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FONDO DE CULTURA ECONÓMICA DICIEMBRE DE 2016 552 FIL 2016 AFINIDADES LATINO AMERICANAS

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F O N D O D E C U L T U R A E C O N Ó M I C AD I C I E M B R E D E 2 0 1 6 552

FIL 2016AFINIDADESLATINOAMERICANAS

José Carreño Carlón Director general del fce

Martha Cantú, Adriana Konzevik, Susana López, Socorro Venegas, Rafael Mercado, Karla López y Octavio Díaz Consejo editorial

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La Gaceta es una publicación mensual editada por el Fondo de Cultura Económica, con domicilio en Carretera Picacho-Ajusco 227, Bosques del Pedregal, 14738, Tlalpan, Ciudad de México. Editor responsable: Roberto Garza. Certifi cado de licitud de título 8635 y de licitud de contenido 6080, expedidos por la Comisión Califi cadora de Publicaciones y Revistas Ilustradas el 15 de febrero de 1995. La Gaceta es un nombre registrado en el Instituto Nacional del Derecho de Autor, con el número 04-2001-112210102100, el 22 de noviembre de 2001. Registro postal, Publicación periódica: pp09-0206. Distribuida por el propio Fondo de Cultura Económica. ISSN: 0185-3716

Fotografía de portada © León Muñoz Santini

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Norman Manea: afi nidades latinoamericanas

El fce se congratula por el otorgamiento del Premio de Literatura en Lenguas Romances de la XXX Fe-ria Internacional del Libro de Guadalajara al escri-tor rumano Norman Manea, exiliado en Nueva York hace más de 25 años. Este premio busca estimular el diálogo entre las lenguas originadas en el latín. La distinción de América Latina como invitada espe-

cial a esta feria es una magnífica oportunidad para fomentar la comu-nicación con la literatura de Rumania, país distante geográficamente pero cuyas afinidades culturales con América Latina no son menores y merecen ser exaltadas.

Norman Manea es un lector atento de los escritores del boom lati-noamericano desde los años sesenta, en particular de Julio Cortázar y otros inmediatamente anteriores como Jorge Luis Borges y Ernesto Sabato; su obra temprana se nutrió de las mismas fuentes de los escri-tores del boom (William Faulkner y otros); su estilo literario es pare-cido al barroco de muchos latinoamericanos, si bien últimamente ha empezado a experimentar con el estilo directo de los escritores nor-teamericanos modernos, como lo están haciendo muchos escritores jóvenes latinoamericanos también.

“En la psique de la nación —dice Manea— persiste desde siempre la contradicción esencial de la paradoja rumana: la latinidad de la lengua y la religión cristiana ortodoxa. Las raíces latinas de la lengua y la in-fluencia de la cultura occidental, especialmente de la francesa, man-tienen un equilibrio y una complementariedad con el bizantinismo. Con un ojo, la nación mira hacia Occidente, y con el otro contempla los iconos del Este”.

La idiosincrasia rumana descrita críticamente por Manea no parece muy distinta a la de nuestros pueblos: “Pueblo hedonista, caracteriza-do por una gran capacidad de adaptación y por un sentido melancólico de la fatalidad, los rumanos superaron las calamidades de la historia por medio de la resistencia y el pragmatismo, no por enfrentamientos bélicos”.

No es impropio decir que esa capacidad de adaptación ha ido acom-pañada de una gran capacidad de simulación y de cierta ligereza en el trato de los asuntos serios. Manea es muy severo con estos rasgos negativos de su pueblo, caldo de cultivo de las peores calamidades po-líticas: el fascismo, el antisemitismo y el totalitarismo, que azotaron al país muchos años, rasgos idiosincrásicos que no han desaparecido del todo en la Rumania poscomunista, capitalista y globalizada.

Uno de los precursores y maestros rumanos de Manea, el muy ilus-trado y casi desconocido Johann Sebastian, lo dijo así: “Nada es serio, nada es grave, nada verdadero en esta cultura de libelistas sonrientes. Sobre todo, nada es incompatible […] Por eso tenemos una cultura de brutalidades y transacciones”.

Nuestras afinidades con la cultura rumana son, pues, de signo po-sitivo y de signo negativo. Que esta gran fiesta de la identidad cultural que es la Feria Internacional del Libro de Guadalajara mantenga en alto el espíritu crítico consustancial al ejercicio literario, como Norman Manea lo ha hecho en su fecunda trayectoria.�•

A Hard Rain’s a Gonna Fall (Una lluvia fuerte va a caer) 1963bob dylan

fil 2016Afi nidades latinoamericanasdossier

El Machete, paradojas y azaresroger bartra

Relectura de El Machete christopher domínguez michael

Terra Nostra en el siglo xxijulio ortega

El cambio climático.Causas, efectos y solucionesmario molina, josé sarukhán y julia carabias

Drogas, narcotráfi co y poder en América Latinaroberto garza

Norman Manea,la impronta del destinoramón cota meza

Centenario de Elena GarroTeatro completo y Obras escogidasgeney beltrán félix

Crónicas de la extinciónLa vida y la muerte de las especies animaleshéctor t. arita

Novedades

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A Hard Rain’s a Gonna Fall (Una lluvia fuerte va a caer)

1963bob dylan

I saw a newborn baby with wild wolves all around itI saw a highway of diamonds with nobody on itI saw a black branch with blood that kept drippin’I saw a room full of men with their hammers a-bleedin’I saw a white ladder all covered with waterI saw ten thousand talkers whose tongues were all brokenI saw guns and sharp swords in the hands of young childrenAnd it’s a hard, it’s a hard, it’s a hard, and it’s a hardIt’s a hard rain’s a-gonna fall.

Vi a un recién nacido rodeado de lobos salvajes Vi una carretera de diamantes sin nadie sobre ellaVi una rama negra goteando sangre frescaVi un cuarto lleno de hombres con martillos sangrientos Vi una escalera blanca cubierta toda de aguaVi diez mil parlantes con lenguas agrietadasVi pistolas y espadas afiladas en manos de pequeñosY es fuerte, fuerte, fuerteFuerte la lluvia que va a caer.�

El tono apocalíptico y las imágenes siniestras de esta canción parecen refl ejar el mundo violento y beligerante de su época pero su fuerza alcanza nuestros días. Allen Ginsberg dice que cuando la escuchó lloró porque parecía que la antorcha de las iluminaciones beat pasaba a otra generación.

poema

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El presente número es una breve selección del material que presentará el fce en la XXX Feria Internacional del Libro de Guadalajara. Ofrecemos una semblanza de Norman Manea, Premio de Literatura en Lenguas Romances 2016, dos textos sobre la revista El Machete, cuya colección completa en edición facsimilar será presentada, y otras novedades que esperamos resulten de interés. ¶ Como ya es tradición, el fce tendrá una nutrida participación en esta feria que se ha consolidado como la más importante en el mundo de habla hispana. Esta vez nuestra casa organizará 54 eventos que comprenden presentaciones de libros, mesas redondas, foros, talleres y lanzamiento de micrositios web de algunas de sus colecciones, lo que da una idea de su copiosa producción en el presente año. ¶ Los esperamos en Guadalajara del sábado 26 de noviembre al domingo 4 de diciembre.

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El autor de esta nota, director de la famosa revista de principios de los ochenta, rememora las circunstancias que dieron lugar a su publicación. La izquierda comunista necesitaba renovarse pero los medios debían ser improvisados también por necesidad. El resultado fue una publicación renovadora del pensamiento de izquierda en México. El fce publica ahora la edición facsimilar de todos los números de la revista.

El Machete, paradojas y azares

roger bartra

La revista El Machete fue fruto de una extraña y sorpresiva se-rie de paradojas, coincidencias y azares. Todavía hoy, al recordar la época lejana en que la dirigía, me encuentro incapaz de expli-carme plenamente la peculiar

coyuntura que dio lugar a su publicación. Me que-da claro que fue reflejo de una transición de la iz-quierda comunista a nuevas formas de actuación política; fue también fruto de la decadencia de una tradición radical que había caducado.

Ésta es la primera paradoja: surgieron nuevas expresiones políticas e intelectuales en el contexto de un viejo partido en proceso de extinción. ¿Cómo fue posible? En diciembre de 1979 me llegó la noti-cia de que el Comité Central del Partido Comunis-ta Mexicano (pcm) me había nombrado miembro de una pequeña comisión que debía impulsar la creación de una revista mensual de gran tiraje que reuniera a las corrientes intelectuales marxistas de diferente signo. ¿Era creíble que la maquinaria burocrática de un partido comunista impulsara una publicación plural, abierta y heterodoxa? Lo primero que hice fue reunirme con el secretario general del pcm, Arnoldo Martínez Verdugo, con quien me unía una buena amistad. Le pregunté si realmente había recursos para financiar un pro-yecto editorial de amplia circulación y si éste po-dría funcionar de manera independiente, no como órgano del partido. Martínez Verdugo no sólo me aseguró que se pensaba en una edición autónoma con un presupuesto seguro, sino que creía que su director debía ser yo y que tendría todo su apoyo. El resultado de esta situación paradójica fue que la revista apareció como “propiedad del pcm”: no se-ría un órgano o un apéndice sino una extraña em-presa que fue objeto de burlas por la contradicción de un partido comunista operando una propiedad presuntamente privada. Pero la paradoja ocultaba una realidad: la revista no sería expresión oficial del partido que la financiaba.

Desde luego, hubo complicaciones y proble-mas, pues varios dirigentes del partido intentaron crear formas de control que permitieran a la buro-cracia comunista vigilar la publicación. Ellos que-rían aplicar la vieja receta: imponer una dirección colectiva y un consejo editorial como instancia su-perior de control. Eso hubiera hundido a la revista en una estéril burocracia y la hubiera castrado. Al final logré que la cúpula misma del partido apoya-ra su autonomía contra los intereses y las intrigas de la vieja guardia intelectual comunista que no quería soltar las riendas del control ideológico. La solución a este conflicto fue el nombramiento de un comisario político —que aparecía como “edi-tor”—. Él se convirtió de hecho en el amortigua-dor que mantuvo a raya a los sectores duros de la burocracia comunista. Ocupó este cargo Eduardo Montes, quien, aunque formado en la antigua tra-dición, supo comprender y apoyar los experimen-tos poco ortodoxos e irreverentes que hicimos. La función de Montes fue una expresión más de la in-sólita paradoja que había creado El Machete.

En la conformación del equipo editorial, el azar jugó un papel muy importante. Como director, yo debía comenzar de cero y alejarme lo más posible de la burocracia del partido. Era necesario buscar militantes abiertos no convencionales, dispuestos a explorar nuevos caminos. Quienes acabamos haciendo El Machete no nos conocíamos antes de iniciarlo; procedíamos de medios muy diferentes y las contingencias de la vida política nos unieron en un arriesgado proyecto que fuimos construyen-do sin tener muchos ejemplos a los cuales recurrir como inspiración. Yo tenía muy poca experien-cia en la edición de revistas; mi práctica se redu-cía a la participación en una aburrida y ortodoxa

publicación del pcm, Historia y Sociedad, que ini-cialmente había sido nutrida y financiada por los soviéticos. Era necesario atraer a un buen perio-dista como jefe de redacción. Un día me encontré a mi amigo Carlos Payán, subdirector del diario Unomásuno, donde yo colaboraba, y se me ocurrió pedirle consejo. Me recomendó a un muy buen pe-riodista, de espíritu ágil y alegre, Humberto Mu-sacchio, muy inclinado a las ironías. Resultó que en esos momentos Musacchio estaba libre y dis-puesto a apostar por el arriesgado juego que co-menzábamos. Algo que me gustó mucho de él fue que su escudo de armas era la antisolemnidad, es-taba abierto a las innovaciones y a las bromas que la revista, según yo, debía impulsar.

El Machete también debía, a mi entender, rom-per con la ortodoxia. ¿Cómo encontrar a alguien dispuesto a hacer trizas los cánones tradicionales y los dogmas rígidos dentro de un partido comu-nista? Tuve la suerte de encontrar a un intelectual que reunía las condiciones que buscaba, el brillan-te dramaturgo, poeta, católico, homosexual y co-munista, José Ramón Enríquez. Le propuse que se integrara como secretario de redacción y acep-tó con entusiasmo. Más adelante sustituyó a Mu-sacchio en la jefatura. El trabajo de Hugo Vargas, joven reportero muy sensible a las nuevas expre-siones de protesta, fue también muy creativo. El equipo se completó con María Eugenia Uhthoff, que se encargó con gran habilidad de la gerencia, y con Alba Montiel, que llevó con eficacia las labo-res administrativas.

Faltaba encontrar a un diseñador gráfico que entendiera la clase de experimentos que quería-mos emprender. El reto consistía en que el diseño de la revista compensara el peso inevitable de las colaboraciones de camaradas sumergidos en las espesuras dogmáticas. Éste era un problema que tratábamos de resolver con la publicación de au-tores no comunistas, de colaboraciones extranje-ras no ortodoxas y mediante el uso hábil de títulos y subtítulos que rompieran la solemnidad de mu-chos artículos. Para encontrar al diseñador ade-cuado pedí consejo a mi amigo el pintor y escultor Vicente Rojo. Gracias a él conocí a Rafael López Castro, que entendió la idea y con gran gusto se mostró dispuesto a traducir gráficamente todas las audacias y a diluir con buen humor los textos más dogmáticos y pesados. Rafael López Castro trajo en nuestra ayuda a Alberto Castro Leñero, dibujante de gran finura, y completó su equipo de diseñadores con Marisela Bracho y Germán Montalvo.

Éste fue el núcleo que hizo posible la aparición de El Machete y su duración por quince meses. Su constitución fue producto de contingencias afortunadas, no resultado de negociaciones po-líticas o de correlaciones de fuerzas. Los pocos miembros de la redacción impuestos por presio-nes políticas no jugaron ningún papel relevante. El equipo se formó espontánea y azarosamente y todavía no me explico cómo ocurrió y por qué tuvo resultados que, vistos a la distancia y por otros ojos, al parecer fueron valiosos. Pero se sabe que el azar suele contrapuntear el contexto histórico, y que las cosas nos parecen azarosas sólo porque no entendemos las afinidades electi-vas que las conectan entre sí y con el ambiente que las rodea. Yo estuve demasiado comprome-tido con la revista y por tanto carezco de la ob-jetividad necesaria para entender las paradojas que la constituyeron. Tampoco puedo valorar los resultados. Pero me gusta comprobar con asom-bro, después de mucho tiempo, que, ciertamente, curiosas paradojas dieron vida a un experimen-to que duró poco pero que fue significativo para muchos.�•

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Relectura de El Machete Reconstrucción minuciosa de las circunstancias y avatares de la izquierda comunista mexicana que originaron el nacimiento de la revista El Machete a principios de los años ochenta, primavera intelectual que, no obstante su fugacidad, sentó el primer precedente de diálogo entre la izquierda y otras corrientes que ahora son parte de la vida política de México.

christopher domínguez michael

No sin cierta melancolía he cum-plido con mi tarea de releer crí-ticamente la revista El Machete, tan importante para lo que en-tonces se llamaba mi “formación ideológica” y que hoy permane-ce olvidada en las hemerotecas

como símbolo de la breve primavera intelectual y democrática que vivió el Partido Comunista Mexi-cano (pcm) poco antes de su disolución en 1981, episodio que a muy pocos importa, salvo a los his-toriadores y a quienes fueron protagonistas o muy jóvenes testigos, como yo, de aquella extravagancia nacida del acuerdo entre dos personajes excepcio-nales: el antropólogo Roger Bartra y Arnoldo Mar-tínez Verdugo, el último secretario general del pcm, quien tuvo la audacia de poner al partido en la línea de los eurocomunistas desde que condenó la inva-sión soviética de Checoslovaquia en agosto de 1968 hasta la postulación de las tesis del XIX Congreso, difundidas al público en el número 7 de El Mache-te, en noviembre de 1980. De haberse impuesto, aquellas tesis le hubieran cambiado el rostro a la izquierda mexicana.

Ocurrió, por desgracia, lo contrario. El Mache-te duró de mayo de 1980 a julio de 1981. Fueron solamente quince números que escandalizaron a la nomenclatura y a la mayoría de sus militantes, quienes respiraron aliviados cuando el Comité Central —la revista era legalmente “propiedad del pcm”— la descontinuó como una medida prepara-toria a la disolución del partido fundado en 1919 y legalizado por última ocasión en 1979, para fu-sionarse con tres grupúsculos estalinistas —el Partido Socialista Revolucionario, que sesionaba en la calle del 57 bajo un retrato del padrecito de los pueblos; el Partido del Pueblo Mexicano, que era una escisión del lombardismo y cuyo secreta-rio general cultivaba orondo el bigote estaliniano, y el misterioso Movimiento de Acción y Unidad Socialista, que en 1982, según pude comprobar en el velorio de su jefe Carlos Sánchez Cárdenas, tan sólo tenía unos veinte militantes— y un influyente grupo de intelectuales universitarios, profesores y sindicalistas modernizadores del nacionalismo re-

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volucionario —el Movimiento de Acción Popular, map—. Aunque las cabezas pensantes de la fusión fueron los dirigentes del pcm y la gente del propio map, las concesiones hechas a los estalinistas re-calcitrantes representaban el sentir del grueso de la militancia de lo que sería el Partido Socialista Unificado de México (psum), fundado por aclama-ción en diciembre de 1981.

Fueron malos los resultados electorales de aquella fusión, a la cual no concurrió el grupo na-cionalista del célebre ingeniero Heberto Castillo, uno de los ex presos políticos del 68, por no acep-tar, entre otras cosas, una herejía como El Mache-te. Al obtener su registro en julio de 1979, el pcm logró alrededor de 5% de los votos y una veintena de diputados federales. En las siguientes eleccio-nes, las presidenciales de 1982 con Martínez Ver-dugo como candidato del psum, el porcentaje no varió gran cosa; en las intermedias, las de 1985, el índice se desplomó a 3.8% debido a la competencia electoral de los trotskistas y los hebertistas.

En 1987 el psum se fusionó a su vez con el grupo de Castillo y nació el efímero Partido Mexicano So-cialista (pms), que al año siguiente fue atropellado por la exitosa candidatura del ingeniero Cuauhté-moc Cárdenas (1934), quien alegó fraude electoral en su contra y al cual se le reconoció oficialmente 31% de los votos tras la declinación a favor suyo del ingeniero Castillo, candidato del pms a la presiden-cia. El pms cedió el registro oficial y sus bienes a los ex priistas que habían demostrado saber pelear electoralmente desde la izquierda, por lo que muy pronto los comunistas se convirtieron en arrima-dos en la que había sido casa propia. En el Partido de la Revolución Democrática (prd), fundado en 1989, convergieron los leninistas de siempre con los más ambiciosos de los nacionalistas revolucio-narios. Una versión pragmática y oportunista de la llamada Ideología de la Revolución Mexicana sustituyó al pcm en el XIX Congreso, y al cajón de los recuerdos se fue la extravagante joya de su co-rona, El Machete.

En nombre de la panacea de la unidad, las fusio-nes izquierdistas fueron de escaso impacto electo-ral hasta que no se escindió el Partido Revoluciona-rio Institucional (pri) y se preparó el terreno para que el caudillismo, el estatismo, el clientelismo, la ignorancia de lo que sucede en el mundo y hasta la complicidad con el crimen organizado —común a todo el sistema de partidos en 2016— se convirtie-ran en el rostro de la izquierda mexicana del siglo xxi. Por eso nadie se acuerda o no se quiere acor-dar de El Machete, del que hay que decir, antes de examinar sus atractivas páginas, a veces audaces, a veces ingenuas, que representaba a una minoría ilustrada dentro del partido, encabezada por Bartra y sus dos colaboradores más cercanos, el periodis-ta Humberto Musacchio y el poeta y dramaturgo católico, además de comunista, José Ramón Enrí-quez, uno de los primeros homosexuales mexicanos en reconocerse como tal. Contaban con el apoyo de Martínez Verdugo, un estudiante de pintura que di-rigía el partido desde 1963 y al que su aspecto de gris apparatchik le servía para operar en la sombra a favor del aggiornamento; tras una penosa enfer-medad, murió al día en cuanto a qué debía ser una izquierda para el nuevo siglo.

Los cuernos de LeninEntre la propia intelectualidad del pcm estaban los principales enemigos de El Machete. Se trataba de los llamados “renovadores”, en un principio los trece miembros del Comité Central que hicieron público, retando las normas internas de discusión de esos menesteres, un manifiesto que llamaba a la “renovación” obrerista del partido, temerosos de su “parlamentarización” en la perspectiva del XIX Congreso. Los Renos eran encabezados por el eco-nomista de origen búlgaro Enrique Semo, maestro y luego rival de Bartra; por el brillante polemista Jorge Castañeda, en el año 2000 secretario de Re-laciones Exteriores del presidente panista Vicente Fox, y por Joel Ortega Juárez (1946), veterano del movimiento estudiantil. Eran buenos conserva-dores y, como el Tancredi de Lampedusa, querían cambiarlo todo para que no cambiara nada. A esta activa fracción ortodoxa, cuyos laureles universi-tarios confirmaban el hálito autoritario común a buena parte de la “nueva izquierda”, se sumaba la pobreza intelectual de la abnegada militancia, que en el citado XIX Congreso ovacionó ruidosamente la presencia del viejo Dionisio Encina, secretario general del pcm durante los veinte años más oscu-ros del estalinismo en México (1940-1959). Aquel congreso de la primavera comunista se celebró en

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plumas eurocomunistas más frecuentes en El Ma-chete —junto a la del catalán Jordi Borja—, la del español Mario Zapata, quien condenaba la inva-sión soviética de Afganistán, en el origen, hoy lo sabemos, de las guerras del siglo xxi, por ser “un regreso sin gloria a la Guerra Fría”. Otra pluma muy señalada entre la heterodoxia se hacía pre-sente en El Machete protestando contra aquella costosa aventura soviética: Rudolf Bahro, el disi-dente germano-oriental autor de La alternativa, una de las obras capitales en la fracasada empresa de lograr un “comunismo democrático” y quien, previa persecución y arresto, fue expulsado en 1979 a la República Federal de Alemania, donde murió tras militar en el ecologismo. Finalmente, el número cierra con una “rojonovela” gráfica sobre la huelga de la Cervecería Modelo, con argumento de Gonzalo Martré, uno de los principales narra-dores comunistas, ocurrente, siniestro y grosero. Los anuncios comerciales eran pocos y la mayo-ría, seguramente, obra del intercambio. Se anun-ciaban, de cajón, el Fondo de Cultura Económica y Ediciones Era, el sindicato de trabajadores de la unam, las Ediciones de Cultura Popular —edito-rial oficial del partido— y la cafetería Ginos, ad-ministrada por la esposa de Semo.

Tras promover el IV Festival de Oposición, he-cho a la manera de las fiestas de los periódicos co-munistas de la Europa occidental y siendo un acon-tecimiento muy esperado en aquella primavera del pcm, el número 2 de El Machete calienta el am-biente de la unidad de las izquierdas reflejado en el horizonte nacional, con artículos del reportero es-trella Hugo Vargas, el comunista Pedro López Díaz (muerto en 2010) y Arnaldo Córdova, principal fi-gura intelectual del map y autor de La ideología de la Revolución mexicana. Colaboran una vez más Zapata, en defensa e ilustración de la disidencia en el Este, y Adolfo Gilly, el más audaz y abierto de los trotskistas, que escribe sobre sindicatos y or-ganizaciones obreras. Se traducen una entrevista con Louis Althusser, obcecado en permanecer en el Partido Comunista Francés, otra con Christine Buci-Glucksmann, teórica marxista del Estado, y una más con la politóloga Diana Johnstone (1934) sobre la Yugoslavia posterior a la muerte del ma-riscal Tito, cuando ya se veía venir el separatismo que devendría en una guerra sangrienta a finales del siglo.

Era obvio, en ese punto, que la intelectualidad marxista local no tenía interés en escribir en una publicación tan sospechosa, y quienes lo desea-ban carecían del nivel de los autores que Bartra y sus amigos se veían obligados a traducir. Al final,

Félix Goded, todos ellos vigilados por el afable “es-pía” del Comité Central Eduardo Montes.

Buena impresión causaba la sección chismográ-fica “Ropa sucia”, donde se jugueteaba con la vida y milagros de nuestra izquierda, no sin arrebatos de solemnidad, como un elogio del entonces reciente-mente fallecido Jean-Paul Sartre, “contradictorio, trágico y creativo”. A lo largo de la corta vida de la revista, justamente esta novedosa sección exponía la imposibilidad de que El Machete trascendiera. Junto a los intentos desesperados de la redacción por introducir en cada edición el sentido del humor entre los comunistas, algún burócrata del propio partido o simple correligionario protestaba allí mismo contra la desacralización sufrida por sus valores dogmáticos.

Junto a un análisis interesante de los precan-didatos del pri, los entonces llamados “tapados”, ese número inicial vale la pena por la larga entre-vista, histórica, de José Ramón Enríquez a Carlos Monsiváis, que puso sobre la mesa la discusión pú-blica de los derechos de los homosexuales en Mé-xico, quienes un par de años atrás habían llevado a cabo la primera marcha del orgullo gay en la ca-pital. Reivindican los editores la política liberal en cuanto a sexualidad y feminismo de los primeros años bolcheviques, desterrada por el puritanismo estaliniano a principios de la siguiente década.

La revista, vía Enríquez, contaba con la solida-ridad telefónica de Monsiváis, indispensable en aquel México. Bartra había obtenido el respaldo de Gabriel García Márquez, quien asistió a varias reuniones de la redacción con la condición de no ser mencionado entre los padrinos de El Mache-te. Pero también había que tranquilizar a los inte-lectuales ortodoxos del partido, los economistas Semo y Sergio de la Peña, presentes en aquel pri-mer número. Semo se curaba en salud y repetía la conocida tesis de que el estalinismo había sido un accidente que no alteraba la sustancia vivifican-te del marxismo. Y dado que el estalinismo había sido oficialmente desechado desde el XX Congre-so del pcus en 1956, todo marchaba hacia el futu-ro glorioso, como lo prueba el catecismo de De la Peña, quien en la siguiente página asegura que el resurgimiento del pcm se debe a “las transforma-ciones creadas por la acumulación del capital y el desarrollo de las fuerzas productivas”.

Al elogio de la guerrilla salvadoreña, a la cual Gabriel Zaid (1934), aplicando la teoría de las élites, le practicaría un año después una despia-dada anatomía que enloqueció de rabia a toda la izquierda mexicana, y a la denuncia del imperia-lismo, le sigue una crítica escrita por una de las

el inconcluso, durante décadas, Hotel de México. Su vistoso frontispicio, la fachada del Poliforum, era y es la obra monumental del pintor estalinista David Alfaro Siqueiros (1896-1974), quien nunca se arrepintió de haber intentado asesinar en Coyoa-cán a la familia Trotski, en 1940.

Así, El Machete, el mal llamado órgano de los Dinos, “los dinosaurios” que defendíamos la “eu-rocomunización” del pcm, tenía, visto ahora, es-casas posibilidades de sobrevivir. No se trataba, hay que decirlo, de una gran revista, si se le com-para con un modelo de lectura obligada entre los izquierdistas heterodoxos de lengua española, El Viejo Topo (1976-1982), pues no eran análogas la rica tradición intelectual de los socialistas y anarquistas peninsulares y la pobretería del co-munismo autóctono entremezclado con el vetusto nacionalismo revolucionario en el poder, al grado de que, según cuenta Bartra, Rodolfo González Guevara, subsecretario de Gobernación de la vie-ja guardia del pri y más tarde miembro del prd, lo reconvino por dirigir un libelo tan irrespetuoso con los iconos del marxismo-leninismo.

Pronto se volvió habitual que los estalinistas del sistema, funcionarios del pri o sus satélites lombardistas del Partido Popular Socialista (pps) se rasgaran las vestiduras cada vez que salía El Machete, con sus inusuales veinte mil ejemplares, a los quioscos de la República. No en balde, cuando los comunistas mexicanos viajábamos a la Unión Soviética, se nos hacía sentir que nos invitaban porque no les quedaba de otra, pues “éramos fa-milia” y traíamos el abolengo en el apellido, aun-que el hombre de Moscú en México fuese durante años Vicente Lombardo Toledano (1894-1968), que no era comunista, y al pri se le diera trato, allá, de “movimiento de liberación nacional” en el poder.

Abramos, al fin, la revista. Su diseño, obra de Rafael López Castro, uno de los discípulos más bri-llantes de Vicente Rojo, sigue siendo atractivo por su sincretismo, el coqueteo con el cómic y la novela gráfica, la combinación entonces inusual de foto-grafía y formación original. Pero desde el principio asoma la contradicción insalvable: junto al tono burocrático con que se justifican esas nuevas pági-nas, con firma de Martínez Verdugo, cuyo pasado de artista gráfico raté es esencial en la microbio-grafía de la publicación, aparece la carta de un mi-litante de base que habla sobre la refundación de El Machete —nombre tomado de la revista cerrada en 1938, tras los años heroicos de los comunistas mexicanos—; misiva en realidad escrita, con áni-mo de divertimento, por la redacción, conformada por Fernando Danel Janet, Roberto Borja Ochoa y

fil 2016. afinidades latinoamericanas

plumas eurocomunistas más frecuentes en El Ma-chete —junto a la del catalán Jordi Borja—, la del español Mario Zapata, quien condenaba la inva-sión soviética de Afganistán, en el origen, hoy lo sabemos, de las guerras del siglo xxi, por ser “un regreso sin gloria a la Guerra Fría”. Otra pluma muy señalada entre la heterodoxia se hacía pre-

Félix Goded, todos ellos vigilados por el afable “es-pía” del Comité Central Eduardo Montes.

Buena impresión causaba la sección chismográ-fica “Ropa sucia”, donde se jugueteaba con la vida y milagros de nuestra izquierda, no sin arrebatos de solemnidad, como un elogio del entonces reciente-mente fallecido Jean-Paul Sartre, “contradictorio,

el inconcluso, durante décadas, Hotel de México. Su vistoso frontispicio, la fachada del Poliforum, era y es la obra monumental del pintor estalinista David Alfaro Siqueiros (1896-1974), quien nunca se arrepintió de haber intentado asesinar en Coyoa-cán a la familia Trotski, en 1940.

Así, El Machete, el mal llamado órgano de los

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habrían firmado por banal y rústico. Entre las rese-ñas, Musacchio atiende con cierta simpatía Daniel Cosío Villegas. Una biografía intelectual, obra del joven historiador Enrique Krauze (1947), un año después subdirector de Vuelta.

Ya comenzando la nueva década, en enero de 1981, El Machete analiza “el poder prestado” de los gobernadores mexicanos, que al dejar de serlo, con la aplicación constitucional del federalismo que trajo la alternancia en 2000, se volvió una pesadi-lla. El texto lo firma Miguel Ángel Granados Cha-pa (1941-2011), entonces articulista estelar de Uno-másuno y hasta su muerte la autoridad moral más constante del periodismo mexicano de izquierdas. Lo acompaña una reflexión sobre el campesinado —en ese subgénero de querellas, Bartra era jefe de escuela de los anticampesinistas—, aunque, en re-lación con el agro, el tema del momento era el Sis-tema Alimentario Mexicano del régimen de López Portillo. Se insistía con Polonia gracias a Zapata, y el poeta David Huerta (1949) traducía del francés al disidente soviético Roy Medvedev (1925), que rei-vindicaba a los anarco-comunistas reprimidos por los bolcheviques en 1917-1920. En la sección que hoy sería llamada “gay” de la revista se le respon-día, sobre aspectos de la identidad homosexual, al ya desde entonces muy provocador Luis González de Alba (1944), y Ramón Cota Meza criticaba el Co-sío Villegas de Krauze, lo cual habla de que en El Machete la tentación del diálogo con los liberales era muy fuerte.

¿Fracaso político y triunfo cultural?El Machete daba la razón, cada vez con mayor ímpetu, tanto a los ortodoxos del resto de la iz-quierda como a los burócratas del propio pcm que habían aceptado la revista con cautela y reserva. El experimento de Bartra estaba superando, con sus últimos números, los estrechos límites del partido para convertirse en una publicación de vanguardia en la órbita latinoamericana, verda-dero alimento, al menos, de una nueva genera-ción —los que entonces teníamos exactamente veinte años— que aspiraba a formar parte de una izquierda diferente, aun cuando fuese tribuna del veterano Valentín Campa o del cada vez más obtu-so Pablo González Casanova, o bien de personajes más versátiles como “el mapache” Rolando Cor-dera o Gilberto Rincón Gallardo, otro de los ar-tífices del aggiornamento comunista. Y si el nú-mero 10 despedía a John Lennon con la firma de Héctor Manjarrez (1945), el 11 atendía al deporte (Ramón Márquez), al comunismo en la Biblia (José Porfirio Miranda —1924-2001—), a los jóvenes re-volucionarios (con un penoso “material político” de Domínguez Michael —1962—), a la Asamblea de poetas jóvenes de Zaid (criticada por María del Carmen Merodio), a un buen poeta joven (Francis-co Segovia —1958, como antes se había hecho con Antonio Deltoro —1947—) o recogía la mala expe-riencia de las fracciones mediante el testimonio de Ricardo Hernández, que era la comidilla del medio por haber abandonado el trotskista Parti-do Revolucionario de los Trabajadores por el pcm, cuando lo habitual era el derrotero inverso.

Las siguientes entregas de El Machete aborda-ron temas como el imperio petrolero de la Quina, famoso líder sindical violentamente defenestra-do en 1989 por Salinas de Gortari; presentaron a Monsiváis en lo suyo (el cine mexicano y sus có-micos); dieron su lugar a Guillermo Briseño como rockero de la izquierda; mostraron el balance del trabajo del grupo parlamentario de la Coalición de Izquierda, vía Jorge Alcocer; hablaron de Bre-cht (Otto Minera), y entrevistaron a un entonces destacado protestante de izquierda, Raúl Macín (1930-2006). La revista dio cuenta, con crónica de Vargas, del feliz desenlace del XIX Congreso del pcm, clausurado a las seis de la mañana del domingo 15 de marzo de 1981, mientras invitaba a los lectores a suscribirse con la reproducción de un viejo cartel italiano que decía: “Stalin è mor-to”. El anuncio profetizaba su destino inmediato.

El Machete cumplía un año con presencia cre-ciente, estilo depurado y cada vez mayor número de anuncios publicitarios, que iban más allá de los consabidos intercambios con publicaciones afines, lo cual adelantaba un mayor margen de indepen-dencia, pues su principal fuente de financiamiento público era a través de la ley electoral, que etique-taba fondos para las publicaciones de los partidos con registro. Sin embargo, en alguna de las reunio-nes de la comisión política del pcm se había decidi-do obsequiar, como gesto a las organizaciones con las que se negociaba la fusión de la izquierda, la

Entre Bujarin y Margo SuAquel decisivo tercer número de El Machete in-cluía una discusión sobre sindicalismo entre Ar-naldo Córdova y el parlamentario Pablo Gómez (1946), quien unos meses después sería el primer y único secretario general del psum. Se incluía además un texto de Joel Ortega sobre el sindica-to universitario, la paradójica base trabajadora de los comunistas y su mina de oro, y una reflexión del precozmente fallecido teórico del map Carlos Pereyra, sobre ese marxismo que él puso, en Méxi-co, en la clave de Gramsci. Destacaba la traducción de una carta a Enrico Berlinguer (1922-1984) pi-diendo la rehabilitación de Bujarin, el bolchevique trágico, pues el marxismo-leninismo tenía pode-res para revivir a los muertos y disculparse con ellos por haberlos asesinado. A la rogativa probu-jarinista la acompañaba un artículo de Javier Gue-rrero sobre el propio Bujarin, aliado de Stalin con-tra Trotski en 1925 y, como todos los bolcheviques, indiferente ante la hambruna ucraniana que mató a millones a principios de los años treinta, él, en su calidad de especialista en la industria pesada, justificación final de la genocida colectivización agrícola. Y sí, Castañeda arremetía contra la ban-ca capitalista antes de su nacionalización y des-nacionalización en 1982-1983, mientras Enríquez introducía la nota frívola entrevistando a Margo Su (1930-1993), heroína del Teatro Blanquita.

En el cuarto número ya se notaba claramen-te el equilibrio propuesto por Bartra a su públi-co: discusión sobre sindicalismo (universitario), examen de las realidades regionales (Abraham Nuncio —1941—, sobre Monterrey), atención a la exigente realidad revolucionaria de América Central (el turno era para Guatemala), traducción de polemistas de la heterodoxia marxista (Lucia-no Gruppi y Ágnes Heller —1929—), atención a los “nuevos sujetos sociales” (feminismo y homo-sexuales), algo de literatura con Emilio de Ípola (1939), que le seguía el juego a Avilés Fabila en re-lación con la hipotética conversión al comunismo de Borges, y una introducción a Georges Bataille por Salvador Castro, entonces uno de los jóvenes y más prometedores ensayistas mexicanos.

El quinto número, el de septiembre de 1980, no era muy distinto en su estructura a su preceden-te: Hugo Vargas y Gabriel Guerrero enfrentan, seguramente por primera vez más allá del México underground y rockanrolero, los mitos puritanos sobre la marihuana; se abre otro debate, muy de la época, sobre el diálogo entre cristianos y marxis-tas en cuanto a la posición de la Iglesia mexicana durante 1968; Roberto Borja y Fernando Danel es-peculan sobre el próximo XIX Congreso; se insiste en Lenin: ya era fuerte la tentación de bajarlo de los altares una vez que los comunistas italianos ha-bían declarado a su partido “laico”, es decir, ya no era necesario ser marxista-leninista para ingre-sar en sus filas; se bebe del vertedero inagotable del sindicalismo universitario, y Marcela Lagarde (1948), muy cercana a la revista junto a su mari-do Daniel Cazés, recapitula sobre el feminismo. La parte literaria es floja, como era habitual (un cuento de María Luisa Puga —1944-2004— y en siguientes entregas colaboraciones de otros pesos ligeros como Mónica Mansour —1946— o Roberto Vallarino —1955-2002—), al tiempo que la revista se abre a la fotografía exhibiendo la obra compro-metida de Pedro Valtierra (1955). En los anuncios hay una novedad, el de Vuelta, cuyo número 46 traía poemas de Heberto Padilla (1932-2000), el poeta censurado y perseguido que en 1971 provocó el cisma entre los intelectuales latinoamericanos y el régimen castrista. Ese pequeño anuncio era resultado del encuentro de Bartra con Octavio Paz y Luis Villoro (1922-2014), en julio de 1980, para discutir en un seminario del Instituto de Inves-tigaciones Sociales de la unam el libro Las redes imaginarias del poder político, que el director de El Machete preparaba.

El número 6 insiste en la iconoclasia y lleva de portada al Che Guevara retratado en una lata de re-fresco, aunque canta las loas del “comandante del alba” en las páginas interiores. Del Barco y Luis Salazar polemizan sobre Lenin, se publica una de-fensa más abierta del sindicalismo polaco —ése sí obrero— que se ha librado por poco de la invasión soviética y el periodista Raymundo Riva Palacio (1954) despotrica contra las elecciones gringas, aquellas en que Reagan humillaría a Carter. El tema refresquero de la portada acaso responde a un infame análisis del inefable Armand Mattelart (1936) y su esposa sobre la cultura de masas, al que ni siquiera los profesores de la Escuela de Fráncfort

aunque tímidamente, en esa segunda entrega de El Machete se asoma la crítica literaria, con un artículo del entonces “joven turco” Adolfo Casta-ñón, y se reitera la mediocridad de los escritores comunistas con una dizque ficción de René Avilés Fabila sobre un Borges convertido al marxismo. No, no bastaba con el cabeceo humorístico de los artículos y algunas de sus partes para hacer de El Machete una verdadera publicación iconoclas-ta, aunque en ella aparecieran documentadas ur-gencias sociales apenas discutidas en ese enton-ces más allá de los círculos feministas en México, como el delito de violación.

El tercer número enfrentaba, al menos, el asunto de conciencia más espinoso, hasta la fecha, para la izquierda mexicana: la dictadura cubana, entonces azotada y asolada por la fuga de miles de cubanos por el puerto del Mariel. Fatalmente, El Machete toma como propia la versión oficial del castrismo: la que se iba era “la escoria”, delincuentes de toda clase por fuerza inadaptados e inadaptables al pa-raíso socialista y a los cuales Estados Unidos, co-nocedor de la clase de criminales que se le venía encima, les había negado la visa para propiciar su mediática fuga. El Machete, piadosamente, expli-caba que entre los escapados abundaban decenas de homosexuales que huían debido al proverbial machismo latinoamericano, aunque no existiese “persecución institucional” en contra de ellos.

Acto seguido, imposible tapar el sol con un dedo, se mencionaba como un caso aislado de in-justicia la expulsión del escritor Reinaldo Arenas (1943-1990), que había estado preso por seducción de menores —se decía— y trataba de adaptar su vida a las normas de la dictadura, según afirma-ba El Machete. En la misma época Vuelta, de Oc-tavio Paz, daba voz a Guillermo Cabrera Infante (1929-2005), denunciando lo que hoy es aceptado como verdad histórica: durante décadas los ho-mosexuales fueron los “judíos” del castrismo. Ese artículo sobre Cuba en El Machete apareció firma-do con las iniciales de Humberto Musacchio y en su elaboración contó mucho la opinión de García Márquez, quien al parecer quedó a disgusto con el resultado. Con todo, la cautelosa y timorata des-cripción de la Cuba de 1980 sacó ronchas entre la mayoría ortodoxa, tanto de los comunistas como de los nacionalistas revolucionarios, instituciona-les o no, para quienes el antiyanquismo de la Revo-lución cubana era y es un acto de fe.

Entonces, la Revolución de moda era la nicara-güense, a la cual José Manuel Fortuny (1916-2005) le dedica un cumplido elogio, alegrándose de la sa-lida de Alfonso Robelo (1939) y Violeta Chamorro (1929) del gobierno sandinista, “representantes ambos de la burguesía antisomocista que, ante la participación de las masas en el movimiento revo-lucionario y la radicalización del proceso que esto entraña”, se dieron cuenta de que eran inútiles sus alevosos objetivos de modernizar el capitalismo gracias a la victoria del Frente Sandinista de Libe-ración Nacional (fsln). El Machete ponía el dedo en la llaga: en efecto, con la salida de Robelo y de Chamorro, primera presidenta de Nicaragua libre-mente electa en 1990, se facilitó la frustrada imi-tación sandinista de la dictadura político-militar habanera.

Tras una entrevista con el eterno secretario general del Partido Comunista de Uruguay (pcu), Rodney Arismendi (1913-1989), los editores de El Machete creyeron haber acumulado la suficiente ortodoxia como para atreverse a ponerle cuernos a Lenin en la ilustración de un artículo de Óscar del Barco. Ardió Roma. El chiste en buena medida enajenó la voluntad de los pocos ortodoxos de bue-na fe que le estaban dando el beneficio de la duda a la revista de Bartra, que así pasó a convertirse en abominable vehículo de la herejía. El texto, además, no tenía desperdicio. Para Del Barco era claro que el huevo de la serpiente estalinista lo ha-bía incubado Lenin antes y después de tomar el po-der en 1917, no sin seguir creyendo, en ese 1980 y como decía en El Machete, que “el marxismo no es un velatorio, sino la vida misma en su más profun-do sentido de transformación”. Exiliado argentino y marxista de sólida escuela, en 2005 Del Barco se atrevió a pedir cuentas al poeta Juan Gelman (1930-2014), quien, tras haber recuperado dichoso a su nieta, secuestrada al nacer por los genocidas argentinos, no tuvo la grandeza de espíritu para condenar a los Montoneros, la organización gue-rrillera a la que pertenecían él, su hijo y su nuera desaparecidos, y cuyo militarismo fue un compo-nente activo del holocausto argentino.

relectura de el machete

12 la gaceta dic iembre de 2016facsimilar de el machete (fce , 2016)

relectura de el machete

Cumplió El Machete la función, aunque por un tiempo muy breve, de todas las grandes revistas culturales del siglo xx: la creación de minorías ilustradas. Concluyo con mi propio ejemplo. En al-gún momento de 1980, o antes, Joan Baez dio un concierto en el Auditorio Nacional. La cantante se lo dedicó a Vladímir Bukovski, el disidente so-viético entonces preso en una clínica psiquiátrica. Yo fui uno entre los cientos de energúmenos que la silbamos, heridos en nuestro amor ciego por la Unión Soviética. Más de un año después, durante mi primera visita a París, caminé muchas cuadras hasta dar con la Rue Paul-Painlevé, donde estaba la pequeña oficina de L’�Alternative, la revista de François Maspero, solidaria con los derechos hu-manos y las libertades democráticas en la enton-ces llamada Europa del Este y a la cual me suscri-bí para recibirla impuntualmente durante varios años. Ese pequeño gesto de contrición se lo debo a El Machete.�•

desaparición de una revista tan incómoda y “anti-unitaria” como El Machete.

A principios de julio Martínez Verdugo le anun-ció escuetamente a Bartra que se había acabado el subsidio. Con un partido en inminente disolución, el antropólogo y teórico marxista, hoy día una figu-ra internacional del pensamiento latinoamericano, no quiso o no pudo quejarse con nadie. Rechazó, acaso por disciplina leninista, una protesta pública que habría tenido escaso sentido, pues el pcm qui-taba lo que había dado no sin recelo. Ignoro si en la redacción de El Machete alguien propuso intentar continuar la aventura por cuenta propia.

¿Qué habría pasado con El Machete de haberse intentado, de haberse hecho una colecta privada para sostenerla con fondos independientes, como lo hizo Vuelta en 1976 o La Jornada en 1984, a sabien-das de que en la izquierda hay donantes más gene-rosos que en la derecha? En otra de las paradojas tan propias de aquel sistema político, la revista más original y difundida en la historia de la izquierda mexicana vivía del erario. De las ventas en quios-cos llegaba poco, lo usual era que buena parte de lo vendido lo confiscase, a título de patente de corso, el jefe mafioso de los repartidores de periódicos.

El último número me parece, seguramente gra-cias al escepticismo otorgado por la perspectiva en el tiempo, el más tristón. Una loa de Enríquez a la Revolución cubana enderezada contra Carlos Franqui (1921-2010), cuyo Retrato de familia con Fidel había adelantado Vuelta, y con una sola men-ción, de pasada, del drama de los homosexuales cubanos; una traducción del artículo de Étienne Balibar contra el racismo de los alcaldes comunis-tas franceses frente a los inmigrantes; el testimo-nio de Bahro sobre su conversión del comunismo al ecologismo, y el recuento de Jordi Borja de los primeros cuatro años de nueva vida legal del Parti-do Comunista de España (pce), la organización que en algún momento fue ejemplar incluso para Octa-vio Paz, por varias razones, y que a esas alturas estaba a punto de entrar en un asombroso proceso de autofagia. Mi sensación, tras el entusiasmo, es la de la obsolescencia: El Machete de Bartra fue una de las muchas buenas ideas que la caída del Muro de Berlín mandó al museo.

Dejo pasar unos días y concluyo tratando de ser justo. El prd de 1989 había retrocedido años en re-lación con el pcm de 1981, un partido universitario sin base obrera pero que estaba à la page de lo que decían y hacían los comunistas de París, Madrid y Roma; crítico de la invasión soviética de Afga-nistán; atento con ánimos conciliatorios y demo-cratizadores a la crisis polaca que abrió la grieta del Muro de Berlín; motor, también, de una revista postulante de la disolución de los bloques milita-res —esa ilusión pacifista del eurocomunismo—; simpatizante del feminismo y de los derechos de los homosexuales, todos ellos temas de El Mache-te. Intelectual y electoralmente, la liquidación del partido —pues eso fue— resultó un desastre que se llevó, en su cuna, a la escasa tradición socialde-mócrata de la izquierda mexicana.

Aquel número de El Machete, publicado en no-viembre de 1980, discutía las tesis del XIX Con-greso junto a una entrevista con Martínez Ver-dugo, quien anunciaba el fin de su ciclo al frente del partido. Y así ocurrió, más que por otra cosa, a consecuencia de la desaparición del pcm, que no se disolvió previendo visionariamente la caída del Muro de Berlín en 1989, como se ha dicho sin cono-cimiento de causa. Las razones fueron diametral-mente distintas. Los comunistas considerábamos que nuestra debilidad provenía de la fragmenta-ción de la izquierda mexicana, cuando la realidad era lo contrario: estábamos divididos porque toda la izquierda marxista-leninista mexicana era débil desde sus orígenes, y sólo la vocación de poder de los priistas de la Corriente Democrática, en 1987-1988, permitió, al fin, generar un caudal electoral poderoso.

Al crearse el psum y renunciar al elitismo social-demócrata concentrado simbólicamente en El Ma-chete, los modelos de unificación que se pretendía imitar eran nefastos, aunque acaso inconscientes: se trataba de los partidos “socialistas unificados” de Alemania y Polonia, creados en la inmediata posguerra para asaltar el poder en las “democra-cias populares” por designios del Kremlin, una vez que los viejos partidos comunistas habían sido li-quidados, sucesivamente, por Stalin y Hitler. Nada menos. No en balde el esperpento unitario del chavismo —la tragedia convertida en farsa, Marx dixit— se llama Partido Socialista Unido de Vene-zuela.

Pese a que en sus jornadas de liquidación el pcm se despidió expulsando a un grupo de camaradas poblanos, con las acusaciones imaginarias de ri-gor en esos casos, debe decirse que los comunistas mexicanos, en el penúltimo congreso de marzo de 1981, abandonamos el marxismo-leninismo como doctrina del “Estado del futuro” y propusimos a cambio el ilusorio “poder obrero democrático”, eu-femismo triunfante sobre la desprestigiada “dicta-dura del proletariado” borrada de sus estatutos por los italianos y los españoles. Pero si en esos años, sea en Roma o en París, los comunistas no contaban con un personaje de la envergadura de Felipe González, mucho menos podíamos hallarlo en la Ciudad de México.

El Machete apareció en el momento preciso y desapareció abruptamente como resultado de un error político cuya gravedad sólo es obvia pasadas las décadas. Detrás de la obsesión de la izquierda por la unidad, se ocultaba una frustrada vocación de poder, hoy medianamente satisfecha por lo que años de clandestinidad heroica y estalinista no lo-graron: la adhesión plena no sólo a lo que restaba de la Ideología de la Revolución Mexicana, esen-cialmente el estatismo, sino también a los valores priistas, frecuentemente delincuenciales, de hacer política. Un partido dirigido por los Martínez Ver-dugo, los Rincón Gallardo o los Bartra no hubiera, quiero creerlo, postulado al multihomicida José Luis Abarca como alcalde de Iguala, para hablar de la herida abierta de Ayotzinapa en 2014.

Pero aquella ansiedad de liquidación en 1980-1981 permitió triunfos históricos —esencialmente la larga gobernanza del Distrito Federal por el prd, en buena medida merecedora de defensa— que le dieron un carácter distinto a la transición mexica-na, cuya obra negra la hizo la izquierda para bene-ficio de los panistas. La desaparición del pcm tam-bién estuvo a punto de provocar, en un efecto de carambola y si López Obrador hubiera sido inteli-gente durante la campaña de 2006, la instalación de un régimen populista muy autoritario, negación de lo mucho que pregonaba El Machete. Algo del espíritu de los macheteros ha sobrevivido orgáni-camente en ciertos islotes de la izquierda mexica-na, ya sea en la fracasada Democracia Social de Rincón Gallardo o en la política cultural del prd en la Ciudad de México, primero con Alejandro Aura (1944-2008) y actualmente con Eduardo Vázquez Martín (1962).

¿Fracaso político y triunfo cultural? Creo que sí. El Machete alimentó a una cantidad de lectores di-fícil de determinar, los que componen actualmente a la parte de la élite intelectual del país más abier-ta a la social-democracia y el liberalismo político. Algunos nos convertimos en editores y redactores de revistas de izquierda heterodoxa, como El Bus-cón (1982-1986), o colaboramos en proyectos bar-trianos posteriores, como La Jornada Semanal. Después abandonamos la línea y nos sumamos a publicaciones liberales como Vuelta, que en 1980-1981, sin saberlo, tenía en la revista oficiosa de los comunistas una publicación empática en varios te-mas, y, más tarde, Letras Libres, donde Roger Bar-tra hoy día representa la nobleza de la tradición socialdemócrata.

Pese a que en sus jornadas de liquidación el pcmse despidió expulsando a un grupo de camaradas poblanos, con las acusaciones imaginarias de ri-gor en esos casos, debe decirse que los comunistas mexicanos, en el penúltimo congreso de marzo de1981, abandonamos el marxismo-leninismo como doctrina del “Estado del futuro” y propusimos acambio el ilusorio “poder obrero democrático”, eu-femismo triunfante sobre la desprestigiada “dicta-dura del proletariado” borrada de sus estatutos por los italianos y los españoles. Pero si en esos años, sea en Roma o en París, los comunistas nocontaban con un personaje de la envergadura de Felipe González, mucho menos podíamos hallarlo en la Ciudad de México.

El Machete apareció en el momento preciso y desapareció abruptamente como resultado de unerror político cuya gravedad sólo es obvia pasadas as décadas. Detrás de la obsesión de la izquierda

por la unidad, se ocultaba una frustrada vocaciónde poder, hoy medianamente satisfecha por lo que años de clandestinidad heroica y estalinista no lo-graron: la adhesión plena no sólo a lo que restaba de la Ideología de la Revolución Mexicana, esen-

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fil 2016. afinidades latinoamericanas

fel ipe i i de españa, sofonisba anguissola / códice borgia la gaceta 13

Terra Nostra en el siglo xxijulio ortega

El fce presenta en la fil Guadalajara 2016 la edición defi nitiva de Terra nostra, la novela de Carlos Fuentes, editada y anotada por el erudito Julio Ortega. No estábamos preparados para leer esta novela cuando apareció por primera vez, dice Ortega. Hoy podemos leerla como un proyecto, como título de la modernidad latinoamericana. Publicamos a continuación la introducción del mismo Ortega.

diciembre de 2016

14 la gaceta dic iembre de 2016© gerardo suter

terra nostra en el s iglo xxi

Terra nostra, cuarenta años después de su publicación, pue-de, por fin, ser leída no como una reconstrucción de la épi-ca cultural de nuestro pasado, hecho por el gran desencuen-tro del viejo y el nuevo mun-

do. Puede ahora ser leída como proyección de ese entramado transatlántico donde se apuesta por una verdadera “tierra nuestra”, ganada como el futuro imaginado por las gestas pasadas. En el siglo xxi, Terra nostra es el primer documento de ese futu-ro, desencadenado como el relato de una cultura que despierta a su mayoría de edad, cumpliendo su promesa articulatoria. Situada en una fecha futu-ra, narrada en una encrucijada de tiempos, es leída en la amplia actualidad de un teatro de la memoria recobrada.

Los personajes de Terra nostra no se explican por su pasado, se explican por su proyecto futuro, pues se están rehaciendo permanentemente, vie-nen de la historia, del mito, de la literatura, y se construyen como una hipótesis del devenir. Pedro Páramo se explicaba por la función destructiva del poder patriarcal: Juan Preciado debe morir para saber quién es. Octavio Paz dijo que somos hijos de una violación: la conquista española nos define desde el trauma y nos condena a la soledad. Terra nostra es de los primeros libros que exceden esos mitos, afirmando la opción moderna de que el suje-to se construye en su libertad y capacidad crítica. La identidad no la debemos hoy a la clase social, al partido político, a la zozobra de los orígenes. Actualmente el sujeto es un agente cultural cons-truido por la comunicación, la cultura literaria, la artística y la popular, tanto como por los movi-mientos sociales y la tecnología de la información. Esta novela es también una nube virtual que pre-supone y convoca a todas las novelas, a la tradición de la memoria de la tribu, en su sistema de sinto-nías abiertas, que nos demanda ir más allá de la conciencia de derrota y la melancolía nacional.

Esta novela es un curso universitario comple-to. Todos los mexicanos deberían leerla y obtener con ella un título de licenciatura en mexicanidad moderna, crítica y celebratoria. Nos dice que Mé-xico está hecho de grandes tradiciones: en primer lugar, la nacional, que es un archivo de la cultura de la mezcla. Lo más moderno, lo sabemos des-de Cervantes, es la mezcla de saberes, versiones y lenguajes. Lo que pretende ser castizo, incon-taminado y meramente europeo es tradicional, patológico y cursi. En segundo lugar, la tradición atlántica, el México sin fronteras, hecho también de su memoria liberal, de su gesta revolucionaria y de la diferencia que hace en el mundo. No es ca-sual que la violencia se haya dirigido contra los campesinos, los estudiantes, las mujeres y hasta los maestros. Terra nostra apuesta por las sumas atlánticas, por un horizonte hecho desde la litera-tura y por una tierra hospitalaria.

Carlos Fuentes celebra con pasión la conversión de la historia en relato, demostrando que la identi-dad ya no es racial, social o política, sino cultural, y abre, por eso, un espacio de mayor libertad, for-jado en la versión mexicana de lo moderno. Terra nostra se lee mejor hoy porque es más actual, más fraterna y necesaria para remontar este destiem-po mexicano. Fuentes representó siempre la liber-tad de la literatura frente a las pestes de la política autoritaria, el clientelismo y la banalidad del po-der. Esa independencia de su obra, de su voluntad transfronteriza y de su capacidad de invención, supuso en él un ejercicio de la libertad estética. Su narrativa forma parte del trabajo cultural que hace de la literatura un modelo creativo de la mo-dernidad latinoamericana. Presupone un territo-rio de salud cultural, postula un futuro, sobre las ruinas, bienvenido. En eso Fuentes es heredero de Alfonso Reyes, porque creyó que México y Améri-ca Latina son la promesa de un mundo más liberal por ser más humanistas.

“Increíble el primer animal que soñó con otro animal. Monstruoso el primer vertebrado que logró incorporarse sobre dos pies y así esparció el terror entre las bestias normales que aún se arrastraban, con alegre y natural cercanía, por el fango crea-dor”. En este comienzo de la novela advertimos que el “yo” se descubre en el espejo del “tú”. Y es gra-cias a esa imagen (desencadenada en el sueño como la distinción final de lo humano) que el hombre se hace sujeto, el que, a su vez, se hace lector. El ho-rizonte del futuro será suyo, gracias al sueño y el lenguaje. Como una summa teleológica, como una celebratoria “imagen del mundo”.

irónica del Ulises de James Joyce y de las grandes novelas del boom de la narrativa latinoamericana. Cuando la escribió estaba en boga la ambición de la novela total —idea cultivada por Proust, Mann y Joyce— como una forma que cristaliza la lec-tura de una época. En ese linaje, es una novela de gran ambición narrativa y de un gran optimismo en el lector. Proust imaginó un lector que despierta muy temprano; Joyce, en Finnegans Wake (la más próxima a Terra nostra), a un lector favorecido por el insomnio, como dijo Eco. Joyce llegó a sos-pechar que la segunda gran guerra se declaró para interrumpir la lectura de su novela. Probablemen-te, la opción mito-poética en Terra nostra esté más cerca de Joyce, tanto de la figura del viaje entre discursos de la tradición, como de la gesta de una nación migratoria que navega contra la corriente.

Fuentes nunca escribió dos novelas iguales. Usualmente, cuando un novelista encuentra un es-tilo y se beneficia de una visión del mundo, continúa reescribiendo a partir de ese estilo. El ejemplo más claro fue la publicación de Aura y La muerte de Ar-temio Cruz el mismo año de 1962, ya que se trata de dos relatos disímiles, se diría que escritos por dos autores distintos. Hoy tenemos la posibilidad de hacer una lectura más fresca y creativa de Terra nostra, esta obra monumental donde se distingue su lenguaje vívido, intenso, reverberante y poético, que discurre en varias direcciones y llega a formar una pirámide azteco-española, un edificio de labe-rintos que hace de la lectura una geotextualidad.

Quienes reapropiaron la noción de “terra nos-tra” fueron los mestizos americanos en un acto de rebelión contra los colonizadores españoles. No hay que olvidar que las lenguas originarias incor-poraron al castellano gracias a su sintaxis aglu-tinante, y tuvieron, muchas veces, una relación íntima con la lengua colonial. Los mestizos solían decir, para alarma de las autoridades coloniales, que ellos eran doblemente dueños de la tierra ame-ricana: primero, porque la habían heredado de sus madres; segundo, porque la habían ganado con sus padres españoles. En esa versión irónica de la ex-periencia colonial se advierte que la lengua ameri-cana es una metáfora de reapropiaciones. Y que el lenguaje será la ruta para abrir el horizonte, para compartir el lugar.

Pero la tierra es también nuestra, la de cada lec-tor, porque la novela es un territorio de la lengua. Y en ella, en la lucidez con que la novela despliega los sueños de su tribu, el “yo” es constituido por el “tú”, entre el lector y el autor, entre el narrador y los hijos del habla, entre el Quijote y Cien años de soledad, entre La Celestina y Buñuel, entre Joyce y Juan Goytisolo, entre la cultura popular española y la cultura carnavalesca latinoamericana.

Lo que busca Terra nostra es forjar un nuevo lector. Y esa poética funciona mejor en este siglo de lecturas menos genealógicas y más dialógicas, me-nos nacionales y más transatlánticas. Es una novela que no ha terminado de leerse porque empieza a ser leída cada vez mejor.

Esta edición depurada de Terra nostra, que he preparado con ayuda de la filóloga Ana González Tornero, corrige, gracias a ella, unas 250 erratas, incluye notas aclaratorias y puede considerarse como la versión establecida del texto.�•

La narrativa de Fuentes se debe a nuestra lec-tura. Algunas de sus novelas sintonizan con mo-mentos históricos, otras con versiones apocalíp-ticas, y otras más con el barroco tenebroso de la tradición. Pero en este momento mexicano de restas y menoscabos, Terra nostra adquiere una actualidad más viva, como si se escribiera en el decurso de nuestra lectura. Fuentes dio siempre lecciones de futuridad en sus libros, y éste tiene una vivacidad urgente, se debe a una encrucijada de la experiencia hispánica que se decide entre opciones, por un lado, autoritarias y reacciona-rias y, por otro lado, radicalmente democráticas, que se deben a un renovado proyecto de recons-trucciones. Esa articulación de pasado y futuro, de historia y utopía, sólo es posible en el relato, en las actas de la tribu que es Terra nostra, rees-critura de la historia y programa de sumas feli-ces. Esta novela es una saga del optimismo en la creatividad popular y el arte de recordar, entre la tradición humanista y la fraternidad herida.

Haciendo de la historia ficción y de la literatura hospitalidad, la suma de orillas, de orígenes y des-tinos que esta novela postula es una verdadera casa del lenguaje donde recuperamos nuestro lugar más creativo. Fuentes logró esa suma inclusivamente, construyendo no una pirámide de los sacrificios sino un habitat donde la celebración de lo que so-mos y la afirmación de lo que podemos ser postulan un lenguaje de reconocimiento y acogida. Es una novela donde la inteligencia de los afectos nos pro-pone acordar y construir.

No estamos acostumbrados a las demandas de una novela enciclopédica, que nos convoca a con-vertir al “tú” en la medida del “yo”, y que nos exige trabajos de lectura para los que no hemos sido edu-cados. Por eso postula una tribu de lectores utópi-cos, capaces de creer que una novela puede ser un mapa de mundo por hacerse. No está sola. En su constelación rotan la rebeldía contrahegemónica de Juan Goytisolo; la épica del ego desamparado que se busca a sí mismo en el espejismo de las novelas de Javier Marías; la creatividad de una saga hete-rodoxa que alienta la rebeldía de los libros de Ju-lián Ríos; la arquitectura barroca que levantan las novelas de Edgardo Rodríguez Juliá en su trópico melancólico; las voces alucinatorias de las mujeres aferradas al hilo del lenguaje en las sagas de Diame-la Eltit; la vitalidad de Manuel Vilas, que reescribe la biografía del sujeto en batalla contra la lengua autoritaria heredada; el apocalipsis celebratorio de Juan Francisco Ferré en sus narraciones de humor y eros lúcidos; la inteligencia que Agustín Fernán-dez Mallo urde en sus fábulas desde el futuro del relato; la rebelión contra el lector patriarcal (obsce-no y feroz) que alimenta Marina Perezagua, cuyos cuentos se niegan a reconstruir el cuerpo dispersa-do del héroe en español. No es casual que su aliento cruce las orillas de la lengua.

Por eso, en este siglo, Terra nostra es un manual para definirnos entre sus espejos desenterrados. Ésta es una novela que no hace mucho aprendimos a leer. Cuando apareció (1975) los lectores no está-bamos preparados para subir esa pirámide.

Terra nostra dialoga con nuestra gran tradi-ción humanista. Desde La Celestina y El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha hasta la épica

diciembre de 2016 la gaceta 15

fragmento

No obstante que los temas relacio-nados con los dos principales pro-blemas ambientales globales —el calentamiento de la superficie de la Tierra y la pérdida de ecosis-temas naturales— han tomado presencia clara en los medios de

comunicación y en los debates de muchos grupos sociales, el verdadero significado de lo que tales problemas representan dista mucho de ser claro para la inmensa mayoría de las sociedades, inclu-so las de los países con mayores niveles de comu-nicación y educación. Aunque el tema del cambio climático global y su efecto en la modificación de los climas locales y regionales ha tomado una po-sición preponderante en los medios y en la percep-ción de la gente, es imperativo percatarnos de que el otro cambio global ambiental —la pérdida de los ecosistemas naturales, de los que dependemos para nuestra subsistencia— es igualmente importante. Ambos son las caras de una misma moneda: son los componentes del cambio ambiental global que tiene que ser tratado de manera integral. Ninguno de los dos problemas se resolverá sin el acompa-ñamiento de la solución del otro. Este libro trata-rá, entre otras razones por la limitación del espa-cio, sobre una de las dos caras de la moneda: la del cambio climático global. El tratamiento del tema en los medios —incluso cuando no es manipulado por intereses económicos antagónicos a la informa-ción científica objetiva— es por lo general de tipo anecdótico y poco informativo de los detalles que describen apropiadamente la envergadura del reto más grande que la humanidad ha enfrentado en su existencia en el planeta.

El efecto de invernadero naturalEl efecto invernadero natural ocasiona que la tem-peratura promedio de la superficie terrestre sea 33 °C superior a lo que tendríamos si los gases deefecto invernadero [gei] no existieran. En ausen-cia de estos gases, que “atrapan” la energía emi-tida por dicha superficie, la Tierra estaría con-gelada, con una temperatura promedio inferior a -18 °C, ya que su superficie sería blanca (por estar cubierta de nieve y hielo) y por consecuencia re-flejaría una proporción mayor de la luz solar. En esas condiciones, nuestro planeta sería inhabita-ble para la gran mayoría de los organismos vivos, incluidos los humanos.

El clima a escala global tiene, pues, caracterís-ticas que dependen de la presencia de una mezcla específica de gases en la atmósfera. Entre ellos se incluyen el nitrógeno, el oxígeno, el vapor de agua y algunos otros gases presentes en proporciones tan pequeñas que su magnitud no se mide en por-centajes, sino en partes por millón (ppm) o incluso partes por billón (ppb) en relación con el volumen de aire. El oxígeno y el nitrógeno son transparen-tes a la radiación infrarroja, lo que implica que no bloquean su escape de la atmósfera hacia el espa-cio. En cambio, el vapor de agua es un bloqueador muy eficaz de los rayos infrarrojos, incluso más potente que el bióxido de carbono (CO2). Lo mismo otros gases como el metano (CH4), el óxido nitroso (N2O) y los clorofluorocarbonos (cfc); estos últi-mos son inexistentes en la atmósfera de manera natural y son creados por los humanos.

El vapor de agua se genera por la evaporación de los océanos, lagos y ríos, y en la atmósfera se con-densa produciendo nubes, lluvia y nieve. Su pre-sencia depende de manera crítica, a su vez, de la temperatura ambiente. Si de alguna manera, hipo-téticamente, se eliminara el CO2, la temperatura de la atmósfera sería considerablemente más baja, y en consecuencia el vapor de agua se condensa-ría, por lo que el efecto invernadero no se daría y el planeta estaría congelado, tal como se mencionó líneas arriba. Es por ello que se considera que el CO2 es el gas de efecto invernadero que realmente controla la temperatura de la superficie terrestre.

El CO2 se produce naturalmente por la respira-ción de todos los organismos, por erupciones vol-cánicas y por la descomposición de materia orgá-nica. El metano se produce por la descomposición anaeróbica de materia orgánica en los grandes hu-medales de las zonas templadas y frías, y por la ac-tividad digestiva de los rumiantes. El óxido nitro-so es producido de manera natural por la actividad bacteriana en ecosistemas terrestres y marinos, y aunque está presente en concentraciones tan bajas como 0.3 ppm tiene una capacidad casi 300 veces mayor que la del CO2, molécula por molécula, de captar radiación infrarroja.

Los costos del cambio climático y las negociaciones internacionalesLos impactos nocivos del cambio climático aún pueden ser controlables si se logra negociar y cum-plir con un acuerdo internacional que limite las emisiones de gei, de tal manera que el incremen-to de la temperatura promedio se mantenga por debajo de 2 °C. Existe un consenso internacional respecto a esta meta, que es el resultado de una estimación razonable para prevenir afectaciones peligrosas al clima por actividades humanas. Este acuerdo internacional también deberá otorgar re-cursos a los países en desarrollo para implantar las medidas necesarias que tienen costos signifi-cativos, y de esa forma no limitar más de lo nece-sario su crecimiento económico.

Para alcanzar la meta de limitar el aumento de temperatura a 2 °C es necesario reducir las emi-siones de gei aproximadamente en 50% respec-to de las que se generaban en el año 2000, a más tardar a mediados del presente siglo. Alcanzar un reto de esta magnitud implicará profundos cam-bios en los patrones de producción y consumo de energía. Para reducir esta cantidad de emisiones no hay una solución única; algunas de las medidas, como las relacionadas con la eficiencia del uso de la energía y la reducción del grado de deforestación, son soluciones que tienen beneficios económicos. En adición, existen actualmente tecnologías como las energías renovables, algunas de las cuales ya ofrecen soluciones para reducir la intensidad de carbono de nuestro consumo energético a costos competitivos. Otras tecnologías —como la captu-ra y el almacenamiento geológico del CO2 para las emisiones provenientes de combustibles fósiles— son por el momento muy costosas, pero también pueden ser alternativas en el futuro, especialmen-te en escenarios de mitigación profunda, que serán necesarios para estabilizar las concentraciones en el largo plazo. Es decir, hay alternativas y se pue-den alcanzar las metas de reducción si se logran los acuerdos políticos necesarios.

En algunos casos las medidas para la reducción de emisiones de gases de efecto invernadero tienen cobeneficios, como mejorar la calidad del aire de las ciudades. Los casos de la disminución de la de-

forestación y la conservación de la biodiversidad y de los servicios ecosistémicos que proveen los bosques también son benéficos para la sociedad. Es fundamental que en la evaluación de políticas se incorporen todos los beneficios de la política climática. Éstas son externalidades positivas que, al ignorarlas, generan menos proyectos, por lo que más proyectos serán socialmente rentables al con-siderarlas. Las metodologías para lograr esto aún están en desarrollo, pero hay instituciones como el Banco Mundial y la fundación ClimateWorks (2014) que han propuesto métodos y evaluado al-gunos proyectos que pueden servir de ejemplo. Varias políticas de cambio climático podrían jus-tificarse económicamente sólo por los beneficios en la reducción de la contaminación urbana que genera graves afectaciones en la salud.

[…] Por ejemplo, las áreas identificadas para me-jorar [de acuerdo con] las tendencias globales, son: 1) acelerar la transformación del mundo hacia una economía de bajo carbono incorporando el riesgo del cambio climático, 2) lograr acuerdos interna-cionales para el cambio climático, 3) eliminar los subsidios agrícolas y los subsidios a los combus-tibles fósiles, 4) introducir impuestos al carbono, 5) reducir los costos de capital de la infraestruc-tura de bajo carbono, 6) acelerar la innovación, 7) diseñar ciudades más compactas, 8) detener la deforestación, 9) restaurar al menos 500 millones de hectáreas de bosques, y finalmente 10) detener nuevas instalaciones que utilicen carbón en países desarrollados inmediatamente y en países en de-sarrollo de ingreso medio para 2025. Muchas de estas medidas han sido recomendadas en otros es-tudios, lo que confirma la necesidad de avanzar en esta dirección.�•

El cambio climático.

Causas, efectos y

solucionesEste libro argumenta sobre la viabilidad

de políticas para disminuir el ritmo del cambio climático. Las alternativas ya han

sido identifi cadas y son alcanzables, sólo falta lograr los acuerdos políticos entre los países

para llevarlas a cabo. Presentamos un fragmento a continuación.

mario molina, josé sarukhán y julia carabias

A diferencia de otros libros sobre el tema, abundan-tes en especulaciones y futurología, el de Marcelo

Bergman es un diagnóstico riguroso del lucrativo negocio de las drogas ilegales y de la perversa relación en-tre carteles y gobernantes corrup-tos a partir del caso argentino. “En este trabajo, —explica el autor— se presentan las tres alternativas más viables: legalización, prohibición y control de daños”.

Bergman considera que el “con-trol de daños” parece ser la opción que poco a poco se va a imponer, aunque —agrega— “falta saber si nuestros débiles Estados estarán dispuestos a atender el problema de las drogas como un tema de salud pública y no como un problema úni-camente de seguridad”.

Experto en la materia, Bergman identifica dos caminos principales para enfrentar el problema de salud pública que implica el consumo de drogas ilegales: “1) Identificar a los adictos, que son pocos, pero consu-

men mucho, y acercarlos a trata-mientos de adicciones. 2) Desarro-llar campañas de prevención de uso y, en algunos casos, de uso contro-lado (por ejemplo, no manejar si se fuma marihuana)”.

Doctor en sociología, Bergman no hace ningún tipo de futurismo, se limita a decir las cosas como son: “En realidad, la mayoría de los gobiernos del mundo se oponen a la legalización. La reciente conferencia de Naciones Unidas para las drogas (ungass) rechazó cualquier iniciati-va para relajar las medidas prohibi-cionistas. Si bien cada día hay más voces en pro la legalización, éstas continúan siendo minoritarias. Los Estados de la región parecen entender que el prohibicionismo tiene poca viabilidad para reducir el impacto de las drogas pero sigue siendo muy popular en las urnas”.

Poco antes de viajar a México para presentar el libro en la fil de Guadalajara, Marcelo Bergman conversó con La Gaceta:

16 la gaceta dic iembre de 2016

Drogas, narcotráfi co y poder en América LatinaConversación con Marcelo Bergman

El negocio del narcotráfi co no va a parar. Además del incremento de la demanda, habrá mayor tolerancia ante el consumo y nuevas políticas para reducir la violencia. Así lo afi rma Marcelo Bergman en entrevista previa a la presentación de Drogas, narcotráfi co y poder en América Latina, publicado este año por la fi lial argentina del fce y que será presentado en la fil Guadalajara 2016.

roberto garza

fil 2016. afinidades latinoamericanas

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16 la gaceta

la gaceta 17

¿Cuándo surge el narcotráfi co en América Latina? ¿cuál es su origen?Hay registros de tráfico desde inicios del siglo xx, tanto de opio y marihuana de México como de los derivados de la coca de Bolivia y Perú. Sin embargo, el mayor creci-miento del tráfico ilegal se produce a partir de los años sesenta y seten-ta del siglo pasado.

 ¿Cómo se han formado carteles tan poderosos y violentos en América Latina? ¿Cuáles son las condiciones económicas, so-ciales, políticas, geográfi cas de estos países para el surgimien-to de los carteles como hoy los conocemos?Sostengo que, paradójicamente, los carteles se forman en relación con la dificultad de introducir la droga a los grandes centros de consumo, que son Estados Unidos y Europa Occidental. Cuanto más difícil y cos-toso es introducir la droga desde los países productores (América Latina, Asia), mayor es la concentración del negocio en grupos especializados en “burlar” fronteras y corromper políticos, policías y agentes aduane-ros. Como estos grupos son pocos y especializados, se quedan con gran parte de la renta, lo que los hace todavía más poderosos.

 ¿Hasta qué nivel se ha infi ltra-do el narcotráfi co en algunos gobiernos latinoamericanos, al grado de llamarles narcogo-biernos?Varía entre los países. En muchos, el narcotráfico ha corrompido a policías y hasta gobiernos locales. En algunos casos ha corrompido incluso a gobiernos centrales. Por otro lado, hay distintos grados de corrupción. En algunos casos las autoridades “miran para otro lado” a cambio de un soborno, mientras que en otros más graves y extremos, las autoridades “trabajan” para los narcos. En general, por lo que se ha observado, la mayor infiltración y corrupción ocurre en los gobiernos y policías locales, que suelen ser los más débiles. 

¿Qué provocó que los carteles de la droga diversifi caran su actividad hacia delitos como el secuestro, la extorsión, los frau-des, la trata de blancas, el robo de autos?Como cualquier empresa, la del nar-cotráfico diversifica su “portafolio de negocios” con una particularidad. No son los grandes narcos que trafi-can cocaína u opio los que incurren en extorsiones o secuestros, sino los grupos subalternos que trabajan para ellos. Cuando estos grupos tie-nen “comprados” a policías y a jefes de gobierno, les resulta más sencillo incursionar en otras actividades. Es decir, una vez que la infraestructura criminal existe, los gobiernos dé-biles no pueden o no quieren hacer mucho para impedirlo.

 Varios países de América Latina han pasado de ser ex-portadores a consumidores y exportadores, ¿cómo surgieron y cuál ha sido el desarrollo de los mercados internos en la región?El consumo de estupefacientes ha crecido en todo el mundo. Es un rasgo de época. Los mercados do-mésticos también crecen porque los traficantes pagan por sus servicios (guardias, transporte, etc.) en espe-cie. Por lo tanto, estos proveedores

de servicios “empujan” la venta de droga en los mercados domésticos.

Los criminales, en particular los que forman parte de los carteles de la droga, son cada vez más sádicos, crueles y violentos, ¿por qué han cambiado sus códi-gos de conducta?Es una gran pregunta que ha gene-rado mucho debate, y no está clara la respuesta. Es probable que entre las múltiples razones una sea la necesidad de enviar mensajes sobre la disposición a utilizar la crueldad extrema para atemorizar e intimi-dar a contrincantes. Otra es la de reclutar criminales que demuestren la disposición a la crueldad en sus “ritos de iniciación”. Sospecho que hay también otras razones. Las sociedades con profundas fisuras, como algunas de nuestra región, reproducen con estas prácticas una suerte de venganza extrema.

La demanda de drogas ilegales existe a nivel global. La prohibi-ción y el combate armado al nar-cotráfi co son el camino que han seguido la mayoría de los Esta-dos. Ante estos hechos, ¿cuál es el escenario si se mantienen estas políticas prohibicionistas y de combate por la vía armada?No soy profeta y no lo sabemos. Lo más probable es que, de no me-diar cambios significativos en las políticas y de persistir la demanda de drogas en los niveles actuales, nada significativo cambiará a nivel global. Mi impresión es que estamos en el comienzo de una nueva era que será más tolerante con el uso de las drogas prohibidas, y que van a ser impulsadas nuevas políticas que reduzcan la violencia por muchos gobiernos.

Desde su punto de vista y como experto en la materia, ¿cuál es la mejor manera de enfrentar el problema de salud pública que implica el consumo de drogas ilegales, principalmente entre los jóvenes?Veo dos caminos principales: 1) Identificar a los adictos, que son pocos pero consumen mucho, y acercarlos a tratamientos de adic-ciones. 2) Desarrollar campañas de prevención de uso y en algunos casos campañas para un uso controlado (por ejemplo, no manejar si se fuma marihuana)

  ¿Cuáles son las diferencias entre los mercados de la droga en Mé-xico y Argentina?Hay muchísimas diferencias. Méxi-co tiene un problema muy serio que se originó por el tráfico enorme con los Estados Unidos, creando organi-zaciones poderosas de narcotráfico, y muchas ganancias para ellas. El sistema político ha sido desafiado. Argentina comienza a tener proble-mas pero a una escala mínima com-parada con México. Argentina es trampolín para enviar drogas hacia Europa y Oriente pero a una escala muy inferior a la de México respecto a su vecino del norte. El mercado interno de Argentina, sin embargo, está creciendo y produce ganancias para algunos grupos que habrá que seguir para que no se deteriore la situación como, por ejemplo, en las grandes ciudades de Brasil.

 Los mercados más onerosos del negocio de las drogas son el es-tadunidense y el europeo ¿Cómo fl uctúan los precios desde la producción en América Latina

hasta que llega a los consumido-res estadunidenses y europeos?El éxito de los narcotraficantes radica en haber perfeccionado el transporte y el contrabando en las fronteras. Un claro ejemplo de ello es el Chapo Guzman, pero no es el úni-co. La droga no puede ser enviada en grandes cargamentos, como el café o las frutas. Dado el riesgo de confis-caciones, los envíos se parcelan en cargamentos de pocos kilogramos. Se requiere una gran logística para asegurar que los cargamentos frac-cionados lleguen a su destino y que nadie se “robe” un kilo de cocaína (por ello también las ejecuciones y la amenaza del uso de la violencia). Los precios finales incluyen todos estos “costos”. Los encargados de la etapa intermedia (los narcos que transpor-tan la droga desde la producción a los grandes centros de consumo) se quedan con aproximadamente 25% del precio final. Pero al ser pocos ju-gadores (algunas decenas de grupos), la renta resulta muy grande. Los nar-cos se hacen ricos muy rápido. Una vez que llega a los Estados Unidos y Europa, la droga se divide entre distribuidores, mayoristas y dea-lers, hasta llegar al menudeo. Todos ganan en el camino pero proporcio-nalmente mucho menos hacia abajo en la cadena.

 ¿Hasta qué punto conviene man-tener el prohibicionismo cuando cada vez son más las voces a escala mundial que proponen un viraje hacia la legalización?En realidad, la mayoría de los gobiernos del mundo se oponen a la legalización. La reciente conferencia de Naciones Unidas sobre drogas (ungass) rechazó cualquier inicia-tiva de relajar las medidas prohibi-cionistas. Si bien cada día hay más voces en pro de la legalización, éstas siguen siendo minoritarias. Los Es-tados de la región parecen entender que el prohibicionismo tiene poca viabilidad para reducir el impacto de las drogas pero esta política sigue siendo muy popular en las urnas.

 ¿Considera que la despena-lización del consumo y la le-galización de ciertas drogas, como la marihuana, es la vía

correcta para combatir la cir-culación ilegal y disminuir la violencia que ésta genera?Hay que distinguir. Despenalizar el consumo no resuelve el tema de la legalización. Sólo se deja de perse-guir a quien consume. Desde esa perspectiva, se adopta una política de control de daños que deja casi intacto el mercado ilegal. La violen-cia no está asociada en gran medida al consumo personal. Hoy en día, la mayoría de los mercados ilegales de drogas no genera violencia. Pero hay focos muy preocupantes, como los de nuestra región, donde existen bandas dispuestas a su uso extre-mo y Estados bastante débiles para combatirlas.

La demanda de drogas ilegales y su consumo no van a parar. Ante este hecho y tras haber estu-diado a profundidad el tema, ¿cuál considera usted que sea el camino más adecuado a seguir por parte de los Estados lati-noamericanos en el combate al narcotráfi co?Este libro es más de diagnóstico que de propuestas concretas. En él se presentan las tres alternativas más viables: legalización, prohibi-ción y control de daños. Esta última parece ser la que poco a poco se va a ir imponiendo, aunque resta saber si nuestros débiles Estados estarán dispuestos a atender el problema de las drogas como un tema de salud pública y no como un problema de seguridad únicamente.

¿Cuál es la principal conclusión de su investigación?Al ser las drogas un negocio que, dada la prohibición, genera ganan-cias muy grandes, es difícil pensar en que desaparezca o que al menos se contenga. Los Estados deben buscar alternativas que reduzcan primero los niveles de violencia, que atiendan a las personas con problemas de adicción y que fun-damentalmente exploren caminos para evitar que se formen bandas y grupos poderosos que subviertan el orden público. Lo que ha ocurrido en México y Colombia debería ser una alarma para toda la región.�•

drogas, narcotráfico y poder en américa latina (fce , 2016)dic iembre de 2016

entrevista

18 la gaceta dic iembre de 2016

fil 2016. afinidades latinoamericanas

© mattias blomgren

ericanas

Los escritores del Holocausto y el totalitarismo suman legión, pero son pocos los que han logrado pe-netrar el núcleo de la condición humana a través de las muchas capas de horror de esos infier-nos del siglo xx. Norman Manea

es uno de ellos, con la singularidad de que, des-pués de haber vivido la experiencia del campo de concentración nazi en su infancia, vivió la “utopía envenenada” del régimen comunista antisemita de Nicolae Ceausescu, hasta que se marchó a Berlín occidental protegido por una beca, y luego a Nueva York, protegido por otra beca, donde ahora vive un “trauma privilegiado”, según sus palabras. Y aun en los Estados Unidos ha sido objeto de ataques de-nigrantes desde la Rumania poscomunista.

Los habitantes de este lado de Occidente debe-mos admitir la dificultad de escribir o reflexionar con honestidad sobre acontecimientos tan funes-tos, pues no hemos vivido nada parecido. Esto no significa negar los horrores y sufrimientos de nuestros propios pueblos; es sólo que éstos no son nada en comparación con los de la Europa de

aquellos años. Aquí la gente también muere de des-nutrición, enfermedades prevenibles y hasta por motivos políticos, pero la aniquilación deliberada, planificada y sistemática de pueblos enteros por odio racial no ha tenido lugar en nuestra experien-cia… hasta ahora.

Este peligro es uno de los principales motivos de reflexión de Norman Manea: “El Holocausto no es una tragedia de los judíos, también es una tragedia alemana y, en última instancia, una tragedia huma-na en general […] La vergüenza alemana no es sólo alemana, sino de toda la humanidad. Quien no ve en el Holocausto el cuestionamiento de lo humano en sí, no tiene posibilidad alguna de percibir sus ver-daderas dimensiones y su auténtico significado”.

Sobre los peligros de las sociedades actuales, Manea advierte: “Tras la derrota del fascismo y la caída del comunismo, la sociedad abierta pare-ce que pasa también por una profunda crisis, por una pérdida de coherencia, decencia, generosidad y grandeza. La necesidad de un contrincante —ya sea étnico, ideológico, sexual o religioso— anima y desconcierta a la vez al mundo del capitalismo global hoy […] Hay sin duda enormes diferencias

entre una sociedad cerrada, deformada por el te-rror, el miedo y la miseria, y una sociedad abierta, deformada por la competencia egoísta y la publi-cidad vulgar [pero] la modernidad y su nueva fase de competencia global trajeron con una intensidad nueva e incomparable el problema del extranjero, el exilio, el inmigrante: un desconocido que se percibe como distinto, normalmente como dificultad, inclu-so como una abierta amenaza a la unidad nacional o al emblema religioso, un provocador peligroso que fermenta la rebelión y la revuelta, la tormenta y el desastre […] ¿Y qué ocurre con el terrorismo, el fanatismo, la creciente distancia entre ricos y pobres, la corrupción política, las múltiples redes antiterroristas y la vigilancia electrónica planeta-ria? ¿Cómo podemos responder a estos nuevos de-safíos sin incurrir en los errores de ayer y de esta mañana? […] ¿Cómo debería pensar un exiliado de una vieja dictadura comunista […] sobre [Edward] Snowden, que armó una increíble operación de des-enmascaramiento de la supervisión secreta de casi todo el mundo en una sociedad libre?”

Pensar el Holocausto como un cuestionamien-to de lo humano en sí, más allá de los prejuicios

Norman Manea,la impronta del destinoramón cota meza

El fce se congratula por el otorgamiento del Premio fil en Lenguas Romances 2016 al gran escritor rumano Norman Manea. Contra ciertos vaticinios desmoralizantes, su obra demuestra rotundamente que sí se puede escribir literatura —gran literatura— después del Holocausto, aunque de manera distinta a la precedente en Europa.

diciembre de 2016 la gaceta 19

norman manea, la impronta del destino

de la publicación de “Happy Guilt”, Manea volvió a ser objeto de ataques racistas, esta vez apenas ve-lados (“enano de Jerusalén” fue llamado) desde la Rumania poscomunista. El artículo está incluido en el volumen Payasos (2006).

El acendrado antisemitismo, la vida doble y la deshumanización de mucha gente en Ruma-nia bajo el fascismo y el comunismo es un tema constante en la obra de Manea. Para estudiar la psicología social que precedió al fascismo encon-tró fuentes invaluables en las novelas de Johann Sebastian (Hace dos mil años, 1934) y de Edgar Hilsenrath (La noche, 1964), escritores adopta-dos por Manea como sus precursores, cofrades espirituales y maestros. Sobre la vida intelectual en Rumania, Sebastian dice: “Nada es serio, nada grave, nada verdadero en esta cultura de libelistas sonrientes. Sobre todo, nada es incompatible […] La componenda es la flor de la violencia. Por eso tenemos una cultura de brutalidades y transaccio-nes” (¿Suena familiar?). La noche de Hilsenrath describe el efecto moral del Holocausto rumano sobre sus víctimas, “que llegaron a convertirse en sus propios verdugos, deshumanizados por el hambre, las enfermedades y la desesperación”. La noche parece encontrar eco en El sobre negro.

La suerte de Johann Sebastian ha sido contada por Manea. Siendo amigo de Nae Ionescu, Mircea Eliade y otros intelectuales en la primera mitad de los treinta, Sebastian escribió Hace dos mil años, que propugna por un acuerdo entre cristianos y judíos. Sebastian pidió a Nae Ionescu desde París que escribiera el prólogo al libro, pero éste y el resto de sus amigos se habían vuelto antisemitas virulentos, miembros de la Guardia de Hierro. El prólogo de Ionescu resultó ser un ataque virulen-to contra su antiguo amigo. “¿No sientes cómo se apodera de ti el frío de las tinieblas”?, increpó a Sebastian, llamándolo Iosif Hechter, su nombre judío.

Sebastian contestó con el texto Cómo me he convertido en Hooligan (1935), donde describe la muerte del espíritu crítico como la muerte del in-dividuo: “No soy un secuaz […] No confío sino en el hombre solo, pero en él confío muchísimo”. La destrucción del espíritu crítico ocurre en “la zona gris y rutinaria, sus codificaciones, el registro bi-zantino de las complicidades y adaptaciones, mo-duladas tanto por las probabilidades de la muerte como de la vida: las traiciones y los compromisos, las alianzas dudosas, las complicidades, las falsas confraternidades”.

Otro personaje caro a Manea es Ana Pauker, la Pasionaria rumana. “Pauker optó por el ideal re-volucionario a causa del antisemtismo rumano y, sin embargo, fue aniquilada por el antisemitismo de Stalin […] Aquellos militantes judíos añoraban la justicia universal y la igualdad, y creían que el Manifiesto [Comunista] pondría fin a las perse-cuciones que sus ancestros habían padecido, pero se toparon con la misma actitud antisemita de sus camaradas comunistas”, escribe.

Para Manea, el periodo nazi de Rumania quedó congelado en la época comunista, “en el bizantino nacionalsocialismo cárpato-danubiano recalibra-do, disfrazado y regenerado bajo la égida del co-munista Ceausescu”. Y sigue congelado en la Ru-mania poscomunista. Esa simulación es el objeto de las descripciones literarias y el blanco de las críticas políticas de Manea. En su autobiografía novelada El regreso del Hooligan, “El Hooligan [el gamberro] es la figura fanática e incondicional de la violencia, concebida por Mircea Eliade y otros teóricos fascistas que en no pocos casos, al emi-grar de Rumania antes del régimen comunista, consiguieron rehacerse una virginidad en Occi-dente, y con los cuales Manea es implacable”. (An-tonio Tabucchi, Letras Libres, 31/10/05).

El regreso del Hooligan también es el rechazo a las etiquetas simbólicas: “judío, alemán, ruma-no, víctima, militante, disidente —no atribuir a la emancipación ningún matiz heroico […] distancia-miento de la mitología ‘identitaria’, panacea ma-ravillosa de todas las ambigüedades, las contra-dicciones y las injusticias de la historia y la vida cotidiana”. Lo único que Manea recoge de su tra-dición judía es aquello que la hace universal y que en palabras de Albert Einstein es “Pasión por el conocimiento como tal, un amor a la justicia casi rayano en el fanatismo, una apremiante urgencia de emancipación personal —he aquí los rasgos de la tradición judaica que me hacen agradecer el des-tino de ser judío”.�•

la atmósfera opresiva de esos años adolescentes, cuando empezó a ser señalado como “Judas” y él mismo se condujo con maldad. Manea evita cuida-dosamente presentarse a sí mismo como víctima y afronta el hecho de que las dictaduras totalitarias envilecen a víctimas y victimarios.

Pero su tono no es de denuncia, sino íntimo: “Nos sumergimos en el descubrimiento que un niño hace de la vergüenza y la derrota”. El núcleo de la cuestión está en “la negativa de Manea a ser informativo, instructivo o didáctico […] Lo que te-nemos no es más ni menos que el estudio de una mente turbada, una mente que lucha por encon-trar un mínimo sentido en su propia vida interior. Una tarea humilde, imposible. Simplemente darle sentido a la propia vida interior” (Robert Boyers, Letras Libres, 7/02/12).

Manea terminó sus estudios de ingeniería en 1959 y publicó su primer cuento en 1966. Pese a ser miembro del Partido Comunista entonces, su obra siempre estuvo sometida a censura por la dictadu-ra de Ceausescu y es poco conocida. Manea admite sus propios errores de conciencia: “Como secreta-rio de la organización comunista de mi instituto me vi obligado —bajo los auspicios de la rigurosa campaña de ‘vigilancia’ de ese periodo— a expul-sar del grupo a tres estudiantes inocentes […] Me quedé muy perturbado por lo que había hecho a estas personas absolutamente inocentes. Para mí fue un shock ideológico y una vergüenza moral”.

Su propósito literario es describir la vida estóli-da, falsa, doble y rutinaria bajo las dictaduras po-líticas, pero mientras vivió en Rumania lo hizo en estilo barroco, elusivo, como en clave. Describe la vida bajo la dictadura antisemita de Ion Antonescu como si estuviera hablando de la vida bajo la dic-tadura comunista y viceversa. En 1982 protestó públicamente contra la política nacionalista de la jerarquía comunista, lo que le valió ser acusado de “adversario de la línea del partido, cosmopolita y extraterritorial”. En 1984 la dictadura le anuló el premio de la Asociación de Escritores de Bucarest. Su libro más conocido de esos años es la novela El sobre negro, publicada primero en Bucarest (1986) y luego en Berlín occidental bajo los auspicios de editores y escritores muy reconocidos, entre ellos Heinrich Böll. En palabras del propio Manea, El sobre negro es un “libro difícil” pero no explica por qué. Acaso la dificultad está en que la trama (la investigación del protagonista sobre la desapa-rición de su padre bajo la dictadura fascista) resul-ta sofocada por la atmósfera, donde la banalidad de la vida cotidiana siempre está a punto de hacer estallar las reservas de ferocidad latentes en la sociedad rumana. La descripción de esa atmósfera es poética y poderosa, lo que le ha valido al autor ser comparado con Franz Kafka.

***

Manea empezó a ser conocido en el hemisferio oc-cidental por la publicación de su artículo “Happy Guilt” en la revista The New Republic en 1991. Una bomba. En él expone la complicidad activa, faná-tica, de algunas de las mayores figuras e intelec-tuales y literarias rumanas con la dictadura anti-semita y pronazi de Antonescu entre 1937 y 1941, entre ellos el destacado estudioso de las religiones Mircea Eliade y el escritor Emil Cioran, quien si-gue teniendo muchos admiradores por la excelen-cia de su estilo.

Estos intelectuales fueron militantes de la or-ganización de extrema derecha antisemita “La legión de hierro”, que cometió innumerables crí-menes contra judíos en Rumania. Mircea Eliade escribió entonces: “¿Es admisible que el pueblo rumano acabe su vida […] sumido en la miseria y la sífilis, invadido por judíos y descuartizado por foráneos?” Sobre la resistencia polaca a la inva-sión alemana en 1939, escribió: “La resistencia de ‘los polacos’ en Varsovia es resistencia judía. Sólo los judíos son capaces de chantajear poniendo a mujeres y niños en el frente para abusar así de los escrúpulos alemanes […] En vez de una Rumania invadida de nuevo por judíos, sería mejor tener un protectorado alemán”.

Los legionarios fueron proscritos después que intentaron derrocar al régimen de Antonescu en 1941. Mircea Eliade dijo entonces: “Rumania no se merece al movimiento legionario”. Cioran voci-feró: “La Legión se limpia el culo con este país”. Después de 1945, Eliade se deslindó del marxismo y el fascismo, pero se abstuvo de examinar su pro-pio pasado, igual que Cioran, quien declaró: “De haber sido judío me hubiera suicidado”. A causa

étnicos y de las coyunturas políticas, implica des-montar la “industria del Holocausto”, su instru-mentalización por motivos políticos rastreros, comerciales y mediáticos, y su utilización como “garrote moral” contra Alemania y los alemanes. En cuanto a esto, la postura de Manea es radical pero también escéptica: “No soy, lamentablemen-te, un creyente, pero confieso que la prohibición judía de promover el nombre de Dios o de atribuir-le un semblante, siempre me pareció más pertinen-te que la excesiva iconografía, de cuento ilustrado, que promueven otras religiones. Para el cataclis-mo humano que lleva el rótulo de “Holocausto” tal vez hubiese deseado, pues, un silencio austero, codificado, intangible. Pero no tengo la seguridad de que haya solución real para semejante dilema”.

Dilema que quizá nadie ha expresado más con-cisamente que Samuel Beckett en 1949: “No hay nada que expresar, no hay con qué ni desde dón-de expresarlo… y, pese a todo, es obligatorio ex-presarlo”. Norman Manea lo recoge así: “…no po-demos renunciar a evocar el pasado, ni su carga ni su significado, por insoportables que resulten las vulgarizaciones, por lamentables que sean las distorsiones a las que está sometido ese mismo pasado”. Imre Kertész ha ido más lejos, reconoce Manea: “Auschwitz fue la culminación natural de la historia que lo precedió y nada de lo sucedido posteriormente lo ha invalidado… Los crímenes contra la humanidad continúan, se suceden de he-cho todos los días, con la regularidad con que gira la Tierra, imperturbable, alrededor del Sol y sobre su eje cada vez más incierto”.

***

Norman Manea fue deportado a los cinco años de edad con sus padres al campo de concentración de Transnistria, Ucrania, en 1941, por el gobierno del general Ion Antonescu, aliado de Hitler. Antones-cu declaró entonces: “Tienen que enterarse todos que no estamos en lucha contra los eslavos, sino contra los judíos. Es una lucha a muerte. O ven-cemos nosotros y purificamos el mundo, o vencen ellos y seremos sus esclavos”.

En el cuento “El jersey” de Manea, un niño re-memora a su padre trabajando en el campo de con-centración como panadero a cambio de un cuarto y un trozo de pan al día. La madre salía los lunes a trabajar como tejedora en los pueblos vecinos y regresaba los viernes con un saco de verduras marchitas. Entraba sin ver ni saludar a nadie, sólo daba vueltas como loca en el cuarto desnudo, has-ta que se serenaba, vaciaba el saco y repartía las raciones en silencio.

El cuento “Octubre a las ocho” describe una pa-reja que podría ser la de los padres de Manea a su regreso a Rumania: “Una relación entre huérfanos extraños, perdidos en el ancho mundo, extravia-dos en el desierto, apretados desesperadamente el uno contra el otro, sólo así se sentían protegidos… Siempre que uno se derrumbaba, el otro asumía la carga durante breve tiempo, uno recuperaba sus fuerzas y luego volvían a cambiar los papeles, como niños que se hacen los valientes”.

El significado de escribir después del Holocaus-to está resumido en el cuento “El té de Proust”, donde Manea contrasta el desencadenamiento de la imaginación del escritor francés al recordar el olor de una taza de té, con el olor del brebaje que le servían a él: “… el aroma de aquella bebida di-vina no habría podido suscitar recuerdo alguno: semejante placer no había existido nunca. Por sus recuerdos, sea como fuere, aquel bebedizo embru-jado no podría ser llamado de ninguna manera té […] Las pastas sabían a jabón, a barro, a orines, a piel quemada, a nieve, a hojas, a lluvia, a huesos, a arena, a moho, a lana mojada de oveja, a espon-jas, a ratones, a pescado, tenían el sabor único del hambre, del hambre […]

“El miedo y el hambre, la humillación, la impa-ciencia ciega y salvaje de fiera y una soledad feroz sí se han conservado. Sólo así quizá pueda conser-varse la infancia misma […]

“Si después perdí algo fue precisamente la crueldad de la indiferencia. Pero más tarde y con dificultad, mucho más tarde. Pues más tarde me convertí en lo que se llama… un ser sensible”.

Manea fue tomando conciencia de escritor a gol-pes del destino. Después de un breve periodo de es-tabilidad y relativa abundancia en casa de sus pa-rientes a su regreso a Rumania, empezó a sentir la asfixia de la mentira en la organización de jóvenes pioneros, de la que el futuro dictador Ceausescu era responsable. Varios cuentos suyos rememoran

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La deslumbrante irrupción lite-raria de Elena Garro compren-dió tres géneros distintos. Esto ocurrió entre 1958 y 1964 con la publicación de las piezas dramá-ticas de Un hogar sólido, la no-vela Los recuerdos del porvenir

y los cuentos de La semana de colores. Luego de este triple debut, señalado por la madurez técnica y una osada imaginación, Elena Garro (1916-1998) no volvió a los estantes de las librerías sino hasta 1980 con la compilación de relatos Andamos hu-yendo Lola. Lo que viene a partir de entonces —la segunda etapa del devenir creativo de Garro— ha sido menos difundido. Este volumen incluye una selección de novelas y nouvelles dadas a conocer entre 1981 y 1998. De Testimonios sobre Mariana a Mi hermanita Magdalena, Garro dio forma a un territorio ficcional en que puede apreciarse una variedad y evolución tanto en el plano estilístico como en el de la construcción dramática. La pro-sa se vuelve más veloz con una moderada audacia lírica, un temple más inclinado a la fluidez y la ca-racterización a través del diálogo y, por otra parte, hay una diversidad de soluciones y estrategias que van desde el narrador testigo hasta la disección psicológica, recursos que ratifican el manejo cons-ciente de una fabuladora de dotes notables que se interesa por los ires y venires del difícil vínculo mujer-hombre y en general ciertas franjas íntimas de los conflictos sociales y políticos, con una agu-da aprehensión de las formas de la misoginia y la paranoia, tamizado todo esto por una visión pesi-mista de la condición humana.

La destrucción de (la imagen de) la mujerFarsante, frívola, parásito, arribista, desclasada. Imprudente y patológica; enferma mental, simula-dora, artista de la mentira. Advenediza, insensata, egoísta, inestable, irreductible; embustera, prosti-tuta, desquiciada, abyecta, peligrosa…

He aquí una lista —incompleta— de los térmi-nos con que un personaje se refiere a la protago-nista en Testimonios sobre Mariana (1981). Esto se registra en conversaciones informales, reunio-nes, cenas, fiestas, a lo largo de los años, esté Ma-riana presente o no. Su nombre viene acompañado de un epíteto atroz en labios de un hombre o una mujer, el esposo, un amigo o amiga, un conocido, un amante… Para mayor precisión, esta novela casi podría haberse titulado Adjetivos contra Mariana.

Eso no es todo. El libro es un ejercicio reiterado de la caracterización de una mujer en voz de los varones. El narrador del primer testimonio, Vi-cente, la describe como “una modesta enfermera inglesa” o como “una campesina”. También la di-

buja así: “Tenía el aire inocente de las puritanas, pero bajo ese aspecto sano y limpio se ocultaba una vida dislocada”. Uno de los escasos momen-tos en que el esposo, Augusto, se permite dejar de lado los insultos al hablar de su mujer es éste: “Mire, Gabrielle, Mariana es como un reloj finísi-mo de precisión, el menor golpe puede alterar su funcionamiento, por eso me preocupa”. En otro momento, se cuenta cómo, durante sus tertulias, “Augusto escogía a su mujer para ilustrar los te-mas. En presencia de la muchacha se discutía su educación, sus tendencias autodestructivas, su frigidez sexual, su lesbianismo latente, su rechazo a la sociedad y su esquizofrenia, su falta de res-ponsabilidad que la imposibilitaba para educar a su hija”. El libro con el que Elena Garro regresó al terreno de la novela después de la fulgurante Los recuerdos del porvenir (1963) es un profuso desfi-le de adjetivos, definiciones y metáforas con que se estigmatiza a un personaje femenino.

Y, sin embargo, mientras más se habla de Ma-riana, su historia resulta más y más escurridiza.

Ella es una joven latinoamericana, rubia y esbel-ta, que vive en París casada con un joven y ambi-cioso arqueólogo, madre de una pequeña de nom-bre Natalia. Fuera de estos datos elementales, se vuelve arduo cumplir con una sinopsis lineal en que se glosen los hechos principales en la vida de Mariana. La misma estructura participa de esta complejidad, pues ésta se forma con tres monólo-gos de distinta extensión y naturaleza. La primera parte es el testimonio de Vicente, el rico amante sudamericano de Mariana. La segunda tiene como narradora a Gabrielle, la pobre amiga francesa de inclinaciones comunistas. La tercera nace de la voz de André, un joven parisino de familia pu-diente que se enamora de la protagonista de forma obsesiva. Aunque coinciden en el relato de algunos sucesos, los tres tienen un grado dispar de cerca-nía con Mariana y se ocupan de momentos dife-rentes. Eso sí: el marco temporal abarca la década posterior al fin de la Segunda Guerra Mundial en Francia, sobre todo en París.

Lo que pone en movimiento la trama es el cons-tante desencuentro de Mariana y su esposo. La no-vela se detiene más de una vez en episodios de plei-to, rispidez, infidelidad entre ambos. Aun así, no convendría que nos apresuráramos a concluir que el asunto medular de Testimonios sobre Mariana sea el vínculo matrimonial fallido, pues muchos de los episodios de confrontación se cuentan parcial u oblicuamente, desde la perspectiva de testigos falibles o prejuiciados. Estos hechos, conjeturo, no tienen la función de hacernos centrar la mirada en la confrontación cotidiana de una pareja, sino de exhibir los modos adversos en que una mujer de

comportamiento “díscolo” o “evasivo” es caracte-rizada por su ámbito social.

A diferencia de Reencuentro de personajes (1982), donde la trama sigue desde adentro la historia de una relación de pareja conflictiva, en Testimonios sobre Mariana la visión parcial de los hechos propicia que la verdad sobre Augusto y su esposa nunca esté clara: ¿quién es la víctima y quién el verdugo? ¿Es él un patán que esconde re-pugnantes delitos o un hombre que genuinamente sufre el abuso de su mujer frívola y desequilibra-da? ¿Es ella una muchacha demasiado sensible, víctima de un marido autoritario, o una paranoica que se inventa un papel sufriente para cada cir-cunstancia? Por otro lado, la protagonista misma parece rehusarse a hacer la defensa de sí en la mayoría de los casos. Como cuenta Gabrielle: “Su problema era que nunca hablaba de lo que le ocu-rría. Estaba amurallada y si alguien intentaba ha-cerla hablar o se reía o decía impertinencias”. En una obra donde la sabemos protagonista, Mariana —casi anulada por la unanimidad de los dictáme-nes ajenos— no ejerce una vehemente apología de sí, una afirmación del derecho a seguir las veredas de su temperamento.

En términos generales, los tres narradores tie-nen una aprehensión favorable de Mariana. Los dos primeros tuvieron afectos profundos por ella; el tercero, más distante pero no menos interesado y hasta irracionalmente prendido, sirve de com-plemento al concierto de voces con el registro del embeleso que Mariana era capaz de provocar en quienes apenas conocía (“aunque era difícil en-tenderla era muy fácil amarla”). Si bien los tres afirman haber querido a la joven, sus testimo-nios pasan por disímiles etapas y humores, y por eso también incurren en el odio, la desconfianza y hasta la traición y la agresión. En una instan-cia muy dramática, Vicente intenta asfixiar a su amante en un hotelucho en Nueva York. Gabrie-lle, quien se sabe no del todo leal, pues trabaja en la oficina de Augusto, no se ahorra descalificar a su amiga con el siguiente juicio: “Mariana misma era un error. Un grave error histórico. Vivía en una di-mensión imaginaria, se negaba a ver la realidad y ahora huía como una colegiala en vez de afrontar los hechos”. Como resultado de este contradicto-rio mosaico, Testimonios sobre Mariana deviene algo más punzante que sólo una sesgada narración sobre los amores tempestuosos de una pareja, sino la obra en la que más penetrantemente desmenuzó Elena Garro las muy variadas formas de la miso-ginia en las sociedades occidentales en el contexto de la modernidad. Es éste un catálogo incisivo so-bre los modos en que la palabra de, sobre todo, los varones busca aprehender para destruir la imagen de una mujer: “Cambiar la memoria para destruir una imagen es tarea más ardua que destruir a una persona”, reflexiona Gabrielle.

Esta representación de la misoginia tiene sus riesgos. Uno de ellos, el de la saturación ocasiona-da por el abundamiento de los epítetos contrarios a Mariana, se resuelve bajo una luz insospechada cuando advertimos que la novela no es lo que su título anuncia y su estructura aparenta: la pala-bra “testimonios” es engañosa, la partición en tres secciones un artificio al pie de la letra, esto es, in-cluso al interior del libro. “Fue entonces cuando se me ocurrió escribir una novela sobre su vida, recordé que la naturaleza imita al arte y decidí darle un final feliz, que cambiaría su destino. Me encerré a escribir, mi personaje era complejo, su vida era un inexplicable laberinto, pero yo la con-duciría a través de aquellos vericuetos tenebrosos a una salida inesperadamente luminosa”. Lo ante-rior lo escribe Gabrielle hacia la mitad de su testi-monio. Y añade: “Era lo menos que podía hacer por la pobre Mariana: un conjunto, una obra mágica, una pieza maestra”.

La novela confiesa así tener entre su repertorio de personajes no sólo a una amiga de la protagonis-ta, una sombra fácilmente impresionable y de con-ducta equívoca, sino a su “autora”. Gabrielle es la clave para leer Testimonios sobre Mariana como una puesta en abismo: es una novela que exhibe su propia naturaleza ficcional. “Escribí muchas cuartillas, modifiqué algunas de las situaciones que había vivido con ella para poder llegar al final feliz que me proponía”. Ante esta manifestación, habría que preguntarse: ¿qué es “lo real” de lo que se ha contado? ¿Las voces de Vicente y André son entonces imposturas de esta inesperada moldea-dora de la trama? Resulta sintomático que ante las exigencias de una conducta racional y pragmática que constantemente lanzan los varones, sea una

El tercer volumen de las Obras Reunidas de Elena Garro comprende cinco novelas poco conocidas. La autora muestra en ellas una evolución hacia un estilo más directo, un ritmo más rápido y una construcción dramática más ligera que en sus novelas extensas. Publicamos a continuación el prólogo de esta edición.

Centenario de Elena GarroTeatro completo y Obras escogidasgeney beltrán félix

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de signo liberador, pues el ansiado retorno a la raíz se ve cumplido tal cual… no sabemos si en el plano “real” de la trama pero sí en el de la percepción de la protagonista:

Consuelo se hallaba dentro del corazón tibio del oro, levantando apenas la cortina de muselina blanca, y desde allí vio a Ramona de pie, debajo de un manza-no plantado a la orilla del río. Era una sombra oscu-ra y sólo eran visibles sus ardientes ojos afiebrados. […] Consuelo sonrió, ahora más nunca aquella mujer oscura y terrible le haría daño, estaba dentro de la casa junto al río, a su lado se hallaban sus tíos y la casa resplandecía como un arco iris. ¡Estaba a sal-vo! ¿Acaso no había venido a España en busca de sus muertos…?

Con este elocuente episodio de salvación sobrenatu-ral, La casa junto al río vuelve a una muy acendrada deriva en la obra de Garro, en cualquiera de los géne-ros que invadió: la intuición enfática del papel más alto que tiene la imaginación de cara a la sordidez de la vida real.

Los hombres no lloran“De pronto se dio cuenta de que se hallaba entre sus iguales, los desheredados. Y el hecho de beber con ellos un café caliente en una noche de lluvia, en el corazón de la ciudad ajena a sus pesares, lo llenó de cordialidad hacia sus compañeros. El poder le pa-reció absurdo, inhumano y alejado para siempre de ese instante inefable…” No han avanzado muchas páginas de Y Matarazo no llamó… (1989) cuando el personaje principal, un oficinista llamado Euge-nio Yáñez, casi anestesiado por una vida rutinaria y mediocre, conoce una forma de la redención: ha decidido regalar cigarros a un grupo de huelguistas a quienes las fuerzas del gobierno vigilan y hosti-gan. Se trata de una redención mínima en los he-chos pero intensamente significativa para Eugenio: soltero, sin hijos, detenido en la estreñida escala de la burocracia, la existencia le ha cerrado, hasta ese instante, los caminos que podrían haberle otorgado un sentido más profundo a sus días.

Escrita casi 30 años antes de su publicación, Y Matarazo no llamó… retrata una esquirla de las lu-chas obreras de los años cincuenta en la Ciudad de México a través de la percepción de un ciudadano de a pie, un ser externo a los sucesos que se invo-lucra por solidaridad aunque sus recursos sean po-bres y su poder nulo. No hay manera de negar que Elena Garro toma partido en Y Matarazo no llamó… y reivindica a las víctimas mediante una crítica de la represión que las estructuras oficiales ponen en marcha. Los obreros en huelga son “sus iguales, los desheredados”, descubre Yáñez, porque, aunque él tenga un empleo estable y una vida estrecha pero resuelta, también ha sido testigo de los modos avie-sos que asume la corrupción gubernamental en su misma oficina, pues ahí rigen la ineptitud, el servi-lismo, la mendacidad y la mentira. El conflicto de Eugenio Yáñez es así el de la víctima que, al descu-brirse en esa condición, decide no replegarse ni re-signarse sino enfrentar al poder.

Y Matarazo no llamó… tiene un eje unitario basado en la percepción del protagonista y en los movimientos de su vida interior. Narrada en ter-cera persona, esta nouvelle hace uso del discurso indirecto libre para dotar de cercanía y fuerza el periplo emocional del personaje. En este sentido, no resulta menor el acento con que esta novela, si bien afincada en el tratamiento ficcional de un asunto político, se acerca puntillosamente a las manifestaciones de la virilidad.

En casi toda la obra de Garro, el papel de la víc-tima es ocupado por personajes femeninos. Las repercusiones de sus desafíos a la autoridad viril son usualmente íntimas: paranoia, pánico y pará-lisis. Aunque Eugenio Yáñez experimenta algunas de esas pulsiones en su itinerario dramático, re-conoce, de forma más que crucial, el llanto: “Se sentó en la orilla de la cama y de pronto supo que unas lágrimas ardientes corrían por sus mejillas fatigadas. El llanto silencioso le produjo un bien-estar”. La revelación del cariz salvador que tiene el llanto se confronta con la educación masculina que Yáñez recibió en su familia y en la sociedad: “�‘Los hombres no lloran’, le repetía su padre. ¿Y por qué los hombres no podían llorar? Alguna vez debía romper las normas impuestas y con decisión se lanzó sobre su cama y sollozó sobre la almoha-da de borra. La almohada parecía estar llena de piedrecitas duras y compactas”.

Con el devenir dramático de un varón común y corriente en Y Matarazo no llamó…, Garro hace

Reencuentro de personajes es el gran logro de Elena Garro en los asfixiantes terrenos de la ficción psicológica, y es también la obra con la que asedió desde adentro y agotó abrumadoramente el tema de los conflictivos vínculos mujer-hombre. En las letras mexicanas, nadie había descrito así, con ese talante tan sombrío, duro y terminal, las provincias del desamor y su violencia.

En busca de sus muertosEn 1982 Elena Garro publica la novela corta La casa junto al río. Es este género (nouvelle), una forma que se volverá hospitalaria y asidua en las publicaciones de la autora a lo largo de la siguien-te década y media. En general, son obras que dan pie a una mayor concentración dramática, desde la perspectiva de personajes cuyo devenir asume rasgos progresivamente hostiles y pesarosos. La casa junto al río tiene como protagonista a Con-suelo, una mujer joven nacida en España y quien, luego de vivir desde su infancia en México, vuel-ve a su patria en busca de su antigua familia, los Veronda, en un pueblo en el norte de la península, poco después de la muerte de Francisco Franco. Aislada, casi sin dinero, proclive al temor, Con-suelo se enfrenta a una espesa mezcla de mentiras, medias verdades, rumores y confusiones en las voces de los lugareños, quienes parecen tener in-terés en ocultar o tergiversar los hechos pasados.

Como en Reencuentro de personajes, la prosa de este breve libro carece de licencias líricas como las que vuelven rutilantes las páginas de Los re-cuerdos del porvenir o La semana de colores. Ga-rro otorga al fraseo de La casa junto al río una to-nalidad opaca y un ritmo entrecortado, de la mano de un uso prominente del diálogo y la enjuta carac-terización de los personajes secundarios. Hay, di-gamos, una suerte de asepsia verbal que parecería subrayar orgánicamente el desamparo familiar y social de Consuelo. Por otro lado, la conjura que se va formando en torno a ella para despojarla de una herencia se da a conocer de manera paulati-na, a través de conversaciones contradictorias, confesiones y rumores reportados a cuentagotas. Consuelo descubre estos retazos de información a la par del lector, con lo que el efecto dramático se vuelve más turbiamente amenazante.

La casa junto al río podría ser vista, en primer término, como el estudio de caso de un persona-je paranoico a quien le sobran razones para serlo. La paranoia es un rasgo reiterado en no pocas de las creaciones de Garro, enfrentadas a escenarios de opresión y persecución de varones con dinero y poder, y ante quienes prueban distintas formas de resistencia y escape. El devenir de Consuelo es distinto: no hay en su historia una relación de pa-reja, y su indefensión no viene del aislamiento y la violencia fomentados por un varón, sino de toda una comunidad.

Sabemos poco de la vida anterior de Consuelo, salvo que tuvo una hermana, ya fallecida, y que vive con diezmados recursos económicos. Esta elusión de su travesía vital previa es significativa, pues lo que se consigue es dar mayor relieve a los dos momentos que definen sus relaciones con los habitantes del pueblo: la infancia y el presente. El movimiento de Consuelo no es de huida sino de retorno. Concretamente, vuelve a sus orígenes en busca de la verdad sobre su familia. Ella parecería cumplir una ambición discernible en, por dar uno entre varios posibles ejemplos, las dos protagonis-tas de varios de los relatos incluidos en Andamos huyendo Lola: atosigada, junto a su hija, por un curso de hambre y miseria, la emigrante Lelinca tiene el ensueño de regresar, niña, a la cocina en la casa de sus padres para evadirse de un presente sin horizontes.

La vuelta al origen se descubre siempre ilusoria. Entre los hechos confusos de que se entera, Con-suelo escucha nombres y memorias de supuestos miembros de su familia de quienes nunca había sabido nada y que supone inventados interesada-mente por los vecinos. La simulación de los víncu-los sanguíneos y la alteración del árbol genealógi-co manifiestan la distorsión de ese Paraíso infantil por la palabra. La casa del título, un sitio cercano pero impenetrable, se vuelve la metáfora de cuan-to le ha sido arrebatado de su identidad: “A ella la habían expulsado de todo lo que amaba: familia, casa, pueblo. Sólo le interesaban las sombras lu-minosas y trágicas de sus tíos […] Asida a las rejas contempló la casa inaccesible y lejana, tan lejana como el Paraíso”.

Novela pesimista y enrarecida, La casa junto al río se abre, sin embargo, a una solución fantástica

mujer quien se plantee recuperar las numerosas aristas, contrapuestas y huidizas, oníricas e inex-plicables, de Mariana. En el recurso de Gabrielle se dejaría ver una declaración de principios de Elena Garro: ante la animadversión verbal de los varones, sólo una mujer muestra solidaridad, pues su tarea de escritura implica enfrentar el apabu-llante veredicto adverso sobre su amiga y perso-naje, apropiándose por su cuenta, desde la ficción, de la herramienta que durante milenios ha usado el hombre para denigrar a la mujer: la palabra. Al mismo tiempo, Gabrielle le concede a su Mariana un final liberador: el que consigna desde la voz de André, ya en clave fantástica, hacia el final del li-bro. La veracidad en torno a la Mariana real, bio-gráfica, no importa; la vida de ningún ser humano es rectamente aprehensible por el lenguaje, pues de forma inevitable se mezclan las veleidades de la memoria y la tendencia a juzgar las conductas ajenas. “Mariana sólo fue un sueño que soñamos entre todos”, escribe Gabrielle.

Testimonios sobre Mariana es un ingenioso ar-tefacto novelístico que se mueve por dos vías com-plementarias: es una exhibición de la misoginia, del esmerado proceso de destrucción de la imagen femenina y, no menos que eso, una obra de ficción consciente de sus derivas y falibilidad, que así cues-tiona el dominio del sexo masculino sobre la pala-bra al tiempo que se la apropia y la subvierte.

La degradación del ser amadoA diferencia de Testimonios sobre Mariana, Reen-cuentro de personajes, la tercera novela de Elena Garro, es el estudio de caso de un amor violento, quiero decir, de un vínculo mujer-hombre señalado totalmente por el conflicto. Frank y Verónica viven una situación irregular: ésta abandonó su país y a su marido para huir a Europa con aquél, su aman-te, quien pronto deja ver una conducta fincada en las normas del abuso: “Para Frank”, se percata la mujer, “el amor era la degradación del ser amado, ni siquiera era la destrucción”. Vencida por el mie-do y la culpa, ella se paraliza: tolera la violencia, se permite experimentar la vergüenza y el odio, hasta volverse poco menos que una nulidad humana. Son, así, ella y él una pareja de temperamentos incom-patibles a quienes lo peor de cada quien mantiene juntos: él se afirma en el dominio sobre un cuerpo temeroso e indefenso, y ella se niega a sí misma por el aislamiento al que es llevada y la conciencia de lo erróneo en sus decisiones pretéritas. El despotismo y la manipulación por un lado; la autoconmisera-ción y la inmovilidad por el otro.

Reencuentro de personajes tiene una voz narra-tiva omnisciente que se afinca en la percepción de Verónica, aunque no sólo en eso. Ficción dotada de un agudo bisturí psicológico, esta novela es tam-bién un acelerado recuento de episodios de pugna y rudeza que parecen ir escalando hasta alcanzar, cada uno, un punto definitivo que es, con todo, superado pronto por un suceso más áspero y más lacerante. Sorprende cómo Garro favorece un eje dramático unitario, determinado por la inestable guerra en el vínculo de Verónica y Frank, sin que esto le limite el mirador de los copiosos hechos que relata ni le reduzca la amplia galería de perso-najes secundarios a los que da vida.

Como Mariana y como varias otras protagonis-tas femeninas en la obra de Elena Garro, Verónica vive en un momento histórico, las décadas de 1940 a 1960, entre dos derivas: ha recibido de su familia una educación progresista e ilustrada, resultado de una visión de igualdad entre los sexos, pero la socie-dad en que se mueve sigue dominada por los moldes patriarcales. Esto se manifiesta en la sujeción eco-nómica ante el varón. Para Verónica es un recor-datorio frecuente el hecho de que no tiene ni para comprarse un boleto de tren que le permita escapar de la esfera en que Frank la tiene sometida.

Es ésta, pues, una obra de lectura fluida y ve-loz pero de sustancia incómoda, a ratos claustro-fóbica, que difícilmente permite al lector tomar partido por un personaje u otro: la forma corro-siva en que se exhiben las fallas y desatinos, los arranques e iniquidades de Frank y Verónica otor-gan a esta novela un cariz ambivalente y descar-nado. Garro evita el maniqueísmo, pues, si bien el hombre cae a menudo en la patanería, no logra es-conder el drama interior que lo signa, fijado por la visión edípica ante su madre y su no aceptada ho-mosexualidad, mientras que Verónica, con todo y que es víctima de una relación abusiva, también se ve llevada a las respuestas irascibles, amén de sus desplantes clasistas, paranoicos y poco solidarios que la vuelven un ser de claroscuros.

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centenario de elena garro. teatro completo y obras escogidas

rra con el regreso a París en otoño, y el reencuen-tro con el ominoso marido de Magdalena, así como con la aparición de una misteriosa caja incrimina-toria en el departamento al que las chicas acaban de mudarse. El cuadro general conforma una no-vela escrita con carisma, fluidez y velocidad, nu-merosa en pormenores, historias y personajes, que hace un retrato variopinto de los primeros años de la década de 1960 en México y en Francia.

Si bien las dos muchachas enfrentan situacio-nes de pánico, paranoia y peligro, destaca la figu-ración de un modo femenino de ser y comportarse con atrevimiento y picardía. Dos declaraciones trazan con nitidez el temperamento de Magdalena. Uno sale de su boca: “¡Estoy harta de que me den consejos! Y basta que alguien me diga que no haga tal cosa, para que me empeñe en hacerla. ¿A qué se deberá?” El otro lo resume Estefanía: “Mi her-manita tenía razón: había que ser vertiginosa, rá-pida, ir a todas partes, tomar riesgos, conquistar, conocer gente, países, en fin, ser algo así como una heroína de película”.

Si bien Garro privilegió la construcción de per-sonajes femeninos en estado de rebeldía contra las imposiciones patriarcales, no hay en su obra —fuera de Julia en Los recuerdos del porvenir— un ejemplo cabal de una protagonista que aúne la coquetería y la buena fortuna a la disidencia per-manente como Magdalena. En Ascona, la joven se las arregla para tener amoríos con tres chicos di-ferentes. “Los tres novios lo ignoran. ¡Qué talen-to! ¡La verdadera mujer moderna, joven, bella y libre!”, resume un amigo.

Mientras la narradora acata en más de una oca-sión los prejuicios y las reconvenciones de su fa-milia, Magdalena da el ejemplo opuesto. Contraria a la tendencia a la inmovilidad de muchos perso-najes de Garro, Magdalena, admiradora de Napo-león, muestra osadía y astucia maquiavélica.

“—¡Carajo! Te juro que a ese notario me lo echo al plato —le dije a mi hermanita.

”Mi hermanita me detuvo en seco.”—Espera. Tú arreglas siempre las cosas que-

riéndote echar al plato a medio mundo. Yo creo en la táctica. Mira, voy a hablar con Armaignac, él se puso a mi disposición. A ver si como ronca duer-me”.

Como en Testimonios sobre Mariana y Reen-cuentro de personajes, el punto de partida de Mi hermanita Magdalena es un desastrado víncu-lo mujer-hombre. Sin embargo, en esta instancia Elena Garro escamotea la narración de los epi-sodios que señalen los altibajos del nexo entre Magdalena y Enrique; unos cuantos detalles nos son reportados por la primera. La clave está en el temperamento desafiante de Magdalena, quien, al huir de su marido, le arrebata —y este detalle no es menor— una buena cantidad de dinero con la que adquiere una libertad impensada en Maria-na o Verónica. Este viraje otorga a la relación de pareja otro tenor, uno marcado por la igualdad de fuerzas, y que, aunado a un episodio cruelmente afortunado, libera finalmente a Magdalena de esa unión conyugal para elegir, sin presiones, a su fu-turo marido.

En las últimas páginas, en uno de los pocos su-cesos ríspidos entre los esposos, mientras él quie-re forzar a Magdalena a acompañarlo, Estefanía se interpone (“—Enrique, deja a Magdalena o doy de gritos. Aquí no estamos en México…”), y él hace una declaración que se demuestra falsa: “—¡Cálla-te, imbécil! ¿Qué quieres decir con eso de que aquí no estamos en México? ¡Pendeja! El mundo entero es México, Magdalena es ¡mi mujer! ¿No te has en-terado?”

En casi cualquier otra obra de Garro, la afir-mación “El mundo entero es México” habría sido verdadera en el sentido de “en cualquier parte del mundo se permiten conductas abusivas del varón hacia su mujer”. Digamos que Enrique llegó tarde a las páginas de Elena Garro. Es un vestigio del patriarcado hispánico que a otras mujeres en la obra de Garro arruinó cualquier asomo de dicha o siquiera tranquilidad, pero que en Mi hermanita Magdalena, una de las novelas más luminosamen-te placenteras y audazmente desfachatadas de la literatura mexicana, ya no tiene sitio.�•

Tímida en sus alcances dramáticos, sin la vehe-mencia de otras páginas en que Garro escarba en los mundos del amor y la pareja, Busca mi esquela es una fabulación orgánica en la que Garro se vuel-ve a acercar, desde otra distancia, con un mirador romántico, al infortunio de las relaciones mujer-hombre en la sociedad mexicana.

Una heroína de películaMi hermanita Magdalena apareció en noviembre de 1998, no muchos meses después de la muerte de la autora. Poco menos que sintomático resulta que la última novela de Elena Garro sea un mosaico de jovialidad, humor, luz vitalista y juego. Aunque en un punto inicial de la trama la narradora define la vida como “un laberinto oscuro poblado de ase-chanzas que no podíamos prevenir”, Mi hermani-ta Magdalena es de hecho el testamento gozoso de una autora de perfiles diversos, por si alguna duda cabía.

La obra tiene una voz narrativa, la de la joven-cita Estefanía, hija de una prolífica familia de Chi-huahua residente en la Ciudad de México. El en-torno en que Estefanía y sus hermanas crecen, y la educación que reciben, son convencionales, los propios de un clan de clase media regido con cier-ta laxitud por la moral católica hacia la mitad del siglo xx.

La primera sección de la novela se pone en mar-cha a partir de que la Magdalena del título desapa-rece del hogar, llevada a la fuerza por un hombre joven, Enrique, quien alega haberse casado con

ella en secreto. La trama sigue las repercusiones, que van de lo pesaroso a lo espeluznante, que este hecho tiene en la familia; resalta la figura de doña Justa, la supuesta madre de Enrique, descrita con rasgos esperpénticos. Como en Reencuentro de personajes, donde se establece un nexo intertex-tual con una obra de F. Scott Fitzgerald y con otra de Evelyn Waugh, en Mi hermanita Magdalena Estefanía y su hermana Rosa, metidas a detectives en busca de las huellas de su hermana, leen Crimen y castigo de Dostoievski y se sienten impelidas a emular el asesinato cometido por Raskolnikov para hacer justicia: “Crimen y castigo era aluci-nante. Nunca imaginamos un libro parecido. Era tan verdadero que no era novela”. Hay que decir, sin embargo, que este vínculo con Dostoievski se matiza con un dejo decididamente humorístico. Mientras las hermanas elucubran asesinar a la in-soportable doña Justa, Estefanía se enfrenta a una dificultad impensada: “Y ahora, ¿qué hago con el cuerpo?... esa es la lata de matar, queda el cuerpo y ya no se levanta nunca”.

La segunda sección se abre cuando la narradora es enviada a París en busca de Magdalena; las dos hermanas se encuentran y conocen a una diver-sidad de personajes secundarios, algunos involu-crados en los conflictos políticos derivados de la guerra de Argelia. El apartado más luminoso del libro ocurre en Ascona, Suiza, donde Magdalena y Estefanía pasan el verano en medio de romances, trajes de baño, fiestas y coqueteos. La novela cie-

no sólo una crítica de la represión y la corrupción en los momentos más álgidos del régimen priista, sino también demuestra cómo la represión del Es-tado descansa en formas patriarcales que exigen un modelo de conducta masculina que privilegia la traición, el oportunismo y la violencia. Hacia el fi-nal, Yáñez es detenido al intentar huir de Coahuila a Durango con la ayuda de un sacerdote. Cuando es transportado de forma degradante por sus cap-tores, una escena revela cómo la represión políti-ca habría de sostenerse en la obliteración de las fibras sensibles: “Aquellos hombres existían para que existiera el acto prodigioso del crimen, y nues-tro tiempo era sólo eso: el crimen. Le subieron a los ojos unas lágrimas de fuego, que le abrasaban por dentro todo el rostro. Llorar le hacía daño, la cabeza parecía rompérsele a medida que subían los sollozos. ‘—No llores… ¿Qué, no eres hombre?’�”

Aniquilado hasta en su buen nombre por la ma-quinaria político-policiaca, Eugenio Yáñez se une a la galería de personajes derrotados que Elena Garro presenta en una generosa franja de su obra. Es un personaje derrotado, sí, pero irreductible, insobornable en su dignidad, redimido por su ges-to solidario y, sobre todo, por su conversión a una forma sensible de la virilidad, a la que se llega con la manumisión de las emociones.

El amor se acabaPublicada en 1996 en un solo tomo con Primer amor, la novela corta Busca mi esquela tiene como protagonista a Miguel, hombre casado y de familia acomodada de la Ciudad de México, quien por el mero azar llega a conocer a Irene, una muchacha que aparece y desaparece de su vida no sin dejarlo obnubilado por su belleza y su elusivo temperamento. Ella y él son, sin embargo, una pareja imposible. Él vive un matrimonio desangelado con una mujer a la que no ama y con quien evita el menor roce (“Enriqueta era quejumbrosa y ahora estaría indignada; [Miguel] no se sintió capaz de hacerle frente. ‘No puedo’, se dijo, y pasó de largo frente a la puerta cerrada de la habitación de su mujer”), pero con quien ha de seguir una existencia fijada por las prioridades económicas y las convencio-nes de clase: “¿Por qué se había casado? Era víctima de un destino fatal. Lo supo desde que su madre se empeñó en obligarlo a aquel matrimonio de razón o conveniencia”.

No es difícil ver en la historia de Miguel e Irene un parentesco con el testimonio de André en Testi-monios sobre Mariana, un joven que se obsesiona con la protagonista, a quien, sin embargo, ve muy pocas veces. En ambos casos se trata de improntas perturbadoras, insistentes, que trastocan la esta-bilidad y llevan a los varones a pautas de conducta fuera de sus rutinas. Los desencuentros y las fugas marcan los advenimientos de Irene en los días del hombre, quien así, al tener esas oblicuas cercanías con una muchacha hermosa, dotada de frescura y libertad, no puede sino caer en el descubrimiento de cuán frustrante y vacía es la vida que lleva.

Si bien Busca mi esquela carece de una lectura crítica sobre la clase social a la que pertenece Mi-guel y los privilegios que ésta le otorga, sí descan-sa en un cuestionamiento del matrimonio como institución burguesa contraria a los sentimientos, que deseca la comunicación y la empatía: “El ma-trimonio es una sociedad, el amor se acaba […] le había repetido [su madre] una y otra vez”.

Aunque mayormente centrado en la percepción del varón, el hilo narrativo de Busca mi esquela establece un paralelismo entre los destinos de sus dos personajes. En un diálogo, Irene aspira a que esta correspondencia se registre en la vida ultra-terrena: “—Alguna vez seremos uno y entraremos por esa puerta abierta para nosotros en el cielo —dijo la joven”. Esto es recibido con desagrado por el hombre: “Sus palabras lo irritaron; para ella es fácil consolarse con un encuentro imaginario en el cielo, en cambio él debía volver a su casa al lado de Enriqueta que sólo le producía tedio. ‘La veo y me parece que me entra arena en los ojos’…”

El paralelismo se deja ver en el hecho de que Irene se encuentra condenada a repetir el mismo camino vivencial de Miguel. La esquela que ella, antes de desaparecer finalmente, le pide a Miguel buscar los días siguientes en los periódicos no está en la sección de obituarios, sino en la página de sociales: presionada por sus parientes, ella hubo de dar el sí a un matrimonio detestado pero, eso sí, beneficioso para su familia. “¡Allí la descubrió! Estaba vestida de novia, tenía la cara muy seria, llevaba las manos muy juntas y entre ellas soste-nía un pequeño ramo de azahares”.

“De pronto se dio cuenta de que se hallaba

entre sus iguales, los desheredados. Y el

hecho de beber con ellos un café caliente en una noche de lluvia, en el corazón de la ciudad ajena a sus pesares,

lo llenó de cordialidad hacia sus compañeros.

El poder le pareció absurdo, inhumano

y alejado para siempre de ese instante

inefable…”

24 la gaceta dic iembre de 2016

fil 2016. afinidades latinoamericanas

El descubrimiento del proceso de extinciónEl conce pto de extinción de las especies como realidad científica tiene apenas doscientos veinte años. El 4 de abril de 1796, un joven e irreverente naturalista de veinticinco años, Georges Cuvier, presentó ante el pleno del Instituto de Francia la ponencia Mémoire sur les espèces d’éléphants vi-vants et fossiles. En ella postuló tres ideas concre-tas: primera, el elefante africano y el asiático eran especies diferentes y no solo variedades de un mismo animal; segunda, los animales conocidos como mamut de Siberia y el incognitum de Ohio constituían a su vez especies diferentes; finalmen-te, puntualizó que no se conocían ejemplares vivos de estas dos últimas especies, y por tanto debían verse como animales desaparecidos de la faz de la tierra, es decir, como especies extintas.

Al comparar un ejemplar de elefante provenien-te de Ceilán (hoy Sri Lanka) con otro proveniente de la Colonia del Cabo (en lo que ahora es Sudáfri-ca), resultó claro para el perspicaz naturalista que los elefantes africanos y los asiáticos no podían considerarse miembros de una sola especie, como se pensaba en la época. La diferencia más impor-tante entre ambas era la estructura de los dientes molares; los de los elefantes asiáticos presentan un patrón de desgaste en las cúspides que el natu-ralista describió como una serie de listones, mien-tras que los de los elefantes africanos muestran un patrón en forma de diamantes. Para Cuvier era evidente que “el elefante de Ceilán difiere más del elefante de África que lo que difiere un caballo de un asno o una cabra de un borrego”.

El joven naturalista encontró también que los dientes y las mandíbulas del mamut de Siberia eran sin duda diferentes de los de cualquiera de las dos especies vivientes de elefantes y que las mismas partes en el animal de Ohio eran toda-vía más diferentes, tan distintas que “un simple vistazo [era] suficiente” para convencerse de tal hecho. A continuación, Cuvier, siguiendo la lógica que la evidencia le mostraba, concluyó que esos dos animales debían pertenecer a especies extin-tas. Después de esta presentación y su posterior publicación en el Magasin encyclopédique, pocos naturalistas volvieron a dudar de la realidad del proceso de extinción de las especies.

Discutir sobre la extinción fue durante siglos casi un tabú para los naturalistas. La idea de que las especies pudieran desaparecer iba no solo con-

tra las ideas religiosas dominantes, sino que con-tradecía el sentido común. ¿Acaso el arca de Noé no había salvado a todas las especies del Diluvio universal? Si las especies pudieran desaparecer, ¿se rompería el orden natural de las cosas?, ¿no nos quedaríamos pronto sin plantas y animales? Muchas mentes brillantes, desde Aristóteles y Pli-nio el Viejo hasta algunos pensadores contempo-ráneos de Cuvier, tenían aparentes buenas razo-nes para dudar de la extinción. La historia de los tres animales involucrados en el estudio de Cuvier —los elefantes, el mamut de Siberia y el incogni-tum de Ohio— es muy ilustrativa para entender la reticencia de los naturalistas a aceptar la realidad de la extinción como proceso natural.

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Los fósiles y los trilobitesLos fósiles de trilobites son muy abundantes en algunos lugares y han sido bien conocidos desde tiempos antiguos. A través de los escritos de his-toriadores como Heródoto sabemos que los fósi-les de organismos marinos eran conocidos en la Grecia antigua, aunque su verdadera naturaleza era un misterio para los pensadores de la época. Aristóteles se convenció de que los fósiles de con-chas y plantas eran restos de seres vivos grabados en las rocas, tal vez por la acción de algún tipo de exhalación vaporosa en el interior de la tierra. Si-glos después, en 1027, Avicena retomó la idea de Aristóteles y propuso que los organismos vivos podían quedar plasmados en las rocas por efecto de un fluido petrificante, el succus lapidificatus. Esta explicación, que hoy en día sonaría más como un hechizo de Harry Potter y la piedra filosofal que como una hipótesis científica, fue sin embargo aceptada por la gran mayoría de los naturalistas, incluso hasta la época de Lhuyd.

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Hoy en día sabemos que los trilobites eran verdade-ros artrópodos de un tipo que ya no existe sobre la Tierra. Los trilobites se clasifican como una clase propia dentro del filo de los artrópodos, la clase Tri-lobita. Una de las características de los artrópodos, el exoesqueleto —la cubierta rígida que protege su cuerpo y que constituye, por ejemplo, el caparazón de los crustáceos—, es lo que vemos preservado en los trilobites fósiles. Esta estructura es una coraza

protectora colocada sobre el dorso que protegía las partes blandas del animal, que se encontraban en la parte ventral. Fue por la forma y segmentación del exoesqueleto del fósil de Llandeilo que Lhuyd lo confundió con un pez plano. En algunos ejemplares muy bien preservados se puede constatar que las patas de los trilobites son semejantes a las de los artrópodos modernos, excepto que carecen de la cubierta dura.

Los trilobites evolucionaron hasta desarrollar una gran diversidad de formas, tamaños y hábitos. La mayoría de ellos eran de tamaño pequeño —entre cinco y diez centímetros de largo—, pero los hubo diminutos —de apenas un par de milímetros— y gigantescos —hasta de setenta centímetros—. Mu-chas especies tuvieron morfologías muy austeras, pero algunos grupos desarrollaron grandes espinas o antenas, además de que las proporciones de las partes del cuerpo variaban ampliamente. Muchas de las especies tenían ojos compuestos, cuyas con-figuraciones son similares a las de los ojos de los artrópodos modernos, con la particularidad de que estaban formados por cristales de calcita.

Se han descrito más de diecisiete mil especies de trilobites. Esta cifra es sin duda una muy grosera subestimación de la verdadera diversidad de este grupo, ya que el registro fósil es muy incompleto y fragmentado. Conservadoramente se puede calcu-lar que deben haber existido al menos unos cuan-tos millones de especies diferentes. Hoy en día no hay un solo trilobite vivo sobre el planeta.

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La extinción de los grupos de especiesEn el apogeo de su diversificación, los trilobites contribuían con casi el 75 por ciento de todas las especies de los océanos del mundo, y se les hubiera podido observar por doquier, algunos desplazán-dose por los fondos arenosos, otros perforando ga-lerías en los sedimentos lodosos y otros nadando apaciblemente en mar abierto. Toda esa diversi-dad perdida constituye sólo un ejemplo de un pa-trón generalizado; la inmensa mayoría de las es-pecies que alguna vez existieron están ya extintas.

Se calcula que en la actualidad hay alrededor de nueve millones de especies de animales en el mun-do. Si consideramos que esta cifra corresponde a un momento particular de la historia de miles de millones de años del planeta, podemos intuir que la cantidad total de especies que alguna vez han existido debe ser un número astronómico. El pa-leobiólogo David Raup aventura una estimación de que entre cinco mil y cincuenta mil millones de especies han habitado la Tierra en algún momen-to de su historia. Si cerramos el dato de Raup en nueve mil millones de especies, podemos ver que la impresionante diversidad biológica que vemos hoy en día representa apenas una milésima par-te, el 0.1 por ciento, de la biodiversidad histórica del planeta. En otras palabras, el 99.9 por ciento de las especies que han existido ya están extintas.

El registro fósil nos muestra que una especie promedio alcanza a existir en la Tierra por apenas uno o dos millones de años. Por supuesto, alrede-dor de ese promedio hay una gran variación; han existido muchas especies de un solo instante geo-lógico en la historia del planeta y las hay también cuya existencia se extiende por decenas de millo-nes de años. Estas especies son como los struld-brugs de Los viajes de Gulliver, personajes que nunca morían pero que inexorablemente se iban haciendo viejos. A diferencia de los inmortales struldbrugs, sin embargo, en el mundo real todas las especies en este planeta han desaparecido... o desaparecerán.

Si todas las especies están condenadas a la ex-tinción, ¿cómo es que la vida no se ha acabado? Hay que recordar que el proceso de especiación, la aparición de nuevas especies a partir de formas ancestrales, provee el balance con la extinción para mantener la diversidad del planeta. De hecho, en el registro fósil generalmente no es posible dis-tinguir entre una extinción en el sentido estricto (el final de un linaje, con la muerte de todos sus individuos) y lo que se llama una pseudoextinción, que es la transformación gradual, a través de cien-tos de miles de años, de una forma ancestral en una nueva especie.�•

Crónicas de la extinciónLa vida y la muerte de las especies animaleshéctor t. arita

Presentamos un fragmento del trabajo ganador del Concurso Internacional de Divulgación de la Ciencia Ruy Pérez Tamayo 2016, organizado por el Fondo de Cultura Económica. De acuerdo con el jurado, el autor muestra un solvente conocimiento de la paleobiología y un notable talento como divulgador. Trabajo indispensable para desarrollar la conciencia conservacionista de las nuevas generaciones.

diciembre de 2016 la gaceta 25

La cocina mexicana Edición conmemorativa

socorro y fernando del paso

Escrito originalmente en francés para el público francés, La cocina mexicana reúne más de 150 recetas y una amplia sección de menús de Socorro Gordillo de Del Paso, ricamente aderezadas por la prosa e ilustraciones de Fernando del Paso: todo un recorrido muy ameno por la riqueza gastronómica de México. Destaca una minuciosa investigación y valoración de los ingredientes originarios de este país llevados a diversas latitudes, donde se incorporaron a las gastronomías locales. Ésta es una edición conmemorativa que se suma a la reunión de la obra completa de Fernando del Paso, uno de los escritores mexicanos más sobresalientes de nuestro tiempo.

Crónicas de la extinciónLa vida y la muerte de las especies animales

héctor t. arita

En el presente volumen, Héctor T. Arita, biólogo por la unam y doctor en ecología por la Universidad de Florida, entreteje historias de diversas especies animales extintas: trilobites, dinosaurios, mamuts, dodos, moas e incluso ancestros del ser humano, para mostrar cómo se desarrolla el conocimiento científico en la materia, al tiempo que promueve la reflexión acerca del papel de la sociedad actual en el exterminio y la conservación de las especies amenazadas. Por esta obra, Arita fue merecedor del III Premio Internacional de Divulgación de la Ciencia Ruy Pérez Tamayo. El estilo y el nivel de conocimientos del libro resulta atractivo tanto para profesores y estudiantes de biología, ecología y paleontología a nivel bachillerato y licenciatura, como para el público en general.

Cien años de filosofía en Hispanoamérica (1910-2010)

margarita m. valdés (compiladora)

Este conjunto de ensayos, compilado por Margarita M. Valdés, es producto del trabajo de destacados académicos latinoamericanos. En ellos se abordan las principales corrientes filosóficas que fueron adoptadas, criticadas o reinterpretadas por pensadores de Colombia, Argentina, México, Chile, Perú, Ecuador, Venezuela, Uruguay, Bolivia, Cuba, República Dominicana, Puerto Rico y Centroamérica en el siglo xx. Los ensayos identifican y examinan las dos grandes vertientes de la actividad filosófica en estos países: por un lado, el esfuerzo por liberarse del “imperialismo filosófico” europeo y anglosajón con el fin de iniciar un modo de filosofar basado en temas propios; por el otro, el esfuerzo por contribuir a la discusión de los problemas filosóficos universales. Los ensayos y la vasta bibliografía que los sustenta pueden ser de gran ayuda para los interesados en la historia del filosofar hispanoamericano.

En grado de tentativaPoesía reunida

francisco hernández

Palabra y vida son una misma en la poesía de Francisco Hernández. Algunos de sus grandes temas son el viaje interior, la exploración del deseo y el acercamiento a figuras como Hölderlin, Schumann y Trakl. Esta magna recopilación dividida en dos tomos reúne por primera vez la obra de cuatro décadas de este reco-nocido poeta nacido en San Andrés Tuxtla, figura fundamental de la poesía mexicana contemporánea. El primer tomo, prologado por el joven poeta Christian Peña, abarca los libros publicados de 1974 a 2003. El segundo presenta la voz del jarane-ro Mardonio Sinta, heterónimo del poeta, y reúne los libros publicados desde 2004 hasta la fecha, además de poemas inéditos y coplas, con prólogo de Hernán Bravo Varela.

NOVEDADESFOND O DE CULTURA ECONÓMICA

DICIEMBRE DE 2016

Traductores de la utopíaLa Revolución cubana y la nueva izquierda de Nueva York rafael rojas

El presente ensayo analiza desde una perspectiva histórico-política los debates de la intelectualidad estadunidense y la cobertura de los principales medios de comunicación de ese país durante la década de los sesenta sobre la entonces triunfante Revolución cubana. Rafael Rojas se enfoca en la relación entre la izquierda neoyorquina, representada por una amplia gama de tendencias ideológicas y culturales, y el régimen político de la isla, dando cuenta de cómo fue reinterpretada allá la experiencia cubana. Al mostrar los aspectos culturales e intelectuales del distanciamiento ocurrido hace más de medio siglo, el texto resulta especialmente pertinente ante el reciente proceso de reanudación de las relaciones diplomáticas y comerciales entre ambos países.

trasfondo

26 la gaceta dic iembre de 2016andrea garcía flores

trasfondo

EsferaDiego Rabasa

De vez en cuando abandono mi soledad hombruna, paseo vagamente por las ruinas del Imperio y acaricio en sueños las estatuas rotas…

juan josé arreola

estatuas rotas…

juan josé arreola

diciembre de 2016 la gaceta 27

Ándale escuincle, carajo,nomás estás ahí deestorboso. Si no vas a ayudar, no estorbes,

ándale, muévete, carajo, todo elmundo está buscando. Eligio, con lamirada clavada en su juego portátil,levanta apenas una nalga para que Vicky pueda terminar de jalar lasábana sobre la que está postrado.Me vas a volver loca un día, deveras, ándale, muévete carajo. Eligio levanta la mirada con los músculos del rostro atraídos por la gravedad, larga la cara, vacía la intención dela mirada y con lentitud de alma exánime se levanta y entabla unandar como de procesión con rumbo a la puerta. ¿A dónde vas, escuincle? No ves que ya están todos por todaspartes. Ay Diosito, por qué, por qué yo, por qué todo yo. Eligio finge queno escucha esto último y continúa su andar hacia el baño. Gira la perillade la chapa metálica, abre la puertay pisa el mosaico de pequeñas baldosas azules atravesadopor arterias que son cauce decochambre y tiempo hacinado. Bajala tapa del escusado. Se sienta sobre ella. Suelta su cinturón y contiene la respiración cuando jala la tira decuero para liberar la traba. Se bajalos pantalones hasta las rodillas, luego los calzones y advierte unamancha amarilla en la zona frontal de su trusa. Comienza con las manos a pellizcarse la verga, cierra los ojosy piensa en Gladys, la vecina, la deltarot, Gladys que lo saluda y le llevala cabeza a los senos, Ay chiquillo, cómo has crecido, y la sangreempieza su flujo y el miembro ahincharse, a desplegarse, a tensarla piel y ahí empieza a darle duroy dale, duro y dale, sopla y resoplay afuera, Eligio, Eligioooo, ay, por Dios, y Eligio en Gladys y buf, buf,escupe la flema blanca que cae sobresus calzones.

Vicky levanta con excitación los cojines del sofá, ávida de qué sisabe que ahí no hay nada, pero busca. Ay, por Dios santo… Luego va a la cocina y abre puertas y las azota de nuevo, vuelve sobre suspasos y duda sobre lo que vio en lapuerta que acaba de examinar y lavuelve a abrir nomás por si acasopero no mira y pronto vuelve adudar de lo que vio y se cuestiona lamanía de volver por tercera vez sobre sus pasos y para calmar las ansias mejor va a buscar a otrolugar y afuera se cuela un grito,Aquí, Aquíiiiii, pasos, trotes y gemidos, pero pronto, No niña, conun carajo, eso lleva ahí desde laedad de la zanahoria, y se oye elVale madre, y vuelven los pasos y se vuelca de vuelta sobre la gleba laangustia. Arrastra los pies Efrén y entra a la cocina mascullando trozos de palabras. Al fregadero y levanta los trastes. Coge la fibra y empieza a tallar, gruñen susdientes. Entra Clotis, Cómo lovamos a encontrar, si en primera lo perdieron, pero Efrén sigue tenazen su empeño. A la distancia elsonido de la televisión tiñe elcuarto. Un dentífrico que lustrarátu sonrisa. ¿Te fijaste en cómo buscaba la Lencha?, buscaba perono buscaba, ¿te fijaste? El mayorrendimiento para el retiro. Efrénestá que no transa. Además, ellosmismos lo extraviaron, cómo lovamos a encontrar ahora. Efrén seimbuye en una imagen de suinfancia, acorta la respiración y hace un tajo en el muro con lamirada que se abisma hondo en un recuerdo que no termina por dejarse asir. Es Nochebuena y el

alboroto alrededor de él no lo deja oír las palabras que se cuelan por la habitación de al lado. Arrimado-harto-calle, se levantan sobre el barullo. Su tío-padre habla. Efrén, Efréeeeen, vas a romper el plato, ni que fueran lingotes de oro. Efrén quiebra la visión, parpadea, una, dos, y vuelve con enfado hacia Clotis e imposta cara de circunstancia. En lugar de andar mentando vieras estar buscando, mujer, en lugar de estar aquí con tu cháchara, ni que se fuera a encontrar solito. Como si lo ‘biera yo perdido. Efrén intenta volver al trance que aún avista a lo lejos como una visión de carretera y surca con trapo seco el peltre. Estoy pensando, estoy pensando, mujer. Pensando, pensando, pensando, siempre pensando, cuándo voy a tener yo tiempo de andar pensando. A ver, cuándo. Ay condenado animal, Erick, Eeerickkk, tu cochino gato, cuántas veces tengo que decirte que… se vuelve inaudible la voz de Clotis que arremete contra Erick. Puma el gato se filtra como sombra, enmiauecido de convicción pasa el living y hacia la cocina, Eeeriiick. Sin esfuerzo, aúpa sobre la estufa y rebota hacia la ventana, prenda de una rama y arriba hacia el techo. Sobre la loza recién instalada avanza como si cada paso fuera una decisión consciente. Se detiene y arquea el lomo y finge inmovilidad mientras los bigotes se azuzan y lo llenan de entorno. Por debajo se ve el ir y venir. Sobre la tarde comienza a nimbar una luz tibia. Puma mira el chacoteo debajo de él y su distancia animal desaina de sentido el esfuerzo que contempla. Un pájaro de ciudad, con capas de polvo camufladas en su plumaje de cemento, lo arranca de sus cavilaciones y un zarpazo lo pone en guardia. Salta en zigzag con ojo de cazador sobre su presa que se arrambla en el árbol que le sirvió de escalera al felino. Tensión y suspenso de por medio, Puma se lanza y sus patas traseras en busca de fricción arrojan un ¿qué? hacia el vacío. Cling, el suelo le advierte a Rosaura que mira metal y piensa, Es mío. Con inexperta impaciencia se abalanza sobre el objeto tirando alarma a los plebes que junto a ella hacían como que buscaban para no buscar. Donovan y Rosy, Qué es eso y Y yo lo vi primero, aúllan y empieza la persecución, Escuincles, con una chingada, se oye Esther, Rosaura corre y esquiva a Berto, el perro, que la sigue con la mirada a sabiendas de que, A dónde vas a ir, niña, y Rosaura llega, en efecto, a los lindes de la vecindad, mira a sus dos costados aunque sabe de antemano que va a ver la nada en forma de lámina del perímetro y en desesperado gesto se traga el botín ante el incrédulo séquito que se bizma de susto y frustración. Se avecina la gresca cuando la puerta se abre y se apersona el silencio en forma de un desconocido ajuareado de colores. Y se siente en el ambiente el En la madre, porque todos saben quién es o mejor dicho qué es y comienzan las agendas y las calculadoras humanas a repasar y sumar y restar y ¿Seré yo? Ay Virgencita, que no sea yo. Avanza el cobrador con su traje de colores y su paso firme, siniestro, que avanza en línea recta, y las gárgolas humanas hacen mutis mientras avanza algo peor que la parca y se sigue y otea a un lado y otea al otro y en la tercera casa, sí Rosy, la

tuya, se detiene y avanza y comienza el ¿Es usted Rosalba Martínez Martínez? Si ya sabe que soy yo pa’ que se hace pendejo. No me venga a insultar, si cumpliera con sus compromisos no tendría que estar aquí. Debe usted… sí, sí, ya sé, el préstamo de once mil, desgraciados, si ya llevo quince y con todos los de más que he pagado no termino, ya que me fregaron me quieren seguir fregando, ya hasta tuve que vender la computadora para abonar los cuatro mil y eso que ni los había pagado y sólo estoy atrasada con mil doscientos y eso que cada semana les abono los sesenta, los setenta que me sobran pero no, nunca termina una, eso no se lo dicen a una cuando llega, claro, ya fui el sábado a la tienda y quería darles quinientos y además ya los caché que los cobrones le suben que veinte y que treinta y no me venga con que mi aval porque sabe qué, mi aval ya se murió, cómo la ve, así que aváleselo por donde le quepa. ¿Ah sí? No me diga, y saca de su portafolios una dirección y una fotografía. Según mi expediente su aval vive aquí mismo, es más, vamos a ver si está. Desgraciado, infeliz, no tendrá usted familia, pero Diosito todo lo ve. Y para entonces ya no hay nadie en resguardo, ya no hay nadie que busque, todos asisten. Me va a dar el azúcar y lo voy a demandar, usté cree que no conozco mis derechos pero soy honrada, más de lo que usté puede decir. ¿Me va a pagar o no? Me va a pagar o no, me va a pagar o no, ni los delincuentes de mi pueblo, que cobran su derecho de piso, traéme el jarro Magnolia, saca el dinerito que tenemos ahí para tus análisis ya para que se vaya este desgraciado. Saca dinero, lo cuenta mientras mienta con todas sus tripas y sobre el público se escuece una mezcla de placer y vergüenza, de odio y triunfalismo del tipo, No soy yo eres tú. Se arranca de la escena el infeliz y Rosalba rompe en un llanto que es rabia que se vierte a través de su arteria pulmonar hacia la oxigenación y de ahí hacia el torrente que la baña de espeso y líquido rencor. Se acabó el show, cabrones, ¡se acabó el show!, esto último mientras se embiste hacia adentro y Magnolia se queda ávida de catarsis pero no halla las palabras ni el cauce y mejor se ensaña con todos a quienes interna como uno solo, como un gran otro que, Ya me las pagarás. Se va a hacer de noche, retoma Vicky que quiere partir el lamento más que hacendar al resto y como si el aire la hubiera escuchado de pronto una brizna de azul nocturno cerroja el aura de día y empiezan a ajarse los credos y las convicciones. Ramón, Ramóoooon, se oye desde la distancia, y se atrabanca el niño de cuarenta años que expulsa con denuedo, Abu, Aga, Donovan hace con él Abu, Aga, y de una se escucha a Clotis que, Donovan, ¡Donovan!, carajo niño que lo dejes en paz, tú un día vas a hacer hablar al mudo para que te ponga en tu lugar, y Ramón que sin lenguaje es sínfisis de excitación y Abuuuu, Agaaaa, y la befa que se vuelve éter y todos descansan sobre la tragedia ajena pero vuelve el deber a atizar la baza cuando sale don Pepe y, Ya estuvo bueno, ya estuvo bueno de que estén haciéndose pendejos, nadie se duerme hasta que aparezca, Pero la luz, don Pepe, y, Pos en eso andamos, pero, Nada que

el santo y la seña se me ponen que no se los di para que lo perdieran, y claro es la Lencha que no busca, y con tanto alboroto ni cómo, pero todos hacen como que hacen y se vuelven sobre la mirada de coleóptero acomedido que levanta y arrima. A ver si muy vidente, que lo encuentre la Gladys, a ver si muy acá con el más allá, que nos diga dónde está. Gladys, que vidente quién sabe pero pendeja nada, Si quieres te echo las cartas a ver qué encontramos en tu persona, vaya a ser que de paso nos topemos con la cosa, espeta a Vicky que desde cuándo quiere saldar la cuenta de cómo le arrima la gitana sus tetas a Eligio, vieja mal cogida, y la cosa sigue en su empeño de extravío y Gladys enzarza su pupila con la de Vicky que intenta no arredrarse pero la gitana tan llena de amuletos, ay Diosito, defiéndeme del mal de ojo de esa bruja, Ella se lo tragó, ella se lo tragó, chilla una voz infantil y dudan por un instante los adultos pero la costumbre de ignorar a la plebe puede más y Abu, Agaaaaa, se mezcla con el garlar que aumenta en frenesí. Sobre la cosa y la búsqueda se asienta una noche firme que exuda desconcierto. Entre las instrucciones y sobresaltos comienzan a formarse pequeños murmullos y empiezan los Dicen que, y los bisbiseos se anidan al unísono anunciando la pronta rendición de la causa y el inicio de las acusaciones lancinantes, los pretextos atemperantes. Y a todo esto, ¿alguien sabe dónde está Evaristo?, y la pregunta, como lanzada por la inquietud articulada de todos, aquieta el ímpetu. De veras, Evaristo, impertérritas versiones cuajan al instante y cual cadáver exquisito cada voz abona al expediente que enchiva a Evaristo que, sin dolo, nomás se quedó dormido ahí en el primer lugar donde lo habrían encontrado si es que necesitaran toparlo, pero por ahora está bien ahí mero, en el centro de la trama, y Don Pepe dice, Evaristo, y Claro, clarito lo vi hoy cuando salió, y Por eso nunca pudo hacer mujer a nadie, pero ya es tarde y se escuece sobre trama el afán unificado de soslayar la tara y postergar la cura al menos un día más. Empieza el éxodo, Dejé el fuego abierto, Ya empezó la comedia, Ya no son horas, Se va a resfriar el niño, Ya empieza mi turno, Con ese farol no hallaríamos ni un elefante. Declarada la tregua se impone el menester de guardar. Buenas noches doña Clotis, y, Que descanse, y, Efrén, aquí tengo jengibre para el menjurje del niño si sigue malo. La vecindad escancia la calma conquistada sobre los muros y hacia la ciudad como si una jarra vacía derramara aire sobre las manos de una anciana. La voz humana se sustituye por la hipnótica estridencia televisiva. Las generaciones se funden en un contemplar y las preocupaciones se apostan en retaguardia. La cosa que se sabe perdida guarda expiación detrás de la ausencia de Evaristo, culpable hasta que no se le demuestre lo contrario.�•

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