Final de La Vida

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Articulo para revista – Final de la vida Es una realidad, tú vas a morir, no importan los esfuerzos que se hagan nadie vive para siempre; lamento ser tan fatalista, mi consejo es que cuando llegue el momento no te alarmes no parece ayudar… (introducción de la película, La ladrona de libros). Propongo iniciar revisando la forma en la que se ha asumido a la muerte en nuestra cultura occidental; muchos autores hablan de una muerte que ya no es natural, ya no existe la simple muerte. Estamos inmersos en una cultura que ha tecnificado todo y que en su pretensión de control incluso la muerte, la forma en que se muere es vista como un fracaso de la ciencia y la tecnología, se implanta el concepto de que la muerte es algo “malo”… la muerte es un enemigo a vencer. ¿Qué pasaría si simplemente aceptáramos que la muerte es también parte de la vida, que no hay nada de malo en el morir, que es algo natural? ¿Qué problema hay con aceptar que morir es una condición natural de todo el que vive?... No está mal hacer lo posible por aliviar la enfermedad, hacer lo posible por dotar de mejores condiciones de vida a las personas en general. Lo cuestionable es la mala administración de los recursos en cuanto a la distribución de oportunidades de vida digna y de acceso a los servicios sanitarios. Algunas políticas sanitarias que se apoyan en el principio de autonomía, crean una expectativa de solución final a los problemas que experimenta el hombre como consecuencia de la enfermedad, la vejes o el sufrimiento moral o psicológico. Habría que cuestionar si a estas políticas no les hace falta más bien un toque de solidaridad, de humanismo, pensar en el hombre como alguien que necesita de atención,

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una reflexión bioética sobre el final de la vida.

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Articulo para revista – Final de la vida

Es una realidad, tú vas a morir, no importan los esfuerzos que se hagan

nadie vive para siempre; lamento ser tan fatalista, mi consejo es que cuando

llegue el momento no te alarmes no parece ayudar…

(introducción de la película, La ladrona de libros).

Propongo iniciar revisando la forma en la que se ha asumido a la muerte en nuestra cultura occidental; muchos autores hablan de una muerte que ya no es natural, ya no existe la simple muerte. Estamos inmersos en una cultura que ha tecnificado todo y que en su pretensión de control incluso la muerte, la forma en que se muere es vista como un fracaso de la ciencia y la tecnología, se implanta el concepto de que la muerte es algo “malo”… la muerte es un enemigo a vencer.

¿Qué pasaría si simplemente aceptáramos que la muerte es también parte de la vida, que no hay nada de malo en el morir, que es algo natural? ¿Qué problema hay con aceptar que morir es una condición natural de todo el que vive?...

No está mal hacer lo posible por aliviar la enfermedad, hacer lo posible por dotar de mejores condiciones de vida a las personas en general. Lo cuestionable es la mala administración de los recursos en cuanto a la distribución de oportunidades de vida digna y de acceso a los servicios sanitarios.

Algunas políticas sanitarias que se apoyan en el principio de autonomía, crean una expectativa de solución final a los problemas que experimenta el hombre como consecuencia de la enfermedad, la vejes o el sufrimiento moral o psicológico. Habría que cuestionar si a estas políticas no les hace falta más bien un toque de solidaridad, de humanismo, pensar en el hombre como alguien que necesita de atención, cercanía, cariño y no más bien en que es alguien a quien se debe empujar a la pronta muerte.

El error de exaltar el principio de autonomía está en que acentúa la dificultad de aceptación de los cambios propios de la naturaleza humana ya sea por algún accidente, enfermedad o la vejez. Es decir impide que el hombre se asuma como un ser con una naturaleza y que como parte de esta siempre tendera a cumplir los ciclos que su naturaleza le impone, es decir que su etapa de potencia e independencia será solo una etapa entre otras durante el tiempo que dure su vida.

En base a esto podríamos preguntarnos ¿Por qué en algunas instituciones sanitarias se crean falsas expectativas de vida y se prolonga de forma irracional un tratamiento? ¿Por qué personas con una buena expectativa de salud y calidad de vida tienen que aceptar la muerte ante la incapacidad de acceder a una atención más especializada?

Hay signos en particular que nos deben llamar la atención sobre cómo se va configurando socialmente el lugar de las personas enfermas o con alguna limitación; hay un lenguaje extendido a favor de los derechos humanos, y de hecho se pide que incluso arquitectónicamente los edificios sean incluyentes, para facilitar la autonomía de

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las personas con alguna discapacidad, pero en el ámbito de las personas con enfermedades crónicas y terminales, las cosas son diferentes, porque muchas veces su autonomía está comprometida, porque requieren de atención, porque no son autosuficientes económicamente hablando y más bien representan un gasto para el erario público o familiar. Es aquí cuando la insistencia en cuanto a la autonomía respecto a la muerte se convierte en algo sospechoso.

La persona no está hecha para ser una isla, su trascendencia inmediata consta de su capacidad de salir de sí mismo y comunicar el conjunto de valores que rigen su vida, sus principios, su capacidad para amar. Algo que nos distingue como especie ha sido la capacidad para cuidarnos, para cuidar al débil, no tiene nada de malo el enfermar y morir, pero si es muy negativo que el ser humano pierda la capacidad de cuidar del prójimo, la insistencia en la autonomía en el exacerbamiento de la libertad nos está transformando en islas. Bajo el pretexto de la propia autonomía y libertad, el hombre está dejando de ser una garantía para el otro que le necesita.

Bastantes enfermos terminales sufren en sus carnes, antes de llegar a su situación, un duro y espinoso camino. Experimentan la tensión de las expectativas limitadas. Además de lo que supone la propia enfermedad, soportan el estigma de la clandestinidad y del desamparo injusto1.

Podemos diferenciar la experiencia de dos tipos de muerte, la muerte bilógica, que deviene en el coma o muerte cerebral o por alguna causa que destruye la relación funcional del cuerpo, la muerte social/sociológica que tiene que ver con la con los que han minado su prestigio y poder productivo a los que sufren la exclusión social y sus derivaciones en la reclusión psiquiátrica, hospitalaria, carcelaria, la fase crónica y terminal de la enfermedad cuando incluso los enfermos pueden ser abandonados, de forma real. Esto es un problema sumamente importante ya que implícita o explícitamente se le dice a una persona, que no es “útil” y que por lo tanto no es digna de ser tomada en cuenta, aun a pesar de haber trabajado y colaborado en la construcción de su familia y sociedad.

Sobre este tema, es sumamente reprobable que los políticos gestionen su propia seguridad a cargo del erario público y que aquellos que de una forma u otra pagan con sus impuestos al Estado, no puedan tener al final de su vida la certeza de seguridad social, sino todo lo contrario. Se están aprobando reformas que hacen legal la irresponsabilidad del Estado que tiene como primera finalidad dotar de servicios que permitan el garantizar la seguridad y desarrollo en general de sus ciudadanos.

En el contexto de un mundo globalizado y cada vez más conectado mediante redes digitales; la muerte aparece como un reflejo de la vida cotidiana: fragmentación de nuestro comportamiento diario, indiferencia e impersonalidad de las relaciones humanas perdida del sentimiento de pertenencia a una sociedad dispersa y falta de empatía solidaria2.

1 Elizari Basterra F. J. Dir., 10 Palabras clave ante el final de la vida, Editorial Verbo Divino, España 2007, pp. 20.2 Opcit. Pp 24.

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Es que el hombre se empieza a olvidar de sí mismo, qué caso tiene cuidar el flujo de capitales, ahorrase servicios, si lo que le da valor al dinero y a la sociedad en sí misma es el conjunto de personas que le forman. No es de extrañar que ahora la muerte ya no sorprenda, que se pueda mirar a los ojos de alguien y decirle que no se le puede ayudar…

Cuantas personas están muriendo mientras se leen estas palabras sin la oportunidad de haber podido vivir de forma diferente, cuantos están muriendo solos apartados de sus seres queridos, cuantos mueren abandonados arrojados a las calles, torturados por la violencia de sus países, por el hambre, por enfermedades que en otros contextos no significan ningún riesgo… Los cambios en la forma en la que el hombre va asumiendo la vida y la muerte tiene que ver con lo que el hombre representa hoy para sí mismo.

Las asociaciones por el derecho a morir dignamente consideran que prolongar los sufrimientos a enfermos terminales puede resultar absurdo e indigno. Propugnan la eutanasia activa voluntaria y/o el suicidio medicamente asistido. Sin embargo, muchas creencias religiosas defienden la inviolabilidad de la vida y condenan sin tapujos ambas propuestas3.

Morir en casa, se ha convertido en algo raro, a menos que la muerte sorprenda de forma repentina en casa, que el hospital decida ya no atender al enfermo o que la familia no cuente con recursos para prolongar una atención hospitalaria, el enfermo morirá en el hospital, acompañando quizás de algún familiar o estará solo entre el ir y venir del personal hospitalario.

Hay una diferencia importante en nuestro país entre la muerte en la zonas rurales, más tradicional; hay lugares en donde el morir se toma con más respeto, donde se realizan rituales de despedida, reconciliación, donde el enfermo muere rodeado de sus seres queridos, y después de su muerte se llevara adelante un ritual que le ayudará a la familia a cubrir un ciclo de duelo.

Todavía podemos decir que morir en casa será en lo general una experiencia íntima en las familias más tradicionales y cercanas, ya que esta estructura favorece la presencia de los demás miembros de la familia que se reúnen en torno al su enfermo y le brindan cariño, atención, además que es un momento en el que la generosidad de las personas cercanas favorecerán un ambiente de reconciliación y familiaridad que elimina las culpas y le da al enfermo el espacio para morir en paz. La actitud actual frente a los niños es la del apartamiento, se les impide participar del hecho y muchas veces no se les considera tampoco en el proceso del duelo que también viven, porque de momento los adultos solo piensen en su propio dolor.

Este tipo de muerte, en casa también está sujeta a los inconvenientes, cuando por ejemplo el enfermo requiere de asistencia especializada o equipos de soporte, si los familiares no pueden solventar la asistencia el enfermo sufrirá mucho y sobre todo cuando la fase final se prolonga por mucho tiempo, habrá degaste en las relaciones, en la vida familiar y social, muy probablemente el enfermo haga experiencia de sentirse una carga y de una profunda soledad, quizás escuche como se quejan de él o ella, o

3 Juan Pablo II, Evangelium vitae. Valor y carácter inviolable de la vida humana, Edit. PPC, Madrid 1995.

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tenga que escuchar la frase ambigua: “ojala ya que muera para que descanse y deje de sufrir”.

Todo esto podría ser causa de un sistema social y económico en el que no se permite poder detenerse un momento, que somete a las personas a un ritmo de trabajo sin pausas con el objetivo de cubrir las necesidades actuales, y donde aquellos que no son autosuficientes se ven como un lastre ya que limitan las expectativas de autorrealización.

En situaciones fisiológicas precarias o terminales el enfermo no puede ejercer con total solvencia la autonomía y el autocontrol. Si alguna nota caracteriza al morir en el domicilio en muchas ocasiones, es el desamparo profesional y la indefensión emocional. Las familias sufren una gran tención y agotamiento, físico y emocional y ejercen con frecuencia un excesivo paternalismo hacia el moribundo.

Hay una diferencia importante en nuestro país entre la muerte en la zonas rurales, más tradicional; hay lugares en donde el morir se toma con más respeto, donde se realizan rituales de despedida, reconciliación, donde el enfermo muere rodeado de sus seres queridos, y después de su muerte se llevara adelante un ritual que le ayudará a la familia a cubrir un ciclo de duelo.

En la sociedad urbana todo es parte del mismo sistema de mercado, que se sustenta en el consumo y la estética, los rituales ya no son en casa, todo se llevara adelante en una funeraria, elegante o modesta de acuerdo al estatus del fallecido, los encargados del cuerpo serán el personal contratado para ello.

Estas prácticas hacen que este acontecimiento sea algo impersonal y agudiza la posibilidad de experimentar el vacío y la culpa, pensemos en un familiar que desde la hospitalización ya no tuvo contacto con su familiar la única parada posible es verle por la ventanita del ataúd… sin haberle podido expresar el cariño o haberse reconciliado o en un niño a quien de repente se le aparta de su familiar, al que no puede visitar en el hospital, y no asistirá a la funeraria, ni al entierro, para él o ella el familiar en realidad murió antes y no tendrá ninguna explicación hasta tiempo después cuando la sensación de ausencia le haga preguntar y quizás las respuestas sean evasivas.

Con todo esto podemos preguntarnos sobre la existencia de una muerte digna, pero al mismo tiempo nos podremos cuestionar desde que postura se califica de digna una muerte:

Si lo nos acercamos desde la experiencia del que ve morir al otro, quizás nunca será digna ya que se atestiguará la dependencia, el dolor y sus consecuencias, las incontinencias del paciente, los signos de demencia o confusión mental que dificultan la comunicación y harán que el enfermo tenga arrebatos de violencia; pero todo esto solo es parte del momento en que transita la persona, en esa circunstancia la dignidad está en el trato, la dignidad la descubre y la actúa el cuidador, con el cariño y compromiso por atender a su paciente; los familiares que son capaces de conservarle la dignidad a su paciente.

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Hay muertes que son del todo singulares, porque se dan en un ambiente de serenidad y conciencia que edifican a los que les atestiguan, porque son un testimonio de paciencia, caridad y sabiduría.

En este sentido, debemos ser conscientes que la dignidad es algo inherente a la persona en cualquier circunstancia, cuando la persona se ve incapacitada de manifestar su libertad y autonomía, reconocer la dignidad queda como un trabajo del otro que le mira, que debe considerar que esa situación es algo por lo que el mismo puede pasar y que en ese caso puede actuar frente al enfermo como a el mismo le gustaría que le trataran, es una forma de implicar la propia humanidad en la experiencia del otro. No es la dignidad del enfermo la que se ve disminuida, es la del que mira cuando no es capaz de ver su propia humanidad ahí, en el otro.

Todo esto nos invita a redescubrir los valores perdidos, a aceptar la condición humana simplemente como es, con sus valores, con su belleza y también con sus aspectos negativos y oscuros, es una invitación a enfrentarnos también a nuestros temores, y asumir la propia finitud… aceptar que el final de la vida del otro es también una forma de acercarnos a nuestra propia muerte.