Exámen Final de Schopi

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Universidad Nacional de Colombia Departamento de Filosofía Sergio Alfaro Marenco 16 Junio, 2015 Del sujeto puro de conocimiento exento de dolor La belleza es indivisible. Quien la poseyó por entero prefiere antes aniquilarla, maldiciendo toda posesión parcial.Goethe, Fausto, pg. 436. El objetivo del presente ensayo es exponer la necesidad en la teoría Schopenhaueriana de la voluntad como esencia del mundo, la liberación del principio de razón suficiente para la posterior captación de la idea, cuya contemplación alberga la posibilidad de suprimir el dolor que es encaminado por la conciencia humana sometida al principium individuationis. Para eso me valdré principalmente de algunos apartados de los libros segundo y tercero del El mundo como voluntad y representación I y El mundo como voluntad y representación II , cuyo entramado principal es la voluntad como la cara esencial del mundo y la experiencia estética como la captación más cercana de la objetivación más adecuada de la voluntad, quiero decir: la idea. Será entonces el objetivo principal, hallar la necesidad de la liberación del PRS, entender porque éste sólo da cuenta de manera relativa el mundo, y por tal naturaleza sólo establecer relaciones entre objetos que derivan en el egoísmo y la pugna; así como explicar la captación eidética como supresión de la pugna y el sufrimiento, al tener la capacidad de suprimir la voluntad individual y su constante lucha con las demás objetivaciones de la voluntad. 1) El principio de individuación: la escisión fundamental de la voluntad En el andamiaje metafísico propuesto por Schopenhauer como una investigación acerca de la esencia del mundo, se nos llega a decir que éste se divide, aun siendo uno solo, de dos maneras: el mundo como representación y el mundo como voluntad. El primero sometido al

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Ensayo del Mundo como Voluntad y Representación

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Universidad Nacional de Colombia Departamento de FilosofíaSergio Alfaro Marenco 16 Junio, 2015

Del sujeto puro de conocimiento exento de dolor

“La belleza es indivisible. Quien la poseyó por entero prefiere antes aniquilarla, maldiciendo toda posesión parcial.”

Goethe, Fausto, pg. 436.

El objetivo del presente ensayo es exponer la necesidad en la teoría Schopenhaueriana de la voluntad como esencia del mundo, la liberación del principio de razón suficiente para la posterior captación de la idea, cuya contemplación alberga la posibilidad de suprimir el dolor que es encaminado por la conciencia humana sometida al principium individuationis. Para eso me valdré principalmente de algunos apartados de los libros segundo y tercero del El mundo como voluntad y representación I y El mundo como voluntad y representación II, cuyo entramado principal es la voluntad como la cara esencial del mundo y la experiencia estética como la captación más cercana de la objetivación más adecuada de la voluntad, quiero decir: la idea. Será entonces el objetivo principal, hallar la necesidad de la liberación del PRS, entender porque éste sólo da cuenta de manera relativa el mundo, y por tal naturaleza sólo establecer relaciones entre objetos que derivan en el egoísmo y la pugna; así como explicar la captación eidética como supresión de la pugna y el sufrimiento, al tener la capacidad de suprimir la voluntad individual y su constante lucha con las demás objetivaciones de la voluntad.

1) El principio de individuación: la escisión fundamental de la voluntad

En el andamiaje metafísico propuesto por Schopenhauer como una investigación acerca de la esencia del mundo, se nos llega a decir que éste se divide, aun siendo uno solo, de dos maneras: el mundo como representación y el mundo como voluntad. El primero sometido al principio de razón suficiente, base de toda explicación y juicio, y el segundo como la esencia intima del mundo, aquél que da fundamento y significación a éste. Donde para el individuo, la única vía que le posibilita el conocimiento de la esencia del mundo, es la doble dimensión de su cuerpo, dado de manera clara tanto en el fenómeno, como en la cosa en sí; a razón de serle tal experimentado como representación y como sujeto volente.

La primera de tales dimensiones -la representacional-, ha sido y es investigada a profundidad por las ciencias puras y naturales, que valiéndose del principio de toda explicación, temporal, espacial y causal (PRS), llegan por medio de las relaciones entre unos objetos con otros a hallar el cuándo, el dónde y el por qué tal o cual cosa sucedió así y las condiciones necesarias de que aquello fuera de esa manera. Debemos a Kant el descubrimiento de las condiciones necesarias de la experiencia fenoménica, que son precisamente las formas del tiempo y el espacio dadas a priori, sin las cuales no existiría algún objeto posible. Ya que “sabemos que la pluralidad en general está condicionada necesariamente por el tiempo y el espacio y solo es pensable en ellos, a los que en este sentido llamamos el principium individuationis” (cf. §25),

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esta individuación de las representaciones, como fenómeno estará sujeta a objetivarse en el mundo de manera múltiple, aunque como cosa en sí sea una sola e indivisible; la cual precisamente por ser la esencia del mundo, no podría ser explicada por el PRS sino que tales formas no le convendrían a ella, ya que explicarían su aparecer (fenómeno) y no su ser (cosa en sí).

Por lo que tenemos que el principio de individuación no es capaz de dar cuenta del mundo, sino sólo de manera relativa, no como en sí, sólo es capaz de enseñar las relaciones que cada objeto tiene con algún otro, dejando sin explicación al objeto mismo. Así, si tenemos en cuenta que la voluntad es la realidad sustancial del mundo, y la tomamos como aquel querer en general que intenta permanecer en el ser, a través de cada una de sus objetivaciones inferiores o superiores, vemos que ella dada efectivamente en el mundo se nos muestra plural, pero que en sí misma, es una. Este conocimiento nos es dado gracias a que nuestro cuerpo se nos da también como un querer en general, y en su doble dimensión nos muestra de la manera más inmediata, como las pulsiones que sentimos en nosotros, también pueden ser llevadas a todas las demás representaciones y atribuirles así, la voluntad como cosa en sí. Tal particularidad, la de ser una sola y fundamento de todo, pero al mismo tiempo objetivarse de manera múltiple, es la que demuestra la escisión fundamental de la voluntad, en su ser en sí y en su fenómeno.

Enteramente supeditados a la representación intuitiva, exigiremos tomar conocimiento también de su contenido, sus determinaciones más ceñidas, y las figuras que ella nos exhibe. En especial nos importará obtener un esclarecimiento sobre su auténtica significación, sobre aquella que de otra manera sería su significación solamente sentida, en virtud de la cual estas imágenes no desfilan ante nosotros totalmente ajenas y nada dicientes, como amén de ello tendría que ser, sino que nos interpelan inmediatamente, son comprendidas y adquieren un interés que absorbe todo nuestro ser. (El mundo como voluntad y representación II, Pg. 137)

2) La pugna constante entre las objetivaciones de la voluntad

De las diferentes formas en las que se objetiva en el fenómeno la voluntad, se puede deducir que cada una de ellas en este querer general o impulso que es fundamento de todas, intentarán de la manera más acabada permanecer en su ser; de suerte que las objetivaciones inferiores perezcan por la superiores, como la liebre por el zorro, el hombre por el volcán, o si acaso por otro hombre cuya voluntad suprima la de su congénere, para permanecer en el ser de él. Por lo que en el mundo del fenómeno se presenta de manera constante la lucha entre objetivaciones, de las cuales su impulso y querer, al darse de manera plural, derivará en choque constante entre ellas, cada una intentando suprimir a la otra. Existiendo en el mundo la razón del sufrimiento humano y animal, cuyo fin como seres volentes, será finalmente la voluntad de vivir flagrante, permanecer en su existencia y haciéndola perdurar con su descendencia, logro que es impropio ante todo el dolor padecido en virtud de la pugna constante entre cada objetivación.

“Cuando varios de los fenómenos de la voluntad en los grados inferiores de su objetivación, es decir, en el mundo inorgánico, entran en conflicto al pretender cada uno de ellos apoderarse de la materia existente al hilo de la causalidad, de esa lucha surge una idea superior que se impone a las más imperfectas

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existentes hasta el momento […]. Este proceso sólo es comprensible a partir de la identidad de la voluntad que se manifiesta en todas las ideas y de su aspiración a una objetivación cada vez mayor” (cf. §27)

Es de esta manera que el principio de individuación, que es la forma del fenómeno y por la cual la voluntad se introduce a él -dejando de ser en sí y objetivándose individuada-, es la razón de tal pugna. Las objetivaciones al ser un impulso ciego de la voluntad múltiple, se disputan el espacio, el tiempo y por lo tanto, también la materia; y es en esa disputa esencial de las objetivaciones que se da la lucha entre fuerzas, animales y hombres: el sufrimiento experimentado dada la supresión de una voluntad por otra. Contradicción consigo misma que es intrínseca a su forma fenoménica, es decir, a la objetivación de la voluntad dada por el principio de razón suficiente, cuyo saber relativo y relacional, encaminará siempre al hombre (ya que todas las relaciones que mantienen los objetos entre sí están mediadas por la forma más fundamental, la de sujeto-objeto) a su cuerpo, quién es el que finalmente establece las relaciones, por lo que ellas no podrían llegar a otro lugar más que a él; germen éste principio, por tanto, del egoísmo.

Tal afán ciego y perpetuo de las objetivaciones, es dado en la vida animal y humana en la forma del dolor y el consiguiente miedo a la muerte, por la necesidad de permanecer en el ser, “la diversidad de las organizaciones, el de los medios por los que cada uno se adapta a su elemento y a sus presas, contrastan aquí claramente con la falta de algún fin consistente; en su lugar se presenta un bienestar puramente momentáneo, un placer pasajero y condicionado por la carencia, mucho y prolongado sufrimiento, lucha continua, bellum omnium.” (cf. Cap. 28). Por lo el único camino posible para escapar de tal dolor, fuera la de suprimir el principium individuationis, pero ya no en el mundo objetivo, sino en el sujeto que es capaz de darle primacía a su intelecto sobre el afán de la voluntad, aquel que es capaz de captar ya no todo como relaciones que remitirán solamente a él como individuo, sino contemplando aquello como la manifestación de lo en sí, de que pertenecemos a una totalidad, todo ello eliminando su individualidad y su forma de vivir supeditada al principio de razón suficiente, contemplando la idea, otorgándose una supresión del dolor, al no someterse al principium individuationis y tomando conciencia de sí mismo como totalidad, eliminando la escisión fundamental de la voluntad consigo misma en el mundo de la representación, siendo momentáneamente en el placer estético, uno con el objeto, voluntad en sí que le permite escapar del ajetreo constante de su perseverancia por permanecer en el ser, necesidad que apremia cuando se está sometido al PRS.

3) El sujeto puro de conocimiento

A partir del carácter relacional del principio de razón suficiente, la vida humana sometida al conocimiento meramente fenoménico y no a los objetos en sí, se ve guiada finalmente a remitir a su individualidad y a la carencia fundamental que conlleva reducirlo finalmente todo a sí mismo. En el oscilar constante del placer y el displacer, producido por la pugna y la incapacidad del individuo de suprimir todas las voluntades que incasablemente pretenden lo mismo con él, surge el dolor, cuyo fundamento es la individualidad; entendiendo la vida él, sólo a partir de sus relaciones con los objetos, sin llegar alguna vez a salir de este ciclo interminable de disputa y lucha. “Pues el individuo encuentra que su cuerpo es un objeto entre

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objetos, y que aquel tiene con todos estos múltiples conexiones […] así que siempre reduce la consideración de los mismos, por un camino más o menos largo, a su cuerpo, es decir, a su voluntad” (cf. §33).

Y es en la contemplación estética donde acontece la posibilidad de suprimir el principium individuationis, a partir de la captación de la idea: especies eternas e inmutables que expresan en sumo grado la voluntad, que se sustraen al tiempo, el espacio y la causalidad, pero que permanecen en la forma más fundamental de fenómeno, la de sujeto-objeto. Ya veíamos como no le convenía a la cosa en sí las formas del fenómeno, y es por esto que la objetivación adecuada de la voluntad -que son las ideas-, no podrían sino sólo tener esta última forma únicamente; ingresan al fenómeno en forma de sujeto-objeto, pero guardan el carácter esencial de la cosa en sí, su indivisibilidad y eternidad. Pero para llegar a su captación, precisamente al estar éstas liberadas del principio de razón suficiente, logran generar en el individuo una supresión momentánea de su voluntad individual, conectándolos con la voluntad en sí.

El conocimiento guiado por el principium individuationis, sólo lo remitiría a sí mismo y sus necesidades, por lo cual le sería imposible captar algo que no tuviera las formas del fenómeno sujetas a la individuación (PRS). Schopenhauer le llama a esta forma del conocimiento: subjetiva; precisamente porque el conocimiento relacional y relativo siempre llegaría solamente a su cuerpo, a su voluntad individual. Para la cual, la captación de la idea debe ser objetiva, no sometida al PRS y por tanto captada por el individuo con total ajenidad a las formas de tal principio y así mismo, a cualquier ulterior relación consigo mismo, “cualquiera es dichoso en el estado en el que es todas las cosas, desdichado allí donde es exclusivamente una” (cf. Cap. 38).

El desarrollo cabal de la captación objetiva de la idea, supone que el intelecto logre una supresión parcial de la voluntad individual y su afán ciego, y en concordancia con ello, también requiere que el conocimiento de la idea sea logrado liberándose del principio de razón, quién lo nubla, haciéndole incapaz de ver algo más que a sí mismo. Es decir, un sujeto puro de conocimiento, ya no volitivo, sino desconectado de sí y la diferencia entre los objetos que percibe, siendo uno con ellos al no centrarse en las formas del fenómeno, que carecen de significado, entendiéndolas en lo que llama el autor: el sentimiento de lo sublime o de la belleza natural, según sea el caso. Donde el intelecto logra dominar los apremios de la voluntad y centrarse en una captación objetiva de la idea, la objetivación adecuada de la voluntad, ya no su objetivación individuada, sino lo en sí que es fundamental a todos, donde él ya no se reconoce como sujeto, ni lo otro como objeto. Su intuición de la voluntad le permite borrar la distinción entre lo otro y él, saber y experimentar que hace parte de todo y es él la misma voluntad que se expresa en todo. Aunque para esto “se requiere un ímpetu especial del intelecto […] donde se alberga una mayor proporción de fuerza cognoscitiva de la requerida por el servicio a una voluntad individual y ese superátiv que queda libre se aplica a captar el mundo sin referirse a la voluntad” (cf. §55), sin referirse a su fenómeno individual mediado por el principium individuationis y de tal manera, negando la pulsión ciega que nos condena a la pugna interminable y por tanto al sufrimiento.

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4) La intuición eidética como supresión del sufrimiento humano

En el sentimiento de lo sublime encontramos la liberación que tiene el sujeto del conocimiento relativo del PRS que únicamente lo conduce a la relación del mundo con su voluntad individual, éste es capaz en la intuición eidética de desconectarse de cualquier apremio de su querer como individuo y le permite vivenciar por el momento de su contemplación, su existencia como voluntad en general, parte de todo, alejado de cualquier apremio de su voluntad y así mismo, de la participación en la lucha incesante de las objetivaciones de la voluntad consigo mismo, ya que ahora él no es ni sujeto ni objeto, sino voluntad pura viéndose reflejada en la idea. Por lo que su sufrimiento se ha apaciguado, tanto en la contemplación de la belleza natural, como en la conciencia de no ser él en sí un continuo afán por sobreponerse a las otras voluntades, sino la totalidad de todas ellas.

Así el sujeto puro de conocimiento, es exento de dolor en el momento de su contemplación, y ha logrado con ello, sobreponerse al círculo vicioso y arbitrario entre la felicidad y el sufrimiento al que están sujetos los hombres en el mundo de la representación. De tal manera que el oscuro dictamen "Serpens, nisi serpentem comederit, non fit draco." [«La serpiente no se convierte en dragón si no devora a la serpiente»] (Bacon, Essays), dejará de atormentarlo y no aplicará a lo que es en sí él, sino sólo al mundo de las pasajeras e intrascendentes representaciones fantasmagóricas que sin cesar aparecen y perecen en el mundo del fenómeno, pero que en la realidad del en sí, son eternas y le aseguran la salvedad de ser él, todo el mundo y viceversa, no sufrir por la condena impuesta a aquellos que no han roto el Velo de la Maya, la visión tortuosa de la individualidad y su común fracaso e injusticia.

Bibliografía

SCHOPENHAUER, Arthur. El mundo como voluntad y representación I. Trad. Pilar López de Santamaría. Trotta. Madrid, 2004.

SCHOPENHAUER, Arthur. El mundo como voluntad y representación II. Trad. Pilar López de Santamaría. Trotta. Madrid, 2005.