Extractivismo Nva Cronica Bol Ene10

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30 de enero al 11 de febrero de 2010 / 7 CONTRAPUNTOS listas locales no se constituyan en “trabas” a la minería o petróleo. Otros ejemplos se pueden presentar para Argen- tina, Chile, Paraguay y Uruguay, de donde emerge una clara tendencia: los gobiernos progresistas vuelven a caer en estrategias extractivistas primarias. En el pasa- do la izquierda criticó duramente esos emprendimien- tos, concibiéndolos como ejemplos de “economías de enclave” repletas de atributos negativos. Pero hoy se los promueve y alienta, aunque esto debe ser encami- nado bajo una mayor presencia estatal. El extractivismo es presentado ahora como un necesario camino para salir de la pobreza, y quienes lo critican estarían cues- tionando esa posibilidad de progreso. Bajo los gobiernos progresistas, en casi todos los casos hay un mayor papel estatal. En países como Bolivia, Ecuador y Venezuela se realizaron cambios sustanciales, tales como elevar las regalías y tributos, exigir la participación de las empresas estatales, nuevos controles sobre las inversiones, etc. Este es un hecho positivo, y alimenta una mayor captación de excedentes por parte del Estado. Pero a la vez, esa apuesta al extractivismo refuerza una inserción internacional en los mercados globales como proveedores de materias primas y tomadores de los precios internacionales, y se depende de empresas transnacionales bajo esquemas de joint ventures o acuer- dos de asociación. Más allá de los discursos anti-globa- lización, esta estrategia es funcional a esta globalización contemporánea. El resultado es claro: las expor- taciones provenientes de mineras y canteras de Argentina, Bolivia, Brasil, Chile, Paraguay y Uruguay, pasaron de unos 20 mil millones de dólares en 2004, a más de 46 mil millones en 2007 (según CEPAL). Se espera que Brasil duplicará la producción de aluminio, y triplicará la de cobre al año 2013. Los impactos sociales y ambien- tales se mantienen, y en algunos casos, se han acentuado. Se multiplican pro- cesos de “desterritorialización”, don- de las comunidades locales pierden el control de sus territorios bajo proyec- tos mineros o petroleros. Los conflic- tos y protestas sociales se multiplican, y en muchos casos son rechazadas y combatidas por estos gobiernos. Abordar estas cuestiones se hace muy complejo cuando esos impactos son generados por empresas estatales o mixtas, como PDVSA en Venezuela, o Petrobrás tanto dentro de Brasil, como en otros países (especialmente Ecuador y Bolivia). Las empresas es- tatales quedan atrapadas en la misma lógica de la eficiencia y la rentabili- dad, y por lo tanto evitan los aspectos sociales y ambientales. Pero su con- dición de “nacionales” las hace más difícil de criticar y evaluar. En el mismo sentido, como este neo-extractivismo nutre muchos pro- A medida que avanza la gestión de los llamados go- biernos “progresistas” o de la “nueva izquierda” parecen aumentar los problemas y las críticas sobre su desempeño ambiental a nivel nacional, mientras que a nivel internacional se ofrecen mensajes de compromiso ecológico. Esta situación se repite en muchos países. Los discursos internacionales del presidente Rafael Correa son muy apasionados, pero dentro de Ecuador acaba de echar por tierra la iniciativa de no explotar el petró- leo en la Amazonia. Dando marcha atrás en los com- promisos ambientales de su corriente política, volvió a criticar lo que llama como “ecologismo infantil”, para encaminarse hacia la explotación petrolera. De manera similar, el presidente Lula da Silva lan- zaba en la cumbre de Cambio Climático de Copenha- gue un fuerte discurso ambiental, mientras que dentro de Brasil promueve la “flexibilización” en los requisitos ambientales, financia emprendimientos de alto impac- to (incluidos centrales térmicas a carbón) y persiste con sus planes de represas en la Amazonía. También en Copenhague, Hugo Chávez ofreció un discurso verde, mientras que tierras adentro, las organizaciones socia- les especialmente denuncian que el estado de Zulia es una zona de “sacrificio ambiental”. Bolivia no escapa a esa tendencia. Las invocacio- nes ambientalistas internacionales del gobierno de Evo Morales también contrastan con nuevas prospecciones petroleras o proyectos mineros, mientras que se alude a cambios normativos para que las demandas ambienta- El nuevo extractivismo progresista Eduardo Gudynas* Acerca de cómo el neo-extractivismo progresista, pese a los discursos ambientalistas de los presidentes en Sudamérica, se está convirtiendo en motor fundamental del crecimiento económico y una contribución clave para combatir la pobreza. gramas sociales, obtienen con ello una fuerte legitimación política que hace todavía más difícil una evaluación des- apasionada. En efecto, se alude una y otra vez que esta mayor captación estatal de excedentes es lo que permite financiar programas como Bolsa Familia en Brasil, Juan- cito Pinto en Bolivia o el Programa Familiar de Argenti- na. Esto genera una fuerte cobertura social y política. Se llega así a una situación paradojal: si bien esos gobiernos podría decirse que se alejan de la izquierda clásica por su apoyo al extractivismo convencional, re- gresan a ella y logran justificarse como progresistas por esos programas sociales. Este vínculo se ejemplifica con las declaraciones de Evo Morales pocos meses atrás, rechazando las protestas de campesinos, indígenas y ambientalistas contra nuevas explotaciones petroleras. El presidente alertaba que si no se le dejaba explotar el petróleo de la Amazonia, no podría financiar sus pro- gramas sociales. El efecto de este proceso es muy intenso en algu- nos países. En el caso de Brasil, los investigadores de la Comisión de la Pastoral de la Tierra muestran que si bien el gobierno de Lula ha abandonado las metas de reforma agraria, las ayudas sociales y financieras guber- namentales apaciguan las demandas de los movimien- tos del campo. Los debates sobre los efectos sociales, ambientales y territoriales se vuelven más opacos. En algunos casos se los minimiza, en otros se los niegan y no faltan ejemplos donde se dice que éstos deben ser aceptados como “sacri- ficios” para un bien mayor a escala nacional. Las protes- tas son interpretadas como peleas por intereses económi- cos, confrontaciones sobre el ordenamiento territorial, o expresiones de ocultas agendas político partidarias. Estas tendencias indican que estamos presenciando un cambio sustancial, donde el neo-extractivismo pro- gresista pasa a ser aceptado como uno de los motores fundamentales del crecimiento económico y una contri- bución clave para combatir la pobreza a escala nacional. Se acepta que parte de ese crecimiento generará benefi- cios que se derramarán al resto de la sociedad (“goteo” o “chorreo”), pero a la vez se postula un papel de ma- yor protagonismo desde el Estado, tanto en captar más excedentes, como en orientar ese goteo. Los gobiernos progresistas deben dirigir ese proceso, e incluso deben incentivarlo para no “desperdiciar” las “riquezas natura- les”, tal como dice el presidente Rafael Correa. De esta manera, el neo-extractivismo de los actuales gobiernos progresistas es un nuevo ingrediente de una versión contemporánea del desarrollismo. Ciertamen- te no es un neoliberal encubierto, ya que se han dado cambios sustanciales, y algunos son muy importantes, como los programas de asistencia social. Pero tampoco puede decirse que son una forma de desarrollo alternati- va, donde se generan transformaciones hacia una mayor equidad o calidad de vida. Encierran la potencialidad de controlar los sectores productivos bajo fines nacionales, pero también acecha el peligro de un autoritarismo desa- rrollista. Estas son las cuestiones que están comenzando a ser discutidas en varios países sudamericanos, donde los temas ambientales se convierten en el nuevo desafío y la nueva frontera para la izquierda. * Investigador en CLAES (Centro Latino Americano de Ecología Social)

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Producción extrativista de la naturaleza

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  • 30 de enero al 11 de febrero de 2010 / 7contrapuntos

    listas locales no se constituyan en trabas a la minera o petrleo.

    Otros ejemplos se pueden presentar para Argen-tina, Chile, Paraguay y Uruguay, de donde emerge una clara tendencia: los gobiernos progresistas vuelven a caer en estrategias extractivistas primarias. En el pasa-do la izquierda critic duramente esos emprendimien-tos, concibindolos como ejemplos de economas de enclave repletas de atributos negativos. Pero hoy se los promueve y alienta, aunque esto debe ser encami-nado bajo una mayor presencia estatal. El extractivismo es presentado ahora como un necesario camino para salir de la pobreza, y quienes lo critican estaran cues-tionando esa posibilidad de progreso.

    Bajo los gobiernos progresistas, en casi todos los casos hay un mayor papel estatal. En pases como Bolivia, Ecuador y Venezuela se realizaron cambios sustanciales, tales como elevar las regalas y tributos, exigir la participacin de las empresas estatales, nuevos controles sobre las inversiones, etc. Este es un hecho positivo, y alimenta una mayor captacin de excedentes por parte del Estado.

    Pero a la vez, esa apuesta al extractivismo refuerza una insercin internacional en los mercados globales como proveedores de materias primas y tomadores de los precios internacionales, y se depende de empresas transnacionales bajo esquemas de joint ventures o acuer-dos de asociacin. Ms all de los discursos anti-globa-lizacin, esta estrategia es funcional a esta globalizacin contempornea.

    El resultado es claro: las expor-taciones provenientes de mineras y canteras de Argentina, Bolivia, Brasil, Chile, Paraguay y Uruguay, pasaron de unos 20 mil millones de dlares en 2004, a ms de 46 mil millones en 2007 (segn cepal). Se espera que Brasil duplicar la produccin de aluminio, y triplicar la de cobre al ao 2013.

    Los impactos sociales y ambien-tales se mantienen, y en algunos casos, se han acentuado. Se multiplican pro-cesos de desterritorializacin, don-de las comunidades locales pierden el control de sus territorios bajo proyec-tos mineros o petroleros. Los conflic-tos y protestas sociales se multiplican, y en muchos casos son rechazadas y combatidas por estos gobiernos.

    Abordar estas cuestiones se hace muy complejo cuando esos impactos son generados por empresas estatales o mixtas, como pdvsa en Venezuela, o Petrobrs tanto dentro de Brasil, como en otros pases (especialmente Ecuador y Bolivia). Las empresas es-tatales quedan atrapadas en la misma lgica de la eficiencia y la rentabili-dad, y por lo tanto evitan los aspectos sociales y ambientales. Pero su con-dicin de nacionales las hace ms difcil de criticar y evaluar.

    En el mismo sentido, como este neo-extractivismo nutre muchos pro-

    A medida que avanza la gestin de los llamados go-biernos progresistas o de la nueva izquierda parecen aumentar los problemas y las crticas sobre su desempeo ambiental a nivel nacional,

    mientras que a nivel internacional se ofrecen mensajes de compromiso ecolgico.

    Esta situacin se repite en muchos pases. Los discursos internacionales del presidente Rafael Correa son muy apasionados, pero dentro de Ecuador acaba de echar por tierra la iniciativa de no explotar el petr-leo en la Amazonia. Dando marcha atrs en los com-promisos ambientales de su corriente poltica, volvi a criticar lo que llama como ecologismo infantil, para encaminarse hacia la explotacin petrolera.

    De manera similar, el presidente Lula da Silva lan-zaba en la cumbre de Cambio Climtico de Copenha-gue un fuerte discurso ambiental, mientras que dentro de Brasil promueve la flexibilizacin en los requisitos ambientales, financia emprendimientos de alto impac-to (incluidos centrales trmicas a carbn) y persiste con sus planes de represas en la Amazona. Tambin en Copenhague, Hugo Chvez ofreci un discurso verde, mientras que tierras adentro, las organizaciones socia-les especialmente denuncian que el estado de Zulia es una zona de sacrificio ambiental.

    Bolivia no escapa a esa tendencia. Las invocacio-nes ambientalistas internacionales del gobierno de Evo Morales tambin contrastan con nuevas prospecciones petroleras o proyectos mineros, mientras que se alude a cambios normativos para que las demandas ambienta-

    El nuevo extractivismo progresistaEduardo Gudynas*

    Acerca de cmo el neo-extractivismo progresista, pese a los discursos ambientalistas de los presidentes en Sudamrica, se est convirtiendo en motor fundamental del crecimiento econmico y una contribucin clave para combatir la pobreza.

    gramas sociales, obtienen con ello una fuerte legitimacin poltica que hace todava ms difcil una evaluacin des-apasionada. En efecto, se alude una y otra vez que esta mayor captacin estatal de excedentes es lo que permite financiar programas como Bolsa Familia en Brasil, Juan-cito Pinto en Bolivia o el Programa Familiar de Argenti-na. Esto genera una fuerte cobertura social y poltica.

    Se llega as a una situacin paradojal: si bien esos gobiernos podra decirse que se alejan de la izquierda clsica por su apoyo al extractivismo convencional, re-gresan a ella y logran justificarse como progresistas por esos programas sociales. Este vnculo se ejemplifica con las declaraciones de Evo Morales pocos meses atrs, rechazando las protestas de campesinos, indgenas y ambientalistas contra nuevas explotaciones petroleras. El presidente alertaba que si no se le dejaba explotar el petrleo de la Amazonia, no podra financiar sus pro-gramas sociales.

    El efecto de este proceso es muy intenso en algu-nos pases. En el caso de Brasil, los investigadores de la Comisin de la Pastoral de la Tierra muestran que si bien el gobierno de Lula ha abandonado las metas de reforma agraria, las ayudas sociales y financieras guber-namentales apaciguan las demandas de los movimien-tos del campo.

    Los debates sobre los efectos sociales, ambientales y territoriales se vuelven ms opacos. En algunos casos se los minimiza, en otros se los niegan y no faltan ejemplos donde se dice que stos deben ser aceptados como sacri-ficios para un bien mayor a escala nacional. Las protes-tas son interpretadas como peleas por intereses econmi-cos, confrontaciones sobre el ordenamiento territorial, o expresiones de ocultas agendas poltico partidarias.

    Estas tendencias indican que estamos presenciando un cambio sustancial, donde el neo-extractivismo pro-gresista pasa a ser aceptado como uno de los motores fundamentales del crecimiento econmico y una contri-bucin clave para combatir la pobreza a escala nacional. Se acepta que parte de ese crecimiento generar benefi-cios que se derramarn al resto de la sociedad (goteo o chorreo), pero a la vez se postula un papel de ma-yor protagonismo desde el Estado, tanto en captar ms excedentes, como en orientar ese goteo. Los gobiernos progresistas deben dirigir ese proceso, e incluso deben incentivarlo para no desperdiciar las riquezas natura-les, tal como dice el presidente Rafael Correa.

    De esta manera, el neo-extractivismo de los actuales gobiernos progresistas es un nuevo ingrediente de una versin contempornea del desarrollismo. Ciertamen-te no es un neoliberal encubierto, ya que se han dado cambios sustanciales, y algunos son muy importantes, como los programas de asistencia social. Pero tampoco puede decirse que son una forma de desarrollo alternati-va, donde se generan transformaciones hacia una mayor equidad o calidad de vida. Encierran la potencialidad de controlar los sectores productivos bajo fines nacionales, pero tambin acecha el peligro de un autoritarismo desa-rrollista. Estas son las cuestiones que estn comenzando a ser discutidas en varios pases sudamericanos, donde los temas ambientales se convierten en el nuevo desafo y la nueva frontera para la izquierda.

    * Investigador en claes

    (Centro Latino Americano de Ecologa Social)