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Mujeres: ¡felicitaciones e indignación! Tal vez muchas de ustedes no lo saben, pero gracias a la tenacidad argumental y la determinación de diversos grupos y organizaciones de mujeres y al compromiso del Alcalde Mayor con sus derechos, el Plan de Desarrollo recién aprobado por el Concejo de Bogotá incluyó la creación de la Secretaría Distrital de la Mujer como uno de los tres proyectos del "Programa Bogotá Humana con igualdad de oportunidades y equidad de género para las mujeres". Una secretaría al mismo nivel de las demás secretarías del Distrito Capital. Hoy, las mujeres nos felicitamos porque la ciudad va a contar con una entidad que tendrá como una de sus prioridades la construcción de una ciudad segura y libre de violencias para las mujeres. Y resulta paradójico que al mismo tiempo que en el Concejo se discutía la creación de esta Secretaría, Rosa Elvira Cely agonizaba por haber sido sometida en el parque Nacional a actos de barbarie que nos devuelven a la Edad Media. Un caso específico de feminicidio entre los 1.215 asesinatos de mujeres registrados por Medicina Legal en el 2011. Un caso que nos indigna y nos obliga a pensar en la elevada proporción de delitos contra el cuerpo de las mujeres no registrados y no denunciados. Al respecto, la primera encuesta de prevalencia de la violencia sexual 2001-2009 realizada por Oxfam nos muestra que el 82,15 por ciento de las 489.678 mujeres víctimas de algún tipo de violencia sexual, es decir, 402.264 mujeres, no denunciaron los hechos que sufrieron. Por ello, una tarea inaplazable exige hoy crear condiciones socioculturales e institucionales para que estos delitos y todos los que configuran los diversos tipos de violencia contra las mujeres no queden en la impunidad. Otra prioridad de esta nueva secretaría estará encaminada a cerrar las brechas seculares de discriminación y desigualdad entre mujeres y hombres que obstaculizan el ejercicio pleno de sus derechos tanto en lo público como en lo privado. Para solo mencionar un ejemplo, en el campo de la participación política estamos aún hoy muy lejos de la paridad y ni siquiera nos acercamos al mínimo 30 por ciento, cuando solamente contamos con nueve concejalas de un total de cuarenta y cinco integrantes de la más alta corporación del Distrito.

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Mujeres: ¡felicitaciones e indignación!

Tal vez muchas de ustedes no lo saben, pero gracias a la tenacidad argumental y la determinación

de diversos grupos y organizaciones de mujeres y al compromiso del Alcalde Mayor con sus

derechos, el Plan de Desarrollo recién aprobado por el Concejo de Bogotá incluyó la creación de la

Secretaría Distrital de la Mujer como uno de los tres proyectos del "Programa Bogotá Humana con

igualdad de oportunidades y equidad de género para las mujeres". Una secretaría al mismo nivel

de las demás secretarías del Distrito Capital.

Hoy, las mujeres nos felicitamos porque la ciudad va a contar con una entidad que tendrá como

una de sus prioridades la construcción de una ciudad segura y libre de violencias para las mujeres.

Y resulta paradójico que al mismo tiempo que en el Concejo se discutía la creación de esta

Secretaría, Rosa Elvira Cely agonizaba por haber sido sometida en el parque Nacional a actos de

barbarie que nos devuelven a la Edad Media.

Un caso específico de feminicidio entre los 1.215 asesinatos de mujeres registrados por Medicina

Legal en el 2011. Un caso que nos indigna y nos obliga a pensar en la elevada proporción de

delitos contra el cuerpo de las mujeres no registrados y no denunciados.

Al respecto, la primera encuesta de prevalencia de la violencia sexual 2001-2009 realizada por

Oxfam nos muestra que el 82,15 por ciento de las 489.678 mujeres víctimas de algún tipo de

violencia sexual, es decir, 402.264 mujeres, no denunciaron los hechos que sufrieron.

Por ello, una tarea inaplazable exige hoy crear condiciones socioculturales e institucionales para

que estos delitos y todos los que configuran los diversos tipos de violencia contra las mujeres no

queden en la impunidad.

Otra prioridad de esta nueva secretaría estará encaminada a cerrar las brechas seculares de

discriminación y desigualdad entre mujeres y hombres que obstaculizan el ejercicio pleno de sus

derechos tanto en lo público como en lo privado.

Para solo mencionar un ejemplo, en el campo de la participación política estamos aún hoy muy

lejos de la paridad y ni siquiera nos acercamos al mínimo 30 por ciento, cuando solamente

contamos con nueve concejalas de un total de cuarenta y cinco integrantes de la más alta

corporación del Distrito.

También será prioritario consolidar las casas de igualdad de oportunidades para las mujeres como

espacios de empoderamiento en las veinte localidades de Bogotá. Igualmente, habrá que fortalecer

el programa justicia de género y crear nuevas casas refugio -en la actualidad solo existen dos- para

la protección integral de mujeres víctimas de violencias, el restablecimiento de sus derechos y el

ejercicio de su autonomía.

Y con presupuestos sensibles al género estaremos en alerta extrema para que todas las entidades

del Distrito Capital se comprometan con los derechos de las mujeres y para que las palabras de

indignación frente a las violencias contra ellas que se escucharon en el parque Nacional el

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domingo pasado se amplíen y resuenen con fuerza para animar en cada uno de los lugares que

habitamos la realización del derecho a nacer, crecer, vivir y morir dignamente.

Las voces que coreaban "¡Todas y todos somos Rosa Elvira!" "¡Ni una más!" "¡Nunca más!" son

expresiones activas del malestar de las mujeres. Un malestar con una democracia que todavía se

resiste a comprender que la realización cotidiana de los derechos de las mujeres, su exigibilidad y

su ejercicio son hoy un imperativo ético-político.

Los caballeros las quieren inteligentesLos hombres de hoy prefieren, buscan y tratan de amar a mujeres inteligentes y autónomas.

    Está en temporada en el Teatro Nacional Los caballeros las prefieren brutas. Yo no la he visto,

pero algunos amigos y amigas me dicen que en la obra de Isabella Santodomingo hay más bien

pocas referencias al sugestivo título. Y es una lástima, porque la cuestión no carece de interés,

como lo demuestran las importantes ventas del libro que inspiró a este montaje teatral.

    Para empezar, es importante reconocer la complejidad inherente al encuentro amoroso:

hombres y mujeres compartimos el ejercicio de la conciencia, de la razón y de las emociones, pero

las voces de ellos y las voces nuestras no tienen el mismo eco. Nuestras carencias, fantasmas y

defectos no son los mismos porque nuestras historias de construcción de identidad son muy

distintas, lo que significa que nuestras maneras de otorgarles sentido a nuestras vidas no son

comparables.

    Pero de ahí a pensar que en medio de esta complejidad del amor los hombres las prefieran

brutas hay un largo trecho; en el fondo, pensar que esto es así, no solo es denigrante para

nosotras; también lo es para ellos mismos.

    Por el contrario, yo creo que los hombres de hoy prefieren, buscan y tratan de amar a mujeres

inteligentes y autónomas, pues, primero, eso les permite competir con ellas y reconocerlas como

pares, aun cuando así sigan poniendo a prueba su poder buscando tener siempre la razón a como

dé lugar.

    Además, ellos han entendido que, con mujeres inteligentes, tienen la oportunidad de crecer más

rápido y dejar atrás la eterna imagen de madre a la que siguen atados. Romper el cordón umbilical

es hoy su único modo de llegar a la mujer, a esta mujer deseante, enigmática y tantas veces

incomprensible.

    No debe ser fácil para ellos; sin embargo, hoy día saben -o, mejor, intuyen- que es el camino

para reencontrarse con ellas, construyendo nuevos pactos de solidaridad y novedosas maneras de

lograr ajustar esta imperiosa necesidad del amor a este despótico deseo de autonomía. Estoy cada

día más convencida de que los hombres ya se cansaron de chupar leche materna y están

aprendiendo a deleitarse con las mieles agridulces de estas mujeres que los sorprenden, que los

dejan a veces sin respuestas y que hacen el amor como diosas. Y no me lo estoy inventando.

Algunos hombres, temerarios y valientes, ya lo han confesado públicamente.

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    Acordémonos del elogio de la mujer brava de Héctor Abad Faciolince: "Estas nuevas mujeres, si

uno logra amarrar y poner bajo control al burro machista que llevamos dentro, son las mejores

parejas (...); son sabias para vivir y para amar y si alguna vez en la vida se necesita un consejo

sensato (se necesita siempre, a diario) o una estrategia útil en el trabajo, o una maniobra acertada

para ser más felices, ellas te lo darán, no las peladitas de piel y tetas perfectas".

    O también del escrito de Santiago Gamboa sobre las mujeres de más de 40 años: "Por cada

impactante mujer de más de 40, inteligente, divertida y sexy, hay un hombre con casi o más de

50... pelado, gordo, barrigón y con pantalones arrugados haciéndose el gracioso con una chica de

20 años. ¡Señoras... les pido perdón por ello...!". Los hombres, nuestros hermanos, nuestros

amantes y nuestros amigos de siempre, se están cansando de estas mujeres que juegan a ser

brutas, tan llenas de lugares comunes, tan poco arriesgadas, tan aburridas. Y ellas, las que creen

aún que los caballeros las prefieren brutas, no saben lo que se pierden, sin debatir de tú a tú con

ellos, sin enseñarles a escuchar ese misterioso deseo nuestro, develándoles nuestros sueños más

oscuros, discutiendo horas enteras sobre la posibilidad del encuentro amoroso, intentando

explicarles los caminos del devenir femenino que nadie entiende; ni siquiera nosotras.

LA BELLEZA, SEGÚN FLORENCE THOMAS Y AMPARO GRISALESHace poco me encontré con una carta de hace mucho, escrita por la feminista Florence Thomas, para la actriz o vedette colombiana Amparo Grisales.

La misiva comienza así (con entonado acento): “Amparo: hace poco estuve viendo el lanzamiento de la campaña de tu nuevo producto de belleza para conservar la juventud. Estás muy linda, como siempre”.

En mi opinión esa introducción se escucha falsa y forzada, en la frase “Estás muy linda, como siempre”, es posible escuchar aún el rechinar de los dientes de la Señora Florence Thomas, la palabra muy linda, parece escrita con i, de ironía, con ese sarcasmo que se resalta a la perfección en la obra teatral País Paisa, del Grupo del Aguila Descalza.

Finaliza la columna de opinión, con el siguiente apunte subjetivo: “Y no lo digo por ti, Amparo, quien muy seguramente también tienes un mundo para contar, un mundo que hubieras podido contar igualmente con un cuerpo no tan trabajado ni tan entregado a los modelos culturales que nos exigen seguir siendo moldeadas, preformateadas e hipotecadas en un esquema que no hace sino manipular de manera perversa nuestras relaciones con los hombres. Amparo, no compraré tu elíxir de eterna juventud, porque amo mis años, sus huellas, sus enseñanzas y hace tiempo que ya no les temo a los espejos”.

Pero, si observamos con detenimiento el fondo de la problemática entre la ilustre feminista y la ilustre vedette en cita, creo que el último aparte del escrito bajo estudio, debió finalizar así: “Amparo, no compraré tu elixir de eterna juventud, porque sé que el Revertex no existía ni en tus mejores épocas, así que no trates de timar a tus congéneres, no pretendas “meternos los dedos a la boca”, y, mejor, maldita desgraciada, danos la verdadera receta, los verdaderos menjurjes que alguna vez resaltaron tu extinta juventud”.

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Ahora bien, cada vez que veo una fotografía de Amparo Grisales, siento vergüenza de mi cuerpo, el que no tiene ni punto de comparación con el de una Señora que me supera ampliamente en edad, sin embargo, por alguna razón desconocida por mí, por la ciencia e inclusive por la propia Grisales, yo luzco joven y lozana, mientras que ella no, mientras que ella se ve como una mujer de cincuenta años bien conservada.

También juzgo que la Señora Florence Thomas es una mujer valiente y admirable, así que no entiendo cuál es su objetivo haciéndole mala propaganda al Revertex de Amparito, lo que, por supuesto, puede incidir negativamente en las ventas de ese producto, por lo menos, entre las seudo-intelectuales y todas esas hippies sucias y “descachalandradas”, que andan por ahí sin oficio, presumiendo de filosofas (Entre paréntesis, sé que esto último no tiene nada que ver con la temática a tratar, pero necesito deshacerme de mis prejuicios para desahogarme).

En todo caso, es insalvable la problemática existente entre ambas damas, la que gira alrededor de la concepción de la belleza, discusión que, a su vez, conduce a otros interrogantes, por ejemplo, qué es la belleza, la posibilidad de predicar el concepto de “verdad” respecto a la belleza, la posibilidad de imputarle el concepto de “deber” al ser de lo bello, etcétera.

Todos esos interrogantes (sobre los que no profundizaré, máxime que tampoco pretendo citar aquí, en un espacio acaso vacío y superficial, las lecciones de estética kantianas, ni el libro de Umberto Eco, sobre la misma problemática), evidencian que Florence Thomas no tiene la razón, como tampoco la tiene su oponente involuntaria.

De acuerdo con el texto de Florence Thomas, su concepción de la belleza femenina aboga por la naturalidad, por la aceptación de la apariencia que proporciona el paso del tiempo, dado el significado inherente al transcurso de la existencia. Para esa columnista los procedimientos estéticos invasivos y los productos que se comercializan en la sociedad de consumo, con la finalidad de ocultar el paso del tiempo, atentan directamente contra la multiplicidad de significados que emergen de nuestra apariencia, y es precisamente el amor que la Thomas siente por esos sucesos, el que la conduce a imaginar que las huellas del tiempo son bellas.

Por el contrario, Amparo Grisales, busca afanosamente ocultar ese significado, esas huellas que van moldeando principalmente el rostro, huellas que es posible disimular en las piernas, en los glúteos, en cualquier parte del cuerpo, excepto la cara, en donde el brillo de los ojos delata la felicidad o la tristeza, en donde la elevación de las comisuras de la boca develan la satisfacción o el desamor, en la calvicie que habla de la histeria, en el profundo surco que separa vulgarmente las sienes, evidenciando repetitivas crisis existenciales.

Quizás, la búsqueda desesperada de la actriz por conservar hasta el último hálito de la juventud, evidencia tanto un amor por el punto de partida de cualquier adulto, ese momento en el que el ser humano se encuentra sólo con sus sueños, y empieza a caminar para hacerlos realidad; al mismo tiempo que desprecia todas las circunstancias que van incidiendo negativamente en esa preciosa aura, que la van dañando, estropeando, sin que podamos fingir ante los demás que nada ha pasado.

Por ende, creo que tanto la feminista como la actriz tienen razones para amar lo que cada una, subjetivamente, considera bello, cada una tiene también derecho a hacer lo que considere conveniente para defender su amor, para perpetuar su idea de la belleza, en cambio, no pueden pretender que sus perspectivas sean las únicas correctas u obligarnos a deificar sus imágenes.

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De esta manera, no tiene razón la Thomas, cuando pretende que el mundo de la legendaria “naturalia” o el naturalismo de Walt Whitman sean las únicas cosas bellas en el mundo, y tampoco tiene razón la Grisales, cuando declara que los achaques no son bellos, por ejemplo, a mi madre le puede parecer hermoso que mi padre comience a hacerse las mil infusiones que hacía igualmente mi abuelo antes de dormir, mientras que a mi padre le pueden parecer divinos los olvidos de mi progenitora.

Independientemente de cuál de esas dos contendoras tenga la razón, considero que es sumamente extraño ver a una mujer inteligente blasfemando contras todas esas mujeres prefabricadas, que ganan más dinero que cualquier profesional universitaria, así como se ve sumamente rara, una mujer bien conservada, en minifalda y ombliguera, sin lugar a dudas, ninguna de las dos cosas luce ni auténtica ni natural.

Aunque, pensándolo mejor… ¡Desgraciadas todas esas que ganan más dinero que yo, gracias a las intervenciones quirúrgicas e implantes que tienen por todos lados!... Pensándolo bien, ¡Yo también las odio!... Por tanto, ¡ataca Florence Thomas, ve por ellas, sin compasión!...

Una imagen habla más que mil palabrasTambién yo, como ustedes, he podido estudiar, amar libremente, escoger desde una muy recién inaugurada anticoncepción cuántos hijos tener y estar en el lugar donde estoy por algunos méritos propios. Sin embargo, me hice feminista porque, a diferencia de ustedes, fui siendo consciente de mis privilegios y a la vez de todo lo que la historia adeuda a la inmensa mayoría de mujeres que no han tenido las oportunidades que la vida nos ha ofrecido a ustedes y a mí.

Así escribió Florence Thomas el 30 de octubre de 2007 en su habitual columna de El Tiempo, a propósito de los 50 años del voto femenino y tratando de entender por qué en Colombia existe un odio casi endémico hacia el feminismo y las feministas. En su caso, ese sentimiento se materializa en múltiples correos electrónicos que critican sus columnas. Paradójicamente, muchos de esos mensajes provienen de mujeres.

 “Dentro del ambiente de intolerancia que está atravesando el país, Florence ha sido blanco de una crítica muy agresiva. Es una andanada de violencia verbal que su hijo Nicolás intenta no la alcance cuando revisa su mail”, comenta la profesora María Himelda Ramírez, quien fue estudiante de Florence Thomas en los años 70 y una de las fundadoras del Grupo Mujer y Sociedad.

Según la académica, Thomas ha contribuido a los estudios de género con investigaciones sobre símbolos y significados relacionados con sexismo en las culturas populares. Así las cosas, aportó trabajos pioneros sobre el análisis de la telenovela nacional como reproducción de jerarquías de género, desigualdad y subordinación.

“Las telenovelas, las fotonovelas y la música popular mostraban en la década del 70 a una mujer sufriente, dependiente y expectante en relación con la figura masculina. Por ello, a través de textos inaugurales como El macho y la hembra reconstruidos, Florence hizo una crítica aguda a esa imagen de mujer y hombre, así como al ejercicio de la violencia simbólica y física en el hogar”. Ello le permitió dar un paso hacia la identidad femenina y la identidad masculina, tema de sus siguientes publicaciones”, comenta María Himelda Ramírez.

“Cuando yo llegué a Colombia en la década del 60, no encontré mujeres sino mamás y no encontré padres sino machos”. De esta forma Thomas explica la vieja estructura patriarcal de la sociedad colombiana (aún presente en algunas generaciones), según la cual las mujeres hallaban su plena realización como esposas y madres, dejando atrás aspectos tan importantes como su intelecto, su sexualidad, sus derechos reproductivos, su independencia económica, su condición laboral y el ejercicio político. “La maternidad era un proyecto de vida que teníamos que asumir como una especie de fatalidad biológica”.

Contrario al contexto colombiano, la Francia que formó a esta académica desde que nació hasta los 24 años, cuando llegó a Colombia, reconocía a la mujer como sujeto de derechos, le había abierto hace mucho las

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puertas de la universidad y del trabajo y avanzaba a pasos agigantados hacia la legalización del aborto (1975), con antecedentes como la aprobación de la píldora anticonceptiva.

Muchos años han pasado desde su arribo al país y hoy en día le satisface saber que la utopía de un mundo en el cual exista más igualdad de oportunidades entre hombres y mujeres es cada vez más viable. Las colombianas se convirtieron en ciudadanas al elegir y ser elegidas, accedieron a la educación superior y por esa vía al mundo del trabajo, deciden si quieren o no optar por la maternidad, están aprendiendo a decir “mi cuerpo es mío”, pueden recurrir a un aborto legal en tres casos excepcionales y existe una normatividad que debería garantizar su presencia en cargos públicos (Ley de Cuotas). La mayor parte de estos logros se los adeudan las colombianas a las feministas y, en general, al trabajo de organizaciones como el Movimiento Social de Mujeres. 

“Madres e hijas ya entendieron que ser realistas es pedir lo imposible. Con su particular realismo pidieron lo imposible y están logrando volverlo poco a poco posible”, comenta en uno de sus textos. Sin embargo, hay mucho por hacer todavía: en Colombia no se ha entendido la ganancia derivada de escuchar a las mujeres. “En ese plano podría decirse que somos todavía demasiado invisibles”. 

Hijos del proyecto feminista

Florence se ha desempeñado desde 1985 como directora del Grupo Mujer y Sociedad, colectivo que ahora

tiene muchas y muchos más integrantes que el equipo inicial. Dicho grupo logró consolidarse a comienzos de

siglo como una de las opciones más serias del país para investigar con perspectiva de género, a través de

una Escuela de Estudios que ofrece dos especializaciones y una maestría. Esta última cursa en la actualidad

su séptima promoción. 

Florence ya está pensionada de la Universidad Nacional, pero sigue liderando el Grupo Mujer y Sociedad,

quizás porque la UN fue el enlace con Colombia, fue su razón de continuar en el país e incluso el motor de su

vida familiar. Sus hijos vivieron la universidad y la universidad vivió en su casa (uno de los dos es Antropólogo

de dicha institución). “Ellos se sentían muy orgullosos de que fuera profesora de la Nacional. Incluso Nicolás,

cuando niño, jugaba con muñequitos miniatura a los policías y encapuchados, simulando las pedreas”.

 Varias de las grandes discusiones de Mujer y Sociedad, como la de la legalización del aborto, se dieron en la

sala de su apartamento, con sus hijos presentes. “Un día una estudiante nos contaba angustiada que estaba

embarazada y no se sentía preparada para ser madre. En ese momento uno de los niños le preguntó con total

inocencia: ¿y vas a abortar? Siempre hablé con franqueza con mis hijos, nunca les oculté nada”.

Nicolás y Patrick (35 y 39 años) han sido dos hombres educados en la lucha por la equidad de género y

actualmente tratan de ser consecuentes con dicha apuesta. Uno de ellos hizo a Florence abuela de un

pequeño vallenato hace nueve años. “Todas las feministas tratamos de sembrar en nuestras hijas e hijos una

semilla para un nuevo mundo, de allí que sean conscientes de que no deben repetir la historia que nos

condujo al feminismo, pero nunca logramos darles la fórmula mágica para evitarlo”.

Al respecto, habla con cierta crudeza, apasionamiento y con la sabiduría que caracteriza su discurso: “ese

paso de la casualidad de haber nacido mujer a la conciencia crítica de serlo en una sociedad machista no es

fácil, porque muchas mujeres han logrado sacar ventajas de ser un objeto sexual. Muchas no quieren

preguntarse nada, especialmente las mujeres de estratos socioeconómicos altos, mientras que las de estratos

bajos y medios son más críticas porque no tienen nada que perder y sí mucho por descubrir”. 

Flora Milda Jerez Cortés, coordinadora académica de un colegio público de la localidad de Kennedy en

Bogotá y quien supo del movimiento de Florence cuando estudiaba Matemáticas en la Universidad Nacional

en la década del 80, opina de la académica: “es adorable, un personaje a seguir por la claridad de sus

conceptos, por ese acercamiento a lo femenino y la forma tan linda en que le hace ver a la mujer su realidad,

logrando que eleve su autoestima y que cultive sus valores”.

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Siempre dispuesta a escuchar a sus pares de movimiento, pues considera un error metodológico inmenso que

el feminismo se fraccione, sigue luchando desde la academia, desde las organizaciones no gubernamentales,

como consultora de instituciones del Estado y desde el Congreso para lograr cada día condiciones más justas

para las mujeres de todos los niveles sociales e intelectuales. 

El último tema de debate en el Grupo Mujer y Sociedad es precisamente el que le da hoy en día un sello a los

estudios de género en Colombia: el impacto del conflicto armado. “Una realidad que nos invadió a finales de

los 90 y que nos metió de lleno en los estragos sufridos por las mujeres del país”. Tiene claro que no puede

acabar el conflicto armado, pero guarda la esperanza de que el respeto por el cuerpo de las mujeres y la

garantía de ciertos mínimos dentro del conflicto sean próximamente otro de los logros que le entregue el

feminismo a las colombianas. 

Héctor: tenías 5 hermanas, pero naciste varón

Nació varón y nacer varón es, en sí mismo, nacer sujeto y no necesita confirmación.

El mundo del lenguaje está alborotado. Sí, y después de un editorial de EL TIEMPO ('Ellos, ellas y la gramática'), que relanza la polémica del académico español Ignacio Bosque, y después de la columna de mi amigo Héctor Abad en El Espectador en la cual cita frases mías que a su juicio no cumplen con sus interpretaciones del lenguaje incluyente, quiero poner los puntos sobre las íes y responder algunas de las imprecisiones de los detractores de esto que llaman un lenguaje ridículo, postizo e insoportable. 

Primero: nos recuerdan que la lucha para desterrar la inocultable discriminación que sufren las mujeres debe darse en la sociedad y no en el diccionario. Sí, tienen razón, y es exactamente lo que estamos haciendo y lo que está sucediendo. Sin embargo, el diccionario tendrá que asimilar los cambios de una lengua como el castellano, que aún no figura dentro de las lenguas muertas. Y hoy somos las mujeres quienes la hacemos más viva que nunca. Hoy todos y todas aceptan palabras de la jerga interactiva, pero cuando somos las mujeres quienes exigimos ser nombradas y visibilizadas, nuestra manera de escribir y de hablar se vuelve un esperpento.

Segundo: lo que nunca aceptaremos es que nos hagan decir lo que la mayoría de las feministas nunca han dicho. En este tema tan sensible hoy día, se trata de sentido común, de reconocer y discernir cuándo es vital para nosotras ser nombradas y dónde nuestro ocultamiento es de suma gravedad para la construcción de nuestra identidad, el reconocimiento de nuestra autoridad y de nuestra incuestionable participación en la construcción del mundo.

Es en este sentido en el que exigimos ser nombradas en documentos oficiales, discursos políticos, constituciones, leyes y decretos, por supuesto. Y con mayor razón en escritos políticos y sociales, en textos escolares -la escuela es uno de los escenarios más importantes de la reproducción del sexismo-, en textos universitarios y en investigaciones científicas, en editoriales periodísticos, en comerciales, en trabajos comunitarios y en todo lo que se refiere a la vida cotidiana.

Si decir colombianos y colombianas, o niños y niñas les molesta o les parece muy largo, les preguntaría: ¿cuál es el afán? Yo, siendo mujer, he aprendido que la democracia se construye lentamente. No sé si tengo la gramática alborotada -he sido una mujer felizmente alborotada-, pero si sé que cada vez que nos recuerdan que el mundo está hecho de hombres y mujeres, de niños y niñas y de ciudadanos y ciudadanas, siento que estoy donde quiero estar. Un mundo incluyente, que me permite estar también en el centro y no en la periferia, mejor dicho, estar donde quiero.

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Tercero: y desde este sentido común, comprendamos que el lenguaje es tan sexuado como quienes lo hablan y como quienes lo regulan; tan sexuado como los patriarcas de las academias. Es imperativo que nos tomemos esta tierra aún tan misógina. Es imperativo adaptar el lenguaje a nuestra recién inaugurada autonomía. Y con esto no se trata de transformar el lenguaje en una herramienta pesada e insoportable y hacernos decir lo que nunca hemos dicho. Solo pedimos atención a los aportes del feminismo. Solo exigimos estar visibles en la historia que hoy se escribe. Y, por supuesto, Héctor Abad Faciolince no necesita escribir sus novelas con lenguaje incluyente, porque las novelas recrean las vidas de personajes concretos. Y a él le digo que, aun en medio de cinco hermanas, nació varón, y nacer varón es, en sí mismo, nacer sujeto y no necesita confirmación. Nosotras necesitamos sin cesar confirmación. Héctor: acuérdate siempre de esa frase magistral de Pierre Bourdieu: "Nacer mujer es nacer con un coeficiente simbólico negativo". El lenguaje incluyente es sencillamente una herramienta de reparación histórica.

Ojalá les duela una mujer en todo el cuerpo

  Por cuarta vez en el año escribo sobre el aborto. En esta ocasión lo hago a propósito de los

últimos debates generados por el proyecto de acto legislativo 06 del 2011, presentado por el

Partido Conservador, que pretende modificar el artículo 11 de la Constitución con la pretensión de

"proteger la vida desde el momento de la fecundación". De hecho, el propósito de los sectores más

retrógrados de la sociedad y de las iglesias es tumbar la sentencia C/355 del 2006, que

despenalizó el aborto en tres casos excepcionales.

    He aprendido a asumir los retos de vivir en democracia y a escuchar las diferencias, aun cuando

son inconcebibles las que se refieren a la autonomía de las mujeres para decidir sobre su cuerpo.

Y esta vez lo hago con determinación porque hoy, como lo dijeran tan bellamente Jorge Luis

Borges y Gioconda Belli, "me duele una mujer en todo el cuerpo". Sí, me duele que se juzgue con

tanta ligereza a las mujeres que optan por su vida y toman la difícil opción del aborto cuando han

sido violadas o tienen el riesgo de morir si siguen con su embarazo o albergan en su útero un feto

malformado.

    Me duelen todas estas voces de hombres -dirigentes del conservatismo, hombres de iglesia,

jueces, médicos y administradores de EPS, entre otros- que nunca tendrán que vivir el dolor del

alma y de todo el cuerpo que se sufre en el momento de decidir de manera responsable la

interrupción de un embarazo.

    Me duele su falta de empatía, me duele que se sientan tan dueños de un saber que no les

pertenece. Y me pregunto qué pueden saber los hombres de esta historia sellada en nuestra piel,

en nuestra subjetividad, una historia que nos recuerda de manera incesante que nuestro cuerpo ha

sido colonizado durante siglos y sigue siendo una pantalla sobre la cual se proyectan órdenes,

deseos y fantasmas masculinos.

    Quisiera que les duela también una mujer en todo el cuerpo, ese cuerpo suyo tan masculino y

tan lejano al nuestro. Hoy, con tristeza, vuelvo a preguntarme: ¿cómo se atreven a juzgarnos, a

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amenazarnos y a castigarnos? Lo único que me alienta todavía es constatar que sus condenas no

han servido de mucho. Hemos seguido adelante y sus amenazas, excomuniones y censuras no

nos asustan. Nos sentimos cada vez más acompañadas por intelectuales, líderes de opinión,

medios de comunicación -un editorial reciente de 'El Espectador' y, el jueves pasado, el editorial de

EL TIEMPO- y organismos internacionales. Estos nos ayudan a reconfirmar a Colombia como un

Estado laico, con una mirada pluralista, que incluye la libertad de cultos y al cual le corresponde

impedir que una confesión de fe pueda ser la base de políticas de Estado.

    Esperamos que las más altas esferas del Gobierno -el Presidente de la República, los

ministerios concernidos y la Alta Consejera Presidencial para la Equidad de la Mujer, Cristina

Plazas Michelsen- no nos defrauden, sigan siendo aliados nuestros y garanticen realmente el

derecho a la vida de las mujeres.

    Yo quiero creer que no dejarán progresar un proyecto que nos devolvería al pequeño club de

países que siguen considerando a las mujeres como ciudadanas de tercera (El Salvador,

Nicaragua y Chile, entre otros). Quisiera también recordar a todos y a todas que, aun en los 56

países del mundo donde la interrupción voluntaria del embarazo está legalizada sobre simple

demanda de una mujer, ninguna está obligada a abortar. Nadie obliga a una mujer a abortar. Solo

ella puede y debe decidir. Nadie más. Ni el Estado, ni la Iglesia o las iglesias, ni su compañero. Y

para Colombia es imprescindible que se mantenga la despenalización en los tres casos

excepcionales y que a todos y todas nos duela una mujer en todo el cuerpo.

La hora del escarnio.

“Cuando llegué, no encontré mujeres sino mamás y no encontré padres sino machos. La

maternidad era un proyecto de vida que teníamos que asumir como una especie de fatalidad

biológica”. Florence Thomas, nacida en Rouen Francia, es psicóloga y magíster en Psicología

Social de la Universidad de Paris. Radicada en Colombia desde el año 1967 es feminista y asesora

de organismos no gubernamentales en el estudio de género.

Desde que llego a Colombia, un país dónde reinaba el machismo, se dedico a romper con esa

estigmatización a la mujer. Es coordinadora del grupo Mujer y Sociedad, grupo que nació después

de reuniones que se llevaban a cabo en los años 80 en su oficina en la Universidad Nacional,

dónde junto a otras mujeres apasionadas por el feminismo, tenían charlas sobre el tema.

Aunque siente la necesidad de acabar con el ambiente patriarcal en el país no quiere una sociedad

matriarcal, sino que piensa que hay que buscar que el hombre y la mujer puedan convivir, no que

la mujer toma el poder.

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Sus columnas van dirigidas a las mujeres, en especial a las feministas, en la mayoría de sus

escritos habla de los derechos de la mujer, del aborto, tema que ha sido acreedor de más de una

columna y por lo que pelea y apoya a las mujeres que exigen libertad para abortar. Sabe de que

habla ya que ella aborto cuando tenia 22 años, en el año 1965, y cree que el error mas grande que

cometió fue el de guardar silencio durante 45 años:“Sentí más bien tristeza y dolor por haberme

quedado callada durante tanto tiempo, por haber permitido y aceptado durante años los prejuicios

de todas las sociedades que culpan a las víctimas de las violencias que viven. Sí, mi única culpa, si

culpa tiene que haber, es la de no haber quebrado ese muro de silencio mucho antes”., aseguró en

el artículo publicado en elespectador.com titulado La historia de mi aborto”.

Es muy directa en la forma en la que escribe sus columnas, es evidente su posición feminista. En

una de sus columnas aclara que no odia a los hombres, porque precisamente llego a este país por

un hombre, sus hermanos y sus hijos también son hombres. Dice que odia es esa cultura patriarcal

que durante mucho tiempo ha dejado que se violen los derechos de la mujer, que siga la violencia

intrafamiliar y que solo quiere que cambie esa situación. Un tema completamente pertinente en un

país rodeado de violencia y desigualdad, como ella lo dice el feminismo es la manera de cerrar la

brecha que hay entre hombre y mujeres sin necesidad de recurrir a las armas.

La relación con su público, el feminismo, es buena porque precisamente escribe siempre teniendo

en cuenta su posición y su propósito como coordinadora del grupo mujer y sociedad. Siempre

escribe en sus columnas hablando sobre alguna mujer como el caso de la carta a Vivian Morales, o

en respuesta a las críticas a su posición como la respuesta a Héctor Abad. Su estructura

argumentativa es clara, propone un tema y lo desarrolla de acuerdo a sus creencias sobre el papel

de la mujer en la sociedad colombiana, recurre a temas que les incumben a todas las que

comparten la posición de esta francesa.

Te deje por loca

Hace unos días estuve en Valledupar por cuestiones de trabajo y en la ciudad se sentía ya la

euforia del Festival de la Leyenda Vallenata. Siempre me han gustado el viejo son y el vallenato

clásico, y de hecho ya hace algunos años trabajé sobre los imaginarios del amor que son

transmitidos por las letras de muchos géneros de canciones y, entre ellos, del vallenato.

Tal vez por eso durante este viaje me concentré en oír los mensajes de los vallenatos de hoy.

Tengo que confesar que me sorprendí, pues las canciones de ahora ya no hablan, como solo

sabían hacerlo en el Caribe, de la seducción y de la conquista amorosa, con matices poéticos que

lograban hacernos soñar: “Voy a hacerte una casa en el aire solamente pa’ que vivas tú” o “Un

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grande nubarrón se alza en el cielo, ya se aproxima una fuerte tormenta, y ahí llega la mujer que yo

más quiero, por la que me desespero y hasta pierdo la cabeza”.

Esto era el vallenato de mi generación. Pero el de hoy habla mayoritariamente del despecho

masculino. En efecto, al oír las letras de estas nuevas composiciones, uno se sorprende del

sufrimiento de los hombres de Valledupar y de lo falsas y engañosas que pueden ser sus mujeres.

De verdad creo que en esa región del país asistimos a una transformación sociológica que ningún

académico pudo prever.

Allí, los hombres son constantemente engañados por perversas mujeres y tienen que abandonarlas

para no seguir sufriendo tanto: “Te dejé, te dejé, por loca, por mala, por loca, porque un solo dueño

no alcanza pa’ tu corazón…”. Ellas, en realidad, solo quieren ser mozas o amantes, seres

indolentes ante el deseo de los hombres por construir una relación formal: “Vas a quedar de moza

porque quieres, pero si es lo que quieres yo te dejo (…) si decidiste darte un revolcón con alguien

porque te provoca…”. La vida de estas mujeres vallenatas es un caos de desenfreno y lujuria: “Y

goza todo lo que quieras, baila en discotecas, juega en los casinos y no te pierdas fiesta, tu vida se

está perdiendo, cambia, por favor…”. No, de verdad, pobres hombres, qué vida más sufrida la de

ellos.

Y ya hablando en serio, me preguntaba cómo explicar la distancia entre la realidad sociológica de

esta región y los mensajes que transmiten hoy estas canciones vallenatas.Porque, todos lo

sabemos, en la costa caribe son en su mayoría los hombres quienes son infieles, amorosamente

desordenados y felices con la idea de tener varias mozas o varias queridas, como se las llama en

la región (a propósito, ¿las queridas son más queridas que las mujeres oficiales?).

Y me pregunto, entonces: ¿por qué los hombres le cantan a un despecho que no existe? Me

atrevería a pensar que el vallenato de hoy le canta en realidad al temor de los hombres ante una

profunda transformación de las mujeres en las últimas dos décadas; mujeres ahora más

autónomas, menos pasivas y aguantadoras; más noctámbulas, más presentes en la vida pública y

ya conscientes de ser merecedoras de unos amores libres de engaños y maltratos. Temores de los

hombres que se expresan en las canciones vallenatas a través de estas imágenes negativas sobre

las mujeres, imágenes que en realidad solo parecen un reflejo de ellos mismos y de lo que temen

perder.

Algo interesante está pasando en la Costa con el proceso de cambio de las mujeres, quienes ya se

están definiendo como sujetas de derechos, dispuestas a visibilizarse en los espacios públicos y a

reivindicar una vida y unos amores libres de violencias. Y los hombres, asustados, ya lo presienten;

en el fondo es una buena noticia; aun cuando no sé si lo sea para el vallenato.

 

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