resultado final de la lucha por las cuotas u otros mecanismos de

discriminación positiva, lo cierto es que, donde y cuando ha ocurrido, este debate ha

contribuido en gran medida a que núcleos femeninos muy diversos –tanto por sus

orígenes socioeconómicos como por las opciones políticas a las que eventualmente se

pueden sumar-, hayan podido enarbolar un cuerpo de demandas específicas, se hayan

dotado de un discurso propio e incidido en el ámbito público. Todo ello es

imprescindible para el desarrollo de un sistema democrático que garantice tanto la

representación como la participación. Lograrlo es un paso político positivo para

ampliar la participación de las mujeres y para profundizar la cultura democrática.

Las lecciones de la historia

Hoy, el reordenamiento político mundial que ocurre desde finales de la década de los

ochenta, tornan inevitable el replanteo profundo de una problemática tan densa y

compleja como ésta.

En 1911, Robert Michels hacía una advertencia al movimiento socialista: “el problema

del socialismo –decía- no es simplemente un problema de economía... El socialismo es

también un problema de administración, un problema de democracia”45

.

Hoy aquel modelo de construcción del socialismo se ha extinguido y sobre sus ruinas se

levanta, petulante y jactancioso, un nuevo orden mundial de mercado que, entre otras

modalidades, fija en mecanismos democráticos la transacción entre intereses sociales

distintos y/o contradictorios. Los partidos políticos, compitiendo entre sí, vuelven a ser

los principales agentes del proceso de formación de la voluntad política en el Estado y

en la sociedad.

45

Michels, op. cit., vol. 2, p. 173.

Page 25: Género y  Sociología Política

25

25

Uno de los interrogantes que con mayor urgencia se plantea es el de si la

democratización del Estado podrá realizarse sin que se produzca también un proceso de

transformación social. Esta es una cuestión decisiva en la relación de las mujeres y la

política.

Agnes Héller señaló una vez que “con frecuencia, las mujeres se parecen a las personas

que no pueden dormir y se voltean a un lado y otro en lugar de darse cuenta que la causa

de su insomnio es una ansiedad interna que no puede eliminarse con simples cambios de

posición”46

. Esta afirmación sugiere algunos indicios sobre los términos y condiciones

de una participación política femenina que sólo se plantee en clave cuantitativa y deje

tal como está el sistema de partidos y los vínculos actuales entre la sociedad civil y el

Estado.

Como es fácil suponer, todo esto queda subordinado al desarrollo de las luchas sociales.

Si bien esto último dista de estar garantizado, hoy son muchas las mujeres que luchan

denodadamente para hacerlo posible.

46

Héller, op. cit., p. 37

Page 26: Género y  Sociología Política

26

26

DEMOCRACIA Y POLÍTICA DE GÉNERO

En el bicentenario de la Revolución Francesa

“¡Oh!, mi pobre sexo... Oh, mujeres que nada obtuvieron de la revolución!”47

. A esa

amarga conclusión arribó Olympe de Gouge –autora, en 1791, de la primera y nunca

aprobada Declaración de los Derechos de la Mujer- poco antes de ser guillotinada, en

1793.

Y es que, desde entonces, las mujeres parecen marginadas de la herencia política de la

Revolución Francesa. Si bien participaron con furia y pasión entre las enardecidas

multitudes parisinas que se volcaron a las calles y se tomaron La Bastilla, más tarde, los

Estados Generales premiaron, sobre novecientos certificados de mérito por aquella

acción heroica que cambió la relación entre pueblo y poder, sólo a una mujer.48

Pero la efervescencia revolucionaria siguió, y así las mujeres se lanzaron tras la

Declaración de los Derechos y las sublevaciones por el pan y el jabón; Luis XVI escapó

a Versalles y, en París, ante los hombres inseguros y vacilantes, una mujer arengó a la

muchedumbre el 5 de octubre, y propuso a otras ir en busca del rey. Y marcharon sobre

Versalles: lavanderas, madres de familia, prostitutas. “Son los hombres los que han

tomado La Bastilla, pero son mujeres las que han puesto la monarquía en manos de

París”, dirá Michelet.

En efecto, en 1789, la Revolución Francesa, como todas las grandes rupturas históricas,

provocó la participación masiva de las mujeres. Aunque fueron pocas las que

alcanzaron cierto protagonismo durante los acontecimientos revolucionarios, las

mujeres participaron en gran número en el movimiento general de la revolución y su

acción apenas si puede distinguirse de la de los varones durante la marcha a Versalles, o

en las jornadas de octubre de 1789, o en las grandes manifestaciones del 4 y 5 de

septiembre de 1793.49

La presencia femenina en la revolución no fue unívoca, de un solo lado; ellas también

estuvieron apasionadamente divididas entre las diversas facciones en pugna. Por una

parte, encontramos a las „damas de buena sociedad‟, educadas en el ambiente culto y

desenvuelto del siglo XVIII, la mayoría de ellas estuvo limitada al papel de anfitrionas

de una nueva generación de políticos que aún tenía en los salones su principal lugar de

encuentro. Así, las cultas girondinas –herederas de la Ilustración- fueron las primeras

en la historia política moderna en invocar la igualdad entre mujeres y sociedad política,

ligando a la revolución la conciencia democrática contra la intolerancia y la represión

del Terror.50

47

Citado por Linda Kelly, Las mujeres de la Revolución Francesa, Javier Vergara Editor, Buenos

Aires, 1989, p. 9. 48

Ibidem, p. 41. 49

Albert Soboul, Comprender la Revolución Francesa, Editorial Crítica, Barcelona, 1983, p. 238. 50

Cf. Kelly, op. cit.

Page 27: Género y  Sociología Política

27

27

Sin duda, la presencia de las mujeres fue más contundente cuando estuvo en juego la

cuestión de las subsistencias. Mujeres consumidoras, madres de familia y amas de casa

fueron las mujeres sans-culottes –tal vez más que los hombres- las que unieron el terror

a las subsistencias.51

“Mientras los comerciantes egoístas, los exfuncionarios, los ricos,

etc., no sean guillotinados y expulsados en bloque, nada irá bien”, escribirá una de ellas;

y otra coincide: “Nada irá bien a menos que se instalen guillotinas permanentes en todas

las esquinas de París”52

Un observador de la época señalaba: “Mujeres del pueblo hambriento y mujeres de

cerebro se encuentran en París entre 1792 y 1793. Clubes de mujeres revolucionarias,

de sociedades plebeyas que admiten a los nobles en sus sesiones, damas que recogen

fondos para el ejército jacobino, apologistas de la guillotina –las ciudadanas tricoteuses

que llevaban a cabo su propia revolución paralelamente a sus maridos, con violencia y

rara voluntad”53

.

Cuando en 1793, la Asamblea decidió proclamar el sufragio, consideró obvia la

exclusión de las mujeres y los siervos. Y ese mismo año caen las primeras cabezas

femeninas, las conservadoras, pero también rodarán las de aquellas que se han alineado

fervorosamente con la revolución.

O son aplastadas de otra forma. A veces, hasta por otras mujeres. En efecto, el Terror

trató a las mujeres como a un basto segundo sexo, del que solicitaban únicamente

delaciones e intrigas. Así, al perder la batalla con Robespierre, corrieron la misma

suerte que los hombres a los que habían ayudado a encumbrar. “¡Ah, libertad, cuántos

crímenes se cometen en tu nombre!”, exclamará en su camino al patíbulo Madame

Roland, de quien se ha dicho la “cabeza mejor organizada del pensamiento

revolucionario”54

.

“Las mujeres tienen el derecho de subir al patíbulo y también tienen el derecho de subir

al estrado”, afirmaba la Declaración de los Derechos de la Mujer, escrita por Olympe de

Gouge. Y se cumplió..., sólo que parcialmente. Mientras en los doce meses del Terror,

la guillotina decapitó, sólo en París, a 374 mujeres –la mayoría de ellas eran nobles e

intelectuales, 100 obreras, 28 criadas y 28 monjas55

-, después de las jornadas de prarial

(mayo de 1795), la Convención prohibió a las mujeres “asistir a las asambleas políticas”

y les ordenó que “se retiraran a sus domicilios bajo orden de arresto de aquellas que se

encuentran reunidas en grupos de más de cinco”56

.

De esta manera fue como las mujeres francesas, las revolucionarias y las conservadoras

sin excepción, fueron devueltas a su papel “natural y legítimo” en el seno del círculo

familiar. La estructura de las relaciones con el poder público cambió en el ámbito

masculino, no así en el de las mujeres. La revolución –que ni siquiera en sus momentos

de auge les otorgó derechos civiles y políticos- coronaba así la condición subordinada

de la mitad de la población de Francia.

51

Albert Soboul, Los sans-culottes. Movimiento popular y gobierno revolucionario., Alianza

Universidad, Madrid,1987. 52

Soboul, Comprender..., op. cit., p. 240. 53

Citado por Soboul, ibidem, p. 55 54

Kelly, op. cit., p. 55. 55

María A. Macchiocchi, “Gloriosas brujas”, Crónicas de la Revolución 1789-1989, Revista El País

Semanal # 636, domingo 18 de junio de 1989, p. 10. 56

Citado por Soboul, Comprender..., op. cit.p. 242.

Page 28: Género y  Sociología Política

28

28

Así terminó para ellas aquel intento de “asaltar el cielo”. Un episodio monumental de la

revolución más larga había concluido.

La democracia y nosotras

Es indiscutible que cada vez que se produce en un país una rebelión de las masas contra

la opresión o a favor de una transformación radical, las mujeres están presentes. A

partir de este reconocimiento comienzan los problemas. ¿Qué sucede con las mujeres

después del triunfo? ¿Qué sitio encuentran aquellas necesidades específicas de libertad

que ellas defendieron, a veces hasta con su vida?

El dilema no es reciente. Como quedó señalado, lo inauguró en la modernidad la

Revolución Francesa después de las jornadas de prarial (mayo de 1795). Casi un siglo

después, en 1892, y ya por nuestras tierras, Simón Bolívar escribió a María Antonia, su

hermana favorita, previniéndola enérgicamente contra los peligros del mundo público:

“Te aconsejo que no te mezcles en los negocios políticos ni se adhieras ni opongas a

ningún partido. Deja marchar la opinión y las cosas aunque las creas contrarias a tu

modo de pensar. Una mujer debe ser neutral en los negocios públicos. Su familia y sus

deberes domésticos son sus primeras obligaciones”57

. Muy atrás quedó la intensa y

masiva incorporación de las mujeres en aquellos conflictos. Después, ya sabemos que

ocurrió.

Y es que es muy común a la hora de analizar la participación política femenina,

privilegiar el punto de vista cuantitativo: cuántas votan, cuántas son electas, cuántas

desempeñan cargos públicos, etc. En esta contabilidad social, los resultados asustan al

revelar que , por ejemplo, los procesos democratizadores muy poco tienen que ver con

la incorporación de las mujeres.

Ahora bien, si pasamos la cuestión de la participación femenina por el tamiz del

cuestionamiento a la forma de hacer política, a los estilos, el asunto empeora, porque

¿qué avance real puede significar una participación que no intenta modificar ni las

concepciones ni la praxis sexista que permean ese ámbito del mundo público?

De esta manera, cada vez más advertimos, no sin tristeza y desaliento, cuánto ha

cambiado algo profundo, secular, en el modo de concebir la situación de la mujer en la

sociedad y, a la vez, cómo las instituciones no logran expresar esa transformación.

Quizá porque enfrentar los problemas de la igualdad real de género entraña enfrentar

problemas de fondo acerca de la organización de la sociedad en general.

En todo caso, a pesar de la visión desencantada que provee la política en nuestros días

es posible mantener todavía alguna confianza en las potencialidades de los sujetos

sociales para transformar los conservadores estilos políticos predominantes. Para

intentarlo parece imprescindible discutir públicamente estas deficiencias vía la

recuperación de la memoria colectiva de la participación de las mujeres en movimientos

57

Citado por Evelyn Cherpak, “La participación de las mujeres en el movimiento de la Gran Colombia,

1780-1830”, en Asunción Lavrin, comp., Las mujeres latinoamericanas. Perspectivas históricas,

Fondo de Cultura Económica, México, 1985, p. 268.

Page 29: Género y  Sociología Política

29

29

laborales, políticos y sociales. Como dice María C. Feijoó, la memoria colectiva jugaría

aquí un papel relevante que podría animar a las mujeres a acometer nuevas acciones al

rescatar experiencias semiolvidadas, lo que permitiría un reconocimiento de actividades

pasadas y, por tanto otra vez, posibles58

.

Hoy, pues, no es suficiente reivindicar acríticamente ni la participación vista solamente

con la lente cuantitativa ni el mito del igualitarismo jurídico. Pasar por alto cómo las

instituciones democráticas –especialmente, los partidos políticos- reproducen en su

interior aquellas estructuras sexistas de poder, jerarquía, distribución de funciones y

mandatos, es ser cómplice del machismo y de la discriminación. A estas alturas parece

obvio señalar que tales actitudes y prácticas no son privativas de los varones. De

cualquier modo, es un complejo dilema que los procesos democráticos agudizan, pero

que, paradójicamente, sólo con ellos será posible resolver.

58

María C. Feijoo, Mujer y Política en América Latina: el estado del arte. Ponencia presentada en el

Taller sobre desigualdad social y jerarquía de género en América Latina, Perú, junio de 1985, p. 29

Page 30: Género y  Sociología Política

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30

MUJERES EN ARMAS... O LOS PELIGROS DE TOCAR EL CIELO CON

BAYONETAS

Hace algún tiempo, el sociólogo Edelberto Torres R., constataba que en Centroamérica

“pareciera que por boca del fusil sólo pudiera proclamarse el socialismo”. Una rápida

ojeada a la cotidianidad mesoamericana reflejada en las noticias que continuamente

aparecen sobre la región confirmarían el aserto.

En todo caso, a partir del triunfo sandinista en 1979, pareció abrirse toda una época de

grandes transformaciones en las tradicionales relaciones de poder en algunos países

centroamericanos.

Aunque no ha ocurrido así, lo cierto es que sí ha habido una considerable renovación de

los sujetos populares en medio de la compleja trama que articula nuevos elementos

ideológico-políticos con nuevas formas de organización de la protesta social.

En Centroamérica el movimiento de mujeres es uno de estos nuevos sectores que

generalmente aparece vinculado a la problemática global de los sectores populares.

Diversas agrupaciones femeninas han integrado su lucha y reivindicaciones a las

acciones colectivas de las clases explotadas que buscan producir un nuevo tipo de

sociedad, convirtiendo así al movimiento de mujeres en un componente vital de la

dinámica revolucionaria.

Desde esta perspectiva, a las mujeres se las puede encontrar en el fragor del combate,

formando parte de los grupos de resistencia, actuando como agitadoras y propagandistas

tanto en las luchas callejeras como en las tareas de apoyo “típicamente femeninas”:

como correos clandestinos, en las cocinas de los diferentes frentes, en el ocultamiento y

traslado de armas, en el cuidado de enfermos, en huelgas de hambre, el cuidado de casas

de seguridad, abastecimiento de alimentos y medicinas, etc.

Por su origen, desarrollo y situación, el movimiento de mujeres centroamericano

responde, en buena parte, a la dinámica que los otros movimientos han tenido en la

región, esto es, para decirlo con palabras de Torres Rivas, “la sustitución de la forma

partido por la de movimiento, solución final de la estructura política a las urgencias de

la lucha militar”. Por ahora, quizá sea ésta la cuestión clave que permita elucidar el

rumbo del movimiento en el marco global de las transformaciones ocurridas.

Si bien el fenómeno de las mujeres en armas no es nuevo en América Latina

–los estudios de la mujer están rescatando paulatinamente las formas que asume este

tipo de participación muy propio de los períodos de gran crisis social59

-, lo cierto es que

hasta ahora el caso centroamericano desborda los precedentes mejor conocidos, tanto

por el carácter masivo de la participación como por su profundo contenido

contracultural.

59

Cf. Luis Vitale, La mitad invisible de la historia. El protagonismo social de la mujer latinoamericana,

Sudamericana/Planeta Editores, Buenos Aires, 1987; Gloria Ardaya, “La mujer en la lucha del pueblo

boliviano”, Revista Nueva Sociedad # 65, marzo-abril 1983, pp. 112-126; Margaret Randall, Todas

estamos despiertas. Testimonios de la mujer nicaragüense hoy, Siglo XXI Editores, México, 1980.

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31

31

No es extraño, pues, que el triunfo de la revolución sandinista generara un amplio

sistema de participación política de la mujer y también mayores oportunidades para

participar en otros aspectos de la vida cotidiana. Pero a medida que se agudizó el

hostigamiento norteamericano fue casi simultánea la marginación de las

reivindicaciones, tanto generales como específicas, de las mujeres. En este sentido, el

FSLN planteaba, rotundo, en 1983: “Si tenemos que escoger entre la discusión sobre las

mujeres y el problema de la agresión externa, debemos discutir el problema de la

agresión”60

.

El recrudecimiento de la situación general de guerra que vive el área desde entonces, ha

tenido consecuencias y modalidades diversas para cada uno de los países de la región.

Sin embargo, son comunes en ellos los ingentes gastos militares, el asesinato, la tortura

y secuestro de la población civil, el fenómeno de los desplazados y de huérfanos de

guerra. La economía de guerra en función de la subsistencia tiene entre mujeres,

infantes y ancianos/as, sus principales víctimas.

En Centroamérica el armamentismo ha provocado el congelamiento cuantitativo y el

deterioro cualitativo de los servicios de salud, educación, alimentación, transporte, etc.

Notamos también cómo, a pesar de los ingentes esfuerzos nicaragüenses por continuar

invirtiendo en los rubros sociales más cruciales, sus dirigentes no pueden evitar la

concentración de recursos en seguridad interior y en defensa nacional, lo que devora

más del 40% del presupuesto, llevándose también más de la mitad de lo que el país

produce.61

Esta ingerencia de buena parte de las esferas de la vida nicaragüense en el esfuerzo

defensivo, ayuda a explicar la reorientación de la política de inversiones públicas, sobre

todo desde 1985, que prácticamente ha suspendido toda inversión significativa en el

área urbana, principalmente en Managua, reduciendo la capacidad estatal para responder

a las demandas de los pobladores.

Por otro lado, es innegable el gran impacto que tiene la guerra en ciertos procesos

sociopolíticos internos a los demás países del área. Esta cuestión tiene que ver con el

hecho, nada sencillo, de que la guerra y los procesos políticos que ella encierra plantean

una concepción y un quehacer de la política que nace de una distribución desigual del

poder. Una distribución desigual que no sólo es clasista sino que también es sexista.

Los cuerpos militares han sido secularmente bastiones de la masculinidad, cuestión que

no altera tan fácilmente, aun cuando se trate del pueblo armado.

En estas condiciones la situación y perspectivas de las mujeres centroamericanas es,

desde todo punto de vista, complicada. El acontecer cotidiano en esta región agrava las

dificultades para la plena participación igualitaria de la mujer en el proceso de toma de

decisiones y en el reparto del poder político. “Excepto –diría Gloria Ardaya- en

situaciones de riesgo en las cuales debe „probar‟ su heroísmo y valentía”.

60

Citado por María C. Navas, “Los movimientos femeninos en Centroamérica: 1970-1983”, en Daniel

Camacho y Rafael Menjívar, Movimientos populares en Centroamérica, EDUCA, Costa Rica, 1985 61

Centro de Investigación para la Paz, Gastos militares y sociales en el mundo, Ediciones del Serbal,

Barcelona, 1986, pp. 58 ss.

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32

La situación de guerra y violencia generalizada impide la defensa de reivindicaciones

específicas de género contra el autoritarismo, el carácter competitivo y las estructuras

verticales y monolíticas.62

Y es que, como ya observó, el escritor uruguayo Eduardo

Galeano, “la contínua agresión obliga a la defensa... y una guerra así, guerra de vida o

muerte,... tiende a una progresiva militarización de la sociedad entera. Y, a su vez, esa

militarización actúa objetivamente contra los espacios de pluralidad democrática y

creatividad popular. Las estructuras militares, verticales, autoritarias por definición, no

se llevan bien con la duda, y mucho menos con la discrepancia”63

.

Es, precisamente, en Nicaragua donde la estrategia imperial norteamericana ha

contribuido a perfilar preocupantes modalidades políticas. En un reciente ensayo, el

sociólogo Carlos Vilas da cuenta de la progresiva transformación de las organizaciones

de masas –nervios motores del proceso revolucionario- en algo así como meros aparatos

del Estado. Todo ello es producto de la atenazante “priorización de la defensa nacional,

la aguda crisis económica y el impacto de todo esto en la vida cotidiana de la gente”64

.

En este sentido, la modificación de los espacios, el nivel, alcances y maneras de la

participación popular que caracteriza lo que se ha llamado la etapa de la hegemonía de

las masas (1979-84), afecta profundamente a AMNLAE, la organización de mujeres

nicaragüenses, impidiéndole encontrar su propio perfil, como ha sugerido Vilas. Al

perder su autonomía política en 1984, un carácter que en la primera etapa le permitió –

no sin dificultades- introducir algunas reivindicaciones específicas en el debate político

nacional (v.g., la cuestión del aborto, la incorporación de las mujeres al servicio militar,

el problema del maltrato, la legislación familiar), AMNLAE pierde ahora gran parte de

su protagonismo y eficacia. Así, algunas de las integrantes de la banca parlamentaria

del FSLN, ahora partido político, provienen de AMNLAE pero representan a los

intereses del partido en la Asamblea Nacional (que reemplazó al Consejo de Estado).

Si bien la propia agresión militar puede propiciar nuevos ámbitos y estilos de

participación popular (producción y organización en las zonas de guerra), los mismos,

en esas condiciones, pueden recrear nuevos mecanismos de subordinación y

discriminación hacia las mujeres, habida cuenta de la potenciación de los valores y

conceptos machistas que toda guerra genera.

Se ha dicho que “no debe confundirse el carácter de la revolución con las formas de

lucha por intermedio de las cuales se realiza” (Torres Rivas). Probablemente esto sea

así. De lo que no cabe la menor duda es que el cuestionamiento que el movimiento

autónomo de las mujeres centroamericanas hace a todo lo que constituye una sociedad

basada en la opresión humana, es la mejor garantía contra la eventual posibilidad de que

la sociedad se halle en desventaja absoluta frente al Estado y su burocracia. Esta

dimensión política del movimiento de mujeres –como demuestra el caso

centroamericano- claramente evidencia estar en abierta contradicción con la

centralización y el autoritarismo que predomina en el área.

62

Cf. Asociación de Mujeres Nicaragüenses Luisa Amanda Espinoza (AMNLAE), Aportes al análisis

del maltrato a la mujer, Oficina Legal de la Mujer, Managua, junio 1986. 63

Eduardo Galeano, “Defensa de Nicaragua”, diario La República, 4 de enero de 1987, Panamá, p. 14-A. 64

Carlos Vilas, “Nicaragua: las organizaciones de masas. Problemática actual y perspectivas.”, Revista

Nueva Sociedad, noviembre-diciembre 1986.

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33

De todo lo anterior se desprende como corolario, que no es posible concebir la paz sólo

desde el punto de vista de los intereses estatales. Es preciso, por el contrario, optar por

una concepción integral de la paz, entendiéndola como una intrincada relación social y

política, hecha a la vez de complejas correlaciones entre la dimensión político-

diplomática y las correspondientes al desarrollo y a la democracia social, de los

derechos humanos y del reconocimiento de la necesidad de prácticas sociales

equitativas entre hombres y mujeres.

En todo caso, en las sociedades centroamericanas con tan arraigados patrones culturales

machistas y autoritarios, agudizados por la acelerada militarización de la región, vemos

cómo cada vez más se ensombrece el panorama y, más aún, las perspectivas de una

democracia popular en la que no se sacrifiquen los valores humanos por los cuales se

luchó (al aplazar la „cuestión femenina‟ tomando el atajo que representa el principio

evolucionista en lo relativo a la mujer, lo que vendría a ser lo mismo).

Precisamente porque somos solidarias con los procesos revolucionarios

centroamericanos, particularmente con Nicaragua, tenemos que reflexionar

cuidadosamente acerca de la potencial evolución de estos peligrosos procesos internos,

agudizados por la agresión de EU, y que amenaza, como bien expresa Galeano, con

deformar la revolución, lo que sería, al fin y al cabo, una forma de aniquilarla.

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34

EN LOS ORÍGENES DEL 8 DE MARZO

LAS MUJERES Y EL CONFLICTO DE CLASES

Hace algún tiempo, en un estudio dedicado a examinar las relaciones entre sindicato y

partido, el sociólogo español Ludolfo Paramio reconocía que “uno de los peores lastres

teóricos de la izquierda actual..., es el de que sus propias ideas heredadas no son

conocidas en su contexto, en el marco en el que surgieron y en el que realmente tenían

sentido, sino que sólo se manejan como esquemas, como clichés carentes de toda

relación con una situación histórica concreta en la que podrían entender tanto las

razones de su formulación como la intención –concreta, también- que movió a sus

interlocutores”65

. En el caso de la experiencia colectiva de las mujeres en el pasado, el

problema señalado se agrava. La cuestión tiene que ver básicamente con el escaso

conocimiento de la experiencia histórico-social del género femenino.

No es ninguna novedad decir que las corrientes historiográficas han puesto más bien de

relieve la ausencia o invisibilidad de la mujer en el proceso histórico, incluso en el más

revolucionario. Con la excepción de esporádicas personalidades notables, apenas hay

constancia de la actividad social femenina.

Probablemente éste sea uno de los mayores tropiezos con que se enfrenta el intento de

analizar el significado y las proyecciones del 8 de marzo en la historia total del

movimiento de las mujeres, entendida no sólo como historia de las estructuras

económicas, sociales y políticas, sino como una historia que abarca a la vez las

dimensiones de la esfera privada, con el estudio de las estructuras de la familia, la

sexualidad, la reproducción, la salud, el trabajo doméstico, la socialización de los hijos,

entre otros aspectos.

Los orígenes del Día Internacional de la Mujer están indisolublemente ligados a la

historia del socialismo, en tanto alcanzó una forma organizada en los congresos y en

otras actividades de la Segunda Internacional (1899-1914). El nacimiento de esta

celebración representa uno de los sensibles progresos que evidenciaba el socialismo y el

movimiento obrero –el paso de una condición contracultural al de una subcultura- desde

finales del siglo XIX, en la mayor parte de los países europeos.

Hacia 1900 también era muy evidente el fortalecimiento del movimiento de mujeres

socialistas. “Su figura más destacada de aquella etapa, Clara Zetkin, que mantenía

estrechos lazos con otros movimientos socialistas a través de sus contactos rusos y su

residencia en París en la década de 1880,... –escribe R.J. Evans- pensó en crear una

Internacional Socialista de Mujeres. Ésta fue fundada en 1907, cuando Zetkin organizó

una Conferencia Internacional Socialista de Mujeres, conjuntamente con el Congreso de

la Segunda Internacional celebrado aquel año en Stuttgart...”66

.

65

Tras el diluvio.La izquierda ante el fin de siglo, 2ª ed., Siglo XXI Editores, México, 1989, p. 116 66

Evans, op. cit., p. 165

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35

35

En efecto, durante el Congreso socialdemócrata alemán en 1907 –y después de años de

intensas luchas en el seno de los distintos partidos socialistas nacionales- se aprobó una

resolución de apoyo el sufragio femenino, en la que se señalaba que las obreras debían

realizar campañas por los derechos ciudadanos junto a los partidos de clase del

proletariado. De esta manera quedaba claro que entre las luchas de las mujeres

socialistas y las sufragistas liberales existía un abismo insalvable.

Así, pues, con base en los acuerdos de 1907 e inspirándose en las acciones de masas por

el sufragio femenino organizados por las mujeres socialistas en Estados Unidos, Clara

Zetkin impulsó en 1910, durante la Segunda Conferencia Internacional de las Mujeres

Socialistas reunida en Copenhague, la celebración de una jornada internacional de lucha

exigiendo el sufragio universal femenino, escogiéndose el 8 de marzo en homenaje a

129 trabajadoras de una fábrica textilera en Nueva York, quienes en huelga por

demandas de mejores condiciones laborales, en 1908, fueron encerradas en la planta por

su dueño, procediendo a incendiar el edificio. Las mujeres murieron carbonizadas.

De esta manera nació el Día Internacional de la Mujer Trabajadora, el 8 de marzo,

celebrándose por vez primera en 1911. El lema unificador de aquella primera jornada

fue: “El voto para la mujer unirá nuestra fuerza en la lucha por el socialismo”.

Las mujeres de las diversas naciones llevaron a la práctica esta manifestación de

acuerdo con las condiciones que imperaban en sus países. El desarrollo desigual del

capitalismo, los períodos distintos en la formación de la clase obrera, las diferencias

nacionales en el terreno de las relaciones entre el movimiento socialista y otras

formaciones políticas (demoliberales, anarquistas), las diferentes formaciones en la

estructura institucional de la democracia representativa, la diversa amplitud de las

libertades democráticas en cada país y, por tanto, las diferencias organizativas del

movimiento obrero, las diversas opciones ideológicas en el ámbito de las doctrinas

socialistas, todo ello influyó en el carácter de la incorporación de la mujer en las luchas

por transformar la sociedad.

Con todo, la respuesta al llamado de la Internacional de Mujeres fue más allá de todas

las expectativas. Se formaron comités, se hizo publicidad, se organizaron

manifestaciones y mítines y se prepararon artículos para la prensa. El día señalado,

mientras en Austria unas 30,000 personas, entre hombres y mujeres, tomaron parte en la

más concurrida manifestación callejera (Waters), la activista rusa Alejandra Kollontai,

exiliada en Alemania por entonces, describió así la primera celebración del Día

Internacional de la Mujer Trabajadora: “Alemania y Austria... eran un mar estremecido

y agitado de mujeres. Se organizaban reuniones por todas partes, en las ciudades

pequeñas e incluso en los pueblos. Las salas estaban tan llenas que tuvieron que pedir a

los obreros que les cediesen sus locales. Esta fue verdaderamente la primera

manifestación de la militancia de las mujeres trabajadoras. Los hombres, en cambio, se

quedaron en casa con los niños, y sus esposas, las „esclavas amas de casa‟, acudieron a

los mítines.”

El Día Internacional de la Mujer Trabajadora fue una celebración exitosa hasta 1914,

año en que estalla la Primera Guerra Mundial, prueba de fuego para las relaciones entre

el movimiento obrero y la sociedad política existente. La solidaridad proletaria se había

Page 36: Género y  Sociología Política

36

36

quebrado quizá para siempre. El mundo socialista no volvería a ser el mismo desde

entonces. Tampoco la jornada internacional del 8 de marzo.

No obstante la debilidad de la clase obrera latinoamericana, al fundarse la Segunda

Internacional, en México se publicaron sus acuerdos y estatutos; en Argentina se creó

una sección francesa y en Uruguay se hablaba de una sección nacional. Si para algunos

historiadores del movimiento obrero “estas vinculaciones, producto de la inmigración y

contacto con el extranjero, aunque sean a nivel de dirigentes y alcancen a pequeños

círculos, (...) parecen un antecedente muy importante para explicarse los primeros actos

del día de los trabajadores en América Latina”(Arias)67

, llama poderosamente la

atención que estas mismas condiciones no hayan propiciado ninguna acción de

solidaridad con la jornada por el sufragio femenino.

Conociendo que ya para entonces el tema no era desconocido en estas tierras,

¿semejante silencio tendría que ver con un rechazo de los socialistas a la participación

de la mujer en territorios tradicionalmente ocupados por los hombres, aunque éstos

fueran portadores de un mundo nuevo?

En todo caso, hay algunos indicios que al menos permiten intuir la posibilidad de

reconstruir ese capítulo del movimiento obrero –y del movimiento de las mujeres- en

América Latina. Vitale, por ejemplo, menciona la participación de la argentina Cecilia

Grierson en el Congreso Internacional de Mujeres reunido en Londres, en 1899: “Allí –

dice Cecilia- contraje el compromiso moral de organizar en la República un Consejo

Nacional de Mujeres. Con gran trabajo, pero éxito seguro, he conseguido formar esta

unión... Los trabajos y la Revista del Consejo de Mujeres son ya conocidos en la

República.”68

En todas partes los individuos y los grupos descubren sus distintas identidades y sus

intereses en conflicto en la propia búsqueda de un terreno común. La historia del

socialismo no es la excepción. Si 1914 representó la quiebra del internacionalismo

obrero, nuestros días hablan de su aniquilamiento como proyecto histórico-político.

Con todo, el ideal socialista –como el democrático- está en cierto modo enraizado en

sentimientos tan antiguos y permanentes como la propia sociedad humana. La

transición de hoy impone revisitar críticamente el terreno común, la historia socialista,

con el convencimiento de que la participación en los procesos sociales y económicos de

grupos humanos, en su mayoría anónimos, como el de las mujeres, constituye una de las

claves para llegar a comprender mejor algunas coyunturas históricas concretas.

67

68

Vitale, op. cit., p. 145

Page 37: Género y  Sociología Política

37

37

EL SUEÑO CONTINÚA

LA CONSECUCIÓN DEL SUFRAGIO Y EL SIGNIFICADO DE LA

EMANCIPACIÓN FEMENINA

En 1844, la militante socialista Flora Tristan realizaba una gira de organización por las

provincias francesas para promocionar la idea de una asociación internacional obrera.

Hostigada y agotada, cayó enferma y murió. Sin embargo, poco antes de morir,

resumió su destino en una carta dirigida a uno de sus amigos y compañeros. Decía:

“Tengo a casi todo el mundo en contra mía. Los hombres porque pido la emancipación

de la mujer, los propietarios porque pido la emancipación de los asalariados”.

Comenzaba así, con bastante desencanto, la historia de la cuestión femenina, tal como

fue conocida esta problemática en el siglo XIX. El libro de Flora, Unión Obrera, había

aparecido un año antes, en 1843, aportando al pensamiento social su análisis de la

opresión de la mujer y el ligamen que estableció entre ésta y la situación de la clase

obrera.

Más de seis décadas después –en medio de una sociedad occidental sometida a

profundas transformaciones sociales y políticas- el 8 de marzo de 1911 se celebró, por

vez primera, el Día Internacional de la Mujer, exigiendo el sufragio universal femenino.

El tema unificador de aquella memorable jornada fue: “El voto para la mujer unirá

nuestras fuerzas en la lucha por el socialismo”. Eran tiempos que parecían la venganza

póstuma de Flora Tristan. Al menos, así lo parecía.

Luego, entre guerras calientes y frías, el impulso feminista decayó. No fue sin con el

optimismo de los años sesenta, tan juvenilmente renovadores, cuando fue retomada, con

nuevos matices y contenidos, la discusión en torno al papel social de la mujer. Amplios

contingentes de mujeres en casi todas partes se sumaron a la lucha por construir un

hogar público –y también el privado- más justo, igualitario y pluralista. Y, otra vez, el 8

de marzo cobró nuevos ímpetus ligados a los movimientos sociales insurgentes.

Así, pues, ateniéndonos a la historia, incluso la más reciente, el Día Internacional de la

Mujer conmemora las luchas políticas de las mujeres por transformar la condición social

e individual tanto de ellas como de sus semejantes. Ahora bien, ateniéndonos al

presente ¿qué conmemora hoy el Día Internacional de la Mujer? ¿qué referencias

políticas tiene? Definitivamente que ya la identificación del 8 de marzo con el

socialismo no es automático. En nuestros días, casi hay que construir esa relación en

términos meramente cognoscitivos. Es tal la integración.

En efecto, se ha dicho que la modernidad se caracteriza por una sucesión de procesos de

integración. De la integración económico-social de los estratos rurales y de las

generaciones de inmigrantes en el mundo industrial urbano, a la integración cultural

(por la escuela pública, especialmente) y política (por la ampliación de los derechos

civiles y ciudadanos), el capitalismo ha mostrado una formidable capacidad integradora.

En este sentido, las mujeres movilizadas han ido pasando, con relativa facilidad, de

“clases peligrosas” a simples grupos de presión.

Page 38: Género y  Sociología Política

38

38

Esta situación no es mala en sí misma. A decir verdad, es un camino ineludible si

queremos que el sistema político tenga menos razones para excluirnos, para

marginarnos. Pero quizá por eso mismo, es también un camino plagado de riesgos y

obstáculos nunca antes conocidos, en la medida que la legitimidad del Estado y sus

instituciones sufren un creciente proceso de erosión, manifiesto, entre otras cosas, en el

decaimiento de la conciencia colectiva, la desconfianza masiva, la opinión generalizada

en torno a la corruptibilidad, falta de idoneidad y carencia de genuina autoridad entre

quienes nos gobiernan, emergiendo más bien una marcada aversión hacia la totalidad de

la clase política, una creciente indiferencia con respecto a los partidos políticos, al

proceso de democratización y hacia los asuntos públicos y comunitarios en general.

Todo ello atizado por una descomunal crisis fiscal del Estado.

Por tanto, en esta sociedad de fin de siglo, convertida en una fase de transición

ideológica cuya trascendencia y envergadura aún no podemos sospechar, las mujeres

nos encontramos con la necesidad de abrir camino hacia un nuevo sentido común

político, de trazar un proyecto de organización y de reparto del trabajo, de distribución

de los beneficios, de protección del ambiente, de tejer solidaridades nuevas entre los

distintos sujetos sociales, de recrear ámbitos de articulación política internacional

alternativos. No pocas veces pareciera que nuestras fuerzas no dan para tanto, y muerde

el desánimo.

Decía Bertrand Russell que “todo ser humano, dondequiera que vaya, va rodeado por

una nube de convicciones confortantes, que lo acompañan como moscas en un día de

verano”69

. Con todo y las complejas incertidumbres que el presente nos prodiga, la

convicción de que la humanidad puede reconciliarse consigo misma y marchar en pos

de una sociedad más comunitaria parece ser justamente el trillo por donde afinca la

cuestión femenina en los inicios de un nuevo siglo. El sueño, pues, continúa.

69

Russell citado por Thomas Sowell, Conflicto de visiones. Orígenes ideológicos de las luchas políticas,

Editorial Gedisa, Buenos Aires, 1990, p. 8.

Page 39: Género y  Sociología Política

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39

CLARA GONZÁLEZ O LA VOLUNTAD DE PODER

En memoria de la primera sufragista panameña.

No es fácil interpretar de manera global la vida política de una mujer como Clara

González, cuyos quehaceres coincidieron con los años más ricos y complejos de la

historia socio-política panameña. Más bien intentaré hilar algunas reflexiones tomando

en cuenta la siguiente periodización: de 1900 a 1922 (nacimiento hasta su titulación

como abogada, la primera en Panamá); de 1924 a 1947 (creación de la Escuela de

Cultura Femenina hasta la organización de la trascendental Marcha de las Mujeres

contra el Convenio de Bases Militares Filós-Hines, pasando por todos los años de lucha

por los derechos políticos para la mujer); y 1951 (retiro virtual de la actividad

propiamente política, después de aceptar el cargo de Magistrada del recién creado

Tribunal Tutelar de Menores, institución en la cual llegó a jubilarse).

Un siglo diferente

Para buena parte de las mujeres occidentales, entre ellas las latinoamericanas, el siglo

XX fue el verdadero siglo de las luces, pues con él cristalizó el caudal revolucionario

legado por el siglo XIX en las ideas y luchas por la libertad, la democracia política y

social, la independencia, la unidad nacional y la igualdad, idea-fuerza particularmente

importante para las mujeres70

.

Así, la situación femenina empezó a experimentar cambios en el marco de profundas

transformaciones sociales: la incorporación masiva de la mujer al trabajo fuera del

hogar, los novedosos cambios en su condición cultural, jurídica y, sobre todo, familiar

(efecto, entre otros, de nuevas perspectivas médicas y biológicas sobre las mujeres,

transformaciones en las concepciones sobre el erotismo y la moralidad sexual, la

popularización de conocimientos sobre control de la natalidad)71

.

Todo ello contribuyó, además, a convertir el siglo XX en el siglo del feminismo, una

rebelión de mentalidades y acciones colectivas de las mujeres –a las que se sumaron no

pocos hombres- que cuestionó las estructuras sociales y patriarcales imperantes.

70

Luis Vitale, La mitad invisible de la historia latinoamericana. El protagonismo social de la mujer,

Sudamericana/Planeta Ediciones, Buenos Aires, 1987. 71

Mary Nash (ed.), Presencia y Protagonismo. Aspectos de la historia de la mujer; Ediciones del Serbal,

Barcelona, 1984.

Page 40: Género y  Sociología Política

40

40

Las luchas de las mujeres por el derecho al voto, la maternidad voluntaria, el divorcio,

el salario igualitario y otras reivindicaciones formaron parte del proceso mundial de

emancipación femenina72

.

Sólo teniendo en cuenta estas luchas y avances podemos explicarnos la presencia y el

protagonismo de las mujeres en ámbitos culturales y científicos hasta entonces a ellas

negado.

Nuestro país no estuvo ausente en esta hora de renovación social. Clara González es el

mejor ejemplo. Al elegir una carrera política o de gobierno -como era considerado

entonces el Derecho-, esta mujer desafió la imagen convencional y el peso de la cultura

y la historia, yendo en contra de tradiciones similares de aquéllas bajo las que vivían la

mayoría de las mujeres. ¡No es difícil imaginar los costos personales que esta lucha

debió significarle a la „descarriada‟ Clarita!

El desafío político

La historia del voto femenino en Panamá es una historia polémica, atizada por lagunas e

inconsistencias. Ahora, lo que es indiscutible es que el voto para todas las mujeres fue

ganado por las propias mujeres en las calles, en las tribunas, en las plazas, y también

cabildeando y buscando apoyos entre reconocidos patriarcas políticos de entonces.

Entre esas mujeres estuvo Clara González. Siempre clave, decisiva.

En efecto, el tema del voto constituyó –aquí, como en casi todas partes- un medio de

unir mujeres de opiniones políticas muy diferentes, aunque esta unidad basada en un

solo objetivo no careció de tensiones entre las mismas activistas. Por supuesto, no

pretendían solamente el voto, sino el poder político, que creían habrían de obtener en

cuanto votasen. No es extraño, entonces, que las expectativas divergieran (son

históricos, en este sentido, los desencuentros entre Clara y Esther Neira, por ejemplo).

Hay algo más. Si bien actualmente, no existe un solo partido político en Panamá que

excluya a las mujeres, lo cierto es que tampoco existen mujeres que funden ellas, por sí

mismas, partidos. Y aquélla generación de mujeres lo hizo.

Clara González fundó el Partido Nacional Feminista (PNF), en 1925. Y lo que la

distinguió de otros proyectos semejantes es que lúcidamente entendió que la

participación de la mujer en la política, con posibilidades reales de cambio social, solo

era (y es) posible a partir de una profunda renovación cultura de su condición humana.

Por ello, previo a la fundación del PNF y ligada a proyectos populares, puso en marcha

la Escuela de Cultura Femenina.

Con todo, y a pesar de que ganar el derecho a votar llenó una función importante para

las mujeres panameñas, fue evidente que con las medidas puramente legales no se llega

muy lejos para cambiar las instituciones y las actitudes. Así, el derecho al voto resultó

72

Vitale, op. cit.; Sheila Rowbotham, La mujer ignorada por la historia, Editorial Debate, Bogotá,

1980.

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41

insuficiente como propulsor de transformaciones sociales, independientemente del nivel

de activismo político y de las preferencias políticas de las mujeres73

.

El abandono

Desde 1951, Clara González virtualmente abandonó los avatares de la política nacional,

la búsqueda del poder. ¿Qué pudo causar este abandono? ¿Desánimo, cansancio? ¿El

convencimiento de que no es la política per se la solución a la problemática de las

mujeres en la sociedad?

Es un hecho en América Latina la propensión de las mujeres a retirarse de la vida

política o a dedicarse a sus respectivas profesiones después de intensos períodos de

activación, entre tanta oposición, prejuicios y marginación de parte de los varones y de

las propias mujeres. Y la mayor parte de las veces, además, sin generar un grupo que la

suceda. En este caso, Panamá tampoco ha sido la excepción.

Bien dice Viola Klein que “el hecho de no ser juzgado como un individuo, sino como

miembro de un grupo del que se tiene una imagen estereotipada, implica una serie

incalculable de restricciones, descorazonamiento, resentimiento y frustraciones”74

.

Una mujer del siglo

Así la definió Diógenes De la Rosa. Y es que en el ambiente que proporcionó una

época histórica singular, Clara González fue sujeto activo y con personalidad propia de

una generación que enlazó a Panamá con la modernidad del mundo.

Sus ideas y su acción renovadoras contribuyeron notablemente a transformar nuestro

mundo público, ampliando las bases sociales de la nación panameña. Su último período

de vida –en soledad, abandono y olvido- y el ambiente que rodeó su muerte el 10 de

febrero de 1990, gritan la necesidad urgente de revisitar su obra. .

73

Elsa M. Chaney, Supermadre. La mujer dentro de la política en América Latina, Fondo de Cultura

Económica, México, 1983. 74

Citado por Chaney, op. cit., p. 159.

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42

OTRAS PERPLEJIDADES DE LA VIDA COTIDIANA

Mujeres y familias en Panamá después de la invasión norteamericana

del 20 de diciembre de 198975

31 de enero Las familias refugiadas del barrio El Chorrillo denuncian “la falta

de sensibilidad social” del nuevo gobierno y de los E.U. por la

destrucción de sus casas.

12 de febrero Se anuncia el nacimiento del Comité de Familiares de los

Militares Caídos, “compuesta en su mayoría por mujeres que

perdieron sus esposos y que ahora se encuentran desamparadas

sin saber qué destino les tocará a ellas y a sus hijos”.

16 de febrero Un comunicado de la Asociación Nacional de Enfermeras

dirigido al Presidente de la República, denuncia los despidos

ilegales del personal de enfermería en las instituciones estatales, y

sostiene que “la destitución afecta a funcionarias que son cabeza

de familia y es con la estabilidad de su trabajo que sustentan su

hogar”.

17 de febrero Viudas y parientes de miembros de las desmanteladas Fuerzas de

Defensa de Panamá, caídos el 20 de diciembre de 1989, presentan

al Presidente de la República un documento en el que solicitan la

localización exacta de sus familiares desaparecidos, declarar el

día 20 de diciembre día de duelo nacional, y el pago de una serie

de prestaciones económicas a que tenían derecho sus familiares.

21 de febrero Isabel Corro denunció que más de 1,000 panameños, entre

militares y civiles, podrían haber muerto durante la invasión

estadounidense.

8 de marzo Marcha de mujeres en la ciudad de Panamá para conmemorar el

Día Internacional de la Mujer y solidarizarse con las víctimas de

la invasión y con huelguistas de hambre por despidos

injustificados en oficinas estatales.

10 de marzo Empleadas/os de la empresa estatal de aviación inician una larga

serie de reclamos de pagos salariales atrasados y definición del

status de la empresa.

13 de marzo Protestas de familias damnificadas de El Chorrillo, las cuales,

además de piquetear la entrada de la Asamblea Nacional,

bloquearon la Avenida de los Mártires, tratando de que el

gobierno resuelva el problema de vivienda agudizado por la

intervención militar norteamericana. Hubo heridos por disparos

de perdigones y arrestos por parte de miembros de la nueva

Fuerza Pública.

20 de marzo Mujeres y hombres que laboran en distintas cadenas comerciales

en la capital, marchan para protestar por la autorización del

Ministerio de Trabajo a despidos laborales, entre ellos, el de

mujeres embarazadas.

75

Según noticias aparecidas en diarios locales (La Prensa, La Estrella de Panamá, Crítica y El Panamá

América), desde enero hasta septiembre de 1990.

Page 43: Género y  Sociología Política

43

43

1 de abril La abogada Graciela Dixon anunció la presentación de una

demanda por indemnización ante la Corte de Estados Unidos, a

favor de numerosas familias damnificadas de El Chorrillo. La

demanda incluye a quienes perdieron algún familiar, enseres

domésticos y personales, mutilados/as, lesionados/as y personas

con traumas psicológicos a consecuencia de la invasión militar

norteamericana.

8 de abril La Coordinadora Popular de los Derechos Humanos en Panamá

(COPODEHUPA) reclamó la atención del gobierno nacional

sobre lo que califica como “deterioro de las condiciones de vida

de miles de panameños” y mayor atención a las familias de las

víctimas resultantes de la invasión norteamericana.

28 de abril Familiares de las víctimas de la invasión del 20 de diciembre, la

mayoría mujeres, piden al Ministro de Gobierno y Justicia que

gestione ante las autoridades norteamericanas que a los hijos de

los caídos el 20 de diciembre se les dé un apoyo económico que

les permita vivir con decoro.

Por gestiones de la Asociación de Familiares caídos el 20 de

diciembre (AFC-20D), comienzan a ser exhumados los cadáveres

panameños sepultados en fosas comunes en el Cementerio Jardín

de Paz.

30 de abril La Coordinadora Nacional de la Mujer celebra su noveno

aniversario, y en un comunicado manifiesta que “hoy sufrimos no

sólo una crisis económica, sino una profunda crisis de valores y,

en medio de ella, nosotras las mujeres, víctimas predilectas de

todas estas crisis.”

5 de mayo Concluyen las exhumaciones de 123 personas que murieron

durante la invasión norteamericana. Isabel Corro, portavoz de los

familiares de las víctimas panameñas, dijo: “presentaremos una

denuncia formal de indemnización contra el Gobierno de los E.U.,

porque si el nuestro no lo ha hecho, entonces los familiares

debemos hacerlo”.

20 de mayo Varios centenares de familiares de militares y civiles muertos el

20 de diciembre, la mayoría mujeres, participan en una misa

realizada en el Jardín de Paz, donde reposan 106 cuerpos, antes

enterrados en fosas comunes. Isabel Corro denuncia que a los

muertos de la invasión se los ha tratado “como si fueran desechos

de basura” y añade que al gobierno “no le conviene conocer la

cifra de muertos”.

Familias refugiadas de El Chorrillo piquetean la embajada de

E.U., exigiendo la rápida indemnización por pérdidas causadas

por la invasión. El Comité demandó una negociación directa con

autoridades norteamericanas y rechazó al gobierno nacional como

intermediario de sus demandas reivindicativas.

21 de mayo Cierre de la Vía Interamericana, en Nuevo Arraiján, que duró más

de 14 horas, por parte de familias de ese sector que exigen

mejoras en el servicio de agua potable.

Unidades de la Fuerza Pública, armados con escopetas de

perdigones, intentan desalojar a familias damnificadas de El

Chorrillo, que ocuparon el edificio llamado „Casa de Piedra‟.

Page 44: Género y  Sociología Política

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44

7 de junio La dirigenta de la AFC-20D, Isabel Corro, denunció ante la

Asamblea Legislativa, que únicamente le concedió 15 minutos de

cortesía de sala, la masacre y el genocidio cometido por las tropas

norteamericanas, y solicitó que se declare el 20 de diciembre, día

de duelo nacional.

15 de junio Marcha de enfermeras desempleadas. En un pliego de peticiones

al Presidente de la República plantean la necesidad de mejorar las

deplorables condiciones del sector salud y el nombramiento de las

profesionales de enfermería que se encuentran en paro.

17 de junio En carta pública aparecida en los medios,una madre panameña

implora al Papa solidaridad con las víctimas inocentes de la

invasión.

20 de junio Multitudinaria Marcha Negra promovida por la AFC-20D y el

Comité de Refugiados de Guerra de El Chorrillo recuerdan el

sexto mes de la invasión.

20 de julio Familias refugiadas de la ciudad de Colón ocupan algunas casas

en el área revertida de France Field. Fueron desalojadas

violentamente por tropas norteamericanas fuertemente armadas

que decían cumplir órdenes del Gobernador de la Provincia de

Colón.

1 de agosto Familias refugiadas de Colón, la mayoría encabezadas por

mujeres, emiten una resolución en la cual exigen al gobierno

panameño que negocie y acuerde con las autoridades

norteamericanas el alquiler provisional de las casas desocupadas

de France Field y solicitan a las autoridades nacional de salud

“que brinden la debida asistencia médica a nuestros niños y otros

familiares, quienes hoy día sufren el trauma psicológico por causa

de la invasión”.

16 de agosto Grupos de familias refugiadas del devastado barrio El Chorrillo

piquetean los Ministerios de Vivienda y Planificación, exigiendo

atención a sus necesidades.

20 de agosto Marcha organizada por la Asociación de Familiares de los Caídos

el 20 de diciembre.

22 de agosto Madres y estudiantes expulsados del Instituto Nacional increpan a

Ricardo Arias C., primer Vicepresidente del país y Ministro de

Gobierno y Justicia, exigiéndolo pruebas que revelen la conducta

vandálica de que se les acusa.

4 de septiembre Cientos de padres y madres, acompañados/as por estudiantes,

marchan a la Presidencia de la República, para solicitar el

reintegro de sus hijos/as expulsados del Instituto Nacional.

5 de septiembre Familias damnificadas de El Chorrillo realizan una manifestación

frente al Banco Hipotecario para protestar porque no se les ha

entregado sus libretas de ahorro.

7 de septiembre Familias residentes en el Sector Pacífico del área canalera dirigen

una carta de protesta contra el Ministro de Vivienda por el

incremento sorpresivo de los cánones de arrendamiento en las

áreas revertidas.

10 de septiembre Mujeres familiares de detenidos en la Cárcel Modelo de la capital,

plantean su descontento por los inconvenientes por los que tienen

que pasar cada vez que visitan a sus parientes detenidos.

Page 45: Género y  Sociología Política

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45

12 de septiembre: La Junta Directiva de la Asociación de Padres de Familia del

Instituto David, en la Provincia de Chiriquí, exige al Ministerio de

Educación la inmediata solución al problema administrativo de

ese plantel y solicita que no se tomen represalias contra los

estudiantes.

20 de septiembre Familias damnificadas de El Chorrillo realizan protesta para

exigir a las autoridades del Ministerio de Vivienda “que den

respuestas concretas a su desesperada situación”.

Marcha de familias refugiadas para exigir al gobierno iniciar la

construcción de nuevas viviendas y el reconocimiento de una

suma de dinero por las pérdidas sufridas tras la invasión

norteamericana.

Trabajadoras manuales de la DIGEDECOM cierran la Vía

Interamericana, en David, Prov. de Chiriquí, “para hacer un

llamado de atención al Presidente Endara, ante la precaria

situación de más de 25 trabajadoras”, quienes desde hace ocho

meses han estado laborando sin recibir pagos salariales y recién se

les informó que no se les ratificaría en sus cargos.

25 de septiembre Marcha de buhoneras y buhoneros en protesta por la reubicación

ordenada por la Alcaldía del Distrito de Panamá.

26 de septiembre Familias damnificadas de El Chorrillo cierran el Puente de las

Américas.

28 de septiembre Mujeres y sus familias residentes en la barriada San Joaquín

cierran la vía Tocumen para protestar por el corte masivo de agua

potable que sufren 55 multifamiliares de ese sector marginal.

A modo de conclusión

La transición política abierta con violencia en Panamá, desde la madrugada del 20 de

diciembre de 1989, sigue planteando, en medio de un ambiente ahíto de incertidumbres,

mutuos recelos y desconfianza, múltiples interrogantes acerca de la participación de los

grupos y sectores sociales dominados.

A pesar de que, de acuerdo al recuento anterior, pareciera que no se alcanza todavía el

grado que se necesita para encarar las urgencias y déficits sociales, el primer semestre

post invasión revela una creciente movilización urbana, fundamentalmente al margen de

las instituciones políticas establecidas (partidos, sindicatos). Así, en estos días, las

marchas, cierres de calles, piqueteos, huelgas de hambre son las acciones colectivas más

comunes en la región metropolitana panameña.

En realidad, la población se moviliza para defenderse básica (pero no únicamente) de la

acción o inacción del Estado, pues éste ha puesto el peso de la actual crisis sobre los

grupos más pobres, planteando graves amenazas a su supervivencia.

En las nuevas circunstancias menoscabantes, la familia se revela como eje problemático

fundamental. Se ha constituido en unidad de gestión de la reproducción social, en la

plataforma básica de sobrevivencia de los más pobres.

Page 46: Género y  Sociología Política

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46

En un adverso marco doméstico –fundamentalmente distinto al nuclear tradicional-, los

habitantes de los barrios pobres multiplican las respuestas populares a la dura realidad

diaria, generando paulatinamente nuevos estilos de vida y modelos culturales urbanos

que resultan de una combinación explosiva de prácticas no convencionales, incluso

delictivas, con estrategias de sobrevivencia en la tenencia del suelo, en la forma de

acceder a los ingresos, de utilizar la red pública de energía, agua potable y transporte,

etc.

Así, una de las circunstancias que más llama la atención es la manera cómo la presente

coyuntura crítica afecta y determina el monto, peso y la naturaleza de la labor doméstica

y cómo las mujeres son particularmente activas a medida que las dificultades crecen.

De esta manera, la organización y defensa de las condiciones de vida familiar por parte

de las mujeres urbanas se convierten rápida y crecientemente en un ámbito de

participación real y potencial y de un enfrentamiento con los poderes públicos.

Para una porción significativa de mujeres, la invasión norteamericana del 20 de

diciembre trastocó radicalmente su cotidianidad. Ellas empezaron a organizarse a partir

de sus papeles familiares, apelando a valores fundamentales como la vida, la justicia, la

piedad hacia los muertos, la solidaridad, la cuestión nacional.

Las nuevas circunstancias quizá podrían convertirse en semillas de una transformación

de la conciencia y del papel femenino de este numeroso grupo de mujeres. Quizá

porque la acción de ellas ocurre principalmente desde el mundo privado: el de la familia

y los afectos, poniéndose en práctica una suerte de ampliación hacia lo público del papel

doméstico, en movimientos que intentan realizar lo suyo a su manera, incluso

escribiendo ellas mismas su propio libreto.76

Lo que importa en estos casos es el espacio doméstico, cotidiano, privado, con el cual

abren senderos alternativos al poder político, unos caminos que, hay que decirlo, casi

nunca llegan al poder.

En todo caso, esas parecen ser por ahora las claves de la participación de las mujeres

pobres y sus familias durante los primeros meses de la transición democrática después

de la invasión militar norteamericana a Panamá.

76

Elizabeth Jelin (comp..), Ciudadanía e Identidad: las mujeres en los movimientos sociales

latinoamericanos, UNRISD, Buenos Aires, 1985, passim.

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47

CUESTIÓN FEMENINA Y LITERATURA

En el centenario de Fortunata y Jacinta, de Benito Pérez G.

En 1887, Benito Pérez Galdós publicó la novela Fortunata y Jacinta. Perteneciente a la

serie de “Novelas Españolas Contemporáneas”, ella atiende a la descripción de la

sociedad madrileña de finales del siglo XIX, con una técnica realista cercana al

naturalismo77

. Pérez Galdós, intelectual liberal comprometido con los dilemas y

contradicciones de la España que le tocó vivir, fue el autor de lengua castellana que

trató con mayor intensidad aspectos fundamentales de la condición femenina. Parte

sustancial de su ingente obra tiene a la mujer (generalmente la de clase media) como su

central protagonista y eje problemático.

Este hecho no parece ser casual si tenemos en cuenta que para la época en que el autor

escribe ya la cuestión de la emancipación femenina se había convertido en un asunto

político de primera importancia en varios países europeos y Estados Unidos. En ellos,

el protagonismo histórico de las mujeres, además de ser un hecho clave, constituye una

evidencia. La naturaleza de esta cuestión, desde luego, varió mucho de un país a otro y

de una época a otra. En el caso específico de España, el retraso de su desarrollo socio-

político entrañó el tardío debate en torno a la incorporación de los nuevos mapas

sociales en la arena política. Los términos de este debate podrían explicar, en parte, los

contenidos narrativos galdoseanos.

En todo caso, en el centenario de una obra literaria que, aún dentro de sus limitaciones,

contribuye a denunciar la marginalidad y opresión de las mujeres, bien valen algunas

reflexiones, apenas aproximativas, acerca de esa cuestión compleja y apasionante que

constituye el afloramiento de la cuestión femenina en el arte.

Modernización y orígenes del feminismo

Con razón ha dicho Ernesto Sábato que “el siglo XIX no sólo culminó en la idea de que

el hombre que viajaba en ferrocarril era moralmente superior al hombre que andaba a

caballo; culminó en la doctrina más inesperada de todos los tiempos: en la identidad de

los sexos”78

. En efecto, en el curso del siglo XIX, las fuerzas económicas y sociales en

juego en Europa Occidental y los Estados Unidos comenzaron a comprometer las

funciones sociales tradicionales, dentro de un rápido crecimiento de la población

europea. Aunque el momento de aparición de estos fenómenos varía de un país a otro,

en términos generales, las clases medias profesionales e industriales comenzaron a

asumir un papel cada vez más destacado en la vida política y social; esto ocurre dentro

77

Según Hauser, es muy difícil, “cuando no justamente desconcertante”, separar el movimiento artístico

que caracteriza la segunda mitad del siglo XIX, en las llamadas fases “realista y naturalista”, dicotomía

que “no hace más que complicar la cuestión y colocarnos ante un falso problema”. Arnold Hauser:

Historia social de la literatura y del arte, tomo 2, 18ª edición, Editorial Labor, Barcelona, 1983, p. 76. 78

Ernesto Sábato, Hombres y Engranajes, 2ª edición; Alianza Editorial, Madrid, 1980, p. 97.

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48

de una redefinición de “lo virtuoso” en términos de capacidad y realizaciones

(meritocracia individualista)79

. Es la época de la difusión del anticlericalismo, la

masonería, la filantropía y los movimientos sociales liberales reformistas.

Ahora bien, ¿qué relación guardan con el cambio histórico señalado la dimensión de la

experiencia y una de sus dinámicas más significativas, esto es, la relación entre los

sexos? En esta perspectiva, asunto fundamental resultaron los cambios provocados por

el capitalismo en las modalidades que asumía el patrón familiar tradicional.80

Los

cambios en la mentalidad social con respecto a la sexualidad generan una alteración

fundamental de las relaciones sexuales y románticas entre hombres y mujeres. Si bien

fue desigual la distribución entre las clases y grupos sociales la propagación de nuevas

conductas sexuales, la mujer fue ganando, no sin dificultades, una influencia creciente

sobre la sexualidad y la reproducción dentro del matrimonio, “ese primer modelo de

sociedad política” como expresara Rousseau.81

Porque la historia de la mujer está indisolublemente unida a la historia de la familia, es

posible valorar, en un tiempo en que las mujeres no eran miembros de pleno derecho de

la sociedad por la sola circunstancia de ser mujeres, cómo tales cambios en la ideología,

las mentalidades y estructuras socio-familiares redefinen el papel de ellas. La visión

tradicional y ciertas imágenes estereotipadas femeninas empiezan a ser, desde entonces,

cuestionadas. En verdad, el principio de los derechos individuales fue crucial para el

surgimiento de una praxis crítica al orden patriarcal. La ideología liberal fue importante

en el primigenio cuestionamiento de la opresión femenina, teniendo en el ensayo The

Subjection of Women (1869), de John Stuart Mill, la declaración clásica de la

aplicabilidad del credo liberal a las mujeres, prefigurada en el libro de Mary

Wollstonecraft, Vindicación de los derechos de la mujer (1786)82

.

Es así como las expresiones predominantes del feminismo decimonónico aparecen

vinculadas a los grupos y causas liberales, pero sostenidas por un nuevo grupo de

mujeres, en rápida expansión, cuyo modo de vivir tenía muy poco que ver con el de las

mujeres del pasado83

. El advenimiento político-ideológico de la clase obrera también

permeó buena parte del movimiento feminista contribuyendo a decantar problemas

específicos de las mujeres pobres84

. No obstante, las mejoras y las reformas que los

regímenes liberales proporcionaron a la condición femenina, las reglas normativas de su

comportamiento y carácter –la moral victoriana- siguieron siendo estrictas y limitantes.

79

Cf. E. J. Hobsbawm, La era del capitalismo, 2ª edición; Guadarrama, Barcelona, 1981. 80

Cf. Angus McLaren, “El trabajo de la mujer y la regulación de la familia: la cuestión del aborto”, en

Mary Nash (ed.), Presencia y Protagonismo. Aspectos de la historia de la mujer; Ediciones del Serbal,

Barcelona, 1984. 81

Cf. Linda Gordon, “Maternidad voluntaria: inicios de las ideas feministas en torno al control de la

natalidad en los E.U.” y Edward Shorter, “La ilegitimidad, la revolución sexual y los conocimientos

populares sobre el control de la natalidad en Europa”, en Nash, op. cit. 82

Cf C. B. Macpherson, La democracia liberal y su época; Alianza Editorial, Madrid, 1981. 83

Cf. Richard J. Evans, Las feministas. Los movimientos de emancipación de la mujer en Europa,

América y Australia, 1840-1920, Siglo XXI Editores, Madrid, 1977, pp. 7-44. 84

Véase Auguste Bebel, La mujer y el socialismo, Editorial Fontamara, Barcelona, 1976 y Evans,

op.cit., pp. 167-220. Cf. el estimulante artículo de Bárbara Taylor, “Feminismo Socialista: ¿utópico o

científico? en Raphael Samuel, editor, Historia popular y teoría socialista, Editorial Crítica, Barcelona,

1983.

Page 49: Género y  Sociología Política

49

49

En verdad, al redefinir la naturaleza de la opresión femenina, oscurecen los diferentes

mecanismos del poder patriarcal capitalista85

.

A finales del siglo XIX, las dificultades para lograr cambios legales y formales en

materia de educación, acceso a la propiedad y/o mayores oportunidades de control sobre

su sexualidad llevan masivamente, por vez primera, a las mujeres a la lucha política por

el derecho al voto. Ocurre entonces la conexión entre la lucha de las mujeres y una

conciencia feminista86

.

Aquel „inesperado‟ suceso decimonónico que constituye la búsqueda de la igualdad

sexual es parte de la revolución cultural que conmovió a ese siglo. La diversa

complejidad que esta situación trajo aparejada, tanto a la estructura como a las

mentalidades sociales, se revela significativamente en la literatura decimonónica87

.

Decía Eugene Pelletan, liberal francés de ese período: “preferimos la prosa que en

virtud de su libertad de movimiento, se adecua más a los instintos de la democracia”88

.

En efecto, la literatura al asignar y reconocer la sociabilidad como objeto propio, se

llena de inquietudes morales que, tanto como reflejo de la posición del autor, trasunta el

ambiente ideológico y los afanes de la colectividad. Así, al no poder obviar la

trascendencia de los profundos cambios sobrevenidos en las jerarquías sociales, la

literatura del siglo XIX configura a su modo la referida rebelión de las mujeres. La

temática femenina, principalmente en la segunda mitad del siglo89

, fue un resultado

orgánico, casi necesario del surgimiento de la expansión y de la profundización del

acontecer histórico. Cabe, en ese sentido, la expresión de Madame de Staël: “lo que se

admira como arte se introduce en la vida real”.

Cuestión de la mujer y literatura

Una cronología de la temática femenina en la literatura del siglo XIX parece evidenciar

con bastante fidelidad la evolución del develamiento social de las angustias de la

condición femenina. Es precisamente en Francia, donde la participación de las mujeres

en el cataclismo revolucionario fue inusitado por lo inédito de su dimensión90

, donde es

posible encontrar voces y letras de mujeres como Ana Germana Necker, baronesa de

85

Cf. Judith Astelarra, “Mujer y Política”, Revista Mujeres, # 4, Madrid, 1984. Sobre el término

“patriarcado capitalista”, acuñado por Zillah Eisenstead, véase VV.AA, Teoría Feminista (selección de

textos), Ediciones CIPAF, Rep. Dominicana, 1984. 86

Cf. Evans, op. cit., pp.45-166. Astelarra, op. cit., para precisar el significado histórico-político de ese

acontecimiento. 87

En esta situación todavía la obra literaria como creación artística representa el punto de encuentro entre

la conciencia individual y la colectiva, suministrando a los miembros del grupo, en el plano de lo

imaginario, una satisfacción que debe y puede compensar las múltiples frustraciones causadas por los

compromisos y las consecuencias inevitables impuestas por la realidad. Cf. Lucien Goldmann, La

creación cultural en la sociedad moderna, Editorial Fontamara, Barcelona, 1980. 88

Citado por Hobsbawm, op. cit., p. 410 89

“El siglo XIX, o lo que por tal solemos entender, comienza alrededor de 1830. Durante la Monarquía

de Julio, y no antes, se desarrollan los fundamentos y los perfiles de este siglo, el orden social en que

nosotros mismos estamos arraigados, el sistema económico cuyos principios y antagonismos perduran

hoy todavía, y la literatura en cuyas formas nos expresamos hoy por lo general”. Hauser, op.cit., p. 6. 90

Cf. Albert Soboul, Comprender la Revolución Francesa, Editorial Crítica, Barcelona, 1983.

También Andrée Michel, El Feminismo, F.C.E., México, 1983, pp. 65 ss.

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50

50

Staël, de Lucile Aurore Dupin o George Sand, de Flora Tristan, escritoras que desgarran

el velo y dan cuenta de que “el sexo es la forma más primitiva y telúrica del poder”91

.

Así, la pionera Delphine (1802) de Madame de Staël, plantea el derecho femenino al

amor en libertad, la Lèlia (1832), de George Sand, es la primera en señalar más

abiertamente problemas erótico-sensuales femeninos, o las propias vicisitudes de Flora

Tristan, confesadas en su Peregrinaciones de una paria (1838)92

. Eran los tiempos

cuando todavía no pedían derechos políticos para las mujeres, sólo la igualdad civil y la

igualdad sentimental. Son mujeres descubriendo la opresión, primero sobre su cuerpo,

sobre su sexualidad, quienes subliman este “extravío” clamando: “es el amor golpeando

con su frente ciega todos los obstáculos de la civilización” (Sand).

Esta denuncia temprana va quedando paulatinamente ahogada a medida que las

disidentes voces femeninas van siendo acalladas. Triunfan los tipos stendhalianos

contrastados entre dos ideales de mujer, una enérgica, rebelde, singular –encarnaada en

Matilde de La Mole, en la Diana de Maufrigneuse o en la tardía Ana Karénina de

Tolstoi-, la otra, sensible, amante y maternal, como Madame de Renal o Kitty y

Lióvina. También se vuelve recurrente el tema de la muchacha „caída‟ redimida o la

prostituta noble, de corazón puro que aparece en las obras de Víctor Hugo, Eugene Sue,

Alejandro Dumas, Balzac o Dostoyevski93

.

Es evidente cómo a parir de la segunda mitad del siglo empiezan a dominar en el mundo

narrativo los pormenores de la cotidianeidad, lo ordinario, lo doméstico, en fin la esfera

privada de la vida social. Lo que Lukács llamó despreciativamente “la privatización

general en la visión de sociedad e historia”94

. En todo caso, ya sabemos que tanto la

vida cotidiana como las mujeres –símbolos por excelencia de la vida cotidiana- habían

empezado a rebelarse.

Lo que es cierto es que a medida que transcurren los años cobra vida en la literatura una

imagen de mujer más cercana a la real, definida cada vez por las particularidades que

debe a la situación contingente en que encuentra colocada. En verdad, una mujer que

más que existir se va produciendo. Si el hacer de las mujeres, como grupo cultural, se

instala en lo privado, no debe sorprender la preminencia de situaciones menos

grandiosas, es cierto, pero también menos episódicas, en el arte literario de este período.

Bien decía Flaubert que “no son las perlas las que hacen el collar, es el hilo”. En efecto,

nunca como ahora se habían develado los entretelones de la vida diaria, sus entrañas

determinantes, lo que no se encuentra a flor de piel. La doble moral, el divorcio, el

fracaso conyugal del matrimonio sin amor, el autoritarismo familiar, los conflictos

generacionales, el mundo infantil, los reclamos igualitarios de mujer sensibles o,

simplemente, la mujer apasionada que, por serlo, rompe barreras convencionales, son

asuntos que aparecen invariablemente, de una forma u otra, en la literatura de la

91

La expresión es de Ernesto Sábato, op. cit. 92

Véanse André Maurois, Lèlia o la vida de George Sand, Alianza Emece, Madrid, 1973, y Jean

Baelen, Flora Tristan. Feminismo y Socialismo en el siglo XIX, Taurus, Madrid, 1973. Para una

recensión de la labor literaria de Madame de Staël, véase Mirta Aguirre, El Romanticismo de Rousseau

a Víctor Hugo, Editorial Letras Cubanas, La Habana, 1973, passim. 93

Véanse Hauser, op. cit., y Mirta Aguirre, op. cit. 94

G. Lukács, La novela histórica, Editorial Siglo Veinte, Buenos Aires, 1966, p. 40.

Page 51: Género y  Sociología Política

51

51

época95

. Allí están, entre otras, El Divorcio y Un Corazón de Mujer, de Bougert,

Carmen, de Merimme, Una lección de matrimonio y La Madrastra, de Balzac, El

Hogar, de Sudermann, Casa Desolada, de Dickens, Mundillo Antiguo, de Fogazzaro,

Naná, de Zola. Estas obras denuncian el poder brutal y destructor de la personalidad

humana en el ancien règime, confiriendo a las protagonistas femeninas ese brillo

fascinante, ese halo heroico, esa trágica grandeza humana. En ese sentido cobra

particular relieve el cuestionamiento de los valores del patriarcado pre-moderno,

haciéndose patente la estrecha relación que prevalece entre el progreso y la perspectiva

del futuro de la sociedad burguesa.

Es sabido que la categoría de una obra literaria la marca siempre sobre todo “la

categoría de su personaje central, su modo de ser hombre o de ser mujer, de definirse y

de producirse ante el mundo o simplemente ante su mundo”96

. La literatura

decimonónica va cristalizando una especie de personaje femenino problemático, víctima

sujeta a valores degradados en un mundo ya no conformista ni tradicional97

. Este

fenómeno lo apreciamos desde la anticipatoria Madame Bovary (1856), “ese primer

personaje sin remordimiento que no ostenta cinismo y cree que lo que hace se justifica

por sí mismo”; pasando por Casa de Muñecas (1879) de Ibsen, y llega a su punto

culminante, a mi juicio, con la magnífica obra de Henry James, Las Bostonianas (1886),

uno de los primeros testimonios del feminismo en acción y posiblemente el primer

retrato literario de una relación amorosa entre dos mujeres.

Las evidencias parecen señalar que esta evolución puede ocurrir sólo en aquellas

sociedades con un determinado grado de desarrollo social, impactadas además por la

extraordinaria floración de movimientos sociales urbanos, esas “acciones colectivas

conscientemente destinadas a transformar los intereses y valores sociales insertos en las

formas y funciones de una ciudad históricamente determinada”98

, entre los que se

cuenta la protesta organizada de mujeres de finales del siglo XIX.

En este sentido, Inglaterra constituye un caso excepcional. Si bien es en Inglaterra

donde se manifiestan los primeros brotes de lo que había de constituir un vasto

movimiento europeo de renovación de cánones estéticos99

, siendo, más adelante, cuna

de uno de los más significativos movimientos femeninos, su literatura es incapaz de

participar en el gran descubrimiento colectivo que evidencia la evolución artística

comentada. El análisis de la vida intelectual inglesa permite ligar la situación literaria al

proceso más general de la evolución de conjunto de la sociedad británica y explicar la

extraordinaria estabilidad y continuidad del sistema de valores100

, de esas formas

culturales tan represivas que impregnaron el ideal victoriano de la femineidad o, lo que

es lo mismo, de la esfera privada de la sociedad. Al que intentan contrariar de todas

95

En opinión de Hauser “nada estaba tan bien calculado para servir de base a la idealización de la clase

media como la institución del matrimonio y la familia”, op. cit., p. 108. 96

G. Lukács, op. cit., p. 58 97

Con los personajes literarios femeninos ocurre un proceso inverso al señalado por Lucien Goldmann en

los personajes masculinos. Para una sociología de la novela, Editorial Ciencia Nueva, Madrid, 1967,

pp.15-36. 98

Manuel Castells, La ciudad y las masas. Sociología de los movimientos sociales urbanos, Alianza

Universidad, Madrid, 1986, p. 20. 99

Cf. Beatriz Maggi, El cambio histórico en William Shakespeare, Editorial Letras Cubanas, La

Habana, 1985. 100

Cf. Perry Anderson, La cultura represiva. Elementos de la cultura nacional británica., Editorial

Anagrama, Barcelona, 1977.

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52

52

maneras los sublimados amores de los personajes femeninos de Jane Austen, Charlotte

Brontë, Grace Poole y George Eliot, magníficas mentes que no tomaron parte en el

movimiento feminista y deliberadamente se abstuvieron de asociar a éste sus

nombres.101

En aquellos países social y políticamente más atrasados, una aproximación entre

literatura y mujeres fue con frecuencia una misma cosa con los impulsos patrióticos por

la construcción de una identidad nacional. Es el caso de las novelas hispanoamericanas

como Tabaré, Cecilia Valdés, Amelia y María102

. Por su parte, Alemania se encuentra

en proceso de gestación de una literatura nacional en cuya base no había una nación

unificada, cuestión que potencia las circunstancias de la Ifigenia, de Göethe, de la

Thusnelda, de Kleist o la Judith, de Keller103

.

Caso particular fueron los narradores rusos del último cuarto del siglo XIX, que al filo

de una ideología populista, cuestionan los retrógrados valores y prácticas patriarcales

antiguos. Allí están las muchachas creadas por Ostrovski, enfrentadas siempre con

padres autoritarios y enemigos de cualquier libertad. Véanse su Corazón Ardiente o La

sin Dote; ¿Qué Hacer?, de Chernichevski o Los Hermanos Karamázov, de

Dostoyevski.

En España, el fenómeno descrito no es menos complejo y se determina también, en gran

medida, conforme al contexto histórico en el que se produce. Se puede considerar a

Benito Pérez G. (1843-1920) como el cronista de la vida cotidiana –esa vida cotidiana

en tantos aspectos reñida con la modernidad europea- de la Restauración española104

.

La mayoría de sus obras oponen dos mundos: el tradicional-religioso y el moderno-

liberal, y en esta dicotomía antitética se inscriben sus personajes y situaciones. Así, por

ejemplo, en Doña Perfecta, Gloria, La Familia de León Roch, Fortunata y Jacinta. Sus

novelas, a contrapelo de la evolución histórica, exponen el destino cerrado de la

mayoría de sus personajes femeninos; ninguna tiene la menor posibilidad de elección,

sino que todas parecen prisioneras de un circuito predeterminado; ellas trascienden su

propia identidad y se convierten en portavoces de instituciones y grupos sociales ligados

al antiguo régimen. Por más polémico que sea el unto de vista galdoseano

(¡imaginemos que trato le pudieron dispensar las feministas de la época al autor y su

obra!) subyace en él un asomo del problema de la transformación de los tradicionales

patrones emocionales de la mujer sujeta al dominio doméstico, a la cuestión de que este

dominio de lo privado presenta una sensibilidad extrema a los predicamentos del orden

patriarcal, aspecto sin duda significante cuando se trata de la

participación/incorporación de la mujer en la totalidad social. Lo que Pérez Galdós

apreció menos es que la razón de ser de esta proclividad al conservatismo no radica en

supuestas esencias femeninas sino en una pura construcción social, cultural y política.

101

Sugerentes análisis acerca de estas narradoras en Virginia Wolf, Una habitación propia, Editorial

Seix Barral, Barcelona, 1980, pp. 81 ss y Eva Figes, Actitudes patriarcales. Las mujeres en la

sociedad., Alianza Editorial, Madrid, 1980, pp. 161 ss. 102

Cf. Asunción Lavrin (comp..), Las mujeres latinoamericanas. Perspectivas históricas; F.C.E.,

México, 1985. Mirta Yánez (comp..), La novela romántica latinoamericana, Casa de las Américas, La

Habana, 1978. 103

G. Lukács, Realistas alemanes del siglo XIX, Editorial Grijalbo, 1970, pp. 22 ss. 104

Una descripción de importantes claves socio-políticas y culturales de este período en Juan A.

Hormigón, La política, la cultura, el realismo y el pueblo, Alberto Corazón editor, Madrid, 1972.

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53

“Hasta hace muy poco –observó Eva Figes- la mujer no tenía voz pública. Estaba

excluida de la educación y de los asuntos públicos: un inmenso y negro océano de

silencio dilatándose hacia el pasado. Y esto con frecuencia se enarbola como prueba de

la natural aversión de la mujer a la expresión o a la acción pública, su acuerdo

fundamental con el papel tradicional que desempeñan... Sólo en el siglo XVIII y, más

concretamente, en el XIX, empezó a hacerse corriente que las mujeres expresaran su

pensamiento, como consecuencia del mayor ocio y de la mayor difusión de la

ilustración. Y en cuanto hubo una minoría considerable de mujeres de expresión

articulada, al tiempo asomó el feminismo su „odiosa‟ cabeza”105

.

Todo planteo político-ideológico por mínimo que sea, surge desde un ámbito histórico-

cultural propio y aparece teñido por su signo. En el clima de transformaciones totales

que el siglo XIX proporcionó, la literatura no se libra de “esas emociones fuertes que la

vida ha prodigado”. La rebelión femenina es una de ellas y es posible palpar su

presencia en los criterios sobre temas y modos de ejecución de la literatura y demás

artes. Y todo ello a pesar de los mismos escritores decimonónicos. Ellos comparten,

sin lugar a dudas, la mayoría de los supuestos imperantes sobre los sexos, acerca de la

separación de las esferas públicas y privadas, de la domesticidad de la mujer y la

supremacía masculina. La frase de Flaubert “Madame Bovary, c‟est moi” es verdadera

en este sentido. Quizás todos ellos harían suyas las palabras de Ibsen, quien ante un

auditorio de sufragistas en 1898, confesaba: “... lo que he escrito respecto a la mujer lo

he escrito sin designio tendencioso... no me reconozco el honor de haber hecho nada por

la emancipación de la mujer. A decir verdad, ni siquiera comprendo lo que se entiende

por eso...”106

.

Estamos, pienso, ante un fenómeno a la vez social y biográfico-literario o personal de

los escritores. En todo caso, recordemos a George Sand, George Elliot y Fernán

Caballero, mujeres novelistas, obsesionadas por la servidumbre de su género, que tratan

de ser como hombres y, usando nombres masculinos, disponer de la misma libertad de

acción y de iguales condiciones para el comportamiento.

Una vez C. Wright Mills sugirió que las injusticias personales tenían que ser traducidas

en términos sociales para permitir identificar sus raíces y combatirlas. El movimiento

de mujeres del siglo XIX contribuyó en gran medida a generar esta dinámica en una

porción importante de la literatura decimonónica, masivamente escrita por hombres.

105

Figes, ob. cit., p. 162; Agnes Héller, “La división emocional del trabajo”, Revista Nexos, México,

1980, pp. 32 ss. 106

Hauser, op. cit.

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54

LOS ‘VERSOS SATÁNICOS’ DE TASLIMA NASREEN

Suceden en nuestros días107

aparentes menudencias que a poco que se miren, se revelan

como síntomas preñados de significados. Las razones del exilio de la escritora bengalí

Taslima Nasreen, por ejemplo. Precisamente cuando el siglo XX ya creía haber burlado

el porvenir y haber dejado de sí mismo la imagen que quería dejar.

En los primeros meses de 1989 el mundo fue conmovido por la condena a muerte –un

decreto de dios, según el Ayatola Jomeini- dictada contra el escritor británico de origen

indio Salman Rushdie, acusado de difamar las santidades del Islam. En aquellos días,

para disipar posibles dudas, el presidente iraní Alí Jamenei declaraba sin reparos: “La

flecha ha sido lanzada y ahora viaja hacia su objetivo”.

Hace poco otra flecha ha sido lanzada. Esta vez contra la novelista, médica y feminista

bengalí, Taslima Nasreen, quien por su crítica al poder integrista islámico –

principalmente en lo que tiene que ver con la terrible opresión a la que se hallan

sometidas las mujeres en esas sociedades- ha sido acusada de haber ofendido los

sentimientos religiosos de los musulmanes, y condenada a muerte por grupos

fundamentalistas.

Si bien Taslima Nasreen, al igual que Rushdie, lucha contra el siempre resurgente

medioevo y contra las secuelas de éste en su cultura, su caso hasta ahora no constituye

una evidente “razón de Estado” como el del escritor indio. Por ello, quizá –y por ser

menos conocida en Occidente- las reacciones ante este hecho insólito e inhumano han

sido más bien tibias. Sin embargo, la amenaza contra su vida no es retórica, obligando a

la escritora a refugiarse en Suecia, bajo el amparo de la sección sueca de la organización

internacional de escritores, el PEN Club.

En cierta ocasión, preguntado Ernesto Sábato sobre la experiencia de Salman Rushdie,

qué sentía un escritor en esas circunstancias, respondió enfático: “¡Horror, ¿qué puede

sentir sino eso?...De cualquier manera, no debemos juzgar a toda la cultura islámica por

esa clase de espantos, como no podemos juzgar al mundo cristiano por la Inquisición”.

Una puntualización clave para no caer en la simpleza de la intolerancia.

La tierra de Taslima Nasreen, Bangladesh, por su población, es hoy el segundo país con

mayoría musulmana en el mundo. Los bengalíes representan el segundo grupo

etnolingüístico en población, después de los árabes, en que predomina el Islam. Sin

duda, uno de los dilemas que Bangladesh ha tenido que afrontar desde su independencia

en 1971, ha sido determinar en qué medida debe concederse expresión formal al Islam

en los fundamentos legales del Estado y permitírsele que constituya una base de

organización política entre los ciudadanos.

107

agosto de 1994

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55

55

Con todo, hasta hace muy poco los musulmanes bengalíes eran portadores de lo que

puede considerarse como una identidad cultural mixta que asociaba la “musulmanidad”

y la “bengalidad”. El orgullo del idioma, que incluye una tradición literaria distinguida,

así como el compartir con los no musulmanes diversas costumbres sociales y modos de

pensar, se combinaban en un abigarrado pero plural conjunto socio-cultural. Hasta que

(re)aparecen, retándolo todo, los fundamentalistas.

Sabemos que el Islam no es sólo una religión, si entendemos por religión únicamente un

sistema de credo y culto: más que esto, el Islam es un modo total de vida. Es un sistema

de reglas que han de cumplirse y en las cuales no hay separación entre lo sagrado y lo

laico. Proclama una fe y fija ritos. Prescribe también un orden a los individuos y a la

sociedad en las esferas del derecho, las relaciones familiares, asuntos de negocio,

etiqueta, indumentaria, comida, higiene personal y muchas cosas más. El Islam es una

civilización completa y compleja en la que, idealmente, los individuos, las sociedades y

los gobiernos deben reflejar la voluntad divina.

Numerosas son las escritoras modernas en los países de mayoría musulmana. Buena

parte de la vanguardia literaria ha estado constituida en ellos por mujeres. Esto de

ninguna manera es producto de la casualidad. Y es que, con palabras de Mario Vargas

Llosa: “Nadie que esté satisfecho es capaz de escribir, nadie que esté de acuerdo,

reconciliado con la realidad, cometería el ambicioso desatino de inventar realidades

verbales. La vocación literaria nace del desacuerdo (...) con el mundo, de la intuición

de deficiencias, vacíos y escorias a su alrededor. La literatura es una forma de

insurrección permanente...”

Sucede que las corrientes literarias más significativas y originales de las últimas décadas

en los países musulmanes encarnan en porciones importantes de ese grupo social cuya

voz se vio ahogada durante largo tiempo. Todas ellas –Halidé Edip Adivar, Nazli Eray,

Nezihe Meric, Adalet Agaoglu, Furuzan, Sevim Burak, Sevgi Soyzal, Tomris Uyar,

entre muchísimas otras, a impulsos de las primeras conquistas sociales republicanas

tomaron posición contra la moral restrictiva y las jerarquías sociales, que tenían como

fundamento los valores que las conmociones de la segunda posguerra pusieron en

entredicho. Así, el vigor de la literatura escrita por mujeres en el Islam se explica

seguramente por siglos de mutismo forzado, histórico. “Muestren ellas sus rostros al

mundo –mandaba Kemal Ataturk, el audaz reformador que abrió Turquía a la

modernidad- observen atentamente el mundo con sus propios ojos. Nada hay en ello

que pueda producirnos temor”.

Todo esto, pues, contribuye a plantear otro debate secular en la mayor parte de las

sociedades musulmanas: el de las relaciones entre cultura y crítica del poder. Ya

sabemos que la capacidad crítica constituye el supuesto necesario para que la actividad

cultural genere radicales innovaciones creadoras. Es así como en la atmósfera de

incertidumbre propia de toda mutación, las narradoras salidas del Islam consiguieron

revelar todo un universo y lo han hecho con expresiones originales nutridas de sus

propias frustraciones. Apareció, entonces, una singular visión de la vida cotidiana que

hasta entonces la literatura había ignorado o escamoteado. Gracias a estas mujeres, la

literatura en el Islam ha proporcionado a la sociedad una imagen más completa de sí

misma.

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56

“Nada. Por eso escribimos. Escribimos para explicarnos lo incomprensible, para dejar

constancia, para que los hijos de nuestros hijos sepan. Escribimos para ser. Escribimos

para reclamar un espacio, para descubrirnos ante los demás, ante la comunidad humana,

para que nos vean, para que nos quieran, para integrar la visión del mundo, para adquirir

alguna dimensión, para que no se borre con tanta facilidad. Escribimos para no

desaparecer”. Quizá, estas palabras de la escritora mexicana Elena Poniatowska sean la

mejor manera de resumir el espíritu del oficio literario de las mujeres en el Islam,

especialmente el de la bengalí Taslima Nasreen, hoy condenada a muerte.

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57

MINIFALDAS, ESTRATEGIAS DE SUBVERSIÓN

A pesar de que el mecanismo de la moda es uno de los elementos característicos de las

complejas sociedades contemporáneas, generalmente ocurre lo que señala Marc-Alain

Deschamps: “hablamos sin cesar de la moda y no sabemos lo que es... Doquier

dirigimos la mirada la vemos, pero ignoramos aún todo acerca de sus causas, sus frenos,

sus leyes, sus mecanismos”108

.

Pierre Bourdieu, allá en los inicios de la década del setenta, planteó una perspectiva

sugerente para intentar aprehender los sutiles mecanismos de este espacio singular, a

través del estudio de lo que llamó la estructura del campo de producción de moda109

.

Desde esta perspectiva, nos interesa resaltar cómo las estructuras de las relaciones de

fuerza que jalonan el campo de la producción de moda se reproducen, adquiriendo

nuevas dimensione, en el ámbito de las condiciones de producción y recepción de estos

bienes de consumo. Siendo el vestido el locus electivo de la moda, una innovación

reciente en el campo vestimentario femenino –la minifalda- permite ubicar esos

espacios de conflictos y cambio sociales.

En efecto, la minifalta tiene más de un cuarto de siglo y su historia –como toda la

historia social de los trajes- es menos anecdótica de lo que comúnmente se cree. Y es

que la minifalda (todavía hoy) es moda y, como tal, es un signo que permite percibir

elementos profundos de una sociedad, una economía y una cultura: con sus impulsos,

sus posibilidades, sus reivindicaciones y sus resistencias.

Una contracultura

Un 10 de julio de 1964, la diseñadora inglesa Mary Quant presentó la minifalda por vez

primera en Londres. “La mini –recuerda su creadora- formaba parte de una revolución

global en la moda. De algún modo democraticé la moda. Creé ropas para gentes reales,

para que esas gentes reales pudieran vivir y moverse dentro de ellas. Al principio,

simplemente pensé en hacer algo que me gustara a mi y a mis amigos de Chelsea (barrio

londinense). No me di cuenta de que estaba anticipándose a un deseo internacional de

cambio. Porque los sesenta fueron una época especial: había necesidad de un cambio

radical. En cualquier caso, la mini no fue una creación instantánea: el borde de la falda

fue haciéndose gradualmente más y más corto”110

.

Y así era. Se trataba del repunte de una contracultura que minaba con celeridad las

viejas estructuras de lo privado y de lo público a nivel mundial. Si, por una parte, el

108

Psicología de la moda, FCE, México, 1986, p. 10. 109

“Alta costura y alta cultura”, en Sociología y Cultura, Grijalbo, México, 1990. Y señala: “Llamo

campo a un espacio de juego, a un campo de relaciones objetivas entre los individuos o las instituciones

que compiten por un juego... En un campo... los que poseen la posición dominante..., los que tienen más

antigüedad usan estrategias de conservación cuyo objetivo es sacar provecho de un capital que han

acumulado progresivamente. Los recién llegados tienen estrategias de subversión... que suponen una

alteración más o menos radical de la tabla de valores, una redefinición más o menos revolucionaria de los

principios de producción y de apreciación de los productos... “, pp. 216-218. 110

Citada por Rosa Montero, “Pequeña gran falda”, Revista El País Semanal # 639, domingo 9 de julio

de 1989, Madrid, p. 33.

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nacimiento de la minifalda tuvo lugar en un ambiente machista, reprimido y timorato

que, entre ambigüedades y contradicciones, se estremecía con el nacimiento de la

píldora (factor que, a su vez, contribuyó a revolucionar el papel sexual de las mujeres);

por otra, fraguaba un período tremendamente contestatario y activista, que convirtió

tanto a países ricos como a los pobres, en territorios erizados de rebeliones y

levantamientos que predecían el reino de la libertad. Recordemos los movimientos

juveniles, las luchas por los derechos civiles en Norteamérica, el pacifismo, el

movimiento feminista, las luchas por la liberación nacional en el Tercer Mundo, etc.

La minifalda formó parte de lo que alguien llamó “estética de la protesta general”. Una

dimensión, a simple vista incruenta, de la gran convulsión social que permitía a las

mujeres reencontrarse con su propio cuerpo y tratar de recuperarlo. Cuestión, sin duda,

política en la medida que implicaba desafiar y trastocar los mapas establecidos del

poder social.

¿Estéticas paralelas?

Vale recordar, sin embargo, que durante los sesenta la nueva estética fue, por lo menos,

promiscua y versátil. En las sociedades que vivían procesos armados de liberación

nacional, las mujeres también estremecieron la veleidad de los tiempos, cuando se

dejaron ver guerrilleras –orgullosas y dignas-, metido el cuerpo en austeras vestimentas

milicianas, casi siempre con el inefable fusil al hombro. Simbolizaban un modo distinto

de vivir, de penar y, por supuesto, de asumirse como mujeres, que pronto se convirtió en

una imagen multiplicada a lo largo de nuestra América. A decir verdad, se trató de una

iconoclasta tercermundista que rivalizó hasta casi opacar otros símbolos de libertad y

rebeldía que caracterizaron esos tiempos.

¿Estéticas paralelas, divergentes? Lo cierto es que todo aquello formaba parte del

mismo fenómeno de efervescencia social que inundó esa época y que, además, implicó

la irrupción de un nuevo tipo de mujer: una que, consciente o no, sentía y/o expresaba

una gran indocilidad frente al sofocante ambiente que la rodeaba. Aspiraba a una

sociedad distinta y luchaba de diversas maneras por alcanzarla.

Si bien la nueva libertad que se abría paso con la minifalda inicialmente surcó los

caminos de las mujeres de clase media, poco después una gran mayoría, en especial

adolescente, acabó vistiéndola. En América Latina también triunfó, entre fusiles y

flores.

Minifaldas, sexismo y violencia

Deschamps cita los resultados de una encuesta según los cuales “la minifalda... parece la

más provocativa, igual para hombres que para mujeres. Nada como una minifalda para

que un hombre se aloque, según 62.7% de las mujeres”111

. Y añade: “el pantalón

ceñido, que la reconstruye como mujer objeto, erótica y deseable, está catalogado, como

la minifalda, como arma de seducción, que trata de excitar el deseo sexual. Por eso se le

admite en los ratos de ocio, pero está mal visto en el ambiente de trabajo, donde uno no

querría o no debería distraerse de la tarea y donde parece fuera de lugar. Así que esta

111

Op. cit., p. 177.

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nueva conquista de la mujer, ...., no nos hace creer en ningún cambio de la naturaleza

femenina”112

.

Si a esta „científica‟ opinión sumamos el significativo número de noticias que en

América Latina avisan de las prohibiciones del uso de minifaldas en oficinas y centros

de trabajo, principalmente en el sector estatal, nos damos cuenta fácilmente que la mini

todavía produce horror en el alma del patriarcado. Un horror que, como muchos otros,

ha aprendido a enmascararse, a agazaparse, a parecer en ocasiones muy permisivo.

Notamos cómo todavía sobrevive la especie que aduce que la minifalda es la causa

principal de las agresiones y abusos sexuales que sufren algunas mujeres que la visten.

¡Cuántas personas han dado la razón a este argumento, aceptando que la mujer tiene que

ir „correctamente‟ vestida para no provocar! Por otro lado -que a la postre es el mismo-,

el comercio de la mini ignora la mayor parte de los problemas reales con los que tienen

que enfrentarse cotidianamente las mujeres; y busca, en cambio, jugar con furiosas

pasiones eróticas, contribuyendo así a profundizar la cosificación y alineación

femeninas.

Hoy, más de un cuarto de siglo después de la llegada de la minifalda al mercado, el

mundo ha cambiado muchísimo. Aunque la sociedad en general es más permisiva de lo

que antes era, lo sustancial del sueño libertario sigue vigente. Por ello, la pequeña falda,

que durante los „60s fue emblema de la rebelión de las mujeres, encarna todavía los

ideales de igualdad y libertad tan caros a la generación que la vio nacer. Como nunca,

moda y comportamiento social han estado tan comprometidos con la vida real.

112

Ibidem, p. 178.

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60

NACER POR CONTRATO

¿HACIA UNA NUEVA MORAL DE LA VIDA PRIVADA?

De acuerdo con el filósofo político británico Michael Oakeshott, “la vida moral es una

vida inter homines”, esto es, “se refiere a las relaciones de los seres humanos entre sí y

del poder que son capaces de ejercer unos sobre otros... Además, la vida moral aparece

sólo cuando el comportamiento humano está libre de la necesidad natural; es decir, sólo

cuando hay alternativas en la conducta humana... En otras palabras, la vida moral es

arte, no naturaleza; es el ejercicio de una habilidad adquirida. Sin embargo, aquí la

habilidad ... es la de saber comportarnos como debemos hacerlo; no es la habilidad de

desear, sino la de aprobar y hacer lo que es aprobado”113

. Con este entendimiento, las

nuevas tecnologías reproductivas constituyen un campo propicio para debatir no sólo en

torno a las prácticas que perpetúan la subordinación de las mujeres, sino que también

permiten imaginar alternativas moralmente deseables capaces de promover su

emancipación.

En los últimos años, las agencias internacionales de noticias dan cuenta con relativa

regularidad de los profundos desencuentros e intensos de debates provocados por las

nuevas tecnologías reproductivas (NTR) que han transformado la que hasta hace muy

poco tiempo se consideró la natural sucesión genealógica de padres a hijos y la única

natural en la reproducción humana.

En efecto, con el nacimiento de Louise Brown, hace más de veinte años, Robert

Edwards y Patrick Steptoe, creadores de la primera niña probeta del mundo,

revolucionaron conceptos tanto en el orden científico como en el ético. Con ellos, a la

vez, renació la esperanza para muchas mujeres y parejas estériles, pero también las

dificultades de la sociedad para asumir las nuevas situaciones.

Desde entonces, el tema de las nuevas tecnologías reproductivas ha despertado gran

interés y se le asigna mucha importancia como pieza clave de un nuevo paradigma de

desarrollo. Los cambios derivados de la tecnología se expresan, entre otros, en la

separación de la sexualidad de la reproducción, sobre el control del número y

espaciamiento de los hijos y en la solución a problemas en muchas áreas de la vida

humana. La posibilidad actual de que una mujer dé a luz a su hermana, que una abuela

alumbre a su nieta o que un embrión humano pueda congelarse, almacenarse y

guardarse para darle vida en el momento más oportuno, destruye el modelo de

reproducción que durante milenios se ha considerado como natural y echa por tierra

todo el montaje jurídico construido sobre los conceptos de individuo y parentesco.

Como diría Toffler (1993), “lo que estamos presenciando no es la muerte de la familia

como tal, sino la quiebra final del sistema familiar de la segunda ola”.

Pese a ello, existen pocos estudios en la región que relacionen la situación de las

mujeres con esos efectos, no obstante que es inmenso el impacto de las nuevas

tecnologías en el ámbito de la reproducción en el cual las mujeres cumplen un papel

social fundamental.

113

M. Oakeshott citado por Sowell, op. cit., p. 152 y ss.

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El presente trabajo intenta explorar el significado de la introducción de las nuevas

tecnología en la vida reproductiva de las mujeres. La idea subyacente es que la

introducción de estas novedades tecnológicas es expresión de un gran cambio, no sólo

económico sino también de carácter social. Pero el asunto va más allá, pues por vez

primera en la historia de la humanidad, nos encontramos ante una experiencia que

estremece los fundamentos mismos del concepto de reproducción y parentesco, -es

decir, la reproducción por relación sexual entre personas de distinto sexo- y que, por

tanto, cuestiona el concepto tradicional de familia y todo el sistema de parentesco

basado en la sucesión genealógica de padres a hijos. Las nuevas técnicas ponen de

manifiesto que lo que hasta ahora se consideraba como el modo natural de reproducción

sólo es un concepto cultural y, como tal, susceptible de ser cambiado.

La tecnología, como observó Toynbee, no es sólo un nombre griego para designar un

saco de herramientas; es un sistema de racionalidad práctica que implica ciertas

concepciones ideológicas sobre la relación ser humano/naturaleza y que genera

importantes efectos sociales, con frecuencia imprevistos en sus propuestas de

utilización.

En términos generales, el término „tecnología‟ designa toda aplicación práctica del

conocimiento a las actividades productivas. La tecnología abarca entonces los métodos

de concepción y de diseño de productos, el proceso de trabajo propiamente tal y las

formas de gestión de la producción. Así, se entiende por cambio tecnológico cualquier

modificación ocurrida en la tecnología de un producto dado, en el proceso de una planta

o empresa, o en las formas de organización del trabajo.

Se requiere prestar especial atención a ciertas dimensiones del cambio tecnológico que

se han producido como resultado de la incorporación de las nuevas tecnologías. Entre

éstas se cuentan: 1) la microelectrónica y su doble dimensión: la robótica y la

informática, esta última con sus efectos culturales y socializadores sobre la población;

2) la biotecnología y sus efectos sobre la manipulación genética, que repercute con

fuerza en las tecnologías reproductivas y también en la nueva producción de alimentos,

que puede llevar hasta la independencia entre producción alimentaria y cultivo de la

tierra. En ambos casos se trata de tecnologías que han modificado los ámbitos de la

producción y de la reproducción.

Se reconoce que no es la tecnología en sí la “fuente de la perversidad”, sino más bien,

que las condiciones económicas y sociales en que se produce la actividad determina la

falta de “neutralidad” del proceso de selección y adopción tecnológica. Las tecnologías

están insertas en la sociedad y transmiten valores sociales, formas institucionales y

culturales, aún cuando también permiten conocer la dotación de recursos y la

organización de la producción.

Si las tecnologías surgen como respuestas a los problemas planteados en los países

desarrollados, indudablemente transmiten ideologías, valores y formas de organización

del mundo desarrollado. De ahí que probablemente lo que hacen las muevas

tecnologías cuando son introducidas en nuestro países es redefinir el contexto

sociocultural en que son incorporadas así como las necesidades organizativas y

productivas.

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De cualquier modo, el ámbito reproductivo es aquel en que se requiere examinar más

detenidamente el impacto tecnológico, a fin de analizar cómo se expresa éste en la vida

cotidiana de las personas, especialmente de las mujeres.

Con todo, la dimensión reproductiva es el aspecto más complejo de analizar por el

hecho de que se interrelacionan fenómenos de diversa naturaleza que hacen difícil la

percepción de los cambios y la identificación de las áreas de la vida cotidiana de las

mujeres que se ven afectadas por los cambios tecnológicos.

La tecnología en materia de reproducción humana y salud en general son las que han

tenido mayor efecto en la mujer. Así lo indican la caída en las tasas de mortalidad

infantil y el uso de modernas técnicas de control de la natalidad en países desarrollados

y en desarrollo.

Hay muchos estudios sobre el uso de métodos anticonceptivos –que es una tecnología

de alta complejidad- que indican que la gran mayoría de las mujeres ha accedido al

menos al conocimiento de estos métodos, si bien su uso está restringido a determinados

grupos sociales. Por otro lado, actualmente se plantean una serie de interrogantes

relativos a la reproducción en vitro y a sus efectos éticos, sociales, económicos,

políticos.

La separación entre reproducción y sexualidad ha constituido un importante avance para

las mujeres. Actualmente, las alternativas que ofrecen las nuevas técnicas reproductivas

(ecografías, mamografías, y otras), al solucionar problemas hasta hace poco tiempo no

resueltos, abren nuevos espacios de libertad para las mujeres, aunque por el momento

sólo benefician a grupos pequeños de mujeres de sectores sociales altos.

Nuevas tecnologías reproductivas y cambios en la estructura familiar114

Casi todas las sociedades han ejercido algún tipo de control reproductivo. Sólo a

principios del siglo pasado se inicia la medicalización de la procreación. Ante la

simplicidad de la técnica de inseminación artificial (IA), que consiste tan sólo en

depositar el semen de un hombre en la vagina de una mujer, no sorprende que las

primeras inseminaciones artificiales daten ya de más de dos siglos”.115

En 1791, en Inglaterra un tal “doctor Hunter”, logró el primer embarazo de una mujer

con el semen de su marido. En 1804, el doctor Thouret repitió la hazaá en Francia.

Inicialmente, esta técnica estaba reservada para casos en que fuera imposible o difícil el

coito por incapacidad del marido.

114

Buena parte de la argumentación que sigue está basada en el artículo de Verena Stolcke: “Las nuevas

tecnologías reproductivas, la vieja paternidad”, en VV. AA.: Mujeres, ciencia y práctica política,

Editorial Debate, Madrid, 1985, pp. 91 ss. 115

Para Victoria Sau, tanto la inseminación artificial como el alquiler de úteros representan viejos sueños

masculinos que en cierta forma, ya se dieron en la antigüedad. Según ella, “la ley del levirato, vigente en

arcaicas culturas, estipulaba que las viudas se tenían que casar con los hermanos de los difuntos para dar

hijos a los maridos muertos. Se trata de una vieja forma de inseminación artificial. Y la Biblia nos habla

de varios casos de alquileres de útero, entre ellos el de Abraham y Sara con la esclava Agar. El tesón

masculino puesto al servicio de estos viejos sueños ha dado lugar a las nuevas tecnologías

reproductivas...” (Ibidem, p. 124)

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La primera condena oficial de la IA fue pronunciada por un tribunal de Burdeos en

1880. Se alegaba que esta técnica de fecundación atentaba contra la “ley natural” y la

dignidad del matrimonio. En 1897, el Santo Oficio prohibió la técnica por implicar la

procreación sin relación sexual y la masturbación, violando así la “ley natural”.

La oposición de la Iglesia católica parece haber frenado la IA en Francia, mientras que

se difundía en EU, donde Pancoast había realizado la primera IA con semen de donante

en 1884 en un caso de azoospermia del marido. En la misma época, el descenso

progresivo de la natalidad en este país indicaba la frecuencia de abortos ilegales y del

uso de otros medios populares de control de nacimientos.

Mientras que el movimiento antiabortista estadounidense criminalizaba los abortos, se

promulgaban también en EU las primeras leyes de esterilización obligatoria aplicables a

retrasados y enfermos mentales, a los físicamente incapacitados.

Con el descubrimiento por Ogino y Knauss, en 1932, del período fértil en el ciclo

femenino, la inseminación artificial se tornó infinitamente más eficaz, aunque si se

utilizaba semen de donante continuaba siendo considerada como una violación de la

dignidad humana. En 1953, Bunge y Sherman lograron el primer embarazo con

espermas congelados (conseguidos en vacas en 1950). Con ello surgen los primeros

bancos de semen en EU y se amplía la posibilidad de la IA con semen de donante. En

la misma época se difundían también ampliamente los anticonceptivos mecánicos y

hormonales de uso predominantemente femenino, al menos en los países

industrializados.

A partir de 1950 se comenzó a desarrollar la fecundación in vitro (FIV), aplicándose por

primera vez a humanos en 1969. En 1978 nace en Inglaterra la primera niña por FIV y

transferencia de embriones, logro del médico Steptoe y del biólogo Edward. En 1984,

nace en Los Angeles el primer bebé de probeta estadounidense, y un mes más tarde nace

otra niña en Australia, esta vez de un embrión previamente congelado; en 1984 nace una

niña en el Instituto Dexeus de Barcelona, y al año siguiente un varón en un centro

sanitario público de Euskadi. Como es de suponer, a estas alturas, las NTR han dejado

de ser privilegio exclusivo de los países industrializados. En 1984, en Brasil nace un

niño por FIVTE, después de que en los años previos especialistas internacionales como

Sherman, Steptoe, Edwards y un equipo australiano habían hecho extensas visitas al

país. En Panamá, el primer bebé probeta –una niña- nació en 1990, con base en

investigaciones que dan de 1986. En todo caso, ya no son noticia los nacimientos por

FIVTE con óvulos congelados.

A diferencia de estas primeras fases cuando la IA estaba destinada a resolver casos de

esterilidad masculina y a satisfacer el deseo de la pareja por tener prole de su „propia

sangre‟, hoy, en cambio, las NTR tienen como objetivo aliviar la esterilidad, sobre todo,

femenina. Si bien estas nuevas tecnologías implican una extensa manipulación

biomedicotécnica y psicológica de la mujer (que contrasta con la simplicidad de la IA),

generalmente los expertos se han mostrado bastante reticentes en explicitar en detalle

los procedimientos clínicos a que tiene que someterse una mujer que participa de un

programa de FIVTE, actitud que redunda en una minimización (in)consciente del coste

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físico y psíquico de estas técnicas.116

No sólo es difícil obtener información fidedigna

sobre los procedimientos clínicos, sino que hay una manipulación sistemática de las

cifras sobre la eficacia real de estas técnicas en producir infantes.

Hoy los seres humanos pueden pasar de ser iguales entre sí, por ser hijos de padre y

madre, a poder tener hasta cinco progenitores (madre genética, madre biológica, madre

social, padre genético y padre social), al grado que hay bebés que nacen en medio de

feroces batallas entre progenitores. ¿De quién son hijas aquellas criaturas dadas a luz

por su abuela?117

¿Qué relación de parentesco queda entre los niños, su madre-abuela y

su madre genética? Jurídicamente, los niños que acaban de nacer ¿qué son, hermanos o

hijos?

A finales de los noventa, la opinión pública mundial fue sorprendida cuando la

dirección del Hospital Universitario de Utrecht admitió haber cometido un “descuido al

haber confundido las pipetas destinadas a la fecundación artificial”, lo que causó que

una pareja de raza blanca tuviera gemelos distintos: uno blanco y otro negro. El

conflicto que puede surgir por error de manipulación genética no es bizantino;

resolverlo –en medio de procesos jurídicos muy largos y complicados- implica señalar

al menos quién ha de asumir las responsabilidades que este error entraña y quién ha de

quedar liberado/a de ellas. Y, a todo esto, ¿qué pasa con los bebés?...

A fines de 1993 se suscitó una gran polémica en Inglaterra tras anunciarse que una

mujer de 59 años de edad tuvo mellizos, después que le fueran implantados óvulos –

fertilizados in vitro con el esperma de su esposo- donados por una mujer italiana de 20

años. Para la Secretaria de Salud de entonces, una mujer que haya entrado en la

menopausia “no tiene derecho a tener un niño. El niño tiene derecho a un hogar

adecuado.” Para la Comisión de Ética de Gran Bretaña, el caso “lindaba con el

síndrome de Frankenstein”.

De ahí que la sociedad esté aún perpleja ante los espectaculares resultados de las nuevas

técnicas de reproducción humana desarrolladas a partir de la fecundación in vitro (FIV)

y la inseminación artificial (IA). Y es que no sólo las relaciones de parentesco entran en

cuestión. Las nuevas técnicas de reproducción asistida hacen que se desmoronen

conceptos jurídicos tan básicos en el actual ordenamiento, como la distinción entre

personas y bienes, que tanto han contribuido a cohesionar la tradicional estructura

familiar.

En este sentido, ¿es el embrión un individuo en potencia y, por tanto, un sujeto de

derecho, o únicamente es una agrupación de células sin existencia propia? ¿qué es el

embrión congelado, una persona o un bien, un ser vivo o un ser muerto? Una vez que el

embrión está en el congelador en un estado de probabilidad de vida, ¿quién debe tener el

derecho de vida o de muerte sobre él? ¿Y qué del impacto de la clonación?

116

Existen diferencias clínicas significativas entre la IA y la FIVTE. La IA requiere básicamente una

jeringa para introducir el semen en la vagina de la mujer; la FIV, en cambio, es una técnica tanto física

como psicológicamente muy onerosa para ella. (Stolke, op.cit..) 117

En 1987, una abuela sudafricana dio a luz a los trillizos de su hija. En noviembre de 1991, Arlette

Schweitzer, de 42 años, dio a luz a los mellizos de su hija en el primer caso semejante en los EU,

convirtiéndose en el segundo caso que se conoce en el mundo de una abuela que actuó como madre

subrogada o biológica.

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Con las NTR no sólo renace la esperanza para muchas mujeres y parejas estériles, sino

que también son evidentes las dificultades de la sociedad contemporánea para asumir las

nuevas situaciones.

En efecto, algunos grupos sociales han intuido el enorme potencial que las nuevas

técnicas encierran y se han apresurado a utilizarlas para satisfacer anhelos muy

arraigados. Es el caso, por ejemplo, de grupos de lesbianas que han creado centros de

FIV para poder acceder a la maternidad con semen de donante y, por tanto, sin concurso

directo de un hombre. También parejas homosexuales podrían acceder a la paternidad,

incluso equitativa, inseminando óvulo de donante con el esperma de cada uno y

recurriendo a una „madre de alquiler‟.

Las biotecnologías de las que nadie puede afirmar con seguridad cuándo nacieron

verdaderamente, pero que desde 1972, con la ingeniería genética están experimentando

un desarrollo extraordinario, se presentan al mundo como una de las grandes promesas

del tercer milenio. Indudablemente, los problemas que plantean tienen dimensiones

políticas, económicas, culturales y éticas de tanta importancia como sus dimensiones

técnicas. Justamente, hay quienes se oponen a desarrollar estas técnicas hasta sus

últimas consecuencias, tratando, además, de abrir un debate en la sociedad para saber

hasta dónde estamos dispuestos a llegar.

Así, Jacques Testart, padre científico de la primera niña probeta nacida en Francia, en su

libro El embrión transparente, sorprendió al mundo al pedir una moratoria sobre la

investigación con embriones. Su mayor preocupación es que “estamos yendo

demasiado lejos, demasiado de prisa y sin controles”.

Por el contrario, uno de los pioneros británicos de la FIV Robert Edward, ha

manifestado: “Pienso como un científico. La ciencia requiere interrogación, y ésta es

legítima siempre que no haga daño. Estamos destinados al avance de la biología. Y

esto incide directamente en el mundo ético del ser humano. Con la FIV el impacto es

importante, porque tenemos el embrión, la genética y la misma naturaleza del ser

humano a nuestra disposición.”

En el mismo sentido se manifiesta François Gros, destacado científico francés: “... la

biología, al igual que todas las demás ciencias, seguirá progresando, sorprendiendo,

inquietando, suscitando dudas... Aportará muchas soluciones y respuestas a nuestras

esperanzas y a nuestra curiosidad. Estar más atentos y ser más conscientes de los

límites y de los peligros de la ciencia no debe impedirnos seguir adelante. ¿Quién

podría pensar seriamente en invertir la trayectoria del saber? ¿Quién sería lo bastante

insensato como para declarar ilegal la búsqueda de conocimiento?” Con todo,

reconocer que “debemos estar mejor informados de los resultados de la ciencia y ser, al

mismo tiempo, más prudentes y más humanos”.

Y, mientras tanto, ¿qué ocurre en Panamá? Hasta el momento, no existe reglamentación

al respecto. Si bien en el ámbito del derecho de familia contemporáneo, la reproducción

asistida implica la necesidad de replantear los principios jurídicos reconocidos hasta

ahora para la maternidad y la paternidad, el Código de la Familia, aprobado mediante

Ley # 3 del 17 de mayo de 1994 y que rige desde el 3 de enero de 1995, hace una sola

mención del término “inseminación artificial y otro procedimiento científico de

embarazo de la mujer”. En la Sección IV, artículo 286, que trata sobre impugnación de

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la paternidad, dice: “El hombre que consienta la inseminación artificial, u otro

procedimiento científico de embarazo de su mujer, no podrá impugnar el

reconocimiento de la paternidad del producto de la misma, aunque compruebe que es

estéril. No obstante, mantiene el derecho de impugnarla el hombre que consienta la

inseminación artificial con su propio semen, y que compruebe que al momento de

consentirla era estéril”.

Como vemos, se trata sólo de una parte visible del iceberg. A pesar de que las nuevas

técnicas de fecundación nos enfrentan a hechos que cuestionan desde sus cimientos los

principios de maternidad, paternidad y parentesco en general, todavía la sociedad

panameña no se ha planteado este asunto como un tema cuyas consecuencias y

proyecciones sean objeto de un debate público. Continuamos comportándonos como si

nada hubiera ocurrido, entre otras razones quizá porque no disponemos de nuevos

elementos éticos y políticos con los cuales asumir los cambios tan profundos que se

introducen. En todo caso, dadas las implicaciones sociales de las capacidades

reproductivas de las mujeres, no es utópico imaginar que las nuevas tecnologías

reproductivas se constituyan paulatinamente en un espacio para ellas en tanto que

agentes autónomos con capacidad y derecho para autodeterminarse.