Fotogramas de mi ciudad y su memoria. Posibilidades de una ciudad educadora

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Fotogramas de mi ciudad y su memoria. Posibilidades de una ciudad educadora Paola López Contreras *Fotografías del GAM y la vista desde mi departamento ¿Es posible pensar en una educación cívica-ciudadana en la ciudad? ¿Podría la calle ser un espacio abierto, constructor de realidad, creador de posibilidad y libertad para el ser humano? ¿Es posible que la calle y la ciudad den al sujeto las claves de su propia transformación? ¿Puede la ciudad, con sus murallas, edificios, parques y cementerios, transmitir valores sociales y culturales que le permitan al hombre y mujer identificarse consigo mismo y en comunidad? Son muchas las interrogantes que se me vienen a la mente al pensar en la posibilidad de una ciudad educadora, pero más allá de pensar tan solo teóricamente en cualquier ciudad con sus propias características y sus posibilidades de enseñanza, aprendizaje y sus relaciones activas y pasivas con los sujetos que la habitan, me parece esencial pensar en esta ciudad que habitamos y que habito actualmente y no solo la ciudad entera, sino mis barrios, los barrios que conozco desde pequeña o desde hace poco y las calles y pasajes que son parte de mi paisaje cotidiano y experiencia citadina.

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Paola López Contreras ¿Es posible pensar en una educación cívica-ciudadana en la ciudad? ¿Podría la calle ser un espacio abierto, constructor de realidad, creador de posibilidad y libertad para el ser humano?

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Fotogramas de mi ciudad y su memoria. Posibilidades de una ciudad

educadora

Paola López Contreras

*Fotografías del GAM y la vista desde mi departamento

¿Es posible pensar en una educación cívica-ciudadana en la ciudad? ¿Podría la calle ser un espacio abierto, constructor de realidad, creador de posibilidad y libertad para el ser humano? ¿Es posible que la calle y la ciudad den al sujeto las claves de su propia transformación? ¿Puede la ciudad, con sus murallas, edificios, parques y cementerios, transmitir valores sociales y culturales que le permitan al hombre y mujer identificarse consigo mismo y en comunidad?

Son muchas las interrogantes que se me vienen a la mente al pensar en la posibilidad de una ciudad educadora, pero más allá de pensar tan solo teóricamente en cualquier ciudad con sus propias características y sus posibilidades de enseñanza, aprendizaje y sus relaciones activas y pasivas con los sujetos que la habitan, me parece esencial pensar en esta ciudad que habitamos y que habito actualmente y no solo la ciudad entera, sino mis barrios, los barrios que conozco desde pequeña o desde hace poco y las calles y pasajes que son parte de mi paisaje cotidiano y experiencia citadina.

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Fotograma Nº 1: el paso del campo a la ciudad.

Mi papá y yo en el campo

Crecí en el sur de Chile, en una isla dentro de otra isla, teniendo una tranquilidad y un modo de vivir muy distinta a la que tengo ahora. No fue fácil el paso de la vida tranquila y lenta del campo del sur, la lluvia y las condiciones climáticas que curten la piel y el ánimo a una vida citadina que no duerme ni descansa. Santiago centro en su locura diaria, sus inmigrantes, vendedores, perros, vagabundos, una mezcla entre la vida y la muerte, una conexión directa y a ratos abismante o cruda de la realidad.

Ya acostumbrada después de varios años a la ciudad, se ha ido transformando en mi tránsito, ese transitar rutinario y constante, ese caminar automático e inconsciente. Me pregunto, ¿Cómo recuperar o establecer una conexión íntima e insoslayable con la ciudad, con aquel espacio que nos cobija, nos une y nos separa?

La vida rural, con toda su complejidad y características propias, aportaron en mi una actitud cercana con aquello que llamamos “naturaleza”, aprendiendo a trabajar la tierra y convivir con ella en todas sus dimensiones. Esto en parte cambió. La ciudad frente a su torbellino de estímulos y problemáticas, me ha hecho separarme y desentenderme de la misma, por el agotamiento que me provoca y porque a ratos me parece que estas calles y lugares me son ajenas, impropias, extrañas, me hacen perder la conexión con el suelo que piso tarde tras tarde y a la vez siento que esa desconexión me desconecta un poco de mí misma.

¿He aprendido algo de esta ciudad en la que tanto he caminado y recorrido pese al poco tiempo que llevo en ella?

Fotograma N 2: ”Hay dos panes. Usted se come uno, yo ninguno. Consumo promedio: un pan por persona” Diálogo con la ciudad.

* Escrito en una micro

Camino y en cada paso los muros me claman y me hablan constantemente, a través de grafittis, rayas, mensajes, piedras, hoyos, derrumbes y polvo que despiertan y me sacan del sopor matutino por segundos, muchas veces los mensajes me remecen, me recuerdan que en las noches otro mundo habita las calles, un mundo silenciado. El 2005

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participé de una salida nocturna por todos los barrios céntricos de Santiago para conocer y compartir con gente que vive en la calle. Pese a que fue una sola experiencia me caló hondo y ya no puedo pasar por los mismos lugares de antes como si nada, me detengo, incluso sin preverlo y recuerdo las camas, los colchones, las familias, el hambre, la libertad, el canto, la sonrisa de quien allí duerme cada noche. Por ello, al caminar apurada, veloz, con la mente perdida en cualquier otro lugar y pisar aquellos lugares en donde sé que hay vida y familias durmiendo en la oscuridad, hasta siento que no puedo pasar caminando del mismo modo, como si estuviera pisando una tumba, la sensación de perturbación, sacrilegio, de que no piso solo calle y cemento, sino camas y sueños. Sin embargo, el miedo y la rutina viviendo en Santiago paralizan, la ciudad atrapa de tal modo que siempre o dejas todo para mañana o terminas prefiriendo la comodidad del arrepentimiento antes que la incomodad de la acción y ejercicio de abrir los ojos. Ser conciente del lugar donde uno vive y de quién vive a nuestro lado puede abrirnos un campo de posibilidades notablemente, pero también nos vemos atrapados en una responsabilidad y relación con el otro que se muestra como insalvable. He allí el dilema.

Fotograma Nº 3: La calle como un tránsito de vida.

*Graffiti en una pared, Calle Curicó.

La calle se ha transformado en un mero tránsito y por lo mismo, hay que pasar rápido, veloz, correr como si se estuviera perdiendo tiempo valioso, apurarse, refugiarse, buscar protección pronto, huir de esta ciudad, de la locura de Santiago, de sus calles, hacinamiento, del metro, los empujones, de las discusiones, hombres y mujeres callados y adormecidos por la mañana, los perros en la calle, la basura, los vendedores, el ruido incesante, en fin un “tránsito” que asusta a cualquiera. ¿Cómo es posible que toda la cantidad de horas en que estamos transitando de un lugar cerrado a otro, sean así, muertas e impasibles, desenfrenadas y aceleradas? Hemos dejado de observar, somos peatones, pero no “paseantes” y nos vamos perdiendo a la vez en ese transitar, como nuestra corporalidad que prácticamente desaparece. Nuestra mente se esfuma en pensamientos e ideas y no nos hacemos conscientes de que estamos realmente allí, caminando con nuestros sentidos casi apagados en una ciudad que más allá de ser una locura a ratos, puede enseñarnos muchísimo. Y me pregunto una y otra vez ¿A qué le tenemos miedo? ¿Por qué huimos y nos escondemos?

“La ciudad no puede ser un simple contenedor o un amontonamiento de instituciones, programas e intervenciones educativas sectoriales, desconectadas entre sí y cada una de ellas, como suele ocurrir, con vocación de autosuficiente” 1 ese aislamiento del que somos parte no es azaroso, sino más bien es representativo del mundo actual y de esa falta de vida en comunidad, de la pérdida de los espacios públicos, la privatización amenazante y un estilo

                                                                                                                         1  Trilla,  J.  “La  educación  y  la  ciudad”.  en  Otras  educaciones.  Barcelona,  Anthropos,  1993,  p.  182.    

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de vida que nos consume y nos encierra entre cal y cemento, dejándonos ciegos ante el mundo que no está allá afuera, sino que somos siempre en el afuera y el adentro como uno solo. Y la escuela al parecer se ha olvidado de esto.

Fotograma Nº 4: La escuela como antítesis de la calle

* Esténcil grabado en una pared, calle Curicó. Dice “Nuestra mejor arma es la educación”.

¿Por qué la escuela prescinde de la calle? ¿Acaso le tiene miedo a la ciudad? ¿Por qué niega un espacio construido por y para el hombre, espacio del ser humano por excelencia? ¿Es que acaso la escuela tiene su propia ciudad interna? ¿Tiene sus propias calles y pasillos atormentadores? ¿Tiene su propio flujo y tráfico?

Los muros y murallas separan virtualmente lo público de lo privado, las escuelas y casas de la ciudad, separando a veces a la escuela de la vida y experiencia misma. Dentro de estos muros, símbolos de aislamiento y protección, todo tiene la posibilidad de ser controlado, el caos de la ciudad no se asoma y no debe asomarse.

La ciudad se parece más a la vida misma, impredecible, incierta, desordenada, beligerante, pero a ratos amable y acogedora. La escuela es más artificial de lo que imaginamos, con sus mecanismos de control y orden con poca posibilidad de transgredir a sus espacios físicos y simbólicos impuestos, todo pareciese que tuviera más calma, es “otro mundo”. ¿Qué pasaría si fuese todo ciudad abierta y libre? ¿Viviríamos acaso en calles, patios y plazas? El encuentro que ocurre del sujeto con el mundo se ha hecho más abismante, porque se le ha negado a la escuela el ingreso del mundo. Ese encuentro denso, complejo y deforme del sujeto con la ciudad, muestra a la vez un miedo a la calle y su caótico orden.

Muchas veces escucho a mis estudiantes y amigos decir: “te falta calle” queriendo expresar que te falta cruda realidad y experiencia directa. La escuela no la entrega, sí la calle. “Por qué me dicen todo el tiempo que no sé nada de la vida, que soy inmaduro, si no me conocen, soy de la calle, del barrio, profe…no me conocen” me dice Alexis enojado con la escuela. “Mi calle es mi barrio, ahí está todo, por eso no me interesa estudiar, quiero ganar plata no mah!, gastarla en mis cosas, en mi barrio con los cabros, eso es the real” agrega. La experiencia de la calle es directa, sin intermediarios, cruda e intensa, pero más “real” que la escuela, como dice mi estudiante. La calle no necesita definirse, ni explicarse, no necesita justificaciones ni fundamentos de ser, solo es, se camufla en los individuos, en su piel, si estas allí, eres calle, somos calle. Te fundes con ella, caminando por los recovecos y sinsentidos de Santiago, casi como si estas ilógicas formas de construcción se hubieran hecho parte de nosotros mismos.

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La calle en su desorganización es la posibilidad de potenciar todo aquello que la escuela no potencia. La calle y la ciudad, entramados como uno solo tienen una potencia educadora inimaginable. ¿Qué señas y símbolos nos entrega la ciudad?

Por ejemplo, el simbolismo potente que significa “tomarse” las calles, las movilizaciones estudiantiles nacieron como un gesto de apropiación de un espacio humano y se instaura como posibilidad para volver a crear no solo escondidos tras cuatro paredes, sino crear-compartir, ser-afuera, ser con los otros. Según lo que pude observar en mi centro de práctica, después de las intensas movilizaciones estudiantiles y tomas dejó de haber un miedo tan grande como antes al espacio físico de la escuela, los estudiantes conocieron sus escondites, sus lugares inaccesibles y privados. “Ahora ya sé como escapar del liceo, se cómo llegar al techo sin que me vean si quiera, por eso ya no tenemos miedo a la inspectoría, podemos escapar cuando queramos” me comenta Daniela. “Ahora siento que conozco de verdad mi escuela, después de las tomas del año pasado” agrega.

La fuerza de las calles se vive en el barrio o en las marchas, como esos momentos de irrupción a la rutina de los citadinos, masa amorfa de ciudadanos con una identidad múltiple y variante. Y esa fuerza que hoy se transformó en frustración y energía contenida, se ha asomado, sin que pudieran si quiera detenerla, en las paredes de los liceos, en las aulas, recovecos de las escuelas y en las pizarras como esperando irrumpir de modo abrupto en cualquier ocasión. No obstante, latente en los gestos y ánimos de los estudiantes y profesores/as, en el desinterés de un lugar que se habita día a día, que pudo ser apropiado intensamente, con sudor, lágrimas, huelga de hambre, sonrisas y convicciones. Sin embargo, ahora se hace ajeno nuevamente, se hace abismante. Existe un clima en la escuela gritando a voces la incomodidad que aqueja. “¿Cómo es posible que pese a todo lo que hicimos, profe, todo en esta escuela siga igual?” me interpela Jaime.

El medio urbano es posible de considerar como contexto de acontecimientos educativos – nos indica Trilla. Acontecimientos que no son necesariamente positivos, pero que sí nos enseñan desde aspectos tan básicos como aprender a movernos, a valorar ciertas cosas sobre otras, a cuidarnos, a tomar decisiones, etc. hasta educarnos en nuestra historia, manteniendo viva la memoria, o al menos intentándolo y a saber cómo vivir en comunidad. Existe una fuerza con la que el hombre y la mujer construyen, edifican y crean, ya sea para tapar lo que se ha vivido, esconder el dolor o por el contrario se realizan monumentos y esculturas para nunca olvidar o iniciar nuevos recuerdos. Es por ello, que los edificios nos transmiten las vibras de otros tiempos y sus muros guardan historias y experiencias que no siempre somos capaces de entender y que muchas veces queremos tapar. A fin de cuentas, la ciudad lo alberga todo: desde las instituciones escolares formales hasta el espacio para que la educación no - formal o informal ocurra. Y todas las fuerzas educativas pueden complementarse y de hecho, son parte de lo mismo: de la educación de un individuo y una comunidad en desarrollo que en su proceso de adaptación y desadaptación constante, no solo es capaz de apropiarse de los lugares y espacios en que habita, sino que además es capaz de destruir y re-construir nuevas formas de vida y nuevos espacios renovados. Pero, sobretodo me parece importante rescatar que la ciudad nos une, es el espacio por excelencia que compartimos y nos permite aunque no deseemos darnos cuenta que no estamos en el mundo solos y que nuestras acciones, por más individuales que parezcan, afectan e influyen a otros y otras en cada momento.

En términos generales podemos decir que “la ciudad es un entorno educativo, pero también es una fuente generadora de formación y socialización” 2 que nos abre a la posibilidad constantemente de encontrarnos abismalmente con los otros y otras. La calle ha sido llamada la “escuela de la vida” y no por nada, sino que ella nos enseña a movernos, a utilizarla no solo como medio, sino como estancia de vida, a leer los símbolos y recursos que nos entrega

                                                                                                                         2  Ibíd.,  p.  183.  

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y nos son útiles para desarrollarnos. Las calles y barrios de la ciudad son fuente de significantes, dispuestos por y para el ser humano. “La ciudad es un amplísimo depósito de recursos para la autodidaxia y la autoeducación permanente” 3 y allí cumple un rol potente la escuela en su tarea de abrir el espacio a los medios urbanos, para que niños, niñas y jóvenes sepan por sí solos cómo acceder, aprender y hacer de la ciudad un lugar propio; puesto que si se ha vuelto un lugar peligroso, agreste para los niños y niñas y un lugar en el cual no se puede transitar, ni pasear tranquilo, menos en la oscuridad de la noche, no debemos seguir cerrando la posibilidades de enfrentarnos a la ciudad, o sino ésta se convertirá en un completo campo de batalla ajeno y viviremos aislados, encontrando el modo de pasar de un lugar a otro, quizás en el futuro “teletransportándonos”, pero dejando de vivir en el espacio común y negando posibilidades que solo allí son posibles.

“Aprender la ciudad – agrega Trilla – significa también sobrepasar la parcela de ciudad que constituye el hábitat concreto de cada cual, ampliar el horizonte de las vivencias inmediatas y cotidianas del propio entorno urbano” 4 y al experimentar y vivir en la ciudad podemos hacernos conscientes de sus déficits y excesos de modo crítico y participativo, para sentirnos parte de un espacio que se nos aleja sin parar.

Fotograma Nº 5: Una nueva posibilidad para mirar y experimentar la ciudad. Reflexiones a partir de un tour guiado llamado “los paseantes” de Walter Benjamín, realizado en el Centro Cultural Gabriela Mistral, durante junio de 2012.

* Botillería esquina Santa. Isabel con Portugal. Graffiti del mar.

¿Existe una vía para mirar, caminar y aprender de la ciudad de un modo distinto? W. Benjamin nos dice que en el momento en que dejamos de solo transitar y miramos y re-miramos nuestra ciudad, sus conexiones con nosotros mismos, con la propia memoria que nos desgarra, con nuestra historia y en general la ciudad y sus edificios con sus nombres correspondientes y cargados de símbolos y valores, nos transformamos en paseantes en nuestra propia ciudad. Pese a que cuando hablamos de ciudad o espacio, pensamos en un algo externo a nosotros mismos, creo también que la ciudad nos habita de modo interno, la llevamos con nosotros, nuestros espacios internos y externos, símbolos y físicos están más imbricados de lo que suponemos. “Para el flaneur (paseante) su ciudad ya no es su patria, sino que representa su escenario”. La ciudad es nuestro escenario performático, es decoración de nuestra vida interna y externa. El ejercicio de mirar con atención lo que nos rodea es solo el primer paso para descubrir otras cosas.

Es interesante volver a pasar por los lugares habituales, pero con atención, con otra mirada, re-conociendo cada lugar, encontrando objetos, señales, grafittis y puertas que parecían pertenecer a cualquier otro lado, que contaban una historia, que resaltaban un sentido distinto

                                                                                                                         3  Ibíd.,  p.189  4  Ibíd.,  p.190.  

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y nuevo a las calles y pasajes. “El estado de las cosas son almacenamiento de capas…” 5 nos dice Benjamin, y por tanto, hay que cavar para encontrar los auténticos u originarios valores de las cosas materiales, como un ejercicio de búsqueda en lo concreto y lo particular de lo esencial, que residiría en el mismo lugar, pero atravesado por nosotros mismos. “Dialectizar la relación pasado/presente a través de la exploración del mundo circundante” 6, en donde la experiencia, esa “máscara impenetrable”, se transforme ahora en la clave para la producción de sentido en un espacio que puede ser realmente “habitado” por mí, es decir, experimentado, vivido, sentido, amado, etc. Y en los edificios, calles, señaléticas, puertas, ventanas, corredizos y pasajes se puede encontrar la presencia de ese “espesor temporal” que nos conecta con la memoria, una “constelación” como dice Benjamin, es decir una red relacional intensa, en donde no está solo el pasado grabado en los muros envejecidos por el tiempo, sino que esa memoria histórica, cultural y social se junta “en un destello”, tal cual estrella, con el ahora, con la experiencia de yo como sujeto, parada frente al mismo muro donde han acaecido balazos y besos en otros tiempos, para formar una red única, dado que ya no es pasado como pasado aislado, ni presente como yo caminando en tránsito a ciegas, sino que es un diálogo mudo y con sentido con el mundo que me rodea. Y deja de ser mundo, sino que soy yo también: soy pared, soy balazo, soy torturada, soy amada, soy historia, soy calle, soy vida, soy ahora.

Fotograma Nº 6: Reflexiones finales.

*La ciudad de noche desde mi ventana.

Miro mi ciudad, puesto que ya la siento mía, como fotogramas de una película que no termina y no empezó conmigo. Como instantes, recuerdos, como luz intensa captada en la memoria y guardada como si fueran segundos. La vida de la calle se pasa rápido ante mis ojos, pero no tanto ya por la percepción extraña y difusa del tiempo, sino porque al hacer el ejercicio de incluso recorrer mentalmente mi ciudad, me doy cuenta que llevo más kilómetros recorridos de lo que pienso, que he puesto mi mirada en tantas cosas, pero no necesariamente las he visto. Paso fotograma tras fotograma y pienso ¿En qué ciudad he vivido? ¿Qué valores y símbolos he guardado de ella?

Si la escuela no se abre hacia la calle, siempre será la antitesis de la misma, será la institución huraña que se resguarda quien sabe de qué realmente. Será ajena y enajenante, será bloqueadora de las conexiones de vida de los estudiantes, de sus barrios y hogares, de las calles internas que portan, de los mensajes que movilizan, de los gritos que marcan en las paredes de sus escuelas. ¿Por qué dar la espalda a una ciudad que nos da la posibilidad de educarnos? Que para bien o para mal nos conforma, nos arma y desarma y nos convierte en los sujetos que somos. La ciudad, al igual que para un actor es el escenario. No se puede

                                                                                                                         5 Benjamin, Walter. “Crónica de Berlín”. En Escritos autobiográficos. Versión Online. 6 Cella, Susana. La ciudad y el método.

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actuar flotando en el vacío, el escenario se encuentra indisolublemente conectado con nuestros cuerpos y emociones.

Ahora me queda pensar y abrirme camino a explorar las calles de mi vida y los pasajes mentales y emocionales en que he vivido para re-afirmarme y a la vez hacer parte en mi labor docente las calles de mis estudiantes, a los barrios que cada uno moviliza y hacer común, abierta, libre y pública una ciudad que nos educa y nos acoge.

Bibliografía utilizada

 

• Benjamin, Walter. “Crónica de Berlín”. En Escritos autobiográficos. Versión Online.

• Cella, Susana. La ciudad y el método. Ponencia II seminario Internacional políticas de la Memoria. Buenos Aires, Argentina. Link: http://www.derhuman.jus.gov.ar/conti/2010/10/mesa-05/cella_mesa_5.pdf

• Trilla, J. “La educación y la ciudad”. en Otras educaciones. Barcelona, Anthropos, 1993.

• Conversaciones con mis estudiantes del Liceo Darío Salas.

• Apuntes  de  clases  

** Nota: Todas las fotografías que aparecen en el presente trabajo fueron tomadas por mí en Santiago centro, durante julio. A excepción de la primera fotografía, en la que salgo junto a mi padre, que fue tomada por mi madre hace ya 22 años atrás.