Gamboa-Evangelista

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EL EVANGELISTA NOVELA DE COSTUMBRES MEXICANAS FEDERICO GAMBOA Presentación, edición y notas Verónica Hernández 1

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Escritor mexicano Federico Gamboa

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  • EL EVANGELISTA

    NOVELA DE COSTUMBRES MEXICANAS

    FEDERICO GAMBOA

    Presentacin, edicin y notas

    Vernica Hernndez

    1

  • IS, hasta maana, don Moise, y que siga el alivio.

    Noche a noche sta era la frase con que, en la esquina norte del portal de Santo

    Domingo, se interrumpa el breve coloquio de dos viejos: don Herculano Paz, que an

    segua hasta sonadas las diez secundado de dos mozuelas avisadas y no de mal ver, que

    le decan padrino dirigiendo las ventas nada escasas de su alacena Miscelnea, en la

    que haba un poco de todo, billetes de loteras, naipes espaoles, cigarros y puros, sellos del

    correo y del timbre, artculos de escritorio, cervezas y gaseosas, y unas afamadas tortas

    compuestas capaces de provocar una tiflitis en los intestinos ms adultos y acorazados; y

    don Moiss Torrea, evangelista de profesin, instalado haca aos en el propio portal, que

    de antiguo alberga en sus interiores golpeados por todas las intemperies, a esta benemrita

    clase de escribientes pblicos, en marcha gradual y despiadada hacia el desaparecimiento y

    el olvido.

    Don Herculano ms conocido entre marchantes y vecinos, por don Hrcules se

    confesaba dueo de sesenta aos, de una salud de rbol, y de un despacho de mayor en

    depsito, del ejrcito liberal y salvador de las instituciones republicanas, tan a pique de

    haberse hecho trizas cuando la intervencin francesa y el llamado imperio de

    Maximiliano de Austria. Lo de sus sesenta aos, hubiera podido tomarse por punto

    predicable y de duda; lo de la mayora, no, por la ejemplar largueza con que en nuestras

    muchas guerras extranjeras y civiles hanse prodigado espiguillas, estrellas, entorchados y

    guilas; y lo de su salud de rbol, menos, por lo recio de su contextura, que ya llegaba a

    obesidad, por lo rojizo del color y lo plcido de su genio y de su risa, por lo bien que

    2

  • resista fros, soles, lluvias y polvos, por lo que impunemente trasegaba cervezas en amor y

    compaa de los parroquianos que se corran, y por lo derecho que, flanqueado de sus dos

    ahijadas, a eso de las once, y bien embozado en su dragona, rumbo al domicilio nunca

    confesado a las derechas, se marchaba por esas calles de Dios.

    Don Moiss que a los principios senta crispaciones de ira frente a su nombre

    convertido en don Moise era el reverso de tan tosca medalla. Desde luego, no impona

    arbitrarios descuentos a sus sonados sesenta y nueve aos, ni se adjudicaba una salud de la

    que andaba harto ayuno, ni le fabricaba parentesco contrahecho a su nieta, una linda

    criatura de dieciocho primaveras que le endulzaba a l el crepsculo de su vida, ni ocultaba

    a nadie, cuando el declararlo era menester, su fijo y mustio domicilio. En cambio, por

    pudor no aluda nunca a su profesin de militar; pero no porque se tuviese como

    excomulgado a consecuencia de haber combatido del lado de los imperialistas qu

    disparate!, sino por el culto que an profesaba al noble ejercicio, del que, sin embargo,

    apenas si lleg a disfrutar los primeros honores. La catstrofe de Quertaro, gnesis y

    principio de sus desventuras, lo sorprendi de teniente del 4 de lanceros.

    Toda una historia triste esta de su enganche voluntario en las filas de Maximiliano, a

    las que lo empuj un entusiasmo juvenil, y por juvenil irresistible.

    II

    Precisamente por lo turbio de los sucesos polticos de entonces, determin su padre, don

    Bartolo, que Moiss y la madre de ste doa Nicolasa se trasladaran a Quertaro, a la

    3

  • casa de lejanos parientes, donde estaran con mayor seguridad que a la vera suya, en plena

    sierra, en aquella hacienda de La Puerta, muy frecuentada de mochos y chinacos que, en

    esto de esquilmarla y sangrarla parecan todos unos, segn salan de mellizos los abusos y

    atropellos de entrambos. l, don Bartolo, se quedara a correr la suerte que Dios le

    deparara, porque cuando a un hombre de conciencia y de principios como l, un tercero le

    fa la custodia de sus propiedades, en ellas ha de perecer antes que pensar siquiera en el

    abandono y en la fuga. Acaso huyen los pastores si en medio de los campos los sorprenden

    el chubasco y los rayos? No, verdad? Si pueden, se guarecern entre las peas, bajo los

    rboles, y en cuanto el trueno se aleja y la lluvia escampa, primero han de atender a los

    desperfectos y estragos del rayo y del agua, que a exprimir sus ropas y enjugar sus

    cuerpos...

    III

    Y en el comedorcito de la vivienda rstica en que se colaban por las hendeduras de las

    ventanas cerradas, quejumbrosos cierzos marceros, y amable luz de plenilunio por sus

    cristales toscos, las palabras de don Bartolo adquiran trascendencia inusitada y sonoridades

    solemnes y graves. Era que, para desdicha de los tres interlocutores, hallbanse aquella

    noche en su ltima cena, la que todos tenemos alguna vez, sin saberlo. La marcha estaba

    fijada para la maana siguiente, antes del alba; y por eso la cena la haban catado apenas,

    por eso haban abundado ms que los manjares y viandas, los suspiros y lgrimas

    incontenibles, de antiguo precediendo y ennegreciendo a las separaciones que un secreto

    4

  • presentimiento nos anuncia como indefinidas y eternas. Qu tal sera la cosa, que hasta los

    dos mastines guardianes, el Turco y la Gacela, de ordinario solicitando relieves y sobras

    con manos y hocicos, permanecieron echados y quedos a los pies del amo, perfectamente al

    cabo de lo serio del momento! El Turco hecho un ovillo, y la perra, descansando la testa en

    las rodillas de don Bartolo, entrecerrados los ojos avizores y dulces, pendiente de sus

    ademanes, cada vez que se la acariciaba maquinalmente, despus de sacudir la ceniza de su

    cigarro o de alisarse su luenga pera plateada.

    Pues eso han sido y son continu en reposado tono todas nuestras malditas

    guerras y revoluciones: tempestad, que de improviso se abate sobre nuestros ganados,

    nuestras siembras y nuestras vidas, a punto que ya bamos a levantar la cosecha y a vivir

    contentos...

    No obstante los aos transcurridos y las padecidas vicisitudes, nunca haba olvidado

    don Moiss aquella noche y las palabras aquellas.

    IV

    A l, despachronlo a que se acostara un rato; pero ellos dos, sus padres, quedaron charla

    que te charla junto a la mesa, cosas muy tristes seran, supuesto que Moiss, cuya sana

    juventud al fin lo regal con buena racin de sueo macizo, an pudo escuchar los sollozos

    ahogados de su madre, y los carraspeos de don Bartolo... Y antes de la aurora, la partida,

    los momentos postreros en el ancho patio de la hacienda, empapado de luna todava:

    hombres y bestias, movanse con el menor ruido posible, como para que no pudiera

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  • sentirlos el enemigo invisible y oculto en cualquier recodo del camino que iban a recorrer;

    los mozos, acababan de cargar y de cinchar a las mulas, que piafaban y doblbanse en

    sentido contrario del que los jayanes tiraban de las sogas; los mayordomos que haban de

    escoltar a la familia, revisaban los frenos y cabezadas de las caballeras, que algo

    rezongaban huraas y asustadizas, y los gatillos y llaves de pistolas y carabinas, cuyos

    metales cabrilleaban en la luz argentada; los perros, iban y venan inquietos, se

    desperezaban contra las pantaloneras de los mozos, se empinaban hasta olfatear los belfos

    hmedos de sus amigos los caballos, u orinbanse sobre el brocal de la fuente del centro,

    que desparramaba su agua por sobre las baldosas desiguales y flojas; pero sin ladrar ni

    gruir, slo muy jadeantes, la lengua pendiente, los mirares elocuentes y expresivos. Don

    Bartolo dictaba sus rdenes en voz queda, y en voz queda le contestaban y obedecan todos.

    En los lindes del patio, bien embozados en sarapes y rebozos, grupos de peones con sus

    mujeres, presenciaban la escena.

    Estamos?... inquiri don Bartolo.

    Listos, lamo! repuso el que haca cabeza.

    Pues, andando, y que Dios los cuide!

    Hubo una nota de inmensa ternura cuando todos, a caballo ya, don Bartolo en

    persona ayud a que su mujer se acomodara en el suyo. l sujet la brida, l dobl la pierna

    para que doa Nicolasa trepara. Y ya acomodada sta, descubrindose le asi una mano,

    que bes callada y largamente, a presencia del grupo compacto de hermanos en la miseria y

    las fatigas, como un patriarca. Doa Nicolasa, en pago, doblose hasta su viejo compaero, y

    lenta, casta y amorosamente lo persign, en voz alta... Frente a las palabras rituales,

    aquellos hombrazos descubrironse a su vez, inclinaron los rostros atezados, y en devoto

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  • silencio, pensaran en los suyos, sus esposas y sus hijos en vela, que estaran tambin,

    seguramente, persignndolos desde los interiores de los humildes hogares campesinos.

    Como una esperanza, el canto de un gallo invisible rasg el angustioso silencio.

    An los acompaa don Bartolo hasta los mismsimos dinteles del zagun ancho y

    basto, que los mozos abrieron de par en par a fin de que la cabalgata tuviese cmodo paso.

    Y de pie en los medios del zagun abierto, por cuyo amplio vano se columbraba un pedazo

    de cielo, una porcin de la sierra y a la luna plida que se anemiaba en la altura, la maciza

    figura del honrado administrador se perfilaba enrgicamente, de cara a las livideces

    aurorales que mucho se la espiritualizaban, siempre descubierto, dicindoles adis con

    entrambos brazos extendidos por encima de la cabeza; lo que, a la distancia, prestbale un

    aspecto de crucificado.

    V

    A pesar de haberla habitado diversas temporadas, inclusive cuando estuvo de interno en el

    famoso colegio de San Ignacio y San Javier, de la calle del Sol Divino, a Moiss nunca le

    caus Quertaro la impresin que esa tarde de principios de marzo en que, al cabo de cuatro

    das de cabalgar con zozobras, llegaron sin mayor novedad a guarecerse dentro de su

    recinto, l, su madre, los mozos y las caballeras. De improviso divisronla, al pardear la

    noche, con lo que su muchedumbre de torres, cpulas y espadaas, por la distancia y las

    melancolas del crepsculo, creeraselas fabricadas de niebla y quimera ms que de piedra y

    barro. Caballerizos y bestias fueron a instalarse en el mesn de los Cinco Seores; y doa

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  • Nicolasa y su hijo, a la morada de unas sus parientas lejanas y venidas a menos, solteronas

    empedernidas ambas, a lo que hay que achacar el que con el nombre de la calle en que de

    antiguo vivan, las conocieran todos y todos las llamasen, las Machuchas.

    En aquellos das siniestros y mal encarados que inmediatamente precedieron al sitio

    inolvidable, la muy noble y muy leal ciudad de Santiago, de suyo tristona, rezandera y

    encogida en lo ataedero a trato social, se encontr ms an. Casas, calles, iglesias y

    conventos, el propio acueducto, y los habitantes sobre todo, presentan que los amagaba una

    gran catstrofe, la vean venir, y faltos de remedio humano con que atajarla, personas y

    cosas lucan torvos semblantes, y las primeras escatimaban palabras, abolan sonrisas,

    supriman visitas; menos a los templos, henchidos de pedigeos y atribulados. Todo esto,

    y ms, dijeron las Machuchas a su remota prima doa Nicolasa, entre abrazos y

    bienvenidas:

    Nos amenaza un cataclismo, hija, como lo oyes, un ca-ta-clismo!... que acabar

    de una buena vez con liberalotes, ateos y masones o a los que siempre vivimos en temor de

    Dios, nos sepulta debajo de las ruinas que cause...

    Vaya, vaya, que no ser tanto, exageradas! replicbales con forzada sonrisa la

    valiente doa Nicolasa, abriendo bales y desarrugando ropas; aunque acongojada por

    dentro de que de veras fuese as, y su viejo, all en la sierra, y su hijo en ese volcn a punto

    de reventar al que tontamente haban ido a guarecerse, sufrieran las consecuencias.

    Las Machuchas, Jesusa y Catalina por su verdadero nombre las seoritas

    Calatrava que juraban ser consanguneas prximas, por lnea materna, del ilustre alcalde

    queretano don Juan Jos Rebollo,1 y por la materna, del mismsimo corregidor don Ignacio 1 Juan Jos Garca Enrquez de Rivera Rebollo Ocio y Ocampo (1775-1837) fue capitn del Regimiento de Dragones de Espaa y jur la Independencia al lado de Agustn de Iturbide, quien lo nombr jefe poltico del estado de Quertaro a mediados de 1821. Renunci al cargo luego de que Iturbide abdicara la corona imperial el 23 de marzo de 1823. Vase Marta Eugenia Garca Ugarte, Breve historia de Quertaro, Mxico, El

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  • Ruiz Calado,2 eran imperialistas a macha martillo; razn por la cual, desde el 19 de febrero,

    en que el Emperador (con qu devota lentitud pronunciaban la alta jerarqua!) se hizo

    fuerte en la ciudad vetusta y mstica, ellas se domiciliaron en el xtasis, entraban y salan a

    cualquier hora, asegurbanse informadas hasta de los secretos ms recnditos de la

    situacin, y afirmaban por todos los santos, que el triunfo de los buenos no estaba lejos...

    Moiss las escuchaba en silencio. Comenz por asomarse a los balcones, y concluy

    por echarse a la calle, contagindose en ella de la atmsfera de heroicidad optimista que la

    saturaba, aunque aqu y all rasgada de relmpagos de desconfianza y de duda. Su juventud

    sana y fuerte, pas por crisis moral que lo detena en las esquinas, ante las obras de defensa,

    junto a los grupos de soldados que, enardecidos por sus jefes, en la victoria confiaban.

    Tendra razn su padre, y l no debera mezclarse con los unos ni con los otros, supuesto

    que unos y otros eran sus hermanos?... Cuando, haca un lustro, hasta el colegio llegronle

    rumores fragmentarios del desembarco de los franceses, y de la victoria mexicana del 5 de

    mayo, su corazn de trece aos se le fue derechamente hacia los liberales, a los que

    aplaudi hasta el delirio y a quienes diose a idolatrar sin conocerlos. Pero, de vuelta en la

    hacienda, a sus diecisis recin cumplidos, su adolescencia vibrante de entusiasmo y su

    voluntad muy inclinada a marcharse con los que resistan a los intrusos, su padre, al que

    veneraba, le apag humos y fuegos con sus palabras graves y con la pesadumbre de sus

    razones:

    Colegio de Mxico / Fideicomiso de las Amricas / Fondo de Cultura Econmica, 1999, pp. 124-125.2 Jos Ignacio Ruiz Calado (?-1801) fue el primer corregidor de letras de Quertaro, nombrado por el virrey Juan Vicente de Gemes Pacheco de Padilla, segundo conde de Revillagigedo, en 1794. Permaneci en el cargo hasta su muerte. Vase Gabriel Agraz Garca de Alba, Los corregidores don Miguel Domnguez y doa Mara Josefa Ortiz y el inicio de la Independencia, t. I, Mxico, edicin de autor, 1992, pp. 287-288. Su labor en los ramos de orden pblico y salubridad es poco conocida, a veces confundida con la de su sucesor, el corregidor Miguel Domnguez. Vase Marta Eugenia Garca Ugarte, Breve historia de Quertaro, Mxico, El Colegio de Mxico / Fideicomiso de las Amricas / Fondo de Cultura Econmica, 1999, pp. 103-107.

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  • No vayas a darme el disgusto de abandonarnos a tu madre y a m, que slo a ti te

    tenemos!... Esto del imperio, es cosa que carece ya de compostura, y si es cierto que nos ha

    trado a los franceses, los franceses acabarn por irse, y quedaremos mexicanos nada ms,

    sostenindolo o combatindolo... El Emperador, dicho sea sin agravio, se me figura a m

    que no es mala persona... Muy mozo ests t, espera a ver qu sucede, y mientras, trabaja

    conmigo esta pobre tierra nuestra, que harto lo reclama. Piensa sobre todo, que en los dos

    campos tienes hermanos, y que sea cual fuere el que escojas, a hermanos matars...

    Nada convencido, Moiss cedi entonces; pero ahora, frente por frente de la

    tragedia, cul sera el deber?, cul sera su deber personalsimo, el que todos llevamos

    dentro de nosotros exigente e inexorable?...

    VI

    Los sucesos precipitronse: el da 14, los sitiadores abrieron el fuego de sus caones sobre

    Quertaro; con lo que dio principio esa vida, que casi no lo es, de las ciudades asediadas.

    Moiss, apenas si paraba en la casa a las horas de comer y de dormir; pues las encontradas

    solicitaciones interiores que lo inquietaban, nicamente aminorbanse con sus caminatas

    diarias por calles y plazas. Hasta que una noche, cuando despus de la cena frugal las

    Machuchas retirbanse a su habitacin, y l y doa Nicolasa se quedaban solos, y muy

    cerca sus rostros cambiaban impresiones en un ngulo de la mesa, bajo la lmpara de

    petrleo que dibujaba un disco color de oro viejo sobre el mantel, Moiss formul la

    pregunta que vena mascullando desde el inicio del sitio:

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  • Madre!, qu debo hacer?

    Inclin doa Nicolasa su cabeza, para ocultar las lgrimas, y tras fugaz silencio,

    contempl a Moiss largamente, con esa ternura apasionada e infinita, con ese amor santo

    que slo las madres atesoran, y luego le repuso:

    Cmo quieres que yo lo resuelva, si eres mi nico hijo?... Haz lo que consideres

    que en circunstancias tan graves te aconsejara tu padre... y que Dios te bendiga! acab

    en voz muy tenue, segura de que Moiss no podra sustraerse al influjo de la poca de furor

    y de sangre en que su juventud, como una flor enferma, entreabra sus ptalos.

    Todava Moiss permaneci indeciso algunos das, y as presenci, el 22, la

    trabajosa salida rumbo a Mxico, de Mrquez y Vidaurre al frente de mil quinientos

    hombres, de donde diz que pronto habran de regresar con refuerzos incontrastables para el

    triunfo.

    Lo que vino a determinar la sbita resolucin de Moiss, fue la solemne distribucin

    de la medalla del Mrito Militar, que el Emperador en persona llev a cabo el da 30, en las

    anchuras de la plazuela de la Cruz, donde se levantan el templo y el convento de la Santa

    Cruz, con su huerta y cementerio anejos, en el que se han vuelto polvo los restos de la

    ilustrsima doa Josefa Ortiz de Domnguez. All, formadas las tropas que en esos

    momentos no hacan suprema falta en trincheras y reductos; al ronco clamoreo de los

    caones republicanos, que no cesaban de vomitar metralla y muerte, y a los marciales sones

    de las msicas imperialistas; las banderas, enloquecidas por los rudos vientos marceros,

    retorcindose y golpeando en los mstiles que los abanderados hincaban en las cujas para

    que los lienzos mutilados no se echaran a volar frente a la monstruosidad de que sus tres

    colores gloriosos sirvieran indiferentemente en ambos campos enemigos para esa

    prolongada y horrenda carnicera de hermanos; all, el Emperador, en medio de aplausos,

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  • aclamaciones y vivas que los caonazos opacaban, una por una fue prendiendo en muchos

    pechos fieles que nunca palpitaron de miedo y entonces palpitaban de emocin, la medalla

    diminuta de oro, de plata, de bronce primera, segunda y tercera clase, que premiaba la

    lealtad y el valor. Concluida la imponente ceremonia, el general Miramn (segn Moiss

    oy que apellidaban al apuesto militar), previa venia del soberano, le prendi a ste una de

    aquellas medallas, pero no de las de oro o plata que fulguraban en los dormanes y guerreras

    de oficiales y jefes, sino una de las de bronce que haban correspondido a los humildes, los

    soldados y clases. El instante result grandioso: en la maana dorada de marzo, a pesar del

    coro ensordecedor de los caones que prestaban a la escena una magnificencia nica, el

    general Miramn areng a las tropas, que se inmovilizaron y presentaron armas, en tanto

    las banderas de los regimientos se humillaban, y cornetas y tambores batan marcha de

    honor. Al mismo tiempo, el Macabeo3 lentamente llegose junto al prncipe rubio, el cual,

    adelantando aquel ademn que habra de repetir de ah a pocos das en el cerro de las

    Campanas, para que la ultrajada soberana nacional pusiese un trmino justiciero y brbaro

    a su romntica y abortada aventura, con la una mano se apart la sedea barba de oro, y con

    la otra seal, encima del mismsimo corazn sitio privilegiado para la medalla de bronce

    con que su ejrcito lo galardonaba!... Tropas y pueblo lo vitorearon, pero el persistente

    rugir de los caones liberales orlaba de presagios enlutados la fiesta pattica, y en antesala

    de la muerte transmut la risuea y apacible plazuela provinciana.

    3 Amigos y enemigos llamaban as a Miguel Miramn (1832-1867), por analoga al personaje bblico Judas Macabeo. Vase Enrique Krauze, Siglo de caudillos. Biografa poltica de Mxico (1810-1910), Mxico, Tusquets, 1995, pp. 229-230.

    Judas, lder de los israelitas, comand al ejrcito para defender a su pueblo del constante asedio griego; con este propsito, se ali con los romanos, famosos por su capacidad blica y su progresiva expansin territorial. Vase 1 Macabeos, 3-9; en lnea: .

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  • VII

    Sacudido hasta la mdula, Moiss hizo al paso del Emperador lo que hacan otros muchos,

    tenderle la mano. Tan conmovido estaba, que Maximiliano hubo de notarlo, y se detuvo.

    De dnde era?, qu edad tena?, qu deseaba?... Ignorante de protocolos y ceremoniales,

    Moiss, apendole el tratamiento, le contest todo encendido y sofocado:

    Servirlo a usted, seor, y si es menester, hasta morir a su servicio!...

    A la garrida juventud del mozo y a la penuria de combatientes se debera,

    seguramente, que lo admitieran como sargento en el 4 de lanceros, atentas su educacin y

    prestancia. Evit despedirse de doa Nicolasa, y montado en su propio caballo, desde esa

    tarde sent plaza, caldeado de un entusiasmo enfermizo que le quemaba las arterias; y al

    cabo de la semana, de uniforme ya, fue a participarle a su madre lo ocurrido, a pedirle que

    lo bendijese y rezara por l. Las Machuchas, por imperialistas, por solteronas y por

    parientas suyas, hasta lo besaron.

    El 1 de aquel abril, como un reto a la desgracia, como una irona suprema, an se

    celebr con relativa pompa exclusivamente militar, el aniversario de la aceptacin de la

    corona de Mxico por Maximiliano, all, en su palacio de Miramar, el 10 de abril de 1864.

    Luego, los das transcurrieron fatdicamente. Igual que anillos de un boa constrictor, se

    estrechaba y estrechaba el cerco de los republicanos; las artilleras seguan su dilogo de

    injurias y estragos, aunque, si ha de decirse la verdad, la de los sitiadores era la que hablaba

    con menos interrupciones y pausas; los vveres escaseaban a ojos vistas, y a ojos vistas

    aumentaban las hambres y enfermedades; y cuanto al anhelado retorno de Mrquez, por lo

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  • que tardaba, por lo desierto que otebase el camino, corra parejas con el que ansiosamente

    escudriaba la hermana Ana, desde la torre del castillo del cuento.4

    La poblacin civil, principiaba a flaquear; los entusiasmos y ciegas confianzas en

    prximas e infalibles victorias, decaan. Slo el ejrcito, del Emperador abajo,

    conservbase resuelto y firme, no obstante la progresiva disminucin de efectivos y

    municiones. Nadie ni en broma! hablaba de rendirse, mas en cambio corra la voz de una

    salida. Por qu no haba de repetirse, con xito ahora, la pica pgina de Casa Blanca, en

    que por poco no arrolla a los sitiadores Toms Meja, el len indio, cuando a la cabeza de

    sus dragones cerr contra Corona, al grito de As muere un hombre, muchachos!? De

    otra suerte, permaneciendo en Quertaro segn estaban, pronto no quedaran ni las ratas.

    Al fin, se resolvi que salieran; y en la madrugada del 27, comandados por

    Miramn, Mndez, Moret y Gutirrez, dos mil ochocientos hombres entre los que

    figuraba Moiss, de alfrez ya se aduearon del cerro del Cimatario, despus de

    arrollados Corona, Rgules, Aureliano Rivera, Mrquez de Len y Arellano. Posesionados

    del cerro, a l lleg Maximiliano, aclamado con frenes; hombres y caballos todava

    jadeantes y trmulos por lo formidable de las cargas recin dadas. All, el Emperador

    ascendi y condecor a los ms bravos y arrojados; all, Moiss fue ascendido a teniente y

    4 El narrador alude a la escena de mayor tensin narrativa del cuento Barba Azul (1697), del escritor francs Charles Perrault (1628-1703): la mujer de Barba Azul, amenazada de muerte por su cnyuge, ruega a su hermana Ana que se suba a la torre y vigile el camino por donde deben llegar sus hermanos, los nicos que podrn salvarla. Vase el relato en espaol en: , o en francs: .

    Los cuentos de Perrault tuvieron numerosos lectores durante el siglo XIX, en Francia y en otros pases. Su estudio continu hasta la dcada de 1930 (vase Marc Soriano, Los cuentos de Perrault. Erudicin y tradiciones populares, Argentina, Siglo XXI, 1975, pp. 42-48). Algunas escenas de Barba Azul fueron ilustradas por Gustave Dor. Vase Marcela Carranza, Barba Azul. El realismo y el horror, Imaginaria. Revista quincenal sobre literatura infantil y juvenil, nm. 249, Buenos Aires, 17 de marzo de 2009, .

    El cuento inspir adems la opereta Barba Azul (1866) del compositor alemn Jacques Offenbach (1819-1880) y la pera Ariane et Barbe-Bleue (1907) del compositor francs Paul Dukas (1835-1935).

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  • premiado con el Mrito Militar de segunda clase. Pero all tambin, prodjose el desastre,

    al filo del medioda, en que los republicanos, rehechos, desalojaron del Cimatario a los

    imperialistas triunfantes, hasta no volver a meterlos en Quertaro.

    Al igual de todos corra Moiss, doblado sobre el cuello de su retinto, en medio a un

    tropel ensordecedor y a una polvareda que borraba los horizontes, preguntndose

    mentalmente por qu correran, cuando sinti en la rodilla izquierda un dolor agudsimo, y

    que el retinto estremecase y perda el ritmo de su carrera loca... Y en vertiginosa sucesin,

    pisando ya las calles de Quertaro, sinti que le resbalaba por la pierna un lquido tibio, que

    el bruto vacilaba... Alcanz a ver que las torres y cpulas de la ciudad se inclinaban fuera

    de su centro... Oy, luego, que echaban a vuelo millones de campanillas minsculas; vio

    que del cielo caan luces pequeas e intenssimas, como lluvia de astros, y sin acertar a no

    ejecutarlo, solt las bridas y abri los brazos...

    Muchos das anduvo entre la vida y la muerte, atenaceado de dolores, quemado de

    fiebre continua, presa de intermitente delirio que le consenta escuchar de tiempo en tiempo

    repiques en los templos, descargas, fusileras, vocero y canciones... Conforme fue

    recobrando el sentido de lo real, viose acostado en lecho de pajas, dentro de un pesebre

    abandonado y sumido en los fondos de un segundo patio. Se restreg los ojos, consigui

    medio incorporarse, y excepto a una gallina con cra, que picoteaba las junturas musgosas

    de los guijarros, Moiss no descubri alma viviente. Lo que es colmar por s mismo la

    ancha laguna que le interrumpa el curso de los sucesos, ni lo intentaba. Y cogindose las

    sienes volvi a cerrar sus ojos, amedrentados de divisar tanta telaraa en el techo de la

    caballeriza, pero muy contento en el fondo, fsicamente contento de saberse resucitado.

    Qu habra sido todo ello?...

    15

  • Hasta aqu era lo que, desde pequeina, haba venido repitindole a Consuelo su

    nieta, quien de tanto orselo se lo saba de memoria, y zalameramente le truncaba la sobada

    narracin:

    Pero, abuelo, si ya me lo has dicho en mil ocasiones!...

    Lo que en cambio habale ocultado, era la parte sombra y de cuidado: nada menos

    que la explicacin e historia del parentesco que tan apretadamente ataba al pobre viejo y a

    la lindsima rapaza.

    La vivienda a la que perteneca la caballeriza salvadora, haba sido el domicilio de

    una antigua servidora de las Machuchas, a la que stas y doa Nicolasa acudieron, cuando

    Moiss, ms muerto que vivo, cay con caballo y todo, al regresar de estampa a Quertaro,

    y fue levantado al cabo de algunas horas por amigos de la familia. Oculto en tan bien

    hallado escondite, su gravedad suma le estorb enterarse del desenvolvimiento de los

    sucesos trgicos que siguieron a la derrota del Cimatario: la batalla de Calleja, librada con

    prdida de la accin y de su vida, por el coronel don Joaqun Manuel Rodrguez, a 1 de

    mayo; la toma de Quertaro, en la madrugada del 15; el fusilamiento por la espalda! del

    general don Ramn Mndez, el domingo 19, en la calle del Cebadal, y por ltimo, el

    fusilamiento del Emperador, de Miramn y de Meja, a las siete de la maana del 19 de

    junio, en el cerro de las Campanas... A las claras, de nada se enter Moiss, gracias a aquel

    sopor de la calentura que tambin impedale conocer a las dos humildes samaritanas que

    cuidaban de l, y al galeno denodado que hasta el pesebre se aventuraba de tarde en tarde,

    para no caer en los castigos de los republicanos, si stos descubran al oculto oficial

    imperialista.

    16

  • VIII

    Y en una de las dos samaritanas estuvo el abismo en que haba de precipitarse la juventud

    herida del valiente mozo, que no daba crdito a su vista, desde que pudo contemplar

    conscientemente a su enfermera nmero dos, Rosario de nombre, e hija nica de doa

    Gertrudis Murcia, la enfermera nmero uno en todos sentidos inquilina de la humilde

    casa, y, consiguientemente, la prestadora del mximo y peligroso servicio de ocultacin de

    un reo de muerte; es decir, una seora a la que Moiss deba la vida dos veces.

    Que la chica era un primor, nadie habra osado negarlo vaya unos veinte aos los

    suyos!, y que [a] Moiss hzole el efecto de aparicin o cosa de ensueo, es punto que se

    comprende y aun explica lo ocurrido luego.

    Lenta fue la convalecencia, y casi toda ella en el patio donde el pesebre sirviera para

    que no diesen con el herido, las tres distintas ocasiones que a raz de la ocupacin de la

    ciudad, catearon la morada; los vencedores, buscaban vencidos en todos los domicilios, con

    mucha acuciosidad. Una capa de paja sobre el amortecido cuerpo de Moiss, y un mulo

    desdentado y valetudinario, operaron el milagro de la ocultacin. Por lo dems, ni a quin

    culpar, de Moiss o de Rosario; que estas juventudes, siempre paran en el idilio.

    Cuntas noches el desmantelado patio, lo mismo baado en luna que arrebujado en

    sombras, fue el cmplice mudo, el testigo complaciente y discreto de aquellos tristes

    amores, florecidos al borde del desastre que haba desgraciado a Moiss, como al borde de

    los precipicios y las tumbas florecen los lirios y las rosas. A los comienzos, un idilio

    castsimo, con sus ribetes de desesperacin y de morria, frente a la pierna hecha pedazos

    del muchacho, que desde tan temprano condenbalo a ser un invlido y un sin ventura.

    17

  • Adnde haba de ir, ni en qu trabajar, ni cmo valerse l, ni menos a su novia?... Hubo

    noche, en que los dos enamorados lloraron juntos de mirar la pierna todava rgida y torpe,

    de mirar el par de muletas apoyadas contra el muro, al alcance de la mano. Pero noche a

    noche, el filtro de la pasin que les galopaba por dentro de las venas, iba y despertaba,

    azuzndolos, los sentidos juveniles y bravos, encerraba los pudores, amordazaba las

    protestas, encadenaba las resistencias, y, en cambio, arreaba, hacia afuera, con los apetitos

    torcidos, los suspiros, acercamientos y besos traicioneros; todas las escorias que produce la

    carne cuando se arde...

    A modo de sedante, las lluvias de agosto y septiembre aquietaron los rigores y

    enconos de los republicanos gananciosos; disminuyeron persecuciones y cateos, con lo que

    los individuos escondidos, comenzaron a cobrar alguna confianza y a aventurarse por las

    calles excntricas de la ciudad regicida, sobre la que el agua caa cual si quisiese lavarla de

    tanta sangre derramada, llevarse en el glugl rumoroso de su correr por aceras y

    empedrados, las congojas y tristezas, los rencores e inquietudes, los duelos y los odios.

    Ya doa Nicolasa, sin noticias de su marido, con mil precauciones haba visitado

    dos veces a su hijo, y tratado con ste el serio problema del porvenir; ya tenan concertada

    su salida sigilosa de Quertaro, disfrazado y bajo nombre supuesto, en un carro de muelles

    perteneciente a sujeto caritativo, que se aperciba a conducir a Mxico un cargamento de

    granos; pues fiar en la pierna destrozada de Moiss para que se fugara a pie o a caballo, era

    fiar en lo imposible.

    Ah! el dolor de Rosario, al enterarse de que Moiss se le iba... De veras

    melanclicas fueron las pocas noches que precedieron a la separacin; y el patio hipcrita,

    por viejo y por forrado de piedras, probablemente mucho que se reira, para sus adentros, de

    todo lo que aquellos dos chicos se juraron entre sollozos y suspiros: que nunca se

    18

  • olvidaran, que pronto volveran a reunirse, que su cario podra ms que la distancia, el

    tiempo y el olvido. Se cambiaron promesas, juramentos, mechones de pelo, ella le dio

    reliquias de santos milagrosos, un retrato de cuando criatura; y l le dej un anillo de acero,

    con sus cifras, en prenda de matrimonio prximo. El patio, se rea...

    La vspera de la fuga, aunque ya habanse dicho adis, convinieron en verse luego,

    ya que doa Gertrudis y la casa durmieran, sin malos pensamientos ni pecaminosos

    propsitos... Y acaeci lo que acaecer tena, que sin que supieran cmo, Rosario le regal

    en el misterio de la noche estrellada, la delicadsima flor de su pureza.

    IX

    De entonces databa el derrumbe y la desgracia sin trmino, aquel su peregrinar infructuoso

    y a trueque de cuantsimos afanes! por distintos rincones de la Repblica, sin fincar en

    ninguno; su cojera, hacindolo sospechoso, y su juventud, de peligro. A los principios,

    cuando por acaso sus negocios pintaban medianejamente en esta ciudad o aquel villorrio

    (guardador de puertas, recogedor de billetes de teatro o circo, fabricante de cohetes,

    buhonero a las vegadas, mendigo vergonzante si el sol dbale de espaldas, tallador de

    baraja o croupier de ruleta en ferias pueblerinas, hasta representante de farndula hambrona

    cierta ocasin), remiti con arrieros y viandantes benvolos, cartas muy afectuosas a

    Rosario y doa Nicolasa, a la que, adems, lleg a despacharle un poquillo que otro,

    economizados centavo a centavo. Arribaron a su destino letras y reales?... Hallaron

    buenas a las consignatarias? Jams lo averigu Moiss, ni malamente averiguralo,

    19

  • supuesto su ir y venir a salto de mata por las anchuras patrias, con nombre fingido, crecida

    la barba y dicindose invlido por causas muy ajenas a la milicia; todava eran de alarmar

    las opiniones que escuchaba en tantos y tan distintos sitios, acerca de los servidores de

    aquel imperio fugaz y hecho pedazos. Los ms benvolos, los que no pedan en su contra

    azufre y pez ardiendo, llambanlos traidores, malnacidos y perros hasta la cuarta

    generacin. Y lo que Moiss preguntbase aterrado: tan sin entraas sera la Repblica,

    que no habra de perdonarlos nunca?...

    Los aos, indiferentes, seguan devanndose, y por ellos y la carencia de noticias, es

    lo cierto que los recuerdos de Moiss se le empolvaban en los aleros del corazn y la

    memoria, que ya no eran tan punzantes y dolorosos como a los principios. Viviran sus

    padres?... Lo habra olvidado Rosario?... Entrambas preguntas, que a raz de su fuga de

    Quertaro se le hincaban en el alma, como puales, conforme el tiempo fue caminando era

    menor el dao que le provocaban, hasta no convertrsele en sensacin dulcsima, as

    afirmativamente las contestara. Si sus padres haban muerto, gozaran de Dios, y desde

    donde estuviesen, seguramente que velaran por l, aunque hasta la fecha, se le manifestara

    su suerte tan negra. Si Rosario habalo olvidado mejor!, ello probara que su falta, la falta

    de los dos, careci de consecuencias, y que la muchacha haba logrado al fin borrarla de su

    memoria y de su vida. Y a menudo, cuando la evocacin de Rosario y de su querer ya no lo

    enardecan, a guisa de desagravio y recompensa que l, Moiss, no poda ofrecerle, hasta

    apeteca que se hubiese casado con hombre bueno, y que ste, ignorante del sucedido, la

    hubiera hecho feliz.

    Los aos, inatajables, siguieron discurriendo; y all, por el principio de los ochenta,

    Moiss afianz acomodo bien remunerado en Real del Monte, tanto, que en diciembre de

    20

  • 1889 a los diecisiete aos de su fuga! pudo realizar su persistente anhelo de tornar a

    Quertaro...

    Qu emocin, Seor Dios, qu emocin tan honda la que estremeci su cuerpo

    todo, su corazn principalmente, al columbrar desde su ventanillo del carro de tercera en

    que efectuaba el viaje, la ciudad vetusta y coronada de cpulas y torres!... Porque ahora,

    llegaba a ella en ferrocarril, ni ms ni menos, en un tren del Central Mexicano, recin

    abierto al trfico hasta Ciudad Jurez. Un asombro, un asombro para Moiss y para el pas

    ntegro esta transformacin rpida que iba acarreando a Mxico una era de ventura

    innegable y nunca gozada antes. Moiss veala con muy marcada ojeriza, como a hija de los

    liberales sus enemigos; y slo a regaadientes, disminuida y regateada, la proclamaba y

    admita cuando no poda menos, cuando se le plantaban frente a los ojos y las manos

    progresos tan visibles y tangibles como eso: ese ferrocarril que lo llevaba tan ricamente y

    por poco dinero, de un extremo a otro del pas. Era o no era aquello un progreso real y

    efectivo? Habanlo consumado los liberales, s o no?... Ah! ah dolale; y por no

    reconocer como autores de ese y otros progresos, a sus verdugos que no quisieron

    perdonarlo, que lo ensearon a odiar, abominaba de los progresos y del Progreso: si los

    liberales lo traan, a la larga o a la corta se volvera ponzoa.

    Al cabo de discretos tanteos, averigu que una de las Machuchas viva an, donde

    siempre, muy amojamada, medio sorda y casi ciega; y a la casa inolvidable enderez sus

    pasos, hambriento de noticias. Nublada la vista y anudada la garganta, Moiss no distingui

    a las claras quin habale franqueado la puerta, y mal adivin que la viejecita que en la

    penumbra de la estancia le tenda los brazos, era la Machucha superviviente.

    Quin es, Tules? inquiri con voz helada, de enfisematosa.

    21

  • Y antes de que replicara la chica interpelada, asido al velador del centro, ahogado de

    recuerdos y sollozos, Moiss contest:

    Soy Moiss, Jesusita...

    Moiss Torrea? volvi a preguntar la anciana, pugnando por vencer la ceguera

    y el reuma, que la tenan pasaderamente inmvil y a oscuras. Pero si no puede ser...

    acrcate, acrcate para que te palpe y me convenza!...

    A causa de la pierna destrozada, que no le permita escarceos, llegose Moiss a

    Jesusita, e hinc en tierra su rodilla sana.

    No fue abrazo, no, de veras fue un registro el que la anciana realiz en Moiss,

    palpndole la cabeza, y el rostro, y las espaldas, y el pecho, con sus manos temblonas y

    flacas; sus ojos mortecinos, baados en llanto, porque no podan ver y por todo lo que le

    resucitaba la sbita presencia de aquel aparecido...

    Igual que en las comedias, vino enseguida la identificacin, llevada a trmino por la

    anciana: Tules, era el fruto del desliz de Rosario. Con ms ternura que extempornea

    severidad, Jesusita aliger lo mortificante de aquel paso:

    Tules le dijo a la nia alelada, aqu tienes a tu padre, por quien tanto hemos

    rezado. Dios te hace la merced de trartelo...

    Y la pobre muchacha, estupefacta, fue a Moiss, que ya la aguardaba de pie, y con

    marcada huraa provinciana y muy comprensible encogimiento, dej que la estrechara, y

    se estir hasta besarle la frente. (Que ha de ser mucho cuento el que, de improviso, le caiga

    a uno su padre de las vigas.) Jesusita, volvi a aligerar la situacin:

    Ahora, djanos solos, mndanos lmpara y mira que se le aliste a Moiss la

    recmara tuya; t, dormirs conmigo...

    22

  • Escurriose la chiquilla piezas adentro, vino la lmpara encendida, y la conversacin

    reservada e ntima dio principio. Con ella se impuso Moiss de cuanto haba ocurrido en

    ese abismo de tiempo: a don Bartolo, a poco de quedarse solitario en La Puerta, habale

    dado airada muerte una partida de imperialistas merodeadores; doa Nicolasa, haba muerto

    tambin, al ao de enterarse de tamaa desgracia, y de la del desaparecimiento de Moiss,

    que la enferm del nimo; doa Gertrudis, muerta igualmente, aunque no sin perdonarle su

    falta a Rosario.

    Y a ti la tuya recalc Jesusa Calatrava, tan grave o ms que la de ella!...

    Y Rosario?... interrog Moiss, ansioso.

    Rosario?... Pobrecilla! Aferrada a la vida, que desde el nacimiento de Tules se

    le escapaba, jur y perjur que Moiss no era muerto, y que algn da, el menos pensado,

    habra de volver a cumplirle la palabra empeada, a casarse con ella, a conocer a su hija.

    Haba logrado ir viviendo hasta el ao antepasado, no obstante la diagnosticada y

    comprobada hectiquez que acab por llevrsela. Y en su muerte lcida y desgarradora, de

    tsica, lo mismo que una profetisa, haba predicho la vuelta de Moiss...

    En la salita humilde, frente a tantsima tumba, por breve espacio imper el silencio

    que la Muerte impone con slo mencionarla... Luego, inclinada sobre el pecho la cabeza

    blanca, alarmados sus pudores de vieja solterona, Jesusa pregunt tmidamente:

    No te has casado t, Moiss?, no tienes ningn devaneo ni vives en pecado?...

    Y al escuchar la respuesta negativa que Moiss pronunci en el inconfundible tono

    de verdad, jubilosa, llam a la pequea:

    Tules!... ven con tu padre, nia, y quirelo mucho!

    23

  • XEn el desierto sin trmino de su vida mancada, tuvo Moiss aquellos das queretanos por

    inesperado oasis. l mismo, sin embargo, psoles fin, movido por un sentimiento de

    delicadeza. Cmo, a los treinta y cinco aos, haba de cruzarse de brazos y de seguir

    gustando indefinidamente, junto con el cario de su hija que acab por salir a la

    superficie la generosa hospitalidad de la Machucha superviviente? Tap sus odos a las

    afectuosas instancias, al que as continuaran hasta que Dios fuese servido, y slo

    transigi con la razonable propuesta de Jesusita, de que l se marchara en busca de mejor

    suerte, y Tules se quedara, como hija adoptiva de ella, hasta no cerrarle sus ojos, cosa que

    no haba de tardar mucho. Todava entregronle unos sesenta pesos, que doa Nicolasa

    salvara y que Jesusa guard religiosamente.

    Tmalos, hombre, que son muy tuyos y de algo han de servirte.

    Las pocas prendas hereditarias, conservadas asimismo con sumo cuidado, se

    adjudicaron a Tules: un reloj de plata, con bejuco, arracadas y tumbaga nupcial, de oro

    desgastado y opaco.

    Y una fresca maana de enero, lo despidieron en la estacin, ambas muy

    conmovidas.

    Animado de los ms valientes propsitos, Moiss reanud su brega, pero que si

    quieres!, su mala fortuna, refrendada por la inutilidad de su pata coja, apenas si consintiole

    que fuera tirando del carro, igual que antes. Como de otra parte los aos corran cual potros

    desbocados, comenz Moiss a resentir sus coces, y a habituarse a ese existir de soledad y

    de miseria. Ahto de azotar calles y de probar empleos, decidi sentar sus reales en el portal

    24

  • de Santo Domingo, y declararse escribiente pblico. Con muchos afanes reuni el ajuar que

    tan humilde ministerio exige mesa de pino sin barniz, silla de tule, carpeta, papel, tinta y

    pluma y malmirado a los comienzos por sus colegas rivales, tolerado luego, instalose en

    el vano del arco nmero 5, de frente a la Aduana y de espaldas a una tapicera oscura y

    baratera. Pronto se hizo al nuevo oficio, que le result quin lo creyera! hasta con sus

    miajas de grato, sobre todo cuando se le acercaban maritornes jvenes, y le pedan que les

    escribiera muy cariosas misivas a los padres ausentes en el terruo agreste. Entonces, la

    prosa de Moiss, su letra mixta de inglesa y antigua espaola, adquiran, respectivamente,

    acentos elocuentes y tiernos, perfiles y contornos caligrficos. Era que su temperamento lo

    traicionaba, y todas sus ternuras inditas, su nica pasin truncada y su paternidad casi

    metafsica, se le amotinaban, y no hallando mejor salida, bansele a las puntas de su pluma

    vulgar y alquilona, a la que dignificaban y ennoblecan. En cambio, rehusbase a escribir

    cartas que aun de lejos trascendieran a picarda o gatuperio; lo que pronto le dio en el portal

    fama de puritano hipcrita y falsificado. Vaya usted a saber lo que el cojo ese habra hecho

    en sus mocedades!

    Esa fama, no obstante, fue causa de que se ganara excelente parroquia, y de que en

    ocasiones le encomendaran la busca y el ajuste de una buena sirvienta, o de que se le

    designase rbitro y amigable componedor de diferencias ms o menos escuderiles y de

    escaleras abajo.

    Tarda correspondencia mantena con Tules y Jesusita, y conforme los aos

    galopaban ms, ms acostumbrbase l a esa perpetua separacin de su hija. Dentro de tal

    separacin, alargada desmesuradamente por la causa incontrastable de la falta de medios,

    supo Moiss del matrimonio de Tules con un don Abundio Pedreguera, espaol y abacero

    domiciliado en Apaseo. Se apresur a otorgar el consentimiento que le pidieron, y aun

    25

  • levant los brazos al cielo, en seal de rendidas gracias, por aquel enlace que le aseguraba a

    su hija un apoyo harto ms slido y duradero que el de la angelical Jesusita Calatrava, ya en

    las ltimas, tanto, que muri de ah a poco, en plena luna de miel de los esposos Pedreguera

    Torrea.

    Como una ostra continuaba adherido Moiss a su mesa y a su portal de Santo

    Domingo, contemplando, entre burln y compasivo lo que le emberrinchaba al socarrn

    de don Hrcules las transformaciones que con el correr de los tiempos imponan a la

    arcaica plazuela ayuntamientos y gobiernos. Asisti a la fuga de las carretas que la

    colmaban; a las metamorfosis interiores del enorme inmueble que la domina; al trazo de los

    dos jardines que ahora la adornan con sus sendas estatuas sedentes de la Corregidora y de

    un galeno clebre;5 y para su sayo, felicitbase de que resistiera a esas y otras tentativas de

    modernizarla. Mucho mejor que los hombres, la plaza resisti en efecto, persisti en

    conservar su fisonoma colonial y antigua, su Inquisicin adusta, su Aduana pesada y

    seorial, sus portales caractersticos y fechos. Particularmente en las noches, exhalaba un

    suave perfume de tiempos idos, luca un sello inequvoco de poca pretrita y amable.

    Encorvado sobre su mesa, Moiss se enter de que Tules, a los cuatro aos de

    casada, lo haba hecho abuelo; y desde su mesa tambin, fue imponindose de los adelantos

    que el pas realizaba en manos de los seores liberales, con quienes acab por transigir,

    gracias a la fraccin mnima que del bienestar general a l le tocaba. Sin ambiciones ni

    esperanzas; cada da ms torturado y esclavo de su pierna rota, desengaado, solitario y

    5 Se refiere a Manuel Carmona y Valle (1832-1892), catedrtico y director de la Escuela Nacional de Medicina, quien contribuy al avance de esta ciencia en Mxico. Su estudio sobre la fiebre amarilla fue publicado por La Voz de Mxico, peridico archiconservador-monrquico que difunda la obra de escritores catlicos. La estatua conmemorativa se coloc en 1909, en la plaza de Santo Domingo, y fue trasladada en 1965 al Jardn de las Artes Grficas en la colonia Doctores. Vase Clementina Daz y de Ovando, Presentacin y Advertencia, en El doctor Carmona y Valle y la fiebre amarilla son noticia periodstica (1881-1886), Mxico, Universidad Nacional Autnoma de Mxico, 1993, pp. IX-XI; vase la imagen en .

    26

  • pobre conformbase ya con que lo dejaran escribir en paz sus cartas y memoriales, vivir los

    tabucos que viva, y comer su pan en los figones y fondas de las barriadas hormigueantes,

    como la de Peralvillo calle Granada 14, adentro 26, en la que haba ido a parar con sus

    huesos, resuelto a que hasta all fuera la muerte a recogerlo.

    Pero, el hombre propone... y Dios dispuso que el invierno de 900 una arrasante

    epidemia de tifo diezmara a Apaseo, y que entre las vctimas figurara su ignoto yerno. Con

    lo que a los principios del siglo, su existencia sufri un cambio total y extraordinario, pues

    viuda y hurfana presentronsele en demanda de calor y arrimo. Por dicha, Tules lleg no

    nada ms con la chiquilla, que era un encanto, sino con algunos dineros por aadidura, obra

    de doscientos pesos que a raz de su viudez entregaron a Tules, a cuenta de lo que

    corresponda a Abundio como fundador de El Correo Mercantil, en liquidacin, segn se lo

    declararon el socio Cndido Corro, y los golillas y tabeliones que mangoneaban la

    liquidacin fementida.

    XI

    Tan absoluto fue el cambio, que hasta de habitacin mudaron, pasando a la vivienda con

    vista a la calle. Se compr lo de mayor apremio en materia de muebles, de segunda y aun

    de tercera mano por supuesto, y se contrat fmula barata, juvenil y descalza. Para Moiss,

    aquella transformacin del domicilio le result cosa de tramoya, y a cada despertar, sus ojos

    resistanse a creer en lo que miraban. Tules era una maga. Qu limpieza la de la casita,

    desde los pisos a los techos!, qu rendimientos los que le exprima a un peso duro!, qu

    27

  • sabrosa y bien oliente la comida!... Lo que ms encandilbalo era la transformacin del

    corredorcillo, en el que ya cantaba un cenzontle, prisionero en jaula de carrizos, y florecan,

    dentro de sus tiestos de barro, margaritas y heliotropos. Y lo que tenalo turulato y

    suspenso, era Consuelo, la nieta, que se puso a quererlo con el instinto de los pequeos,

    quienes, igual a las enredaderas titubeantes, se abrazan al primer tronco que les sale al paso,

    as sea aoso y hurfano de ramas y de hojas. Ellas, las enredaderas, los cubrirn totalmente

    y los regalarn con el aroma de sus flores, los calentarn con su savia joven, les harn creer

    que la primavera ha vuelto, y hasta donde ms puedan, los defendern de los cierzos y las

    nieves. As Consuelo, realizaba idntico prodigio en el pobre Moiss, cuyo corazn revent

    de sbito para idolatrar a aquella criatura que, en su media lengua, contbale quin sabe qu

    cosas, viejas como el mundo y simples como la pureza, que todas las boquitas infantiles

    balbucean, y que todos los abuelos escuchan, cual si fuesen la msica ms deleitable de la

    vida.

    Pronto se estableci la alianza, al parecer indestructible por lo hondsimo de su

    raigambre, entre abuelo y nieta. Segn la mueca creca y se avispaba, segn Moiss

    envejeca, el amor aquel los ataba y los ataba con cadenas ms dulces, que ambos cargaban

    regocijados y dichosos. Todava en Consuelo, el asunto dependa del instinto antes que de

    la pasin; su conciencia rudimentaria y su memoria en cierne no le consentan anlisis u

    otros tiquismiquis, ni menos podan hablarle de un ayer sin amores, reseco como estepa de

    indiferencias y odios. En tanto que Moiss, privado de toda especie de afectos durante

    porcin de aos, siendo su temperamento de querendn y amoroso, metiose ntegro dentro

    del corazoncito de su nieta, y en sus pliegues cndidos y virginales se prometi largo

    inquilinato de ventura. Todas sus ansias de masculino, todas sus nostalgias de desgraciado,

    todos sus anhelos y amarguras, vamos, hasta el mismo cario que no tuvo tiempo de

    28

  • esconder en el pecho de Rosario, a manera de ofrenda, todo se apaciguaba y desvaneca al

    lado de esa mocosa tartamuda y risuea que le quitaba el bastn, y le mesaba las barbas, y

    con su boca roja y sin dientes, ya lo llamaba abuelo y prometale quererle mucho,

    mucho!... Pendiente de su crecimiento, en xtasis frente a lo que aumentaban su belleza y

    gracia, no par mientes en que Tules enflaqueca a ojos vistas, por culpa sin duda de una

    tosecilla sospechosa, ni en que l se aviejaba a paso de carga.

    XII

    Aquello no sera nada, no poda ser nada, sino aprensiones; y si haba de ser algo, hasta que

    se presentara, que no se lo anticipase nadie, que lo dejaran seguir soando, ya que en suerte

    le haba tocado pasarse la mayor parte de su vida con los ojos abiertos...

    Tan de prisa, de veras, se espigaba Consuelo, que se lleg la fecha de su primera

    comunin; y fueron tales los empeos de Tules por que su hija la hiciera como Dios manda,

    tales su velar y su coser, que su minada naturaleza dobl las manos, y el propio da en que

    Consuelo ilumin la vivienda con las blancuras de su traje y de su alma, Tules cay en

    cama, sacudida de escalofros y abrasando de fiebre; una pulmona legtima, que se la llev

    al cabo de la semana.

    Qu noche la del velorio, muy concurrido de vecinos que se llegaban a contemplar

    de cerca el rostro de la muerta; con su rezo coreado, con su fatdico parpadear de cirios, y

    su tufo de sudor de gente pobre y de cido fnico regado en los ladrillos!... Qu da, el

    siguiente, en que se efectu la inhumacin, all en la zona municipal y gratuita del

    29

  • cementerio de Dolores, donde es la regla que los deudos caven las fosas estrechsimas, y

    que las fosas carezcan de lpidas y tmulos!... En el trayecto que va de las rejas a esa sexta

    clase, cuatro vecinos serviciales cargaron el atad; tras ellos, el abuelo y la nieta, de la

    mano, la cojera de Moiss haciendo creer que buscaba algn sepulcro vaco, para

    desplomarse; y a lo ltimo, ms vecinos, mujeres mal vestidas, granujas juguetones, todos

    los que haban cabido en el tranva...

    Los eslabones que unan a Moiss y Consuelo, se remacharon. Con qu ternura

    entraable se abrazaron de vuelta a la vivienda, en la que ahora palparon que Tules, siendo

    tan prudente y poquita cosa, era quien la llenaba con su hacendosa presencia!

    No est averiguado de qu artes se valdra Moiss para salir avante en la empresa

    ardua de que Consuelo, aunque escaso y pobre, lo tuviese todo, inclusive su educacin en el

    plantel del gobierno. En su ingrato oficio luch Moiss, desesperado como un galeote;

    escriba hasta las mil y quinientas, multiplicaba ajustes de sirvientes, aun consum

    reprobables agencias, s, enderez tuertos amatorios y rindi voluntades zahareas que

    fingidamente resistan a casorios y a ayuntamientos menos formalistas. Qu diantre! Lo

    primero en el mundo era su nieta, a la que tena que alimentar, que vestir, que educar y que

    querer; eso sobre todo, quererla conforme la quera, con ceguedad y con delirio. Si por sus

    desdichas se le cerraban las puertas a que ya estaba llamando, hasta pens en la apostasa

    mxima, en la claudicacin suprema: servira al gobierno de los seores liberales, que no

    daban traza de soltar al mango de la sartn en que se frean los destinos nacionales.

    XIII

    30

  • Cuando volvi la cara, el doble fenmeno natural e ineluctable se haba consumado: l era

    un anciano cada da ms intil, y Consuelo era una encantadora flor de carne en plena

    juventud y desarrollo, a tal extremo tentadora y deliciosa, que sinti miedo de que se la

    marchitaran y perdieran. Instintivamente, hacase el cargo de que los tesoros jams se

    hallan seguros del todo en parte ninguna, y de que el tesoro por excelencia es la mujer

    joven y bella. Dnde ocultar el suyo, a su nieta, ni cmo ponerla a cubierto de asechanzas

    y precipicios?... Luego, que Moiss no le negaba nada, ni se sustraa al imperio que la chica

    ejerca en su voluntad y nimo. Bien es cierto que Consuelo no pidiole nunca cosa fuera de

    razn; pero sus zalameras y mimos, derretan las firmezas endebles del anciano. De ah que

    a la cuarta o quinta embestida se allanara Moiss a que la muchacha, ms hbil para cuentas

    y escrituras que para remendar rotos y zurcir descosidos, provista de su figura y de un

    diploma de la Escuela de Comercio, medianamente remunerada se acomodara en bufete de

    un seor licenciado de larga fama y no cortos calendarios.

    Justo es que aqu conste, que Moiss no cedi movido por convencimiento o por

    complacencia vituperable, cuanto porque con honda tristeza palpaba que su parroquia le

    volva las espaldas, a pesar de sus esmeros en redaccin y gallarda letra. Era que, en el

    apolillado portal histrico, habase aparecido un enemigo invencible y sin entraas, que les

    tiraba a degello a los evangelistas tradicionales y clsicos. Primero, fue uno, de avanzada;

    y menuda gresca la que se gan el que la llevaba, al desenfundarla y ponerse a recorrer su

    teclado; porque se trataba de una mquina de escribir, remozada y que sonaba a vidriera

    rota. Hubo carcajadas, silbos, malas palabras, amontonamiento de mercaderes y

    compaeros de oficio para contemplar de cerca cmo funcionaba aquel chisme de hoja de

    lata. Don Hrcules, lleg a predecir un fiasco:

    31

  • Yo me juego unas Dos Equis de Orizaba, a que los marchantes, los que desde

    hace siglos portan por este portal, no pican ese anzuelo!...

    El trivial incidente caus a Moiss impresin especialsima; furtivamente, desde su

    asiento estuvo examinando la tarde entera el enmaraado aparato, sin parar tocado por su

    dueo, a efecto de llamar la atencin de desocupados y transentes. Perseguido de tercos

    presentimientos, se los comunic a Consuelo, cuando cenaban juntos en la vivienda.

    Vlgame Dios, y lo que rio la nieta de las pavuras del abuelo! en su calidad de

    taqugrafa y mecangrafa titulada, psose a desvanecrselas, a detallar el sencillo

    mecanismo, a encomiar el ahorro de tiempo y de esfuerzo que con su uso se realizaba, y la

    llam con mil nombres afectuosos, sostn, merced, mina...

    Es el progreso, abuelo, es el progreso!

    Pues a m se me figura ave de mal agero que viene a quitarme el pan, y quin

    sabe si no, tambin algo ms... repuso el viejo, proftico.

    Consuelo le ahuyent tan negras ideas, y entre veras y bromas le anunci que

    acabara por comprarse una, y que ella, la nieta, se convertira en la maestra del abuelo.

    Y t, te pondrs colorado de que una muchacha como yo ensee y corrija a un

    seorn como t, que hasta emperadores ha conocido... Cuidado, don Moise, que en lugar

    de mayscula ha puesto usted un espacio!...

    Si se quiere, achquese a coincidencia, pero es lo cierto que a partir del

    aparecimiento de la endiantrada mquina en el portal de Santo Domingo, se inici para

    Moiss la poca segunda y postrimera de sus infortunios. A poco de haberse aparecido, y

    contrariamente a las predicciones de don Hrcules, los marchantes s picaron en ese

    anzuelo; por lo que lleg otra, y luego, tres de un golpe. El trabajo de Moiss y el de un

    colega tan retrgrado como l, no resistieron la desigual competencia. Rodo de

    32

  • supersticiones, sola Moiss aproximarse a determinarlas, cuando funcionaban cuando

    descansaban, hasta se aventuraba a tocarlas, a la ligera; y largo espacio quedbase taciturno

    y hosco, devanando dentro de su cabeza el formidable dilema de adquirir una y dominarla,

    o perecer sin remedio. La propia conservacin amenazada hizo que, a espaldas de

    Consuelo, comenzase a economizar ochavos y a calcular plazos: un ao?, dos aos?...

    XIV

    Y sucedi, que al ajustar los primeros cinco pesos, la dictadura cay, estruendosamente; y a

    su zaga prodjose la cesanta de Consuelo, pues el seor licenciado, tambin puso pies en

    polvorosa...

    Maldita mquina!, mascullaba el evangelista a cada vicisitud nueva; cual si el

    aparato inofensivo fuese malfico realmente.

    No son para dichas las penas que se abatieron sobre la pareja; hasta que sitiados por

    el hambre, Moiss apenc con que Consuelo trabajara en oficina de gobierno. Porque lo

    que l se deca, peor enemigo es el hambre, que la promiscuidad de sexos en una oficina

    pblica.

    La chica, por su parte, mostrose encantada del sesgo, que le permitira sostener al

    abuelo y sostenerse a ella misma.

    De improviso, dio en acicalarse fuera de medida, aun en teirse las mejillas y los

    labios, y en bailar y cantar como una loca o como doncella herida en el corazn.

    33

  • Y una noche, la confidencia: habale salido novio, Eutimio Alcorza, un guapo

    mayor de infantera venido a Mxico entre las huestes norteas que se decan redentoras, el

    que le haba dado ya, juntamente con algunas chucheras y minucias, palabra de

    casamiento... Qu tal?

    Por toda respuesta, Moiss abri los brazos, pues sintiose en el vaco; luego, se llev

    entrambas manos al corazn, para que no fuese a salrsele del pecho; interrumpi la cena, y

    con su pierna a rastras, fue y dejose caer en su angosto catre de hierro.

    Deslumbrada frente a un amor tan inmenso, lo sigui Consuelo; y de rodillas junto

    al anciano sollozante, llor ella tambin, prometi que no se separaran, y bosquej el

    retrato de Eutimio, que domiciliaba a ste en la comarca quimrica de los seres perfectos:

    Quiere conocerte, abuelo, me ha suplicado que yo lo traiga. Te lo traigo

    maana?...

    Se lo llev, en efecto, un magnfico tipo de macho joven y bravo.

    Qu te ha parecido, abuelo? Verdad que tengo razn para quererlo como lo

    quiero? le pregunt la chica, en cuanto se quedaron solos.

    Moiss, celoso tres veces, por abuelo, por hombre y por viejo, no pudiendo negar la

    hermosura fsica del mozo que le arrebataba su tesoro, busc algo con que empequeecerlo,

    e irnico le repuso:

    Averigua antes si es mexicano, pues por el traje y el sombrero no lo parece...

    Abuelo!, abuelo!... no seas mala lengua. Acaso no sabes que as acostumbran

    vestir los revolucionarios?

    En la tiniebla del cuarto que era la que haca de biombo para proteger los pudores

    de la muchacha, acostados los dos, an resonaron los refunfuos del viejo inconforme, y

    34

  • la risa cascabelera de sta, a quien no caba en el juicio que Moiss la supusiera en amores

    con un extranjero.

    XV

    Precisamente aquella noche, Moiss iba pensando en la sorpresa de su nieta cuando l la

    enterara de que, al da siguiente entraba en posesin de una mquina de escribir, de medio

    uso, y pagadera en abonos garantizados con la mquina misma y con la firma de don

    Hrcules. Harale ver que para que el Progreso no lo triturara, se volva progresista... de

    conveniencia, como la mayor parte de ellos. Y sonriendo por adelantado de lo que juntos se

    reiran los dos luego, de bonsimo talante recorri el extenso trayecto que sabase de coro:

    las calles de Santo Domingo, las de Santa Ana, las de Peralvillo, congestionadas de gente

    atareada y ociosa; de luces echadas en el arroyo, como canes cansados, o disimulando la

    fealdad de las fachadas; de vahos de alcohol y de fritangas; resonantes de risas y voces, de

    repiquetear de tranvas, de rodar de coches y carros, de msicas de cines y figones.

    En la inmunda casa de vecindad, los granujas armaban en el patio, amplio y lbrego,

    su zambra de costumbre; por puertas y ventanas de las habitaciones escapaban rumores de

    disputas domsticas, tufo de cenas humildes, palpitaciones de lmparas de petrleo y de

    velas de sebo. Lo de siempre.

    Abri Moiss su puerta, la que daba acceso a la diminuta azotehuela delantera de su

    vivienda, y le choc que en sta no hubiese luz... Bah! los novios habran salido a comprar

    alguna golosina, como solan... Pero una profunda inquietud irrazonada lo forz a caminar

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  • muy despacio los cuantos pasos del patiecillo. Empuj la vidriera, que cedi enseguida, y

    por cobrar nimos, llam en voz alta:

    Consuelo!...

    Nadie le contest. No obstante la caminata, sinti Moiss un extrao escalofro que

    le cal sus huesos. Requiri los fsforos, que por lo que el pulso le temblaba no pudo

    prender al pronto, y en tono ms alto, volvi a llamar:

    Consuelo!...

    La flama de la cerilla, medio disip las sombras, y Moiss avanz hasta no topar

    con el quinqu, que encendi trabajosamente...

    En la reducida vivienda, todo hallbase ordenado y en su sitio; pero en la mesa, ya

    aderezada para la cena, encima del plato suyo, se divisaba como en los dramones que l

    tena vistos en el teatro Hidalgo6 una carta desdoblada y escrita a mquina...

    Era el adis, el anuncio trgico de la separacin definitiva, el abandono del nido, el

    vuelo desatentado y ciego de una juventud enferma de amor, que no repara en las heridas

    que abre, ni en las lgrimas que provoca, ni en las muertes que causa:

    ...por Dios santsimo, abuelo, no me maldigas, porque destruiras mi dicha; y

    guarda este beso, el ltimo, en tus canas...

    Mxico, invierno de 1921

    6 El 27 de febrero de 1910, el peridico El Imparcial aseguraba que el Hidalgo es el teatro popular de Mxico, all concurre todos los domingos un pblico sano y modesto que llora en los terribles dramas de capa y espada. Vase Luis Reyes de la Maza, El teatro en Mxico durante el porfirismo, t. III (1900-1910), Mxico, Universidad Nacional Autnoma de Mxico, 1968, p. 437.

    Dcadas despus, Enrique Olavarra y Ferrari alude a las obras que ah se representaron: el repertorio de dramas sensacionales y patibularios, patriticos y religiosos, por ejemplo Lzaro el mudo, Chucho el roto, El cura Hidalgo, San Felipe de Jess. Vase Enrique Olavarra y Ferrari, Resea histrica del teatro en Mxico, 3 edicin ilustrada y puesta al da de 1911 a 1961, t. IV, Salvador Novo (prlogo), Mxico, Porra, 1961, p. 2953. A partir de 1914 el teatro presenta tambin peras: Fausto de Charles Gounod, La Traviata de Giuseppe Verdi, El barbero de Sevilla de Rossini, entre otras. Enrique Olavarra y Ferrari, Resea histrica del teatro en Mxico, 3 edicin ilustrada y puesta al da de 1911 a 1961, t. V, Salvador Novo (prlogo), Mxico, Porra, 1961, passim.

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