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2 FACULTAD DE FILOSOFÍA Modalidad no escolarizada Con reconocimiento de Validez Oficial ante la Secretaría de Educación Pública No. 933752 de fecha 12 de julio de 1993 EL ESTOICISMO DE EPICTETO COMO MODELO DE VIDA TESIS PROFESIONAL QUE PARA OBTENER EL TÍTULO DE LICENCIADO EN FILOSOFÍA P R E S E N T A DOMINIQUE JOELLE LEVY SCHMITT DIRECTOR DE TESIS: Mtra. Patricia Fernanda Hernández Arroyo MÉXICO, D.F. 2011

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FACULTAD DE FILOSOFÍA Modalidad no escolarizada

Con reconocimiento de Validez Oficial ante

la Secretaría de Educación Pública

No. 933752 de fecha 12 de julio de 1993

EL ESTOICISMO DE EPICTETO COMO MODELO DE VIDA

TESIS PROFESIONAL QUE PARA OBTENER EL TÍTULO DE

LICENCIADO EN FILOSOFÍA

P R E S E N T A

DOMINIQUE JOELLE LEVY SCHMITT

DIRECTOR DE TESIS:

Mtra. Patricia Fernanda Hernández Arroyo

MÉXICO, D.F. 2011

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Hier, muni d’une lanterne, le maître se promenait dans la ville,

Disant : « Je suis las des démons et des betes, c’est un Homme que je désire » !

On lui dit : « On ne peut le trouver, nous l’avons cherché bien longtemps ».

Il répondit : « Celui qu’on ne peut trouver, c’est lui que je désire ».

RUMI1

1 MAWLANA DJALAL-od-DIN RUMI, Odes Mystiques, Traduction du persan et notes par Eva de Vitray-Meyerovitch et

Mohammad Mokri. Editions Klincksiek, 1973, p. 174.

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AGRADECIMIENTOS

Agradezco profundamente, en primer lugar, a la Maestra Patricia Hernández Arroyo: sin

ella no habría tesis. Gracias por haberme tenido tanta paciencia en la dirección y

corrección de este trabajo. Representó una tarea inmensa: sin embargo, nunca se dio por

vencida. Le quiero agradecer especialmente todas sus aportaciones formales que fueron

infinitas debido al hecho de que el español no es mi lengua materna, y esto, dificultó

mucho su trabajo de corrección. Gracias también por su gran respeto en cuanto al tema

que escogí tratar y todas sus sugerencias y consejos.

Quiero agradecer también a Sergio Aguilar Álvarez por compartir conmigo dos libros

de su biblioteca, libros que resultaron esenciales a este trabajo.

Agradezco la Universidad Panamericana por haberme dado la oportunidad de cursar,

durante diez años, la carrera de Filosofía en su Universidad Abierta. Tuve la suerte de

conocer a grandes profesores como el Dr. Luis Xavier López Farjeat al principio de mi

carrera, al Dr. Jorge R Morán en sus seminarios sobre Aristóteles y a la Dra. María

Teresa Pavía para las últimas materias de la carrera. Su apoyo y el apoyo de los otros

numerosos asesores fueron invaluables.

Agradezco en particular a la Lic. Gabriela Martínez Sainz quien me alentó enormemente

cuando yo ya no vislumbraba el final de mis estudios.

Agradezco también al gran equipo de la biblioteca: a David Dávila Arrellano quien con

su buen humor siempre vino en mi ayuda para conseguir el material requerido; al Sr.

Ricardo Basurto Madrid por su paciencia cuando le pedía copiar libros enteros.

Agradezco a la Sra. Amelia Agüero por su gentil ayuda en la terminación de este

trabajo.

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EL ESTOICISMO DE EPICTETO COMO MODELO DE VIDA

INTRODUCCIÓN 6

I. ANTECEDENTES DEL ESTOICISMO

1. Antecedentes históricos ……………………………………

2. Los fundadores. ………………………………………………………………

3. La ética del estoicismo antiguo:……………………………………………….

a) la “oikeiosis” …………………………………………………………….

b) la “adiaphora”…………………………………………………………….

c) la dimensión colectiva……………………………………………………

4. Las escuelas filosóficas………………………………………………………..

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II. EL ESTOICISMO DE EPICTETO

1. Datos biográficos de Epicteto. Los escritos de Arriano. La técnica de

enseñanza de Epicteto. ………………………………………………………

2. El modelo socrático…………………………………………………………..

3. Coherencia con uno mismo en la concepción física de Epicteto……………..

4. “Lo que depende de nosotros y lo que no depende de nosotros”…………….

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III. EL DIOS DE EPICTETO

1. La noción de Dios en la teología estoica antigua……………………………..

2. La presencia de Dios en Epicteto……………………………………………..

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IV. EL ESTOICISMO DE EPICTETO COMO MODO DE VIDA:

EL TRABAJO INDIVIDUAL

1. La misión del ser humano: volverse un filósofo estoico

2. Ejercicios preconizados por Epicteto para lograr esta meta

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CONCLUSIÓN 74

BIBLIOGRAFÍA 78

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INTRODUCCIÓN

Escogí estudiar a los estoicos y en particular a Epicteto porque estoy firmemente

convencida de que el objeto de la filosofía es transformar al hombre y pienso que la

doctrina estoica como Epicteto la enseñaba podía realmente lograr este propósito. En

efecto, debemos recordar que el mundo greco-latino estuvo marcado por diferentes

doctrinas filosóficas que trataban de interpretar el significado del universo en el cual

estaban inmersos los hombres. Podemos citar, entre otros, a los epicúreos y a los

escépticos: cada uno de estos sistemas representaba una elección de vida porque no eran

solamente teorías filosóficas. Se trataba de observar los principios enseñados por los

maestros, viviéndolos y no únicamente recitándolos.

Sin embargo, entre todos, Epicteto me parece el más convincente. Si pensamos,

por ejemplo, en otros dos grandes filósofos estoicos romanos como Séneca o Marco

Aurelio sin querer minimizar su brillo y su importancia para los siglos que seguirían,

considero que su función como hombres de Estado desvirtúo sensiblemente su

enseñanza. Mientras que Epicteto, con su pasado de esclavo liberto y las lecciones de su

maestro Musonio Rufo que insistía en el carácter práctico de la ciencia moral, se

convirtió en un ejemplo viviente de estoicismo para sus discípulos. Fue, ante todo, un

educador que predicó y practicó un estilo de vida estoico. En efecto, el estoicismo

enseñado por Epicteto no exige exclusivamente una simple adhesión intelectual o

afectiva, sino que sólo tiene valor si nos permite transformarnos. Por lo tanto, requiere

de un gran trabajo individual sobre uno mismo. Por esta razón, me pareció tan valioso

estudiarlo, recordarlo, y, lo más difícil, tratar de aplicar sus enseñanzas, porque

considero que, a pesar de tantos siglos pasados, las lecciones de Epicteto, recopiladas en

las Disertaciones por su discípulo Arriano, siguen más que nunca vigentes y me parecen

indispensables para nuestra vida cotidiana y nuestro progreso moral y espiritual. No se

trata de decir que leyendo las Disertaciones de Epicteto nos llevará a una conversión

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total a esos dogmas y prácticas del estoicismo, pero en la medida en que le tratamos de

dar sentido a nuestra vida, nos dan ejemplos concretos de ciertas actitudes que

podríamos seguir para transformarnos hacia un camino estoico.

Escogí las Disertaciones como tema de estudio, porque me parecieron

infinitamente más ricas que su Manual, el cual contiene básicamente los mismos

principios, pero expuestos en una forma más condensada, dogmática y, también, a mi

parecer, demasiado moralista. Mientras que en las Disertaciones, Epicteto escogió el

diálogo, el método que fuera habitual a Sócrates. Con sus palabras incisivas, directas y

hasta pintorescas, Epicteto utilizó, más de una vez, imágenes familiares, a veces

corrientes y accesibles a todo público.

En el primer capítulo se establecen los antecedentes del estoicismo tanto

históricos como doctrinales. Recordamos a sus fundadores y la ética del estoicismo

antiguo marcada por dos principios importantes llamados “oikeiosis” ¨ (del griego:

apropiación) y la “adiaphora” (del griego: indiferente). Gracias a estos dos principios los

estoicos tienen como meta alcanzar la felicidad y la virtud. Transmitieron durante más

de quinientos años su doctrina en sus escuelas filosóficas. Por ejemplo, en la escuela de

Epicteto que se encontraba en Nicópolis, se leían textos de Zenón y Crisipio, dos de los

fundadores de la filosofía estoica. A esto le seguían discusiones sobre casos concretos

que provenían de los discípulos de Epicteto y permitían un acercamiento práctico a la

doctrina estoica expuesta con entusiasmo por Epicteto.

En el segundo capítulo se define en qué consiste propiamente el estoicismo de

Epicteto. Después de unos breves datos biográficos, se explica por qué y cómo Sócrates

tuvo tanta influencia sobre el pensamiento y el modo de enseñanza de Epicteto. Fue un

gran modelo para él. Coinciden los dos filósofos en decir que todas las cosas que

parecen males a los ojos de los hombres, ya sea la muerte, la enfermedad, la pobreza, no

son males. A sus ojos, existe sólo un mal: la falta moral; y existe sólo un bien: la

voluntad de hacer el bien. Después de esto se revisa el papel de la razón en la física del

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estoicismo. ¿En qué consiste este famoso “logos” que Epicteto menciona a lo largo de

las Disertaciones? El capítulo se acaba estudiando el concepto central en la filosofía de

Epicteto, me refiero, en las palabras de Epicteto, a “lo que depende de nosotros y lo que

no depende de nosotros”. Veremos en qué consisten las representaciones y por qué

Epicteto afirma que lo único que está en nuestro poder es el uso correcto de las

representaciones. Todo lo demás NO depende de nosotros: el cuerpo, los bienes

materiales, el poder, etc. Según Epicteto, el gemir y lamentarse por cosas que no

dependen de uno impide llegar al estado de felicidad buscado por los estoicos.

El capítulo tercero se titula: “El Dios de Epicteto” y se divide en dos partes. En la

primera parte se trata de definir la noción de Dios en la teología estoica antigua. La

Física estoica nos indica que existen dos principios en el universo, uno pasivo y el otro

activo. Es justamente este principio activo al que los estoicos llaman Dios o Razón

divina o Logos o rayo; piensan que el principio pasivo es la materia y es inseparable del

principio activo, es decir de Dios. Por lo tanto, los estoicos antiguos creían que Dios

está en todo y que todo es Dios. Siglos después, Epicteto sigue todavía las enseñanzas

de los antiguos estoicos. Lo concibe como un agente organizador que todo lo ordena.

Todavía le añade a Dios los nombres de divinidad y padre; también en ciertos textos

Epicteto habla de los dioses o de Zeus. Así que, en esa primera parte del tercer capítulo

se intenta determinar esos diversos sentidos de la palabra Dios que Epicteto utiliza. A

fin de cuenta, para Epicteto, Dios es inteligencia sutil, ciencia, recta razón y lo nombra

con todos los nombres, arriba citados, indiferentemente.

La segunda parte del tercer capítulo toca la presencia de Dios en Epicteto y como

él afirma, repetidamente, nuestro parentesco con Dios. En efecto, a Epicteto le parece

que cualquier hombre es una chispa divina y que tiene en él mismo una parte divina.

Evidentemente esto tendrá consecuencias importantes: llevará a buscar el bien, a

esforzarse para actuar decentemente y, por otra parte, a no temer nada porque se puede

tener confianza en Dios quien le dio a los hombres todas las herramientas necesarias

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para afrontar la vida y sus pruebas. Epicteto termina diciendo que lo único factible, en

esas condiciones, es cantarle a Dios y él mismo pone el ejemplo.

En el cuarto capítulo se estudia el estoicismo de Epicteto como modo de vida y el

trabajo individual, en forma de diferentes ejercicios, que se requieren para llegar a esta

meta. Se trata de ejercicios concretos que tienen como propósito lograr ese temple de los

filósofos del cual nos habla Epicteto y que se puede resumir así: “Deseo no frustrado,

rechazo sin trabas, impulso adecuado, propósito cuidadoso, asentimiento reflexivo”.2

Para poder alcanzar cada una de estas actitudes, Epicteto, a lo largo de las

Disertaciones, propone a sus discípulos unos ejercicios que implican un trabajo sobre

uno mismo. A veces, recomienda el adiestramiento del alma o un ejercicio específico

para el rechazo y el deseo; otras veces, subraya la importancia de conocerse a sí mismo

y de hacer un examen de consciencia diariamente. También, con su propio ejemplo, les

enseña en qué consiste el ascetismo estoico y el rol vital de la atención. Si se trata de

corregir defectos como, por ejemplo, un carácter iracundo, Epicteto, casi como doctor,

les da a sus alumnos la receta adecuada para deshacerse de tal debilidad. Así es como

encontramos en Epicteto un gran educador preocupado por demostrar con entusiasmo

que se puede lograr, a lo sumo, volverse un filósofo estoico y, de menos, emprender el

camino hacia la sabiduría, por muy difícil que esto parezca. En realidad, nos damos

cuenta que, efectivamente, los ejercicios protagonizados por Epicteto requieren de

mucho esfuerzo, de una gran concentración, constancia y fuerza de voluntad. Llegamos

entonces a la conclusión, quizás un poco pesimista, pero también resulta ser la opinión

de Epicteto, que, a pesar de todos los esfuerzos y ejercicios consiguientes: ¿quién será

capaz de lograr la meta y volverse un filósofo estoico?

En cuanto al apoyo en unos estudiosos del estoicismo y de Epicteto, tomé la

interpretación de Jean-Joel Duhot, Epicteto y la sabiduría estoica y, de Pierre Hadot,

2 EPICTETO, Disertaciones, recopilación por ARRIANO, traducción, introducción y notas de Paloma Ortiz García,

Gredos, Madrid, 1993, II, 8, 27.

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Qu’est-ce que la philosophie antique? quienes me enseñaron mucho sobre la sabiduría

estoica y el personaje de Epicteto, percatándome, gracias a ellos, de que el estoicismo

puede ser una forma de vida y no solamente una teoría filosófica más.

También me apoyé en varios otros autores, sobre todo para el tercer capítulo

referente al Dios de Epicteto. Los artículos de M. Fredde, “La théologie stoïcienne”, de

K. Algra, “Stoic Theology”, y de D. Vazquez, “Los argumentos centrales de la teología

estoica”, me fueron de gran ayuda.

Este trabajo no pretende ser más que un esbozo sobre una parte la doctrina estoica

y uno de sus grandes maestros, Epicteto, al cual le sigo teniendo mucha admiración.

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I. ANTECEDENTES DEL ESTOICISMO

1. Antecedentes históricos

Después de la gran expedición efectuada por Alejandro Magno a partir del año 334, y

hasta su muerte, el año 323 a. C., hubo grandes cambios espirituales que dieron lugar al

inicio de una nueva era llamada “helenística”.

La antigua noción de “Ciudad-estado”, la “polis”, libre e independiente, llega a su

fin al quedar la ciudad englobada en un conjunto que reúne diferentes países, razas y

ciudades: en Egipto, Siria, Macedonia y Pérgamo se forman nuevos reinos. La “polis” -

forma del Estado perfecto- de la antigua Grecia, ya no es más el punto de referencia

para la vida espiritual y moral. En cambio, se propaga el ideal cosmopolita. Grecia se

convierte en una provincia romana en el 146 a. C., donde el “ciudadano” de la época

clásica es reemplazado por el “individuo” que se vuelve responsable de la dirección

moral de su vida. Surge, entonces, la separación entre ética y política; la cadena:

ciudadano-ética-política, propia de la época clásica, se rompe y el hombre se encuentra

libre pero desamparado porque, lanzado a la deriva, sin los lazos que le habían sujetado

a la “polis”, se ve necesitado de una guía que le oriente a vivir dentro de una gran

sociedad. En respuesta a esta inquietud, el pensamiento helenístico, a través de sus

filósofos, estuvo preocupado por resolver diferentes problemas morales. De esta

manera, intentando dar una respuesta a esos problemas, se desarrollaron ciertas

doctrinas, entre las cuales están el epicureismo y el estoicismo que tenían en común la

idea de que la felicidad procede del interior del hombre y no fuera de él.

La tarea de los filósofos, reflejando este interés ético-práctico, consistió en

volverse una especie de directores espirituales que guiaban al individuo a través de los

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azares de la vida, procurando dar un modelo para vivir. De esta manera, la filosofía

estoica tomó en cierta medida el papel que, años más tarde, iba a tomar el Cristianismo;

es decir, que logró satisfacer las necesidades y aspiraciones morales del hombre al

guiarlo hacia la perfección autosuficiente por medio de la ética.

2. Los fundadores

El fundador de la escuela estoica fue Zenón de Citio, en Chipre, nacido hacia el 333 a.

C., y muerto en el 262 a. C., aproximadamente. Como Zenón no era ateniense, no se le

permitía comprar un edificio y por esto profesaba sus enseñanzas en un pórtico pintado

por el pintor Polignoto. En griego, pórtico se dice “stoa”, nombre que designó a su

escuela. Sus seguidores se llamaron los estoicos.

Zenón era un gran admirador de Sócrates y durante unos diez años, siguió las

enseñanzas de tres corrientes surgidas de Sócrates. Primero, fue influido por los

dialécticos llamados megáricos, especialmente el moralista Diódoro de Megara de

tendencia socrática, con lo cual, el estoicismo adquirió rasgos teórico-racionales desde

el principio. Del pensamiento megárico se conserva muy poco. Zenón aprendió también

de los cínicos; fue alumno del célebre Crates. La tercera tendencia le llegó a través de

los conocimientos transmitidos por la Academia de Platón. Sin embargo, el

acontecimiento que más influyó sobre él fue la fundación del Jardín de Epicuro, el

huerto que Epicuro eligió para dar sus clases. Por esta razón la escuela de Epicuro fue

denominada Jardín; sus seguidores fueron los epicúreos. Si Zenón estuvo influido por el

Jardín es porque, como Epicuro, él tampoco creía en la metafísica y concebía la filosofía

como un arte de vivir. Pero no admitió nunca la forma en que los epicúreos resolvían los

problemas. No aceptó las dos ideas básicas de la doctrina, a saber, la reducción del

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mundo y del hombre a un conjunto de átomos, y la identificación del bien con el placer.

De los escritos de Zenón no quedaron más que unos fragmentos.

Cleantes de Aso –Aso, ciudad griega del Asia Menor- sucedió a Zenón en la

escuela estoica y escribió una obra titulada Himno a Zeus, con pronunciado carácter

religioso cuyos fervientes acentos volveremos a encontrar siglos más tarde en algunas

de las Disertaciones de Epicteto. Pero Cleantes no hizo avanzar significativamente la

doctrina estoica cuya sistematización la debemos a Crisipo de Soles, 281-208 a. C.,

originario de Cilicia en Asia Menor, quien rigió la escuela después de Cleantes. Se dice

que Crisipo escribió más de 700 libros y le dio al estoicismo su solidez filosófica.

Importa subrayar que los creadores del estoicismo pertenecían al mundo

helenístico del Oriente helenizado, como en el caso de Crisipo y de Cleantes. Por el

contrario, la Estoa nueva será totalmente romana, con representantes como Séneca,

Epicteto -quien es el objeto de nuestro estudio- y Marco Aurelio. Sin embargo, ellos

también, al igual que Zenón, concibieron la filosofía como un arte de vivir, que

pudieron transmitir por medio de su ética. De tal manera, que la filosofía estoica de

Epicteto, de la cual hablaré después, no habrá de ser muy diferente de la de Zenón y de

Crisipo.

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3. La ética del estoicismo antiguo

La ética del estoicismo antiguo fue la parte más significativa y más viva de su

filosofía; con ella, los estoicos transmitieron durante más de quinientos años una

doctrina muy eficaz que tiene como objetivo obtener la felicidad en la vida. Esta

doctrina está basada en dos principios importantes, la “oikeiosis” (del griego:

apropiación, atracción, conciliación) y la “adiaphora” (del griego: indiferente). Además,

esta filosofía pone particular énfasis en la dimensión colectiva, parte esencial de la

doctrina estoica.

a) La “oikeiosis”

Para los estoicos, como lo he dicho, la finalidad de la vida era la felicidad, la cual

consistía en la virtud; es decir, vivir conforme a la naturaleza, a la ley de la naturaleza

(en vez de la ley de la polis), sometiéndose al orden impuesto por Dios en el mundo. Sin

embargo, el hombre es un ser racional y por esto Zenón afirmaba que la vida según la

naturaleza significaba la vida conforme a la razón. En la “physis” estoica el principio

activo es representado por Dios quien genera tanto los elementos animados como la

materia inanimada, quien a la vez está formado por el “logos”, la razón. De esta manera,

el principio activo- Dios- y el mundo terminan uniéndose en la “razón universal”, la

cual dará lugar al concepto de “naturaleza”. Vemos entonces que el término

“naturaleza” tenía un sentido mucho más amplio que en la actualidad: usualmente,

reducimos el concepto naturaleza al mundo físico. En cambio, la “naturaleza” estoica

está formada por los entes animados, hombres y animales, y también por lo inanimado.

El mundo es la sustancia de Dios, lo rige mediante su providencia e impregna de

divinidad el mundo; lo cual significa que no es un Dios trascendente pero sí providente.

La “oikeiosis” implica, pues, estar de acuerdo consigo mismo siguiendo la propia

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naturaleza humana y, al mismo tiempo, participar de la razón universal, ya que la

naturaleza humana es parte de la razón universal. Poder actuar en armonía con la

naturaleza representa una virtud. La “oikeiosis”, entonces, consistirá en conciliarse con

el propio ser racional, conservándolo y actualizándolo plenamente. Es una noción que

servirá también a los estoicos para distinguir el bien del mal: el bien será lo que

conserve e incremente el ser, mientras que el mal será lo que le perjudique y lo destruya.

El bien auténtico para la vida de la razón, concluyen los estoicos, es sólo la virtud y, por

el contrario, el verdadero mal es sólo el vicio. En otras palabras: el bien es lo

provechoso o lo útil, el mal es lo nocivo. Esta noción les permite a los estoicos

introducir el otro principio importante, la “adiaphora” o indiferencia.

b) La “adiaphora”

Como vimos, se habla de bien y de mal exclusivamente en el contexto moral,

porque todo lo que tiene que ver con el cuerpo, no puede ser ni bueno ni malo, sino

indiferente moralmente. Ya sean cosas positivas como la salud, la belleza, la riqueza, o,

al contrario, negativas como la enfermedad, la muerte, la pobreza; todas estas cosas nos

deberán resultar absolutamente indiferentes. Así, en la época marcada por la

desaparición de la “polis”, el estado de “adiaphora” fue lo que le dio al hombre una

nueva seguridad. El estoicismo, en efecto, mostró que la felicidad es independiente de

los eventos exteriores y que el bien y el mal derivan exclusivamente del interior del

propio yo; con eso garantizaba la felicidad en medio de cualquier evento nocivo. Esta

manera de ver la vida y la felicidad representa un giro considerable en la historia de la

ética. Anteriormente, se consideraban la enfermedad, la muerte y la pobreza como males

y como felicidad lo contrario. En el L. I, 5, de la Etica Nicomaquea, Aristóteles mismo,

quien basaba también su ética sobre la felicidad, consideraba como bien útil la riqueza:3

3 “En cuanto a la vida de lucro, es ella una vida antinatural, y es claro que no es la riqueza el bien que aquí buscamos,

porque es un bien útil, que por respecto de otro bien se desea”, 1096a 5-7, UNAM, México, 1983.

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claro que se trataba de un bien particular y que el único bien último era la felicidad, pero

todas estas cosas positivas que vuelven la vida más agradable y que son útiles,

Aristóteles las valoraba en su justa medida; mientras que los estoicos las consideraron

indiferentes por pertenecer al mundo exterior. Para ellos, el bien es sólo la virtud que,

según cita Diógenes Laercio, es “una disposición conforme a la razón, deseable en sí

misma, por sí misma y no a causa de alguna esperanza o del temor de algún motivo

externo” (VII, 89). Los estoicos consideran que las virtudes son las siguientes: la

prudencia o el discernimiento moral, la fortaleza, la templanza o el dominio de sí, y la

justicia. Como están ligadas unas con otras, la presencia de una virtud implica la

presencia de las otras. Lo mismo para el vicio: tener uno significaba tenerlos todos.

Vemos entonces que en la virtud no hay grados: o uno es completamente virtuoso o no

lo es, y que, por lo tanto, no es cosa fácil alcanzar la virtud y la felicidad. Según la

opinión de Crisipo, la virtud era un privilegio de los sabios, quienes sólo la lograban

después de muchos años. Los estoicos posteriores no fueron tan rigoristas y valoraban el

esfuerzo y el progreso en el camino a la sabiduría.

c) La dimensión colectiva

Por último, otro tema importante de la ética estoica es la dimensión colectiva.

Proviene de la virtud de la justicia que lleva a interesarse por los otros, por la

colectividad. Se trata de una preocupación espontánea por los otros porque todos

participamos de la razón universal. En esto somos todos iguales, tenemos la misma

esencia, formamos parte y somos parte de la totalidad. “La comunidad es vista como

una entidad superior; y el individuo, para lograr su objetivo individual, se pone al

servicio de la comunidad”.4 De esta manera, ya que todos tenemos la facultad de razonar

y argumentar, todos somos educables por la virtud y podemos llegar de este modo a

4 MARCO AURELIO, Meditaciones, introducción de Manuel J. Rodríguez Gervás, Letras Universales, Barcelona, 1996, 2ª

reimpresión, 1998, p.47.

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observar reglas de convivencia correctas. Los estoicos, entonces, gracias a la

“adiaphora”, las virtudes y su interés por la colectividad, pudieron mantener una

coherencia entre los principios y la acción; es principalmente en sus escuelas filosóficas

donde se podía ejercitar el modo de vida estoico, verdadero código de la conducta que

les capacitaba para conducir su nave en el océano de la vida.

4. Las escuelas filosóficas

Si los primeros estoicos lograron transmitir durante más de quinientos años su doctrina,

no lo fue tanto a través de sus escritos, desaparecidos en la mayoría de los casos, con

excepción de los de Crisipo, sino más bien gracias a sus escuelas filosóficas. En efecto,

en la Antigüedad (principalmente en los siglos cuarto y tercero a. C.) no se estudiaba la

filosofía en la Universidad como lo hacemos en nuestros días, en donde se nos confronta

a diversas doctrinas, a partir de las cuales escogemos la que nos parece filosóficamente

más razonable. En cambio, los antiguos griegos, así como los romanos, escogían una

escuela filosófica en función del modo de vida que se practicaba en ella y dedicaban a

veces hasta dos años de su vida al aprendizaje filosófico. Lo consideraban –a diferencia

de lo que ocurre en nuestro mundo moderno donde se estudia cada vez menos la

filosofía- como una herramienta indispensable para la formación de cualquier hombre

joven. “El término griego scholé designaba a la vez la escuela como institución y como

tendencia doctrinal”.5 Hacia el final del siglo IV a. C, casi toda la actividad filosófica se

concentraba en Atenas, en las cuatro escuelas fundadas respectivamente por Platón -la

Academia-, por Aristóteles -el Liceo-, por Epicuro -el Jardín- y por Zenón -la Stoa-.

Eran instituciones de carácter permanente, ya que aún muerto su fundador seguían

5 HADOT, Pierre, Qu’est-ce que la philosophie antique?, la traduccción al español es mía, Paris, 1995, p. 155.

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funcionando con el sucesor, como fue el caso de Crisipo, quien rigió la escuela estoica

después de Cleantes, quien a su vez, sucedió a Zenón, fundador de la escuela mucho

tiempo antes -hacia el 300 a. C.- y estableció el modo de vida de acuerdo con la ética

estoica que se había de practicar en ella. Las escuelas filosóficas estaban abiertas al

público en general, pero se hacía una distinción entre los simples auditores y los

discípulos; éstos últimos vivían en la casa del maestro o cerca de ella: ¡Situación cuanto

envidiable! A veces las escuelas recibían alumnos ilustres: el rey de Macedonia

Antígonos Gonatas, cuando se encontraba en Atenas, asistía a la escuela para oír a

Zenón; lo admiraba no solamente por sus teorías, que ponía en práctica con sus

discípulos, sino también porque educaba a la juventud y porque llevaba el estilo de vida

austero propio de los estoicos: Zenón vivía de pan, de higos y de un poco de agua, en

total acuerdo con sus discursos. Epicteto fundó a su vez una escuela filosófica en

Nicópolis donde enseñaba la doctrina estoica de Zenón y Crisipo. También vivía muy

pobremente; no poseía más que un jergón para dormir, de modo que no necesitaba

cerradura en su casa. Asimismo, para Epicteto, la filosofía se realizaba en la manera de

vivir y no en la elaboración de teorías, la filosofía concernía todas las facetas de la vida,

no a la mera actividad intelectual.

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19

II. EL ESTOICISMO DE EPICTETO

1. Datos biográficos de Epicteto

Epicteto nació en Hierápolis, ciudad de Frigia en la actual Turquía, entre el 50 y el 60 d.

C. Es probable que todavía joven fuera llevado a Roma como esclavo de Epafrodito, un

liberto de Nerón próximo del emperador. Poco después del 70 d. C., siendo Epicteto aún

esclavo, su amo le permitió frecuentar los cursos de Musonio Rufo quien enseñaba en

griego un estoicismo riguroso por sus exigencias morales. Musonio había sido

expulsado de Roma por Nerón en el 65 d. C., pero no perdió su libertad de palabra con

este hecho, e instaló su escuela en una de las islas Cícladas, la cual mantuvo abierta

hasta la muerte de Nerón. Después regresó a Roma en el 68 d. C. Parece ser que es en la

escuela de Musonio Rufo donde Epicteto encontró su vocación de filósofo. Su nombre,

Epiktetos, es un adjetivo griego que designa algo que acaba de ser adquirido. Cuando su

amo Epafrodito le concedió la libertad, Epicteto se volvió discípulo de Musonio Rufo y

a continuación empezó a enseñar en Roma, también en griego; pero en el 94 d. C.,

estando Domiciano en el poder, tuvo que abandonar Italia junto con otros filósofos y se

instaló en Nicópolis en el Epiro, donde fundó una escuela que tuvo gran éxito y atrajo

oyentes de muchas partes. Epicteto tenía aproximadamente 40 años y era muy

consciente de lo que significaba abrir una escuela de filosofía: “Eso no se hace a la

buena de Dios, ni a la ventura; hay que tener la edad, el género de vida y a Dios por

guía”.6 No tratará de volver a Roma. No se conoce con exactitud la fecha de su muerte,

aunque se piensa que murió entre el 125 y el 130 d. C.

6 EPICTETO, Disertaciones, III, 21, 11-12.

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Epicteto no escribió ninguna obra porque quería seguir el modelo de enseñanza

socrático. Sin embargo, uno de sus discípulos, llamado Arriano, tomó y conservó

algunas lecciones de su maestro para su uso personal, pero, sin que su maestro lo

supiera, pasaron al dominio público. Posteriormente, Arriano decidió publicar sus notas

porque vio la utilidad que los lectores podrían sacar de esos textos y es así como

poseemos cuatro libros de Disertaciones -a veces llamadas Diatribas- de Epicteto.

También Arriano compiló un Manual (Encheiridion) extrayendo las máximas más

significativas de las Disertaciones.

Epicteto era considerado por sus contemporáneos como un excelente maestro. Sus

clases empezaban con la lectura de un clásico estoico, sea Zenón o Crisipo que, en voz

alta hacía alguno de los discípulos; pero el libro servía únicamente como soporte para

incitar a la reflexión que inspiraba el texto escrito. Leyendo las Disertaciones, nos

damos cuenta de que la mayor parte de cada una de ellas está escrita en forma

dialogada; ello con el objetivo de poner al interlocutor frente a sus defectos o errores de

pensamiento y hacerle tomar conciencia de ellos sin ofenderle. Sin embargo, Epicteto

no hacía ninguna concesión cuando juzgaba que el alumno estaba equivocado. Se

expresaba en un lenguaje coloquial, a veces crudo. Fiel al método socrático, la

mayéutica, elaboraba su pensamiento por medio de preguntas y respuestas, a partir de

problemas reales que le planteaban sus interlocutores, ya fueran discípulos o bien

simples visitantes. El resultado, lo podemos comprobar leyendo las Disertaciones. En

efecto, Epicteto impartía una clase muy práctica y humana porque se preocupaba por

ayudar realmente a sus alumnos en la resolución de sus diferentes problemas. Trataba a

todos por igual aún si eran letrados o aristócratas. Por ejemplo, el mismo Arriano hizo

una carrera al servicio del Estado como procónsul, gobernador y general pero muy

influenciado por Epicteto y, al igual que el emperador Marco Aurelio, nunca abandonó

la filosofía, porque la filosofía que enseñaba su maestro Epicteto concernía a la vida, no

a la simple actividad intelectual. En efecto, Epicteto no se dedicaba a hacer brillantes

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análisis sobre la doctrina estoica de Zenón o Crisipo, el punto no era leer filosofía sino

sacar provecho de la lectura para poder transformarse y volverse filósofo en la medida

de lo posible y en la vida cotidiana, así como lo hacía Sócrates con sus propios auditores

y a quien Epicteto se refería con frecuencia.

2. El modelo socrático

Epicteto sentía una gran admiración por Sócrates. Cuando se comparaba con éste, solía

decir: “Epicteto no será superior a Sócrates, pero si tampoco es peor, con eso me

basta”.7 Ni Sócrates, ni Epicteto escribieron cosa alguna, pero poseemos los recuerdos

de Jenofonte8 sobre Sócrates que nos son muy útiles para darnos una idea de quien fue

como persona y como maestro; gracias al historiador Jenofonte podemos apreciar a

continuación las semejanzas que existen entre Sócrates y Epicteto.

La tarea de Sócrates, la que le fue confiada por el oráculo de Delfos según la

Apología, será hacer tomar conciencia a los hombres de que lejos de saber lo que creen

saber, en realidad no saben nada. El propio Sócrates asume la actitud de alguien que no

sabe nada y, en las discusiones, él será siempre el interrogador, con todas las ventajas

que esta postura implica. Epicteto también utilizó la misma técnica aunque de una

manera ligeramente diferente porque él no se presentaba como alguien que no sabía

nada como lo hacía Sócrates sino que asumía plenamente su posición de maestro y de

guía moralizador ya que incitaba a sus discípulos a que regresaran al camino correcto, el

camino dictado por la ética estoica. Si los interlocutores de Sócrates son, a veces, gente

común y corriente, muchas veces también se trata de aquellos que por su cultura están

convencidos de poseer la sabiduría, como es el caso de los sofistas, enemigos declarados

7 EPICTETO, Disertaciones, I, II, 36-37.

8 Cf. JENOFONTE, Recuerdos de Sócrates, Versión de Juan David García Bacca, UNAM, México, 1993

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de Sócrates. Jenofonte recuerda una conversación que Sócrates sostuvo acerca de la

justicia con Hipias de Elea,9 célebre sofista contemporáneo de Sócrates, conversación

que nos permitirá ver cómo Sócrates prefiere la acción a las palabras: exactamente lo

mismo que Epicteto, quien no se cansará nunca de repetirlo a sus propios discípulos

siglos más tarde. Al principio del diálogo, Hipias le exige a Sócrates una respuesta clara

sobre lo que piensa de la justicia y le reclama que siempre se burla de los demás sin dar

sus propias opiniones; a lo cual Sócrates responde magistralmente diciendo que lo que

cuenta son sus acciones: “A falta de palabras mis actos lo descubren con evidencia; y

¿no te parece que la acción es más convincente que todas las palabras?”10

No le queda

más a Hipias que aprobar esta opinión de Sócrates, pues comprueba que la importancia

de la Filosofía es llevarla a la práctica diaria y, concederle, también, que muchas

personas que hablan bien acerca de la justicia, sin embargo, cometen injusticia. Esta

pequeña charla entre Sócrates e Hipias retrata muy bien que, por lo menos en el caso de

Sócrates, la vida del hombre justo, es lo que determina mejor el significado de la

justicia. Se puede también recordar la frase de Sócrates -citada por Epicteto- cuando le

dijeron que se preparara para el juicio: “¿No te parece que me he estado preparando toda

la vida?”11

Su vida entera, en efecto, habrá sido un testimonio de una actitud filosófica

consciente de su no-saber puesta en práctica.

Otro tema en el que coinciden los dos filósofos es el de la muerte. Ninguno de los

dos la teme y por idénticas razones: no se puede temer algo desconocido o basado sobre

falsos juicios. Lo dice Epicteto muy claramente refiriéndose a Sócrates: “Lo que

perturba a los hombres no son las cosas, sino los juicios que se forman sobre las cosas.

Así, la muerte no tiene nada de temible, pues, de lo contrario, le habría parecido de este

9Hipias de Elea le ha dado su nombre a uno de los Diálogos de Platón, en que éste se burla de su falsa ciencia y de su

vanidad. 10

JENOFONTE, Recuerdos….IV, 4, 10. 11

EPICTETO, Disertaciones, II, II, 8-9.

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modo a Sócrates. Lo que sí es temible, en cambio, es el juicio de que la muerte es

temible”.12

Sócrates, por su parte, afirma en su Apología:

En efecto, atenienses, temer la muerte no es otra cosa que creer ser sabio sin serlo, pues es creer

que uno sabe lo que no sabe. Pues nadie conoce la muerte, ni siquiera si es, precisamente, el

mayor de todos los bienes para el hombre, pero la temen como si supieran con certeza que es el

mayor de los males. Sin embargo, ¿cómo no va a ser la más reprochable ignorancia la de creer

saber lo que no se sabe?13

Ni Sócrates ni Epicteto conocen la muerte y por lo tanto no la van a temer, pero en

cambio ambos tienen una idea muy clara sobre lo que es malo y vergonzoso y de lo cual

merece alejarse, como lo hace Sócrates al decir: “Pero sí sé que es malo y doloroso

cometer injusticia y desobedecer al que es mejor, sea dios u hombre. En comparación

con los males que sé que son males, jamás temeré ni evitaré lo que no sé si es incluso un

bien”.14

Sócrates se está refiriendo, por una parte, al valor de la muerte que no conoce -

porque no está en su poder conocerlo- y, por otra parte, al valor del mal moral y del bien

moral que sí conoce. Conoce el valor de la acción moral y de la intención moral porque

ellas dependen de su elección, de su decisión, de su compromiso con ellas. Tienen su

origen en él mismo: Sócrates. Mientras que la muerte, la idea de la muerte, el temor a la

muerte, es un valor desconocido para él, es un no-saber, una forma de ignorancia. En

cuanto a Epicteto, comparte una opinión similar a la de Sócrates cuando afirma que

cuando venimos al mundo, no tenemos noción de lo que es un triángulo o un rectángulo

-aprendemos cada una de estas cosas por medio de las artes-, en cambio “¿quién no ha

venido al mundo sin tener una noción innata del bien y del mal… de lo que hay que

hacer y lo que no hay que hacer?”15

El bien y el mal, la virtud moral: estas son cosas que

12

EPICTETO, Manual, Editorial Porrúa, México, 1998, V, p. 4. 13

PLATÓN, Apología, Tomo I, Gredos, Madrid, 2008, 29a-b. 14

PLATÓN, Apología, 29b. 15

Disertaciones, II, 11, 3-4.

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dependen de nosotros y sobre las cuales tenemos la facultad de elegir, podemos escoger

hacer el uno o el otro, mientras que cuando se trata de la muerte pertenece al orden de

las cosas que no dependen de nosotros y por lo tanto nos tiene que resultar indiferente.

Esta noción innata del bien y del mal de la cual habla Epicteto en la cita anterior, que se

podría llamar en términos modernos conciencia moral, parece ser que no fue tampoco

desconocida para Sócrates y parecería que haya admitido implícitamente que en todos

los hombres cabía un deseo innato del bien. He aquí las palabras de Sócrates recordadas

por Jenofonte: “Creo que todos los hombres eligen, entre las acciones posibles, las que

tengan que resultarles más ventajosas. Pienso pues que los que no obran con rectitud no

son ni sabios ni sensatos”.16

Ahora, vale la pena entender lo que quiere decir Sócrates cuando se refiere a la

sabiduría. Jenofonte nos aclara que Sócrates no separaba la sabiduría de la actitud

correcta: tenía por sabio y prudente a quien, conociendo el mal, se supiera guardar de él

y, conociendo el bien y lo bello, supiera ponerlos en práctica. En efecto, decía Sócrates,

según Jenofonte:

La justicia y todas las demás virtudes son cosas bellas y buenas; pues bien, quienes las

conozcan no podrán menos de preferirlas, porque la prudencia los hace reconocer como bienes

para el hombre y tienen que ser preferidos sobre todos los demás bienes y cosas, mas los que no

las conocieren, no solamente no podrán alcanzarlas, sino que, cuantas veces lo intentaren, otras

tantas faltas harán. De parecida manera: los hombres sabios hacen cosas bellas y buenas,

mientras que los que no son sabios no pueden hacerlas, y, si lo intentan, no hacen sino cometer

faltas, y puesto que, según lo dicho, todo lo justo, bello y bueno se practica por virtud, es

evidente que la justicia y todas las demás virtudes son sabiduría.17

16

JENOFONTE, Recuerdos de Sócrates, III, 9, 5. 17

JENOFONTE, Recuerdos de Sócrates, III, 9, 6.

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Al terminar de citar estas palabras de Sócrates, Jenofonte observa que podemos ahora

entender la teoría socrática que afirma que sólo se peca por ignorancia y que la sabiduría

con prudencia elimina de raíz todo pecado. En efecto, si la virtud, para Sócrates, es

sabiduría, se puede deducir que si el hombre comete el mal moral es porque cree

encontrar ahí el bien, y, si es virtuoso, es porque sabe con toda su alma y desde lo más

profundo de su ser donde está el verdadero bien. Por tanto, no podemos dejar de hacer el

paralelo con Epicteto quien, como lo vimos antes, llegó a una conclusión similar, lo cual

nos deja pensar que el modelo socrático fue de enorme influencia sobre Epicteto y su

escuela estoica. Encontramos en los dos filósofos ese mismo mérito absoluto de la

elección moral.

En resumen: todas las cosas que parecen males a los ojos de los hombres, ya sea

la muerte, la enfermedad, la pobreza, no son males ni para Sócrates ni para Epicteto: a

sus ojos, existe sólo un mal: la falta moral; y existe sólo un bien: la voluntad de hacer el

bien. A este respecto, el siguiente pensamiento de Epicteto es muy elocuente: “…y si la

virtud promete precisamente concedernos la felicidad y la impasibilidad y la serenidad,

con toda certeza que el progreso hacia ella es un progreso hacia cada una de estas

cosas”.18

Conviene recordar ahora las palabras de Sócrates al final de la Apología, las

cuales enuncia advirtiendo que se trata de una verdad: “No existe mal alguno para el

hombre bueno, ni cuando vive ni después de muerto”.19

También recordemos su última

petición, en relación con sus hijos:

Cuando mis hijos sean mayores, atenienses, castigadlos causándoles las mismsas molestias que

yo a vosotros, si os parece que se preocupan del dinero o de otra cosa cualquiera antes que de la

virtud, y si creen que son algo sin serlo, reprochadles, como yo a vosotros, que no se preocupan

de lo que es necesario y que creen ser algo sin ser dignos de nada.20

18

EPICTETO, Disertaciones, I, IV, 3-4. 19

PLATÓN, Apología, 41d. 20

PLATÓN, Apología, 41e.

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Se puede ver cómo la virtud moral era la preocupación mayor tanto en Sócrates como

en Epicteto.

Dos filósofos de la Antigüedad, Sócrates -quien enseñó en Atenas en el 325 a.

C.-y Epicteto -en Nicópolis en el 94 d. C.- ambos preocupados por sus conciudadanos,

invitándoles a revisar sus actitudes, su modo de ver la vida, sus principios éticos,

rompiendo con sus conceptos aprendidos, sus condicionamientos y las convenciones de

la vida diaria, para poder elevarse y tomar altura, analizar sus comportamientos porque,

como dice Sócrates, una vida sin examen no es vida: se trata de la exigencia filosófica.

Significa que la filosofía rebasa a los hombres y las cosas por su exigencia moral y el

compromiso que ella implica -esto se refleja tanto en las enseñanzas de Sócrates como

en las de Epicteto-, pero a la vez, los dos filósofos conviven con los hombres y con las

cosas, porque la verdadera filosofía se encuentra solamente en la vida cotidiana. En

efecto, el retrato de Sócrates por Jenofonte nos revela un hombre que participa

plenamente en la vida de la ciudad, tal y como es, un hombre casi ordinario, cotidiano,

con mujer e hijos, que conversa con todo mundo en las calles, en las tiendas, en los

gimnasios, un soldado valiente y templado, así como un “bon vivant” capaz de beber

más que todos los demás sin estar ebrio. Tal es la descripción de Sócrates por Jenofonte:

un hombre, un filósofo nunca completamente fuera del mundo.21

Es por eso que

Sócrates quedará como modelo del filósofo ideal, ya que su obra filosófica no es sino su

vida y su muerte. Servirá de modelo a Epicteto.

Esta reflexión sobre Sócrates y su influencia sobre el estoicismo de Zenón y el

estoicismo romano de Epicteto, nos lleva de regreso al tema de nuestro estudio: el

estoicismo de Epicteto como modo de vida y no sólo como disertación. Plutarco,

escritor de principios del siglo II d. C., tiene la misma opinión: afirma que la mayoría de

21

Esto me recuerda a Merleau-Ponty, cuando se refiere a la filosofía: « La philosophie n’est jamais tout á fait Dans le

monde, et jamais cependant hors du monde ». MERLEAU-PONTY, Eloge de la philosophie et autres essais, Paris, 1965,

p. 38.

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la gente cree que la filosofía se resume en dar clases de filosofía con la ayuda de textos

escogidos. Plutarco toma como ejemplo a Sócrates quien no se sentaba en lo alto de un

auditorio para dar una conferencia, sino que convivía con sus discípulos, bebiendo con

ellos o hasta yendo a la guerra con ellos. De esta manera, observa Plutarco, fue el

primero en mostrar que la vida cotidiana nos da la posibilidad de filosofar en todo lo

que hacemos y en todo lo que nos acontece.22

El mismo Sócrates en su Apología, define

su sabiduría como una sabiduría humana y nada más: “En efecto, atenienses, yo no he

adquirido este renombre por otra razón que por cierta sabiduría. ¿Qué sabiduría es esa?

La que, tal vez, es sabiduría propia del hombre; pues en realidad es probable que yo sea

sabio respecto a ésta”.23

Se puede entender esta frase de Sócrates en el sentido de que él

no posee el tipo de sabiduría que enseñan los sofistas -menciona a Gorgias de Leoncio y

a Hippias-, sino que más bien, la suya es una sabiduría innata, porque todos los

humanos venimos al mundo con el sentido del bien; se trata de una sabiduría que cada

quien puede aplicar a su propia vida cotidiana, con sus compatriotas, los ciudadanos de

Atenas. Esta era la sabiduría de Sócrates y de la cual hablaba.

Hemos mencionado en el capitulo primero la influencia del modelo socrático en

los primeros estoicos y luego vimos el peso preponderante que tuvo en el estoicismo

romano, particularmente en Epicteto, y nos dimos cuenta entonces que el estoicismo es

un sistema edificado sobre la razón, la cual, indica al hombre el camino del bien moral,

el camino de la virtud. Nos corresponde ahora entender el papel de la razón en la física

17 «

La plupart des gens s’imaginent que la philosophie consiste á discuter du haut d’une chaire et á faire des cours sur des

textes…Socrate ne faisait pas disposer des gradins pour les auditeurs…il n’avait pas d’horaire fixe pour discuter ou se

promener avec ses disciples. Mais c’est en plaisantant parfois avec ceux-ci ou en buvant ou en allant á la guerre…qu’il a

philosophé. Il fut le premier á montrer que, en tout temps, en tout endroit, dans tout ce qui nous arrive et dans tout ce que

nous faisons, la vie quotidienne donne la possibilité de philosopher. » “La mayoría de la gente se imagina que la filosofía

consiste en discutir desde un púlpito y a dar clases a partir de unos textos…Sócrates no ponía gradas para sus oyentes…no

tenía un horario fijo para discutir o caminar en compañía de sus discípulos. Pero, a veces, al mismo tiempo en que

bromeaba con ellos o bebía o estaba en camino a la guerra, entonces, era el momento en el cual filosofaba. Fue él el

primero en mostrar que, en todos tiempos, en todos lugares, en todo lo que nos acontece y en todo lo que hacemos, la vida

cotidiana nos da la posibilidad de filosofar”. PLUTARQUE, Si la politique est l’affaire des vieillards, de Vies, la traducción

al español es mía, Les Belles Lettres, Paris, 1961, p.26. 23

PLATÓN, Apología, 20d.

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del estoicismo, en qué consiste el “logos”, el cual parece ser la base de toda la doctrina

estoica en general que luego Epicteto retomará en sus Disertaciones.

3. Coherencia con uno mismo en la concepción física de Epicteto

Para los estoicos, el universo se divide en dos principios: un principio pasivo,

representado por la materia y un principio activo representado por la Razón divina,

también llamada el “logos” o Dios. Dios es inseparable de la materia -él es la forma y

no hay materia sin forma- así que Dios está en todo y todo es Dios; por lo tanto,

coincide con el cosmos. Si todas las cosas han sido producidas por éste “logos” que es

inteligencia y razón, entonces todo es completamente racional y tiene un significado

preciso; está hecho del mejor de los modos posibles. El hombre, microcosmos mortal,

posee en sí una parcela de ese logos divino -es su alma- y si identifica sus propios

deseos a la Razón divina, puede realizar su unidad interior y estar en comunión perfecta

con la naturaleza universal. Se trata de una aceptación racional de este “logos” que es

racionalidad. Por este motivo, en la doctrina estoica podemos hablar de coherencia con

uno mismo. En efecto, si tenemos la gran ventaja -que nos diferencia de los animales-

de tener un alma que nos hace partícipes de la Razón divina porque es un fragmento del

alma cósmica, un fragmento de Dios, no podemos ignorar este hecho sin dejar de

alinearnos con el “logos” que nos dicta con inteligencia y razón el camino correcto de la

virtud. En palabras de Epicteto: “Dado que en nuestro origen se mezclan estas dos cosas

-de un lado, el cuerpo, común con los animales, y de otro la razón y el pensamiento,

comunes a los dioses-, unos se inclinan hacia aquel parentesco, desdichado y mortal, y

sólo unos pocos hacia el parentesco divino y bienaventurado”.24

Esta frase de Epicteto

24

EPICTETO, Disertaciones, I, IX, 5-6.

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nos remite directamente al axioma fundamental del estoicismo que afirma que la

felicidad se encuentra únicamente en el bien moral, en la virtud, y que la desdicha se

encuentra sólo en el mal moral, en el vicio. Aunque Epicteto piense que solamente unos

pocos alcanzan la felicidad, en realidad está al alcance de todos porque todo ser humano

viene al mundo dotado de razón, con la facultad de pensar, facultad que le indica el

camino recto, un camino que coincide con la tendencia del “logos’’ que es pura razón y

permite al hombre estar en armonía con el universo.25

Recordemos también que Zenón

de Citio, el fundador del estoicismo, afirmaba que la vida según la naturaleza era vivir

conforme a ella; esto es, lograr el asentimiento entre la materialidad de la naturaleza y la

razón humana. La virtud y, por lo tanto, la felicidad se encontraban, según Zenón, en

esa correspondencia entre ambas. Si la naturaleza es sinónimo de virtud y, por lo tanto,

de felicidad resultará indispensable apegarse a ella.

El principio de la “oikeiosis”, del cual hemos hablado anteriormente, recomienda

actuar en armonía con la naturaleza, eso representa una virtud e implica estar de acuerdo

consigo mismo -podríamos decir coherente consigo mismo- siguiendo su propia

naturaleza humana -dotada de razón- y, al mismo tiempo, participar de la razón

universal, de este “logos”, pues la naturaleza humana es parte de él.

Recordemos que la “oikeiosis” es la que permite a los estoicos distinguir el bien

del mal, en efecto, el bien auténtico -que conserva e incrementa el ser- para la vida de la

razón es sólo la virtud, mientras que el verdadero mal -que perjudica el ser- es sólo el

vicio. En este punto, el razonamiento estoico es muy claro. La razón humana, hemos

dicho, es una emanación, una parte de la Razón universal, una parte del “logos”, pero

puede oscurecerse o deformarse porque está viviendo en el cuerpo atraída por el placer,

por ejemplo. Solamente el sabio -el filósofo está únicamente en camino hacia la

sabiduría- es capaz de hacer coincidir su razón con la Razón universal, y esta

25

MARCO AURELIO, el emperador estoico inspirado por Epicteto lo dirá de una manera rotunda: “Se armoniza conmigo

todo lo que para ti es armónico, universo…De ti viene todo, en ti está todo, hacia ti se dirige todo”. Meditaciones, IV, 24.

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coincidencia no puede ser más que un ideal. Por el hecho de que el sabio es un ser

excepcional, no hay abundancia de ellos, y de ahí la frase de Epicteto, anteriormente

citada: “…sólo unos pocos (se inclinan) hacia el parentesco divino y bienaventurado”.

El mismo Epicteto no se consideraba sabio, sino filósofo; es decir, se ejercitaba

constantemente en la sabiduría para un día, acaso, obtener el título de sabio. Pero, en

tanto maestro, incitaba a sus discípulos a seguirle en este camino de la filosofía para

progresar hacia la casi inaccesible sabiduría. Es un camino difícil por ser desconocido.

La vida cotidiana presenta continuamente una serie de dificultades que implican escoger

entre tal o cual actitud, decisión que puede ser acertada o equivocada. A su vez, la

filosofía estoica tiene entonces como meta la de permitir al filósofo orientarse en la

incertidumbre de la vida cotidiana proponiendo alternativas que nuestra razón puede

aprobar, dirigidas siempre hacia el bien moral, que es el bien más importante. Epicteto,

filósofo estoico, tiene una regla muy sencilla para poder orientarse en medio de las

dificultades que abundan en la vida diaria: se trata de distinguir entre “lo que depende

de nosotros y lo que no depende de nosotros”. Esta fórmula propia de Epicteto será el

tema de estudio del siguiente apartado.

4. “Lo que depende de nosotros y lo que no depende de nosotros”

En el parágrafo anterior hemos podido apreciar la gran importancia que tiene la Física

para la Etica de Epicteto. En efecto, le es indispensable porque enseña al hombre a

tomar su justa dimensión sobre su lugar en el universo y reconocer que existen cosas

que no están en su poder, sino que dependen de causas externas a él y que se encadenan

de manera necesaria y racional. Recordemos que los estoicos fundan la razón humana en

la Naturaleza concebida como Razón universal. El cosmos como Razón se repite en un

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ciclo eternamente idéntico y, por consecuencia, es lógico; es decir, no puede haber uno

peor o mejor, ya que es racional. En este cosmos todo se encadena perfectamente

conforme al principio de causalidad.26

Entonces, aunque el hombre lo quiera o no, las

cosas ocurren necesariamente de la manera en que ocurren. La Razón universal no

puede actuar de manera diferente porque es perfectamente racional. Ahora, el hombre

queda libre de rehusar el destino, rebelarse contra el orden universal y actuar o pensar en

oposición con la Razón universal, pero tal negación no cambiará en nada el orden del

mundo. Epicteto ejemplifica esta actitud en el caso del hombre que quiere embarcar con

viento contrario y que se lamenta:27

“¡Ay de mi, siempre viento Norte! ¿Cómo embarcar

con este viento contrario? ¿Cuándo soplará viento Sur?” A lo cual Epicteto contesta:

“Amigo mío, soplará cuando le plazca o, mejor dicho, cuando le plazca al que es su amo

y señor. ¿O es que eres dispensador de vientos cual otro Eolo? Acostúmbrate a que no

podemos disponer más que de lo que depende de nosotros y hemos de tomar lo demás

tal cual llega”.

Está claro que no se puede interferir con el orden de la Razón universal. Epicteto

afirma que lo único que está en nuestro poder es el uso correcto de las

representaciones. Para él significa nuestra capacidad racional. Reale y Antiseri,28

por su

parte, nos dan una definición más técnica porque en ellas estriba uno de los pilares de la

filosofía estoica; definen entonces las representaciones en esos términos: “…la base del

conocimiento está en la sensación, que es una impresión provocada por los objetos en

nuestros órganos sensibles y que se transmite al alma y se imprime en ella, engendrando

la representación”. Podemos entender así de donde proceden las representaciones pero

el fenómeno no se limita a esto, va más allá de una simple sensación. En efecto, sigue la

26

HADOT en Qu’est-ce que la Philosophie antique? hace referencia a este fenómeno : «Il n’y a pas de mouvement sans

cause; s’il en est ainsi, tout arrive par les causes qui donnent l’impulsion; s’il en est ainsi, tout arrive par le destin ».

HADOT cita aqui –p. 203- un pasaje de un libro intitulado Les Stoiciens, p. 481, al cual él hace referencia y que nos explica

con mucha claridad la visión estoica relativa al orden en el cosmos, un orden inevitable y tan implacable que les parece a

los estoicos la obra del destino. 27

EPICTETO, Máximas, Editorial Porrua, México 1998, II, p.52. 28

REALE, G., ANTISERI, D., Historia del pensamiento filosófico y científico, Herder, Barcelona, 1995, p. 227.

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32

definición: “La representación verdadera no implica sin embargo un mero sentir, sino

que postula asimismo un asentir, un consentimiento o un aprobar procedente del logos

que hay en nuestra alma”. Vemos entonces la importancia y el rol preponderante que

tiene nuestro consentimiento en el proceso de la impresión de las representaciones en

nuestra alma. Y bien, si la impresión no depende de nosotros, porque depende de la

acción que los objetos ejercen sobre nuestros sentidos y que no podemos sustraernos a

dicha acción; sin embargo, existe una parte importantísima donde intervinimos nosotros

con toda libertad. Prosigue, “…somos libres de tomar posición ante las impresiones y

las representaciones que se forman en nosotros, otorgándoles el asentimiento de nuestro

logos, o bien negándonos a concederlo”.29

¿Qué pasará si le negamos nuestro

consentimiento a una representación? Pues no contará como representación verdadera,

se convertirá en una representación falsa. La definición de Reale e Antiseri termina con

esa frase muy clara: “Este asentimiento es el único criterio y garantía de verdad”.30

Es exactamente en este punto donde interviene el famoso lema de Epicteto, a

saber: “lo que depende de nosotros y lo que no depende de nosotros”. Es importante

recordar aquí que si no podemos interferir con el orden de la Razón universal -esto

corresponde a lo que no depende de nosotros- en cambio, lo que sí depende de nosotros

son los actos de nuestra alma, porque podemos escogerlos libremente: podemos juzgar o

no juzgar, juzgar de tal manera o de otra, podemos desear o no desear, querer o no

querer. Pero más importante aún es que este centro de autonomía del cual gozamos, nos

permitirá escoger entre el bien y el mal; pues, recordemos que para los estoicos sólo

existen el bien moral o el mal moral. Epicteto afirma entonces que el primer trabajo que

se tiene que hacer es juzgar la validez de nuestras representaciones y poder así usarlas

correctamente. Si no, no les daremos a nuestras representaciones nuestro asentimiento

¿Cuál será el criterio de Epicteto para decidir si una representación es válida, es decir,

29

Idem. 30

Idem.

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33

verdadera y que merece nuestro consentimiento? Una representación es adecuada,

correcta o comprensiva, como a veces la llama él, cuando no va más allá de lo que es

dado, cuando sabe pararse a lo que es percibido sin agregarle nada subjetivo, cuando se

queda con la realidad objetiva. Epicteto nos explica muy bien este concepto con un

ejemplo en una de sus Disertaciones,31

por cierto, titulada: “Cómo hay que ejercitarse

en las representaciones”. Se trata de un diálogo interior del alma con las

representaciones que se le presentan. El alma tratará de decidir si una representación es

comprensiva, adecuada y, si merece nuestro asentimiento; en otras palabras, si es algo

que depende o no de nosotros y si, en conclusión, se trata de un bien o de un mal. El

diálogo empieza con un consejo de Epicteto: Igual que nos ejercitamos en las cuestiones

sofísticas, así también deberíamos ejercitarnos todos los días en las representaciones.

También ellas nos plantean cuestiones. “Murió el hijo de Fulano”. Responde: “Ajeno al

albedrío: no es un mal” ¿Cómo no va a ser un mal el que se haya muerto el hijo de

alguien? Porque según la teoría de Epicteto, la frase: “Murió el hijo de Fulano”, resulta

ser una representación comprensiva- en griego se llama phantasía kataléptiké- es decir,

una representación que es por sí misma criterio de verdad ya que procede de un objeto

real, en este caso, la muerte es el objeto real. Por lo tanto, este hecho real no depende de

nosotros, de nuestra voluntad, de nuestro albedrío, como lo subraya Epicteto, y, en

consecuencia, no es un mal. Puede resultar un poco difícil aprobar este razonamiento

estoico. Suele considerarse a la muerte como un mal, pero Epicteto defiende su posición

en esos términos cuando se le objeta que Zeus no hace correctamente las cosas: “¿Por

qué? Porqué te hizo paciente, magnánimo, porque quitó a esas cosas el ser malas, para

que puedes ser feliz aunque te pase eso”.32

No olvidemos que la felicidad estoica reside

únicamente en el bien moral.

31

EPICTETO, Disertaciones, III, 8, 1-4, 5-6. 32

EPICTETO, Disertaciones, III, 8, 6-7.

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Epicteto está convencido de que si tomamos la costumbre de analizar nuestras

representaciones “haremos progresos porque no daremos nuestro asentimiento sino a

aquello de lo que nace una representación comprensiva”.33

En la misma Disertación

donde trata de cómo hay que ejercitarse en las representaciones, Epicteto da los

ejemplos siguientes: las representaciones se continúan enunciando:

“Se ha muerto su hijo” ¿Qué ha pasado? Que ha muerto su hijo. ¿Nada más? Nada. “Se ha

hundido la nave”. ¿Qué ha pasado? Que se ha hundido la nave. “Le han metido en la cárcel”.

¿Qué ha pasado? Que le han metido en la cárcel. Lo de “le van mal las cosas”, cada uno lo

añade de su cosecha.34

Lo que Epicteto quiere decir aquí es que la idea según la cual tal evento es una

desgracia, es una representación que no tiene ningún fundamento en la realidad porque

rebasa la visión adecuada de esta realidad añadiéndole un juicio subjetivo y además

falso porque la teoría estoica estipula que la infelicidad se encuentra solamente en el mal

moral, en el vicio. Entonces, ahora podemos entender mejor esa aseveración de Epicteto

que dice que lo único que está en nuestro poder es el uso correcto de las

representaciones.

Otro ejemplo que aparece en sus Máximas nos ayudará a entender mejor este

concepto estoico. Se trata nuevamente de un hombre que quiere salir a la mar; se

pregunta qué debe hacer. Epicteto aconseja que este hombre haga lo que está en sus

manos, en consonancia con su razón que consiste en: escoger el barco, el piloto, los

marineros, la estación, el día y el viento favorable: he aquí cuanto depende de él. Sigue

Epicteto poniéndose en el lugar del viajero:

33

EPICTETO, Disertaciones, III, 8, 4-5. 34

EPICTETO, Disertaciones, III, 8, 5-6.

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35

Luego, si en alta mar sobreviene una tormenta, ya no tengo yo nada que hacer, todo es asunto

del piloto. ¿Qué la embarcación zozobra? Pues en vez de gemir, llorar o apesadumbrarme, me

dispongo a hacer lo que esté en mi poder y en mis facultades para salvarme, sin dejar de pensar

que todo lo nacido tiene que morir, según ley general de la que yo no puedo librarme; porque

no soy la eternidad, sino simplemente un hombre, una parte del todo, como una hora es una

parte del día. Y así como cada hora llega y pasa, yo, que he venido, debo pasar asimismo. Y si

debo pasar, ¿qué más da la manera de hacerlo, ora sea por medio de la fiebre, ya por la acción

del agua?35

Tratemos de entender este ejemplo que nos da Epicteto utilizando su concepto, citado

anteriormente: lo único que está en nuestro poder es el uso correcto de las

representaciones. Imagino entonces que estoy en el mar y que se desata una tempestad,

no podré negar que provoca ruidos espantosos: aquí entra en juego mi representación

objetiva, entendiendo lo que en realidad pasa: se desató una tempestad. Pero lo más

probable es que la percepción de esos ruidos me van a hundir en el pánico y voy a

pensar que es una desgracia, que voy a morir y que la muerte es un mal. Aquí estoy

juzgando dándole un valor a los acontecimientos. Como estoico, me debería de acordar

que el único mal que existe es el mal moral –porque depende de mí- y que todo lo

demás es INDIFERENTE, porque no depende de mí. El sentido que damos a los

eventos, o en el lenguaje de Epicteto: el uso de las representaciones, es lo que depende

de nosotros, el evento en sí pertenece al curso de las cosas que se encadenan y sobre el

cual no tengo ningún poder, lo único en mi poder es el uso correcto de las

representaciones. En el caso del hombre en la tempestad significa permanecer firme,

pensando en la muerte como un hecho ineluctable, mas no como un mal.

¿Qué hay que tener a mano en semejantes circunstancias? ¿Qué otra cosa sino saber qué es lo

mío y qué no es lo mío, y qué me está permitido y qué no me está permitido? He de morir.

35

EPICTETO, Máximas, 5, Editorial Porrúa, México, 1998, p.52.

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36

¿Acaso ha de ser gimiendo? Ser llevado a prisión. ¿Acaso ha de ser lamentándome? Ser

exiliado. ¿Habrá quien me impida hacerlo riendo, de buen humor y tranquilo?36

Teniendo esto en cuenta los estoicos dirán que la vida y la muerte son indiferentes así

como la salud y la enfermedad, el placer y el sufrimiento, la riqueza y la pobreza, las

carreras políticas, porque todo esto no depende de nosotros.37

En principio, según

Epicteto, nos debería resultar indiferente porque es la voluntad del destino. En palabras

de Epicteto: “Nunca pidas que las cosas se hagan como quieres; mas procura quererlas

como ellas se hacen. Por este medio todo te sucederá como lo deseas y serás feliz”.38

Vemos que la felicidad estoica, según Epicteto, se aplica exclusivamente al sabio.

Epicteto no se consideraba a sí mismo como sabio, ideal inalcanzable, sino como Zenón

y Sócrates, sus dos principales maestros, se consideraba que estaba solamente en el

camino hacia la sabiduría.

Ahora, si todo lo que pasa se debe ver conforme con la Naturaleza y con la Razón

universal, parece lógico que la racionalidad de la acción humana también esté fundada

en la racionalidad de la Naturaleza por ser una parcela de ella. Vimos que en la Física

estoica todo tiene que ver con todo, todo está dentro del Todo, todo necesita de todo.

Epicteto considera que esa facultad racional del humano es lo más importante que nos

ha sido entregado. En un diálogo que tiene con un alumno, Epicteto le hace ver que, a

diferencia de la gramática y de la música, que parecen ser dos ciencias importantes, la

capacidad de servirnos de las representaciones es la única que se estudia a sí misma y a

todo lo demás. ¿Y quién nos habrá hecho semejante regalo? La respuesta de Epicteto es

clara: son los dioses quienes hicieron que “dependiese sólo de nosotros lo más poderoso

36

EPICTETO, Disertaciones, I, 1, 21-22. 37

Las cosas que dependen de nosotros las cita Epicteto en el primer parágrafo de su Manual: “Hay ciertas cosas que

dependen de nosotros mismos, como nuestros juicios, nuestras tendencias, nuestros deseos y aversiones y, en una palabra,

todas nuestras operaciones. Otras hay también que no dependen, como el cuerpo, las riquezas, la reputación, el poder; en

una palabra, todo aquello que no es de nuestra operación.” 38

EPICTETO, Manual, VII, p.5.

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37

de todo y lo que dominaba lo demás: el uso correcto de las representaciones”.39

Pero

cuidado, le rectifica Epicteto a su alumno, es lo único que depende de nosotros; en

efecto, todo lo demás, NO depende de nosotros. Tenemos entonces un regalo de los

dioses porque nos dieron parte de ellos mismos: “la capacidad de impulso y repulsión,

de deseo y de rechazo… si te ocupas de ella y cifras en ella tu bien, nunca hallarás

impedimentos ni tropezarás con trabas, ni te angustiarás, ni harás reproches, ni adularás

a nadie”.40

Epicteto le pregunta entonces a su alumno si esto le parece poca cosa, a lo

cual este último protesta que no, que a él también le parece ser un regalo más que

suficiente de los dioses. A continuación, Epicteto le muestra a su alumno cómo los

humanos somos inconsistentes e ilógicos porque en vez de contentarnos con el regalo de

los dioses y “pudiendo preocuparnos de un solo objeto y dedicarnos sólo a él,

preferimos preocuparnos de muchos y encadenarnos a muchos: al cuerpo, a la hacienda,

al hermano, al amigo, al hijo y al esclavo…”.41

Lo cual provoca que estemos

encadenados a ellos y que nos veamos oprimidos y arrastrados por ellos.

Entonces, todo el trabajo del alumno que desee seguir en el camino estoico

consistirá primero que nada en distinguir lo que su maestro Epicteto le acaba de explicar

con toda claridad: “lo que depende de nosotros y lo que no depende de nosotros”. Se

trata de un camino arduo para impedir ser arrastrado, encadenado, oprimido, pero un

camino que lo llevará a la felicidad estoica como la entiende Epicteto y que él mismo

trata de seguir cotidianamente, viviendo de manera austera, con desapego y, sobre todo,

sin gemir y lamentarse por cosas que no dependen de él, sino que dependen del orden

universal, de los dioses, de Zeus, de la providencia, de Dios: ¿tantas palabras que

designan lo mismo? Es lo que trataremos de aclarar en el capítulo siguiente.

39

EPICTETO, Disertaciones, I, 1, 7-8. 40

EPICTETO, Disertaciones, I, 1, 12-13. 41

EPICTETO, Disertaciones, I, 1, 14-15.

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III. EL DIOS DE EPICTETO

1. La noción de Dios en la teología estoica antigua

Los estoicos, dentro de su sistema, le dieron una gran importancia a la teología; en

efecto, Dios es uno de los dos principios -el otro siendo la materia- por el cual, según

ellos, se rige el mundo; su teología se vuelve entonces una doctrina en la cual culmina la

Física pero que también da cuenta de los misterios de la realidad. Es una posición que

nos puede parecer extraña porque no encaja con nuestros marcos intelectuales; en

efecto, no estamos acostumbrados a este pensamiento global propio del estoicismo

donde no se aísla la espiritualidad de la Física o de la Lógica; sin embargo, los estoicos

establecen así el vínculo entre física y teología.42

Si preguntamos cuál es el origen de la

teología estoica, hay ciertos autores como Fredde43

que emiten la hipótesis de que viene

de la Academia y más precisamente del Timeo de Platón.44

El mismo Fredde nos explica

que en el Timeo, existen dos principios: el principio activo que se identifica con Dios y

el principio pasivo que se identifica con la materia; ambos son co-eternos y no están

42

En palabras de JEAN-JOEL DUHOT en Epicteto y la sabiduría estoica, José J. de Olañneta editor, Palma de Mallorca,

2003, p.63: “[los estoicos] quieren poder remitir toda cosa a una acción divina sin tener que renunciar por ello a

comprender los modos de funcionamiento de la naturaleza”. 43

M. FREDDE, “La Théologie stoicienne” en G. ROMEYER DHERBEY y J.-B. GOURINAT Les Stoïciens, Vrin, France,

2005. Despues de revisar muchos textos antiguos Fredde encontró una confirmación de su hipótesis en un texto de

Diógenes Laercio. 44

En las líneas siguientes Fredde aclara en qué se parecen la doctrina estoica y el Timeo de Platón : « Si nous regardons la

doctrine stoïcienne des deux principes, dans cette perspective, il est évident que le principe passif, la matiére, est la

contrepartie de la matiére primordiale ou du réceptacle, dans le Timée de Platon, et que le principe actif, Dieu, est la

contrepartie du démiurge de Platon. » Op. cit,. p. 216. Sin embargo Fredde reconoce que existen diferencias significativas

entre Platón y los estoicos en cuanto a su concepto de Dios y de la materia. En efecto, la materia del Timeo parece

modificarse de una manera desordenada mientras que la materia de los estoicos está en estado de total inercia. Y el

demiurgo de Platón es un intelecto trascendente mientras que el Dios de los estoicos es un intelecto presente en la materia.

Es evidente que los estoicos rechazan las formas materiales separadas o ideas, las cuales, para ellos, no tienen efecto en la

explicación del mundo visible. Así, el Dios estoico es un intelecto que sabe y entiende todo lo que hay que saber y puede

transformar la materia como quiere. Fredde nos aclara también que los estoicos piensan que Dios, a pesar de ser un

principio activo, no puede, por tanto, tener una forma particular que lo caracterice, aún si puede tomar diversas formas; de

hecho, los estoicos llaman dioses al mundo y a las estrellas. Pero es importante notar que no tienen la forma de un ser

humano puesto que no son más que aspectos alegóricos de Dios, problema sobre el cual regresaremos adelante.

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sujetos ni a generación ni a corrupción. La materia prima, es decir, el receptáculo, el

espacio o la matriz, se distingue cuidadosamente de los elementos o de las cosas

formadas a partir de ella.

En el primer capítulo vimos que, según la Física del estoicismo antiguo, existen

dos principios en el universo, uno pasivo y otro activo. El primero se identifica con la

materia y el segundo con la forma, siendo los dos inseparables. Llaman a la forma,

Razón divina, Logos o Dios. Ambos principios son co-principios ya que Dios no crea la

materia y además son materiales formando entre los dos un Todo único. La materia

activada por la forma tiene un poder causal. De ahí se desprenden los cuatro elementos

y con ellos se forma el Cosmos. La interacción entre cualquier objeto depende de Dios

quien, siendo Logos e inteligencia, tiene la facultad de determinar todas las cadenas

causales de tal manera que Dios está mezclado con todo y los objetos tienen, por tanto,

una parte divina.

Para los estoicos, Dios o el Logos es representado como el fuego sustancia del

mundo. Esto es claramente una reminiscencia heraclítea, ya que Heráclito hacía del

fuego el elemento primordial de todas las cosas.45

El Dios estoico, entonces, se concibe

como el fuego activo, el rayo que todo lo gobierna. El fuego era considerado como el

principio que transforma todo, y el calor era el factor de nacimiento de todas las formas

de vida. Pero los estoicos, a diferencia de Heráclito, introducen además un nuevo

elemento llamado pneuma que equivale al soplo inflamado, aire dotado de calor.46

Duhot, por su parte, interpreta que el Pórtico se vuelve aquí hacia la biología, que veía

45

El fuego primordial, descrito por FREDDE, p. 228, refiriéndose a un texto de Diógenes LAERCIO, es un fuego muy

especial porque piensa y prevé, es un fuego industrioso que no es destructor sino constructor. Así es el fuego de Heráclito.

En otra interpretación, paralela a la de Fredde, Daniel VÁZQUEZ en su trabajo titulado: “Los argumentos centrales de la

teología estoica” piensa que cuando los estoicos como para el mismo Heráclito mencionan al fuego primordial

identificándolo con el Logos, es para que lo podamos concebir mejor. Necesitan, por tanto, de una imagen: el Logos es

como un fuego. Según D. Vázquez, para los estoicos y Heráclito el fuego es alegórico. 46

COPLESTON, Frederick C., Historia De la filosofía, Vol. I, editorial Ariel, Espulgues de Liobregat, Barcelona, 1969,

nos da una explicación detallada de este fenómeno: “Dentro del desarrollo real del mundo, parte del vapor inflamado,

ígneo, que es precisamente Dios, transfórmase en aire, y del aire se forma el agua, de una parte del agua se origina la tierra,

mientras que otra parte del agua sigue siendo agua y otra tercera parte se convierte en aire, el cual, por rarefacción, pasa a

ser el fuego elemental. Así se engendra el “cuerpo” de Dios”.

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40

en el soplo, pneuma, el principio de la vida.47

Así, los primeros estoicos, pensaban que,

puesto que el principio activo, Dios, es inseparable de la materia, y como no existe

materia sin forma, entonces, Dios está en todo y todo es Dios. Dios coincide con el

cosmos.

Partiendo de la Física, así es como el pensamiento estoico, al enunciar su

precepto básico citado anteriormente, a saber, que “existen dos principios en el

universo, uno activo y el otro pasivo”, llega a una conclusión teológica cuando afirma

que “Dios está en todo y todo es Dios”.48

Como consecuencia de la aceptación de que

todo es Dios, los estoicos antiguos llegaron a una visión finalista del mundo: en efecto,

si todas las cosas sin excepción han sido producidas por el principio inmanente divino

que es Logos –es decir, inteligencia y razón- entonces todo es rigurosamente racional,

todo es como debe ser y las cosas son buenas tal cual son. El universo en conjunto

resulta perfecto, el todo es perfecto en sí.49

47

“Soplo que, según los médicos, estaba presente en la sangre arterial. El universo es un ser vivo puesto que es uno y posee

el movimiento; es lógico, pues, que su principio vital sea el de todos los seres vivos, el soplo. Por consiguiente, el elemento

ordenador es un soplo divino, hecho de aire y fuego, que recorre todas las cosas. Ese mismo pneuma es lo que asegura la

cohesión de las piedras, lo que da vida a los vegetales y a los seres humanos, y lo que ordena el universo…Así, pues, el

mundo está por doquier habitado por este cuerpo divino, que lo atraviesa y asegura su cohesión, su orden y su belleza…Ese

pneuma divino, fuego artifice que estructura el universo y lo mantiene, es evidentemente racional: principio de

organización, él es la razón, el Logos del universo”. DUHOT, Op. cit., pp. 45 y 46. 48

Como bien lo apunta ALGRA, K., en Stoic Theology, en INWOOD, B., (ed.), The Cambridge Companion to the Stoics,

Cambridge: CUP, p. 153, “The object of Stoic theology was the governing principle of the cosmos, insofar as this could

also be labeled “god”. The stoics accordingly regarded theology as part of physics, more specifically as that part which does

not focus on the details and the purely physical aspects of cosmic processes, but rather on their overall coherence,

teleology, and providential design…”. Recordemos que la teleología es el estudio de la finalidad del mundo y los estoicos,

como lo veremos enseguida, tenían una opinión muy clara al respecto al afirmar que “el universo en conjunto resulta

perfecto, el todo es perfecto en sí”. 49

Encontramos en un texto de Cicerón, la perfecta ilustración de esta creencia estoica. Cicerón (106-43 a. C.) quien había

estudiado y escuchado a los estoicos y a los Neo-académicos no se adhirió a las teorías de esos últimos, porque no quería

sujetarse a la doctrina estoica, demasiado sistemática y rigurosa para su temperamento. Pero en lo que refiere a la Ética

estuvo muy próximo al pensamiento estoico inspirándose en Crisipo cuando habló sobre las pasiones. En su tratado titulado

De la naturaleza de los dioses, Cicerón aborda los problemas teológicos sobre la existencia y la naturaleza de los dioses, la

providencia divina y las obligaciones religiosas para los hombres. El libro II expone la teología estoica con mucha claridad:

« Si toutes les parties du monde sont rangées de telle sorte qu’elles ne puissent etre meilleures á l’usage ni plus belles á la

vue, considérons si elles existent par hasard ou dans des conditions oú elles ne pourraient aucunement former un tout sans

etre réglées par une intelligence et une providence divines… Ce gouvernement n’a rien en lui qui soit á reprendre; car des

etres qui existaient, a été fait le meilleur etre possible. Qu’on prouve donc qu’il aurait pu mieux faire!”. (XXXIV, 87).

Esta cita proviene de la obra titulada Les Stoïciens, textos traducidos por BRÉHIER, E., editados bajo la dirección de

SCHUHL, P.M., Gallimard, Paris, 1962, p. 440.

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Siglos después, Epicteto, estoico de la época imperial romana, seguía todavía las

enseñanzas de los antiguos estoicos a través de los escritos de Crisipo, y llevó a sus

últimas consecuencias las tesis de Zenón y de Crisipo. Al igual que ellos, creía en este

Dios-Logos que es inteligencia y razón y en un Dios inmanente que está en todo.

Pensaba, además, que los fenómenos terrestres están vinculados a los del cielo. Los

primeros estoicos denominaron a esta unidad principio de simpatía, es decir,

interdependencia de todo lo creado. Epicteto no modificó la doctrina estoica, como se

puede comprobar en este diálogo con un alumno:

“¿No te parece que todo está unido?” “Sí me lo parece.” “¿Y qué? ¿No te parece que lo de la

tierra actúa en simpatía con lo del cielo?” “Sí me lo parece.” “Las plantas y nuestros propios

cuerpos están tan atados al conjunto y reaccionan por simpatía con él, ¿y no iban a hacerlo aún

más nuestras almas? Y si las almas están tan atadas y unidas a la divinidad por ser partes y

fragmentos suyos, ¿no iba a percibir la divinidad cualquiera de sus movimientos como suyos y

de su propia naturaleza?”50

El Dios de Epicteto parece ser un agente organizador, porque el mundo en su

complejidad exige la acción de una inteligencia divina que lo ordene todo. Un Dios que

no sólo se ocupa de las plantas, le dice Epicteto a su alumno, pero que también tiene que

ver con nuestras almas y que puede percibir sus movimientos porque forman parte de la

divinidad. En otra Disertación, Epicteto afirma que procedemos de la divinidad y que

no podemos separar el cuerpo de la razón: “Procedemos de la divinidad y la divinidad es

el padre de los dioses y los hombres… dado que en nuestro origen se mezclan esas dos

cosas, de un lado, el cuerpo, común con los animales, y de otro la razón y el

pensamiento, comunes con los dioses”.51

En esta cita notamos que Epicteto, además de

la divinidad, menciona también a los dioses: parece ser que los distingue, pero en

50

EPICTETO, Disertaciones, I, 14, 2-5-6. 51

EPICTETO, Disertaciones, I, 3, 1-2-3.

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realidad, veremos más adelante que ambos términos los usa indistintamente.

Intentaremos explicar este punto que ha resultado ser una aporía de la teología estoica.

Podemos suponer entonces, como lo presenta Epicteto, que la divinidad como padre de

los dioses y de los hombres se encuentra por encima de ellos, ya que tanto los dioses

como los hombres y todas las cosas en general, provienen de la divinidad. Podríamos así

considerar a la divinidad que Epicteto llama padre, como el progenitor de la realidad,

análogamente al padre respecto de sus hijos. Sin embargo, aunque resulte poco claro,

Epicteto usa como sinónimos los términos divinidad y padre. En mi opinión, Epicteto

llama a la divinidad padre para que sus alumnos la visualicen mejor. Es una manera de

acercarla a ellos y que la relacionen con el “Pater familias” tan importante en la cultura

romana y motivo de reverencia.

Por otro lado, está el problema, también presente en la cita de Epicteto, respecto

de la diferencia entre los diversos sentidos de la palabra Dios como sinónimo de

divinidad y padre, que aparece tanto en Epicteto como en toda la teología estoica.

Existen varias teorías al respecto. Consideremos, para empezar, la opinión de J. J.

Duhot. Duhot piensa que para los estoicos Dios es a la vez uno y plural y por eso habla

indiferentemente de Dios o de los dioses.52

D. Vázquez, por su parte, piensa que si los

estoicos no rechazan a los dioses tradicionales, es decir, los dioses olímpicos griegos o

los dioses del panteón romano, es porque hacen una interpretación alegórica de estos

dioses y hacer una lectura literal del término dioses sería ingenuo. Mencionamos

anteriormente que, según D. Vázquez, los estoicos identifican el fuego con el Logos

para que lo podamos comprender mejor. Necesitan una imagen: el Logos es como un

fuego, por esta razón, dice D.Vázquez para los estoicos el fuego es alegórico. Ahora,

52

“El conflicto entre monoteísmo y politeísmo no tiene razón de ser en el estoicismo. En el universo del Pórtico, todo se

reconduce a la unidad, y el principio de la unidad es Dios, que mantiene unidas todas las partes del mundo para hacer con

ellas un todo coherente y armonioso. Presente así en toda cosa, Dios se despliega en la diversidad de su acción. Él es a la

vez, pues, uno –e incluso principio de toda unidad- y múltiple por todas sus formas de acción y de expresión. Por

consiguiente, Dios es uno y plural, pero su pluralidad no tiene sentido más que fundamentada en su unidad… La

multiplicidad y la unidad divinas son dos caras de una misma realidad, de modo que los estoicos hablan indistintamente de

Dios o de los dioses”. DUHOT, Op. cit., p.68.

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afirma él que es lo mismo para los dioses: se trata de una interpretación alegórica de

parte de los estoicos. En efecto, explica adelante, los estoicos identifican los elementos

y fenómenos naturales con los dioses tradicionales: de nuevo por la necesidad de tener

una imagen. Entonces, tanto el fuego como los dioses se pueden entender

alegóricamente en la doctrina estoica y no veremos ninguna diferencia cuando Epicteto

habla de Dios o de los dioses indiferentemente. Sin embargo, D. Vázquez sostiene que

existen al menos cuatro sentidos en los que se entiende a Dios en la teología estoica.53

Para ello se apoya principalmente en textos de Cicerón presentes en La naturaleza de

los dioses.

Respecto de la diferencia entre Dios y los dioses en la teología estoica, hay que

tomar en cuenta el punto de vista de Fredde en su artículo “La Théologie stoïcienne”.

Fredde piensa que los estoicos consideran como un dios cada fenómeno natural, por

ejemplo, las estrellas. Sin embargo, advierte que cuando se habla de teología estoica se

debe distinguir entre el Dios con D mayúscula y los dioses. El Dios no es simplemente

otro Dios. Difiere totalmente de esos seres que crea y que también pueden ser llamados

dioses si se extiende un poco el sentido de la palabra. Fredde sostiene que los estoicos

adoptaban la religión popular, sea griega o romana, con su multitud de dioses, pero

también creen, que hay un solo Dios, un ser eterno que goza de una beatitud sin fin.

Todas las demás criaturas veneradas como dioses no son más que las criaturas de ese

Dios único.54

Por tanto, me parece que la interpretación de Fredde es la más cercana al

caso concreto de Epicteto porque nos habla indiferentemente de Dios y de los dioses.

Criado en la cultura romana que veneraba innumerables dioses, estaba acostumbrado a

53

Se entiende primero a Dios como “Principio activo”, segundo se entiende a Dios como “el cosmos”: Dios se encuentra

adentro del cosmos y en todas partes, ya no se pueden dividir materia y Dios. Se entiende luego a Dios como “la parte

rectora del cosmos”, es decir, como hegemonikon: se podría llamar el alma del mundo, el sol. Para terminar se entiende a

Dios como “elementos y fenómenos naturales identificados con los dioses tradicionales”. Como elementos naturales

Vázquez cita el rayo y el fuego. Según él, hay que tomar en el sentido alegórico tanto el fuego –ya hemos hablado de esto

en el pie de página 4 de nuestra página 3- como a los dioses tradicionales griegos y romanos ya que el estoicismo estuvo

presente en estas dos civilizaciones. 54

Cf. FREDDE La théologie stoïcienne, p. 232.

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su presencia omnipresente en todos los hogares romanos. Se dice que él mismo, en su

casa desprovista de todo, poseía sin embargo, un altar de los dioses lares familiares –

representando a los ancestros difuntos- y que colocaba su lámpara frente a ellos.

Muchas veces, Epicteto también se refiere a Zeus, dios supremo de la Grecia antigua,

como a una autoridad indiscutible:

Entre tanto, nosotros, olvidando agradecer estos favores –el no haber de prodigarles los mismos

cuidados que a nosotros mismos-55

nos quejamos a la divinidad. Sin embargo, ¡por Zeus y los

dioses!, uno de estos seres bastaría al hombre respetuoso y agradecido para percatarse de la

providencia.56

Aquí, la divinidad, Zeus, los dioses y la providencia parecen ser cada uno sinónimo del

otro. Sin embargo, nos falta definir con más precisión el significado del concepto de

providencia para los estoicos. Pero podemos concluir desde ahora que Epicteto

empleaba indiferentemente los términos dioses, Zeus, divinidad, Padre, cuando se

refería a Dios, Logos, forma, Razón divina, principio activo del universo.

Esta noción de providencia, en griego pronoia, evoca el finalismo universal,

aquello que hace que cada cosa se haga bien y de la mejor manera posible. Pero también

se entiende como destino – heimarmene-, es decir, como una necesidad ineluctable,

como el orden natural y necesario de todas las cosas.57

Ya que todo depende del Logos,

que es inmanente, todo es necesario, al igual que todo es providencial. Se puede

considerar esto como fatalismo y pensar que entonces no existirá la libertad, pero los

estoicos sostienen –y Epicteto entre otros- que la libertad del sabio consiste en

55

Epicteto se refiere a los animales 56

EPICTETO, Disertaciones, I, 16, 6-7. 57

Hay que subrayar que en el estoicismo la Física, la Teología y la Ética están íntimamente ligadas. Observa K. ALGRA:

“Physics, including theology was supposed to provide the basis for the rest of stoic philosophy, in particular ethics…” En la

misma cita Algra apunta también el uso frecuente que Crisipo hacía de las palabras “Providencia” y “Destino”: “Chysippus,

virtually prefixed [the phrases] “Zeus, Destiny, Providence, and the statement that the universe, being one and finite, is held

together by a single power.” Op. cit., p.155. Algra aclara, además, en el pie de página, que la Ética estoica está basada sobre

una concepción general que ve el mundo ordenado teleologicamente y gobernado por el Destino y la Providencia.

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identificar sus propios deseos con los del destino, también llamado el hado. La doctrina

estoica acepta el hado porque es racional al permitir vivir en sintonía con el Logos. El

hombre goza de una situación privilegiada porque participa del Logos divino: “Y si las

almas están tan atadas y unidas a la divinidad por ser partes y fragmentos suyos…”.58

Además de cuerpo, el hombre tiene un alma que representa un fragmento del alma

cósmica y, por tanto, un fragmento del Logos, de la divinidad, de Dios: “Tú eres una

chispa divina; tienes en tí mismo una parte de ella”,59

recuerda Epicteto a uno de sus

alumnos.

Terminemos con la definición de Dios que nos da Epicteto: “¿Cuál es la esencia

de la divinidad? ¿La carne? ¡De ninguna manera! ¿Un campo? ¡De ninguna manera!

¿La fama? ¡De ninguna manera! La mente, la ciencia, el pensamiento correcto”.60

Se

trata de una definición que se asemeja a la que nos proporciona otro gran filósofo

estoico romano, Séneca, que aunque se presenta en términos un poco diferentes,

también para él, Dios se muestra como inteligencia.61

Inteligencia que se manifiesta a la

vez en el hombre como en el universo y que está presente en todas las cosas o que

despliega su acción por todas partes. Podemos preguntarnos, entonces, cuál será la

relación entre Dios y el hombre, si éste es, como lo afirma Epicteto, una chispa divina.

Es un hecho que la visión de Dios que nos propone Epicteto no sólo evoca la entidad

abstracta de la física estoica. En efecto, Epicteto tiene un verdadero diálogo con Él

porque se trata de un Dios que está presente en el corazón del hombre. Al respecto,

Epicteto nos recuerda el famoso Himno de Cleantes,62

segundo maestro de la escuela

58

EPICTETO, Disertaciones, I, 14, 2-5-6. 59

EPICTETO, Disertaciones, II, 8, 11. 60

EPICTETO, Disertaciones, II, 8, 2. 61

“Dios es la inteligencia del universo”. SÉNECA, Cuestiones naturales, I, 13. 62

“A ti, el más glorioso de los inmortales, eternamente omnipotente, con múltiples nombres,

Oh Zeus, creador de la naturaleza, que gobiernas todas las cosas conforme a la ley,

Yo te saludo, pues a todos los mortales les está permitido dirigirte la palabra.

Eso es porque hemos nacido de ti, y nuestro destino es ser a imagen de Dios,

Únicos entre los seres mortales que viven y se mueven sobre la tierra.

Por eso te dirigiré un himno y cantaré siempre tu poder…”. CLEANTES, Himno, versión de Long y Sedley, traducido por

Jean-Joel Duhot, The Hellenistic philosophers, Cambridge, 1987.

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estoica antigua, que es una verdadera oración63

por tener acentos muy espirituales.64

Reconoceremos los mismos acentos religiosos en muchas Disertaciones de Epicteto

cuando evoca su propia relación con Dios y, de manera general, la que cada hombre

debería tener con Él. Por ende, el concepto de filosofía y de vida moral en Epicteto está

asimilado a Dios, por imitación de Dios, del modo de ser de Dios. Porque Dios, para

Epicteto, es “inteligencia sutil, ciencia, recta razón”.65

Nuestro parentesco con Él se

reflejará, entonces, en nuestra vida interior y en nuestros progresos personales, porque

en cada momento de nuestra vida diaria nos será posible introducir un elemento de

pureza. Esta es la meta que Epicteto enseña a sus alumnos por muy difícil que parezca:

mantener siempre viva en uno mismo la presencia divina

2. La presencia de Dios en Epicteto: nuestro parentesco con Dios

En el parágrafo anterior hemos mencionado la cita de Epicteto cuando le recuerda a un

alumno que él es una chispa divina y que tiene en él mismo una parte divina. En otra de

sus Disertaciones, Epicteto es todavía más claro al afirmar lo siguiente:

Si pudiéramos, como justo es, penetrarnos de esta idea de que todos hemos salido de Dios y

que Dios es el padre de los hombres y los dioses, creo que nadie podría pensar de sí mismo

63

Entendemos que “una oración es el hecho de dirigirse a Dios o a un ser divino para expresarle adoración, una petición o

agradecimiento”. Gran diccionario educativo, Ed. Larousse, abril 2003, México DF, p.661. 64

Al buscar en el diccionario esta palabra nos da la definición siguiente: “Del espíritu: El interés del hombre por su vida

espiritual ha originado las filosofías… Relativo al dominio de la inteligencia, el espíritu y la moral sobre lo material. La

generosidad y la compasión son valores espirituales,” p. 359. Esas dos definiciones sirven para reforzarnos en la idea que

Epicteto le dedica mucho espacio a la Ética y que en la filosofía estoica las tres disciplinas que son la Física, la Lógica y la

Ética están íntimamente mezcladas y ninguna tiene la prioridad sobre la otra. Pero la Ética que practica Epicteto está muy

ligada a Dios, mucho más que otros grandes filósofos estoicos tales como Séneca y Marco Aurelio. 65

EPICTETO, Disertaciones, II, 8, 2.

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nada vil ni despreciable. Si el César te adopta, nadie podrá sostener la mirada; ¿y no estarás

orgulloso sabiendo que eres hijo de Dios?66

Aquí cabe aclarar que nuestra filiación divina se basa en el hecho de que, a diferencia de

los animales, poseemos una parte del Logos divino. La concepción estoica del universo,

como lo hemos visto anteriormente, en la parte dedicada a la Física estoica, nos habla de

un fuego organizador del mundo, de un “pneuma” que atraviesa todas las cosas y que es

la racionalidad, el Logos del universo. Jean-Joel Duhot67

nos aclara: “El hecho de que

Dios sea fuerza física y razón del universo no suprime lo divino en las leyes o el poder

de la naturaleza, y no impide para nada considerar a Dios como un ser personal, un

Padre”. Es por esto que Epicteto se considera hijo de Dios y, cada hombre lo es, lo cual

implica que hay que tomar consciencia de ese parentesco con Dios, hay que estar más

orgullosos de esto que de tener una filiación con el Emperador, el Cesar; pues nuestra

filiación divina es lo más alto a lo que se puede aspirar. Entonces, si nuestra ascendencia

con Dios no se basa en el hecho de que es nuestro creador,68

dicen los estoicos, ¿en qué

se basará? Una vez más recordemos que la doctrina estoica, y eso desde sus fundadores

Zenón y Crisipo, afirma que el hombre posee en sí mismo una parcela del Logos divino,

de la Razón del universo. Esa parte del Logos es a la que se refiere Epicteto cuando le

dice a su alumno: “Tú eres una chispa divina; tienes en ti mismo una parte de ella”. Por

consiguiente, el parentesco divino del hombre se basa en su participación consciente69

de la racionalidad divina.70

A diferencia de los animales, dice Epicteto, además del

66

EPICTETO, Disertaciones, I, 3, 1-3. 67

DUHOT, Op. cit., p. 72. 68

Aquí la palabra “creador” no debe ser tomada en el sentido que le da la liturgia cristiana, ya que los estoicos no conocen

la Creación. Epicteto se refiere al hecho de que “todos hemos salido de Dios” como lo afirma en la cita mencionada en la

página 13, con pie de página 25. 69

Epicteto les insiste a sus alumnos una y otra vez para que tomen consciencia de esta filiación divina y que luego vivan en

consecuencia. 70

Una cita atribuida a Crisipo pero que retoma Epicteto , insiste sobre este hecho: la capacidad racional del hombre le

permite su relación con Dios: “lo principal y lo más importante y lo que contiene todo lo demás es ese conglomerado que

procede de los hombres y de la divinidad- de ella vino a parar la simiente no sólo a mi padre y no sólo a mi abuelo, sino

también a todo lo engendrado y nacido sobre la tierra, y especialmente a los seres racionales, porque sólo ellos por

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cuerpo “…tenemos la razón y el pensamiento, que tenemos en común con los

dioses…”.71

Esta filiación divina implicará, advierte Epicteto, buscar la presencia del

bien. En efecto, toda su enseñanza está dirigida hacia la ética: lo que pretende difundir

con sus clases es, además de la doctrina estoica, un modo de vida que refleje los

principios que les está enseñando a sus alumnos. Por eso, también procura ser él mismo

un modelo para ellos, pues, como hemos visto, acostumbraba vivir de manera austera

imitando a Sócrates en muchos de sus hábitos de vida. Sin embargo, más que al ideal

socrático, el ideal al cual tiende Epicteto es estar lo más cerca posible de Dios y a

dejarse guiar por Él. Por consiguiente, si la presencia divina se manifiesta en el hombre

a través de su capacidad racional y el uso de las representaciones correctas, como lo

vimos en el capítulo anterior, buscar el bien consistirá en “inclinarse hacia el parentesco

divino y bienaventurado” en vez de inclinarse hacia el parentesco “desdichado y

mortal”.72

Epicteto repite a sus alumnos una y otra vez que el hombre tiene un

parentesco con Dios, pero que este parentesco existe solamente porque es un ser

racional. La parte corporal no tiene gran importancia para el filósofo, y si bien procede

también de la divinidad, llama a dicho parentesco, “desdichado y mortal”.73

¿Por qué

este desprecio palpable de parte de Epicteto?

Epicteto se refiere al cuerpo en estos términos porque el cuerpo, según los

estoicos, es la fuente de pasiones y, por lo tanto, de errores, y es el elemento que el

hombre tiene en común con los animales. El otro elemento presente en el hombre es la

razón, el pensamiento, y es más noble porque es lo que comparte con Dios. La opinión

de Epicteto sobre el cuerpo y los animales puede parecernos muy radical, pero la

naturaleza participan de la relación con la divinidad ligados a ella por la razón”. Disertaciones, I, 9. Las cursivas son

mías porque me parecen ilustrar perfectamente este concepto tan importante: el hombre ligado a Dios gracias a la razón, a

su capacidad de concientizar este hecho. Esta cita pertenece al Libro I, IX de las Disertaciones. 71

EPICTETO, Disertaciones, II, 8, 3. 72

EPICTETO, Disertaciones, II, 8, 3. 73

En el caso de Dios, los estoicos no piensan que su cuerpo sea “desdichado y mortal” como él de los humanos. Lo ven

como un cuerpo de un orden superior; en la medida en que está constituido por dos principios eternos, este cuerpo es

también eterno.

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defiende frente a un alumno que le argumenta que también ellos son obra de Dios de la

siguiente manera:

Pues si bien los animales, en efecto, poseen totalmente el uso de la representaciones, no poseen

la conciencia que acompaña a este uso. Y se comprende. Pues ellos están destinados a servir a

otros seres, y no a ser fines ellos mismos. El asno, ¿nació para ser un fin en sí mismo? No, sino

porque nosotros necesitábamos un lomo para llevar nuestros fardos.74

Y muy pacientemente, porque Epicteto es un gran maestro y el concepto que trata de

explicar es novedoso, le sigue diciendo al alumno que él, en cambio, es un fin en sí

mismo, un fragmento de Dios: “Tú tienes en ti mismo una parte de Dios”.75

Una vez más, Epicteto hace referencia al pneuma divino que también está en

nosotros, pero esa presencia no es solamente una entidad abstracta que sirve para

explicar el universo. J. J. Duhot observa, con mucha certeza, que esa presencia divina

“es vivida al modo de una relación personal fuertemente cargada de afectividad”.76

Epicteto considera a Dios como un verdadero Padre, y es lo que le hace afirmar en otra

de sus Disertaciones que no estamos ni solos ni abandonados porque “siempre y

constantemente hay un padre que se ocupa de todos, ningún hombre es huérfano…”.77

Si es nuestro padre es porque todos los hombres somos iguales. Este tema lo hemos

abordado en el primer capítulo en donde se establece que Epicteto cree que, si todos los

hombres tienen la facultad de razonar y argumentar, por lo tanto, todos son iguales,

tienen la misma esencia, forman parte y son parte de la totalidad. Como todos reciben

este pneuma divino, todos tienen un mismo padre que es Dios, por ende, nadie resultará

huérfano a pesar de ya no tener quizá su padre o madre biológicos. El Padre de todos los

hombres, es decir, Dios o Zeus, como lo llama frecuentemente, siempre está cuidando a

74

EPICTETO, Disertaciones, II, 8, 6-7. 75

EPICTETO, Disertaciones, II, 8, 11. 76

DUHOT, Op. cit., p.72. 77

EPICTETO, Disertaciones, III, 24, 15.

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todos los hombres. También se puede entender la creencia de que ningún hombre es

huérfano a partir del hecho histórico, que hemos mencionado en el capítulo primero, en

el que Grecia, en el 146 a. C., se convirtió en una provincia romana donde el

“ciudadano” de la época clásica fue reemplazado por el “individuo” que se volvió

responsable de la dirección moral de su vida porque desapareció la “polis”, lo cual

provocó un gran desamparo en los hombres. Los filósofos fueron quienes asumieron la

tarea de guiarlos para que pudiesen vivir sin la angustia que implicaba pertenecer a una

gran sociedad. Epicteto, por lo tanto, asume su rol de director espiritual cuando enseña a

sus alumnos que no están ni solos ni abandonados en un mundo hostil, que no son

huérfanos, porque todos tienen un padre, del cual cada uno de ellos posee una pequeña

parcela y que este padre es Dios. Se trata de un parentesco que ningún hombre debería

ignorar, porque se lleva dentro de sí mismo todos los días y a todas partes.

Por otra parte, la idea de la presencia divina constante dentro de nosotros no

resulta ajena al mundo romano en el cual vivía Epicteto. Según hemos visto, el romano

tenía tres grandes preocupaciones en su vida, a saber: su religión, su familia y su patria.

La religión ocupaba el primer lugar y dominaba toda la existencia de los ciudadanos.

Epicteto no era la excepción. Menciona con frecuencia la palabra dioses como sinónimo

de Dios, de pneuma, de Logos, de inteligencia suprema que gobierna el universo.

También, como se ha dicho, llega a llamar Zeus a Dios; Zeus era el dios supremo de la

Grecia antigua. En efecto, parece ser que los romanos eran muy religiosos.78

Vivían

rodeados por múltiples dioses, pero estos no están vivos como los dioses griegos,79

no se

cuentan historias acerca de ellos. Se trata, sobre todo, de fuerzas impersonales. Antes

que nada, tenemos que recordar que los romanos eran un pueblo de campesinos y de

soldados que habían conquistado el Latium y que su civilización estuvo profundamente

influenciada por sus vecinos, los etruscos y los griegos. Por consiguiente, los dioses

78

Cf. HARMAND, L. et BOSSUAT, A., Rome et la fin de la civilisation Méditerranéenne, Hatier, Paris, 1943, p.32. 79

En efecto, los dioses griegos tenían su vida propia y como los humanos poseían sus defectos y cualidades. Aún si los

romanos heredaron a los dioses griegos, sus dioses son impersonales.

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romanos son muchas veces dioses latinos, con origen griego o etrusco. Son dioses

guerreros tales como Marte y Quirino, o campestres, estos últimos muy numerosos,

porque cada uno tenía su tarea propia, como Faunus quien protegía a los pastores y sus

rebaños o Tellus, la diosa de la tierra cultivada, menos conocida que Ceres, la diosa de

las cosechas. Cada gesto del campesino estaba acompañado por el dios correspondiente;

por ejemplo, un dios para guardar en la granja las cosechas y otro dios para sacarlas. Se

trataba, pues, de una profusión de dioses campestres. Parece ser que esa disposición que

tenía el romano para dividir cada una de sus acciones y ponerla bajo la protección de un

dios específico se reconocía también en su hogar, porque se habla de una religión

doméstica encargada de proteger la casa y todos los detalles de la vida cotidiana. En

efecto, existía el dios Jano para la puerta de entrada; Vesta, la diosa de la lumbre del

hogar; los Penates, dioses encargados de proteger las provisiones que se guardaban en la

casa, y así, muchos otros.

Entonces, tomando en cuenta esta costumbre de los romanos de rodearse de

numerosos dioses hasta en las más pequeñas acciones de la vida cotidiana, nos será más

fácil entender por qué Epicteto afirma que se lleva a Dios al gimnasio, como en la cita

siguiente, donde regaña a un alumno que parece no haberse dado cuenta de este

fenómeno: “Cuando estás en compañía, en el gimnasio, cuando charlas, ¿no sabes que

alimentas a la divinidad, que entrenas a la divinidad? Llevas a la divinidad contigo de

un lado a otro, desdichado, y no lo sabes”.80

Epicteto le recuerda también a su alumno

su parentesco divino del cual parece haberse olvidado. No se acuerda que en la creencia

estoica el hombre participa conscientemente de la racionalidad divina. En esto consiste

su filiación divina, ya que el soplo divino o pneuma, alcanza y penetra todas las cosas,

no siendo excepción el hombre. Este es el vínculo que los estoicos establecen entre

física y teología. Se puede decir que Dios está dentro y fuera del hombre: dentro del

hombre en el sentido de alguien cercano afectivamente a nosotros como si se tratara de

80

EPICTETO, Disertaciones, II, 8, 12-13.

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otro –Epicteto lo llama Padre- y fuera del hombre en el sentido de que Dios es también

fuerza de la naturaleza, Logos que organiza con su inteligencia todo el universo, pero, a

la vez, a cada uno de nosotros.

El hecho de tener a Dios adentro de uno mismo, como Epicteto lo recuerda a un

alumno, tiene consecuencias importantes: esto lleva naturalmente a buscar el bien, a

esforzarse para actuar decentemente; como en la siguiente cita donde el maestro

Epicteto regaña a un discípulo:

Lo llevas en ti mismo y no te das cuenta de que estás salpicándolo con pensamientos impuros,

con acciones sucias. Si estuvieras ante una estatua del dios [Epicteto se refiere posiblemente a

uno de los múltiples dioses romanos] no te atreverías a hacer nada de lo que haces; y estando

presente en tu interior la propia divinidad, que lo ve y lo escucha todo, ¿no te da vergüenza

pensar y hacer esas cosas, ignorante de tu propia naturaleza, maldito de la divinidad?81

Epicteto critica a los hipócritas que en un altar o frente a una estatua enseñan reverencia

cuando en su interior tienen pensamientos sucios de envidia, ira o celos, por ejemplo;

porque la estatua no es más que una imagen, mientras que Dios está realmente presente

en nosotros. De esta manera, el hecho de llevar a Dios adentro de uno mismo, tenerlo al

alcance en vez de imaginarlo estacionado en el cielo, permitirá al hombre trabajar en su

progreso personal, introduciendo un elemento de pureza en todo lo que hace.

Tenemos a Dios en nosotros, pero Él nos ha confiado también a nosotros mismos

esta gran responsabilidad que nos incumbe: “Siendo obra de ese demiurgo ¿le pones en

vergüenza? ¿Qué? ¿Ni siquiera te acordarás de que no sólo te fabricó, sino que además

te confió sólo a ti mismo y te puso sólo en tus propias manos, y encima pondrás en

vergüenza esa tutela?”82

Y Epicteto toma el ejemplo de un huérfano que nos hubiera

81

EPICTETO, Disertaciones, II, 8, 13-14. 82

EPICTETO, Disertaciones, II, 8, 25-27.

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confiado la divinidad, argumentando que seguramente no nos despreocuparíamos de él

y lo trataríamos de conservar en el mismo estado de pureza en el cual se nos entregó:

Si la divinidad te confiara un huérfano, ¿te despreocuparías de él de esa manera? Te ha

entregado a ti mismo y te dice: “No encontré a nadie más digno de confianza que tú;

guárdamelo tal y como nació: respetuoso, digno de confianza, elevado, impertérrito, impasible,

imperturbable”. ¿Y tú no lo guardarás?83

Epicteto le presenta a sus discípulos un verdadero reto: mostrarse dignos de la confianza

que Dios depositó en ellos. Tienen que seguir en el mismo estado de pureza que tenían

al nacer y esto depende únicamente de ellos, porque Dios, al confiarlos a ellos mismos,

no podía encontrar a alguien de más confianza. Esto resulta, sin duda, una enorme

responsabilidad para los hombres. Pero, afortunadamente, nuestro parentesco divino que

nos impone ser dignos de nuestro creador nos asegura, al mismo tiempo, “una total

seguridad en el mundo, el cual también es una obra divina habitada por su creador”.84

Como tal, el hombre no tiene nada que temer, porque tiene la confianza de que

Dios es un buen ordenador. En efecto, si todas las cosas, sin excepción, han sido

producidas por el principio inmanente divino que es Logos, Dios –es decir, inteligencia

y razón- entonces, todo es rigurosamente racional, todo es como debe ser y las cosas son

buenas tal cual son. El universo en conjunto resulta perfecto, el todo es perfecto en sí.

Epicteto, por su parte, no difiere y tiene la misma creencia que los antiguos estoicos. Por

lo tanto, puede reconfortar a un alumno asustado y escéptico que le objeta que el tener a

Dios por hacedor, padre y protector no lo librará de tristezas y temores. Pregunta el

discípulo: “¿Y de qué voy a comer, si no tengo nada?” A lo cual replica Epicteto

indignado por su poca confianza en el mundo hecho sabiamente por Dios:

83

EPICTETO, Disertaciones, II, 8, 27-29. 84

DUHOT, Op. cit., p. 77.

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¿Cómo lo hacen los esclavos y los fugitivos? ¿Con qué cuentan al abandonar a sus dueños?

¿Con campos, o con servidores o con vajillas de plata? Con nada, sino consigo mismos. Y sin

embargo, no les falta el alimento. ¿Hará falta que nuestro filósofo emprenda su viaje confiando

y apoyándose en otros y que no se ocupe de sí mismo y que sea inferior y más cobarde que las

bestias irracionales, que se bastan cada una a sí mismas y no les falta ni el alimento ni la

morada, ni medios de vida adecuados y conformes a su naturaleza?85

A partir de esta cita podemos destacar varios puntos importantes. Primero, tenemos que

recordar que Epicteto fue esclavo en su juventud y desterrado más tarde como otros

filósofos lo fueron en tiempos del emperador Domiciano, por tanto, habla por propia

experiencia: en aquellos momentos difíciles con lo único con lo que contó fue con él

mismo. Eso es justamente lo que trata de enseñar a sus alumnos: Dios nos ha confiado a

nosotros mismos. Además, Epicteto sigue recordando a su alumno temeroso que él es

superior a una bestia irracional, pues es un filósofo, es decir, que en primer lugar tiene

uso de razón y en segundo lugar es un estudiante de la doctrina estoica y, por tanto, no

puede olvidar que Dios hizo este mundo de una manera perfecta. Lo único necesario es

que no olvide nunca que el hecho de ser hijo de Dios le asegura una total seguridad en el

mundo, aún si no tiene nada. Por tanto, si podemos confiar en Dios y en nosotros

mismos no hay nada que temer.

Por otro lado, hay que destacar que la filosofía estoica proclama la práctica de

dicha filosofía, pues induce a los discípulos a vivir de una manera austera, como el

propio Epicteto lo hace, sin vajillas de plata, sin servidores, sin tierras, porque Epicteto

considera que vivir de tal manera es “una vida de enfermo” como se ve en la siguiente

cita:

Y luego, te aterra el hambre, según parece. Pero a ti no es que te aterre el hambre, sino que

temes no tener un cocinero, no tener otro que haga la compra, otro que te calce, otro que te

85

EPICTETO, Disertaciones, I, 9, 8-9.

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vista, otros que te den masaje… Eso te aterra, el no poder llevar una vida de enfermo; así que

aprende la de los sanos, cómo viven los esclavos, cómo los obreros, cómo los genuinos

filósofos.86

Vale la pena hacer notar que para Epicteto un esclavo, un obrero o un filósofo -nombra

a Sócrates, a Diógenes y a Cleantes- tienen los mismos méritos porque viven una vida

de personas sanas, es decir, autosuficientes, no sin el esfuerzo que implica rehusar todo

tipo de ayuda que a nosotros y, sobre todo en nuestros tiempos, nos puede parecer

indispensable, pero que nos pone en la categoría de “enfermos,” como lo afirma

Epicteto. De cualquier forma, esta cita nos sirve para reflexionar sobre la importancia

que le damos a toda una serie de detalles que aumentan nuestro confort, cuando lo

realmente importante se encuentra en otra parte, como lo recalca Epicteto en la última

parte de la misma cita donde exhorta a sus discípulos a vivir como personas “sanas”, a

confiar en ellos mismos y en las facultades que tienen, si las quieren ver: “Si quieres

tener eso [se refiere Epicteto a la vida de los sanos] lo tendrás siempre y vivirás con

confianza. ¿En qué? En lo único que cabe confiar: en la lealtad, en las cosas libres de

trabas, en lo que no se te puede arrebatar, esto es, en tu propio albedrío”. Sabemos, que

lo que Epicteto llama el propio albedrío es la facultad que le pertenece a cada uno de

nosotros y que consiste en elegir “lo que depende de nosotros y lo que no depende de

nosotros”. Lo repite un poco más adelante en la misma Disertación: “¿Confiando en

qué? No en la fama ni en el dinero ni en las magistraturas, sino en su propia fuerza, es

decir, en sus opiniones sobre lo que depende de nosotros y lo que no depende de

nosotros. Pues eso es lo único que hace a los libres, a los que no tienen trabas”.87

Así es como partiendo del tema de nuestro parentesco con Dios, Epicteto llega a

su tesis de la confianza, punto central de su filosofía y que se aproxima mucho a la

86

EPICTETO, Disertaciones, III, 26, 21-23. 87

EPICTETO, Disertaciones, III, 26, 34-35.

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palabra “fe”88

aún si en tiempos de Epicteto, nacido en el 50 d. C y muerto en el 125, no

se utilizaba todavía esta palabra. Fe en un Dios ordenador de un mundo perfecto, fe del

hombre en sí mismo porque recibió todas las facultades necesarias para sentirse seguro,

“ni solo ni abandonado”. El hombre en Epicteto además, tiene la facultad de elegir.

Puede elegir lo que no depende de él como lo son los bienes materiales, que en realidad

no son “bienes,” o, al contrario, puede elegir ser un hombre “bueno”, bueno en el

sentido que le daba Sócrates y que retoma Epicteto cuando repite la famosa frase de la

Apología: “Para el hombre bueno no existe ningún mal, ni vivo ni después de la

muerte”.89

Al hombre bueno, según Epicteto, no le da temor, no tiembla por “su ropita”

ni “sus vajillas de plata”,90

y, si se enferma, lo cuidará Dios y sus amigos; yacerá en

cama dura, “pero como hombre”,91

le recuerda Epicteto, porque está convencido de que

la divinidad no se despreocupa de las obras de los hombres ni de sus servidores. Dios no

se despreocupa de los asuntos humanos. Por lo tanto, el hombre bueno puede confiar; no

hay lugar para el temor: “¿Temerá algún hombre bueno que le falte el alimento? No les

falta a los ciegos, no les falta a los cojos. ¿Le faltará al hombre bueno?”92

En este punto,

hay que recordar que, según Epicteto, aunque nos quiten todo lo que consideramos

bienes, principalmente la salud, el poder y las riquezas, no debemos perder la confianza

en Dios ni en nosotros mismos, porque en realidad estos no son males. Se trata sólo de

nuestra imaginación que nos hace creer que no podemos vivir sin todo aquello; pero en

realidad aquellas cosas resultan ser superfluas y no indispensables. Recordemos

nuevamente la regla de oro de Epicteto: se trata de diferenciar las cosas que dependen

88

La palabra fe aparece normalmente en un contexto cristiano, pero se ha desacralizado lo suficiente hasta volverse

sinónimo de confianza. Observamos, sin embargo, que GABRIEL GERMAIN, en su libro que dedica a Epicteto, Epictéte

et la spiritualité stoïcienne, Seuil, Paris, 1964; no duda en llamarlo: Épictéte-le-Pieux, es decir, Epicteto el Piadoso.

Germain piensa que las Disertaciones son un libro de piedad, mientras que el Manual no contiene este sentimiento religioso

característico de las Disertaciones. 89

PLATÓN, Apología, 41d. 90

EPICTETO, Disertaciones, III, 26, 37. Es interesante notar que cuando Epicteto emplea diminutivos es siempre con

connotación despectiva. 91

EPICTETO, Disertaciones, III, 26, 37. 92

EPICTETO, Disertaciones, III, 26, 27. Epicteto habla por él mismo, ya que era cojo.

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de nosotros y las cosas que no dependen de nosotros. Siempre se regresa a este punto de

partida. De ahí surge la fuerza del hombre estoico y su confianza en la divinidad y en él

mismo. Sabe que lo único que le pertenece es su ser moral; lo demás, como su familia y

los bienes materiales, le han sido prestados. Epicteto lo establece con una frase corta e

impactante: “Cada vez que buscas lo que no es tuyo, pierdes lo tuyo”.93

Viene el momento de preguntarse ¿Cómo dejar de lado el cuerpo y la salud y no

preocuparse por ellos? ¿Cómo no buscar la hacienda, la fama, las magistraturas, las

honras? ¿Cómo lograr considerar que hasta los hijos, los hermanos, los amigos, hagan

parte de lo que Epicteto llama “lo ajeno”? Tantas preguntas que constantemente le

hacen sus discípulos viendo la dificultad del trabajo que se espera de ellos. Parece

imposible tanto desprendimiento. La respuesta de Epicteto está en una frase corta: unir

su voluntad a la de Dios. Esa es la única manera de vivir las enseñanzas de Epicteto y lo

explica detalladamente en la siguiente cita: “Subordiné mi impulso94

a la divinidad.

Quiere ella que yo pase fiebre: también yo quiero. Quiere que me impulse hacia algo:

también yo quiero. Quiere que desee: también yo quiero. Quiere que consiga algo:

también yo quiero. No quiere: no quiero”.95

El secreto de Epicteto consiste en unir su

voluntad a la de Dios. Y cuando su alumno pregunta en qué sentido entiende “unirse”,

Epicteto le responde: “en el sentido de querer lo que Dios quiere, y de no querer lo que

Él no quiere”.96

Pero el discípulo insiste y le pregunta otra vez a Epicteto cómo se llega

a eso. Epicteto contesta lo mismo, pero con otras palabras: “¿De qué otra manera sino

meditando sobre los impulsos97

de la divinidad y de su gobierno? ¿Qué me dio mío y

con dominio propio? Me dio lo que depende del albedrío, lo puso en mis manos sin

trabas, sin impedimentos”.98

93

EPICTETO, Disertaciones, I, 25, 5. 94

La palabra impulso significa aquí voluntad. 95

EPICTETO, Disertaciones, IV, 1, 89-90. 96

EPICTETO, Disertaciones, IV, 1, 99-100.. 97

Tenemos que traducir por “voluntad”. 98

EPICTETO, Disertaciones, IV, 1, 99-101.

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Regresamos así al punto de partida: existen las cosas que dependen de uno, es

decir, el albedrío, y, por otra parte, las cosas que no dependen de uno, es decir, todo lo

demás. Dios le ha dado al hombre la facultad de elegir entre las dos y si sigue la

voluntad de Dios, querer lo que Él quiere y no querer lo que Él no quiere, se hará el

viaje de la vida con total seguridad. Epicteto añade, para convencer a sus discípulos

temerosos, que Dios nos ha dado también todos los elementos necesarios para aguantar

las pruebas. Uno de sus alumnos se queja: “¡Pero en la vida suceden cosas

desagradables y difíciles!” Epicteto contesta:

¿No habéis recibido fuerzas con las que soportar todo lo que suceda? ¿No habéis recibido la

grandeza de ánimo? ¿No habéis recibido el valor? ¿No habéis recibido la firmeza? Entonces, si

tengo grandeza de ánimo, ¿qué me importa lo que puede suceder? ¿Qué me hará perder la

compostura, o qué me turbará, o qué me parecerá doloroso? ¿Es que no voy a utilizar mi

capacidad para lo que la recibí, sino que voy a padecer y angustiarme por lo que suceda?99

Epicteto está convencido de que la divinidad nos concedió estas capacidades con las que

podremos soportar todo lo que suceda en nuestra vida. Así lo dice un poco más adelante

en la misma Disertación: Dios nos las envío “incoercibles, libres de impedimentos,

inesclavizables,100

las hizo absolutamente dependientes de nosotros”.101

Hecha esta

aclaración, lo único que le incumbe al hombre, como lo subraya Duhot,102

es

comprender que posee en sí mismo aquello que necesita para resolver sus problemas. La

queja no sirve de nada, es preferible unir las fuerzas con Dios pensando que el universo

entero está perfectamente ordenado y que Él cuida de su creación, según lo ha dicho

Epicteto. Tampoco proceden las reclamaciones, los reproches a Dios, porque

99

EPICTETO, Disertaciones, I, 6, 28-29. 100

Parece ser que Epicteto inventa la palabra. 101

EPICTETO, Disertaciones, I, 6, 40. 102

DUHOT, Op. cit., p. 95, “Debemos actuar, no quejarnos. Por lo demás, ¿de qué podríamos quejarnos, si todo en el

mundo obedece a la necesidad divina?”

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deberíamos de ser capaces de confrontar cualquier situación que se nos presenta en la

vida. Por lo tanto, en esas circunstancias desagradables y difíciles, Epicteto encuentra

que lo único factible es: “Cantarle a Dios”.

En efecto, dice Epicteto, en vez de quejarnos a la divinidad, “si fuéramos

sensatos, ¿habríamos de hacer alguna otra cosa, tanto en público como en privado, más

que cantarle a la divinidad y bendecirla y enumerar sus favores?”103

Epicteto no

entiende cómo la mayoría de los hombres pueden estar tan ciegos. En cada ocasión se

debería elevar el himno más grande a la divinidad, como él lo hace con una sinceridad

conmovedora:

¿Qué otra cosa puedo hacer yo, un anciano cojo, más que cantar un himno a la divinidad? Si

fuera un ruiseñor, haría lo propio del ruiseñor; si cisne, lo del cisne. Pero en realidad soy un ser

racional: debo cantar el himno de la divinidad; ésta es mi tarea, la cumpliré y no abandonaré

este puesto en la medida en que me sea dado y a vosotros os exhorto a participar del mismo

canto.104

103

EPICTETO, Disertaciones, I, 16, 15-16. 104

EPICTETO, Disertaciones, I, 16, 20-21.

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IV. EL ESTOICISMO DE EPICTETO COMO MODO DE VIDA: EL

TRABAJO INDIVIDUAL

1. La misión del ser humano: volverse un filósofo estoico

Hemos visto la importancia que Epicteto le confiere a Dios en su camino cotidiano de

filósofo, depositando su confianza en Él. La confianza en Dios así como en nosotros

mismos,105

dice Epicteto, es algo que no debemos perder, aún si nos quitan todo lo que

consideramos como bienes, principalmente la salud, el poder y las riquezas, porque en

realidad no son bienes verdaderos y, por consiguiente, perderlos no representa un mal.

Los otros hombres pueden percibir esto como un mal, pero en la medida en que no

depende de nosotros estar enfermo, pobre, rico etc., y no pertenece, por tanto, a la

moral, no son males. En efecto, Epicteto piensa que es sólo nuestra imaginación la que

nos hace creer que no podríamos vivir sin tantas cosas superfluas más no

indispensables. Sabemos que Epicteto llama esta vida rodeada de bienes materiales, una

vida de “enfermos”. También, Epicteto afirma que debemos tener confianza en la

divinidad porque ésta no se despreocupa de sus propias obras y de sus servidores, no se

despreocupa de los asuntos humanos. Es más, Dios nos ha dado todas las facultades

necesarias para afrontar cualquier circunstancia, aunque sea desagradable. Sobre todo,

nos ha dado el poder de la elección: elección entre “lo que depende de nosotros y lo que

no depende de nosotros” según reza el lema favorito de Epicteto. Esta es la única certeza

que se puede tener, pero es tan valiosa, porque se convierte en la llave de la actitud

estoica durante los azares de la vida. Epicteto reconoce, en efecto, que uno no se podrá

105

Tenemos que recordar que, según Epicteto, la divinidad “te confió sólo a ti mismo y te puso sólo en tus propias

manos…”, Disertaciones, II, 8, 21-22.

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librar ni de las enfermedades, ni de la vejez y menos aún de la muerte, pero su manera

de enfrentarlas resultará diferente:

Así me mostraré ante vosotros: digno de confianza, respetuoso, noble, imperturbable. ¿Verdad

que no libre de la muerte, de la vejez, de la enfermedad? Pero al morir, divino;106

en la

enfermedad, divino. Eso tengo, de eso soy capaz; lo demás ni lo tengo ni soy capaz de ello. Os

mostraré el temple de un filósofo. ¿Qué temple? Deseo no frustrado, rechazo sin trabas,

impulso adecuado, propósito cuidadoso, asentimiento reflexivo. Eso veréis.107

Podemos tomar el “eso veréis” final de Epicteto como una promesa que le hace a sus

discípulos: primero, porque él mismo se esforzará para cumplir con las actitudes que

acaba de describir, es decir, que Epicteto será un modelo viviente para sus alumnos y,

segundo, porque también, con la enseñanza de la filosofía estoica que les procura día a

día, ellos, a su vez, podrán seguir los pasos de su maestro Epicteto y comportarse en la

vida como verdaderos estoicos.

Ahora conviene preguntarnos de qué manera, concretamente, Epicteto puede

lograr este “temple del filósofo” que menciona en la cita anterior. Él mismo concede

que “el azar a secas no basta para cumplir la misión del ser humano”.108

Debemos

entender que para Epicteto “la misión del ser humano” consiste en volverse un filósofo

estoico. ¿Qué es un filósofo para Epicteto? Ciertamente, no una persona que aprende

diferentes teorías filosóficas para poder luego exponerlas frente a un público.109

Recordamos que las clases de Epicteto solían empezar con la lectura y la explicación de

un texto de un maestro estoico antiguo, por ejemplo, como Crisipo. Pero esta

presentación era tan sólo una parte de la clase que continuaba con un diálogo que

106

Epicteto, como lo hemos visto, piensa que cada humano es “una chispa divina”, y por eso utiliza la palabra “divino” 107

EPICTETO, Disertaciones, II, 8, 27-29. 108

EPICTETO, Disertaciones, II, 9, 1-2. 109

DUHOT nos aclara muy bien que “el estoicismo de Epicteto no exige una simple adhesión intelectual o siquiera

afectiva, sino que sólo tiene sentido si nos permite transformarnos”, Op. cit.,p.128.

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Epicteto tenía con sus discípulos sobre casos concretos que iban resolviendo juntos. El

objetivo de las clases era ejercitarse en la sabiduría, es decir, vivir filosóficamente, así

que todo lo que se veía teóricamente tenía que ser vivido y practicado. Epicteto daba a

sus alumnos el ejemplo del constructor: “El constructor no dice: “Oídme hablar sobre

construcciones”, sino que, una vez que acuerda la construcción de una casa, haciéndola,

demuestra que posee el arte”.110

Entonces, proseguía Epicteto, el hombre tiene que optar

por el mismo camino: “Haz también tú algo semejante: come como hombre, bebe como

hombre, arréglate, cásate, ten hijos, ocupa cargos; abstente de insultar, soporta al

hermano insensato, soporta al padre, al hijo, al vecino, al compañero de viaje.

Muéstranos eso, para que veamos que en verdad has aprendido algo de los filósofos”.111

Podemos ver que en ningún momento Epicteto le pide algo heroico al hombre,

solamente -aunque sea difícil- se trata de vivir la vida de todos los días como un

filósofo, con el “temple” que mencionaba anteriormente. Lo que cuenta es cómo vive

uno. Porque, dice Epicteto, es muy fácil llamarse a uno mismo estoico: en efecto, “que

digan las frasecitas estoicas [hay] millares”.112

Es más, Epicteto reta a sus alumnos a que

le muestren a un estoico. No lo van a encontrar con facilidad:

¿Quién es estoico? Igual que llamamos estatua fidíaca a la modelada según el arte de Fidias, así

también mostradme uno modelado según las doctrinas de que habla. Mostradme uno enfermo y

contento, en peligro y contento, muriendo y contento, exiliado y contento, desprestigiado y

contento. Mostrádmelo. Por los dioses, deseo ver un estoico.113

Claro que nadie le puede mostrar a Epicteto alguien “modelado” así. Entonces Epicteto

disminuye sus expectativas y pide que le muestren, al menos, uno que se esté

modelando, lo pide como un favor porque ya es muy anciano y no quiere morir sin

110

EPICTETO, Disertaciones, III, 21, 4-5. 111

EPICTETO, Disertaciones, III, 21, 5-6. 112

EPICTETO, Disertaciones, II, 19, 22. 113

EPICTETO, Disertaciones, II, 19, 23-25.

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haber visto a alguien con inclinación al estoicismo: “Que alguno de vosotros muestre un

alma de hombre que quiere tener la misma opinión que la divinidad y no quiere ya hacer

reproches a la divinidad ni a los hombres, ni fallar en nada, ni ir a caer en dificultades,

ni enfurecerse, ni sentir envidia, ni rivalizar con nadie”.114

Con esta petición que

Epicteto hace a sus discípulos nos damos cuenta de la dificultad de la meta: ser un

estoico o estar en camino hacia el estoicismo requiere de muchos esfuerzos. Ante todo

se trata de volverse una mejor persona. No es el discurso filosófico lo más importante

para ser filósofo. Epicteto se ha mostrado siempre muy claro respecto a este tema: para

él, la única filosofía válida es la filosofía puesta en práctica como él mismo la enseña.

Dice en forma metafórica: “Una cosa es poner en la despensa pan y vino y otra

comer”.115

En efecto, Epicteto toma muy en serio su rol de educador y el proyecto para

sus alumnos es: “haceros libres de trabas, incoercibles, sin impedimentos, libres,

venturosos, felices, con la vista puesta en la divinidad para todo, lo pequeño como lo

grande; y vosotros estáis aquí para aprender y ejercitaros en ello”.116

Resulta, por tanto,

un programa muy ambicioso la formación del filósofo estoico como lo entiende Epicteto

tanto para él mismo como para sus discípulos. Se requiere de ejercicios específicos que

les permitirán afrontar la vida cotidiana estoicamente. Se trata de ejercicios con un cariz

ascético: de hecho, en griego, la palabra “askesis” significa ejercicio.

2. Ejercicios preconizados por Epicteto para lograr esta meta

Uno de estos ejercicios preconizado por Epicteto se llama “adiestramiento mental”. El

adiestramiento del alma, nos dice Epicteto, consiste “en un trabajo mental: uno se

coloca imaginariamente en todo tipo de situaciones y se ejercita en tener la reacción 114

EPICTETO, Disertaciones, II, 19, 26. 115

EPICTETO, Disertaciones, II, 9, 18. 116

EPICTETO, Disertaciones, II, 19, 29-30.

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apropiada”.117

Se trata de un ejercicio que hace intervenir la ascesis porque requiere que

el hombre estoico o en vía de volverse estoico, enderece sus juicios sobre los objetos,

reconociendo que uno no debe apegarse a las cosas indiferentes, como se ha visto.

Epicteto da el siguiente ejemplo: supongamos que nos encontramos con alguien que

llora por la muerte de su hijo: Como la muerte no depende de nuestra facultad de

elección, entonces no es un mal y, por tanto, llorar no es la reacción apropiada. En cada

situación, ya sea o no triste, debemos ejercitarnos en reaccionar apropiadamente.

Epicteto nos da otro ejemplo: imaginemos que nos encontramos al cónsul; pregunta

Epicteto: “¿Qué es el consulado? ¿Depende de mi facultad de elección? No. Expulsa

también esa idea,118

recházala, no tiene que ver contigo”.119

Epicteto piensa que si

hiciéramos los ejercicios de adiestramiento mental del alba hasta la noche, podríamos

integrar los verdaderos valores y, en consecuencia, reaccionar apropiadamente en cada

circunstancia.

Otro ejercicio importante cuando uno aspira a volverse un filósofo estoico,

consiste en fortalecer la atención. Epicteto dedica su penúltima disertación a este tema.

Epicteto piensa que una actitud fundamental del estoico es la de ser atento. Se trata de

una atención continua, de una vigilancia de cada instante:

Cuando relajes un momento la atención, no te pienses que la recuperarás cuando quieras, sino

ten a mano que, por el error de hoy,120

por fuerza tus asuntos irán peor en lo demás. Pues, en

primer lugar, nace la peor de todas las costumbres, la de no poner atención; luego la de diferir

la atención.121

117

EPICTETO, Disertaciones, III, 8, 1. 118

EPICTETO supone aquí que el hecho de haberse encontrado al cónsul lo va a hacer sentirse a uno importante: la idea de

importancia es la que tiene que rechazar. 119

EPICTETO, Disertaciones, III, 3, 14. 120

Es decir, la falta de atención que lleva uno a hacer errores que tendrán más consecuencias desfavorables. El “ten a

mano” que emplea Epicteto, significa: “acuérdate”. 121

EPICTETO, Disertaciones, IV, 12, 1-2.

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Es pertinente preguntarnos por qué Epicteto le pone tanto énfasis al hecho de poner

atención en la vida cotidiana y, sobre todo, en no dejarla escapar. No vacila en afirmar

que dejar escapar la atención es “la peor de todas las costumbres”. Epicteto piensa, en

efecto, que gracias a la atención el filósofo es sin cesar perfectamente consciente, no

solamente de lo que hace, pero de lo que piensa, de quien es él . Esta conciencia de sí

mismo es, de hecho, una conciencia moral: recordemos que el filósofo busca realizar en

cada instante una purificación en sus costumbres cotidianas, en su carácter. Su voluntad

es volverse una mejor persona y hacer el bien. Esto lo puede lograr si está atento; estar

atento consiste en observar, mirar, darse cuenta. Estar atento no significa hacer un

análisis hostil de uno mismo. Se trata de observarse a sí mismo de una forma tranquila,

para ver de qué manera se pueden mejorar ciertas formas de sentir dentro de uno mismo.

Uno debe estar atento, en cada momento, a sus reacciones para poder optar por la

actitud adecuada en el momento adecuado; si no, advierte Epicteto, “estás retrasando

para otro y otro momento la serenidad, la compostura, el estar y vivir conforme a

naturaleza”.122

Epicteto cree que si uno deja libre el pensamiento, es decir que relaja la

atención, “ya no está en tu mano el llamarlo a la compostura, ni al decoro, ni a la

tranquilidad, sino que haces todo lo que se te ocurre y sigues tus apetencias”.123

Aquí

regresamos a la ascesis estoica que recomienda no apegarse a las cosas indiferentes.

Esto supone un desdoblamiento a partir del cual el hombre atento rehúsa confundirse

con sus deseos, sus apetitos, es capaz de tomar distancia y comportarse con

“compostura” y ser consciente de su poder de desprendimiento. Se trata de un ejercicio

ascético muy difícil al cual Epicteto incita a sus alumnos porque se trata de un acto de

desapego que les permitirá ver que no son lo mismo que los objetos a los cuales están

atados. Se sabe que Epicteto era un verdadero asceta él mismo: soportaba el hambre y el

frío. Por ejemplo, había suprimido todo lujo y comodidad de su vida para adquirir

122

EPICTETO, Disertaciones, IV, 12, 3. 123

EPICTETO, Disertaciones, IV, 12, 6.

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“temple” y conquistar independencia sobre sus propios deseos y apetitos. La meta era

volverse un mejor hombre y, con su ejemplo, Epicteto exhorta a sus discípulos a

observar las reglas de vida inspiradas en la más alta exigencia moral: solamente así

lograrán el arte de volverse filósofos estoicos: “Vete aplicándote a un género de vida

como de enfermo para que alguna vez vivas como persona sana. Ayuna, bebe agua,

abstente alguna vez por completo del deseo, para que alguna vez desees

razonablemente. Y si deseas razonablemente, cuando poseas en ti algún bien, desearás

bien”.124

Recordemos que para Epicteto una vida feliz y una vida virtuosa, son lo mismo.

La felicidad es la consecuencia natural de hacer lo que es correcto. El énfasis está puesto

en el progreso moral más que en la búsqueda de la perfección moral. Al final de la

Disertación sobre la atención, la cual hemos mencionado anteriormente, Epicteto es

muy claro respecto al tema: “¡Pero qué! ¿Será posible ser impecable? Es imposible;

pero es posible tender continuamente hacia la impecabilidad. Es suficiente librarse de

unas pocas faltas, nunca relajando nuestra atención”. 125

Lógicamente, el discípulo

quiere saber a qué ha de prestar atención. Epicteto le contesta que hay que quedar atento

a los principios de la filosofía. Se trata de los principios estoicos básicos que Epicteto ha

estado repitiendo incansablemente, a saber, en primer lugar, que “nadie es dueño del

albedrío ajeno, y sólo en él residen el bien y el mal”.126

Por tanto, nadie es mi dueño ni

puede conseguirme el bien ni arrojarme al mal, sino que sólo yo tengo esa potestad

sobre mí mismo. Cuando tengo eso seguro, "¿en qué puedo inquietarme por lo exterior?

¿Qué tirano será temible, qué enfermedad, qué pobreza, qué obstáculo?”127

Otro principio filosófico estoico que Epicteto enfatiza es el subordinarse y

obedecer solamente a la divinidad y después de ella, a uno mismo, porque la divinidad

124

EPICTETO, Disertaciones, III, 13, 21. 125

EPICTETO, Disertaciones, IV, 12, 19. 126

“¿Dónde buscaré el bien y el mal? En lo interior, en mis cosas.” EPICTETO, Disertaciones, II, 5, 5. 127

EPICTETO, Disertaciones, IV, 12, 7-9.

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le ha dado al hombre todos los medios para poder juzgar si algo es verdadero o no, si le

concierne o no.128

De tal manera que, lo que los demás opinen de uno no tiene que

preocuparlo, aunque sean personas importantes. Epicteto toma como ejemplo a dos

artesanos: el zapatero y el carpintero, que no le hacen caso a nadie cuando se trata de su

oficio, porque sobre eso saben mejor que cualquiera. Uno tiene que seguir el mismo

camino; es decir, no preocuparse por la opinión ajena y preguntarse a sí mismo, primero

que nada, quién es y qué es lo que quiere lograr. Entonces, estamos hablando aquí de

otro tipo de ejercicio que tiene que ver con el conocimiento de uno mismo. Epicteto lo

expresa así: “En primer lugar, dite a ti mismo quién quieres ser. Y, luego, de acuerdo

con eso, haz lo que haces”.129

Para lograr el conocimiento de uno mismo, Epicteto recomienda a sus alumnos

que hagan un examen de conciencia diariamente tanto antes de dormir como antes de

empezar un nuevo día, repasando lo que han hecho para medir el camino recorrido en el

logro de un poco más de sabiduría:

Al punto de levantarse el alba, piensa: ¿Qué me falta para la impasibilidad? ¿Qué, para la

imperturbabilidad? ¿Quién soy? ¿Verdad que no soy cuerpo, hacienda, fama? Ninguna de esas

cosas, sino ¿qué? Soy un ser racional… Repasa lo que has hecho: ¿Qué norma transgredí de las

de la serenidad? ¿Qué hice de poco amistoso, o de insociable, o de ingrato? ¿Qué no llevé a

cabo de lo necesario para eso?130

Este ejercicio hecho cada día es indispensable para un mejor conocimiento de uno

mismo y da la posibilidad de rectificar errores y de no cometerlos tan repetidamente.

Epicteto insiste sobre la voluntad de corregirse sin cesar, a tal punto que, pensando en la

muerte, porque, como él lo dice con mucha simplicidad, de todos modos hay que morir,

128

EPICTETO se refiere, una vez más, a “las cosas que dependen de nosotros y las cosas que no dependen de nosotros”. 129

EPICTETO, Disertaciones, III, 23, 1. 130

EPICTETO, Disertaciones, IV, 6, 34-35.

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prefiere que la muerte lo encuentre “corrigiéndose a sí mismo”.131

No será algo

especialmente glorioso o noble pero es algo que está en nuestra capacidad, afirma

Epicteto. Añade que la soledad favorece este tipo de ejercicio: caminando uno solo y

hablando con uno mismo nos dará la oportunidad de examinarnos con detenimiento,

observar las propias relaciones con los demás y, más que nada, nuestras actitudes frente

a los diversos acontecimientos. También, podremos determinar las cosas que nos

atormentan y cómo pueden ser remediadas. Ser solitario, entonces, brinda la ventaja de

detectar en uno mismo qué merece perfeccionamiento. Pero Epicteto, por ejemplo, llega

a dar consejos muy precisos a una persona que quiere corregir su habitual tendencia a

enojarse: “Si no quieres ser iracundo, no alimentes tu costumbre, no pongas en ella nada

que la haga crecer. Mantente tranquilo el primer día y cuenta los días que no te

enfadaste. “Solía irritarme a diario; ahora, un día sí y otro no”. Luego cada tres días,

cada cuatro…”.132

Por consiguiente, vemos una vez más, que el camino a la sabiduría

requiere de gran esfuerzo. Epicteto llama la atención sobre este punto cuando dice que

nos nombramos “Filósofos” pero que en realidad todavía, ni siquiera, somos

“Hombres”, porque estamos “lejos de servirnos de lo que predicamos, de lo cual nos

envanecemos como si lo supiéramos. Así, sin ser capaces siquiera de cumplir la misión

de hombre, asumimos la de filósofo, carga tan pesada como si alguien que no fuera

capaz de levantar diez libras pretendiera cargar la piedra de Ajax”.133

En efecto, la actitud del filósofo, nos recuerda Epicteto, es muy diferente de la

actitud del profano quien atribuye todos sus males, o lo que él considera males, a todos

los miembros de su familia, diciendo, por ejemplo, que su hermano es la causa de su

desdicha, mientras que el filósofo, no acusa a nadie más que a él mismo de la causa de

su infelicidad. Añade Epicteto que desde niños estamos acostumbrados a culpar a todos

menos a nosotros mismos “De este modo, aun después de haber crecido parecemos

131

EPICTETO, Disertaciones, IV, 10, 13. 132

EPICTETO, Disertaciones, II, 18, 12-13. 133

EPICTETO, Disertaciones, II, 9, 21-22.

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niños”.134

¿El remedio? Epicteto, recomienda estudiar, dejar de ser incultos y

encaminarse a ser un filósofo, porque el filósofo se reconoce por sus actos: “Mira cómo

como, cómo bebo, cómo duermo, cómo aguanto, cómo me contengo, cómo me

abstengo, cómo colaboro, cómo uso del deseo y del rechazo, cómo mantengo las

relaciones naturales o adquiridas sin confusiones ni trabas”.135

Cada acción, por chiquita

o trivial que sea, representa un ejercicio para el que quiere llegar a ser un filósofo y

requiere de un trabajo cotidiano sobre uno mismo. Parte del trabajo, nos recuerda

Epicteto, consiste en conocerse a uno mismo, pues aún si parece obvio o ya muy dicho,

es el principio de la labor filosófica:

Si alguien que ha ido una sola vez a la escuela de un filósofo no sabe qué es él mismo, se

merece tener miedo y adular a los que adulaba antes, si aún no ha aprendido que no es carne ni

hueso ni nervios, sino lo que los usa y lo que los gobierna y lo que comprende las

representaciones.136

En esta cita regresamos al concepto que estudiamos anteriormente en la segunda parte

del capítulo tercero del presente trabajo, a saber, que la presencia divina se manifiesta en

el hombre a través de su capacidad racional y del uso de las representaciones correctas.

La parte corporal no tiene gran importancia para el filósofo, se refiere a ella como

“carne, hueso y nervios”, porque valora mucho más nuestro parentesco divino que el

parentesco “desdichado y mortal” que representa el cuerpo. Además, en esta última cita

precisa que es nuestra parte racional la que “gobierna” el cuerpo. El cuerpo es

considerado por los estoicos como fuente de pasiones y, por lo tanto, de errores.

134

EPICTETO, Disertaciones, III, 19, 6. 135

EPICTETO, Disertaciones, IV, 8, 20-21. 136

EPICTETO, Disertaciones, IV, 7, 32-33. En esta cita Epicteto dice que es suficiente ir una sola vez a una escuela de un

filósofo -se entiende que va a ser uno estoico- para aprender que es indispensable conocerse a uno mismo, para no tener

miedo de las cosas que no dependen de uno, para darse cuenta que adular a gente importante es irrelevante porque el poder

hace parte también de las cosas que no dependen de uno. Finalmente, ir a la escuela de un filósofo le enseñará a uno que el

cuerpo no es lo único importante: el uso de la razón que permite comprender las representaciones es de mucho más

importancia en el ser humano.

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Justamente ahí es donde interviene el ejercicio de conocimiento de uno mismo del cual

nos habla Epicteto al principio de esta cita. En efecto, si reconocemos cuales son

nuestros defectos, nuestros puntos débiles, nuestras “pasiones”, como las llama

Epicteto, podemos luchar para tratar de erradicarlos. Primero, aceptando la culpa por el

error cometido y, luego, sin desesperar de uno mismo, pensar que la salvación depende

de uno mismo. Si alguien viera a otro en gran dificultad ¿acaso no se precipitaría para

socorrerlo? Epicteto argumenta que tenemos que tener esta misma actitud hacia nosotros

mismos. Recuerda un poco la lucha que el deportista emprende sobre sí mismo: Cuándo

se cae ¿Quién lo levanta? Nadie más que él, una y otra vez.

Para concluir, en cuanto al ejercicio que se podría titular, “Conócete a ti mismo”,

la primera tarea, cuando uno frecuenta una escuela filosófica, es proponerse saber quién

es uno. Porque, después de todo, la obra del filósofo no consiste en conservar cosas

exteriores, las cuales deberían resultarle “indiferentes”. La obra del filósofo consiste,

como lo apunta Epicteto, en mantener a salvo la parte racional para que sea capaz de

“gobernar la carne, los huesos y los nervios”, como lo vimos en la última cita de la

página anterior.

Continuando con la serie de ejercicios que preconiza Epicteto, llegamos ahora a la

Disertación titulada “Sobre el ejercicio”, donde dedica mucho espacio al problema del

deseo y del rechazo y al ejercicio correspondiente. La meta es no verse frustrado en los

propios deseos ni caer en lo que se aborrece.137

Epicteto nos advierte desde el principio

que no se trata de hacerles la competencia a los titiriteros ni tampoco a los acróbatas,

queriendo decir que el ejercicio contemplado para este problema no tiene que ser

demasiado difícil o peligroso. Toma como ejemplo a Diógenes quien solía ejercitarse

abrazando las estatuas de nieve en pleno invierno. No se trata de sufrir. Uno

simplemente se tiene que ESFORZAR “por todo lo que hace avanzar hacia el fin

137

El deseo y el rechazo hacen parte de esas pasiones humanas que estorban en el camino del filósofo. No ser capaz de

controlar sus deseos de placer o su rechazo al trabajo, por ejemplo, indica un modo de vida muy poco estoico.

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propuesto. ¿Y en qué consiste esforzarse por el fin propuesto? En movernos sin trabas

en el deseo y el rechazo”.138

Es decir, ser capaces de tener control tanto sobre los deseos

como sobre los rechazos para que no obstaculicen el desarrollo filosófico. El ejercicio

utilizado por Epicteto para llegar a tal resultado implica deshacerse de una costumbre

para implementar la contraria. Se pone en escena Epicteto para darnos un ejemplo: “Yo

tengo inclinación al placer. Daré un bandazo hacia el lado contrario por encima de lo

comedido para ejercitarme”.139

En otras palabras, se trata de hacer sistemáticamente el

contrario de lo que deseamos. Lo mismo para alguien que tiene rechazo al trabajo. Dice

Epicteto, otra vez en primera persona: “Me machacaré y entrenaré las representaciones

en desviar el rechazo de toda esa clase de cosas”.140

No dejarse vencer por las

representaciones habituales parece ser el secreto de Epicteto. Otro punto importante es

que hay que utilizar el deseo y el rechazo solamente en lo que concierne al albedrío, es

decir, sobre lo que depende de nosotros, acordándonos siempre de todo lo que no

depende de nosotros. En otras palabras, seremos muy cuidadosos de no ejercitar deseo y

rechazo en lo exterior: como en el cuerpo, las riquezas, la reputación, el poder, porque

todo esto no depende de nosotros. Este ejercicio debe aplicarse a cosas difíciles que

dependen de la voluntad: “ejercítate en soportar que te injurien, en no afligirte cuando te

ultrajen”.141

Puede llegar así al extremo de dejarse golpear por alguien pensando que lo

que golpea es sólo el cuerpo “¿Y si me ataca alguien cuando estoy solo y me degüella?”

pregunta un alumno a Epicteto, el cual le contesta irónicamente: “Bobo, no a ti, sino a tu

cuerpecito”.142

Evidentemente, no se trata de un ejercicio fácil y Epicteto no pretende

tampoco que sus discípulos tengan resultados desde la primera vez que lo apliquen; es

más, les aconseja evitar situaciones delicadas que no podrían resistir al principio de su

aprendizaje. Pero este es el camino del filósofo, según Epicteto, y los ejercicios a los

138

EPICTETO, Disertaciones, III, 12, 3-4. 139

EPICTETO, Disertaciones, III, 12, 7. 140

EPICTETO, Disertaciones, III, 12, 7-8. 141

EPICTETO, Disertaciones, III, 12, 10. 142

EPICTETO, Disertaciones, III, 13, 17.

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cuales tendrá que aplicarse si quiere lograr su propósito. Sin embargo, en la última

Disertación que revisaremos titulada, “Que a todo hay que acercarse con

circunspección”,143

Epicteto, como si fuera médico, después de recetar a un alumno todo

un programa nutricional digno del mejor nutrió-logo y más vigente que nunca, Epicteto,

se muestra reservado sobre el tema de querer volverse un filósofo. En efecto, dice que

cada uno de nosotros hemos nacido para una cosa. Critica, en primer lugar, a la gente

superficial que “juega” a ser atleta, luego filósofo, luego orador, porque no lo hace con

toda su alma, no reflexiona lo suficiente y solamente sigue el antojo del momento. En

segundo lugar, Epicteto critica también a la gente que decidió volverse filósofo porque

ha ido a ver y a oír un filósofo famoso y que lo quiere imitar. Antes que nada, uno debe

preguntarse si ha nacido para esto: “¿Crees que haciendo lo que haces puedes filosofar?

¿Crees que puedes comer igual, beber igual, enfadarte de esa manera, contrariarte de esa

manera?”144

Me gustaría enfatizar la importancia que Epicteto le da a las acciones

cotidianas como comer y beber. Nos podemos preguntar qué tienen que ver con el hecho

de ser un filósofo. También, que uno se enfade y se contraríe durante el día parece

inevitable. Pero es justamente sobre estas acciones, al parecer tan pequeñas e inocuas,

que Epicteto se basa para decidir si uno tiene vocación o no de filósofo. Epicteto,

entonces, revela cuáles son las actitudes propias de un verdadero filósofo, no de alguien

que quiere “jugar” a ser filósofo:

Es preciso velar, esforzarse, vencer ciertos deseos, apartarse de tus familiares, ser despreciado

por un muchachito, ser objeto de burla para los que salgan al encuentro, ser menos en todo: en

gobierno, en honras, en tribunales. Una vez que hayas estudiado bien esto, si te parece, acércate

si quieres obtener a cambio impasibilidad, libertad, imperturbabilidad.145

143

EPICTETO, Disertaciones, III, 15. 144

EPICTETO, Disertaciones, III, 15, 10-11. 145

EPICTETO, Disertaciones, III, 15, 11-12..

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Ser filósofo, según Epicteto, requiere de muchos sacrificios en todos los campos, físicos

y mentales, y también sociales. ¿Quién será capaz de tal vocación? De vivir día a día

como Epicteto recomienda hacerlo, y luego decidir después de una larga introspección y

de estar bien consciente de todo lo que implica, el haber nacido para ser un filósofo

estoico. ¿Quién? El mismo Epicteto, como lo hemos visto al principio de este capítulo,

pide que se le enseñe uno antes de morir, o siquiera alguien que esté en camino para

realizar la meta estoica.

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CONCLUSIÓN

El estoicismo es una moral, una sabiduría práctica que ejerció en el curso de los siglos

una influencia que encontramos todavía hoy cuando el lenguaje común habla de “una

actitud estoica” frente a los acontecimientos dolorosos. Mencionaremos a manera de

revisión los principales temas importantes que caracterizan esta doctrina en la visión de

un prominente filósofo estoico de finales del siglo primero de nuestra era: Epicteto.

El primer concepto enfatiza la libertad absoluta del hombre quien, aún en

circunstancias extremas de dolor, por ejemplo, no se vuelve esclavo de sus emociones:

“Porque nadie asustado, triste ni inquieto es libre, sino que el que se aparta de las

tristezas, los miedos y las inquietudes, ése, por el mismo camino, se aparta también de

ser esclavo”.146

El segundo hace referencia al problema del bien y del mal que es inútil buscar en

el exterior. No pueden estar en las cosas exteriores; en efecto, argumenta Epicteto, nadie

dice que es un bien que sea de día, un mal que sea de noche y que el mal más grande es

que tres sea igual a cuatro. Por lo tanto, “¿Dónde buscaré el bien y el mal? En lo

interior, en mis cosas”.147

Hace eco al axioma fundamental del estoicismo que dice que

no hay felicidad más que en el bien moral, en la virtud148

“fuente de felicidad,

impasibilidad y serenidad”.149

En contra parte, no hay desdicha más que en el mal

moral, en la falta y el vicio y, todo lo que no cabe en estas dos categorías será

considerado como cosas indiferentes: sean la vida, la salud, el placer, la belleza, la

fuerza, la riqueza, la fama, así como sus contrarios: sean la muerte, la enfermedad, la

pena, la fealdad, la debilidad, la pobreza, la oscuridad. No son ni bienes ni males: son

146

EPICTETO, Disertaciones, II, 1, 24. 147

EPICTETO, Disertaciones, II, 5, 5. 148

Aquí hay que aclarar que cuando Epicteto habla de “bien moral” y de “virtud” se refiere a las virtudes conocidas, tales

como la prudencia, la justicia, el valor, la temperancia y otras. El “mal moral” significará entonces los contrarios: la

imprudencia, la injusticia, etc. 149

EPICTETO, Disertaciones, I, 4, 3.

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cosas indiferentes; nos referimos en el primer capítulo a este principio estoico básico

llamado “adiaphora”. En consecuencia, la felicidad del hombre depende de él mismo

porque tiene su razón y su juicio que lo guían hacia el bien moral y la felicidad o, al

contrario, hacia el mal moral y la desdicha.

Regresaremos un momento sobre el papel de la razón en el estoicismo. Hemos

visto que desde los primeros maestros antiguos como Zenón y Crisipo, la regla

fundamental es “vivir según la naturaleza”, es decir, vivir según la experiencia de los

eventos que ocurren en la naturaleza, acoplarse a ella porque está regida por el principio

activo que los estoicos, tanto antiguos como romanos, llaman Logos, principio divino,

recta razón, Dios, Zeus. Esta recta razón circula a través de todas las cosas del universo

y también a través del hombre. Por lo tanto, la naturaleza de la cual hablan Zenón,

Crisipo y más tarde Epicteto, es a la vez la naturaleza universal y la naturaleza particular

de cada hombre, las dos siendo dirigidas por la recta razón. Hemos hablado de la

“oikeiosis” que consiste en conciliarse con el propio ser racional y que sirve a los

estoicos para distinguir el bien del mal. Así, vivir según la naturaleza es vivir según la

virtud y, es el camino a la felicidad para el hombre. Por lo tanto se puede decir que el

hombre estoico es responsable de su propia felicidad… si es capaz de ignorar todas las

cosas indiferentes y no ser esclavo de sus emociones y de sus pasiones.

Aquí tocamos otro tema importante de la doctrina estoica: el rol del destino y la

aparente falta de libertad para el hombre confrontado al orden natural y necesario

establecido por el Logos. El estoico no se rebela, Epicteto se burla de sus discípulos que

se lamentan o gimen y acusan a todos menos a ellos mismos por lo que llaman su mala

suerte, en situaciones difíciles de la vida. No quiere decir tampoco que el estoicismo

dicte una actitud pasiva frente a los azares cotidianos. Adopta, al contrario, un modo

activo para confrontar la adversidad. Su libertad consiste en identificar sus propios

deseos con los del destino. Recordemos a Epicteto dirigiéndose a Dios, diciéndole que si

lo quiere enfermo, él no protestará, lo mismo si lo quiere muerto. Epicteto está

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preparado para obedecer las órdenes de la divinidad, se quiere maestro de sí mismo es

decir, capaz de controlar sus pasiones, sin sentimientos ni emociones negativas respecto

a las cosas que no dependen de él. Porque, además, lo único que depende de él es el

sentido que da a los eventos exteriores.

“Las cosas que dependen de nosotros y las cosas que no dependen de nosotros” es

el lema de Epicteto. Está resumido en el primer párrafo de su Enquiridion o Manual:

Hay ciertas cosas que dependen de nosotros mismos, como nuestros juicios, nuestras

tendencias, nuestros deseos y aversiones y, en una palabra, todas nuestras operaciones. Otras

hay también que no dependen, como el cuerpo, las riquezas, la reputación, el poder; en una

palabra, todo aquello que no es de nuestra operación.150

Esto es lo que repite Epicteto a saciedad, predicando con la palabra y con el ejemplo.

Recurre a la indignación y a la ironía. Acumula argumentos y ejemplos que tienen como

meta sacudir a sus alumnos y sacarlos de sus condicionamientos y prejuicios. Descubren

ellos un arte de vivir donde habían venido a buscar un conocimiento. Porque lo que más

preocupa a Epicteto no es tanto la doctrina sino el ser humano en las situaciones

concretas de la vida. En efecto, Epicteto no innova, cita y comenta las enseñanzas de los

fundadores del estoicismo, siendo fiel a sus principios.

Zenón, por ejemplo, se refiere a la razón como un elemento que circula a través

de todas las cosas y que es idéntica a Zeus, el jefe del gobierno del universo. Si

podemos hablar de “religión estoica” en este contexto, nos damos cuenta que dos

tendencias convergen allí: por una parte, el universalismo que hace que el hombre se

sienta ciudadano de un mundo gobernado por la divinidad, los dioses, Zeus, el Logos, la

razón universal, tantos términos que para Epicteto resultan equivalentes. Por otra parte,

la interiorización que lleva a descubrir un Dios que habla al corazón del hombre. Y es

150

EPICTETO, Manual, 1, 1.

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esta doble dimensión que hemos estudiado en el capítulo tercero del presente trabajo.

Finalmente, queda como aporía la visión estoica de Dios: principio activo, inseparable

de la materia y, como no existe materia sin forma, entonces, Dios está en todo y todo

está en Dios. Dios coincide con el cosmos, es a la vez fuego y rayo, así como Padre de

los hombres: lo gobierna todo. Nuestro parentesco divino se reflejará en la vida interior

de cada uno, en sus progresos personales, porque en todos los momentos de la vida

diaria, es posible introducir un elemento de pureza. El trabajo de Epicteto será entonces

mantener viva la presencia divina dentro de uno mismo y esa es la meta que enseñará a

sus discípulos.

Se trata de una meta difícil de alcanzar, que reposa sobre unos ejercicios diarios,

de ascesis principalmente, tanto físicos como mentales. Comprende ejercicios de auto-

análisis, de reflexión, intentos para corregir los defectos, cambiar los condicionamientos

con una vigilancia constante de las propias reacciones y actitudes. Hay que decir que

Epicteto no se hace muchas ilusiones sobre el resultado de sus enseñanzas. Se da cuenta

que sus alumnos encuentran difícil la aplicación de los principios estoicos; a veces se

desespera y los manda de regreso a su hacienda, a su familia, a sus pequeñas

preocupaciones. Es verdad que volverse un filósofo, a la manera de Epicteto, no es un

trabajo fácil y él es consciente de ello.

Podemos concluir que el estoicismo consiste en un ideal de vida, y que Epicteto

resulta admirable porque lo pudo poner en práctica. También es cierto que representó

una nueva seguridad cuando la “Polis” ya no podía cumplir con su responsabilidad de

proteger a sus ciudadanos. Pero aún en nuestros días, conflictivos por otros motivos,

pienso que la actitud estoica, sobre todo en lo que se refiere a ser los dueños del sentido

que le damos a los eventos exteriores, es una gran fuente de ayuda y de libertad. Y, en

vez de considerar el estoicismo como un “vía crucis”, una suma de ejercicios imposibles

de realizar, prefiero verlo como un camino hacia la felicidad, tal cual era el propósito

original de esta filosofía.

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