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84 Desde el siglo pasado, el acto del exilio, del extrañamiento doloroso de la tie- rra y las raíces propias, se ha convertido en uno de los fenómenos identitarios más significativos del presente. De afectar a minorías bien significadas, pasó a convertirse en un fenómeno masivo impulsado por la violencia política de en- treguerras. El tiempo actual no puede ser ya entendido sin la realidad doliente de esta herencia, reactualizada en las imágenes de refugiados, desplazados o “parias” en lucha por el logro de la supervivencia. El exilio, como forma de existencia global, ha quedado establecido como patrón de resistencia y catás- trofe, y se ha constituido, además, como un espacio privilegiado de la memo- ria disidente, porque en su condición no cesa la apelación a lo vivido. Se ha repetido que el exilio español provocado por la guerra de 1936 tuvo la singularidad de estar en los inicios de esa secuencia universal del mundo contemporáneo, pero también, y en lo que atañe a España, de privar al país de “los mejores”, reivindicados hoy por la tradición democrática y la participación ciudadana. Cientos de miles de españoles cruzaron la frontera entonces, y entre ellos, la mayoría de quienes formaron parte del movimiento intelectual y artísti - co que acompañó el proyecto de modernización republicano. La consecuencia primera es que de la generación del 27 no sólo ha pervivido la aportación específica de su patrimonio creativo, sino igualmente, la de sus trayectorias políticas, personales y de grupo, valoradas ahora como referente del devenir generacional que configura el ciclo histórico de nuestro tiempo vivido. EXILIO Y RESIGNIFICACIÓN DEMOCRÁTICA DE RAFAEL ALBERTI Magdalena González D Alberti. La vuelta del exilio · Agencia EFE, 1977

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Desde el siglo pasado, el acto del exilio, del extrañamiento doloroso de la tie-rra y las raíces propias, se ha convertido en uno de los fenómenos identitarios más significativos del presente. De afectar a minorías bien significadas, pasó a convertirse en un fenómeno masivo impulsado por la violencia política de en-treguerras. El tiempo actual no puede ser ya entendido sin la realidad doliente de esta herencia, reactualizada en las imágenes de refugiados, desplazados o “parias” en lucha por el logro de la supervivencia. El exilio, como forma de existencia global, ha quedado establecido como patrón de resistencia y catás-trofe, y se ha constituido, además, como un espacio privilegiado de la memo-ria disidente, porque en su condición no cesa la apelación a lo vivido.

Se ha repetido que el exilio español provocado por la guerra de 1936 tuvo la singularidad de estar en los inicios de esa secuencia universal del mundo contemporáneo, pero también, y en lo que atañe a España, de privar al país de “los mejores”, reivindicados hoy por la tradición democrática y la participación ciudadana. Cientos de miles de españoles cruzaron la frontera entonces, y entre ellos, la mayoría de quienes formaron parte del movimiento intelectual y artísti-co que acompañó el proyecto de modernización republicano. La consecuencia primera es que de la generación del 27 no sólo ha pervivido la aportación específica de su patrimonio creativo, sino igualmente, la de sus trayectorias políticas, personales y de grupo, valoradas ahora como referente del devenir generacional que configura el ciclo histórico de nuestro tiempo vivido.

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La comunidad imaginada del destierro se proyectó en formulaciones políti-cas y culturales de nostalgia, pero fue muy común la esperanza de poder apor-tar, en el futuro, la herencia fructífera e ineludible de la que sus integrantes se sentían portadores. Recorrer el nacimiento y la evolución de las memorias del exilio español, ver la forma en que éstas fueron afrontadas durante la transición democrática, e identificar la universalidad actual de su discurso en el entorno de la consideración de las víctimas y del respeto a los derechos humanos, ofre-ce la oportunidad de atender al proceso social y político de la resignificación y de la identidad que nos es propio. En este sentido, entendemos la figura de Rafael Alberti (1902-1999) como paradigmática.

La guerra de 1936 es el referente del ciclo histórico de la memoria com-partida y transmitida en nuestro país. Cada sucesivo presente se apropia del pasado dándole un significado que informa sobre los marcos políticos, sociales o culturales, en los que se crea y proyecta esa comprensión de los hechos trau-máticos, inaugurales, que marcan a los grupos humanos. La construcción social de esa memoria, su lenguaje y resignificación, están unidos a la capacidad de movilización y participación ciudadana. Dotar de significado es activar una ca-tegoría crítica que, aplicada al ser histórico que fue Rafael Alberti, se convierte en una posibilidad creativa de reflexión sobre la actualidad democrática. A ello dedicamos las siguientes líneas.

1AÑOS TREINTA. PUNTO DE PARTIDAEl hecho político de los años treinta estuvo marcado en Europa por la crisis económica, y por una debilidad generalizada de los sistemas democráticos. Las tensiones del periodo de entreguerras determinaron el auge de nuevas ideolo-gías, pero también las formas de rebeldía y participación de actores excluidos hasta entonces. “El pueblo” se esbozó como protagonista y “la juventud”, mar-cada por su voluntad de acción y cambio, pudo ser, por primera vez, combativa

desde posiciones de vanguardia. El intelectual de la época asumió con frecuen-cia proyectarse sobre un corpus identitario de amplísimas consecuencias, por-que la tradición inaugurada por Zola y su J´accuse se había complejizado ante el fenómeno de la sociedad de las masas. Así, la alianza entre el partido comunista antifascista y la defensa de los valores de la libertad, al menos en el plano teó-rico de oposición al afán destructivo del nazismo, encontró en artistas y pensa-dores militantes una clave identitaria aún reconocible. A pesar de que entonces la penetración de la Internacional Comunista entre la intelectualidad española era muy escasa, se imponía participar, empujar a favor del cambio, en este caso, a través de la obra transmutada en arma de acción política contra el fascismo, identificado en nuestro país no sólo con el partido minoritario que entonces era Falange, sino con católicos y monárquicos en proceso de fascistización.

No hay duda de que, en lo que atañe a España, el año 1931 abría un ciclo histórico al que nadie podría dar la espalda. En síntesis albertiana: “Con el 14 de abril se aceleraba en mí y en los demás poetas de mi generación un oscuro proceso de conciencia”1. El reformismo liberal burgués que hubiera debido ser el marco de referencia de los escritores del 27, no pudo eludir tampoco las ten-siones profundas generadas por las dinámicas sociales y políticas del momento. Y es en este contexto en el que el poeta que eligió ser entonces Rafael Alberti transitó desde las calles de El Puerto de Santa María, el mar, la infancia y la tra-dición lírica, a través de su pertenencia a la generación del 27, del surrealismo de vanguardia asimilado junto con Maruja Mallo2, y del encuentro definitivo con María Teresa León, a la creación del poeta en la calle, es decir, a la pionera portavocía de los que ponían su esperanza en un hombre nuevo y en la con-quista de una sociedad más justa y avanzada, precisamente los mitificados por el internacionalismo de la revolución comunista.

Con anterioridad a esta etapa, Rafael Alberti ya se había ido distanciando de los patrones de referencia de clase que tópicamente le correspondían: empezó siendo “externo”, “proletariado escolar”3, en un colegio de jesuitas en el que los

1 Alberti, R. (1942), El poeta en la España de 1931, Buenos Aires, Publicaciones del Patronato Hispano-Argenti-no de Cultura, pág. 34.

2 García Prades, L. (2018), “La huella de Maruja Mallo en la obra poética de Rafael Alberti”, https://repositori.upf.edu/handle/10230/36073

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“internos”, de mejores familias, se cotizaban; abandonó los estudios de bachiller sin encontrar acomodo en el entorno de una familia venida a menos; eligió la pintura como vocación, pero terminó dedicándose a la poesía, apoyado en el reconocimiento inmediato de sus primeras obras, y huyó de la sentimentalidad del localismo andaluz aun definiéndose desde muy pronto en la nostalgia de la infancia. Ni siquiera la Residencia de Estudiantes fue exactamente su sitio, a pesar de que encontrara en sus espacios la participación y la identificación generacional que le permitieron consumar otras perspectivas inicialmente no previstas. Así, en uno de los momentos claves de su vida, y sólo a través de la deriva surrealista y de la crisis personal, pudo asumir la acción transformadora y el compromiso, la determinación de desclasamiento que le enfrentaba al re-formismo krausista y a lo confortable de la moralidad burguesa y que además le ofrecía una posibilidad única de salvación. En consecuencia, la ruptura con los valores tradicionales del mundo del que procedía y la vibración de su juventud no hicieron sino proyectarle como hombre revolucionario y de acción que ade-más, en su caso, se sustentaba en la búsqueda incesante de una fórmula poética innovadora y creativa, puesta de manifiesto, en lo que aquí nos interesa, en la asunción del riesgo renovador y en la asimilación muy temprana de las premisas del teatro político defendido por Piscator4. Arte y vida fundidos y puestos al servicio de la revolución social, como venía avanzando el ingreso de los grandes surrealistas franceses en el partido comunista desde 1927. Desacralizar el arte, fundirse en la acción colectiva, transformar el curso de la historia, liberarse del pasado, recuperando paradójicamente la voz más pura de la tradición.

En el terreno político, no estamos ante un marxista teórico, sino ante el fenómeno de un empuje vital y creativo de transgresión marcado por una

3 Alberti, R. (1997), La arboleda perdida, 1. Primero y segundo libros (1902-1931), Madrid, Alianza Editorial, pág. 45.

4 Fermín Galán, estrenada en 1931, inicia el ciclo del teatro político de Alberti. La obra que contaba con la parti-cipación de Margarita Xirgu, causó un enorme escándalo, entre otras cosas porque en el acto segundo aparecía una virgen republicana con fusil y bayoneta diciendo: “Yo defiendo a la República/ y a los revolucionarios/ ¡Abajo la monarquía! / Salid conmigo a los campos /¡Dadme un fúsil o un revólver,/ una espada o un caballo!/ Quiero ser la coronela/ de todos los sublevados”. Esta misma polémica se repitió en 1977 cuando en visita a Sevilla el poeta saludó a la Macarena como “camarada”.

5 La denominación es de Octavio Paz, quien en el mismo texto hace un breve apunte sobre la pareja: “Rafael y María Teresa llegaron a México a fines de 1934 o a principios de 1935. Era una pareja atrayente, vistosa. Los

situación histórica determinada, en que ese cauce de conocimiento del mun-do, que es la poesía, se manifiesta en relación con esas coordenadas, las de la generación que protagoniza la Europa del momento. Asimismo, de forma un tanto contradictoria, habrá de tenerse en cuenta que la confluencia, más que de Alberti, de los Alberti5, el joven matrimonio afiliado desde 1932 al PCE, con la política desarrollada por la Komintern, determinará también que la evolución de su militancia, e incluso la de sus vidas, esté marcada por las oportunidades que les fue ofreciendo la sinuosa línea oficial mantenida en el exterior por la Unión Soviética. A partir de esta confluencia, vida literaria, política, personal y pública se entremezclan en la construcción del original activista, entusiasta y acrítico que fue Rafael Alberti, quien, a la vuelta de su primer viaje a la Unión Soviética en 19336, ya era el escritor “camarada” traducido al ruso. Un hombre nuevo, culto e inteligente, que tenía plenamente asumida la obligación histórica de la identidad universal del desposeído y de la resistencia sobre el principio de la lucha de clases, lo que a pesar de la intuición que de lo popular y su relevancia que tuvieron los del 27, lo singulariza de manera atípica dentro del panorama literario español del momento, escaso de referentes similares. No fueron pocos los compañeros literatos que se posicionaron en contra del poeta, o los que lamentaron el vuelco que “contaminaba” una voz que antes habían admirado y con la que habían sentido identificados, por ejemplo, a través de Cal y canto, de 1929, el retrato más tópicamente generacional del grupo7.

El Alberti conmocionado por la lucha de los obreros alemanes contra el nazismo, por el modelo social y político de la Unión Soviética, con el que había tenido contacto, y por la movilización europea contra las dictaduras cada vez más significativa, o el fascinado por la intelectualidad comunista más avanzada,

dos eran jóvenes y bien parecidos: ella, rubia un poco opulenta, vestida de rojo llameante y azul subido; él, con aire deportivo, chaqueta de tweed, camisa celeste y corbata amarillo canario. Insolencia, desparpajo, alegría, magnetismo y el fulgor sulfúreo del radicalismo político. Los rodeamos con entusiasmo”, en “Rafael Alberti, visto y entrevisto”, El País, 27.5.1984. En el Madrid republicano también se les conoció como “los rusos”.

6 No son pocos los escritores españoles que viajaron a la Unión Soviética en la época. Rafael Alberti y Mª Teresa León lo hicieron en 1932, 1934 y 1937. Sobre el primer viaje, las impresiones del poeta en la revista Luz, publi-cadas en el verano de 1933. Sobre el segundo, muy recomendable y de reciente edición, León, Mª T. (2019), El viaje a Rusia de 1934, Sevilla, Renacimiento.

7 Una síntesis en el poema “Carta abierta”, así lo afirma García Montero, L. (1988), “La poesía de Rafael Alberti”, en Alberti, R. (1988), Poesía 1920-1938, Madrid, Aguilar, pág. 62. El libro se publicó en Revista de Occidente.

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8 García, M. A. (2017), “La lírica comunista que pudiera venir de Rusia: Rafael Alberti (1930-1939)”, en Gómez L-Quiñones, A. y Winter, U. (eds.), Cruzar la línea roja. Hacia una arqueología del imaginario comunista ibérico, Madrid, Iberoamericana, pág. 66.

con la que se estaba relacionando, ya no tenía retroceso. Desde su participación en los congresos del Amsterdam-Pleyel en 1932 no cesaría en el empeño del internacionalismo redentor. La euforia de pertenencia a las redes de los escri-tores más concienciados creaba una comunidad de acción política en contra del ascenso del fascismo, independientemente de los conflictos internos que hubiera que afrontar. Era la “belle epoque”, a la que no podía resistirse este activista de entreguerras, subyugado por la confirmación de las imágenes del Acorazado Potemkin filmadas por Eisenstein, a quien el poeta había acompañado por las escaleras de Odessa en 1934.

En lo literario, contenidos políticos y didáctica de partido. El lanzamiento de la prerrevolucionaria Octubre, coincidió con la publicación de Consignas, el libro que iniciaba el ciclo de su mejor poesía comunista, la insurgente de los años treinta, recogida posteriormente en las colecciones El poeta en la calle y De un momento a otro. Poesía e historia, y sobre los que se asienta, en parte, el imaginario comunista de la España contemporánea8. Por lo tanto, fue durante la Segunda República cuando Alberti, convertido en una de las figuras más conocidas del momento, confirmó la utilidad y necesidad de la poesía como medio de agita-ción y de combate hasta el punto de que sus poemas de entonces alimentaban también la imagen popular que el estalinismo estaba difundiendo sobre el pue-blo español entre la población soviética. En estos años fueron constantes sus viajes por Europa y América, asistiendo a múltiples convocatorias o liderando campañas de concienciación como la que, financiada por la URSS, buscaba apoyos para la causa de los revolucionarios de Asturias en el continente ame-ricano, lo que a su vez le permitió iniciarse en el antiimperialismo yankee y en la tradición incipiente de denuncia de las dictaduras iberoamericanas. Le que-daba por dar el paso decisivo: de la lucha a favor de la rebelión antiburguesa en calidad de publicista soviético, representante del Socorro Rojo y dirigente de escritores revolucionarios y de la táctica de clase contra clase defendida por

9 Como, por ejemplo, “Madrid, capital de la gloria”, “Se equivocó la paloma” o “A galopar, a galopar hasta enterrarlos en el mar”.

10 “Elegía a un poeta que no tuvo su muerte”, un doliente símbolo de la tragedia española para Rafael Alberti que aparecerá recurrentemente en su poesía del exilio, ver Jiménez Millán, A. (2003), “Un poeta en la calle: Rafael Alberti (1931-1939)”, en Entre el clavel y la espada. Rafael Alberti en su siglo, pág. 307.

Aragon, Éluard o Peret, a la defensa de la confluencia frentepopulista articula-da por el VII congreso de la Internacional Comunista a partir de 1935 y con la que Alberti y el antifascismo recuperarían a una buena parte de la Generación del 27 antaño superada.

El golpe de Estado de julio de 1936, lanzado contra el sistema republicano, avanzaba sobre la tragedia. La inédita guerra total, que convertía a la población de la retaguardia en objetivo privilegiado de la violencia, urgió a la poesía alber-tiana para afilarse en la conciencia del hecho histórico, en la convocatoria de la participación y del cambio y en la reflexión. De este trabajo intelectual surgi-rán algunos de los grandes hitos mnemónicos populares y emotivos sobre los que se ha mantenido la sentimentalidad de la memoria democrática de nuestro país9. Ocurre en el caso de determinados lemas o consignas, pero también con el trauma no superado del asesinato de Lorca10 o con la iniciativa del Romancero de la guerra civil.

La participación de Alberti en la campaña electoral que dio la victoria al Frente Popular en las elecciones del 12 de febrero de 1936, oficializó ese acti-vismo permanente en relación con el papel decisivo jugado por el PCE durante la guerra en el territorio bajo control del gobierno legal. Desde 1937, la presen-cia al frente del ministerio de instrucción pública de un comunista tan relevante como Jesús Hernández abrió a la pareja posibilidades para realizarse como sujetos revolucionarios en niveles complementarios. Por un lado, ejerciendo su especialización, la práctica del lenguaje y de la acción intelectual simplificados para lograr el apoyo y la movilización de una militancia masiva recién incor-porada, que el partido no era capaz de controlar. Y por otro, de lo derivado del contacto con las élites dirigentes, puesto que Rafael y María Teresa tenían línea directa con el propio gobierno Negrín, con los mandos del Quinto Regi-miento o con el general Miaja, o del desempeño de responsabilidades como su participación en la evacuación del museo del Prado. Es decir, la guerra empujó

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la relevancia de Alberti, quien sin duda supo adaptarse a las condiciones cam-biantes de la generalización de la violencia.

En este mismo sentido, es muy destacable que, en su tercer viaje a la URSS, de 1937, el matrimonio fuera recibido por Stalin, algo que muy pocos lograron entonces y que a su vez los confirmaba lejos de cualquier desviacionismo trots-kista o crítico. El líder soviético pulsaba entonces la estrategia de la alianza an-tifascista a favor de la república democrática planteando abiertamente la nece-sidad de la fusión definitiva con los socialistas y la exclusión de los anarquistas del juego político. Necesitaba emisarios. El “abajo la república burguesa” iba quedando cada vez más lejos. Ahora la obligación era ganar la guerra, hasta el punto de que la II República llegará al final dependiendo únicamente del apoyo comunista, cada vez más fundido con ella. Asimismo, en esta visita también estaba en juego el proyecto del II Congreso de Escritores por la Defensa de la Cultura, el programa de propaganda cultural más importante del gobierno republicano, que se celebraría en julio de ese mismo año en Valencia, Madrid, Barcelona y París. La organización en España corría a cargo de la Alianza de In-telectuales Antifascistas, de la que Alberti era secretario y director de su mejor órgano de expresión, El mono azul. La proyección cultural y política de la con-vocatoria era determinante, pero la situación interna soviética lo complicaba por coincidir, entre otras cosas, con el proyecto de la celebración de los veinte años de la revolución de octubre, de enorme interés para el internacionalismo comunista tensionado en aquellos meses por la corriente crítica que alimen-taba el affaire Gide y la difusión en Europa y en América Latina de su Regreso a la URSS anatematizado. Además, este incipiente proceso de desafección de parte de la intelectualidad europea, antes correligionaria, aumentaba las razo-nes para rechazar un proceso revolucionario estancado y burocratizado y que naturalizaba el terror del Estado como método de control. 1937 era también el año en el que las purgas estalinistas alcanzaban su cenit más sangriento11. La novedad residía en que ahora el enemigo no era el opuesto, sino que estaba al

11 Ver Kharitonova, N. (2007), “1937, un encuentro en Valencia. Alberti, Ehrenburg y Koltsóv”, en Castillo, F. (ed.), España y la URSS, Cuadernos Hispanoamericanos, nº 808.

12 Alberti, R. (1997), La arboleda perdida, 1... op. cit., pág. 52.

lado, entre los tuyos. Fueron muy pocos los comunistas europeos que entonces se atrevieron a denunciar o incluso a conocer lo que estaba sucediendo. Entre ellos estuvo Rafael Alberti, quien a lo largo de su vida nunca hizo referencia pública a esta situación.

El 26 de enero de 1939 las tropas sublevadas entraban en Barcelona. La guerra estaba perdida. La política de resistencia no daba más de sí. Azaña había dimitido como presidente de la República el 27 de febrero, después de que Francia y Reino Unido reconociesen el gobierno de Franco. El mismo día del golpe de Estado de Casado, el 5 de marzo, Alberti y León salían hacia Orán desde la secreta base aérea de El Hondón (Monóvar), formando parte de la operación oficial que incluía entre otros a Negrín, Dolores Ibárruri, Enrique Líster y Stepanov. En el final, la pareja había estado en el conocimiento de la numantina “Posición Yuste” del gobierno republicano y lógicamente también había formado parte de la exclusiva y última élite comunista en la “Posición Dakar”. Estaban obligados a salir. Su última visión de España fue la bulería que bailó para ellos el paisano portuense, el general Juan Guilloto León, Modesto12. Dejaban atrás a muchos comunistas en las cárceles del golpe suicida y al resto de la población movilizada, para quien nadie había organizado la retirada.

2EL POETA COMUNISTA EN EL EXILIONo hay una única imagen de la derrota en la España de los primeros meses de 1939. Los tópicos mnemónicos incluyen los caminos de los Pirineos, los puestos fronterizos de Francia, los muelles o los últimos barcos del puerto de Alicante. Sin embargo, la realidad de la tragedia era común en cada una de las personas que ocupaban estos paisajes de la desolación. Huían de la represión y de la muerte y entonces todavía ignoraban su destino final. Además de este estigma, a pesar de la complejidad de las diferencias políticas y personales que les separaban, los exiliados compartían, en el terreno político, la identidad del

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13 Schwarztein, D. (2017), “El exilio español en Argentina” en Biblioteca virtual Miguel de Cervantes, Alicante, http://www.cervantesvirtual.com/nd/ark:/59851/bmcgn089

14 Pablo Neruda, cónsul de Chile en París, colaboró con el SERE (Servicio de Emigración de los Republicanos Españoles) en la elaboración de listas para la campaña ¡Españoles a Chile¡ de 1939. La alerta y el trabajo de Alberti y María Teresa León fue decisiva para el éxito del viaje del Winnipeg. Lo mismo que las ayudas con dinero recaudado por la Comisión Argentina de Socorro a las Víctimas de España.

antifranquismo, y en el personal, la referencia generacional de haber perdido guerra. Eran los depositarios de la memoria democrática como virtud y com-promiso moral a la espera de poder ejercitarla.

Nadie elige ser un refugiado político, un expulsado. La experiencia de la hui-da y del rechazo, del desarraigo, la vivieron más de medio millón de españoles vinculados a la causa republicana al finalizar la guerra de 1936. Fuera de las situaciones relacionadas específicamente con la Unión Soviética, la inmensa mayoría, desprovista de cualquier oferta de ayuda, se encontró con una Europa que, preparada para la guerra, los rechazaba. En estas condiciones, muchos no tuvieron otro remedio que volver a España o permanecer en Francia, donde continuaron su lucha en la resistencia, y sólo una parte, en especial la más cua-lificada, pudo encauzar la esperanza de la supervivencia en países americanos, particularmente en México, alentados por la campaña de solidaridad con los es-pañoles organizada por el gobierno de Lázaro Cárdenas. El 70% de los 30.000 exiliados que terminaron en América Latina se instaló en este país13.

La revolución española había fracasado y, por el momento, el hombre nue-vo era un derrotado. El partido comunista, cuya gente había resistido hasta el final, y que durante años seguiría convencido de que la caída de Franco aún era posible, actuó con su militancia exiliada de forma improvisada y sin planificación alguna en lo que a las bases del partido se refiere. Los dirigentes españoles delegaron en la Internacional Comunista y ésta intervino sólo en relación con los mandos en el turbio contexto de los campos de refugiados franceses, la crisis del internacionalismo causada por la firma en agosto de 1939 del pacto germano-soviético y la consecuente ilegalización del partido comunista francés en septiembre de ese mismo año. En el caso de Rafael Alberti y María Teresa León también se activó la ayuda comunista, pero en el nivel específico de la amistad y del reconocimiento intelectual, ayuda inesti-mable para asimilar el miedo y “el desorden” de los primeros meses. Fueron

15 Llama la atención que en La Arboleda perdida Alberti utilice todavía el tópico de “los que no tuvieran las manos manchadas de sangre” como argumento para conseguir el ansiado documento: “Pero un día alguien me comunicó que había aparecido la noticia de que el consulado franquista concedía pasaporte a los exiliados, pero únicamente a aquellos españoles que no tuviesen las manos manchadas de sangre”, en Alberti, R. (1997), La arboleda perdida, vol. II, Madrid, Anaya & Mario Muchnik, págs. 202-203.

Picasso y Pablo Neruda14 quienes les consiguieron trabajo y alojamiento en París hasta finales de 1939, para más tarde facilitarles una salida hacia Chile, que de manera casual terminaría en más de veinte años de residencia en Ar-gentina. Este país, que entonces aparecía vinculado a las potencias del Eje y cuyo gobierno había rechazado a los exiliados republicanos por “indesea-bles”, era paradójicamente uno de los más valorados entre ellos, debido a su tradición de relación con España, a su asimilación de las formas europeas y a que en él se había llevado a cabo, a nivel popular, una de las campañas de apo-yo a la República más memorables. Aun así, y en competencia con el masivo exilio judío, muchos no consiguieron entrar, aunque hubo una discreta flexi-bilidad clasista que facilitó la oportunidad a figuras destacadas y claramente diferenciadas de la tradicional y abundante colonia de inmigración española por causas económicas. Allí acabarían, entre otros, Alcalá-Zamora, Jiménez de Asúa, Sánchez-Albornoz, Clara Campoamor, Francisco Ayala, Rosa Cha-cel, Falla o Miguel de Molina. A pesar de que Alberti fue acogido por la culta clase media del país, que lo leía en revistas y lo aplaudía en recitales y salas de conferencias, ni los militares ni el peronismo, que tendió a reprimir fuer-temente al partido comunista, uno de los que más se habían identificado con la causa republicana española, facilitaron en absoluto la vida a la pareja, que no conseguiría un pasaporte en regla hasta diecinueve años más tarde15. Sin olvidar que entre los momentos más duros para el exilio español estuvo tener que aceptar que la caída de la dictadura de Franco no iba a tener lugar después de la victoria aliada en la segunda guerra mundial, por lo que su posibilidad de volver a España se alejaba indefinidamente. Volvían a perder cuando por un momento se habían sentido vencedores. Además, Argentina fue uno de los primeros países en romper el bloqueo con la España franquista impuesto por la ONU, a la vez que el peronismo impulsó unas singularísimas relaciones de cooperación, no sólo económica, con la dictadura.

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Como en otros lugares, la comunidad del exilio argentina fomentó una red de relaciones personales que resultó decisiva en la recuperación de la vida sus-pendida. La notoriedad de algunos de sus integrantes no fue suficiente para mantener el status y el nivel de vida del que procedían, por lo que tuvieron que reducir sus expectativas y acomodarse a las obligaciones de la supervivencia más común. La conocida peculiaridad biográfica de Rafael Alberti, la dominan-cia del extrañamiento del destierro en su vida, no le habilitó para la asunción definitiva del cambio, independientemente de que en 1941 naciera su hija Aita-na o de que en 1944 se estrenaran sus obras con éxito en Montevideo y Buenos Aires y pudiera recorrer el país con la gira Invitación a un viaje sonoro. Alberti se apoyó sobremanera en María Teresa León, quien pronto eligió la firma de “los Alberti”, pero pudo trabajar y vivir de su oficio de poeta en Argentina, activan-do el sistema de influencias de la intelectualidad local y dirigiéndose a un públi-co que se reconocía en su palabra. La dedicación y el esfuerzo fueron intensos y los resultados, los buscados. En la tradición de lo vivido en los treinta, el poeta reconocido avanzó en la calidad y originalidad de su obra sin abandonar la convicción y el ejercicio de que la misma tenía la capacidad de transformar y mejorar el mundo a partir del hecho cultural progresista del destierro.

Por lo tanto, las referencias albertianas, aunque evolucionan, seguirán ligadas al Frente Popular, a la guerra española y sus consecuencias, al partido, en la cir-cunstancia de un exilio español claramente anticomunista y en proceso de divi-sión interna o despolitización, a la generación de intelectuales y artistas exilia-dos del 27 y a su idiosincrasia creativa, capaz de renovarse y proyectarse en ese ambiente. En relación con esto último, y después de haber escrito una primera obra del exilio, desconociendo todavía que ésta sería la categoría de su vida, la Vida bilingüe de un refugiado español en Francia (1939-1940), su llegada a Argentina coincide con una etapa de renovación lírica en la que desdobla su voz poética: la centrada cada vez más en la exploración del lenguaje, del yo reflexivo y la me-moria (Entre el clavel y la espada, Recuerdos de lo vivo lejano o La arboleda perdida son claras referencias), y la compatible con la militancia política, el compromiso de atender a la actualidad y denuncia de la dictadura española (“Todo es nocturno allí, todo está herido,/ todo allí sin banderas/ de luto, es allí todo desamparo./ El pecho insomne yerra perseguido,/ lo negro es lo más claro,/ las horas más alegres, las postreras,/ y el eco más feliz el de un disparo. “Nocturno español”,

Signos del día, 1945). El poeta acentuará la portavocía popular de la protesta en Las coplas de Juan Panadero, cuyos primeros poemas datan también de ese mismo año. Las suyas son derivas complementarias alimentadas ambas por el recuer-do, pero que se amplían como posibles claves de acción e interpretación de las realidades y temporalidades sucesivas. Es la aportación del legado albertiano para las nuevas generaciones de antifranquistas, que no sólo encontrarán en su obra una reactualización de la memoria comunista relacionada con la historia traumática de España, sino también códigos vigentes y de referencia para sus sucesivos presentes y aún para sus futuros. Fascismo también es la guerra, la política imperialista desarrollada por Estados Unidos, el capitalismo deshuma-nizado, el uso del armamento nuclear, el racismo o el no respeto a los derechos humanos y a la independencia de los pueblos colonizados. Hay un enemigo común y una razón mantenida para seguir luchando. El poeta da su testimonio y sostiene su coherencia política y personal respecto al sentido último de la his-toria. La existencia en Argentina de un mundo editorial de calidad relacionado con el exilio español (en especial la editorial Losada, pero también Emece y Sudamericana) aseguró la publicación temprana y la distribución, incluso en España, aunque con muchas dificultades, de una parte muy importante de la obra escrita en aquellos años por Alberti, consagrado desde muy pronto como una de las voces poéticas más destacadas del exilio republicano.

El triunfo de la democracia en Europa había sido un espejismo para las esperanzas del exilio español. Terminada la guerra mundial, el antifascismo del comunismo internacional fue reactualizado en clave antiimperialista y pa-cifista como respuesta a la doctrina Truman y a los avances de la guerra fría. La realidad se asentaba y complicaba. Los comunistas del exilio se posiciona-ban claramente en contra de Estados Unidos cuando el resto de la comunidad era proclive a los postulados de la democracia liberal. La situación geopolíti-ca del enfrentamiento entre bloques estaba incidiendo en la división interna del antifascismo y resultaba determinante a la hora de afrontar las difíciles relaciones con la oposición activa que seguía en España. El Alberti de estos años está incardinado en la disciplina de un PCE cobijado por los soviéticos, cuyas relaciones con los de México o Francia, donde realmente radicaba el peso de la práctica política del exilio político desde 1945, no fueron buenas ni lo suficientemente fluidas, a la vez que tampoco lograba avanzar en la gestión

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99EXILIO Y RESIGNIFICACIÓN DEMOCRÁTICA DE RAFAEL ALBERTI · Magdalena González98

16 Ver Hernández Sánchez, F. (2015), Los años de plomo. La reconstrucción del PCE bajo el primer franquismo (1939-1953), Barcelona, Crítica.

17 Morán, G. (1986), Miseria y grandeza del Partido Comunista de España (1939-1985), Barcelona, Planeta, págs. 226-227.

de sus fuerzas en el interior de España. La lucha antifranquista estaba siendo reprimida con la máxima virulencia por la dictadura, mientras que la crisis por el control de la dirección del partido consumía un esfuerzo que enfrentaba el prestigio de los de fuera con el sacrificio de los de dentro, en este caso a favor de los primeros, la cúpula en el exilio, lo que impedía la asunción de una línea de acción consecuente y efectiva. La resistencia interior soportó la peor parte y tuvo que acatar durante años las directrices alucinadas de los antiguos protago-nistas, a los que les costaba entender la situación real generada por la dictadura, lo mismo que asumir los errores de la imposición estalinista, ajena al sacrificio de su lucha16. Hasta 1954 no empezó a valorarse el fracaso del enfrentamiento directo, cuya evidencia llevó al planteamiento de la estrategia de la reconcilia-ción nacional y la operatividad de la apertura al resto de las fuerzas políticas y al conjunto de la sociedad española.

En el escenario internacional, el relanzamiento oficial de la figura de Rafael Alberti, lo mismo que las de Neruda, Nicolás Guillén o Miguel Ángel Asturias forma parte del programa soviético consistente en utilizar el prestigio de la cultura, de los viejos iconos ya conformistas, como arma política de propagan-da y de resistencia frente al capitalismo. Se recuperaba el Alberti cosmopolita, viajero incansable acompañado de María Teresa León. Y el poeta halagado y agradecido fue desempeñando su función según la demanda de un sistema cada vez más rígido y anquilosado que elegía la paz como ariete antiamericano mientras renunciaba a la libertad17. La tensión política de los años treinta per-manecía en la base, pero ahora Alberti discurría por esos códigos más gené-ricos y universales, como el del antibelicismo o el pacifismo, con más amplias posibilidades de ser compartido. A partir del viaje a Varsovia en 1950 como delegado del II Congreso Mundial de la Paz, sus visitas programadas fueron frecuentes y en aumento. De momento, a la Europa del Este, a la Unión So-viética o a China, donde estuvo en 1957 invitado por la República Popular, que pretendía exhibir el logro de haberse convertido en la esperanza renacida para

18 La referencia es de Vicente Llorens y está recogida en Torres Nebreda, G. (2004), “Sonríe China: Memoria de un libro compartido” en Carandell, Z. (dir.), Rafael Alberti et les avant-gardes, París, Presses Sorbonne Nouvelle, págs. 291-303.

la humanidad trabajadora, pero que, justo entonces, iniciaba la campaña de cri-minalización de los intelectuales críticos, con las consecuencias terribles que se conocen. Desde el punto de vista del desempeño de estos encargos, Alberti ac-tuaba como el “poeta bucólico de la revolución”18, ajeno de nuevo a cualquier posición de reproche con la dirección comunista renovada, que continuaba alardeando de escritor comprometido, sin que éste opusiera la más mínima resistencia, destacándole en su estrategia internacionalista. El reconocimiento a su disponibilidad, implicación y militancia le supuso la concesión del Premio Lenin de la Paz en 1965.

Respecto a la evolución de la situación en España hay que detenerse en las movilizaciones estudiantiles de 1956 y en sus consecuencias, en especial entre el conjunto de la intelectualidad del exilio, que entonces pudo superar por fin sus prejuicios sobre los rebeldes del interior y considerar la necesi-dad perentoria de establecer puentes con ellos, un intercambio enormemente fructífero, y no sólo en el terreno político, que sería decisivo en el futuro inmediato. Fue entonces cuando el PCE, como hemos señalado, lanzaba su estrategia de la reconciliación, la base sobre la que Carrillo, en la secretaría general desde 1960, trabajó alejado ya de la tutela soviética. La guerra tenía que ser superada independientemente de su peso en la transmisión identita-ria del partido. Había que buscar la alianza con las generaciones que no la vivieron y que rechazaban su carga en oposición al pasado y a la dictadura. Había que asumir la democracia parlamentaria. El partido había de ser ca-paz de organizar la lucha en un país que había cambiado, infiltrarse en las organizaciones del régimen para liderar desde ellas la oposición y avanzar sobre una política de pactos por la vía pacífica. Y la evolución de Alberti le permitió encajar en estas coordenadas del cambio político manteniéndose como referente internacional de la lucha por la libertad en España, como el portador de una conciencia revolucionaria que podía ser reactualizada por la izquierda europea de los sesenta, para la que la lucha por la democracia en

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101EXILIO Y RESIGNIFICACIÓN DEMOCRÁTICA DE RAFAEL ALBERTI · Magdalena González100

19 “Siempre tuve la sensación de salir de las garras de Alberti enriquecido en muy variadas maneras, dentro de exigencias muy diversas, siempre cumplidas. Enriquecimiento privilegiado del buen trato y la amistad genero-samente otorgada. Inteligencia y cariño en desarrollo permanente. Y, al mismo tiempo, referencias constantes a aquella guerra civil vomitada antes de mi nacimiento: la historia nunca bien aprendida y donde comienzo yo. Donde comienza esa extraña generación a que pertenezco. Y creía a pie juntillas que la reivindicaba al ir conociendo, en casa de los Alberti, a los protagonistas que nos habían sido ocultados: a los rojos del exilio, en todo su esplendor (...) Resultaba magnífico comprobar cómo en la casa romana de Rafael y María Teresa mi generación tenía un sitio reservado permanentemente” en Moix, T.,“Alberti en Roma”, El País Semanal, 21 de julio de 2002.

España seguía siendo un contenido obligado en los presupuestos ideológicos e identitarios del mayo del 68.

Rafael Alberti y María Teresa León se instalaron en Italia en 1963, mucho más cerca de España, lo que estrechó la relación con esa nueva generación de antifranquistas cada vez menos clandestinos que convirtió la casa de Vía Garibaldi en una clave mnemónica del proceso democratizador19. El reco-nocimiento fue mutuo y se pudo manifestar de múltiples formas, pero con preferencia en un plano cultural o artístico y en estrecha colaboración con la comunidad del exilio cada vez más valorada, así como con el insilio, también cada vez más arriesgado en su visibilización y manifestaciones. Comenzaba un diálogo que hasta el momento no había sido posible y, en este sentido, fueron muchas las actividades llevadas a cabo que ponían en contacto a los de dentro con los de fuera. Por ejemplo, Max Aub lanzó en México el proyecto de la revista Los sesenta con el propósito de que publicasen los escritores de los dos lados del Atlántico. Y en el caso de Alberti, se montaron exposiciones de homenaje con esta misma intención de acercar y poner en comunicación. Fue el caso de la propia “Exiliarte”, exposición organizada en 1966 por la Asociación Cultural Franco-Española en París, teniendo en cuenta que des-de 1963, Alberti ya podía publicar alguna de sus obras en España. Si esto se pudo entender como apertura, ésta era muy limitada puesto que ese mismo año se ejecutó a Julián Grimau después de haber sido gravemente torturado. Su condena a muerte se derivaba todavía del enjuiciamiento de sus actividades durante la guerra de 1936. Habría que esperar a los inicios de los setenta para que fuera evidente la pérdida de control de la dictadura sobre la nueva genera-ción de jóvenes españoles. Prueba de ello es que en 1970 pudiera tener lugar la exposición del Colegio de Arquitectos de Cataluña y Baleares en Barcelona

20 Carandell, Z. (2014), “Soñando en este día. Retornos y regreso de Rafael Alberti”, en Aznar, M., López García, J. R., Montiel Rayo, F. y Rodríguez, J., El exilio republicano de 1939. Viajes y retornos, Sevilla, Renacimiento, pág. 425.

21 Labrador Méndez, G. (2011), “Hartos de mirar sin ver. Éticas de la mirada, políticas del lenguaje y poesía es-pañola contemporánea, a partir de un caso de estudio: “Dominios de matiz” (2010) de Juan Pastor” en Estudios humanísticos. Filología, nº 33, pág. 125.

en la que se presentaba por primera vez en España, desde 1939, la obra gráfica y poética albertiana.

El PCE no había dejado de aumentar su influencia entre los intelectuales. Parecían otros tiempos, la situación política era más quebradiza y la biografía pública de Alberti continuaba paralela a la evolución del partido respecto al he-cho diferencial del golpe de Estado, la guerra y la dictadura nacida de la victoria militar. Sin embargo, esta peculiaridad no resta nada a lo más personal del poe-ta, porque, igualmente, Alberti era la generación del 27, la cultura comprome-tida, el comunista luchador, el amigo de Picasso, el necesario legado del exilio, el hombre tocado por el amor a la vida, es decir, en sí mismo era todo lo que le había negado la dictadura. Además, era el poeta que había escrito siempre para un lector español20 y que no se había desligado de sus referentes republicanos. También era “joven” y contestatario en un nuevo ciclo histórico de la juventud tomando las calles. Era ya el patrimonio irrenunciable de la memoria democrá-tica reconocida por los implicados en su defensa y estaba entre quienes habían alentado la toma de conciencia necesaria para el cambio en una parte creciente de la sociedad española, cuando ya la dictadura afrontaba su declive irremedia-ble. La poesía comprometida, disidente, era un lenguaje moral a la conquista de nuevos espacios compartidos en el espectro del antifranquismo21. Conviene valorar la popularización de las letras del exilio y del legado del 27 a través de los cantautores, como referencia sentimental para extender la demanda de la restitución del sistema del Estado de derecho. Hubo una pedagogía cívica y política basada en la memoria que se nutrió de la tradición en la que se empeñó de manera muy especial Alberti, y que con posterioridad fue heredada por la generación de los cincuenta, su continuadora en parte, y sin la cual hubiera sido mucho más fácil entorpecer la movilización que entonces se iniciaba a través

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103EXILIO Y RESIGNIFICACIÓN DEMOCRÁTICA DE RAFAEL ALBERTI · Magdalena González102

22 Andrade, J., (2017), “Eurocomunismo, nostalgia y nuevos caminos. El PCE en la Transición española”, en Gómez L-Quiñones, A. y Winter, U. (eds.), Cruzar la línea roja. Hacia una arqueología del imaginario comunista ibérico, Madrid, Iberoamericana, pág. 215.

23 Balibrea, M. P., “Historia y memoria”, Infolibre (los diablos azules), 28.7.2017, https://www.infolibre.es/noti-cias/los_diablos_azules/2017/07/28/historia_memoria_68068_1821.html

24 Balibrea, M. P. (2008), “Usos de la memoria de la República y el exilio durante la Transición: los casos de Bergamín y Alberti”, en http://eprints.bbk.ac.uk/id/eprint/1575

del mundo del trabajo, de la cultura y el movimiento vecinal y que convertía a los cuadros del PCE en referentes públicos de la lucha contra la dictadura22. Pero aparecía ya también un Alberti pragmático y obediente, inofensivo, discu-tido por correligionarios como Bergamín, que en el marco de la visita al Vati-cano del heredero franquista al trono en 1977 se acercaría a la pareja real para entregar una carta pidiendo la amnistía para los presos políticos. La imagen del acto en clave de la república “entendiéndose” con la monarquía catapultaba a la monarquía, al poeta y al PCE, en el germen del relato autocomplaciente de la transición. La campaña de propaganda estaba en marcha.

Los Alberti fueron una pareja de moda en sus años de Roma. La intelectua-lidad italiana, poderosa en su influencia en Europa, los reconocía y halagaba. La popularidad del escritor fue creciendo imparable a lo largo de todos estos años en medio de reconocimientos, premios y noticias de todo tipo que lo te-nían como protagonista, pero también por sus declaraciones de compromiso político y la posibilidad cercana del regreso a España. El mito del personaje se fortalecía con estas aportaciones y empezaba a sobrepasar el cauce comunista para anclarse en una posible referencia emocional de la lucha antifranquista, compartida por una parte amplia de la oposición. La resilencia de la vida de Alberti se pretendía un modelo de rebeldía con “final feliz”. Muchos lo espera-ban, distinguiéndolo en su peculiaridad del resto del exilio.

3RETORNOS DE RAFAEL ALBERTISe ha afirmado que la historia de la transición española es también la cance-lación de la mayoría de las aspiraciones del exilio republicano y la negativa de éste a reincorporarse con rango de protagonista a la vida democrática española,

25 Francisco Umbral lo plantea con claridad: “Los exiliados, en general, no perdonaban, a su vuelta, que España hubiera seguido sin ellos, al margen de las intrigas de El Pardo. Querían no incorporarse a nosotros, sino implan-tarnos sus años veinte. Pero sus años veinte era pura cretona”, recogido de Madrid tribu urbana, del socialismo a D. Froilán, en De Buron-Bru, B. (ed.) (2014), Francisco Umbral. Memoria(s): entre mentiras y verdades, Sevilla, Renacimiento, pág. 207. Umbral se hacía eco de las declaraciones como las de Francisco Ayala en el sentido de que el exilio era un mito magnificado que conducía a la marginación, ver también Ayala, F. (1981), “La cuestionable literatura del exilio”, Los Cuadernos del Norte, segunda época, nº 8, págs. 62-67. Francisco Ayala: «¿Para quién escribimos nosotros?», Cuadernos Americanos, nº 43 (enero-febrero 1949).

cultural y políticamente23. La clave del exilio es la apelación a la memoria, sin embargo, el punto de partida del cambio político que se iniciaba a finales de 1975 consistía en dejar el pasado atrás. El conjunto que había logrado sobrevivir fuera de España tuvo que asumir lo que ya había sintetizado con sufrimiento Max Aub tras su visita al país en 1969: “donde esperaba encontrar aliados, sólo halló conformismo, cuando no alienación. El franquismo había deglutido a sus detractores y conseguido usurpar el proyecto de modernización para España, y eso suponía su victoria definitiva e irreversible, y de rebote, la completa inutili-dad histórica de la débil resistencia que él y otros del exilio republicano habían intentado oponer al régimen”24. Asimismo, la dictadura, que iba a pesar con fuerza en el proceso del cambio, había conseguido la desmovilización política de la población ocupada prioritariamente desde los sesenta en el esfuerzo del trabajo y en la mejora de su nivel de vida, independientemente de la vibración de la nueva generación. Además, el discurso oficial de la dictadura había extendido el argumento de la responsabilidad de la república en la guerra, por lo que en la negociación de la transición, los expulsados, los rojos, las víctimas, eran de ma-nera genérica los republicanos, los vencidos, es decir, la memoria problemática y la categoría más comprometedora para el éxito del proyecto de una reforma basada en la monarquía y en el pacto. En consecuencia, su posible aportación política así como su testimonio vital y sus problemas fueron desatendidos por quienes deberían haber actuado en sentido contrario. Y finalmente, visto desde el terreno de las letras y el mundo intelectual, tampoco fueron pocos quienes, desilusionados, percibían a los exiliados regresados como anacronía anclada a un pasado para ellos olvidado. El diálogo no iba a ser previsiblemente fácil25.

El cambio estaba fundamentado en la representación de las aspiraciones de la clase media, lo que suavizaba el conflicto social y facilitaba la modernización

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104 105EXILIO Y RESIGNIFICACIÓN DEMOCRÁTICA DE RAFAEL ALBERTI · Magdalena González

26 Sánchez León, P. (2014), “Desclasamiento y desencanto. La representación de las clases medias como eje de una relectura generacional de la transición española”, dossier: Contar la transición. Narrativas e imaginarios del cambio político en España, en Kamchatka: revista de análisis cultural, nº 4, págs. 63-99.

27 Baby, S. (2018), El mito de la Transición pacífica. Violencia y política en España 1975-1982, Madrid, Akal, pág. 19.

económica26. El acuerdo de no remover “las cenizas” y de utilizar el recuerdo de la guerra como advertencia de lo que podía pasar si se iba demasiado lejos, tuvo por lo tanto una amplia operatividad, aunque chocara radicalmente con la voluntad que había sostenido la esperanza del regreso de los exiliados. La ex-periencia frentepopulista quedó así arrumbada, lo mismo que la consideración de las instituciones del gobierno legítimo en el exilio, disuelto tras las primeras elecciones democráticas. Como se ha señalado, la experiencia republicana, la única democrática vivida en España, no fue un modelo, sino un contramode-lo27. Y aunque el regreso de algunos exiliados se publicitó y utilizó cuando se estimó conveniente, siempre se prefirió la discreción de lo privado, lo personal y lo individual, incluso en la gestión de casos como el del expresidente de la república en el exilio hasta 1971, Claudio Sánchez Albornoz. Cualquier explica-ción con referencia a la responsabilidad del Estado quedaba así alejada e impo-sibilitada. Se desbarataba un patrimonio común cuya ausencia no ha dejado de incidir en la calidad del sistema democrático actual. Hay muchos planos, pero sirva de ejemplo también el tratamiento durante la transición, y después, de la literatura producida en el exilio, es decir nada menos que la otra mitad del con-junto de la española, que a fecha de hoy continúa siendo absolutamente des-conocida para el público mayoritario a pesar del esfuerzo realizado desde 1993 por instituciones académicas como el Grupo de Estudios del Exilio Literario de la Universidad de Barcelona (Gexel) o por editoriales como Renacimiento y Turner con anterioridad.

La transición quiso entender que el exilio como castigo era una circunstancia histórica superada28 y que sus aportaciones no debían activarse en el panorama de la declinante opción por la ruptura. La aversión al conflicto empujaba ha-cia la superación feliz del mismo, hacia lo que debía ser el logro generacional incuestionable. Sin embargo, este proyecto dirigido por quienes no habían pro-tagonizado la guerra y habían sido educados en el nacionalcatolicismo, podía

28 Un ejemplo, aunque de formulación un tanto tardía, en relación con la llegada de María Zambrano en 1984: “Con el retorno de la pensadora, de 80 años de edad, después de Rafael Alberti, Jorge Guillén y Ramón J. Sénder entre otros, puede decirse que acaba el exilio español republicano”, Pedro Sorela, El País, 21.11.1984. La afirmación dio lugar a una encendida polémica donde se expusieron opiniones contrarias de otros exiliados. Recogido en Alted, A. (2005), La voz de los vencidos. El exilio republicano de 1939, Aguilar, págs. 385-387.

incorporar a aquellas figuras representativas que, neutralizadas en su significa-do político y vital, gozaban de prestigio cultural, como si éste pudiera ser des-ligado de los anteriores, y como ocurría en el caso de Rafael Alberti. El “per-sonaje” se desproblematizó respecto a la aniquilación de 1939, convirtiendo en anecdótico lo que en él era esencial. Adquirió la categoría de icono a través de los medios de comunicación, validando así la aspiración democrática oficial que ya podía contar con la incorporación democrática del “poeta del pueblo”, cuya sentimentalidad era compartida por una parte de los protagonistas del cambio iniciados en el antifranquismo a través de referentes sentimentales o culturales como el albertiano. Entonces fue cuando Rafael Alberti pasó a ser el poeta popular, el premiado poeta internacional de la generación del 27, el poeta simpático y vital de Cádiz, el comunista recalcitrante que escribía versos a la reina Sofía, el poeta amigo de actores y músicos que revalidaba la lucha de los sesenta, el poeta divulgador de versos, el poeta rodeado de jóvenes y con vida sentimental, el poeta al que se podía aspirar y el apetecible escritor “santifica-do” a través de su vinculación al grupo Prisa con la publicación semanal de los textos para el nuevo tomo de La Arboleda Perdida. La realidad hiriente de su bio-grafía, las razones de la herida y la esperanza del compromiso político radical que lo habían marcado a él y a muchos otros se diluían en un retrato que se fue retocando y manipulando con el paso de los años. Nada importa que el poeta se prestara a este uso, porque presumiblemente se hubiera prestado a otros más arriesgados en sus intenciones. El carácter sociable, vital, humanista, empáti-co del comunista portuense facilitaba mucho las cosas, como también, en lo personal, que además de la constante exposición pública a la que se sometió, existieran otros ámbitos más respetuosos y sinceros en su entorno, capaces de actualizar la lectura de su obra y conectarla con la génesis de lenguajes poéticos que nacieron entonces, como fue el caso de la llamada nueva sentimentalidad, base de la poesía de la experiencia, de lo que da prueba el Manifiesto Albertista

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106 107EXILIO Y RESIGNIFICACIÓN DEMOCRÁTICA DE RAFAEL ALBERTI · Magdalena González

29 Además de lo señalado, se apunta que la organización de la llegada de Alberti estuvo planificada en concor-dancia con la de Dolores Ibárruri con el fin de facilitar ésta última, en Benet, V. J. (2016), “Usos mediáticos del carisma de Dolores Ibárruri en los inicios de la transición”, Estudios sobre el mensaje periodístico, nº 22, 1, págs. 77-99.

30 Uno de los acontecimientos más decisivos de la transición: “un proceso en virtud del cual cada una de las partes dio a la contraria aquello de lo que adolecía (...) Fue un intercambio entre el PCE y el gobierno de legalidad por legitimidad. El gobierno concedió al PCE la legalidad procedente del Estado franquista y el PCE

de 1982 firmado por García Montero, Egea y Salvador. Pero lo sustancial aquí es de qué manera el marco social, político y cultural que incorporaba a Ra-fael Alberti asumía o no la transmisión del pasado democrático inaugural de nuestro tiempo presente y hasta qué punto esta relación fue en su mayor parte deficiente y aceptada por una amplísima mayoría.

El PCE, sometido a la crisis internacional del comunismo en la segunda mitad de los setenta, jugó igualmente este papel en medio de la flexibilización de su estrategia. El partido vivió con aceleración y enorme intensidad emo-cional los meses que van desde la matanza de Atocha, el 24 de enero, hasta la celebración de las primeras elecciones, el 15 de junio de 197729. En el primer comité central celebrado en España desde 1939 renunció a la exigencia de responsabilidades sobre el pasado de la guerra y la dictadura y también a la reivindicación republicana, aceptando la monarquía y su bandera. Aceptó que la memoria debía ser selectiva, personal, y que había que confiar en el dictado de las urnas para entenderse con el resto de las fuerzas políticas. Lo perento-rio era posicionarse frente al binomio “democracia o dictadura”, adaptarse, y lograr definitivamente la reconciliación nacional, para lo que además el partido asumía un encargo: controlar la movilización social creciente en un momento de crisis económica y política. Con la aceptación de estos puntos, que dejaron desconcertadas a sus bases, el partido rompía con su tradición ideológica his-tórica y reforzaba el esquema oportunista de la transición.

La legalización del PCE se produjo el 9 de abril de 197730, y con ella, el re-greso del poeta el 27 del mismo mes. Un poco después, el 13 de mayo, llegaba Dolores Ibárruri31. Cumpliendo lo esperado, las primeras declaraciones que hicieron fueron a favor de lo pactado, por lo que no hubo interferencias en la reactivación del capital de la lucha antifranquista respecto a la confección de

transfirió al gobierno la legitimidad procedente de la lucha por la democracia, una legitimidad tremenda en tanto que asentada en el reconocimiento de su autoridad por parte de uno de sus principales antagonistas políticos”, ver Andrade, J. (2017), op. cit., pág. 219.

31 “Encarnó un poderoso mito de proximidad como encarnación de la madre o hermana de los comunistas (...) Los perfiles asignados a Ibárruri en el relato oficial comunista se dotaron de resonancias épicas: heroicidad, arrojo y espíritu de resistencia, pero también capacidad de empatía popular”, ver con más amplitud en Rueda Laffond, J. C. (2018), Memoria roja. Una historia cultural de la memoria comunista en España, 1931-1977, Valen-cia, Publicaciones de la Universidad de Valencia, pág. 363-364.

las listas para las elecciones legislativas de 15 de junio de 1977 en las que am-bos resultarían elegidos diputados. La foto de los viejos militantes dirigiéndo-se a presidir la mesa en la sesión constituyente de la cámara cerraba un círculo de manera brillante y consoladora, resultando clave en la naturalización del discurso hegemónico de superación del pasado que se fue tejiendo en aquellos meses. Alberti hombre de partido, volvía a estar ahí, independientemente de que en septiembre ya hubiera dimitido como diputado para dedicarse a escri-bir y de que ese mismo parlamento aprobara en octubre, con el entusiasmo de los propios comunistas, la Ley de Amnistía, o lo que es lo mismo, la ley de “punto final” sobre las responsabilidades de la dictadura y que tanto afectaba en sus consecuencias al pasado de la militancia y al conjunto del exilio. En el IX congreso del PCE de 1978 el partido abandonaba el leninismo orientándo-se hacia la socialdemocracia, el eurocomunismo. El “consenso” comenzaba a comerse la principal fuerza del antifranquismo durante la dictadura y a dina-mitar el partido.

Alberti es una de esas figuras comunistas asimiladas, lo mismo que el con-junto del PCE, en medio del proceso complicado del cambio político. Por esta razón, aparece con frecuencia entre los tópicos narrativos inaugurales de la memoria canónica de la transición, donde también figuran el propio Santiago Carrillo, el regreso del Gernika e incluso, y ya en otro ámbito de referencias, el de Tarradellas, teniendo en cuenta que en cada caso hay aristas controvertidas en las que reparar. La llegada del poeta a Madrid o a El Puerto de Santa María, su ciudad natal, puede ser descrita sentimentalmente por muchas personas. En Madrid, lo esperaba una multitud de periodistas y amigos. Con él no se quiso que regresara el exilio, como tampoco en el caso de otros intelectuales destacados, sino el hombre cuya aspiración máxima había sido ese regreso, entendido como

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32 De Agustín Merello convendría destacar su afectuosa aproximación al poeta desde una posición bastante conservadora y en proceso de evolución personal, pero también lo representativo de su posicionamiento en 1977. El 22 de mayo publicaba en Diario de Cádiz su columna “En el regreso de Alberti”: “(...) La vuelta del poeta a su pueblo, a su bahía, a su mar, hubiera sido hacerlo desde la playa, pisando con temblor la arena y dejándose salpicar por la espuma de la ola en la marea creciente. La vuelta del poeta candidato a un acta de diputado y en disputa obligada, se me antoja que es como querer acercarse a la mar por las tuberías del alcantarillado. (...) Pero no obstante entiendo las razones que me explican la candidatura de Alberti. Las entiendo no sin un enorme esfuerzo realizado. Por un elemental sentido de la convivencia, quiero ahogar mi lamento y corresponder a la mano tendida que ofrece Rafael Alberti. Nadie como el poeta universal que esta noche regresa a su pueblo, a su bahía y a su mar puede tender la mano de la reconciliación”.

33 Agradezco la información a Rafael Gómez Ojeda, comunista y alcalde de El Puerto de Santa María entre 1981 y 1985, que lo acompañaba en aquel paseo.

la vuelta a casa, y cuya vida recorría la temporalidad activa del siglo XX. Lo acompañaba María Teresa León, una de las grandes escritoras de la generación del 27, cuya obra había ahondado en el conflicto de la memoria del exilio y que ahora regresaba enferma de Alzheimer. Las cámaras apenas repararon en ella ni entonces ni después. La puesta en escena la llenaba el poeta y el público con-movido lo aclamaba. A El Puerto llegó un mes más tarde, a punto de comenzar la campaña para las elecciones de junio. Lo acompañaba desde Madrid, Agustín Merello, periodista del Diario de Cádiz y sobrino32, y a través del cual Alberti obtuvo un reconocimiento familiar, por lo demás no demasiado pródigo en su línea conservadora y hasta de rechazo, mantenida en el ámbito local y paralela a la opuesta de sus correligionarios y simpatizantes, mucho más numerosa. Al salir de la estación pudo leer una pintada que lo acusaba del asesinato de Lorca. Cuando días después se topó con la segunda, “perro comunista”, terminó por pedir a sus acompañantes que le fotografiasen con el insulto al fondo33 en un gesto y una actitud que mantuvo durante años. Y es que Alberti fue también objetivo favorito de la maledicencia y la violencia de la extrema derecha, que no ha cesado de alimentar una leyenda difamatoria sobre el poeta, aún viva. El gue-rracivilismo lo ha proyectado como responsable de paseos y otras deslealtades e incluso ha repetido, con el único fin de denigrar su conocido juramento de no volver a España mientras Franco viviera, que estuvo en España en 1969, con lo que se busca presentarlo como traidor a sus principios, atacarlo en uno de los pilares del compromiso ético y de la dignidad del exiliado34. Con esa orientación se manifestó contra él, siempre que pudo, la estrategia de la violencia ultra, y

34 Es significativo ver cómo el relato descalificador de la derecha ahonda en tópicos ancestrales, al poner el acento en la traición en el caso de un hombre que, por el contrario, se mantuvo leal a un ideario. Por ejemplo, traidor a sí mismo y a la comunidad del exilio volviendo a escondidas, traidor a su comunidad primera no evitan-do la muerte de Muñoz Seca.

35 Sarría Buil, A. (2009), “Atentados contra librerías en la España de los setenta. La expresión de una violencia política”, en Chaput, M. C y Peloille, M., Sucesos, guerras, atentados. La escritura de la violencia y sus represen-taciones, París, Pilar, págs. 115-144.

36 En la fotografía que publicó Diario de Cádiz el 21.12.1976, además de insultos aparece la frase “¡Ay de los vencidos!” en un lado de la puerta, en el otro, dibujada, una espada. Al constante rumor del “vuelve Alberti” contestaba el poeta desde Roma que no había pasado treinta y nueve años en el exilio para acabar abriendo una librería en Almería y que no regresaría mientras los libreros continuaran siendo perseguidos, amenazados y apedreados por la ultraderecha, en Beltrán, A. (2004), “El poeta que supo volver” en Entre el clavel y la espada. Rafael Alberti en su siglo, Madrid, Sociedad Estatal de Conmemoraciones Culturales, pág. 487.

en todas las modalidades del acoso, desde anónimos a manifestaciones delante de teatros que programaban sus obras, enfrentamientos que lo sacaron entre gritos y amenazas de lugares públicos y actos contra las librerías que llevaban su nombre35. En 1976, la librería Alberti de Madrid sufrió seis atentados, fue incendiada y todavía en mayo del siguiente año un grupo de extrema derecha disparó contra la pareja de policías que custodiaban el establecimiento. La Al-berti de El Puerto fue igualmente acosada hasta aparecer cubierta con pintadas ultras toda su fachada en el mes de diciembre36. En aquellos años, la violencia de baja intensidad se concretó en un clima de coacción generalizada que intimi-daba a sus objetivos en la izquierda, pero muy especialmente en los comunistas, vistos por la ideología reaccionaria como representantes del mal y criminales. Si el motor del futuro era la superación del enfrentamiento, para la extrema derecha de la transición, y quién sabe si también para la del presente, la guerra no había terminado. Los “guerrilleros” atentaban contra la cultura y la libertad en defensa del viejo orden que los había privilegiado y aún los protegía pues a pesar de que algunos de los integrantes de estos comandos fueron juzgados por el Tribunal de Orden Público, sus actos quedaron impunes.

La vuelta a España confirmaba la posibilidad de futuro tan larga y amarga-mente postergada. Declaraciones, reconocimientos, viajes, imagen cuidada nada convencional y discurso poético de compromiso con el pueblo. A partir de aquí, Alberti, rejuvenecido, se volcó en cada una de las innumerables demandas que re-cibió, ensanchando su campo de actuación y participación en la medida en la que su utilización institucional, “democrática”, seleccionaba su vertiente más cultural

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o literaria y lo debilitaba como comunista y radical. Sirva de ejemplo el hecho de que en el primer ayuntamiento democrático de El Puerto de Santa María sólo se pudo lograr el acuerdo entre los partidos para dar el nombre a una calle sólo si ésta era la de Poeta Rafael Alberti, independientemente de que con el paso de los años el nombre de Rafael Alberti haya proliferado como topónimo no sólo en su ciudad natal, sino en toda España y en muchos otros lugares del mundo. E igualmente fue en el terreno local, tan adecuado para detectar la transmisión o no de los discursos generalistas, donde a pocos días del 23-F, fecha bien significativa, se toma la foto en la que Rafael Alberti y José María Pemán se saludan durante las fiestas del carnaval de Cádiz. Alberti disfrazado de marinero y Pemán abriendo los brazos para recibirlo. Independientemente de la posible relación personal que hubieran mantenido en su vida o de la evolución que estas personas hubieran podido experimentar a lo largo de la misma, lo que parece del mayor interés es la aceptación de la imagen y el fortalecimiento de la idea de la equidistancia, de los dos “bandos” y de la guerra “fratricida” superada, así como la reafirmación en democracia de quien había dirigido la comisión de depuración del magisterio o había accedido a inhabilitar a Machado dos años después de su muerte en Fran-cia. Se postergaba así, indebidamente, la toma de conciencia y la popularización de categorías como víctima, desaparecido o golpe de Estado y el acuerdo sobre cómo afrontar el trauma más doliente y vivo. Y es que en la transición quedó ahormada una determinada lectura del pasado que aún hoy continúa vigente: integrar a los perdedores de la guerra, sí, pero previa declaración de intenciones y con renuncia en la dirección señalada. Se inauguraba esa senda tan transitada y común en la que la víctima o sus descendientes todavía arrastran una culpa que expiar y cuyo juego también aparece recogido en el albertiano, tan repetido, del “me fui con el puño cerrado y vuelvo con la mano abierta” o en el más universal del “sin ningún ánimo de venganza, yo sólo quiero...”. La consecuencia directa fue que el antifascismo/antifranquismo como categoría histórica y legado del

37 Cano, G., “Podemos tras el (segundo) desencanto”, El País, 12.2.2016

38 De ello da prueba el incidente ocurrido en un mitin del PCE en Leganés en 1983. Allí Alberti se enfrentó al pú-blico que rechazaba a Leopoldo María Panero, poeta, mientras lo aclamaba a él como representante del pueblo: “Que venga Alberti, que ese es como nosotros, que ese sí que nos representa. Pero lo que hace Alberti también es interesante: otorga reconocimiento, pide respeto, llama al orden a la multitud. En ese gesto restablece una

dimensión cívica en los actos de cultura; integra en su comunidad al joven novísimo (sic). Y nos habla de una posibilidad no lograda en los años de la transición: la alianza contrahegemónica entre las izquierdas históricas y las nuevas izquierdas culturales, malograda por un problema básico de reconocimiento, dado sus diferentes órdenes morales y sus diferentes estéticas”, en Labrador Méndez, G. (2017), Culpables por la literatura. Imagina-ción política y contracultura en la transición española (1968-1986), Madrid, Akal, págs. 423-424.

exilio español y de la resistencia contra la dictadura continúa sin formar parte de la identidad básica del sistema democrático en España.

Finalmente, a partir de los años ochenta, el triunfo de la socialdemocracia y la liberalización económica terminaron por asegurar la inhibición de parte de los intelectuales más combativos desde posicionamientos marxistas en el contexto de la cultura escaparate santificada por el socialismo en el poder37. No fue esa la opción que eligió Alberti en un proceso de reafirmación del personaje, frente a la debilidad del partido. La debacle electoral del PCE en el año 82 (4 escaños frente a 23 en 1979) no tuvo repercusión alguna en el reconocimiento institucional de Rafael Alberti, quien al año siguiente obtuvo el premio Cervantes en categoría de miembro destacado y vivo de la generación del 27, después de que con anteriori-dad ya lo hubieran obtenido Guillén o Gerardo Diego. En el discurso que el poe-ta preparó para la ocasión el tema central fue la reivindicación del exilio republi-cano a través de los poetas que sufrieron el “desgaje” de la guerra y mantuvieron la creación de la lengua como patria. El texto se mantuvo dentro de los límites, pero hay en él una singularidad personal y consecuente que lo eleva por encima de otros similares y que marcaba dónde estaba una herida por cerrar y atender.

Alberti mantuvo hasta muy tarde la sensibilidad, el civismo y la conciencia políti-ca para comprometerse con las reivindicaciones de los suyos. Además de con las ya conocidas, con otras que se fueron incorporando, como el cierre de la base de Rota, el “no” del referéndum OTAN en el inicio del posterior “no a la guerra”. También apoyó la defensa de los derechos humanos e intuyó las bases de la justicia transicio-nal, demostrado por su posicionamiento respecto a las dictaduras suramericanas y su acercamiento a la organización de las madres de mayo o a la viuda de Allende. Es decir, no dejó de avanzar en claves políticas interpretativas que se generalizarían años después, por lo que a pesar de la rentabilidad del acuerdo en el que aparece contextualizada la figura del poeta durante la transición, éste supo encontrar en ella un espacio de libertad, consecuencia y originalidad que ejerció mientras pudo38.

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39 Archivo de la Diputación de Cádiz. Junta de Gobierno. Caja 6612. Carpeta 2.

Sin embargo, esta situación que venimos describiendo, sumada al paso del tiempo y a los inconvenientes de la edad, desembocó en la pérdida de autonomía y en la fosilización de su imagen pública en los epígonos de la etapa, la expuesta en medio de un entramado de fundaciones en el que otros se fueron proyectando según sus necesidades. El exiliado comunista, que había empezado a diluirse desde su llegada a España, culminaría así un recorrido que desembocaba en el entrañable y rentable portuense, vecino ilustre, Rafael Alberti.

En el año 1979 Rafael Alberti y María Teresa León, ésta con la salud perdi-da, firmaron una escritura de donación de un conjunto de bienes gananciales al Ayuntamiento de El Puerto de Santa María, gobernado por el PCE, con el propósito de que este “valioso” fondo sirviera de base para la Casa-Museo Rafael Alberti, a la espera de la compra municipal de un inmueble adecuado39. En el listado de lo donado figuraban grabados, primeras ediciones, obras de otros artistas, cartas y recuerdos. A este conjunto se fueron añadiendo otros procedentes de nuevas donaciones del poeta y de su hija Aitana. Una colección interesante, pero tal vez sobrevalorada en su presentación inicial.

La falta de diligencia de la corporación municipal tuvo como consecuencia que no fuera hasta nueve años después cuando la Diputación de Cádiz, presi-dida por el socialista Alfonso Perales, tomase la iniciativa de impulsar la Funda-ción Alberti y de dar este nombre al Área Provincial de Cultura de la institución gaditana. En lo que al legado Alberti se refiere, se asumía su gestión en sustitu-ción del Ayuntamiento portuense, también del PSOE hasta 1991, e igualmente se establecía el compromiso de encargarse del asunto de la Casa-Museo, a la espera, se decía, de que el municipio vecino estuviese en condiciones de hacer-se cargo. La Fundación manejaba un buen presupuesto y era ambiciosa en su proyecto. Sus estatutos establecían presidencia y vicepresidencia, una junta de gobierno formada por vocales-diputados, una dirección y una comisión ase-sora. De ésta última formaban parte, entre otros, Luis García Montero, Felipe Benítez Reyes, J. M. Caballero Bonald y María Asunción Mateo, compañera del poeta en los últimos años. La Fundación gestionó el traslado de los fondos desde Roma e inició la catalogación de éstos, al tiempo que ponía en marcha la

divulgación de la obra de Alberti con la celebración de congresos y otros actos. Cádiz tenía la oportunidad de acoger al poeta universal con el que se identifi-caba. El éxito político era total.

Sin embargo, en esta planificación en la que ya el anciano poeta tenía asegu-rada una asesoría competente y una posición reconocidísima, se volvió a cruzar su inusitado ímpetu vital, ahora custodiado y administrado por su última esposa desde 1990, la joven María Asunción, quien emprendió la tarea de poner “or-den” en la vida y obra del poeta. Para ello contaba con un aliado sobrevenido, pero excepcional, el nuevo alcalde portuense, que procedente del PP, lideraba la lista ganadora en las elecciones de mayo de 1991, de Independientes Por-tuenses y que ya había utilizado el tema en la campaña. Lo interesante es que nació aquí la infraestructura para hacer posible la ruptura con Cádiz, la que terminaría con la transferencia de la “gestión” del poeta a esas manos familiares y municipales, fiscalizadoras y ambiciosas, de las que aún no ha podido escapar.

Poeta y alcalde exigieron con determinación “lo que era suyo” y el traslado inmediato de los fondos de la Fundación a El Puerto de Santa María en una guerra abierta y sin cuartel. Admitían la donación, que no tenía marcha atrás, pero entendían que se había trasladado desde Italia una parte importante de objetos, cuadros, cartas... que continuaba siendo privada y que tenía que ser recuperada sin dilación por el recién casado Alberti. El escándalo fue enorme y la comisión asesora, formada por el círculo que había reconocido el magisterio del poeta de manera más directa, puso a disposición de Alberti la continuidad en sus cargos. A partir de ese momento, coincidiendo con la apertura de la nueva Fundación Rafael Alberti de El Puerto de Santa María en 1993 (distin-guida con la visita de los reyes en 1998 en la inauguración de su ampliación), el poeta-pintor quedó aislado de quienes lo habían reconocido como maestro. Su figura menoscabada y cada vez más silenciosa, sometida al desgaste de la última vejez, fue adaptándose a los tópicos municipales de los cumpleaños masivos, los reconocimientos de paisanos y las fiestas locales, procesiones incluidas. La nueva Fundación la presidía ya la esposa, quien en el consejo rector colocó a sus propios hijos, apartando del círculo de cercanos a la hija del poeta, Aitana

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Alberti, y a la sobrina que le llevó la representación durante años, Teresa Sán-chez Alberti. También estaba fuera la examante de Alberti en Roma, Beatriz Amposta, ocupante de la disputadísima casa de Vía Garibaldi. Asimismo, y desde otra perspectiva, a María Asunción Mateo se le ha atribuido la manipu-lación de la obra de Alberti, que ella ha negado, por haber hecho desaparecer los nombres de los amigos más cercanos al escritor en los últimos años, pero que se habían posicionado en contra de ella a partir de la evolución de estos acontecimientos. La respuesta ante la evidencia fue que Alberti no quería “pro-mocionarlos” a su costa.

No hay duda de que los intereses públicos se ordenaron a favor de las opor-tunidades privadas. El Ayuntamiento portuense, a cambio de la Fundación, la presidencia y una casa mantenida con dinero público, de la que hoy sigue disfrutando la viuda, dispuso de una plataforma electoral a la que le sacó el máximo provecho, teniendo en cuenta la trayectoria política y el delicadísimo estado de salud de Alberti, así como su evidente falta de conciencia sobre la realidad. La figura de Rafael Alberti acogido primero por el PSOE y después por el PP, con visitas de Aznar, quien también se permitió entonces reivindicar a Manuel Azaña, Esperanza Aguirre y Mariano Rajoy incluidas, fue convirtién-dose en una caricatura de sí mismo, incluso en lo referente al vestuario, o en el decorado con sillón de mimbre que otros necesitaban para fotografiarse con él. En 1997 se creaba también El Alba del Alhelí, S.L., sociedad mercantil que daba el control de la obra de Alberti en exclusividad a Mateo y que terminó por registrar el nombre del poeta como marca comercial. Desde 2010 la Fun-dación Rafael Alberti se halla en proceso de disolución, a la espera de saldar sus deudas y poder convertirse en Centro Rafael Alberti. Ese mismo año dimitió la presidenta, ahora casi desaparecida del mundo de la cultura por el que antes paseaba al poeta. El alcalde protagonista lo fue hasta 2007, cuando abandonó la alcaldía condenado por prevaricación y quedó pendiente de otras causas

40 Fernández-Savater, A., Labrador Méndez, G. y Jerez, C. (2018), Carta(s). Economía libidinal de la transición, Madrid, Museo Nacional de Arte Reina Sofía, pág. 46.

41 La necesidad de “recoger el testigo de Alberti” en el contexto de la crisis económica era el argumento que se utilizaba en el Manifiesto de Respaldo a IU del Mundo de la Cultura Gaditano firmado por 70 escritores para las elecciones generales de 2011. En 2017 Izquierda Unida Cádiz lanzaba Vuelve Alberti, una propuesta de la

cultura y la memoria por recuperar el legado de Alberti y la lucha por la libertad en la provincia. El 15 de junio de 2019, en el pleno de constitución del nuevo Ayuntamiento de El Puerto de Santa María, por primera vez un retrato de Rafael Alberti, por iniciativa de los concejales de IU, presidía la sesión en categoría de alcalde horario y perpetuo de la ciudad, lo mismo que la patrona Virgen de los Milagros con cuya imagen compartía honores, ver Diario de Cádiz, 16.6.2019.

judiciales. El nombre de Rafael Alberti fue perdiendo así su significado. Habría que añadir, por último, que a raíz de la muerte del poeta en 1999, se conoció la accidentada firma de repetidos e interesadísimos testamentos, en número de diez entre 1991 y 1996, lo que viene a incidir en un final nada brillante para el “poeta en la calle”, ahora “censurado” por la administración comercial de sus obras y ligado a la pelea por su herencia, todavía pendiente de resolución.

Es la normalización de las formas políticas, sociales y culturales de la tran-sición la que posibilita la evolución de la figura pública de Alberti en el rum-bo señalado. Al margen de lo personal, la falta de crítica, el ninguneo de las alternativas y la dominancia de los cauces oficiales facilitó que tuvieran lugar estrategias como las que aquí se han visto. Si alguna vez la cultura pudo estar en la vanguardia del cambio político fue en aquellos años, pero casos como el que analizamos vienen a ratificar la resistencia de las élites al cambio real y ne-cesario, del que el poeta, y la tradición cultural y política con la que se identifica, podrían haber actuado como desencadenantes. La transición funcionó bajo el chantaje de que no había otra forma de hacer las cosas y cuando se demuestra que sí la había, su mito se descompone40.

4CONSIDERACIONES FINALESLa transición funcionó a través del miedo. La democracia posfranquista se en-cuentra en una profunda crisis de legitimidad a partir de su asentamiento y de la mirada crítica que, en relación con la guerra de 1936, la tercera generación y la cuarta han lanzado sobre ella. Lo que se presentó como logro, se ha desenmas-carado como déficit, pacto interesado y manipulación. La expresión de la llama-da memoria histórica y la crisis económica de 2008, que atacaba al Estado del bienestar y al proceso generalizado de ascenso social iniciado en los sesenta, han sido decisivas en el cambio de paradigma41. La larga pervivencia de la influencia

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42 Sarriá Buil, A., “De retornos y primaveras. En torno al exilio republicano”, Público (La universidad del Barrio), 8.5.2016.

de la dictadura, el secuestro de la participación política y económica a favor de la profesionalización de las élites “extractivas” y el más que interesado discurso de la reconciliación son razones que cuestionan la democracia representativa. Queda así de manifiesto la falta de una política de Estado sobre el trauma de la guerra y el conjunto del exilio, uno de los déficits de la transición, potenciados ahora a partir del valor político que ha adquirido el pasado en el presente. La im-posición de una cultura hegemónica ha impedido dar significado democrático a lo vivido por los exiliados antes de que estos murieran fuera de España, o den-tro, sometidos oficialmente, como ocurre en el caso de Alberti, a la estrategia de la equidistancia y del arrinconamiento de todo lo republicano, la razón de su esperanza política. Por el contrario, ahora parece crecer la necesidad de alejarse de esta generalidad simplificadora y de resaltar los matices que el proceso de normalización democrática de la transición evitó. Entender que hay proyectos colectivos y visiones de futuro que continúan a la espera42.

Rafael Alberti se ha situado en esta encrucijada que describimos de forma singular porque, a pesar de haberse prestado a participar en el modelo político y cultural consensuado en la transición, mantiene el reconocimiento de las nue-vas generaciones interesadas en otros aspectos de su figura y su obra poética. Es la mirada de los nacidos en democracia, ajenos a la socialización en la dicta-dura, la que ha encontrado otras vertientes albertianas, resignificando una vez más al poeta. Interesa su capacidad personal y lírica, genérica, de “enlazar”, de ser punto de conexión de una sensibilidad ideológica que, nacida en el periodo de entreguerras, ha permanecido como referente político y crítico activo. Es a través de la pasión y de la vocación por el lenguaje, con su inalterable capacidad performativa en relación con el diálogo de la memoria, tan reclamada, como se reactiva el comunismo empático, interclasista y cultural de Alberti y, con él, un determinado relato de la juventud, de la creación poética, del compromiso para el cambio, de los perdedores, de su homenaje y su reconocimiento o de la antiglobalización. Por lo tanto, desde estas consideraciones importa menos que su proyección institucional esté tan reducida o que la gestión comercial del

poeta haya prevalecido hasta extremos que perjudiquen la deseable difusión de su obra. Al fin y al cabo, ambas circunstancias tienen su origen en la instru-mentalización a la que nos hemos venido refiriendo. Lo principal en cuanto a lo que aquí se apunta es cómo la naturaleza de su participación en el proyecto de modernización democrática de los años treinta, y en la conservación y trans-misión del mismo a través del trauma del exilio, le da categoría de referente transformador para las generaciones que avanzan en el panorama político de la izquierda española, recuperando como valor cívico y político lo que la tran-sición quiso dejar atrás.

Sirva de ejemplo la conmemoración en junio de 2017 de los cuarenta años de las primeras elecciones democráticas, a cuyo acto los parlamentarios de Iz-quierda Unida se presentaron llevando una camiseta con la fotografía de los diputados Dolores Ibárruri y Rafael Alberti bajo el lema de la continuidad “el hilo rojo de la democracia”. La imagen canónica de Marisa Flórez había sido también resignificada y lejos de remitir a la superación del pasado, ahora ahondaba en la continuidad de ese legado, en la obligación moral democrática respecto a los representantes de una lucha que permanece viva. Concretamen-te, aquel día, 28 de junio, se denunciaban en acto paralelo al oficial organizado por Izquierda Unida, Podemos y por otros partidos, los 40 años de impunidad de los crímenes del franquismo, no reconocidos ni reparados, y se aseguraba que la democracia no era el logro de la transición, sobre la que se insistía en su violencia, sino el resultado histórico de la lucha por conquistarla, de la que los presentes se reclamaban continuadores. Sin embargo, en el acto oficial el rey hablaba de la constitución del 78, de reconciliación, unidad y legalidad sin mencionar a las víctimas de la dictadura, pero sí a las del terrorismo. Si la tran-sición había despolitizado la tradición republicana del exilio, convirtiéndolo en un asunto de elección privada, ésta había sido heredada y se confirmaba como estrategia de lucha y reivindicación públicas.

Hay que destacar que la reclamación del vínculo intergeneracional se argu-menta dentro de la transmisión solidaria en red (“porque fuisteis somos, porque

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somos serán”, en palabras de Marcos Ana), el marco genérico de inclusión de la figura de Rafael Alberti, testigo y narrador de la experiencia dolorosa que se refiere ahora a todas las víctimas de la violencia política y de las dictaduras. Así, cuando Alberti se acercaba a quienes sufrían las dictaduras de Argentina o Chi-le, estaba colaborando al alumbramiento de la otra forma de nombrar y ver, de resignificar, en el siglo XXI, a quienes habían padecido en España el golpe de Estado y sus consecuencias. Además de por primera vez ser “víctimas”, serían “desaparecidos”, habrían sido ocultados en “fosas” y estarían pendientes de “exhumación”, “duelo” y “reparación”. Porque la clave del dolor es universal (“Al fin, los mismos en Chile que en España”43), la defensa de los derechos humanos exigía el mismo tipo de solidaridad. La emoción albertiana, capaz de contagiarse a partir de la lírica popular, consolidaba en las generaciones poste-riores de la izquierda el compromiso del “hasta enterrarlos en el mar”, muy en especial para quienes procedentes de las mareas de indignados, lo recuperaban en las movilizaciones del 15M, dispuestos al ejercicio de la democracia real y a tomar por fin las calles44.

Alberti, quien rechazaba el magisterio y aseguraba aprender de los jóvenes que permanentemente lo rodeaban, reivindicaba la formulación de la memoria y la nostalgia como formas singulares de conocimiento y reordenación gene-rosa del mundo. Por consiguiente, la clave no está sólo en los hechos, sino en su significación. Refugiados y desplazados identifican nuestra era y los exi-liados españoles anticiparon esta realidad silenciada, también en cada una de las historias anónimas que vivieron, reclamando auxilio y orientación en una Europa en crisis. No ha sido hasta febrero de 2019, cuando, por primera vez, un presidente del gobierno español en ejercicio, Pedro Sánchez, en visita a la tumbas de Azaña y Antonio Machado en Francia, así como al campo de Argelès-sur-Mer, ha pedido perdón por la infamia del exilio en nombre del

43 Verso del poema “Al presidente de Chile, Salvador Allende” publicado en El País el 11.9.1983.

44 Es anecdótico, pero el pasado 2 de agosto de 2019 los líderes de Unidas Podemos, Irene Montero y Pablo Iglesias argumentaban en Twitter las razones de la elección del nombre de Aitana para su nueva hija: “Salien-do de Alicante hacia el exilio que les acabaría llevando a América Latina, Maria Teresa León y Rafael Alberti se despidieron de su patria mirando por última vez la Sierra de Aitana llena de flores rojas. Aquella visión inspiró primero el nombre de la hija de dos poetas y después los de muchas más hijas, como la nuestra. Para nosotros

gobierno español. De la misma manera, aún continúan abiertas las iniciativas parlamentarias para corregir las carencias de la Ley de Memoria de 2007, por la que se reconoció la nacionalidad española a más de 300.000 descendientes de exiliados. Paradójicamente, el exilio remite también a planos internacionalistas contrarios al nacionalismo excluyente y xenófobo que reclamarían la deroga-ción de la ley de extranjería. Como se ha señalado, el exiliado vivió y trabajó en países mucho más avanzados que la España del medio siglo, lo que modificó y mejoró su experiencia personal y le situó en un centro cosmopolita que mar-ginaba la España de la dictadura y esa es una aportación con la que no se debe dejar de contar45. La recuperación del exilio no sólo es un deber moral, sino también intelectual y político, que debe estar en la base de la acción del Estado. Repensar la experiencia española y actuar sobre las conclusiones en medio de las tensiones del presente tiene un enorme valor para la educación de una ciu-dadanía cívica y comprometida.

Finalmente habría que mencionar la última resignificación de Alberti en nuestros días, si es que éste no fuera un planteamiento antifeminista, y es la que lo relaciona con la recuperación de María Teresa León, y lo relega, aunque quién sabe si no es sería también deseable esta lectura del poeta en clave de mu-jer. Y es que la del exilio respecto a la mujer es otra de las historias en proceso de reclamación ciudadana, cuando la vida, cada vez más, adquiere carácter po-lítico. Estas mujeres han sido ninguneadas doblemente por la historia. Muchas de ellas fueron iniciadoras en la lucha por la igualdad a la vez que mantenedoras del esfuerzo amargo del exilio, pero sólo a partir del auge de la mirada de géne-ro han empezado a ser conocidas estas pioneras de la reivindicación feminista, frenada en España a partir del golpe de Estado de 1936. En algunos casos, como el de María Teresa, ocurre que destacaron en el plano del activismo y en el cultural46. Fueron las mujeres del 27, compañeras de escritores y artistas con

el nombre de Aitana quiere ser un homenaje al exilio español y a la América Latina que abrazó a aquellas mujeres y hombres. Irene y Pablo”.

45 Ver Balibrea, M. P. (2018), “Exilio republicano. Construir desde la ausencia”, en Carta(s). Exilio/refugio, Madrid, Museo Nacional de Arte Reina Sofía, pág. 11.

46 Domingo, C. (2008), María Teresa y sus amigos. Biografía política de María Teresa León, Madrid, Fundación Domingo Malagón.

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un altísimo grado de reconocimiento, como ocurre en el caso de Alberti, pero de las que no se ha valorado su aportación creadora, del mismo nivel, a la histo-ria de la cultura española. María Teresa León no fue musa, sino protagonista y precisamente la autora de una de las obras más logradas del exilio, Memoria de la melancolía, hoy prácticamente desaparecida del mercado editorial. Sin embargo, Alberti no ha sido el camino para llegar a la escritora y es un rasgo positivo en su vida la fuerza de la pareja en los años treinta y en el exilio, así como el lide-razgo de María Teresa en algunos aspectos políticos independientemente de que también lo tuviera en los más prácticos. Recuperarla a ella como escritora, activista, militante y exiliada ampliará la mirada sobre el escritor y sus resignifi-caciones. La falta de revisión de los valores patriarcales y machistas mantenidos por la dictadura y la transición, lo mismo que la desatención al exilio, son los que han venido incidiendo en esta realidad tan sesgada. Por lo tanto, es impres-cindible restaurar la verdad y recuperar con ella un patrimonio sin el cual la ciudadanía no podrá mejorar.

Las sociedades democráticas actuales que tienen la experiencia del trauma se mueven en la complejidad del código de la memoria y de su transmisión, entendidas como patrimonio común. El Rafael Alberti de los años treinta y el de la generación del 27, el del exilio, el de la transición y la actualidad, poeta y militante comunista, forma parte de un legado en proceso permanente de revisión y actualización, que no informa tanto de él como de nosotros, sus receptores. La persistencia de la corriente crítica que ha elegido a lo largo de todo este tiempo la descalificación de Alberti como objetivo es otro rasgo que abunda en lo recalcitrante del pensamiento de derechas o conservador. Asu-mir a Alberti y sus propuestas no simplifica, sino que problematiza y enriquece los discursos del presente. La palabra albertiana, su emoción e inteligencia poéticas, establece un vínculo entre muchos, fortalece la resistencia y conecta con la esperanza de un presente y un futuro más libres y justos, exigibles en una comunidad capaz de redimir el fracaso del pasado.

Rafael Alberti junto a su legado a su ciudad natal, El Puerto de Santa María. Fito Carreto

· Magdalena González es Doctora en Historia Contemporánea por la Universidad Complutense de Madrid