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Guías de Lectio divina

“Señor, ¿a quién iremos?”

Yo soY eL pan de vidaJn 6, 48-59

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Guías de Lectio Divina

YO SOY EL PAN DE VIDAJn 6,48-59

Antes de iniciar la lectio Divina, conviene disponer la mente y el corazón para permitir que el Señor se dirija a nosotros por medio de su Palabra. Un primer medio para lograrlo es el silencio, pues éste favorece la comunicación con el Señor. Después, se recomienda hacer esta invocación: ¡Ven Espíritu Santo! Llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor. Envía, Señor, tu Espíritu y todo será creado, y se renovará la faz de la tierra.

LECTURA:

Hay que leer el texto varias veces para familiarizarse con él. Se trata de saber qué es lo que nos dice el Señor a través del esta perícopa. Se puede leer en voz alta o en comunidad, pero siempre dejando un espacio para la lectura personal en silencio. Esta lectura requiere atención, disposición, respeto, obediencia, a fin de que la Palabra de Dios actúe con toda su eficacia en nuestra vida.

48Yo soy el pan de vida

49Sus padres comieron el maná en el desierto y, sin embargo, murieron. 50Este es el pan que ha bajado del cielo para que quien lo coma no muera. 51Yo soy el pan vivo bajado del cielo.

El que come de este pan, vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne. Yo la doy para la vida del mundo. 52Esto provocó una fuerte discusión entre los judíos, los cuales

se preguntaban: -¿Cómo puede éste darnos a comer su carne? 53Jesús les dijo: -Yo les aseguro que si no comen la carne del Hijo del

hombre y no beben su sangre, no tendrán vida en ustedes. 54El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré el último día. 55Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida.

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Yo soy el pan de vida

56El que come mi carne y bebe mi sangre vive en mí y yo en él. 57Como el Padre que me envió posee la vida y yo vivo por él, así también, el que me coma vivirá por mí.

58Este es el pan que ha bajado del cielo; no como el pan que comieron sus antepasados. Ellos murieron; pero el que coma de este pan, vivirá para siempre.

59Todo esto lo expuso Jesús, enseñando en la sinagoga de Cafarnaún.

a) Contexto

La perícopa está ubicada en la tercera parte del evangelio de Juan (capítulo 6). En esta sección, se narran dos signos (milagros): la multiplicación de los panes y el caminar de Jesús sobre las aguas (6, 1-15 y 6, 16-21, respectiva-mente); además de un largo discurso sobre el Pan de vida (6,22-71).

La parte discursiva se puede delimitar, a su vez, en varias perí-copas. La primera queda enmarcada por los indicadores de tiempo y de lugar (6, 22-24); en la siguiente, se presenta el discurso en varias fases: inicia con la incomprensión del signo, por lo cual se ve la necesidad de dar una explica-ción (6, 25-34); a continuación, se identifica a Jesús con el Pan de vida, aunque el protagonista es el Padre, pues es Él quien brinda el pan verdadero, enviando a Jesús (6,35-47). Esta segunda perícopa y la que sigue (6,48-59) −que es la que nos ocupa−, tienen un marco semejante: ambas inician con la expresión “yo soy el pan de vida” (6,35.48) y señalan la promesa de la vida eterna, en la primera “para el que cree” (6,47) y en nuestro texto “para el que come el pan y bebe la sangre” (6,51.53.54.56.57). Tanto el capítulo 6 del evangelio de Juan como el discurso eucarístico concluyen con las reacciones de los interlocutores: la incredulidad de unos, por un lado; y la confesión de Pedro, por el otro (6,60.68-69).

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b) Enunciación del tema fundamental (v. 48)

En el v. 48 se enuncia el tema fundamental de esta perícopa: Jesús es presentado como “el pan de vida”. Así, a lo largo del tex-to, éste será el tema que resuene de diferentes maneras, pero siempre con el mismo contenido (vv. 50.51.53.54.57.58).

c) El pan comido en el desierto y el pan bajado del cielo (vv. 49-50.58)

En los vv. 49.58 se retoman dos temas ya anunciados en el dis-curso: el maná comido en el desierto (cf. v. 31; Ex 16,15) y el pan bajado del cielo (cf. v. 33; Ex 16,4). El pan del desierto no era pan verdadero, por eso los padres murieron (vv. 49.58), ese pan era ineficaz para comunicar vida. Con esto, Jesús no cuestiona el valor normativo de la Escritura, pero critica que se haya hecho de la situación de los padres la referencia definitiva. El maná dado por Dios en el desierto era la figura que anunciaba el verdadero “pan” que es Jesús, brindado por el Padre, y el cual se da a sí mismo hasta la muerte. Este Pan –Jesús– es el que se da y se reparte en la Eucaristía, con el que se suprime para siempre la muerte para los que comen de él. Él, por ser el “Pan viviente”, no puede menos que conferir vida al que lo recibe. La formula-ción que presentan los vv. 50.58 –“este es el pan bajado del cielo”–, es semejante a la de la institución de la Eucaristía –“este es mi cuerpo”– que presentan los sinópticos y Pablo. Así, aunque el vocabulario es diverso, “pan bajado del cielo” y “cuerpo” hacen referencia al mismo Jesús.

d) Objeción de los interlocutores (v. 52)

En el v. 52 se presenta el malentendido por parte de los judíos quienes se escandalizan de que Jesús prometa darles a comer un pan, que es su propia carne. Los interlocutores no sólo susurraban o murmuraban como antes, cuando dijo que “bajó del cielo” (v. 41), sino que, ante esta afirmación, se gene-

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ra una verdadera disputa entre ellos. Los judíos se niegan a depender radicalmente, para la vida eterna, de ese Jesús que les habla; para ellos dicha dependencia es intolerable y hasta sacrílega, pues no conocen más salvador que a Dios.

e) El culmen del discurso está en una revelación (vv. 51.53-57)

Como consecuencia del escándalo provocado, se profundiza de manera enfática en el tema del “pan de vida” en los vv. 51.53-57. De esta manera, en cinco ocasiones, con mayor o menor amplitud, se hace la misma afirmación: el que come el pan y bebe la sangre tiene vida eterna. Además, en estos versículos la evocación a la Eucaristía es aún más fuerte, pues se introduce una nueva acción: “comer” o, más inten-so, “masticar” el pan. Este pan es la misma carne de Cristo, quien se ofrece y recibe en la Eucaristía, para provecho del mundo: “El pan que yo daré es mi carne”. Algunos exégetas con-sideran que esta declaración es una forma de hablar de la Eucaristía, diversa de la expuesta en los sinópticos y en la primera carta de san Pablo a los Corintios. Así, se cree que sería equivalente a “esto es mi carne”.

La afirmación de Jesús en el v. 53 es tajante: el que desee tener vida en sí debe “comer la carne del Hijo del hombre y beber su sangre”. Recordemos que el binomio carne-sangre, en la mentalidad semita, designa la persona completa; en este caso, a Jesús en su condición humana. El comer y beber es-tán orientados al don de la vida en Jesús. Así que el cristiano no tiene otra forma de permanecer en la vida, iniciada en el Bautismo (3,15), sino en el banquete sagrado. El lector sabe que el que está haciendo estas afirmaciones es el Hijo del hombre que tiene comunión permanente con el cielo (cf. 1,51; 3,14s; 6,62). Posiblemente la afirmación tan tajante vaya dirigida a algún grupo que no aceptaba la Eucaristía, ante lo cual el autor hace un desplazamiento desde un gru-po judío incrédulo hasta algún grupo herético.

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En el v. 54 Jesús proclama que su carne y su sangre comunicarán, a quien los recibe, una vida que no pasa y que encuentra su consumación suprema en la resurrección escatológica. Al decir que hay que “comer y beber” se está indicando que se trata de hacer una adhesión sin reservas a Jesús. No se trata de una interpretación mágica. A través del banquete sacramental, Jesús se une con quienes lo reciben (v. 56), los cuales viven en Él y, por medio de Él, resucitarán en el último día.

Los vv. 56-57 enseñan en qué consiste la vida para el discípulo: la relación recíproca que se establece entre el Hijo y el cre-yente no puede disociarse de la relación que une al Padre y al Hijo. Al manifestar la comunión del discípulo con el Hijo, el evangelista no solamente va más allá de los anun-cios proféticos de reciprocidad entre Dios e Israel, sino que la fundamenta en la relación que une al Hijo mismo con el Padre: el Hijo, que vive por el Padre, hace vivir al creyente que come la carne y bebe la sangre. La unión con Jesús, al-canzada por la comunión sacramental, tiene como fin único introducir a quien la recibe en el círculo vital de Dios.

La relación Padre-Hijo es el modelo fundador: yo vivo por el Pa-dre, el creyente vivirá también por mí. El Hijo se encuentra en el centro de una relación que, aunque no se explicite en este texto, está presente en él: la del creyente con el Padre. El Hijo es el lugar permanente donde se realiza la relación. Mientras que Jesús es el Hijo, el discípulo se hace hijo de Dios por medio de su unión con él.

El v. 55 está en el centro del discurso donde se señala que el alimento proporciona vida vv. 54-58. Este versículo pun-tualiza que se trata de un alimento auténtico, un manjar y una bebida que contienen lo que prometen, que son real-mente el alimento y la bebida que debían ser. Esta carne y esta sangre cumplen perfectamente la función de saciar el hambre y de calmar la sed de las que Jesús había hablado

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en el anuncio sapiencial del 6,35: “el que viene a mí no tendrá jamás hambre, el que cree en mí no tendrá sed jamás”. Los dones de Jesús son, pues, un auténtico y genuino alimento para la vida eterna.

f) Conclusión de la enseñanza

El v. 59 es recapitulador de lo que se dijo y, además, sirve de transición para la perícopa que sigue (6, 60-71). En este versículo se precisa el lugar donde se llevó a cabo el diálogo – controversia, a saber, en la sinagoga de Cafarnaúm, es uno de los lugares donde se tienen principalmente las contro-versias con los judíos, lo mismo que será el templo.

MEDITACIÓN

Ahora viene el momento de reflexionar lo que nos dice el texto. Se trata de dejar que la Palabra de Dios llegue a los más pro-fundo de nuestro ser. Para ello hay que “rumiar” el sentido del texto, hasta sentirnos parte de él. Además, hay que con-frontarlo con nuestra realidad.

Jesús enseñó el verdadero significado de la Eucaristía. En ella se sintetiza la acción salvadora de Cristo. Él es el Pan que bajó, en la Encarnación, para salvarnos. Cabe señalar que al ser humano le ha sido difícil aceptar la salvación traída por Jesús. De ahí que muchos hombres de hoy viva sin esperanza, sin vida, es decir, muchos estén sumergidos en tremendas depresiones y vidas sin sentido. Ellos no cono-cen o no han experimentado la vida que Jesús ha traído a los seres humanos de todos los tiempos y de todas las condiciones sociales.

Cuando el hombre se queda anclado en ideas personales, pre-juicios, pseudo-enseñanzas, no puede darse oportunidad de conocer la oferta de vida en Cristo. En cambio, el verdadero

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buscador se da nuevas oportunidades de ir al encuentro de lo que le dé plenitud. Y es precisamente Jesús, −camino, verdad y vida− quien plenifica al hombre. Los judíos saben que Jesús da algo más que razones (Jn 6,1-12), pero les cuesta asimilar las enseñanzas del Maestro. Se necesita tener espacios para escuchar, meditar e interiorizar; para conocer el verdadero sentido de la Palabra del Señor, en lugar de estar discutiendo por situaciones no asimiladas.

A los contemporáneos de Jesús les fue difícil aceptar sus afirma-ciones, pues no estaban preparados para recibirlas. Asimis-mo, Muchas personas de hoy no creen el mensaje de Jesús debido a la incredulidad en la que vivimos. Ideas contrarias al mensaje cristiano han cundido, sobre todo, en las gene-raciones más jóvenes. Y constantemente se presentan una serie de objeciones a la propuesta de vida que los cristianos podemos ofrecer. Literalmente, se duda del mensaje. Claro está que quien no ha experimentado la presencia del Señor, quiere todo entenderlo sólo a la luz de la razón, sin dejar espacio a la fe.

Sin embargo, la Eucaristía siempre ha estado al alcance de todo fiel cristiano. La riqueza que nos ofrece es incalculable. Es la misma presencia del Señor en medio de su pueblo para saciar su hambre y ofrecerle la verdadera vida que el hom-bre necesita. La Eucaristía es la verdadera fiesta con sabor a eternidad, es el más grande banquete que el hombre puede recibir. Quien participa de esta fiesta participa de la vida divina. El participante goza de la vida plena que en ella se ofrece. El hombre que está lleno de la presencia de Dios no puede más que repartir amor a los que le rodean.

Contemplar la Eucaristía significa contemplar a Jesús y al Padre que están unidos. Y el creyente que permanece en Cristo mediante la comunión genera, a su vez, comunión con sus hermanos creyentes. Así que el secreto es permanecer en Cristo. Por tanto, un fruto del comulgar el Pan de vida es

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la vida en armonía interior y en paz con los demás. ¿Qué ser humano no busca esto para sí? Todos quisiéramos vivir siempre bien con nosotros mismos y con los demás.

La celebración Eucarística es el centro de la vida cristiana y nece-sitamos seguir reflexionando y asimilando esto en nuestra vida diaria. El Vaticano II dice al respecto “se recomienda especialmente la participación más perfecta en la Misa, reci-biendo los fieles, después de la comunión del sacerdote, del mismo sacrificio, el cuerpo del Señor” (SC 55).

ORACIÓN

Después de haber escuchado y aceptado la palabra de Dios en los pasos anteriores, ahora se trata de entrar en diálogo con Dios a través del texto leído y meditado. Somos nosotros y yo quien ahora habla al Dios que me ha hablado en su Pala-bra. Hablemos a Dios de lo que nos ha dicho en su Palabra y de las necesidades que percibimos en nuestros contextos cotidianos.

Propongo que hagamos como oración un fragmento de la se-cuencia de la Solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo:

Gustosos hoy aclamamos a Cristo, que es nuestro pan, pues Él es el pan de vida, que nos da vida inmortal…Es un dogma del cristiano que el pan se convierte en carne, y lo que antes era vino queda convertido en sangre…Su sangre es nuestra bebida; su carne, nuestro alimento;pero en el pan o en el vino Cristo está todo completo…El pan que del cielo baja es comida de viajeros.Es un pan para los hijos. ¡No hay que tirarlo a los perros!Isaac, el inocente, es figura de este pan, con el cordero de Pascua y el misterioso maná.Ten compasión de nosotros, buen pastor, pan verdadero.Apaciéntanos y cuídanos y condúcenos al cielo.

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A continuación se presentan algunas pistas de petición a partir de lo que el texto propone:

a) Alabemos al Señor por tan gran iniciativa que tuvo de estar siempre en medio de nosotros, los hombres, y por la senci-llez con la que ha decidido quedarse con nosotros a través del pan y del vino.

b) Pidamos al Señor por todas las personas que han podido reconocer a Jesús en la Eucaristía, para que sigan unidos al Señor dador de vida y puedan compartir la meditación de este Misterio con aquellos que no lo conocen.

c) Roguemos por las personas que no creen en la Eucaristía, para que el Señor toque su corazón y puedan, movidos por Él, acercarse a tan gran Banquete que se ofrece constante-mente a todos los hombres de buena voluntad.

d) Oremos por todas las personas que no creen en la vida que ofrece el Sacramento del amor y viven en fuertes depresio-nes, para que el Señor les conceda la gracia de encontrarse con Él en esta fiesta divina.

e) Recordemos en nuestra oración a todas las personas que llevan la Eucaristía a los enfermos, para que siempre en-cuentren en dicho Sacramento fuerza para seguir realizando su apostolado con entusiasmo.

f) Encomendemos a Dios a todos los sacerdotes, por cuyo me-dio el Señor se hace presente entre nosotros, para que sigan alimentando al pueblo santo de Dios en este camino hacia la patria eterna.

g) Supliquemos por todos los que tenemos la oportunidad de comulgar constantemente el Cuerpo y la Sangre del Señor, para que no sea un alimento que nos condene, sino que se convierta en un alimento que nos prepare para la Resurrec-ción y la vida eterna.

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h) Pidamos al Señor por las personas místicas que tiene el pri-vilegio de poder contemplar a Jesús realmente presente en la Eucaristía y tienen la posibilidad de vivir su cielo desde aquí en la tierra, para que intercedan por todos los que creemos en la Eucaristía, sin ver, y por aquellos que se niegan a creer.

CONTEMPLACIÓN-ACCIÓN:

La contemplación es el punto de llegada de la Lectio Divina: sumer-girse en Dios. Se trata de disfrutar de la paz que en Dios se encuentra, contemplándolo en su Palabra, para salir al en-cuentro de los hermanos llenos de luz; de esta manera, la realidad en la que nos encontramos es iluminada desde Dios.

No hay mayor grandeza para el hombre que poder estar en per-fecta contemplación de su Dios, manifestado en el Hijo; el tener la certeza de que al ver al Hijo se contempla al Padre que se ha hecho cercano al hombre. Los creyentes no te-nemos mayor dicha que el tener un Dios tan cercano que consuela al hombre, lo alienta en sus luchas, le da luz en sus oscuridades, lo levanta en sus caídas, lo anima a ir adelan-te, lo fortalece en sus debilidades… No podemos más que extasiarnos en tan gran maravilla: la manifestación amorosa de Jesús Sacramentado.

Contemplar a Dios, el amor de los amores, urgido por estar con el hombre tan necesitado y carente de amor. Es Jesús mismo quien busca darle lo mejor a los hombres y que se encuen-tra siempre con las manos extendidas para ofrendarse por sus hermanos. Un Jesús ocupado y preocupado por ofrecer la vida verdadera a los que no la tienen o no han podido disfrutar de ella por las circunstancias adversas de la vida.

La vida misma late en cada hostia consagrada, así que no hay mayor contemplación a la que el hombre pueda aspirar, que poder estar frente a Jesús presente en el Sacramento

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del Amor para alcanzar tanto lo que anhela en este mundo, como la vida verdadera por la que todo lo demás se consi-dera basura. “¡Oh, Jesús!, Hostia Consagrada, haz de mi corazón tu digna morada” para siempre estar en tu adoración.

Contemplar al Dios de la vida hace que el hombre tenga mucho que ofrecer a sus hermanos, necesitados de vida verdadera. El Señor es capaz de transformar nuestra naturaleza humana, dañada por el pecado, para poder ofrecer al mundo perso-nas que tengan la fuerza para colaborar en la construcción de una sociedad mejor.

Cada creyente puede darse siempre un tiempo suficiente para dejarse llenar de la presencia divina visitando, preferente-mente, cada Sagrario abandonado, llenando de alabanzas a Aquél que merece toda alabanza por los siglos de los siglos.

Elaborada por:Lic. María del Socorro Becerra Molina, hmsp.