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Flores de papel de Egon Wolff PROGRAMA Nº66

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Flores de papelde Egon Wolff

P R O G R A M A N º 6 6

Flores de papel

estrenada el 5 de octubre de 2017 en teatro ucprograma nº 66 Flores de papelEste programa es concebido como una iniciativa de mediación en el marco del Programa de Formación de Audiencias del Teatro UC. Queda prohibida su reproducción total o parcial sin la autorización expresa del Teatro UC.

elenco

Mariana LoyolaAlexis Moreno

diseño de iluminación

Andrés Poirot

diseño de escenografía y vestuario

Catalina Devia

producción fotográfica para programa

Juan Domingo Marinello y Eugenia Paz

reseña Una versión renovada del clásico del teatro chileno. Escrita por Egon Wolff en los setenta, la obra confronta a dos extraños: un mendigo y una mujer soltera de clase media. Realismo y metáfora se funden en una sensación de amenaza constante. Esta no es una historia de amor.

produce

De Egon WolffDirección Marcelo Leonart

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editorial | Andrés Kalawski, director artístico Teatro UC

Las redes sociales pueden servir para varias cosas. A mí, por ejemplo, me sirven para enojarme. Descubro que conozco a gente que “no cree” en las vacunas, que comparte noticias de hace un par de años sin verificar, cosas así. Un posteo que me enojó harto circuló hace un tiempo. En él, dos personas discutían sobre un signo ambiguo, interpretable como un seis o un nueve según desde donde se viera. El texto al pie insistía en la inexistencia de la verdad, en la relatividad de todo parecer. Por suerte, más gente también se enojó. Gente que hizo notar que, sin llegar a un acuerdo sobre cuál número está escrito, podemos matar a alguien de sobredosis, endeudar a nuestra familia, etcétera.

Pero había un motor en ese posteo. La gente lo compartía no necesariamente porque estuviera de acuerdo con la obviedad y el vacío de su texto, sino porque, habiendo vivido aunque sea un poquito, conoce el poder del malentendido. Tratamos de hablar con alguien, con nuestra mejor intención queremos entender a esta persona que tenemos al frente, y descubrimos que nuestros comentarios

al pasar la ofenden, que sus modales nos irritan, que no logramos atravesar las casi infinitas capas con las que nos viste la cultura y nos malentendemos a cada momento. Somos condescendientes y ofendemos, nos tienen compasión y nos sentimos ofendidos. No calculamos nuestros privilegios cuando opinamos, preguntamos con trampa y no nos pueden responder. Ser comunidad no es fácil y no basta la buena voluntad de las partes.

En esta obra los personajes se ofrecen un té, una silla, una flor hecha con papel de diario, en la esperanza de atravesar todas esas barreras. A ver si la belleza y la ternura son el puente que permita reestablecer una comunicación perdida por la desigualdad, el miedo, la piedad mal puesta, la ignorancia, el daño acumulado por vivir. Flores de papel es también una metáfora del teatro. Un grupo de gente se encierra y se intercambia bellos objetos, palabras, experiencias. Tenemos toda nuestra esperanza puesta en lograr comunicar algo, en hacer sentir, en superar el horror, en tender un puente. La mayoría de las veces no resulta, lo sabemos, pero no por eso vamos a dejar de intentarlo

Uno de los motivos clásicos de las obras de Egon Wolff es el del intruso. Alguien que merodea un espacio de orden y se inmiscuye en él para, a punta de palabras, de preguntas, de acciones, desbaratar o hacer evidente el perverso orden de la hipocresía. Es lo que hace El China en Los invasores. Es lo que hace El Merluza en Flores de papel. Otro de los personajes clásicos de Egon es el burgués que, asqueado del juego de máscaras de su clase, se refugia de ellos, volviéndose un misántropo que observa a

Un gigante parado sobre un pupitre

PORTUS: Abel sintió el poder de Caín y tuvo miedo. Caín sintió su fuerza y tuvo espanto de su mal, pero no pudo dejar de golpear. En cada cara hermosa hay una profunda arruga de la perversidad.

El signo de Caín (1969)

Por Marcelo LeonartDirector del montaje

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los suyos con una extraña mezcla de amor, odio y algo parecido al resentimiento. Así es Portus, el enorme personaje de esa enorme obra —desconocida para el gran público— que es El signo de Caín. Y Leonardo, el enigmático dueño de casa de la no menos enorme —e incomprendida— La balsa de la medusa.

Creo que Egon era un poco esos personajes. Ese intruso que jode. Ese burgués asqueado de la burguesía. Era un intruso en el teatro. ¿Cómo no iba a serlo si era ingeniero químico? Era un intruso en la ingeniería química. ¿Cómo no iba a serlo si era dramaturgo? Era un intruso en su clase. ¿Cómo no iba a serlo si, como Ray Milland, en El hombre de la vista de los rayos x, podía ver la desnudez de los suyos y expresarla en sus obras? Era un intruso entre los patipelados marginales, “los del otro lado del río”. ¿Cómo no iba a serlo con su porte tan grande, con su piel tan blanca, con su nombre que era lo menos chileno del mundo y que parecía el nombre de un extraterrestre o un dramaturgo sueco o alemán del siglo XIX?

Egon era de los que creía en el rol del dramaturgo. En el poder de su voz. En el poder de su palabra. ¿Cómo no iba a creer en eso si la iluminación para convertirse en escritor para el teatro vino después de ver La muerte de un viajante de Arthur Miller en el Teatro Nacional a penas un par de años después de su estreno en Broadway? El dramaturgo Wolff (ese que le quitaba tiempo a su trabajo burgués y a su sentido del deber prusiano para meterse en la piel de sus historias y personajes) escribía pensando en esa tradición. La de Miller, la de Tennessee Williams, la de O´Neill, la de su adorado Strindberg, la de su venerado Ibsen, la de su contemporáneo Albee.

Retrató como nadie a su época. A la clase media arribista (Discípulos del miedo), a la clase media “emprendedora” (Parejas de trapo). A los industriales amenazados por la irrupción de “los del otro lado del río” ¡diez años antes de la UP! (Los invasores). Pero Egon, también, fue un dramaturgo de mundos íntimos, de historias pequeñas, algunas cuasi expresionistas (Kindergarten, Háblame de Laura), otras cómicas (Álamos en la azotea) y otras que dan cuenta de la devastación moral de los primeros años de la dictadura (Espejismos, José).

Egon Wolff siempre fue un hombre del pasado y del futuro. Del pasado porque creía en la tradición. Del futuro porque sus textos, a veces, parecían escritos por un marciano. Egon tenía una mirada. Instinto teatral. Leer sus obras es imaginar una puesta en escena, a veces engañosamente realista, a veces gótica, a veces onírica, a veces grotesca. Sumergirse en sus obras es leer un país condenado a verse en el escenario. Es leer lo que debe ser cualquier obra artística: una indagación del ser humano enfrentado a sus demonios.

Fui parte de la última generación de alumnos de Egon en la Escuela de Teatro de la Universidad Católica. Y tal vez porque ahí me sentí tan intruso como un personaje de Egon Wolff, puedo decir que tenerlo de maestro fue un privilegio. ¿Por qué? Porque vi un tipo generoso, apasionado. Con opinión, pero dispuesto a confrontarla. Con ganas de hablar y ganas de escuchar. Cada semana, lo que esperaba con ansias durante los dos años que estuve ahí eran las clases de los miércoles a las diez de la mañana, donde Egon nos hablaba del teatro enseñable y el no enseñable, del teatro vertical y el teatro horizontal, de las premisas, de los actos, de

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los puntos de ataque. De tirar un anzuelo desde el primer acto hacia el final, porque ahí estaba el pez gordo que necesitábamos pescar, aunque todavía fuera invisible para nosotros. Que el diálogo lateral podía decir más que la frontalidad. Que el centro del teatro era el ser humano. Y sobre todo que había que escribir sobre los demonios personales.

¡Los demonios personales! ¡Eso nos enseñaba este viejo enorme! Y uno con dieciocho años escuchando al tipo que hizo que quisiera estudiar teatro (y ser dramaturgo) por haber visto La balsa de la medusa, Flores de papel y Háblame de Laura al lado de la Plaza Ñuñoa. Para mí era como si me hablara Strindberg.

Nos enseñó tanto. Nos enseñó que teníamos que escribir lo que nos salía de las tripas, sin hacer cálculos. Nos enseñó que el rol del escritor era ser el aguafiestas y no el maestro de ceremonias. Nos enseñó (a mí por lo menos me enseñó) que andar en las camarillas y guerrillas del medio teatral o literario o lo que sea es una mierda y que eso, a veces, te puede condenar al ostracismo.

Puede que alguno de mis compañeros de la Escuela de Teatro se acuerde de esto. Hablábamos de La sociedad de los poetas muertos. Alguien la había visto y quería que comentáramos con Egon su estructura. Hablamos de Shakespeare (el protagonista hace de Puck en una obra escolar, lo que desemboca en una tragedia), de Walt Whitman (Oh captain, my captain), del Carpe Diem, que es el leit motiv de la película. Recuerdo que todos hablamos con entusiasmo de lo que nos gustaba y de lo

que no. Hablamos del agente incitador, del profesor Keating: de su fortaleza dramática y de su sentimentalismo. ¿Eso era bueno o era malo? Cuando terminaba la clase, Egon se subió a su pupitre tal como Robin Williams en la película de Peter Weir y nos miró sonriente, con sus juveniles sesenta y tres años.

Y dijo: ¡Carpe Diem, muchachos! O a lo mejor: Oh, captain, my captain! O a lo mejor: ¡Escriban sobre sus demonios! No lo sé. El caso es que se veía enorme. Y lo que nos decía —igual que el profesor Keating— era que se podía ver la vida desde otro punto de vista.

Y sí: mientras un profe de actuación nos decía que “hiciéramos como si lloráramos” en una escena emotiva y contaba anécdotas para que nos riéramos, Egon nos decía que los demonios eran el material con el que seguiríamos trabajando toda la vida.

Guardo muchas imágenes de Egon Wolff, dramaturgo y maestro. Pero esa —un hombre grande, un gigante parado sobre un pupitre y hablando de pelear contra los demonios como un niño— quiero que me acompañe para siempre

Egon Wolff “Mi deuda es escribir una obra sobre un hombre frente a la muerte” A sus 87 años, el dramaturgo está alejado del teatro porque prefiere la tranquilidad. “No me siento representado por el mundo voraz”, dice. Por Eduardo Miranda

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Entrevista publicada en diario El Mercurio el 30 de agosto de 2013.

“Estuve predestinado a escribir, porque todo lo que yo veía lo traducía en expresiones teatrales”.

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Todo comenzó en 1950 con La muerte de un vendedor viajero, de Arthur Miller. Egon Wolff, que entonces tenía 24 años, llegó al teatro a ver la actuación de su amigo Eugenio Guzmán, pero descubrió el episodio más importante de su carrera. “Esa obra despertó en mí el deseo de escribir teatro. Fui a verla como cinco veces porque me fascinó. Entonces me dije ‘Esto es lo que quiero hacer, quiero escribir teatro’”, recuerda hoy el dramaturgo a sus 87 años.

Hoy tiene 25 obras a su haber y es el responsable de textos como Los invasores, Flores de papel y La balsa de la medusa, su trilogía más representada. “Siempre me ha interesado escribir sobre las frustraciones y las no realizaciones de los hombres en una sociedad donde tienen que vender sus principios”, cuenta el escritor. Y continúa: “Estuve predestinado a escribir, porque todo lo que yo veía lo traducía en expresiones teatrales. De profesión soy ingeniero químico, pero fui equilibrando ambas cosas con mucha prudencia. Si me hubiera dedicado a la ingeniería, habría sido un frustrado; si me hubiera dedicado solamente a la escritura, habría muerto de hambre”.

¿Hay algún tema que considere pendiente en su obra?

Mi deuda es escribir una obra del hombre frente a la idea de la muerte. No lo he escrito porque le arranco, porque no me gusta ese tema. Es un problema que no tiene salida y prefiero escribir de las cosas que sí tienen una escapatoria.¿Entonces le queda una obra por escribir aún?

El escribir exige una entrega, una suerte de orgasmo intelectual, y a estas alturas no estoy con ganas de hacer eso (ríe). Prefiero estar tranquilo, y dedicado a la pintura, que me tranquiliza. No sé si mi obra está completa, pero he entregado mucho.

Después de ver tres de sus obras representadas en 2011 y 2012, Wolff dice que opta por estar alejado del teatro, aunque está postulando al Premio Nacional de Artes de la Representación este año. “No me siento interpretado por el mundo voraz de hoy, donde no hay tranquilidad espiritual. El teatro se ha vuelto autorreferencial, y los nuevos autores ya no son investigadores del ser humano; falta tranquilidad y comunicación para eso”, concluye

¿Qué ve Eva en El Merluza?Es a un tipo al que primero le tiene compasión: le da pena que lo quieran matar, le da pena que sea tan pobre, le da pena que tenga tan pocas herramientas. Finalmente, empieza a encantarse y a sorprenderse con este tipo que no es solamente un tipo del hampa, sino que seguramente tiene un pasado mucho más confuso, complejo e interesante, es un tipo muy misterioso. Creo que Eva pasa del miedo a la curiosidad y al deseo en muy poco tiempo debido a su falta de cariño.

¿Qué tipo de hombre es El Merluza? El Merluza es un tipo del hampa, un tipo absolutamente marginal y su actuar lo mueve el día a día. Es un tipo que depende absolutamente del trago, es alcohólico, muy pobre, vive al otro lado del río, apenas

El Merluza según Mariana Loyola

“Eva deja entrar a El Merluza primero como un divertimento, de curiosa que es. Finalmente, su curiosidad empieza a agrandarse y pasa por muchos estados, desde el miedo, la risa y la comprensión, hasta la compasión. Creo que ella es víctima de su propia curiosidad y soledad”.

tiene para vivir y para vestirse. Sin embargo, habla de una manera muy particular, es un tipo aparentemente culto, que ha tenido una vida muy compleja, que ha hecho casi de todo. Es un tipo que se desdice mucho también de lo que dice, es confuso. Lo mueve la extrañeza y la supervivencia, el sobrevivir cada día.

¿Es finalmente Flores de papel una historia de amor?Yo creo que no, que es una historia de desamor, absolutamente

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¿Qué es lo que mueve a El Merluza a acercarse a Eva?La posibilidad de concretar una venganza. Eva representa al enemigo, ese enemigo invisible, esa posibilidad de violación de un cuerpo en el sentido total, de destrucción total. Sin embargo, ella no es lo que parece. Y algo se desarma en su plan, aparece una otra cosa que lo obliga a replantearse todo. Aparece la atracción por Eva y el conflicto que eso significa.

¿Puedes explicar cómo funciona la psicología de Eva?Creo que Eva es una mujer enfrentada a los vicios de la soledad y el cobijar a este hombre extraño pero atractivo para ella es un síntoma de esa enfermedad. En su caso, la soledad más triste es la acompañada.

“La mirada ácida sobre el mundo que establece Wolff en cada escena, me

parece muy perversa y contundente. Y la dinámica de relación de los personajes es

un juego de poder y crueldad que va más allá de la realidad de sus clases sociales”.

Eva según Alexis Moreno

¿Qué tipo de mujer es?Una mujer que se desconoce a sí misma y que es víctima de su decadencia emocional.

¿Y actúa motivada por el amor o la soledad?Por la soledad, el amor no existe. O no, no es que no exista, pero es un concepto muy difícil y no se habla de amor la mayoría de las veces, sino de otros conceptos que lo disfrazan. El amor es la consecuencia de una relación honesta y de admiración

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Estreno Flores de papel, dirección Luis Poirot, 1970.

Solos en la ciudad: F lores de papel, de Egon Wolff

Por Cristián OpazoDoctor en Literatura por la Pontificia Universidad Católica de Chile, profesor de la Facultad de Letras UC e investigador del Centro UC Teatro y Sociedad. Es autor de Pedagogías letales: ensayo sobre dramaturgias chilenas del nuevo milenio.

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Es octubre de 1970 y, en Santiago, Paula, revista de moda y tendencias¬, anuncia el inminente estreno de Flores de papel, de Egon Wolff, “una obra que causará estragos entre las filas de los extremistas, tanto de derecha como de izquierda”. Visiblemente incómoda, la columnista de Paula advierte que esta séptima entrega de Wolff “peca de demasiado oportuna” porque enrostra, a sus espectadores burgueses, un “mensaje [que] es evidente y [que,] aunque no corresponde necesariamente a la realidad, habrá muchos que se sentirán ofendidos. Y con [tanta] razón” 1. Con semejantes epítetos (“estragos”, “ronchas” y “ofensas”), esta anónima columnista, de iniciales I. A., señala el “estado de ánimo” beligerante de los espectadores, de seguro, ya divididos por la coyuntura política: un mes antes, Salvador Allende triunfa en los comicios electorales (4 de septiembre), un mes después, jurará como presidente (3 de noviembre). ¿Qué será aquello que, entonces, ofende, “con tanta razón”, al ya crispado público santiaguino?

Diezmos, limosnas y propinas

La dramaturgia de Egon Wolff acusa con severidad que, para la burguesía, diezmos, limosnas y propinas son herramientas de segregación: con “dos chauchas” creen se ahuyenta a canillitas, mendigos y pobladoras. En la “Escena primera” de Flores de papel, sin ir más lejos, el conflicto se inicia, precisamente, cuando El Merluza, un “pelusa” de las caletas del Mapocho (30 años), rechaza la limosna que le ofrece Eva,

una mujer separada de recatada elegancia (40 años), como retribución por sus improvisados servicios de empacador de supermercado. Efectivamente, al rehusarse a recibir un pago, El Merluza resiste, de paso, la imposición de una frontera inmaterial disfrazada de caridad: “El Merluza no toma el billete que le pasan” y, “con voz impersonal”, declara que él “prefería que [Eva] me diera una taza de té” (113) 2 , pie forzado de una conversación imposible.

Con este gesto desdeñoso ante el dinero, El Merluza derriba la frontera de los “códigos sociales” y consigue, entonces, que la ciudad entera se cuele dentro del “pequeño departamento suburbano” de Eva (113). A medida que narra anécdotas de vida mínimas, este hombre de historia incierta recrea la cartografía urbana que las propinas callan: frente al confortable departamento de Eva, en plena plaza España, corre un río mugriento, catacumba nocturna donde se acurrucan, en torno a un “fogón de trapos sucios”, esos cuerpos que, de día, sirven como anónima mano de obra.

MERLUZA. Sí, tal vez eso [el desprecio al dinero] me venga de tanto andar a orillas del río, buscando cosas bajo las piedras. De tanto andar en cuatro patas, buscando cosas, escarbando comida, a uno, finalmente, el mundo se le encoge a la altura de los tobillos. Es un mundillo, así, pequeño, el que uno ve, dentro de ese mundo pequeñísimo, uno mismo es más chico aún. ¡Ni siquiera a la altura de un sapo! Se adquiere una naturaleza. . . subalterna. . . Una naturaleza “sub”. ¡Subdesarrollada. . . Subordinada. . . Subyugada. . . Sublevada! (130)

1 I. A., “Flores de papel: una obra que secará roncha”, Paula 74 (Oct. 1970), p. 32. Recuérdese que Flores de papel obra compuesta de seis escenas se estrena el 13 de noviembre de 1970 en el Teatro Municipal de Las Condes, bajo la dirección de fotógrafo Luis Poirot, y las actuaciones de Carla Cristi (Eva) y Jorge Álvarez (Merluza).

2 Todas las citas de Flores de papel están tomadas de la Antología de obras teatrales, de Egon Wolff (Santiago: RIL, 2002).

“... me gusta concebir mis obras como advertencias: mis personajes van sembrando su futuro”.

Egon Wolff

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En las caletas del Mapocho, no hay ni bienes, ni dinero, ni siquiera nombre propio: los zarrapastrosos se mueven como bestias (en cuatro patas), se apodan como animales (El Merluza, El Pajarito), se camuflan como anfibios (más pequeños que un sapo). Así, educados entre el lodo y los desechos, los pelusas “sucios, despeinados, flacos, pálidos” (113), interpelan a los transeúntes cínicos o ingenuamente dadivosos: “¿de qué nos sirven “dos chauchas” cuando nuestros propios cuerpo han sido animalizados y nuestra dignidad, arrebatada?”

Cuerpos sin nombre

Con tal biografía, no es casual que estos marginales pocas veces tengan nombre propio. En la “Escena segunda” de Flores de papel, por ejemplo, ante las continuas preguntas de Eva (“¿quién es usted?”, “¿su nombre?”), El Merluza responde: “No sé. El nombre uno lo va perdiendo por ahí, por las calles, caído en alguna grieta”, “mi madre me llamaba Roberto,” “y Cabrón,” “Cabrón antes de comer; Beto, después” (122-23).

A través de este gesto, la dramaturgia de Wolff llama la atención sobre un orden cultural el chileno– en que los nombres son verdaderos grilletes que nos apresan en celdas infranqueables de clase y etnia: nombres de colegios, nombres de comunas, nombres de comercios, nombres propios, y, sobre todo, apellidos. No tener nombre propio o, peor aún, tener un nombre u apodo socialmente estigmatizado conlleva vivir, como El Merluza, “a la altura de un sapo”.

Tal vez, lo que más inquieta de estos cuerpos sin nombre fabulados por Wolff es ellos no se dejan reducir mediante estereotipos.

El Merluza, por ejemplo, conoce diversas lenguas (desde el coa hasta el francés) y ejerce incontables oficios (artesano en papel, empacador de supermercado, ladrón ocasional, lavador de vajilla, pintor de incubadoras). Por ello, desconcertada, Eva se cuestiona: “no puedo llamarle Merluza”, “[ese] no es un nombre cristiano”, “entre mis amigos nos llamamos con nombres cristianos”, “¿quién es usted, Beto?”, “¡usted es realmente múltiple!” (122, 127). Con su exclamación final, Eva testimonia, pues, que Merluza es el apelativo tránsfuga de un “subalterno, subyugado, sublevado” que se niega a ser calzado por los grilletes de la lengua.

La política del regalo

Eva y El Merluza intentan derribar las fronteras (in)materiales que separan sus destinos: dinero, modales, nombres, apellidos. En lugar de propinas, Eva compra regalos: paté, queso, salame y pantalones de “pije”. El Merluza, a su vez, corresponde confeccionando toscas flores de papel:

¡También sé hacer peces y mariposas de papel! Pero eso es mucho más difícil aún, porque cuando uno los tiene hechos, ¡nadie los quiere! ¡Porque los peces todo el mundo los desea en bonitas peceras iluminadas! ¡Y las mariposas, todo el mundo las desea, ensartadas en cajitas de caoba! Pero hechas de sucio papel de diario, que solo sirve para taponar maletas, ¡no! Nadie quiere sucias mariposas de papel, sucias de carne, ensartadas en cajas de caoba iluminadas. Ni nadie quiere ensuciarse las sienes ensartándose sucias flores de sucio papel. . . ¡Al menos, es lo que dicen los burgueses. . . Que son los árbitros de la moda en todo. . . Incluso en la manera de trabajar. . . el papel... de diario! (122)

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En este pasaje, El Merluza plantea una auténtica “política del regalo”: por un lado, él declina probar el salame que le obsequia Eva porque su estómago de “pelusa” no está habituado a digerir esa clase de manjares; a su vez, cuando a él retribuye a Eva con su ofrenda de crespones, se afana tanto en confeccionar las flores como en enseñarle a Eva la poética de su arte pobre:

Y no es una hoja de papel corriente, como usted verá. Se toma una cara de la hoja que tenga mucho impreso en letras, o una gran fotografía, o gran cantidad de fotografías sin letra alguna, ¿ve? Como ésta. Para que la flor tenga algún sentido. Alguna continuidad. Alguna belleza. . . (122)

Más allá del mero intercambio de bienes, Wolff nos recuerda que ofrecer un regalo consiste, ante todo, en revelar los propios secretos a través de un objeto que capture nuestro reflejo (del mismo modo en que las manchas del papel de diario evocan, en los ojos de Eva, la silueta desgarbada de El Merluza).

Pánico a los invasores

No resulta aventurado concluir que la dramaturgia de Egon Wolff revela una de las patología congénitas de la sociedad chilena: la agorafobia, el pavor súbito a los espacios ajenos, inciertos, precarios 3 . Tanto en Flores de papel como en Los invasores (1963) dos piezas claves de la dramaturgia del Wolff, las fronteras del hogar burgués son remecidas por la irrupción de los

harapientos que acechan al otro lado del río: El Merluza en casa de Eva, y China y sus huestes de mendigos, en casa del industrial Lucas Meyer. De manera significativa, el gesto reflejo de los “dueños de casa”, sumidos en la agorafobia, es ofrecer un diezmo, limosna o propina que apacigüe el malestar de los incómodos visitantes.

Curiosamente, en ambas obras, Merluza y China desechan el dinero: Merluza prefiere una taza de té; China, en tanto, ni siquiera comprende su valor. Desechado el dinero, y los nombres propios, Eva y Lucas observan inquietos como sus dos principales herramientas para el control del espacio se tornan caducas.

Con razón, en una de sus últimas entrevistas, Wolff advierte:

“Este país está como está es porque la gente que tiene dinero no depone sus actitudes, viven sometidos a la jaula de su yo permanentemente. El dinero y la riqueza desvirtúan a los seres y los llenan de necesidades falsas; los hace revestirse de una vida disfrazada. La consecuencia de esa ceguera es el malestar actual de la sociedad” 4 .

Tras sumergirnos en la ciudad secreta de Flores de papel, resta preguntarse: ¿cuánto más puede resistir un orden de privilegios y segregación arbitrarios cuando los angurrientos del otro lado del río, o de la autopista, declaran que su existencia ya no tiene precio?

3 Joshua Holmes, “Building Bridges and Breaking Boundaries: Modernity and Agoraphobia”, Opticon 1826 (Sep. 2006), p. 1.

4 Carola Oyarzún y Cristián Opazo, “Me gusta concebir mis obras como advertencias”, Revista Universitaria 125 (Nov. 2013), p. 27.

Decano Facultad de ArtesLuis Prato

Director Escuela de TeatroAlexei Vergara

Directora Ejecutiva Teatro UC Verónica Tapia

Director Artístico Teatro UC Andrés Kalawski

Productor Ejecutivo David Meneses · Productora Artística Tania Rebolledo Comunicaciones y Marketing Marcela Rivera · Educación y Mediación

Ignacia Goycoolea · Prensa Constanza Flores y Lía Alvear · Diseño Gráfico Florencia Aguilera · Administrador de Sala y Gestión de Públicos Nelson Álvarez · Jefe Técnico Francisco Lacalle · Operador Técnico Pablo Jorquera · Realizadores Escenográficos Eduardo Gallagher,

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Boletería Viviana González y Lucía Castillo · Encargado de Promoción y Ventas Mario Contreras, Raúl Pacheco · Asistente de Administración

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